Reflexión 35 Jueves 26 de octubre 2006

Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia Nº 42


Estamos reflexionando sobre la tercera parte del capítulo 1º del Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, que se titula: El Designio del Amor de Dios para la Humanidad.

Terminamos en la reflexión anterior el Nº 41, que nos explica cómo el ser humano, por obra de  la pasión, muerte y resurrección de Jesucristo fue reconciliado con Dios, consigo mismo y con el universo creado. Gracias a esa acción maravillosa de Jesucristo, el ser humano es una nueva criatura, un hombre nuevo, que está llamado a seguir los pasos de Jesús. Dice el Compendio, citando la Constitución Gaudium et Spes en el Nº 22, que con el seguimiento de Jesús, la vida y la muerte se santifican y adquieren nuevo sentido.

Comenzamos también el estudio del Nº 42 del Compendio de la D.S.I.. Este número continúa el tema: El discípulo de Cristo como nueva criatura, aplicado  a nuestras relaciones con los demás. Recordemos que la Doctrina Social de la Iglesia trata precisamente sobre nuestra relación con los demás y estamos estudiando sus fundamentos,  que son teología, son moral social. Recordemos cómo empieza el  Nº 42. Dice así:

La transformación interior de la persona humana, en su progresiva conformación con Cristo, es el presupuesto esencial de una renovación real de sus relaciones con las demás personas:

Cómo es esto de importante. En el Nº anterior nos explicaron que por obra de la acción salvadora de Jesucristo: de su encarnación, vida, muerte y resurrección, el ser humano es una nueva criatura, un hombre nuevo, llamado a seguir los pasos de Jesús; y añadía el Compendio, citando la Constitución Gaudium et Spes en el Nº 22, que con el seguimiento de Jesús, la vida y la muerte se santifican y adquieren nuevo sentido.

Recordemos entonces la conexión de esa visión de la vida que debe vivir el hombre nuevo, con la doctrina social. Nos dicen que La transformación interior de la persona humana, en su progresiva conformación con Cristo, es el presupuesto esencial  de una renovación real de sus relaciones con las demás personas: Comprendamos bien estas palabras: una real renovación de nuestras relaciones con los demás, presupone nuestra transformación interior, es decir nuestra conversión. Para que en nuestras malas relaciones con otros superemos el odio, el resentimiento, el rencor, por ejemplo, se necesita nuestra transformación interior. Para que seamos capaces de perdonar y de amar a nuestros enemigos necesitamos nuestra transformación interior. Y si no lo conseguimos, eso debe ser una señal de que necesitamos que el Señor nos mueva internamente para que queramos perdonar y amar de verdad. Hay que empezar por querer hacerlo, y allí nos hace falta también la gracia del Espíritu Santo. Solos, somos miseria, no podemos perdonar ni amar de verdad. Necesitamos ese sacudón de la gracia. Debemos orar. Pedir al Señor que nos enseñe a perdonar y a amar como Él, como debe hacerlo el hombre nuevo que se conforma con Cristo.

 

El cristiano está siempre “en proceso” de conformar su modo de vida con el Evangelio

Se supone que el cristiano se esfuerza para, con la ayuda de la gracia, conformar progresivamente su vida con Cristo. Y comentábamos que, utilizando una palabra que gusta ahora mucho, podemos decir que el cristiano está siempre “en proceso” de conformar su modo de vida con el Evangelio; es decir en  proceso de aprender a vivir de acuerdo con Cristo; estamos siempre en camino, en proceso de conversión. Tendremos subidas y bajadas, caídas y levantadas. Vivir de acuerdo con Cristo  no se consigue con lavados cerebrales, no se logra sólo con las exhortaciones de otros ni con regaños ni menos con fusiles ni minas antipersona ni cilindros bomba. Empieza si, este proceso de conversión, con agua, con el agua del bautismo y con el fuego del Espíritu Santo. Él nos acompaña en nuestra peregrinación en la Iglesia, y nos llega por medio de los sacramentos.

 

Vivir la Doctrina Social de la Iglesia no es conformar nuestra vida con una ideología

 

 Aclaremos una vez más que vivir la Doctrina Social de la Iglesia no es conformar nuestra vida con una ideología. La doctrina social no se funda en la sociología, ni en la política ni en la economía. El fundamento de unas relaciones con los demás, que sean relaciones sanas, buenas, justas, basadas en el amor, como deben ser, de acuerdo con lo que somos: creados a imagen y semejanza de Dios, que es Amor, es nuestra conformación con Cristo, y a eso es imposible llegar sin una transformación interior. Esa clase de hombre nuevo, no se hace a la fuerza, como pretendió hacerlo el comunismo con los lavados cerebrales y con cárcel y una pretendida reeducación en el marxismo; ni como pretende el socialismo, con solo leyes no siempre justas ni equitativas, olvidándose de lo que es el hombre, creado por Dios. Quieren hacer un cambio según su medida puramente humana y a espaldas de Dios. Mucho menos a la transformación interior con la intimidación, con la violencia.

