Reflexión 18 Jueves 8 de junio 2006

 Compendio de la D.S.I. Nº34-36


El acontecimiento extraordinario, decisivo en nuestra historia

Terminamos ya nuestra reflexión sobre la parte del Compendio de la D.S.I., que tiene como título JESUCRISTO, CUMPLIMIENTO DEL DESIGNIO DEL AMOR DEL PADRE,y queocupa del Nº 28 al 33. Vimos allí cómo por la Encarnación en Jesucristo, Dios se metió dentro de la humanidad, se hizo parte de nuestra historia al hacerse como uno más de nosotros en todo, menos en el pecado, y como dice el Compendio de la D.S.I., a) En Jesucristo se cumple el acontecimiento decisivo de la historia de Dios con los hombres. (Nº 28 y 29)

¡Cómo no va a ser el acontecimiento extraordinario, decisivo en nuestra historia, que Dios se hiciera hombre!; que Dios nos hiciera comprender su benevolencia e infinita misericordia, haciéndose parte de nuestra humanidad, asumiendo los rasgos humanos, en Jesús; que de manera visible, tangible, se hiciera presente y nos contara quién es Dios; y que Jesús, con su pasión, muerte y resurrección nos demostrara que Dios nos amó hasta el extremo. Y además, en la revelación del misterio de la Trinidad, – que había permanecido velado hasta la Encarnación del Hijo de Dios en la persona de Jesucristo, – nos reveló cómo es Dios; nos enseñó que no es un Dios solitario, que Dios es Uno y Trino: Padre, Hijo y Espíritu Santo, comunión infinita de amor.

Y Jesús, con su vida, su muerte y resurrección nos enseñó también cómo debe ser nuestra vida: una vida de amor verdadero entre nosotros. Nos enseñó que la manera de vivir una vida como la que vive la Trinidad, es viviendo una vida de amor. La Iglesia nos enseña en El Compendio, que la práctica del mandamiento del amor de hermanos, traza el camino para vivir en Cristo la vida trinitaria en la Iglesia, Cuerpo de Cristo, y transformar con Él la historia  hasta su plenitud en la Jerusalén celeste.

Recordemos lo que significan esas palabras; nos enseña la Iglesia que la manera de vivir nosotros en la tierra,  una vida como la vida de la Trinidad, que es vida de Amor, mientras llegamos a vivir plenamente la vida con Dios, en el cielo,  es amándonos unos a otros. Y ¿cómo debe ser ese amor? Como el de Jesús por nosotros, hasta el extremo. Nuestra vida será como es la vida de Dios: que es una relación de amor entre las tres personas de la Trinidad, si amamos a nuestros hermanos, como Jesús nos amó.

Una mirada a la intimidad de Dios mismo

A propósito de la revelación de la vida de amor de la Santísima Trinidad, Benedicto XVI  la mencionó,  de una manera sencilla y bella, en la celebración de la Vigilia de Pentecostés. Dijo que en Jesucristo, Dios mismo se hizo hombre y nos ha concedido, por así decirlo, dar una mirada a la intimidad de Dios mismo. Y allí vemos una cosa del todo inesperada: en Dios existe un Yo y un Tú. El Dios misterioso y lejano no es una infinita soledad, Él es un acontecimiento de amor.[1]

Dios no es soledad, es un acontecimiento de amor, palabras del mismo Benedicto XVI. Y añadamos algo que ya meditamos, sobre la implicación que este conocimiento de la vida de Dios tiene para nuestra propia vida: como fuimos creados a imagen y semejanza de Dios, fuimos creados para vivir entre nosotros una vida a semejanza de la vida de Dios. Nuestra vida no puede ser de soledad, de egoísmo, de egocentrismo, sino de amor.

Es que la revelación fue muy rica, como vamos viendo. Con las palabras y con las obras y, de forma plena y definitiva, con su muerte y resurrección, Jesucristo revela a la humanidad que Dios es Padre y que todos estamos llamados por gracia a hacernos hijos suyos en el Espíritu, y por tanto hermanos y hermanas entre nosotros[2]. Son palabras del Compendio, en el Nº 31. Ese mismo número terminaba haciéndonos caer en la cuenta de que la imagen y semejanza del Dios trino, con la que fuimos creados, es la raíz de los valores  que deben inspirar la vida cultural, social, económica y política. La revelación de la vida de Dios, Uno y Trino y la creación del hombre y de la mujer a imagen y semejanza de Dios, hacen evidentes los vínculos que unen a la humanidad,  que son de amor y solidaridad.

