Reflexión 35 Jueves 26 de octubre 2006

Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia Nº 42


Estamos reflexionando sobre la tercera parte del capítulo 1º del Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, que se titula: El Designio del Amor de Dios para la Humanidad.

Terminamos en la reflexión anterior el Nº 41, que nos explica cómo el ser humano, por obra de  la pasión, muerte y resurrección de Jesucristo fue reconciliado con Dios, consigo mismo y con el universo creado. Gracias a esa acción maravillosa de Jesucristo, el ser humano es una nueva criatura, un hombre nuevo, que está llamado a seguir los pasos de Jesús. Dice el Compendio, citando la Constitución Gaudium et Spes en el Nº 22, que con el seguimiento de Jesús, la vida y la muerte se santifican y adquieren nuevo sentido.

Comenzamos también el estudio del Nº 42 del Compendio de la D.S.I.. Este número continúa el tema: El discípulo de Cristo como nueva criatura, aplicado  a nuestras relaciones con los demás. Recordemos que la Doctrina Social de la Iglesia trata precisamente sobre nuestra relación con los demás y estamos estudiando sus fundamentos,  que son teología, son moral social. Recordemos cómo empieza el  Nº 42. Dice así:

La transformación interior de la persona humana, en su progresiva conformación con Cristo, es el presupuesto esencial de una renovación real de sus relaciones con las demás personas:

Cómo es esto de importante. En el Nº anterior nos explicaron que por obra de la acción salvadora de Jesucristo: de su encarnación, vida, muerte y resurrección, el ser humano es una nueva criatura, un hombre nuevo, llamado a seguir los pasos de Jesús; y añadía el Compendio, citando la Constitución Gaudium et Spes en el Nº 22, que con el seguimiento de Jesús, la vida y la muerte se santifican y adquieren nuevo sentido.

Recordemos entonces la conexión de esa visión de la vida que debe vivir el hombre nuevo, con la doctrina social. Nos dicen que La transformación interior de la persona humana, en su progresiva conformación con Cristo, es el presupuesto esencial  de una renovación real de sus relaciones con las demás personas: Comprendamos bien estas palabras: una real renovación de nuestras relaciones con los demás, presupone nuestra transformación interior, es decir nuestra conversión. Para que en nuestras malas relaciones con otros superemos el odio, el resentimiento, el rencor, por ejemplo, se necesita nuestra transformación interior. Para que seamos capaces de perdonar y de amar a nuestros enemigos necesitamos nuestra transformación interior. Y si no lo conseguimos, eso debe ser una señal de que necesitamos que el Señor nos mueva internamente para que queramos perdonar y amar de verdad. Hay que empezar por querer hacerlo, y allí nos hace falta también la gracia del Espíritu Santo. Solos, somos miseria, no podemos perdonar ni amar de verdad. Necesitamos ese sacudón de la gracia. Debemos orar. Pedir al Señor que nos enseñe a perdonar y a amar como Él, como debe hacerlo el hombre nuevo que se conforma con Cristo.

 

El cristiano está siempre “en proceso” de conformar su modo de vida con el Evangelio

Se supone que el cristiano se esfuerza para, con la ayuda de la gracia, conformar progresivamente su vida con Cristo. Y comentábamos que, utilizando una palabra que gusta ahora mucho, podemos decir que el cristiano está siempre “en proceso” de conformar su modo de vida con el Evangelio; es decir en  proceso de aprender a vivir de acuerdo con Cristo; estamos siempre en camino, en proceso de conversión. Tendremos subidas y bajadas, caídas y levantadas. Vivir de acuerdo con Cristo  no se consigue con lavados cerebrales, no se logra sólo con las exhortaciones de otros ni con regaños ni menos con fusiles ni minas antipersona ni cilindros bomba. Empieza si, este proceso de conversión, con agua, con el agua del bautismo y con el fuego del Espíritu Santo. Él nos acompaña en nuestra peregrinación en la Iglesia, y nos llega por medio de los sacramentos.

 

Vivir la Doctrina Social de la Iglesia no es conformar nuestra vida con una ideología

 

 Aclaremos una vez más que vivir la Doctrina Social de la Iglesia no es conformar nuestra vida con una ideología. La doctrina social no se funda en la sociología, ni en la política ni en la economía. El fundamento de unas relaciones con los demás, que sean relaciones sanas, buenas, justas, basadas en el amor, como deben ser, de acuerdo con lo que somos: creados a imagen y semejanza de Dios, que es Amor, es nuestra conformación con Cristo, y a eso es imposible llegar sin una transformación interior. Esa clase de hombre nuevo, no se hace a la fuerza, como pretendió hacerlo el comunismo con los lavados cerebrales y con cárcel y una pretendida reeducación en el marxismo; ni como pretende el socialismo, con solo leyes no siempre justas ni equitativas, olvidándose de lo que es el hombre, creado por Dios. Quieren hacer un cambio según su medida puramente humana y a espaldas de Dios. Mucho menos a la transformación interior con la intimidación, con la violencia.

A ese propósito, decíamos también que una ley puede obligar al rico a dar como impuesto parte de su patrimonio o hasta le pueden quitar todo en una  confiscación, pero seguirá tratando, si puede, de formar un patrimonio nuevo o de incrementar el que tiene, si le dejaron algo; y tiene derecho a hacerlo, pero no pensando sólo en él. Por la ambición del dinero se ha llegado a los niveles vergonzosos de corrupción que invaden el mundo. Uno se pregunta de dónde resultaron tan pronto, luego de la caída del comunismo, los multimillonarios capitalistas en Rusia, si durante el dominio comunista se suponía que todos eran iguales y que no había ricos. Y en nuestro mundo el rico no va a entender que no es dueño absoluto de su riqueza, sino cuando comprenda y acepte que Dios lo puso de administrador, no de dueño absoluto. Por su parte el poderoso no va a dejar de utilizar su fuerza para dominar a los otros, si no entiende que su vocación, como la de todos los cristianos, es de servicio y no para que los demás le sirvan a él. Y el guerrillero, que hoy secuestra y asesina, va a dejar de hacerlo, cuando entienda que los demás son sus hermanos y los debe tratar como a tales. Necesitamos todos la transformación interior que nos acerque a Cristo. Así se llegaría de verdad al cambio que necesita el mundo.

 Uno puede ser pesimista con este panorama. Nos parece una utopía conseguir que el amor llegue a reinar, y sin duda nos preguntamos cómo se puede cambiar el mundo. Es una gigantesca tarea. Es que vivimos en una época en que todo el mundo es tierra de misión. debemos sentirnos siempre de misión. Podemos dedicar tiepos especiales a la misión, dedicando tiempo a la evangelización, pero siempre  debemos orar por todos los que no conocen a Dios; que tengan la oportunidad de oír de Él y la dicha de abrazar la fe. Y debemos pedir por los que habiendo recibido la fe en el bautismo no son conscientes del don maravilloso que les fue dado y están en trance de perderlo. Y por los que tienen la fe dormida…

 Estamos repasando el Nº 42, que comenzamos en la reflexión pasada. Continúa tratando este número el tema: El discípulo de Cristo como nueva criatura, y lo aplica ahora directamente a nuestras relaciones con los demás. Recordemos una vez más, que la D.S.I. trata precisamente sobre nuestra relación con los demás. Nos explica la Iglesia el cambio interior que necesitamos en nosotros mismos para que nuestras relaciones con los demás sean como deben ser de acuerdo con el seguidor de Cristo, y el cambio que se requiere en las instituciones y en las condiciones de vida que no permiten una vida digna y que inducen al pecado. Leamos de nuevo las palabras del Compendio de la D.S.I. Dicen así:

Es preciso entonces apelar a las capacidades espirituales y morales de la persona y a la exigencia permanente de su conversión interior  para obtener cambios sociales que estén realmente a su servicio (Se refiere al servicio de los demás). La prioridad reconocida a la conversión del corazón no elimina en modo alguno, sino al contrario, impone la obligación de introducir en las instituciones y condiciones de vida, cuando inducen al pecado, las mejoras convenientes para que aquéllas se conformen a las normas de la justicia y favorezcan el bien en lugar de oponerse a él.”

 El párrafo que acabamos de leer lo toma el Compendio del Nº 1888 del Catecismo de la Iglesia Católica.

 Este párrafo es de especial importancia y nos viene bien ahondar en su significado. Se plantea allí nada menos que la necesidad del cambio, no sólo de las personas sino también de las instituciones y condiciones de vida cuando inducen al pecado. Las instituciones y las condiciones de vida pueden ser tales, que induzcan al pecado. Nos dice aquí la Iglesia que no es suficiente intentar el cambio interior, el trabajar por conformar nuestra vida con la de Cristo, si eso lo entendemos sólo como trabajar por nuestra conversión individual, sin efectos en nuestro entorno. Nuestra conversión se tiene que manifestar en nuestra relación con los demás. Si de nosotros depende que alguna institución se conforme o no a la justicia y a la equidad; si de nosotros depende el que las condiciones de vida de alguien induzcan o no al pecado, no podemos quedar satisfechos con vivir privadamente una vida espiritual intensa, nosotros solos. Dependiendo de nuestro estado y de nuestras posibilidades, no es suficiente la conversión sin que actuemos.

 En la vida pública el asunto no es sencillo. No es fácil conseguir la transformación interior de todos los legisladores, o por lo menos de la mayoría de ellos; la transformación interior del ejecutivo: presidente y ministros, para que todos ellos opten por introducir en las instituciones y en las condiciones de vida de los compatriotas, puestos a su cuidado, las mejoras convenientes para que su vida sea digna, conforme a las normas de la justicia. Y ¿cómo transformar los corazones de los violentos que han optado más bien por la sangre y el fuego? Cambiar esos corazones de piedra en corazones humanos, en corazones de carne de carne… no es tarea fácil.

 Cada uno de nosotros, según nuestro estado y condiciones, puede desempeñar un papel importante, comenzando por la oración y el sacrificio. Y hay acciones individuales dignas de todo encomio. La creatividad y las ganas de hacer el bien son insospechadas. Comentamos en la pasada reflexión, sobre una señora que está enseñando la fabricación de joyas de fantasía a un grupo de las “llamadas trabajadoras” sexuales. Su satisfacción es enorme al ver los resultados. Viven ellas en condiciones de vida que inducen al pecado, y esta querida señora les está enseñando un camino para salir de allí. Se alegró tanto cuando una de sus discípulas le dijo: “Desde que usted me enseñó a hacer collares no me he ido a dormir con hambre.”

Se trata en ese bello ejemplo de la acción individual de una persona que ha entendido el amor cristiano y lo vive. Cuando se trata del cambio de las instituciones y de las condiciones de vida de todo un país, se necesita voluntad política de nuestros dirigentes: parlamentarios, ministros, presidente. Pero antes de voluntad política necesitan ellos orientación cristiana. A no pocos, que hasta dicen ser católicos, les faltan conocimientos de su fe, les falta formación religiosa. Si no ¿cómo entender su posición en temas como el aborto, la eutanasia, que van claramente contra un mandamiento fundamental como es el quinto mandamiento “No matarás”. O su desconocimiento de la importancia de la defensa de la familia como célula vital de la sociedad? O su negligencia en la defensa del trabajador en cuanto a su condición salarial, de salud, de educación? No piensan propiamente en cristiano cuando se trata de la situación de los demás. Los absorbe la economía pensada solamente como herramienta para crear riqueza y no propiamente para todos…

 

Si el no comprometerse ha sido siempre algo inaceptable, el tiempo presente lo hace aún más culpable. A nadie le es lícito permanecer ocioso

 

Ahora bien, los parlamentarios y gobernantes cristianos son primero individuos, responsables de hacer vida la fe que recibieron, de ayudar a la construcción del Reino de Dios, que es un reino de justicia y de amor. Y todos tenemos que ser conscientes de nuestra vocación. Leamos algunas líneas de “Christifideles laici” de Juan Pablo II, la importante exhortación apostólica sobre la vocación y misión de los laicos en la Iglesia y en el Mundo.. En el Nº 3, refiriéndose a la llegada, inminente entonces, del tercer milenio, dice:

Nuevas situaciones, tanto eclesiales como sociales, económicas, políticas y culturales, reclaman hoy, con fuerza muy particular, la acción de los fieles laicos. Si el no comprometerse ha sido siempre algo inaceptable, el tiempo presente lo hace aún más culpable. A nadie le es lícito permanecer ocioso.

Qué importante es esta frase de Juan Pablo II. Qué bueno que los políticos católicos la tuvieran a la vista siempre: Si el no comprometerse ha sido siempre algo inaceptable, el tiempo presente lo hace aún más culpable. A nadie le es lícito permanecer ocioso.

 

…«el más fuerte» puede asumir diversos nombres: ideología, política, poder económico, sistemas políticos inhumanos, tecnocracia científica, avasallamiento por parte de los medios de comunicación

 

Continúa más adelante el Papa diciendo que Es muy grande la diversidad de situaciones y problemas que hoy existen en el mundo, y que además están caracterizadas por la creciente aceleración del cambio”… y advierte del peligro de las generalizaciones y simplificaciones indebidas. Sin embargo, añade, es posible advertir algunas líneas de tendencia que sobresalen en la sociedad actual. Se detiene allí Juan Pablo en algunas de las tendencias preocupantes, como el secularismo y en la necesidad de lo religioso, en la dignidad de la persona humana que es despreciada y exaltada. Enumera algunas de las formas como el ser humano es tratado como un mero instrumento, y lo convierten así en esclavo del más fuerte. Y dice:

…«el más fuerte» puede asumir diversos nombres: ideología, política, poder económico, sistemas políticos inhumanos, tecnocracia científica, avasallamiento por parte de los medios de comunicación. De nuevo nos encontramos frente a una multitud de personas, hermanos y hermanas nuestras, cuyos derechos fundamentales son violados, también como consecuencia de la excesiva tolerancia y hasta de la patente injusticia de ciertas leyes civiles: el derecho a la vida y a la integridad física, el derecho a la casa y al trabajo, el derecho a la familia y a la procreación responsable, el derecho a la participación en la vida pública y política, el derecho a la libertad de conciencia y de profesión religiosa.

 

Cuando pensábamos que Colombia era territorio de ciudadanos libres, ahora se pretende violar el derecho de la libertad de conciencia

 

En esa enumeración que Juan Pablo II hace de las violaciones a las que está sometida la persona humana uno podrá imaginarse que se refiere a países lejanos, que eso no pasa en nuestro país; sin embargo se ve que en vez de avanzar retrocedemos, porque cuando pensábamos que Colombia era territorio de ciudadanos libres, ahora estamos llegando a la violación al derecho de la libertad de conciencia con las declaraciones del Procurador y de algunos Magistrados de la Corte Constitucional (recuérdese quienes ocupaban esos cargos en 2006) y otros funcionarios públicos. Se defiende toda clase de libertades, pero se coarta la de conciencia. Quién lo hubiera creído, pero ahora es necesario organizar foros para defender la objeción de conciencia, reconocida en la Constitución. Parece increíble, pero es que dependiendo del tema, se acomodan las interpretaciones…

La denuncia que Juan Pablo II hace en Christifideles laici, de las violaciones de la dignidad de la persona humana no es corta. Oigamos este otro párrafo:

¿Quién puede contar los niños que no han nacido porque han sido matados en el seno de sus madres, los niños abandonados y maltratados por sus mismos padres, los niños que crecen sin afecto ni educación? En algunos países, poblaciones enteras se encuentran desprovistas de casa y de trabajo; les faltan los medios más indispensables para llevar una vida digna del ser humano; y algunas carecen hasta de lo necesario para la subsistencia. Tremendos recintos de pobreza y de miserita, física y moral a la vez, se han vuelto anodinos (i.e. no nos preocupan) y como normales en la periferia de las grandes ciudades, mientras afligen mortalmente a enteros grupos humanos.

Podríamos ser pesimistas; sin embargo el Papa ve también signos de esperanza, pues dice más adelante: Una beneficiosa corriente atraviesa y penetra ya todos los pueblos de la tierra, cada vez más conscientes de la dignidad del hombre: éste no es una «cosa»  o un «objeto» del cual servirse; sino que es siempre un «sujeto», dotado de consciencia y de libertad, llamado a vivir responsablemente en la sociedad y en la historia, ordenado a valores espirituales y religiosos.

 

Tenemos como misión llevar a Jesucristo que es la «noticia» nueva y portadora de alegría

El papel de la Iglesia es fundamental en este cambio que el mundo necesita. Su papel, como lo dice enseguida Juan Pablo II tiene como misión llevar a Jesucristo que es la «noticia» nueva y portadora de alegría. Y lo que sigue nos toca especialmente a los laicos, pues dice Juan Pablo II:

En este anuncio y en este testimonio  los fieles laicos tienen un puesto original e irreemplazable: por medio de ellos la Iglesia de Cristo está presente en los más variados sectores del mundo, como signo y fuente de esperanza y amor.

 

Nuestra tarea es nada menos que estar presentes como signos y fuentes de esperanza y amor

Si lo meditamos en sola esa frase, Juan Pablo II nos pone frente a una responsabilidad tremenda, y tenemos que examinar si de verdad la cumplimos: la tarea es nada menos que estar presentes como signos y fuentes de esperanza y amor. ¡Menuda tarea! ¡Qué examen de conciencia el que nos tenemos que hacer! De verdad, cada uno de nosotros ¿puede considerar que en el medio donde vive y trabaja es signo y fuente de esperanza y amor? Les confieso que me estremezco ante tamaña responsabilidad: ser signo y fuente de esperanza y amor.

 Algunas de las tareas que Juan Pablo II dice que son de los laicos

Ya con esa tarea sería suficiente, pero que como hay que ser prácticos, para que no nos quedemos sólo en generalidades y en bellos pensamientos y palabras, enumeremos  algunas, sólo algunas de las tareas que Juan Pablo II dice que son de los laicos. Escuchemos primer una tarea general, muy grande:

…los fieles laicos están llamados de modo particular para dar de nuevo a la entera creación todo su valor originario, dice. Como hemos visto, el laico tiene que trabajar en la instauración del Reino. No nos podemos cruzar de brazos esperando la segunda venida del Señor. Tenemos trabajo que hacer. Todo lo que encierra esa sola frase de Juan Pablo II: dar de nuevo a la entera creación todo su valor originario. Es decir volver la creación al diseño original…

Para eso se realizó la Encarnación del Hijo de Dios: para reconciliar al hombre y a toda la creación con el Creador y con ella misma, para que se dirijan armónicamente a Cristo y se restablezca el equilibrio roto por el pecado.[1] Mediante nuestro trabajo, nos dice también Juan Pablo II en su encíclica Laborem exercens, no sólo nos tenemos que ganar nuestro pan cotidiano, sino que debemos contribuir al continuo progreso de las ciencias y de la técnica y, sobre todo, a la incesante elevación cultural y moral de la sociedad.

 

El cristiano está llamado a colaborar en la construcción del Reino, ordenando la sociedad humana con una visión que sólo da la fe

 

En palabras de Juan Pablo II en Christifideles laici (Nº 14), estamos llamados a ordenar lo creado al verdadero bien del hombre. Según sus palabras textuales, cuando los fieles laicos obran así, participan en el ejercicio de aquel poder, con el que Jesucristo Resucitado atrae a sí todas las cosas y las somete, junto consigo mismo, al Padre, de manera que Dios sea todo en todos (cf Jn,12,32;1Cor 15,28).

El mundo, según Christifideles laici, es el ámbito y el medio de la vocación cristiana de los fieles laicos. Allí, dice el documento,  estamos llamados por Dios para contribuir, desde dentro a modo de fermento, a la santificación del mundo mediante el ejercicio de sus propias tareas, guiados por el espíritu evangélico, y así manifiestan a Cristo ante los demás, principalmente con el testimonio de su vida y con el fulgor de su fe, esperanza y caridad.(…) Dios les manifiesta su designio en su situación intramundana, y les comunica la particular vocación de buscar el reino de Dios tratando las realidades temporales y ordenándolas según Dios.[2]

Ordenar las realidades temporales según Dios es encauzar nuestro mundo según los planes de Dios. Para que eso sea realidad tenemos que empezar por encauzar nuestra propia vida según los designios de Dios.

Y de nuevo nos pone a pensar en eso de ser fermento; que tenemos que manifestar a Cristo con el testimonio de nuestra vida, con el fulgor de nuestra fe, esperanza y caridad…Se siente uno tan pequeño, pero una vez más, recordemos que no estamos solos, que está la fuerza del Espíritu Santo a nuestro alcance…

Toda esta doctrina nos indica que estamos llamados a la santidad; no a una santidad de aureola, para que tratemos de figurar entre los privilegiados o en el santoral, sino que estamos llamados a una vida de seguimiento de Cristo, que eso es una vida de santidad. Juan Pablo II nos recuerda en la exhortación Christifideles laici que estamos citando (Nº 16), que, en sus palabras textuales:

 El Concilio Vaticano II ha pronunciado palabras altamente luminosas sobre la vocación universal a la santidad. Se puede decir que precisamente esta llamada ha sido la consigna fundamental confiada a todos los hijos e hijas de la Iglesia, por un Concilio convocado para la renovación evangélica de la vida cristiana. Y añade el Papa que  Esta consigna no es una simple exhortación moral, sino una insuprimible exigencia del misterio de la Iglesia (…) y podemos decir, como lo añade a continuación, que contamos con el eficaz auxilio del Espíritu Santo, pues El espíritu que santificó la naturaleza humana de Jesús en el seno virginal de María (cf. Lc 1,35), es el mismo Espíritu que vive y obra en la Iglesia, con el fin de comunicarle la santidad del Hijo de Dios hecho hombre. Eran palabras de Juan Pablo II. ¿Nos habíamos imaginado lo grandioso de la dignidad del bautizado?

El capítulo V de la Constitución dogmática sobre la Iglesia, la Lumen Gentium (que comienza: Cristo luz de los pueblos), en los Nº 39-42 trata sobre la  “universal vocación a la santidad en la Iglesia”.

Fernando Díaz del Castillo Z.

escribanos a: reflexionesdsi@gmail.com


[1] Cfr Reflexiones 25 y 26,  de 17 y 24 de agosto, 2006; Pastor Gutiérrez, S.J. Comentario a Colosenses, BAC 211, Pgs. 828ss

[2] Cf Lumen Gentium 38

Reflexión 34 Jueves 19 de octubre 2006

Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia Nº 41-42

 

En nuestro estudio seguimos el libro: Compendio de la Doctrina Social de la  Iglesia. Estamos reflexionando sobre la tercera parte del capítulo 1º que se titula: El Designio del Amor de Dios para la Humanidad. En la reflexión anterior terminamos la consideración del Nº 41, que nos explica cómo el ser humano, gracias a la pasión, muerte y resurrección de Jesucristo fue reconciliado con Dios, consigo mismo y con el universo creado. Gracias a esa acción maravillosa de Jesucristo, el ser humano es una nueva criatura, un hombre nuevo, que está llamado a seguir los pasos de Jesús. Dice el Compendio, citando la Constitución Gaudium et Spes en el Nº 22, que con el seguimiento de Jesús, la vida y la muerte se santifican y adquieren nuevo sentido.

Para conectar con nuestra pasada reflexión, leamos la parte final del Nº 41 del Compendio, que dice:

El discípulo de Cristo se adhiere, en la fe y mediante los sacramentos, al misterio pascual de Jesús, de modo que su hombre viejo, con sus malas inclinaciones, está crucificado con Cristo. En cuanto nueva criatura, es capaz mediante la gracia  de caminar según “una vida nueva” (Rm 6,4). Es un caminar que

Vale no solamente para los cristianos, sino también para todos los hombres de buena voluntad, en cuyo corazón obra la gracia de modo invisible. Cristo murió por todos, y la vocación suprema del hombre en realidad es una sola, es decir, la divina. En consecuencia, debemos creer que el Espíritu Santo ofrece a todos  la posibilidad de que, en la forma de solo Dios conocida, se asocien a este misterio pascual.

