Reflexión 72 Octubre 4, 2007

Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, N° 60 (II)

EVANGELIZACIÓN Y DOCTRINA SOCIAL

 

 

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Las Reflexiones que se publican aquí son originalmente programas transmitidos por Radio María de Colombia. Es un estudio de la Doctrina Social de la Iglesia, como se presenta en el libro Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, preparado por el Pontificio Consejo Justicia y Paz. Usted puede escucharlos los jueves a las 9:00 a.m., hora de Colombia. Puede sintonizar la radio por internet en www.radiomariacol.org

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Misión de la Iglesia y Doctrina Social

 

Continuemos el estudio del capítulo 2° del Compendio. Recordemos que este capítulo trata sobre la Misión de la Iglesia y  la Doctrina Social”. La reflexión pasada la dedicamos al primer punto: EVANGELIZACIÓN Y DOCTRINA SOCIAL, que empieza con un tema muy interesante y consolador que lleva por título: La Iglesia, morada de Dios con los hombres.

 

De manera que los temas que comenzamos son: la Misión de la Iglesia y la Doctrina Social o sea  la relación de la Evangelización con la Doctrina Social, y la presencia de la Iglesia en la vida del hombre contemporáneo.

 

Repasemos y ampliemos, el contenido de nuestra pasada reflexión.  Nos va a ayudar mucho el documento de Aparecida.

 

         La Iglesia, morada de Dios con los hombres, nos dice el N° 60 del Compendio y nos explica bellamente lo que quiere decir esa frase:

La Iglesia, partícipe de los gozos y de las esperanzas, de las angustias y de las tristezas de los hombres, es solidaria con cada hombre y cada mujer, de cualquier lugar y tiempo, y les lleva la alegre noticia del Reino de Dios, que con Jesucristo ha venido y viene en medio de ellos.

Todo lo verdaderamente humano, debe encontrar eco en nuestro corazón

 

Después de Aparecida, cuando vamos haciéndonos más conscientes de que somos discípulos de Cristo  y que tenemos la misión de llevar la Buena Noticia al mundo; cuando reafirmamos que somos Iglesia, nuestra actitud y nuestro comportamiento con los pobres y con los que sufren tienen que ser la actitud y el comportamiento de la Iglesia: es decir, tenemos que aprender a sentir como propios los gozos y los sufrimientos de nuestros hermanos y a obrar en consecuencia. Todo lo verdaderamente humano, debe encontrar eco en nuestro corazón. Como discípulos de Cristo, como Iglesia, no podemos ser indiferentes con los pobres y con los que sufren.

 

Comentábamos en la reflexión anterior, que la Iglesia nos dice:Yo estoy en medio de ustedes; sus angustias son mis angustias, sus tristezas, son también mis tristezas, y la Buena Noticia que les traigo es que Jesucristo resucitado está con todos nosotros; y añadíamos que ese es el mensaje que nuestra palabra, y sobre todo nuestra vida, deben transmitir.

 

Prestarle nuestras manos, nuestra palabra, nuestro corazón

 

 La presencia de cada cristiano en medio del mundo, debería llevar el mensaje del Señor: “No tengan miedo. Yo estoy con ustedes”; y nuestro comportamiento con los demás, especialmente con los pobres y con los que sufren, debería reflejar que es verdad, que no son sólo palabras, aquellas de: Nada hay verdaderamente humano que no encuentre eco en nuestro corazón. Jesús quiere estar presente con los pobres y los que sufren, por medio nuestro. Somos Iglesia, todos, y la Iglesia hace presente a Jesús resucitado en el mundo. Tenemos que prestarle nuestras manos, nuestra palabra, nuestro corazón.

 

Vimos también en la pasada reflexión que Evangelizar, – que es la misión de la Iglesia, – es construir el Reino, y que Evangelizar no es barnizar; es transformar en profundidad. Por eso, como nos enseñó Pablo VI en Evangelii nuntiandi, Evangelizar es prestar un servicio a la humanidad.[1]

Cambiar desde dentro

 

 

Lo que la Evangelización, la comunicación de la Buena Nueva trata de alcanzar, es que los hombres cambiemos desde dentro: cambiemos nuestro pensamiento, los criterios sobre los cuales juzgamos y decidimos, las fuentes en las cuales inspiramos nuestra acción, los modelos de vida que seguimos; que cambiemos nuestro modo de pensar, nuestras actitudes y nuestro comportamiento, cuando las fuerzas que nos mueven no estén de acuerdo con los planes de Dios para el hombre, como nos lo ha comunicado en su Palabra. Eso sería un cambio en profundidad y no sólo un barniz exterior. Pensar, juzgar, decidir, actuar, de acuerdo con el modelo que nos presenta el Evangelio.

 

El capítulo 8° de Aparecida  trata el tema del Reino de Dios y la Promoción de la Dignidad Humana, y destaca algunos grandes campos, prioridades y tareas para la misión de los discípulos de Jesucristo, hoy, en nuestro continente. Tengámoslos presentes, si de verdad queremos ser discípulos. Éstos deben ser algunos de los campos y tareas prioritarias en nuestro desempeño como obreros del Reino, según Aparecida:[2]

 

 Reino de Dios, Justicia Social y Caridad Cristiana

 

Sobre la construcción del Reino, la Justicia Social y la Caridad Cristiana, el documento de Aparecida insiste más de una vez en que no nos quedemos sólo en palabras. Dice en el N° 386:

 

Es oportuno recordar que el amor se muestra en las obras más que en las palabras (…). Los discípulos misioneros de Jesucristo tenemos la tarea prioritaria de dar testimonio del amor a Dios y al prójimo con obras concretas.

 

Y cita las palabras de San Alberto Hurtado, el jesuita chileno, apóstol social y de la juventud, quien decía: “En nuestras obras, nuestro pueblo sabe que comprendemos su dolor.”Y para que no pensemos que es suficiente la limosna que ocasionalmente podamos dar, añade Aparecida, en el N° 385, que Se requiere que las obras de misericordia estén acompañadas por la búsqueda de una verdadera justicia social y nos aclara la tarea de la política y de la Iglesia, en la consecución del orden justo de la sociedad. La Iglesia no puede asumir las tareas propias de la política, pero “no puede ni debe quedarse al margen en la lucha por la justicia”. [3]

La verdad sobre el ser humano y la dignidad de toda persona humana

 

El segundo campo de acción en la construcción del Reino, que nos propone Aparecida,  es proclamar en público y en privado y desde todas las instancias de la vida y misión de la Iglesia, la verdad sobre el ser humano y la dignidad de toda persona humana. La Iglesia se siente urgida por la  misión de entregar a nuestros pueblos la vida plena y feliz que Jesús nos trae, para que cada persona humana  viva de acuerdo con la dignidad que Dios le ha dado.[4]

 

Los estilos de ser y de vivir de la cultura actual

 

Como dice el mismo documento de Aparecida en el N° 387: La cultura actual tiende a proponer estilos de ser y de vivir contrarios a la naturaleza y dignidad del ser humano.

 

Esta es una realidad también en nuestro país, donde no sólo algunos de los grandes medios de comunicación  promueven estilos de vida contrarios a la dignidad de la persona humana, sino que desde el Ministerio de Protección Social, desde algunas Secretarías de Salud, y algunos parlamentarios ya reconocidos por su poco afecto a la Iglesia, lo mismo que algunos Alcaldes, secundan y a veces lideran, movimientos abortistas y pro eutanasia, por nombrar sólo algunas de las propuestas degradantes de la dignidad de la persona humana y del derecho inalienable de la vida, que hoy defienden en público quienes deberían ser abanderados de la defensa de la persona humana (Esto sucedía en el Ministerio de Salud en tiempos del ministro Diego Palacio. No puedo afirmar lo mismo del año 2012, cuando actualizo esta reflexión. Ciertamente la ctitud del actual Procurador General de la Nación, doctor Ordóñez, es de defensa de la dignidad humana, de la ética y por eso es ridiculizado por los enemigos de la Iglesia).

Por cierto que los católicos y todos los defensores de la dignidad de la persona, en particular del valor de la vida, en el momento de nuestras decisiones políticas, a las que tenemos derecho como  ciudadanos, debemos tener en cuenta quiénes son los defensores del aborto y de la eutanasia. Yo creo que no debemos apoyarlos.

 

Según el periódico El Tiempo, del miércoles 3 de octubre de 2007, en la página 1-3, los siguientes integrantes de la Comisión Primera del Senado son partidarios del proyecto de ley que reglamenta la eutanasia: Armando Benedetti, autor de la iniciativa, Juan Fernando Cristo, Luis Fernando Velasco, (el ponente), Jesús García, Héctor Helí Rojas, Gustavo Petro, Parmenio Cuellar y Samuel Arrieta. También es partidaria de la eutanasia, como lo es del aborto, la senadora Gina Parody. Yo, en conciencia, no podría votar por ellos en futuras elecciones, a no ser que públicamente declararan un cambio de actitud y de posición en estas materias.

 

Con su estilo, no de informar sino de conducir el pensamiento del lector, el periodista que redactó la noticia escribió: A quienes se oponen al proyecto no los convence que éste tenga el aval del Ministerio de Protección Social, de expertos en bioética o de asociaciones de pacientes terminales. ¿Será que ese periodista no se enteró de las opiniones de los defensores de la dignidad de la persona humana y de la vida, cuando presentaron fundamentados argumentos contra esa iniciativa, en la misma Comisión Primera del Senado? Hicieron oír su voz no pocas personas, muy representativas, de la Academia, de instituciones de Bioética, de Medicina, del Derecho, y eran de diversas Religiones, todos de acuerdo en que no se debía aprobar esa iniciativa por la muerte. Que los partidarios de la eutanasia tuvieran entonces el aval del Ministerio de Protección Social no es extraño; ese Ministerio es también promotor del aborto. Yo no lo citaría como ejemplo en el manejo ético de la salud…

 

Volvamos al comentario sobre El capítulo 8° de Aparecida  que nos presenta algunos grandes campos, prioridades y tareas para la misión de los discípulos de Jesucristo, en nuestro continente. El primer campo es el Reino de Dios, la Justicia Social y la Caridad Cristiana. El segundo campo es el de la verdad del ser humano y la dignidad de toda persona humana. Vayamos ahora al tercero:

 

La Opción Preferencial por los Pobres y Excluidos

 

 

El tercer campo de acción que nos propone Aparecida es La Opción Preferencial por los Pobres y Excluidos.[5]

Por qué la opción preferencial por los pobres, nos la explica en profundidad Aparecida. Oigamos estas palabras: Nuestra fe proclama que “Jesucristo es el rostro humano de Dios y el rostro divino del hombre”[6]. Por eso “la opción preferencial por los pobres está implícita en la fe cristológica en aquel Dios que se ha hecho pobre por nosotros, para enriquecernos en su pobreza.[7]

Leamos de nuevo, completo, el párrafo sobre las razones para la Opción preferencial por los pobres, que cita a Juan Pablo II y a Benedicto XVI, en el N° 392 de Aparecida:

 

Nuestra fe proclama que “Jesucristo es el rostro humano de Dios y el rostro divino del hombre”. Por eso “la opción preferencial por los pobres está implícita en la fe cristológica en aquel Dios que se ha hecho pobre por nosotros, para enriquecernos en su pobreza.” Esta opción nace de nuestra fe en Jesucristo, el Dios hecho hombre, que se ha hecho nuestro hermano (cf. Hb 2,11-12). Ella, sin embargo, – (la opción por los pobres) – no es exclusiva, ni excluyente.”

 

Las líneas que siguen, también de Juan Pablo II en el documento Ecclesia in América, nos aclaran más su pensamiento: 

 

Cada cristiano podrá llevar a cabo eficazmente su misión  en la medida en que asuma la vida del Hijo de Dios hecho hombre  como el modelo perfecto de su acción evangelizadora. La sencillez de su estilo y sus opciones  han de ser normativas para todos en la tarea de la evangelización. En esta perspectiva, los pobres han de ser considerados ciertamente  entre los primeros destinatarios de la evangelización, a semejanza de Jesús, que decía de sí mismo: « El Espíritu del Señor […] me ha ungido. Me ha enviado a anunciar a los pobres la Buena Nueva»  (Lc 4, 18).

 

El amor por los pobres ha de ser preferencial, pero no excluyente

 

 

Lo que sigue es muy importante y nos aclara el pensamiento de Juan Pablo II. Como ya he indicado antes, el amor por los pobres ha de ser preferencial, pero no excluyente. El haber descuidado (…) la atención pastoral de los ambientes dirigentes de la sociedad, con el consiguiente alejamiento de la Iglesia de no pocos de ellos, se debe, en parte, a un planteamiento del cuidado pastoral de los pobres con un cierto exclusivismo. Los daños derivados de la difusión del secularismo en dichos ambientes, tanto políticos, como económicos, sindicales, militares, sociales o culturales, muestran la urgencia de una evangelización de los mismos, la cual debe ser alentada y guiada por los Pastores, llamados por Dios para atender a todos.

 

El mejor antídoto  frente a tantos casos de incoherencia y, a veces, de corrupción

 

 Es necesario evangelizar a los dirigentes, hombres y mujeres, con renovado ardor y nuevos métodos, insistiendo principalmente en la formación de sus conciencias mediante la doctrina social de la Iglesia. Esta formación será el mejor antídoto frente a tantos casos de incoherencia y, a veces, de corrupción  que afectan a las estructuras sociopolíticas. Por el contrario, si se descuida esta evangelización de los dirigentes, no debe sorprender que muchos de ellos sigan criterios ajenos al Evangelio y, a veces, abiertamente contrarios a él. A pesar de todo, y en claro contraste con quienes carecen de una mentalidad cristiana, hay que reconocer «los intentos de no pocos […] dirigentes por construir una sociedad justa y solidaria».

 

Como podemos entender, por la situación religiosa de nuestros pueblos, es muy importante lo que Juan Pablo dijo en esa exhortación apostólica, Ecclesia in America (La Iglesia en América), en 1999, dirigida a los obispos, a los presbíteros y diáconos a los consagrados y a todos los fieles laicos sobre el encuentro con Jesucristo vivo, camino para la conversión, la comunión y la solidaridad en América.

 

El N° 395 de Aparecida dice:

El Santo Padre nos ha recordado que la Iglesia está convocada a ser “abogada de la justicia y defensora de los pobres”[8] ante intolerables desigualdades sociales y económicas”[9], “que claman al cielo”[10].

 

Ese N° 395 de Aparecida, termina con estas palabras de la Exhortación apostólica Pastores gregis, (Pastores de la grey), sobre el Obispo, Servidor del Evangelio de Jesucristo para la Esperanza del Mundo, de Juan Pablo II. En esa exhortación, después de mencionar el cuadro dramático de la humanidad, agobiada por la pobreza, la expansión del sida, el analfabetismo, la falta de porvenir de los niños abandonados, la explotación de las mujeres, la pornografía, la intolerancia, entre otras calamidades, exclama:

 

 ¿Cómo callarse frente al drama persistente del hambre y la pobreza extrema en una época en la cual la humanidad posee como nunca los medios para un reparto equitativo?

 

No cabe duda de que la doctrina social de la Iglesia es capaz de suscitar esperanza incluso en las situaciones más difíciles, porque, si no hay esperanza para los pobres, no la habrá para nadie, ni siquiera para los llamados ricos.

 

 

La Evangelización tiene que llegar a los responsables del gobierno y del desarrollo de los pueblos

La Iglesia es consciente de que la Evangelización tiene que llegar a los responsables del gobierno y del desarrollo de los pueblos, por eso termina así el N° 395 de Aparecida:

 

La opción preferencial por los pobres exige que prestemos especial atención a aquellos profesionales católicos que son responsables de las finanzas de las naciones, a quienes fomentan el empleo, los políticos que deben crear las condiciones para el desarrollo económico de los países, a fin de darles orientaciones éticas  coherentes con su fe.

 

Recordemos que nuestro tema de hoy es la “Misión de la Iglesia y  la Doctrina Social”. Que es lo mismo que la EVANGELIZACIÓN Y la DOCTRINA SOCIAL. La Iglesia declara su actitud ante el hombre contemporáneo, a quien le dice que es Ella, – la Iglesia, – partícipe de los gozos y de las esperanzas, de las angustias y de las tristezas de los hombres, es solidaria con cada hombre y cada mujer, de cualquier lugar y tiempo, y les lleva la alegre noticia del Reino de Dios, que con Jesucristo ha venido y viene en medio de ellos.(Compendio, 60).

 

 
La Iglesia tiene que empezar por evangelizarse a sí misma

 

 

Para cumplir con esta difícil labor de la Evangelización, la Iglesia tiene que empezar por evangelizarse a sí misma. Todos, Pastores y Fieles, tenemos que estar en permanente unión con el Señor, atentos a lo que Él quiera de nosotros. Volvamos a leer las palabras de Pablo VI  en el N° 15 de Evangelii nuntiandi:

 

Evangelizadora, la Iglesia comienza por evangelizarse a sí misma. Comunidad de creyentes, comunidad de esperanza vivida y comunicada, comunidad de amor fraterno, tiene necesidad de escuchar sin cesar lo que debe creer, las razones para esperar, el mandamiento nuevo del amor.

 

Hay por cierto, en este momento,  un gran fervor por conocer el mensaje de la Iglesia, luego de la V Conferencia General del Episcopado de nuestro continente en Aparecida. No podemos dejar pasar esta gracia de Dios. Es la esperanza de nuestro continente, que necesita volver a Dios.

 

En la reflexión pasada tratamos precisamente sobre estos temas de Aparecida:

 

Sobre dar vigor y continuar la renovación de la Iglesia, sobre la  falta de aplicación creativa en la pastoral, que observaron los obispos en el análisis de la situación, sobre el punto de partida de nuestra respuesta, que debe ser nuestro encuentro con Jesucristo. Dios mediante continuaremos en la próxima reflexión. La encuentra en este blog. Es la N° 073. Está a un clic.

 

Fernando Díaz del Castillo Z.

Escríbanos a: reflexionesdsi@gmail.com


[1] Cfr Exhortación apostólica “Evangelii nuntiandi, de Pablo VI, 1998, y el documento Para una Pastoral de la Cultura, firmado por el Cardenal Poupard, en la Solemnidad de Pentecostés, 23 de mayo, 1999.  Véanse las citas al pie de página en el programa anterior.

 [2] Aparecida 380-430

 

[3] Ibidem 385

[4] Ibidem 389-390

[5] Aparecida, 391-398

[6] Juan Pablo II, Exhortación Apostólica Postsinodal, Ecclesia in America,  22 de enero 1999, N° 67

[7] Benedicto XVI, Discurso inaugural Aparecida, 3

[8] Aparecida, Benedicto XVI, Discurso inaugural, 4

[9] Tertio millenio ineunte, 51

[10]  Exhortación apostólica Ecclesia in America, 56a

Reflexión 71 Septiembre 27 2007

Compendio de la D.S.I. N° 60

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Las Reflexiones que se publican aquí son originalmente programas de estudio de la Doctrina Social de la Iglesia, transmitidos por Radio María. Usted puede escucharlos los jueves a las 9:00 a.m., hora de Colombia. Puede sintonizar la radio por internet en www.radiomariacol.org

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Misión de la Iglesia y Doctrina Social

Vamos a comenzar nuestra reflexión del capítulo 2° del Compendio de la D.S.I. El título de este capítulo 2° es: “Misión de la Iglesia y Doctrina Social”. El primer punto que trata este capítulo 2° es EVANGELIZACIÓN Y DOCTRINA SOCIAL y comprende los siguientes cuatro temas:

 

a)La Iglesia, morada de Dios con los hombres


b)
Fecundar y fermentar la sociedad con el Evangelio


c) Doctrina social, evangelización y promoción humana


d)
Derecho y deber de la Iglesia

 

Comencemos entonces el primer punto, que está en el N° 60 del Compendio

 

a) La Iglesia, morada de Dios con los hombres

 

La Iglesia, partícipe de los gozos y de las esperanzas, de las angustias y de las tristezas de los hombres, es solidaria con cada hombre y cada mujer, de cualquier lugar y tiempo, y les lleva la alegre noticia del Reino de Dios, que con Jesucristo ha venido y viene en medio de ellos.

 

Podemos reconocer fácilmente, que estas 4 líneas son una síntesis del primer párrafo de la Constitución Gaudium et spes, del Concilio Vaticano II. La Iglesia declara allí su íntima unión con toda la familia humana. Textualmente dice la Iglesia en la Constitución Pastoral Gaudium et Spes que: Nada hay verdaderamente humano que no encuentre eco en su corazón. La Constitución Gaudium et spes afirma que Los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo.

 

La Iglesia quiere compartir los gozos y las esperanzas, y también las tristezas y las angustias de todos los hombres, y especialmente esos sentimientos en los pobres y en los que sufren. Ahora que, después de Aparecida, estamos siendo más conscientes de que somos discípulos de Cristo, que tenemos la misión de llevar la Buena Noticia al mundo; cuando reafirmamos que somos Iglesia, nuestra actitud y nuestro comportamiento con los pobres y con los que sufren tienen que ser éstos: sentir como propios los gozos y los sufrimientos de nuestros hermanos. Todo lo verdaderamente humano, debe encontrar eco en nuestro corazón. Como discípulos de Cristo, como Iglesia, no podemos ser indiferentes con los pobres y los que sufren.

 

Volvamos a leer esas líneas: Los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo.

 

“No tengáis miedo. Yo estoy con vosotros”

 

 

En la Constitución Gaudium et spes,  la Iglesia, apoyada en principios doctrinales, expresa su actitud frente al hombre y en particular frente al mundo y el hombre contemporáneos. Podríamos decir, que así como Jesucristo exhortó a sus Apóstoles, con las palabras tranquilizadoras “No tengáis miedo”, cuando los envió a predicar, y les advirtió que por su nombre serían odiados y perseguidos,[1] ahora, en medio de la zozobra del mundo actual, la Iglesia nos dice también, como Juan Pablo II cuando fue elegido Papa: “No tengáis miedo”. La Iglesia nos dice: Yo estoy en medio de ustedes, sus angustias son mis angustias, sus tristezas, son también mis tristezas, y la Buena Noticia que les traigo es que Jesucristo resucitado está con nosotros. Es ése el mensaje que nuestra palabra, y sobre todo nuestra vida, deben transmitir.

 

Cuando leemos los documentos sociales de la Iglesia, encontramos principios doctrinales permanentes y al mismo tiempo se exponen en ellos problemas propios del momento en que se escribieron, problemas que pueden cambiar o desaparecer. En el caso de la Gaudium et spes, es bueno tener en cuenta el momento en que se escribió. Se refiere la Iglesia en esta constitución, tanto a problemas que siguen vigentes hoy, como también a situaciones que tenía que enfrentar el hombre de la época conciliar, cuando se escribió esta Constitución. Por cierto no hay grandes diferencias entre los problemas de esa reciente época y los problemas del siglo XXI. Quizás se han agudizado algunos, han cambiado algunas circunstancias, pero los problemas de fondo no son completamente nuevos. Ahora bien, así los problemas sean diferentes, según cada momento histórico, los principios en los cuales se fundamentan las soluciones de los problemas son permanentes, basados en la verdad eterna del Evangelio.

 

La Iglesia presenta en la Gaudium et spes la realidad que el mundo vivía, algunos años después de la segunda guerra mundial: el mundo sacudido por las divisiones, con una humanidad en crisis, separada en bloques políticos (los países comunistas por un lado, los aliados de occidente por el otro), el tiempo de la llamada guerra fría. Con las amenazas de una guerra nuclear, con las angustias que se despertaban en el hombre, que buscaba sentido a la vida, después de las destrucciones de la guerra…

 

Evangelizar es construir el Reino

 

 

Siguiendo el método VER-JUZGAR-ACTUAR, la Iglesia comienza este documento sobre la Iglesia en el mundo, con la presentación de la situación que vive entonces la humanidad; afirma que Ella, la Iglesia, está presente para acompañar al hombre y aclara cuál es su misión: llevar al mundo la Buena Noticia del Reino de Dios. Como dice el Compendio en el N° 60, el Reino de Dios, que con Jesucristo ha venido. No olvidemos nuestras reflexiones anteriores sobre la construcción del Reino, a la cual estamos llamados. Podemos decir que la construcción del Reino es la respuesta a las angustias del hombre contemporáneo, que busca sentido a su vida.

La misión de la Iglesia es evangelizar; que es lo mismo que construir el Reino. Por la fuerza de la evangelización se pretende conseguir la transformación de la sociedad; la transformación de los valores que dominan al mundo y le hacen tanto daño. Por la fuerza del Evangelio, se quiere pasar de esos valores vacíos, (valores sin valor, podríamos decir), efímeros, perecederos, dar el salto a los valores trascendentes, permanentes, eternos, que conducen a un cambio en los modelos de vida, que hoy son modelos egoístas, basados en una concepción de este mundo perecedero, como si fuera lo único existente, como si fuera el fin último; de esos modelos de vida que envejecen pronto,  cambiar al modelo eternamente joven de Jesucristo, Dios y también el hombre perfecto, que es camino, verdad y vida.

