Reflexión 24 Jueves 3 de agosto 2006

Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia Nº 38

 

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¿De qué tratan estas reflexiones?

 

La materia de este programa, la Doctrina Social de la Iglesia,  no es filosofía, no es asunto de comprender con sólo la razón. Como reflexionamos sobre temas que se refieren a la relación del hombre con Dios y con sus semejantes,  necesitamos conocer, no tanto opiniones de sociólogos, de filósofos o psicólogos, que nos pueden ayudar, pero no son lo fundamental; lo fundamental es conocer lo que sobre sus designios, sus planes, nos ha querido comunicar Dios a través de la Sagrada Escritura, como de manera pedagógica nos los ha ido enseñando la Tradición.

El punto de partida de nuestras reflexiones, en la Doctrina Social,  tiene que ser la fe, y como la fe auténtica consiste en la respuesta viva que el hombre da, en plena libertad y con todo su ser a la Palabra de Dios que se revela,[1] necesitamos que el Espíritu Santo nos ilumine para comprender el mensaje, y mueva nuestro corazón, para que vivamos la voluntad que el Señor nos manifieste. Nuestra actitud tiene que ser de apertura total a Dios, como la de María, la madre de la fe en el Nuevo Testamento y la de Abraham, nuestro padre en la fe, en el Antiguo Testamento. 

Comencemos entonces nuestra reflexión de hoy. En el programa pasado alcanzamos a avanzar un poco en un nuevo tema: La salvación cristiana: para todos los hombres y de todo el hombre. En esta parte la Iglesia nos explica que, en los planes de Dios, la salvación cristiana es para todos los hombres y de todo el hombre. Que la salvación sea para todos, quiere decir que la salvación no es para un grupo exclusivo;  que la salvación sea  para todo el hombre, significa que es para el hombre integral, completo. En el Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia esta sección ocupa del  Nº 38 al 40.

Es conveniente tener presente que seguimos hablando de los designios o planes de Dios. Los vimos antes cuando reflexionamos sobre los designios del Padre que nos creó por amor; reflexionamos ya sobre los planes de Dios que se han ido desplegando en la historia de salvación, desde el llamamiento a Abraham, y nos hemos ido adentrando en el plan de salvación, con la Encarnación de Dios en Jesucristo, Hijo de Dios hecho hombre para la salvación del mundo. Jesucristo es el centro de nuestra fe. Todo, desde el Antiguo Testamento, nos va llevando a Jesucristo.  

Iniciativa de la Santísima Trinidad

 

Recordemos que en el Nº 38 nos explica el Compendio que la salvación es iniciativa del Padre, se ofrece en Jesucristo y se actualiza y difunde por obra del Espíritu Santo. El Catecismo nos explica en el Nº 604, que Dios tiene la iniciativa del amor redentor universal, y continúa así: Al entregar a su Hijo por nuestros pecados, Dios manifiesta que su designio sobre nosotros es un designio de amor benevolente  y añade, que esa decisión de salvarnos, no es consecuencia de mérito nuestros; sino que precede a todo mérito de nuestra parte, como dice la Primera Carta de San Juan, 4,10: En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó y nos envió a su Hijo como propiciación[2] por nuestros pecados. Y por su parte San Pablo en su Carta a los Rm 5,8 dice: La prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió por nosotros.

Dios quiso la salvación del hombre que había caído por el pecado original, en un acto libre suyo, de amor y misericordia. Entonces, tenemos mucho que agradecer: nuestra redención es un don gratuito de Dios, que nos lo concedió, porque quiso, sin merecimiento de nuestra parte.

La salvación es iniciativa del Padre

 

Hasta allí la primera frase del Compendio: la salvación es iniciativa del Padre. Y continúa diciendo que la salvación se ofrece en Jesucristo. Como vimos ya, Jesús aceptó la Voluntad del Padre, de ser Víctima por nuestros pecados; como lo dice en el capítulo 6, v 38 del Evangelio según San Juan: porque he bajado del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me ha enviado, dijo Jesús. Y Jesús aceptó voluntariamente la misión de Redentor, como lo dice en Juan 10,18: Nadie me quita la vida; yo la doy voluntariamente.

Vayamos uniendo estas ideas muy importantes; la salvación es iniciativa del Padre, se ofrece en Jesucristo que aceptó voluntariamente su misión de Redentor,  y como acabamos de leer en el mismo Nº 38 del Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, la salvación se actualiza y se difunde por obra del Espíritu Santo. ¿Qué quiere decir esto: que la salvación se actualice y difunda por obra del Espíritu Santo?

El Espíritu Santo obra en la Iglesia, difundiendo en ella, que es el Cuerpo Místico de Cristo, la gracia, por los sacramentos. El Catecismo en el Nº 112 nos explica que el Espíritu Santo hace presente y actualiza la obra salvífica de Cristo, y por su poder transformador, hace fructificar el don de la comunión en la Iglesia. En cada sacramento que recibimos, el Espíritu Santo está presente, actualiza la obra salvífica, la hace fructificar en los que están en comunión con la Iglesia, en los sarmientos, en las ramas que están unidos al tronco.

 

Misión del Espíritu Santo en la obra de la salvación

 

Volvamos a leer la explicación de Juan Pablo II en su encíclica Dominum et vivificantem, sobre la misión del Espíritu Santo en la obra de la salvación. Dice así en el Nº 25:

«Consumada la obra que el Padre encomendó realizar al Hijo  sobre la tierra (cf. Jn 17, 4) fue enviado el Espíritu Santo el día de Pentecostés a fin de santificar indefinidamente a la Iglesia y para que de este modo los fieles tengan acceso al Padre por medio de Cristo en un mismo Espíritu (cf. Ef 2, 18). Él es el Espíritu de vida  o la fuente de agua que salta hasta la vida eterna (cf. Jn 4, 14; 7, 38-39), por quien el Padre vivifica a los hombres, muertos por el pecado, hasta que resucite sus cuerpos mortales en Cristo (cf. Rom 8, 10-11)»

Y más adelante sigue Juan Pablo II, en el Nº: 64 de la misma encíclica Dominum et vivificantem: (…) Si la Iglesia es el sacramento de la unión íntima con Dios, lo es en Jesucristo, en quien esta misma unión se verifica como realidad salvífica. Lo es en Jesucristo, por obra del Espíritu Santo. La plenitud de la realidad salvífica, que es Cristo en la historia, se difunde de modo sacramental por el poder del Espíritu Paráclito. De este modo, el Espíritu Santo es «el otro Paráclito» o «nuevo consolador» porque, mediante su acción, la Buena Nueva toma cuerpo en las conciencias y en los corazones humanos  y se difunde en la historia. En todo está el Espíritu. Hasta allí Juan Pablo II.

Nos explica así el Santo Padre de modo sencillo, la acción del Espíritu Santo en nuestra salvación: por acción del Espíritu Santo nos unimos a Dios, por los sacramentos, en la Iglesia, y la Buena Nueva, el Evangelio, toma cuerpo, se hace vida en las conciencias y en los corazones humanos. Cuando oremos al Espíritu Santo, pidámosle que actúe en nosotros, para que el Evangelio se haga vida en nuestras conciencias y en nuestros corazones.

Volvemos sobre estas ideas fundamentales, porque es importante que las degustemos; que las hagamos nuestras. Volvámoslas a leer: la salvación es iniciativa del Padre, la salvación se (nos) ofrece en Jesucristo y, la salvación, se actualiza y se difunde por obra del Espíritu Santo. De modo que podemos decir ya, comprendiéndolo mejor, que la salvación cristiana es obra de la Trinidad; intervienen en ella el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.

Y volvamos a rumiar nuestra reflexión sobre el amor de Dios, que nos ama, no porque lo merezcamos; no es el pago por algo bueno que hayamos hecho y así nos hayamos ganado su amor. Dios nos ama sólo por benevolencia suya. Podríamos decir más bien, que Dios nos ama, a pesar de nosotros, a pesar de lo mal que nos hemos portado. Vale la pena repetir que, es Dios es Amor y,. ¿cómo puede no amar, el Amor?

¿Por qué insistir en tener claridad sobre este punto? Por dos razones aparentemente contradictorias: una es, que con frecuencia olvidamos que tenemos necesidad de Dios; se nos olvida que todo lo que tenemos se lo debemos a Él, empezando por la vida, y como lo estamos viendo, le debemos nada menos que la salvación. Sí, vivimos “a debe” con Dios, pero eso sí, esperamos que Él corra a socorrernos cuando necesitamos algo. A veces somos impacientes y nos disgustamos porque nos parece que Dios se nos esconde. Yo creo que todos conocemos el caso triste de alguna persona, que se aleja de Dios después de la enfermedad o la muerte de un ser querido.

La bondad y la comprensión son características de Dios

 

Hay otra razón para insistir en esta verdad de la salvación como un don que Dios nos ha hecho libremente, por su infinita bondad, y no como recompensa por algo que merezcamos, y es que, también con frecuencia, nos desalentamos porque nos sentimos miserables. Como no merecemos nada, nos da miedo encontrarnos con Dios. Nos escondemos como Adán. Recuerdan cuando en el Paraíso Dios llamó al hombre y le dijo: ¿Dónde estás?  Éste contestó: Te oí andar en el jardín y tuve miedo, porque estoy desnudo; por eso me escondí. Eso nos pasa a nosotros también: nos sentimos desnudos, vacíos, sin ningún mérito, y es verdad, somos pecadores, no tenemos méritos propios, pero parece que se nos olvidara la misericordia de Dios. Le tememos como si no nos amara. Y Él es Amor. La bondad, la comprensión, son características de Dios.

Cuando nos sintamos tan indignos, que no nos atrevamos a acercarnos a Dios, recordemos que Él es amor, y como dice el salmo 103 en el v. 8, Dios es clemente y compasivo; tardo a la cólera y lleno de amor, y en el v. 13 añade: Cual la ternura de un padre para con sus hijos, así de tierno es Yahvéh. No tenemos que esconderle nuestra miseria, Dios la conoce y así y todo nos ama. El mismo salmo 103 dice  Él sabe de qué estamos plasmados, se acuerda de que somos polvo.

Sigamos adelante con  nuestra reflexión. De modo que, como dice el Catecismo: Al entregar a su Hijo por nuestros pecados, Dios manifiesta que su designio sobre nosotros es un designio de amor benevolente que precede a todo mérito de nuestra parte. El Padre entregó a su Hijo por nosotros. Y el Hijo aceptó la Voluntad del Padre, de ser Víctima por nuestros pecados; como lo dice en el capítulo 6, v 38 del Evangelio según San Juan: porque he bajado del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me ha enviado, dijo Jesús. Y Jesús aceptó voluntariamente la misión de Redentor; por eso en Juan 10,18 leemos que dijo: Nadie me quita la vida; yo la doy voluntariamente. Y cómo olvidar esa frase en la Oración en el Huerto: Si es posible, aparta de mí este cáliz, pero no se haga mi voluntad, sino la tuya. Es el abandono total, pero libre, en las manos del Padre.

 

La salvación: iniciativa del Padre, se nos ofrece en Jesucristo y se actualiza y difunde por obra del Espíritu Santo

Entonces, resumiendo, la salvación es iniciativa del Padre, se nos ofrece la salvación en Jesucristo, que aceptó voluntariamente su misión de Redentor,  y como lo leímos en el mismo Nº 38 del Compendio de la D.S.I., la salvación se actualiza y se difunde por obra del Espíritu Santo.

Recordemos una vez más, que el Espíritu Santo obra en la Iglesia,  Cuerpo Místico de Cristo, difundiendo en Ella la gracia, por los sacramentos. Recordemos la explicación del Catecismo, en el Nº 112,  sobre el papel del Espíritu Santo en nuestra salvación; el Espíritu Santo hace presente y actualiza la obra salvífica de Cristo, y por su poder transformador, hace fructificar el don de la comunión en la Iglesia. En cada sacramento que recibimos, el Espíritu Santo está presente, actualiza la obra salvífica, la hace fructificar en los que están en comunión con la Iglesia, en los miembros del Cuerpo Místico, en los sarmientos, en las ramas que están unidas al tronco.

Y volvamos a leer las primeras líneas del Nº 38 del Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, y meditemos estas enseñanzas, tanto del Compendio, como de Juan Pablo II y también del Catecismo: La salvación que, por iniciativa de Dios Padre, se ofrece en Jesucristo y se actualiza y difunde por obra del Espíritu Santo, es salvación para todos los hombres y de todo el hombre: es salvación universal e integral. Concierne a la persona humana en todas sus dimensiones: personal y social, espiritual y corpórea, histórica y trascendente.

La salvación que, por iniciativa de Dios Padre, se ofrece en Jesucristo: de manera que la salvación es un regalo de la benevolencia de Dios, es gratuita. No es por nuestros merecimientos. La salvación se nos ofrece en Jesucristo: Él es el Salvador, Dios Hijo, hecho hombre, que por nosotros sufrió una Pasión cruel, murió y resucitó. Y la salvación se actualiza y difunde por obra del Espíritu Santo: enviado para santificar indefinidamente a la Iglesia.

 El Espíritu Santo fuente de vida. Por Él, el Padre vivifica a los hombres; les vuelve a dar la vida sobrenatural, porque estaban muertos por el pecado. Comprendemos así mejor el valor de los sacramentos, desde el Bautismo, por el que, por la gracia que recibimos, empezamos a participar de la vida de Dios. Comprendemos cómo el Espíritu Santo, presente en la Iglesia y en cada uno de nosotros, por los sacramentos, actualiza la obra salvífica de Cristo, y con su poder transforma al hombre.

Cuando meditamos en estas verdades de nuestra fe, se llenan de sentido las palabras de esa bella plegaria al Espíritu Santo, en la Secuencia de la Eucaristía, del Domingo de Pentecostés, cuando le rogamos:

Mira el vacío del hombre si Tú le faltas por dentro; y añadimos: Riega la tierra en sequía, nosotros, terreno fértil con Él, secos nosotros solos; sana el corazón enfermo, le pedimos también; cuántas veces sentimos el corazón cansado, enfermo de una enfermedad que no pueden curar los médicos. Lava las manchas, le suplicamos, porque somos pecadores y nos levantamos por la gracia de Dios  y volvemos a caer. Infunde calor de vida en el hielo: somos fríos, frente a la necesidad de los demás, fríos frente a la soledad y el dolor de los otros. Doma el espíritu indómito: nuestro orgullo, nuestra autosuficiencia, nuestra vanidad, no perdonan, nos sentimos intocables, dueños del mundo. Guía al que tuerce el sendero: seguimos nuestro propio camino, con la seguridad del que lo conoce todo, sin preguntar si es por ahí por donde Dios quiere que vayamos. Qué maravillas puede obrar el Espíritu Santo en nosotros, si le permitimos hacerlo. Realmente, la presencia del Espíritu Santo transforma al hombre.

Con la explicación del Compendio comprendemos mejor cómo la salvación es un regalo inapreciable de la Trinidad. Vemos al Padre amoroso que tiende la mano a sus criaturas, comprendemos la generosidad sin límites del Hijo que acepta el encargo de,  por nosotros, por nuestra salvación, hacerse Siervo, o como San Pablo lo expresa en el capítulo segundo de su carta a los Filipenses[3]: el cual (Cristo), siendo de condición divina… se despojó de sí mismo tomando la condición de siervo; y se humilló a sí mismo, obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz. No cualquier muerte, una muerte cruel e indigna, la reservada para los criminales.

 

El plan de Dios según San Pablo

 

Como hemos observado desde el principio de nuestro estudio de la Doctrina Social de la Iglesia, por ser doctrina, no una teoría sociológica, la doctrina social católica tiene sus raíces en la Escritura. Lo que hemos venido estudiando son sus fundamentos. Todo lo que la Iglesia nos ha enseñado hasta ahora se origina en la Palabra de Dios. Nos ayuda acudir en este momento a San Pablo, quien en el capítulo 1 de su Carta a los Efesios, hace una presentación completa, inigualable del plan divino de salvación. Vamos a leer sólo una parte, despacio, desde el versículo 3.[4] Después, a solas, en nuestra casa, volvamos a leerlos y a degustarlo todo. Escribe San Pablo:

Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido con toda clase de bendiciones espirituales, en los cielos, en Cristo, San Pablo empieza transportándonos, nos eleva al plano celeste, desde donde Dios actúa con las bendiciones con las que nos ha bendecido, y de las que nos va a hablar. Y menciona enseguida la primera bendición; dice: por cuanto nos ha elegido en él antes de la creación del mundo, para ser santos e inmaculados en su presencia, en el amor. Qué inmensa bendición: nos elige, nos llama desde la eternidad, desde antes de la creación del mundo, a ser santos, a participar de su vida, que empieza aquí en la tierra, por la unión con Cristo resucitado. A ser santos en el amor, dice San Pablo, en el amor de Dios por nosotros, que nos eligió. 

El versículo 5 continúa: eligiéndonos de antemano para ser sus hijos adoptivos por medio de Jesucristo, según el beneplácito de su voluntad. Es la segunda bendición: no sólo nos ha bendecido Dios con el llamamiento a la santidad, sino que el modo que eligió para que pueda ser realidad la vida de santidad a la que nos ha llamado, es nada menos que el de la filiación divina. Nos hizo hijos suyos adoptivos. La fuente, el origen de nuestra filiación es Jesucristo, el Hijo Único: hijos adoptivos por medio de Jesucristo, dice el Apóstol. Nosotros participamos de la vida divina por la gracia, de manera que entre Dios y el cristiano existe así una relación de Padre e hijo. Nuestra unión con Jesucristo no es sólo una figura literaria, es que somos parte de su Cuerpo Místico[5].

 Como hemos visto, estas bendiciones de llamarnos a participar de la vida divina, que eso es la santidad, haciéndonos sus hijos adoptivos, son voluntarias, gratuitas. En palabras de San Pablo, como acabamos de leer, somos hijos adoptivos de Dios Padre, según el beneplácito de su voluntad. Los escrituristas anotan que con la expresión, según el beneplácito de su voluntad, San Pablo indica que, el habernos elegido Dios para ser sus hijos adoptivos en Cristo, señala que ese designio, ese plan, ese propósito de Dios, fue un acto libre suyo, originado sólo en su amor, nos hizo ese inapreciable regalo, sin méritos nuestros.

Estamos meditando sobre el texto de la Carta de San Pablo a los Efesios, en el capítulo 1º. Volvamos a leer completos los versículos 3 a 5: Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido con toda clase de bendiciones espirituales, en los cielos, en Cristo; por cuanto nos ha elegido en él antes de la creación del mundo, para ser santos e inmaculados en su presencia, en el amor; eligiéndonos de antemano para ser sus hijos adoptivos por medio de Jesucristo, según el beneplácito de su voluntad…

El versículo 6 dice que esas bendiciones de Dios, según el beneplácito de su voluntad, son para alabanza de la gloria de su gracia con la que nos agració en el Amado. La explicación que nos da la Biblia de Jerusalén sobre estas palabras es que, las bendiciones divinas no tienen más origen que la liberalidad de Dios, ni más finalidad que la exaltación de su Gloria por las criaturas. Todo procede de Él y a Él debe volver. Además, la gloria de Dios resplandece por su actuación generosa con las criaturas.[6]

La tercera bendición de Dios a sus criaturas los hombres, dice San Pablo que es / la obra de la redención por la cruz de Cristo. El amor gratuito de Dios no se limitó a crearnos y a llamarnos a vivir su vida, sino que después de haber caído por el pecado, obtuvimos la redención, el perdón de los delitos, por medio de la sangre de Cristo. La mediación que Cristo ejerce entre el Padre, Dios, y los hombres, se lleva a cabo por Jesucristo, el Hijo encarnado, muerto y resucitado. Él, Cristo es por eso el único camino de acceso al Padre y a su plan de salvación.[7]

Menciona luego San Pablo otra bendición, en el v. 9: la bendición consiste en que Dios nos ha dado a conocer ese Misterio, que es su voluntad de salvar a todos los hombres. Los seres humanos recibimos con la Encarnación de Dios en Jesucristo, la Buena Nueva de la intervención divina en la historia, que se convirtió así en una “historia de salvación.”  Leamos desde el v. 7 al 9, en el Capítulo 1º de la carta a los Efesios: En él (en Cristo) tenemos por medio de su sangre, la redención, el perdón de los delitos, según la riqueza de su gracia que ha prodigado sobre nosotros / en toda sabiduría e inteligencia, dándonos a conocer el misterio de su voluntad…

 

Los planes amorosos de Dios

Para no perdernos en nuestras reflexiones, tengamos presente que estamos estudiando el capítulo primero del Compendio de la D.S.I., que trata sobre El Designio de Amor de Dios para la Humanidad. Es decir, estamos estudiando los planes amorosos de Dios para el hombre. Estamos ahora en la secciónque lleva por título La salvación cristiana: para todos los hombres y de todo el hombre. Bien, entonces continuemos.

Hemos visto que nuestra salvación es una obra de la Trinidad. Ya reflexionamos sobre las palabras de San Pablo, acerca de la actuación del Padre y del Hijo. El Apóstol dice a los destinatarios de su carta, los efesios, en el v. 13 que, después de haber oído la Buen Nueva de la salvación, fueron sellados con el Espíritu Santo de la Promesa, que es prenda de nuestra herencia…

Como vemos, el don del Espíritu corona el plan divino, que se ejecuta por el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Los hijos adoptivos de Dios son sellados con la efusión del Espíritu Santo. El sello  sobre un objeto, la marca que se pone sobre él, indica el carácter especial y la pertenencia del objeto. Cuando marcamos algo con nuestro nombre, estamos afirmando que ese objeto nos pertenece. Al recibir al Espíritu Santo, quedamos marcados como algo que es posesión de Dios, tenemos un carácter divino. La gracia que recibimos en el bautismo nos consagra definitivamente a Dios, Padre y dueño nuestro.

Volvamos una vez más al Compendio de la D.S.I., en el Nº 38. Dice:   La salvación que, por iniciativa de Dios Padre, se ofrece en Jesucristo y se actualiza y difunde por obra del Espíritu Santo, es salvación para todos los hombres y de todo el hombre: es salvación universal e integral. Concierne a la persona humana en todas sus dimensiones: personal y social, espiritual y corpórea, histórica y trascendente.

Nos falta considerar la última parte del Nº 38 del Compendio de la D.S.I., en ella se afirma que la salvación de la cual nos habla la Iglesia es salvación de todo el hombre y de todos los hombres. Se trata de una salvación universal e integral  Vimos antes que la salvación es universal, que no es excluyente, no es sólo para un grupo, para un pueblo, para una raza; es para todos. Que la salvación es integral, lo explican las palabras del Compendio que acabamos de leer: nos dice el libro, que la salvación Concierne a la persona humana en todas sus dimensiones: personal y social, espiritual y corpórea, histórica y trascendente.

Esta parte merece que la consideremos despacio, de manera que la vamos a dejar para la próxima reflexión.


[1] Cfr. Carlos Ignacio González, S.J. “Cristología, Unidad Cristológica de la Escritura”, en Cuestiones Actuales de Cristología y Eclesiología, Curso de actualización Teológica organizado por el Secretariado Permanente del Episcopado Colombiano, Bogotá, 1990, Pgs.63ss.

[2]Propiciación: 1. Acción agradable a Dios, con que se le mueve a piedad y misericordia. 2. Sacrificio que se ofrecía en la ley antigua para aplacar la justicias divina y tener a Dios propicio. (DRAE)

[3] 6 a), 7 y 8

[4]Sigo las anotaciones de la Biblia de Jerusalén

[5]Cfr. La Sagrada Escritura, Texto y comentario, Nuevo Testamento, II, BAC 211, comentarios del P. Juan Leal, S.J.

[6]Biblia de Jerusalén, ib.; y BAC opus cit., ibidem

[7] Carlos Ignacio González, opus cit., Pg. 67

Reflexión 23 jueves 27 de julio 2006

Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia – Repaso Nº 20-37

Comprender y gustar internamente

 

Preparémonos para nuestro estudio asumiendo una actitud de reflexión. Así estaremos mejor dispuestos para comprender y aceptar de corazón la doctrina social de la Iglesia. Por intercesión de Nuestra Señora, la Virgen María, pidamos al Señor la gracia de comprender y gustar internamente su mensaje y pidámosle que mueva nuestra voluntad para vivir de acuerdo con él. Que no nos quedemos sólo en el conocimiento racional.

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Habíamos hecho un paréntesis en nuestro estudio del Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, para tratar sobre el papel de los medios de comunicación, y prepararnos a asumir una posición razonada, ante el editorial del diario El Tiempo, del sábado 17 de junio, ‘dedicado’ al Cardenal López Trujillo. En ese editorial, El Tiempo fijó su posición frente a las enseñanzas de la Iglesia. Una posición que, según el editorialista, es “neutral”, Vimos que, en la practica no es una posición neutral, sino claramente anticatólica, si se observa el manejo de la información que hace el periódico. Aunque el tema de los medios de comunicación lo trataremos más ampliamente cuando lleguemos a él en el Compendio, -lo trata por ejemplo en el Nº 414 y siguientes, -era conveniente adelantar algunas reflexiones, para fijar nuestra posición de laicos católicos oportunamente. Luego, la reflexión siguiente (la 22) la dedicamos a reflexionar sobre la familia, con ocasión del V Encuentro Mundial de las familias en Valencia, España. Volvamos ahora al estudio del Compendio de la Doctrina Social de la IglesiaI.

Volvamos al Compendio. ¿Dónde vamos?

 

Recordemos que estamos estudiando la primera parte del Compendio, el libro preparado por encargo de Juan Pablo II, que contiene la Doctrina Social Católica, la que podemos considerar como la doctrina “oficial” de la Iglesia. Tengamos siempre presente que la Doctrina Social de la Iglesia tiene sus fundamentos en la Sagrada Escritura y la Tradición, y que ha sido expuesta por los Sumos Pontífices, por el Episcopado y los Concilios, como respuesta a las difíciles situaciones por las que ha ido pasando la humanidad, en diversas épocas. En este libro, el Compendio de la D.S.I., la doctrina se encuentra toda reunida y organizada.

Repasemosnuestras últimas reflexiones, para que sigamos con más facilidad, la presentación de esa cadena de maravillas del amor de Dios, que nos está dando a conocer el Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia.

La primera parte que estamos estudiando ahora, lleva por título El Designio de Amor de Dios para la Humanidad, es decir el plan de amor de Dios. Nos llevó el Compendio a reflexionar primero, sobre La acción liberadora de Dios en la Historia de Israel. Consideramos en esa parte cómo Dios se fue acercando gradualmente a la humanidad, de manera gratuita, y por iniciativa suya. Y vimos cómo la creación fue también una acción gratuita de Dios. Dios nos creó libremente, por amor. Y recordamos que su manifestación al Pueblo de Israel comenzó con la vocación de Abraham, que nos cuenta la Biblia en el capítulo 12 del Génesis: Vete de tu tierra, y de tu patria, y de la casa de tu padre, a la tierra que yo te mostraré, le dijo el Señor a Abraham. De ti haré una nación grande y te bendeciré.

Quizás alguien se pregunte qué tiene esto que ver con la Doctrina Social de la Iglesia. Como hemos visto, la doctrina social se funda en Dios. Si creemos en Él, nuestra visión del mundo y de los demás es muy distinta a si no creemos en Él. En una reflexión anterior leímos estas palabras de la Gaudium et spes (13), que aclaran este punto:

Al negarse con frecuencia a reconocer a Dios como su principio, rompe el hombre la debida subordinación a su fin último, y también toda su ordenación tanto por lo que toca a su propia persona  como a las relaciones con los demás y con el resto de la creación.

¿Un mundo según los planes humanos o según los planes de Dios?

 

Ese peligro de romper con Dios corren las naciones cuando sus gobernantes y los formadores de opinión a través de los medios de comunicación son agnósticos o ateos; tratan de organizar el estado y de manejar las relaciones entre los ciudadanos y aun con la naturaleza, según sus ideas, sus principios, únicamente, sin tener en cuenta los designios de Dios. Crean un mundo a su medida, puramente humana, no según la medida de Dios.

Después de reflexionar sobre la intervención de Dios en la creación, y su acercamiento al hombre, nos detuvimos a reflexionar sobre: Jesucristo, cumplimiento del designio del amor del Padre. Nos llevó allí la Iglesia a meditar cómo En Jesucristo se cumple el acontecimiento decisivo de la historia de Dios con los hombres, pues al encarnarse en la Persona de Jesucristo, se acercó Dios tanto a nosotros, que se hizo un hombre más, igual a nosotros en todo, menos en el pecado.

Una mirada a la vida íntima de Dios

 

Y consideramos allí, en la Encarnación de Dios en la Persona de Jesucristo, la maravilla de la revelación del misterio trinitario. Porque antes de la Encarnación de Dios en Jesucristo, el misterio de la Trinidad apenas se vislumbraba. Jesucristo nos permitió dar una mirada a la vida íntima de Dios, como nos explicó bellamente Benedicto XVI, y conocer algo inesperado: que Dios no es soledad, que Dios es un acontecimiento de Amor. Como dice el Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia en el Nº 31: El Rostro de Dios, revelado progresivamente en la historia de salvación, resplandece plenamente en el Rostro de Jesucristo Crucificado y Resucitado. Él nos enseñó que Dios es Trinidad: Padre, Hijo y Espíritu Santo, realmente distintos y realmente uno, porque las Tres Personas divinas son comunión infinita de amor. Esa parte del Compendio, del Nº 30 al 33, lleva por título La revelación del amor trinitario, y sobre ella meditamos ya.

