Reflexión 17, 1 de junio 2006

Compendio de la D.S.I. (Nº30-34)

La raíz del amor que debe distinguir al cristiano

En la reflexión anterior volvimos sobre el significado profundo de la revelación del misterio de la Santísima Trinidad y de la vida de las Tres Personas Divinas, que es una vida de amor; revelación que nos hizo Dios al encarnarse en Jesucristo. Fue maravilloso encontrar que la raíz del amor que debe distinguir al cristiano, y que es el fundamento de la Doctrina Social de la Iglesia, es precisamente la vida trinitaria, del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, que es una relación permanente de amor.

Aprendimos, en la carta apostólica Mulieris dignitatem, sobre la dignidad de la mujer, de Juan Pablo II, que haber sido creados a imagen y semejanza de Dios, no significa solamente que hayamos sido creados con el don de la razón y libres, sino además, con la capacidad de vivir entre nosotros una vida de amor, como la de las Tres Personas divinas. Los seres humanos estamos llamados a una especial relación con Dios, por el bautismo, y a la unión entre nosotros por la caridad.

De modo que estamos llamados todos a la unidad, a ser uno, como Dios, que es trino, y es uno en el amor. Más adelante añade el Papa: Decir que el hombre ha sido creado a imagen y semejanza de Dios quiere decir también que el hombre está llamado a existir «para» los demás, a convertirse en un don.

Recordemos otra conclusión a que llegamos en nuestra reflexión: El Compendio nos enseña que la práctica del mandamiento del amor de hermanos traza el camino para vivir en Cristo la vida trinitaria en la Iglesia, Cuerpo de Cristo, y transformar con Él la historia hasta su plenitud en la Jerusalén celeste.

Tengamos presente lo que significan estas palabras; nos enseña la Iglesia que la manera de vivir nosotros en la tierra una vida como la vida de la Trinidad, que es vida de Amor, mientras llegamos, algún día, a vivir plenamente la vida con Dios, en el cielo, es amándonos unos a otros como Jesús nos amó a nosotros. Ese es el modelo de vida. Nuestra vida será como es la vida de Dios, que es una relación de amor entre las tres personas de la Trinidad, si amamos a nuestros hermanos. Eso sí transformaría el mundo. Sería como vivir en el cielo. La vida de las tres personas de la Trinidad es una vida de amor. Como fuimos creados a imagen y semejanza de Dios, fuimos creados para vivir entre nosotros una vida de amor, a semejanza de la vida de Dios.

Esto es lo que creemos y en lo que debemos fundar nuestro comportamiento, nuestra vida.

Interdependencia, globalización, solidaridad

Nos quedaba pendiente la última parte del Nº 33 del Compendio, que aplica la profunda explicación sobre la unidad en el amor a que estamos llamados, a la situación actual del mundo. Leamos esta parte final:

El moderno fenómeno cultural, social, económico y político de la interdependencia, que intensifica y hace particularmente evidentes los vínculos que unen a la familia humana, pone de relieve una vez más, a la luz de la Revelación,

Un nuevo modelo de unidad del género humano, en el cual debe inspirarse en última instancia la solidaridad. Este supremo modelo de unidad, reflejo de la vida íntima de Dios, Uno en tres personas, es lo que los cristianos expresamos con la palabra “comunión”.

Las última líneas que acabo de leer, las toma el Compendio de la encíclica Sollicitudo rei socialis, de Juan Pablo II en el Nº 40, como un adelanto al tema de la solidaridad, tan caro a Juan Pablo II y que es uno de los principios de la Doctrina Social de la Iglesia, que se verá más adelante, en el Nº 42, y sobre todo en el Nº 192 y siguientes.

Vale la pena tener presente desde ahora, para cuando dediquemos más espacio al principio de la solidaridad, esta alusión del Compendio a la interdependencia cultural, social, económica y política entre pueblos y personas, que como advierte el Compendio, intensifica y hace particularmente evidentes los vínculos que unen a la familia humana.