 

Evangelizar no es barnizar, es transformar en profundidad

 

Se trata de un cambio profundo, no de un barniz superficial. El Consejo Pontificio de la Cultura, en el documento Para una Pastoral de la Cultura, dice que Lo que importa es evangelizar no de una manera decorativa, como con un barniz superficial, sino de manera vital, en profundidad y hasta sus mismas raíces la cultura y las culturas del hombre (…) tomando siempre como punto de partida la persona y teniendo siempre presentes las relaciones de las personas entre sí y con Dios.[2]

 

Pablo VI definió de manera magistral lo que significa evangelizar, en su exhortación apostólica Evangelii nuntiandi, acerca de la evangelización del mundo contemporáneo. Comienza allí el Santo Padre afirmando que, El esfuerzo orientado al anuncio del Evangelio a los hombres de nuestro tiempo, exaltados por la esperanza pero a la vez perturbados con frecuencia por el temor y la angustia, es sin duda alguna un servicio que se presta a la comunidad cristiana e incluso a toda la humanidad.

 

De manera que cuando la Iglesia cumple su misión de evangelizar, presta un servicio a toda la humanidad. En qué consiste ese servicio, nos explica Pablo VI cuando trata sobre el significado de Evangelizar. Nos dice el Papa que lo que se busca con la evangelización es la renovación de la humanidad. Ese es el gran servicio que la Iglesia presta a la humanidad con la evangelización: transformarla, renovarla.

Evangelizar es prestar un servicio a la humanidad

 

 

Estas son sus palabras, en el N° 18 de Evangelii nuntiandi:

Evangelizar significa para la Iglesia llevar la Buena Nueva a todos los ambientes de la humanidad y, con su influjo, transformar desde dentro, renovar a la misma humanidad. “He aquí que hago nuevas todas las cosas” (Ap 21,5; 2Co 5,17; Ga 6,15).[3]

Las palabras que siguen inmediatamente en el mismo documento de Pablo VI, las tenemos que tener en cuenta ahora, cuando, después de Aparecida, nos preparamos para nuestra misión de ser discípulos, para saber comunicar el Evangelio a los demás, de manera adecuada y oportuna. Escuchemos estas palabras:

Pero la verdad es que no hay humanidad nueva si no hay en primer lugar hombres nuevos, con la novedad del bautismo (Rm 6, 4) y de la vida según el Evangelio (Ef 4,23-24; Col 3,9-10).[4] La finalidad de la evangelización es por consiguiente este cambio interior y, si hubiera que resumirlo en una palabra, lo mejor sería decir que la Iglesia evangeliza cuando, por la sola fuerza divina del Mensaje que proclama[5], trata de convertir al mismo tiempo la conciencia personal y colectiva de los hombres, la actividad en la que ellos están comprometidos, su vida y ambiente concretos.

 

Evangelizarse a sí misma

 

Para llevar el Evangelio que transforma, tenemos entonces que empezar nosotros, por convertirnos. Pablo VI dice de la Iglesia, en el N° 15 de Evangelii nuntiandi: Evangelizadora, la Iglesia comienza por evangelizarse a sí misma. Comunidad de creyentes, comunidad de esperanza vivida y comunicada, comunidad de amor fraterno, tiene necesidad de escuchar sin cesar lo que debe creer, las razones para esperar, el mandamiento nuevo del amor.

 

Tenemos que llevar a cabo una tarea profunda con nosotros mismos y con nuestros grupos apostólicos, para crecer en la fe, en la esperanza y en el amor.

 

Como hemos visto antes, la Doctrina Social de la Iglesia no es sociología ni política; es doctrina, de manera que su unión con la evangelización es íntima, como que es parte integrante de nuestra fe y por lo tanto de la evangelización. La D.S. tiene su origen, como siempre la doctrina de la Iglesia,  en la Sagrada Escritura. No es invento de los hombres.

 

Leímos hace un momento la definición que Pablo VI nos ofreció de evangelización, que no es otra cosa que llevar la Buena Nueva a toda la humanidad y, con su influjo transformar desde dentro a la misma humanidad.

 

¿Qué es lo que hay que transformar?

 

 

Transformar desde dentro. ¿Qué es lo que hay que transformar? El mismo Pablo VI nos lo explica en el N° 19 de la misma exhortación apostólica Evangelii nuntiandi, cuando dice que se trata de:

 

(…) alcanzar y transformar con la fuerza del Evangelio los criterios de juicio, los valores determinantes, los puntos de interés, las líneas de pensamiento, las fuentes inspiradoras y los modelos de vida de la humanidad, que están en contraste con la Palabra de Dios y con el designio de salvación.

 

Eso es lo que la Evangelización, la comunicación de la Buena Nueva trata de alcanzar: que los hombres cambiemos desde dentro: cambiemos nuestro pensamiento, los criterios sobre los cuales juzgamos y decidimos, las fuentes en las cuales inspiramos nuestra acción, los modelos de vida que seguimos; que cambiemos nuestro modo de pensar, nuestras actitudes y nuestro comportamiento, cuando las fuerzas que nos mueven  no estén de acuerdo con los planes de Dios para el hombre, como nos lo ha comunicado en su Palabra.

 

Cuando estudiamos la doctrina social de la Iglesia, en los documentos que el Magisterio nos ha ido entregando para enseñarnos, nos damos cuenta de que lo fundamental está dicho ya en diversas formas, en documentos antiguos y que, todo está en la Sagrada Escritura. Lo que la Iglesia ha ido modificando ha sido el lenguaje, para adaptarlo a la época, y desde luego también la práctica pastoral, para responder a los signos de los tiempos. Pero hay una línea fiel al Evangelio, desde el comienzo.

Dar vigor y continuar la renovación de la Iglesia

 

 

Es interesante que caigamos en la cuenta cómo en Aparecida, nuestros obispos actuaron como los 12, acompañados de María, la Madre del Señor, cuando esperaron la venida del Espíritu Santo, juntos, en oración. Los obispos de América Latina y el Caribe se reunieron, en unión del sucesor de Pedro, en un Santuario Mariano; se reunieron en un ambiente de oración y comunidad fraterna, acompañados de María, la Madre de la Iglesia, para escuchar la inspiración del Señor sobre cómo dar vigor y continuar la labor de renovación de la Iglesia en nuestro continente.

 

¿Y qué hicieron nuestros obispos, en ese ambiente de oración y fraternidad; por qué se reunieron en el santuario mariano de Aparecida? Estuvieron allí reunidos porque este mundo nuestro, con los enormes cambios que sufre, y que afectan profundamente nuestras vidas, interpela a la Iglesia; le pregunta qué hacer. Los obispos en el N° 33 del documento de Aparecida dicen:

 

Como discípulos de Jesucristo nos sentimos interpelados a discernir los “signos de los tiempos”, a la luz del Espíritu Santo, para ponernos al servicio del Reino, anunciado por Jesús, que vino para que todos tengan vida y “para que la tengan en plenitud” (Jn 10,10)

 

Se reunieron entonces, para discernir los signos de los tiempos, con la luz del Espíritu Santo, y ponerse al servicio del Reino. De esto seguiremos hablando. Tenemos que estar listos, al servicio del Reino. Y nos debemos preguntar: ¿en qué debemos cambiar en el servicio del Reino? ¿Todo lo hemos estado haciendo bien, de acuerdo con los signos de los tiempos? ¿Estamos dando las respuestas adecuadas a esa interpelación con que los hombres de hoy, en nuestro continente, en nuestro país, desafían a la Iglesia? ¿Hay algo que necesitamos cambiar, para ser hombres nuevos, libres, dispuestos a hacer de la evangelización, la fuerza que transforme a la sociedad?

 

La falta de aplicación creativa

 

 

Tengamos una actitud abierta, y escuchemos el llamamiento que la Iglesia nos hace, para unirnos a la que han llamado una misión continental permanente. Los obispos hicieron un detenido estudio sobre la situación de la pastoral, y en el N° 100 del documento de Aparecida, exponen las sombras que ven con preocupación. Dicen, entre otras cosas: Percibimos una evangelización con poco ardor y sin nuevos métodos y expresiones, un énfasis en el ritualismo sin el conveniente itinerario formativo, descuidando otras tareas pastorales. Mencionan también allí, la falta de aplicación creativa del rico patrimonio que contiene la Doctrina Social de la Iglesia, y, en ocasiones, una limitada comprensión del carácter secular que constituye la identidad propia y específica de los fieles laicos.

 

En los números 365 y siguientes, el documento de Aparecida trata de la Conversión Pastoral… Todos estamos llamados a revisar nuestro modo de ser discípulos y misioneros. Estas palabras están en el N° 365 de Aparecida: Ninguna comunidad debe excusarse –dice – de entrar decididamente, con todas sus fuerzas, en los procesos constantes de renovación misionera y de abandonar las estructuras caducas que ya no favorezcan la transmisión de la fe.

 

La Iglesia tienda del encuentro con Dios

 

 

Continuemos ahora con la lecturadel N° 60 del Compendio. Dice así:

En la humanidad y en el mundo, la Iglesia es el sacramento del amor de Dios y, por ello, de la esperanza más grande, que activa y sostiene todo proyecto y empeño de auténtica liberación y promoción humana.

 

La Iglesia es entonces en el mundo, el sacramento del amor de Dios. Eso acabamos de leer. En el N° 49 el Compendio nos había enseñado que: La Iglesia «es en Cristo como un sacramento, o sea signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano».

 

Entendemos ahora mejor, que el sacramento del amor de Dios, que es la Iglesia, es signo e instrumento: representa a Dios que es amor, y es la esperanza de la humanidad para realizar el proyecto de unión de los hombres con Dios y de todo el género humano. Es decir, que la Iglesia tiene que representar el amor de Dios y ser un instrumento de amor entre todos los hombres. Continuemos la lectura del N° 60 del Compendio.

 

La Iglesia es entre los hombres la tienda del encuentro con Dios —« la morada de Dios con los hombres » (Ap 21,3 ) -, de modo que el hombre no está solo, perdido o temeroso en su esfuerzo por humanizar el mundo, sino que encuentra apoyo en el amor redentor de Cristo. La Iglesia es servidora de la salvación no en abstracto o en sentido meramente espiritual, sino en el contexto de la historia y del mundo en que el hombre vive,[6] donde lo encuentra el amor de Dios y la vocación de corresponder al proyecto divino.

 

Fijémonos en esas palabras que son bellamente dichas, y muy consoladoras y nos hacen amar más a la Iglesia. Nos dicen que La Iglesia es entre los hombres la tienda del encuentro con Dios. Según palabras del Apocalipsis, la Iglesia es —« la morada de Dios con los hombres » (Ap 21,3 ). Concluye por eso, que el hombre no está solo, perdido o temeroso en su esfuerzo por humanizar el mundo, sino que encuentra apoyo en el amor redentor de Cristo.

 

Una vez más digamos que ahora, cuando en Aparecida nos recuerda la Iglesia que todos, por vocación, estamos llamados a llevar la Buena Nueva, a evangelizar, ante el temor natural por tan alta tarea, podemos estar tranquilos, porque no estamos solos, perdidos, no debemos estar temerosos porque encontramos apoyo en el amor redentor de Cristo.

 

Hay algo que debemos tener presente: nos consuela saber que la Iglesia es la tienda del encuentro con Dios, que es la morada de Dios con los hombres. Esto se puede aplicar perfectamente al templo, morada de la Eucaristía, donde acontece nuestro encuentro real con el Señor. Pero no se trata sólo del templo, sino también de la Iglesia como institución, Cuerpo Místico, Pueblo de Dios. En la Iglesia encontramos a Dios: en la Palabra, en los sacramentos, en la liturgia, en la oración, en la comunidad.

La respuesta debe partir de Jesucristo

 

 

Esto es muy importante, porque ante el desafío del mundo, al que tenemos que llegar para transformarlo por la evangelización, nos dicen los obispos en el documento de Aparecida, que la respuesta a ese desafío parte de Jesucristo, que es camino, verdad y vida. (Jn 14,6). Los cristianos respondemos al desafío de la transformación del mundo, desde la persona de Jesucristo, a quien descubrimos en el Evangelio de San Juan (14,6): Le dice Jesús (a Tomás): «Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre sino por mí.»

 

Oigamos estas palabras del Mensaje Final de Aparecida:

 

Ante los desafíos que nos plantea esta nueva época en la que estamos inmersos, renovamos nuestra fe, proclamando con alegría a todos los hombres y mujeres de nuestro continente: somos amados y redimidos en Jesús, Hijo de Dios, el Resucitado vivo en medio de nosotros; por Él podemos ser libres del pecado, de toda esclavitud y vivir en justicia y fraternidad. ¡Jesús es el camino que nos permite descubrir la verdad y lograr la plena realización de nuestra vida!

 

La verdad que nos reveló Jesucristo

 

Volvamos a leer la última frase: ¡Jesús es el camino que nos permite descubrir la verdad y lograr la plena realización de nuestra vida! Es lo que el mundo puede esperar del Evangelio: descubrir la verdad y lograr la plena realización.

 

El P. Fidel Oñoro, en un taller sobre Aparecida, nos decía que la verdad que Jesús nos reveló fue el amor del Padre: “Tanto amó Dios al mundo, que nos envió a su Hijo Único” (Jn 3,16). Es el amor de Dios el que da sentido a todas las cosas, el que es capaz de transformar el mundo.

 

Estamos llamados a comunicar al mundo la verdad, que es el amor del Padre, que se manifestó en Jesucristo. Él, el Verbo que se hizo uno de nosotros, cumplió la misión que le encomendó el Padre, la de salvarnos. Hoy nosotros, por el bautismo somos llamados a seguir a Jesús. Tenemos la misión de contar la Buena Noticia, de contar que el Evangelio es capaz de transformar al mundo, de introducir en la sociedad, en la cultura, la potencia del amor, de la verdad, que es Jesucristo resucitado, el camino para alcanzar la plena realización de nuestra vida. El hombre no se puede realizar dominado por lo intrascendente, lo caduco, lo que hoy es y mañana está marchito, enmohecido, gastado.

 

Fernando Díaz del Castillo Z.

Escríbanos a: reflexionesdsi@gmail.com


[1] Cf Mt todo el capítulo 10

[2] Cfr Tony Misfud, “Moral Social”, Colección de Téxtos Básicos para Seminarios Latinoamericanos, Vol III, 2a edición, Bogotá, 1998, véase todo el capítulo 7 sobre Ethos y Cultura; también la Exhortación apostólica “Evangelii nuntiandi, de Pablo VI, 1998, y el documento Para una Pastoral de la Cultura, firmado por el Cardenal Poupard, en la Solemnidad de Pentecostés, 23 de mayo, 1999.

[3] Ap 21,5: Entonces dijo el que está sentado en el trono: «Mira que hago un mundo nuevo.» Y añadió: «Escribe: Estas son palabras ciertas y verdaderas.» 2 Co 5,17: Por tanto, el que está en Cristo, es una nueva creación; pasó lo viejo, todo es nuevo. Ga 6,15: Porque nada cuenta ni la circuncisión, ni la incircuncisión, sino la creación nueva.

[4] Rm 6,4: Fuimos, pues, con él sepultados por el bautismo en la muerte, a fin de que, al igual que Cristo fue resucitado de entre los muertos por medio de la gloria del Padre, así también nosotros vivamos una vida nueva. Ef 4,23-24:a renovar el espíritu de vuestra mente, [24]y a revestiros del Hombre Nuevo, creado según Dios, en la justicia y santidad de la verdad. Col 3, 9-10: No os mintáis unos a otros. Despojaos del hombre viejo con sus obras, [10] y revestíos del hombre nuevo, que se va renovando hasta alcanzar un conocimiento perfecto, según la imagen de su Creador,

[5] Cf Rm 1,16: Pues no me avergüenzo del Evangelio, que es una fuerza de Dios para la salvación de todo el que cree: del judío primeramente y también del griego. 1 Co 1, 18: Pues la predicación de la cruz es una necedad para los que se pierden; mas para los que se salvan – para nosotros – es fuerza de Dios. 2,4: Y mi palabra y mi predicación no tuvieron nada de los persuasivos discursos de la sabiduría, sino que fueron una demostración del Espíritu y del poder

[6] Cf. Concilio Vaticano II, Const. past. Gaudium et spes, 40: AAS 58 (1966) 1057-1059; Juan Pablo II, Carta enc. Centesimus annus, 53-54: AAS 83 (1991) 859-860; Id., Carta enc. Sollicitudo rei socialis, 1: AAS 80 (1988) 513-514.


Reflexión 70 Septiembre 20 2007

Compendio de la D.S.I. Repaso Cap. I

Repaso del capítulo primero

 

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Las Reflexiones que se publican aquí son originalmente programas transmitidos por Radio María. Usted puede escucharlos los jueves a las 9:00 a.m., hora de Colombia. Puede sintonizar la radio por internet en www.radiomariacol.org

Este estudio de la doctrina social sigue el libro Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, que publicó el Pontificio Consejo Justicia y Paz. Recoge la doctrina oficial de la Iglesia de manera orgánica, estrcuturada, comenzando por sus fundamentos bíblicos y teológicos.  En la columna azul, a la derecha, en “Categorías”, encuentra en orden todos los programas, según la numeración del libro “Compendio de la D.S.I.” Con un clic usted elige.

Encuentra usted también enlaces a documentos muy importantes como la Sagrada Biblia, el Compendio de la Doctrina Social, el Catecismo y su Compendio, algunas encíclicas, la Constitución Gaudium et Spes y también agencias de noticias y publicaciones católicas.


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COMENCEMOS POR LOS CIMIENTOS

En la reflexión anterior terminamos el capítulo primero del Compendio de la D.S.I. Antes de comenzar el capítulo segundo hagamos una rápida síntesis de los temas que vimos ya en ese capítulo; así podremos avanzar con más seguridad.


Recordemos que la doctrina social de la Iglesia se basa ante todo en la Sagrada Escritura, que nos enseña cómo se relaciona Dios con nosotros y cómo debemos relacionarnos entre nosotros, los seres humanos, creados a imagen y semejanza de Dios. La Tradición y el Magisterio nos llevan de la mano en la interpretación de la Sagrada Escritura.

ASÍ COMENZÓ LA HISTORIA, HASTA CUANDO…


Vimos en el primer capítulo del Compendio, que Dios se fue revelando progresivamente al hombre. El ser humano ha sentido siempre la necesidad de Dios y lo ha buscado, también, siempre. Y Dios se le presentó y se fue dando a conocer; inspiró a los escritores sagrados que consignaron su palabra en la Biblia; pero llegó el día en que Dios se metió del todo en nuestra historia: se hizo hombre, naciendo de una mujer, la Virgen María. La Encarnación es el encuentro más maravilloso de Dios con el hombre.

 

UN DISEÑO HECHO CON AMOR

 

Como hemos comentado, los primeros capítulos del Compendio ponen los cimientos de la D.S.I. El título de esta primera parte es EL DESIGNIO DE AMOR DE DIOS PARA LA HUMANIDAD. Designio es lo mismo que diseño o plan. De manera que la primera parte trata sobre el plan de Dios para la humanidad, que se caracteriza porque fue preparado por el amor de Dios.

Comienza el capítulo primero explicándonos la historia de las relaciones de Dios con el hombre, – la Historia de Salvación, – después de la caída, en los orígenes, porque Dios nos tendió la mano; no dejó hundida a la humanidad, cuando el hombre, en su orgullo, quiso independizarse de su Creador. El título de esta parte dice: LA ACCIÓN LIBERADORA DE DIOS EN LA HISTORIA DE ISRAEL (20-27) y trata sobre a) La cercanía gratuita de Dios (20-25) (Reflexiones 6 a 11) y b) el Principio de la creación y acción gratuita de Dios (26-27) (Reflexiones 11-12)

 

NO SERVIR A LOS ASTROS SINO A QUIEN LOS HIZO

 

En esta parte comprendimos cómo Dios se acercó por su iniciativa y se fue revelando progresivamente al pueblo de Israel, en respuesta a la búsqueda de lo divino, que Dios sembró en su corazón. Cuando estudiamos este acercarse de Dios a la humanidad, comentamos que, según algunos estudiosos, Abraham descubrió a Dios mirando el cielo estrellado. Así consiguió comprender claramente –como en una intuición [1]que no son los astros los que deben ser servidos, sino el Dueño de los astros, el que los hizo. [2] Claro que el camino de Abraham para encontrar a Dios no fue fácil, porque vivía en un medio pagano…El Cardenal Martini, en su libro Vivir con la Biblia, dice que La vida de Abraham fue una peregrinación de fe… Estuvo abierto, buscando, y un día, en respuesta, Dios irrumpió en su vida, lo llamó, más adelante lo probó y de qué manera; recordemos cuando le pidió el sacrificio de su hijo Isaac.

 

LOS MANDAMIENTOS: EL TRAZADO CORRECTO

En nuestra reflexión sobre la acción liberadora de Dios en la historia de Israel, encontramos que Dios propuso una Alianza a ése que hizo su Pueblo; y este Pueblo aceptó y asumió el compromiso que la Alianza suponía. Y comprendimos también el significado del Decálogo, que no es una lista de prohibiciones sino el trazado, la dirección correcta, para vivir una vida humana según el diseño del Creador y por lo tanto una vida humana auténtica.

 

Vimos entonces allí, que el hombre busca a Dios desde lo más hondo de su ser y que Dios no se le esconde; al contrario, toma la iniciativa de presentársele, de hacer una Alianza de amor con él, escogiendo a un Pueblo, al que hace la promesa de una tierra que hará suya, y le enseña el Decálogo, que es la ruta acertada, para vivir una vida verdaderamente humana, de acuerdo con los planes divinos…

 

Ese fue el camino que Dios escogió para meterse en la historia de la humanidad, y esa estrecha relación con nosotros la culminó tomando nuestra carne y naciendo de una mujer, en la persona de Jesucristo (Cfr Reflexión 9).

UNA HISTORIA LIGADA INDISOLUBLEMENTE A DIOS, QUE SIN EMBARGO SE ROMPIÓ…

 

De manera que en esta búsqueda de los fundamentos de la D.S.I. empezamos por comprender que la historia de la humanidad está indisolublemente ligada a Dios, su Creador, que se fue dando a conocer progresivamente al hombre, a través de Israel, el Pueblo que escogió para entrar en nuestra historia, haciendo de ella la historia de salvación. La relación de Dios con el hombre se fue haciendo tan cercana, que no se contentó con hablarle, con mostrarle el camino para hacer realidad sus designios por medio del Decálogo y de sus mensajes a través de sus enviados, sino que en una acción que sólo se le podía ocurrir a la mente creadora de Dios, se hizo hombre, igual a nosotros en todo menos en el pecado, y vivió entre nosotros, haciendo así visible la imagen de Dios invisible.

 

Reflexionamos así, sobre la cercanía gratuita de Dios, y sobre su acción generosa en la creación. Reflexionamos también sobre lo que sucede a la humanidad, como consecuencia de su ruptura con Dios, por el pecado original: se provocó, entonces no sólo una ruptura con el Creador, sino también la ruptura interior de la persona humana, en sí misma. Estamos internamente rotos: por eso nuestra intención de hacer el bien va por un lado y nuestra acción, que hace el mal, va por otro. Vivimos una contradicción interior. Ese es el origen de nuestras incoherencias. Y la ruptura con Dios provocó también, como consecuencia de nuestra ruptura interior, la ruptura de la relación armónica entre los hombres y entre el hombre y las demás criaturas.

 

Es tan trágica esta ruptura de las relaciones armónicas entre los hombres, que, refiriéndonos sólo a nuestro tiempo, en el siglo XX hubo 2 guerras mundiales, además de innumerables guerras entre pueblos vecinos y guerras internas. El comienzo del siglo XXI no se caracteriza tampoco como una época de paz.

 

Eso en cuanto a las relaciones entre los seres humanos; si examinamos nuestra relación con la naturaleza, encontramos que el ser humano debería ser guardián de la creación, que recibió para su servicio, pero el hombre la destruye, así conozca el desastre que le espera con la tala de los bosques, con la contaminación del agua y del medio ambiente.

Desde Dios, se pudo ver la imagen del auténtico hombre

 

Sin embargo, la misericordia de Dios no permitió que la humanidad se hundiera definitivamente. De esto nos habló el segundo punto del capítulo primero del Compendio, que se titula: JESUCRISTO CUMPLIMIENTO DEL DESIGNIO DE AMOR DEL PADRE, (28-33). Vimos allí que

 

a) En Jesucristo se cumple el acontecimiento decisivo de la historia de Dios con los hombres (28-29) y


b)
La revelación del Amor trinitario (30-33)

 

En Jesucristo se cumplió lo que el Creador quería cuando creó al hombre. El auténtico diseño del hombre, obra de Dios, lo entendemos cuando nos acercamos a la humanidad de Jesucristo. En palabras de Benedicto XVI en su libro Jesús de Nazaret, Dios se hizo visible a través del hombre Jesús y, desde Dios, se pudo ver la imagen del auténtico hombre.[3]

 

Es difícil hacer una mejor síntesis de esta presentación del hombre, como lo quiso Dios, que la que ofrecen estas palabras de la Gaudium et spes:

 

El que es imagen de Dios invisible (Col 1,15) es también el hombre perfecto, que ha devuelto a la descendencia de Adán la semejanza divina, deformada por el primer pecado. En él, la naturaleza humana asumida, no absorbida, ha sido elevada también en nosotros a dignidad sin igual. El Hijo de Dios con su encarnación se ha unido, en cierto modo, con todo hombre. Trabajó con manos de hombre, pensó con inteligencia de hombre, obró con voluntad de hombre, amó con corazón de hombre. Nacido de la Virgen María, se hizo verdaderamente uno de los nuestros, semejante en todo a nosotros, excepto en el pecado. (Hb 4,15)

 

Por la Encarnación del Hijo de Dios, Dios invisible se hizo visible. Los efectos en nosotros, de este aparecer de Dios en la tierra, los podemos compartir con el escritor Francois Mauriac, que escribió: Si no hubiera conocido a Cristo, “Dios” hubiera sido para mí una palabra desprovista de sentido. Excepto por una gracia muy particular, el Ser infinito me hubiera resultado inimaginable e impensable.” [4] Sin duda todos podríamos decir lo mismo.

