Reflexión 63 Junio 28 2007

Compendio de la D.S.I. Nº 57 (II)

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Las Reflexiones que se publican aquí son originalmente programas transmitidos por Radio María. Usted puede escucharlos los jueves a las 9:00 a.m., hora de Colombia. También puede sintonizar la radio por internet en www.radiomariacol.org

Estamos estudiando ahora la Doctrina Social de la Iglesia como se presenta en el libro Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, preparado por el Pontificio Consejo Justicia y Paz.

 

En la columna azul, a la derecha, en “Categorías”, encuentra en orden todos los programas, según la numeración del libro “Compendio de la D.S.I.” Con un clic usted elige. Encuentra usted también enlaces a documentos muy importantes como la Sagrada Biblia, el Compendio de la Doctrina Social, el Catecismo y su Compendio, algunas encíclicas, la Constitución Gaudium et Spes y también agencias de noticias y publicaciones católicas.

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La Dignidad del Hombre

 

 

En la reflexión anterior comenzamos el estudio del N° 57 del Compendio de la D.S.I. Leámoslo, dice así:

 

Los bienes, como la dignidad del hombre, la fraternidad y la libertad, todos los frutos buenos de la naturaleza y de nuestra laboriosidad, difundidos por la tierra en el Espíritu del Señor y según su precepto, purificados de toda mancha, iluminados y transfigurados, pertenecen al Reino de verdad y de vida, de santidad y de gracia, de justicia, de amor y de paz  que Cristo entregará al Padre y donde nosotros los volveremos a encontrar.Entonces resonarán para todos, con toda su solemne verdad, las palabras de Cristo:

«Venid, benditos de mi Padre, recibid la herencia del Reino preparado para vosotros desde la creación del mundo. Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; era forastero, y me acogisteis; estaba desnudo, y me vestisteis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a verme … en verdad os digo / que cuanto hicisteis a unos de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis» (Mt 25, 34-36.40).

Nos había explicado la Iglesia, en el N° 56 del Compendio, que el Reino de Dios que gozaremos un día, por la misericordia del Señor, lo tenemos que empezar a construir en esta vida. La esperanza de los cielos nuevos y la tierra nueva, que gozaremos al final, cuando resucitemos en Cristo, nos deben estimular a trabajar desde ahora, en la construcción del Reino, que empezó a estar presente, con la aparición terrenal del Hijo de Dios.[1] No debemos quedarnos inmóviles, esperando que el Reino definitivo de Dios llegue, sin hacer nuestra parte.

 

Sabemos cuáles son los bienes materiales de nuestro país, pero ¿cuáles son “Los Bienes del Reino”?

 

Cuando se habla de los bienes de un país, se piensa sólo en los bienes materiales, terrenales, los que producen riqueza: el dinero, la producción de los bienes que se consumen, que se exportan…. Y si se piensa en el Reino de Dios, ¿cuáles son sus bienes? En el N° 57 que estudiamos ahora, la Iglesia responde a esa pregunta con la presentación de unos bienes muy distintos de los bienes terrenales. Los bienes que pertenecen al Reino de Cristo, que debemos construir desde aquí, en la tierra, no son como los bienes corruptibles en que se apoyan los reinos terrenales. Como el Reino de Dios y la Buena Nueva son lo mismo, como acabamos de ver, los bienes del Reino de Dios son los bienes basados en los valores del Evangelio.

 

Bienes espirituales y bienes materiales

 

 

Entre estos bienes del Reino hay unos bienes espirituales, como la dignidad del ser humano, y otros son bienes materiales: los frutos buenos de la naturaleza y de nuestra laboriosidad purificados de toda mancha, iluminados y transfigurados, nos dice este N° 57.

Reflexionábamos la semana pasada, que si ya en esta vida tenemos los bienes propios del Reino de Cristo, empezamos, en alguna forma, a gozar del Reino desde ahora; podríamos decir, que si esos bienes están presentes, está presente el Reino de Dios. Veamos entonces cuáles son esos bienes.

