Reflexión 68 Septiembre 6 2007

Compendio de la D.S.I. Nº 57-58 (II)

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Las Reflexiones que se publican aquí son originalmente programas transmitidos por Radio María. Usted puede escucharlos los jueves a las 9:00 a.m., hora de Colombia. Son éstos, programas de estudio de la Doctrina Social de la Iglesia (DSI), en los que se sigue paso a paso el Compendio de la DSI, publicado por el Pntificiop Cosejo Justicia y Paz. Contiene la doctrina católica oficial. Los programas de radio los puede sintonizar  radio por internet en www.radiomariacol.org

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Fundamentos que no pueden fallar

 

En la reflexión anterior terminamos el estudio del N° 57 del Compendio. Allí nos entusiasmamos con la certeza de que estamos llamados a vivir un día en el Reino de Dios, en el cielo. Tenemos plena confianza de que esto sucederá un día, porque nuestra esperanza tiene unos fundamentos que no pueden fallar: la palabra inconmovible del Señor y la Buena Nueva de Jesucristo Resucitado. Y comprendimos allí algo más que nos llena de alegría: por el bautismo fuimos llamados a ser hijos de Dios, discípulos suyos y evangelizadores. Nos enseña la Iglesia en este número, que no solamente podemos esperar en el futuro una morada nueva y eterna,- el Reino de los cielos, – sino que además de esa esperanza en el reino futuro tenemos un encargo como discípulos y misioneros; el encargo de colaborar aquí, en nuestro tiempo, en nuestra historia, con la construcción del Reino de Dios.

Nosotros, pequeños como somos ¿llamados a construir en el mundo el Reino de Dios? ¿Cómo podemos cumplir esa tarea maravillosa? No se trata de renunciar a nuestro trabajo actual, sino de hacerlo bien. Nuestro trabajo puede ser una colaboración en el desarrollo del Reino. Esta misión nos estimula a entregarnos con entusiasmo a nuestro trabajo, cualquiera él sea, y si lo hacemos bien, estaremos realizando la misión que se nos ha encomendado, de ir construyendo desde aquí, en nuestro tiempo, en nuestra historia, el Reino de Dios. Decíamos que es ésta una vocación que nos llena de alegría, el haber sido llamados por el bautismo, a ser obreros del Reino.

¿Cómo debe ser nuestro trabajo, para que sea un aporte a la construcción del Reino de Dios?  En este N° 57 la Iglesia nos da su orientación sobre cómo debe ser nuestro trabajo. No enseña que, colaborar en la construcción del Reino es vivir nosotros, personalmente, de acuerdo con los valores del Reino de Dios, – que son los valores del Evangelio, – y conseguir que nuestro mundo, por nuestra palabra y sobre todo por nuestro ejemplo,- por nuestro testimonio, – viva también según esos valores, que son los valores que Jesús nos enseñó con su Palabra y con su vida.

El Reino no es un Estado político

Comprendimos también, que el Reino que tenemos que ayudar a construir no es un Estado político, sino un mundo que se guíe por los valores que Jesucristo nos enseñó con su vida y su palabra: valores como el amor, la solidaridad, la misericordia, la fraternidad, la justicia, la defensa de la vida, de la dignidad de la persona humana y de la libertad. Jesús expuso esos valores en el Sermón del Monte, a lo largo de su predicación y de su vida, que terminó, de la forma más radical, con la muerte en la cruz, según las palabras de Benedicto XVI en su encíclica “Deus caritas est” (N° 12). Él no nos amó sólo de palabra, sino de verdad, hasta el extremo, como dice San Juan, 1,13, b): habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo. De la forma más radical, como dice el Papa.

