Reflexión 28, Septiembre 7 2006

Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia Nº 39-40

Recordemos cual el plan de Dios sobre el hombre

Estudiamos ahora el primer capítulo de la primera parte, del Compendio de la D.S.I. Este capítulo nos enseña cuál es el plan de Dios para la humanidad. En la reflexión anterior terminamos el estudio del Nº 39. Allí se amplía y profundiza el tema sobre la salvación cristiana, que es el plan divino para todos los hombres; la salvación para todos los hombres, y la salvación, de todo el hombre. Como nos enseña la Iglesia, la Historia de salvación comienza en el momento mismo de la creación; el plan de Dios sobre el hombre, desde su creación, ha sido ofrecerle la salvación, es decir gozar de su vida en la gloria. Para repasar estas enseñanzas, volvamos a leer el Nº 39, completo, antes de continuar. Dice:

La salvación que Dios ofrece a sus hijos requiere su libre respuesta y adhesión. En eso consiste la fe, por la cual “el hombre se entrega entera y libremente a Dios”[1], respondiendo al Amor precedente y sobreabundante de Dios (cf Jn 4,10) con el amor concreto a los hermanos y con firme esperanza , “pues fiel es el autor de la Promesa” (Hb 10,23).

Las últimas líneas del Nº 39 del Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia dicen así:

El plan divino de salvación no coloca a la criatura humana en un estado de mera pasividad o de minoría de edad  respecto a su Creador, porque la relación con Dios, que Jesucristo nos manifiesta y en la cual nos introduce gratuitamente por obra del Espíritu Santo, es una relación de filiación: la misma que Jesús vive con respecto al Padre.

En un breve resumen de nuestro estudio anterior, podemos decir, que aprendimos que, la salvación que Dios nos ofrece es una gracia que Él nos da, en su libre voluntad y por amor; sin mérito nuestro. Y añade la Iglesia, que Dios respeta la libertad del hombre, de manera que a esa llamada amorosa del Señor, la persona humana puede responder que no. Dios llama a nuestra puerta y podemos no abrirle.

Nuestra respuesta a la invitación divina

Aprendimos también, que la fe es nuestra respuesta a la invitación divina; y que la fe consiste en una entrega entera y libre a Dios. Es decir , a Dios. La fe es una virtud que viene de Dios, como un don; por eso se llama virtud teologal, que es lo mismo que virtud divina. Las palabras teología y teologal, tienen origen en la palabra griega: Theos, que quiere decir dios. La fe es una virtud que viene de Dios, que Él nos da. Por eso pedimos al Señor que nos la aumente: Señor, aumenta mi fe. La fe no se puede adquirir sin una previa intervención de Dios.

Nos enseñó también la Iglesia en el Nº 39, que la fe sincera tiene que ser una fe viva, una fe con obras, que se manifieste en la manera de vivir, y especialmente en el amor a los demás, que son nuestros hermanos. Y aprendimos algo más; como vimos, nuestra fe tiene que ir acompañada de la esperanza, que junto con la fe y la caridad forman la que el Cardenal Martini llama “trinidad” de las virtudes teologales: fe, esperanza y caridad.

Nuestra esperanza es de una solidez indestructible, porque su fundamento es Dios, que no nos puede fallar. La esperanza humana, que es la que puede tener el no creyente, es débil, porque se basa en lo humano, y lo puramente humano falla, las promesas humanas se deshacen fácilmente, porque sus cimientos son débiles. La esperanza humana no garantiza certeza. En cambio la virtud cristiana de la esperanza, como dice el Cardenal Martini, consiste en vivir totalmente abandonados en los brazos de Dios, la esperanza cristiana está fundada en su fidelidad. Y como dice la Carta a los Hebreos, en 10,23: fiel es el autor de la Promesa. También San Pablo utiliza varias veces esta misma expresión u otras semejantes: “Fiel es Dios”, por ejemplo, como puede verse en 1 Cor 1,9. En la segunda carta, también a los Corintios, en 10, 13, para asegurar que él, Pablo, dice la verdad, exclama: “¡Por la fidelidad de Dios!, que la palabra que os dirigimos no es sí y no.”; finalmente otro ejemplo es en la 2 Carta a los Tesalonicenses, 3,3;de ellos, hacia el final de la carta se despide con esta bendición: “Fiel es el Señor; él os afianzará y os guardará del Maligno.