El diseño del hombre según el Creador

Después de esa explicación maravillosa del significado de la Encarnación de Dios en Jesucristo, seguimos la semana pasada con el tema: LA PERSONA HUMANA EN EL DESIGNIO DE AMOR DE DIOS. De manera que nos va  a enseñar la Iglesia, cómo es el diseño del hombre, ideado por Dios Creador. Comenzamos la primera parte, que tiene por título El Amor trinitario, origen y meta de la persona humana, en el Nº 34. Volvámoslo a leer:

La revelación en Cristo del misterio de Dios como Amor trinitario está unida a la revelación de la vocación de la persona humana al amor. Esta revelación ilumina la dignidad y la libertad personal del hombre y de la mujer y la intrínseca sociabilidad humana en toda su profundidad: “Ser persona a imagen y semejanza de Dios  comporta (…) existir en relación con el otro “yo”, porque Dios mismo, uno y trino, es comunión del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.[3]

Las últimas líneas que acabamos de leer, son de Juan Pablo II en su Carta apostólica Mulieris dignitatem. Después de haber meditado en la revelación del misterio de la Trinidad, que se nos hizo cuando Dios se presentó a la humanidad, encarnado en Jesucristo, ahora la Iglesia nos dice que Jesucristo, en la revelación de la Trinidad, no sólo nos reveló el misterio de Dios Uno y Trino, sino que nos reveló también que el hombre está llamado al amor, que su vocación es el amor. Es una revelación de la inmensa dignidad y de la libertad del ser humano y de la intrínseca sociabilidad humana en toda su profundidad, pues dice: “Ser persona a imagen y semejanza de Dios comporta (…) existir en relación con el otro “yo”, porque Dios mismo, uno y trino, es comunión del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.

Comprendemos entonces, que es esencial a la naturaleza humana nuestra inclinación a relacionarnos con los demás. Es propio del ser humano el ser sociable. De manera que, de nuevo nos recuerda la Iglesia, que el ser humano es sociable por naturaleza, por haber sido criado a imagen y semejanza de Dios, uno y Trino, comunidad de amor.

Sigamos leyendo el segundo párrafo del Nº 34:

En la comunión de amor que es Dios, en la que las tres Personas divinas se aman recíprocamente y son el Único Dios, la persona humana está llamada a descubrir el origen y la meta de su existencia y de la historia.

Nos dice entonces la Iglesia, que la respuesta a las preguntas esenciales que el hombre se ha hecho y se sigue haciendo, sobre el origen de su existencia, sobre el fin hacia el cual deben tender, él y la historia , la encontramos en la vida íntima de Dios, que nos fue revelada en Jesucristo, al darnos a entender que las Tres divinas personas, que son el único Dios, viven  en una comunión de amor.

Cita a continuación el Compendio las palabras del Concilio Vaticano II en la Constitución Pastoral Gaudium et Spes, palabras en las que ya nos detuvimos en la reflexión anterior y al comenzar éste. Volvamos a leer estas líneas para que las volvamos a  gustar internamente, las comprendamos mejor y se nos graben bien. Dice el Concilio, citado en el Compendio:

En el capítulo sobre la «comunidad de los hombres», de la Constitución pastoral Gaudium et spes, leemos: «El Señor, cuando ruega al Padre que “todos sean uno, como nosotros también somos uno” (Jn 17, 21-22), abriendo perspectivas cerradas a la razón humana, sugiere una cierta semejanza / entre la unión de las personas divinas y la unión de los hijos de Dios / en la verdad y en la caridad. Esta semejanza demuestra que el hombre, única criatura terrestre a la que Dios ha amado por sí misma, no puede encontrar su propia plenitud si no es en la entrega sincera de sí mismo a los demás ». [4]