 

La salvación se ofrece a todos, por caminos misteriosos

 

Estas palabras de la Constitución Gaudium et Spes en el Nº 22, que afirman de manera contundente la vocación universal del hombre a la salvación, las debemos considerar con todo cuidado. Es muy claro el Concilio. Afirma que debemos creer que el Espíritu Santo ofrece a todos los hombres la posibilidad de que, en la forma de solo Dios conocida, se asocien a este misterio pascual. La salvación se ofrece pues, a todos. A todos es a todos, por los caminos que pueden ser desconocidos para nosotros, pero no para la misericordia del que todo lo puede. Más aún, refiriéndose a los no cristianos de buena voluntad, afirma, como acabamos de oír, que en su corazón obra la gracia de modo invisible. 

Eso sí, nadie nos puede quitar el privilegio del que gozamos los creyentes en Cristo, el privilegio de gozar del don, del regalo gratuito de la fe. De la fe que, como confesamos en público, después de recitar el Credo, nos gloriamos en profesar. Vamos a oír un poquito más adelante una frase de San Agustín que nos exhorta a regocijarnos en la fe.

 

El don de la fe implica no sólo agradecer sino también asumir responsabilidades

 

 Ahora bien, el don de la fe implica no sólo agradecer sino también responder; esto es, asumir responsabilidades. Vimos cómo se espera que sea la respuesta del cristiano al acontecimiento del Misterio Pascual. Como una ayuda, recordamos que el Catecismo Astete, que los mayores estudiamos de niños, a la pregunta ¿Qué quiere decir cristiano?, respondía: Cristiano quiere decir hombre de Cristo. Y comprendimos que lo que se espera suceda con el discípulo, con el hombre de Cristo, como nos dice el Concilio es que se adhiera al misterio Pascual de Jesús, en la fe y mediante los sacramentos. Así, el hombre viejo, con sus malas inclinaciones se crucifica con Cristo; participa de la muerte y resurrección de Cristo.

Y volvamos a las palabras del Concilio que acabamos de leer; fijémonos bien: dice que el cristiano, mediante la gracia, es capaz, como nueva criatura, de caminar según una vida nueva. Estamos llamados entonces, a vivir de otra manera a como viven los paganos. Pueden ser reiterativas estas reflexiones, pero sólo así vamos a interiorizar estas enseñanzas.

 

Adherir en la fe supone  trasladar nuestra fe a la vida

 

Tienen mucho fondo para meditar, estas palabras. Nos dicen que la manera de participar del misterio Pascual, de la obra de Cristo muerto y resucitado, es con nuestra adhesión a este misterio en la fe y mediante los sacramentos. Gracias a los sacramentos, el Espíritu Santo nos dará las gracias necesarias para caminar según una vida nueva. No es sólo decir que creemos y recibir los sacramentos. Sabemos que sin esta ayuda no podemos nada, con sólo nuestras fuerzas, pero con esa ayuda sobrenatural, estamos llamados a caminar una vida nueva.

Adherir en la fe a Cristo muerto y resucitado, no es solamente confesar de palabra que creemos, cuando recitamos el Credo. Adherir en la fe supone  trasladar nuestra fe a la vida.

Para quien tiene fe, la visión de la vida y del mundo es distinta a la manera que de ver el mundo tiene el no creyente. Cuando escuchamos o leemos a los no creyentes, vemos qué diferente es la vida, y qué poco ordenado es el mundo que  ellos desean. Es claro lo distantes que están del plan de Dios sobre el hombre y el mundo.

En la Eucaristía del domingo nos ponemos de pie para hacer nuestra profesión de fe. En algunas ocasiones, el celebrante nos va preguntando si creemos en las verdades que va enunciando y respondemos: “Sí creo”. Al final proclamamos todos juntos: esta es nuestra fe, es la fe de la Iglesia que nos gloriamos en profesar. No es difícil confesar en voz alta que creemos, en la Iglesia, cuando todos lo hacen. Es más difícil hacerlo en nuestro tiempo en la vida social y de trabajo. Nos hemos vuelto flojos. Y no me refiero a confesar la fe recitando el Credo en la oficina o en la reunión, claro está que no, sino a confesarla asumiendo una posición de creyentes, cuando hay que opinar o tomar decisiones. La fe se confiesa cuando obramos como creyentes, mejor que, cuando la confesamos solo de palabra.

La profesión de fe, en la fórmula del Credo, termina con la palabra hebrea Amén. El Catecismo nos enseña que En hebreo, «Amén» pertenece a la misma raíz que la palabra «creer». Esta raíz expresa la solidez, la fiabilidad, la fidelidad. Así se comprende por qué el «Amén» puede expresar tanto la fidelidad de Dios hacia nosotros como nuestra confianza en Él.[1] Es por eso no cambiar la palabra Amén, por Así sea.

De Dios sabemos que no nos falla. Nosotros quisiéramos no fallar. Nos damos ánimo afirmando que creemos, porque queremos ser consecuentes con lo que decimos creer, aunque sabemos que el hombre viejo está allí todos los días, y necesitamos que la mano de Dios, por medio de la mano de María nos sostenga, nos levante para seguir en la lucha.

El Catecismo continúa en el Nº 1064 con estas palabras: (…) el «Amén» final del Credo recoge y confirma su primera palabra: «Creo». Creer es decir «Amén» a las palabras, a las promesas, a los mandamientos de Dios,  es fiarse totalmente de Él, que es el Amén de amor infinito y de perfecta fidelidad. La vida cristiana de cada día será también el «Amén» al «Creo» de la Profesión de fe del bautismo: Fijémonos: la vida cristiana debe ser un “Amén” (A continuación el Catecismo cita estas palabras de San Agustín):

            Que tu símbolo sea para ti como un espejo. Mírate en él: para ver si  crees todo lo que declaras creer. Y regocíjate todos los días   en la fe.[2]

Qué bueno que en la práctica viviéramos esa vida nueva que nos mereció Jesucristo. Porque vemos y podríamos decir que sentimos la presencia de Dios en nuestra vida y en el mundo, sobre todo cuando todo nos resulta bien. Y  cuando aparece la noche y nos parece que Dios se hubiera ocultado, en el fondo sigue esa lucecita de la fe, y sabemos que en medio de la oscuridad también está Dios, y que la Aurora va a llegar. Nuestra fe está llena de esperanza, porque está llena de la luz del misterio pascual. La vida, el mundo, se ven distintos desde la perspectiva de la Pascua.

 

El cristiano puede encontrar llena de sentido  su vida y recibir también así a la muerte

 

Hemos visto que la fe implica una libre y entera adhesión a Dios; una aceptación de los planes de Dios, que siempre serán en nuestro bien, aunque a veces no los entendamos. Y como a veces nos sentimos miserables e incapaces de vivir nuestra fe, es bueno insistir en que, conocedor de nuestra flaqueza, el Señor nos mandó al Espíritu Santo que nos ilumina y nos da la fortaleza que necesitamos. Lo malo es que a veces se nos olvida que el Espíritu Santo está presente en la Iglesia, a través de los sacramentos. Y nos alejamos de ellos. Es increíble, pero si tenemos hambre, nos ofrecen pan y no lo recibimos. Nos sentimos débiles o enfermos, tenemos el medicamento y el alimento a nuestra disposición y los ignoramos. Y confesamos que creemos que en cada sacramento se nos comunica el Espíritu Santo, pero muchas veces  los tratamos, como si fueran sólo signos externos, ritos exteriores, sin contenido. Es muy triste el ejemplo, muy repetido hoy, de las parejas que contraen matrimonio civil, pudiendo hacerlo por medio del sacramento. Seguramente lo ven vacío…no ven la diferencia…

Entonces, los que hemos sido regalados con el don de la fe podremos vivir como las nuevas criaturas en que nos convirtió el bautismo, con la ayuda del Espíritu Santo, por medio de los sacramentos. Eso sí, los necesitamos. Necesitamos la ayuda del Espíritu Santo.

Vamos a repetir el comentario de la reflexión anterior sobre los sacramentos, que, como decíamos, están a nuestro alcance… Y no son simples ritos externos. El Catecismo (1210ss) nos enseña que mediante los sacramentos de la iniciación cristiana (Bautismo, Confirmación, Eucaristía), se ponen los fundamentos de la vida cristiana. Pasa un poco como con los cimientos de las casas: no se ven, pero siguen actuando. Si se quitaran los cimientos la casa se caería. Los sacramentos siguen actuando todo el tiempo en nuestra vida, y de qué manera. El Catecismo en el Nº 1212, cita a Pablo VI en la Constitución Apostólica “Divinae Consortium naturae”, donde dice:

“La participación en la naturaleza divina, que los hombres reciben como don mediante la gracia de Cristo, tiene cierta analogía con el origen, el crecimiento y el sustento de la vida natural. Los fieles renacidos en el Bautismo se fortalecen con el sacramento de la Confirmación y finalmente, son alimentados en la Eucaristía con el manjar de la vida eterna, y así, por medio de estos sacramentos de la iniciación cristiana, reciben cada vez con mas abundancia  los tesoros de la vida divina y avanzan hacia la perfección de la caridad”.

El trato que muchas veces se da a los sacramentos no corresponde a lo que creemos sobre ellos. Los tratamos, por lo menos a veces, como si fueran sólo una ceremonia, que obrara de modo pasajero en nuestro estado de ánimo mientras participamos en ellos. Y resulta que a través de ellos el Espíritu Santo actúa en nosotros, y los necesitamos para vivir la vida nueva, como nuevas criaturas.

 Leímos en la reflexión pasada unas bellas palabras del Cardenal Ratzinger en sus libros “Dios y el Mundo” y en “El Espíritu de la Liturgia” sobre el significado de los signos externos en los sacramentos .Dice allí: La fe no es algo etéreo, sino que se adentra en el mundo material. A su vez, mediante los signos del mundo material entramos en contacto con Dios. Dicho de otra manera: los signos son expresión de la corporalidad de nuestra fe.

 Con otras palabras: los sacramentos son una especie de contacto con el mismo Dios. Demuestran que la fe no es puramente espiritual, sino que entraña y genera comunidad, e incluye la tierra y la creación…[3]

 Fe y sacramentos: lo espiritual y lo material; lo terreno y lo espiritual

 

Es muy bella esta explicación. De manera que fe y sacramentos con sus señales externas, son lo espiritual y lo material, lo terreno y lo celestial, que se unen. Siguen la misma línea del comportamiento de Dios, que para llegar a nosotros, que somos materia, carne,  se hace carne. Los seres humanos, carne y espíritu, necesitamos de lo externo, de los sentidos, para llegar a Dios. Por eso Dios nos dejó los sacramentos vinculados a lo material: al agua, al aceite, al pan, al vino; cosas materiales que podemos ver, sentir, palpar, gustar; y Dios actúa a través de ellos.[4]

Los sacramentos no obran como magia

Como toda acción de Dios quedan confiados a nuestra libertad

 

Tengamos también presentes, para que no creamos que los sacramentos obran como magia, estas última líneas del Cardenal Ratzinger: …como toda acción de Dios, quedan confiados a nuestra libertad; no actúan (los sacramentos) como el evangelio en general mecánicamente, sino en conjunción con nuestra libertad.[5]

Con esto terminamos nuestra reflexión sobre el Nº 41 y vamos a continuar ahora el Nº 42.

 

 El discípulo de Cristo como nueva criatura, y sus relaciones con los demás

 

 El Nº 42 continúa el mismo tema, es decir: El discípulo de Cristo como nueva criatura, ahora directamente aplicado a nuestras relaciones con los demás. Recordemos que estamos viendo los fundamentos de la doctrina social, que son precisamente la doctrina sobre nuestras relaciones con los demás. Empieza así el Nº 42:

 La transformación interior de la persona humana, en su progresiva conformación con Cristo, es el presupuesto esencial de una renovación real de sus relaciones con las demás personas:

 Nos acababan de explicar que gracias a la acción salvadora de Jesucristo, a su encarnación, vida, muerte y resurrección, el ser humano es una nueva criatura, un hombre nuevo, llamado a seguir los pasos de Jesús; y añadía el Compendio, citando la Constitución Gaudium et Spes en el Nº 22, que con el seguimiento de Jesús, la vida y la muerte se santifican y adquieren nuevo sentido.

Veamos la conexión de esa visión de la vida que debe vivir el hombre nuevo, con la doctrina social. Ahora nos dicen que La transformación interior de la persona humana, en su progresiva conformación con Cristo, es el presupuesto esencial  de una renovación real de sus relaciones con las demás personas: Entendámoslo bien: una real renovación de nuestras relaciones con los demás, presupone nuestra transformación interior, es decir nuestra conversión. Nuestras malas relaciones con otros, el rencor, por ejemplo, necesitan nuestra transformación interior.

 Se supone que el cristiano se esfuerza para, con la ayuda de la gracia, conformar progresivamente su vida con Cristo. Utilizando una palabra que gusta ahora mucho, podemos decir que el cristiano está siempre “en el proceso” de conformar su modo de vida con el Evangelio; es decir en  proceso de aprender a vivir de acuerdo con Cristo; estamos siempre en proceso de conversión. Eso no se consigue con lavados cerebrales, ni con fusiles ni minas antipersona ni cilindros bomba. Empieza si, con agua, con el agua del bautismo y con el fuego del Espíritu Santo.

 Por eso afirmamos que la doctrina social no se funda en la sociología, ni en la política ni en la economía. El fundamento de unas relaciones sanas, buenas, con los demás,  como deben ser, de acuerdo con lo que somos: creados a imagen y semejanza de Dios, que es Amor, es nuestra conformación con Cristo, y a eso es imposible llegar sin una transformación interior. Esa clase de hombre nuevo, no se hace a la fuerza, como pretendió hacerlo el comunismo, con los lavados cerebrales ni como pretende el socialismo, amedrentando, asustando, o con solo leyes, que no siempre son justas ni equitativas, olvidándose de lo que es el hombre, creado por Dios.

 Una ley puede obligar al rico a dar como impuesto parte de su patrimonio, o como confiscación a dar todo lo que tiene;  pero seguirá tratando, con todo derecho, a formar un patrimonio nuevo o a incrementar el que tiene, pensando sólo en sí. El rico no va a entender que no es dueño absoluto de su riqueza, sino cuando comprenda y acepte que Dios lo puso de administrador. El poderoso no va a dejar de utilizar su fuerza para dominar a los otros, si no entiende que su vocación es de servicio y no de que los demás le sirvan a él. Y el guerrillero, que hoy secuestra y asesina, va a dejar de hacerlo, cuando entienda que los demás son sus hermanos y los debe tratar como a tales. Necesitamos todos la transformación interior que nos acerque a Cristo.

 Dios Santo, qué lejos estamos…¿Entonces qué esperanza hay de que el mundo cambie?…? Veamos cómo sigue el Nº 42:

 

Los genuinos cambios sociales requieren una conversión del corazón

Es preciso entonces apelar a las capacidades espirituales y morales de la persona y a la exigencia permanente de su conversión interior  para obtener cambios sociales que estén realmente a su servicio (Se refiere al servicio de los demás). La prioridad reconocida a la conversión del corazón no elimina en modo alguno, sino al contrario, impone la obligación de introducir en las instituciones y condiciones de vida, cuando inducen al pecado, las mejoras convenientes para que aquéllas se conformen a las normas de la justicia y favorezcan el bien en lugar de oponerse a él.”

El párrafo que acabo de leer lo toma el Compendio del Nº 1888 del Catecismo de la Iglesia Católica.

Ni es suficiente la conversión individual

 

Plantea la Iglesia nada menos que el cambio de las instituciones y condiciones de vida cuando inducen al pecado. Nos dice que no es suficiente intentar el cambio interior, el trabajar por conformar nuestra vida con la de Cristo, si eso lo entendemos sólo como trabajar por la conversión individual, sin efectos en nuestro entorno. Nuestra conversión se tiene que manifestar en nuestra relación con los demás. Si de nosotros depende que alguna institución se conforme o no a la justicia y a la equidad; si de nosotros depende el que las condiciones de vida de alguien induzcan o no al pecado, no podemos quedar satisfechos con vivir privadamente una vida espiritual intensa, nosotros solos. Dependiendo de nuestro estado y de nuestras posibilidades, no es suficiente la conversión sin acción.

No es fácil conseguir la transformación interior de todos los legisladores, o por lo menos de la mayoría de ellos, la del ejecutivo; presidente y ministros, para que todos ellos opten por introducir en las instituciones y en las condiciones de vida de los compatriotas puestos a su cuidado, las mejoras convenientes para que su vida sea digna, conforme a las normas de la justicia. Y ¿cómo transformar los corazones de los violentos que han optado más bien por la sangre y el fuego?

Sobre este tema del cambio de las instituciones y de las condiciones de vida sigue el Nº 43 que comentaremos en la próxima reflexión, si Dios quiere.


[1] Catecismo Nº 1061ss

[2] S. Agustín, serm. 58, 11,13: PL 38, 399

[3] Joseph Ratzinger, Dios y el Mundo, Galaxia Gutemberg-Círculo de Lectores, Pg. 376s

[4] Cf Joseph Ratzinger, El Espíritu de la liturgia, San Pablo, Pg. 182

[5] Ratzinger, Dios y el Mundo,  ibidem

Reflexión 33 Jueves 12 de octubre 2006

 

 

Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia Nº 41

 

Estamos estudiando el primer capítulo del Compendio de la D.S.I. que nos enseña cuál es el designio o plan de Dios para la humanidad. En la reflexión  pasada continuamos el estudio del Nº 41. Este número y los tres siguientes se dedican al tema: El discípulo de Cristo como nueva criatura. Nos explica allí el Compendio que

La vida personal y social así como el actuar humano en el mundo están siempre asechados por el pecado, pero Jesucristo, “padeciendo por nosotros, nos dio ejemplo para seguir sus pasos y, además, abrió el camino, con cuyo seguimiento  la vida y la muerte se santifican y adquieren nuevo sentido”.

 

El ser humano, gracias a la pasión, muerte y resurrección de Jesucristo fue reconciliado con Dios, consigo mismo y con el universo creado

Desde el pecado original, el universo no es como el Creador lo quería, como Él lo diseñó; el hombre empañó en sí mismo la imagen y semejanza de Dios, como fue originalmente creado. Por eso nuestro actuar en el mundo, nuestra vida personal y social, están permanentemente amenazados por el pecado. Sin embargo, gracias a la misericordia de Dios, la situación del hombre no está perdida, porque la vida, pasión y resurrección de Jesús, como nos enseña la  Constitución Gaudium et Spes, del Concilio Vaticano II, en el Nº 22, ha devuelto a la descendencia de Adán la semejanza divina, deformada por el primer pecado.

Leamos de nuevo con atención esa frase del Concilio: Jesucristo, por medio de su vida, pasión, muerte y resurrección ha devuelto a la descendencia de Adán la semejanza divina, deformada por el primer pecado. En él, la naturaleza humana asumida, no absorbida,[1] ha sido elevada también en nosotros a dignidad sin igual.

De manera que el Hijo de Dios al hacerse hombre tomó, sin destruirla, la naturaleza humana y la dignificó con una dignidad a la que sólo Él podía elevar. El mundo cambió cuando Dios se hizo parte de él.

Y continúa luego el Concilio: El Hijo de Dios  con su encarnación se ha unido, en cierto modo, con todo hombre. Trabajó con manos de hombre, pensó con inteligencia de hombre, obró con voluntad de hombre, amó con corazón de hombre. Nacido de la Virgen María, se hizo verdaderamente uno de los nuestros, semejante en todo a nosotros, excepto en el pecado.[2] Hasta allí las palabras del Concilio.

Para  comprender cómo es eso de la reconciliación que nos mereció Jesucristo, reconciliación con el Padre, con nosotros mismos y con toda la creación, leímos dos textos de San Pablo: en la 2ª Carta a los Corintios, capítulo 5º, los vv. 18 y siguientes, y en Colosenses 1, 20-22 . Leámoslos de nuevo.

…el que está en Cristo, es una nueva creación; pasó lo viejo, todo es nuevo. Y todo proviene de Dios, que nos reconcilió consigo por Cristo y nos confió el misterio de la reconciliación. Porque en Cristo estaba Dios reconciliando al mundo consigo, no tomando en cuenta las trasgresiones de los hombres, sino poniendo en nuestros labios las palabras de la reconciliación.

Es San Pablo, el que escribió esto. Es palabra revelada.

Recordemos las notas de la Biblia de Jerusalén sobre estos textos, pues nos ayudan a comprender mejor lo que Cristo hizo por nosotros. Dice que Dios que había creado todas las cosas por Cristo, (Cfr Jn 1,3), restauró su obra, desordenada por el pecado, re-creándola en Cristo (Col1-15-20). El centro de esta “nueva creación”, que afecta a todo el universo, (Col 1,19s; Cf 2 P 3,13; Ap 21,1), es aquí el “hombre nuevo”, creado en Cristo (Ef 2,10), para una vida nueva, (Rm 6,4) de justicia y santidad (Ef 2,10; 4,24; Col 3,10).

Repitamos ahora la lectura del primer capítulo de Colosenses, desde la segunda parte del v. 18 al 23: Él (Cristo) es el Principio, el Primogénito de entre los muertos, para que sea él primero en todo, pues Dios tuvo a bien hacer residir en él toda la Plenitud, y reconciliar por él y para él todas las cosas, pacificando, mediante la sangre de su cruz, lo que hay en la tierra y en los cielos.

 

Todo el universo estaba asociado con el hombre en el pecado. Al ser Cristo la cabeza de todo el universo, lo asocia también a la salvación

 

Ya en otra oportunidad habíamos reflexionado sobre la salvación de todo el universo, y nos habíamos referido a este texto de San Pablo. Como la Biblia de Jerusalén nos explica, “Para Pablo, la Encarnación, coronada por la Resurrección, ha puesto a la naturaleza humana de Cristo no sólo a la cabeza del género humano, sino de todo el universo creado, asociado en la salvación, como lo había estado en el pecado.” De manera que todo el universo estaba asociado con el hombre en el pecado. Ahora, al ser Cristo la cabeza de todo el universo, lo asocia también a la salvación. La salvación del hombre, que había caído, y con él todo el universo, ha sido conseguida por la muerte y resurrección de Jesucristo

Continúa la anotación de la Biblia de Jerusalén con estas palabras: “Esta reconciliación universal engloba a todos los espíritus celestes, lo mismo que a todos los hombres. Pero no significa la salvación individual de todos, sino la salvación colectiva del mundo por su vuelta al orden y a la paz en la sumisión perfecta a Dios.”

 

La salvación que nos mereció Jesucristo es la vuelta al orden de todo el mundo pero individualmente tenemos que hacer nuestra parte

 

Como decíamos en la reflexión pasada, es importante tener en cuenta que la salvación que nos mereció Jesucristo, como nos aclaran las palabras de la Biblia de Jerusalén, es la vuelta al orden de todo el mundo; pero  individualmente tenemos que hacer nuestra parte, lo cual podremos conseguir, no solos, sino con la ayuda de la gracia. Por eso necesitamos acudir a la oración, al sacrificio, a los sacramentos… Pero sin la muerte y resurrección de Jesucristo, esto no hubiera sido posible.

 

Misión de los laicos: buscar el Reino de Dios, tratando las realidades temporales y ordenándolas según Dios

 

Viene bien insistir que, el volver las cosas todas al orden perfecto en Cristo, se completará al final de los tiempos. Mientras tanto tenemos la misión de ayudar en la edificación de este Reino de justicia, de amor, de armonía, de paz. Nosotros, individualmente, tenemos que trabajar en la construcción del reino en nosotros mismos. Tenemos que seguir el camino que abrió Jesucristo. Ese proceso comenzó en nuestro nuevo nacimiento, en el bautismo. Y los laicos tenemos además la misión de buscar el Reino de Dios, tratando las realidades temporales y ordenándolas según Dios,  como nos enseñó Juan Pablo II en Christifideles laici (Nº 15). O como dice el mismo Papa en el mismo documento: Dios ha confiado el mundo a los hombres y a las mujeres, para que participen en la obra de la creación, la liberen del influjo del pecado y se santifiquen en el matrimonio, el celibato, en la familia, en la profesión y en las diversas actividades sociales.