A ese propósito, decíamos también que una ley puede obligar al rico a dar como impuesto parte de su patrimonio o hasta le pueden quitar todo en una  confiscación, pero seguirá tratando, si puede, de formar un patrimonio nuevo o de incrementar el que tiene, si le dejaron algo; y tiene derecho a hacerlo, pero no pensando sólo en él. Por la ambición del dinero se ha llegado a los niveles vergonzosos de corrupción que invaden el mundo. Uno se pregunta de dónde resultaron tan pronto, luego de la caída del comunismo, los multimillonarios capitalistas en Rusia, si durante el dominio comunista se suponía que todos eran iguales y que no había ricos. Y en nuestro mundo el rico no va a entender que no es dueño absoluto de su riqueza, sino cuando comprenda y acepte que Dios lo puso de administrador, no de dueño absoluto. Por su parte el poderoso no va a dejar de utilizar su fuerza para dominar a los otros, si no entiende que su vocación, como la de todos los cristianos, es de servicio y no para que los demás le sirvan a él. Y el guerrillero, que hoy secuestra y asesina, va a dejar de hacerlo, cuando entienda que los demás son sus hermanos y los debe tratar como a tales. Necesitamos todos la transformación interior que nos acerque a Cristo. Así se llegaría de verdad al cambio que necesita el mundo.

 Uno puede ser pesimista con este panorama. Nos parece una utopía conseguir que el amor llegue a reinar, y sin duda nos preguntamos cómo se puede cambiar el mundo. Es una gigantesca tarea. Es que vivimos en una época en que todo el mundo es tierra de misión. debemos sentirnos siempre de misión. Podemos dedicar tiepos especiales a la misión, dedicando tiempo a la evangelización, pero siempre  debemos orar por todos los que no conocen a Dios; que tengan la oportunidad de oír de Él y la dicha de abrazar la fe. Y debemos pedir por los que habiendo recibido la fe en el bautismo no son conscientes del don maravilloso que les fue dado y están en trance de perderlo. Y por los que tienen la fe dormida…

 Estamos repasando el Nº 42, que comenzamos en la reflexión pasada. Continúa tratando este número el tema: El discípulo de Cristo como nueva criatura, y lo aplica ahora directamente a nuestras relaciones con los demás. Recordemos una vez más, que la D.S.I. trata precisamente sobre nuestra relación con los demás. Nos explica la Iglesia el cambio interior que necesitamos en nosotros mismos para que nuestras relaciones con los demás sean como deben ser de acuerdo con el seguidor de Cristo, y el cambio que se requiere en las instituciones y en las condiciones de vida que no permiten una vida digna y que inducen al pecado. Leamos de nuevo las palabras del Compendio de la D.S.I. Dicen así:

Es preciso entonces apelar a las capacidades espirituales y morales de la persona y a la exigencia permanente de su conversión interior  para obtener cambios sociales que estén realmente a su servicio (Se refiere al servicio de los demás). La prioridad reconocida a la conversión del corazón no elimina en modo alguno, sino al contrario, impone la obligación de introducir en las instituciones y condiciones de vida, cuando inducen al pecado, las mejoras convenientes para que aquéllas se conformen a las normas de la justicia y favorezcan el bien en lugar de oponerse a él.”

 El párrafo que acabamos de leer lo toma el Compendio del Nº 1888 del Catecismo de la Iglesia Católica.

 Este párrafo es de especial importancia y nos viene bien ahondar en su significado. Se plantea allí nada menos que la necesidad del cambio, no sólo de las personas sino también de las instituciones y condiciones de vida cuando inducen al pecado. Las instituciones y las condiciones de vida pueden ser tales, que induzcan al pecado. Nos dice aquí la Iglesia que no es suficiente intentar el cambio interior, el trabajar por conformar nuestra vida con la de Cristo, si eso lo entendemos sólo como trabajar por nuestra conversión individual, sin efectos en nuestro entorno. Nuestra conversión se tiene que manifestar en nuestra relación con los demás. Si de nosotros depende que alguna institución se conforme o no a la justicia y a la equidad; si de nosotros depende el que las condiciones de vida de alguien induzcan o no al pecado, no podemos quedar satisfechos con vivir privadamente una vida espiritual intensa, nosotros solos. Dependiendo de nuestro estado y de nuestras posibilidades, no es suficiente la conversión sin que actuemos.