Esta interdependencia entre pueblos y personas es una característica del fenómeno de la globalización, un hecho que se está presentando en muchos, si no en todos los órdenes de nuestra vida en sociedad, y que como hemos visto, debería estar orientado por la equidad, por el amor fraterno, pero lo domina ahora el poder de los más fuertes, como conducta contaminada por el pecado. Somos una inmensa familia, pero desunida; cada miembro piensa cómo hacer negocios con el otro, pero le interesa sólo obtener su propio beneficio.

Muy distinta sería la globalización basada en el principio de solidaridad. En ese caso podríamos hablar de una “globalización cristiana”. Como enseña el Compendio, este modelo de interdependencia pone de relieve Un nuevo modelo de unidad del género humano, en el cual debe inspirarse en última instancia la solidaridad. Este supremo modelo de unidad, reflejo de la vida íntima de Dios, Uno en tres personas, es lo que los cristianos expresamos con la palabra “comunión”.[1]

Es una lástima que esta visión cristiana de lo que debería ser la sociedad, que nos haría mucho más felices a todos, no llegue a las entidades que gobiernan la economía del mundo. Cada pueblo piensa sólo en cómo aprovechar la coyuntura en su propio beneficio, y no mira cómo se afecta al vecino. Aunque volvamos sobre el principio de la solidaridad en su momento, no sobra leer ahora, el Nº 40 de la encíclica Sollicitudo rei socialis, de Juan Pablo II, para que comprendamos la posición de la Iglesia en un asunto tan importante, como es la interdependencia de las naciones. Dice así la encíclica Sollicitudo rei socialis en el Nº 40:

La solidaridad es sin duda una virtud cristiana. Ya en la exposición precedente se podían vislumbrar numerosos puntos de contacto entre ella y la caridad, que es signo distintivo de los discípulos de Cristo. (Cf Juan 13,35)

Cita aquí Juan Pablo II las palabras del Señor en la Última Cena, cuando dijo a sus discípulos: En esto conocerán todos que sois discípulos míos: si os tenéis amor los unos a los otros. Y continúa el Santo Padre:

A la luz de la fe, la solidaridad tiende a superarse a sí misma, al revestirse de las dimensiones específicamente cristianas de gratuidad total, perdón y reconciliación. Entonces el prójimo no es solamente un ser humano, con sus derechos y su igualdad fundamental con todos, sino que se convierte en la imagen viva de Dios Padre, rescatada por la sangre de Jesucristo y puesta bajo la acción permanente del Espíritu Santo. Por tanto, debe ser amado, aunque sea enemigo, con el mismo amor con que lo ama el Señor, y por él se debe estar dispuesto al sacrificio, incluso extremo: «dar la vida por los hermanos»(cf. Jn 15,13).

Entonces la conciencia de la paternidad común de Dios, de la hermandad de todos los hombres en Cristo, «hijos en el Hijo», de la presencia y acción vivificadora del Espíritu Santo, conferirá a nuestra mirada sobre el mundo un nuevo criterio para interpretarlo. Por encima de los vínculos humanos y naturales, tan fuertes y profundos, se percibe a la luz de la fe un nuevo modelo de unidaddel género humano, en el cual debe inspirarse en última instancia la solidaridad. Este supremo modelo de unidad, reflejo de la vida íntima de Dios, Uno en tres Personas, es lo que los cristianos expresamos con la palabra «comunión». Esta comunión, específicamente cristiana, celosamente custodiada, extendida y enriquecida con la ayuda del Señor, es el alma de la vocación de la Iglesia a ser «sacramento»(…)

 Como podemos darnos cuenta, lo que la Iglesia nos enseña en los diferentes documentos es perfectamente coherente. Volvamos unas líneas atrás en esta cita de la Sollicitudo rei socialis, para que no se nos escape algo importante en tanta profundidad como tiene esta encíclica. Tratemos de degustar estas palabras internamente: Nos dice el Papa que La solidaridad es una virtud cristiana. Que entre la solidaridad y la caridad, que es signo distintivo de los discípulos de Cristo, hay numerosos puntos de contacto. Y nos enseña Juan Pablo II, que la solidaridad, entendida con los ojos del cristiano, está revestida de unas características muy propias de la caridad: la solidaridad es totalmente gratuita e incluye el perdón y la reconciliación. El amor cristiano eleva, dignifica la solidaridad puramente humana.