 

Vivir según los planes, según el diseño

 

El Decálogo es una ayuda para vivir de acuerdo con el diseño del hombre que Dios se propuso. Vivir de acuerdo con el Decálogo, es vivir una vida verdaderamente humana,  según el diseño del Creador. Es muy importante tener presente que en el diseño del hombre que Dios Creador concibió, tuvo como modelo su propio ser, pues nos hizo a su imagen y semejanza. Este punto es fundamental para comprender la naturaleza humana. No es suficiente tener en cuenta sólo la naturaleza material, orgánica, biológica, del hombre, para comprenderlo completamente. Es indispensable considerar, además de sus dimensiones material, psicológica y social, también su dimensión teológica, trascendente, es decir, su relación con Dios, que es la que lo hace verdaderamente grande, distinto de los demás seres creados en nuestro universo. Somos de la familia de Dios…[5]

 

Cuando apenas se vislumbraba el misterio trinitario

 

 

La maravilla del hombre creado por Dios la pudimos comprender mejor cuando estudiamos en este mismo capítulo primero, que Jesucristo reveló a la humanidad el amor trinitario. Vimos que antes de la Encarnación del Hijo de Dios, – antes de Jesucristo, – apenas se vislumbraba, en el Antiguo Testamento, el misterio de la Santísima Trinidad. Fue Jesucristo, el Hijo de Dios, quien nos permitió dar una mirada a la vida íntima de Dios, y conocer, como nos explicó bellamente Benedicto XVI, algo inesperado: que Dios no es soledad, que Dios es un acontecimiento de Amor.[6]

La tercera parte del capítulo primero del Compendio, lleva por título precisamente LA PERSONA HUMANA EN EL DESIGNIO DE AMOR DE DIOS (34-48) Allí se tratan 4 asuntos trascendentales:

 

a) El Amor trinitario, origen y meta de la persona humana (34-37) (Reflexiones 18-20)

b) La salvación cristiana: para todos los hombres y de todo el hombre (38-40) (Reflexiones 24-30)

c) El discípulo de Cristo como nueva criatura (41-44)


d)
Trascendencia de la salvación y autonomía de las realidades terrenas (45-48)

 

Como hemos visto a lo largo de nuestras reflexiones, el último fundamento de la Doctrina Social de la Iglesia, es que el ser humano es creado a imagen y semejanza de Dios y que, como Dios es Amor, el hombre, por ser imagen de Dios, sin importar su procedencia geográfica, ni su raza ni su nacionalidad, debería vivir una vida de diálogo de amor con los demás, como es la vida íntima de Dios: un diálogo amoroso del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, que son Tres Personas, pero Un solo Dios, en el Amor.

 

El Amor: nuestro origen y nuestro destino

 

Entonces, el origen y la meta final de la persona humana es el Amor. Que el Amor sea nuestro origen y nuestro destino, nos lo reveló Jesucristo, Dios hecho hombre, quien, al darnos a conocer el misterio de la Trinidad, según la bella explicación de Benedicto XVI, nos concedió dar una mirada a la vida íntima de Dios y encontramos algo inesperado: que en Dios existe un “Yo” y un “Tú”, que Dios no es soledad, que Dios es un acontecimiento de Amor.

Nuestra salvación es obra de la Trinidad

 

También nos enseña la Iglesia, en esta parte del Compendio,que el Padre nos ofrece la salvación por iniciativa libérrima suya, sin ningún mérito de nuestra parte. Y aprendimos que la salvación se nos ofrece en el Hijo, que aceptó libremente la voluntad del Padre, de encarnarse para redimirnos, y por eso se hizo hombre en Jesucristo, que padeció, murió y resucitó por amor nuestro; y comprendimos también, que el Espíritu Santo actualiza y difunde la salvación todos los días, con su presencia permanente en la Iglesia. Aprendimos, entonces, que nuestra salvación es obra de la Trinidad: del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Y nos enseña también la Iglesia, que Dios quiere la salvación de todos los hombres, sin distingo de raza ni de nacionalidad; y que la salvación que Dios nos da es de todo el hombre, es decir nos da una salvación integral. Considera al hombre completo, como nos enseña la Gaudium et Spes, del Concilio Vaticano II en el N° 22. [7]

 

En esta parte del Compendio, introdujo también la Iglesia en nuestra relación con el universo; no sólo con nuestros hermanos los hombres, sino con todo el universo. (Reflexión 41)

 

Podemos decir que la construcción del Reino de Dios, que se consumará al final, también incluye la restauración de todo el universo creado, y nuestras actividades humanas tienen que ser purificadas, ordenadas, de manera que se restablezca el equilibrio roto por el pecado.

 

Por eso hay que llevar la Buena Nueva a todos los rincones: hay que purificar y perfeccionar la política, la economía, la administración de la justicia, el manejo de los mercados, de los medios de comunicación, hay que santificar a la familia, nuestras relaciones laborales, nuestras relaciones con la Iglesia, nuestras relaciones internas en los grupos apostólicos; hay que administrar como Dios quiere la naturaleza,  de ahí la importancia de la ecología.


DESIGNIO DE DIOS Y MISIÓN DE LA IGLESIA

 

La última parte del capítulo primero del Compendio todavía la tenemos fresca. Recordemos por eso sólo sus títulos:

El título de toda esta cuarta parte es DESIGNIO DE DIOS Y MISIÓN DE LA IGLESIA, y comprende 4 temas:

 

a)La Iglesia, signo y salvaguardia de la trascendencia de la persona humana (49-51)

b) Iglesia, Reino de Dios y renovación de las relaciones sociales (52-55)

c) Cielos nuevos y tierra nueva (56-58)

d) María y su « fiat » al designio de amor de Dios (59)

 

Creo que ahora estamos mejor preparados para acometer el capítulo segundo. Después de reflexionar sobre los planes de Dios para la humanidad, vamos a continuar, a partir del próximo programa, si Dios quiere, con la MISIÓN DE LA IGLESIA Y DOCTRINA SOCIAL. Voy sólo a enumerar los temas generales, que son los siguientes:

 

I. EVANGELIZACIÓN Y DOCTRINA SOCIAL

II. LA NATURALEZA DE LA DOCTRINA SOCIAL

III. LA DOCTRINA SOCIAL EN NUESTRO TIEMPO: APUNTES HISTÓRICOS

 

En el primer tema: EVANGELIZACIÓN Y DOCTRINA SOCIAL, encontraremos sin duda una oportunidad para acercarnos al documento de Aparecida. Este es ya un documento del magisterio que no se puede ignorar en nuestro trabajo de evangelización.

 

Fernando Díaz del Castillo Z.

Escríbanos a: reflexionesdsi@gmail.com


[1] Recordemos que la intuición es, (véase el DRAE) la facultad de comprender las cosas instantáneamente, sin necesidad de razonamiento. Es una percepción íntima e instantánea de una idea o de una verdad que aparece como evidente a quien la tiene.

[2] Cfr Cardenal Carlo María Martini, Vivir con la Biblia, Planeta Testimonio, I Abraham, nuestro padre en la fe, Pgs 9ss

[3]Joseph Ratzinger, Benedicto XVI, “Jesús de Nazaret”, Planeta, Prólogo, Pg 7

[4] Francois Mauriac, Obras Copletas, José Janés, Editor, Barcelona, 1954, III, Vida de Jesús, Pg. 19. Véase también allí cómo el autor francés expresa la importancia de la revelación del misterio de la Trinidad, gracias a la cual comprendimos mejor que Dios es nuestro Padre: “Si Cristo no hubiese dicho: ¨Nuestro Padre…´yo nunca hubiera alcanzado el sentimiento de esta filiación: esta invocación nunca hubiera asomado desde mi corazón a mis labios.”

[5] Cfr Reflexión 16, jueves 25 de mayo 2006 y allí nota 3: Cfr. Cuestiones actuales de Cristología y Eclesiología, en la Pg. 273 y Pg. 275. Cita allí Dominum et vivificanten a este respecto: Imagen y semejanza (…) significa no sólo racionalidad y libertad como propiedades constitutivas de la naturaleza humana, sino además, desde el principio, capacidad de una relación personal con Dios ‘yo’ y ‘tú’ y, consiguiente capacidad de alianza que tendrá lugar con la comunicación salvífica de Dios al hombre…

[6] Benedicto XVI, Vigilia de Pentecostés y luego del rezo del Ángelus en la festividad de la Santísima Trinidad, 2006

[7] Es importante leer todo el N° 22, que es maravilloso y nos explica la universalidad de la salvación , “de forma sólo de Dios conocida” y cómo Jesucristo es el hombre perfecto.

Reflexión 69 Septiembre 13 2007

COMPENDIO DE LA D.S.I. N° 59

EL GRAN PROYECTO DE DIOS AL QUE ESTAMOS LLAMADOS

 

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Las Reflexiones que se publican aquí son originalmente programas transmitidos por Radio María. Usted puede escucharlos los jueves a las 9:00 a.m., hora de Colombia. Puede sintonizar la radio por internet en www.radiomariacol.org

Estas reflexiones se refieren a la Doctrina Social de la Iglesia como se presenta en el libro “Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia”, publicdo por el Pontificio Consejo Justicia y Paz. Representa la doctrina social oficial de la Iglesia. En la columna azul, a la derecha, en “Categorías”, encuentra en orden todos los programas, según la numeración del libro “Compendio de la D.S.I.” Con un clic usted elige.

Encuentra usted también enlaces a documentos muy importantes como la Sagrada Biblia, el Compendio de la Doctrina Social, el Catecismo y su Compendio, algunas encíclicas, la Constitución Gaudium et Spes y también agencias de noticias y publicaciones católicas.

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En la reflexión anterior terminamos el estudio de los números 56 a 58 del Compendio, que nos explicaron que Dios nos tiene prometidos unos cielos nuevos y una tierra nueva. Unos cielos nuevos, es decir el Reino de Dios, en la eternidad y una tierra nueva que tenemos que ayudar a construir. Se trata de la edificación del Reino aquí; – el Reino es el gran proyecto de Dios, que comenzó con la Alianza que hizo con su Pueblo, que se perfeccionó con la venida de su Hijo y se realizará a plenitud al final de los tiempos, cuando Jesucristo lleve al Padre, regenerada, toda la creación que el pecado había corrompido y disgregado.[1]

 

Ese es el proyecto al que estamos llamados a trabajar en esta vida. ¿Cómo podemos ser constructores del Reino? Nos enseña la Iglesia que colaboramos en la construcción del Reino viviendo nosotros mismos según los valores del Evangelio y trabajando en nuestro medio para que nuestra sociedad viva de acuerdo con esos mismos valores. Esa tierra nueva que nosotros estamos llamados a formar con nuestra palabra y con nuestro testimonio es el campo de trabajo al que estamos llamados por el Bautismo.

 

Por cierto, el Santo Padre Benedicto XVI, en viaje apostólico a Austria la semana pasada (se escribe esto e septiembre 2007), estuvo en la basílica de Mariazell, santuario de la Virgen María, patrona de ese país, y se refirió así al llamamiento que Dios nos hizo a trabajar por el Reino de Dios: [2]

 

“El Señor llama a los sacerdotes, a los religiosos y religiosas y a los laicos  a entrar en el mundo, en su compleja realidad, para cooperar en la edificación del Reino de Dios. (…) Os invita a la peregrinación de la Iglesia “en su camino a través de los tiempos” (…) a haceros peregrinos con El y a participar en su vida, que todavía hoy es Via Crucis y camino del Resucitado a través de la Galilea de nuestra existencia”.

 

* VIACRUCIS MIRANDO A LA PASCUA

 

De manera que la colaboración en la edificación del Reino de Dios, consiste en caminar con la Iglesia, como peregrinos que somos, y participar con nuestra vida, en la vida del Señor, que sigue siendo Vía Crucis y camino del Resucitado. Nuestra vida es ambas cosas. Sufrimiento y Gozo Pascual.

 

¡Qué interesante es esta explicación del Santo Padre: estamos invitados a ir con la Iglesia, en una peregrinación que tiene de sufrimiento, pero también de alegría y de esperanza, de Vía Crucis pero con la mirada puesta en la Pascua. Por eso nuestra vida, aun en medio del sufrimiento, en nuestro Via crucis, es una vida de esperanza. Así continuó su homilía el Papa:



“La participación en su camino comporta, por tanto, ambas cosas: la dimensión de la Cruz con fracasos, (…) incomprensiones e incluso desprecio y persecución, pero también la experiencia de un gozo profundo en su servicio  y la experiencia del consuelo que se deriva del encuentro con Él”.

 

La vida de la Iglesia y nuestra vida cristiana, que vivimos con la Iglesia, es una vida de esperanza y de alegría. Recuerdo que en alguna de las conferencias de la doctora María Lucía Jiménez de Zitzman sobre mariología bíblica, nos hacía caer en la cuenta de esa palabra que decimos todos los días en el Ave María, tomada del Evangelio de Lucas, cuando narra el anuncio del Ángel: “Alégrate, María”. Esta palabra no era un simple saludo. El saludo hebreo es “Shalom”, “Paz”. El ángel usó un saludo nuevo, que en el Evangelio griego es “Xaire”, “Xaire”, María, alégrate, María. La alegría es la característica del nuevo tiempo que comienza, con la llegada del Mesías. María, al aceptar el encargo, se convirtió en la portadora de la Buena Nueva, en la portadora de la Palabra, de la alegría, en la portadora de Dios. Comenzó la nueva era, de la alegría, porque aconteció entonces el encuentro de la humanidad con Dios. Si encontramos a Jesucristo en nuestra vida, encontramos el gozo, la alegría.

 

Y el Santo Padre siguió así la explicación de nuestro compromiso, como colaboradores en la construcción del Reino de Dios:

 

El centro de la misión de Jesucristo y de todos los cristianos, que es el anuncio del Reino de Dios, presupone “el compromiso de estar presentes en el mundo como testigos suyos: vosotros dais testimonio de un sentido enraizado en el amor creador de Dios y que se opone a cualquier insensatez y desesperación. (…) Dais testimonio de ese Amor que se entregó por los seres humanos y venció la muerte. (…) Os oponéis así a los múltiples tipos de injusticia solapada o abierta, como también al desprecio de los seres humanos que se difunde cada vez más”.

 

De manera que el centro de nuestra misión es el anuncio del Reino de Dios y esa misión presupone un compromiso: estar presentes en el mundo como testigos suyos. Es un compromiso serio, que renovamos cuando renovamos las promesas del Bautismo y cuando recitamos el Credo. Allí confesamos en voz alta en qué creemos, en qué se basa y qué es lo que orienta nuestra conducta en la vida. Muchas veces no somos coherentes. En el momento de actuar se nos olvida el compromiso cristiano. Necesitamos la ayuda de Dios para levantarnos después de cada caída. Él es misericordioso y siempre nos extiende la mano.

 

* NO UNA DISTINCIÓN SINO UN COMPROMISO

 

El P. Fidel Oñoro, en el Congreso de Teología Pastoral, que transmitió Radio María, nos decía que no podemos tomar el llamamiento, la vocación cristiana, como un privilegio, sino como un compromiso. No es una distinción para gloriarnos de ella. En ese sentido nos explicó la elección de Israel; no fue elegido ese pueblo para discriminar a los demás, para que se sintiera él solo el elegido. Siguiendo su explicación podemos decir que Israel fue marcado con la marca del escogido, para comunicar a todos los hombres la Palabra (la Sagrada Escritura), y para recibir al Verbo, que se hizo Carne en una mujer judía, para todos los hombres.

 

Oigamos las palabras siguientes dirigidas especialmente a los sacerdotes, religiosos, diáconos y seminaristas, con quienes el Santo Padre rezó las vísperas en la basílica, allá en Austria. Son palabras dirigidas a quienes han hecho los votos religiosos, pero que teniendo en cuenta las diferencias en su aplicación, según el estado de cada uno, (vida sacerdotal o consagrada, o vida de laicos inmersos en el mundo) -, se pueden aplicar a todos los cristianos.

 

Dijo el Santo Padre:



“Seguir a Cristo significa compartir sus sentimientos y asimilar su estilo de vida”, y recordó las tres características de la vida religiosa: pobreza, castidad y obediencia. Así continuó:



“Jesucristo que era rico de toda la riqueza de Dios se hizo pobre por nosotros, (…) llamó bienaventurados a los pobres, (…) pero la simple pobreza material, de por sí, no garantiza la cercanía a Dios, aunque Dios está particularmente cerca de estos pobres (..) y el cristiano ve en Ellos a Cristo que lo espera. (…) Quien quiere seguir a Cristo de forma radical debe renunciar decididamente a los bienes materiales. Para todos los cristianos, pero especialmente para los sacerdotes, religiosos y religiosas, para los individuos como para las comunidades, la cuestión de la pobreza y de los pobres debe ser siempre objeto de examen de conciencia”.

 

* LA BENDICIÓN DE SER POBRES, DE SER MANSOS, DE SER…

 

Si ponemos atención a las palabras del Señor en las bienaventuranzas, nos damos cuenta de que ser pobres de espíritu, ser mansos, tener hambre y sed de justicia, ser limpios de corazón, ser promotores de la paz, ser perseguidos por la fe, son estados de bendición. Son bendiciones de Dios que vendrán con su recompensa eterna. “Alegraos y regocijaos porque vuestra recompensa será grande en los cielos…”[3] Así terminó el Señor la enumeración de esas bendiciones o bienaventuranzas.

 

Volvamos a la homilía de Benedicto XVI en la basílica de Mariazell, que veníamos comentando. Hubo unas palabras del Santo Padre sobre la obediencia, que es bueno que leamos, ahora cuando no pocas personas escogen si aceptan o no, según su propio criterio, lo que enseña el Magisterio de la Iglesia. Dijo Benedicto XVI que

 

Jesús, desde los años de Nazaret hasta la Cruz, vivió siempre “a la escucha del Padre, obedeciendo al Padre” y “los cristianos han experimentado siempre que  abandonándose a la voluntad del Padre no se pierden, sino que encuentran el camino hacia una identidad y una libertad interior muy profundas”. Por eso,”escuchar a Dios y obedecerle no tiene nada que ver con la coacción externa y la pérdida de sí mismo”.Y oigamos estas palabras, en particular:

 

“Jesús está presente ante nosotros de forma concreta sólo en su cuerpo, la Iglesia. Por eso, la obediencia a la voluntad de Dios, la obediencia a Jesucristo, en la (práctica) praxis debe ser concretamente una humilde obediencia a su Iglesia”.

 

Se dice, a veces, que la Iglesia está atrasada en su orientación y que por eso pierde fieles. Es triste escuchar eso, sobre todo cuando lo dicen algunos, que al mismo tiempo confiesan su amor a la Iglesia, pero se quejan de su Madre, con palabras duras e injustas. Por eso nos vienen bien estas palabras del Papa. No esperemos a que Jesucristo se haga presente para decirnos el camino que debemos seguir; Él estuvo aquí, nos dejó su pensamiento en el Evangelio, y de Él encargó a la Iglesia. Nos dice Benedicto XVI, que Jesús está presente de forma concreta en su cuerpo, la Iglesia.

 

* LA MADRE QUE AMAMOS A PESAR DE SUS IMPERFECCIOES HUMANAS

 

De manera que en la práctica, obedecer a Jesucristo es obedecer humildemente a la Iglesia. Y es que, para nosotros, católicos, la Iglesia es el Cuerpo Místico de Cristo. ¿Cómo no la vamos a amar y respetar? Cristo la ama como a su esposa. [4] Es la parte humana del Cuerpo Místico, es verdad, y por eso tiene imperfecciones humanas, pero trabaja por ser digna del Señor. Es nuestra Madre también, y a la madre la amamos, a pesar de sus naturales imperfecciones y nos cuidamos mucho de maltratarla. Que a la Iglesia el Señor la erigió perpetuamente como columna y fundamento de la verdad[5], dice San Pablo, y tiene la promesa de que la acompañará hasta el fin del mundo.[6]

 

Los católicos críticos de la Iglesia jerárquica, no niegan esta verdad, pero algunos justifican sus puntos de vista, diciendo que el Papa o los obispos no escuchan al Espíritu Santo. Yo creo que el Papa, y supongo que también nuestros obispos, son hombres de oración y piden la ayuda del Espíritu Santo cuando nos enseñan el Evangelio.

 

La Constitución dogmática sobre la Iglesia, Lumen Gentium, (Luz de los pueblos) del Concilio Vaticano II, acaba así el primer capítulo. Cita a San Agustín, cuando dice:

 

La Iglesia «va peregrinando entre las persecuciones del mundo y los consuelos de Dios»[7], anunciando la cruz del Señor hasta que venga (cf I Cor 11,26). Está fortalecida, con la virtud del Señor resucitado, para triunfar con paciencia y caridad de sus aflicciones y dificultades, tanto internas como externas, y revelar al mundo fielmente su misterio, aunque sea entre penumbras, hasta que se manifieste en todo el esplendor al final de los tiempos.

 

Continuemos ahora con el N° 59 del Compendio, en el que aparece la figura de María y su fiat al designio de amor de Dios. Dice así:

 

Heredera de la esperanza de los justos de Israel y primera entre los discípulos de Jesucristo, es María, su Madre.

 

Vayamos despacio, no perdamos palabra. Que María es la heredera de la esperanza de los justos de Israel, nos dice. ¿En quién habían puesto su esperanza los justos de Israel? En la promesa del Mesías, en la palabra del Dios de la Alianza. En la palabra que no puede fallar. Y nos dice el Compendio además, que María es la primera entre los discípulos de Jesucristo.

 

* La primera entre los discípulos de Jesucristo

 

En el documento de Aparecida, nos explican cómo es María la primera entre los discípulos de Jesucristo. Lo encontramos en la segunda parte del documento de Aparecida en el N° 266 y siguientes. Nos enseña el documento, en los números anteriores, que el inicio del discípulo, del cristiano, del que lleva el Evangelio, el inicio de ese sujeto nuevo que surge en la historia y al que llamamos discípulo, es el encuentro con Jesucristo, y cita a Benedicto XVI en Deus caritas est, en esas palabras que se repiten mucho, porque nos han aclarado de modo maravilloso lo que significa la fe. Recordemos esas palabras:

 

No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva.[8]

 

*El inicio del discípulo es su encuentro con Jesucristo

De manera que el inicio del discípulo es el encuentro con Jesucristo. Como la primera en encontrarse con Jesucristo fue María, se puede decir que Ella fue la primera discípula en la historia, pero naturalmente no se refiere sólo a que María haya sido la primera en el tiempo cronológico, cuando se la llama la Primera entre los discípulos de Cristo. El N° 266 del documento de Aparecida dice, que María es la discípula más perfecta del Señor. Los argumentos son muy abundantes, claro está; necesitaríamos mucho espacio para siquiera enumerarlos, pero citemos por lo menos algunos de los que señala Aparecida: la fe de María, Ella creyó la palabra de Dios transmitida por el Ángel; su obediencia a la voluntad de Dios, su constante meditación de la Palabra y de las acciones de Jesús (cf Lc 2, 19 y 51).

 

Continuemos con la lectura del El Compendio en el N° 59, que nos aclara aún más la figura de la Virgen María, como la primera discípula de Cristo. Dice:

 

Ella, con su « fiat » al designio de amor de Dios (cf. Lc 1,38), en nombre de toda la humanidad, acoge en la historia al enviado del Padre, al Salvador de los hombres: en el canto del « Magnificat » proclama el advenimiento del Misterio de la Salvación, la venida del «Mesías de los pobres» (cf. Is 11,4; 61,1). El Dios de la Alianza, cantado en el júbilo de su espíritu por la Virgen de Nazaret, es Aquel que derriba a los poderosos de sus tronos y exalta a los humildes, colma de bienes a los hambrientos y despide a los ricos con las manos vacías, dispersa a los soberbios y muestra su misericordia con aquellos que le temen (cf. Lc 1,50-53).

 

Acogiendo estos sentimientos del corazón de María, de la profundidad de su fe, expresada en las palabras del « Magnifica»t, los discípulos de Cristo están llamados a renovar en sí mismos, cada vez mejor, « la conciencia de que no se puede separar la verdad sobre Dios que salva, sobre Dios que es fuente de todo don, de la manifestación de su amor preferencial por los pobres y los humildes, que, cantado en el Magnificat, se encuentra luego expresado en las palabras y obras de Jesús».[9]

 

María, totalmente dependiente de Dios y toda orientada hacia Él con el impulso de su fe, «es la imagen más perfecta de la libertad y de la liberación de la humanidad y del cosmos».[10]

 

Con esas palabras termina el Compendio el capítulo sobre El Designio del Amor de Dios para la Humanidad.

María, con su “Fiat”, Hágase en mi según tu palabra, hizo posible de modo maravilloso, el designio de Amor de Dios para la Humanidad. Él la escogió, la llenó de sí, la llenó de gracia, pero la dejó libre de aceptar o no la misión que le pidió realizara. Dios quiso comunicarse directamente con la humanidad y lo hizo a través de María que aceptó su misión.