Sepultados por el bautismo en la muerte de Cristo

A propósito del nuevo nacimiento en el bautismo, recordemos la necesidad de este nuevo nacimiento, del que Jesús habló a  Nicodemo en el capítulo 3º de Juan: …”el que no nazca de agua y de Espíritu no puede entrar en el reino de Dios”, le dijo el Señor, era una clara alusión a la recepción del Espíritu Santo, por medio del sacramento del bautismo,.

Para terminar esta parte de nuestra reflexión, volvamos a leer el comienzo del Nº 41 del Compendio, que estamos comentando:

La vida personal y social así como el actuar humano en el mundo están siempre asechados por el pecado, pero Jesucristo, “padeciendo por nosotros, nos dio ejemplo para seguir sus pasos y, además, abrió el camino, con cuyo seguimiento la vida y la muerte se santifican y adquieren nuevo sentido”.

El discípulo de Cristo se adhiere, en la fe y mediante los sacramentos, al misterio pascual de Jesús, de modo que su hombre viejo, con sus malas inclinaciones, está crucificado en Cristo. En cuanto nueva criatura, es capaz mediante la gracia  de caminar según “una vida nueva”.

Cita aquí el Compendio a Rm 6,4, que dice: Fuimos, pues, con él sepultados por el bautismo en la muerte, a fin de que, al igual que Cristo fue resucitado de entre los muertos por medio de la gloria del Padre, así también nosotros vivamos una vida nueva.

Nos explica la citada Biblia de Jerusalén, el sentido de esta figura utilizada por San Pablo: “sepultados por el bautismo en la muerte”; la inmersión en el agua del bautismo es figura de la acción de sepultar al pecador en la muerte de Cristo; el bautizado sale de esa muerte, como nueva criatura, como hombre nuevo,  por la resurrección con él, como miembro de un único Cuerpo, animado del único Espíritu. 

Significado del agua en el bautismo

 

El Cardenal Ratzinger en su libro: Introducción al espíritu de la liturgia[3], nos ofrece esta bella explicación sobre el significado del agua en el bautismo, y esta idea de la muerte y la resurrección:

La tradición eclesial distingue un doble simbolismo atribuido al agua. El agua salada del mar es símbolo de la muerte, es amenaza y peligro; el agua salada evoca el mar Rojo que fue mortal para los egipcios y del cual fueron salvados los israelitas. El Bautismo es una suerte de paso del mar Rojo. Incluye un acontecimiento de muerte. Es algo más que un baño o una ablución. Sus raíces se hunden en lo más profundo de la existencia hasta tocar la muerte. El Bautismo es una comunidad en la cruz con Cristo. He aquí lo que la imagen del Mar Rojo quiere proponernos: que el Bautismo es un misterio de muerte y resurrección (cf Rm 6,1-11). Por el contrario, el agua, que fluye de una fuente, es señal de la fuente de la que toda vida brota. Es un símbolo de vida. Por eso, era una norma de la antigua Iglesia  que se administrara el Bautismo con “agua viva”  con agua de una fuente. De este modo se podía experimentar el Bautismo como inicio de una nueva vida. Los Santos Padres vieron en el fondo de todo ello la conclusión de la historia de la Pasión, tal como refiere Juan. El cuarto evangelio dice que del costado abierto del Señor brotaron sangre y agua. El Bautismo y la Eucaristía nacen del corazón perforado de Jesús. Ese Corazón se ha convertido en una fuente viva que nos hace vivir (cf Jn 19,34s; 1Jn 5,6). En la fiesta de los Tabernáculos profetizó Jesús, que de aquel que venga a Él y beba, brotarán torrentes de agua viva.

El cuarto evangelio añade que “esto lo decía refiriéndose al Espíritu que iban a recibir los que creyeran en Él” (Jn 7,38). El bautizado se convierte en fuente. Cuando recordamos a los grandes santos de la historia, de los que verdaderamente brotaron corrientes de fe, esperanza y caridad, podemos entender mejor lo que Jesús nos dejó dicho; entonces se nos vuelve inteligible en que consiste la dinámica del Bautismo al considerar la promesa y la misión que entraña.

 Es bellísimo cómo, todo lo que nos explican de nuestra fe, encaja perfectamente, es perfectamente coherente.

Terminamos nuestra reflexión del Nº 41, que nos explica cómo el ser humano, gracias a la pasión, muerte y resurrección de Jesucristo fue reconciliado con Dios, consigo mismo y con el universo creado. Es una nueva criatura, un hombre nuevo, que está llamado a seguir los pasos de Jesús. Dice el Compendio, citando la Constitución Gaudium et Spes en el Nº 22, que con el seguimiento de Jesús, la vida y la muerte se santifican y adquieren nuevo sentido.

Leamos la parte final del Nº 41 del Compendio, que dice:

El discípulo de Cristo se adhiere, en la fe y mediante los sacramentos, al misterio pascual de Jesús, de modo que su hombre viejo, con sus malas inclinaciones, está crucificado con Cristo. En cuanto nueva criatura, es capaz mediante la gracia de caminar según “una vida nueva” (Rm 6,4). Es un caminar que

Vale no solamente para los cristianos, sino también para todos los hombres de buena voluntad, en cuyo corazón obra la gracia de modo invisible. Cristo murió por todos, y la vocación suprema del hombre en realidad es una sola, es decir, la divina. En consecuencia, debemos creer que el Espíritu Santo ofrece a todos la posibilidad de que, en la forma de solo Dios conocida, se asocien a este misterio pascual.

 

Vocación universal del hombre a la salvación

 

Esta palabras de la Constitución Gaudium et Spes en el Nº 22, que afirman de manera contundente la vocación universal del hombre a la salvación, las debemos considerar con todo cuidado.

Veamos en qué forma se refiere el Concilio al cristiano, el discípulo de Cristo, como lo llama aquí. El Catecismo Astete, a la pregunta ¿Qué quiere decir cristiano, respondía: Cristiano quiere decir hombre de Cristo. Lo que se espera pase con el discípulo, con el hombre de Cristo, nos dice el Concilio que es, su adhesión al misterio Pascual de Jesús, en la fe y mediante los sacramentos. Así, el hombre viejo, con sus malas inclinaciones se crucifica con Cristo; participa de la muerte y resurrección de Cristo. Y fijémonos bien: mediante la gracia, es capaz, como nueva criatura, de caminar según una vida nueva. Estamos llamados a vivir de otra manera a como viven los paganos.

Tenemos mucho que meditar de estas palabras. De manera que la manera de participar del misterio Pascual, de la obra de Cristo muerto y resucitado, es con nuestra adhesión a este misterio por la fe y mediante los sacramentos. Gracias a ellos, el Espíritu Santo nos dará las gracias necesarias, para caminar según una vida nueva. Sin esta ayuda no podemos.

 

¿Qué significa adherir al misterio Pascual en la fe?

 

Parece que a los cristianos se nos pasaran por alto estas verdades tan importantes: porque nos hablan de adherir al misterio Pascual en la fe, y parece que nuestra profesión de fe en Jesucristo muerto y resucitado, se redujera a confesar, sólo de palabra, que creemos, cuando recitamos el Credo, pero sin trasladar nuestra fe a la vida, y la fe, que nos es concedida por la gracia de Dios, supone una respuesta nuestra.

Para quien tiene fe, la visión de la vida y del mundo es distinta de la manera de ver el mundo que tiene el no creyente. Basta escuchar o leer a los no creyentes lo que opinan de la vida, y el mundo desordenado que  ellos quisieran, para comprender lo distantes que están del plan de Dios.

Y nosotros deberíamos vivir esa vida nueva que nos mereció Jesucristo. Vemos, y podríamos decir que sentimos, la presencia de Dios en nuestra vida y en el mundo, sobre todo cuando todo nos resulta bien. Pero aun cuando se oscurezca el horizonte, cuando parece que Dios se hubiera escondido, en el fondo sigue esa lucecita de la fe y sabemos que en medio de la oscuridad también está Dios. Nuestra fe está llena de esperanza, porque está llena de la luz del misterio pascual. La vida, el mundo, se ven distintos desde la perspectiva de la Pascua.

Alguien me envió por internet uno de tantos pensamientos que vuelan por el ciberespacio, y me llegó cuando preparaba esta reflexión. Creo que vale la pena compartirlo con ustedes. Dice:

Cierta vez, un hombre pidió a Dios una flor…y una mariposa.

Pero Dios le dio un cactus… y una oruga.

El hombre se puso triste, pues no entendió por qué su pedido había llegado equivocado.

Luego pensó: “Bueno, es que tiene tanta gente que atender…” Y resolvió no preguntar.

Pasado algún tiempo, el hombre fue a examinar el pedido que había dejado olvidado.

Para su sorpresa, del espinoso y feo cactus había nacido la más bella flor roja. Y la oruga se había transformado en una bellísima  mariposa.

La moraleja que añaden es la que podíamos esperar: Dios hace siempre lo correcto, aunque a nuestros ojos parezca que todo está equivocado.

No siempre lo que deseas es lo que necesitas. Dios nunca falla en sus entregas. La espina de hoy… será la flor de mañana. Nosotros podríamos añadir que, el cactus y la oruga, parecen un símbolo de muerte y resurrección…

Volvamos a nuestro estudio. La fe implica una libre y entera adhesión a Dios; una aceptación de los planes de Dios, que siempre serán en nuestro bien, aunque a veces no los entendamos. Por eso, conocedor de nuestra flaqueza, el Señor nos mandó al Espíritu Santo que nos ilumina y nos da la fortaleza que necesitamos. A veces parece que se nos olvidara que el Espíritu Santo está presente en la Iglesia, a través de los sacramentos. Y nos alejamos de ellos. Tenemos hambre, nos ofrecen el pan y no nos acercamos a tomarlo. Estamos débiles o enfermos, tenemos el medicamento y el alimento a nuestra disposición y los ignoramos. En cada sacramento se nos comunica el Espíritu Santo y los tratamos como si fueran sólo signos externos, ritos exteriores sin contenido. Hoy por ejemplo, hay parejas que contraen matrimonio civil, pudiendo hacerlo por medio del sacramento. Seguramente lo ven vacío, sólo como una ceremonia social…no ven la diferencia…

Para comprender los fundamentos de la Doctrina Social de la Iglesia, el Compendio nos ha puesto a repasar nuestra fe y qué bien nos viene el repaso. De modo que los que hemos sido regalados con el don de la fe, podremos vivir como las nuevas criaturas en que nos convirtió el bautismo, con la ayuda del Espíritu Santo, por medio de los sacramentos. De verdad que este mundo necesita que lo llene el Espíritu Santo. ¡Qué distinto sería!

 

Fe y sacramentos con sus señales externas, son lo espiritual y lo material, lo terreno y lo celestial, que se unen

Los sacramentos son una especie de contacto con el mismo Dios

 

Los sacramentos, están a nuestra mano… Y no son simples ritos externos. El Catecismo (1210ss) nos enseña que mediante los sacramentos de la iniciación cristiana (Bautismo, Confirmación, Eucaristía), se ponen los fundamentos de la vida cristiana. Pasa un poco como con los cimientos de las casas: no se ven, pero siguen actuando. Si se quitaran los cimientos la casa se caería. Los sacramentos siguen actuando todo el tiempo en nuestra vida, y de qué manera. El Catecismo en el Nº 1212, cita a Pablo VI en la Constitución Apostólica “Divinae Consortium naturae”, donde dice:

“La participación en la naturaleza divina, que los hombres reciben como don mediante la gracia de Cristo, tiene cierta analogía con el origen, el crecimiento y el sustento de la vida natural. Los fieles renacidos en el Bautismo se fortalecen con el sacramento de la Confirmación y finalmente, son alimentados en la Eucaristía con el manjar de la vida eterna, y así, por medio de estos sacramentos de la iniciación cristiana, reciben cada vez con más abundancia los tesoros de la vida divina y avanzan hacia la perfección de la caridad”.

El trato que muchas veces se da a los sacramentos no corresponde a lo que creemos sobre ellos. Los tratamos, a veces, como si fueran sólo una ceremonia que obrara de modo pasajero en nuestro estado de ánimo mientras participamos en ella. Y resulta que a través de ellos el Espíritu Santo actúa en nosotros y los necesitamos para vivir la vida nueva, como nuevas criaturas.

 Sobre el significado de los signos externos en los sacramentos, el Cardenal Ratzinger, hoy Benedicto XVI, tiene estas bellas palabras: La fe no es algo etéreo, sino que se adentra en el mundo material. A su vez, mediante los signos del mundo material entramos en contacto con Dios. Dicho de otra manera: los signos son expresión de la corporalidad de nuestra fe. Y continúa:

 Con otras palabras: los sacramentos son una especie de contacto con el mismo Dios. Demuestran que la fe no es puramente espiritual, sino que entraña y genera comunidad, e incluye la tierra y la creación…[4]

De manera que fe y sacramentos con sus señales externas, son lo espiritual y lo material, lo terreno y lo celestial, que se unen. Siguen la misma línea del comportamiento de Dios, que para llegar a nosotros se hace carne. Los seres humanos, carne y espíritu, necesitamos de lo externo para llegar a Dios. Por eso Dios  nos dejó los sacramentos vinculados a lo material: al agua, al aceite, al pan, al vino; cosas materiales que podemos ver, sentir, palpar, gustar; y Dios actúa a través de ellos.[5]

 Para que no creamos que los sacramentos obran como magia, es bueno leer  estas última líneas del Cardenal Ratzinger: …como toda acción de Dios, quedan confiados a nuestra libertad; no actúan (los sacramentos) –como el evangelio en general – mecánicamente, sino en conjunción con nuestra libertad.[6]


[1]Para comprender en qué consiste la naturaleza humana de Cristo, Cfr. Catecismo Nº 467, El Concilio Vaticano cita en la Gaudium et Spes, 22, los Concilio II y III de Constantinopla  y el de Calcedonia. Cfr. Reflexión 25 de agosto 17, 2006. El Concilio Vat. cita el Constantinopolitano III: “ita et humana eius voluntas deificata non est perempta”(Denz. 29)1, que podemos traducir: “de esta manera su voluntad humana deificada no pereció (no fue destruida)

 [2] Cf Hebr 4,15

[3] Joseph Ratzinger, Introducción al espíritu de la liturgia, San Pablo, Pg.183

[4] Joseph Ratzinger, Dios y el Mundo, Galaxia Gutemberg, Círculo de Lectores, Pg. 376s

[5] Cf Joseph Ratzinger, El Espíritu de la liturgia, San Pablo, Pg. 182

[6] Ratzinger, Dios y el Mundo,  ibidem

Reflexión 32, Jueves 5 de octubre 2006 Creados para amar

                        Recordemos que fuimos creados para amar

 

La Doctrina Social de la Iglesia se fundamenta en el amor. Como fuimos creados a imagen y semejanza de Dios que es Amor, es de la esencia misma del hombre, el amor. No amar, entonces, es contra la naturaleza del hombre. Es que Dios nos creó así, para amar.

Decíamos, en la Reflexión 20, del 22 de junio de 2006 que, al meditar sobre Jesucristo, coronación del plan amoroso de DiosPadre, la Iglesian os hizo comprender cómo, al encarnarse en la Persona de Jesucristo,Dios se acercó de modo tan íntimo a nosotros, que se hizo igual a nosotros en todo, menos en el pecado.[1] La creación del hombre, a imagen de Dios, y luego, el misterio de la Encarnación de Dios en la Persona de Jesucristo, tiene consecuencias  maravillosas en la humanidad. Para nosotros, creyentes, la dignidad de la persona humana es evidente. Veamos cómo nos hizo Dios comprender esta maravilla.

Como hemos visto, en el Antiguo Testamento apenas se vislumbraba el Misterio de la Trinidad; fue Jesucristo, Dios y Hombre, quien nos permitió dar una mirada a la vida íntima de Dios. Como nos explicó bellamente Benedicto XVI, Jesucristo nos dio a conocer algo inesperado: que  Dios no es soledad, que  Dios es un acontecimiento de Amor. Como dice el Compendio de la D.S.I. en el Nº 31: El Rostro de Dios, revelado progresivamente en la historia de salvación, resplandece plenamente en el Rostro de Jesucristo Crucificado y Resucitado. Repitámoslo: el rostro de Dios se fue revelando progresivamente en la historia y resplandeció plenamente en el rostro de Jesucristo. Él  nos  enseñó  que Dios es Trinidad: Padre, Hijo y Espíritu Santo, realmente distintos y realmente uno, porque las Tres Personas divinas son comunión infinita de amor. De modo que Dios no es soledad, es un acontecimiento de amor. La parte del Compendio, que trata este asunto va del Nº 30 al 33, y lleva por título La revelación del amor trinitario. Quizás nos venga bien volver a meditarlos,   con las Reflexiones 14 y 15. Aquí lo haremos brevemente.

 

La distancia entre el hombre y la divinidad

Recordemos que Moisés deseaba ver el rostro de Dios, como encontramos en el capítulo 33 del libro del Éxodo, pero no le fue dado ese privilegio. En el v. 19 le dice Moisés al Señor: Déjame ver, por favor, tu gloria. El Señor le contestó: mi rostro no podrás verlo; porque no puede verme el hombre y seguir viviendo. La Biblia de Jerusalén comenta que Tan grande es el abismo entre la indignidad del hombre y la santidad de Dios, que el hombre debería morir con sólo ver a Dios o con sólo oírle. La misericordia de Dios, sin embargo, se las arregla para acercarse a nosotros. En el mismo texto del Éxodo, a la petición de ver su rostro, el Señor le dice a Moisés que Él es misericordioso, y lo instruye para que se ubique en una hendidura de la peña cuando su gloria vaya a pasar. Él, Dios, lo cubrirá con su mano hasta que haya pasado, luego quitará su mano, para que vea sus espaldas; pero, mi rostro, le dice, no se puede ver. Es una bella manera de explicar, la Escritura, la distancia entre el hombre y la divinidad y al mismo tiempo la bondad de Dios.

 

En el rostro de Jesucristo resplandece la gloria de Dios

 

Sabemos hasta dónde llegó la misericordia de Dios, con la Encarnación; como leemos en el primer capítulo del Evangelio de Juan: …la Palabra se hizo carne, y puso su morada entre nosotros, y hemos visto su gloria, gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y de verdad. En el texto del Éxodo que acabamos de leer, Moisés pide al Señor que lo deje ver su gloria. Juan dice que la Palabra se hizo carne, se bajó hasta nosotros, y así hemos podido ver su gloria. En Jesucristo resplandece la gloria, el rostro de Dios. Para que pudiéramos ver su gloria, Él bajo hasta la humanidad, tomó nuestra naturaleza, y así la elevó a una dignidad impensable para la capacidad humana, que pudo contemplar la gloria de Dios en el rostro del Resucitado, Jesucristo.

 

Si Dios no es soledad, nosotros tampoco lo somos

 

Algunos, quizás por una equivocada interpretación de lo que es la fuerza, tienen el  prejuicio de que el amor a los demás es cosa de personas débiles, de sacerdotes y beatas. Están muy equivocados, pues de la esencia misma del hombre es el amor al prójimo. Estamos llamados al amor y no simplemente porque así lo prediquen los sacerdotes. ¿Por qué, entonces? La explicación la conocemos por la Encarnación de Dios en Jesucristo. Gracias a la revelación de este misterio que nos dio a conocer Jesucristo, sabemos que Dios es Uno y Trino, Tres Personas que viven en una relación de amor. Esto nos indica que Dios es Amor y como nosotros fuimos creados a imagen de Él, que es Amor, entonces, el hecho de ser creados a imagen y semejanza de Dios, que es Amor, tiene como consecuencia, que la relación que debe reinar entre nosotros, los seres humanos, hechos a imagen y semejanza de Dios, tiene que ser semejante a la que se da entre las tres Personas divinas. Iguales no podemos ser jamás, pero sí semejantes. Si fuimos creados a imagen y semejanza de Dios, y Dios es un acontecimiento de Amor, nosotros no podemos ser islas, soledad, seres aislados. En nuestra vida de relación con los demás, tenemos que asemejarnos a ese acontecimiento de amor, que es Dios. Si Dios no es soledad, nosotros, sus imágenes, tampoco podemos serlo.

 

Ser creados a imagen y semejanza de Dios, Uno y Trino, es el fundamento de la unidad del género humano

 

De manera que el hecho de ser creados a imagen y semejanza de Dios, Uno y Trino, es el fundamento de la unidad del género humano. Eso explica la tendencia natural del ser humano a la integración. Somos muchos y diversos, pero por el amor deberíamos ser uno en el espíritu. Estamos llamados a vivir una vida como la de Dios: una vida de amor y solidaridad.

Veíamos que la vida social a la que estamos llamados es un reflejo de la vida íntima de Dios, Uno en tres personas. No olvidemos que estamos llamados a esa vida de armonía, de amor, y que el desorden existente no debería ser lo natural; es la consecuencia del pecado original, de la mala decisión del hombre de apartarse de los planes de Dios. El hombre no quiso ser como Dios lo diseñó, sino independiente de Él,  pero quería ser igual a Él, omnipotente. Y no creamos que eso de pretender ser iguales a Dios fue sólo de nuestros primeros Padres. ¿Acaso hoy, en el siglo XXI, con la manipulación de la vida, que pretende manejar a su antojo, el hombre no pretende ser como Dios? Seguimos repitiendo hoy la conducta soberbia del hombre en su origen.

Vamos a repetir la reflexión que hicimos al respecto, en la citada Reflexión del mes de junio, sobre las implicaciones de la vida trinitaria de Dios, en nuestra propia vida, que se continúa en la tercera parte de este primer capítulo, el que estamos estudiando ahora, y se titula: La persona humana en el designio del amor de Dios, y comprendedel Nº 34 al 49 del Compendio de la D.S.I.

 

La sociabilidad del hombre es propia de su naturaleza por ser creado a imagen y semejanza de Dios

 

En palabras del Compendio, La revelación en Cristo del misterio de Dios como Amor trinitario está unida a la revelación de la vocación de la persona humana al amor y esta revelación ilumina la dignidad y la libertad personal del hombre y de la mujer y la intrínseca sociabilidad humana en toda su profundidad. Eran palabras del Compendio. De modo que al darnos a conocer el misterio de Dios, que es Trino y al mismo tiempo Uno, en el amor, se nos revela también la vocación de la persona humana al amor; se nos revela que la sociabilidad del hombre es propia de su naturaleza, por ser creado a imagen y semejanza de Dios.

Lo que esto significa lo vimos en reflexiones anteriores; es importante que lo comprendamos bien. Repitamos lo esencial. Como lo enseña el Concilio Vaticano II, en la Constitución Pastoral Gaudium et Spes, en el Nº 12, (…) Dios no creó al hombre en solitario. Desde el principio los hizo hombre y mujer (Gen 1,27). Esta sociedad de hombre y mujer es la expresión primera de la comunión de personas humanas. El hombre es, en efecto, por su íntima naturaleza, un ser social, y no puede vivir ni desplegar sus cualidades sin relacionarse con los demás.

Amar es de la esencia de nuestro ser. Así nos diseñó y nos hizo Dios

 

Es clave la última frase del Concilio, que acabamos de leer, la que dice: El hombre es (…), por su íntima naturaleza, un ser social, y no puede vivir ni desplegar sus cualidades sin relacionarse con los demás. Esta afirmación la debemos conectar con la enseñanza del Compendio en el Nº 35, que vimos antes y dice:

La persona humana ha sido creada por Dios, amada y salvada en Jesucristo, y se realiza entretejiendo múltiples relaciones de amor, de justicia y de solidaridad con las demás personas, mientras va desarrollando su multiforme actividad en el mundo.