Dios, Uno y Trino, fundamento de la unidad del género humano

 

Esa sección del Compendio, que se titula La revelación del amor trinitario, termina con la explicación sobre cómo el hecho de ser creados a imagen y semejanza de Dios trino y uno tiene implicaciones muy importantes en nuestra vida; en particular sobre cómo debe ser la relación entre nosotros, los seres humanos, criaturas de Dios. Porque el hecho de ser creados a imagen y semejanza de Dios, Uno y Trino, es el fundamento de la unidad del género humano. Eso explica la tendencia natural del ser humano a la unión, a la integración. Somos muchos y somos distintos, pero por nuestra procedencia de Dios, que siendo Tres Personas es un solo Dios que es Amor, también nosotros debemos ser uno en el espíritu, en el amor. Estamos llamados a vivir una vida como la de Dios: una vida de amor y solidaridad. Veíamos que la vida social a la que estamos llamados es un reflejo de la vida íntima de Dios, Uno en tres personas. No olvidemos que estamos llamados a esa vida de armonía, de amor, y que el desorden existente, y nuestra inclinación al mal, a la desunión, al egoísmo, no debería ser lo natural, es la consecuencia del pecado original.

Esa profunda reflexión sobre las implicaciones de la vida trinitaria, de la vida de Dios, en nuestra propia vida, se continuó en la tercera parte de este primer capítulo, bajo el título: La persona humana en el designio del amor de Dios, que comprendedel Nº 34 al 49. En palabras del Compendio de la D.S.I. La revelación en Cristo del misterio de Dios como Amor trinitario está unida a la revelación de la vocación de la persona humana al amor y esta revelación ilumina la dignidad y la libertad personal del hombre y de la mujer  y la intrínseca sociabilidad humana en toda su profundidad. Eran palabras del Compendio.

La sociabilidad del hombre es propia de su naturaleza por ser creado a imagen y semejanza de Dios

De modo que al revelarnos el misterio de Dios, que es Trino y al tiempo Uno, en una vida de amor, se nos revela también la vocación de la persona humana al amor; se nos revela que la sociabilidad del hombre es propia de su naturaleza, por ser creado a imagen y semejanza de Dios. Nuestra manera natural de ser debería llevarnos a atraer, no a repeler, a unir, no a separar, a amar, no a odiar. Como dice la oración de San Francisco de Asís, deberíamos sembrar amor y paz, no divisiones, ni odios ni guerras.

 

El hombre es, por su íntima naturaleza, un ser social

 

Lo que esto significa lo vimos ya en una reflexión anterior y es importante que lo comprendamos bien. Repitamos lo esencial. Como lo enseña el Concilio Vaticano II, en la Constitución Pastoral Gaudium et Spes, en el Nº 12, (…) Dios no creó al hombre en solitario. Desde el principio los hizo hombre y mujer (Gen 1,27). Esta sociedad de hombre y mujer es la expresión primera de la comunión de personas humanas. El hombre es, en efecto, por su íntima naturaleza, un ser social, y no puede vivir ni desplegar sus cualidades sin relacionarse con los demás.

Es clave la última frase del Concilio que acabamos de leer. Volvámosla a leer: El hombre es (…), por su íntima naturaleza, un ser social, y no puede vivir ni desplegar sus cualidades sin relacionarse con los demás. Esta afirmación la debemos conectar con la enseñanza del Compendio en el Nº 35, que vimos antes y dice:

La persona humana ha sido creada por Dios, amada y salvada en Jesucristo, y se realiza entretejiendo múltiples relaciones de amor, de justicia y de solidaridad con las demás personas, mientras va desarrollando su multiforme actividad en el mundo.

Ya hemos reflexionado sobre las implicaciones que en nuestra vida práctica, en nuestras actividades de todos los días, tiene el hecho de que la persona humana se realiza, se hace, en su relación con los demás. Uno crece, progresa como persona, en el trato con los demás. Esto es tan importante que, repitámoslo una vez más, a ver si lo hacemos parte de nuestro modo de pensar, de sentir y de actuar.

 

Para desarrollarse plenamente el hombre necesita a los demás

 

Nos enseña la Iglesia que el hombre se realiza plenamente, aprende a desplegar completamente sus cualidades, sus capacidades, si aprovecha la oportunidad en su relación con los demás. Mientras trabajamos, mientras desempeñamos el oficio que sea, en la vida, encontraremos satisfacción y crecimiento personal, si lo hacemos entretejiendo relaciones de amor, de justicia, de solidaridad. En palabras sencillas, esto significa que la oportunidad de desarrollamos plenamente como personas, la tenemos en el trato diario con los demás. Si logramos tener buenas relaciones con los demás, si los tratamos bien, con amor. ¿Que hay personas difíciles? Sí, no decimos que sea fácil. Las estatuas se esculpen a golpe de cincel y martillo. Los demás nos ayudan a pulirnos, a limar asperezas, si lo permitimos…

Algunos creen que la satisfacción la pueden encontrar más bien haciendo sentir a los demás que ellos son los que tienen el poder, que ellos son los que mandan, que los demás tienen que hacer, sin chistar, lo que ellos ordenen. Tener el poder de doblegar a los demás no necesariamente supone tener la autoridad para hacerlo. Autoridad y poder no siempre van juntos. Muchos tienen poder porque en alguna forma son más fuertes que otros, así no tengan la autoridad. Eso se ve desde las conductas de los niños matones en el colegio, que abusan de los otros y se aprovechan de ellos, hasta el poder de los violentos que dominan a los demás por la fuerza de las armas. Y así, pasando por los jefes que aprovechan en su beneficio, y pasando sobre los demás, la posición que ostentan en la organización en la que trabajan. Otros parecen disfrutar siendo “los vivos”, los astutos, en su relación con los demás. Sabemos que con frecuencia ser “los vivos” es lo mismo que ser “los pillos”, los pícaros.

En el fondo, esas personas sufren, no disfrutan como aparentan; se tienen que sentir mal, porque el egoísta y el malvado pueden engañar a otros, pero uno no se puede engañar a sí mismo. Sin duda a esas personas la conciencia les grita desde el interior y la maldad y el egoísmo no hacen feliz a nadie. Por naturaleza el hombre es un ser social, no un asocial[1] y menos aún un antisocial. Como ser creado a imagen y semejanza de Dios, el hombre está llamado a amar a los demás, a ser sociable. Eso debería ser lo natural en nosotros.

La sociabilidad del hombre es fundamental en la visión cristiana del hombre

 

Ya vimos antes que este punto de la sociabilidad del hombre es fundamental en la visión cristiana del hombre. En la explicación sobre la persona humana según los designios, es decir, según los planes de Dios, vimos que el Compendio nos enseña algunos de los fundamentos de la antropología cristiana. Recordemos que la antropología cristiana explica al hombre desde el punto de vista cristiano. No es el campo de la antropología cristiana el estudio del hombre desde el punto de vista biológico, físico ni cultural, sino desde la visión que nos ofrecen hechos de fe, como por ejemplo nuestra creación gratuita por el amor de Dios. Reafirmemos estos fundamentos; recordémoslos, para que comprendamos a la persona humana desde el punto de vista cristiano, desde una visión de fe.

El primer fundamento de la antropología cristiana, señalado por el Compendio, es la inalienable dignidad de la persona humana, que tiene su raíz y su garantía en el designio creador de Dios. Lo hemos meditado varias veces ya y de varias maneras; nuestra dignidad se fundamenta en que somos una obra especial salida de las manos de Dios. Nuestro diseñador fue el Creador de las maravillas todas del universo, quien creó al hombre y a la mujer a su imagen y semejanza; por eso nos creó libres y con capacidad de relacionarnos, de amarnos, y no sólo con la capacidad de relacionarnos, de amarnos entre nosotros; más todavía, con capacidad de relacionarnos con Él y de participar de su vida divina.

Qué significa que la dignidad de la persona humana sea inalienable, lo vimos antes. Decíamos que, es inalienable algo cuyo dominio o propiedad, cuyos derechos, no se pueden traspasar a otro. Nos ayuda a entender el término inalienable, en el caso de la dignidad de la persona humana, ver algunas aplicaciones prácticas. Que nuestra dignidad es inalienable, quiere decir que no podemos ceder nosotros ni nadie puede apropiarse derechos sobre nuestra dignidad. Por ejemplo la vida, la libertad, son derechos inherentes a la dignidad de la persona humana y esos son derechos que nadie nos puede quitar. De ahí que la trata de blancas, el secuestro, la esclavitud, y naturalmente el asesinato, sean crímenes horrendos. Nadie tiene derecho a pasar por encima de nuestra dignidad. De igual manera, ningún legislador puede dictar leyes contra la dignidad de la persona humana. Si lo hace va más allá del derecho del legislador a dictar normas. El legislador no se puede atribuir derechos que no tiene. La dignidad de la persona humana es intocable.

La dignidad de la persona humana no se funda en leyes dictadas por los hombres

 

Tengamos presente que la dignidad de la persona humana no se funda en leyes dictadas por los hombres. El hombre no tiene una dignidad porque las Naciones Unidas o el Congreso dicten unas leyes que llamen derechos del hombre. La dignidad del ser humano es connatural con él, por el hecho de ser una criatura hecha a imagen de Dios. Y más todavía: la dignidad de la persona humana no se basa sólo en el hecho de ser una obra de las manos creadoras de Dios, pues todo el universo es obra de sus manos, también los animales y las plantas, sino en que, además, la persona humana fue diseñada a imagen y semejanza de Dios. El modelo que Dios tomó para su obra predilecta, el ser humano, fue Él mismo, perfección infinita, y entre los dones que nos dio, sobresalen algunos exclusivos de la persona humana, que no tienen las demás cosas creadas de nuestro universo: la inteligencia, la libertad, la capacidad de relacionarnos con los demás, de amar, y como decíamos hace un momento, algo grandioso: la capacidad de entablar una especial relación con Dios, de participar de su vida por la gracia, y un día, poder ir a gozar de la dicha eterna con él en el cielo.

Entonces, en resumen, el primer fundamento que nos explica la inalienable dignidad de la persona humana, tiene su raíz y su garantía en el designio creador de Dios. En el hecho de haber sido creados a imagen y semejanza suya: libres e inteligentes, con capacidad de amar y de relacionarnos con Él y participar de su vida, por la gracia recibida en el bautismo, y un día, participando de su vida en la eternidad.

Muy rápidamente repasemos los otros dos fundamentos de la antropología cristiana.

El Compendio propone como segundo fundamento, que debemos tener en cuenta, para comprender al ser humano, desde la perspectiva cristiana, la sociabilidad, y nos dice que su prototipo es la relación originaria entre el hombre y la mujer, cuya unión “es la expresión primera de la comunión de personas humanas”.

A este propósito citamos las palabras de Benedicto XVI, en la fiesta de la Santísima Trinidad, que venían perfectamente al caso, pues nos explican que, en palabras del Santo Padre:

Todos los seres están ordenados según un dinamismo armónico que podemos analógicamente llamar «amor». Se refiere el Papa a la armonía que existe en todo el universo,  Pero sólo en la persona humana, libre y racional, este dinamismo se hace espiritual, se convierte en amor responsable, como respuesta a Dios y al prójimo  en un don sincero de sí. En este amor el ser humano encuentra su verdad y su felicidad. Entre las diversas analogías del inefable misterio de Dios Uno y Trino que los creyentes tienen capacidad de entrever, Benedicto XVI citó a la familia, que está llamada a ser una comunidad de amor y de vida, en la cual las diversidades deben concurrir a formar una «parábola de comunión».

La armonía del universo, en los seres humanos se llama Amor

 

Es una explicación bellísima: la armonía que Dios imprimió en el universo, en los astros, en la vida de los seres vivos, no inteligentes, se eleva en la persona humana a un nivel espiritual, esa armonía se convierte en el amor, y en esa relación que es darse al otro, la persona humana encuentra su verdadera felicidad. Y el Papa citó luego a la familia, como una analogía del misterio trinitario. La familia que está llamada a ser una comunidad de amor y de vida. Las personas de la familia son distintas entre sí, pero deben concurrir, dice el Papa, a formar una parábola de comunión.

El último fundamento de la antropología cristiana, que presenta el Compendio en el Nº 37 es: el significado del actuar humano en el mundo, que está ligado al descubrimiento y al respeto de las leyes de la naturaleza que Dios ha impreso en el universo creado, para que la humanidad lo habite y lo custodie según su proyecto. Esta visión de la persona humana, de la sociedad y de la historia  hunde sus raíces en Dios y está iluminada por la realización de su designio de salvación. Eran las últimas líneas del Nº 37.

Somos administradores, no dueños absolutos de la tierra, que debemos conservar y compartir con los demás

 

Al terminar nuestro repaso, recordemos entonces, que Dios imprimió en el universo creado unas leyes que expresan cuál es el proyecto divino. El ser humano va descubriendo el proyecto de Dios, el cual debe respetar. Y el Creador nos entregó el universo para que lo habitemos y lo custodiemos, no para que lo destruyamos. Como hemos considerado otras veces, somos administradores, no dueños absolutos de la tierra, que debemos conservar y compartir con los demás.

Sobre la ley natural nos instruye el Compendio más adelante, cuando trata sobre la Persona humana y sus derechos. Nos falta bastante camino para llegar allá. Por ahora nos adelanta que Dios ha impreso en la naturaleza unas leyes que indican cómo quiere Él que se maneje, cómo se administre, la creación. No nos podemos creer tan inteligentes que modifiquemos su diseño, pero somos tan rebeldes que nos empeñamos en seguir nuestro propio camino. Algunos creen mejor ese camino, que el diseñado por Dios.

Así termina nuestra reflexión sobre el tema de El amor trinitario, origen y meta de la persona humana.

La salvación es de todo el hombre, y para todos los hombres

Habíamos comenzado un nuevo tema: La salvación cristiana: para todos los hombres y de todo el hombre. Ya vimos que nuestro origen y nuestra meta es Dios, que es Amor; ahora la Iglesia nos va a explicar que en los planes de Dios, la salvación cristiana es para todos los hombres y de todo el hombre. Para todos,  de manera que la salvación no es sólo para un grupo exclusivo; y además, la salvación es para todo el hombre, es decir, para el hombre integral, completo. Esta sección ocupa los Nº 38, 39 y 40.

En el Nº 38 nos explica el Compendio, que la salvación es iniciativa del Padre, se ofrece en Jesucristo y se actualiza y difunde por obra del Espíritu Santo. Empecemos por recordar que la Escritura nos enseña que, tanto amó Dios al mundo, que le entregó a su Hijo Unigénito. El Catecismo añade, en el Nº 604, que Dios tiene la iniciativa del amor redentor universal, y continúa así: Al entregar a su Hijo por nuestros pecados, Dios manifiesta que su designio sobre nosotros es un designio de amor benevolente  que precede a todo mérito por nuestra parte. Y cita el Catecismo la Primera Carta de San Juan, 4,10, que dice: En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó y nos envió a su Hijo como propiciación[2] por nuestros pecados. Y San Pablo en su Carta a los Rm 5,8 dice: La prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió por nosotros.

De manera que Dios quiso la salvación del hombre, que había caído por el pecado original; la quiso, en un acto libérrimo de amor y misericordia. Nuestra redención es un don gratuito de Dios, que nos lo concedió, porque quiso, sin merecimiento de nuestra parte. Y Jesús aceptó la Voluntad del Padre, de ser Víctima por nuestros pecados; como lo dice en el capítulo 6, v 38 del Evangelio según San Juan: porque he bajado del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me ha enviado, dijo Jesús. Y Jesús aceptó voluntariamente la misión de Redentor; por eso en Juan 10,18 leemos: Nadie me quita la vida; yo la doy voluntariamente.

 

La salvación, obra de la Trinidad

 

Entonces, la salvación es iniciativa del Padre, se ofrece en Jesucristo que aceptó voluntariamente su misión de Redentor, y como acabamos de leer en el mismo Nº 38 del Compendio de la D.S.I., la salvación se actualiza y se difunde por obra del Espíritu Santo. Tengamos presente que el Espíritu Santo obra en la Iglesia, difundiendo en ella,  que es el Cuerpo Místico de Cristo, la gracia, por los sacramentos. El Catecismo en el Nº 112 nos explica que el Espíritu Santo hace presente y actualiza la obra salvífica de Cristo, y por su poder transformador, hace fructificar el don de la comunión en la Iglesia. En cada sacramento que recibimos, el Espíritu Santo está presente, actualiza la obra salvífica, la hace fructificar en los que están en comunión con la Iglesia, en los sarmientos, en las ramas que están unidos al tronco.

La obra del Espíritu Santo

 

Juan Pablo II en su encíclica Dominum et vivificantem, nos explica la misión del Espíritu Santo en la obra de la salvación así, en el Nº 25:

«Consumada la obra que el Padre encomendó realizar al Hijo sobre la tierra (cf. Jn 17, 4) fue enviado el Espíritu Santo el día de Pentecostés a fin de santificar indefinidamente a la Iglesia y para que de este modo los fieles tengan acceso al Padre por medio de Cristo  en un mismo Espíritu (cf. Ef 2, 18). El es el Espíritu de vida o la fuente de agua que salta hasta la vida eterna (cf. Jn 4, 14; 7, 38-39), por quien el Padre vivifica a los hombres, muertos por el pecado, hasta que resucite sus cuerpos mortales en Cristo (cf. Rom 8, 10-11)»

Y más adelante sigue Juan Pablo II, en el Nº: 64 de la misma encíclica Dominum et vivificantem: (…) Si la Iglesia es el sacramento de la unión íntima con Dios, lo es en Jesucristo, en quien esta misma unión se verifica como realidad salvífica. Lo es en Jesucristo, por obra del Espíritu Santo. La plenitud de la realidad salvífica, que es Cristo en la historia, se difunde de modo sacramental por el poder del Espíritu Paráclito. De este modo, el Espíritu Santo es «el otro Paráclito» o «nuevo consolador» porque, mediante su acción, la Buena Nueva toma cuerpo en las conciencias y en los corazones humanos  y se difunde en la historia. En todo está el Espíritu.

Qué bien nos explica Juan Pablo II, y a nuestro alcance, la acción del Espíritu Santo en el hombre: por acción del Espíritu Santo nos unimos a Dios, por los sacramentos, en la Iglesia; y la Buena Nueva, el Evangelio, toma cuerpo, se hace vida en las conciencias y en los corazones humanos. Cuando oremos al Espíritu Santo, pidámosle que actúe en nosotros, para que el Evangelio se haga vida en nuestras conciencias y en nuestros corazones.

Fernando Díaz del Castillo Z.

Escríbanos a esta dirección:

reflexionesdsi@gmail.com


[1]Asocial: que no se integra o vincula al cuerpo social. Antisocial: Contrario, opuesto a la sociedad, al orden social. (DRAE) Cfr. El significado del trastorno antisocial de la personalidad en la Reflexión 19, Nota 7

[2]Propiciación: 1 Acción agradable a Dios, con que se le mueve a piedad y misericordia. 2. Sacrificio que se ofrecía en la ley antigua para aplacar la justicias divina y tener a Dios propicio. (DRAE)

Reflexión 22, jueves 13 de julio 2006

Familia y transmisión de la fe

En nuestra reflexión sobre la Doctrina Social como nos la enseña la Iglesia en el libro Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia nos vamos a referir hoy alV Encuentro Mundial de las Familias, que se celebró en Valencia, España, en julio 2006.

La primera urgencia para los creyentes en Cristo consiste en renovar la fe de los adultos para que sean capaces de comunicarla a las nuevas generaciones

El tema del encuentro de Valencia fue “Familia y comunidad cristiana: formación de la persona y transmisión de la fe”. Tenemos que ser muy conscientes de la grandeza del don de la fe que hemos recibido y de las implicaciones que para nuestra vida tiene el gozar, sin mérito de nuestra parte, de este regalo de Dios. Benedicto XVI había advertido en junio del año pasado, por qué para la Iglesia es tan importante el tema Familia y comunidad cristiana: formación de la persona y transmisión de la fe”.

Cuando pensamos en nuestra responsabilidad en la formación de nuestros hijos y en el encargo que Dios nos hizo, como padres de familia, de transmitirles la fe, nos sentimos a veces, sin fuerzas. Sin duda este es un sentimiento de muchos padres de familia. El ambiente es tan hostil a la fe, que en todas sus expresiones, el ambiente parece confabular para hacer estéril nuestro esfuerzo. Vivimos en un ambiente anticristiano, que domina todo el mundo, y por eso es tan importante el encuentro que presidió Benedicto XVI y que había sido convocado por Juan Pablo II.

En Roma, antes de su viaje a Valencia, en el rezo del Ángelus, el Santo Padre había explicado de nuevo, la razón de haber escogido ese tema de la transmisión de la fe en la familia. Dijo entonces: El tema del próximo Encuentro de Valencia es la transmisión de la fe en la familia. En este compromiso se inspira el lema de mi visita apostólica a esa ciudad: «¡Familia, vive y transmite la fe!». En tantas comunidades que hoy están secularizadas la primera urgencia para los creyentes en Cristo consiste precisamente en renovar la fe de los adultos para que sean capaces de comunicarla a las nuevas generaciones.

Por otra parte, el camino de iniciación cristiana de los niños y adolescentes puede convertirse en una oportunidad útil para que los padres se vuelvan a acercar a la Iglesia y profundicen cada vez más en la belleza y en la verdad del Evangelio.

Desde el punto de vista práctico, será imposible que la Doctrina Social de la Iglesia sea la que oriente a nuestra sociedad, si no hay fe en nuestras familias. La Doctrina Social de la Iglesia se fundamenta en Dios que nos creó a su imagen y semejanza y en la vida de amor de la Trinidad, que es el modelo de la relación que debe existir entre todos los hijos de Dios; entre todos, sin distinción, porque todos pertenecemos a la misma familia, la de Dios. Se requiere la fe para aceptar esta doctrina. Dediquemos este espacio para leer una parte de la homilía del Santo Padre Benedicto XVI, en la Eucaristía con que se clausuró el V Encuentro Mundial de las Familias.

La familia: comunidad de generaciones,garante de un patrimonio de tradiciones

El Papa se refirió a las lecturas que se acababan de escuchar, y que fueron tomadas del libro de Ester, en el capítulo 14 y de la 2ª Carta de San Pablo a Timoteo, en el capítulo 1º. Dijo así Benedicto XVI:

Los testimonios de Ester y Pablo, que hemos escuchado antes en las lecturas, muestran cómo la familia está llamada a colaborar en la transmisión de la fe. Ester confiesa: “Mi padre me ha contado que tú, Señor, escogiste a Israel entre las naciones” (14,5). (Fijémonos: Mi padre me ha contado…) Pablo sigue la tradición de sus antepasados judíos dando culto a Dios con conciencia pura. Alaba la fe sincera de Timoteo y le recuerda: “esa fe que tuvieron tu abuela Loide y tu madre Eunice, y que estoy seguro que tienes también tú” (2 Tm 1,5). (De nuevo, fijémonos: Esa fe que tuvieron tu abuela y tu madre…) En estos testimonios bíblicos la familia comprende no sólo a padres e hijos, sino también a los abuelos y antepasados. La familia se nos muestra así como una comunidad de generaciones y garante de un patrimonio de tradiciones.

Así empezó su homilía el Santo Padre. Desde niños nuestros hijos deben aprender de nuestros labios, que Dios nos creó, que Él es nuestro Padre. Nuestra familia se tiene que mostrar, como dice el Papa: como una comunidad de generaciones y garante de un patrimonio de tradiciones. El patrimonio más valioso de nuestras familias es la fe, es la tradición cristiana, según la cual debemos vivir. Y sigue así la catequesis del Santo Padre:

Ningún hombre se ha dado el ser a sí mismo ni ha adquirido por sí solo los conocimientos elementales para la vida. Todos hemos recibido de otros la vida y las verdades básicas para la misma, y estamos llamados a alcanzar la perfección en relación y comunión amorosa con los demás. La familia, fundada en el matrimonio indisoluble entre un hombre y una mujer, expresa esta dimensión relacional, filial y comunitaria, y es el ámbito donde el hombre puede nacer con dignidad, crecer y desarrollarse de un modo integral.

De manera que el concepto “familia” entraña muchas cosas: allí comprendemos que no nos hemos dado el ser a nosotros mismos, nos damos cuenta de que allí, con nuestros padres, hermanos, abuelos,  hemos adquirido en el seno de la familia, los conocimientos elementales para la vida y es allí donde estamos llamados a alcanzar la perfección (¿cómo?) en relación y comunión amorosa con los demás.

Las palabras con que concluye Benedicto XVI este rico párrafo, resume doctrina fundamental. Leamos de nuevo sus palabras:

La familia, fundada en el matrimonio indisoluble entre un hombre y una mujer, expresa esta dimensión relacional, filial y comunitaria, y es el ámbito donde el hombre puede nacer con dignidad, crecer y desarrollarse de un modo integral.

Entonces, ¿cuál es el ambiente en el que el hombre puede nacer con dignidad, crecer y desarrollarse de un modo integral? La respuesta es contundente, en La familia, fundada en el matrimonio indisoluble entre un hombre y una mujer. Ese es el ambiente natural para que el hombre nazca, crezca y se desarrolle; un ambiente que respire amor y respeto. Recordemos que estamos llamados a vivir una relación como la de la Trinidad, que es una relación de amor. Y el Papa dice que la familia, fundada en el matrimonio indisoluble entre un hombre y una mujer, expresa precisamente ese ambiente de relación filial, de Padre, madre, hijos; una relación comunitaria. Hemos visto que la vida en sociedad, por ser la vida de relación entre los seres humanos, creados a imagen y semejanza de la Trinidad, encuentra el modelo perfecto de vida comunitaria, de vida solidaria, en la vida de Dios, que es Amor.

Con el don de la vida se recibe todo un patrimonio de experiencia

Sigamos escuchando las palabras de Benedicto XVI, que continuó su homilía en Valencia con una extraordinaria presentación del papel que los padres debemos desempeñar en la formación de nuestros hijos desde su infancia. Escuchemos sus palabras:

Cuando un niño nace, a través de la relación con sus padres empieza a formar parte de una tradición familiar, que tiene raíces aún más antiguas. Con el don de la vida recibe todo un patrimonio de experiencia. A este respecto, los padres tienen el derecho y el deber inalienable de transmitirlo a los hijos: educarlos en el descubrimiento de su identidad, iniciarlos en la vida social, en el ejercicio responsable de su libertad moral y de su capacidad de amar a través de la experiencia de ser amados y, sobre todo, en el encuentro con Dios. Los hijos crecen y maduran humanamente en la medida en que acogen con confianza ese patrimonio y esa educación que van asumiendo progresivamente. De este modo son capaces de elaborar una síntesis personal entre lo recibido y lo nuevo, y que cada uno y cada generación está llamado a realizar.

Tenemos que leer despacio y volver a leer las palabras del Papa, sobre lo que sucede al niño al nacer en el seno de nuestras familias. Los que somos conscientes del don de la fe, que nuestros padres y la tradición familiar nos entregaron al nacer, comprendemos bien las palabras del Papa. Y los que recibieron la gracia de la fe, a pesar de no haber nacido en un ambiente cristiano, pueden comprender también su misión bellísima, de construir un patrimonio cristiano en el seno de su familia. Volvamos sobre algunas de las frases de Benedicto XVI, que acabamos de leer:

Cuando un niño nace, a través de la relación con sus padres empieza a formar parte de una tradición familiar, que tiene raíces aún más antiguas. Con el don de la vida recibe todo un patrimonio de experiencia.

Sí, los que venimos de una familia tradicionalmente católica, debemos ser conscientes de que nos regalaron el más preciado don, el de la fe, el patrimonio más valioso. Por ese patrimonio no tuvimos que luchar; lo formaron nuestros antepasados, quienes a su vez lo recibieron de sus padres y abuelos. Hay un tesoro acumulado de experiencias cristianas en nuestra tradición familiar. No es pequeña nuestra responsabilidad de conservar y transmitir lo que recibimos.

Y qué debemos hacer con ese patrimonio recibido, nos explica el Santo Padre cuando dice: los padres tienen el derecho y el deber inalienable de transmitirlo a los hijos: educarlos en el descubrimiento de su identidad, iniciarlos en la vida social, en el ejercicio responsable de su libertad moral y de su capacidad de amar a través de la experiencia de ser amados y, sobre todo, en el encuentro con Dios.

Entonces, es un deber y un derecho nuestro; de los padres. Es un derecho inalienable, es decir un derecho y un deber que no podemos trasladar ni ceder a otros. Un derecho y un deber; una responsabilidad irrenunciable y difícil: educar a los hijos en el descubrimiento de su identidad. Eso quiere decir que desde niños les tenemos que ayudar a encontrarse a sí mismos, a descubrir que son hijos de Dios, que Dios es su Padre, que los ama desde la eternidad. Lo que significa haber sido criados a imagen y semejanza de Dios.

Lentamente, con palabras a su alcance, y sobre todo con nuestro comportamiento, van a aprender lo que implica ser cristianos “por la gracia de Dios”. Y van a descubrir su papel en la sociedad, como hombres, como mujeres. Dice el Papa que los padres tenemos que iniciar a los hijos en la vida social, en el trato a los demás, nuestros hermanos. En el respeto a los otros, como hermanos nuestros, con sus diferencias, porque todos tenemos en común el ser hijos de Dios, pero cada persona tiene su propia identidad. Tenemos que iniciarlos en la vida en sociedad, en una sociedad justa y solidaria. Tienen que vernos actuando siempre con justicia, y siendo caritativos y solidarios con nuestros hermanos más necesitados.

