Reflexión 64 Julio 12 2007

Compendio de la D.S.I. Nº 57 (III)

 

 

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Las Reflexiones que se publican aquí son originalmente programas transmitidos por Radio María. Usted puede escucharlos los jueves a las 9:00 a.m., hora de Colombia. También puede sintonizar la radio por internet en www.radiomariacol.org

Estamos estudiando la Doctrina Social de la Iglesia (D.S.I.), como la presenta el Compendio de la DSI, publicado por el Pontificio Consejo Justicia y Paz. Es la doctrina social oficial de la Iglesia.

 

Al abrir este “blog” encuentra usted primero la reflexión más reciente. En la columna azul, a la derecha, en “Categorías”, encuentra en orden todos los programas, según la numeración del libro “Compendio de la D.S.I.” Con un clic usted elige. Encuentra usted también enlaces a documentos muy importantes como la Sagrada Biblia, el Compendio de la Doctrina Social, el Catecismo y su Compendio, algunas encíclicas, la Constitución Gaudium et Spes y también agencias de noticias y publicaciones católicas.

 

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Los Bienes del Reino

En la entrega anterior continuamos el estudio del N° 57 del Compendio de la D.S.I. Hoy vamos a repasarlo y ampliarlo. Para ubicarnos y recordar en dónde estamos, recordemos lo más importante. Empezamos por presentar cuál es el Reino de Dios y cuáles los bienes propios del Reino, que a diferencia de los bienes de los reinos terrenales no son solo materiales. Se trata de estos bienes, como lo señala el Compendio:


Los bienes, como la dignidad del hombre, la fraternidad y la libertad, todos los frutos buenos de la naturaleza y de nuestra laboriosidad, difundidos por la tierra en el Espíritu del Señor y según su precepto, purificados de toda mancha, iluminados y transfigurados, pertenecen al Reino de verdad y de vida, de santidad y de gracia, de justicia, de amor y de paz  que Cristo entregará al Padre y donde nosotros los volveremos a encontrar. Entonces resonarán para todos, con toda su solemne verdad, las palabras de Cristo:

 

«Venid, benditos de mi Padre, recibid la herencia del Reino preparado para vosotros desde la creación del mundo. Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; era forastero, y me acogisteis; estaba desnudo, y me vestisteis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a verme … en verdad os digo que cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis» (Mt 25, 34-36.40).

 

Recordemos que, como nos había explicado la Iglesia, en el N° 56 del Compendio, el Reino de Dios que gozaremos un día, por la misericordia del Señor, lo tenemos que empezar a construir en nuestra sociedad, y por lo tanto en esta vida. No podemos esperar que nos llegue mientras estamos cruzados de brazos. La esperanza de los cielos nuevos y la tierra nueva, de los cuales nos habla la Sagrada Escritura, y que gozaremos al final, cuando resucitemos en Cristo, nos deben estimular a trabajar desde ahora, en la construcción del Reino.

 

El mensaje final de nuestros obispos en la Conferencia de Aparecida nos ilumina sobre nuestro papel de creyentes en la construcción del Reino, como nos corresponde. Termina con una serie de frases llenas de esperanza. Las dos primeras fueron:

 

Esperamos ser una Iglesia viva, fiel y creíble  que se alimenta en la Palabra de Dios y en la Eucaristía.

 

Esperamos vivir nuestro ser cristiano con alegría y convicción como discípulos-misioneros de Jesucristo.

 

Discípulos y misioneros: de manera que debemos nutrirnos de su Palabra y llevarla a los demás. Y esta otra frase tiene mucho que ver con el tema que tratamos hoy. Dice:

 

Esperamos Trabajar con todas las personas de buena voluntad en la construcción del Reino.

 

El Reino que estamos llamados a construir

 

¿Qué clase de Reino es el que estamos llamados a ayudar a construir? Se trata del Reino cuya presencia se empezó a sentir   con la aparición terrenal del Hijo de Dios. Así nos lo repite el Evangelio. Recordemos algunos de estos pasajes:  En Mt. 3,2 leemos: Convertíos porque ha llegado el Reino de los Cielos; Lc 4,43 nos dice que Jesús vino a predicar el Reino de Dios, que Él llamó La Buena Nueva del Reino de Dios; Mc 1,14-15: [14] Después que Juan fue entregado, marchó Jesús a Galilea; y proclamaba la Buena Nueva de Dios: [15]«El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca; convertíos y creed en la Buena Nueva.»