 

La Cumbre de la Creación

 

El primer bien que menciona el N° 57, es el de la dignidad del hombre. Decíamos que la dignidad del hombre se basa en que Dios nos regaló la existencia, la vida, que no es una vida cualquiera. No es una vida como la de las plantas o los animales. Al hombre, Dios lo creó a su imagen y semejanza. Sobre el lugar del hombre en la creación, afirma el Compendio del Catecismo en el N° 63, que El hombre es la cumbre de la Creación visible, pues ha sido creado a imagen y semejanza de Dios, y en el N° 358 explica lo que quiere decir haber sido creados a imagen y semejanza de Dios, con estas palabras:

 

Dotada de alma espiritual e inmortal, de inteligencia y de voluntad libre, la persona humana está ordenada a Dios y llamada, con alma y cuerpo, a la bienaventuranza eterna.

La única criatura sobre la tierra a la que Dios ama por sí misma

 

 

Por su parte, el Catecismo en su edición completa, (recordemos que el Compendio del Catecismo es la obra resumida), trata más extensamente la dignidad de la persona humana del N° 1700 en adelante. Nos dice que el hombre

 

Es la única criatura sobre la tierra a la que Dios ama por sí misma, y a la que llama a compartir su vida divina, en el conocimiento y en el amor. El hombre, en cuanto creado a imagen de Dios, tiene la dignidad de persona: no es solamente algo, sino alguien capaz de conocerse, de darse libremente y de entrar en comunión con Dios y las otras personas.

 

Quisiera destacar que en esta presentación de la dignidad de la persona, hay unas características que son propias de cada persona, individualmente: Dios nos ama personalmente, a cada uno de nosotros. Cada uno de nosotros puede decir “Dios me ama a mí”, porque me creó individualmente, pensó en mí, me llamó desde el vientre de mi madre a compartir su vida divina por el bautismo, y plenamente un día en el cielo; Dios me creó dotado de entendimiento, de voluntad, de libertad. Me dio una razón, capaz de reconocer la voz de Dios, que me impulsa a hacer el bien y evitar el mal. [2] Ahora bien, porque me hizo libre puedo abusar de mi libertad y no escuchar su voz. Y nuestra naturaleza humana, herida por el pecado original lo hace…

 

Capaces de amar y ser amados

 

 

Ser imágenes de Dios significa todo eso y más. Como Dios es Uno y Trino, Un Dios y Tres Personas, a nosotros nos creó capaces de entrar en comunión con Él y con los demás, es decir capaces de amar y de ser amados.

Con esta reflexión podemos entender un poquito lo que significa el Reino de Dios: un Reino de amor y por lo tanto también de verdad y de paz. Ese es el Reino que tenemos que ayudar a construir. Ese es el mayor bien del Reino: el del amor, que se basa en que Dios es Amor y nosotros fuimos creados a su imagen, es decir a imagen del amor. Donde hay odio, resentimiento, violencia, no está el Reino de Dios. Si queremos ser constructores del Reino, no podemos sembrar odio, ni resentimiento, ni violencia. El reino del hombre caído, herido por el pecado original es el reino de la mentira, del odio, de la violencia, de la muerte.

 

Hemos reflexionado largamente sobre lo que significa para el hombre haber sido llamado a la vida a imagen y semejanza de Dios, y podemos decir con profunda convicción, que la vida es el mayor bien del hombre y es un don inviolable; si nos lo quitan, sólo Dios nos lo puede devolver. A este propósito, en la reflexión pasada leímos algunos párrafos de la carta que Juan Pablo II dirigió a los obispos, sobre la crítica situación del respeto a la vida, en todo el mundo, y la posición que debe asumir la Iglesia.