Como hemos visto, para transmitir el Evangelio tenemos que ser primero buenos discípulos, tenemos que llenar nuestra vida del Evangelio, que es llenar nuestra vida de Jesús, pues Él es el Evangelio. Tenemos que encontrarnos con Jesús. Tenemos que imitar al Maestro, escuchar su Palabra y cumplirla. Nuestro mejor modelo es María, quien fue libre y completamente disponible para colaborar con la acción salvadora de Dios. No puso obstáculos.[11]

Terminemos hoy con algunas otras ideas tomadas de las conferencias de mariología bíblica, de la doctora María Lucía Jiménez de Zitzman. Espero poder transmitirlas con fidelidad a su pensamiento.

 

Como el mejor discípulo, tratándose del Maestro Jesucristo, es el que logra mejor parecerse a Él, no hay duda de que María es la discípula inigualable. El paralelismo entre Jesús y su Madre es bellísimo. Una clara característica de Jesús es su disponibilidad a la Voluntad del Padre: vino a hacer la voluntad de su Padre, “…se despojó de sí mismo, tomando condición de siervo, haciéndose semejante a los hombres y apareciendo en su porte como hombre”, dice San Pablo en Fil 2,7.

 

De modo que siendo Dios, tomó la condición de siervo, de esclavo, y pasó como uno más de nosotros, los hombres. No se jactó de ser igual a Dios. Y María aparece libre, humilde, dispuesta a hacer lo que Dios quiera de Ella: asumió también la actitud de sierva: “He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra.”(Lc 2,1,38)

 

María no puso obstáculos para que en ella aconteciera la acción divina. No dudó, se turbó y mostró su temor ante la grandeza del anuncio e incertidumbre ante lo que humanamente parecía imposible.¿Cómo será esto, si no conozco varón? Recordemos la diferencia con la actitud de Zacarías, cuando el Ángel le anunció que Isabel su mujer, en su vejez, sería madre. Zacarías pidió una señal, una prueba y la prueba fue que quedó mudo porque no dio crédito a las palabras del ángel. Como recordamos, recobró el habla cuando sucedieron las cosas anunciadas.

 

Entendemos así mejor las palabras de Jesús, que a veces nos dejan perplejos, cuando le avisaron que su Madre y sus parientes estaban afuera buscándolo, y Él dijo: ¿Quién es mi madre, y quiénes son mis hermanos? …todo el que cumpla la voluntad de Padre celestial, ése es mi hermano, mi hermana, mi madre”.[12] Y en aquella otra oportunidad, cuando una mujer le gritó: “Dichoso el seno que te llevó y los pechos que te criaron” (traducción de la Biblia de Jerusalén, Lc11, 27-28) y Jesús le dijo: Dichosos más bien los que oyen la Palabra de Dios y la guardan”.

Esa fue la definición que de su Madre nos dejó Jesús en el Evangelio; nos dijo que era parecida a Él: humilde, obediente, disponible, fiel oyente de la Palabra y dispuesta a cumplirla. Por eso la pobreza de espíritu, la humildad, la disponibilidad a la voluntad de Dios, son fundamentales en el cristianismo.

 

*En María vemos el retrato de Jesús

 

Recuerdo que en su conferencia, la doctora María Lucía nos dijo en aquella ocasión, que María es la Primera Discípula y Creyente y por Ella podemos entender quién es Jesús. En Ella vemos el retrato de Jesús.

 

Volvamos a leer las tres líneas finales del capítulo del Compendio que terminamos hoy. Dicen así:

 

María, totalmente dependiente de Dios y toda orientada hacia Él con el impulso de su fe, «es la imagen más perfecta de la libertad y de la liberación de la humanidad y del cosmos».[13]

 

Bien, mis queridos radioescuchas de Radio María, así terminamos ese profundo capítulo del Compendio de la D.S.I. sobre los planes del amor de Dios para la humanidad. Es un capítulo fundamental. Sin él no entenderíamos la Doctrina Social de la Iglesia. En este ‘blog’ este capítulo ocupa mucho espacio: desde la Reflexión 6 hasta la Reflexión 69, la de hoy. Si Dios quiere, dentro de una semana continuaremos con un nuevo capítulo, dedicado a la Misión de la Iglesia y Doctrina Social, que en el Compendio de la D.S.I. va del N° 60 al 104. Los espero para que hagamos juntos este camino.

 

Fernando Díaz del Castillo Z.

ESCRÍBANOS A: reflexionesdsi@gmail.com

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[1] Cfr. Ef 1,10; 1 Cor 1, 15-28

[2]CIUDAD DEL VATICANO, 8 SEP 2007 (VIS)

[3] Lc 6,20-22; Mt 5, 1-12

[4] Concilio Vaticano II, Lumen Gentium, 7,8

[5] Ibidem 8, Cf I Tim 3,15

[6] Mt 28,19-20: Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo.

[7] Lumen Gentium, Ibidem N° 8, San Agustín, De civ. Dei XVIII 52,2: PL 41,614

[8] Deus caritas est, 12

[9] Juan Pablo II, Carta enc. Redemptoris Mater, 37

[10] Congregación para la Doctrina de la Fe, Instr. Libertatis conscientia, 97

[11] San Ignacio de Loyola decía: Hay muy pocas personas, si es que hay algunas, que comprenden perfectamente cuánto estorbamos a Dios cuando Él quiere obrar en nosotros, y todo lo que haría en nuestro favor si no lo estorbáramos.” (Citado por San Alberto Hurtado en “Medios Divinos y Medios Humanos”, edición privada, sin pie de imprenta)

[12] Jn 4,34: “Mi alimento es hacer la voluntad del que me ha enviado y llevar a cabo su obra”; 5,30: “Yo no puedo hacer nada por mi cuenta: juzgo según lo que oigo (Jesús escucha al Padre); y mi juicio es justo, porque no busco mi voluntad, sino la voluntad del que me ha enviado”. Véase también Hb 19,9

[13] Mt 12, 47-50; Mc 31-35

[14] Congregación para la Doctrina de la Fe, Instr. Libertatis conscientia, 97

Reflexión 68 Septiembre 6 2007

Compendio de la D.S.I. Nº 57-58 (II)

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Las Reflexiones que se publican aquí son originalmente programas transmitidos por Radio María. Usted puede escucharlos los jueves a las 9:00 a.m., hora de Colombia. Son éstos, programas de estudio de la Doctrina Social de la Iglesia (DSI), en los que se sigue paso a paso el Compendio de la DSI, publicado por el Pntificiop Cosejo Justicia y Paz. Contiene la doctrina católica oficial. Los programas de radio los puede sintonizar  radio por internet en www.radiomariacol.org

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Fundamentos que no pueden fallar

 

En la reflexión anterior terminamos el estudio del N° 57 del Compendio. Allí nos entusiasmamos con la certeza de que estamos llamados a vivir un día en el Reino de Dios, en el cielo. Tenemos plena confianza de que esto sucederá un día, porque nuestra esperanza tiene unos fundamentos que no pueden fallar: la palabra inconmovible del Señor y la Buena Nueva de Jesucristo Resucitado. Y comprendimos allí algo más que nos llena de alegría: por el bautismo fuimos llamados a ser hijos de Dios, discípulos suyos y evangelizadores. Nos enseña la Iglesia en este número, que no solamente podemos esperar en el futuro una morada nueva y eterna,- el Reino de los cielos, – sino que además de esa esperanza en el reino futuro tenemos un encargo como discípulos y misioneros; el encargo de colaborar aquí, en nuestro tiempo, en nuestra historia, con la construcción del Reino de Dios.

Nosotros, pequeños como somos ¿llamados a construir en el mundo el Reino de Dios? ¿Cómo podemos cumplir esa tarea maravillosa? No se trata de renunciar a nuestro trabajo actual, sino de hacerlo bien. Nuestro trabajo puede ser una colaboración en el desarrollo del Reino. Esta misión nos estimula a entregarnos con entusiasmo a nuestro trabajo, cualquiera él sea, y si lo hacemos bien, estaremos realizando la misión que se nos ha encomendado, de ir construyendo desde aquí, en nuestro tiempo, en nuestra historia, el Reino de Dios. Decíamos que es ésta una vocación que nos llena de alegría, el haber sido llamados por el bautismo, a ser obreros del Reino.

¿Cómo debe ser nuestro trabajo, para que sea un aporte a la construcción del Reino de Dios?  En este N° 57 la Iglesia nos da su orientación sobre cómo debe ser nuestro trabajo. No enseña que, colaborar en la construcción del Reino es vivir nosotros, personalmente, de acuerdo con los valores del Reino de Dios, – que son los valores del Evangelio, – y conseguir que nuestro mundo, por nuestra palabra y sobre todo por nuestro ejemplo,- por nuestro testimonio, – viva también según esos valores, que son los valores que Jesús nos enseñó con su Palabra y con su vida.

El Reino no es un Estado político

Comprendimos también, que el Reino que tenemos que ayudar a construir no es un Estado político, sino un mundo que se guíe por los valores que Jesucristo nos enseñó con su vida y su palabra: valores como el amor, la solidaridad, la misericordia, la fraternidad, la justicia, la defensa de la vida, de la dignidad de la persona humana y de la libertad. Jesús expuso esos valores en el Sermón del Monte, a lo largo de su predicación y de su vida, que terminó, de la forma más radical, con la muerte en la cruz, según las palabras de Benedicto XVI en su encíclica “Deus caritas est” (N° 12). Él no nos amó sólo de palabra, sino de verdad, hasta el extremo, como dice San Juan, 1,13, b): habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo. De la forma más radical, como dice el Papa.

Dios es Palabra y es Acción

A veces nos podemos asustar ante las exigencias del Reino, pero la Palabra del Señor no se anduvo con disimulos. El Evangelio es claro, es exigente. Volvamos a leer unas líneas de Benedicto XVI que leímos la semana pasada. Dice que Dios es Amor y lo demuestra en su actuar. Dios es Palabra y es Acción, y en el Evangelio se presenta actuando. Esto dice en el N° 12:

 

Este actuar de Dios adquiere ahora su forma dramática, puesto que, en Jesucristo, el propio Dios va tras la «oveja perdida», la humanidad doliente y extraviada. Cuando Jesús habla en sus parábolas del pastor que va tras la oveja descarriada, de la mujer que busca el dracma, del padre que sale al encuentro del hijo pródigo y lo abraza, no se trata sólo de meras palabras, sino que es la explicación de su propio ser y actuar. En su muerte en la cruz se realiza ese ponerse Dios contra sí mismo, al entregarse para dar nueva vida al hombre y salvarlo: esto es amor en su forma más radical. Poner la mirada en el costado traspasado de Cristo, del que habla Juan (cf. 19, 37), ayuda a comprender lo que ha sido el punto de partida de esta Carta encíclica: « Dios es amor » (1 Jn 4, 8). Es allí, en la cruz, donde puede contemplarse esta verdad. Y a partir de allí se debe definir ahora  qué es el amor. Y, desde esa mirada, el cristiano encuentra la orientación de su vivir y de su amar.

 

Vivir de acuerdo con los valores del Evangelio en nuestra vida diaria

 

Pero no tenemos que esperar a que se nos presenten momentos dramáticos, en que nos tengamos que jugar la vida para confesar la fe. Esos momentos puede ser que nunca se nos presenten. Nuestro seguir al Señor, el vivir de acuerdo con los valores del Evangelio se aplica a nuestra vida diaria, en cualquier actividad que realicemos.

 

Al estudiar el N° 57 del Compendio entendimos que nuestro trabajo honrado, bien hecho, despojado de egoísmos, cuando contribuye no sólo a nuestro beneficio personal, sino también al bien de los demás, puede ser un aporte en la construcción del Reino de Dios. Nuestro trabajo sencillo o complicado, material, espiritual o intelectual pueden ayudar a la construcción del Reino de Dios.

Este enfoque sobre la construcción presente del Reino de Dios, nos hace comprender que tenemos que vivir en una actitud permanente de conversión, de examinar si nuestra actividad está despojada de egoísmo, si realmente vivimos el Evangelio desde dentro, no sólo de palabra; si es el encuentro con Jesucristo el que nos impulsa a trabajar y no sólo nuestros intereses personales. Para vivir así es indispensable la gracia de Dios. Sin su ayuda nuestros esfuerzos serían vanos. Por eso necesitamos acercarnos al Señor en la oración, por los sacramentos, en particular en la Eucaristía.

Luz, levadura, una pizca de sal…

 

Jesús, en su predicación utilizó comparaciones y parábolas, para darnos a entender cómo debemos vivir haciendo nuestro trabajo por el Reino de Dios. Nos enseñó que debemos ser luz del mundo, (Mt 5, 13-16) que debemos trabajar como la levaduraen la masa, calladamente (Lc 13, 20-21) pero gracias a ella la masa crece y tenemos el pan en la mesa. También nos dijo que debemos ser como la sal, que da sabor, y sólo se necesita una pizca de sal, como dicen las recetas. Estas comparaciones son aplicables a nuestra vida y a la vida de nuestras comunidades y de la Iglesia, en las diferentes circunstancias por las que atravesamos. Podemos pasar desapercibidos, pero en el silencio podemos construir. En el silencio de la vida contemplativa, de la vida de oración, de la aceptación del dolor, del trabajo doméstico, cuántas personas son constructoras del Reino, más eficaces que los que quizás tenemos la oportunidad de evangelizar con la palabra.

Puede haber momentos en nuestra vida en que estemos expuestos a la luz, a la vista de todos.[3] Ese sería nuestro cuarto de hora, como suele decirse. Esa oportunidad se presenta en pequeño, en nuestro medio familiar o laboral; también en ese medio estamos expuestos a la luz y podemos hacer mucho bien, poco, o nada.

 

En los personajes públicos eso acontece en grande: sucede como cuando el reflector de un espectáculo se dirige sólo a una persona que está actuando en el escenario. Todas las miradas se dirigen  a ese personaje. Si Dios nos da esa oportunidad alguna vez, lo más probable es que se nos dé en un escenario pequeño, doméstico o, a algunos quizás, en un gran escenario; entonces, no olvidemos que allí tenemos que ser luz. No sirve para nuestra labor de obreros del Reino que recibamos el chorro de luz nosotros, sino que seamos nosotros los que iluminemos.

No pensemos sólo en los grandes personajes. Los padres de familia y también los hijos, en determinados momentos, o los jefes en el trabajo, o cualquier trabajador, por la tarea que esté realizando, – todos, – podemos ser alguna vez, por un tiempo corto o por años, el centro de atención. Entonces, las palabras del Evangelio van especialmente dirigidas a nosotros: “Vosotros sois la luz del mundo…Brille así vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos.”  (Mt 5, 13-16)

 

Nuestro cuarto de hora

 

En esos cuartos de hora que nos dé la Providencia tenemos que probar que somos fieles a nuestra vocación de discípulos y de evangelizadores.La mayor parte de nuestra vida podemos estar llamados a ser levadura o sal, trabajando calladamente por el Reino, sin que seamos centros de atención. Esa vocación puede ser menos atractiva a los ojos de los hombres, pero a los ojos de Dios, tiene el mérito del que hace su trabajo bien y al final lo recibirá con el premio del obrero fiel.

Si nos toca ser luz, a la vista de todos, tenemos que cuidar para que no nos domine nuestra vanidad, porque entonces no haremos bien el trabajo. Un examen de conciencia, o los demás, – si se lo permitimos, – nos harán descubrir si nuestra conducta es la correcta: si buscamos el Reino de Dios o si más bien tratamos de vender nuestra imagen.

El que me confiese…el que me niegue delante de los hombres…

 

En la vida pública sí que es importante tener presente la vocación del cristiano. Nuestros políticos y parlamentarios no pueden olvidar estas palabras del Señor:

“Yo os digo: Por todo el que se declare por mí ante los hombres, también el Hijo del hombre se declarará por él ante los ángeles de Dios. Pero el que me niegue delante de los hombres, será negado delante de los ángeles de Dios.” (Lc 12, 8-9)


Como estamos tan cercanos a la votación de la ley que pretende reglamentar la eutanasia, presentada por el senador Armando Bedetti y apoyado por la senadora Gina Parodi, es conveniente que estemos atentos para conocer quiénes son los parlamentarios que defienden propuestas claramente anticristianas como el aborto o la eutanasia. En el momento de tomar la decisión de votar, no se puede obrar como si la fe no tuviera nada que ver, porque ¿dónde se queda entonces nuestro compromiso cristiano de construir el Reino de Dios? (Esto se escribió en 2007)

Y es muy oportuno, después de Aparecida, hablar de Discípulos.

 

Uno no es buen discípulo si no pone en práctica lo que aprende

 

Tenemos que aprender, ser discípulos, para salir a Evangelizar. Y uno no es buen discípulo si no pone en práctica lo que aprende. Nos viene bien leer ahora las siguientes palabras del Evangelio (Lc 6, 46-49):

“¿Por qué me llamáis: “Señor, Señor”, y no hacéis lo que digo? 47 “Todo el que venga a mí y oiga mis palabras y las ponga en práctica, os voy a mostrar a quién es semejante: 48 Es semejante a un hombre que, al edificar una casa, cavó profundamente y puso los cimientos sobre roca. Al sobrevenir una inundación, rompió el torrente contra aquella casa, pero no pudo destruirla  por estar bien edificada. 49 Pero el que haya oído y no haya puesto en práctica, es semejante a un hombre que edificó una casa sobre tierra, sin cimientos, contra la que rompió el torrente  y al instante se desplomó y fue grande la ruina de aquella casa.”

Estas otras palabras del Señor las debemos tener muy en cuenta también

 

No son los que me dicen: “Señor, Señor”, los que entrarán en el Reino de los Cielos, sino los que cumplen la voluntad de mi Padre que está en el cielo. Muchos me dirán en aquel día: “Señor, Señor, ¿acaso no profetizamos en tu Nombre? ¿No expulsamos a los demonios e hicimos muchos milagros en tu Nombre?”. Entonces yo les manifestaré: “Jamás los conocí; apártense de mí, ustedes, los que hacen el mal”. (Mt7, 21-23)


La realización plena de la persona humana

 

Demos ahora un paso adelante y leamos el N° 58 del Compendio, que dice así:

58 La realización plena de la persona humana, actuada en Cristo gracias al don del Espíritu, madura ya en la historia y está mediada por las relaciones de la persona con las otras personas, relaciones que, a su vez, alcanzan su perfección gracias al esfuerzo encaminado a mejorar el mundo, en la justicia y en la paz. El actuar humano en la historia es de por sí significativo y eficaz para la instauración definitiva del Reino, aunque éste no deja de ser don de Dios, plenamente trascendente. Este actuar, cuando respeta el orden objetivo de la realidad temporal y está iluminado por la verdad y por la caridad, se convierte en instrumento para una realización cada vez más plena e íntegra de la justicia y de la paz y anticipa en el presente el Reino prometido.

Entonces, ¿qué pasa a la persona que actúa como Dios quiere, de acuerdo con los valores del Evangelio? En esa persona se va produciendo la realización humana plena; madura ya en la historia, y ella y las demás personas con las cuales interactúa, alcanzan la perfección, gracias al esfuerzo por mejorar el mundo en la justicia y en la paz.

 

¡Qué interesante es esta enseñanza! La persona humana, al trabajar por la instauración del Reino en la tierra, interactuando con los demás, viviendo según los valores del Evangelio, en su proceso de desarrollo va poco a poco en el camino de la perfección. Y es que si recorremos algunos de los valores del Evangelio, tenemos que aceptar que quien procura vivir de acuerdo con ellos, está procurando no sólo el bien del prójimo, sino su propio bien.

 

Recordemos algunos de esos valores: el amor, la solidaridad, la misericordia, la fraternidad, la mansedumbre, la paz, la justicia, la defensa de la vida, de la dignidad de la persona humana y de la libertad. Si encontramos a alguien que viva según esos valores, sin duda tendremos mucho qué admirar. Y sabemos que nuestro modelo perfecto, el qué sí vivió a la perfección esos valores es Jesucristo.

 

No es fácil aceptar el dolor, físico o moral. No es fácil ser mansos ante la agresión y la violencia. No es fácil amar al enemigo, no es fácil perdonar. No es fácil aceptar el sufrimiento, si no hay una razón, y nosotros los cristianos la tenemos. Hay razones particulares, como por ejemplo, para tratar a los demás como a hermanos, tenemos la razón de que realmente somos hijos del mismo padre, somos de la misma familia, de la familia de Dios. Y hay una razón general: que estamos llamados al Reino de los cielos, que no hay sufrimiento que no tenga fin, que con él hacemos méritos para nosotros y para los demás. Que nuestro sufrimiento puede ayudar a la construcción del Reino, y un día el Señor nos dirá, ven bendito de mi Padre, entra a la felicidad eterna que te tengo preparada.

 

Tengamos presente siempre, que no podemos recorrer el camino difícil, sin la ayuda de Dios. Él está allí para darnos la mano, siempre. Y María su Madre, para interceder por nosotros.

 

El ojo debe pasarse por alto para poder ver algo del mundo

Yo creo que no nos detenemos mucho a pensar que, al servir a los demás, vamos caminando por el camino de la propia perfección. A este propósito es interesante leer algunas líneas de Víctor Frankl, el médico, psicólogo, psicoterapeuta, que encontró el sentido de la vida en un campo de concentración nazi, en medio del dolor y la desesperanza. Fue él quien fundó la logoterapia, que busca la salud mental precisamente en la búsqueda del sentido de la vida. De él son estas palabras:

 

Cuando yo me pongo al servicio de algo, tengo presente ese algo y no a mí mismo, y en el amor a un semejante me pierdo de vista a mí mismo. Yo sólo puedo ser plenamente hombre y realizar mi individualidad en la medida en que me trasciendo a mí mismo de cara a algo o alguien que está en el mundo. Lo que debo tener presente, pues, es ese algo o alguien, y no mi autorrealización. Es más: debo relegarme a mí mismo, postergarme, olvidarme; debo pasarme por alto como el ojo debe pasarse por alto para poder ver algo del mundo.[8]

Es muy distinta esta presentación del desarrollo humano, a la que hacen los promotores del libre desarrollo de la personalidad que defienden la libertad de consumir una dosis personal de marihuana o cocaína, – por ejemplo, – porque la Constitución establece en su artículo 16, que Todas las personas tienen derecho al libre desarrollo de su personalidad sin más limitaciones que las que imponen los derechos de los demás y el orden jurídico.

 

Esta interpretación del libre desarrollo de la personalidad es contradictorio, pues al defender la legalidad de la dosis personal, no se defiende el desarrollo sino su deterioro.

 

Según ellos, lo que la Constitución garantiza no es sólo el libre desarrollo de la personalidad, sino el actuar para limitar o peor aún, para hacer daño al propio desarrollo. De manera que se garantiza el libre no desarrollo de la personalidad. No es extraño que ahora se pretenda garantizar también el derecho a quitarse la vida, el derecho a la propia destrucción, por medio de la eutanasia. Esos personaje van paso a paso, pero no dan puntada sin dedal.

 

Jesús sufriente no es menos perfecto

Jesucristo, como Dios tiene todas las perfecciones de la divinidad; como hombre, se sometió a nuestras imperfecciones menos el pecado, como dice la Carta a los Hebreos 4,15:

 

Pues no tenemos un Sumo Sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras flaquezas, sino probado en todo igual que nosotros, excepto en el pecado.

 

Recordemos la presentación que del Mesías, como el siervo de Yahvé ,había hecho el profeta Isaías 53, 4:

 

Despreciado, desechado por los hombres,
abrumado de dolores y habituado al sufrimiento,
como alguien ante quien se aparta el rostro,
tan despreciado, que lo tuvimos por nada
.

Pero él soportaba nuestros sufrimientos
y cargaba con nuestras dolencias

Esa imagen de Jesús, que soportó nuestras limitaciones: el dolor físico, el hambre, la sed y también el dolor moral de ser traicionado, la tristeza y el temor de la pasión como lo manifestó en Getsemaní y en la Cruz[11]; esa imagen de Jesús sufriente, no lo hace menos perfecto como hombre.[12] La imperfección aparece en nosotros, cuando nos rebelamos y no cargamos con nuestras limitaciones; Él en cambio, soportaba nuestros sufrimientos y cargaba con nuestras dolencias. Jesús fue probado en todo igual a nosotros, pero superó la prueba, superó la tentación, – porque Jesús fue tentado, – y la tentación es una prueba que muestra lo que hay en el hombre.[13] Es el crisol, donde se funde el metal precioso.

 

Terminemos con el último párrafo del N° 58 del Compendio, que dice:

Al conformarse con Cristo Redentor, el hombre se percibe como criatura querida por Dios y eternamente elegida por Él, llamada a la gracia y a la gloria, en toda la plenitud del misterio  del que se ha vuelto partícipe en Jesucristo. La configuración con Cristo  y la contemplación de su rostro  infunden en el cristiano un insuprimible anhelo por anticipar en este mundo, en el ámbito de las relaciones humanas, lo que será realidad en el definitivo, ocupándose en dar de comer, de beber, de vestir, una casa, el cuidado, la acogida y la compañía al Señor que llama a la puerta (cf. Mt 25, 35-37).

 

Ese es el Reino que tenemos que ayudar a construir, anticipando así lo que será realidad en el Reino definitivo, en la vida con Dios: para eso debemos alentar en nosotros un insuprimible anhelo por anticipar en este mundo, en el ámbito de las relaciones humanas, lo que será realidad en el definitivo, ocupándonos en dar de comer, de beber, de vestir, una casa, el cuidado, la acogida y la compañía  al Señor que llama a la puerta.