 En la vida pública el asunto no es sencillo. No es fácil conseguir la transformación interior de todos los legisladores, o por lo menos de la mayoría de ellos; la transformación interior del ejecutivo: presidente y ministros, para que todos ellos opten por introducir en las instituciones y en las condiciones de vida de los compatriotas, puestos a su cuidado, las mejoras convenientes para que su vida sea digna, conforme a las normas de la justicia. Y ¿cómo transformar los corazones de los violentos que han optado más bien por la sangre y el fuego? Cambiar esos corazones de piedra en corazones humanos, en corazones de carne de carne… no es tarea fácil.

 Cada uno de nosotros, según nuestro estado y condiciones, puede desempeñar un papel importante, comenzando por la oración y el sacrificio. Y hay acciones individuales dignas de todo encomio. La creatividad y las ganas de hacer el bien son insospechadas. Comentamos en la pasada reflexión, sobre una señora que está enseñando la fabricación de joyas de fantasía a un grupo de las “llamadas trabajadoras” sexuales. Su satisfacción es enorme al ver los resultados. Viven ellas en condiciones de vida que inducen al pecado, y esta querida señora les está enseñando un camino para salir de allí. Se alegró tanto cuando una de sus discípulas le dijo: “Desde que usted me enseñó a hacer collares no me he ido a dormir con hambre.”

Se trata en ese bello ejemplo de la acción individual de una persona que ha entendido el amor cristiano y lo vive. Cuando se trata del cambio de las instituciones y de las condiciones de vida de todo un país, se necesita voluntad política de nuestros dirigentes: parlamentarios, ministros, presidente. Pero antes de voluntad política necesitan ellos orientación cristiana. A no pocos, que hasta dicen ser católicos, les faltan conocimientos de su fe, les falta formación religiosa. Si no ¿cómo entender su posición en temas como el aborto, la eutanasia, que van claramente contra un mandamiento fundamental como es el quinto mandamiento “No matarás”. O su desconocimiento de la importancia de la defensa de la familia como célula vital de la sociedad? O su negligencia en la defensa del trabajador en cuanto a su condición salarial, de salud, de educación? No piensan propiamente en cristiano cuando se trata de la situación de los demás. Los absorbe la economía pensada solamente como herramienta para crear riqueza y no propiamente para todos…

 

Si el no comprometerse ha sido siempre algo inaceptable, el tiempo presente lo hace aún más culpable. A nadie le es lícito permanecer ocioso

 

Ahora bien, los parlamentarios y gobernantes cristianos son primero individuos, responsables de hacer vida la fe que recibieron, de ayudar a la construcción del Reino de Dios, que es un reino de justicia y de amor. Y todos tenemos que ser conscientes de nuestra vocación. Leamos algunas líneas de “Christifideles laici” de Juan Pablo II, la importante exhortación apostólica sobre la vocación y misión de los laicos en la Iglesia y en el Mundo.. En el Nº 3, refiriéndose a la llegada, inminente entonces, del tercer milenio, dice:

Nuevas situaciones, tanto eclesiales como sociales, económicas, políticas y culturales, reclaman hoy, con fuerza muy particular, la acción de los fieles laicos. Si el no comprometerse ha sido siempre algo inaceptable, el tiempo presente lo hace aún más culpable. A nadie le es lícito permanecer ocioso.

Qué importante es esta frase de Juan Pablo II. Qué bueno que los políticos católicos la tuvieran a la vista siempre: Si el no comprometerse ha sido siempre algo inaceptable, el tiempo presente lo hace aún más culpable. A nadie le es lícito permanecer ocioso.

 

…«el más fuerte» puede asumir diversos nombres: ideología, política, poder económico, sistemas políticos inhumanos, tecnocracia científica, avasallamiento por parte de los medios de comunicación

 

Continúa más adelante el Papa diciendo que Es muy grande la diversidad de situaciones y problemas que hoy existen en el mundo, y que además están caracterizadas por la creciente aceleración del cambio”… y advierte del peligro de las generalizaciones y simplificaciones indebidas. Sin embargo, añade, es posible advertir algunas líneas de tendencia que sobresalen en la sociedad actual. Se detiene allí Juan Pablo en algunas de las tendencias preocupantes, como el secularismo y en la necesidad de lo religioso, en la dignidad de la persona humana que es despreciada y exaltada. Enumera algunas de las formas como el ser humano es tratado como un mero instrumento, y lo convierten así en esclavo del más fuerte. Y dice:

…«el más fuerte» puede asumir diversos nombres: ideología, política, poder económico, sistemas políticos inhumanos, tecnocracia científica, avasallamiento por parte de los medios de comunicación. De nuevo nos encontramos frente a una multitud de personas, hermanos y hermanas nuestras, cuyos derechos fundamentales son violados, también como consecuencia de la excesiva tolerancia y hasta de la patente injusticia de ciertas leyes civiles: el derecho a la vida y a la integridad física, el derecho a la casa y al trabajo, el derecho a la familia y a la procreación responsable, el derecho a la participación en la vida pública y política, el derecho a la libertad de conciencia y de profesión religiosa.