Fijémonos en esto con atención. Recordemos las implicaciones prácticas que esa afirmación tiene en nuestra vida diaria, en cualquier actividad a la cual nos dediquemos.

Nos enseña la Iglesia que el hombre no puede realizarse plenamente, no puede desplegar completamente sus cualidades, sus capacidades, si no tiene en cuenta en su vida, su relación con los demás. Mientras trabajamos, mientras desempeñamos nuestra profesión o nuestro oficio en la vida, encontraremos satisfacción si lo hacemos entretejiendo relaciones de amor, de justicia, de solidaridad. El Compendio, es decir la Iglesia lo dice, lo acabamos de leer, que la persona se realiza, es decir, se desarrolla plenamente, entretejiendo múltiples relaciones de amor, de justicia y de solidaridad con las demás personas, mientras va desarrollando su multiforme actividad en el mundo.

 

Nos desarrollamos plenamente como personas, sólo si tenemos buenas relaciones con los demás, si los tratamos bien, con amor

 

En palabras más simples, esto significa que nos desarrollamos plenamente como personas, sólo si tenemos buenas relaciones con los demás, si los tratamos bien, con amor. Algunos se creen satisfechos abusando de los otros, aprovechándose de ellos, siendo “los vivos”, que es lo mismo que ser “los pillos”, los pícaros, que pasan por encima de los derechos de los demás. En el fondo, esas personas se tienen que sentir mal, porque el egoísta y el malvado pueden engañar a otros, pero no se pueden engañar a ellos mismos. Sin duda la conciencia les grita desde el interior, y además,  la maldad no hace feliz  a nadie. Por naturaleza el hombre es un ser social, no un asocial y menos un antisocial[2]. En síntesis, como ser creado a imagen y semejanza de Dios, el hombre está llamado a amar a los demás. Eso debería ser lo natural en nosotros. ¿Por qué el ser humano odia, a pesar de ser criado para amar?; ¿por qué se aísla, en vez de asociarse, – en fin, – por qué nos cuesta amar?, nos lo explica enseguida el Compendio.

Por Jesucristo, Dios nos reconcilió consigo y con nosotros

 

Como hemos visto, desde el pecado original, el universo no es como el Creador lo quería, como Él lo diseñó. El hombre empañó en sí mismo la imagen y semejanza de Dios, como fue originalmente creado. Por eso nuestro actuar en el mundo, nuestra vida personal y social, están asechados por el pecado. Pero la situación del hombre no está perdida, porque la vida, pasión y resurrección de Jesús no fueron en vano. Cita aquí el Compendio una vez más la Constitución Gaudium et Spes, del Concilio Vaticano II, en el Nº 22. Volvamos a leer algo de este importante número:

El que es imagen de Dios invisible (Col 1,15)[3] (se refiere a Cristo nuestro Señor) es también el hombre perfecto, que ha devuelto a la descendencia de Adán la semejanza divina, deformada por el primer pecado. Volvamos a leer: Jesucristo ha devuelto a la descendencia de Adán la semejanza divina, deformada por el primer pecado En él, la naturaleza humana asumida, no absorbida,[4] ha sido elevada también en nosotros a dignidad sin igual. El Hijo de Dios asumió, tomó, sin destruirla, la naturaleza humana.

 Y continúa el Concilio: El Hijo de Dios con su encarnación se ha unido, en cierto modo, con todo hombre. Trabajó con manos de hombre, pensó con inteligencia de hombre, obró con voluntad de hombre, amó con corazón de hombre. Nacido de la Virgen María, se hizo verdaderamente uno de los nuestros, semejante en todo a nosotros, excepto en el pecado.[5]

¡Cómo no vamos a amar a Jesucristo, que siendo Dios, bajó hasta nosotros, no en una visita fugaz, sino que se hizo uno de nosotros, nos amó y se entregó por nosotros hasta la muerte y una muerte cruel! Sigamos leyendo algo más de la Gaudium et Spes. Sigue así, en el mismo Nº 22, para que comprendamos toda la hondura del amor de Dios, que nos rescató y nos hizo nuevos. Sigue así:

Cordero inocente, con la entrega libérrima de su sangre nos mereció la vida. En Él Dios nos reconcilió consigo y con nosotros y nos liberó de la esclavitud del diablo y del pecado, por lo que cualquiera de nosotros puede decir con el Apóstol: El Hijo de Dios me amó y se entregó a sí mismo por mí (Gal 2,20)

 

No alcanzamos a captar la magnitud del rompimiento de la criatura con Dios

 

Una joven, por cierto muy querida, como que es de mi familia, me comentaba hace poco sobre la inquietud que turba a veces a personas buenas, por las consecuencias del pecado original. Me decía que ella no castigaría a todos sus hijos por una falta del mayor. Si el hijo mayor dilapida su herencia, por qué sus hermanos tendrían que sufrir las consecuencias? Bueno, comprendemos que si el hijo mayor pierde el patrimonio de todos, las consecuencias las sufre toda la familia, pero, ¿por qué, por el pecado de Adán, debemos pagar todos? Ese pensamiento inquieta, es cierto, porque no alcanzamos a captar la magnitud del rompimiento de la criatura con Dios, pero ¿cómo dudar de la gravedad de la falta, del pecado original,  si a ella siguió la demostración del amor insondable de Dios, cuando Él mismo puso los medios para rescatarnos y entregó a su propio Hijo para cumplir con esa misión? Su voluntad fue hacerlo todo de nuevo. Rehacer lo que el hombre dañó. Poniendo el Hijo la parte más dolorosa… A nosotros nos toca nuestra parte, que es lo que falta a la pasión de Cristo. Nuestra porción, que con frecuencia rechazamos, cuando nos rebelamos contra el dolor.

 

Nuestra relación con los demás debería ser una relación de hermanos, de hijos del mismo Padre, pues lo somos. No una relación entre extraños

 

En el párrafo que acabamos de leer, fijémonos en las palabras del Concilio, cuando dice que Él, Jesús, Dios, nos reconcilió[6] consigo y con nosotros. Creo que generalmente pensamos, sí, que el Señor Jesucristo nos reconcilió con Dios; el Concilio dice que también nos reconcilió con nosotros: Nos reconcilió consigo y con nosotros. Con nosotros mismos y con los demás… No pensamos mucho en eso. A veces nos sentimos tan miserables e indignos, y sin duda nos merecemos esos términos, pero resulta que Jesucristo nos devolvió la dignidad de hijos de Dios… Y también nuestra relación con el prójimo la ponemos en un lugar sin importancia, y como vamos viendo, es de la esencia del cristianismo. Nuestra relación con los demás debería ser una relación de hermanos, de hijos del mismo Padre, pues lo somos. No una relación entre extraños…

Para  comprender bien esto, vamos a leer ahora  en la 2ª Carta a los Corintios, capítulo 5º, los vv. 17ss. Y también Colosenses 1, 20-22

(…) el que está en Cristo, es una nueva creación; pasó lo viejo, todo es nuevo. Y todo proviene de Dios, que nos reconcilió consigo por Cristo y nos confió el misterio de la reconciliación. Porque en Cristo estaba Dios reconciliando al mundo consigo, no tomando en cuenta las trasgresiones de los hombres, sino poniendo en nuestros labios las palabras de la reconciliación.

Es San Pablo, el que habla, y es palabra revelada.

Las notas de la Biblia de Jerusalén nos ayudan a comprender estos textos que acabamos de leer. Dice: Dios que había creado todas las cosas por Cristo, (cfr Jn 1,3), restauró su obra, desordenada por el pecado, re-creándola en Cristo (Col 1-15-20). El centro de esta “nueva creación”, que afecta a todo el universo, (Col 1,19s; cf 2 P 3,13; Ap 21,1), es aquí el “hombre nuevo”, creado en Cristo, Ef 2,10, para una vida nueva, Rm 6,4, de justicia y santidad, Ef 2,10,; 4,24; Col 3,10.

Ahora leamos en el primer capítulo de Colosenses. Para entender bien el sentido leamos, desde la segunda parte del v. 18 al 23. Dice: Él (Cristo) es el Principio, el Primogénito de entre los muertos, para que sea él primero en todo, pues Dios tuvo a bien hacer residir en él toda la Plenitud, y reconciliar por él y para él todas las cosas, pacificando, mediante la sangre de su cruz, lo que hay en la tierra y en los cielos.

Como la Biblia de Jerusalén nos explica, Para Pablo, la Encarnación, coronada por la Resurrección, ha puesto a la naturaleza humana de Cristo no sólo a la cabeza del género humano, sino de todo el universo creado, asociado en la salvación, como lo había estado en el pecado.

Continúa la anotación de la Biblia de Jerusalén: Esta reconciliación universal engloba a todos los espíritus celestes, lo mismo que a todos los hombres. Pero no significa la salvación individual de todos, sino la salvación colectiva del mundo por su vuelta al orden y a la paz en la sumisión perfecta a Dios.

Es importante tener en cuenta que, la salvación que nos mereció Jesucristo, como nos aclaran las palabras de la Biblia de Jerusalén, es la vuelta al orden de todo el mundo; pero claro que individualmente tenemos que hacer nuestra parte, lo cual podremos conseguir, no solos, sino con la ayuda de la gracia. Por eso necesitamos de la oración, del sacrificio, de los sacramentos… Sin la muerte y resurrección de Jesucristo, esto no hubiera sido posible. ¿Recuerdan la necesidad del nuevo nacimiento, del que Jesús habló a  Nicodemo en el capítulo 3º de Juan?: …el que no nazca de agua y de Espíritu no puede entrar en el reino de Dios, le dijo el SeñorEra una clara alusión al bautismo… a la recepción del Espíritu Santo, por medio de él.

Para terminar esta reflexión volvamos a leer el comienzo del Nº 41 del Compendio, que estamos comentando:

La vida personal y social así como el actuar humano en el mundo están siempre asechados por el pecado, pero Jesucristo, “padeciendo por nosotros, nos dio ejemplo para seguir sus pasos y, además, abrió el camino, con cuyo seguimiento la vida y la muerte se santifican y adquieren nuevo sentido”.

Y esta reflexión la podemos terminar leyendo las últimas líneas que siguen a continuación, que son un complemento de lo que hemos meditado hoy. Dicen así:

El discípulo de Cristo se adhiere, en la fe y mediante los sacramentos, al misterio pascual de Jesús, de modo que su hombre viejo, con sus malas inclinaciones, está crucificado en Cristo. En cuanto nueva criatura, es capaz mediante la gracia de caminar según “una vida nueva”.

Cita aquí el Compendio a Rm 6,4, que dice: Fuimos, pues, con él sepultados por el bautismo en la muerte, a fin de que, al igual que Cristo fue resucitado de entre los muertos por medio de la gloria del Padre, así también nosotros vivamos una vida nueva.

Nos explica la tan citada Biblia de Jerusalén, el sentido de esta figura utilizada por San Pablo: “sepultados por el bautismo en la muerte”; la inmersión en el agua del bautismo sepulta al pecador en la muerte de Cristo, y sale de esa muerte, como nueva criatura, como hombre nuevo,  por la resurrección con él, como miembro de un único Cuerpo, animado del único Espíritu.  Es bellísimo cómo, todo lo que nos explican de nuestra fe es coherente.


[1] Cfr. Hebreos 4,15

[2] Asocial: que no se integra o vincula al cuerpo social. Antisocial: Contrario, opuesto a la sociedad, al orden social. (DRAE)

[3]Cf 2 Cor 4,4

[4]Para comprender en qué consiste la naturaleza humana de Cristo, Cfr. Catecismo Nº 467, El Concilio Vaticano cita en la Gaudium et Spes, 22, los Concilio II y III de Constantinopla  y el de Calcedonia. Cfr. Reflexión 25, de agosto 17, 2006. El concilio Constantinopolitano III dice: “ita et humana eius voluntas deificata non est perempta”(Denz. 291, que podemos traducir: “de esta manera su voluntad humana deificada no pereció (no fue destruida)

 [5] Cf Hebr 4,15

[6] Cf 2 Cor, 5,18s; Col 1,20-22

Reflexión 31 Septiembre 28 2006

Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia Nº 40-41

 

La salvación integral de todos los hombres

 

Estamos estudiando el primer capítulo del Compendio de la D.S.I. Este capítulo nos enseña cuál es el designio o plan de Dios para la humanidad. Hemos dedicado ya las tres reflexiones anteriores al estudio del Nº 40, que amplía y profundiza el tema sobre la salvación cristiana. Hemos visto que el plan de Dios, desde el principio de la creación, ha sido la salvación para todos los hombres de todas las razas, de todos los pueblos y que su plan ha sido también la salvación, de todo el hombre, es decir, del hombre completo, integral. El plan divino sobre el hombre, desde su creación ha sido ofrecerle la posibilidad de gozar de su vida en la gloria. En esto consiste la salvación.

Y qué es eso de la salvación integral, lo hemos ido viendo también; se refiere a que Dios ofrece la salvación de todo el hombre: en todas sus dimensiones; como decía el Nº 38: en la dimensión personal, individual, sí, pero además,también en la dimensión social: Dios ofrece la salvación a los hombres que están relacionados entre sí, que conforman la sociedad, Dios ofrece la salvación de la sociedad, de la comunidad. Podemos adelantarnos y afirmar que el hombre se salva en la comunidad de la Iglesia. Y el Compendio añade otras dimensiones del hombre, en el mencionado Nº 38: las dimensiones espiritual y la corpórea, histórica y trascendente: el hombre entero, completo: en cuerpo y en espíritu, como ser terreno y destinado a la eternidad. Ahora bien la salvación universal e integral será una realidad completa, cuando llegue la plenitud de los tiempos. A esto le dedicamos un buen espacio en reflexiones anteriores.

Recordemos lo que dice el Nº 40:

La universalidad e integridad de la salvación ofrecida en Jesucristo, hacen inseparable el nexo entre la relación que la persona está llamada a tener con Dios y la responsabilidad frente al prójimo, en cada situación histórica concreta.

Luego de haber reflexionado sobre la salvación para todos los hombres y de todo el hombre, nos detuvimos a reflexionar sobre el tema de nuestra responsabilidad frente al prójimo. El Nº 40, que acabamos de leer, hace especial énfasis en el inseparable nexo entre la relación con Dios a la que estamos llamados, y nuestra responsabilidad con el prójimo, en cada situación histórica concreta. El amor a que estamos llamados es, entonces, un amor que implica asumir una responsabilidad. Tener una responsabilidad, ser responsable de algo, quiere decir que algún día vamos a tener que dar cuenta de, cómo cumplimos con esa responsabilidad.

 

También entre las obras de misericordia espirituales se debe contar el uso del don de la palabra

Nuestra responsabilidad con el prójimo no es sólo en cuanto a sus necesidades materiales. Claro que en esos casos se espera del cristiano una especial solidaridad: con el pobre, con el que sufre los rigores de la violencia, con el que carece de trabajo, de vestido, de techo, de salud. Sí, nos juzgarán el último día, por nuestra respuesta a las necesidades de nuestros hermanos. Pero hay más: no sólo debemos atender las necesidades materiales, también debemos ser solidarios con las obras de misericordia espirituales.

Como es tan común pensar que somos caritativos cuando damos algo material, de lo que hemos recibido, y nos tranquilizamos pensando que así cumplimos con la solidaridad, con el amor al prójimo, que es una de características del cristiano, es oportuno recordar que la solidaridad y el bien que debemos hacer a los demás se extiende también al uso de la palabra, que es un inestimable don de Dios al hombre, un regalo que no es material, pero uno de los dones más maravillosos.

Entre las obras de misericordia espirituales, incluye la Iglesia la de “dar consejo al que lo necesita”, por ejemplo. No hablamos del daño que tenemos que evitar hacer a los demás, con el mal uso de la palabra, porque la palabra puede hacer tanto bien, pero mal utilizada puede causar tanto mal. No nos hemos referido al mal uso de la palabra, cuando la utilizamos para herir a nuestros hermanos con la murmuración, con la calumnia, con la crítica, motivada muchas veces por la envidia, por el resentimiento; daño al prójimo que es tan difícil después, de curar…Sobre esos temas nos instruyen con más frecuencia.

Dado el poder ilimitado actual de la palabra a través de los medios de comunicación, es oportuno recordar que los comunicadores sociales católicos, tenemos una especial responsabilidad con los demás, en el uso de ese don divino de la palabra. Están haciendo tanto daño la prensa hablada y escrita, enemigas de la Iglesia… Y en Colombia son poderosos los medios dedicados a atacar a la Iglesia… Parece que algunos comunicadores no tuvieran otro tema.

Por eso dedicamos la reflexión 30.1 a la solidaridad del cristiano que tiene el privilegio del acceso a los medios de comunicación… Creo que eso fue suficiente. Terminemos recordando cuáles son las obras de misericordia espirituales, porque quizás conocemos más las corporales. Las tomo de un viejo catecismo que estudié cuando era niño.[1] Éstas son las obras de misericordia espirituales, que naturalmente están basadas en la Sagrada Escritura:[2]

Enseñar al que no sabe

Dar buen consejo al que lo ha menester

Corregir al que yerra

Perdonar las injurias

Consolar al triste

Sufrir con paciencia las adversidades y flaquezas de nuestros prójimos

Rogar a Dios por los vivos y los muertos

¿No creen ustedes que nos cuesta menos trabajo socorrer al necesitado con nuestra ayuda material, que por ejemplo, Enseñar al que no sabe, Dar buen consejo al que lo necesita, y sobre todo, Perdonar las injurias y sufrir con paciencia las adversidades y flaquezas de nuestros prójimos? Bueno, nuestra solidaridad con el prójimo tiene que llegar hasta allá.

Y para los comunicadores católicos: en la obra de misericordia espiritual enseñar al que no sabe, bien se puede incluir el informar bien al desinformado, y no desinformar o tergiversar la información, como pasa todos los días. El lunes pasado (25 de septiembre, 2006), escuché a Judith Sarmiento, en Caracol Radio, que el Papa tendría una reunión con los musulmanes “para – según le redactaron la noticia que ella leyó,- “enmendar la plana”. El locutor lee lo que le escriben los redactores de noticias. No tiene tiempo de corregir mientras lee al aire. Según esos comunicadores, el Papa tendría que enmendar la plana. ¿No serán más bien los medios de comunicación los que deben enmendar la plana?, porque fueron ellos los que propagaron la información mentirosa, de que el Papa había dicho algo que no había dicho; y en una clara muestra de su mala fe, interpretaron las palabras del Papa como quisieron y no como fueron.

Nos referimos al sonado caso del conferencia del Papa en la Universidad de Ratisbona. Hicieron decir a Benedicto XVI, lo que había dicho el emperador Bizantino Manuel II Paleólogo, en 1391. No se tomaron el trabajo de leer el discurso del Papa. Se contentaron con repetir como loros, lo que otros malintencionados decían. Si son informadores y no se informan bien, en las fuentes, ¿qué credibilidad tienen? ¿Cómo pueden así, enseñar al que no sabe, informar bien al desinformado?[3]

En la universal búsqueda humana de la verdad y de sentido de la vida, el hombre ha intuido, si bien de manera confusa y no sin errores, la responsabilidad con el prójimo

Después de explicarnos el Nº 40, el inseparable nexo entre la relación con Dios, a la que estamos llamados, y nuestra responsabilidad con el prójimo, este Nº 40 continúa diciendo que esto, que acaba de explicarnos, es algo que la universal búsqueda humana de la verdad y de sentido (de la vida) ha intuido, si bien de manera confusa y no sin errores;…

Cuando estudiamos el Nº 20, al comienzo del capítulo primero del Compendio, la Iglesia nos había hecho caer en la cuenta de que, en la búsqueda de Dios, el ser humano experimenta, por una parte que la existencia la ha recibido gratuitamente de ese Ser Superior, el Creador, y por otra, que él, criatura, no está solo; que él tiene que administrar responsablemente los dones que ha recibido, es decir,  su existencia y la naturaleza que lo rodea, compartiéndola con los demás. Podríamos leer con provecho una vez más el Nº 20 del Compendio de la D.S.I.[4] Igualmente el 23, nos recordaba cómo del Decálogo se deriva, no sólo la fidelidad al único Dios,  el Dios de la Alianza,  sino se derivan también los compromisos con los demás, en las relaciones sociales dentro del pueblo de la Alianza. La división de los mandamientos en las 2 tablas, nos habla de nuestras obligaciones con Dios, la primera, y con nuestros semejantes, los mandamientos de la segunda tabla. Como vemos, el Compendio nos va llevando de la mano, sin palabras ociosas, y va dejando sentados los cimientos de la Doctrina Social de la Iglesia.

Sigamos con nuestra reflexión sobre el Nº 40, que es una reafirmación del mismo pensamiento. Nos dice que el ser humano ha intuido, en la búsqueda de la verdad y del sentido de la existencia, aunque de modo confuso y no sin errores, su responsabilidad con los demás; y añade que,  como nos lo había explicado cuando estudiamos el sentido de los 10 Mandamientos,  esta relación con Dios y con el prójimo, constituye el fundamento de la Alianza de Dios con Israel. Añade el Compendio en este Nº 40, que así lo atestiguan las tablas de la Ley y la predicación profética.

Lo que atestiguan las tablas de la Ley y la predicación profética

 

¿Recuerdan que el Señor, además de entregar el Decálogo a su Pueblo escogido, lo siguió instruyendo por medio de la predicación de los profetas? Recordemos a este propósito, que en el Nº 23, el Compendio nos explicó lo que se ha llamado el derecho del pobre, que eran las leyes que regulaban las relaciones sociales en el Pueblo de la Alianza. Recordemos frases del A.T. como: Si hay junto a ti algún pobre de entre tus hermanos… no endurecerás tu corazón ni cerrarás tu mano a tu hermano pobre, sino que le abrirás tu mano y le prestarás lo que necesite para remediar su indigencia. (Dt 15, 7s) O aquella norma de la hospitalidad que encontramos en el Levítico, 19, 33s: Al forastero que reside junto a vosotros, le miraréis como a uno de vuestro pueblo y lo amarás como a ti mismo; pues forasteros fuisteis vosotros en la tierra de Egipto.

 

La síntesis perfecta la hizo Jesucristo: “Escucha Israel”…

 

El Nº 40 sigue profundizando y ampliando estas ideas; nos dice que la enseñanza de Dios al Pueblo de Israel, sobre las relaciones de solidaridad con los demás, aparecen con claridad y en una síntesis perfecta en las enseñanzas de Jesucristo y ha sido confirmado definitivamente por el testimonio supremo del don de su vida, en obediencia a la voluntad del Padre y por amor a los hermanos. Al escriba que le pregunta: ¿cuál es el primero de todos los mandamientos?” (Mc 12,28), Jesús responde:

El primero es: Escucha, Israel: El Señor, nuestro Dios, es el único Señor, y amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas. El segundo es: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No existe otro mandamiento mayor que éstos (Mc 12, 29-31). Eran palabras del Compendio, en el Nº 40.

Realmente es imposible una mejor, más completa síntesis de la enseñanza sobre el amor a Dios, y la necesaria conexión con nuestra responsabilidad con el prójimo. Los dos mandamientos van juntos. Al fin y al cabo, la que acabamos de leer es una síntesis hecha por quien es la Palabra, la Verdad, el Señor Jesucristo. Nos enseña que no podemos cumplir uno de los 2 mandamientos y dejar el otro a un lado; amar a Dios y no a nuestro prójimo. Continúa luego así el Compendio en el último párrafo del Nº 40:

En el corazón de la persona humana se entrelazan indisolublemente la relación con Dios, reconocido como Creador y Padre, fuente y cumplimiento de la vida y de la salvación, y la apertura al amor concreto hacia el hombre, que debe ser tratado como otro yo, aun cuando sea un enemigo. (cf Mt 5, 43-44).