 

Fernando Díaz del Castillo Z.

Escríbanos a: reflexionesdsi@gmail.com

 


 

[1]

[3] Cfr. en este blog, BLOGROLL, Orar frente al computador, meditación para Septiembre 4,2007

[4] Mt 5, 13-16

[5] Lc 12, 8-9

[6] Lc 6, 46-49

[7] Mt 7, 21-23

[8] Víctor E. Frankl, El Hombre Doliente, Herder, 1987, Argumentos a favor de un optimismo trágico, Pg. 65

[9]Hb 4,15

[10] Is 53,4

[11] Mt 26, 37-42; Mt 27, 46

[12] Joseph Ratzinger, Benedicto XVI, nos hace pensar cuando en el prólogo de su libro “Jesús de Nazaret”, dice que “Dios se hizo visible a través del hombre Jesús y, desde Dios, se pudo ver la imagen del auténtico hombre”.

[13] Cfr. Carta a los Hebreos, comentarios del P. Miguel Nicolau, S.J., La Sagrada Escritura, BAC 214, Pg. 56ss

Reflexión 67 Agosto 30 2007

Compendio de la D.S.I. Nº 57-58

Vivir la Doctrina Social y llamamiento de “Aparecida”

 

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Vivir de acuerdo con los valores del Reino

 

Hemos venido estudiando el N° 57 del Compendio. Nos enseña la Iglesia en este número, que esperamos en el futuro, firmemente basados en la promesa de Dios y en la resurrección de Jesucristo, una morada nueva y eterna, el Reino de los cielos. También hemos aprendido allí, que nuestra esperanza en ese reino futuro no debilita nuestra entrega al trabajo en esta vida, sino que más bien, nos estimula a entregarnos con entusiasmo, a la misión que se nos ha encomendado, de ir construyendo desde aquí, en nuestro tiempo, en nuestra historia, el Reino de Dios. Decíamos que es ésta una vocación que nos llena de alegría, el haber sido llamados por el bautismo, a ser obreros del Reino. Lejos de la verdad l acusación a la religión, de ser “opio del pueblo”.

 

Comprendimos que colaborar en la construcción del Reino es vivir nosotros, personalmente, de acuerdo con los valores del Reino de Dios y conseguir que nuestro mundo viva también según esos valores, que son los valores del Evangelio. Comprendimos que el Reino que tenemos que ayudar a construir no es un Estado político, sino un mundo que se guíe por los valores que Jesucristo nos enseñó con su vida y su palabra: el amor, la solidaridad, la misericordia, la fraternidad, la justicia, la defensa de la vida, de la dignidad de la persona humana y de la libertad.

Un encuentro personal con Cristo

Fue muy interesante descubrir, que bienes como los frutos buenos de la naturaleza y de nuestro trabajo personal, pueden ser también bienes del Reino, cuando se han iluminado y purificado de toda mancha. De modo que nuestro trabajo honrado, bien hecho, despojado de egoísmos, cuando contribuye no sólo a nuestro beneficio personal, sino también al bien de los demás, puede ser un aporte en la construcción del Reino de Dios. Nuestro trabajo sencillo o complicado, material, espiritual o intelectual pueden ayudar a la construcción del Reino de Dios.

Este enfoque sobre la construcción presente del Reino de Dios nos hace comprender que tenemos que vivir en una actitud permanente de conversión, de examinar si nuestra actividad está despojada de egoísmo, si realmente desde dentro, y activamente, no sólo de palabra, vivimos el Evangelio; si es el encuentro con Jesucristo el que nos impulsa a trabajar y no sólo nuestros intereses personales.

El documento de Aparecida dice que: «En nuestra Iglesia debemos ofrecer a todos nuestros fieles un ‘encuentro personal con Cristo’, una experiencia religiosa profunda e intensa, un anuncio kerigmático y el testimonio personal de evangelizadores, que lleven a una conversión personal y a un cambio de vida integral».[1]

No nos perdamos en las palabras: nos dicen nuestros pastores que, si queremos responder a la llamada que el Señor nos hizo por el bautismo, de ser evangelizadores, es decir, si queremos transmitir a los demás la alegría de la cual nos llena la fe en el Resucitado, – es decir, si queremos dar nuestro testimonio personal – necesitamos nuestra conversión personal, un cambio de vida integral, – integral quiere decir completa, en todos sus aspectos. Para que esto sea posible, nuestros obispos dicen que la Iglesia nos debe ofrecer un encuentro personal con Cristo, una experiencia religiosa profunda e intensa.

No es suficiente la proclamación oral de nuestra fe

Para ser testigos creíbles, no es suficiente la proclamación oral de nuestra fe. No es suficiente hablar; es necesario vivir de acuerdo con la fe que decimos profesar. A eso se refieren nuestros obispos , lo mismo que Juan Pablo II y Benedicto XVI cuando nos piden que seamos coherentes. Sin duda, el encuentro personal con Jesucristo es necesario para que podamos ser testigos creíbles.

 

Nuestro compromiso social no es simplemente un compromiso político

 

Pensando en la Doctrina Social de la Iglesia, nuestro compromiso social no es simplemente un compromiso político; como laicos podemos tener compromisos políticos, con movimientos o partidos que defiendan los principios y valores del Evangelio, pero nuestro compromiso cristiano, tiene que estar fundado en una profunda espiritualidad centrada en Cristo. Si no nos fundamos en Jesucristo, nuestra actividad se puede quedar en la sola política. Quizás eso ha sucedido a los que, supuestamente, con la intención de cambiar el mundo para el bien, se han ido a la guerrilla a empuñar un arma contra otros hermanos. O sin ir tan lejos, eso quizás sucede a los que apoyan movimientos o a candidatos con propuestas claramente anticristianas como el aborto o la eutanasia. En el momento de tomar la decisión de votar, se obra como si la fe no tuviera nada que ver. ¿Dónde se queda entonces nuestro compromiso cristiano de construir el Reino de Dios, si llevamos al Parlamento a personas que van a combatir los valores del Evangelio?

Otro tanto sucede al tomar decisiones que tienen que ver con la justicia. A este respecto, el misionero javeriano Humberto Mauro Marsich, especialista en la doctrina social de la Iglesia y en bioética, dice que la orientación hacia acciones concretas a favor de la justicia, y la transformación de las estructuras, tiene que partir de una profunda fe en Cristo y que desde esa experiencia personal y comunitaria con Cristo, que empieza en el bautismo, nace el reto de ser discípulos y misioneros. Los discípulos y misioneros auténticos, comprenden en su encuentro con Cristo que la evangelización estaría mutilada, si no se trabajara al mismo tiempo por la promoción de las personas, por la transformación personal y de las estructuras inicuas y pecaminosas; si no se luchara por la justicia.[2]

También los laicos estamos llamados a ser discípulos y misioneros

Los laicos tenemos que caer en la cuenta de que, cuando mencionan nuestros obispos en Aparecida a los discípulos y misioneros, no se están refiriendo sólo a los sacerdotes y religiosos. Todos, por el bautismo, estamos llamados a ser discípulos y misioneros. Tenemos que aprender, recibir la verdad del Evangelio, pero no para esconderla o guardarla para nosotros solos, sino para proclamarla.

Nuestra fe no es una fe de ideas abstractas, que se quedan sólo en la reflexión intelectual; nuestra fe viene de un Dios que es activo. Un Dios de un “realismo inaudito”, en palabras de Benedicto XVI.[3] El Amor de Dios no es de sólo palabras: se vive en la acción creadora de Dios, (la actividad de Dios en la creación y conservación del universo es inmensa), actuó Dios, y de qué manera maravillosa en la Encarnación  y en la muerte de Jesús en la cruz, se manifiesta el amor en su forma más radical.[4] Al contemplar a Jesús en la cruz, el cristiano debe encontrar la orientación de su vivir y de su amar.

Nuestra fe católica es muy coherente desde cualquier aspecto desde donde se mire. Benedicto XVI, en su encíclica Deus caritas est, relaciona el compromiso social del creyente con la comunión y vida eucarística. Según el Santo Padre, cuando se considera la práctica de la caridad y de la solidaridad con el hermano necesitado, se comprende que la responsabilidad social es una consecuencia lógica de la vivencia auténtica de la Eucaristía.

Cuando participamos en la Eucaristía, nos debería pasar algo internamente; no es como asistir a una simple ceremonia, que puede ser momentáneamente conmovedora por la devoción del celebrante, la magnificencia del templo o la belleza de la música. Todo eso nos debe conducir a vivir la verdad de lo que allí acontece: en la Eucaristía nos encontramos con Jesucristo, con Dios que es Amor. Amor implica entrega. Leamos unas líneas de la encíclica Deus caritas est, en los N° 12-14:

Un realismo inaudito. Amor en su forma más radical


La verdadera originalidad del Nuevo Testamento no consiste en nuevas ideas, sino en la figura misma de Cristo, que da carne y sangre a los conceptos: un realismo inaudito. Tampoco en el Antiguo Testamento la novedad bíblica consiste simplemente en nociones abstractas, sino en la actuación imprevisible y, en cierto sentido inaudita, de Dios. Este actuar de Dios adquiere ahora su forma dramática, puesto que, en Jesucristo, el propio Dios va tras la «oveja perdida», la humanidad doliente y extraviada. Cuando Jesús habla en sus parábolas del pastor que va tras la oveja descarriada, de la mujer que busca el dracma, del padre que sale al encuentro del hijo pródigo y lo abraza, no se trata sólo de meras palabras, sino que es la explicación de su propio ser y actuar. En su muerte en la cruz se realiza ese ponerse Dios contra sí mismo, al entregarse para dar nueva vida al hombre y salvarlo: esto es amor en su forma más radical. Poner la mirada en el costado traspasado de Cristo, del que habla Juan (cf. 19, 37), ayuda a comprender lo que ha sido el punto de partida de esta Carta encíclica: « Dios es amor » (1 Jn 4, 8). Es allí, en la cruz, donde puede contemplarse esta verdad. Y a partir de allí se debe definir ahora qué es el amor. Y, desde esa mirada, el cristiano encuentra la orientación de su vivir y de su amar.

 

Más adelante, en el N° 13 continúa Benedicto XVI:

 

Jesús ha perpetuado este acto de entrega mediante la institución de la Eucaristía durante la Última Cena… La Eucaristía nos adentra en el acto oblativo de Jesús. No recibimos solamente de modo pasivo el Logos encarnado, sino que nos implicamos en la dinámica de su entrega.

Había dicho poco antes el Santo Padre, que si los antiguos pensaban que el verdadero alimento del hombre, aquello por lo que el hombre vive, era la sabiduría eterna, el logos, como la llamaban, – ahora, en la Eucaristía, el Logos, el Verbo, se ha hecho para nosotros verdadera comida, como amor.

 

Todo esto tiene que ver con la D.S.I. Oigamos cómo continúa la Deus caritas est en el N° 14:

La « mística» de la Eucaristía tiene un carácter social

 

 

Pero ahora se ha de prestar atención a otro aspecto: la « mística» del Sacramento tiene un carácter social, porque en la comunión sacramental yo quedo unido al Señor como todos los demás que comulgan: «El pan es uno, y así nosotros, aunque somos muchos, formamos un solo cuerpo, porque comemos todos del mismo pan», dice san Pablo (1 Co 10, 17). La unión con Cristo es al mismo tiempo unión con todos los demás a los que él se entrega. No puedo tener a Cristo sólo para mí; únicamente puedo pertenecerle en unión con todos los que son suyos o lo serán. La comunión me hace salir de mí mismo para ir hacia Él, y por tanto, también hacia la unidad con todos los cristianos. Nos hacemos « un cuerpo », aunados en una única existencia. Ahora, el amor a Dios y al prójimo están realmente unidos: el Dios encarnado nos atrae a todos hacia sí. Se entiende, pues, que el ágape (el amor) se haya convertido también en un nombre de la Eucaristía: en ella el agapé de Dios (el amor de Dios) nos llega corporalmente para seguir actuando en nosotros y por nosotros.

 

Una Eucaristía que no comporte un ejercicio práctico del amor…

Recordemos que a la Eucaristía la llamamos también sacramento del Amor, es decir, del ágape. Por cierto el Diccionario dice que la palabra ágape, en español, significa Comida fraternal de carácter religioso entre los primeros cristianos, destinada a estrechar los lazos que los unían. Continuemos con las palabras de Benedicto XVI en Deus caritas est:

 

Sólo a partir de este fundamento cristológico-sacramental se puede entender correctamente la enseñanza de Jesús sobre el amor. El paso desde la Ley y los Profetas al doble mandamiento del amor de Dios y del prójimo, el hacer derivar de este precepto toda la existencia de fe, no es simplemente moral, que podría darse autónomamente, paralelamente a la fe en Cristo y a su actualización en el Sacramento: fe, culto y ethos[5] se compenetran recíprocamente como una sola realidad, que se configura en el encuentro con el agapé (el amor) de Dios. Así, la contraposición usual entre culto y ética simplemente desaparece. En el «culto» mismo, en la comunión eucarística, está incluido a la vez el ser amados y el amar a los otros. Una Eucaristía que no comporte un ejercicio práctico del amor es fragmentaria en sí misma. Viceversa —como hemos de considerar más detalladamente aún—, el «mandamiento» del amor es posible sólo porque no es una mera exigencia: el amor puede ser«mandado» porque antes es dado.

 

Voy a intentar compartir con ustedes mi reflexión sobre el párrafo que acabamos de leer, de la encíclica Deus caritas est.

 

En la Eucaristía, se compenetran como una sola realidad la fe, el culto y la ética

 

La Eucaristía es entonces una síntesis viva de la doctrina de Jesús sobre el amor. El amor de Dios nos llega y se nos da en persona, en la Eucaristía. Es que la doctrina es viva, no sólo conceptos abstractos. Dice Benedicto XVI, que al presentar Jesús toda la Ley y los Profetas sintetizados, resumidos, en el Mandamiento del Amor a Dios y al prójimo, no se está exponiendo simplemente una moral, una ética, que bien podría establecerse autónomamente, como puede formularse, por ejemplo, una ética civil, que no tiene en cuenta la moral religiosa, sino que en el encuentro con Dios en la Eucaristía, se compenetran como una sola realidad la fe, el culto y la ética. No se queda la doctrina sobre el amor en los meros conceptos, sino que la Eucaristía comporta un ejercicio práctico del amor, que implica amar a los demás y ser amado por ellos. La Eucaristía, si la viviéramos, nos debería transformar. El saludo de paz, antes de la comunión, representa el amor, la reconciliación con el hermano. En las práctica no siempre eso es verdad, pero por lo menos deberíamos considerar los pasos que deberíamos dar, para que ese saludo no sea sólo un gesto vacío.

 

Estábamos tratando sobre el Reino de Dios, que se va construyendo al conseguir que el mundo se rija por los valores del Evangelio. Tengamos presente que, la llamada a todos los cristianos a ser mensajeros de la Buena Noticia, quiere decir que estamos llamados a hacer visible el Reino de Dios: que hagamos evidente, por nuestra palabra, pero sobre todo por nuestro testimonio, que sí es posible un mundo fundado en los principios del Evangelio.

 

Todo esto que hemos hablado sobre el amor, sobre la Eucaristía, sobre la acción de Dios… ¿cómo se conecta con el Reino y con la D.S.I. ¿ El documento de Aparecida nos ayuda una vez más a comprenderlo. El P. Umberto Mauro Marsich, a quien cité antes, dice que nos invita la Iglesia a asociamos al gran proyecto de Jesús, la construcción del Reino, y respondemos a ese compromiso con una gran misión continental. (D.A. 376)

 

En los pobres de la tierra encontramos el rostro sufriente de Cristo

 

La construcción del Reino es la razón de nuestro seguimiento y discipulado de Jesús: «Al llamar a los suyos para que lo sigan, les da el encargo muy preciso de anunciar el evangelio del Reino a todas las naciones. Por esto todo discípulo es misionero» (DA 159). Y el Reino tiene rasgos muy concretos y valores muy claros, por los cuales tenemos que trabajar y lograr, así, una sociedad más justa e igualitaria, más fraterna y misericordiosa, más pacífica y humana. Será posible lograrla mejorando la situación socio cultural; luchando por una economía más equitativa y por una política más respetuosa de la dignidad humana y finalizada hacia el bien común también internacional y planetario; defendiendo la biodiversidad y respetando a los pueblos más vulnerables como son los indígenas y los afro-americanos. En pocas palabras, el Reino de Jesús es el reino de la vida; es la oferta de una vida plena para todos en el respeto y defensa de la dignidad humana  ante una cultura actual que tiende a proponer estilos de ser y de vivir contrarios a la naturaleza y dignidad del ser humano (DA 401): «Dentro de esta amplia preocupación por la dignidad humana, se sitúa – reconoce el DA- nuestra angustia por los millones de latinoamericanos y latinoamericanas que no pueden llevar una vida que responda a esa dignidad» (405).

 

En los pobres de la tierra encontramos el rostro sufriente de Cristo (DA 407). Nuestro servicio a los pobres, para que sea efectivo, deberá encarnarse en gestos visibles y en experiencias de solidaridad continua, más allá del mero nivel teórico-emotivo de indignación ética.

 

Iluminados por la DSI, especialmente los laicos deben participar activamente a la construcción del Reino de Jesús, en un proyecto de pastoral orgánica donde, en comunión con la Iglesia, sean ellos los primeros y más comprometidos actores. Los laicos son hombres de la Iglesia en el corazón del mundo y hombres del mundo en el corazón de la Iglesia. Puesto que su misión específica se realiza en el mundo, con su testimonio y su actividad, contribuyen significativamente a la transformación de las realidades  y a la creación de estructuras justas según los criterios del Evangelio (DA 226).

 

Más adelante continúa el P. Marsich con estas ideas, que complementan nuestra reflexión sobre los Bienes del Reino:

 

El espíritu que nos debe guiar en esta aventura del seguimiento de Jesús y en la construcción de su Reino debe ser el amor y la generosidad sin límite del «Buen Samaritano» (Lc 10, 25-37). La misión de los discípulos consiste en comunicar la vida nueva de Cristo a todos los pueblos y servirla para que sea plena para todos y, en particular, para los pobres. Esta vida nueva de Jesucristo toca al ser humano entero y tiende a desarrollar en plenitud la existencia humana en su dimensión personal, familiar, social y cultural (DA 369).

 

La evangelización no es completa sin promoción humana, sin atención a los pobres y sin lucha por la justicia

Y estas otras ideas, explicación del documento de Aparecida por el mismo P. Marsich, encajan perfectamente en la comprensión del N° 57 del Compendio, que estamos estudiando:

 

Para configurarse verdaderamente con el Maestro es necesario asumir la centralidad del mandamiento del amor, que él quiso llamar suyo y nuevo: «Ámense los unos a los otros, como yo los he amado» (Jn 15, 12). En el seguimiento de Jesucristo aprendemos y practicamos las bienaventuranzas del Reino y el estilo de vida del mismo Jesucristo: su amor filial al Padre y su compasión entrañable ante el dolor humano, su cercanía a los pobres y a los pequeños, su fidelidad a la misión encomendada, su amor servicial hasta el don de su vida (DA 154). La evangelización no es completa sin promoción humana, sin atención a los pobres y sin lucha por la justicia. La pasión por el Padre y por el Reino nos impulsará a anunciar la Buena Nueva a los pobres, curar a los enfermos, consolar a los tristes, liberar a los cautivos y anunciar a todos el año de gracia del Señor (Lc 4, 18-19).

 

Como vemos, la relación de este número 57 con el documento de Aparecida es muy grande. Este documento de nuestros obispos latinoamericanos y del Caribe parte de la vocación bautismal al discipulado misionero de todos los creyentes. Nos hace ver que nuestra práctica de la religión, no se puede reducir a una experiencia espiritual personal, sin tener en cuenta a los demás. Si es verdad que tenemos que trabajar todos los días por nuestro propio cambio, también es verdad que nuestro trabajo como obreros del Reino, implica una proyección social. Aunque sabemos que la plenitud del Reino no se realizará en la vida presente, tenemos que ser conscientes de nuestra responsabilidad en la construcción del Reino en la historia. No sólo nos tenemos que convertir nosotros, individualmente, sino que tenemos que colaborar, sobre todo con nuestro testimonio, en la conversión de la sociedad.

 

La misión de anunciar el Evangelio del Señor y de construir su Reino genera, inevitablemente, ciertas implicaciones éticas

 

Vamos a terminar esta reflexión sobre los Bienes del Reino con estas palabras del P. Marsich, en su comentario del documento de Aparecida. Dice así:

 

La misión de anunciar el Evangelio del Señor y de construir su Reino genera, inevitablemente, ciertas implicaciones éticas como la de no poder aceptar pasivamente estructuras económicas y políticas que hundan siempre más, a la gran mayoría de nuestros hermanos, en la pobreza y en condiciones de vida infrahumana.

 

Los rostros de Cristo sufriente se multiplican siempre más frente a nosotros y nos piden alivio, ayuda y atención. No podemos seguir traicionando impunemente el mandato evangélico del amor al prójimo, eficazmente plasmado en la parábola del buen samaritano. Debemos ser discípulos atentos y apasionados de Jesús hasta las últimas consecuencias. Diversamente, también Aparecida será una frustración más. Justamente los obispos, en la conclusión del documento, nos suplican de asumir (sic) soluciones transformadoras y de (sic) no quedarnos con los brazos cruzados: «No podemos quedarnos tranquilos –afirma el documento- en espera pasiva en nuestros templos, sino urge acudir en todas las direcciones para proclamar que el mal y la muerte no tienen la última palabra, que el amor es más fuerte, que hemos sido liberados y salvados por la victoria pascual del Señor de la historia, que Él nos convoca en Iglesia, y que quiere multiplicar el número de sus discípulos y misioneros en la construcción de su Reino en nuestro Continente» (DA 548).

Y termina así:

 

Hermosa es la invitación y convocatoria final de Aparecida para que todos participemos en la gran misión continental permanente, llevando «nuestras naves mar adentro, con el soplo potente del Espíritu Santo, sin miedo a las tormentas, seguros de que la Providencia de Dios nos deparará grandes sorpresas» (519). Ella misma nos alentará a ser discípulos que saben compartir la mesa de la vida con todos, pero, de manera particular, con aquellos que la sociedad sigue excluyendo siempre más: los pobres.

 

Fernando Díaz del Castillo Z.

Escríbanos a: reflexionesdsi@gmail.com


[1] D.A. (Documento de Aparecida),226 a). Este documento cita 49 veces el “Encuentro personal con Jesucristo”.

[2]EL CAMBIO SOCIAL Y PERSONAL, DE COSTUMBRES Y ESTRUCTURAS, A LA LUZ DEL DOCUMENTO DE APARECIDA, por Humberto Mauro Marsich, ZS07082713 – 27-08-2007, Permalink: http://www.zenit.org/article-24629?l=spanish

[3] Deus caritas est, 14

[4] Ibidem, 12

[5]Según el Diccionario Oxford, ethos son los valores y actitudes. Podemos decir que son los principios, valores y actitudes que guían a la sociedad.

Reflexión 66 Agosto 16 2007

Compendio de la D.S.I. Nº 57 (V)

Reflexión 066 (A) ¿Qué es un valor? (Vea también la Reflexión de agosto 09)

 

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Esperamos con fundada esperanza

 

Hemos dedicado varias reflexiones a meditar sobre los bienes del Reino, de que nos habla el N° 57 del Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia. Nos enseña la Iglesia que, con base en la promesa de Dios y la resurrección de Jesucristo, esperamos con fundada esperanza, una morada nueva y eterna, el Reino de los cielos, al cual confiamos llegar un día, fundados sobre la roca inconmovible de la Palabra de Dios.

Hemos visto que mientras estamos en la tierra, la esperanza en el Reino futuro, en vez de debilitar, debe más bien estimular nuestra entrega al trabajo en el tiempo presente, porque por el bautismo estamos llamados a construir desde esta vida, el Reino de Dios. Es una vocación que nos llena de alegría.

Veíamos en la reflexión pasada, que el Reino que tenemos que ayudar a construir en la tierra no es un Estado político, sino un mundo en el cual los valores que guíen a la sociedad sean los valores del Evangelio, – que son los valores del Reino, – y en El Evangelio sólo se promueven valores como el amor, la esperanza, la solidaridad, la misericordia, la fraternidad, la defensa de la vida y de la dignidad. Valores todos positivos, que construyen, no destruyen, que integran, no separan.

Ya hemos reflexionado sobre bienes fundamentales del Reino como la vida, la dignidad de la persona humana, la fraternidad, la familia, la libertad, y en la reflexión pasada empezamos a estudiar el párrafo final del N° 57, que se refiere a otros bienes del Reino. Leámoslo para recordar dónde vamos. Dice:

Los bienes, como la dignidad del hombre, la fraternidad y la libertad, todos los frutos buenos de la naturaleza y de nuestra laboriosidad, difundidos por la tierra en el Espíritu del Señor y según su precepto, purificados de toda mancha, iluminados y transfigurados, pertenecen al Reino de verdad y de vida, de santidad y de gracia, de justicia, de amor y de paz que Cristo entregará al Padre y donde nosotros los volveremos a encontrar.

“Todos los frutos buenos de la naturaleza y de nuestra laboriosidad”.