 

¿Hasta dónde llega la exigencia del amor cristiano?

 

Hemos repetido que la caridad cristiana es exigente. Sí que lo es. Comentamos que según un escriturista,[2] el amor cristiano es una virtud que por su exigencia, sólo el cristiano está en capacidad de practicar. Y la solidaridad cristiana está acompañada de la caridad, del amor cristiano que es, si imitamos a Cristo, generoso hasta el extremo. Por eso la solidaridad cristiana no busca recompensas, es gratuita, perdona y está pronta a la reconciliación; por eso estamos llamados a ser solidarios, aun con los enemigos. Es que si vemos a los demás con los ojos del cristiano, no los vemos simplemente como seres humanos. Como cristianos vemos a los demás con los ojos de la fe, que encuentra en ellos mucho más que a un ser evolucionado, inteligente, con habilidades y limitaciones. Porque, ¿qué son para nosotros las demás personas, sin importar su origen ni su raza ni su nacionalidad ni su ideología? Volvamos a leer las palabras de Juan Pablo II en el Nº 40 de la encíclica Sollicitudo rei socialis. Dice el Papa:

Entonces el prójimo no es solamente un ser humano, con sus derechos y su igualdad fundamental con todos, sino que se convierte en la imagen viva de Dios Padre, rescatada por la sangre de Jesucristo y puesta bajo la acción permanente del Espíritu Santo. Por tanto, debe ser amado, aunque sea enemigo, con el mismo amor con que lo ama el Señor, y por él se debe estar dispuesto al sacrificio, incluso extremo: «dar la vida por los hermanos»(cf. Jn 15,13).

 

El cristiano puede ser objeto del odio, pero no el sujeto que odia

 

A este propósito, nos ayuda mucho a comprender lo lejos que va el amor cristiano, esta explicación del escriturista que hemos citado, el P. John L. Mckenzie, S.J., quien dice:

Ayuda mucho releer el capítulo 5º de Mateo, que es quizás la mejor presentación de la paradójica locura del amor cristiano, como se practica en todo el Nuevo Testamento. Juan dijo que el cristiano no puede probar que ama a Dios, sino a través de su amor al hombre; Mateo deja muy claro que, realmente, el amor a Dios no se demuestra a no ser que la persona a la que se ama sea un enemigo. La frase que sigue es una conclusión muy interesante. Dice el P. Mckenzie: El Cristiano puede ser el objeto de la enemistad, pero no el sujeto; la persona que es amada deja de ser un enemigo.

 El sentido de esta afirmación es que el cristiano puede ser objeto del odio, pero no el sujeto que odia. A los cristianos pueden odiarnos, pero como cristianos no podemos odiar. Sigue el P. Mckenzie: “Amar al enemigo” es una contradicción; y algunos cristianos piensan que están obrando bien cuando dicen que aman a sus enemigos, pero con frecuencia tienen el cuidado de aclarar que esas personas siguen siendo sus enemigos. El cristiano ama a sus enemigos como Cristo amó al hombre, hostil a Dios. El cristiano es un agente de reconciliación, y un agente perseverante. Dios ha revelado al cristiano que en los demás seres humanos, pedazos de arcilla, hay un valor que no les pertenece por naturaleza. La razón pide moderación en el amor como en todas las cosas; en este caso, la fe destruye la moderación. La fe no tolera un amor moderado a nuestros hermanos, como no tolera un amor moderado entre Dios y el hombre.