 

El plan divino de salvación no coloca a la criatura humana en un estado de mera pasividad o de minoría de edad respecto a su Creador

 

Otro punto muy importante aprendimos también en la reflexión anterior; el Compendio de la D.S.I. en la segunda parte del Nº 39 que acabamos de leer, dice que El plan divino de salvación no coloca a la criatura humana en un estado de mera pasividad o de minoría de edad respecto a su Creador, porque la relación con Dios, que Jesucristo nos manifiesta y en la cual nos introduce gratuitamente por obra del Espíritu Santo, es una relación de filiación (es decir de Padre e hijos) la misma (relación) que Jesús vive con respecto al Padre.

Para que comprendamos cómo es esa relación nuestra con Dios, en la cual nos introduce Jesucristo por obra del Espíritu Santo, nos remite el Compendio al Evangelio según San Juan, en los capítulos 15 a 17.

Recordemos que estos capítulos nos sitúan en los acontecimientos de la Última Cena, después del lavatorio de los pies, de la proclamación del mandamiento nuevo, del discurso de despedida, en el cual el Señor consoló a sus discípulos; les pidió que no se pusieran tristes, pues se iba a la Casa del Padre a prepararles un lugar. También en ese momento ha pasado la escena de Tomás, desconcertado porque no conocía el camino para poder ir detrás del Señor. Y Jesús le aclaró de qué camino hablaba, no se trataba de un camino material, y le explicó: Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida, y le hizo comprender que seguir sus enseñanzas es seguir el Camino. También anunció a los discípulos que no los dejaría huérfanos, porque les enviaría al Espíritu Santo.

En el capítulo 15 del Evangelio según San Juan, nos explica el Señor en qué consiste nuestra unión con Él, con la comparación o alegoría, de La Vid verdadera: Yo soy la vid verdadera, y mi Padre es el viñador, dijo. Todo sarmiento que en mí no da fruto, lo corta, y todo el que da fruto, lo limpia para que dé más fruto. Es otra manera de explicar que somos miembros de su Cuerpo místico de Cristo, que fue la figura utilizada por San Pablo, y expresado por Jesús en esta oportunidad con la alegoría de la vid.

La unidad de los cristianos con el Señor, trasciende todo este capítulo 15 de San Juan. El Compendio nos enseña, por una parte, que nuestra fe se tiene que manifestar en el amor a nuestros hermanos, y añade por otra, que nuestro papel en el plan de salvación que Dios tiene para nosotros, no es una llamada a la pasividad. No estamos llamados a desempeñar un papel pasivo, ni de seres inferiores; nuestra respuesta a su llamada tiene que ser activa; esa respuesta se manifiesta en nuestro comportamiento con los demás. La unión con Él, a la que estamos llamados por el bautismo, se realiza por la participación nuestra en su vida divina, y a esa unión estamos llamados todos, de manera que nos encontramos con nuestros hermanos, compartiendo la vida de Dios. Somos ramas, unidas al mismo tronco, compartimos la misma vida, como las ramas participan de la misma savia que corre por el tronco. Es una bella figura de la comunión de vida, que en la Última Cena se siguió desarrollando con la Institución de la Eucaristía. Compartimos en la Mesa el Cuerpo y la Sangre de Cristo.