Iniciar a nuestros hijos en el ejercicio responsable de su libertad moral

Añade el Papa, que es nuestro deber de Padres iniciar a nuestros hijos en el ejercicio responsable de su libertad moral. No es fácil educar en la libertad, pero debemos ser conscientes de que Dios nos hizo libres. Nuestros hijos, desde pequeños, tienen que aprender de nosotros que tienen libertad de escoger y decidir, en las cosas que están a su alcance, pero que la libertad tiene límites. Y también nos recuerda el Papa, que como padres iniciamos a los hijos en el ejercicio de su capacidad de amar, y nos dice cuál es el modo de iniciarlos en el amor: a través de la experiencia de ser amados. Esa es la mejor escuela. Un niño que se siente amado por sus padres, por sus hermanos, se siente seguro para desarrollar las capacidades que Dios le ha dado, y superar las dificultades que necesariamente va a encontrar.

En resumen, Benedicto XVI dice que los padres tenemos, sobre todo, el derecho y el deber de iniciarlos en asuntos fundamentales: en el descubrimiento de su identidad, en la iniciación de su vida en sociedad, – es decir de relación con los demás, – en el ejercicio de su libertad, y en su capacidad de amar, a través de su encuentro con Dios. Qué bella y qué grande es nuestra responsabilidad con nuestros hijos: llevarlos de la mano a que se encuentren con Dios, con sus hermanos, con el mundo, en el buen uso de la libertad. Eso es educar en la fe. La fe es ante todo el don de encontrarnos con una Persona; no consiste en saber cosas…, doctrinas, ciencias…es encontrarnos con Él, nuestro Padre Dios que es Amor, y tratar de vivir como fuimos hechos: a su imagen y semejanza.

 

Elaborar una síntesis personal entre lo recibido y lo nuevo

Sigamos leyendo las palabras del Papa:

Los hijos crecen y maduran humanamente en la medida en que acogen con confianza ese patrimonio y esa educación que van asumiendo progresivamente. De este modo son capaces de elaborar una síntesis personal entre lo recibido y lo nuevo, y que cada uno y cada generación está llamado a realizar.

No dejemos pasar esas palabras: nuestros hijos tienen que llegar a ser capaces de elaborar una síntesis personal, entre lo recibido, – lo tradicional que nosotros les entreguemos -, y lo nuevo. No podemos esperar que sean una copia idéntica de nosotros. Sigue así Benedicto XVI:

En el origen de todo hombre y, por tanto, en toda paternidad y maternidad humana está presente Dios Creador. Por eso los esposos deben acoger al niño que les nace como hijo  no sólo suyo, sino también de Dios, que lo ama por sí mismo y lo llama a la filiación divina. Más aún: toda generación, toda paternidad y maternidad, toda familia tiene su principio en Dios, que es Padre, Hijo y Espíritu Santo.

En nuestro estudio de la Doctrina Social de la Iglesia hemos dedicado bastante tiempo a comprender, cómo estamos llamados a vivir una vida de amor, porque estamos hechos a imagen y semejanza de Dios, y la vida de Dios, la manera de vivir Dios, es amando, porque Dios es Amor. No se trata de una metáfora, la vida de Dios es la relación de amor del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.

En la fiesta de la Santísima Trinidad, Benedicto XVI nos había recordado que, gracias a la revelación de la Trinidad: los creyentes pueden conocer, por así decirlo, la intimidad de Dios mismo, descubriendo que Él no es soledad infinita, sino comunión de luz y amor, vida donada y recibida en un eterno diálogo entre el Padre y el Hijo en el Espíritu Santo – Amante, Amado y Amor, por recordar a San Agustín… Más adelante, en la misma homilía añadió el Papa: Todos los seres están ordenados según un dinamismo armónico que podemos analógicamente llamar «amor».Pero sólo en la persona humana, libre y racional, este dinamismo se hace espiritual, se convierte en amor responsable, como respuesta a Dios y al prójimo en un don sincero de sí. En este amor el ser humano encuentra su verdad y su felicidad. Entre las diversas analogías del inefable misterio de Dios Uno y Trino  que los creyentes tienen capacidad de entrever, desearía citar la de la familia. Ella está llamada a ser una comunidad de amor y de vida, en la cual las diversidades deben concurrir a formar una «parábola de comunión».

Recordemos que el Santo Padre en el comienzo de su homilía, citó las palabras de Esther, que dijo:Mi padre me ha contado que tú, Señor, escogiste a Israel entre las naciones” (14,5). Por eso,ahora el Santo Padre continúa así:

A Ester su padre le había trasmitido, con la memoria de sus antepasados y de su pueblo, la de un Dios del que todos proceden y al que todos están llamados a responder. La memoria de Dios Padre que ha elegido a su pueblo y que actúa en la historia para nuestra salvación. La memoria de este Padre ilumina la identidad más profunda de los hombres: de dónde venimos, quiénes somos y cuán grande es nuestra dignidad. Venimos ciertamente de nuestros padres y somos sus hijos, pero también venimos de Dios, que nos ha creado a su imagen y nos ha llamado a ser sus hijos. Por eso, en el origen de todo ser humano no existe el azar o la casualidad, sino un proyecto del amor de Dios. Es lo que nos ha revelado Jesucristo, verdadero Hijo de Dios y hombre perfecto. Él conocía de quién venía y de quién venimos todos: del amor de su Padre y Padre nuestro.

Las cosas esenciales que nuestros hijos deberían recibir de nosotros sus padres

Volvamos a ver algunas de las cosas esenciales, que nuestros hijos deberían recibir de nosotros sus padres: que procedemos de Dios, y que estamos llamados a responder a su amor; que pertenecemos a su Iglesia por elección suya, y cómo Dios actúa en la historia para nuestra salvación. La historia de salvación, que empieza con la creación; esa que es una historia de amor, como se nos narra en la Escritura; la que culmina con la Encarnación, la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesucristo, por nuestra salvación, por puro amor, no por merecimiento nuestro. Y volvamos a leer las últimas líneas del párrafo que comentamos:

La memoria de este Padre ilumina la identidad más profunda de los hombres: de dónde venimos, quiénes somos y cuán grande es nuestra dignidad. Venimos ciertamente de nuestros padres y somos sus hijos, pero también venimos de Dios, que nos ha creado a su imagen y nos ha llamado a ser sus hijos. Por eso, en el origen de todo ser humano no existe el azar o la casualidad, sino un proyecto del amor de Dios. Es lo que nos ha revelado Jesucristo, verdadero Hijo de Dios y hombre perfecto. Él conocía de quién venía y de quién venimos todos: del amor de su Padre y Padre nuestro.

En nuestras reflexiones del Compendio de la D.S.I. hemos visto cómo se repite la idea del designio, de los planes de Dios sobre el hombre y el mundo. Estas palabras de Benedicto XVI reafirman esas ideas: en el origen de todo ser humano no existe el azar o la casualidad, sino un proyecto del amor de Dios. Es lo que nos ha revelado Jesucristo, verdadero Hijo de Dios y hombre perfecto. No somos productos del azar, de la casualidad. En nuestro origen hay un designio, un proyecto de Dios, que brota de su Amor.

Sin duda nos preocupa a los padres encontrar que la fe que recibimos de nuestros antepasados no es vivida de igual manera por nuestros hijos o por los nietos. Es que la fe no se puede trasladar como una herencia material. Los descendientes pueden no apreciar o dilapidar la herencia material que reciban, pero quien entrega algo material: dinero, una casa, por ejemplo,puede sentir que entregó lo que tenía. Cuando tratamos de transmitir la fe, estamos tratando de entregar algo que no se puede ver ni tocar; ni la fe consistesimplemente en costumbres, ni en una manera de hacer las cosas, ni siquiera se trata de entregar conocimientos ni escritos… Oigamos la reflexión que nos hace el Papa:

La fe no es, pues, una mera herencia cultural, sino una acción continua de la gracia de Dios que llama y de la libertad humana que puede o no adherirse a esa llamada. Aunque nadie responde por otro, sin embargo los padres cristianos están llamados a dar un testimonio creíble de su fe y esperanza cristiana. Han de procurar que la llamada de Dios y la Buena Nueva de Cristo lleguen a sus hijos con la mayor claridad y autenticidad.

Aunque nadie responde por otro, sin embargo los padres cristianos están llamados a dar un testimonio creíble de su fe y esperanza cristiana

En la transmisión de la fe, que los padres tratamos de hacer realidad, hay varios elementos: es Dios quien comienza, pues la fe se inicia por la gracia de Dios que llama; además interviene la libertad humana, que puede responder o no, a esa llamada. Esto lo debemos tener claro. Nos afanamos cuando no encontramos respuesta en los hijos. Ellos fueron creados libres. Tenemos que pedir a Dios que los llame y con insistencia, que les mueva la voluntad, pero ellos pueden decir no. ¿Nuestro papel hasta dónde llega? ¿Qué nos dice el Papa? Sus palabras son muy importantes:

Aunque nadie responde por otro, sin embargo los padres cristianos están llamados a dar un testimonio creíble de su fe y esperanza cristiana. Han de procurar que la llamada de Dios y la Buena Nueva de Cristo lleguen a sus hijos con la mayor claridad y autenticidad.

Es muy importante que tengamos esto claro: no podemos responder por nuestros hijos, que son libres. Pero, nuestra vida tiene que ser un testimonio creíble de nuestra fe y esperanza cristiana. Si les hablamos de Dios y les decimos que somos creyentes, nuestra vida, en la práctica, debe reflejar la fe y la esperanza cristiana. Vivir la fe en nuestra conducta. ¿Que caemos y vamos a volver a caer? Sí, somos débiles, pero con la gracia de Dios podemos levantarnos. Tienen que ver nuestros hijos que luchamos por ser buenos. Quizás por eso, el Papa al testimonio creíble de la fe, añade el testimonio de nuestra esperanza, testimonio que también debemos dar. Nuestro testimonio de vida hará que, la llamada de Dios y la Buena Nueva de Cristo lleguen a nuestros hijos con la mayor claridad y autenticidad.

Al papel de los padres en la transmisión de la fe, se une el acompañamiento de la comunidad cristiana. El medio en que crece nuestra familia es muy importante. Sigamos escuchando las palabras del Papa que nos dice lo que pasa con el tiempo:

Con el pasar de los años, este don de Dios que los padres han contribuido a poner ante los ojos de los pequeños necesitará también ser cultivado con sabiduría y dulzura, haciendo crecer en ellos la capacidad de discernimiento. De este modo, con el testimonio constante del amor conyugal de los padres, vivido e impregnado de la fe, y con el acompañamiento entrañable de la comunidad cristiana, se favorecerá que los hijos hagan suyo el don mismo de la fe, descubran con ella el sentido profundo de la propia existencia y se sientan gozosos y agradecidos por ello.

¿Cómo transmitir la fe?

La familia cristiana transmite la fe cuando los padres enseñan a sus hijos a rezar y rezan con ellos (cf. Familiaris consortio, 60); cuando los acercan a los sacramentos y los van introduciendo en la vida de la Iglesia; cuando todos se reúnen para leer la Biblia, iluminando la vida familiar a la luz de la fe y alabando a Dios como Padre.

Cada día parece más difícil orar en familia, acercarse todos juntos a los sacramentos e introducir a los hijos en las prácticas de la Iglesia. Lo podemos hacer mientras están pequeños. La semilla queda y hay que sembrarla. Si ellos no oran, que nos vean orar a nosotros. Por ejemplo bendecir la mesa; que ellos vean que nosotros seguimos practicando nuestra religión, sin predicarles. Hablamos de Dios porque es un tema importante en nuestra vida. Comentamos las noticias positivas de la Iglesia, como algo importante para el país y para el mundo. Y ¿qué transmitir con nuestras palabras y nuestro comportamiento sobre la libertad? Leamos dos párrafos de la homilía del Papa en la clausura del encuentro mundial de las familias, sobre la que estamos reflexionando:

En la cultura actual se exalta muy a menudo la libertad del individuo concebido como sujeto autónomo, como si se hiciera él sólo y se bastara a sí mismo, al margen de su relación con los demás y ajeno a su responsabilidad ante ellos. Se intenta organizar la vida social sólo a partir de deseos subjetivos y mudables, sin referencia alguna a una verdad objetiva previa como son la dignidad de cada ser humano y sus deberes y derechos inalienables a cuyo servicio debe ponerse todo grupo social.

Esa es la cultura que tratan de meternos a la fuerza, por los medios de comunicación, los grupos agnósticos y los defensores del relativismo moral. Como si el hombre fuera dueño absoluto de sí mismo y del mundo. Hasta la ciudad tratan de organizarla ahora, a partir de los nuevos conceptos de la sociedad autónoma, independiente de Dios y de las necesidades auténticas de los demás. Sigue así el Papa:

La Iglesia no cesa de recordar que la verdadera libertad del ser humano proviene de haber sido creado a imagen y semejanza de Dios. Por ello, la educación cristiana es educación de la libertad y para la libertad. “Nosotros hacemos el bien no como esclavos, que no son libres de obrar de otra manera, sino que lo hacemos porque tenemos personalmente la responsabilidad con respecto al mundo; porque amamos la verdad y el bien, porque amamos a Dios mismo y, por tanto, también a sus criaturas. Ésta es la libertad verdadera, a la que el Espíritu Santo quiere llevarnos” (Homilía en la vigilia de Pentecostés, L’Osservatore Romano, edic. lengua española, 9-6-2006, p. 6).

Es una bellísima manera de presentar cómo concebimos la libertad los cristianos. ¿Por qué hacemos o dejamos de hacer algo? Nos dice el Papa: porque tenemos personalmente la responsabilidad con respecto al mundo; porque amamos la verdad y el bien, porque amamos a Dios mismo y, por tanto, también a sus criaturas. Ésta es la libertad verdadera, a la que el Espíritu Santo quiere llevarnos”. El modelo de libertad que tenemos para imitar nos lo presenta así Benedicto XVI:

Jesucristo es el hombre perfecto, ejemplo de libertad filial, que nos enseña a comunicar a los demás su mismo amor: “Como el Padre me ha amado, así os he amado yo; permaneced en mi amor” (Jn 15,9). A este respecto enseña el Concilio Vaticano II que “los esposos y padres cristianos, siguiendo su propio camino, deben apoyarse mutuamente en la gracia, con un amor fiel a lo largo de toda su vida, y educar en la enseñanza cristiana y en los valores evangélicos a sus hijos recibidos amorosamente de Dios. De esta manera ofrecen a todos el ejemplo de un amor incansable y generoso, construyen la fraternidad de amor y son testigos y colaboradores de la fecundidad de la Madre Iglesia  como símbolo y participación de aquel amor con el que Cristo amó a su esposa y se entregó por ella” (Lumen gentium, 41).

Terminemos con la invocación del Santo Padre a la Virgen María al terminar su homilía:

Volvamos por un momento a la primera lectura de esta Misa, tomada del libro de Ester. La Iglesia orante ha visto en esta humilde reina, que intercede con todo su ser por su pueblo que sufre, un prefiguración de María, que su Hijo nos ha dado a todos nosotros como Madre; una prefiguración de la Madre, que protege con su amor a la familia de Dios que peregrina en este mundo. María es la imagen ejemplar de todas las madres, de su gran misión como guardianas de la vida, de su misión de enseñar el arte de vivir, el arte de amar.

Fernando Díaz del Castillo Z.

Escríbanos a: reflexionesdsi@gmail.com


 (1)  Discurso de Benedicto XVI al iniciar el Congreso Eclesial de la Diócesis de Roma sobre “Familia y comunidad cristiana: formación de la persona y transmisión de la fe”, martes 7 de junio 2005, Cfr www.acidigital.com

Reflexión 21 Jueves 29 de junio, 2006

Los Medios de Comunicación y la Iglesia

 

La Iglesia interviene en lo social por razones teológicas

Desde el comienzo de nuestro estudio de la Doctrina Social de la Iglesia vimos por qué la Iglesia tiene qué decir en lo social, y comprendimos que la razón que mueve a la Iglesia a enseñarnos en esta materia, es teológica, muy profunda.[1]

Nos dice el Compendio en el Nº 1, que el Señor Jesús pagó un precio muy alto por nuestra salvación, que los justos alcanzarán esa salvación después de la muerte, y que Jesús vino a traer la salvación integral, que abarca al hombre entero y a todos los hombres; y cuando se habla de la salvación del hombre, de modo integral, se incluye también la salvación de este mundo, donde vive y se desarrolla el hombre; es decir no sólo se considera la salvación individual de cada persona, sino además los ámbitos de la economía y del trabajo, de la técnica y de la comunicación, de la familia y de la sociedad, de la política, de la comunidad internacional y de las relaciones entre las culturas y los pueblos. Se trata de construir el Reino de Dios. La Iglesia tiene que hacer este esfuerzo de evangelizar campos aparentemente neutros en materia de religión, como son la economía, los mercados, la política, la cultura y las comunicaciones.

Como muy bien lo anotó una de nuestras oyentes: María,  en llamada al aire en uno de los últimos programas, hay que evangelizar la política. No se trata de politizar el Evangelio, sino de evangelizar la política. Y añadamos, que la Iglesia tiene la misión de evangelizar la sociedad entera en la cual vive el hombre, evangelizarla toda, para así salvar a todo el hombre.

En esta tarea de evangelizar tienen una enorme responsabilidad los medios de comunicación, porque a través de ellos se pueden iluminar u oscurecer las conciencias, formar opiniones con el manejo diáfano de la información. También se pueden formar opiniones perversas con la manipulación de la información y se puede ayudar a pensar o se puede bloquear el raciocinio con argumentos amañados. Se puede mostrar la belleza de la fe vivida por la caridad o ridiculizarla por los errores humanos de los creyentes. Se puede servir a la verdad y promover la paz y la justicia, pero también los medios de comunicación están, hoy quizás como nunca, sometidos a las presiones de ideologías indiferentes y hasta hostiles hacia Cristo y su mensaje.[2]

Una posición razonada frente a la hostilidad de algunos medios

 

Vamos a hacer un paréntesis en nuestro estudio del Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, para tratar oportunamente sobre el papel de los medios de comunicación y prepararnos a asumir una posición razonada, ante el editorial del diario El Tiempo, del sábado 17 de junio de 2006. De todas maneras el manejo de la información hace parte de la Doctrina Social. El Compendio trata este asunto en el capítulo IV de la segunda parte. En profundidad lo estudiaremos en su momento, pero adelantemos hoy unas reflexiones, para ser oportunos. No estamos, entonces, fuera de ámbito que toca a la Doctrina Social.

Empecemos por leer las palabras de Juan Pablo II en su mensaje para la 34ª Jornada mundial para las Comunicaciones Sociales, el 24 de enero del año 2000. Es doctrina que debemos tener siempre presente, quienes tenemos el privilegio de utilizar la Radio u otros medios de comunicación. Dijo el Santo Padre:

Es indispensable la proclamación personal y directa, en la que una persona comparte con otra  su fe en el Resucitado. Igualmente lo son otras formas tradicionales de sembrar la Palabra de Dios. No obstante, al mismo tiempo debe realizarse hoy una proclamación en y a través de los medios de comunicación social.”[3]

No se exagera al insistir en el impacto de los medios sobre el mundo actual. El surgimiento de la sociedad de la información es una verdadera revolución cultural, que transforma a los medios en “el primer Areópago de nuestra época”[4], en el cual se intercambian constantemente ideas y valores.

Recordemos que el Areópago era, en la antigua Grecia, un tribunal que funcionaba en una colina en Atenas y tenía autoridad legal y religiosa. San Pablo predicó a los griegos en el Areópago. Los medios de comunicación son el nuevo Areópago para expresar las ideas y predicar el Evangelio.[5] Y continúa el Papa:

 

En el contacto con los medios

se configura el modo de entender el sentido de la vida

A través de los medios la gente entra en contacto con personas y acontecimientos, y se forma sus opiniones sobre el mundo en el que vive. Incluso ahí se configura su modo de entender el sentido de la vida. Para muchos su propia experiencia vital es en gran medida una prolongación de la experiencia de los medios de comunicación.[6] El anuncio de Cristo debe formar parte de esta experiencia. Es decir: en los medios de comunicación, que son el nuevo centro de expresión de las ideas, se debe anunciar a Cristo.

De manera que, de acuerdo con Juan Pablo II, a través de los medios de comunicación, la gente configura su modo de entender el sentido de la vida. Considerado el enorme impacto de los medios, debemos tener claridad sobre la posición que asumen, en asuntos que tienen que ver con la ética y con la Iglesia, para que sepamos qué tan confiables son sus informaciones y dónde nos debemos situar nosotros.

 

Una neutralidad aparente

 

Es preocupante que en Colombia tengamos ahora un solo periódico diario, de circulación nacional, y que ese medio, El Tiempo, muy poderoso, pues además es dueño de revistas y asociado ahora a una cadena radial, en su editorial del sábado 17 de junio, reconoce que en materia religiosa es neutro. Eso no tendría problema si de verdad fuera neutral. Pero no es tan clara su neutralidad, si se examina su posición en defensa del aborto, y en otros temas en que niega a la Iglesia su derecho a orientar a la opinión, en favor de la promoción integral de la persona, de la familia, de la justicia y del bien común.

El Tiempo, no solo editorializa a favor de opiniones contra la moral natural defendida por la Iglesia, sino que el manejo de la información está claramente dirigida a apoyar su posición ideológica. Así por ejemplo los titulares, la redacción, su vocabulario, su publicidad, indican claramente que el periódico no es neutral. Un ejemplo sencillo pero claro, fue la manifestación que se realizó en Bogotá, en contra del aborto. Se trató de una inmensa marcha, que no sólo llenó la Plaza de Bolívar sino también las calles adyacentes. La fotografía de esa multitudinaria expresión del pensamiento de la gente, la publicó El Tiempo en una página secundaria y el contenido no correspondió con el hecho. Hechos triviales son materia de grandes fotografías en la primera página.

Si El Tiempo fuera neutral en asuntos religiosos y morales, haría una clara diferenciación entre su opinión, que se reflejaría en sus editoriales, y el manejo de la información. Éste y otros medios de comunicación, tienden a mezclar los hechos que registran, con sus opiniones, para favorecer su punto de vista. Lo hacen, por ejemplo, con los titulares, con los calificativos que otorgan a quienes piensan como ellos: los llaman progresistas, de avanzada, civilizados, mientras que en la información que no les parece conveniente para su causa, como es el caso en temas como el aborto, la eutanasia o la experimentación con embriones, a sus oponentes los tachan de anticuados, retardatarios, de fanáticos, de ultra conservadores. Infortunadamente en su trato a la Iglesia también se nota su talante, no neutral, sino anticatólico. Se nota esto claramente cuando aprovechan cualquier noticia que se pueda destacar como negativa o dañina para la Iglesia. Esa noticia la titulan hábilmente y en lugar destacado. Se nota el esfuerzo por restar a la Iglesia la autoridad moral de que goza.

Su aparente neutralidad la defienden, diciendo que han dado espacio a algún sacerdote columnista, y que les complace tener ocasionales colaboraciones de un obispo y de representantes de la curia y de los laicos. Hay que reconocerles que otorgan esas ocasionales participaciones. Y los católicos deben utilizar ese medio, mientras lo permitan; pero eso no desvirtúa que en su pensamiento editorial y en el hábil manejo de la información, asumen posiciones anticatólicas y en algunos casos como los citados, en nuestro criterio-, también posiciones contra la ética. No son neutrales.

 

Quejarse ante el Mono de la Pila[7]

 

El Tiempo tiene un Defensor del Lector. Al defensor llegan permanentemente quejas por el trato inadecuado de la información. Hay que utilizar ese medio para que el periódico sepa cuando los lectores no están de acuerdo con el manejo de la publicidad y de la información. No es un medio muy eficaz, pero no perdamos la esperanza de que alguna mella les haga.

El papel del Defensor del Lector, en El Tiempo, por lo menos en este momento, parece carente de fuerza. Es como “Quejarse ante el “Mono de la Pila”. La columna de la Defensora, el domingo 25 de junio, en la página 1-20, lleva por título De la moral y las buenas costumbres. Se refiere allí a las quejas de algunos lectores, por 3 artículos, una frase de la primera página y una foto. La fuerza del comentario de la Defensora la pueden juzgar ustedes. Este es el último párrafo de su columna, conclusión de su análisis:

En los cinco casos se trata del registro de fenómenos sociales que hacen parte de la realidad. Son palabras de la Defensora. Es un hecho que los medios son reflejo de su época y que el lenguaje del periódico ha cambiado. Sin embargo, esta nueva tendencia – que seguramente atrae a los adultos jóvenes- puede herir susceptibilidades en los lectores tradicionales y, a juicio de la Defensora, más que atentar contra la moral y las buenas costumbres, tiene, en algunos casos, un tinte sensacionalista. ¡Qué floja respuesta a los lectores!

Yo creo que por lo menos una de las cinco quejas, no concuerda con el juicio de la Defensora. Se trata de la queja por la publicidad de los burdeles, que aparece en el periódico. La lectora que envía la queja dice: Por ética, moral y, sobre todo, responsabilidad social, El Tiempo no debería favorecer a estos mercaderes de personas publicitando sus negocios.

La reacción de la defensora indica qué poca importancia dan en el periódico a lo que los lectores y la Defensora opinen. Comenta ella: Las secciones editorial y publicitaria del periódico son independientes  y para el Departamento de Publicidad  es imposible controlar el contenido de los avisos clasificados. Pero se atreve a añadir que Sería deseable (no opina que debería, sino que sería deseable) que El Tiempo estableciera mecanismos para evitar en sus páginas la publicidad de este tipo de establecimientos, que si bien se acogen a la libertad de prensa para anunciarse, tienen connotaciones de prostitución, y ésta es una razón válida para que el periódico se abstenga de publicarlos. Pero acaba de decir que para el departamento de Publicidad es imposible controlar el contenido de los avisos. De manera que tranquilamente les pueden infiltrar en los avisos publicidad del terrorismo o del narcotráfico, porque para ese Departamento es imposible el control…

Para profundizar en este tema, vamos a leer unos párrafos del mensaje de Juan Pablo II, con motivo de la Jornada de las Comunicaciones Sociales del año 2004:

 

«Los medios en la familia: un riesgo y una riqueza»

 

1. El extraordinario crecimiento de los medios de comunicación social y su mayor disponibilidad han brindado oportunidades excepcionales  para enriquecer la vida  no sólo de los individuos, sino también de las familias. Al mismo tiempo, las familias afrontan hoy nuevos desafíos, que brotan de los diversos mensajes, a menudo contradictorios, que transmiten los medios de comunicación social. El tema elegido para la Jornada mundial de las comunicaciones sociales de 2004, es decir, «Los medios en la familia: un riesgo y una riqueza», es muy oportuno, puesto que invita a una sobria reflexión  sobre el uso que hacen las familias de los medios de comunicación, y también sobre el modo en que los medios de comunicación tratan a la familia y las cuestiones que afectan a la familia.

El tema de este año sirve, además, para recordar a todos, tanto a los agentes de la comunicación como a las personas a las que se dirigen, que toda comunicación tiene una dimensión moral. Como dijo el Señor mismo, de la abundancia del corazón habla la boca (cf. Mt 12, 34-35). La estatura moral de las personas crece o disminuye según las palabras que pronuncian y los mensajes que eligen oír. En consecuencia, los agentes de la comunicación, los padres y los educadores, tienen especial necesidad de sabiduría y discernimiento  en el uso de los medios de comunicación social, pues sus decisiones influyen en gran medida en los niños y en los jóvenes de los que son responsables y que, en definitiva, son el futuro de la sociedad.

2. Gracias a la expansión sin precedentes del mercado de las comunicaciones sociales en las últimas décadas, muchas familias en todo el mundo, incluso las que disponen de medios más bien modestos, ahora tienen acceso desde su casa a los inmensos y variados recursos de los medios de comunicación social. En consecuencia, gozan de oportunidades prácticamente ilimitadas de información, educación, enriquecimiento cultural e incluso crecimiento espiritual, oportunidades muy superiores a las que tenían en el pasado reciente la mayoría de las familias.

Con todo, estos mismos medios de comunicación tienen la capacidad de producir gran daño a las familias, presentándoles una visión inadecuada o incluso deformada de la vida, de la familia, de la religión y de la moralidad. El concilio Vaticano II captó muy bien esta capacidad de fortalecer o minar valores tradicionales como la religión, la cultura y la familia; por eso, enseñó que «para el recto uso de estos medios es absolutamente necesario que todos los que los utilizan conozcan las normas del orden moral en este campo y las lleven fielmente a la práctica» (Inter mirifica, 4). La comunicación, en todas sus formas, debe inspirarse siempre en el criterio ético del respeto a la verdad y a la dignidad de la persona humana.

3. Estas consideraciones se aplican especialmente al modo como los medios de comunicación tratan a la familia. Por una parte, el matrimonio y la vida familiar se presentan a menudo de un modo sensible, realista pero también benévolo, que exalta virtudes como el amor, la fidelidad, el perdón y la entrega generosa a los demás. Esto vale también para los programas de los medios de comunicación social que reconocen los fracasos y las decepciones que sufren inevitablemente los matrimonios y las familias -tensiones, conflictos, contrariedades, decisiones equivocadas y hechos dolorosos-, pero al mismo tiempo se esfuerzan por discernir lo correcto de lo incorrecto, distinguir el amor auténtico de sus falsificaciones, y mostrar la importancia insustituible de la familia como unidad fundamental de la sociedad.

Continúa el Papa: La infidelidad, la actividad sexual fuera del matrimonio y la ausencia de una visión moral y espiritual del pacto matrimonial se presentan de modo acrítico, y a veces, al mismo tiempo, apoyan el divorcio, la anticoncepción, el aborto y la homosexualidad. Esas presentaciones, al promover causas contrarias al matrimonio y a la familia, perjudican al bien común de la sociedad.