El hombre está llamado a existir «para» los demás, a convertirse en un don

Traigamos de nuevo a la memoria la conclusión que nos sugieren estas palabras del Concilio Vaticano II. Según esta enseñanza de la Iglesia, nuestra vocación-, la vocación de la humanidad-, es a la unidad, a ser uno, como Dios, que siendo tres personas distintas, es uno en el amor. Y las palabras que añade el Papa Juan Pablo II son también para meditar: Decir que el hombre ha sido creado a imagen y semejanza de Dios / quiere decir también que el hombre está llamado a existir «para» los demás, a convertirse en un don. Y el párrafo de la Gaudium et Spes que acabamos de volver a leer, va en la misma dirección, cuando dice que: el hombre no puede encontrar su propia plenitud si no es en la entrega sincera de sí mismo a los demás: el hombre no puede encontrar su propia plenitud si no es en la entrega sincera de sí mismo a los demás, dice el Concilio.

No podemos encontrar nuestra plena realización si buscamos sólo nuestro beneficio. Recortamos nuestras posibilidades como personas,- algunos psicólogos dirían que, nos castramos, cuando nos encerramos en nuestro egoísmo, porque estamos diseñados para vivir con los demás, en comunidad, no para que nos encerremos en nosotros, solos. Muchas veces buscamos la plenitud donde no la podemos encontrar, cuando nos dedicamos únicamente a nosotros mismos, cuando todo lo hacemos buscando nuestros propios intereses, persiguiendo primero nuestra propia satisfacción, olvidándonos de los demás, o perjudicando a los demás.

En los números siguientes el Compendio sigue desarrollando estas ideas. Sigamos con el Nº 35, que dice así:

La revelación cristiana proyecta una luz nueva sobre la identidad, la vocación y el destino último de la persona y del género humano.

Con frecuencia tratamos de encontrar en lugares equivocados la respuesta a preguntas fundamentales, como: quiénes somos, – es decir cuál es nuestra identidad, – o cuál es nuestra vocación, a hacer qué, estamos llamados; hacia dónde nos debemos dirigir y hacia dónde deben tender la sociedad, la patria, el mundo.

Los que creen que sus propias ideas, así se aparten de los designios de Dios, son las modernas, las libres, las progresistas, llevan ellos mismos un mal camino, no van hacia donde deberían ir. Es más grave cuando esas personas tienen el poder político de conducir a las naciones, de aprobar leyes, de fallar en las Cortes, porque al aplicar su criterio equivocado llevan a la sociedad a su deterioro, a su destrucción, si no se corrige el rumbo a tiempo.

Es la revelación, es la Palabra de Dios, la que nos enseña el camino correcto para que el hombre, para que la sociedad, hagan realidad los planes de Dios. Ojalá se nos grabara muy hondo, que apartarnos de los planes de Dios no nos hace mejores. Al contrario, seguir los planes del hombre, si son distintos de los de Dios, es deteriorarnos a nosotros mismos. Y hoy, cada vez más, se aprueban leyes contra los designios de Dios, con la pretensión de que esas leyes defienden la dignidad y la libertad. Duele encontrar, a veces, a personas inteligentes, estudiosas, que se olvidan del lugar de Dios en la vida en sociedad, siendo que el hombre está diseñado por Dios; y creen que el hombre se puede manejar con independencia de quien lo hizo, haciendo a un lado esos designios, esos planes del Creador. Es la soberbia del pecado original.

Dios no es soledad, es relación con otros y nosotros somos su imagen

Esa revelación asombrosa sobre la vida íntima de Dios, tiene implicaciones de fondo en nuestra vida, porque el Creador nos hizo a su imagen y semejanza, de manera que tenemos que vivir de modo semejante al que nos hizo, y nuestro Creador no es soledad, es relación con otros, es relación de Amor.  

Continuemos con el Compendio en el mismo Nº 35:

La persona humana ha sido creada por Dios, amada y salvada en Jesucristo, y se realiza entretejiendo múltiples relaciones de amor, de justicia y de solidaridad con las demás personas, mientras va desarrollando su multiforme actividad en el mundo.