Dios es Palabra y es Acción

A veces nos podemos asustar ante las exigencias del Reino, pero la Palabra del Señor no se anduvo con disimulos. El Evangelio es claro, es exigente. Volvamos a leer unas líneas de Benedicto XVI que leímos la semana pasada. Dice que Dios es Amor y lo demuestra en su actuar. Dios es Palabra y es Acción, y en el Evangelio se presenta actuando. Esto dice en el N° 12:

 

Este actuar de Dios adquiere ahora su forma dramática, puesto que, en Jesucristo, el propio Dios va tras la «oveja perdida», la humanidad doliente y extraviada. Cuando Jesús habla en sus parábolas del pastor que va tras la oveja descarriada, de la mujer que busca el dracma, del padre que sale al encuentro del hijo pródigo y lo abraza, no se trata sólo de meras palabras, sino que es la explicación de su propio ser y actuar. En su muerte en la cruz se realiza ese ponerse Dios contra sí mismo, al entregarse para dar nueva vida al hombre y salvarlo: esto es amor en su forma más radical. Poner la mirada en el costado traspasado de Cristo, del que habla Juan (cf. 19, 37), ayuda a comprender lo que ha sido el punto de partida de esta Carta encíclica: « Dios es amor » (1 Jn 4, 8). Es allí, en la cruz, donde puede contemplarse esta verdad. Y a partir de allí se debe definir ahora  qué es el amor. Y, desde esa mirada, el cristiano encuentra la orientación de su vivir y de su amar.

 

Vivir de acuerdo con los valores del Evangelio en nuestra vida diaria

 

Pero no tenemos que esperar a que se nos presenten momentos dramáticos, en que nos tengamos que jugar la vida para confesar la fe. Esos momentos puede ser que nunca se nos presenten. Nuestro seguir al Señor, el vivir de acuerdo con los valores del Evangelio se aplica a nuestra vida diaria, en cualquier actividad que realicemos.

 

Al estudiar el N° 57 del Compendio entendimos que nuestro trabajo honrado, bien hecho, despojado de egoísmos, cuando contribuye no sólo a nuestro beneficio personal, sino también al bien de los demás, puede ser un aporte en la construcción del Reino de Dios. Nuestro trabajo sencillo o complicado, material, espiritual o intelectual pueden ayudar a la construcción del Reino de Dios.

Este enfoque sobre la construcción presente del Reino de Dios, nos hace comprender que tenemos que vivir en una actitud permanente de conversión, de examinar si nuestra actividad está despojada de egoísmo, si realmente vivimos el Evangelio desde dentro, no sólo de palabra; si es el encuentro con Jesucristo el que nos impulsa a trabajar y no sólo nuestros intereses personales. Para vivir así es indispensable la gracia de Dios. Sin su ayuda nuestros esfuerzos serían vanos. Por eso necesitamos acercarnos al Señor en la oración, por los sacramentos, en particular en la Eucaristía.

Luz, levadura, una pizca de sal…

 

Jesús, en su predicación utilizó comparaciones y parábolas, para darnos a entender cómo debemos vivir haciendo nuestro trabajo por el Reino de Dios. Nos enseñó que debemos ser luz del mundo, (Mt 5, 13-16) que debemos trabajar como la levaduraen la masa, calladamente (Lc 13, 20-21) pero gracias a ella la masa crece y tenemos el pan en la mesa. También nos dijo que debemos ser como la sal, que da sabor, y sólo se necesita una pizca de sal, como dicen las recetas. Estas comparaciones son aplicables a nuestra vida y a la vida de nuestras comunidades y de la Iglesia, en las diferentes circunstancias por las que atravesamos. Podemos pasar desapercibidos, pero en el silencio podemos construir. En el silencio de la vida contemplativa, de la vida de oración, de la aceptación del dolor, del trabajo doméstico, cuántas personas son constructoras del Reino, más eficaces que los que quizás tenemos la oportunidad de evangelizar con la palabra.

Puede haber momentos en nuestra vida en que estemos expuestos a la luz, a la vista de todos.[3] Ese sería nuestro cuarto de hora, como suele decirse. Esa oportunidad se presenta en pequeño, en nuestro medio familiar o laboral; también en ese medio estamos expuestos a la luz y podemos hacer mucho bien, poco, o nada.

 

En los personajes públicos eso acontece en grande: sucede como cuando el reflector de un espectáculo se dirige sólo a una persona que está actuando en el escenario. Todas las miradas se dirigen  a ese personaje. Si Dios nos da esa oportunidad alguna vez, lo más probable es que se nos dé en un escenario pequeño, doméstico o, a algunos quizás, en un gran escenario; entonces, no olvidemos que allí tenemos que ser luz. No sirve para nuestra labor de obreros del Reino que recibamos el chorro de luz nosotros, sino que seamos nosotros los que iluminemos.