Recordamos sin duda esas cita de Mateo: en el capítulo 5. Leámosla desde el versículo 43:

Habéis oído que se dijo: Amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo.Pues yo os digo: amad a vuestros enemigos y rogad por los que os persigan, para que seáis hijos de vuestro Padre celestial, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y llover sobre justos e injustos. Porque si amáis a los que os aman, ¿Qué recompensa vais a tener? ¿No hacen eso mismo también los publicanos? Y si no saludáis más que a vuestros hermanos. ¿qué hacéis de particular? ¿No hacen eso mismo también los gentiles? Vosotros, pues, sed perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial.

El Señor nos pone alta la meta: nada menos que la perfección de la que nos da ejemplo el Padre celestial. En otras reflexiones hemos comentado a este propósito, la opinión del escriturista P. John McKenzie[5], según el cual sólo el cristiano es capaz de amar así. Es el amor de Dios por el hombre revelado en Cristo Jesús, dice el P. McKenzie, dirigido completamente al otro sin pedir ni esperar recompensa y sin poner límites a las exigencias que haga. Si el amor por el prójimo lleva al cristiano tan lejos como el amor por el hombre llevó a Jesús, el cristiano puede tener la seguridad de que es amor y no otra cosa lo que lo motiva.

Estamos terminando nuestra reflexión sobreNº 40, que nos explica cómo el ser humano está llamado a amar a Dios, su Creador y Padre y también a amar a sus semejantes, con quienes tiene una responsabilidad en cada situación histórica.

Las últimas 4 líneas del Nº 40 del Compendio de la D.S.I., dicen:

En la dimensión interior del hombre radica, en definitiva, el compromiso por la justicia y la solidaridad, para la edificación de una vida social, económica y política conforme al designio de Dios.

El compromiso por la justicia y la solidaridad, para la edificación de una vida social, económica y política conforme al designio de Dios, radica en la dimensión interior del hombre, en su espiritualidad, en la aceptación de su trascendencia, en su aceptación de los planes de Dios

 

La doctrina social no es cuestión de ciencias humanas: ni sociología, ni política.

Ahora podemos entender mejor, por qué el cristiano que desea colaborar en la construcción del Reino de Dios, en el establecimiento de la justicia social, no puede odiar a los demás: ni a los ricos, ni a los guerrilleros, aunque nos hagan mal, secuestren y asesinen. El Reino tenemos que establecerlo con la justicia, el perdón y el amor. Las armas NO pueden ser instrumentos usados en nombre del cristianismo, para establecer la justicia y la paz.

Si nuestros periodistas hubieran leído el tan mencionado discurso del Papa en la Universidad de Ratisbona, no hubieran encontrado sólo la cita que aprovecharon fuera de contexto, sino esta otra, también del mismo emperador Bizantino Manuel II, y que nos viene bien en este momento. Se refirió el Papa a la relación entre religión y violencia, como la expuso ese emperador a su interlocutor mahometano. Dijo Manuel II el Paleólogo, como también lo cita el Papa en su discurso, que la difusión de la fe mediante la violencia es algo irracional. La violencia está en contraste con la naturaleza de Dios y la naturaleza del alma, dijo ese emperador. Y estas palabras las cita el Papa entre comillas: “Dios no goza con la sangre; no actuar según la razón es contrario a la naturaleza de Dios. Por lo tanto, quien quiera llevar a otra persona a la fe necesita la capacidad de hablar bien y de razonar correctamente, y no recurrir a la violencia ni a las amenazas”…Citaba el Papa al mismo emperador del siglo 14.

Suficiente sobre esto. El tema central de la conferencia del Papa era la fe y la razón. Era una invitación al diálogo entre la fe y la razón. Eso sobrepasa la intención de esta reflexión.[6]

Vamos ahora a pasar al Nº 41. Este número y los tres siguientes se dedican al tema: El discípulo de Cristo como nueva criatura. Hoy vamos a leer sólo el primer punto. Dice:

La vida personal y social así como el actuar humano en el mundo están siempre asechados por el pecado, pero Jesucristo, “padeciendo por nosotros, nos dio ejemplo para seguir sus pasos y, además, abrió el camino, con cuyo seguimiento la vida y la muerte se santifican y adquieren nuevo sentido”.

A Jesucristo, con toda la razón del mundo, lo amamos con toda el alma

 

Hemos visto que desde el pecado original, el universo no es como el Creador lo quería, como Él lo diseñó. El hombre empañó en él la imagen y semejanza de Dios, como fue originalmente creado. Por eso nuestro actuar en el mundo, nuestra vida personal y social, están asechados por el pecado. Pero la situación del hombre no está perdida, porque la vida, pasión y resurrección de Jesús no fueron en vano. Cita aquí el Compendio una vez más la Constitución Gaudium et Spes, del Concilio Vaticano II, en el Nº 22, donde se lee:

El que es imagen de Dios invisible (Col 1,15) (se refiere a Cristo nuestro Señor) es también el hombre perfecto, que ha devuelto a la descendencia de Adán la semejanza divina, deformada por el primer pecado. En él, la naturaleza humana asumida, no absorbida,[7] ha sido elevada también en nosotros a dignidad sin igual. Y continúa el Concilio: El Hijo de Dios con su encarnación se ha unido, en cierto modo, con todo hombre. Trabajó con manos de hombre, pensó con inteligencia de hombre, obró con voluntad de hombre,[8] amó con corazón de hombre. Nacido de la Virgen María, se hizo verdaderamente uno de los nuestros, semejante en todo a nosotros, excepto en el pecado.[9]

Cómo no vamos a amar a Jesucristo, que siendo Dios, bajó hasta nosotros, no en una visita fugaz, sino que se hizo uno de nosotros, nos amó y se entregó por nosotros hasta la muerte y una muerte cruel. Cuando leía estas palabras de la Gaudium et Spes, pensaba yo, que los que se atreven a faltar al respeto a Jesús, así sea sólo en una imagen suya, no saben cuánto nos ofenden a los cristianos. Porque a Jesucristo, con toda la razón del mundo lo amamos, con toda el alma.

Sigamos leyendo algo más de la Gaudium et Spes. Sigue así, en el mismo Nº 22:

Cordero inocente, con la entrega libérrima de su sangre nos mereció la vida. En Él Dios nos reconcilió[10] consigo y con nosotros y nos liberó de la esclavitud del diablo y del pecado, por lo que cualquiera de nosotros puede decir con el Apóstol: El Hijo de Dios me amó y se entregó a sí mismo por mí (Gal 2,20).

Es tan importante este número de la Gaudium et Spes, que en la próxima reflexión vamos a continuar leyendo algo más. Los invito a que en su casa lean ustedes este Nº 22. Recordemos que se trata de la Constitución Pastoral sobre la Iglesia en el Mundo actual, uno de los documentos más importantes del Concilio Vaticano II.

Fijémonos en las palabras del Concilio, cuando dice que Él, Jesús, Dios, nos reconcilió[11] consigo y con nosotros. Creo que generalmente pensamos, sí, que el Señor Jesucristo nos reconcilió con Dios; el Concilio dice que también nos reconcilió con nosotros. No pensamos mucho en eso. Nuestra relación con el prójimo la ponemos en un lugar sin importancia, y como vamos viendo, es de la esencia del cristianismo. Para que comprendamos bien esto, pongámonos una pequeña tarea: leamos la 2ª Carta a los Corintios, capítulo 5º, vv. 18ss. Y también Colosenses 1, 20-22 Son unas pocas líneas para leer, despacio, meditándolas. Si Dios quiere, en la próxima reflexión días las comentaremos.


[1] José Deharbe, S.J., Catecismo de la Doctrina Cristiana, Herder, Friburgo de Brisgovia, 1899, Pg 85s

[2] Cfr Is 58,6ss; Hebr, 13, 1ss – Se puede ver también Tito, 2 1ss, Tim, 2,16s.; 2 Macabeos, 12, 42s Sobre la corrección fraterna Cfr. Mt 18, 15ss; St 5, 19s

[3] Entre los muchos sitios donde puede leerse el discurso de Ratisbona, véase la Nota 6 en esta misma reflexión y también: http://www.scriptor.org/2006/10/encuentro_con_l.html

[4] Entre los enlaces (Blogroll) de estas reflexiones, se encuentra el de la edición oficial del Compendio. Lo invito a echar una mirada allí.

[5] John L. Mckenzie, S.J., The Power and the Wisdom, An interpretation of the New Testament, The Bruce Publishing Company, Pg. 231. Lo que está en cursiva es traducción mía.

[6]Cfr Discurso de Benedicto XVI en la Universidad de Ratisbona, Zenit 13-09-2006, Código ZS06091325

[7] Para comprender en qué consiste la naturaleza humana de Cristo, Cfr. Catecismo Nº 467, El Concilio Vaticano cita en la Gaudium et Spes, 22, los Concilio II y III de Constantinopla y el de Calcedonia. Cfr. Reflexión 17 de agosto 17, 2006, “El mundo cambió cuando Dios se hizo parte de él”.

[8] El Concilio Vaticano cita el Constantinopolitano III: “ita et humana eius voluntas deificata non est perempta”(Denz. 291, que podemos traducir: “de esta manera su voluntad humana deificada no pereció (no fue destruida)

[9] Cf Hebr 4,15

[10] Cf 2 Cor, 5,18s; Col 1,20-22

[11]Cf 2 Cor, 5,18s; Col 1,20-22

Reflexión 30.1 Septiembre 21 2006

Responsabilidad del Comunicador Católico

 

¿Debemos colaborar en medios abiertamente anticatólicos? Responsabilidad de los comunicadores sociales

 

Antes de avanzar en el estudio del Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, y sin apartarnos del tema de nuestra responsabilidad con el prójimo, en particular la responsabilidad de los comunicadores sociales, vamos a dedicar esta corta reflexión a la pregunta: ¿Debemos colaborar en medios abiertamente anticatólicos? Es una pregunta que hace pensar y su respuesta no es fácil.

 

Carta del P. Rafael Merchán de Brigard al periodista Alberto Casas Santamaría

 

En el periódico El Nuevo Siglo, el P. Rafael de Brigard Merchán, en su columna de opinión, escribió una muy interesante carta al doctor Alberto Casas, conocido periodista, ex ministro de Estado, muy hábil comunicador. Las ideas del P. Merchán nos ayudan a responder a nuestra pregunta.

El doctor Casas colabora en la emisora llamada La W, que algunos llaman la emisora “Light” de Bogotá. Los invito a leer esa carta que reproducimos a continuación. La lectura de esa carta que merece una respuesta, no sólo de Alberto Casas, sino que la podrían tomar como dirigida también a ellos, otros periodistas católicos. No se supo si alguna vez el doctor Casas respondió la carta, que dice:

 

OPINIÓN

Por Rafael de Brigard Merchán, Pbro.

Carta a don Alberto Casas

Estimado doctor Casas:

No sé si usted sea consciente del papel que puede desempeñar en su actual oficio de periodista radial, en su condición de hombre mayor, de miembro de familia y de la Iglesia Católica. Lo veo como entre los palos, situado en un medio, en concreto la emisora llamada La W, que se ha convertido en la que orienta la vida, tal cual, de nuestra clase dirigente, de nuestros políticos, de la gente que toma las grandes decisiones en el orden nacional, de las amas de casa y de muchos ejecutivos. En mi humilde parecer, en ocasiones, lo que desde esa estaciónse dice y predica –porque los comunicadores han adquirido tonos de verdaderos predicadores- está avasallando con muchas de las creencias, convicciones y costumbres que para multitud de colombianos son fundamentales y merecedoras de respeto y delicadeza.

A veces lo siento, al escucharlo y escuchar a sus compañeros de cabina, incómodo y hasta arrinconado. Hasta hace un tiempo usted citaba, con fino humor, a sus hermanas como oyentes de La W para que sus colegas no se sobrepasaran en expresiones e ideas francamente salidas de tono. Pero con el pasar de los días veo que lo han arrinconado más y simplemente lo tienen allí haciendo el papel del bogotanazo que apenas se preocupa de lo que es de buen o mal gusto y eso, sin duda, está muy por debajo de lo que usted realmente puede hacer con un micrófono en frente de su boca. Quienes lo rodean en la emisora seguramente no tuvieron los privilegios religiosos, morales y éticos con los cuales usted se educó, se crió y convivió hasta ahora y de ahí que digan lo que dicen. Si se percibe en ellos una gran violencia, repetida, constante y hasta obsesiva y con blancos, personas e instituciones, muy bien definidos Usted (sic) no puede simplemente amalgamarse con ellos.

Doctor Casas: es precisamente en personas como usted en las cuales la gente de bien, los ciudadanos honorables, los creyentes sinceros, quisiéramos escuchar, no un beato aburridísimo, sino una persona valiente, serena, profunda en sus argumentos, preocupada de decir cosas no sólo interesantes sino importantes y todo con una altura que ciertamente a los Casas Santamaría no les es extraña y bien que la han llevado durante generaciones enteras. Mi llamado es a que siga desempeñando su vocación de comunicador con gran simpatía y seriedad, con espíritu de diálogo, pero también con horizontes altos y nobles. Que no tema, no sólo en nombre de sus queridas hermanas, sino de tantas personas que lo estimamos y le reconocemos sus capacidades, sentar posiciones claras, cristianas y civilistas cuando se traten temas de la mayor importancia. Y jamás acolite el mal trato que a veces se da a la gente por parte de algunos de sus colegas.

Este, mi querido doctor, es un pequeño sermón, fruto de recoger comentarios y preocupaciones de mucha gente, la suya y la mía, la de nuestra ciudad. Recíbalo con benevolencia y cuente conmigo para todo lo bueno, lo noble y lo justo.

Reflexión 30 Septiembre 21 2006

Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia Nº 40


El amor a que estamos llamados es un amor que implica asumir una responsabilidad

 

Los invito a que nos dispongamos para nuestro estudio en una actitud de reflexión, que nos ayude a aceptar de corazón y a comprender  la doctrina social de la Iglesia. Tengamos presente que la Doctrina Social de la Iglesia tiene su origen en la Sagrada Escritura, la Palabra de Dios; en la Tradición y el Magisterio.

Estamos estudiando el primer capítulo del Compendio de la Doctrina Social de la IglesiaI. Este capítulo nos enseña cuál es el designio o plan de Dios para la humanidad. Ya en dos reflexiones anteriores comenzamos el estudio del Nº 40,que amplía y profundiza el tema sobre la salvación cristiana, que es el plan de Dios para todos los hombres: su plan es la salvación para todos los hombres, y la salvación, de todo el hombre. El plan divino sobre el hombre, desde su creación, ha sido ofrecerle la posibilidad de gozar de su vida en la gloria. En eso consiste la salvación.

Recordemos lo que dice el Nº 40: La universalidad e integridad de la salvación ofrecida en Jesucristo, hacen inseparable el nexo entre la relación que la persona está llamada a tener con Dios y la responsabilidad frente al prójimo, en cada situación histórica concreta.

El Nº 40, que acabamos de leer, hace especial énfasis en el inseparable nexo entre la relación con Dios a la que estamos llamados, y nuestra responsabilidad con el prójimo, en cada situación histórica concreta. El amor a que estamos llamados es un amor que implica asumir una responsabilidad.

 

Los cristianos estamos llamados a amar aun a los enemigos

 

Reflexionábamos por eso sobre qué significa eso de nuestra responsabilidad con el prójimo. Esto de nuestra responsabilidad frente al prójimo nos dejaba pensativos, porque todas estas verdades las conocemos, pero se nos quedan sólo a nivel de la razón o quizás de ese afecto que se expresa sólo de palabras. Y, claro está, todos comprendemos fácilmente, que no debemos hacer daño a las personas que amamos, pero resulta que los cristianos estamos llamados a amar aun a los enemigos.

 

Quien es responsable de algo tiene que presentar cuentas sobre el cumplimiento de esa responsabilidad

Esto del amor al prójimo y de nuestra consiguiente responsabilidad, no se refiere a una invitación a los de buena voluntad, a los que voluntariamente quieran ser amables con los demás, y que quieran extender su generosidad a los más necesitados. Se trata de un deber. Porque quien es responsable de algo, tiene que presentar cuentas sobre el cumplimiento de esa responsabilidad. En nuestro caso, tenemos responsabilidad con nuestros hermanos que sufren, que padecen injusticia, que viven en la pobreza o como víctimas de desastres naturales.

Para no quedarnos sólo en la teoría ni en generalidades, consideramos nuestra responsabilidad con el prójimo, en ciertas situaciones concretas, teniendo en cuenta que la responsabilidad es diferente, según las circunstancias en que se encuentre cada uno. En algunos casos, sólo podremos acompañar a los que sufren con nuestra oración. La oración es muy importante, y debemos orar por los demás. En otras situaciones podremos asímismo, colaborar con nuestra acción directa, como lo hacen, por ejemplo, admirablemente, los médicos que trabajan como voluntarios, yendo a regiones alejadas de los centros urbanos; como lo hacen personas de diferentes profesiones y oficios, que colaboran como voluntarias en obras comunitarias de diversa índole. En nuestro país existen desde hace años, organizaciones de voluntariado que trabajan en hospitales, en cárceles, en obras de la acción comunal; aunque a decir verdad, no se ha extendido ni tiene tanta fuerza la organización del voluntariado como en otros países. No está tan extendida ni tan arraigada la conciencia de todo lo que se puede hacer uniendo libremente voluntades, y sin recompensa económica, así la colaboración individual parezca pequeña.

El llamado de Dios es para que respondamos de acuerdo con nuestra capacidad

 

Son innumerables los modos de ser solidarios. De acuerdo con la situación y el medio en que se encuentre cada uno, se ofrecen modalidades y posibilidades distintas de ser solidario. Claro está que hay personas con capacidad de hacer esfuerzos grandes, y hay otras que sólo pueden hacer esfuerzos pequeños. Todos esos esfuerzos sumados son necesarios e importantes. El llamado de Dios es para que respondamos de acuerdo con nuestra capacidad; Dios no nos pide algo más allá de nuestras fuerzas. No nos vendría mal hacernos la pregunta: ¿qué estoy haciendo yo, por los demás? Concretamente, y de modo habitual. No sólo una vez al año.

La caridad tradicional no ha pasado ni pasará de moda tampoco. A veces dudamos de si debemos dar o no una limosna, y esa contribución a la persona que pide a nuestra puerta o el mercado que se lleva desde la parroquia, pueden solucionar un problema grave de hambre. La Iglesia lleva a cabo esfuerzos grandes, con obras como Cáritas[1], en todos los países; los bancos de alimentos, en varias diócesis, el pan compartido en las parroquias, las obras pontificias gracias a la solidaridad de muchos católicos de todo el mundo. Pero no nos enfoquemos en este momento tanto en lo que hace la Iglesia como Institución, sino en lo que cada uno de nosotros realiza como respuesta al llamado del Señor a amar a nuestros hermanos. Lo que podemos hacer directamente o como contribución nuestra a las instituciones que reúnen los esfuerzos de todos para ejecutar obras que individualmente no podríamos hacer. Tengamos presente que las obras asistenciales son necesarias, aunque no sean la solución definitiva y radical. Y no olvidemos, que por las obras de misericordia nos van a juzgar… Leamos si no a Mt. 5, 7: Bienaventurados los misericordiosos porque ellos alcanzarán misericordia,y en particular Mt. 25, 34ss: Venid, benditos de mi Padre, recibid la herencia del Reino preparado para vosotros desde la creación del mundo. Porque tuve hambre y me disteis de comer…

 

Cuando ocupamos cargos de responsabilidad directiva ¿nos preguntamos para qué nos tiene Dios allí?

Creo conveniente repetir la reflexión anterior sobre la responsabilidad que algunos católicos en particular tienen con el prójimo. Me referí específicamente a los católicos llamados a servir a la comunidad, en posiciones de responsabilidad en el Estado o en la empresa privada. Algunos de ellos son reflexivos y se detienen a preguntarse qué quiere el Señor que hagan allí, pero otros, no tienen esto en cuenta, en absoluto. No se preguntan si Dios quiere que estén allí para que cumplan alguna misión…

Trabajé muchos años en diversas organizaciones privadas, algunas nacionales y otras multinacionales. Por lo que pude observar allí, la generalidad de laspersonas en altos cargos, en la empresa privada y también en el Estado, hacen una separación completa de sus obligaciones contractuales y legales y de su fidelidad a la fe. Les suele interesar el cumplimiento de la ética, pero dividen las actividades de su vida en dos cajones completamente independientes. Su trabajo, sus responsabilidades con el mundo, los ponenen un cajón, y sus responsabilidades como creyentes, en el otro.

Los católicos que desempeñan cargos en el Estado, y los directivos de las empresas, tienen una especial responsabilidad con los demás, sobre todo, si son ellos quienes orientan la acción a donde se dirigen las políticas y estrategias de sus compañías; y en el Estado, quienes orientan las políticas, las leyes y los recursos de la nación, que son de todos. No olvidemos que somos administradores de los bienes que Dios puso a nuestro cuidado, pero los destinó al bienestar de todos. No se puede tomar decisiones que afecten negativamente a otros, y menos aún si se afecta a los más necesitados, sin tenerlos en cuenta.

Mencionábamos en la reflexión anterior la ley de flexibilización laboral, por ejemplo, que supuestamente pretendía quitar cargas a las empresas, para que ofrecieran más puestos de trabajo, y en esa forma, decían, se favorecerían los trabajadores. En la práctica esa ley fue un fracaso. Las empresas,- con contadas excepciones,- no respondieron. Quedaron en deuda, porque las empresas no tenían obligación de aplicar la nueva ley y rebajar los ingresos por horas extras y nocturnas; tenían libertad de seguir aplicando la legislación anterior, más beneficiosa para los trabajadores; pero simplemente optaron por seguir el camino más beneficioso para ellas: aprovecharon las ventajas en su propio beneficio, y en detrimento de los trabajadores más débiles. El Congreso no ha corregido esa equivocación, si de verdad la intención era el aumento de oferta de trabajo. El ministro de la Protección Social tiene cuentas pendientes en éste, como en otros casos (Se trataba de Diego Palacio).

 

Altos funcionarios del Estado que tendrán que rendir cuentas por su orientación equivocada

Mencionamos también en la reflexión anterior, que entre ese grupo de altos funcionarios del Estado que tendrán que rendir cuentas por su orientación equivocada, hay algunos que dicen defender la salud y la vida, y para eso no tienen inconveniente en sacrificar a los más débiles, como en el caso del aborto y la eutanasia. Ellos no han medido su responsabilidad con los que no pueden nacer o no pueden seguir viviendo, porque, o no tienen todavía la posibilidad de gritar desde el vientre materno o no pueden tampoco hacerlo libremente desde su lecho de enfermos. El Procurador General (nos referimos a quienes ocupaban esos cargos en 2006), el Defensor del Pueblo, el Ministro de salud, más los Magistrados y los congresistas que apoyan el aborto y la eutanasia, caen entre las personas a quienes es lícito rehusarles obediencia en estas materias injustas, porque hay que obedecer a Dios, antes que a los hombres.[2]

Como leímos en el comunicado de la Conferencia Episcopal: En ningún ámbito de la vida, la ley civil puede sustituir la conciencia ni dictar normas que excedan la propia competencia que es la de asegurar el bien común de las personas mediante el reconocimiento y la defensa de sus derechos fundamentales.

Y añadía siguiendo la encíclica Pacem in terris, del Beato Juan XXIII: Por esta razón, aquellos Magistrados que no reconozcan los derechos del hombre o los atropellen, no sólo faltan a su deber sino que carece de obligatoriedad lo que ellos prescriban” (Pacem in Terris Nº 61).