 

¿En qué consiste entonces el Reino de Dios, que Jesús llamó La Buena Nueva del Reino de Dios, sino en los valores del Evangelio, en los valores que rigieron la vida terrenal de Jesús y nos enseñó  que deben también gobernar nuestra propia vida y la de nuestra sociedad? La Buena Nueva del Reino, – el Evangelio – entraña el pensamiento de Jesús, enseña cómo debe ser el mundo según la sabiduría de Dios. La vida de Jesús fue un compromiso completo, perfecto, con el pensamiento del Padre, con lo que Dios, en su infinita sabiduría, quería que fuera la vida de los hombres en la tierra.[1]

 

Desde el pecado original el mundo ha estado desquiciado, siguiendo sus propios caminos y no los caminos de Dios,[2] sus propios pensamientos y no los pensamientos de Dios, y el Señor no ha cesado de llamarnos a seguir sus caminos, hasta que mandó a su Hijo a mostrarnos el Camino, que es Él mismo (Yo soy el Camino…), su pensamiento, los valores que Él encarna.

 

Nos enseña la Iglesia que no debemos quedarnos inmóviles, esperando que el Reino definitivo de Dios llegue, sin hacer nuestra parte.

 

Nos preguntamos cuáles son los beneficios, o también, cuáles son los bienes del Reino de Dios, así como se habla de los bienes y de los beneficios, de las ventajas, de vivir en un país. Se piensa  en las ventajas de los países llamados desarrollados, y vemos que esas ventajas están constituidas, casi siempre, sólo por bienes materiales, terrenales, los que producen riqueza: el dinero, la producción de los bienes que se consumen, que se exportan, o los servicios de los que gozan sus ciudadanos. Sus ventajas son generalmente, aunque no sólo, riquezas materiales.

Los bienes superiores que no se acaban

 

Y ¿qué es lo que nos ofrece el Reino de Dios? ¿Cuáles son sus bienes? Los bienes de los reinos terrenales en que más se piensa, son los de la comodidad, los que facilitan la vida. A la pregunta sobre los bienes del Reino de Dios, la Iglesia responde en el N° 57 del Compendio, con la presentación de unos bienes, superiores a los bienes terrenales que duran poco. Los bienes que pertenecen al Reino de Cristo, el Reino que debemos construir desde aquí, en la tierra, no son como los bienes temporales en que se apoyan los imperios terrenales: el petróleo algún día se acabará, el oro también, la naturaleza empieza también a preocuparnos por el deterioro que sufre, el dinero está en una larga crisis que sufren los países más poderosos.

Como vimos hace un momento, el Reino de Dios y la Buena Nueva, son lo mismo, de manera que los bienes del Reino de Dios son de otra clase, son los que produce la semilla del Evangelio. Son bienes basados en los valores del Evangelio, y como veremos algunos son también bienes materiales.

 

Sí, entre estos bienes del Reino hay unos bienes espirituales, como vamos a ver, y otros son bienes materiales, pues menciona el Compendio los frutos buenos de la naturaleza y de nuestra laboriosidad purificados de toda mancha, iluminados y transfigurados.De manera que se trata también de bienes producidos por la naturaleza, a nuestro servicio, y de bienes producidos por nuestro trabajo. Eso nos dice el N° 57.

 

De acuerdo con este planteamiento sobre el Reino de Dios, si ya en esta vida gozamos de los bienes propios del Reino, en alguna forma empezamos, desde ahora, a gozar de ese Reino; podríamos decir, que si esos bienes están presentes en nuestra vida, en nuestra sociedad, podemos disfrutar desde ya, en alguna forma, de los beneficios del Reino de Dios. Y estudiamos cuáles son esos bienes maravillosos que hace presentes el Reino desde ahora.

Lo que nos hace superiores en la creación

 

El primer bien que menciona el N° 57, es el de la dignidad del hombre. Decíamos que la dignidad del hombre se basa en que Dios nos regaló la existencia, la vida, que no es una vida cualquiera. No es una vida como la de las plantas o los animales, pues al hombre lo creó Dios a su imagen y semejanza. Sobre el lugar del hombre en la creación, leímos la afirmación del Compendio del Catecismo en el N° 63. Dice allí que El hombre es la cumbre de la Creación visible, pues ha sido creado a imagen y semejanza de Dios, y en el N° 358 explica lo que quiere decir, haber sido creados a imagen y semejanza de Dios, con estas palabras:

 

Dotada de alma espiritual e inmortal, de inteligencia y de voluntad libre, la persona humana está ordenada a Dios y llamada, con alma y cuerpo, a la bienaventuranza eterna.