No pensemos sólo en los grandes personajes. Los padres de familia y también los hijos, en determinados momentos, o los jefes en el trabajo, o cualquier trabajador, por la tarea que esté realizando, – todos, – podemos ser alguna vez, por un tiempo corto o por años, el centro de atención. Entonces, las palabras del Evangelio van especialmente dirigidas a nosotros: “Vosotros sois la luz del mundo…Brille así vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos.”  (Mt 5, 13-16)

 

Nuestro cuarto de hora

 

En esos cuartos de hora que nos dé la Providencia tenemos que probar que somos fieles a nuestra vocación de discípulos y de evangelizadores.La mayor parte de nuestra vida podemos estar llamados a ser levadura o sal, trabajando calladamente por el Reino, sin que seamos centros de atención. Esa vocación puede ser menos atractiva a los ojos de los hombres, pero a los ojos de Dios, tiene el mérito del que hace su trabajo bien y al final lo recibirá con el premio del obrero fiel.

Si nos toca ser luz, a la vista de todos, tenemos que cuidar para que no nos domine nuestra vanidad, porque entonces no haremos bien el trabajo. Un examen de conciencia, o los demás, – si se lo permitimos, – nos harán descubrir si nuestra conducta es la correcta: si buscamos el Reino de Dios o si más bien tratamos de vender nuestra imagen.

El que me confiese…el que me niegue delante de los hombres…

 

En la vida pública sí que es importante tener presente la vocación del cristiano. Nuestros políticos y parlamentarios no pueden olvidar estas palabras del Señor:

“Yo os digo: Por todo el que se declare por mí ante los hombres, también el Hijo del hombre se declarará por él ante los ángeles de Dios. Pero el que me niegue delante de los hombres, será negado delante de los ángeles de Dios.” (Lc 12, 8-9)


Como estamos tan cercanos a la votación de la ley que pretende reglamentar la eutanasia, presentada por el senador Armando Bedetti y apoyado por la senadora Gina Parodi, es conveniente que estemos atentos para conocer quiénes son los parlamentarios que defienden propuestas claramente anticristianas como el aborto o la eutanasia. En el momento de tomar la decisión de votar, no se puede obrar como si la fe no tuviera nada que ver, porque ¿dónde se queda entonces nuestro compromiso cristiano de construir el Reino de Dios? (Esto se escribió en 2007)

Y es muy oportuno, después de Aparecida, hablar de Discípulos.

 

Uno no es buen discípulo si no pone en práctica lo que aprende

 

Tenemos que aprender, ser discípulos, para salir a Evangelizar. Y uno no es buen discípulo si no pone en práctica lo que aprende. Nos viene bien leer ahora las siguientes palabras del Evangelio (Lc 6, 46-49):

“¿Por qué me llamáis: “Señor, Señor”, y no hacéis lo que digo? 47 “Todo el que venga a mí y oiga mis palabras y las ponga en práctica, os voy a mostrar a quién es semejante: 48 Es semejante a un hombre que, al edificar una casa, cavó profundamente y puso los cimientos sobre roca. Al sobrevenir una inundación, rompió el torrente contra aquella casa, pero no pudo destruirla  por estar bien edificada. 49 Pero el que haya oído y no haya puesto en práctica, es semejante a un hombre que edificó una casa sobre tierra, sin cimientos, contra la que rompió el torrente  y al instante se desplomó y fue grande la ruina de aquella casa.”