4. Una reflexión atenta sobre la dimensión ética de las comunicaciones debe desembocar en iniciativas prácticas orientadas a eliminar los peligros para el bienestar de la familia planteados por los medios de comunicación social, y asegurar que esos poderosos medios de comunicación sigan siendo auténticas fuentes de enriquecimiento. A este respecto, tienen una responsabilidad especial los agentes de la comunicación, las autoridades públicas y los padres.

El Papa Pablo VI subrayó que los agentes de la comunicación «deben conocer y respetar las exigencias de la familia. Esto supone en ellos a veces una gran valentía y siempre un hondo sentido de responsabilidad».[8] No es tan fácil resistir a las presiones comerciales o a las exigencias de adecuarse a las ideologías seculares, pero eso es precisamente lo que los agentes de la comunicación responsables  deben hacer. Es mucho lo que está en juego, pues cualquier ataque al valor fundamental de la familia es un ataque al bien auténtico de la humanidad.

Las autoridades públicas tienen el grave deber de apoyar el matrimonio y la familia en beneficio de la sociedad misma. En cambio, muchos ahora aceptan y actúan basándose en argumentos libertarios infundados de algunos grupos que defienden prácticas que contribuyen al grave fenómeno de la crisis de la familia y al debilitamiento del concepto auténtico de familia. Sin recurrir a la censura, es necesario que las autoridades públicas pongan en práctica políticas y procedimientos de reglamentación para asegurar que los medios de comunicación social no actúen contra el bien de la familia. Los representantes de las familias deben participar en la elaboración de esas políticas.

¿De acuerdo con la pastoral o con la doctrina?

 

Hagamos un paréntesis en la lectura de Juan Pablo II, para una observación: El editorial de El Tiempo al que nos hemos referido, dice que le preocupa que la Iglesia pretenda extender su jurisdicción ideológica a las autoridades civiles y políticas y los organismos jurisdiccionales. Es claro que se refiere a las intervenciones públicas de la Iglesia sobre asuntos en que el Estado legisla y que tocan la ética, como lo hace la Jerarquía para orientar a la sociedad en la defensa de la vida, en casos como los del aborto y la eutanasia. Y dice El Tiempo al Cardenal López Trujillo, para quien va dirigido el editorial: En este punto, estimado cardenal, puede estar seguro de que ni hemos coincidido ni coincidiremos con la pastoral católica.

Creo que sería más de acuerdo con su posición si su declaración estableciera que no están de acuerdo con la moral católica. Y el periódico sigue con la trasnochada idea de que la Iglesia no debe salir de la sacristía. Pero a ellos la libertad de expresión les permite inmiscuirse en la Iglesia y llegar a los hogares y a todos los rincones para propagar sus ideas.

Aclaremos que la Iglesia cuando orienta en asuntos que conciernen al bien común y a la moral natural, no extiende ninguna jurisdicción “ideológica”, como dice El Tiempo. Las ideologías connotan posiciones políticas, y la Iglesia asume posiciones de doctrina, basadas en la moral natural y fortalecidas por la doctrina del Evangelio; no asume posiciones políticas. El Tiempo y los políticos no afectos a la Iglesia no aceptan su orientación en materia de ética; pero ellos sí se sienten con el derecho de extender con su poder mediático sus propias opiniones y doctrinas a todas las instancias de la vida social, civil y religiosa. Por algo la prensa se considera un poder. Pero la Iglesia tiene que estar presente en defensa de los valores auténticos del hombre. Como dice Juan Pablo II: Es mucho lo que está en juego, cuando se atacan valores fundamentales como la vida y la familia, pues en esos casos se ataca el bien auténtico de la humanidad.

Sigamos con el mensaje de Juan Pablo II. Es muy importante lo que el Papa dice a los Padres de familia, sobre el uso de los medios de comunicación:

Los padres, educadores en el uso de los medios

Los padres, como primeros y principales educadores de sus hijos, son también los primeros en explicarles cómo usar los medios de comunicación. Están llamados a formar a sus hijos «en el uso moderado, crítico, vigilante y prudente de tales medios» en el hogar. [9] Cuando los padres lo hacen bien y con continuidad, la vida familiar se enriquece mucho. Incluso a los niños pequeños se les pueden dar importantes explicaciones sobre los medios de comunicación social: que son producidos por personas interesadas en transmitir mensajes; que esos mensajes a menudo inducen a hacer algo -a comprar un producto, a tener una conducta discutible- que no beneficia al niño o no corresponde a la verdad moral; que los niños no deben aceptar o imitar de modo acrítico lo que encuentran en los medios de comunicación social.

Sabios consejos los de Juan Pablo II. Tenemos que prevenir a los hijos desde pequeños, para que no se dejen meter los dedos en la boca, como dice la frase popular. Hay personas que aceptan como verdad todo lo que dice el periódico o la radio o la TV. “Lo oí en la radio”, “salió en el periódico”, “lo dijeron en el noticiero”, dicen algunos. Y lo toman como si fuera “Palabra de Dios”.

Dice Juan Pablo II más adelante, que Las familias deberían manifestar claramente a los productores, a los que hacen publicidad y a las autoridades públicas lo que les agrada y lo que les desagrada.

Deberíamos practicar esto más. Hacer saber a los medios cuando no estamos de acuerdo con lo que dicen o con la forma como lo dicen. Y también felicitarlos cuando lo hacen bien.

Sigamos con Juan Pablo II. Continúa así su mensaje:

 

Practicar la sabiduría, el buen juicio y la honradez

 

6. Los medios de comunicación social poseen un inmenso potencial positivo para promover sanos valores humanos y familiares, contribuyendo así a la renovación de la sociedad. Conscientes de su gran fuerza para modelar las ideas e influir en la conducta de las personas, los agentes de la comunicación social deben reconocer que no sólo tienen la responsabilidad de brindar a las familias todo el estímulo, la ayuda y el apoyo que les sea posible con vistas a ese fin, sino también de practicar la sabiduría, el buen juicio y la honradez al presentar las cuestiones que atañen a la sexualidad, al matrimonio y a la vida familiar.

Los medios de comunicación cada día son acogidos como huéspedes habituales en muchos hogares y familias. –Sigue el Papa-…, exhorto tanto a los agentes de la comunicación como a las familias a reconocer este privilegio único, así como la responsabilidad que implica. Ojalá que todos los que están comprometidos en el ámbito de las comunicaciones sociales sean conscientes de que son los auténticos «dispensadores y administradores de un inmenso poder espiritual que pertenece al patrimonio de la humanidad y está destinado al enriquecimiento de toda la comunidad humana»[10]. Y ojalá que las familias logren encontrar siempre en los medios de comunicación una fuente de apoyo, estímulo e inspiración al tratar de vivir como comunidades de vida y amor, educar a los jóvenes en los sanos valores morales y promover una cultura de solidaridad, libertad y paz. Hasta allí Juan Pablo II.

Espero que estas reflexiones nos ayuden a asumir una actitud constructiva y crítica, frente a los medios de comunicación. Si conocemos lo que se proponen, podemos ayudarnos de ellos en nuestro progreso personal, y además, no nos tomarán por sorpresa.

Fernando Díaz del Castillo Z.

Escríbanos a:  reflexionesdsi@gmail.com


[1] Reflexión 1, jueves 12 de enero de 2006

[2] cfr. Entre otros documentos, Mensaje de los obispos de la Comisión Episcopal de Medios de Comunicación Social (CEMCS), 28 de mayo 2006, Nº 5; Benedicto XVI, Discurso a la plenaria del Consejo Pontificio de las Comunicaciones Sociales, Roma, 17/3/2006

[3]Cita el Papa a Pablo VI, Evangelii Nuntiandi, 45

[4]Redemptoris Missio, 37

[5] Hechos, 17, 16-34

[6] cfr Pontificio Consejo para las Comunic. Sociales, Aetatis Novae, 2

[7] Es un refrán popular en Colombia: es tan poco eficaz como ir a quejarse ante el personaje que adorna una fuente, una pila…

[8]L’Osservatore Romano, edición en lengua española, 18 de mayo de 1969, p. 2

[9]Familiaris consortio, 76.

[10]Discurso a las personas comprometidas en el campo de las comunicaciones sociales, Los Ángeles, 15 de septiembre de 1987, n. 8: L’Osservatore Romano, edición en lengua española, 18 de octubre de 1987, p. 14)

Reflexión 20 jueves 22 de junio 2006

Compendio de la D.S.I. Repaso y Nº 37-38

Es la Doctrina Social oficial de la Iglesia

 

Estamos estudiando la primera parte del Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, el libro preparado por encargo de Juan Pablo II, que contiene la Doctrina Social Católica. Ésta la podemos considerar como la doctrina “oficial”, pues en este libro se presenta de manera estructurada, resumida, la doctrina social que enseña la Iglesia y tiene sus fundamentos en la Sagrada Escritura y la Tradición, y ha sido expuesta por los Sumos Pontífices, por el Episcopado y los Concilios, como respuesta a las difíciles situaciones por las que ha ido pasando la humanidad, en diversas épocas.[1]

Como es una materia densa y profunda, demos una mirada de repaso a nuestras últimas reflexiones, para que sigamos con más facilidad, la presentación de la cadena de maravillas del amor de Dios que nos ofrece el Compendio de la D.S.I.

Una mirada hacia atrás para no perder el camino

Los Planes de Dios y su realización en Jesucristo

 

La primera parte que estamos ahora estudiando, lleva por título El Designio de Amor de Dios para la Humanidad. Nos llevó el Compendio a reflexionar primero, sobre La acción liberadora de Dios en la Historia de Israel; consideramos allí cómo Dios se fue acercando gradualmente a la humanidad, de manera gratuita, y por iniciativa suya. Y vimos cómo la creación fue una acción gratuita de Dios. Y recordamos que su manifestación al Pueblo de Israel comenzó con la vocación de Abraham, que nos cuenta la Biblia en el capítulo 12 del Génesis: Vete de tu tierra, y de tu patria, y de la casa de tu padre, a la tierra que yo te mostraré, le dijo el Señor a Abraham. De ti haré una nación grande y te bendeciré. Y continuamos también reflexionando sobre la Alianza de Dios con su pueblo.

Luego nos detuvimos a reflexionar sobre: Jesucristo, cumplimiento del designio del amor del Padre. Nos llevó allí la Iglesia a meditar cómo En Jesucristo se cumple el acontecimiento decisivo de la historia de Dios con los hombres, pues al encarnarse en la Persona de Jesucristo, se acerca Dios tanto a nosotros, que se hizo hombre, igual a nosotros en todo, menos en el pecado.[2]

Consideramos allí en la Encarnación de Dios en la Persona de Jesucristo, la maravilla de la revelación del misterio trinitario, que antes de la venida de Jesucristo, apenas se vislumbraba; fue Jesucristo, el Hijo de Dios, quien nos permitió dar una mirada a la vida íntima de Dios, y conocer, como nos explicó bellamente Benedicto XVI, algo inesperado: que Dios no es soledad, que Dios es un acontecimiento de Amor.

 

Dios es un acontecimiento de Amor

Dios, Uno y Trino, es el fundamento de la unidad del género humano

 

Como dice el Compendio de la D.S.I. en el Nº 31: El Rostro de Dios, revelado progresivamente en la historia de salvación, resplandece plenamente en el Rostro de Jesucristo Crucificado y Resucitado.Él nos enseñó que Dios es Trinidad: Padre, Hijo y Espíritu Santo, realmente distintos y realmente uno, porque las Tres Personas divinas son comunión infinita de amor. Esa parte del Compendio, del Nº 30 al 33, lleva por título La revelación del amor trinitario, y fue la última parte sobre la cual meditamos en la reflexión anterior.

Esa sección termina con la explicación sobre cómo el hecho de ser creados a imagen y semejanza de Dios trino y uno, tiene implicaciones muy importantes en nuestra vida; en particular sobre la relación que debe reinar entre nosotros, los seres humanos, criaturas de Dios. Porque el hecho de ser creados a imagen y semejanza de Dios, Uno y Trino, es el fundamento de la unidad del género humano. Eso explica la tendencia natural del ser humano a la integración. Somos muchos y diversos, pero por el amor deberíamos ser uno en el espíritu, en el amor. Estamos llamados a vivir una vida como la de Dios: una vida de amor, y solidaridad. Veíamos que la vida social a la que estamos llamados es un reflejo de la vida íntima de Dios, Uno en tres personas. No olvidemos que estamos llamados a esa vida de armonía, de amor, y que el desorden existente no debería ser lo natural, es consecuencia del pecado original.

 

La vocación de la persona humana al amor

 

Esa profunda reflexión sobre las implicaciones de la vida trinitaria, de la vida de Dios, en nuestra propia vida, se continuó en la tercera parte de este primer capítulo, bajo el título: La persona humana en el designio del amor de Dios, que comprende del Nº 34 al 49. En palabras del Compendio de la D.S.I.: La revelación en Cristo del misterio de Dios como Amor trinitario está unida a la revelación de la vocación de la persona humana al amor y que esta revelación ilumina la dignidad y la libertad personal del hombre y de la mujer y la intrínseca sociabilidad humana en toda su profundidad. De modo que al revelarnos el misterio de Dios, que es Trino y al mismo tiempo Uno en el amor, se nos revela también la vocación de la persona humana al amor; se nos revela que la sociabilidad del hombre, es propia de su naturaleza, por ser creado a imagen y semejanza de Dios.

Lo que esto significa lo vimos en la reflexión anterior; es importante que lo comprendamos bien. Repitamos lo esencial. Como nos enseña el Concilio Vaticano II, en la Constitución Pastoral Gaudium et Spes, en el Nº 12, (…) Dios no creó al hombre en solitario. Desde el principio los hizo hombre y mujer (Gen 1,27). Esta sociedad de hombre y mujer es la expresión primera de la comunión de personas humanas. El hombre es, en efecto, por su íntima naturaleza, un ser social, y no puede vivir ni desplegar sus cualidades  sin relacionarse con los demás.

 

El hombre no puede realizarse plenamente, no puede desplegar completamente sus cualidades,si no tiene en cuenta en su vida la relación con los demás

 

Decíamos que es clave la última frase del Concilio, que acabamos de leer, la que dice: El hombre es (…), por su íntima naturaleza, un ser social, y no puede vivir ni desplegar sus cualidades sin relacionarse con los demás. Esta afirmación la debemos conectar con la enseñanza del Compendio en el Nº 35, que vimos antes y dice:

La persona humana ha sido creada por Dios, amada y salvada en Jesucristo, y se realiza entretejiendo múltiples relaciones de amor, de justicia y de solidaridad con las demás personas, mientras va desarrollando su multiforme actividad en el mundo.

Nos enseña la Iglesia que el hombre no puede realizarse plenamente, es decir, no puede desplegar completamente sus cualidades, sus capacidades, si no tiene en cuenta en su vida la relación con los demás. Mientras trabajamos, mientras desempeñamos el oficio que sea, en la vida, encontraremos satisfacción, si lo hacemos entretejiendo relaciones de amor, de justicia, de solidaridad. En palabras sencillas, esto significa que nos desarrollamos plenamente como personas, sólo si tenemos buenas relaciones con los demás, si los tratamos bien, con amor.

Algunos se sienten satisfechos abusando de los otros, aprovechándose de ellos, siendo “los vivos”, que es lo mismo que ser “los pícaros”. En el fondo, esas personas se tienen que sentir mal, porque el egoísta y el malvado pueden engañar a otros, pero no se pueden engañar a ellos mismos. Sin duda la conciencia les grita desde el interior y además, la maldad no hace feliza nadie. Por naturaleza el hombre es un ser social, no un asocial[3] y menos un antisocial. Como ser creado a imagen y semejanza de Dios, el hombre está llamado a amar a los demás. Eso debería ser lo natural en nosotros.

 

Los fundamentos de la antropología cristiana nos permiten comprender al ser humano desde el punto de vista cristiano

Terminamos la reflexión del programa pasado con el Nº 37, que nos dice que El libro del Génesis nos propone algunos fundamentos de la antropología cristiana. Para terminar el repaso citemos los fundamentos que señala el Compendio. Recordemos que la antropología cristiana considera al hombre desde el punto de vista cristiano, de manera que nos permite comprender al ser humano desde el punto de vista de la fe. El Compendio de la D.S.I. nos está explicando al hombre, no desde el punto de vista físico ni biológico ni social, sino con la visión que nos proporcionan hechos de fe, como es por ejemplo, nuestra creación gratuita por el amor de Dios. El primer fundamento señalado por el Compendio, es la inalienable dignidad de la persona humana, que tiene su raíz y su garantía en el designio creador de Dios. Como hemos meditado varias veces, nuestra dignidad se fundamenta en que somos obra de las manos de Dios. Nuestro diseñador fue el Creador de las maravillas todas del universo, quien creó al hombre y a la mujer a su imagen y semejanza nos creó libres y con capacidad de relacionarnos, de amarnos, y más todavía, con capacidad de relacionarnos con Él y de participar de su vida divina.

Sobre el significado de inalienable, aplicado a la dignidad de la persona humana, decíamos que, es inalienable algo que no se puede enajenar, es decir, algo cuyo dominio o propiedad, cuyos derechos, no se pueden traspasar a otro. Nos ayuda a entender el término inalienable, en el caso de la dignidad de la persona humana, ver algunas aplicaciones prácticas. Que nuestra dignidad es inalienable, quiere decir que nadie puede apropiarse los derechos de nuestra dignidad. Por ejemplo la vida, la libertad, son derechos inherentes a la dignidad de la persona humana; esos son derechos que no nos pueden quitar; de ahí que la trata de blancas, la violación carnal, el secuestro, la esclavitud, y naturalmente el asesinato, sean crímenes horrendos. Nadie tiene derecho a pasar por encima de nuestra dignidad. De igual manera, ningún legislador puede dictar leyes contra la dignidad de la persona humana. Si lo hace va más allá del derecho del legislador a dictar normas. El legislador no se puede atribuir derechos que no tiene. La dignidad de la persona humana es intocable.

La dignidad de la persona humana no se funda en leyes dictadas por los hombres

 

Recordemos entonces que la dignidad de la persona humana no se funda en leyes dictadas por los hombres. La dignidad del ser humano es connatural con él, por el hecho de ser una criatura hecha a imagen de Dios. Y no se basa sólo en el hecho de ser una obra de las manos creadoras de Dios, pues todo el universo es obra de sus manos, también los animales y las plantas, sino en que, además, la persona humana fue diseñada a imagen y semejanza de Dios. El modelo que Dios tomó para su obra predilecta, el ser humano, fue Él mismo, perfección infinita, y entre los dones que nos dio, sobresalen la inteligencia, la libertad, la capacidad de relacionarnos con los demás, de amar, y algo grandioso: la capacidad de entablar una especial relación con Él, de participar de su vida por la gracia, y un día, poder ir a gozar de la dicha eterna con él en el cielo.

Reflexionábamos que la maravilla de poder participar de la vida divina en el cielo, no se puede describir con palabras humanas; la Escritura no nos descubre en detalle cómo será la vida en la eternidad, sólo dice de ella, que será algo nunca visto ni oído: Ni ojo vio, ni oído oyó. Será una vida de plenitud, más allá del espacio y del tiempo, (…) una vida de plenitud que Dios preparó para los que le aman, en palabras de San Pablo a los Corintios en su primera carta, 2,9. Por su parte el Catecismo, en el Nº 1720 cita a San Agustín que, hablando del cielo, dice: Allí descansaremos y veremos; veremos y nos amaremos; amaremos y alabaremos. He aquí lo que acontecerá al fin sin fin. ¿Y qué otro fin tenemos, sino llegar al Reino que no tendrá fin. Y en el Nº 1721 añade el Catecismo:

Porque Dios nos ha puesto en el mundo para conocerlo, servirle y amarlo, y así ir al cielo. La bienaventuranza nos hace participar de la naturaleza divina y de la Vida eterna. Con ella, el hombre entra en la gloria de Cristo y en gozo de la vida trinitaria.[4]

Citábamos el Catecismo en el Nº 1027, que nos explica que a Dios no lo podemos ver tal cual es aquí en la tierra, sino cuando Él mismo abra su Misterio a la contemplación inmediata del hombre y le dé capacidad para ello. Y Dios, un día nos abrirá su Misterio, hasta donde alcanza nuestra limitación. Recordábamos las palabras de San Juan en su primera carta, capítulo 3, versículo 2, donde dice que veremos a Dios tal cual es, y las palabras de San Pablo en la Primera Carta a los Corintios, capítulo 13, v. 12 quien nos explica que Ahora vemos en un espejo, en enigma. Entonces,  en la eternidad, veremos cara a cara. El Apocalipsis, a su vez,en el capítulo 22, v. 4 dice también, que los siervos de Dios verán su rostro. Todo este cúmulo de maravillas de las que el hombre es capaz, por el amor de Dios, constituye su dignidad.

Entonces, el primer fundamento que nos explica la inalienable dignidad de la persona humana, tiene su raíz y su garantía en el designio creador de Dios. En el hecho de haber sido creados a imagen y semejanza de Dios: libres e inteligentes y con capacidad de amar y de relacionarnos con Él y participar de su vida, por la gracia recibida en el bautismo, – aquí en la tierra, – y un día, viviendo con Él en la eternidad.

El Compendio propone luego como segundo fundamento, que debemos tener en cuenta, para comprender al ser humano, desde la perspectiva cristiana, la sociabilidad, y nos dice que su prototipo es la relación originaria entre el hombre y la mujer, cuya unión “es la expresión primera de la comunión de personas humanas”.

A este propósito citamos la semana pasada, las palabras de Benedicto XVI, en la fiesta de la Santísima Trinidad, que venían perfectamente al caso, pues nos explican que:

Todos los seres están ordenados según un dinamismo armónico / que podemos analógicamente / llamar «amor». – Se refiere el Papa a la armonía en todo el universo. –Pero sólo en la persona humana, libre y racional, este dinamismo se hace espiritual, se convierte en amor responsable, como respuesta a Dios y al prójimo / en un don sincero de sí. En este amor el ser humano encuentra su verdad y su felicidad. Entre las diversas analogías del inefable misterio de Dios Uno y Trino / que los creyentes tienen capacidad de entrever, Benedicto XVI citó a la familia, que está llamada a ser una comunidad de amor y de vida, en la cual las diversidades deben concurrir a formar una «parábola de comunión».

No pasemos por alto esta explicación: Entre todos los seres del universo se da una armonía, la cual por analogía con la relación a la que estamos llamados los seres humanos, se puede llamar amor, pero entre los seres humanos, esa armonía se eleva a una categoría espiritual, que es el amor responsable.

Podemos decir, entonces, también, que la ruptura del hombre con sus hermanos, consecuencia del pecado original, equivale, analógicamente, a los desastres naturales. El ser humano, por ser libre, debería corregir esas desviaciones y vivir en armonía.

El último fundamento de la antropología cristiana, que presenta el Compendio en el Nº 37 es el significado del actuar humano en el mundo, que está ligado al descubrimiento y al respeto de las leyes de la naturaleza / que Dios ha impreso en el universo creado, para que la humanidad lo habite y lo custodie según su proyecto. Esta visión de la persona humana, de la sociedad y de la historia / hunde sus raíces en Dios y está iluminada por la realización de su designio de salvación. Eran las últimas líneas del Nº 37, que venimos comentando.

 

Dios ha impreso en el universo creado unas leyes que expresan cuál es el proyecto divino

 

Terminemos el repaso, recordando que Dios ha impreso en el universo creado unas leyes que expresan cuál es el proyecto divino. El ser humano va descubriendo el proyecto de Dios, el cual debe respetar. El Creador entregó al hombre el universo para que lo habite y lo custodie, no para que lo destruya. Como hemos considerado otras veces, somos administradores, no dueños absolutos de la tierra, que debemos conservar y compartir con los demás.

Como vimos en la reflexión anterior, sobre la ley natural nos instruye el Compendio más adelante, cuando trata sobre la Persona humana y sus derechos. Nos adelanta ahora, que Dios ha impreso en la naturaleza unas leyes que indican cómo quiere Él que se maneje, cómo se administre, la creación. No nos podemos creer tan inteligentes que modifiquemos su diseño, pero somos tan rebeldes que nos empeñamos en seguir nuestro propio camino. Algunos creen mejor ese camino.

El Compendio de la D.S.I. trata más adelante sobre el respeto debido a los planes de Dios con la naturaleza, en el capítulo X de la segunda parte, que tiene como título Salvaguardar el medio ambiente y ocupa del número 451 al 487. Nos falta bastante camino para llegar allá.

Así termina nuestra reflexión sobre el tema de El amor trinitario, origen y meta de la persona humana. Ahora daremos por lo menos inicio, a un nuevo tema: La salvación cristiana: para todos los hombres y de todo el hombre. El Compendio nos explica aquí el designio, es decir el plan de Dios para la persona humana. Ya vimos que nuestro origen y nuestra meta es el Amor trinitario; ahora la Iglesia nos va a explicar que en los planes de Dios, la salvación cristiana es para todos los hombres y de todo el hombre. Para todos,  no para un grupo exclusivo; y es para todo el hombre, es decir, para el hombre integral, completo. Esta sección ocupa los Nº 38, 39 y 40.

 

La salvación es iniciativa del Padre, se ofrece en Jesucristo y se actualiza y se difunde por obra del Espíritu Santo

 

En el Nº 38 nos explica el Compendio, que la salvación es iniciativa del Padre, se ofrece en Jesucristo y se actualiza y difunde por obra del Espíritu Santo.

Empecemos por recordar que la Escritura nos enseña que, tanto amó Dios al mundo, que le entregó a su Hijo Unigénito. El Catecismo añade, en el Nº 604, que Dios tiene la iniciativa del amor redentor universal, y continúa así: Al entregar a su Hijo por nuestros pecados, Dios manifiesta que su designio sobre nosotros es un designio de amor benevolente que precede a todo mérito por nuestra parte. Y cita el Catecismo la Primera Carta de San Juan, 4,10, que dice: En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó y nos envió a su Hijo como propiciación[5] por nuestros pecados. Y San Pablo en su Carta a los Rm 5,8 dice: La prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió por nosotros.

De manera que Dios quiso la salvación del hombre que había caído por el pecado original; lo quiso, en un acto libérrimo de amor y misericordia. Nuestra redención es un don gratuito de Dios, que nos lo concedió, porque quiso, sin merecimiento de nuestra parte. Y Jesús aceptó la Voluntad del Padre, de ser Víctima por nuestros pecados; como lo dice en el capítulo 6, v 38 del Evangelio según San Juan: porque he bajado del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me ha enviado, dijo Jesús. Y Jesús aceptó voluntariamente la misión de Redentor; por eso en Juan 10,18 leemos: Nadie me quita la vida; yo la doy voluntariamente.

Entonces, la salvación es iniciativa del Padre, se ofrece en Jesucristo que aceptó voluntariamente su misión de Redentor, y como acabamos de leer en el mismo Nº 38 del Compendio de la D.S.I., la salvación se actualiza y se difunde por obra del Espíritu Santo.

Tengamos presente que el Espíritu Santo obra en la Iglesia, difundiendo en ella, Cuerpo Místico de Cristo, la gracia, por los sacramentos. El Catecismo en el Nº 112 nos explica que el Espíritu Santo hace presente y actualiza la obra salvífica de Cristo, y por su poder transformador, hace fructificar el don de la comunión en la Iglesia. En cada sacramento que recibimos, el Espíritu Santo está presente, actualiza la obra salvífica, por medio de los sacramentos la hace fructificar en los que están en comunión con la Iglesia, es decir en los sarmientos, en las ramas que están unidos al tronco.

Juan Pablo II en su encíclica Dominum et vivificantem, nos explica la misión del Espíritu Santo en la obra de la salvación así, en el Nº 25:

«Consumada la obra que el Padre encomendó realizar al Hijo sobre la tierra (cf. Jn 17, 4) fue enviado el Espíritu Santo el día de Pentecostés  a fin de santificar indefinidamente a la Iglesia y para que de este modo los fieles tengan acceso al Padre por medio de Cristo en un mismo Espíritu (cf. Ef 2, 18). El es el Espíritu de vida o la fuente de agua que salta hasta la vida eterna (cf. Jn 4, 14; 7, 38-39), por quien el Padre vivifica a los hombres, muertos por el pecado, hasta que resucite sus cuerpos mortales en Cristo (cf. Rom 8, 10-11)»

Y más adelante sigue Juan Pablo II, en el Nº: 64 de la misma encíclica Dominum et vivificantem: (…) Si la Iglesia es el sacramento de la unión íntima con Dios, lo es en Jesucristo, en quien esta misma unión se verifica como realidad salvífica. Lo es en Jesucristo, por obra del Espíritu Santo. La plenitud de la realidad salvífica, que es Cristo en la historia, se difunde de modo sacramental por el poder del Espíritu Paráclito. De este modo, el Espíritu Santo es «el otro Paráclito» o «nuevo consolador» porque, mediante su acción, la Buena Nueva toma cuerpo en las conciencias y en los corazones humanos y se difunde en la historia. En todo está el Espíritu.

Como todo lo que hemos venido estudiando en el Compendio de la D.S.I. también esto es muy profundo. Seguiremos despacio, en la próxima reflexión.

Fernando Díaz del Castillo Z.

Escríbanos a: reflexionesdsi@gmail.com


[1] Sobre la autoridad doctrinal del Compendio de la D.S.I. cfr Reflexión 3

[2] cfr. Hebreos 4,15

[3] Asocial: que no se integra o vincula al cuerpo social. Antisocial: Contrario, opuesto a la sociedad, al orden social. (DRAE) Véase el significado del trastorno de la personalidad antisocial en la Reflexión 19.