 

Y leímos también lo que nos enseña el Catecismo en su edición completa, que trata más extensamente sobre la dignidad de la persona humana, del N° 1700 en adelante. Nos dice que el hombre

 

Es la única criatura sobre la tierra a la que Dios ama por sí misma, y a la que llama a compartir su vida divina, en el conocimiento y en el amor. El hombre, en cuanto creado a imagen de Dios, tiene la dignidad de persona: no es solamente algo, sino alguien capaz de conocerse, de darse libremente y de entrar en comunión con Dios y con las otras personas.

 

Nos detuvimos ya a reflexionar en que, en esta presentación que hace el Catecismo, de la dignidad de la persona, hay unas características que son propias de cada persona, individualmente: Dios nos ama personalmente, a cada uno de nosotros. Cada uno de nosotros puede decir “Dios me ama a mí”, porque me creó individualmente, pensó en mí, me llamó desde el vientre de mi madre a compartir su vida divina por el bautismo, y plenamente un día, en el cielo; Dios me creó dotado de entendimiento, de voluntad, de libertad. Me dio la razón, capaz de reconocer la voz de Dios, que me impulsa a hacer el bien y evitar el mal (Cfr Catecismo 1705-1706). Ninguna otra persona es  igual a nosotros. Cada uno de nosotros es único. Dios nos creó y nos ama individualmente. Del don de la libertad se sigue que Dios no me maneja como a una marioneta; y como me hizo libre, puedo no escuchar su voz, no seguir sus caminos sino los míos, y abusar así de mi libertad.

 

Capaces de amar y ser amados

 

Ser imágenes de Dios significa todo eso y más. Como Dios es Uno y Trino, Un Dios y Tres Personas que viven en perfecta comunicación, en perfecta comunión de amor, a nosotros, por habernos creado a su imagen y semejanza, nos creó capaces también de entrar en comunión con Él y con las demás personas, es decir capaces de comunicarnos con los demás, capaces de amar y de ser amados. Tenemos conciencia de quiénes somos, nos reconocemos distintos de los demás, y compartimos con otros la capacidad de razonar, de intercambiar ideas, de debatir distintos puntos de vista sobre la misma realidad que vivimos. Podemos comunicarnos, organizarnos en comunidad, en la pequeña comunidad de la familia y en la más grande de la sociedad.

 

¿De quién depende  que podamos gozar del bien de la vida y de la dignidad que es propia de toda persona humana? La dignidad la tenemos; Dios nos creó con ella y nunca la perdemos. Que se nos respete y respetemos, depende de nosotros mismos y de las demás personas con quienes compartimos la vida. Es el hombre el que respeta o irrespeta a los demás, el que dice la verdad de los otros o los calumnia, el que respeta o el que viola el santuario de la intimidad, el que sana o el que hiere en el alma o en el cuerpo, el que comparte y respeta o el que quita los bienes a otros, el que  honra la libertad de las otras personas o el que las priva de la libertad por el secuestro; es el ser humano el que cura y vela por la salud del prójimo, y también el que asesina.

Podemos construir o destruir

 

Es la persona humana que no acoge los pensamientos de Dios sobre la sociedad, la que no permite la presencia del Reino en la tierra, que es un Reino de verdad y de vida, de santidad y de gracia, de justicia, de amor y de paz. Es la persona humana la que puede hacernos vislumbrar ya en este mundo, cómo será el mundo futuro que nos ha preparado Dios desde la eternidad, y también el que tiene la capacidad de convertir a este mundo en un imperio, donde dominen el egoísmo, la discriminación, la injusticia, el resentimiento, el odio, la violencia. Somos nosotros los capaces de causar el sufrimiento de los demás, o también de ser  constructores de alegría, de amor y de paz.

Derecho a la intimidad

 

Al reflexionar sobre la dignidad de la persona humana, y los derechos que esta dignidad comporta, naturalmente se debe mencionar ante todo el derecho a la vida, desde la concepción hasta la muerte natural y el derecho a la libertad. Tampoco podemos dejar de mencionar el derecho a la intimidad. Por cierto es un derecho que reconoce también la Constitución colombiana. El artículo 15 dice:

 

Todas las personas tienen derecho a su intimidad personal y familiar y a su buen nombre, y el Estado debe respetarlos y hacerlos respetar…

 

Por su parte el Artículo 42, que trata sobre los derechos sociales, establece:

 

La honra, la dignidad y la intimidad de la familia son inviolables. Y añade en ese mismo artículo que, El Estado y la sociedad garantizan la protección integral de la familia.