 

 

La dignidad del hombre no la otorga la ley, que sólo reconoce lo que ya es un derecho

 

La dignidad del hombre es un bien con el que nacemos todos los seres humanos, sin distingo de procedencia geográfica, de raza, de familia. Se trata de una dignidad que no tenemos porque nos la otorgue la ley de ningún país, ninguna norma constitucional, ninguna decisión de las Naciones Unidas. Fuimos creados a imagen y semejanza de Dios, libremente, por su Amor. Y gracias a su amor infinito fuimos redimidos por la pasión, muerte y resurrección de su Hijo Jesucristo; por decisión del Creador somos todos, hijosdel mismo Padre, somos del mismo linaje. Esa es nuestra dignidad.

 

La Mayor Incoherencia

 

Los cristianos no necesitamos que nos expliquen mucho en qué consiste la dignidad del hombre; la razón de la dignidad del hombre es clarísima para nosotros los cristianos, y aceptamos sin dificultad, que el don de la vida, recibido de Dios, es el más sagrado. De la vida se desprenden los demás. El valor de la vida es una verdad que nadie discute. Está en los Derechos del Hombre de la ONU, está en nuestra Constitución,[3] pero también tenemos que aceptar que la vida es un bien contra el que se atenta todos los días, en todos los países del mundo. No hay mayor incoherencia que ésta.

Los Sumos Pontífices han insistido, y el actual Papa Benedicto XVI sigue insistiendo, en el valor de vida humana y clama por su respeto. Juan Pablo II defendió muchas veces la vida, de modo particular la vida de los inocentes, que mueren en las guerras permanentes que azotan la tierra, y con gran energía denunció la eliminación de muchas vidas humanas nacientes o cercanas a su final, por medio del aborto y la eutanasia. Hay algo muy preocupante, como lo denunció también Juan Pablo II en su carta a los obispos, el 19 de mayo de 1991, solemnidad de Pentecostés, sobre «el valor de la vida humana y su intangibilidad, en relación con las actuales circunstancias y los atentados que la amenazan. En palabras del Papa:

Es sobre todo (…) preocupante el hecho de que la conciencia moral parece ofuscarse terriblemente y encontrar cada vez mayor dificultad para darse cuenta de la distinción clara y precisa entre el bien y el mal en lo que se refiere al valor fundamental de la vida humana.

La Conciencia Moral se apaga…

 

En esa carta el Santo Padre habló del apagarse de la sensibilidad moral en las conciencias, y se quejaba con tristeza de, cómo

Las leyes y las normativas civiles no sólo ponen de manifiesto este oscurecimiento, sino que contribuyen a reforzarlo.

Son palabras textuales de Juan Pablo II. Veamos cómo, también algunas de las leyes de nuestro país, contribuyen a reforzar el oscurecimiento de la conciencia moral, es decir, a dificultar que la gente distinga entre el bien y el mal. Con estas palabras sigue Juan Pablo II:

 

En efecto, cuando unos parlamentos votan leyes que autorizan el matar a inocentes y unos Estados ponen sus recursos y estructuras al servicio de estos crímenes, las conciencias individuales con frecuencia poco formadas son inducidas más fácilmente a error. Para romper este círculo vicioso, parece más urgente que nunca el reafirmar con fuerza nuestro común magisterio, fundamentado en la Sagrada Escritura y en la Tradición, sobre la intangibilidad de la vida humana inocente.

 

El caso de Colombia es triste: los médicos de los hospitales públicos, construidos y sostenidos con nuestros impuestos, son obligados a practicar abortos, y si en el futuro aprueban la eutanasia, también serán obligados a matar ancianos y enfermos por ese medio. Y las autoridades: el Procurador General de la Nación (se escribe en 2007), el Ministro de Protección Social Diego Palacio, el Defensor del Pueblo, algunos Magistrados de la Corte Constitucional, el Secretario de Salud del Distrito, públicamente manifiestan la obligación de los médicos que trabajen en los hospitales públicos, de obedecer una ley contra la Ley de Dios, llevándose por delante el derecho a la objeción de conciencia, que está garantizado en nuestra Constitución.