 

Observemos que, entre los bienes del Reino, la Iglesia menciona“todos los frutos buenos de la naturaleza y de nuestra laboriosidad”. De manera que nuestro trabajo puede ser un bien del Reino, cuando se hace en el Espíritu del Señor, cuando se ha iluminado y purificado de toda mancha. Cuando nuestro trabajo no es egoísta, cuando es honrado, cuando se hace bien, a conciencia, cuando contribuye al bien, no sólo nuestro, sino al bien de los demás, nuestro trabajo así, – cualquier trabajo: intelectual, material, doméstico, artesanal, técnico, científico, – puede ser un aporte en la construcción del Reino de Dios en la tierra.

Para comprender la dignidad y la importancia del trabajo humano podemos leer con fruto la encíclica “Laborem Exercens”, de Juan Pablo II. Nos dice allí el Papa que El hombre es la imagen de Dios, entre otros motivos, por el mandato recibido de su Creador de someter y dominar la tierra. Y que En la realización de este mandato, el hombre, todo ser humano, hace que la acción misma del Creador del universo se refleje en él.[1]

También el documento de Aparecida en el capítulo 3.4, que se titula La Buena Nueva de la Actividad Humana, encontramos material suficiente para meditar sobre el trabajo: la Buena Nueva del Trabajo, como lo llaman nuestros obispos.

Nos apoyamos, para la reflexión anterior,en las enseñanzas de Juan Pablo II sobre la libertad, en su libro “Memoria e Identidad” y también nos apoyamos en el Catecismo. Y avanzamos con la ayuda del maravilloso documento de “Aparecida” para comprender mejor nuestro papel como obreros del Reino, como comunicadores de la buena nueva. Los invito a leer sobre este tema la segunda parte, que trata sobre LA VIDA DE JESUCRISTO EN LOS DISCÍPULOS MISIONEROS.

Con la alegría de la fe

 

Es oportuno hacer una aclaración: no sólo en esta segunda parte se trata el tema de nuestra vocación como comunicadores de la Buena Nueva. El documento de Aparecida no trata de manera exhaustiva cada tema, en un solo lugar, sino que tiene una estructura circular: esto quiere decir que hay que estudiarlo todo, no limitarse a un título, porque un tema se puede presentar en varios lugares del documento, desde diversas perspectivas. En el programa anterior alcanzamos a leer unas líneas, pero la invitación es a profundizar en el tema, estudiando todo el documento. Leamos algo más que nos ayude a profundizar sobre los Bienes del Reino. Confío en que la lectura de algunas partes del documento nos sirva como invitación a estudiarlo todo. En el N°103 dice el Documento de Aparecida:

(…) Con la alegría de la fe, somos misioneros para proclamar el Evangelio de Jesucristo y, en Él, la buena nueva de la dignidad humana, de la vida, de la familia, del trabajo, de la ciencia y de la solidaridad con la creación.

Una observación importante: fijémonos cómo empieza el párrafo que acabamos de leer: Con la alegría de la fe, somos misioneros para proclamar el Evangelio de Jesucristo. Nuestra proclamación del Evangelio, bien sea con nuestra palabra o, sobre todo con nuestro testimonio, tiene que ser una proclamación con la alegría de la fe”. Los cristianos tenemos un inmenso motivo de permanente alegría: el regalo de la fe. Cuando nos vean obrando como cristianos, nuestra acción debería ser reflejo de nuestra alegría interior. Así como de los primeros cristianos decían: “Mirad cómo se aman”, de nosotros, cristianos del siglo XXI deberían poder decir: “Mirad cómo son de alegres”.

Nuestra fe nos llena con la alegría de la Buena Noticia de Jesucristo resucitado. Ni la muerte nos puede arrebatar esa alegría, porque el gozo pascual nos anuncia que también nosotros resucitaremos para gozar, en plenitud y para siempre, del Reino que desde la eternidad nos tiene el Señor preparado.

¿Cómo callar ante los demás y no contarles que Dios nos ha hecho semejante regalo? Cuando nos pasa algo grande lo contamos a nuestros familiares y amigos. Cuando vivimos nuestra vocación de comunicadores de la buena nueva, nuestro comportamiento debería reflejar el gozo que produce semejante buena noticia, capaz de cambiar la vida. Y no callamos, porque no tendría sentido que ocultáramos tan buena noticia para gozar de ella nosotros solos.

Continuemos con las palabras de Aparecida. Volvámoslas a leer:

Con la alegría de la fe, somos misioneros para proclamar el Evangelio de Jesucristo y, en Él, la buena nueva de la dignidad humana, de la vida, de la familia, del trabajo, de la ciencia y de la solidaridad con la creación.

La buena nueva de la dignidad humana, de la vida, de la familia, del trabajo, de la ciencia y de la solidaridad con la creación

Nos llama la atención que nuestros obispos califiquen a la vida, a la dignidad humana, a la familia, al trabajo, a la ciencia, a la solidaridad con la creación, como parte de “la Buena nueva”: somos misioneros para proclamar el Evangelio de Jesucristo y, en Él, la buena nueva de la dignidad humana, de la vida, de la familia, del trabajo, de la ciencia y de la solidaridad con la creación.

De manera que cuando proclamamos el Evangelio, proclamamos la buena nueva de la vida, de la dignidad, de la familia, del trabajo… Son motivos de gozo los dones con que Dios nos ha revestido por su generosidad.

Vimos ya que en el capítulo 3.1 trata el documento de Aparecida sobre la dignidad de la persona humana con el título: LA BUENA NUEVA DE LA DIGNIDAD HUMANA.

Todos estos bienes son los bienes del Reino; los valores del Evangelio son los que tenemos que ayudar a implementar en la tierra, como obreros colaboradores en la construcción del Reino. Dice el documento de Aparecida en el N°104:

Bendecimos a Dios por la dignidad de la persona humana, creada a su imagen y semejanza. Nos ha creado libres y nos ha hecho sujetos de derechos y deberes en medio de la creación. Le agradecemos por asociarnos al perfeccionamiento del mundo, dándonos inteligencia y capacidad para amar; (Bendecimos a Dios) por la dignidad, que recibimos también como tarea que debemos proteger, cultivar y promover.

Vayamos por partes: con nuestros obispos, bendecimos a Dios porque Nos ha creado libres y nos ha hecho sujetos de derechos y deberes en medio de la creación.

Una época en que se habla mucho de libertad y de derechos, pero poco de deberes

 

Reflexionamos antes sobre el uso de la libertad, guiados por la palabra de Juan Pablo II y decíamos que, si Dios nos creó libres, sujetos de derechos y deberes, en nuestro examen para ver cómo cumplimos con nuestra vocación, nos vendría bien preguntarnos cómo manejamos nuestra libertad, cómo usamos y defendemos nuestros derechos y si somos fieles cumplidores de nuestros deberes. Estamos en una época en que se habla mucho de libertad y de derechos, pero poco de deberes.

Los medios de comunicación y la malsana libertad de expresión que defienden

 

Y aterricemos en la realidad nuestra. Es claro, por ejemplo, con cuánto fervor defienden los medios de comunicación la libertad de expresión, pero qué poco se examinan sobre el uso que ellos hacen de esa libertad. A Caracol TV no le hicieron mella las múltiples manifestaciones, por todos los medios, en contra de ese irrespetuoso programa que llamaban “Nada más que la verdad”, y que era más bien Nada menos que un grave irrespeto a la dignidad de las personas y a la integridad de las familias. En entrevista para El Tiempo,[2] el asesor de presidencia del Canal Caracol aceptó que el formato generaba controversia y afirmó que el objetivo de la programadora es tener una programación novedosa y variada. Acepta, eso sí, que Todos los programas que se emiten buscan sintonía en la audiencia. Es otra manera de decir que buscan “rating”, que es lo mismo que una audiencia que les garantice publicidad y por lo tanto dinero. Para ellos, por lo visto, en ese caso el fin justifica los medios. Fue tal el clamor nacional, que la cadena tuvo finalmente que sacar el programa de su “parrilla”.

Ahora, en el año 2012 Caracol TV vuelve a presentar su cara oscura al presentar con gran despliegue publicitario una serie sobre el narcotraficante y terrorista Pablo Escobar. Sobre el significado de esa serie, el crítico Omar Rincón, en su columna “Escobar, el mal sí paga”, en el diario El Tiempo ( Lunes 25 de junio, 2012, sección Debes hacer, 3), critica la serie que presenta un Escobar  admirable, no para odiar al villano que fue sino como “El sueño colombiano hecho realidad en su totalidad: billete y las mujeres más bellas a su disposición. ¡Éxito de rating!” En cambio, según el columnista Rincón, …dramatúrgicamente decidieron darle el reino a Escobar y poner a los buenos (Luis Carlos Galán, Guillermo Cano y el ministro Lara) sin historia cuando el televidente ya amaba a Escobar y no entiende a estos superhéroes envidiosos y aburridos.” “Por eso, cuando llegan los buenos, el rating cae. No solo están mal planteados dramatúrgicamente, sino que van en contra del sentimiento colombiano: los narcos son los buenos; los políticos, los malos.”


La TV no establece los valores de una sociedad, pero ¿los estimula o los desalienta?

Hizo el asesor de la presidencia del Canal Caracol una afirmación que se debe tener en cuenta, cuando en alguna forma defendió el programa Nada más que la verdad“. Dijo: Los valores de una sociedad ni los quita ni los establece un programa de televisión. Este tipo de programa, añadió, lo que hace es visibilizar o hacer evidentes algunas realidades de nuestra sociedad y es normal que se genere polémica.

Por esas respuestas de un alto directivo del Canal Caracol podemos ver que, a no ser que disminuya la audiencia y por lo tanto bajen los ingresos, no están dispuestos a suspender un programa aunque se considere dañino. No les interesa que de su programa salga mucha gente herida, relaciones familiares rotas, la dignidad de las personas vuelta añicos. Si los directivos del Canal Caracol y si los que les proporcionan publicidad, son católicos, se deberían preguntar cuál es su aporte, con programas así, no sólo a la sociedad, sino también, – si son católicos, – a la construcción del Reino. ¿O será que su aporte es negativo? ¿Ayudan a las familias, a las personas que venden su dignidad o las empujan por el despeñadero? ¡Cómo es de fuerte el poder del dinero! No sólo construye, también destruye.

¿Quién defiende a la sociedad?

La Corte Constitucional falló que a los Medios de comunicación no se les puede imponer censura porque lo prohíbe la Constitución, y dice que los mismos medios se deben autorregular. Y sí, el artículo 20 de la Constitución establece que “No habrá censura”. Está bien que no haya censura. De ella se aprovechan los gobiernos dictatoriales para callar a la oposición e imponer sus ideas. Pero, por otra parte, si los Medios no se autorregulan, ni están dispuestos a hacerlo ¿quién defiende a la sociedad? Las protestas contra ese programa “Nada más que la verdad” fueron universales, pero parecía que nada conmovía a esos usuarios de la libertad de expresión, sino el “rating”.

En otra reflexión decíamos que según el artículo 42 de la Constitución “La honra, la dignidad y la intimidad de la familia son inviolables”.En “Nada más que la verdad” ¿no se violaba la dignidad y la intimidad de las familias? ¿Es que alguien puede vender así, – vender, porque se entrega a cambio de dinero, – y además públicamente,- la dignidad, comprometiendo al mismo tiempo las relaciones con otras personas? Nuestra propia dignidad no la podemos feriar. Tenemos obligación de protegerla. Más adelante veremos que el documento de Aparecida habla de nuestra dignidad absoluta, innegociable e inviolable.

En el mismo artículo 42 dice la Constitución que “El Estado y la sociedad garantizan la protección integral de la familia.” ¿En este caso del abuso de la libertad de expresión, ¿cómo garantizan el Estado y la sociedad, la protección integral de la familia? En la práctica esas normas se quedan escritas y no hay fuerza legal, civil, que salga en su defensa. ¿Cómo se defiende la sociedad? Y los Medios siguen tan campantes.

¿Es mejor la imagen que tenemos de ellos ahora?

Los promotores de esos degradantes programas no se dan cuenta del daño que se hacen a ellos mismos. ¿No les inquieta el deterioro de su propia imagen? ¿Tenemos la misma imagen del presentador y de la cadena que teníamos antes? Se pregunta uno: ¿Será que les importa más el dinero? ¿También ellos venden su imagen a quien les dé más? Eso sería triste. Lo cierto es que la sociedad debe manifestar su desacuerdo con ese atentado contra la familia. Por eso me manifiesto aquí. Ustedes y yo somos miembros de una sociedad que, según la Constitución, debe garantizar la protección de la familia. Y tenemos también derecho a la libertad de expresión.

Quizás esta voz no llegue muy lejos, pero espero que algún efecto produzca. Los invito a que miren qué empresas patrocinan esos programas y les pongan un correo electrónico solicitándoles no dar publicidad a esos programas. Eso sí haría cambiar de parecer a las programadoras. Porque sin publicidad los programas no producen dinero…

¡Cómo nos hacen de falta legisladores que no tengan temor a esa clase de censura de que sí son objeto los que no piensan como los promotores de la vida pagana! Porque a los defensores de la ética basada en la ley natural y en el Evangelio tratan de silenciarlos, por lo menos ignorándolos, cuando no ridiculizándolos. La cultura de lo banal, de lo vacío, de lo intrascendente es la que ahora se defiende y se proclama. ¿Recuerdan cuál era antes el lema de Caracol Radio? Antes era “La Gran Compañía”. En una época dejó de serlo y lo cambiaron por  “Vive la vida”. Ahora, en 2012, volvieron al antiguo. No niego que esa cadena tenga algunos programas serios e interesantes, pero su línea general es la promoción de la vida intrascendente.

Dios nos asocia al perfeccionamiento del mundo

Sigamos con algo más del documento de Aparecida. En el mismo N° 104, donde se bendice a Dios por los dones magníficos con que nos ha regalado, dice también que

Le agradecemos por asociarnos al perfeccionamiento del mundo, dándonos inteligencia y capacidad para amar; (Bendecimos a Dios) por la dignidad, que recibimos también como tarea que debemos proteger, cultivar y promover.

Dios nos asocia al perfeccionamiento del mundo. ¿Cómo nos asocia? Mencionan primero nuestros obispos la inteligencia de que ha dotado Dios al ser humano. De modo que la ciencia y la técnica que desarrolla el hombre deben ser para el perfeccionamiento del mundo. Perfeccionar el mundo es construir el Reino. Perfeccionar el mundo no es destruir a otros seres humanos ni a la naturaleza. No es destruir moralmente a las familias ni dejar inválidos a otros seres humanos con la utilización de minas antipersonas y el perfeccionamiento de armas letales. No es contaminar el medio ambiente. Por eso, para que la inteligencia no tome malos caminos tiene que ir unida a la capacidad para amar, de que también nos dotó Dios. El amor viene de Dios, el odio, la violencia, el resentimiento y la codicia no los encontramos recomendados en el Evangelio, no son valores del Reino. Y si uno ama de verdad no hace daño a quien ama… ¿Cómo utiliza el hombre su inteligencia ahora, cuando en los laboratorios destruye embriones humanos, con la equivocada justificación de que su investigación trata de salvar a otros seres humanos?

La Fe que nos permite vivir en alianza con Dios

¡Cuánto daño ha hecho y sigue haciendo el pecado en el mundo! Pero el mundo no está perdido. Oigamos cómo sigue el mismo N° 104 del documento de Aparecida que bendice a Dios por los dones de que nos ha dotado. Dice:

Lo bendecimos por el don de la fe que nos permite vivir en alianza con Él hasta compartir la vida eterna. Lo bendecimos por hacernos hijas e hijos suyos en Cristo, por habernos redimido con el precio de su sangre y por la relación permanente que establece con nosotros, que es fuente de nuestra dignidad absoluta, innegociable e inviolable. Si el pecado ha deteriorado la imagen de Dios en el hombre y ha herido su condición, la buena nueva, que es Cristo, lo ha redimido y restablecido su gracia (cf. Rm 5, 12-21).

Vamos a terminar con una mención de la Sagrada Escritura que nos trajeron las lecturas en la Eucaristía del Domingo  IXX del Tiempo Ordinario[3] y que se aplican muy bien a nuestro tema. Son reflexiones del Santo Padre Benedicto XVI y también del predicador de la Casa Pontificia, el P. Cantalamessa.

Jesucristo inauguró el Reino aquí

Cuando hablamos del Reino de Dios que tenemos que ayudar a construir, no se nos puede olvidar que, como dice el documento de Aparecida, en el N° 143:

Jesucristo, Verdadero hombre y verdadero Dios, con palabras y acciones, con su muerte y resurrección, inaugura en medio de nosotros el Reino de vida del Padre, que alcanzará su plenitud allí donde no habrá más “muerte, ni luto, ni llanto, ni dolor, porque todo lo antiguo ha desaparecido” (Ap 21,4).

De manera que Jesucristo inauguró el Reino cuando puso su tienda entre nosotros,[4] pero el Reino definitivo no es aquí. Su plenitud la alcanzaremos en el cielo. En la fiesta de Cristo, Rey del Universo, el Santo Padre Benedicto XVI dijo estas palabras que clarifican esta idea del Reino:

“Cristo, alfa y omega”, así se titula el párrafo que concluye la primera parte de la constitución pastoral “Gaudium et spes”del concilio Vaticano II, promulgada hace 40 años. En aquella hermosa página, que retoma algunas palabras del siervo de Dios Pablo VI, leemos: “El Señor es el fin de la historia humana, el punto en el que convergen los deseos de la historia y de la civilización, centro del género humano, gozo de todos los corazones y plenitud de sus aspiraciones”.  “Vivificados y reunidos en su Espíritu, peregrinamos hacia la consumación de la historia humana, que coincide plenamente con el designio de su amor: “Restaurar en Cristo todas las cosas del cielo y de la tierra” (Ef 1, 10)” (n. 45). A la luz de la centralidad de Cristo, la Gaudium et spes interpreta la condición del hombre contemporáneo, su vocación y dignidad, así como los ámbitos de su vida: la familia, la cultura, la economía, la política, la comunidad internacional. Esta es la misión de la Iglesia ayer, hoy y siempre: anunciar y testimoniar a Cristo, para que el hombre, todo hombre, pueda realizar plenamente su vocación.

Velar, orar y hacer el bien

 

 

El domingo 12 de agosto (2007), antes del rezo del Ángelus,Benedicto XVI destacó que la vida en la tierra es un camino temporal que nos debe conducir al cielo. Esto concuerda con lo que venimos estudiando sobre la construcción del Reino desde ahora, en nuestra vida, para un día gozar de su plenitud en el Reino del Padre. Como estamos próximos a celebrar la Solemnidad de la Asunción de María al cielo, el Santo Padre, refiriéndose al pasaje evangélico del día, afirmó que nos prepara para la celebración de esta fiesta mariana, pues “invita a los cristianos a desapegarse de los bienes materiales, en gran parte ilusorios, y a realizar fielmente el propio deber con una constante tensión hacia lo alto”.

“El creyente permanece atento y vigilante para estar listo para acoger a Jesús cuando vendrá en su gloria”, agregó el Pontífice.Debemos velar, orando y realizando el bien”.

Recordó también que la vida terrena del ser humano es solo un paso temporal y que esto debe servir de aliento para gastar la existencia en modo sabio y prudente, considerando nuestro destino, y aquellas realidades que llamamos últimas: la muerte, el juicio final, la eternidad, el infierno y el paraíso”.

Finalmente pidió a la “Virgen María que nos ayude a no olvidar que aquí en la tierra estamos solo de pasada y nos enseñe a prepararnos para encontrar a Jesús”.[5]

No lo que hemos tenido, sino lo que hemos hecho…

 

 

Se nos olvida con frecuencia que estamos de paso y a veces nos apegamos demasiado a lo transitorio. Y no tenemos en cuenta que, aunque estemos de paso, este tiempo de paso tiene que ser productivo para el Reino. ¿Cómo? No atesorando riquezas que son sólo terrenas, que no producen nada para la eternidad. Y como dicen por ahí, de nada sirve ser el más rico del cementerio. Sobre esa actitud de gastar la vida atesorando riquezas dijo el Santo Padre en su comentario sobre las lecturas del pasado domingo:

“Para mostrar cuán errónea es esta actitud, Jesús añade, como es su costumbre, una parábola: la del rico necio que cree tener seguridad para muchos años por haber acumulado muchos bienes, y a quien esa misma noche se le pedirán cuentas de su vida.”

Jesús concluye la parábola con las palabras: «Así es el que atesora riquezas para sí, y no se enriquece en orden a Dios». Existe también una vía de salida al «todo es vanidad»: enriquecerse ante Dios. En qué consiste esta manera diferente de enriquecerse lo explica Jesús poco después, en el mismo Evangelio de Lucas: «Haceos bolsas que no se deterioran, un tesoro inagotable en los cielos, donde no llega el ladrón ni la polilla; porque donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón» (Lc 12, 33-34). Hay algo que podemos llevar con nosotros, que nos sigue a todas partes, también después de la muerte: no son los bienes, sino las obras; no lo que hemos tenido, sino lo que hemos hecho. Lo más importante de la vida no es por lo tanto tener bienes, sino hacer el bien. El bien poseído se queda aquí abajo; el bien hecho lo llevamos con nosotros.”

 

Tener las cuentas siempre en orden

 

Finalmente, oigamos estas palabras del P. Cantalamessa sobre la preparación para el momento supremo. Ese momento que no nos debe preocupar demasiado, si seguimos su consejo. Dijo el predicador pontificio:

La exhortación: «¡Estad preparados!» no es una invitación a pensar en cada momento en la muerte, a pasar la vida como quien está en la puerta de casa con la maleta en la mano esperando el autobús. Significa más bien «estar en regla». Para el propietario de un restaurante o para un comerciante estar preparado no quiere decir vivir y trabajar en permanente estado de ansiedad, como si de un momento a otro pudiera haber una inspección. Significa no tener necesidad de preocuparse del tema porque normalmente se tienen los registros en regla (…). Lo mismo en el plano espiritual. Estar preparados significa vivir de manera que no haya que preocuparse por la muerte. Se cuenta que a la pregunta: «¿Qué harías si supieras que dentro de poco vas a morir?», dirigida a quemarropa a San Luis Gonzaga mientras jugaba con sus compañeros, el santo respondió: «¡Seguiría jugando!». La receta para disfrutar de la misma tranquilidad es vivir en gracia de Dios, sin pendencias graves con Dios o con los hermanos.

Fernando Díaz del Castillo Z.

Escríbanos a: reflexionesdsi@gmail.com


 

[1] Laborem Exercens, II. El Trabajo y el Hombre, 4

[2] El Tiempo, domingo 12 de agosto 2007, “Las historias de nada más que la verdad,’No buscamos sintonía mediante el escarnio’. Camilo Durán, asesor de presidencia del Canal Caracol, respondió las críticas que ha recibido el programa desde que apareció al aire. Pgs. 3-6

[3] Sb 18, 6-9; Sal 147, Hb 11,1-2.8-19, Lc 12,32-48

[4] Jn 1, 14

[5] VATICANO, 12 Ago. 07 / 08:54 am (ACI)

Reflexión 66 Agosto 9 2007

Compendio de la D.S.I. Nº 57 (V)

 

El Reino que debemos construir

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Las Reflexiones que se publican aquí son originalmente programas transmitidos por Radio María. Usted puede escucharlos los jueves a las 9:00 a.m., hora de Colombia. Puede sintonizar la radio por internet en www.radiomariacol.org

Al abrir este “blog” encuentraprimero la reflexión más reciente. En la columna azul, a la derecha, en “Categorías”, encuentra en orden todos los programas, según la numeración del libro “Compendio de la D.S.I.” Con un clic usted elige. Encuentra usted también enlaces a documentos muy importantes como la Sagrada Biblia, el Compendio de la Doctrina Social, el Catecismo y su Compendio, algunas encíclicas, la Constitución Gaudium et Spes y también agencias de noticias y publicaciones católicas.

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Recordemos que en las reflexiones anteriores hemos tratado sobre los bienes del Reino, de que nos habla el N° 57 del Compendio. Los Bienes del Reino. Nos enseña la Iglesia que, con base en la promesa de Dios y la resurrección de Jesucristo, esperamos con fundada esperanza  una morada nueva y eterna, el Reino de los cielos, al cual confiamos llegar un día por la misericordia de Dios. El Reino al cual un día confiamos llegar es nuestra gran esperanza, fundada sobre la roca inconmovible de la Palabra de Dios.

Nada más falso que la acusación marxista de que la religión es el opio del pueblo

 

Nos enseña la Iglesia que, esta esperanza de la vida futura, en vez de debilitar, debe más bien estimular nuestra entrega al trabajo en la vida presente. Nada más falso que la acusación marxista de que la religión es el opio del pueblo. A nosotros la religión no nos adormece, no nos dice que seamos pasivos; al contrario, nos anima, nos urge a trabajar como activos obreros del Reino.

La llamada a nuestro esfuerzo en el trabajo, es una invitación a colaborar en la construcción del Reino. No podemos esperar que el Reino llegue sólo, sin nuestro aporte. Como hemos visto, cuando se habla del Reino de Dios no se trata de un Estado político, se trata de un mundo nuevo, en el cual la gente, todos nosotros, nos rijamos por el pensamiento de Dios, por su sabiduría, que nos proclamó Jesús. Él, con su palabra y su vida nos enseñó los valores en que se debe fundamentar nuestra vida. Ese pensamiento está en el Evangelio.