Esa es la clase de vida a la que estamos llamados para que alcancemos nuestra plena realización. Viviendo nuestra vida nos hacemos como personas.  Nos podemos imaginar la clase de personas que resultarán de aquellos que mientras van desarrollando sus actividades normales en el mundo, van  entretejiendo relaciones de amor, de justicia y de solidaridad con los demás. Esas personas llevan al mismo tiempo el camino de su propio desarrollo, van hacia su propia plenitud personal. Hay ejemplos que asombran. Pensemos en uno muy claro, que como es de nuestro tiempo, todo el mundo ha oído hablar de él; el de La Beata Madre Teresa de Calcuta; en su cuerpo físicamente frágil y poco o nada atractivo, operaba un alma gigante, de una fuerza inmensa para actuar, para construir, para amar. Y el mundo la admiró y la amó. Es que ella amó a los enfermos, a los ancianos, a los moribundos, porque descubrió en ellos el rostro de Jesucristo; vio que eran imagen de Dios, y al vivir así, al dejar actuar en ella al Espíritu, al Amor, también en ella fue resplandeciendo la imagen de Dios.[5]

Nosotros, no siempre caemos en cuenta de que, si maltratamos a los demás, si somos injustos con ellos, si no somos solidarios, no sólo hacemos daño a los otros. Nos hacemos daño a nosotros mismos. La imagen de Dios se va deteriorando en nosotros, a medida que en nuestro actuar desaparece el amor.

Y sigamos con las últimas líneas del Nº 35 que dicen:

El actuar humano, cuando tiende a promover la dignidad y la vocación integral de la persona, la calidad de sus condiciones de existencia, el encuentro y la solidaridad de los pueblos y de las Naciones, es conforme al designio de Dios, que no deja nunca de mostrar su Amor y su Providencia para con sus hijos.

 En estas palabras está, de modo resumido, el plan de gobierno que se deberían proponer los políticos de todo el mundo: promover la dignidad y la vocación integral de la persona, la calidad de sus condiciones de existencia, el encuentro y la solidaridad de los pueblos y de las Naciones. Realizar ese plan sería contribuir a que los designios de Dios se hicieran realidad. Si fuera ese el marco de los planes de desarrollo, de los programas de integración de las naciones, el mundo se estaría rigiendo por los planes de Dios.

Vamos a seguir ahora nuestra reflexión en el Nº 36. Dice:

Las páginas del primer libro de la Sagrada Escritura, que describen la creación del hombre y de la mujer a imagen y semejanza de Dios (cf. Gn 1, 26-27), encierran una enseñanza fundamental acerca de la identidad y la vocación de la persona humana.

Y a continuación la Iglesia nos explica en el Compendio cuál es la enseñanza fundamental sobre la identidad y la vocación del ser humano que encontramos en el Génesis. Esas palabras de la Sagrada Escritura nos enseñan que la creación del hombre y de la mujer es un acto libre y gratuito de Dios. Nadie lo obligó, ni nadie lo podía obligar, y tampoco Dios creó para satisfacer una necesidad.[6] Nuestra existencia es un regalo que quiso hacernos Dios en su libérrima voluntad. Los creyentes somos conscientes de este regalo de Dios. Por eso se lo agradecemos todos los días. En las diversas formas de oraciones de la mañana que nos enseñaron de niños decimos todos los días: Os doy gracias por haberme creado.

El hombre y la mujer, por haber sido creados libres e inteligentes, constituyen el creado de Dios

Además de la enseñanza sobre el acto creador, que fue libre y gratuito, nos enseña la Iglesia que el hombre y la mujer, por haber sido creados libres e inteligentes, constituyen el creado de Dios. Comprendemos esto mejor, si recordamos las palabras de Benedicto XVI en la Vigilia de Pentecostés, que citamos más arriba. Para explicarnos la revelación de Dios, como Uno y Trino, el Papa dijo que: cuando Dios se encarnó en Jesucristo, nos concedió dar una mirada a su vida íntima, y encontramos algo inesperado: que en Dios existe un Yo y un Tú. Y que El Dios misterioso y lejano no es una infinita soledad, Él es un acontecimiento de amor.