Nos hace falta más fuerza en el parlamento, en el gobierno, en las Altas Cortes, en los medios de comunicación. Se aprueban las leyes anticristianas con facilidad, como si viviéramos en un país pagano. Los medios de comunicación, en los que supuestamente hay comunicadores que se confiesan católicos, son pasmosamente débiles. No se atreven a pronunciarse en defensa del pensamiento de la Iglesia. En cambio los defensores de la vida llamada “light” no tienen vergüenza para defender sus puntos de vista.

Imponen leyes contra las mayorías creyentes

 

 

Poco a poco van ganando terreno los que quieren un mundo sin Dios, regido sólo por los intereses terrenales, por la vida fácil. Quieren callar a los que levantan la voz para defender los valores cristianos, con el argumento de que la fe es una cuestión personal, de la conciencia íntima, que no tiene por qué inmiscuirse en la legislación. ¿No? Y ¿por qué ellos sí pueden legislar de acuerdo con sus propias creencias o posiciones anticristianas? ¿La posición de ellos no debería ser también sólo de su fuero interno? Si los creyentes somos la mayoría, ¿por qué ellos sí nos pueden imponer leyes contra nuestra fe?

 

Volvamos a leer las palabras de Juan Pablo II:

 

Es sobre todo (…) preocupante el hecho de que la conciencia moral parece ofuscarse terriblemente y encontrar cada vez mayor dificultad para darse cuenta de la distinción clara y precisa entre[4] el bien y el mal en lo que se refiere al valor fundamental de la vida humana.

 

Formación de la conciencia individual y de la conciencia pública

 

Hay una conciencia individual, por la cual nos damos cuenta de si lo que hacemos está bien o está mal, pero en su formación no sólo obra la razón, sino también los sentimientos, los afectos. Por eso somos influenciables por el medio: por lo que nos dicen los amigos, lo que claman los medios de comunicación, lo que pretenden las autoridades civiles. Por eso el Papa dice, como leímos hace un momento, que

 

Las leyes y las normativas civiles no sólo ponen de manifiesto el oscurecimiento de la conciencia moral, sino que contribuyen a reforzarlo. En efecto,  cuando unos parlamentos votan leyes que autorizan el matar a inocentes y unos Estados ponen sus recursos y estructuras al servicio de estos crímenes, las conciencias individuales —con frecuencia poco formadas— son inducidas más fácilmente a error.

 

El filósofo español Jaime Balmes, ofrece una interesante reflexión sobre la sociedad europea de su tiempo y la formación de la que llama conciencia pública. Dice él que si bien la conciencia pública es, en cierto modo, la suma de las conciencias privadas, está sujeta a las mismas influencias a que lo están éstas. ¿Y qué está pasando en nuestro país, y podemos decir que en todo el mundo? Lo escuchamos todos los días en la radio, lo vemos en la TV, lo leemos en la prensa: las ideas que bombardean de modo incansable la razón y el corazón de la gente, son las que promueven la vida fácil y la cultura de la muerte; se trata de destruir la familia, aunque según nuestra Constitución, en el artículo 5, el Estado ampara la familia como institución básica de la sociedad. Los juristas promotores de la nueva sociedad sin Dios, deben estar preparando su estrategia para debilitar el concepto de familia, como prepararon la aprobación del aborto.

Nuestro papel no puede ser callar

 

Nos preguntábamos hace una semana, ¿cuál debe ser el papel de la Iglesia y por lo tanto nuestro papel como miembros suyos? Ciertamente no puede ser callar. A veces nos podemos sentir pesimistas, pues la Iglesia ha predicado el Evangelio desde hace más de 20 siglos y el mundo no parece mejorar. Bueno, si pensamos eso, es porque no conocemos la corrupción y el libertinaje de las sociedades paganas antiguas. Algo del desenfreno de la sociedad romana antes del cristianismo, se aprecia en la serie de TV llamada Roma. En esa época, antes del cristianismo, no había quien levantara la voz para protestar por la inmoralidad, en todos los campos. Cuando los Apóstoles y sus sucesores empezaron a predicar el Evangelio, encontraron la oposición sangrienta que los llevó al martirio.