 

Cuando pensábamos que Colombia era territorio de ciudadanos libres, ahora se pretende violar el derecho de la libertad de conciencia

 

En esa enumeración que Juan Pablo II hace de las violaciones a las que está sometida la persona humana uno podrá imaginarse que se refiere a países lejanos, que eso no pasa en nuestro país; sin embargo se ve que en vez de avanzar retrocedemos, porque cuando pensábamos que Colombia era territorio de ciudadanos libres, ahora estamos llegando a la violación al derecho de la libertad de conciencia con las declaraciones del Procurador y de algunos Magistrados de la Corte Constitucional (recuérdese quienes ocupaban esos cargos en 2006) y otros funcionarios públicos. Se defiende toda clase de libertades, pero se coarta la de conciencia. Quién lo hubiera creído, pero ahora es necesario organizar foros para defender la objeción de conciencia, reconocida en la Constitución. Parece increíble, pero es que dependiendo del tema, se acomodan las interpretaciones…

La denuncia que Juan Pablo II hace en Christifideles laici, de las violaciones de la dignidad de la persona humana no es corta. Oigamos este otro párrafo:

¿Quién puede contar los niños que no han nacido porque han sido matados en el seno de sus madres, los niños abandonados y maltratados por sus mismos padres, los niños que crecen sin afecto ni educación? En algunos países, poblaciones enteras se encuentran desprovistas de casa y de trabajo; les faltan los medios más indispensables para llevar una vida digna del ser humano; y algunas carecen hasta de lo necesario para la subsistencia. Tremendos recintos de pobreza y de miserita, física y moral a la vez, se han vuelto anodinos (i.e. no nos preocupan) y como normales en la periferia de las grandes ciudades, mientras afligen mortalmente a enteros grupos humanos.

Podríamos ser pesimistas; sin embargo el Papa ve también signos de esperanza, pues dice más adelante: Una beneficiosa corriente atraviesa y penetra ya todos los pueblos de la tierra, cada vez más conscientes de la dignidad del hombre: éste no es una «cosa»  o un «objeto» del cual servirse; sino que es siempre un «sujeto», dotado de consciencia y de libertad, llamado a vivir responsablemente en la sociedad y en la historia, ordenado a valores espirituales y religiosos.

 

Tenemos como misión llevar a Jesucristo que es la «noticia» nueva y portadora de alegría

El papel de la Iglesia es fundamental en este cambio que el mundo necesita. Su papel, como lo dice enseguida Juan Pablo II tiene como misión llevar a Jesucristo que es la «noticia» nueva y portadora de alegría. Y lo que sigue nos toca especialmente a los laicos, pues dice Juan Pablo II:

En este anuncio y en este testimonio  los fieles laicos tienen un puesto original e irreemplazable: por medio de ellos la Iglesia de Cristo está presente en los más variados sectores del mundo, como signo y fuente de esperanza y amor.

 

Nuestra tarea es nada menos que estar presentes como signos y fuentes de esperanza y amor

Si lo meditamos en sola esa frase, Juan Pablo II nos pone frente a una responsabilidad tremenda, y tenemos que examinar si de verdad la cumplimos: la tarea es nada menos que estar presentes como signos y fuentes de esperanza y amor. ¡Menuda tarea! ¡Qué examen de conciencia el que nos tenemos que hacer! De verdad, cada uno de nosotros ¿puede considerar que en el medio donde vive y trabaja es signo y fuente de esperanza y amor? Les confieso que me estremezco ante tamaña responsabilidad: ser signo y fuente de esperanza y amor.