Se necesita que palabras tan firmes como las que acabamos de escuchar, las diga un teólogo, un escriturista, para que tengan autoridad. Casi no hay allí una frase que no merezca volverse a leer y meditar. Termino esta cita con estas palabras que nos dejan pensando, y mucho: El cristiano sabe que su amor es la presencia activa de Dios en el mundo; si al cristiano le falta ese amor, quita la presencia de Dios del único lugar donde puede ponerlo.[3]

En otras palabras, cuando amamos al prójimo, nuestro amor hace presente a Dios en el mundo. Si no amamos, quitamos al mundo la posibilidad de que, por nuestra acción, se sienta la presencia activa de Dios.

Para ver a los demás, que, igual que nosotros, son arcilla, como imagen viva de Dios, y amarlos hasta el sacrificio, como nos dice el Papa, tenemos que dar un salto que sólo con la fe podemos dar. Porque necesitamos la fe para tener la conciencia de que Dios es nuestro Padre común, de que todos somos hermanos en Cristo, «hijos en el Hijo» y para tener conciencia de la presencia y acción vivificadora del Espíritu Santo. La fe nos hará capaces de mirar de otra manera el mundo  y de interpretarlo con un nuevo criterio. Y añadamos que para amar así no basta el amor humano; se necesita la virtud teologal de la caridad, que viene de Dios.

Podemos ver entonces el mundo con otros ojos; dice el Papa: Por encima de los vínculos humanos y naturales, tan fuertes y profundos, se percibe a la luz de la fe  un nuevo modelo de unidaddel género humano, en el cual debe inspirarse en última instancia la solidaridad. Este supremo modelo de unidad, reflejo de la vida íntima de Dios, Uno en tres Personas, es lo que los cristianos expresamos con la palabra «comunión». Esta comunión, específicamente cristiana, celosamente custodiada, extendida y enriquecida con la ayuda del Señor, es el alma de la vocación de la Iglesia a ser «sacramento» (…) Hasta allí Juan Pablo II.

 

La Iglesia: sacramento

Ya hace algún tiempo, en otro lugar, reflexionamos sobre el significado de la Iglesia como sacramento. [4] Para no dejar cabos sueltos, me referiré a este tema muy brevemente. Los que deseen ir a las fuentes, en la Lumen Gentium encuentran una amplia explicación sobre la Iglesia como comunidad y como sacramento. En el Catecismo, en el Nº 774 nos enseñan que la Iglesia tiene como Cabeza a Jesucristo y está llena del Espíritu Santo  que irriga su gracias a todos los miembros por medio de los sacramentos; los siete sacramentos son los signos y los instrumentos, mediante los cuales el Espíritu Santo distribuye la gracia de Cristo, que es la Cabeza de la Iglesia, en la Iglesia que es su Cuerpo. La Iglesia contiene y comunica, por medio de los sacramentos, la gracia invisible que ella significa. En este sentido la Iglesia es llamada «sacramento.

 

LA PERSONA HUMANA EN EL DESIGNIO DE AMOR DE DIOS

 

Hemos terminado nuestra reflexión de la parte del Compendio que tiene como título JESUCRISTO, CUMPLIMIENTO DEL DESIGNIO DEL AMOR DEL PADRE, y que comprendió 2 subtítulos: a) En Jesucristo se cumple el acontecimiento decisivo de la historia de Dios con los hombres y b) La revelación del Amor trinitario. Vamos a seguir ahora con el tema: LA PERSONA HUMANA EN EL DESIGNIO DE AMOR DE DIOS. Esta parte está subdivida en 4. La primera, que vamos a empezar ahora esa) El Amor trinitario, origen y meta de la persoque somos muchos y distintos en nuestro modo de ser,na humana.Seguirán luego tres partes más que llevan estos títulos: b) La salvación cristiana: para todos los hombres y de todo el hombre, c) El discípulo de Cristo como nueva criatura y d) Trascendencia de la salvación y  autonomía de las realidades terrenas. Estos temas van del Nº 34 al 49.