[4] Cita allí el Catecismo: 2 P 1,4; Jn 17,3 y Rm 8,18

[5] Propiciación: 1. Acción agradable a Dios, con que se le mueve a piedad y misericordia. 2. Sacrificio que se ofrecía en la ley antigua para aplacar la justicias divina y tener a Dios propicio. (DRAE)

Reflexión 19 Jueves 15 de junio 2006

Compendio de la D.S.I. Nº37

Lo que las fiestas de la Ascensión, Pentecostés y la Santísima Trinidad

 Nos dicen sobre la Doctrina Social

En estos días hemos celebrado tres festividades muy importantes para nuestra vida cristiana, y que se relacionan mucho con nuestro estudio de la Doctrina Social de la Iglesia: la Ascensión del Señor, Pentecostés y la fiesta de la Santísima Trinidad. En El Catolicismo [1], el periódico de la arquidiócesis de Bogotá-, escribió la teóloga doctora Consuelo Vélez, unas interesantes consideraciones que podemos compartir con provecho para todos.

Se pregunta la doctora Vélez, si estas festividades tienen impacto en la vida de la gente; si esos días suponen algo más que solamente recitar las oraciones propias de esas festividades. Opina ella, que sin duda hay personas que siguen la dinámica de las fiestas religiosas, se dejan interpelar por ellas, van enriqueciendo sus vidas con el significado que tienen y renuevan su vida cristiana constantemente…pero que también hay un buen número de cristianos, para cuyas vidas, estas festividades no tienen trascendencia, fuera de acudir a la celebración litúrgica. Y pregunta entonces ¿Cómo hacer para que cada festividad suponga una verdadera renovación interior? Se requiere, como dice la doctora Vélez, ante todo, la gracia de Dios para que toque los corazones y los saque de la costumbre y la rutina (…) y les comunique la novedad de su presencia y el dinamismo de su espíritu. Sin embargo, esa renovación interior también supone una actitud interior de querer renovar la propia vivencia tanto para bien de nosotros mismos como de los que nos rodean.

Claro, para que se produzca en nosotros una renovación interior, es indispensable que la gracia nos toque el corazón; necesitamos el auxilio gratuito que Dios nos da para responder a su llamada,[2] pero, como somos libres, como nos podemos resistir a la gracia, se requiere también nuestra actitud interior de querer renovar nuestra vida, que es una disposición interior de conversión.

Tenemos que empezar por aceptar con humildad, nuestra necesidad de cambio, nuestra necesidad de conversión. Como decía San Agustín: Dios que te creó a ti, sin ti, no te salvará a ti, sin ti.[3]

Considerando el tema que hemos venido estudiando, son muy oportunas para nosotros las atinadas consideraciones que la teóloga, doctora Consuelo Vélez, hace sobre cómo las fiestas de la Ascensión y de Pentecostés deberían repercutir en nuestra vida. Sobre la festividad de la Santísima Trinidad comenta:

 

Dios es comunidad, no soledad

 

Y qué decir de la vida trinitaria, que no tiene otra manera de entenderse más que dando testimonio de que nuestro Dios es comunidad y que por eso nuestra vida es capaz de crear relaciones buenas, abiertas, sinceras, constructivas con los que nos rodean. Y termina su columna refiriéndose a la situación de Colombia, con estas palabras: El sueño que tenemos de un país en paz también depende de que nuestra vida cristiana sea viva, es decir, que se deje interpelar por los misterios que celebramos y los vivamos con más transparencia y profundidad.

Estas consideraciones están en consonancia con lo que hemos venido aprendiendo sobre la Doctrina Social de la Iglesia, que se basa en Dios que es Amor. Amor activo, creador, que se comunica y se da a los demás. Sobre esto seguiremos reflexionando hoy. Ojalá las consideraciones que venimos haciendo no se queden en el archivo de nuevos conocimientos, sino que, con la ayuda de la gracia, nos dejemos interpelar, nos confrontemos, y estemos dispuestos a cambiar; que no tengamos miedo a cambiar, si en algo tenemos que cambiar, y así nuestra fe sea vida. La vida de Dios es amor activo, que se da, y a esa clase de vida estamos llamados.

Terminamos ya el estudio del Nº 35 y continuamos con el Nº 36, del Compendio de la D.S.I. Vimos que el origen y la meta final de la persona humana es el Amor. Que el Amor sea nuestro origen y nuestro destino, nos lo reveló Jesucristo, Dios hecho hombre, quien, al darnos a conocer el misterio de la Trinidad, según la bella explicación de Benedicto XVI, nos concedió, dar una mirada a la vida íntima de Dios y encontramos algo inesperado: que en Dios existe un “Yo” y un “Tú”, que Dios no es soledad, que Dios es un acontecimiento de Amor.

Esa bella explicación que el Santo Padre nos había dado en la Vigilia de Pentecostés, la repitió después del rezo del Ángelus en la festividad de la Santísima Trinidad. Leamos una parte de sus palabras:

Gracias al Espíritu Santo, que ayuda a comprender las palabras de Jesús y guía hacia la verdad completa (Jn 14,26; 16,13), los creyentes pueden conocer, por así decirlo, la intimidad de Dios mismo, descubriendo que Él no es soledad infinita, sino comunión de luz y amor, vida donada y recibida en un eterno diálogo entre el Padre y el Hijo en el Espíritu Santo – Amante, Amado y Amor, por recordar a San Agustín.

Como hemos visto a lo largo de nuestras reflexiones, el último fundamento de la Doctrina Social de la Iglesia es que el ser humano es creado a imagen y semejanza de Dios y que, como Dios es Amor, el hombre, por ser imagen de Dios, sin importar su procedencia geográfica, ni su raza ni su nacionalidad, debería vivir una vida de diálogo de amor con los demás, como es la vida íntima de Dios: un diálogo amoroso del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, que son Tres Personas, pero Un solo Dios, en el Amor.

Las palabras del Papa dicen textualmente, que: Dios no es soledad infinita, sino comunión de luz y amor, vida donada y recibida en un eterno diálogo entre el Padre y el Hijo en el Espíritu Santo – Amante, Amado y Amor, por recordar a San Agustín. Recordemos que ya Juan Pablo II, en la Carta apostólica sobre la dignidad de la mujer, también recordando las palabras de San Agustín, decía que el nombre del Espíritu Santo es Amor. Aquí Benedicto XVI nombra a las Tres Personas de la Trinidad como Amante, (el Padre), Amado (el Hijo) y Amor, el Espíritu Santo.

Y como observamos que nuestro mundo, lleno de odios y de guerras no sobresale propiamente por el diálogo, nos ha explicado la Iglesia que el desorden existente tiene su raíz en el rompimiento del hombre con Dios, cuando el hombre quiso independizarse de su Creador, que es lo que conocemos como el pecado de origen. El hombre quiso “ser como Dios”, no sólo su imagen, sino igual a Él, y rompió con el que lo había creado. Es triste, pero el hombre de hoy pareciera querer reafirmar la primitiva decisión de separarse de Dios, con la aprobación de leyes contra los planes del Creador; promueve no sólo la separación de la Iglesia y del Estado, con lo cual la Iglesia esta de acuerdo, sino que promueve pueblos sin religión y estados contra la religión. Y la religión es como el puente que comunica este mundo humano con la otra dimensión, con la trascendente, la de Dios. Nos quieren destruir ese puente.

El dinamismo armónico del amor

Oigamos este otro párrafo de las palabras de Benedicto XVI, el domingo de la Santísima Trinidad:

Todo el universo, para quien tiene fe, habla de Dios Uno y Trino. Desde los espacios interestelares hasta las partículas microscópicas, todo lo que existe remite a un Ser que se comunica en la multiplicidad y variedad de los elementos, como en una inmensa sinfonía. Todos los seres están ordenados según un dinamismo armónico que podemos analógicamente llamar «amor». Pero sólo en la persona humana, libre y racional, este dinamismo se hace espiritual, se convierte en amor responsable, como respuesta a Dios y al prójimo en un don sincero de sí. En este amor el ser humano encuentra su verdad y su felicidad. Entre las diversas analogías del inefable misterio de Dios Uno y Trino  que los creyentes tienen capacidad de entrever, desearía citar la de la familia. Ella está llamada a ser una comunidad de amor y de vida, en la cual las diversidades deben concurrir a formar una «parábola de comunión».

Veíamos también en la pasada reflexión, que, como nos enseña la iglesia, el ser humano se realiza plenamente, si en sus actividades en el mundo va construyendo relaciones de amor, no de odio; de justicia, no de egoísmo, y de solidaridad con los demás. Si creamos uniones, y no rupturas, amor, y no odio, vamos por el camino que Dios nos señaló. Y traíamos el ejemplo de la Beata Madre Teresa de Calcuta, a quien el mundo reconoció su gigantesca talla espiritual, al considerarla digna del premio Nobel, por su dedicación a los demás; y precisamente amó con predilección a aquellos a quienes la sociedad abandona: los ancianos, los enfermos, los moribundos. Ella les entregó su vida, los amó, como a imágenes de Dios. Descubrió en ellos el rostro de Jesús.

Traigamos de nuevo a la memoria la reflexión que hacíamos antes: si amamos a los demás, si vamos en nuestra vida entretejiendo relaciones de amor, de justicia y de solidaridad, también nos vamos realizando plenamente como personas; pero si hacemos daño a los demás, la imagen que somos de Dios, que es Amor, se va deteriorando, a medida que en nuestro actuar desaparece el amor. Hasta el rostro del que ama refleja alegría. El rostro del que odia transparenta amargura. Podemos decir, que el que ama de verdad, refleja mejor el rostro de Dios.

Nos explica también la Iglesia, como vimos en el Nº 36 del Compendio, que cuando en el Libro del Génesis se describen la creación del hombre y de la mujer, a imagen y semejanza de Dios, la Sagrada Escritura nos revela una enseñanza fundamental sobre la identidad y la vocación de la persona humana. Sobre nuestra identidad, es decir sobre quiénes somos, nos enseña la Escritura, que al crearnos a imagen y semejanza suya, Dios nos creó capaces de entablar una relación con Él y de participar de su vida divina.

Recordábamos que para que exista una relación, se necesita un “YO” y además el “OTRO”, un “TÚ”. Una relación implica necesariamente más de uno. Nosotros, por bondad de Dios, podemos constituir ese OTRO, ese Tú creado que puede entablar una relación con Dios. Es un inmenso privilegio.

Como Benedicto XVI nos explicó en la Vigilia de Pentecostés, en la vida íntima de Dios encontramos, por revelación de Jesucristo, que Dios no es un Ser solo, en Él existen un “Yo” y un “Tú”; que Dios es un acontecimiento de Amor, en palabras del Papa. La vida del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo es una relación de amor, Dios es amor. Naturalmente, Dios no necesita de nosotros, pero libre y gratuitamente nos creó y nos dio, no solamente el ser, como a los animales y a las plantas y a los demás seres del universo. Nos dio un ser con capacidad de amar y de relacionarnos con Dios. El Compendio de la D.S.I., añade que sólo en la relación con Dios podemos descubrir y realizar el significado pleno de nuestra vida personal y social.

Acabamos de estudiar el Nº 36 del Compendio de la D.S.I., que, en resumen, nos explica algo fundamental: quién es el hombre y cuál es la vocación a la que está llamado. Nos explica ese número, que fuimos creados por un acto libre y gratuito de Dios; que fuimos creados inteligentes y libres y que podemos entablar una relación con Dios. Nos enseña también, que solamente en la relación con Dios puede la persona humana, descubrir y realizar el significado auténtico y pleno de su vida personal y social.

En el Nº 37, sobre el que vamos a reflexionar ahora, la iglesia continúa la explicación del Nº 36, sobre realizar el significado pleno de nuestra vida personal y social. Como vimos ya, el Creador da al hombre y a la mujer el encargo de ordenar la naturaleza según su designio. Tamaña tarea nos encomendó: ordenar la naturaleza según sus planes.

 

El encargo de ordenar la naturaleza según los planes de Dios

Leamos el Nº 37 del Compendio de la D.S.I.

El libro del Génesis nos propone algunos fundamentos de la antropología cristiana: la inalienable dignidad de la persona humana, que tiene su raíz y su garantía en el designio creador de Dios; la sociabilidad constitutiva del ser humano, que tiene su prototipo en la relación originaria entre el hombre y la mujer, cuya unión “es la expresión primera de la comunión de personas humanas” [4]; el significado del actuar humano en el mundo, que está ligado al descubrimiento y al respeto de las leyes de la naturaleza que Dios ha impreso en el universo creado, para que la humanidad lo habite y lo custodie según su proyecto. Esta visión de la persona humana, de la sociedad y de la historia hunde sus raíces en Dios y está iluminada por la realización de su designio de salvación. Hasta allí el Nº 37.

Fundamentos de la antropología cristiana

Vayamos entonces por partes. Es un párrafo denso, lleno de enseñanzas. El Compendio enumera algunos fundamentos de la antropología cristiana, es decir, algunos fundamentos para comprender al ser humano desde el punto de vista cristiano. Se refiere primero a, la inalienable dignidad de la persona humana, que tiene su raíz y su garantía en el designio creador de Dios. Como hemos meditado tantas veces, nuestra dignidad se fundamenta en que somos obra de las manos de Dios. Una obra de arte cobra especial valor, por haber sido creada por un artista reconocido. Por ejemplo, a una bella escultura, como podría ser la Piedad de Miguel Ángel, se la admira por su belleza, y además se le reconoce un valor especial por haber salido de las manos prodigiosas del escultor Miguel Ángel.El artista que creó la obra incomparable del ser humano es Dios. El hombre fue diseñado por Dios. El Artista que creo toda la belleza del universo. Tenemos una dignidad especial, por ser obra de Dios, Creador de todas las maravillas del universo.

¿Qué significa que la dignidad del hombre es inalienable?

En el Compendio no hay palabras inútiles; de manera que veamos por qué califica la dignidad de la persona humana de inalienable. Es inalienable, algo que no se puede enajenar, es decir, algo cuyo dominio, cuyos derechos, no se pueden traspasar a otro. De manera que cuando se legisla contra la dignidad de la persona humana, se está yendo más allá del derecho del legislador a dictar normas. El legislador no se puede atribuir derechos que no tiene. La dignidad de la persona humana es intocable.

Entonces, repitamos que El libro del Génesis nos propone algunos fundamentos para comprender al ser humano desde el punto de vista cristiano; menciona primero la inalienable dignidad de la persona humana, que tiene su raíz y su garantía en el designio creador de Dios.

Ahora bien, comprendemos que la dignidad de la persona humana no se funda sólo en que es obra de las manos creadoras de Dios, pues todo el universo es obra de sus manos, sino además, en que la persona humana fue diseñada a imagen y semejanza de Dios. El modelo que Dios tomó para su obra predilecta,-el ser humano, fue Él mismo, perfección infinita, y entre los dones que nos dio, sobresalen la inteligencia, la capacidad de relacionarnos con los demás, y algo grandioso: la capacidad de entablar una especial relación con Él, de participar de su vida por la gracia, y un día, poder ir a gozar de la dicha eterna con él en el cielo. Participar de esa vida divina tan maravillosa, que es indescriptible con palabras humanas, pues la Escritura no nos descubre en detalle cómo será la vida en el cielo, sólo dice de ella, que será algo nunca visto ni oído: Ni ojo vio, ni oído oyó. Será una vida de plenitud, más allá del espacio y del tiempo, (…) una vida de plenitud que Dios preparó para los que le aman, en palabras de San Pablo a los Corintios en su primera carta, 2,9. ¡Cómo será una fiesta eterna preparada por Dios!

A Dios no lo podemos ver aquí en la tierra, tal cual es; pero aclara el Catecismo, en el Nº 1027, que: A causa de su trascendencia, Dios no puede ser visto tal cual es más que cuando Él mismo abre su Misterio a la contemplación inmediata del hombre y le da capacidad para ello. Y Dios nos abrirá su Misterio, hasta donde alcanza nuestra limitación. San Juan en su primera carta, 3,2, dice que veremos, a Dios,tal cual es, y San Pablo en la Primera Carta a los Corintios, 13, 12 nos explica que Ahora vemos en un espejo, en enigma. Entonces veremos cara a cara. El Apocalipsis en 22,4 dice también que los siervos de Dios verán su rostro. Todo este cúmulo demaravillas de las que el hombre es capaz, por el amor de Dios, constituye su dignidad.

Recordemos que estamos reflexionando sobre algunos fundamentos de la antropología cristiana, es decir, algunos fundamentos para comprender al ser humano, desde el punto de vista cristiano. Acabamos de considerar el primero de estos fundamentos, que es la inalienable dignidad de la persona humana, que tiene su raíz y su garantía en el designio creador de Dios. En el hecho de haber sido creados a imagen y semejanza de Dios: libres e inteligentes y con capacidad de amar y de relacionarnos con Él y participar de su vida, por el bautismo, aquí en la tierra, y un día, en la eternidad.

La sociabilidad constitutiva del ser humano

El Compendio propone luego como segundo fundamento que debemos tener en cuenta, para comprender al ser humano, desde la perspectiva cristiana, la sociabilidad constitutiva del ser humano, que tiene su prototipo en la relación originaria entre el hombre y la mujer, cuya unión “es la expresión primera de la comunión de personas humanas”.

Todavía tenemos frescas las palabras de Benedicto XVI, en la fiesta de la Santísima Trinidad, que leímos al principio de nuestra reflexión de hoy. Recordémoslas. Dijo el Papa:

Todos los seres están ordenados según un dinamismo armónico que podemos analógicamente llamar «amor». Pero sólo en la persona humana, libre y racional, este dinamismo se hace espiritual, se convierte en amor responsable, como respuesta a Dios y al prójimo en un don sincero de sí. En este amor el ser humano encuentra su verdad y su felicidad. Entre las diversas analogías del inefable misterio de Dios Uno y Trino que los creyentes tienen capacidad de entrever, desearía citar la de la familia. Ella está llamada a ser una comunidad de amor y de vida, en la cual las diversidades deben concurrir a formar una «parábola de comunión». El Papa se refiere aquí no sólo a la pareja, sino a la familia, llamada a ser comunidad de amor y de vida. Y esa comunidad de amor empieza en la pareja.

El Concilio Vaticano II, en la Constitución pastoral Gaudium et spes, en el Nº 12 dice:

La Biblia nos enseña que el hombre ha sido creado a imagen de Dios, con capacidad para conocer y amar a su Creador, y que por Dios ha sido constituido[5]señor de la entera creación visible para gobernarla y usarla glorificando a Dios.[6] Unas líneas más abajo continúa:

Pero Dios no creó al hombre en solitario. Desde el principio los hizo hombre y mujer (Gen 1,27). Esta sociedad de hombre y mujer es la expresión primera de la comunión de personas humanas. El hombre es, en efecto, por su íntima naturaleza, un ser social, y no puede vivir ni desplegar sus cualidades sin relacionarse con los demás.

Esta última frase es clave: El hombre es (…), por su íntima naturaleza, un ser social, y no puede vivir ni desplegar sus cualidades sin relacionarse con los demás. Esta afirmación la debemos conectar con la enseñanza del Compendio en el Nº 35, y dice:

La persona humana ha sido creada por Dios, amada y salvada en Jesucristo, y se realiza entretejiendo múltiples relaciones de amor, de justicia y de solidaridad con las demás personas, mientras va desarrollando su multiforme actividad en el mundo.

El hombre no puede realizarse plenamente, no puede vivir ni desplegar sus cualidades, sin tener en cuenta a los demás

Mientras trabajamos, mientras desempeñamos el oficio que sea, en la vida encontramos satisfacción, si lo hacemos entretejiendo relaciones de amor, de justicia, de solidaridad. Algunos se creen satisfechos abusando de los otros, aprovechándose de ellos, siendo “los vivos”, que es lo mismo que ser “los pillos”. En el fondo se tienen que sentir mal, porque el egoísta y el malvado pueden engañar a otros, pero no a ellos mismos. La conciencia grita desde el interior y la maldad no hace alegre a nadie. Por naturaleza el hombre es un ser social, no un asocial y menos un antisocial. [7]

El último fundamento de la antropología cristiana, además de su raíz, y su garantía en el designio creador de Dios lo presenta el Compendio en el Nº 37 así:

la sociabilidad constitutiva del ser humano que tiene a su prototipo en la relación originaria entre el hombre y la mujer, cuya unión “es la expresión primera de la comunión de personas humanas”; el significado del actuar humano en el mundo, que está ligado al descubrimiento y al respeto de las leyes de la naturaleza que Dios ha impreso en el universo creado, para que la humanidad lo habite y lo custodie según su proyecto. Esta visión de la persona humana, de la sociedad y de la historia hunde sus raíces en Dios y está iluminada por la realización de su designio de salvación.

Dios ha impreso en el universo creado unas leyes que expresan cuál es el proyecto divino

De manera que Dios ha impreso en el universo creado unas leyes que expresan cuál es el proyecto divino. El ser humano va descubriendo el proyecto de Dios, el cual debe respetar. El Creador entregó al hombre el universo para que lo habite y lo custodie, no para que lo destruya. Como hemos considerado otras veces, somos administradores, no dueños absolutos de la tierra, que debemos compartir con los demás.

Sobre la ley natural nos instruye el Compendio más adelante, cuando trata sobre la Persona humana y sus derechos. Nos adelanta ahora, que Dios ha impreso en la naturaleza unas leyes que indican cómo quiere Él que se administre la creación. No nos podemos creer tan inteligentes como para meternos a modificar su diseño, pero somos tan rebeldes que nos empeñamos en seguir nuestro propio camino. Algunos creen mejor ese camino, su propio diseño…

Sobre el respeto a los planes de Dios con la naturaleza, el Compendio de la D.S.I. nos ilustrará en el capítulo X de la segunda parte, que tiene como título Salvaguardar el medio ambiente y ocupa del número 451 al 487.

Hemos terminado nuestra reflexión sobre El amor trinitario, origen y meta de la persona humana. En nuestra siguiente reflexión comenzaremos el tema: La salvación: para todos los hombres y de todo el hombre.


 [1] El Catolicismo, Edición 3430, 13 al 26 de junio de 2006, ¿Qué impacto tienen “los misterios de la fe” en nuestra vida?, Pg 11

[2] Catecismo 1996

[3]  S. Agustín, Sermón 169, 11,13 y Cfr. Concilio de Trento Dz 814: “Si alguien afirmare que la libre voluntad del hombre, cuando es movida y excitada por Dios, no coopera nada, mediante su consentimiento, con Dios que la excita y la mueve, contribuyendo ella a disponerse para recibir la gracia de la justificación; y si afirmare igualmente que la voluntad no fuera capaz de contradecir a la gracia, si quisiera («neque posse disentiré, si velit»), antes bien se comporta del todo inactiva y con mera pasividad («mere passive») como algo inerte; ese tal s.a. (sea anatema)

 [4]  Gaudium et spes, 12

[5]  Cf Gen 1,26, Sap 2,23

 [6] Eccli 17, 3-10

 [7] Asocial: que no se integra o vincula al cuerpo social. Antisocial: Contrario, opuesto a la sociedad, al orden social. (DRAE) El patrón de funcionamiento del trastorno antisocial de la personalidad, según la psiquiatría “está caracterizado por un desprecio y violación de los derechos de los demás, buscando constante y exclusivamente el provecho personal. Esto hace que en sus relaciones personales sean notorios los engaños, las mentiras y las actitudes manipuladoras”. Cf. Ricardo Sánchez Pedraza y Jorge Rodríguez Losada, Fundamentos de Psiquiatría Clínica, Facultad de Medicina de la Universidad Nacional de Colombia, 1999, Pg. 167

Reflexión 18 Jueves 8 de junio 2006

 Compendio de la D.S.I. Nº34-36


El acontecimiento extraordinario, decisivo en nuestra historia

Terminamos ya nuestra reflexión sobre la parte del Compendio de la D.S.I., que tiene como título JESUCRISTO, CUMPLIMIENTO DEL DESIGNIO DEL AMOR DEL PADRE,y queocupa del Nº 28 al 33. Vimos allí cómo por la Encarnación en Jesucristo, Dios se metió dentro de la humanidad, se hizo parte de nuestra historia al hacerse como uno más de nosotros en todo, menos en el pecado, y como dice el Compendio de la D.S.I., a) En Jesucristo se cumple el acontecimiento decisivo de la historia de Dios con los hombres. (Nº 28 y 29)

¡Cómo no va a ser el acontecimiento extraordinario, decisivo en nuestra historia, que Dios se hiciera hombre!; que Dios nos hiciera comprender su benevolencia e infinita misericordia, haciéndose parte de nuestra humanidad, asumiendo los rasgos humanos, en Jesús; que de manera visible, tangible, se hiciera presente y nos contara quién es Dios; y que Jesús, con su pasión, muerte y resurrección nos demostrara que Dios nos amó hasta el extremo. Y además, en la revelación del misterio de la Trinidad, – que había permanecido velado hasta la Encarnación del Hijo de Dios en la persona de Jesucristo, – nos reveló cómo es Dios; nos enseñó que no es un Dios solitario, que Dios es Uno y Trino: Padre, Hijo y Espíritu Santo, comunión infinita de amor.

Y Jesús, con su vida, su muerte y resurrección nos enseñó también cómo debe ser nuestra vida: una vida de amor verdadero entre nosotros. Nos enseñó que la manera de vivir una vida como la que vive la Trinidad, es viviendo una vida de amor. La Iglesia nos enseña en El Compendio, que la práctica del mandamiento del amor de hermanos, traza el camino para vivir en Cristo la vida trinitaria en la Iglesia, Cuerpo de Cristo, y transformar con Él la historia  hasta su plenitud en la Jerusalén celeste.

Recordemos lo que significan esas palabras; nos enseña la Iglesia que la manera de vivir nosotros en la tierra,  una vida como la vida de la Trinidad, que es vida de Amor, mientras llegamos a vivir plenamente la vida con Dios, en el cielo,  es amándonos unos a otros. Y ¿cómo debe ser ese amor? Como el de Jesús por nosotros, hasta el extremo. Nuestra vida será como es la vida de Dios: que es una relación de amor entre las tres personas de la Trinidad, si amamos a nuestros hermanos, como Jesús nos amó.

Una mirada a la intimidad de Dios mismo

A propósito de la revelación de la vida de amor de la Santísima Trinidad, Benedicto XVI  la mencionó,  de una manera sencilla y bella, en la celebración de la Vigilia de Pentecostés. Dijo que en Jesucristo, Dios mismo se hizo hombre y nos ha concedido, por así decirlo, dar una mirada a la intimidad de Dios mismo. Y allí vemos una cosa del todo inesperada: en Dios existe un Yo y un Tú. El Dios misterioso y lejano no es una infinita soledad, Él es un acontecimiento de amor.[1]

Dios no es soledad, es un acontecimiento de amor, palabras del mismo Benedicto XVI. Y añadamos algo que ya meditamos, sobre la implicación que este conocimiento de la vida de Dios tiene para nuestra propia vida: como fuimos creados a imagen y semejanza de Dios, fuimos creados para vivir entre nosotros una vida a semejanza de la vida de Dios. Nuestra vida no puede ser de soledad, de egoísmo, de egocentrismo, sino de amor.

Es que la revelación fue muy rica, como vamos viendo. Con las palabras y con las obras y, de forma plena y definitiva, con su muerte y resurrección, Jesucristo revela a la humanidad que Dios es Padre y que todos estamos llamados por gracia a hacernos hijos suyos en el Espíritu, y por tanto hermanos y hermanas entre nosotros[2]. Son palabras del Compendio, en el Nº 31. Ese mismo número terminaba haciéndonos caer en la cuenta de que la imagen y semejanza del Dios trino, con la que fuimos creados, es la raíz de los valores  que deben inspirar la vida cultural, social, económica y política. La revelación de la vida de Dios, Uno y Trino y la creación del hombre y de la mujer a imagen y semejanza de Dios, hacen evidentes los vínculos que unen a la humanidad,  que son de amor y solidaridad.

El diseño del hombre según el Creador

Después de esa explicación maravillosa del significado de la Encarnación de Dios en Jesucristo, seguimos la semana pasada con el tema: LA PERSONA HUMANA EN EL DESIGNIO DE AMOR DE DIOS. De manera que nos va  a enseñar la Iglesia, cómo es el diseño del hombre, ideado por Dios Creador. Comenzamos la primera parte, que tiene por título El Amor trinitario, origen y meta de la persona humana, en el Nº 34. Volvámoslo a leer:

La revelación en Cristo del misterio de Dios como Amor trinitario está unida a la revelación de la vocación de la persona humana al amor. Esta revelación ilumina la dignidad y la libertad personal del hombre y de la mujer y la intrínseca sociabilidad humana en toda su profundidad: “Ser persona a imagen y semejanza de Dios  comporta (…) existir en relación con el otro “yo”, porque Dios mismo, uno y trino, es comunión del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.[3]

Las últimas líneas que acabamos de leer, son de Juan Pablo II en su Carta apostólica Mulieris dignitatem. Después de haber meditado en la revelación del misterio de la Trinidad, que se nos hizo cuando Dios se presentó a la humanidad, encarnado en Jesucristo, ahora la Iglesia nos dice que Jesucristo, en la revelación de la Trinidad, no sólo nos reveló el misterio de Dios Uno y Trino, sino que nos reveló también que el hombre está llamado al amor, que su vocación es el amor. Es una revelación de la inmensa dignidad y de la libertad del ser humano y de la intrínseca sociabilidad humana en toda su profundidad, pues dice: “Ser persona a imagen y semejanza de Dios comporta (…) existir en relación con el otro “yo”, porque Dios mismo, uno y trino, es comunión del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.

