Reflexión 15 Jueves 18 de mayo, 2006

                              Compendio de la D.S.I. ( Nº 30-33)

                                 Antes de comenzar nuestro estudio, una invitación cordial

Para continuar ahora con el estudio del Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia dispongámonos en una actitud de reflexión, de meditación. Es importante tener presente que el solo estudio de la Doctrina Social de la Iglesia no nos vuelve mejores, si lo tomamos únicamente como el estudio de una teoría, sólo como una actividad intelectual. Por esta razón al comenzar nuestra reflexión pidamos al Señor, por intercesión de la Santísima Virgen, que nos ayude a vivir la doctrina. Nuestro estudio nos debe llevar a conocer mejor a Dios, nuestro Creador y Padre, y cómo debe ser nuestra relación con Él y con los demás. Eso nos debe animar a esforzarnos por vivir la vida de una manera nueva. No nos quedemos en el plano intelectual. Eso solo no nos hace mejores. Que sea el Espíritu Santo quien nos enseñe cómo conseguir que la letra se convierta en el espíritu que vivifique nuestra acción.[1]

Vivir de acuerdo con la Doctrina Social de la Iglesia exige una conversión interior. Para vivir la Doctrina Social tenemos que hacer nuestro el mandamiento del Amor. Y no siempre es fácil amar a todos nuestros hermanos como el Señor nos pide. Muchas veces hay que excusar, hay que perdonar. En el medio en que nos movemos a veces hay que hacer como si no hubiéramos oído o visto, hay que comprender las debilidades del ser humano. Eso nos pasa a todos y les pasa inclusive a los santos en su búsqueda de la perfección. Santa Teresita nos ofrece un bello ejemplo, en el trato que daba a una hermana de la que dice en la Historia de un Alma:

Hay en la comunidad una hermana que tiene el don de desagradarme en todo (…) Por eso, no queriendo ceder a la antipatía natural que sentía me dije que la caridad no ha de consistir en los sentimientos sino en las obras y puse todo mi empeño en hacer por esta hermana lo que hubiera hecho por la persona más amada.[2]

La Doctrina Social: compromiso con nuestra vocación de cristianos

 El verdadero compromiso se convierte en acción, en un modo de vivir y no se queda en ideas claras y palabras hermosas. Sería maravilloso que nuestro estudio de la Doctrina Social de la Iglesia nos llevara a una manera nueva de pensar y además, de actuar.

Benedicto XVI, antes de su ascenso al Pontificado, hablando sobre lo que es ser católico, afirmaba en el libro Sal de la Tierra, que el catolicismo sólo puede entenderse debidamente  poniéndose en camino. Pensamiento y vida son una misma cosa; no hay otro modo de entender lo católico, afirma el entonces Cardenal Ratzinger, en ese libro.[3]Podríamos decir algo así de la Doctrina Social de la Iglesia, que es parte esencial de la doctrina católica; que sólo poniéndose en camino se puede comprender debidamente. La D.S.I. es doctrina, es Evangelio, y el Evangelio no es sólo ideas, es espíritu que dirige nuestra acción, es la manera de vivir la vida.[4]

Hemos estado reflexionando sobre Dios y su amor por el hombre; sobre las relaciones de los hombres entre sí, basadas en el modelo de relación de Dios en su vida Trinitaria, y su relación de amor con la criatura. Leamos un párrafo del Cardenal Ratzinger sobre la relación Dios-criatura, que nos ayudará a profundizar en el tema que estamos tratando. Dice así en la obra Sal de la Tierra, en la página 25:

Lo esencial en la religión es la relación del hombre con el Desconocido que lo trasciende y al que la fe llama Dios, y la facultad del hombre de entrar en esta relación original por encima de lo sensible y de lo mensurable. El hombre vive de relacionarse, y la calidad de su vida depende de que sean justas sus relaciones esenciales –con el padre, la madre, el hermano, la hermana, etc. – o aquellas fundamentales que están escondidas en su ser. Pero si la primera de todas esas relaciones, es decir si la relación con Dios no es buena, entonces ninguna de las otras podrá ser buena. Yo diría que esta relación es, en definitiva, el verdadero contenido de la religión.

