Compendio de la D.S.I. Nº37
Lo que las fiestas de la Ascensión, Pentecostés y la Santísima Trinidad
Nos dicen sobre la Doctrina Social
En estos días hemos celebrado tres festividades muy importantes para nuestra vida cristiana, y que se relacionan mucho con nuestro estudio de la Doctrina Social de la Iglesia: la Ascensión del Señor, Pentecostés y la fiesta de la Santísima Trinidad. En El Catolicismo [1], el periódico de la arquidiócesis de Bogotá-, escribió la teóloga doctora Consuelo Vélez, unas interesantes consideraciones que podemos compartir con provecho para todos.
Se pregunta la doctora Vélez, si estas festividades tienen impacto en la vida de la gente; si esos días suponen algo más que solamente recitar las oraciones propias de esas festividades. Opina ella, que sin duda hay personas que siguen la dinámica de las fiestas religiosas, se dejan interpelar por ellas, van enriqueciendo sus vidas con el significado que tienen y renuevan su vida cristiana constantemente…pero que también hay un buen número de cristianos, para cuyas vidas, estas festividades no tienen trascendencia, fuera de acudir a la celebración litúrgica. Y pregunta entonces ¿Cómo hacer para que cada festividad suponga una verdadera renovación interior? Se requiere, como dice la doctora Vélez, ante todo, la gracia de Dios para que toque los corazones y los saque de la costumbre y la rutina (…) y les comunique la novedad de su presencia y el dinamismo de su espíritu. Sin embargo, esa renovación interior también supone una actitud interior de querer renovar la propia vivencia tanto para bien de nosotros mismos como de los que nos rodean.
Claro, para que se produzca en nosotros una renovación interior, es indispensable que la gracia nos toque el corazón; necesitamos el auxilio gratuito que Dios nos da para responder a su llamada,[2] pero, como somos libres, como nos podemos resistir a la gracia, se requiere también nuestra actitud interior de querer renovar nuestra vida, que es una disposición interior de conversión.
Tenemos que empezar por aceptar con humildad, nuestra necesidad de cambio, nuestra necesidad de conversión. Como decía San Agustín: Dios que te creó a ti, sin ti, no te salvará a ti, sin ti.[3]
Considerando el tema que hemos venido estudiando, son muy oportunas para nosotros las atinadas consideraciones que la teóloga, doctora Consuelo Vélez, hace sobre cómo las fiestas de la Ascensión y de Pentecostés deberían repercutir en nuestra vida. Sobre la festividad de la Santísima Trinidad comenta:
Dios es comunidad, no soledad
Y qué decir de la vida trinitaria, que no tiene otra manera de entenderse más que dando testimonio de que nuestro Dios es comunidad y que por eso nuestra vida es capaz de crear relaciones buenas, abiertas, sinceras, constructivas con los que nos rodean. Y termina su columna refiriéndose a la situación de Colombia, con estas palabras: El sueño que tenemos de un país en paz también depende de que nuestra vida cristiana sea viva, es decir, que se deje interpelar por los misterios que celebramos y los vivamos con más transparencia y profundidad.
Estas consideraciones están en consonancia con lo que hemos venido aprendiendo sobre la Doctrina Social de la Iglesia, que se basa en Dios que es Amor. Amor activo, creador, que se comunica y se da a los demás. Sobre esto seguiremos reflexionando hoy. Ojalá las consideraciones que venimos haciendo no se queden en el archivo de nuevos conocimientos, sino que, con la ayuda de la gracia, nos dejemos interpelar, nos confrontemos, y estemos dispuestos a cambiar; que no tengamos miedo a cambiar, si en algo tenemos que cambiar, y así nuestra fe sea vida. La vida de Dios es amor activo, que se da, y a esa clase de vida estamos llamados.