Comprendemos entonces, que es esencial a la naturaleza humana nuestra inclinación a relacionarnos con los demás. Es propio del ser humano el ser sociable. De manera que, de nuevo nos recuerda la Iglesia, que el ser humano es sociable por naturaleza, por haber sido criado a imagen y semejanza de Dios, uno y Trino, comunidad de amor.

Sigamos leyendo el segundo párrafo del Nº 34:

En la comunión de amor que es Dios, en la que las tres Personas divinas se aman recíprocamente y son el Único Dios, la persona humana está llamada a descubrir el origen y la meta de su existencia y de la historia.

Nos dice entonces la Iglesia, que la respuesta a las preguntas esenciales que el hombre se ha hecho y se sigue haciendo, sobre el origen de su existencia, sobre el fin hacia el cual deben tender, él y la historia , la encontramos en la vida íntima de Dios, que nos fue revelada en Jesucristo, al darnos a entender que las Tres divinas personas, que son el único Dios, viven  en una comunión de amor.

Cita a continuación el Compendio las palabras del Concilio Vaticano II en la Constitución Pastoral Gaudium et Spes, palabras en las que ya nos detuvimos en la reflexión anterior y al comenzar éste. Volvamos a leer estas líneas para que las volvamos a  gustar internamente, las comprendamos mejor y se nos graben bien. Dice el Concilio, citado en el Compendio:

En el capítulo sobre la «comunidad de los hombres», de la Constitución pastoral Gaudium et spes, leemos: «El Señor, cuando ruega al Padre que “todos sean uno, como nosotros también somos uno” (Jn 17, 21-22), abriendo perspectivas cerradas a la razón humana, sugiere una cierta semejanza / entre la unión de las personas divinas y la unión de los hijos de Dios / en la verdad y en la caridad. Esta semejanza demuestra que el hombre, única criatura terrestre a la que Dios ha amado por sí misma, no puede encontrar su propia plenitud si no es en la entrega sincera de sí mismo a los demás ». [4]

El hombre está llamado a existir «para» los demás, a convertirse en un don

Traigamos de nuevo a la memoria la conclusión que nos sugieren estas palabras del Concilio Vaticano II. Según esta enseñanza de la Iglesia, nuestra vocación-, la vocación de la humanidad-, es a la unidad, a ser uno, como Dios, que siendo tres personas distintas, es uno en el amor. Y las palabras que añade el Papa Juan Pablo II son también para meditar: Decir que el hombre ha sido creado a imagen y semejanza de Dios / quiere decir también que el hombre está llamado a existir «para» los demás, a convertirse en un don. Y el párrafo de la Gaudium et Spes que acabamos de volver a leer, va en la misma dirección, cuando dice que: el hombre no puede encontrar su propia plenitud si no es en la entrega sincera de sí mismo a los demás: el hombre no puede encontrar su propia plenitud si no es en la entrega sincera de sí mismo a los demás, dice el Concilio.

No podemos encontrar nuestra plena realización si buscamos sólo nuestro beneficio. Recortamos nuestras posibilidades como personas,- algunos psicólogos dirían que, nos castramos, cuando nos encerramos en nuestro egoísmo, porque estamos diseñados para vivir con los demás, en comunidad, no para que nos encerremos en nosotros, solos. Muchas veces buscamos la plenitud donde no la podemos encontrar, cuando nos dedicamos únicamente a nosotros mismos, cuando todo lo hacemos buscando nuestros propios intereses, persiguiendo primero nuestra propia satisfacción, olvidándonos de los demás, o perjudicando a los demás.

En los números siguientes el Compendio sigue desarrollando estas ideas. Sigamos con el Nº 35, que dice así:

La revelación cristiana proyecta una luz nueva sobre la identidad, la vocación y el destino último de la persona y del género humano.

Con frecuencia tratamos de encontrar en lugares equivocados la respuesta a preguntas fundamentales, como: quiénes somos, – es decir cuál es nuestra identidad, – o cuál es nuestra vocación, a hacer qué, estamos llamados; hacia dónde nos debemos dirigir y hacia dónde deben tender la sociedad, la patria, el mundo.

Los que creen que sus propias ideas, así se aparten de los designios de Dios, son las modernas, las libres, las progresistas, llevan ellos mismos un mal camino, no van hacia donde deberían ir. Es más grave cuando esas personas tienen el poder político de conducir a las naciones, de aprobar leyes, de fallar en las Cortes, porque al aplicar su criterio equivocado llevan a la sociedad a su deterioro, a su destrucción, si no se corrige el rumbo a tiempo.

Es la revelación, es la Palabra de Dios, la que nos enseña el camino correcto para que el hombre, para que la sociedad, hagan realidad los planes de Dios. Ojalá se nos grabara muy hondo, que apartarnos de los planes de Dios no nos hace mejores. Al contrario, seguir los planes del hombre, si son distintos de los de Dios, es deteriorarnos a nosotros mismos. Y hoy, cada vez más, se aprueban leyes contra los designios de Dios, con la pretensión de que esas leyes defienden la dignidad y la libertad. Duele encontrar, a veces, a personas inteligentes, estudiosas, que se olvidan del lugar de Dios en la vida en sociedad, siendo que el hombre está diseñado por Dios; y creen que el hombre se puede manejar con independencia de quien lo hizo, haciendo a un lado esos designios, esos planes del Creador. Es la soberbia del pecado original.

Dios no es soledad, es relación con otros y nosotros somos su imagen

Esa revelación asombrosa sobre la vida íntima de Dios, tiene implicaciones de fondo en nuestra vida, porque el Creador nos hizo a su imagen y semejanza, de manera que tenemos que vivir de modo semejante al que nos hizo, y nuestro Creador no es soledad, es relación con otros, es relación de Amor.  

Continuemos con el Compendio en el mismo Nº 35:

La persona humana ha sido creada por Dios, amada y salvada en Jesucristo, y se realiza entretejiendo múltiples relaciones de amor, de justicia y de solidaridad con las demás personas, mientras va desarrollando su multiforme actividad en el mundo.

Esa es la clase de vida a la que estamos llamados para que alcancemos nuestra plena realización. Viviendo nuestra vida nos hacemos como personas.  Nos podemos imaginar la clase de personas que resultarán de aquellos que mientras van desarrollando sus actividades normales en el mundo, van  entretejiendo relaciones de amor, de justicia y de solidaridad con los demás. Esas personas llevan al mismo tiempo el camino de su propio desarrollo, van hacia su propia plenitud personal. Hay ejemplos que asombran. Pensemos en uno muy claro, que como es de nuestro tiempo, todo el mundo ha oído hablar de él; el de La Beata Madre Teresa de Calcuta; en su cuerpo físicamente frágil y poco o nada atractivo, operaba un alma gigante, de una fuerza inmensa para actuar, para construir, para amar. Y el mundo la admiró y la amó. Es que ella amó a los enfermos, a los ancianos, a los moribundos, porque descubrió en ellos el rostro de Jesucristo; vio que eran imagen de Dios, y al vivir así, al dejar actuar en ella al Espíritu, al Amor, también en ella fue resplandeciendo la imagen de Dios.[5]

Nosotros, no siempre caemos en cuenta de que, si maltratamos a los demás, si somos injustos con ellos, si no somos solidarios, no sólo hacemos daño a los otros. Nos hacemos daño a nosotros mismos. La imagen de Dios se va deteriorando en nosotros, a medida que en nuestro actuar desaparece el amor.

Y sigamos con las últimas líneas del Nº 35 que dicen:

El actuar humano, cuando tiende a promover la dignidad y la vocación integral de la persona, la calidad de sus condiciones de existencia, el encuentro y la solidaridad de los pueblos y de las Naciones, es conforme al designio de Dios, que no deja nunca de mostrar su Amor y su Providencia para con sus hijos.

 En estas palabras está, de modo resumido, el plan de gobierno que se deberían proponer los políticos de todo el mundo: promover la dignidad y la vocación integral de la persona, la calidad de sus condiciones de existencia, el encuentro y la solidaridad de los pueblos y de las Naciones. Realizar ese plan sería contribuir a que los designios de Dios se hicieran realidad. Si fuera ese el marco de los planes de desarrollo, de los programas de integración de las naciones, el mundo se estaría rigiendo por los planes de Dios.

Vamos a seguir ahora nuestra reflexión en el Nº 36. Dice:

Las páginas del primer libro de la Sagrada Escritura, que describen la creación del hombre y de la mujer a imagen y semejanza de Dios (cf. Gn 1, 26-27), encierran una enseñanza fundamental acerca de la identidad y la vocación de la persona humana.

Y a continuación la Iglesia nos explica en el Compendio cuál es la enseñanza fundamental sobre la identidad y la vocación del ser humano que encontramos en el Génesis. Esas palabras de la Sagrada Escritura nos enseñan que la creación del hombre y de la mujer es un acto libre y gratuito de Dios. Nadie lo obligó, ni nadie lo podía obligar, y tampoco Dios creó para satisfacer una necesidad.[6] Nuestra existencia es un regalo que quiso hacernos Dios en su libérrima voluntad. Los creyentes somos conscientes de este regalo de Dios. Por eso se lo agradecemos todos los días. En las diversas formas de oraciones de la mañana que nos enseñaron de niños decimos todos los días: Os doy gracias por haberme creado.

El hombre y la mujer, por haber sido creados libres e inteligentes, constituyen el creado de Dios

Además de la enseñanza sobre el acto creador, que fue libre y gratuito, nos enseña la Iglesia que el hombre y la mujer, por haber sido creados libres e inteligentes, constituyen el creado de Dios. Comprendemos esto mejor, si recordamos las palabras de Benedicto XVI en la Vigilia de Pentecostés, que citamos más arriba. Para explicarnos la revelación de Dios, como Uno y Trino, el Papa dijo que: cuando Dios se encarnó en Jesucristo, nos concedió dar una mirada a su vida íntima, y encontramos algo inesperado: que en Dios existe un Yo y un Tú. Y que El Dios misterioso y lejano no es una infinita soledad, Él es un acontecimiento de amor.

Dios, al crear al hombre y a la mujer a imagen suya, nos creó con capacidad de entrar en relación con Él, de participar de su vida divina, como ya lo hemos meditado antes. En toda relación se necesita un “yo” y además, otro; un “yo” y un “tú”. Podemos ser el otro, el “tú”, en la relación con Dios. Constituimos para Dios el tú creado. La dignidad del ser humano es inmensa, porque está en condiciones de entablar una relación con Dios.

Y continúa el Compendio profundizando en estas enseñanzas. Añade luego, en el mismo Nº 36, que sólo en la relación con Dios podemos descubrir y realizar el significado auténtico y pleno de nuestra vida personal y social.

 De manera que si nos separamos de Dios, impedimos nuestra plena realización personal y social. Nos hacemos un daño inmenso. A veces escuchamos de alguien, que se ha alejado de Dios, porque dice estar enfadado con Él, porque no le concedió algo; por sus palabras pareciera que esa persona pensara que, al alejarse está castigando a Dios, y no se da cuenta de que se está castigando a sí misma. Tengamos presente que, sólo en la relación con Dios, podemos descubrir y realizar el significado pleno de nuestra vida personal y social.

Termina así el Nº 36: ellos (se refiere al hombre y la mujer), precisamente en su complementariedad y reciprocidad, son imagen del Amor trinitario en el universo creado.

 No pensamos mucho en la dignidad del matrimonio como imagen del amor trinitario, y la Iglesia nos lo enseña. Y las últimas palabras del Nº 36 nos dicen cuál es, en consecuencia, el encargo que el Creador nos da, cual es nuestro compromiso. Dice así: a ellos, como cima de la creación, el Creador les confía la tarea de ordenar la naturaleza creada según su designio. (cf Gn 1,28)

 De manera que la misión del hombre y de la mujer es ordenar la naturaleza creada según el designio de Dios.

En el versículo 28 del capítulo 1 del Génesis, la Sagrada Escritura transmite la bendición de Dios al hombre y a la mujer con la fecundidad y el dominio sobre lo creado. Son estas las palabras del Génesis: Y bendíjolos Dios, y díjoles Dios: «Sed fecundos y multiplicaos y henchid la tierra y sometedla; mandad en los peces del mar y en las aves de los cielos y en todo animal que serpea sobre la tierra.»  Como acabamos de leer, la Iglesia nos aclara que el Creador nos confía la tarea de ordenar la naturaleza según su designio. Este encargo de Dios lo explica el Compendio en el Nº 37.


[1]El texto completo de Benedicto XVI se puede encontrar en Zenit, en la Vigilia de Pentecostés de 2006

[2]  Concilio Vat. II,  Dei Verbum, 4,Gaudium et Spes, 10. Sagrada Escritura:  Rm 8,15, Ga 4,6

[3]Juan Pablo II, Mulieris dignitatem, 7

[4] Cita allí el Concilio a Lc 17,33: Quien intente guardar su vida, la perderá; y quien la pierda, la conservará.

[5] Cfr. Madre Teresa, El Amor más Grande, Ediciones Urano, Páginas 39ss, El Amor, especialmente Pg.49: Necesitamos los ojos de la fe profunda para ver a Cristo en el cuerpo desgarrado y las ropas sucias bajo las cuales se esconde el más hermoso entre los hijos de los hombres.

[6]El Concilio Vaticano I declaró que Dios, «con libérrima decisión» (liberrimo consilio) y con voluntad libre de toda coacción(«voluntate ab omni necesítate libera»), realizó el acto creador; Dz 1783, 1805; cf Dz 706)La definición del Vaticano I se refiere primordialmente a la libertad de contradicción, según la cual Dios pudo crear o no crear(…)La Sagrada Escritura y la Tradición consideran el acto creador como una libre determinación tomada por Dios; Ps  135 (134),6: Yahvé hace cuanto quiere en los cielos y en la tierra; Apoc 4,11: Tú creaste todas las cosas, y por tu voluntad existen y fueron creadas; Cf. Ps 33 (32), Sap 9,1; 11,26; Eph 1,11 cf Ludwig Ott, Manual de Teología Dogmática, Herder, Pg 146 La Libertad del Acto Divino Creador

Reflexión 17, 1 de junio 2006

Compendio de la D.S.I. (Nº30-34)

La raíz del amor que debe distinguir al cristiano

En la reflexión anterior volvimos sobre el significado profundo de la revelación del misterio de la Santísima Trinidad y de la vida de las Tres Personas Divinas, que es una vida de amor; revelación que nos hizo Dios al encarnarse en Jesucristo. Fue maravilloso encontrar que la raíz del amor que debe distinguir al cristiano, y que es el fundamento de la Doctrina Social de la Iglesia, es precisamente la vida trinitaria, del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, que es una relación permanente de amor.

Aprendimos, en la carta apostólica Mulieris dignitatem, sobre la dignidad de la mujer, de Juan Pablo II, que haber sido creados a imagen y semejanza de Dios, no significa solamente que hayamos sido creados con el don de la razón y libres, sino además, con la capacidad de vivir entre nosotros una vida de amor, como la de las Tres Personas divinas. Los seres humanos estamos llamados a una especial relación con Dios, por el bautismo, y a la unión entre nosotros por la caridad.

De modo que estamos llamados todos a la unidad, a ser uno, como Dios, que es trino, y es uno en el amor. Más adelante añade el Papa: Decir que el hombre ha sido creado a imagen y semejanza de Dios quiere decir también que el hombre está llamado a existir «para» los demás, a convertirse en un don.

Recordemos otra conclusión a que llegamos en nuestra reflexión: El Compendio nos enseña que la práctica del mandamiento del amor de hermanos traza el camino para vivir en Cristo la vida trinitaria en la Iglesia, Cuerpo de Cristo, y transformar con Él la historia hasta su plenitud en la Jerusalén celeste.

Tengamos presente lo que significan estas palabras; nos enseña la Iglesia que la manera de vivir nosotros en la tierra una vida como la vida de la Trinidad, que es vida de Amor, mientras llegamos, algún día, a vivir plenamente la vida con Dios, en el cielo, es amándonos unos a otros como Jesús nos amó a nosotros. Ese es el modelo de vida. Nuestra vida será como es la vida de Dios, que es una relación de amor entre las tres personas de la Trinidad, si amamos a nuestros hermanos. Eso sí transformaría el mundo. Sería como vivir en el cielo. La vida de las tres personas de la Trinidad es una vida de amor. Como fuimos creados a imagen y semejanza de Dios, fuimos creados para vivir entre nosotros una vida de amor, a semejanza de la vida de Dios.

Esto es lo que creemos y en lo que debemos fundar nuestro comportamiento, nuestra vida.

Interdependencia, globalización, solidaridad

Nos quedaba pendiente la última parte del Nº 33 del Compendio, que aplica la profunda explicación sobre la unidad en el amor a que estamos llamados, a la situación actual del mundo. Leamos esta parte final:

El moderno fenómeno cultural, social, económico y político de la interdependencia, que intensifica y hace particularmente evidentes los vínculos que unen a la familia humana, pone de relieve una vez más, a la luz de la Revelación,

Un nuevo modelo de unidad del género humano, en el cual debe inspirarse en última instancia la solidaridad. Este supremo modelo de unidad, reflejo de la vida íntima de Dios, Uno en tres personas, es lo que los cristianos expresamos con la palabra “comunión”.

Las última líneas que acabo de leer, las toma el Compendio de la encíclica Sollicitudo rei socialis, de Juan Pablo II en el Nº 40, como un adelanto al tema de la solidaridad, tan caro a Juan Pablo II y que es uno de los principios de la Doctrina Social de la Iglesia, que se verá más adelante, en el Nº 42, y sobre todo en el Nº 192 y siguientes.

Vale la pena tener presente desde ahora, para cuando dediquemos más espacio al principio de la solidaridad, esta alusión del Compendio a la interdependencia cultural, social, económica y política entre pueblos y personas, que como advierte el Compendio, intensifica y hace particularmente evidentes los vínculos que unen a la familia humana.

Esta interdependencia entre pueblos y personas es una característica del fenómeno de la globalización, un hecho que se está presentando en muchos, si no en todos los órdenes de nuestra vida en sociedad, y que como hemos visto, debería estar orientado por la equidad, por el amor fraterno, pero lo domina ahora el poder de los más fuertes, como conducta contaminada por el pecado. Somos una inmensa familia, pero desunida; cada miembro piensa cómo hacer negocios con el otro, pero le interesa sólo obtener su propio beneficio.

Muy distinta sería la globalización basada en el principio de solidaridad. En ese caso podríamos hablar de una “globalización cristiana”. Como enseña el Compendio, este modelo de interdependencia pone de relieve Un nuevo modelo de unidad del género humano, en el cual debe inspirarse en última instancia la solidaridad. Este supremo modelo de unidad, reflejo de la vida íntima de Dios, Uno en tres personas, es lo que los cristianos expresamos con la palabra “comunión”.[1]

Es una lástima que esta visión cristiana de lo que debería ser la sociedad, que nos haría mucho más felices a todos, no llegue a las entidades que gobiernan la economía del mundo. Cada pueblo piensa sólo en cómo aprovechar la coyuntura en su propio beneficio, y no mira cómo se afecta al vecino. Aunque volvamos sobre el principio de la solidaridad en su momento, no sobra leer ahora, el Nº 40 de la encíclica Sollicitudo rei socialis, de Juan Pablo II, para que comprendamos la posición de la Iglesia en un asunto tan importante, como es la interdependencia de las naciones. Dice así la encíclica Sollicitudo rei socialis en el Nº 40:

La solidaridad es sin duda una virtud cristiana. Ya en la exposición precedente se podían vislumbrar numerosos puntos de contacto entre ella y la caridad, que es signo distintivo de los discípulos de Cristo. (Cf Juan 13,35)

Cita aquí Juan Pablo II las palabras del Señor en la Última Cena, cuando dijo a sus discípulos: En esto conocerán todos que sois discípulos míos: si os tenéis amor los unos a los otros. Y continúa el Santo Padre:

A la luz de la fe, la solidaridad tiende a superarse a sí misma, al revestirse de las dimensiones específicamente cristianas de gratuidad total, perdón y reconciliación. Entonces el prójimo no es solamente un ser humano, con sus derechos y su igualdad fundamental con todos, sino que se convierte en la imagen viva de Dios Padre, rescatada por la sangre de Jesucristo y puesta bajo la acción permanente del Espíritu Santo. Por tanto, debe ser amado, aunque sea enemigo, con el mismo amor con que lo ama el Señor, y por él se debe estar dispuesto al sacrificio, incluso extremo: «dar la vida por los hermanos»(cf. Jn 15,13).

Entonces la conciencia de la paternidad común de Dios, de la hermandad de todos los hombres en Cristo, «hijos en el Hijo», de la presencia y acción vivificadora del Espíritu Santo, conferirá a nuestra mirada sobre el mundo un nuevo criterio para interpretarlo. Por encima de los vínculos humanos y naturales, tan fuertes y profundos, se percibe a la luz de la fe un nuevo modelo de unidaddel género humano, en el cual debe inspirarse en última instancia la solidaridad. Este supremo modelo de unidad, reflejo de la vida íntima de Dios, Uno en tres Personas, es lo que los cristianos expresamos con la palabra «comunión». Esta comunión, específicamente cristiana, celosamente custodiada, extendida y enriquecida con la ayuda del Señor, es el alma de la vocación de la Iglesia a ser «sacramento»(…)

 Como podemos darnos cuenta, lo que la Iglesia nos enseña en los diferentes documentos es perfectamente coherente. Volvamos unas líneas atrás en esta cita de la Sollicitudo rei socialis, para que no se nos escape algo importante en tanta profundidad como tiene esta encíclica. Tratemos de degustar estas palabras internamente: Nos dice el Papa que La solidaridad es una virtud cristiana. Que entre la solidaridad y la caridad, que es signo distintivo de los discípulos de Cristo, hay numerosos puntos de contacto. Y nos enseña Juan Pablo II, que la solidaridad, entendida con los ojos del cristiano, está revestida de unas características muy propias de la caridad: la solidaridad es totalmente gratuita e incluye el perdón y la reconciliación. El amor cristiano eleva, dignifica la solidaridad puramente humana.

 

¿Hasta dónde llega la exigencia del amor cristiano?

 

Hemos repetido que la caridad cristiana es exigente. Sí que lo es. Comentamos que según un escriturista,[2] el amor cristiano es una virtud que por su exigencia, sólo el cristiano está en capacidad de practicar. Y la solidaridad cristiana está acompañada de la caridad, del amor cristiano que es, si imitamos a Cristo, generoso hasta el extremo. Por eso la solidaridad cristiana no busca recompensas, es gratuita, perdona y está pronta a la reconciliación; por eso estamos llamados a ser solidarios, aun con los enemigos. Es que si vemos a los demás con los ojos del cristiano, no los vemos simplemente como seres humanos. Como cristianos vemos a los demás con los ojos de la fe, que encuentra en ellos mucho más que a un ser evolucionado, inteligente, con habilidades y limitaciones. Porque, ¿qué son para nosotros las demás personas, sin importar su origen ni su raza ni su nacionalidad ni su ideología? Volvamos a leer las palabras de Juan Pablo II en el Nº 40 de la encíclica Sollicitudo rei socialis. Dice el Papa:

Entonces el prójimo no es solamente un ser humano, con sus derechos y su igualdad fundamental con todos, sino que se convierte en la imagen viva de Dios Padre, rescatada por la sangre de Jesucristo y puesta bajo la acción permanente del Espíritu Santo. Por tanto, debe ser amado, aunque sea enemigo, con el mismo amor con que lo ama el Señor, y por él se debe estar dispuesto al sacrificio, incluso extremo: «dar la vida por los hermanos»(cf. Jn 15,13).

 

El cristiano puede ser objeto del odio, pero no el sujeto que odia

 

A este propósito, nos ayuda mucho a comprender lo lejos que va el amor cristiano, esta explicación del escriturista que hemos citado, el P. John L. Mckenzie, S.J., quien dice:

Ayuda mucho releer el capítulo 5º de Mateo, que es quizás la mejor presentación de la paradójica locura del amor cristiano, como se practica en todo el Nuevo Testamento. Juan dijo que el cristiano no puede probar que ama a Dios, sino a través de su amor al hombre; Mateo deja muy claro que, realmente, el amor a Dios no se demuestra a no ser que la persona a la que se ama sea un enemigo. La frase que sigue es una conclusión muy interesante. Dice el P. Mckenzie: El Cristiano puede ser el objeto de la enemistad, pero no el sujeto; la persona que es amada deja de ser un enemigo.

 El sentido de esta afirmación es que el cristiano puede ser objeto del odio, pero no el sujeto que odia. A los cristianos pueden odiarnos, pero como cristianos no podemos odiar. Sigue el P. Mckenzie: “Amar al enemigo” es una contradicción; y algunos cristianos piensan que están obrando bien cuando dicen que aman a sus enemigos, pero con frecuencia tienen el cuidado de aclarar que esas personas siguen siendo sus enemigos. El cristiano ama a sus enemigos como Cristo amó al hombre, hostil a Dios. El cristiano es un agente de reconciliación, y un agente perseverante. Dios ha revelado al cristiano que en los demás seres humanos, pedazos de arcilla, hay un valor que no les pertenece por naturaleza. La razón pide moderación en el amor como en todas las cosas; en este caso, la fe destruye la moderación. La fe no tolera un amor moderado a nuestros hermanos, como no tolera un amor moderado entre Dios y el hombre.

Se necesita que palabras tan firmes como las que acabamos de escuchar, las diga un teólogo, un escriturista, para que tengan autoridad. Casi no hay allí una frase que no merezca volverse a leer y meditar. Termino esta cita con estas palabras que nos dejan pensando, y mucho: El cristiano sabe que su amor es la presencia activa de Dios en el mundo; si al cristiano le falta ese amor, quita la presencia de Dios del único lugar donde puede ponerlo.[3]

En otras palabras, cuando amamos al prójimo, nuestro amor hace presente a Dios en el mundo. Si no amamos, quitamos al mundo la posibilidad de que, por nuestra acción, se sienta la presencia activa de Dios.

Para ver a los demás, que, igual que nosotros, son arcilla, como imagen viva de Dios, y amarlos hasta el sacrificio, como nos dice el Papa, tenemos que dar un salto que sólo con la fe podemos dar. Porque necesitamos la fe para tener la conciencia de que Dios es nuestro Padre común, de que todos somos hermanos en Cristo, «hijos en el Hijo» y para tener conciencia de la presencia y acción vivificadora del Espíritu Santo. La fe nos hará capaces de mirar de otra manera el mundo  y de interpretarlo con un nuevo criterio. Y añadamos que para amar así no basta el amor humano; se necesita la virtud teologal de la caridad, que viene de Dios.

Podemos ver entonces el mundo con otros ojos; dice el Papa: Por encima de los vínculos humanos y naturales, tan fuertes y profundos, se percibe a la luz de la fe  un nuevo modelo de unidaddel género humano, en el cual debe inspirarse en última instancia la solidaridad. Este supremo modelo de unidad, reflejo de la vida íntima de Dios, Uno en tres Personas, es lo que los cristianos expresamos con la palabra «comunión». Esta comunión, específicamente cristiana, celosamente custodiada, extendida y enriquecida con la ayuda del Señor, es el alma de la vocación de la Iglesia a ser «sacramento» (…) Hasta allí Juan Pablo II.

 

La Iglesia: sacramento

Ya hace algún tiempo, en otro lugar, reflexionamos sobre el significado de la Iglesia como sacramento. [4] Para no dejar cabos sueltos, me referiré a este tema muy brevemente. Los que deseen ir a las fuentes, en la Lumen Gentium encuentran una amplia explicación sobre la Iglesia como comunidad y como sacramento. En el Catecismo, en el Nº 774 nos enseñan que la Iglesia tiene como Cabeza a Jesucristo y está llena del Espíritu Santo  que irriga su gracias a todos los miembros por medio de los sacramentos; los siete sacramentos son los signos y los instrumentos, mediante los cuales el Espíritu Santo distribuye la gracia de Cristo, que es la Cabeza de la Iglesia, en la Iglesia que es su Cuerpo. La Iglesia contiene y comunica, por medio de los sacramentos, la gracia invisible que ella significa. En este sentido la Iglesia es llamada «sacramento.

 

LA PERSONA HUMANA EN EL DESIGNIO DE AMOR DE DIOS

 

Hemos terminado nuestra reflexión de la parte del Compendio que tiene como título JESUCRISTO, CUMPLIMIENTO DEL DESIGNIO DEL AMOR DEL PADRE, y que comprendió 2 subtítulos: a) En Jesucristo se cumple el acontecimiento decisivo de la historia de Dios con los hombres y b) La revelación del Amor trinitario. Vamos a seguir ahora con el tema: LA PERSONA HUMANA EN EL DESIGNIO DE AMOR DE DIOS. Esta parte está subdivida en 4. La primera, que vamos a empezar ahora esa) El Amor trinitario, origen y meta de la persoque somos muchos y distintos en nuestro modo de ser,na humana.Seguirán luego tres partes más que llevan estos títulos: b) La salvación cristiana: para todos los hombres y de todo el hombre, c) El discípulo de Cristo como nueva criatura y d) Trascendencia de la salvación y  autonomía de las realidades terrenas. Estos temas van del Nº 34 al 49.