Jesús vino a comunicarnos la experiencia de su relación con el Padre y el Espíritu Santo y nos enseñó que estamos llamados como hijos de Dios, criados a su imagen y semejanza, a una relación con la Trinidad y a una vida de amor entre nosotros

En la reflexión anterior estudiamos losNº 30 y 31 del Compendio de la D.S.I. Vimos cómo, en palabras de ese documento, El Rostro de Dios, revelado progresivamente en la historia de salvación resplandece plenamente en el Rostro de Jesucristo Crucificado y Resucitado.

Con la Encarnación del Hijo de Dios, el Dios que hasta entonces había conocido el hombre a través de las obras de la creación y por su palabra a través de sus enviados los patriarcas y los profetas, y por su actuar en el Pueblo Escogido, apareció, visible, en el Rostro de Jesucristo, Dios hecho Hombre. Jesucristo, el Verbo, la Palabra, es la Expresión de Dios, Él nos dio a conocer el Misterio que antes de su venida sólo se vislumbraba: nos dio a conocer que Dios es Trinidad: Padre, Hijo y Espíritu Santo, realmente distintos y realmente uno, porque son comunión infinita de amor, nos dice el Compendio de la D.S.I.

Esta última frase sobre Dios, que es Trinidad, comunión infinita de amor, es muy importante para comprender la Doctrina Social. En la Sagrada Escritura no sólo se nos revela la obra maravillosa de Dios en favor de los hombres, sino que el Nuevo Testamento nos revela algo del misterio de Dios en sí mismo, es decir, de la vida misma de Dios. Nos dijo algo sobre cómo es Dios. Al descubrir el misterio de la persona de Cristo, Hijo de Dios, el mismo Cristo nos reveló al Padre y al Espíritu Santo.[5]

Jesús nos reveló que la vida íntima de Dios es una relación de amor de las Tres Personas. Lo que Jesús vino a comunicarnos fue esa experiencia de su relación con el Padre y el Espíritu Santo, y nos enseñó que nosotros estamos llamados también, como hijos de Dios, criados a su imagen y semejanza, por una parte, a una relación con la Trinidad y además, por ser imagen suya, a una vida de amor entre nosotros, en nuestra comunidad de hermanos, hijos de Dios.

Que Trinidad dice vida de amor nos expresan los nombres mismos de la Trinidad, que Jesús nos enseñó: los nombres de Padre y de Hijo, hablan por sí mismos de relación de Amor: amor de Padre, amor filial. Ya el Antiguo Testamento nos había presentado a Dios como un Padre amoroso. Cual la ternura de un padre para con sus hijos, así de tierno es Yahvéh, leemos en el Salmo 103.

Cuando Jesús hablaba del Padre nos revelaba una relación especial entre Dios Padre y Él. Es verdad que Jesús hablaba del Padre en forma cariñosa, tan familiar como cualquiera de nosotros habla de su papá, a quien ama y respeta, lo llamaba Abba, que es la forma cariñosa con que el niño judío llama a su papá;[6] pero al mismo tiempo, Jesús nos revelaba que su relación con Dios Padre era distinta a la de Dios con nosotros. Él habló de ser ‘el’ Hijo, no de ser un hijo de Dios. [7] Eso en cuanto a los nombres del Padre y del Hijo, que nos indican que la vida de Dios es una vida de amorosa relación.

Y el Espíritu Santo es

Y veamos lo que nos enseña la Iglesia sobre el Espíritu Santo en la Vida de la Trinidad. Nos dice la Iglesia que lo propio del Espíritu Santo es ser “comunión”, ser “amor”. Juan Pablo II nos enseñó en su encíclica Dominum et vivificantem, sobre el Espíritu Santo, que el Espíritu Santo es persona-amor. Amor es el nombre propio del Espíritu Santo, dice el Papa.[8] Y añade que Dios, en su vida íntima ‘es amor´ (cf 1 Jn, 4, 8-16), amor esencial, común a las tres personas divinas. En esta misma Encíclica, el Papa Juan Pablo II, siguiendo a San Agustín y a Santo Tomás, afirma que el Espíritu Santo, como amor, es “el eterno don increado”, es decir que recibimos al Espíritu Santo, Amor, como un regalo, como un don. Y agrega que “‘el don del Espíritu’ significa una llamada a la amistad, en la que las trascendentales ‘profundidades de Dios’ están abiertas, en cierto modo, a la participación del hombre”[9] De manera que, al darnos su amistad, Dios nos da la posibilidad de conocerlo y de vivir en cierto modo, su misma vida, una vida de amor. Sabemos que por el Bautismo nos es posible participar de la vida divina.[10]