Estas otras palabras del Señor las debemos tener muy en cuenta también

 

No son los que me dicen: “Señor, Señor”, los que entrarán en el Reino de los Cielos, sino los que cumplen la voluntad de mi Padre que está en el cielo. Muchos me dirán en aquel día: “Señor, Señor, ¿acaso no profetizamos en tu Nombre? ¿No expulsamos a los demonios e hicimos muchos milagros en tu Nombre?”. Entonces yo les manifestaré: “Jamás los conocí; apártense de mí, ustedes, los que hacen el mal”. (Mt7, 21-23)


La realización plena de la persona humana

 

Demos ahora un paso adelante y leamos el N° 58 del Compendio, que dice así:

58 La realización plena de la persona humana, actuada en Cristo gracias al don del Espíritu, madura ya en la historia y está mediada por las relaciones de la persona con las otras personas, relaciones que, a su vez, alcanzan su perfección gracias al esfuerzo encaminado a mejorar el mundo, en la justicia y en la paz. El actuar humano en la historia es de por sí significativo y eficaz para la instauración definitiva del Reino, aunque éste no deja de ser don de Dios, plenamente trascendente. Este actuar, cuando respeta el orden objetivo de la realidad temporal y está iluminado por la verdad y por la caridad, se convierte en instrumento para una realización cada vez más plena e íntegra de la justicia y de la paz y anticipa en el presente el Reino prometido.

Entonces, ¿qué pasa a la persona que actúa como Dios quiere, de acuerdo con los valores del Evangelio? En esa persona se va produciendo la realización humana plena; madura ya en la historia, y ella y las demás personas con las cuales interactúa, alcanzan la perfección, gracias al esfuerzo por mejorar el mundo en la justicia y en la paz.

 

¡Qué interesante es esta enseñanza! La persona humana, al trabajar por la instauración del Reino en la tierra, interactuando con los demás, viviendo según los valores del Evangelio, en su proceso de desarrollo va poco a poco en el camino de la perfección. Y es que si recorremos algunos de los valores del Evangelio, tenemos que aceptar que quien procura vivir de acuerdo con ellos, está procurando no sólo el bien del prójimo, sino su propio bien.

 

Recordemos algunos de esos valores: el amor, la solidaridad, la misericordia, la fraternidad, la mansedumbre, la paz, la justicia, la defensa de la vida, de la dignidad de la persona humana y de la libertad. Si encontramos a alguien que viva según esos valores, sin duda tendremos mucho qué admirar. Y sabemos que nuestro modelo perfecto, el qué sí vivió a la perfección esos valores es Jesucristo.

 

No es fácil aceptar el dolor, físico o moral. No es fácil ser mansos ante la agresión y la violencia. No es fácil amar al enemigo, no es fácil perdonar. No es fácil aceptar el sufrimiento, si no hay una razón, y nosotros los cristianos la tenemos. Hay razones particulares, como por ejemplo, para tratar a los demás como a hermanos, tenemos la razón de que realmente somos hijos del mismo padre, somos de la misma familia, de la familia de Dios. Y hay una razón general: que estamos llamados al Reino de los cielos, que no hay sufrimiento que no tenga fin, que con él hacemos méritos para nosotros y para los demás. Que nuestro sufrimiento puede ayudar a la construcción del Reino, y un día el Señor nos dirá, ven bendito de mi Padre, entra a la felicidad eterna que te tengo preparada.

 

Tengamos presente siempre, que no podemos recorrer el camino difícil, sin la ayuda de Dios. Él está allí para darnos la mano, siempre. Y María su Madre, para interceder por nosotros.

 

El ojo debe pasarse por alto para poder ver algo del mundo

Yo creo que no nos detenemos mucho a pensar que, al servir a los demás, vamos caminando por el camino de la propia perfección. A este propósito es interesante leer algunas líneas de Víctor Frankl, el médico, psicólogo, psicoterapeuta, que encontró el sentido de la vida en un campo de concentración nazi, en medio del dolor y la desesperanza. Fue él quien fundó la logoterapia, que busca la salud mental precisamente en la búsqueda del sentido de la vida. De él son estas palabras:

 

Cuando yo me pongo al servicio de algo, tengo presente ese algo y no a mí mismo, y en el amor a un semejante me pierdo de vista a mí mismo. Yo sólo puedo ser plenamente hombre y realizar mi individualidad en la medida en que me trasciendo a mí mismo de cara a algo o alguien que está en el mundo. Lo que debo tener presente, pues, es ese algo o alguien, y no mi autorrealización. Es más: debo relegarme a mí mismo, postergarme, olvidarme; debo pasarme por alto como el ojo debe pasarse por alto para poder ver algo del mundo.[8]

Es muy distinta esta presentación del desarrollo humano, a la que hacen los promotores del libre desarrollo de la personalidad que defienden la libertad de consumir una dosis personal de marihuana o cocaína, – por ejemplo, – porque la Constitución establece en su artículo 16, que Todas las personas tienen derecho al libre desarrollo de su personalidad sin más limitaciones que las que imponen los derechos de los demás y el orden jurídico.