 

No siempre hay coherencia entre trabajo y fe en los comunicadores sociales católicos

 

En este punto, sobre nuestra responsabilidad con el prójimo, mencionamos que otro grupo de católicos que vive en las trincheras todos los días, y en cuya acción no siempre aparece la coherencia entre trabajo y fe, es el de los comunicadores sociales católicos. Repitamos lo que dijimos en la reflexión pasada sobre algunos periodistas de los medios hablados y escritos:

Los comunicadores sociales orientan a la opinión, y a veces, cuando tratan temas delicados, en los que la formación ética define una posición, pareciera que olvidaran su misión de constructores del Reino de Dios en la tierra, y asumen posiciones ambiguas o abiertamente opuestas a lo que nos enseña la fe. Se ha insistido tanto, – como hábil estrategia, – en una mal entendida separación de la Iglesia y del Estado[3], en la libertad de expresión y en la necesidad del divorcio entre el mundo terreno y el trascendente, que los que pueden hablar no lo hacen por temor de ser impopulares, se da más espacio y tiempo a los comentaristas no creyentes y se está llegando a la dictadura de negar la palabra a los creyentes. Ahora, hasta se nos quiere privar del derecho constitucional de la objeción de conciencia. No hay peor dictadura  que la que se está montando con el apoyo de poderosos medios de comunicación y el camuflaje de la legalidad.

Debemos aceptar que no es fácil ser coherentes en esas situaciones de responsabilidad y de controversia. Debemos por eso pedir al Espíritu Santo, que ilumine a los creyentes que tienen responsabilidades tan altas con sus hermanos, para que no se dejen envolver en el torbellino de la confusión, y les dé la fortaleza que requieren, para no dejarse acobardar ante la actual virulenta campaña contra la Iglesia y la fe, que se ha vuelto ahora una enfermedad crónica.

 

Las carencias que tienen que ver con los temas éticos, se manipulan o con ligereza o con pinzas, como si quemaran

 

Como quizás alguien se podría preguntar, si estos temas tienen algo qué ver con la Doctrina Social de la Iglesia, aclaramos nuestro punto de vista: El Nº 40 del Compendio de la D.S.I., que estamos estudiando, nos advierte de nuestra responsabilidad frente al prójimo, en cada situación histórica concreta. Es quizás más fácil aceptar, por lo menos en teoría, que tenemos responsabilidad frente al prójimo que sufre la carencia de lo material, que padece la pobreza o la enfermedad, pero las carencias que tienen que ver con los temas éticos, se manipulan o con ligereza o con pinzas, como si quemaran. Se les tiene miedo.

El hombre considerado integralmente no es sólo cuerpo. Pueden ser peores los peligros que corre la persona de perder su alma, que la de perder sus bienes materiales: su casa o sus tierras. “¿De qué le vale al hombre ganar todo el mundo, si al fin pierde su alma”. Esa frase del Señor nos recuerda, que somos más que materia, que nuestras necesidades no se reducen al pan y a la salud del cuerpo. Que nuestro destino es la eternidad. Que nuestra responsabilidad es frente a situaciones concretas materiales, pero sin olvidar las que constituyen nuestra vida trascendente. El Catecismo nos enseña que debemos practicar las obras de misericordia corporales y también las espirituales.

 

Atacan a la Iglesia todos los días porque está viva

 

Casi no hay semana, en que alguna columna de un periódico o revista no afecto a la Iglesia, se dedique a atacarla abierta o veladamente. Eso nos confirma que lo hacen porque la Iglesia está viva, porque Cristo resucitado vive, pues si estuviera muerto, no les preocuparía a sus enemigos, pero de todos modos, las actuales circunstancias de ataques permanentes a la Iglesia, nos deben poner alerta. ¿Estamos contentos con los rumbos que está tomando nuestro país? ¿Es ese el mundo que queremos para nuestros hijos y nietos? Porque parece que hubiera una campaña mundial para socavar los cimientos del cristianismo. En Colombia es clara esa campaña, aprovechando la posición de la Iglesia frente a la aprobación del aborto, la campaña por la reglamentación de la eutanasia en el Congreso y la preparación del camino para equiparar las uniones entre homosexuales con el matrimonio. Se trata de una campaña, desde muchos frentes, contra los defensores de la vida y de los planes de Dios con el hombre.

 

Los ataques a la Iglesia tienen diverso efecto en los creyentes, en los mal preparados, en los tibios y en los no creyentes

 

No dejemos de recordar que los ataques a la Iglesia, hábilmente urdidos, tienen distinto efecto, según la persona a la que llegan. Entre los creyentes bien fundados en su fe y en el amor a Dios, que tratan de vivir su vida cristiana con la práctica de la caridad, de la oración y de los sacramentos, esos ataques tienen el resultado de hacerlos amar más a la Iglesia, de ser más conscientes de la gracia enorme de haber sido llamados a la fe. Se preocupan más por profundizar en la doctrina y, con humildad, están dispuestos a aceptar que si a Jesús lo persiguieron, también nos perseguirán a nosotros.

El efecto en los no creyentes, que por razones que desconozco alimentan odio contra la Iglesia, es que su odio parece exacerbarse. Se vuelven más virulentos. Como sucede con las bacterias que se alborotan, cuando entran a un cuerpo ya infectado.

Es doloroso aceptarlo, pero hay también cristianos insuficientemente preparados para el mundo difícil que atravesamos; algunos porque, como no tuvieron la oportunidad de formarse con profundidad en la fe, e asuntos fundamentales como el matrimonio y la familia les dan sólo el alcance limitado y superficial que merecen las actividades sociales estilo club. Por eso aceptan tranquilamente la licitud de las parejas de hecho entre católicos, por ejemplo, como si no hubiera diferencia entre matrimonio y unión libre. También hay cristianos tibios, que junto con los mal formados, son los que más preocupan, porque son los más débiles. Como están bajos de defensas espirituales, fácilmente aceptan las falsedades, los chismes, las distorsiones de la información en los medios de comunicación, y acaban de aliados del enemigo.

Si el cristiano debe orar por los enemigos, debe hacerlo también por él mismo, porque el Señor le fortalezca su fe, porque todos somos débiles, todos corremos peligro. Y con especial ahínco debe orar por sus hermanos que flaquean. Ya que ellos no oran o lo hacen poco, debemos seguir la solicitud de Jesús a sus apóstoles en Getsemaní: velad y orad para que no caigáis en la tentación. Debemos orar por nosotros y por ellos. No podemos dormirnos en medio del peligro. Parece dirigida a todos nosotros la pregunta del Señor a sus compañeros los apóstoles en el Huerto: ¿Cómo es que estáis dormidos? Levantaos y orad para que no caigáis en la tentación.[4]

A los lectores de estas reflexiones, especialmente a los que sufren, les ruego que ofrezcan algo de ese sufrimiento y de sus oraciones, por los cristianos débiles en su fe. El Señor, de seguro recibirá con agrado ese ofrecimiento. Es ofrecer apoyo al que está por caer, es dar la mano al caído para que se reincorpore y siga adelante. Sin duda en nuestras familias hay seres queridos que necesitan nuestra mano. Unámonos todos en esta campaña. Que no se pierda ninguno de los que el Señor nos ha encomendado. Recordemos las palabras de Señor en su oración sacerdotal, en la Última Cena. Pidió allí por los apóstoles y también por nosotros, porque dijo: No ruego sólo por éstos, sino también por aquellos, que por medio de su palabra, creerán en mí. Digamos con Él algunas de sus súplicas, para pedir por los nuestros. Éstas fueron algunas de las palabras del Señor:

Por ellos ruego yo; no ruego por el mundo, sino por los que tú me has dado, porque son tuyos;..-

…ellos están en el mundo…

…Padre santo, cuida en tu nombre a los que me has dado, para que sean uno como nosotros…

No te pido que los retires del mundo, sino que los guardes del Maligno. No son del mundo, como yo no soy del mundo. Conságralos en la verdad: tu Palabra es verdad

…Cuando estaba yo con ellos, cuidaba en tu nombre a los que me habías dado…

Hemos terminado de repasar y ampliar la reflexión sobre el Nº 40, que dice:

La universalidad e integridad de la salvación ofrecida en Jesucristo, hacen inseparable el nexo entre la relación que la persona está llamada a tener con Dios  y la responsabilidad frente al prójimo, en cada situación histórica concreta.

 

Fernando Díaz del Castillo Z.

Ecríbanos a: reflexionesdsi@gmail.com


[1] Véase en los enlaces de este blog: http://www.pastoralsocialcolombia.org/

[2] Cfr. Hechos de los Apóstoles, 4, 19

[3]La Iglesia está de acuerdo en la separación de la Iglesia y el Estado, pero no en el sentido de tratar los dos terrenos como si no pudieran tener injerencia el uno en el otro. No se puede desintegrar lo que en el hombre está por naturaleza integrado: la vida terrena y le destino eterno.

[4]Lc., 22,46

Reflexión 29, Jueves 14 de septiembre 2006

Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia Nº 40

Septiembre 2006

La salvación cristiana es el plan divino para todos

Estamos estudiando el primer capítulo del Compendio de la Doctrina Social de Ia Iglesia, que nos enseña cuál es el plan de Dios para la humanidad. Hace una semana comenzamos el estudio del Nº 40, que amplía y profundiza el tema sobre la salvación cristiana, que es el plan divino para todos los hombres: la salvación para todos los hombres, y la salvación, de todo el hombre. Como nos enseña la Iglesia, la Historia de salvación comienza en el momento mismo de la creación; el plan de Dios sobre el hombre, desde su creación, ha sido ofrecerle la posibilidad de gozar de su vida en la gloria. En eso consiste la salvación.

Para repasar lo que alcanzamos a ver del 40, en la reflexión pasada, volvámoslo a leer: La universalidad e integridad de la salvación ofrecida en Jesucristo, hacen inseparable el nexo entre la relación que la persona está llamada a tener con Dios y la responsabilidad frente al prójimo, en cada situación histórica concreta.

 

Salvación universal e integral

 

Comienza entonces este número 40 con la frase: La universalidad e integridad de la salvación ofrecida en Jesucristo; como hemos visto, la salvación universal e integral a que se refiere el Compendio, es la que Dios ofrece a todos los hombres, sin distinción de raza ni de nacionalidad, de modo que ofrece una salvación universal, para todos. De esta salvación universal dice además el Compendio que es una salvación integral, -que, como vimos también,- se refiere a que Dios ofrece la salvación de todo el hombre, es decir, en todas sus dimensiones; como decía el Nº 38: en la dimensión personal, individual, y también en la dimensión social: que es la de los hombres relacionados entre sí, que conforman la sociedad. Dios ofrece la salvación de la persona humana como individuo y también la salvación de la sociedad, de la comunidad de los hombres. Y añade otras dimensiones del ser humano; la dimensión espiritual y la corpórea, la dimensión histórica y la trascendente. Como vimos, la salvación universal e integral se consumará, cuando llegue la plenitud de los tiempos. Nos viene bien refrescar lo que vimos hace ya cuatro o cinco programas a este respecto:

Nos decía el Compendio en el Nº 38, que la salvación se culminará en el futuro que Dios nos reserva, cuando junto con toda la creación seremos llamados a participar en la resurrección de Cristo y en la comunión eterna de vida con el Padre, en el gozo del Espíritu Santo. Nos remite allí el Compendio de la D.S.I. a la carta de San Pablo a los romanos.

 

Reconciliación del mundo entero…del hombre y de toda la creación material

 

La misión redentora de Cristo es universal, abarca a toda la creación, como nos explica San Pablo en Rm 8 y en Colosenses en el capítulo 1º. Es una buena ayuda tener presente la explicación del escriturista P. Pastor Gutiérrez, quien al comentar la Carta a los Romanos, dice que Dios, por medio de Cristo, por medio de su sangre en la cruz, ofrece la reconciliación del mundo entero…del hombre y de toda la creación material, en cuanto que todo el conjunto de seres racionales e irracionales se dirige ya ordenada y armónicamente a Cristo; entre todos ellos se restablece el equilibrio roto por el pecado, que causó un corte fatal en nuestras relaciones con Dios.[1]

Volver de la creación material al equilibrio roto por el pecado

 

Recordemos que ese nuevo ordenamiento del universo se consumará al final, cuando todo vuelva a Jesucristo. Nos aclara mucho esta explicación la comprensión de ese volver de la creación material al equilibrio roto por el pecado. Hemos visto que, como nos explica el Cardenal Ratzinger, hoy Benedicto XVI, en su libro Dios y el Mundo: La fe de la Iglesia ha dicho siempre que la alteración que supone el pecado original influye así mismo en la creación. La creación ya no refleja la pura voluntad de Dios, el conjunto está en cierto modo deformado. Aquí nos encontramos ante enigmas. Estas palabras del Cardenal Ratzinger las encontramos en la página 75, de su libro Dios y el Mundo.

A veces nos desconcertamos ante los desastres naturales. Sin duda el maltrato que se hace de la naturaleza influye en los cambios climáticos y de otro orden, como se ve en las catástrofes de la naturaleza. El hombre, bajo la influencia del pecado original, sigue haciendo daño en el universo creado, además del desorden que ya comenzó con el primer pecado. Al estudiar este número del Compendio, a mí me ha consolado saber que esta tierra que amamos, porque es nuestra casa, a la que se llama también la madre tierra, un día se transformará en lo que originalmente Dios quiso de ella. Será una tierra nueva. Mientras llega ese día, nuestra colaboración en el desarrollo del Reino de Dios en la tierra debería incluir nuestra colaboración en el orden material, en la ecología, en la conservación de la naturaleza como Dios la quiere.

Bien, volvamos al Nº 40. Dice la Iglesia que la salvación universal e integral, hace inseparable el nexo entre la relación que la persona está llamada a tener con Dios y la responsabilidad frente al prójimo, en cada situación histórica concreta.

 

Responsabilidad frente al prójimo, en cada situación histórica concreta

 

Observamos en la reflexión pasada, que hay en este número un elemento nuevo que no se nos puede escapar. Reflexionamos antes sobre la unión con Jesucristo, a la que estamos llamados, expresada por el Señor en la Última Cena, en la comparación con la vid y los sarmientos, unión que debe producir también, el fruto del amor a nuestros hermanos. Ahora, lo nuevo en este número 40, es que el Compendio nos habla de responsabilidad: la responsabilidad frente al prójimo, en cada situación histórica concreta, dice. De modo que no es una invitación a algo de simple buena voluntad, no se trata de una materia de simple piedad. Nos habla la Iglesia de responsabilidad. Tenemos una responsabilidad con el prójimo, en cada situación histórica concreta.

 

Cuestión de responsabilidad y no sólo de buena voluntad

 

Esto de nuestra responsabilidad frente al prójimo nos deja pensativos. En nuestro caso, en la situación concreta en que vivimos en Colombia, tenemos responsabilidad con nuestros hermanos que sufren, que padecen injusticia, que viven en la pobreza o como víctimas de desastres naturales. Observábamos en la anterior reflexión, que cuando nos llaman a ser solidarios con los que sufren, no nos están pidiendo simplemente, que manifestemos nuestra generosidad, que seamos filantrópicos…Es que, como cristianos, en cada situación histórica concreta en que se encuentre nuestro prójimo, tenemos una responsabilidad con ellos. Es cuestión de responsabilidad y no sólo de buena voluntad. Responsabilidad quiere decir que es algo sobre lo que tendremos que rendir cuentas.

También decíamos que esa responsabilidad es diferente para cada uno. En algunos casos, solo podremos acompañar a los que sufren con nuestra oración. Eso, que es muy importante, debemos hacerlo. En otras situaciones podremos colaborar con nuestra acción, con nuestro trabajo directo, como lo hacen los médicos que trabajan generosamente como voluntarios, yendo a las regiones alejadas de los centros urbanos, necesitadas de su ayuda; como lo hacen personas de diferentes profesiones y oficios, que colaboran como voluntarias en obras comunitarias de diversa índole. Son innumerables los modos de ser solidarios. De acuerdo con la situación en que se encuentre cada uno, se le presentan modalidades y posibilidades distintas de ser solidario. Hay personas con capacidad de hacer esfuerzos grandes, y otras sólo pueden hacer esfuerzos pequeños. Todos son importantes. Cuántas veces la limosna a la persona que pide a nuestra puerta, o el mercado que se lleva desde la parroquia, soluciona un problema grave de hambre. Las obras asistenciales son necesarias, aunque no sean la solución definitiva y radical. Y, por las obras de misericordia nos van a juzgar… Leamos si no a Mt. 25, 34ss.

La responsabilidad de ciertas personas en altos cargos

 

Les confieso que tengo una especial preocupación, por la responsabilidad de ciertas personas de altos cargos; por la separación que los altos directivos de la empresa privada y del Estado hacen de sus obligaciones contractuales y legales y de su fidelidad a la fe. Muchos dividen las actividades de su vida en dos cajones completamente independientes. Su trabajo, sus responsabilidades con el mundo, los ponenen un cajón y sus responsabilidades como creyentes, en el otro. Los católicos que desempeñan cargos en el Estado, y los directivos de las empresas, tienen una especial responsabilidad con los demás, sobre todo si ellos orientan la acción a donde se dirigen las políticas y estrategias de sus compañías, y en el Estado, si orientan las políticas, las leyes y los recursos de la nación, que son de todos. No olvidemos que somos administradores de los bienes que Dios puso a nuestro cuidado, pero los destinó al bienestar de todos. No se pueden tomar decisiones que afecten negativamente a otros, sin tenerlos en cuenta. La ley de flexibilización laboral, por ejemplo, que supuestamente pretendía quitar cargas a las empresas, para que ofrecieran más puestos de trabajo y en esa forma favorecer a los más necesitados,fue un fracaso.[2] Las empresas,- con contadas excepciones,- no respondieron. Quedaron en deuda. Simplemente aprovecharon las ventajas en su propio beneficio. Y el Congreso no ha corregido esa equivocación, si de verdad la intención era el aumento de oferta de trabajo. El ministro de la Protección Social tiene cuentas pendientes también, en este caso.

 

Obedecer a Dios antes que a los hombres

 

Entre ese grupo de altos funcionarios del Estado, que tendrán que rendir cuentas por su orientación equivocada, hay algunos que dicen defender la salud y la vida, sacrificando a los más débiles, como es en el caso del aborto y la eutanasia. Tienen ellos una responsabilidad con los que no pueden nacer o seguir viviendo, porque, o no tienen todavía la posibilidad de gritar desde el vientre materno o no pueden tampoco hacerlo desde su lecho de enfermos. El Procurador General, el Defensor del Pueblo, el Ministro de salud, más los Magistrados y los congresistas que apoyan el aborto y la eutanasia, caen entre las personas a quienes es lícito rehusarles obediencia en estas materias injustas, porque hay que obedecer a Dios, antes que a los hombres. (Téngase en cuenta que esto se escribe en 2006).


Una dictadura camuflada, contra la fe

Otro grupo de católicos que vive en las trincheras todos los días, y en cuya acción no siempre aparece la coherencia entre trabajo y fe, es en el de los comunicadores sociales católicos. Ellos orientan a la opinión, y a veces, cuando tratan temas delicados, en los que la formación ética define una posición, pareciera que olvidaran su misión de constructores del Reino de Dios en la tierra. Se ha insistido tanto, como hábil estrategia, en una mal entendida separación de la Iglesia y del Estado, en la libertad de expresión y en la necesidad del divorcio entre el mundo terreno y el trascendente, que se está llegando a la dictadura de negar la palabra a los creyentes, y hasta se nos quiere ahora privar del derecho constitucional de la objeción de conciencia. No hay peor dictadura que la que se está montando con el apoyo de poderosos medios de comunicación y el camuflaje de la legalidad.

Es verdad que no es fácil ser coherentes en esas situaciones de responsabilidad. Debemos pedir al Espíritu Santo que ilumine a los creyentes que tienen responsabilidades tan altas con sus hermanos para que no se dejen envolver en el torbellino de la confusión, y les dé la fortaleza que requieren, para no dejarse acobardar ante la actual virulenta y permanente campaña contra la Iglesia y la fe.

Nuestras necesidades no se reducen al pan y la salud

 

¿Estos comentarios tienen que ver con nuestro estudio de la D.S.I.? Pues, sí: el Nº 40 del Compendio de la D.S.I., que estamos estudiando, nos advierte de nuestra responsabilidad frente al prójimo, en cada situación histórica concreta. Es verdad que tenemos responsabilidad frente al prójimo que sufre la carencia de lo material, que padece la pobreza o la enfermedad, pero como hemos visto, el hombre considerado integralmente no es sólo cuerpo. Pueden ser peores los peligros que corre la persona de perder su alma, que la de perder sus bienes materiales: su casa o sus tierras. “¿De qué le vale al hombre ganar todo el mundo, si al fin pierde su alma”. Esa frase del Señor nos recuerda, que somos más que materia, que nuestras necesidades no se reducen al pan y la salud. Que nuestro destino es la eternidad. Que nuestra responsabilidad es frente a situaciones concretas materiales, pero sin olvidar las que constituyen nuestra vida trascendente. El Catecismo nos enseña que debemos practicar las obras de misericordia corporales y también las espirituales.

 

Ataques contra los planes de Dios con el hombre

 

Las actuales circunstancias de ataques permanentes a la Iglesia nos deben poner alerta. ¿Para dónde queremos que vaya nuestro país, y que vaya el mundo? Porque parece que hubiera una campaña mundial para socavar los cimientos del cristianismo. En Colombia lo vemos con la aprobación del aborto, la campaña que empieza ahora con la reglamentación de la eutanasia en el Congreso, la preparación del camino para equiparar las uniones entre homosexuales con el matrimonio y, desde muchos frentes, los consiguientes ataques a los defensores de la vida y de los planes de Dios con el hombre.

Los ataques a la Iglesia, hábilmente urdidos, están teniendo distinto efecto, según la persona a la que llegan, a mi modo de ver: entre los creyentes bien fundados en su fe y en el amor a Dios, que tratan de vivir su vida cristiana con la práctica de la caridad, de la oración y de los sacramentos, esos ataques tienen el resultado de hacerlos amar más a la Iglesia, de ser más conscientes de la gracia inmensa, de haber sido llamados a la fe. Se preocupan más por profundizar en la doctrina y, con humildad, están dispuestos a aceptar que si a Jesús lo persiguieron, también nos perseguirán a nosotros.

 

Efectos de los ataques a la Iglesia: en los no creyentes

Y en los tibios en la fe, que son los sujetos más débiles

 

El efecto en los no creyentes, que por razones que desconozco alimentan odio contra la Iglesia, es que su odio parece exacerbarse. Se vuelven más virulentos. Como las bacterias que entran a un cuerpo ya infectado. Y hay también cristianos mal preparados para el mundo difícil que atravesamos. Los hay porque no tuvieron la oportunidad de formarse bien en la fe, y también hay cristianos tibios, que junto con los mal formados, son los que más preocupan, porque son los más débiles. Como están bajos de defensas espirituales, fácilmente aceptan las falsedades, los chismes, las distorsiones de la información en los medios de comunicación, y acaban de aliados del enemigo.

Si tenemos que orar por los enemigos, debemos hacerlo también y con especial ahínco por los cristianos que flaquean. Ya que ellos no oran o lo hacen poco, debemos seguir la solicitud de Jesús a sus apóstoles en Getsemaní: velad y orad para que no caigáis en la tentación. Debemos orar por nosotros y por ellos. No podemos dormirnos en medio del peligro. Parece dirigida a todos nosotros la pregunta del Señor a sus compañeros los apóstoles en el Huerto: ¿Cómo es que estáis dormidos? Levantaos y orad para que no caigáis en la tentación.[3]

Estamos estudiando ahora el Nº 40, que dice:

La universalidad e integridad de la salvación ofrecida en Jesucristo, hacen inseparable el nexo entre la relación que la persona está llamada a tener con Dios y la responsabilidad frente al prójimo, en cada situación histórica concreta.