 

El Amor trinitario, origen y meta de la persona humana

Leamos el Nº 34:

La revelación en Cristo del misterio de Dios como Amor trinitario está unida a la revelación de la vocación de la persona humana al amor. Esta revelación ilumina la dignidad y la libertad personal del hombre y de la mujer y la intrínseca sociabilidad humana en toda su profundidad: “Ser persona a imagen y semejanza de Dios comporta… existir en relación con el otro “yo”, porque Dios mismo, uno y trino, es comunión del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.[5]

Las últimas líneas son también de Juan Pablo II en Mulieris dignitatem. Ya hemos meditado en la revelación del misterio de la Trinidad, que se nos hizo cuando Dios se presentó a la humanidad, encarnado en Jesucristo. Ahora la Iglesia nos dice que Jesucristo, en la revelación de la Trinidad, no sólo nos reveló el misterio de la Trinidad, sino que nos reveló también que el hombre está llamado al amor, que su vocación es el amor. Es una revelación de la inmensa dignidad y de la libertad del ser humano y de la intrínseca sociabilidad humana en toda su profundidad: “Ser persona a imagen y semejanza de Dios comporta… existir en relación con el otro “yo”, porque Dios mismo, uno y trino, es comunión del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.

De manera que es propio, es esencial a la naturaleza humana el estar inclinados a la relación con los demás, el ser sociable. Y de nuevo nos recuerda la Iglesia, que el ser sociable lo recibimos los humanos, del hecho de haber sido criados a imagen y semejanza de Dios, uno y Trino, comunidad de amor.

Sigamos leyendo el segundo párrafo del Nº 34:

En la comunión de amor que es Dios, en la que las tres Personas divinas se aman recíprocamente y son el Único Dios, la persona humana está llamada a descubrir el origen y la meta de su existencia y de la historia.

De manera que la respuesta a las preguntas que el hombre se ha hecho y se sigue haciendo sobre el origen de su existencia, sobre el fin hacia el cual deben tender, él y la historia, la respuesta a esas preguntas esenciales, está en la clase de la vida íntima de Dios, que nos fue revelada en Jesucristo, quien nos dio a entender que las Tres divinas personas, que son el único Dios, viven en una comunión de amor.

Cita a continuación el Compendio las palabras del Concilio Vaticano II en la Constitución Pastoral Gaudium et Spes, palabras en las que ya nos detuvimos en la reflexión anterior y al comenzar ésta. No es malo repetir estas líneas para que se nos graben bien:

En el capítulo sobre la «comunidad de los hombres», de la Constitución pastoral Gaudium et spes, leemos: «El Señor, cuando ruega al Padre que “todos sean uno, como nosotros también somos uno” (Jn 17, 21-22), abriendo perspectivas cerradas a la razón humana, sugiere una cierta semejanza entre la unión de las personas divinas y la unión de los hijos de Dios en la verdad y en la caridad. Esta semejanza demuestra que el hombre, única criatura terrestre a la que Dios ha amado por sí misma, no puede encontrar su propia plenitud si no es en la entrega sincera de sí mismo a los demás. ». [6]

Y traigamos de nuevo a la memoria la conclusión que nos sugieren estas palabras del Concilio Vaticano II. Concluíamos que según esta enseñanza de la Iglesia, nuestra vocación es a la unidad, a ser uno, como Dios, que siendo tres personas distintas, es uno en el amor. Las palabras que añade más adelante el Papa son también para meditar: Decir que el hombre ha sido creado a imagen y semejanza de Dios  quiere decir también  que el hombre está llamado a existir «para» los demás, a convertirse en un don, decía Juan Pablo II. El párrafo de la Gaudium et Spes que acabamos de volver a leer, va en la misma dirección, cuando dice que: el hombre no puede encontrar su propia plenitud si no es en la entrega sincera de sí mismo a los demás.

Buscamos la plenitud donde no la podemos encontrar, cuando nos buscamos a nosotros mismos, nuestros propios intereses, olvidándonos de los demás. En los números siguientes el Compendio sigue desarrollando estas ideas. Sigamos con el Nº 35. Dice así:

La revelación cristiana proyecta una luz nueva sobre la identidad, la vocación y el destino último de la persona y del género humano.

Con frecuencia tratamos de encontrar en lugares equivocados, la respuesta a preguntas como: quiénes somos, es decir nuestra identidad, o cuál es nuestra vocación, hacia dónde nos debemos dirigir y hacia dónde deben tender la sociedad, la patria, el mundo. Los que creen que sus propias ideas son las modernas, las libres, las progresistas, cuando se apartan de los designios de Dios, llevan ellos mismos un camino equivocado, y cuando tienen el poder político de conducir a las naciones, llevan a la sociedad a su deterioro, a su destrucción, si no se corrige el rumbo. Es la revelación, es la Palabra de Dios, la que nos enseña el camino correcto para que el hombre, para que la sociedad, hagan realidad los designios, los planes de Dios. Ojalá se nos grabara muy hondo, que apartarnos de los planes de Dios no nos hace mejores. Al contrario, seguir los planes del hombre, si son distintos de los de Dios, es deteriorarnos a nosotros mismos. Y hoy, cada vez más, se aprueban leyes contra los designios de Dios, con la pretensión de que esas leyes defienden la dignidad y la libertad…

Continuemos con el Compendio en el mismo Nº 35:

La persona humana ha sido creada por Dios, amada y salvada en Jesucristo, y se realiza entretejiendo múltiples relaciones de amor, de justicia y de solidaridad con las demás personas, mientras va desarrollando su multiforme actividad en el mundo.

Esa es la clase de vida que deberíamos vivir. De modo que, mientras van desarrollando sus actividades en el mundo, las personas que al mismo tiempo vayan entretejiendo relaciones de amor, de justicia y de solidaridad con los demás, llevan el camino de su propio desarrollo, van hacia su propia plenitud personal. No siempre caemos en cuenta, pero si maltratamos a los demás, si somos injustos con ellos, si no somos solidarios, no sólo hacemos daño a los otros; nos hacemos daño a nosotros mismos. La imagen de Dios se va deteriorando en nosotros a medida que desaparece el amor.

Y las últimas líneas del Nº 35 dicen:

El actuar humano, cuando tiende a promover la dignidad y la vocación integral de la persona, la calidad de sus condiciones de existencia, el encuentro y la solidaridad de los pueblos y de las Naciones, es conforme al designio de Dios, que no deja nunca de mostrar su Amor y su Providencia para con sus hijos.

En estas palabras, está, de modo resumido, el plan de gobierno que se deberían proponer todos los políticos: promover la dignidad y la vocación integral de la persona, la calidad de sus condiciones de existencia, el encuentro y la solidaridad de los pueblos y de las Naciones. Realizar ese plan sería contribuir a que los designios de Dios se hicieran realidad.

 

Fernando Díaz del Castillo Z.

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[1]Es importante tener presente el pensamiento de la Iglesia sobre la globalización. Cfr. Presentación del Compendio por el Cardenal Sodano en el Compendio de la D.S.I. Pg. 8, Nº 3, donde dice: La humanidad reclama actualmente una mayor justicia al afrontar el vasto fenómeno de la globalización; siente viva la preocupación por la ecología y por una correcta gestión de las funciones públicas; advierte la necesidad de salvaguardar la identidad nacional, sin perder de vista el camino del derecho, y la conciencia de la unidad de la familia humana. (El subrayado es mío)

[2] Cfr. Cita del P. John L. Mckenzie, opus cit. Pg. 230 Traducido del inglés para esta reflexión por F.D.delC.

[3] Mckenzie, S.J., opus citatum, ibidem. La traducción es mía.

[4]Cfr. Programa transmitido por Radio María de Colombia el jueves 3 de noviembre de 2005, sobre el mensaje de la Conferencia Episcopal, Testigos de Esperanza, Nº 132

[5]Juan Pablo II, Mulieris dignitatem, 7

[6] Cita allí el Concilio a Lc 17,33: Quien intente guardar su vida, la perderá; y quien la pierda, la conservará.

Reflexión 16 Jueves 25 de mayo 2006

Compendio de la D.S.I. Repaso Nº 30-33

Al abrir este “blog” encuentra la “Reflexión” más reciente. En el margen derecho, en el rectángulo “Categorías”, encuentra en orden las  “Reflexiones” anteriores. Con un clic entre usted en la que desee.

Actitud de reflexión

Antes de continuar con el estudio del Compendio de la D.S.I. dispongámonos para nuestro estudio en una actitud de reflexión, de meditación. Es importante tener presente que sólo el estudio de la D.S.I. no nos vuelve mejores si lo tomamos como el estudio de una teoría, sólo como una actividad intelectual. Nuestra actitud de meditación puede hacer que este ejercicio sea diferente al estudio de la filosofía, no sea igual al esfuerzo que se hace por memorizar un relato, o comprender una fórmula matemática, porque la materia que tratamos es más elevada: es sobre Dios y su relación con el hombre.

Pidamos al Señor, por intercesión de la Santísima Virgen, que nos ayude a vivir la doctrina. Las reflexiones que hemos venido haciéndonos ayudan a conocer mejor a Dios, nuestro Creador y Padre, y nos conducen a mejorar nuestra relación con Él y con los demás. Nos animan a esforzarnos por vivir la vida de una manera nueva.

No nos quedemos sólo en el plano intelectual. No es suficiente conocer racionalmente la doctrina. San Ignacio de Loyola, al comenzar sus Ejercicios Espirituales advierte, que no el mucho saber harta y satisface el alma (ánima, en el lenguaje de la época), sino el sentir y gustar de las cosas internamente.[1] Que sea el Espíritu Santo quien nos enseñe cómo conseguir que la letra se convierta en el espíritu que vivifique nuestra acción.[2] Que podamos pasar de la simple comprensión racional, a sentir y gustar la doctrina internamente y a dar el salto a la acción, a la que nos lleve la fuerza del Espíritu Santo.

Volvamos unos pasos hacia atrás

Terminamos el estudio del tema Jesucristo, Cumplimiento del Designio del Amor del Padre. A este punto nos llevó el Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, después de haber presentado a nuestra consideración, cómo Dios ha sido para el hombre un Dios cercano. Para comenzar nos recordó que el hombre ha buscado a Dios a través del tiempo, en todas las culturas. El hombre se ha preguntado siempre por qué existe, de dónde viene y para qué. Y en esa búsqueda, Dios le salió al camino, le ha hablado, primero a través de la creación misma, que en todo el esplendor de la naturaleza es un reflejo de la belleza, de la sabiduría, de la majestad y del amor de Dios. Y allá en la antigüedad de la historia, en medio de esa vida agitada de la región de Babilonia, hubo un hombre de fe, Abraham, a quien el Creador habló, y por su respuesta incondicional, mereció que Dios lo escogiera como cabeza de una inmensa familia, que llegaría a convertirse en el Pueblo escogido por Dios, sólo por amor. A ese pueblo, Dios lo liberó de la esclavitud a la que había sido reducido en Egipto y le ofreció una Alianza, le entregó un código de conducta básico, el Decálogo. Y veíamos la importancia que tienen los 10 Mandamientos, pues nos indican el camino que debemos seguir para que se hagan realidad los planes originales de Dios.

Dios, diseñador de la naturaleza humana

Vivir de acuerdo con el Decálogo, es vivir una vida verdaderamente humana, de acuerdo con el diseño del Creador. Es muy importante tener presente que, en el diseño del hombre que Dios Creador concibió, tuvo como modelo su propio ser, pues nos hizo a su imagen y semejanza. Este punto es fundamental para comprender la naturaleza humana. No es suficiente tener en cuenta sólo la naturaleza material, orgánica, biológica, del hombre, para comprenderlo completamente. Es indispensable considerar también su dimensión teológica, trascendente, es decir, su relación con Dios, que es la que lo hace verdaderamente grande, distinto de los demás seres creados en nuestro universo. Somos de la familia de Dios…[3]

Esta realidad se pasa muchas veces por alto, y por eso se toman decisiones equivocadas en la ciencias biológicas y médicas, como si se pudiera manipular la vida humana igual que la materia inerte, las plantas o los animales. La ciencia sola no puede abarcar al ser humano en su integridad, de manera completa. Se requiere acudir a la ciencia de Dios, a la teología, para comprender del todo nuestra naturaleza humana, que en alguna forma participa de la vida de Dios, que le insufló su espíritu. Él es el dueño, y como hemos visto, ama infinitamente su obra. Ahora la mano del hombre quiere intervenir y modificar sus planes, por ejemplo, con el uso abusivo de la ingeniería genética. Las generaciones futuras verán los resultados…

Según se acepte o no el papel de Dios en relación con el hombre, la vida humana es muy diferente: sin Dios el hombre es sólo producto de la química, del la física, de la biología y su existencia termina el día en que su organismo deje de funcionar; con Dios el hombre es trascendente; cuando su cuerpo se rinde al natural desgaste de la materia, comienza una vida nueva que no termina.

La verdad sobre el hombre, según los designios de Dios, la encontramos en Su Palabra, en la Escritura. La teología, como una herramienta, como una ciencia auxiliar, nos ayuda a comprender la Revelación, la Palabra de Dios.

Nos explicó el Compendio, que estamos lejos de la imagen original del hombre como Dios lo diseñó, porque el hombre quiso independizarse de Dios y seguir sus propios planes. Esa ruptura, llamada pecado original, explica la situación de desorden de la creación. Nos explica el Compendio en el Nº 27, que la ruptura de la relación de comunión con Dios provoca, por una parte la fractura de la unidad interior de la persona humana y por otra, también la ruptura de la relación armoniosa entre los hombres, – por eso vivimos en una sociedad desintegrada, – y debemos añadir que, la separación de Dios, el ignorarlo, llega hasta provocar en los hombres una negligencia que se convierte en irrespeto y aun agresividad con la misma naturaleza. Y nos quejamos de los huracanes, de las inundaciones, de los cambios de clima…

En esa ruptura con los planes de Dios, -que es el pecado original,- nos dice la Iglesia que se debe buscar la raíz más profunda de todos los males que acechan a las relaciones sociales entre las personas humanas, de todas las situaciones que en la vida económica y política  atentan contra la dignidad de la persona, contra la justicia y contra la solidaridad[4].

Y Dios se nos volvió a aparecer en el camino de la historia

Dios ama tanto al hombre, que a pesar de la ingratitud de la criatura con su Hacedor, no lo dejó a su suerte. Como el hijo pródigo que se fue y dilapidó su herencia, el ser humano siguió descarriado por el camino del pecado, pero Dios se nos volvió a aparecer en el camino oscuro de nuestra historia y para darnos a conocer el extremo al que llega su amor, se hizo como uno de nosotros: hombre, en la persona de Jesucristo.

En palabras del Compendio de la D.S.I., El Rostro de Dios, revelado progresivamente en la historia de salvación resplandece plenamente en el Rostro de Jesucristo Crucificado y Resucitado. La Encarnación del Hijo de Dios no sólo nos reveló en su plenitud cuánto nos ama el Señor, – que lo había ido revelando en su acción, – desde la creación del hombre y la mujer a su imagen y semejanza. Es importante que nos vayan quedando grabadas de manera indeleble, las muestras evidentes de cuánto nos ama Dios, para que jamás dudemos de Él ni de su misericordia y correspondamos con nuestra vida a ese amor. Nuestras palabras y nuestro comportamiento, parecieran expresar muchas veces sólo respeto a Dios, lo cual está bien; o manifestamos temor, pero no expresan todo el amor que le debemos. Pareciera que el respeto y el temor a Dios estuvieran más arraigados en nosotros que nuestro amor a Él.

Al llamar al hombre a la vida, gratuitamente, lo rodeó,  también gratuitamente, de la naturaleza rica y llena de belleza, y nos puso como cultivadores y guardianes de los bienes de la creación[5]. Pero no se quedó allí el amor de Dios; en Jesucristo se cumplió el evento decisivo de la historia de Dios con los hombres: Jesús manifestó tangiblemente y de modo definitivo quién es Dios y cómo se comporta con los hombres.[6]

Eran esas palabras del Compendio de la D.S.I. Veíamos que la Iglesia nos enseña en este libro, que Jesucristo, el Verbo, la Palabra, es la Expresión de Dios, Él nos dio a conocer algo maravilloso, inimaginable: el Misterio que, antes de su venida, sólo se vislumbraba en el Antiguo Testamento: nos dio a conocer que Dios es Trinidad: Padre, Hijo y Espíritu Santo, realmente distintos y realmente uno, porque son comunión infinita de amor.

Sobre esta manifestación asombrosa del amor de Dios, hemos reflexionado antes. Esta consideración es fundamental para comprender las raíces de la Doctrina Social de Iglesia. Por eso esconveniente volver una vez más sobre ella.

El Hijo de Dios hecho hombre nos revela, hasta donde nuestro entendimiento tiene capacidad de entender,  algo del misterio de Dios en sí mismo, es decir, nos da a conocer algo de la vida íntima de Dios. El Verbo, la Palabra, es decir Jesucristo, nos dio a conocer cómo es Dios, al descubrirnos el misterio de la Trinidad; al darnos a conocer al Padre y al Espíritu Santo.

La Trinidad es una expresión de Amor

Al hablarnos del Padre, “El que me ha visto a mí, ha visto al Padre” (Jn 14,9), al enseñarnos a orar a su Padre, en el Padre Nuestro, nos reveló que la vida íntima de Dios es una relación de amor de las Tres Personas. Jesús vino a comunicarnos esa experiencia de su relación con el Padre y el Espíritu Santo, y nos enseñó que también nosotros estamos llamados, como hijos de Dios, criados a su imagen y semejanza, por una parte,  a una relación con la Trinidad y,  además,  por otra, a una vida de amor entre nosotros, en nuestra comunidad de hermanos, de familia, como hijos de Dios. No sólo entonces como imagen de Dios estamos llamados al amor fraterno, sino como hijos que somos de Dios.

Decíamos que el modo de vida de Dios, es decir la vida trinitaria de Dios que es Uno y Trino, es una expresión de vida de amor. Eso nos expresan los nombres mismos de la Trinidad que Jesús nos enseñó: los nombres de Padre y de Hijo, hablan por sí mismos de relación de Amor: amor de Padre, amor filial. La Escritura en el Antiguo Testamento nos había ido preparando para comprender el amor de Dios Padre. Por eso el salmista, por ejemplo en el Salmo 103 canta: Cual la ternura de un padre para con sus hijos, así de tierno es Yahvéh.

Recordábamos que cuando Jesús hablaba del Padre, nos revelaba que había una relación especial entre Dios Padre y Él. Jesús hablaba del Padre en forma cariñosa, tan familiar como cualquiera de nosotros habla de su papá, a quien ama y respeta; lo llamaba Abba, que es la forma cariñosa con que el niño judío llama a su papá; pero al mismo tiempo, Jesús nos revelaba que su relación con Dios Padre, era distinta a la de Dios Padre con nosotros. Él habló de ser ‘el’ Hijo, no de ser un hijo de Dios. [7] Eso en cuanto a los nombres del Padre y del Hijo, que nos indican que la vida de Dios es una vida de amorosa relación.

Repasemos también lo que nos enseña la Iglesia acerca del Espíritu Santo en la Vida Trinitaria. Nos dice la Iglesia que lo propio del Espíritu Santo es ser “comunión”, ser “amor”. Juan Pablo II nos enseñó en su encíclica Dominum et vivificantem, sobre el Espíritu Santo, que el Espíritu Santo es persona-amor. Amor es el nombre propio del Espíritu Santo. [8] Y añade que Dios, en su vida íntima ‘es amor´ (cf 1 Jn, 4, 8-16), amor esencial, común a las tres personas divinas. En esta misma Encíclica, el Papa Juan Pablo II afirma que el Espíritu Santo, como amor, es “el eterno don increado”, es decir que recibimos al Espíritu Santo, amor, que es un regalo. Y agrega que “el don del Espíritu’ significa una llamada a la amistad, en la que las trascendentales ‘profundidades de Dios’ están abiertas, en cierto modo, a la participación del hombre”[9]

De manera que, al darnos su amistad, Dios nos da la posibilidad de conocerlo y de vivir en cierto modo, su misma vida, una vida de amor. Sabemos que por el Bautismo nos es posible participar de la vida divina.[10] y [11]

Estas son las palabras de la Encíclica Dominum et vivificantem: En el marco de la ” Imagen y semejanza ” de Dios, ” el don del Espíritu ” significa, finalmente, una llamada a la amistad, en la que las trascendentales ” profundidades de Dios ” están abiertas, en cierto modo, a la participación del hombre. El Concilio Vaticano II enseña: “Dios invisible (cf. Col 1, 15; 1 Tim 1, 17) movido de amor, habla a los hombres como amigos, trata con ellos (cf. Bar 3, 38) para invitarlos y recibirlos en su compañía.”

Vamos a añadir una enseñanza más, ésta de Benedicto XVI en la audiencia general del 15 de noviembre de 2006. Dedicó su catequesis el Papa a la presencia del Espíritu Santo en nosotros según San Pablo. La frase que vamos a leer sigue la misma línea de las enseñanzas de Juan Pablo II, que acabamos de ver. Dijo Benedicto XVI:

(…) el otro aspecto típico del Espíritu que nos enseña san Pablo es su conexión con el Amor. El Espíritu es aquella potencia interior que armoniza el corazón de los creyentes con el corazón de Cristo y los mueve a amar a los hermanos como los ama Él”. El fruto del Espíritu es por tanto: amor, alegría y paz.[12]

Ya tenemos suficientes elementos para comprender mejor por qué el Amor es tan importante en la vida del cristiano. Volvamos a leer el último párrafo del Nº 31 del Compendio de la D.S.I., porque sintetiza de la mejor manera posible nuestra reflexión sobre la Trinidad y lo que ella significa en nuestra relación con Dios y entre nosotros. Esto dice el Nº 31

Con las palabras y con las obras y, de forma plena y definitiva, con su muerte y resurrección,[13]Jesucristo revela a la humanidad que Dios es Padre y que todos estamos llamados por gracia a hacernos hijos suyos en el Espíritu (Cf Rm 8,15; Ga 4,6), y por tanto hermanos y hermanas entre nosotros. Por esta razón la Iglesia cree firmemente “que la clave, el centro y el fin de toda la historia humana se halla en su Señor y Maestro”.

Estas últimas palabras están tomadas de la Gaudium et Spes, del Concilio Vaticano II, al final de la exposición preliminar, que trata sobre la “Situación del Hombre en el Mundo de Hoy” y nos dice que nos habla, el Concilio, Bajo la luz de Cristo, imagen de Dios invisible (…) para esclarecer el misterio del hombre y para cooperar en el hallazgo de soluciones que respondan a los principales problemas de nuestra época.[14]

La lógica del Amor cristiano

Vamos a seguir ahora nuestro estudio con el repaso del Nº 32 del Compendio, que estudiamos ya. Leámoslo de nuevo, dice así:

Contemplando la gratuidad y la sobreabundancia del don divino del Hijo por parte del Padre, que Jesús ha enseñado y atestiguado  ofreciendo su vida por nosotros, el Apóstol Juan capta el sentido profundo y la consecuencia más lógica de esta ofrenda:

Queridos, si Dios nos amó de esta manera, también nosotros debemos amarnos unos a otros. A Dios nadie lo ha visto nunca. Si nos amamos unos a otros, Dios permanece en nosotros y su amor ha llegado en nosotros a su plenitud (1 Jn 4, 11-12)

De manera que el Padre nos hizo el regalo nada menos que del Hijo. Y fue un don de verdad, no de palabras. Un don que el Hijo tomó tan en serio, que entregó su vida por nosotros. Él mismo lo dijo: “No hay mayor amor que dar la vida”. No fue un regalo de palabra solamente, nos dio su vida.

Reflexionábamos antes, que es bueno ahondar en la conclusión que saca San Juan, del hecho de que Dios nos haya amado de tal manera, que entregó por nosotros a su Hijo. Porque uno esperaría que la conclusión del Evangelista fuera que, si Dios nos amó hasta el extremo de darnos el don de su Hijo, nosotros debemos corresponder a Dios con nuestro amor, amándolo también hasta el extremo. Pero la conclusión de San Juan es que si Dios nos amó de esta manera, también nosotros debemos  amarnos unos a otros.

Es que la conclusión que esperaríamos como lógica, es la de la lógica puramente humana. Amor con amor se paga, decimos; sin embargo, las exigencias del Evangelio son distintas; de acuerdo con el Nuevo Testamento cuando uno ama a su prójimo, ama a Dios. El amor a Dios y el amor al prójimo, según el Evangelio no son dos sino uno solo. Lo que uno hace a su prójimo lo hace a Cristo, como encontramos en Mt 25, 40s y San Juan nos advierte, en 1 Jn 4, 20, que la prueba de que amamos a Dios es nuestro amor al prójimo, a nuestro hermano.[15]

El amor entre nosotros es una exigencia de Jesús

Nos explica a continuación el Compendio, que el amor entre nosotros es una exigencia de Jesús. Él definió el amor como un mandamiento nuevo y suyo. En Juan 13,34 se explica cuál es el mandamiento nuevo con estas palabras: como yo os he amado, así amaos también vosotros los unos a los otros. En nuestra reflexión sobre el significado de los 10 Mandamientos, vimos que, vivir de acuerdo con ellos, es el modo de hacer realidad los planes de Dios sobre el hombre. Es tan profundo esto de los planes de Dios con nosotros…El Compendio nos enseña que, la práctica del mandamiento del amor de hermanos, traza el camino  para vivir en Cristo la vida trinitaria en la Iglesia, Cuerpo de Cristo, y transformar con Él la historia  hasta su plenitud en la Jerusalén celeste.

En otras palabras: la manera de vivir nosotros en la tierra,  una vida como la vida de la Trinidad, que es vida de Amor, mientras llegamos a vivir la vida con Dios, plenamente, en el cielo,  es amándonos unos a otros como Jesús nos amó a nosotros. Ese es el modelo de vida. Nuestra vida será como la vida de Dios, en la Trinidad, si amamos a nuestros hermanos. Eso sí transformaría el mundo. Sería como vivir en el cielo. ¿No sería grandioso vivir plenamente el Evangelio?

Pero, en la práctica, en qué consiste este amor que transformaría el mundo? Lo meditamos en el Nº 33, que nos explica lo que significa el amor al que estamos llamados. Recordemos lo que veíamos en la reflexión pasada:

La ley del amor es la esencia de la ética cristiana

Nos dice el Compendio que el mandamiento del amor recíproco, constituye la ley de vida del pueblo de Dios. De manera que la ley del amor es la esencia de la ética cristiana, y su práctica debe distinguir al pueblo de Dios.[16] En el Pueblo de Dios tenemos una ley de vida, una ley fundamental: que es la ley del amor. Eso quiere decir, que la ley del amor recíproco debe inspirar, purificar y elevar todas las relaciones humanas en la vida social y política, nos explica la Iglesia. No sólo en nuestra vida privada debe guiarnos la ley del amor, sino también en la vida social y política.

¿Tarea difícil? Sí, no hay duda. Sabemos que el amor cristiano no es simplemente un amor sensible, romántico, para practicar a ratos. Habíamos comentado que un escriturista, el jesuita P. John L. Mckenzie, dice que la exigencia del amor cristiano es tan grande, que esta clase de amor solamente la llegamos a conocer por la revelación, y se aventura a afirmar que es un amor que sólo el cristiano es capaz de practicar.[17] Y no olvidemos que la caridad, el amor cristiano, es una de las tres virtudes divinas (teologales), que Dios nos da junto con la fe y la esperanza.[18]

Si queremos una descripción autorizada del amor cristiano, leamos la que nos ofrece San Pablo en su primera carta a los Corintios, en el capítulo 13, especialmente en los vv. 4-8. Si nos queremos examinar en la práctica del amor cristiano en nuestras relaciones, hagámoslo contrastando nuestro comportamiento, con la caridad descrita por San Pablo. Sin duda es muy exigente, pero nunca olvidemos que el cristiano tiene, a través de los sacramentos, la ayuda del Espíritu Santo que es fuerza. Solos no podemos, pero no vivimos solos, no actuamos solos.

El hombre está llamado a existir «para» los demás, a convertirse en un don (Juan Pablo II)

Enla reflexión anterior nos detuvimos también en la Carta Apostólica Mulieris Dignitatem, sobre la dignidad de la mujer, en la cual Juan Pablo II, además de explicar bellísimamente el amor de los esposos, que aparece en el libro del Génesis como preludio de la autorrevelación de Dios, Uno y Trino: unidad viviente en la comunión del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, en palabras del Papa-,[19] también añade que la unión a la que el hombre y la mujer están llamados, no se refiere sólo a la unión en el matrimonio. Volvamos a este texto que nos ayuda mucho a comprender el amor cristiano. Dice así:

Esta verdad concierne también a la historia de la salvación. A este respecto es particularmente significativa una afirmación del Concilio Vaticano II. En el capítulo sobre la «comunidad de los hombres», de la Constitución pastoral Gaudium et spes, leemos: «El Señor, cuando ruega al Padre que “todos sean uno, como nosotros también somos uno” (Jn 17, 21-22), abriendo perspectivas cerradas a la razón humana, sugiere una cierta semejanza entre la unión de las personas divinas y la unión de los hijos de Dios en la verdad y en la caridad. Esta semejanza demuestra que el hombre, única criatura terrestre a la que Dios ha amado por sí misma, no puede encontrar su propia plenitud si no es en la entrega sincera de sí mismo a los demás». (26)

Estas últimas palabras no las podemos ignorar; que “todos sean uno, como nosotros también somos uno, dice Juan Pablo II: no podemos encontrar nuestra plenitud si no es en la entrega sincera de nosotros mismos a los demás.[20]

Y poco más adelante añade Juan Pablo II:

Decir que el hombre ha sido creado a imagen y semejanza de Dios quiere decir también que el hombre está llamado a existir «para» los demás, a convertirse en un don.

Esto es doctrina católica, es lo que creemos y sobre lo que debemos fundar nuestro comportamiento, nuestra vida.