El amor cristiano no es una simple invitación

 

Tengamos presente que el amor cristiano es además una exigencia; no una simple invitación que se pueda rehusar sin consecuencias. Los vv. 12 a 17 del capítulo 15 del Evangelio de San Juan, hablan de la unión de los miembros entre sí y de la caridad mutua, como exigencia vital y mandamiento propio de Cristo: “Este es el mandamiento mío: que os améis los unos a los otros como yo os he amado. No cabe en nadie amor más grande que éste de dar la vida propia por sus amigos. Vosotros seréis mis amigos si hacéis las cosas que os mando. Ya no os llamo siervos, porque el siervo no conoce qué hace su señor, pero os he llamado amigos, porque os he revelado todo lo que he oído de mi Padre.

San Juan nos enseña también que la fe no consiste únicamente en una aceptación teórica del mensaje ni tampoco sólo en una aceptación entusiasta, que se manifieste apenas en explosiones afectivas de amor a la persona de Cristo; la fe es un constante y vital permanecer en Él. Es la fe que vive por la caridad y se manifiesta en ella. Sabemos que la gracia nos une a Jesucristo. Permanecer en gracia es permanecer unidos a Él, como la rama necesita permanecer unida a la vid para no secarse.

El apostolado tiene que ser fruto del amor o será un activismo vano

 

Voy a repetir el comentario del escriturista P. Juan Leal que leímos en la reflexión anterior. Dice el P. Leal: Hay dos maneras de estar en Cristo (una) por la mera fe y el bautismo; (otra) por la fe, el bautismo y la caridad. Quien está en Cristo sólo por la fe y el bautismo, sin la caridad, está muerto. Se puede estar en Cristo por la fe, el bautismo y aun la misión, y estar muerto. El fruto, pues, de que habla aquí Cristo (en la alegoría de la vid y los sarmientos) no es (el fruto) de los milagros ni el apostolado, sino un fruto vital, personal. A esta consideración podríamos añadir que uno puede desgastarse en obras de apostolado, pero ese apostolado tiene que ser fruto del amor o a la larga será un activismo vano.

Nos viene bien leer aquí unos versículos del himno a la caridad, de San Pablo en el capítulo 13 de su carta a los Corintios:

Aunque hablara las lenguas de los hombres y de los ángeles, si no tengo caridad, soy como bronce que suena o címbalo que retiñe. Aunque tuviera el don de profecía, y conociera todos los misterios y toda la ciencia; aunque tuviera plenitud de fe como para trasladar montañas, si no tengo caridad nada soy. Aunque repartiera todos mis bienes, y entregara mi cuerpo a las llamas, si no tengo caridad, nada me aprovecha.

El mismo Jesús nos explicó cómo debe ser el amor cristiano, cuando dice que debe ser como el amor del Padre: “Como me amó el Padre, así os he amado yo. Y concluye: Permaneced en el amor mío”. El amor del Padre nos lo explica la Escritura cuando nos dice que de tal manera nos amó Dios, que entregó a su Hijo por nosotros. Y nos dijo que amáramos a los demás como Él nos ama. El amor de Cristo a sus discípulos, su amor por nosotros, es un amor activo, que no se quedó en palabras, en entusiastas declaraciones de amor y fidelidad, sino que se manifestó hasta el final, dando la vida. Como vemos, el amor cristiano supone la renuncia a uno mismo. De nada nos sirve entregar los bienes, si lo que se busca es el propio beneficio, por ejemplo, a través de la lisonja. Jesús no podía ser más claro cuando dijo que no hay mayor amor que dar la vida. Antes pasó por el dolor físico en la pasión, por el abandono de sus amigos, por la humillación de ser ajusticiado como un malhechor, Él que era la bondad misma. Su pasión y muerte son la expresión máxima de la renuncia a sí mismo.

Nos detuvimos también a considerar que la alegoría de la vid y los sarmientos y la del Cuerpo místico y sus miembros, son equivalentes y complementarias. De la idea fundamental de la unión de los sarmientos, (las ramas) con la vid, se pasa a la unión de los sarmientos entre sí. “Como el sarmiento no puede dar fruto si no permanece en la vid, tampoco vosotros si no permanecéis en mí. Explicó Jesús.