Creo que ya entendemos por qué el Amor es tan importante en la vida del cristiano. El programa pasado lo terminamos con la lectura del último párrafo del Nº 31, que vamos a volver a leer ahora, porque sintetiza de la mejor manera posible nuestra reflexión sobre la Trinidad y lo que Ella significa en nuestra relación con Dios y entre nosotros. Esto dice el Nº 31:

Con las palabras y con las obras y, de forma plena y definitiva, con su muerte y resurrección,[11]Jesucristo revela a la humanidad que Dios es Padre y que todos estamos llamados por gracia a hacernos hijos suyos en el Espíritu (Cf Rm 8,15; Ga 4,6), y por tanto hermanos y hermanas entre nosotros. Por esta razón la Iglesia cree firmemente “que la clave, el centro y el fin de toda la historia humana se halla en su Señor y Maestro”.

Esta últimas palabras están tomadas de la Gaudium et Spes, del Concilio Vaticano II, al final de la exposición preliminar, que trata sobre la “Situación del Hombre en el Mundo de Hoy” y aclara que nos habla, – el Concilio, – Bajo la luz de Cristo, imagen de Dios invisible (…) para esclarecer el misterio del hombre y para cooperar en el hallazgo de soluciones que respondan a los principales problemas de nuestra época.

En nuestro estudio se nos ha ido abriendo el entendimiento para comprender cómo la Doctrina Social de la Iglesia es de una solidez y profundidad inmensas; que no se apoya simplemente en filosofías humanas ni en teorías políticas o sociológicas, sino en la Fe, en la revelación. Su último fundamento no es la palabra de hombres. En el desarrollo de la Doctrina Social iremos llegando a su aplicación práctica en la vida social, preparados con buenos fundamentos.

Sigamos ahora con el Nº 32 del Compendio, que nos explica las consecuencias de este llamamiento a ser hijos de Dios y por lo tanto hermanos entre nosotros. Dice así:

Contemplando la gratuidad y la sobreabundancia del don divino del Hijo por parte del Padre, que Jesús ha enseñado y atestiguado ofreciendo su vida por nosotros, el Apóstol Juan capta el sentido profundo y la consecuencia más lógica de esta ofrenda:

Queridos, si Dios nos amó de esta manera, también nosotros debemos amarnos unos a otros. A Dios nadie lo ha visto nunca. Si nos amamos unos a otros, Dios permanece en nosotros y su amor ha llegado en nosotros a su plenitud (1 Jn 4, 11-12)

La lógica cristiana es diferente

Fijémonos en algo muy interesante sobre la conclusión que saca San Juan del hecho de que Dios nos haya amado de tal manera, que entregó por nosotros a su Hijo; uno esperaría que la conclusión fuera que si Dios nos amó así, hasta el extremo, de igual manera nosotros debemos pagar amando a Dios hasta el extremo. Sin embargo, la conclusión es que si Dios nos amó de esta manera, también nosotros debemos amarnos unos a otros. Lo que sucede es que la conclusión que esperaríamos como lógica, es de la lógica puramente humana. Amor con amor se paga, decimos; pero las exigencias de la ética del Evangelio son distintas; según el Nuevo Testamento cuando uno ama a su prójimo, ama a Dios. El amor que se menciona en los dos mandamientos, el amor a Dios y el amor al prójimo, según el Evangelio no son dos sino uno solo. Lo que uno hace a su prójimo lo hace a Cristo, como encontramos en Mt 25, 40s, y San Juan observa, en 1 Jn 4, 20, que podemos probar que amamos a Dios sólo si amamos a nuestro hermano.[12]

Sigue luego el Compendio explicándonos, que el amor entre nosotros es una exigencia de Jesús. Él definió su mandamiento como un mandamiento nuevo y suyo. En Juan 13,34 se explica cuál es el mandamiento nuevo con estas palabras: Os doy un mandamiento nuevo (…) como yo os he amado, así amaos también vosotros los unos a los otros. Cuando estudiamos el significado de los 10 Mandamientos, vimos que su cumplimiento es el modo de hacer realidad los planes de Dios sobre el hombre. Bien, nos dice el Compendio que el mandamiento del amor recíproco, es decir el amor de hermanos, que debemos practicar, traza el camino para vivir en Cristo la vida trinitaria en la Iglesia, Cuerpo de Cristo, y transformar con Él la historia hasta su plenitud en la Jerusalén celeste.