Terminamos ya el estudio del Nº 35 y continuamos con el Nº 36, del Compendio de la D.S.I. Vimos que el origen y la meta final de la persona humana es el Amor. Que el Amor sea nuestro origen y nuestro destino, nos lo reveló Jesucristo, Dios hecho hombre, quien, al darnos a conocer el misterio de la Trinidad, según la bella explicación de Benedicto XVI, nos concedió, dar una mirada a la vida íntima de Dios y encontramos algo inesperado: que en Dios existe un “Yo” y un “Tú”, que Dios no es soledad, que Dios es un acontecimiento de Amor.
Esa bella explicación que el Santo Padre nos había dado en la Vigilia de Pentecostés, la repitió después del rezo del Ángelus en la festividad de la Santísima Trinidad. Leamos una parte de sus palabras:
Gracias al Espíritu Santo, que ayuda a comprender las palabras de Jesús y guía hacia la verdad completa (Jn 14,26; 16,13), los creyentes pueden conocer, por así decirlo, la intimidad de Dios mismo, descubriendo que Él no es soledad infinita, sino comunión de luz y amor, vida donada y recibida en un eterno diálogo entre el Padre y el Hijo en el Espíritu Santo – Amante, Amado y Amor, por recordar a San Agustín.
Como hemos visto a lo largo de nuestras reflexiones, el último fundamento de la Doctrina Social de la Iglesia es que el ser humano es creado a imagen y semejanza de Dios y que, como Dios es Amor, el hombre, por ser imagen de Dios, sin importar su procedencia geográfica, ni su raza ni su nacionalidad, debería vivir una vida de diálogo de amor con los demás, como es la vida íntima de Dios: un diálogo amoroso del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, que son Tres Personas, pero Un solo Dios, en el Amor.
Las palabras del Papa dicen textualmente, que: Dios no es soledad infinita, sino comunión de luz y amor, vida donada y recibida en un eterno diálogo entre el Padre y el Hijo en el Espíritu Santo – Amante, Amado y Amor, por recordar a San Agustín. Recordemos que ya Juan Pablo II, en la Carta apostólica sobre la dignidad de la mujer, también recordando las palabras de San Agustín, decía que el nombre del Espíritu Santo es Amor. Aquí Benedicto XVI nombra a las Tres Personas de la Trinidad como Amante, (el Padre), Amado (el Hijo) y Amor, el Espíritu Santo.
Y como observamos que nuestro mundo, lleno de odios y de guerras no sobresale propiamente por el diálogo, nos ha explicado la Iglesia que el desorden existente tiene su raíz en el rompimiento del hombre con Dios, cuando el hombre quiso independizarse de su Creador, que es lo que conocemos como el pecado de origen. El hombre quiso “ser como Dios”, no sólo su imagen, sino igual a Él, y rompió con el que lo había creado. Es triste, pero el hombre de hoy pareciera querer reafirmar la primitiva decisión de separarse de Dios, con la aprobación de leyes contra los planes del Creador; promueve no sólo la separación de la Iglesia y del Estado, con lo cual la Iglesia esta de acuerdo, sino que promueve pueblos sin religión y estados contra la religión. Y la religión es como el puente que comunica este mundo humano con la otra dimensión, con la trascendente, la de Dios. Nos quieren destruir ese puente.
El dinamismo armónico del amor
Oigamos este otro párrafo de las palabras de Benedicto XVI, el domingo de la Santísima Trinidad:
Todo el universo, para quien tiene fe, habla de Dios Uno y Trino. Desde los espacios interestelares hasta las partículas microscópicas, todo lo que existe remite a un Ser que se comunica en la multiplicidad y variedad de los elementos, como en una inmensa sinfonía. Todos los seres están ordenados según un dinamismo armónico que podemos analógicamente llamar «amor». Pero sólo en la persona humana, libre y racional, este dinamismo se hace espiritual, se convierte en amor responsable, como respuesta a Dios y al prójimo en un don sincero de sí. En este amor el ser humano encuentra su verdad y su felicidad. Entre las diversas analogías del inefable misterio de Dios Uno y Trino que los creyentes tienen capacidad de entrever, desearía citar la de la familia. Ella está llamada a ser una comunidad de amor y de vida, en la cual las diversidades deben concurrir a formar una «parábola de comunión».