 

Los primeros cristianos eran gente fuera de lo común, en las sociedades paganas.[5] No eran parte del ambiente, se destacaban por sus creencias tan distintas a las de la sociedad contemporánea; los miraban como algo raro, los trataban con hostilidad. Para los cristianos, el Evangelio era realmente una revelación, algo desconocido, completamente nuevo. La Buena Nueva invitaba, y hoy nos invita, a una vida nueva. La experiencia de vida según los valores del Evangelio fue para los primeros cristianos una experiencia de cambio extremo. Los cielos nuevos y la tierra nueva del Evangelio, son muy distintos a los cielos de los dioses paganos de la lujuria y de la guerra. Los valores del Evangelio eran muy diferentes a los valores de la sociedad, ante la cual ellos aparecieron como testigos. Los valores de la sociedad pagana eran los de la codicia, de la lujuria, de la glotonería. En su defensa se robaba, se asesinaba, se esclavizaba a los más débiles y era lo normal…

 

¿No se está repitiendo, en cierta forma, la historia en nuestra sociedad paganizada? En nuestra época, ser cristiano, vivir como cristiano, va siendo algo por lo menos no común, y en algunos ambientes empieza a ser visto como algo extraordinario. Y sí, es algo extraordinario, porque se trata de una gracia de Dios, y la fe nos hace comprender que, por ser cristianos, debemos sentirnos agradecidos, alegres, y aceptar que esta gracia implica una responsabilidad, y también puede acarrear peligros; la responsabilidad de quien recibió el don de la fe, y el peligro del testigo que debemos ser.

 

Hace poco celebramos la festividad del Nacimiento de San Juan Bautista. Ese día, después del Ángelus, el Papa Benedicto XVI dijo:

 

Como un auténtico profeta, Juan dio testimonio de la verdad sin compromisos. Denunció las transgresiones a los mandamientos de Dios, incluso cuando sus protagonistas eran los potentes. De este modo, pagó con la vida la acusación de adulterio a Herodes y Herodías, sellando con el martirio su servicio a Cristo, que es la Verdad en persona.

Invoquemos su intercesión, junto con la de María santísima, para que también en nuestros días la Iglesia sepa mantenerse siempre fiel a Cristo y testimoniar con valentía su verdad y su amor a todos.[6]

 

Fernando Díaz del Castillo Z.

Escríbanos a :reflexionesdsi@gmail.com


[1]Mt. 3,2: Convertíos porque ha llegado el Reino de de los Cielos; Lc 4,43 nos dice que Jesús vino a predicar la Buena Nueva del Reino de Dios, que Él llamó La Buena Nueva del Reino de Dios; Mc 1,14-15: [14] Después que Juan fue entregado, marchó Jesús a Galilea; y proclamaba la Buena Nueva de Dios: [15]«El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca; convertíos y creed en la Buena Nueva.»

[2]Cfr Catecismo 1705-1706

[3]Entre los Principios Fundamentales en el Artículo 1, dice nuestra Constitución que Colombia está fundada en el respeto de la dignidad humana y el Artículo 11 deja sentado que El derecho a la vida es inviolable.

[4] Véase la interesante reflexión de Jaime Balmes en El Protestantismo comparado con el Catolicismo en sus relaciones con la civilización europea. En las obras completas publicadas por Biblioteca PERENNE,Barcelona, Tomo I, Pgs.1129-1568,especialmente el capítulo 33, sobre la conciencia pública, Pgs. 1278ss.

[5] Esta reflexión se basa en la que ofrece Sacred Space, en la meditación para el 26 de junio, Something to think and pray about this week. La encuentra entre los enlaces de este ‘blog’ en “Orar frente al computador”.

[6] Radio Vaticano 24/06/200715.16.20, ZENIT,ZS07062406 – 24-06-2007