Es decir que mientras llegamos a vivir plenamente la vida con Dios, en el cielo, la manera de vivir nosotros en la tierra, – una vida como la vida de la Trinidad, que es vida de Amor, – es amándonos unos a otros como Jesús nos amó a nosotros. Ese es el modelo, ese es el Camino.

El Amor, ley de vida…

El Nº 33 nos ilustra sobre lo que en la práctica debe significar el amor recíproco al que estamos llamados. Estas son las palabras del Compendio:

El mandamiento del amor recíproco, que constituye la ley de vida del pueblo de Dios, debe inspirar, purificar y elevar todas las relaciones humanas en la vida social y política: “Humanidad significa llamada a la comunión interpersonal”, porque la imagen y semejanza del Dios trino son la raíz de “todo el ethos humano… cuyo vértice es el mandamiento del amor.”

Veamos despacio este párrafo. De manera que el mandamiento del amor recíproco constituye la ley de vida del pueblo de Dios. La ley del amor es el centro, la esencia de la vida cristiana, que debe distinguir al pueblo de Dios. Si en la vida civil estamos obligados a observar la Constitución, con mayor razón, en el Pueblo de Dios, sus “ciudadanos”, tenemos una ley de vida, una ley fundamental, que es la ley del amor. Eso quiere decir, según el Compendio, que la ley del amor recíproco debe inspirar, purificar y elevar todas las relaciones humanas en la vida social y política. No sólo pues en nuestra vida privada debemos inspirarnos en la ley del amor, sino en la vida social y política.

¿Difícil? Sí, no hay duda. Un escriturista, el P. John L. Mckenzie, S.J., dice que la exigencia del amor cristiano es tan grande, que esta clase de amor solamente la llegamos a conocer por la revelación, y se aventura a afirmar que es un amor que sólo el cristiano es capaz de practicar.[13] El amor cristiano, como lo describe San Pablo en, 1 Cor 12, 9-21, sin duda es muy exigente, pero el cristiano tiene la ayuda del Espíritu Santo que es fuerza, a través de los sacramentos. El amor cristiano, la caridad, es un don divino, es una gracia que nos otorga Dios,[14] por eso tenemos que pedirlo. Si nos queremos examinar en la práctica del amor cristiano en nuestras relaciones, hagámoslo contrastando nuestro comportamiento con la caridad descrita por San Pablo. Así como pedimos a Dios que nos aumente la fe, pidamos que nos aumente el amor a Él y a nuestros hermanos.

En el Nº 33 el Compendio cita la Constitución Dogmática Lumen Gentium, del Concilio Vaticano II, cuando dice que la ley del amor recíproco constituye la ley de vida del pueblo de Dios. Allí, en el Capítulo II, en el Nº 9, nos enseña el Concilio que la Alianza con Israel fue preparación y figura de la alianza nueva y perfecta que había de pactarse en Cristo, y de la revelación completa que había de hacerse por el mismo Verbo de Dios hecho carne. El culmen de la revelación se dio en Cristo. Dios se nos dio a conocer personalmente en Cristo. De este Nuevo Pueblo añade más adelante la Lumen Gentium que Tiene por ley el nuevo mandato de amar como el mismo Cristo nos amó a nosotros (Jn 13,34). Sí, mis queridos lectores, amar a los demás como Cristo nos amó es nuestra Ley de Vida.

Cita también aquí el Compendio la Carta Apostólica de Juan Pablo II Mulieris dignitatem, sobre la Dignidad de la Mujer. Es bueno que nos detengamos un poquito en este documento. Voy a leer algunas líneas que se refieren al tema que estamos desarrollando, sobre las relaciones de amor que constituyen la Ley más importante del cristianismo. Dice así Juan Pablo II, en el Nº 7 de la carta Mulieris dignitatem,bajo el título:

Persona – Comunión – Don

Penetrando con el pensamiento el conjunto de la descripción del Libro del Génesis 2, 18-25, e interpretándolo a la luz de la verdad sobre la imagen y semejanza de Dios (cf. Gén 1, 26-27), podemos comprender mejor en qué consiste el carácter personal del ser humano, gracias al cual ambos —hombre y mujer— son semejantes a Dios. En efecto, cada hombre es imagen de Dios como criatura racional y libre, capaz de conocerlo y amarlo.