 

El Amor trinitario, origen y meta de la persona humana

Leamos el Nº 34:

La revelación en Cristo del misterio de Dios como Amor trinitario está unida a la revelación de la vocación de la persona humana al amor. Esta revelación ilumina la dignidad y la libertad personal del hombre y de la mujer y la intrínseca sociabilidad humana en toda su profundidad: “Ser persona a imagen y semejanza de Dios comporta… existir en relación con el otro “yo”, porque Dios mismo, uno y trino, es comunión del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.[5]

Las últimas líneas son también de Juan Pablo II en Mulieris dignitatem. Ya hemos meditado en la revelación del misterio de la Trinidad, que se nos hizo cuando Dios se presentó a la humanidad, encarnado en Jesucristo. Ahora la Iglesia nos dice que Jesucristo, en la revelación de la Trinidad, no sólo nos reveló el misterio de la Trinidad, sino que nos reveló también que el hombre está llamado al amor, que su vocación es el amor. Es una revelación de la inmensa dignidad y de la libertad del ser humano y de la intrínseca sociabilidad humana en toda su profundidad: “Ser persona a imagen y semejanza de Dios comporta… existir en relación con el otro “yo”, porque Dios mismo, uno y trino, es comunión del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.

De manera que es propio, es esencial a la naturaleza humana el estar inclinados a la relación con los demás, el ser sociable. Y de nuevo nos recuerda la Iglesia, que el ser sociable lo recibimos los humanos, del hecho de haber sido criados a imagen y semejanza de Dios, uno y Trino, comunidad de amor.

Sigamos leyendo el segundo párrafo del Nº 34:

En la comunión de amor que es Dios, en la que las tres Personas divinas se aman recíprocamente y son el Único Dios, la persona humana está llamada a descubrir el origen y la meta de su existencia y de la historia.

De manera que la respuesta a las preguntas que el hombre se ha hecho y se sigue haciendo sobre el origen de su existencia, sobre el fin hacia el cual deben tender, él y la historia, la respuesta a esas preguntas esenciales, está en la clase de la vida íntima de Dios, que nos fue revelada en Jesucristo, quien nos dio a entender que las Tres divinas personas, que son el único Dios, viven en una comunión de amor.

Cita a continuación el Compendio las palabras del Concilio Vaticano II en la Constitución Pastoral Gaudium et Spes, palabras en las que ya nos detuvimos en la reflexión anterior y al comenzar ésta. No es malo repetir estas líneas para que se nos graben bien:

En el capítulo sobre la «comunidad de los hombres», de la Constitución pastoral Gaudium et spes, leemos: «El Señor, cuando ruega al Padre que “todos sean uno, como nosotros también somos uno” (Jn 17, 21-22), abriendo perspectivas cerradas a la razón humana, sugiere una cierta semejanza entre la unión de las personas divinas y la unión de los hijos de Dios en la verdad y en la caridad. Esta semejanza demuestra que el hombre, única criatura terrestre a la que Dios ha amado por sí misma, no puede encontrar su propia plenitud si no es en la entrega sincera de sí mismo a los demás. ». [6]

Y traigamos de nuevo a la memoria la conclusión que nos sugieren estas palabras del Concilio Vaticano II. Concluíamos que según esta enseñanza de la Iglesia, nuestra vocación es a la unidad, a ser uno, como Dios, que siendo tres personas distintas, es uno en el amor. Las palabras que añade más adelante el Papa son también para meditar: Decir que el hombre ha sido creado a imagen y semejanza de Dios  quiere decir también  que el hombre está llamado a existir «para» los demás, a convertirse en un don, decía Juan Pablo II. El párrafo de la Gaudium et Spes que acabamos de volver a leer, va en la misma dirección, cuando dice que: el hombre no puede encontrar su propia plenitud si no es en la entrega sincera de sí mismo a los demás.

Buscamos la plenitud donde no la podemos encontrar, cuando nos buscamos a nosotros mismos, nuestros propios intereses, olvidándonos de los demás. En los números siguientes el Compendio sigue desarrollando estas ideas. Sigamos con el Nº 35. Dice así:

La revelación cristiana proyecta una luz nueva sobre la identidad, la vocación y el destino último de la persona y del género humano.