 

La relación con Dios a la que estamos llamados y nuestra responsabilidad con el prójimo

Estamos reflexionando en las última palabras de esa frase sobre el nexo inseparable entre la relación con Dios a la que estamos llamados y nuestra responsabilidad con el prójimo. Veíamos que tenemos responsabilidad frente al prójimo que sufre la carencia de lo material, que padece la pobreza o la enfermedad, pero que el hombre considerado integralmente no es sólo cuerpo. Nuestra responsabilidad no se puede limitar a sólo las necesidades materiales del prójimo. Pueden ser peores los peligros que corre la persona de perder su alma, que la de perder su casa o sus tierras. “¿De qué le vale al hombre ganar todo el mundo, si al fin pierde su alma”. Esa frase del Señor nos recuerda que somos más que materia, que nuestras necesidades no se reducen al pan y la salud. Que nuestro destino es la eternidad. Que nuestra responsabilidad con nuestro prójimo es frente a situaciones concretas materiales sí, pero sin olvidar las que constituyen nuestra vida trascendente.

 

Responsabilidad de los medios de comunicación y los comunicadores católicos

Vamos a dedicar ahora los minutos que nos quedan, a reflexionar sobre una situación especialmente crítica en nuestro país: el papel que están desempeñando los medios de comunicación y nuestra actitud como católicos. Los medios de comunicación pueden ser de gran ayuda para cumplir con nuestra responsabilidad con el prójimo, pero pueden también hacer daño y un daño grande.

Es un hecho, que la Iglesia,- ni la Iglesia jerárquica, ni los laicos católicos,- contamos con medios de comunicación tan poderosos, como los que tiene el mundo al servicio de sus intereses terrenales. Demos gracias a Dios de contar con Radio María, que es una emisora sostenida por el esfuerzo de los oyentes y la colaboración de voluntarios tanto en su difusión como en la transmisión de los contenidos doctrinales, culturales y de oración. Radio María cuenta con 8 emisoras propias, dedicadas a transmitir el pensamiento de la Iglesia durante 24 horas diarias continuas. Existen también otras emisoras católicas, que se dedican a la evangelización, pero qué lejos estamos del nivel tecnológico que necesitaríamos, para contrarrestar la mala influencia de la mala radio y de la mala prensa.

Se debe reconocer sin embargo el enorme esfuerzo de la Iglesia. Veamos sólo algunos ejemplos, además deRadio María:

Radio Vaticanoes la emisora de la Santa Sede. Es un instrumento de comunicación y evangelización al servicio del ministerio del Papa y su sede se encuentra en el Estado de la Ciudad del Vaticano (…) .No es un órgano “oficial” de la Santa Sede, ya que queda a su propia responsabilidad, el contenido de los programas que elabora y difunde. Pero dada su naturaleza de servicio al Santo Padre y la facilidad con que el gran público le atribuye el carácter de oficial, Radio Vaticano debe mantenerse siempre en plena sintonía con el magisterio y las actividades de la Sede Apostólica.[4]

Radio Vaticano transmite en cuarenta idiomas a través de: cinco redes, con frecuencias en Onda Corta, Onda Media y Frecuencia Modulada, dos satélites con dos canales cada uno. Estas condiciones permiten a Radio Vaticano transmitir durante 60 horas diarias a todo el mundo.

Otro esfuerzo enorme de la Iglesia en la televisión internacional es la EWTN, que muchas personas conocen como el canal de la Madre Angélica, por su fundadora. Es excelente su labor. Lástima que sólo se puede sintonizar vía satélite en la TV por suscripción, de modo que no todo el mundo tiene acceso a ella.

En Colombia también hay encomiables esfuerzos en la televisión privada: en Bogotá, Cristovisión, de la arquidiócesis de Bogotá y Teleamiga, que dirige el Dr. Jo´se Galat y se propone La promoción y el desarrollo integral y fraterno de la persona humana y la sociedad, para crear una civilización en paz, más humana y cristiana. Tienen la limitación de que sólo puede sintonizarse con una antena especial o por cable.

Por su parte Televida en Medellín, fundada y regida por la Congregación Mariana, institución de seglares, que ahora en todo el mundo lleva el nombre de Comunidad de Vida Cristiana (CVX), y que es dirigida por la Compañía de Jesús. Este canal antioqueño emite, por ahora, 16 horas diarias de programación, con la misión de “Infundir en las personas y en las familias los principios de la fe cristiana, definidos por la Iglesia Católica. Defender la vida y promover la solidaridad, la reconciliación y la paz, a través de una programación evangelizadora, formativa, entretenida y de orientación familiar, para Medellín y el Área Metropolitana”.

Eso ha sido Televida hasta ahora, pero  precisamente en este mes de septiembre (2006), esta obra de los caballeros católicos antioqueños hace anuncios excelentes que nos alientan, pues se están preparando intensamente para el gran paso que van a dar, a finales del mes de Octubre: la conexión al Sistema Satelital.

Este momento único en la historia de este canal católico de TV en Colombia, les exigirá tener 24 horas de programación, nuevos equipos, nuevos programas de computador y nuevas personas, entre otros muchos requerimientos. Su reto es internacionalizar el mensaje de TELEVIDA. Es una excelente, alentadora noticia entre tantas malas noticias. El mensaje del Evangelio llegará desde Medellín, por TV, a toda Colombia, a Los Estados Unidos, Centro y Suramérica;en Europa a Portugal y a España y en África a Marruecos, norte de Argelia y Túnez.

Es muy importante que la verdad llegue a todos los rincones de la tierra, pero estamos lejos del ideal. De ahí la trascendencia de nuestra colaboración a los medios católicos, para que pueda continuar y mejorar su tecnología.

En prensa estamos mal. No tenemos en Colombia un diario de circulación nacional al servicio de la comunicación de la verdad del Evangelio. Por eso, por lo menos en la radio debemos redoblar nuestro esfuerzo. Es tan importante que en estos momentos en particular, se conozca la información de los señores obispos, en toda su extensión, y no sólo a través de las migajas de tiempo y de espacio en las páginas de los medios escritos y hablados…

El Catolicismo, que es periódico de la Arquidiócesis de Bogotá publicó esta semana el Comunicado del Comité Permanente de la Conferencia Episcopal, con el fin de iluminar la conciencia de los fieles católicos sobre temas que se han venido debatiendo en estos días. El periódico de mayor circulación nacional ni mencionó este importante comunicado. Sería de desear que los católicos que tienen posibilidad económica de hacerlo, conformaran un grupo de personas que estuviera dispuesto a pagar una página completa en un diario de circulación nacional, para publicar como publicidad, este tipo de información de la Iglesia. No podemos esperar que los que se han dedicado a atacarla, publiquen gratis los comunicados que rebaten sus opiniones y argumentos. Este comunicado de los señores obispos se refiere a los siguientes temas: la despenalización del aborto, la objeción de conciencia y la excomunión, y termina con este párrafo:

La verdad os hará libres. Tenemos plena confianza de que en medio de la confusión creada por las propuestas abortistas y la campaña de descrédito de la Iglesia, los fieles católicos irán comprendiendo las razones de quienes nos hemos puesto decididamente a favor de la vida.

La formación de una recta conciencia reclama el conocimiento de la ley de Dios, de los preceptos del Evangelio y de la enseñanza tradicional de la Iglesia consignada en el Catecismo de la Iglesia Católica.

Hacemos un llamado a todos los fieles a seguir con amor y fidelidad las enseñanzas del Señor Jesús que nos dejó en el Evangelio esta consigna: “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. El que me sigue no anda en tinieblas.”

 

La objeción de conciencia

Dada la importancia de la objeción de conciencia, en este momento crítico en que se pretende negar este derecho constitucional, voy a leer lo que dice a este respecto el comunicado episcopal:

El artículo 18 de nuestra Carta Política establece que en Colombia “se garantiza la libertad de conciencia. En consecuencia, nadie será molestado por razón de sus convicciones o creencias ni compelido a revelarlas, ni obligado a actuar contra su conciencia”.

En ningún ámbito de la vida, la ley civil puede sustituir la conciencia / ni dictar normas que excedan la propia competencia / que es la de asegurar el bien común de las personas / mediante el reconocimiento y la defensa de sus derechos fundamentales.

Por esta razón, aquellos Magistrados que no reconozcan los derechos del hombre o los atropellen, no sólo faltan a su deber sino que carece de obligatoriedad lo que ellos prescriban” (Pacem in terris) [5]

Contrariamente a lo que expresa el fallo de la Corte Constitucional, la Objeción de Conciencia no “hace referencia a una convicción de carácter religioso”. Se trata de un derecho natural consagrado para todos los ciudadanos que puede invocarse cuando la ley prescriba acciones que van contra las convicciones éticas, políticas o religiosas de la persona humana.

Es muy importante advertir que los que recurren a la Objeción de Conciencia deben estar exentos no sólo de sanciones penales sino también de cualquier perjuicio en los aspectos legal, disciplinario, económico y profesional (cf. E.V.74)[6]

Nos parece extremadamente grave  el que se pretenda desconocer o minimizar el hecho de que la Conciencia es la norma última de los actos humanos y, para los bautizados católicos, el santuario en el que el hombre se encuentra a solas con Dios.

Reconocemos y apoyamos el valor de los médicos, jueces, y personal de enfermería que han invocado la objeción de conciencia para negarse a practicar el aborto, o a sentenciarlo. Los médicos están al servicio de la vida y no de la muerte. Y este principio ético vale no sólo para los profesionales católicos sino para todos los que han hecho suyo el juramento hipocrático: “tendré absoluto respeto por la vida humana desde su concepción”.

Hasta aquí las palabras del mensaje episcopal. A los que quieran ahondar en el asunto de la objeción de conciencia, los invito a estudiarla en el Compendio de la D.S.I. en el Nº 399.


[1]Cfr Reflexión 25 del 17 de agosto de 2006

[2]Esa ley facilitó el despido de los trabajadores, el sistema de contratación y disminuyó el horario considerado nocturno para efectos del pago adicional a las horas trabajadas durante el día.

[3]Lc., 22,46

[4]La información sobre Radio Vaticano, Teleamiga y Televida las he tomado de sus páginas oficiales en internet.

[5]Nº 61

[6]Juan Pablo II, Evangelium Vitae, 73s

Reflexión 28, Septiembre 7 2006

Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia Nº 39-40

Recordemos cual el plan de Dios sobre el hombre

Estudiamos ahora el primer capítulo de la primera parte, del Compendio de la D.S.I. Este capítulo nos enseña cuál es el plan de Dios para la humanidad. En la reflexión anterior terminamos el estudio del Nº 39. Allí se amplía y profundiza el tema sobre la salvación cristiana, que es el plan divino para todos los hombres; la salvación para todos los hombres, y la salvación, de todo el hombre. Como nos enseña la Iglesia, la Historia de salvación comienza en el momento mismo de la creación; el plan de Dios sobre el hombre, desde su creación, ha sido ofrecerle la salvación, es decir gozar de su vida en la gloria. Para repasar estas enseñanzas, volvamos a leer el Nº 39, completo, antes de continuar. Dice:

La salvación que Dios ofrece a sus hijos requiere su libre respuesta y adhesión. En eso consiste la fe, por la cual “el hombre se entrega entera y libremente a Dios”[1], respondiendo al Amor precedente y sobreabundante de Dios (cf Jn 4,10) con el amor concreto a los hermanos y con firme esperanza , “pues fiel es el autor de la Promesa” (Hb 10,23).

Las últimas líneas del Nº 39 del Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia dicen así:

El plan divino de salvación no coloca a la criatura humana en un estado de mera pasividad o de minoría de edad  respecto a su Creador, porque la relación con Dios, que Jesucristo nos manifiesta y en la cual nos introduce gratuitamente por obra del Espíritu Santo, es una relación de filiación: la misma que Jesús vive con respecto al Padre.

En un breve resumen de nuestro estudio anterior, podemos decir, que aprendimos que, la salvación que Dios nos ofrece es una gracia que Él nos da, en su libre voluntad y por amor; sin mérito nuestro. Y añade la Iglesia, que Dios respeta la libertad del hombre, de manera que a esa llamada amorosa del Señor, la persona humana puede responder que no. Dios llama a nuestra puerta y podemos no abrirle.

Nuestra respuesta a la invitación divina

Aprendimos también, que la fe es nuestra respuesta a la invitación divina; y que la fe consiste en una entrega entera y libre a Dios. Es decir , a Dios. La fe es una virtud que viene de Dios, como un don; por eso se llama virtud teologal, que es lo mismo que virtud divina. Las palabras teología y teologal, tienen origen en la palabra griega: Theos, que quiere decir dios. La fe es una virtud que viene de Dios, que Él nos da. Por eso pedimos al Señor que nos la aumente: Señor, aumenta mi fe. La fe no se puede adquirir sin una previa intervención de Dios.

Nos enseñó también la Iglesia en el Nº 39, que la fe sincera tiene que ser una fe viva, una fe con obras, que se manifieste en la manera de vivir, y especialmente en el amor a los demás, que son nuestros hermanos. Y aprendimos algo más; como vimos, nuestra fe tiene que ir acompañada de la esperanza, que junto con la fe y la caridad forman la que el Cardenal Martini llama “trinidad” de las virtudes teologales: fe, esperanza y caridad.

Nuestra esperanza es de una solidez indestructible, porque su fundamento es Dios, que no nos puede fallar. La esperanza humana, que es la que puede tener el no creyente, es débil, porque se basa en lo humano, y lo puramente humano falla, las promesas humanas se deshacen fácilmente, porque sus cimientos son débiles. La esperanza humana no garantiza certeza. En cambio la virtud cristiana de la esperanza, como dice el Cardenal Martini, consiste en vivir totalmente abandonados en los brazos de Dios, la esperanza cristiana está fundada en su fidelidad. Y como dice la Carta a los Hebreos, en 10,23: fiel es el autor de la Promesa. También San Pablo utiliza varias veces esta misma expresión u otras semejantes: “Fiel es Dios”, por ejemplo, como puede verse en 1 Cor 1,9. En la segunda carta, también a los Corintios, en 10, 13, para asegurar que él, Pablo, dice la verdad, exclama: “¡Por la fidelidad de Dios!, que la palabra que os dirigimos no es sí y no.”; finalmente otro ejemplo es en la 2 Carta a los Tesalonicenses, 3,3;de ellos, hacia el final de la carta se despide con esta bendición: “Fiel es el Señor; él os afianzará y os guardará del Maligno.

 

El plan divino de salvación no coloca a la criatura humana en un estado de mera pasividad o de minoría de edad respecto a su Creador

 

Otro punto muy importante aprendimos también en la reflexión anterior; el Compendio de la D.S.I. en la segunda parte del Nº 39 que acabamos de leer, dice que El plan divino de salvación no coloca a la criatura humana en un estado de mera pasividad o de minoría de edad respecto a su Creador, porque la relación con Dios, que Jesucristo nos manifiesta y en la cual nos introduce gratuitamente por obra del Espíritu Santo, es una relación de filiación (es decir de Padre e hijos) la misma (relación) que Jesús vive con respecto al Padre.

Para que comprendamos cómo es esa relación nuestra con Dios, en la cual nos introduce Jesucristo por obra del Espíritu Santo, nos remite el Compendio al Evangelio según San Juan, en los capítulos 15 a 17.

Recordemos que estos capítulos nos sitúan en los acontecimientos de la Última Cena, después del lavatorio de los pies, de la proclamación del mandamiento nuevo, del discurso de despedida, en el cual el Señor consoló a sus discípulos; les pidió que no se pusieran tristes, pues se iba a la Casa del Padre a prepararles un lugar. También en ese momento ha pasado la escena de Tomás, desconcertado porque no conocía el camino para poder ir detrás del Señor. Y Jesús le aclaró de qué camino hablaba, no se trataba de un camino material, y le explicó: Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida, y le hizo comprender que seguir sus enseñanzas es seguir el Camino. También anunció a los discípulos que no los dejaría huérfanos, porque les enviaría al Espíritu Santo.

En el capítulo 15 del Evangelio según San Juan, nos explica el Señor en qué consiste nuestra unión con Él, con la comparación o alegoría, de La Vid verdadera: Yo soy la vid verdadera, y mi Padre es el viñador, dijo. Todo sarmiento que en mí no da fruto, lo corta, y todo el que da fruto, lo limpia para que dé más fruto. Es otra manera de explicar que somos miembros de su Cuerpo místico de Cristo, que fue la figura utilizada por San Pablo, y expresado por Jesús en esta oportunidad con la alegoría de la vid.

La unidad de los cristianos con el Señor, trasciende todo este capítulo 15 de San Juan. El Compendio nos enseña, por una parte, que nuestra fe se tiene que manifestar en el amor a nuestros hermanos, y añade por otra, que nuestro papel en el plan de salvación que Dios tiene para nosotros, no es una llamada a la pasividad. No estamos llamados a desempeñar un papel pasivo, ni de seres inferiores; nuestra respuesta a su llamada tiene que ser activa; esa respuesta se manifiesta en nuestro comportamiento con los demás. La unión con Él, a la que estamos llamados por el bautismo, se realiza por la participación nuestra en su vida divina, y a esa unión estamos llamados todos, de manera que nos encontramos con nuestros hermanos, compartiendo la vida de Dios. Somos ramas, unidas al mismo tronco, compartimos la misma vida, como las ramas participan de la misma savia que corre por el tronco. Es una bella figura de la comunión de vida, que en la Última Cena se siguió desarrollando con la Institución de la Eucaristía. Compartimos en la Mesa el Cuerpo y la Sangre de Cristo.

El amor cristiano no es una simple invitación

 

Tengamos presente que el amor cristiano es además una exigencia; no una simple invitación que se pueda rehusar sin consecuencias. Los vv. 12 a 17 del capítulo 15 del Evangelio de San Juan, hablan de la unión de los miembros entre sí y de la caridad mutua, como exigencia vital y mandamiento propio de Cristo: “Este es el mandamiento mío: que os améis los unos a los otros como yo os he amado. No cabe en nadie amor más grande que éste de dar la vida propia por sus amigos. Vosotros seréis mis amigos si hacéis las cosas que os mando. Ya no os llamo siervos, porque el siervo no conoce qué hace su señor, pero os he llamado amigos, porque os he revelado todo lo que he oído de mi Padre.

San Juan nos enseña también que la fe no consiste únicamente en una aceptación teórica del mensaje ni tampoco sólo en una aceptación entusiasta, que se manifieste apenas en explosiones afectivas de amor a la persona de Cristo; la fe es un constante y vital permanecer en Él. Es la fe que vive por la caridad y se manifiesta en ella. Sabemos que la gracia nos une a Jesucristo. Permanecer en gracia es permanecer unidos a Él, como la rama necesita permanecer unida a la vid para no secarse.

El apostolado tiene que ser fruto del amor o será un activismo vano

 

Voy a repetir el comentario del escriturista P. Juan Leal que leímos en la reflexión anterior. Dice el P. Leal: Hay dos maneras de estar en Cristo (una) por la mera fe y el bautismo; (otra) por la fe, el bautismo y la caridad. Quien está en Cristo sólo por la fe y el bautismo, sin la caridad, está muerto. Se puede estar en Cristo por la fe, el bautismo y aun la misión, y estar muerto. El fruto, pues, de que habla aquí Cristo (en la alegoría de la vid y los sarmientos) no es (el fruto) de los milagros ni el apostolado, sino un fruto vital, personal. A esta consideración podríamos añadir que uno puede desgastarse en obras de apostolado, pero ese apostolado tiene que ser fruto del amor o a la larga será un activismo vano.

Nos viene bien leer aquí unos versículos del himno a la caridad, de San Pablo en el capítulo 13 de su carta a los Corintios:

Aunque hablara las lenguas de los hombres y de los ángeles, si no tengo caridad, soy como bronce que suena o címbalo que retiñe. Aunque tuviera el don de profecía, y conociera todos los misterios y toda la ciencia; aunque tuviera plenitud de fe como para trasladar montañas, si no tengo caridad nada soy. Aunque repartiera todos mis bienes, y entregara mi cuerpo a las llamas, si no tengo caridad, nada me aprovecha.

El mismo Jesús nos explicó cómo debe ser el amor cristiano, cuando dice que debe ser como el amor del Padre: “Como me amó el Padre, así os he amado yo. Y concluye: Permaneced en el amor mío”. El amor del Padre nos lo explica la Escritura cuando nos dice que de tal manera nos amó Dios, que entregó a su Hijo por nosotros. Y nos dijo que amáramos a los demás como Él nos ama. El amor de Cristo a sus discípulos, su amor por nosotros, es un amor activo, que no se quedó en palabras, en entusiastas declaraciones de amor y fidelidad, sino que se manifestó hasta el final, dando la vida. Como vemos, el amor cristiano supone la renuncia a uno mismo. De nada nos sirve entregar los bienes, si lo que se busca es el propio beneficio, por ejemplo, a través de la lisonja. Jesús no podía ser más claro cuando dijo que no hay mayor amor que dar la vida. Antes pasó por el dolor físico en la pasión, por el abandono de sus amigos, por la humillación de ser ajusticiado como un malhechor, Él que era la bondad misma. Su pasión y muerte son la expresión máxima de la renuncia a sí mismo.

Nos detuvimos también a considerar que la alegoría de la vid y los sarmientos y la del Cuerpo místico y sus miembros, son equivalentes y complementarias. De la idea fundamental de la unión de los sarmientos, (las ramas) con la vid, se pasa a la unión de los sarmientos entre sí. “Como el sarmiento no puede dar fruto si no permanece en la vid, tampoco vosotros si no permanecéis en mí. Explicó Jesús.

La alegoría de la Vid y de los sarmientos explica también la unión entre nosotros

 

De modo que la alegoría de la Vid y de los sarmientos no sólo nos explica la unión nuestra con Dios, sino la unión entre nosotros, porque permanecer unidos a la vid, unidos al Señor, no es simplemente para poder vivir y crecer, para ser más grande y tener más hojas, sino para dar fruto: El que permanece en mí y yo en él, éste da mucho fruto…En otra parte había dicho: Por sus frutos los conoceréis…¿De qué frutos hablaba el Señor? Sin duda de los mismos frutos que produce el árbol al cual estamos unidos. Por eso el fruto característico del cristiano es el amor. Tenemos que producir frutos de caridad, de amor cristiano.

A este respecto comenta el P. Juan Leal: El fundamento ontológico (es decir lo que constituye, lo que es esencialmente el fundamento) de la caridad fraterna cristiana lo puede dar la misma alegoría de la vid. Los cristianos pertenecemos, por singular y graciosa elección de Cristo, al mismo tronco, que es él. Estamos llamados a dar el mismo fruto; vivimos de la misma vida. Tenemos un mismo destino en el tiempo y en la eternidad. Motivos son todos estos para amarnos.

Terminemos entonces nuestro repaso y ampliación de la reflexión anterior recordando que estamos unidos al mismo tronco, somos miembros del mismo Cuerpo, de Cristo. San Juan en su Evangelio y San Pablo en sus cartas hablan de lo mismo: San Pablo hace el elogio de la caridad fraterna, después de haber insistido en que todos somos miembros del mismo cuerpo (1 Cor, 12-12s). Nadie odia a su propio cuerpo, sino que lo alimenta y acaricia (Ef 5,28,s) El fondo de la alegoría de la vid nos da, pues, las razón (intrínseca y objetiva) de la caridad fraterna entre cristianos.

La universalidad e integridad de la salvación ofrecida en Jesucristo, hacen inseparable el nexo entre la relación que la persona está llamada a tener con Dios y la responsabilidad frente al prójimo, en cada situación histórica concreta.