Dios, al crear al hombre y a la mujer a imagen suya, nos creó con capacidad de entrar en relación con Él, de participar de su vida divina, como ya lo hemos meditado antes. En toda relación se necesita un “yo” y además, otro; un “yo” y un “tú”. Podemos ser el otro, el “tú”, en la relación con Dios. Constituimos para Dios el tú creado. La dignidad del ser humano es inmensa, porque está en condiciones de entablar una relación con Dios.

Y continúa el Compendio profundizando en estas enseñanzas. Añade luego, en el mismo Nº 36, que sólo en la relación con Dios podemos descubrir y realizar el significado auténtico y pleno de nuestra vida personal y social.

 De manera que si nos separamos de Dios, impedimos nuestra plena realización personal y social. Nos hacemos un daño inmenso. A veces escuchamos de alguien, que se ha alejado de Dios, porque dice estar enfadado con Él, porque no le concedió algo; por sus palabras pareciera que esa persona pensara que, al alejarse está castigando a Dios, y no se da cuenta de que se está castigando a sí misma. Tengamos presente que, sólo en la relación con Dios, podemos descubrir y realizar el significado pleno de nuestra vida personal y social.

Termina así el Nº 36: ellos (se refiere al hombre y la mujer), precisamente en su complementariedad y reciprocidad, son imagen del Amor trinitario en el universo creado.

 No pensamos mucho en la dignidad del matrimonio como imagen del amor trinitario, y la Iglesia nos lo enseña. Y las últimas palabras del Nº 36 nos dicen cuál es, en consecuencia, el encargo que el Creador nos da, cual es nuestro compromiso. Dice así: a ellos, como cima de la creación, el Creador les confía la tarea de ordenar la naturaleza creada según su designio. (cf Gn 1,28)

 De manera que la misión del hombre y de la mujer es ordenar la naturaleza creada según el designio de Dios.

En el versículo 28 del capítulo 1 del Génesis, la Sagrada Escritura transmite la bendición de Dios al hombre y a la mujer con la fecundidad y el dominio sobre lo creado. Son estas las palabras del Génesis: Y bendíjolos Dios, y díjoles Dios: «Sed fecundos y multiplicaos y henchid la tierra y sometedla; mandad en los peces del mar y en las aves de los cielos y en todo animal que serpea sobre la tierra.»  Como acabamos de leer, la Iglesia nos aclara que el Creador nos confía la tarea de ordenar la naturaleza según su designio. Este encargo de Dios lo explica el Compendio en el Nº 37.


[1]El texto completo de Benedicto XVI se puede encontrar en Zenit, en la Vigilia de Pentecostés de 2006

[2]  Concilio Vat. II,  Dei Verbum, 4,Gaudium et Spes, 10. Sagrada Escritura:  Rm 8,15, Ga 4,6

[3]Juan Pablo II, Mulieris dignitatem, 7

[4] Cita allí el Concilio a Lc 17,33: Quien intente guardar su vida, la perderá; y quien la pierda, la conservará.

[5] Cfr. Madre Teresa, El Amor más Grande, Ediciones Urano, Páginas 39ss, El Amor, especialmente Pg.49: Necesitamos los ojos de la fe profunda para ver a Cristo en el cuerpo desgarrado y las ropas sucias bajo las cuales se esconde el más hermoso entre los hijos de los hombres.

[6]El Concilio Vaticano I declaró que Dios, «con libérrima decisión» (liberrimo consilio) y con voluntad libre de toda coacción(«voluntate ab omni necesítate libera»), realizó el acto creador; Dz 1783, 1805; cf Dz 706)La definición del Vaticano I se refiere primordialmente a la libertad de contradicción, según la cual Dios pudo crear o no crear(…)La Sagrada Escritura y la Tradición consideran el acto creador como una libre determinación tomada por Dios; Ps  135 (134),6: Yahvé hace cuanto quiere en los cielos y en la tierra; Apoc 4,11: Tú creaste todas las cosas, y por tu voluntad existen y fueron creadas; Cf. Ps 33 (32), Sap 9,1; 11,26; Eph 1,11 cf Ludwig Ott, Manual de Teología Dogmática, Herder, Pg 146 La Libertad del Acto Divino Creador