Llamados a ser mensajeros de la Buena Noticia

Hacer visible el Reino de Dios

 

Por el bautismo, – que recibimos por la gracia de Dios, – cada uno de nosotros, según su estado y sus posibilidades, es un obrero del Reino. Tenemos un llamamiento del amor de Dios, que no sólo nos ha regalado el don maravilloso de la fe, sino que nos ha llamado a anunciar el Evangelio, a llevar la buena noticia a nuestra sociedad, a las personas que están a nuestro alcance. Fuimos llamados a ser mensajeros de la Buena Noticia; esa es nuestra vocación, que nos debe llenar de alegría. Ahora bien, ser mensajeros de la buena noticia, no implica sólo decir que creemos en ella, sino abrazarla, vivir de acuerdo con ella, de manera que nuestra vida sea un testimonio de que es posible un mundo fundado en los principios del Evangelio. Debemos hacer visible la presencia del Evangelio en nuestra sociedad.

Esto quiere decir que para comunicar la buena noticia, para comunicar los valores del Evangelio, debemos hacer el esfuerzo de vivir de acuerdo con él. Para ser obreros del Reino necesitamos entonces, una permanente conversión, un cambio de vida. Esa fue la predicación de Juan Bautista, cuando empezó a anunciar que el Reino llegaba: “Convertíos porque el Reino de los cielos está cerca”. [1]

Nuestros obispos de América Latina y el Caribe, cuando terminaron la reunión de “Aparecida”, coronaron su mensaje final, con 15 enunciados de lo que ahora esperan, como allí mismo dicen, “con todas sus fuerzas”. Uno de estos enunciados dice: Esperamos promover un laicado maduro, corresponsable con la misión de anunciar y hacer visible el Reino de Dios”, y más adelante añaden: “Esperamos trabajar con todas las personas de buena voluntad en la construcción del Reino.”

En la reflexión anterior, para entender lo que es el Reino de Dios que encontraremos en la vida futura, nos valimos de la explicación de Juan Pablo II sobre lo que es el cielo. Nos dijo él, maravillosamente, que el cielo no es un lugar, arriba, en las nubes, sino un estado, – podemos decir que es una manera nueva de vivir,- en palabras de Juan Pablo II: una comunión de vida y de amor (con la Santísima Trinidad), con la Virgen María, los ángeles y todos los bienaventurados se llama “el cielo”[2]. De modo que el Reino del que tenemos esperanza, por la misericordia de Dios, consiste envivir una vida de amor, con El Señor, una vida de amor con el que ES AMOR, y con la Virgen María y con todos los demás habitantes del cielo, incluyendo, claro está, a los seres queridos que nos antecedieron y compartieron con nosotros la fe. Sabemos que será un Reino, una vida, de paz, sin enfermedad, sin muerte, una vida de justicia, de concordia, sin asomos de la menor enemistad, una vida de amor.

Entonces es muy claro, que si el Reino futuro es un Reino de amor, el Reino que tenemos que ayudar a construir desde acá, tiene que ser también un reino de amor, en la tierra. Un Reino donde los valores que fundamenten la sociedad, sean los valores del Evangelio, – que son los valores del Reino, – y en El Evangelio sólo se promueven valores como el amor, la esperanza, la solidaridad, la misericordia, la fraternidad, la defensa de la vida y de la dignidad. Valores todos positivos, que construyen, no destruyen, que integran, no separan.

 

¿Qué son los Valores?

 

 

Se habla mucho de valores, de modo que aclaremos el concepto. ¿A qué se llama valor? Hay diversas explicaciones; les propongo ésta, para que sepamos de qué hablamos cuando nos referimos a los valores: un valor es algo que consideramos tan importante, tan valioso, – como dice la palabra misma, valor,– que lo adoptamos como un principio que guía nuestra vida, lo defendemos, lo cuidamos. Los valores que asumimos determinan lo que queremos que sea nuestra vida, y si nos proponen algo que no está de acuerdo con ellos, nuestra actitud y nuestra respuesta será: “NO”, porque eso se opone a las satisfacciones y al sentido que busco en mi vida. El conjunto de valores que rige nuestro comportamiento da sentido a nuestra vida.

 

Son enfoques de la vida, son fuerzas motivadoras

 

 

Los valores no son simplemente unos principios intelectuales; los valores son “operativos”, es decir, no se quedan en el papel o en la palabra, sino que nos marcan la dirección que debemos seguir y nos motivan a vivir de acuerdo con ellos. Son enfoques de la vida, guían nuestra elección, cuando tenemos que escoger un camino. Los valores son fuerzas motivadoras.[3] Por ejemplo, si el respeto a las personas es un valor importante para nosotros, nos esforzaremos porque nuestro trato a los demás esté orientado a no hacer nada que los ofenda, nada que maltrate su dignidad. Y así en todos los valores.

El Reino está fundado en valores propios de los seres creados por Dios. Dios nos creó con esos valores impresos en nuestro mismo ser. Ya reflexionamos sobre el regalo invaluable de la vida, que nos hizo Dios y que viene adornado con la dignidad que es propia de toda persona humana, por ser creada a imagen y semejanza de Dios.

La familia es un valor del Reino

 

Además de meditar en el don de la vida y la dignidad de la persona, también reflexionamos ya sobre el don de la fraternidad. Decíamos que Dios no nos creó solos, sino como parte de su familia. Somos hermanos todos los hombres, somos hijos del mismo Padre, nuestro Creador Dios. No inventamos nosotros ese derecho de familia ni lo merecimos. Es un regalo de Dios. Nadie tiene derecho a negarlo ni nos los puede quitar. Son valores que respetamos y defendemos. La familia es un valor del Reino. Las actitudes y comportamientos que pretendan infravalorar o destruir la familia, son ’antivalores’, como es también la discriminación, que desconoce la integración de todos como hijos de Dios. Y así podríamos enumerar otros valores, como la libertad.

Vimos en las reflexiones anteriores, que estos bienes de que podemos gozar: la vida y la dignidad de la persona humanay la fraternidad, son bienes del Reino de Dios. Porque existimos a imagen y semejanza de Dios y porque somos sus hijos, tenemos la capacidad, – claro no sólo con nuestras fuerzas / sino con la intervención de la gracia, – somos capaces de poseer el Reino, es decir, de gozar un día, plenamente, del Reino de los cielos que el Señor nos tiene preparado desde la eternidad. Es nuestra herencia, que por la misericordia del Señor esperamos encontrarcuando nos reciba con el saludo: “Venid, benditos de mi Padre, recibid la herencia del Reino preparado para personas como vosotros, desde la creación del mundo.”

¿Herencia preparada para personas como nosotros?¿Cómo merecer semejante herencia?, nos lo dijo el Señor. Lo hemos oído muchas veces y lo repite el Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia en el N° 57. Se trata de ajustar nuestra vida a lo que el Señor nos enseñó y está en el Evangelio. El resumen de los requisitos para entrar a disfrutar del Reino está en Mt 25, 34-36.40 Recordemos una vez más esas palabras:

 

«Venid, benditos de mi Padre, recibid la herencia del Reino preparado para vosotros desde la creación del mundo. Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; era forastero, y me acogisteis; estaba desnudo, y me vestisteis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a verme … en verdad os digo que cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis»

 

Entonces, para merecer la herencia que el Padre Celestial nos tiene preparada, lo que tenemos que hacer está en el Sermón del Monte. Está en el Evangelio. Es vivir según el Evangelio, según sus valores.

Los frutos buenos de la naturaleza y de nuestra laboriosidad

 

 

Es, sin duda la vida, el don y valor más preciado, además de la dignidad de hijos de Dios, hechos a su imagen y semejanza.Otros bienes son también propios del Reino que debemos ayudar a construir. Esto nos dice el Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia en el N° 57 que estamos estudiando:

Los bienes, como la dignidad del hombre, la fraternidad y la libertad, todos los frutos buenos de la naturaleza y de nuestra laboriosidad, difundidos por la tierra en el Espíritu del Señor y según su precepto, purificados de toda mancha, iluminados y transfigurados, pertenecen al Reino de verdad y de vida, de santidad y de gracia, de justicia, de amor y de paz que Cristo entregará al Padre y donde nosotros los volveremos a encontrar.

Observemos que entre los bienes del Reino, la Iglesia mencionatodos los frutos buenos de la naturaleza y de nuestra laboriosidad. Nuestro trabajo puede ser un bien del Reino, cuando se hace en el Espíritu del Señor,cuando se ha iluminado y purificado de toda mancha. Cuando nuestro trabajo no es egoísta, cuando es honrado, cuando se hace bien, cuando contribuye al bien. Nuestro trabajo así, es una contribución a la construcción del Reino en la tierra.

Los bienes materiales, como veremos en su momento, no son malos en sí mismos. Por el contrario, si son administrados como Dios quiere, pueden ser una importante contribución en la construcción del Reino de Dios. Es algo que los poderosos no han comprendido; muchas personas y las naciones poderosas no han comprendido que son sólo administradores, no dueños absolutos. La inequidad en la distribución de los bienes de la tierra es una prueba de que la aceptación de los valores delEvangelio no ha llegado a su plenitud.La corrupción en el manejo de los bienes públicos, es una demostración de que nuestros ciudadanos necesitan convertirse, pues se apropian de lo que no es suyo e impiden que muchos compatriotas no puedan vivir una vida digna, de hijos de Dios.

Aunque volvamos a tratar algunos temas, como por ejemplo, la dignidad de la persona, veamos algo del documento de Aparecida, que nos ayuda a aclarar estas ideas de nuestro papel como obreros del Reino, como comunicadores de la buena nueva. El documento de Aparecida es maravilloso. Los invito a que lo consigan. Se puede leer en la página web del CELAM. No se puede imprimir desde allí, pero sí se puede leer. (En la columna “Blogroll”, a la derecha de esta página, haga clic en CELAM).

 

 

La buena nueva de la dignidad humana, de la vida, de la familia, del trabajo, de la ciencia y de la solidaridad con la creación

 

 

Leamos un poquito en la segunda parte del documento de Aparecida, que trata sobre LA VIDA DE JESUCRISTO EN LOS DISCÍPULOS MISIONEROS. Tenemos que conocer ese maravilloso documento, es un extraordinario regalo de la Iglesia. En el N°103 dice:

Con la alegría de la fe, somos misioneros para proclamar el Evangelio de Jesucristo y, en Él, la buena nueva de la dignidad humana, de la vida, de la familia, del trabajo, de la ciencia y de la solidaridad con la creación.

Califican nuestros obispos a la vida, a la dignidad humana, a la familia, al trabajo, a la ciencia, a la solidaridad con la creación, como parte de “la buena nueva”. Volvamos a leer esas pocas líneas: Con la alegría de la fe, somos misioneros para proclamar el Evangelio de Jesucristo y, en Él, la buena nueva de la dignidad humana, de la vida, de la familia, del trabajo, de la ciencia y de la solidaridad con la creación.

Bendecimos a Dios por la dignidad de la persona humana, creada a su imagen y semejanza

 

 

En el capítulo 3.1 trata el documento de Aparecida sobre la dignidad de la persona humana con el título: LA BUENA NUEVA DE LA DIGNIDAD HUMANA. Dice en el N°104:

Bendecimos a Dios por la dignidad de la persona humana, creada a su imagen y semejanza. Nos ha creado libres y nos ha hecho sujetos de derechos y deberes en medio de la creación. Le agradecemos por asociarnos al perfeccionamiento del mundo, dándonos inteligencia y capacidad para amar; (Bendecimos a Dios) por la dignidad, que recibimos también como tarea que debemos proteger, cultivar y promover.

Cada línea del documento es suficiente materia de reflexión, de meditación y nos debe llevar a un examen, a ver cómo es nuestro comportamiento a ese respecto. Bendice a Dios porque Nos ha creado libres y nos ha hecho sujetos de derechos y deberes en medio de la creación.

Dios nos creó libres, sujetos de derechos y deberes. Nos podemos preguntar cómo manejamos nuestra libertad, cómo usamos y defendemos nuestros derechos y si somos fieles cumplidores de nuestros deberes. Como no nos podemos detener en cada punto, por lo menos hagámoslo con el tema de la libertad. Dejémonos guiar por el Catecismo y por Juan Pablo II.

Sabemos que recibimos el don de la fe como un regalo gratuito de Dios, pero creer, es un acto auténticamente humano, que si bien no puede darse sin la gracia y los auxilios del Espíritu Santo, sin embargo, el hombre al creer, debe responder voluntariamente a Dios; el acto de fe es voluntario por su propia naturaleza,[4] y este don inestimable de la fe, – porque Dios nos creó libres, – podemos perderlo.[5] Podemos alejarnos de Dios. Dios no nos amarra a Él.

 

La respuesta equivocada del hombre a la libertad con que Dios lo creó

 

 

Somos libres, pero ser libres no quiere decir estar autorizados para hacer todo lo que queramos. Sólo nuestro deseo, nuestros instintos, nuestro interés, nuestro gusto, no son criterios adecuados para decidir lo que vamos a hacer. El Catecismo nos enseña en el N° 311, que somos inteligentes y libres pero nos podemos equivocar en la escogencia del camino. Fue lo que de hecho sucedió con el hombre en sus orígenes. Así entró el mal moral en el mundo. “El pecado es un abuso de la libertad que Dios da a las personas creadas” (Catecismo N° 387) “El pecado original fue la respuesta equivocada del hombre a la libertad con que Dios lo creó.” (Catecismo N° 396)

Sin embargo, a pesar del pecado original Dios no nos quitó la libertad. El Catecismo en el N° 407 no enseña que “el hombre posee una naturaleza herida, inclinada al mal”… pero permanece libre. Los primeros reformadores protestantes, a diferencia de la Iglesia, enseñaban que el hombre estaba radicalmente pervertido y su libertad anulada por el pecado de los orígenes.[6]

 

Juan Pablo II, en su libro “Memoria e Identidad” nos ofrece unas excelentes reflexiones sobre el uso de la libertad. ¿Quién mejor que él nos puede ayudar en este momento? Oigamos algo.

 

Libertad: dimensión individual y colectiva

 

Nos aclara lo que es la libertad, que, – nos dice,es la posibilidad de decidir de sí y por sí mismos” (Pg. 49) y añade que esta posibilidad de decidir “no sólo tiene una dimensión individual sino también colectiva.Si soy libre, significa que puedo usar bien o mal mi propia libertad.Si la uso bien, yo mismo me hago bueno, y el bien que realizo influye positivamente en quien me rodea. Si por el contrario la uso mal, la consecuencia será el arraigo y la propagación del mal, en mí y en mi entorno. [7]

 

Y somos responsables del uso que hacemos de nuestra libertad.”Los actos humanos son libres y, como tales, comportan la responsabilidad del sujeto, nos enseña Juan Pablo II. El hombre quiere un determinado bien y se decide por él; por tanto es responsable de su opción.[8]

Digamos finalmente, para volver sobre los bienes del Reino, que la libertad bien usada es un bien del Reino. Los que privan injustamente de la libertad a los demás, por ejemplo por el secuestro, no están construyendo el Reino. Están impidiendo su construcción. Están impidiendo a los secuestrados gozar de un bien con que Dios los dotó: la libertad.Y si nosotros hacemos un mal uso de nuestra libertad, tampoco permitimos que sean los valores del Reino, los valores del Evangelio, los que rijan nuestra vida.

 

Fernando Díaz del Castillo Z

Escríbanos a: reflexionesdsi@gmail.com

 


 

[1] Mt. 3,2;Lc 3,10-14

[2] Catequesis del 21 de julio de 1999 Cfr. http://es.catholic.net/conocetufe

[3]Víctor Frankl dice: “El sentido y los valores son las «razones» que «mueven» al ser humano a adoptar un determinado comportamiento.” “El Hombre Doliente”, IV El Problema de la Voluntad Libre, Herder, Pg. 194

[4] Catecismo N° 160, Dignitatis humanae 10

[5] Cfr Catecismo, N° 154, 160, 162

[6] Sobre el pecado original véase en el Catecismo, entre otros, N° 396-409

[7] Cfr. Memoria e Identidad, Conversaciones al filo de dos milenios”, Planeta, 7, y Cfr. Pgs. 49,50ss

[8] Ibidem, Pg. 50

Reflexión 65 Julio 19 2007

 

Compendio de la D.S.I. Nº 57 (IV)

 

La Fraternidad, un Bien del Reino

¿Cómo será la vida después de la muerte?

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Las Reflexiones que se publican aquí son originalmente programas transmitidos por Radio María. Usted puede escucharlos los jueves a las 9:00 a.m., hora de Colombia. Puede sintonizar la radio por internet en www.radiomariacol.org

 

 

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Estamos estudiando en el capítulo 1° del Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, el tema que se titula Cielos nuevos y tierra nueva, y que ocupa los números 56 a 59 Recordemos que hemos estado reflexionando sobre el Reino de Dios, que será una perfecta realidad en el cielo, y que debemos ayudar a construir desde ahora, en esta vida.

 

Las dos reflexiones anteriores las dedicamos a los Bienes del Reino, de que nos habla el N° 57 del Compendio, y nos detuvimos a pensar en el don invaluable de la vida, –  regalo de Dios –  y en la dignidad de que viene adornada nuestra existencia, por ser creados a imagen y semejanza de Dios.

 

Los Bienes de la Vida y la Dignidad

 

La vida y la dignidad de la persona humana son bienes propios del Reino de Dios. Porque existimos a imagen y semejanza de Dios, somos capaces, – claro no sólo con nuestras fuerzas, sino con la intervención de la gracia, – de poseer el Reino. En palabras sencillas, somos capaces de gozar un día, plenamente, del Reino de los cielos. Los bienes del Reino, de los cuales nos habla el Compendio en el N° 57, son entre otros, la vida, la dignidad, que son regalos del Creador y que NO nos pueden arrebatar legítimamente los demás.

 

Con nuestra dignidad personal tampoco podemos jugar; decíamos que no la podemos feriar, no la podemos cambiar por dinero, como se hace, por ejemplo, en la prostitución, en el negocio del narcotráfico, y ahora hasta en programas de TV, como  en algunos ´realities´ y como se hizo en ese programa llamado “Nada más que la verdad”, en el cual se entraba a saco en la intimidad de las familias, para satisfacer el morbo de la teleaudiencia y la necesidad de “rating”, es decir de dinero, de la programadora.

 

Es verdad que se ha avanzado en el mundo en cuanto a que hay más conciencia del valor de las personas, que no pueden tratarse como mercancías, que no son mensurables en dinero; se combate la trata de blancas, se rechaza el secuestro, la discriminación por razones de raza, de género o de origen geográfico, y se condenan universalmente la esclavitud y el maltrato a los niños. Sin embargo, se permiten acciones como la mencionada del programa de Caracol TV, que seguramente tolera la sociedad como un ejercicio de la libertad de expresión. La comunidad internacional tampoco es lo suficientemente enérgica con los secuestradores que violan la libertad y con ella la dignidad de las personas. Los condena con energía según los intereses políticos, como sucede con los  secuestros en Irak.

 

Bien, es suficiente, por ahora, lo que hemos tratado sobre la dignidad de la persona, el derecho a la vida desde la concepción hasta la muerte natural y el derecho a la intimidad. Son éstos, bienes que gozaremos a plenitud en el Reino de Dios y cuyo respeto tenemos que defender y colaborar para que se vivan ya en nuestra vida terrenal, en camino hacia el Reino definitivo. Es parte de nuestro trabajo en la construcción del Reino de Dios.

 

La Fraternidad y la libertad

 

El Compendio de la D.S.I menciona además, otros bienes del Reino; nos habla de la fraternidad y la libertad; menciona todos los frutos buenos de la naturaleza y de nuestra laboriosidad, difundidos por la tierra en el Espíritu del Señor  y según su precepto, purificados de toda mancha, iluminados y transfigurados.

 

Tengamos siempre presente nuestra misión de colaborar en la construcción del Reino, mientras vamos en camino, en esta peregrinación hacia la eternidad. Tenemos por eso que defender la vida, la dignidad de la persona humana, el don de la libertad. Tenemos también que cuidar nuestra propia vida, nuestra salud, y en cuanto esté en nuestra manos, cuidar de la salud del prójimo.

 

Sobre la fraternidad, otro bien del Reino, se habla mucho, nos damos la mano para comunicarnos la paz en la Eucaristía, decimos cantando que vamos “Juntos como hermanos, miembros de una Iglesia”, pero debemos cuidar que no se nos quede ese valor sólo en el canto.

 

Los invito a que hagamos un examen sincero de conciencia, sobre cómo va nuestra colaboración en la construcción del Reino, en  lo que tiene que ver con la fraternidad. Si miramos en el espejo retrovisor los meses que van corridos este año, ¿qué hemos hecho para sembrar fraternidad, que nos haga sentir contentos con nosotros mismos? No nos detengamos tanto en pensar qué no hemos hecho. Cambiemos el ejercicio y pensemos qué hemos hecho, acciones positivas, reales, que sean un aporte a la implantación de la fraternidad, en el medio en que nos movemos.

 

¿Podemos decir que hemos crecido espiritualmente, en el manejo de nuestras relaciones con los demás? O ¿será ese uno de los campos de nuestra vida, en los cuales se necesita arrancar la maleza, abonar, regar, para que produzcamos buenos frutos? Sería maravilloso que nos pudiéramos sentir tranquilos delante de Dios, porque nuestra vida, como la de los primeros cristianos,[1] la podemos considerar, sinceramente, un vivo testimonio de fraternidad. Eso sería maravilloso, quizás excepcional.

 

En los primeros siglos, los cristianos se amaban aun antes de conocerse

 

Tenemos en la Iglesia ejemplos admirables de amor al prójimo. La Beata Madre Teresa de Calcuta debió llegar tranquila al encuentro definitivo con el Señor, quien sin duda alguna la recibió con un abrazo: “Ven, bendita de mi Padre, recibe la herencia del Reino preparado para personas como tú, desde la creación del mundo.”

 

De personas como la Madre Teresa podemos decir que ayudaron a construir el Reino de Dios, porque sembraron amor, sembraron comprensión y misericordia, sus vidas fueron promotoras de la fraternidad.

 

Un librito de la Beata Madre Teresa de Calcuta, que se llama “El Amor Más Grande”, puede ser una buena ayuda para reflexionar sobre el amor cristiano, a imitación del amor de Jesús. Tiene un capítulo que se titula: “El Dar”. De él vamos a leer unas pocas líneas.

El poder de una sonrisa

 

Hay una cosa que siempre nos asegurará el cielo: los actos de caridad y bondad con los que llenamos nuestra vida. Jamás sabremos cuánto bien puede hacer una simple sonrisa.

 

Quisiera hacer una anotación: si jamás sabremos cuánto bien puede hacer una simple sonrisa, también podemos decir que jamás sabremos cuánto daño puede hacer una mala cara o una cara de indiferencia…- Sigamos con el texto de la Beata Madre Teresa:

 

Le decimos a la gente lo bueno, clemente y comprensivo que es Dios, pero, ¿somos pruebas vivientes de ello?    ¿Pueden estas personas ver esa bondad, ese amor, esa comprensión vivas en nosotros?

 

Lo que sigue nos puede ayudar mucho. Dice Teresa de Calcuta:

 

Seamos muy sinceros en nuestra forma de tratarnos y tengamos la valentía de aceptarnos mutuamente tal y como somos. No nos sorprendamos ni nos obsesionemos por los defectos o fallos de los demás; veamos  y encontremos lo bueno que hay en cada uno, porque cada uno de nosotros fue creado a imagen de Dios. Tengamos presente que nuestra comunidad no está formada por aquellos que ya son santos sino por los que estamos tratando de serlo. Por lo tanto, en nuestro trato mutuo tengamos muchísima paciencia con los defectos y faltas de los demás y de nosotros mismos.

 

Usemos la lengua para hablar de lo bueno de los demás, porque de la abundancia del corazón habla la boca. Para dar tenemos primero que poseer[2].

 

¿Aburrirse en el cielo?

 

No olvidemos que estamos reflexionando sobre el Reino de Dios que un día gozaremos plenamente, confiando en la misericordia de Dios. El Reino, que es el Reino de verdad y de vida, de santidad y de gracia, de justicia, de amor y de paz. Ese mismo Reino que tenemos que ayudar a establecer desde ahora, en esta vida. A veces la gente hace chistes de la vida en el cielo. Se preguntan algunos, cómo será la vida allá, con la Trinidad, con María, la Madre de Jesús, los santos y los ángeles. Algunos hacen mofa de la vida eterna, que les parece debe ser aburrida.

 

Es interesante observar que, cuando se quiere expresar lo terrible de una situación, en particular por la maledicencia de la gente, por el maltrato a que es sometida, se suele decir que la vida en esas condiciones es un infierno. Juan Pablo II nos aclaró que el cielo y el infierno no son lugares, sino estados. La gente se ha imaginado más fácilmente el estado del infierno: ese estado de maldad, de odio, de soledad… Pero también nos podemos imaginar el cielo, el Reino: ese estado en el cual no se conoce siquiera la maledicencia, en el cual no hay mala fe, no hay violencia ni resentimiento, un estado que, por el contrario, es de comprensión, de bondad, de amor.

 

La enfermedad incurable de no sentirse amado

 

La Madre Teresa, en el libro que citamos más arriba menciona la terrible enfermedad de no sentirse amado. Podemos decir que ese es el infierno. También la llama  La enfermedad incurable de no sentirse amado. En cambio, el estado en que, confiando en Dios, viviremos un día, será el estado de sentirnos plenamente amados, y sin ningún temor de dejar de ser amados. Ese sí será un estado de amor eterno, sin fisuras, sin la más pequeña infidelidad.