Con frecuencia tratamos de encontrar en lugares equivocados, la respuesta a preguntas como: quiénes somos, es decir nuestra identidad, o cuál es nuestra vocación, hacia dónde nos debemos dirigir y hacia dónde deben tender la sociedad, la patria, el mundo. Los que creen que sus propias ideas son las modernas, las libres, las progresistas, cuando se apartan de los designios de Dios, llevan ellos mismos un camino equivocado, y cuando tienen el poder político de conducir a las naciones, llevan a la sociedad a su deterioro, a su destrucción, si no se corrige el rumbo. Es la revelación, es la Palabra de Dios, la que nos enseña el camino correcto para que el hombre, para que la sociedad, hagan realidad los designios, los planes de Dios. Ojalá se nos grabara muy hondo, que apartarnos de los planes de Dios no nos hace mejores. Al contrario, seguir los planes del hombre, si son distintos de los de Dios, es deteriorarnos a nosotros mismos. Y hoy, cada vez más, se aprueban leyes contra los designios de Dios, con la pretensión de que esas leyes defienden la dignidad y la libertad…

Continuemos con el Compendio en el mismo Nº 35:

La persona humana ha sido creada por Dios, amada y salvada en Jesucristo, y se realiza entretejiendo múltiples relaciones de amor, de justicia y de solidaridad con las demás personas, mientras va desarrollando su multiforme actividad en el mundo.

Esa es la clase de vida que deberíamos vivir. De modo que, mientras van desarrollando sus actividades en el mundo, las personas que al mismo tiempo vayan entretejiendo relaciones de amor, de justicia y de solidaridad con los demás, llevan el camino de su propio desarrollo, van hacia su propia plenitud personal. No siempre caemos en cuenta, pero si maltratamos a los demás, si somos injustos con ellos, si no somos solidarios, no sólo hacemos daño a los otros; nos hacemos daño a nosotros mismos. La imagen de Dios se va deteriorando en nosotros a medida que desaparece el amor.

Y las últimas líneas del Nº 35 dicen:

El actuar humano, cuando tiende a promover la dignidad y la vocación integral de la persona, la calidad de sus condiciones de existencia, el encuentro y la solidaridad de los pueblos y de las Naciones, es conforme al designio de Dios, que no deja nunca de mostrar su Amor y su Providencia para con sus hijos.

En estas palabras, está, de modo resumido, el plan de gobierno que se deberían proponer todos los políticos: promover la dignidad y la vocación integral de la persona, la calidad de sus condiciones de existencia, el encuentro y la solidaridad de los pueblos y de las Naciones. Realizar ese plan sería contribuir a que los designios de Dios se hicieran realidad.

 

Fernando Díaz del Castillo Z.

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[1]Es importante tener presente el pensamiento de la Iglesia sobre la globalización. Cfr. Presentación del Compendio por el Cardenal Sodano en el Compendio de la D.S.I. Pg. 8, Nº 3, donde dice: La humanidad reclama actualmente una mayor justicia al afrontar el vasto fenómeno de la globalización; siente viva la preocupación por la ecología y por una correcta gestión de las funciones públicas; advierte la necesidad de salvaguardar la identidad nacional, sin perder de vista el camino del derecho, y la conciencia de la unidad de la familia humana. (El subrayado es mío)

[2] Cfr. Cita del P. John L. Mckenzie, opus cit. Pg. 230 Traducido del inglés para esta reflexión por F.D.delC.

[3] Mckenzie, S.J., opus citatum, ibidem. La traducción es mía.

[4]Cfr. Programa transmitido por Radio María de Colombia el jueves 3 de noviembre de 2005, sobre el mensaje de la Conferencia Episcopal, Testigos de Esperanza, Nº 132

[5]Juan Pablo II, Mulieris dignitatem, 7

[6] Cita allí el Concilio a Lc 17,33: Quien intente guardar su vida, la perderá; y quien la pierda, la conservará.