De manera que somos semejantes a Dios porque Él nos crió racionales y libres, y somos capaces de conocerlo y amarlo, pero, como decíamos hace un momento, no sólo por eso somos semejantes a Dios como nos explica a continuación el Papa:

Leemos además que el hombre no puede existir «solo» (cf. Gén 2, 18); puede existir solamente como «unidad de los dos» y, por consiguiente, en relación con otra persona humana. Se trata de una relación recíproca, del hombre con la mujer y de la mujer con el hombre. Ser persona a imagen y semejanza de Dios comporta también existir en relación con el otro «yo». Esto es preludio de la definitiva autorrevelación de Dios, Uno y Trino: unidad viviente en la comunión del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.

Es bellísima esta visión del amor humano, como aparece en el Génesis, y que según nos dice Juan Pablo II, es un preludio, un anuncio de lo que se nos habría de revelar con la Encarnación: que Dios es uno y Trino, y que la vida de Dios es una relación de amor, como vimos antes. Y sigue Juan Pablo II:

Al comienzo de la Biblia no se dice esto de modo directo. El Antiguo Testamento es, sobre todo, la revelación de la verdad acerca de la unicidad y unidad de Dios.[15] En esta verdad fundamental sobre Dios, el Nuevo Testamento introducirá la revelación del inescrutable misterio de su vida íntima. Dios, que se deja conocer por los hombres por medio de Cristo, es unidad en la Trinidad: es unidad en la comunión. De este modo se proyecta también una nueva luz sobre aquella semejanza e imagen de Dios en el hombre de la que habla el Libro del Génesis. El hecho de que el ser humano, creado como hombre y mujer, sea imagen de Dios no significa solamente que cada uno de ellos individualmente es semejante a Dios como ser racional y libre; significa además que el hombre y la mujer, creados como «unidad de los dos» en su común humanidad, están llamados a vivir una comunión de amor y, de este modo, reflejar en el mundo la comunión de amor que se da en Dios, por la que las tres Personas se aman en el íntimo misterio de la única vida divina. El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo —un solo Dios en la unidad de la divinidad— existen como personas por las inexcrutables relaciones divinas. Solamente así se hace comprensible la verdad de que Dios en sí mismo es amor (cf. 1 Jn 4, 16).

Sigamos leyendo a Juan Pablo II: La imagen y semejanza de Dios en el hombre, creado como hombre y mujer (por la analogía que se presupone entre el Creador y la criatura), expresa también, por consiguiente, la «unidad de los dos» en la común humanidad. Esta «unidad de los dos», que es signo de la comunión interpersonal, indica que en la creación del hombre se da también una cierta semejanza con la comunión divina («communio»). Esta semejanza se da como cualidad del ser personal de ambos, del hombre y de la mujer, y al mismo tiempo como una llamada y tarea. Sobre la imagen y semejanza de Dios, que el género humano lleva consigo desde el «principio», se halla el fundamento de todo el «ethos» humano. El Antiguo y el Nuevo Testamento desarrollarán este «ethos», cuyo vértice es el mandamiento del amor.[16]

Fijémonos en estas últimas palabras: nos dice el Papa que la semejanza del hombre con Dios es al mismo tiempo una llamada y una tarea. Que, Sobre la imagen y semejanza de Dios, que el género humano lleva consigo desde el «principio», se halla el fundamento de todo el «ethos» humano. El Antiguo y el Nuevo Testamento desarrollarán este «ethos», cuyo vértice es el mandamiento del amor.

Al decir que el fundamento del ethos humano está en que el ser humano es imagen y semejanza de Dios, se refiere a que la semejanza con Dios y el amor, son el fundamento, el espíritu, de todos los valores y actitudes cristianos; el espíritu, los valores y actitudes constituyen el ethos[17]. Entonces, la semejanza con Dios y el amor son la base sobre la cual se debe construir el modo de vida del hombre; las relaciones humanas se deben construir sobre el fundamento de la semejanza del ser humano con Dios.

La carta Mulieris Dignitatem explica a continuación, en el Nº 26, que la unión a la que el hombre y la mujer están llamados, no se refiere sólo a la unión en el matrimonio. Dice así:

Esta verdad concierne también a la historia de la salvación. A este respecto es particularmente significativa una afirmación del Concilio Vaticano II. En el capítulo sobre la «comunidad de los hombres», de la Constitución pastoral Gaudium et spes, leemos: «El Señor, cuando ruega al Padre que “todos sean uno, como nosotros también somos uno” (Jn 17, 21-22), abriendo perspectivas cerradas a la razón humana, sugiere una cierta semejanza entre la unión de las personas divinas y la unión de los hijos de Dios en la verdad y en la caridad. Esta semejanza demuestra que el hombre, única criatura terrestre a la que Dios ha amado por sí misma, no puede encontrar su propia plenitud  si no es en la entrega sincera de sí mismo a los demás».