 

Vidas vueltas añicos

Se habló mucho en su momento, del programa de Caracol TV que se llamó “Nada más que la verdad”. Columnistas de prestigio criticaron ese programa, porque su conductor, siguiendo seguramente un guión preestablecido, ponía a los participantes contra la pared, con preguntas que se referían a su vida íntima personal, y cuyas respuestas, a cambio de dinero, podían tener graves implicaciones negativas, en las relaciones entre las parejas y con los hijos. Hoy la libertad de expresión se antepone a todos los demás derechos. Y el derecho a hacer dinero, así sea  a costa de los demás, se practica y se defiende con asombrosa frescura.

Como ejemplo de la reacción general frente a ese programa, veamos lo que la columnista de El Tiempo, Yolanda Reyes escribió a propósito en su columna  ¿Esto es normal? Hizo estas consideraciones que comparto. Dice lo que pasa después de ver ese programa:

 

Me desvelo: pienso en lo que quedó de esa pareja  después de pasar por el banquillo de ´Nada más que la verdad’.  Más adelante describe así lo que sucede con una participante de ese programa :

 

Una mujer, atada con cables al mecanismo que mide sus latidos (se refiere al famoso “polígrafo”), acepta por voluntad expresa, exhibir sus trapos en pública subasta, después de haberlos coleccionado y custodiado celosamente a lo largo de la vida.

 

También en ese mismo periódico había hecho antes una acertada crítica a ese programa, la conocida guionista Martha Bossio.

 

Algún tipo de necesidad es seguramente la que mueve a las personas que se prestan a abrir su intimidad  a cambio de unos millones de pesos, para contribuir con sus miserias a hacer mejorar el ´rating´ de esa cadena, con la colaboración del morbo de la teleaudiencia.  Así nos presenta su consideración Yolanda Reyes, de lo que pasa después del programa:

 

Lo que les pase después del corte de comerciales ya no es asunto nuestro y lo olvidamos. Allá ellos, con su vida vuelta añicos y con el chequecito en mano. El show ha terminado para dar paso a las noticias de la noche, que son narradas por el mismo presentador de “toda la verdad”, quien a su vez conducirá el programa de medianoche[3]

Todo se permite por ganar ´rating

 

 

De manera que, entrando a saco en la intimidad de las personas para ganar unos puntos de ‘rating’, que significan millones de pesos que atrae la publicidad, se vuelve añicos la vida de familias, víctimas de la ambición o de la acuciante necesidad de alguno o algunos de sus miembros. Y no pasa nada, aunque, según la Constitución, El Estado y la sociedad garantizan la protección integral de la familia.

 

La Programadora se defiende poniendo siempre de presente, que las personas responden voluntariamente, que nadie las obliga. ¿Las obligará la necesidad? Quizás aquí también vale la pregunta de quién es mayor pecador, el que peca por la paga o el que paga por pecar. ¿Quién es más culpable: el que por la paga revela su intimidad, aunque haga añicos su vida y la de su familia o el que paga para que le abran la puerta de esa intimidad?

 

Nuestra dignidad es un don de Dios, un don inalienable que no podemos feriar ni nos pueden los demás arrebatar.

 

Bien, amables lectores, los invito a que pensemos, si con el manejo de nuestra vida en las relaciones con los demás, contribuimos a hacer presente en nuestra sociedad el Reino de Dios; a que nuestro mundo, nuestra familia, nuestro grupo de trabajo, nuestra sociedad, se manejen de acuerdo con la amorosa e infinita sabiduría de Dios. Que de nosotros no se pueda decir nunca, que hicimos añicos la vida de nadie. Que sembremos más bien semillas de comprensión, de respeto, de paz, de amor.

 

En la próxima reflexión, si Dios quiere, seguiremos con nuestro estudio sobre los bienes del Reino.

 

 Fernando Díaz del Castillo Z.

Escríbanos a: reflexionesdsi@gmail.com


[1]  Véase la entrevista de Roger Haight, S.J., con Gerry McCarthy, en  The Social Edge.com/articles, May 2007: 

[2] Is 55, 8: Porque no son mis pensamientos vuestros pensamientos, ni vuestros caminos son mis caminos –oráculo de Yahvéh.

[3] El Tiempo, 8 de julio de 2007, 1-23