 

Acudiendo a las catequesis de Juan Pablo II sobre el Credo, encontramos una valiosa explicación del cielo y del infierno. Es bueno que tengamos esto claro, para saber cuál es el Reino del que hablamos, para que tengamos conciencia de que bien vale la pena el esfuerzo que hacemos por la obtención de un bien tan grande, y por evitar la eterna desgracia de perderlo.

 

Empecemos por lo que tratamos de conseguir, con la ayuda de la gracia. ¿Qué vida es esa que nos ofrecen en el Reino de Dios?  Juan Pablo II en su catequesis sobre el cielo[3] tiene estas frases que nos aclaran la vida futura:

 

1. Cuando haya pasado la figura de este mundo, los que hayan acogido a Dios en su vida y se hayan abierto sinceramente a su amor, por lo menos en el momento de la muerte, podrán gozar de la plenitud de comunión con Dios, que constituye la meta de la existencia humana.

Como enseña el Catecismo de la Iglesia católica, «esta vida perfecta con la santísima Trinidad, esta comunión de vida y de amor con ella, con la Virgen María, los ángeles y todos los bienaventurados se llama “el cielo”. El cielo es el fin último y la realización de las aspiraciones más profundas del hombre, el estado supremo y definitivo de dicha» (n. 1024).

 

Nos hiciste Señor para Ti

 

Destaquemos algunas de esas palabras sobre lo que es el cielo al que estamos invitados:

 

-la plenitud de comunión con Dios, que constituye la meta de la existencia humana. Recordemos la frase de San Agustín: Nos hiciste, Señor para Ti, e inquieto está nuestro corazón, hasta que descanse en Ti.[4] Estamos hechos para Dios y mientras no lleguemos a Él estamos inquietos, como la aguja de la brújula que se mueve de un lado para otro y llega a la quietud sólo cuando descansa sobre el norte.

 

Nos dijo también el Papa Juan Pablo II que

 

         (una)  vida perfecta con la santísima Trinidad, esta comunión de vida y de amor con ella, con la Virgen María, los ángeles y todos los bienaventurados se llama “el cielo”. Una vida perfecta de comunión, de amor.

 

– la realización de las aspiraciones más profundas del hombre, el estado supremo y definitivo de dicha» (Catecismo  1024).

 

Más adelante, en el N° 4 de la misma catequesis, Juan Pablo II nos habla del cielo como la participación en la completa intimidad con el Padre, después del recorrido de nuestra vida terrena, y más adelante añade:

 

-En el marco de la Revelación sabemos que el «cielo» o la «bienaventuranza» en la que nos encontraremos  no es una abstracción, ni tampoco un lugar físico entre las nubes, sino una relación viva y personal con la santísima Trinidad. Es el encuentro con el Padre, que se realiza en Cristo resucitado gracias a la comunión del Espíritu Santo.

Es preciso mantener siempre cierta sobriedad al describir estas realidades ÚLTIMAS, ya que su representación resulta siempre inadecuada. Hoy el lenguaje personalista logra reflejar de una forma menos impropia  la situación de felicidad y paz en que nos situará la comunión definitiva con Dios.

 

Vida de enamorados

 

De modo que el Reino, el cielo, será un estado de felicidad, de unión, de intimidad con el Padre, el encuentro con Dios que es Amor,  el encuentro definitivo con el Amor. Cuando dos personas se enamoran se transforman. Oyen música en el aire, todo brilla, el mundo es bello. ¿Cómo será el Reino donde sólo hay amor y no hay en absoluto posibilidad de que ese amor se marchite?

 

Lo contrario se parece a lo que nos decía la Madre Teresa, que leímos hace un momento. Nos hablaba de La enfermedad incurable de no sentirse amado,  la terrible enfermedad de no sentirse amado.

 

Veamos entonces también lo que sobre el infierno, ese estado de enfermedad incurable, de no sentirse amado, explicó Juan Pablo II en su catequesis:

 

1.     Las imágenes con las que la sagrada Escritura nos presenta el infierno deben interpretarse correctamente. Expresan la completa frustración y vaciedad de una vida sin Dios. El infierno, más que un lugar, indica la situación en que llega a encontrarse quien libre y definitivamente se aleja de Dios, manantial de vida y alegría. Así resume los datos de la fe sobre este tema el Catecismo de la Iglesia católica: «Morir en pecado mortal sin estar arrepentidos ni acoger el amor misericordioso de Dios, significa permanecer separados de él para siempre  por nuestra propia y libre elección. Este estado de autoexclusión definitiva de la comunión con Dios y con los bienaventurados es lo que se designa con la palabra infierno» (n. 1033).

Por eso, la «condenación», no se ha de atribuir a la iniciativa de Dios, dado que en su amor misericordioso él no puede querer sino la salvación de los seres que ha creado. En realidad, es la criatura la que se cierra a su amor. La «condenación», consiste precisamente en que el hombre se aleja definitivamente de Dios por elección libre y confirmada con la muerte, que sella para siempre esa opción. La sentencia de Dios ratifica ese estado.

 

Escoger libremente la completa frustración,  vaciedad, soledad

 

 

Destaquemos también algunas de las frases que acabamos de leer sobre el infierno, que es lo contrario del Reino de Dios:

 

– las imágenes con que la Sagrada Escritura nos presenta el infierno, dijo el Papa, Expresan la completa frustración y vaciedad de una vida sin Dios.

indica la situación en que llega a encontrarse  quien libre y definitivamente se aleja de Dios, manantial de vida y alegría.

significa permanecer separados de Dios para siempre por nuestra propia y libre elección

– La autoexclusión definitiva de la comunión con Dios y con los bienaventurados.

– Es cerrarse al amor de Dios, es alejarse definitivamente de Dios por elección libre. Nos dice el Catecismo que Dios no condena sino que ratifica la elección libre del hombre.

 

Si reflexionamos sobre nuestra misión, de colaborar en la construcción del Reino, vemos que estamos invitados a una empresa maravillosa, en la cual se trata de implementar los valores del Evangelio que son todos positivos, que conducen a la felicidad, a la vida de todos en comunión de amor, en fraternidad, en el disfrute pleno, dentro de un orden querido por Dios, de los bienes que nos ha regalado. Oigamos estas frases de Juan Pablo II, que nos explica cómo ese estado definitivo de felicidad, al que estamos invitados en el cielo, se puede empezar a gozar, en cierta forma, desde ahora. Dijo Juan Pablo II:

 

         5. (…) esta situación final se puede anticipar de alguna manera hoy, tanto en la vida sacramental, cuyo centro es la Eucaristía, como en el don de sí mismo mediante la caridad fraterna. Si sabemos gozar ordenadamente de los bienes que el Señor nos regala cada día, experimentaremos ya la alegría y la paz de que un día gozaremos plenamente. Sabemos que en esta fase terrena todo tiene límite; sin embargo, el pensamiento de las realidades últimas nos ayuda a vivir bien las realidades penúltimas. Somos conscientes de que mientras caminamos en este mundo estamos llamados a buscar «las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios» (Col 3, 1), para estar con él en el cumplimiento escatológico, cuando en el Espíritu él reconcilie totalmente con el Padre «lo que hay en la tierra y en los cielos» (Col 1, 20).

 

Entonces, colaborar en la construcción del Reino es ser parte de la construcción de un mundo en el que los bienes que se disfruten plenamente sean, entre otros valores evangélicos,  el respeto a la vida desde la concepción hasta la muerte natural, el respeto a la dignidad de la persona humana creada a imagen de Dios y la más perfecta fraternidad.

 

En la próxima reflexión seguiremos tratando sobre otros Bienes del Reino.

Fernando Díaz del Castillo Z.

 Escríbanos a: reflexionesdsi@gmail.com


[1] Hechos, 2,44-45: Todos los creyentes vivían unidos y tenían todo en común; vendían sus posesiones y sus bienes y repartían el precio entre todos, según la necesidad de cada uno. 4, 32 La multitud de los creyentes no tenía sino un solo corazón y una sola alma. Nadie llamaba suyos a sus bienes, sino que todo lo tenían en común. Es también muy conocida la frase de Tertuliano “Mirad cómo se aman”, referida al comentario de los paganos sobre los cristianos. Del filósofo  y apologista cristiano Marco Minucio Félix, del siglo II,  citan el comentario de los paganos: “Se aman aun antes de conocerse”.

[2] Madre Teresa, “EL AMOR MÁS GRANDE”, Prólogo de Thomas Moore, URANO, Pgs. 63-64

[3] Catequesis del 21 de julio de 1999 Cfr.  http://es.catholic.net/conocetufe

 [4] San Agustín, Confesiones, I,1

Reflexión 64 Julio 12 2007

Compendio de la D.S.I. Nº 57 (III)

 

 

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Las Reflexiones que se publican aquí son originalmente programas transmitidos por Radio María. Usted puede escucharlos los jueves a las 9:00 a.m., hora de Colombia. También puede sintonizar la radio por internet en www.radiomariacol.org

Estamos estudiando la Doctrina Social de la Iglesia (D.S.I.), como la presenta el Compendio de la DSI, publicado por el Pontificio Consejo Justicia y Paz. Es la doctrina social oficial de la Iglesia.

 

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Los Bienes del Reino

En la entrega anterior continuamos el estudio del N° 57 del Compendio de la D.S.I. Hoy vamos a repasarlo y ampliarlo. Para ubicarnos y recordar en dónde estamos, recordemos lo más importante. Empezamos por presentar cuál es el Reino de Dios y cuáles los bienes propios del Reino, que a diferencia de los bienes de los reinos terrenales no son solo materiales. Se trata de estos bienes, como lo señala el Compendio:


Los bienes, como la dignidad del hombre, la fraternidad y la libertad, todos los frutos buenos de la naturaleza y de nuestra laboriosidad, difundidos por la tierra en el Espíritu del Señor y según su precepto, purificados de toda mancha, iluminados y transfigurados, pertenecen al Reino de verdad y de vida, de santidad y de gracia, de justicia, de amor y de paz  que Cristo entregará al Padre y donde nosotros los volveremos a encontrar. Entonces resonarán para todos, con toda su solemne verdad, las palabras de Cristo:

 

«Venid, benditos de mi Padre, recibid la herencia del Reino preparado para vosotros desde la creación del mundo. Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; era forastero, y me acogisteis; estaba desnudo, y me vestisteis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a verme … en verdad os digo que cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis» (Mt 25, 34-36.40).

 

Recordemos que, como nos había explicado la Iglesia, en el N° 56 del Compendio, el Reino de Dios que gozaremos un día, por la misericordia del Señor, lo tenemos que empezar a construir en nuestra sociedad, y por lo tanto en esta vida. No podemos esperar que nos llegue mientras estamos cruzados de brazos. La esperanza de los cielos nuevos y la tierra nueva, de los cuales nos habla la Sagrada Escritura, y que gozaremos al final, cuando resucitemos en Cristo, nos deben estimular a trabajar desde ahora, en la construcción del Reino.

 

El mensaje final de nuestros obispos en la Conferencia de Aparecida nos ilumina sobre nuestro papel de creyentes en la construcción del Reino, como nos corresponde. Termina con una serie de frases llenas de esperanza. Las dos primeras fueron:

 

Esperamos ser una Iglesia viva, fiel y creíble  que se alimenta en la Palabra de Dios y en la Eucaristía.

 

Esperamos vivir nuestro ser cristiano con alegría y convicción como discípulos-misioneros de Jesucristo.

 

Discípulos y misioneros: de manera que debemos nutrirnos de su Palabra y llevarla a los demás. Y esta otra frase tiene mucho que ver con el tema que tratamos hoy. Dice:

 

Esperamos Trabajar con todas las personas de buena voluntad en la construcción del Reino.

 

El Reino que estamos llamados a construir

 

¿Qué clase de Reino es el que estamos llamados a ayudar a construir? Se trata del Reino cuya presencia se empezó a sentir   con la aparición terrenal del Hijo de Dios. Así nos lo repite el Evangelio. Recordemos algunos de estos pasajes:  En Mt. 3,2 leemos: Convertíos porque ha llegado el Reino de los Cielos; Lc 4,43 nos dice que Jesús vino a predicar el Reino de Dios, que Él llamó La Buena Nueva del Reino de Dios; Mc 1,14-15: [14] Después que Juan fue entregado, marchó Jesús a Galilea; y proclamaba la Buena Nueva de Dios: [15]«El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca; convertíos y creed en la Buena Nueva.»

 

¿En qué consiste entonces el Reino de Dios, que Jesús llamó La Buena Nueva del Reino de Dios, sino en los valores del Evangelio, en los valores que rigieron la vida terrenal de Jesús y nos enseñó  que deben también gobernar nuestra propia vida y la de nuestra sociedad? La Buena Nueva del Reino, – el Evangelio – entraña el pensamiento de Jesús, enseña cómo debe ser el mundo según la sabiduría de Dios. La vida de Jesús fue un compromiso completo, perfecto, con el pensamiento del Padre, con lo que Dios, en su infinita sabiduría, quería que fuera la vida de los hombres en la tierra.[1]

 

Desde el pecado original el mundo ha estado desquiciado, siguiendo sus propios caminos y no los caminos de Dios,[2] sus propios pensamientos y no los pensamientos de Dios, y el Señor no ha cesado de llamarnos a seguir sus caminos, hasta que mandó a su Hijo a mostrarnos el Camino, que es Él mismo (Yo soy el Camino…), su pensamiento, los valores que Él encarna.

 

Nos enseña la Iglesia que no debemos quedarnos inmóviles, esperando que el Reino definitivo de Dios llegue, sin hacer nuestra parte.

 

Nos preguntamos cuáles son los beneficios, o también, cuáles son los bienes del Reino de Dios, así como se habla de los bienes y de los beneficios, de las ventajas, de vivir en un país. Se piensa  en las ventajas de los países llamados desarrollados, y vemos que esas ventajas están constituidas, casi siempre, sólo por bienes materiales, terrenales, los que producen riqueza: el dinero, la producción de los bienes que se consumen, que se exportan, o los servicios de los que gozan sus ciudadanos. Sus ventajas son generalmente, aunque no sólo, riquezas materiales.

Los bienes superiores que no se acaban

 

Y ¿qué es lo que nos ofrece el Reino de Dios? ¿Cuáles son sus bienes? Los bienes de los reinos terrenales en que más se piensa, son los de la comodidad, los que facilitan la vida. A la pregunta sobre los bienes del Reino de Dios, la Iglesia responde en el N° 57 del Compendio, con la presentación de unos bienes, superiores a los bienes terrenales que duran poco. Los bienes que pertenecen al Reino de Cristo, el Reino que debemos construir desde aquí, en la tierra, no son como los bienes temporales en que se apoyan los imperios terrenales: el petróleo algún día se acabará, el oro también, la naturaleza empieza también a preocuparnos por el deterioro que sufre, el dinero está en una larga crisis que sufren los países más poderosos.

Como vimos hace un momento, el Reino de Dios y la Buena Nueva, son lo mismo, de manera que los bienes del Reino de Dios son de otra clase, son los que produce la semilla del Evangelio. Son bienes basados en los valores del Evangelio, y como veremos algunos son también bienes materiales.

 

Sí, entre estos bienes del Reino hay unos bienes espirituales, como vamos a ver, y otros son bienes materiales, pues menciona el Compendio los frutos buenos de la naturaleza y de nuestra laboriosidad purificados de toda mancha, iluminados y transfigurados.De manera que se trata también de bienes producidos por la naturaleza, a nuestro servicio, y de bienes producidos por nuestro trabajo. Eso nos dice el N° 57.

 

De acuerdo con este planteamiento sobre el Reino de Dios, si ya en esta vida gozamos de los bienes propios del Reino, en alguna forma empezamos, desde ahora, a gozar de ese Reino; podríamos decir, que si esos bienes están presentes en nuestra vida, en nuestra sociedad, podemos disfrutar desde ya, en alguna forma, de los beneficios del Reino de Dios. Y estudiamos cuáles son esos bienes maravillosos que hace presentes el Reino desde ahora.

Lo que nos hace superiores en la creación

 

El primer bien que menciona el N° 57, es el de la dignidad del hombre. Decíamos que la dignidad del hombre se basa en que Dios nos regaló la existencia, la vida, que no es una vida cualquiera. No es una vida como la de las plantas o los animales, pues al hombre lo creó Dios a su imagen y semejanza. Sobre el lugar del hombre en la creación, leímos la afirmación del Compendio del Catecismo en el N° 63. Dice allí que El hombre es la cumbre de la Creación visible, pues ha sido creado a imagen y semejanza de Dios, y en el N° 358 explica lo que quiere decir, haber sido creados a imagen y semejanza de Dios, con estas palabras:

 

Dotada de alma espiritual e inmortal, de inteligencia y de voluntad libre, la persona humana está ordenada a Dios y llamada, con alma y cuerpo, a la bienaventuranza eterna.

 

Y leímos también lo que nos enseña el Catecismo en su edición completa, que trata más extensamente sobre la dignidad de la persona humana, del N° 1700 en adelante. Nos dice que el hombre

 

Es la única criatura sobre la tierra a la que Dios ama por sí misma, y a la que llama a compartir su vida divina, en el conocimiento y en el amor. El hombre, en cuanto creado a imagen de Dios, tiene la dignidad de persona: no es solamente algo, sino alguien capaz de conocerse, de darse libremente y de entrar en comunión con Dios y con las otras personas.

 

Nos detuvimos ya a reflexionar en que, en esta presentación que hace el Catecismo, de la dignidad de la persona, hay unas características que son propias de cada persona, individualmente: Dios nos ama personalmente, a cada uno de nosotros. Cada uno de nosotros puede decir “Dios me ama a mí”, porque me creó individualmente, pensó en mí, me llamó desde el vientre de mi madre a compartir su vida divina por el bautismo, y plenamente un día, en el cielo; Dios me creó dotado de entendimiento, de voluntad, de libertad. Me dio la razón, capaz de reconocer la voz de Dios, que me impulsa a hacer el bien y evitar el mal (Cfr Catecismo 1705-1706). Ninguna otra persona es  igual a nosotros. Cada uno de nosotros es único. Dios nos creó y nos ama individualmente. Del don de la libertad se sigue que Dios no me maneja como a una marioneta; y como me hizo libre, puedo no escuchar su voz, no seguir sus caminos sino los míos, y abusar así de mi libertad.

 

Capaces de amar y ser amados

 

Ser imágenes de Dios significa todo eso y más. Como Dios es Uno y Trino, Un Dios y Tres Personas que viven en perfecta comunicación, en perfecta comunión de amor, a nosotros, por habernos creado a su imagen y semejanza, nos creó capaces también de entrar en comunión con Él y con las demás personas, es decir capaces de comunicarnos con los demás, capaces de amar y de ser amados. Tenemos conciencia de quiénes somos, nos reconocemos distintos de los demás, y compartimos con otros la capacidad de razonar, de intercambiar ideas, de debatir distintos puntos de vista sobre la misma realidad que vivimos. Podemos comunicarnos, organizarnos en comunidad, en la pequeña comunidad de la familia y en la más grande de la sociedad.

 

¿De quién depende  que podamos gozar del bien de la vida y de la dignidad que es propia de toda persona humana? La dignidad la tenemos; Dios nos creó con ella y nunca la perdemos. Que se nos respete y respetemos, depende de nosotros mismos y de las demás personas con quienes compartimos la vida. Es el hombre el que respeta o irrespeta a los demás, el que dice la verdad de los otros o los calumnia, el que respeta o el que viola el santuario de la intimidad, el que sana o el que hiere en el alma o en el cuerpo, el que comparte y respeta o el que quita los bienes a otros, el que  honra la libertad de las otras personas o el que las priva de la libertad por el secuestro; es el ser humano el que cura y vela por la salud del prójimo, y también el que asesina.

Podemos construir o destruir

 

Es la persona humana que no acoge los pensamientos de Dios sobre la sociedad, la que no permite la presencia del Reino en la tierra, que es un Reino de verdad y de vida, de santidad y de gracia, de justicia, de amor y de paz. Es la persona humana la que puede hacernos vislumbrar ya en este mundo, cómo será el mundo futuro que nos ha preparado Dios desde la eternidad, y también el que tiene la capacidad de convertir a este mundo en un imperio, donde dominen el egoísmo, la discriminación, la injusticia, el resentimiento, el odio, la violencia. Somos nosotros los capaces de causar el sufrimiento de los demás, o también de ser  constructores de alegría, de amor y de paz.

Derecho a la intimidad

 

Al reflexionar sobre la dignidad de la persona humana, y los derechos que esta dignidad comporta, naturalmente se debe mencionar ante todo el derecho a la vida, desde la concepción hasta la muerte natural y el derecho a la libertad. Tampoco podemos dejar de mencionar el derecho a la intimidad. Por cierto es un derecho que reconoce también la Constitución colombiana. El artículo 15 dice:

 

Todas las personas tienen derecho a su intimidad personal y familiar y a su buen nombre, y el Estado debe respetarlos y hacerlos respetar…

 

Por su parte el Artículo 42, que trata sobre los derechos sociales, establece:

 

La honra, la dignidad y la intimidad de la familia son inviolables. Y añade en ese mismo artículo que, El Estado y la sociedad garantizan la protección integral de la familia.

 

Vidas vueltas añicos

Se habló mucho en su momento, del programa de Caracol TV que se llamó “Nada más que la verdad”. Columnistas de prestigio criticaron ese programa, porque su conductor, siguiendo seguramente un guión preestablecido, ponía a los participantes contra la pared, con preguntas que se referían a su vida íntima personal, y cuyas respuestas, a cambio de dinero, podían tener graves implicaciones negativas, en las relaciones entre las parejas y con los hijos. Hoy la libertad de expresión se antepone a todos los demás derechos. Y el derecho a hacer dinero, así sea  a costa de los demás, se practica y se defiende con asombrosa frescura.

Como ejemplo de la reacción general frente a ese programa, veamos lo que la columnista de El Tiempo, Yolanda Reyes escribió a propósito en su columna  ¿Esto es normal? Hizo estas consideraciones que comparto. Dice lo que pasa después de ver ese programa:

 

Me desvelo: pienso en lo que quedó de esa pareja  después de pasar por el banquillo de ´Nada más que la verdad’.  Más adelante describe así lo que sucede con una participante de ese programa :

 

Una mujer, atada con cables al mecanismo que mide sus latidos (se refiere al famoso “polígrafo”), acepta por voluntad expresa, exhibir sus trapos en pública subasta, después de haberlos coleccionado y custodiado celosamente a lo largo de la vida.

 

También en ese mismo periódico había hecho antes una acertada crítica a ese programa, la conocida guionista Martha Bossio.

 

Algún tipo de necesidad es seguramente la que mueve a las personas que se prestan a abrir su intimidad  a cambio de unos millones de pesos, para contribuir con sus miserias a hacer mejorar el ´rating´ de esa cadena, con la colaboración del morbo de la teleaudiencia.  Así nos presenta su consideración Yolanda Reyes, de lo que pasa después del programa:

 

Lo que les pase después del corte de comerciales ya no es asunto nuestro y lo olvidamos. Allá ellos, con su vida vuelta añicos y con el chequecito en mano. El show ha terminado para dar paso a las noticias de la noche, que son narradas por el mismo presentador de “toda la verdad”, quien a su vez conducirá el programa de medianoche[3]

Todo se permite por ganar ´rating

 

 

De manera que, entrando a saco en la intimidad de las personas para ganar unos puntos de ‘rating’, que significan millones de pesos que atrae la publicidad, se vuelve añicos la vida de familias, víctimas de la ambición o de la acuciante necesidad de alguno o algunos de sus miembros. Y no pasa nada, aunque, según la Constitución, El Estado y la sociedad garantizan la protección integral de la familia.

 

La Programadora se defiende poniendo siempre de presente, que las personas responden voluntariamente, que nadie las obliga. ¿Las obligará la necesidad? Quizás aquí también vale la pregunta de quién es mayor pecador, el que peca por la paga o el que paga por pecar. ¿Quién es más culpable: el que por la paga revela su intimidad, aunque haga añicos su vida y la de su familia o el que paga para que le abran la puerta de esa intimidad?

 

Nuestra dignidad es un don de Dios, un don inalienable que no podemos feriar ni nos pueden los demás arrebatar.

 

Bien, amables lectores, los invito a que pensemos, si con el manejo de nuestra vida en las relaciones con los demás, contribuimos a hacer presente en nuestra sociedad el Reino de Dios; a que nuestro mundo, nuestra familia, nuestro grupo de trabajo, nuestra sociedad, se manejen de acuerdo con la amorosa e infinita sabiduría de Dios. Que de nosotros no se pueda decir nunca, que hicimos añicos la vida de nadie. Que sembremos más bien semillas de comprensión, de respeto, de paz, de amor.

 

En la próxima reflexión, si Dios quiere, seguiremos con nuestro estudio sobre los bienes del Reino.

 

 Fernando Díaz del Castillo Z.

Escríbanos a: reflexionesdsi@gmail.com


[1]  Véase la entrevista de Roger Haight, S.J., con Gerry McCarthy, en  The Social Edge.com/articles, May 2007: 

[2] Is 55, 8: Porque no son mis pensamientos vuestros pensamientos, ni vuestros caminos son mis caminos –oráculo de Yahvéh.

[3] El Tiempo, 8 de julio de 2007, 1-23