Era muy importante releer, degustar otra vez esta doctrina fundamental. En la próxima reflexión, si Dios quiere, continuaremos con los Nº 33 y 34.

Fernando Díaz del Castillo Z.

Escríbanos a: reflexionesdsi@gmail.com


[1] Ejercicios Espirituales, 2

[2] Véase lo que el Cardenal Ratzinger dice sobre la teología como ocupación intelectual en Sal de la Tierra, Edición Palabra, Madrid, 5ª edición, Pg. 14

[3] Cfr. Cuestiones actuales de Cristología y Eclesiología, en la Pg. 273 y Pg. 275. Cita allí Dominum et vivificanten a este respecto: Imagen y semejanza (…) significa no sólo racionalidad y libertad como propiedades constitutivas de la naturaleza humana, sino además, desde el principio, capacidad de una relación personal con Dios ‘yo’ y ‘tú’ y, consiguiente capacidad de alianzaque tendrá lugar con la comunicación salvífica de Dios al hombre…

[4] Compendio Nº 27, Gaudium et Spes Nº 13

[5] Compendio Nº 26

[6] Ibidem Nº 28

[7]Cfr. Ratzinger, Dios y el Mundo, Pg. 250

[8] Cfr. Cuestiones Actuales de Cristología y Eclesiología, , Pg. 272. Dice el autor, citando a Sto. Tomás: En sentido esencial, el de amor es nombre común a las tres divinas personas, pero “si se toma personalmente, es nombre propio del Espíritu Santo” St. Th. I q. 37, a.1 in corpore

[9]Ibidem Pg. 273. Cita allí el Nº 34 de la encíclica Dominum et vivificantem

[10]La Escritura dice que nacemos de Dios (Jn 1,13), que somos reengendrados (Jn 3,5; i Pe 1,3.23; Sant 1,18); que somos hijos, lo que supone una cierta participación de la naturaleza del Padre (Gal 3,26; 4,6s, etc). Cfr La Sagrada Escritura, Nuevo Testamento III, BAC 214, Pg. 307

[11] Copio aquí el texto completo del Nº 10 de la encíclica Dominum et vivificantem, de mayo 18, 1986, Fiesta de Pentecostés: Dios, en su vida íntima, ” es amor “, amor esencial, común a las tres Personas divinas. El Espíritu Santo es amor personal como Espíritu del Padre y del Hijo. Por esto ” sondea hasta las profundidades de Dios “, como Amor-don increado. Puede decirse que en el Espíritu Santo la vida íntima de Dios uno y trino se hace enteramente don, intercambio del amor recíproco entre las Personas divinas, y que por el Espíritu Santo Dios ” existe ” como don. El Espíritu Santo es pues la expresión personal de esta donación, de este ser-amor. Es Persona-amor. Es Persona-don.

Tenemos aquí una riqueza insondable de la realidad y una profundización inefable del concepto de persona en Dios, que solamente conocemos por la Revelación. Al mismo tiempo, el Espíritu Santo, consubstancial al Padre y al Hijo en la divinidad, es amor y don (increado) del que deriva como de una fuente (fons vivus) toda dádiva a las criaturas (don creado): la donación de la existencia a todas las cosas mediante la creación; la donación de la gracia a los hombres mediante toda la economía de la salvación. como escribe el apóstol Pablo: ” El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado”.

[12]Versiónd Radio Vaticano en su página en internet.

[13] Concilio Vaticano II, Const. Dogm. Dei Verbum, 4

[14]Gaudium et Spes, últimas líneas del Nº 10

[15] Cfr. John L. McKenzie, opus cit., Pg. 230

[16]Hech 2, 42-46

[17] Opus cit., Pg. 229

[18] Cfr. Reflexión anterior, cita del Cardenal Martini en Las Tres Virtudes del Cristiano que vigila

[19]Cfr. Mulieris dignitatis, Nº 7 y reflexión anterior

[20]Parece, según esto, que sólo es posible llegar a la “plenitud” de la humanidad, como Dios la “ideó”, en la relación de amor con los demás.El amor a los hermanos tiene que ser entonces nuestro ideal en la tierra, para algún día gozar de la vida divina en el cielo.

Reflexión 15 Jueves 18 de mayo, 2006

                              Compendio de la D.S.I. ( Nº 30-33)

                                 Antes de comenzar nuestro estudio, una invitación cordial

Para continuar ahora con el estudio del Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia dispongámonos en una actitud de reflexión, de meditación. Es importante tener presente que el solo estudio de la Doctrina Social de la Iglesia no nos vuelve mejores, si lo tomamos únicamente como el estudio de una teoría, sólo como una actividad intelectual. Por esta razón al comenzar nuestra reflexión pidamos al Señor, por intercesión de la Santísima Virgen, que nos ayude a vivir la doctrina. Nuestro estudio nos debe llevar a conocer mejor a Dios, nuestro Creador y Padre, y cómo debe ser nuestra relación con Él y con los demás. Eso nos debe animar a esforzarnos por vivir la vida de una manera nueva. No nos quedemos en el plano intelectual. Eso solo no nos hace mejores. Que sea el Espíritu Santo quien nos enseñe cómo conseguir que la letra se convierta en el espíritu que vivifique nuestra acción.[1]

Vivir de acuerdo con la Doctrina Social de la Iglesia exige una conversión interior. Para vivir la Doctrina Social tenemos que hacer nuestro el mandamiento del Amor. Y no siempre es fácil amar a todos nuestros hermanos como el Señor nos pide. Muchas veces hay que excusar, hay que perdonar. En el medio en que nos movemos a veces hay que hacer como si no hubiéramos oído o visto, hay que comprender las debilidades del ser humano. Eso nos pasa a todos y les pasa inclusive a los santos en su búsqueda de la perfección. Santa Teresita nos ofrece un bello ejemplo, en el trato que daba a una hermana de la que dice en la Historia de un Alma:

Hay en la comunidad una hermana que tiene el don de desagradarme en todo (…) Por eso, no queriendo ceder a la antipatía natural que sentía me dije que la caridad no ha de consistir en los sentimientos sino en las obras y puse todo mi empeño en hacer por esta hermana lo que hubiera hecho por la persona más amada.[2]

La Doctrina Social: compromiso con nuestra vocación de cristianos

 El verdadero compromiso se convierte en acción, en un modo de vivir y no se queda en ideas claras y palabras hermosas. Sería maravilloso que nuestro estudio de la Doctrina Social de la Iglesia nos llevara a una manera nueva de pensar y además, de actuar.

Benedicto XVI, antes de su ascenso al Pontificado, hablando sobre lo que es ser católico, afirmaba en el libro Sal de la Tierra, que el catolicismo sólo puede entenderse debidamente  poniéndose en camino. Pensamiento y vida son una misma cosa; no hay otro modo de entender lo católico, afirma el entonces Cardenal Ratzinger, en ese libro.[3]Podríamos decir algo así de la Doctrina Social de la Iglesia, que es parte esencial de la doctrina católica; que sólo poniéndose en camino se puede comprender debidamente. La D.S.I. es doctrina, es Evangelio, y el Evangelio no es sólo ideas, es espíritu que dirige nuestra acción, es la manera de vivir la vida.[4]

Hemos estado reflexionando sobre Dios y su amor por el hombre; sobre las relaciones de los hombres entre sí, basadas en el modelo de relación de Dios en su vida Trinitaria, y su relación de amor con la criatura. Leamos un párrafo del Cardenal Ratzinger sobre la relación Dios-criatura, que nos ayudará a profundizar en el tema que estamos tratando. Dice así en la obra Sal de la Tierra, en la página 25:

Lo esencial en la religión es la relación del hombre con el Desconocido que lo trasciende y al que la fe llama Dios, y la facultad del hombre de entrar en esta relación original por encima de lo sensible y de lo mensurable. El hombre vive de relacionarse, y la calidad de su vida depende de que sean justas sus relaciones esenciales –con el padre, la madre, el hermano, la hermana, etc. – o aquellas fundamentales que están escondidas en su ser. Pero si la primera de todas esas relaciones, es decir si la relación con Dios no es buena, entonces ninguna de las otras podrá ser buena. Yo diría que esta relación es, en definitiva, el verdadero contenido de la religión.

Jesús vino a comunicarnos la experiencia de su relación con el Padre y el Espíritu Santo y nos enseñó que estamos llamados como hijos de Dios, criados a su imagen y semejanza, a una relación con la Trinidad y a una vida de amor entre nosotros

En la reflexión anterior estudiamos losNº 30 y 31 del Compendio de la D.S.I. Vimos cómo, en palabras de ese documento, El Rostro de Dios, revelado progresivamente en la historia de salvación resplandece plenamente en el Rostro de Jesucristo Crucificado y Resucitado.

Con la Encarnación del Hijo de Dios, el Dios que hasta entonces había conocido el hombre a través de las obras de la creación y por su palabra a través de sus enviados los patriarcas y los profetas, y por su actuar en el Pueblo Escogido, apareció, visible, en el Rostro de Jesucristo, Dios hecho Hombre. Jesucristo, el Verbo, la Palabra, es la Expresión de Dios, Él nos dio a conocer el Misterio que antes de su venida sólo se vislumbraba: nos dio a conocer que Dios es Trinidad: Padre, Hijo y Espíritu Santo, realmente distintos y realmente uno, porque son comunión infinita de amor, nos dice el Compendio de la D.S.I.

Esta última frase sobre Dios, que es Trinidad, comunión infinita de amor, es muy importante para comprender la Doctrina Social. En la Sagrada Escritura no sólo se nos revela la obra maravillosa de Dios en favor de los hombres, sino que el Nuevo Testamento nos revela algo del misterio de Dios en sí mismo, es decir, de la vida misma de Dios. Nos dijo algo sobre cómo es Dios. Al descubrir el misterio de la persona de Cristo, Hijo de Dios, el mismo Cristo nos reveló al Padre y al Espíritu Santo.[5]

Jesús nos reveló que la vida íntima de Dios es una relación de amor de las Tres Personas. Lo que Jesús vino a comunicarnos fue esa experiencia de su relación con el Padre y el Espíritu Santo, y nos enseñó que nosotros estamos llamados también, como hijos de Dios, criados a su imagen y semejanza, por una parte, a una relación con la Trinidad y además, por ser imagen suya, a una vida de amor entre nosotros, en nuestra comunidad de hermanos, hijos de Dios.

Que Trinidad dice vida de amor nos expresan los nombres mismos de la Trinidad, que Jesús nos enseñó: los nombres de Padre y de Hijo, hablan por sí mismos de relación de Amor: amor de Padre, amor filial. Ya el Antiguo Testamento nos había presentado a Dios como un Padre amoroso. Cual la ternura de un padre para con sus hijos, así de tierno es Yahvéh, leemos en el Salmo 103.

Cuando Jesús hablaba del Padre nos revelaba una relación especial entre Dios Padre y Él. Es verdad que Jesús hablaba del Padre en forma cariñosa, tan familiar como cualquiera de nosotros habla de su papá, a quien ama y respeta, lo llamaba Abba, que es la forma cariñosa con que el niño judío llama a su papá;[6] pero al mismo tiempo, Jesús nos revelaba que su relación con Dios Padre era distinta a la de Dios con nosotros. Él habló de ser ‘el’ Hijo, no de ser un hijo de Dios. [7] Eso en cuanto a los nombres del Padre y del Hijo, que nos indican que la vida de Dios es una vida de amorosa relación.

Y el Espíritu Santo es

Y veamos lo que nos enseña la Iglesia sobre el Espíritu Santo en la Vida de la Trinidad. Nos dice la Iglesia que lo propio del Espíritu Santo es ser “comunión”, ser “amor”. Juan Pablo II nos enseñó en su encíclica Dominum et vivificantem, sobre el Espíritu Santo, que el Espíritu Santo es persona-amor. Amor es el nombre propio del Espíritu Santo, dice el Papa.[8] Y añade que Dios, en su vida íntima ‘es amor´ (cf 1 Jn, 4, 8-16), amor esencial, común a las tres personas divinas. En esta misma Encíclica, el Papa Juan Pablo II, siguiendo a San Agustín y a Santo Tomás, afirma que el Espíritu Santo, como amor, es “el eterno don increado”, es decir que recibimos al Espíritu Santo, Amor, como un regalo, como un don. Y agrega que “‘el don del Espíritu’ significa una llamada a la amistad, en la que las trascendentales ‘profundidades de Dios’ están abiertas, en cierto modo, a la participación del hombre”[9] De manera que, al darnos su amistad, Dios nos da la posibilidad de conocerlo y de vivir en cierto modo, su misma vida, una vida de amor. Sabemos que por el Bautismo nos es posible participar de la vida divina.[10]

Creo que ya entendemos por qué el Amor es tan importante en la vida del cristiano. El programa pasado lo terminamos con la lectura del último párrafo del Nº 31, que vamos a volver a leer ahora, porque sintetiza de la mejor manera posible nuestra reflexión sobre la Trinidad y lo que Ella significa en nuestra relación con Dios y entre nosotros. Esto dice el Nº 31:

Con las palabras y con las obras y, de forma plena y definitiva, con su muerte y resurrección,[11]Jesucristo revela a la humanidad que Dios es Padre y que todos estamos llamados por gracia a hacernos hijos suyos en el Espíritu (Cf Rm 8,15; Ga 4,6), y por tanto hermanos y hermanas entre nosotros. Por esta razón la Iglesia cree firmemente “que la clave, el centro y el fin de toda la historia humana se halla en su Señor y Maestro”.

Esta últimas palabras están tomadas de la Gaudium et Spes, del Concilio Vaticano II, al final de la exposición preliminar, que trata sobre la “Situación del Hombre en el Mundo de Hoy” y aclara que nos habla, – el Concilio, – Bajo la luz de Cristo, imagen de Dios invisible (…) para esclarecer el misterio del hombre y para cooperar en el hallazgo de soluciones que respondan a los principales problemas de nuestra época.

En nuestro estudio se nos ha ido abriendo el entendimiento para comprender cómo la Doctrina Social de la Iglesia es de una solidez y profundidad inmensas; que no se apoya simplemente en filosofías humanas ni en teorías políticas o sociológicas, sino en la Fe, en la revelación. Su último fundamento no es la palabra de hombres. En el desarrollo de la Doctrina Social iremos llegando a su aplicación práctica en la vida social, preparados con buenos fundamentos.

Sigamos ahora con el Nº 32 del Compendio, que nos explica las consecuencias de este llamamiento a ser hijos de Dios y por lo tanto hermanos entre nosotros. Dice así:

Contemplando la gratuidad y la sobreabundancia del don divino del Hijo por parte del Padre, que Jesús ha enseñado y atestiguado ofreciendo su vida por nosotros, el Apóstol Juan capta el sentido profundo y la consecuencia más lógica de esta ofrenda:

Queridos, si Dios nos amó de esta manera, también nosotros debemos amarnos unos a otros. A Dios nadie lo ha visto nunca. Si nos amamos unos a otros, Dios permanece en nosotros y su amor ha llegado en nosotros a su plenitud (1 Jn 4, 11-12)

La lógica cristiana es diferente

Fijémonos en algo muy interesante sobre la conclusión que saca San Juan del hecho de que Dios nos haya amado de tal manera, que entregó por nosotros a su Hijo; uno esperaría que la conclusión fuera que si Dios nos amó así, hasta el extremo, de igual manera nosotros debemos pagar amando a Dios hasta el extremo. Sin embargo, la conclusión es que si Dios nos amó de esta manera, también nosotros debemos amarnos unos a otros. Lo que sucede es que la conclusión que esperaríamos como lógica, es de la lógica puramente humana. Amor con amor se paga, decimos; pero las exigencias de la ética del Evangelio son distintas; según el Nuevo Testamento cuando uno ama a su prójimo, ama a Dios. El amor que se menciona en los dos mandamientos, el amor a Dios y el amor al prójimo, según el Evangelio no son dos sino uno solo. Lo que uno hace a su prójimo lo hace a Cristo, como encontramos en Mt 25, 40s, y San Juan observa, en 1 Jn 4, 20, que podemos probar que amamos a Dios sólo si amamos a nuestro hermano.[12]

Sigue luego el Compendio explicándonos, que el amor entre nosotros es una exigencia de Jesús. Él definió su mandamiento como un mandamiento nuevo y suyo. En Juan 13,34 se explica cuál es el mandamiento nuevo con estas palabras: Os doy un mandamiento nuevo (…) como yo os he amado, así amaos también vosotros los unos a los otros. Cuando estudiamos el significado de los 10 Mandamientos, vimos que su cumplimiento es el modo de hacer realidad los planes de Dios sobre el hombre. Bien, nos dice el Compendio que el mandamiento del amor recíproco, es decir el amor de hermanos, que debemos practicar, traza el camino para vivir en Cristo la vida trinitaria en la Iglesia, Cuerpo de Cristo, y transformar con Él la historia hasta su plenitud en la Jerusalén celeste.

Es decir que mientras llegamos a vivir plenamente la vida con Dios, en el cielo, la manera de vivir nosotros en la tierra, – una vida como la vida de la Trinidad, que es vida de Amor, – es amándonos unos a otros como Jesús nos amó a nosotros. Ese es el modelo, ese es el Camino.

El Amor, ley de vida…

El Nº 33 nos ilustra sobre lo que en la práctica debe significar el amor recíproco al que estamos llamados. Estas son las palabras del Compendio:

El mandamiento del amor recíproco, que constituye la ley de vida del pueblo de Dios, debe inspirar, purificar y elevar todas las relaciones humanas en la vida social y política: “Humanidad significa llamada a la comunión interpersonal”, porque la imagen y semejanza del Dios trino son la raíz de “todo el ethos humano… cuyo vértice es el mandamiento del amor.”

Veamos despacio este párrafo. De manera que el mandamiento del amor recíproco constituye la ley de vida del pueblo de Dios. La ley del amor es el centro, la esencia de la vida cristiana, que debe distinguir al pueblo de Dios. Si en la vida civil estamos obligados a observar la Constitución, con mayor razón, en el Pueblo de Dios, sus “ciudadanos”, tenemos una ley de vida, una ley fundamental, que es la ley del amor. Eso quiere decir, según el Compendio, que la ley del amor recíproco debe inspirar, purificar y elevar todas las relaciones humanas en la vida social y política. No sólo pues en nuestra vida privada debemos inspirarnos en la ley del amor, sino en la vida social y política.

¿Difícil? Sí, no hay duda. Un escriturista, el P. John L. Mckenzie, S.J., dice que la exigencia del amor cristiano es tan grande, que esta clase de amor solamente la llegamos a conocer por la revelación, y se aventura a afirmar que es un amor que sólo el cristiano es capaz de practicar.[13] El amor cristiano, como lo describe San Pablo en, 1 Cor 12, 9-21, sin duda es muy exigente, pero el cristiano tiene la ayuda del Espíritu Santo que es fuerza, a través de los sacramentos. El amor cristiano, la caridad, es un don divino, es una gracia que nos otorga Dios,[14] por eso tenemos que pedirlo. Si nos queremos examinar en la práctica del amor cristiano en nuestras relaciones, hagámoslo contrastando nuestro comportamiento con la caridad descrita por San Pablo. Así como pedimos a Dios que nos aumente la fe, pidamos que nos aumente el amor a Él y a nuestros hermanos.

En el Nº 33 el Compendio cita la Constitución Dogmática Lumen Gentium, del Concilio Vaticano II, cuando dice que la ley del amor recíproco constituye la ley de vida del pueblo de Dios. Allí, en el Capítulo II, en el Nº 9, nos enseña el Concilio que la Alianza con Israel fue preparación y figura de la alianza nueva y perfecta que había de pactarse en Cristo, y de la revelación completa que había de hacerse por el mismo Verbo de Dios hecho carne. El culmen de la revelación se dio en Cristo. Dios se nos dio a conocer personalmente en Cristo. De este Nuevo Pueblo añade más adelante la Lumen Gentium que Tiene por ley el nuevo mandato de amar como el mismo Cristo nos amó a nosotros (Jn 13,34). Sí, mis queridos lectores, amar a los demás como Cristo nos amó es nuestra Ley de Vida.

Cita también aquí el Compendio la Carta Apostólica de Juan Pablo II Mulieris dignitatem, sobre la Dignidad de la Mujer. Es bueno que nos detengamos un poquito en este documento. Voy a leer algunas líneas que se refieren al tema que estamos desarrollando, sobre las relaciones de amor que constituyen la Ley más importante del cristianismo. Dice así Juan Pablo II, en el Nº 7 de la carta Mulieris dignitatem,bajo el título:

Persona – Comunión – Don

Penetrando con el pensamiento el conjunto de la descripción del Libro del Génesis 2, 18-25, e interpretándolo a la luz de la verdad sobre la imagen y semejanza de Dios (cf. Gén 1, 26-27), podemos comprender mejor en qué consiste el carácter personal del ser humano, gracias al cual ambos —hombre y mujer— son semejantes a Dios. En efecto, cada hombre es imagen de Dios como criatura racional y libre, capaz de conocerlo y amarlo.

De manera que somos semejantes a Dios porque Él nos crió racionales y libres, y somos capaces de conocerlo y amarlo, pero, como decíamos hace un momento, no sólo por eso somos semejantes a Dios como nos explica a continuación el Papa:

Leemos además que el hombre no puede existir «solo» (cf. Gén 2, 18); puede existir solamente como «unidad de los dos» y, por consiguiente, en relación con otra persona humana. Se trata de una relación recíproca, del hombre con la mujer y de la mujer con el hombre. Ser persona a imagen y semejanza de Dios comporta también existir en relación con el otro «yo». Esto es preludio de la definitiva autorrevelación de Dios, Uno y Trino: unidad viviente en la comunión del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.

Es bellísima esta visión del amor humano, como aparece en el Génesis, y que según nos dice Juan Pablo II, es un preludio, un anuncio de lo que se nos habría de revelar con la Encarnación: que Dios es uno y Trino, y que la vida de Dios es una relación de amor, como vimos antes. Y sigue Juan Pablo II:

Al comienzo de la Biblia no se dice esto de modo directo. El Antiguo Testamento es, sobre todo, la revelación de la verdad acerca de la unicidad y unidad de Dios.[15] En esta verdad fundamental sobre Dios, el Nuevo Testamento introducirá la revelación del inescrutable misterio de su vida íntima. Dios, que se deja conocer por los hombres por medio de Cristo, es unidad en la Trinidad: es unidad en la comunión. De este modo se proyecta también una nueva luz sobre aquella semejanza e imagen de Dios en el hombre de la que habla el Libro del Génesis. El hecho de que el ser humano, creado como hombre y mujer, sea imagen de Dios no significa solamente que cada uno de ellos individualmente es semejante a Dios como ser racional y libre; significa además que el hombre y la mujer, creados como «unidad de los dos» en su común humanidad, están llamados a vivir una comunión de amor y, de este modo, reflejar en el mundo la comunión de amor que se da en Dios, por la que las tres Personas se aman en el íntimo misterio de la única vida divina. El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo —un solo Dios en la unidad de la divinidad— existen como personas por las inexcrutables relaciones divinas. Solamente así se hace comprensible la verdad de que Dios en sí mismo es amor (cf. 1 Jn 4, 16).

Sigamos leyendo a Juan Pablo II: La imagen y semejanza de Dios en el hombre, creado como hombre y mujer (por la analogía que se presupone entre el Creador y la criatura), expresa también, por consiguiente, la «unidad de los dos» en la común humanidad. Esta «unidad de los dos», que es signo de la comunión interpersonal, indica que en la creación del hombre se da también una cierta semejanza con la comunión divina («communio»). Esta semejanza se da como cualidad del ser personal de ambos, del hombre y de la mujer, y al mismo tiempo como una llamada y tarea. Sobre la imagen y semejanza de Dios, que el género humano lleva consigo desde el «principio», se halla el fundamento de todo el «ethos» humano. El Antiguo y el Nuevo Testamento desarrollarán este «ethos», cuyo vértice es el mandamiento del amor.[16]

Fijémonos en estas últimas palabras: nos dice el Papa que la semejanza del hombre con Dios es al mismo tiempo una llamada y una tarea. Que, Sobre la imagen y semejanza de Dios, que el género humano lleva consigo desde el «principio», se halla el fundamento de todo el «ethos» humano. El Antiguo y el Nuevo Testamento desarrollarán este «ethos», cuyo vértice es el mandamiento del amor.

Al decir que el fundamento del ethos humano está en que el ser humano es imagen y semejanza de Dios, se refiere a que la semejanza con Dios y el amor, son el fundamento, el espíritu, de todos los valores y actitudes cristianos; el espíritu, los valores y actitudes constituyen el ethos[17]. Entonces, la semejanza con Dios y el amor son la base sobre la cual se debe construir el modo de vida del hombre; las relaciones humanas se deben construir sobre el fundamento de la semejanza del ser humano con Dios.

La carta Mulieris Dignitatem explica a continuación, en el Nº 26, que la unión a la que el hombre y la mujer están llamados, no se refiere sólo a la unión en el matrimonio. Dice así:

Esta verdad concierne también a la historia de la salvación. A este respecto es particularmente significativa una afirmación del Concilio Vaticano II. En el capítulo sobre la «comunidad de los hombres», de la Constitución pastoral Gaudium et spes, leemos: «El Señor, cuando ruega al Padre que “todos sean uno, como nosotros también somos uno” (Jn 17, 21-22), abriendo perspectivas cerradas a la razón humana, sugiere una cierta semejanza entre la unión de las personas divinas y la unión de los hijos de Dios en la verdad y en la caridad. Esta semejanza demuestra que el hombre, única criatura terrestre a la que Dios ha amado por sí misma, no puede encontrar su propia plenitud  si no es en la entrega sincera de sí mismo a los demás».

Esas son palabras mayores: no podemos encontrar nuestra plenitud si no es en la entrega sincera de nosotros mismos a los demás.

Unas líneas más adelante añade Juan Pablo II:

Decir que el hombre ha sido creado a imagen y semejanza de este Dios  quiere decir también que el hombre está llamado a existir «para» los demás, a convertirse en un don.

Como vemos, esto no es filosofía, es teología, es doctrina católica, es lo que creemos y sobre lo que debemos fundar nuestro comportamiento, nuestra vida. La última parte del Nº 33 del Compendio, aplica esta profunda explicación sobre la unidad en el amor a que estamos llamados, a la situación actual del mundo. Dice así:

El moderno fenómeno cultural, social, económico y político de la interdependencia, que intensifica y hace particularmente evidentes los vínculos que unen a la familia humana, pone de relieve una vez más, a la luz de la Revelación,

Un nuevo modelo de unidad del género humano, en el cual debe inspirarse en última instancia la solidaridad. Este supremo modelo de unidad, reflejo de la vida íntima de Dios, Uno en tres personas, es lo que los cristianos expresamos con la palabra “comunión”.(Sollicitudo rei socialis, 40)

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[1]Véase lo que el Cardenal Ratzinger dice sobre la teología como ocupación teológica en Sal de la Tierra, Edición Palabra, Madrid, 5ª edición, Pg. 14

[2]Historia de un Alma, San Pablo, 1994, Capítulo X, Pg.361s Y véase también, Ratzinger, La Sal de la Tierra, Pg.14s

[3] Ratzinger, ibidem, Pg. 22

[4] Ibidem, Pg. 23

[5]Cfr. Cuestiones Actuales de Cristología y Eclesiología, Curso de Actualización Teológica Organizado por el Episcopado Colombiano 1999, La Teología del Espíritu Santo, P. José Arturo Domínguez Asensio, Pgs.268ss. En este curso intervino el Cardenal Ratzinger

[6] El P. John L. Mackenzie, S.J. dice en The Power and the Wisdom, An interpretation of the New Testament, Pg.132: Jesus himself has spoken of the Father in the most familiar terms. It is difficult to point out any difference in tone between the way Jesus speaks of his Father and the way any man would speak of a father whom he loves and respects.

[7]Cfr. Ratzinger, Dios y el Mundo, Pg. 250

[8] Cfr. Cuestiones Actuales de Cristología y Eclesiología, , Pg. 272. Encíclica Dominum et vivificantem, 10 .

[9]Ibidem Pg. 273. Cita allí el Nº 34 de la encíclica Dominum et vuvificantem

[10] La Escritura dice que nacemos de Dios (Jn 1,13), que somos reengendrados (Jn 3,5; i Pe 1,3.23; Sant 1,18); que somos hijos, lo que supone una cierta participación de la naturaleza del Padre (Gal 3,26; 4,6s, etc). Cfr La Sagrada Escritura, Nuevo Testamento III, BAC, Pg. 307

[11] Concilio Vaticano II, Const. Dogm. Dei Verbum, 4

[12] Cfr. John L. McKenzie, opus cit., Pg. 230

[13]Ibidem, Pg. 229

[14]Cfr. Carlo María Martini, Las Virtudes del Cristiano que Vigila, EDICEP,Pg. 116: (…) la caridad se distingue de las experiencias comunes, históricas, fenomenológicas, del amor entre los hombres; porque es gracia, es don de lo alto, surge de la fe y supera las conexiones humanas, en particular, en el caso del amor al enemigo, del perdón gratuito. Para amar a los enemigos, para perdonar gratuitamente es necesario algo más grande, que sólo nace de la cruz de Cristo.

[15]Unicidad: cualidad de único. Unidad: propiedad de todo ser, en virtud de la cual no puede dividirse sin que su esencia se destruya o altere. DRAE

[16] Mulieris Dignitatem, 25

[17] Cfr. Oxford SuperLex para Windows: ethos / “i:TA:s / n: the middle class ethos: los valores y las actitudes de la clase media; the ethos of free enterprise el espíritu de la libre empresa.