La alegoría de la Vid y de los sarmientos explica también la unión entre nosotros

 

De modo que la alegoría de la Vid y de los sarmientos no sólo nos explica la unión nuestra con Dios, sino la unión entre nosotros, porque permanecer unidos a la vid, unidos al Señor, no es simplemente para poder vivir y crecer, para ser más grande y tener más hojas, sino para dar fruto: El que permanece en mí y yo en él, éste da mucho fruto…En otra parte había dicho: Por sus frutos los conoceréis…¿De qué frutos hablaba el Señor? Sin duda de los mismos frutos que produce el árbol al cual estamos unidos. Por eso el fruto característico del cristiano es el amor. Tenemos que producir frutos de caridad, de amor cristiano.

A este respecto comenta el P. Juan Leal: El fundamento ontológico (es decir lo que constituye, lo que es esencialmente el fundamento) de la caridad fraterna cristiana lo puede dar la misma alegoría de la vid. Los cristianos pertenecemos, por singular y graciosa elección de Cristo, al mismo tronco, que es él. Estamos llamados a dar el mismo fruto; vivimos de la misma vida. Tenemos un mismo destino en el tiempo y en la eternidad. Motivos son todos estos para amarnos.

Terminemos entonces nuestro repaso y ampliación de la reflexión anterior recordando que estamos unidos al mismo tronco, somos miembros del mismo Cuerpo, de Cristo. San Juan en su Evangelio y San Pablo en sus cartas hablan de lo mismo: San Pablo hace el elogio de la caridad fraterna, después de haber insistido en que todos somos miembros del mismo cuerpo (1 Cor, 12-12s). Nadie odia a su propio cuerpo, sino que lo alimenta y acaricia (Ef 5,28,s) El fondo de la alegoría de la vid nos da, pues, las razón (intrínseca y objetiva) de la caridad fraterna entre cristianos.

La universalidad e integridad de la salvación ofrecida en Jesucristo, hacen inseparable el nexo entre la relación que la persona está llamada a tener con Dios y la responsabilidad frente al prójimo, en cada situación histórica concreta.

Fijémonos; volvamos a leer: La universalidad e integridad de la salvación ofrecida en Jesucristo: La salvación universal e integral a que se refiere es la que ya comentamos: que Dios ofrece la salvación a todos los hombres, sin distinción de raza ni de nacionalidad, de modo que ofrece una salvación universal. Y la integridad, la salvación integral, como lo vimos, se refiere a que Dios ofrece la salvación de todo el hombre: en todas sus dimensiones; como decía el Nº 38: en la dimensión personal, individual, y también en la dimensión social: la salvación de los hombres relacionados entre sí, que conforman la sociedad. La salvación de la sociedad, de la comunidad. Y añade otras dimensiones, el mencionado Nº 38: las dimensiones espiritual y la corpórea, histórica y trascendente. Como vimos, la salvación universal e integral se consumará, cuando llegue la plenitud de los tiempos. Refresquemos lo que vimos hace ya tres o cuatro programas a este respecto:

Nos decía el Compendio en el Nº 38, que la salvación se culminará: en el futuro que Dios nos reserva, cuando junto con toda la creación seremos llamados a participar en la resurrección de Cristo y en la comunión eterna de vida con el Padre, en el gozo del Espíritu Santo. Nos remite allí el Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia a Rm 8.

La misión redentora de Cristo abarcó a toda la creación

 

Veíamos que la misión redentora de Cristo abarcó a toda la creación, como nos explica San Pablo en Rm 8 y en Colosenses en el capítulo 1º. Nos ayudará volver a citar al escriturista el P. Pastor Gutiérrez, quien dice que Dios, por medio de Cristo, por medio de su sangre en la cruz, ofrece la reconciliación del mundo entero…del hombre y de toda la creación material, en cuanto que todo el conjunto de seres racionales e irracionales se dirige ya ordenada y armónicamente a Cristo; entre todos ellos se restablece el equilibrio roto por el pecado, que causó un corte fatal en nuestras relaciones con Dios.[2] Recordemos que ese nuevo ordenamiento del universo se consumará al final, cuando todo vuelva a Jesucristo.Como cristianos, en cada situación histórica concreta en que se encuentre nuestro prójimo tenemos una responsabilidad con ellos