Fijémonos; volvamos a leer: La universalidad e integridad de la salvación ofrecida en Jesucristo: La salvación universal e integral a que se refiere es la que ya comentamos: que Dios ofrece la salvación a todos los hombres, sin distinción de raza ni de nacionalidad, de modo que ofrece una salvación universal. Y la integridad, la salvación integral, como lo vimos, se refiere a que Dios ofrece la salvación de todo el hombre: en todas sus dimensiones; como decía el Nº 38: en la dimensión personal, individual, y también en la dimensión social: la salvación de los hombres relacionados entre sí, que conforman la sociedad. La salvación de la sociedad, de la comunidad. Y añade otras dimensiones, el mencionado Nº 38: las dimensiones espiritual y la corpórea, histórica y trascendente. Como vimos, la salvación universal e integral se consumará, cuando llegue la plenitud de los tiempos. Refresquemos lo que vimos hace ya tres o cuatro programas a este respecto:

Nos decía el Compendio en el Nº 38, que la salvación se culminará: en el futuro que Dios nos reserva, cuando junto con toda la creación seremos llamados a participar en la resurrección de Cristo y en la comunión eterna de vida con el Padre, en el gozo del Espíritu Santo. Nos remite allí el Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia a Rm 8.

La misión redentora de Cristo abarcó a toda la creación

 

Veíamos que la misión redentora de Cristo abarcó a toda la creación, como nos explica San Pablo en Rm 8 y en Colosenses en el capítulo 1º. Nos ayudará volver a citar al escriturista el P. Pastor Gutiérrez, quien dice que Dios, por medio de Cristo, por medio de su sangre en la cruz, ofrece la reconciliación del mundo entero…del hombre y de toda la creación material, en cuanto que todo el conjunto de seres racionales e irracionales se dirige ya ordenada y armónicamente a Cristo; entre todos ellos se restablece el equilibrio roto por el pecado, que causó un corte fatal en nuestras relaciones con Dios.[2] Recordemos que ese nuevo ordenamiento del universo se consumará al final, cuando todo vuelva a Jesucristo.Como cristianos, en cada situación histórica concreta en que se encuentre nuestro prójimo tenemos una responsabilidad con ellos

Bien, volvamos al Nº 40, que es ahora nuestro tema. Dice la Iglesia que esa salvación universal e integral, hace inseparable el nexo entre la relación que la persona está llamada a tener con Dios y la responsabilidad frente al prójimo, en cada situación histórica concreta.

Hay un elemento nuevo que no se nos puede escapar. Ya hemos reflexionado sobre la unión con Jesucristo a la que estamos llamados, expresada en la comparación con la vid y los sarmientos, unión que debe producir también el fruto del amor a nuestros hermanos. Ahora, lo nuevo es que el Compendio nos habla de responsabilidad: la responsabilidad frente al prójimo, en cada situación histórica concreta, dice. No es algo de simple buena voluntad, no es materia de simple piedad. Tenemos una responsabilidad frente al prójimo, frente a cada situación histórica concreta.

Esto nos tiene que hacer pensar. Porque, en nuestro caso, en la situación concreta en que vivimos en América Latina, tenemos una responsabilidad con nuestros hermanos que sufren, que padecen injusticia, que viven en la pobreza o como víctimas de desastres naturales. Cuando nos llaman a ser solidarios con ellos, no nos están pidiendo simplemente que manifestemos nuestra generosidad, que seamos filantrópicos…Es que, como cristianos, en cada situación histórica concreta en que se encuentre nuestro prójimo tenemos una responsabilidad con ellos.

Claro que esa responsabilidad es diferente para cada uno. En algunos casos sólo podremos orar por los demás, y eso, que es muy importante, debemos hacerlo. En otras situaciones podremos colaborar con nuestra acción, con nuestro trabajo directo, como lo hacen los médicos que vuelan como voluntarios a las regiones necesitadas de su ayuda; como lo hacen personas de diferentes profesiones y oficios, que colaboran en obras comunitarias de diversa índole. Son innumerables los modos de ser solidarios: cuántas veces el mercado que se lleva desde la parroquia soluciona un problema grave de hambre. Las obras asistenciales son necesarias, aunque no sean la solución definitiva y radical. Por las obras de misericordia nos van a juzgar…

Responsabilidad del cristiano en los cargos directivos

En cuanto a los católicos que desempeñan cargos en el Estado y los directivos de las empresas, tienen una especial responsabilidad, sobre todo si ellos orientan la acción a donde se dirigen las políticas de las compañías, las políticas y las leyes y los recursos de la nación, que son de todos. No olvidemos que somos administradores de los bienes que Dios puso a nuestro cuidado, pero los destinó al bienestar de todos.

Me llamó la atención que hace pocos días, en un debate al Ministro de Hacienda en el senado, uno de los dos senadores citantes le observó que la economía era una ciencia social, y que las cifras no son suficientes para demostrar el buen manejo económico del país, si en la práctica no se traducen en el bienestar de la gente. Si, por ejemplo no hay suficientes puestos de trabajo ni se atiende de modo adecuado a las personas que tienen que emigrar por la violencia, o a las que carecen de vivienda digna, las cifras no tienen significado.

El Ministro comenzó su respuesta diciendo, que él no era filósofo sino técnico y contestaba con cifras. Sabemos que siempre hay una filosofía o una ideología detrás de las estadísticas, y claro, también de la orientación general de la economía. El economista cristiano no puede utilizar su ciencia sólo como ejercicio académico, sin tener en cuenta cómo afectan sus decisiones a los demás. Yo creo que muchos economistas tienen una deformación profesional, al no entender su profesión como una profesión al servicio de la satisfacción de necesidades de la población, según el sector donde trabajen.

La Economía es una ciencia social

 

El año pasado dedicamos algunos programas a estudiar el T.L.C., el Tratado de Libre Comercio, que se estaba negociando con los Estados Unidos.[3] El economista que nos ayudó en esos programas, Hernán Díaz del Castillo Guerrero,comenzó su intervención explicándonos precisamente el papel de la economía. Decía él que: Lo primero que debe recordarse (…) es la razón de ser de la ciencia económica, ya que su concepción misma se ha distorsionado tanto que no podría reconocerse el concepto original al observar su aplicación actual. La Economía es la ciencia social , decía,  que estudia los procesos de producción, distribución, comercialización y consumo de bienes y servicios, con el objetivo de generar el máximo beneficio social.[4] Por lo tanto, la Economía no busca el enriquecimiento sino la satisfacción de necesidades. Esta distinción es esencial desde el punto de vista filosófico, afirmaba,  pues determina la orientación, la finalidad de esas herramientas que nos proporciona la ciencia económica. En la práctica, desafortunadamente, la ciencia económica se utiliza muchas veces para enriquecer a unos pocos en perjuicio de la mayoría. Es tan grave esto como si la medicina se utilizara para causar más dolor, en ves de aliviarlo.

No sé si el señor Ministro de Hacienda, en el debate que mencioné, quiso decir, de manera implícita,  porque no lo expresó verbalmente,  que las cifras que iba a presentar demostrarían que la orientación de la política económica era en beneficio social. En todo caso son cifras cuyo valor permanentemente se discute. De todos modos no fue acertado que comenzara su intervencióndiciendo que no era filósofo sino técnico, porque nos daba a entender que su interés era sólo el manejo técnico de las cifras. Sabemos que, en la práctica, el manejo de la ciencia económica, está sustentado por una filosofía, por una concepción de la vida y del ser humano. El economista cristiano no puede usar las herramientas que le da su conocimiento en detrimento de sus hermanos, así pueda con habilidad presentar gráficas muy coherentes desde el punto de vista matemático. Al contrario, debe buscar cómo utilizar su ciencia para satisfacer las necesidades de las personas y en especial las necesidades básicas que son las más apremiantes.

Retomemos entonces el texto que estamos comentando. Nos dice la Iglesia que la universalidad e integridad de la salvación que se nos ofrece en Jesucristo, hacen inseparable la conexión entre la relación que estamos llamados a tener con Dios y nuestra responsabilidad frente al prójimo. Es ésta una reafirmación de la enseñanza del Evangelio: amar a Dios y amar al prójimo van juntos. Como dice San Juan en su Primera Carta, 4, 20s: Si alguno dice: “Amo a Dios”, y aborrece a su hermano, es un mentiroso; pues quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios, a quien no ve. Y hemos recibido de Él este mandamiento: quien ama a Dios, ame también a su hermano.

El primer párrafo del Nº 40 que estamos estudiando termina así:

Es algo que la universal búsqueda humana de verdad y de sentido ha intuido, si bien de manera confusa y no sin errores; y que constituye la estructura fundante de la Alianza de Dios con Israel, como lo atestiguan las tablas de la Ley y la predicación profética.

Según esta enseñanza de la Iglesia, la conexión entre la relación con Dios a la que estamos llamados, y la responsabilidad frente al prójimo, es de la estructura misma de la Alianza de Dios con Israel, y aunque de manera confusa y también con errores, es un sentimiento, es algo universal, que intuye el hombre en su búsqueda de la verdad y del sentido de la vida.

Dios mediante, en la próxima reflexión continuaremos con este tema.

 

Fernando Díaz del Castillo Z.

Escríbanos a: reflexionesdsi@org


[1]Concilio Vaticano II, Cons. Dogmática Dei Verbum, 5

[2]Cfr Reflexión 25, del 17 de agosto-2006

[3]Hernán Díaz del Castillo Guerrero, Programa del 30 de junio de 2005 en Radio María de Colombia. Cita textual.

[4]El subrayado es mío

Reflexión 27, 31 de agosto 2006

Reflexión 27 Jueves 31 de agosto de 2006

Repasemos la reflexión anterior

 

En la reflexión anterior empezamos el estudio del Nº 39 del Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia. Recordemos que estamos estudiando el primer capítulo de la primera parte del libro, que nos enseña cuál es el designio, o sea, el plan de Dios para la humanidad. Este número 39 amplía y profundiza el tema sobre la salvación cristiana: nos enseñaque la salvación es para todos los hombres y de todo el hombre. De manera que el plan de Dios sobre el hombre, desde su creación,  ha sido ofrecerle la salvación, que es lo mismo que ofrecerle gozar un día de la vida divina en la gloria. Vimos que la Historia de la salvación comienza en el momento mismo de la creación; fuimos creados para participar de la vida de Dios. En el programa anterior alcanzamos a reflexionar sobre la primera parte de ese número 39, que dice así:

La salvación que Dios ofrece a sus hijos requiere su libre respuesta y adhesión. En eso consiste la fe, por la cual “el hombre se entrega entera y libremente a Dios”[1], respondiendo al Amor precedente y sobreabundante de Dios (cf Jn 4,10) con el amor concreto a los hermanos y con firme esperanza , “pues fiel es el autor de la Promesa” (Hb 10,23).

Para recordar las conclusiones a que nos llevó nuestro estudio del párrafo que acabamos de leer, enumeremos por lo menos algunos puntos clave:

Veíamos que Dios nos ofrece, en su infinita generosidad, la salvación. Nos llama a ser sus hijos adoptivos, partícipes de la naturaleza divina, de la vida eterna, como nos enseña el Catecismo en el Nº 1996. Es una llamada, una invitación de Dios, que podemos no aceptar, pues Dios respeta nuestra libertad. La frase de San Agustín que citamos hace una semana resume de manera clara esta verdad. Dice: El que te salvó a ti, sin ti, no te salvará a ti sin ti. El hombre se puede resistir y decir: NO. Representa muy bien esta verdad aquel cuadro, cuyo autor desconozco, en el que aparece el Señor golpeando a una puerta. “He aquí que estoy a la puerta y llamo”, dice. Detrás estamos nosotros, que podemos abrir o no esa puerta. El Señor no entrará a la fuerza.

 

La fe es nuestra respuesta

 

También comprendimos que nuestra respuesta a la invitación divina es la fe; y que la fe consiste en una entrega entera y libre a Dios. Es decir , a Dios. La fe es una virtud que viene de Dios; por eso se llama virtud teologal. Tiene su inicio en Dios, que llama. Las palabras teología y teologal, tienen origen en la palabra griega: Theos, que quiere decir dios. De manera que teologal quiere decir divina; de esa misma raíz procede la palabra teología, que es la ciencia sobre Dios. La fe es una virtud que viene de Dios, que Él nos da. Por eso pedimos al Señor que nos la aumente: Señor, aumenta mi fe. La fe no se puede adquirir sin una previa intervención de Dios.

En este mismo número nos enseña la Iglesia que nuestra respuesta a su llamada,  si es sincera,  es una fe con obras, una fe activa, una fe viva, que se manifiesta en el amor a nuestros hermanos. No podemos afirmar que creemos en Dios, que decimos sí a la invitación de Dios, si no amamos a nuestros hermanos. Nuestra respuesta a la llamada de Dios se hace vida con el amor concreto a los hermanos.

 

La fe y una firme esperanza, que se funda en quien no puede fallar

 

Otra característica de nuestra fe es que va acompañada de una firme esperanza. Veíamos que el fundamento de nuestra esperanza es de una solidez indestructible: porque su fundamento es Dios, que no nos puede fallar. La esperanza puramente humana, que es la que puede tener el no creyente, es débil, porque se basa en lo humano, y lo puramente humano es deleznable, se deshace fácilmente, no garantiza certeza. Leímos en la reflexión anterior estas palabras, del Cardenal Martini, sobre la esperanza: esperar es vivir totalmente abandonados en los brazos de Dios, que engendra en nosotros la virtud, la nutre, la acrecienta, la conforta…la esperanza es solamente de Dios, está fundada en su fidelidad.

Vimos también en la misma reflexión anterior, que la esperanza, como la fe cristiana, es una virtud divina, es también una virtud teologal; es una virtud cuyo origen es Dios que nos la da. Por eso, así como pedimos al Señor que nos aumente la fe, debemos pedir también que nos afiance en la esperanza, que nos aumente la esperanza, porque en la vida tenemos que atravesar por momentos de incertidumbre y de oscuridad.

Las tres son inseparables

Al final sólo permanecerá la caridad

Terminemos nuestro breve repaso del programa anterior, con la explicación del Cardenal Martini sobre, por qué las tres virtudes teologales son inseparables. Comenzaba por decir el Cardenal, que estas tres virtudes constituyen la respuesta global al Dios trinitario que se revela en Jesucristo; de manera que se trata de virtudes unidas a la revelación sobrenatural. Añadía el Cardenal, que sin la unión de las tres virtudes, la “trinidad” de esas virtudes, la llama él,  fe, esperanza y caridad,  no tendría sentido la fe, que es el sí a Dios que se revela; ni tendría sentido la esperanza, que se apoya en las promesas de Dios sobre la vida eterna; ni tendría posibilidad de existir la caridad, que significa amar como ama Dios mismo. Tengamos presente que, como nos enseña San Pablo, cuando se haga realidad nuestra esperanza, al encontrarnos con Jesucristo, el Señor de la gloria, al final de nuestro camino terrenal, sólo permanecerá el Amor. Ya la esperanza quedará cumplida al encontrarnos con Dios. La caridad, no acabará nunca…dice el Apóstol, sino que llegará a su plenitud, cuando veamos a Dios cara a cara. Los invito a leer, en el recogimiento de su casa el Himno a la Caridad, en la 1ª Carta de San Pablo a los Corintios, en el capítulo 13. En esas palabras del Apóstol se resume maravillosamente el significado de la caridad.

No nos trata Dios como a menores de edad

 

Continuemos ahora con la lectura de las últimas líneas del Nº 39 del Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia. Dice así: El plan divino de salvación no coloca a la criatura humana en un estado de mera pasividad o de minoría de edad respecto a su Creador, porque la relación con Dios, que Jesucristo nos manifiesta y en la cual nos introduce gratuitamente por obra del Espíritu Santo, es una relación de filiación: la misma que Jesús vive con respecto al Padre. (cf Jn 15-17; Ga 4,6-7)

Tengamos presente que estamos reflexionando sobre los designios, sobre los planes de Dios con nosotros los hombres. Hemos visto que Dios nos llamó a participar de su vida en la eternidad. Que nos llamó desde el momento mismo de la creación. Que la historia de salvación empezó en el momento de la creación. Ahora nos dice el Compendio, que ese plan de Dios no nos coloca en un estado de mera pasividad o de minoría de edad con respecto a nuestro Creador.

No leamos esto de corrido, sin detenernos. Ya vimos que Dios nos hizo libres, por lo tanto con capacidad de actuar o no, según nosotros lo decidamos. Ahora el Compendio va más allá; avanza en su presentación de nuestro papel, cuando Dios nos ofrece la salvación. Dice que no somos como unos menores de edad, y basa su afirmación en que Jesucristo nos manifiesta que nuestra relación con Dios es una relación de hijos con el Padre. Nosotros, por ser padres, no consideramos inferiores a nuestros hijos. Tampoco Dios nos disminuye al considerarnos sus hijos. Y para que comprendamos cómo es esa relación nuestra con Dios, en la cual nos introduce Jesucristo por obra del Espíritu Santo, nos remite el Compendio al Evangelio según San Juan, en los capítulos 15 a 17.

Para nuestras reflexiones en esta parte, nos vamos a guiar por los comentarios del P. Juan Leal, en la Sagrada Escritura, Nuevo Testamento, publicado por la Biblioteca de Autores Cristianos, en el tomo 207.[2]

Estos capítulos de San Juan, del 15 al 17, reúnen algunas de las más bellas páginas del Evangelio. Es como para tomarlos de tema de meditación por meses, por años… Situémonos en la Última Cena. Ya ha transcurrido el lavatorio de los pies, la proclamación del mandamiento nuevo, el discurso de despedida, en el cual el Señor pidió a sus discípulos que no se pusieran tristes, pues se iba a la Casa del Padre, a prepararles un lugar. Ante el desconcertado Tomás que le dijo que no conocía el camino para poder seguirlo, el Señor le respondió: Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida, y le explicó que seguir sus enseñanzas es seguir el Camino. También les anunció que no los dejaría huérfanos, porque les enviaría al Espíritu Santo.

 

La alegoría de La Vid verdadera

 

Empieza el capítulo 15 con la presentación de la alegoría de La Vid verdadera: Yo soy la vid verdadera, y mi Padre es el viñador. Todo sarmiento que en mí no da fruto, lo corta, y todo el que da fruto, lo limpia para que dé más fruto. Nos explica así el Señor que somos miembros de su Cuerpo Místico, que fue la figura utilizada por San Pablo, con la imagen del Cuerpo y de la Cabeza, y que es presentado por Jesús en esta oportunidad con la alegoría de la vid.

La unidad de los cristianos con Él trasciende todo este capítulo 15 de San Juan. Los vv. 12 a17 hablan de la unión de los miembros entre sí y de la caridad mutua, como exigencia vital y mandamiento propio de Cristo: “Este es el mandamiento mío: que os améis los unos a los otros como yo os he amado. No cabe en nadie amor más grande que éste de dar la vida propia por sus amigos. Vosotros seréis mis amigos si hacéis las cosas que os mando. Ya no os llamo siervos, porque el siervo no conoce qué hace su señor, pero os he llamado amigos, porque os he revelado todo lo que he oído de mi Padre.

La fe, como la presenta San Juan no es sólo una aceptación intelectual del mensaje ni tampoco es sólo una aceptación entusiasta, que se manifiesta sólo en explosiones afectivas, sobre la persona de Cristo; la fe es un constante y vital permanecer en Él. Es la fe que vive por la caridad y se manifiesta en ella. Sabemos que la gracia nos une a Jesucristo. Permanecer en gracia es permanecer unidos a Él, como la rama necesita permanecer unida a la vid para no secarse.

 

Unidos a Cristo por solo la fe y el bautismo es estar muertos

 

Me llama la atención este comentario del P. Leal, que hemos citado: Hay dos maneras de estar en Cristo: a) por la mera fe y el bautismo; b) por la fe, el bautismo y la caridad. Quien está en Cristo sólo por la fe y el bautismo, sin la caridad, está muerto. Se puede estar en Cristo por la fe, el bautismo y aun la misión, y estar muerto. El fruto, pues, de que habla aquí Cristo no es el fruto de los milagros ni el apostolado, sino un fruto vital, personal. Esta explicación es perfectamente coherente con lo que el mismo San Juan dice en su primera carta.

Y cómo debe ser el amor cristiano, con el que Jesús nos amó, lo explica Él mismo, cuando dice que debe ser como el amor del Padre: “Como me amó el Padre, así os he amado yo. Y concluye: Permaneced en el amor mío”. A su vez, el amor de Cristo a sus discípulos se considera aquí como (…) el clima en el que viven los discípulos y Cristo los exhorta a que sigan dentro de ese clima de amor. El amor del Padre nos lo explica la Escritura cuando nos dice que de tal manera nos amó Dios, que entregó a su Hijo por nosotros. El amor de Cristo a sus discípulos, su amor por nosotros, es un amor activo, que no se quedó en palabras, en entusiastas declaraciones de amor y fidelidad, sino que se manifestó hasta el final, dando la vida. Nuestro amor sincero a Dios se tiene que reflejar en nuestro amor a los demás o es pura palabrería.

Es muy interesante detenernos un poquito en considerar que la alegoría[3] de la vid y los sarmientos y la del Cuerpo Místico y sus miembros, son equivalentes y complementarias. De la idea fundamental de la unión de los sarmientos, (las ramas) con la vid, se pasa a la unión de los sarmientos entre sí. “Como el sarmiento no puede dar fruto si no permanece en la vid, tampoco vosotros si no permanecéis en mí.

Permanecer unidos a la vid, unidos al Señor, no simplemente para poder vivir y crecer, para ser más grande y tener más hojas, sino para dar fruto: El que permanece en mí y yo en él, éste da mucho fruto…En otra parte había dicho: Por sus frutos los conoceréis…¿De qué frutos se habla? Sin duda de los mismos frutos que produce el árbol al cual estamos unidos. Por eso el fruto característico del cristiano es el amor. Tenemos que producir frutos de caridad, de amor cristiano.

A este respecto comenta el P. Juan Leal, de quien estoy tomando muchos de estos comentarios: El fundamento (ontológico) de la caridad fraterna cristiana lo puede dar la misma alegoría de la vid. Los cristianos pertenecemos, por singular y graciosa elección de Cristo, al mismo tronco, que es él. Estamos llamados a dar el mismo fruto; vivimos de la misma vida. Tenemos un mismo destino en el tiempo y en la eternidad. Motivos son todos estos para amarnos.

Estamos unidos al mismo tronco, somos miembros del mismo Cuerpo, de Cristo. San Juan en su Evangelio y San Pablo en sus cartas hablan de lo mismo: San Pablo hace el elogio de la caridad fraterna, después de haber insistido en que todos somos miembros del mismo cuerpo (1 Cor, 12-12s). Amar a la mujer es amarse a sí mismo. Nadie odia a su propio cuerpo, sino que loalimenta y acaricia (Ef 5,28,s) El fondo de la alegoría de la vid nos da, pues, la razón (intrínseca y objetiva) de la caridad fraterna entre cristianos.

Terminemos esta consideración con el v. 16 del capítulo 15 del evangelio de San Juan sobre el que hemos reflexionado. Dice: Vosotros no me escogisteis, sin que yo os escogí a vosotros y os destiné para que vayáis y deis fruto y vuestro fruto permanezca. Los comentaristas y los Santos Padre interpretan estas palabras como dirigidas no sólo a los 12 Apóstoles sino a todos los cristianos llamados a seguir la vida de Cristo. Todos los cristianos tenemos el mismo destino, la misma misión.

 

Fernando Díaz del Castillo Z.

Escríbanos a: reflexionesdsi@gmail.com


[1]Concilio Vaticano II, Cons. Dogmática Dei Verbum, 5

[2] B.A.C., Tomo 207, Pgs 1027ss Las palabras textuales del P.Leal están en cursiva

[3]Alegoría: es una comparación, la presentación de una idea en sentido figurado.