Esas son palabras mayores: no podemos encontrar nuestra plenitud si no es en la entrega sincera de nosotros mismos a los demás.

Unas líneas más adelante añade Juan Pablo II:

Decir que el hombre ha sido creado a imagen y semejanza de este Dios  quiere decir también que el hombre está llamado a existir «para» los demás, a convertirse en un don.

Como vemos, esto no es filosofía, es teología, es doctrina católica, es lo que creemos y sobre lo que debemos fundar nuestro comportamiento, nuestra vida. La última parte del Nº 33 del Compendio, aplica esta profunda explicación sobre la unidad en el amor a que estamos llamados, a la situación actual del mundo. Dice así:

El moderno fenómeno cultural, social, económico y político de la interdependencia, que intensifica y hace particularmente evidentes los vínculos que unen a la familia humana, pone de relieve una vez más, a la luz de la Revelación,

Un nuevo modelo de unidad del género humano, en el cual debe inspirarse en última instancia la solidaridad. Este supremo modelo de unidad, reflejo de la vida íntima de Dios, Uno en tres personas, es lo que los cristianos expresamos con la palabra “comunión”.(Sollicitudo rei socialis, 40)

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[1]Véase lo que el Cardenal Ratzinger dice sobre la teología como ocupación teológica en Sal de la Tierra, Edición Palabra, Madrid, 5ª edición, Pg. 14

[2]Historia de un Alma, San Pablo, 1994, Capítulo X, Pg.361s Y véase también, Ratzinger, La Sal de la Tierra, Pg.14s

[3] Ratzinger, ibidem, Pg. 22

[4] Ibidem, Pg. 23

[5]Cfr. Cuestiones Actuales de Cristología y Eclesiología, Curso de Actualización Teológica Organizado por el Episcopado Colombiano 1999, La Teología del Espíritu Santo, P. José Arturo Domínguez Asensio, Pgs.268ss. En este curso intervino el Cardenal Ratzinger

[6] El P. John L. Mackenzie, S.J. dice en The Power and the Wisdom, An interpretation of the New Testament, Pg.132: Jesus himself has spoken of the Father in the most familiar terms. It is difficult to point out any difference in tone between the way Jesus speaks of his Father and the way any man would speak of a father whom he loves and respects.

[7]Cfr. Ratzinger, Dios y el Mundo, Pg. 250

[8] Cfr. Cuestiones Actuales de Cristología y Eclesiología, , Pg. 272. Encíclica Dominum et vivificantem, 10 .

[9]Ibidem Pg. 273. Cita allí el Nº 34 de la encíclica Dominum et vuvificantem

[10] La Escritura dice que nacemos de Dios (Jn 1,13), que somos reengendrados (Jn 3,5; i Pe 1,3.23; Sant 1,18); que somos hijos, lo que supone una cierta participación de la naturaleza del Padre (Gal 3,26; 4,6s, etc). Cfr La Sagrada Escritura, Nuevo Testamento III, BAC, Pg. 307

[11] Concilio Vaticano II, Const. Dogm. Dei Verbum, 4

[12] Cfr. John L. McKenzie, opus cit., Pg. 230

[13]Ibidem, Pg. 229

[14]Cfr. Carlo María Martini, Las Virtudes del Cristiano que Vigila, EDICEP,Pg. 116: (…) la caridad se distingue de las experiencias comunes, históricas, fenomenológicas, del amor entre los hombres; porque es gracia, es don de lo alto, surge de la fe y supera las conexiones humanas, en particular, en el caso del amor al enemigo, del perdón gratuito. Para amar a los enemigos, para perdonar gratuitamente es necesario algo más grande, que sólo nace de la cruz de Cristo.

[15]Unicidad: cualidad de único. Unidad: propiedad de todo ser, en virtud de la cual no puede dividirse sin que su esencia se destruya o altere. DRAE

[16] Mulieris Dignitatem, 25

[17] Cfr. Oxford SuperLex para Windows: ethos / “i:TA:s / n: the middle class ethos: los valores y las actitudes de la clase media; the ethos of free enterprise el espíritu de la libre empresa.