Bien, volvamos al Nº 40, que es ahora nuestro tema. Dice la Iglesia que esa salvación universal e integral, hace inseparable el nexo entre la relación que la persona está llamada a tener con Dios y la responsabilidad frente al prójimo, en cada situación histórica concreta.

Hay un elemento nuevo que no se nos puede escapar. Ya hemos reflexionado sobre la unión con Jesucristo a la que estamos llamados, expresada en la comparación con la vid y los sarmientos, unión que debe producir también el fruto del amor a nuestros hermanos. Ahora, lo nuevo es que el Compendio nos habla de responsabilidad: la responsabilidad frente al prójimo, en cada situación histórica concreta, dice. No es algo de simple buena voluntad, no es materia de simple piedad. Tenemos una responsabilidad frente al prójimo, frente a cada situación histórica concreta.

Esto nos tiene que hacer pensar. Porque, en nuestro caso, en la situación concreta en que vivimos en América Latina, tenemos una responsabilidad con nuestros hermanos que sufren, que padecen injusticia, que viven en la pobreza o como víctimas de desastres naturales. Cuando nos llaman a ser solidarios con ellos, no nos están pidiendo simplemente que manifestemos nuestra generosidad, que seamos filantrópicos…Es que, como cristianos, en cada situación histórica concreta en que se encuentre nuestro prójimo tenemos una responsabilidad con ellos.

Claro que esa responsabilidad es diferente para cada uno. En algunos casos sólo podremos orar por los demás, y eso, que es muy importante, debemos hacerlo. En otras situaciones podremos colaborar con nuestra acción, con nuestro trabajo directo, como lo hacen los médicos que vuelan como voluntarios a las regiones necesitadas de su ayuda; como lo hacen personas de diferentes profesiones y oficios, que colaboran en obras comunitarias de diversa índole. Son innumerables los modos de ser solidarios: cuántas veces el mercado que se lleva desde la parroquia soluciona un problema grave de hambre. Las obras asistenciales son necesarias, aunque no sean la solución definitiva y radical. Por las obras de misericordia nos van a juzgar…

Responsabilidad del cristiano en los cargos directivos

En cuanto a los católicos que desempeñan cargos en el Estado y los directivos de las empresas, tienen una especial responsabilidad, sobre todo si ellos orientan la acción a donde se dirigen las políticas de las compañías, las políticas y las leyes y los recursos de la nación, que son de todos. No olvidemos que somos administradores de los bienes que Dios puso a nuestro cuidado, pero los destinó al bienestar de todos.

Me llamó la atención que hace pocos días, en un debate al Ministro de Hacienda en el senado, uno de los dos senadores citantes le observó que la economía era una ciencia social, y que las cifras no son suficientes para demostrar el buen manejo económico del país, si en la práctica no se traducen en el bienestar de la gente. Si, por ejemplo no hay suficientes puestos de trabajo ni se atiende de modo adecuado a las personas que tienen que emigrar por la violencia, o a las que carecen de vivienda digna, las cifras no tienen significado.

El Ministro comenzó su respuesta diciendo, que él no era filósofo sino técnico y contestaba con cifras. Sabemos que siempre hay una filosofía o una ideología detrás de las estadísticas, y claro, también de la orientación general de la economía. El economista cristiano no puede utilizar su ciencia sólo como ejercicio académico, sin tener en cuenta cómo afectan sus decisiones a los demás. Yo creo que muchos economistas tienen una deformación profesional, al no entender su profesión como una profesión al servicio de la satisfacción de necesidades de la población, según el sector donde trabajen.