 Algunas de las tareas que Juan Pablo II dice que son de los laicos

Ya con esa tarea sería suficiente, pero que como hay que ser prácticos, para que no nos quedemos sólo en generalidades y en bellos pensamientos y palabras, enumeremos  algunas, sólo algunas de las tareas que Juan Pablo II dice que son de los laicos. Escuchemos primer una tarea general, muy grande:

…los fieles laicos están llamados de modo particular para dar de nuevo a la entera creación todo su valor originario, dice. Como hemos visto, el laico tiene que trabajar en la instauración del Reino. No nos podemos cruzar de brazos esperando la segunda venida del Señor. Tenemos trabajo que hacer. Todo lo que encierra esa sola frase de Juan Pablo II: dar de nuevo a la entera creación todo su valor originario. Es decir volver la creación al diseño original…

Para eso se realizó la Encarnación del Hijo de Dios: para reconciliar al hombre y a toda la creación con el Creador y con ella misma, para que se dirijan armónicamente a Cristo y se restablezca el equilibrio roto por el pecado.[1] Mediante nuestro trabajo, nos dice también Juan Pablo II en su encíclica Laborem exercens, no sólo nos tenemos que ganar nuestro pan cotidiano, sino que debemos contribuir al continuo progreso de las ciencias y de la técnica y, sobre todo, a la incesante elevación cultural y moral de la sociedad.

 

El cristiano está llamado a colaborar en la construcción del Reino, ordenando la sociedad humana con una visión que sólo da la fe

 

En palabras de Juan Pablo II en Christifideles laici (Nº 14), estamos llamados a ordenar lo creado al verdadero bien del hombre. Según sus palabras textuales, cuando los fieles laicos obran así, participan en el ejercicio de aquel poder, con el que Jesucristo Resucitado atrae a sí todas las cosas y las somete, junto consigo mismo, al Padre, de manera que Dios sea todo en todos (cf Jn,12,32;1Cor 15,28).

El mundo, según Christifideles laici, es el ámbito y el medio de la vocación cristiana de los fieles laicos. Allí, dice el documento,  estamos llamados por Dios para contribuir, desde dentro a modo de fermento, a la santificación del mundo mediante el ejercicio de sus propias tareas, guiados por el espíritu evangélico, y así manifiestan a Cristo ante los demás, principalmente con el testimonio de su vida y con el fulgor de su fe, esperanza y caridad.(…) Dios les manifiesta su designio en su situación intramundana, y les comunica la particular vocación de buscar el reino de Dios tratando las realidades temporales y ordenándolas según Dios.[2]

Ordenar las realidades temporales según Dios es encauzar nuestro mundo según los planes de Dios. Para que eso sea realidad tenemos que empezar por encauzar nuestra propia vida según los designios de Dios.

Y de nuevo nos pone a pensar en eso de ser fermento; que tenemos que manifestar a Cristo con el testimonio de nuestra vida, con el fulgor de nuestra fe, esperanza y caridad…Se siente uno tan pequeño, pero una vez más, recordemos que no estamos solos, que está la fuerza del Espíritu Santo a nuestro alcance…

Toda esta doctrina nos indica que estamos llamados a la santidad; no a una santidad de aureola, para que tratemos de figurar entre los privilegiados o en el santoral, sino que estamos llamados a una vida de seguimiento de Cristo, que eso es una vida de santidad. Juan Pablo II nos recuerda en la exhortación Christifideles laici que estamos citando (Nº 16), que, en sus palabras textuales:

 El Concilio Vaticano II ha pronunciado palabras altamente luminosas sobre la vocación universal a la santidad. Se puede decir que precisamente esta llamada ha sido la consigna fundamental confiada a todos los hijos e hijas de la Iglesia, por un Concilio convocado para la renovación evangélica de la vida cristiana. Y añade el Papa que  Esta consigna no es una simple exhortación moral, sino una insuprimible exigencia del misterio de la Iglesia (…) y podemos decir, como lo añade a continuación, que contamos con el eficaz auxilio del Espíritu Santo, pues El espíritu que santificó la naturaleza humana de Jesús en el seno virginal de María (cf. Lc 1,35), es el mismo Espíritu que vive y obra en la Iglesia, con el fin de comunicarle la santidad del Hijo de Dios hecho hombre. Eran palabras de Juan Pablo II. ¿Nos habíamos imaginado lo grandioso de la dignidad del bautizado?

El capítulo V de la Constitución dogmática sobre la Iglesia, la Lumen Gentium (que comienza: Cristo luz de los pueblos), en los Nº 39-42 trata sobre la  “universal vocación a la santidad en la Iglesia”.

Fernando Díaz del Castillo Z.

escribanos a: reflexionesdsi@gmail.com


[1] Cfr Reflexiones 25 y 26,  de 17 y 24 de agosto, 2006; Pastor Gutiérrez, S.J. Comentario a Colosenses, BAC 211, Pgs. 828ss

[2] Cf Lumen Gentium 38