Veíamos también en la pasada reflexión, que, como nos enseña la iglesia, el ser humano se realiza plenamente, si en sus actividades en el mundo va construyendo relaciones de amor, no de odio; de justicia, no de egoísmo, y de solidaridad con los demás. Si creamos uniones, y no rupturas, amor, y no odio, vamos por el camino que Dios nos señaló. Y traíamos el ejemplo de la Beata Madre Teresa de Calcuta, a quien el mundo reconoció su gigantesca talla espiritual, al considerarla digna del premio Nobel, por su dedicación a los demás; y precisamente amó con predilección a aquellos a quienes la sociedad abandona: los ancianos, los enfermos, los moribundos. Ella les entregó su vida, los amó, como a imágenes de Dios. Descubrió en ellos el rostro de Jesús.
Traigamos de nuevo a la memoria la reflexión que hacíamos antes: si amamos a los demás, si vamos en nuestra vida entretejiendo relaciones de amor, de justicia y de solidaridad, también nos vamos realizando plenamente como personas; pero si hacemos daño a los demás, la imagen que somos de Dios, que es Amor, se va deteriorando, a medida que en nuestro actuar desaparece el amor. Hasta el rostro del que ama refleja alegría. El rostro del que odia transparenta amargura. Podemos decir, que el que ama de verdad, refleja mejor el rostro de Dios.
Nos explica también la Iglesia, como vimos en el Nº 36 del Compendio, que cuando en el Libro del Génesis se describen la creación del hombre y de la mujer, a imagen y semejanza de Dios, la Sagrada Escritura nos revela una enseñanza fundamental sobre la identidad y la vocación de la persona humana. Sobre nuestra identidad, es decir sobre quiénes somos, nos enseña la Escritura, que al crearnos a imagen y semejanza suya, Dios nos creó capaces de entablar una relación con Él y de participar de su vida divina.
Recordábamos que para que exista una relación, se necesita un “YO” y además el “OTRO”, un “TÚ”. Una relación implica necesariamente más de uno. Nosotros, por bondad de Dios, podemos constituir ese OTRO, ese Tú creado que puede entablar una relación con Dios. Es un inmenso privilegio.
Como Benedicto XVI nos explicó en la Vigilia de Pentecostés, en la vida íntima de Dios encontramos, por revelación de Jesucristo, que Dios no es un Ser solo, en Él existen un “Yo” y un “Tú”; que Dios es un acontecimiento de Amor, en palabras del Papa. La vida del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo es una relación de amor, Dios es amor. Naturalmente, Dios no necesita de nosotros, pero libre y gratuitamente nos creó y nos dio, no solamente el ser, como a los animales y a las plantas y a los demás seres del universo. Nos dio un ser con capacidad de amar y de relacionarnos con Dios. El Compendio de la D.S.I., añade que sólo en la relación con Dios podemos descubrir y realizar el significado pleno de nuestra vida personal y social.
Acabamos de estudiar el Nº 36 del Compendio de la D.S.I., que, en resumen, nos explica algo fundamental: quién es el hombre y cuál es la vocación a la que está llamado. Nos explica ese número, que fuimos creados por un acto libre y gratuito de Dios; que fuimos creados inteligentes y libres y que podemos entablar una relación con Dios. Nos enseña también, que solamente en la relación con Dios puede la persona humana, descubrir y realizar el significado auténtico y pleno de su vida personal y social.
En el Nº 37, sobre el que vamos a reflexionar ahora, la iglesia continúa la explicación del Nº 36, sobre realizar el significado pleno de nuestra vida personal y social. Como vimos ya, el Creador da al hombre y a la mujer el encargo de ordenar la naturaleza según su designio. Tamaña tarea nos encomendó: ordenar la naturaleza según sus planes.