La Economía es una ciencia social

 

El año pasado dedicamos algunos programas a estudiar el T.L.C., el Tratado de Libre Comercio, que se estaba negociando con los Estados Unidos.[3] El economista que nos ayudó en esos programas, Hernán Díaz del Castillo Guerrero,comenzó su intervención explicándonos precisamente el papel de la economía. Decía él que: Lo primero que debe recordarse (…) es la razón de ser de la ciencia económica, ya que su concepción misma se ha distorsionado tanto que no podría reconocerse el concepto original al observar su aplicación actual. La Economía es la ciencia social , decía,  que estudia los procesos de producción, distribución, comercialización y consumo de bienes y servicios, con el objetivo de generar el máximo beneficio social.[4] Por lo tanto, la Economía no busca el enriquecimiento sino la satisfacción de necesidades. Esta distinción es esencial desde el punto de vista filosófico, afirmaba,  pues determina la orientación, la finalidad de esas herramientas que nos proporciona la ciencia económica. En la práctica, desafortunadamente, la ciencia económica se utiliza muchas veces para enriquecer a unos pocos en perjuicio de la mayoría. Es tan grave esto como si la medicina se utilizara para causar más dolor, en ves de aliviarlo.

No sé si el señor Ministro de Hacienda, en el debate que mencioné, quiso decir, de manera implícita,  porque no lo expresó verbalmente,  que las cifras que iba a presentar demostrarían que la orientación de la política económica era en beneficio social. En todo caso son cifras cuyo valor permanentemente se discute. De todos modos no fue acertado que comenzara su intervencióndiciendo que no era filósofo sino técnico, porque nos daba a entender que su interés era sólo el manejo técnico de las cifras. Sabemos que, en la práctica, el manejo de la ciencia económica, está sustentado por una filosofía, por una concepción de la vida y del ser humano. El economista cristiano no puede usar las herramientas que le da su conocimiento en detrimento de sus hermanos, así pueda con habilidad presentar gráficas muy coherentes desde el punto de vista matemático. Al contrario, debe buscar cómo utilizar su ciencia para satisfacer las necesidades de las personas y en especial las necesidades básicas que son las más apremiantes.

Retomemos entonces el texto que estamos comentando. Nos dice la Iglesia que la universalidad e integridad de la salvación que se nos ofrece en Jesucristo, hacen inseparable la conexión entre la relación que estamos llamados a tener con Dios y nuestra responsabilidad frente al prójimo. Es ésta una reafirmación de la enseñanza del Evangelio: amar a Dios y amar al prójimo van juntos. Como dice San Juan en su Primera Carta, 4, 20s: Si alguno dice: “Amo a Dios”, y aborrece a su hermano, es un mentiroso; pues quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios, a quien no ve. Y hemos recibido de Él este mandamiento: quien ama a Dios, ame también a su hermano.

El primer párrafo del Nº 40 que estamos estudiando termina así:

Es algo que la universal búsqueda humana de verdad y de sentido ha intuido, si bien de manera confusa y no sin errores; y que constituye la estructura fundante de la Alianza de Dios con Israel, como lo atestiguan las tablas de la Ley y la predicación profética.

Según esta enseñanza de la Iglesia, la conexión entre la relación con Dios a la que estamos llamados, y la responsabilidad frente al prójimo, es de la estructura misma de la Alianza de Dios con Israel, y aunque de manera confusa y también con errores, es un sentimiento, es algo universal, que intuye el hombre en su búsqueda de la verdad y del sentido de la vida.

Dios mediante, en la próxima reflexión continuaremos con este tema.

 

Fernando Díaz del Castillo Z.

Escríbanos a: reflexionesdsi@org


[1]Concilio Vaticano II, Cons. Dogmática Dei Verbum, 5

[2]Cfr Reflexión 25, del 17 de agosto-2006

[3]Hernán Díaz del Castillo Guerrero, Programa del 30 de junio de 2005 en Radio María de Colombia. Cita textual.

[4]El subrayado es mío