 

Esta interpretación del libre desarrollo de la personalidad es contradictorio, pues al defender la legalidad de la dosis personal, no se defiende el desarrollo sino su deterioro.

 

Según ellos, lo que la Constitución garantiza no es sólo el libre desarrollo de la personalidad, sino el actuar para limitar o peor aún, para hacer daño al propio desarrollo. De manera que se garantiza el libre no desarrollo de la personalidad. No es extraño que ahora se pretenda garantizar también el derecho a quitarse la vida, el derecho a la propia destrucción, por medio de la eutanasia. Esos personaje van paso a paso, pero no dan puntada sin dedal.

 

Jesús sufriente no es menos perfecto

Jesucristo, como Dios tiene todas las perfecciones de la divinidad; como hombre, se sometió a nuestras imperfecciones menos el pecado, como dice la Carta a los Hebreos 4,15:

 

Pues no tenemos un Sumo Sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras flaquezas, sino probado en todo igual que nosotros, excepto en el pecado.

 

Recordemos la presentación que del Mesías, como el siervo de Yahvé ,había hecho el profeta Isaías 53, 4:

 

Despreciado, desechado por los hombres,
abrumado de dolores y habituado al sufrimiento,
como alguien ante quien se aparta el rostro,
tan despreciado, que lo tuvimos por nada
.

Pero él soportaba nuestros sufrimientos
y cargaba con nuestras dolencias

Esa imagen de Jesús, que soportó nuestras limitaciones: el dolor físico, el hambre, la sed y también el dolor moral de ser traicionado, la tristeza y el temor de la pasión como lo manifestó en Getsemaní y en la Cruz[11]; esa imagen de Jesús sufriente, no lo hace menos perfecto como hombre.[12] La imperfección aparece en nosotros, cuando nos rebelamos y no cargamos con nuestras limitaciones; Él en cambio, soportaba nuestros sufrimientos y cargaba con nuestras dolencias. Jesús fue probado en todo igual a nosotros, pero superó la prueba, superó la tentación, – porque Jesús fue tentado, – y la tentación es una prueba que muestra lo que hay en el hombre.[13] Es el crisol, donde se funde el metal precioso.

 

Terminemos con el último párrafo del N° 58 del Compendio, que dice:

Al conformarse con Cristo Redentor, el hombre se percibe como criatura querida por Dios y eternamente elegida por Él, llamada a la gracia y a la gloria, en toda la plenitud del misterio  del que se ha vuelto partícipe en Jesucristo. La configuración con Cristo  y la contemplación de su rostro  infunden en el cristiano un insuprimible anhelo por anticipar en este mundo, en el ámbito de las relaciones humanas, lo que será realidad en el definitivo, ocupándose en dar de comer, de beber, de vestir, una casa, el cuidado, la acogida y la compañía al Señor que llama a la puerta (cf. Mt 25, 35-37).

 

Ese es el Reino que tenemos que ayudar a construir, anticipando así lo que será realidad en el Reino definitivo, en la vida con Dios: para eso debemos alentar en nosotros un insuprimible anhelo por anticipar en este mundo, en el ámbito de las relaciones humanas, lo que será realidad en el definitivo, ocupándonos en dar de comer, de beber, de vestir, una casa, el cuidado, la acogida y la compañía  al Señor que llama a la puerta.

 

Fernando Díaz del Castillo Z.

Escríbanos a: reflexionesdsi@gmail.com

 


 

[1]

[3] Cfr. en este blog, BLOGROLL, Orar frente al computador, meditación para Septiembre 4,2007

[4] Mt 5, 13-16

[5] Lc 12, 8-9

[6] Lc 6, 46-49

[7] Mt 7, 21-23

[8] Víctor E. Frankl, El Hombre Doliente, Herder, 1987, Argumentos a favor de un optimismo trágico, Pg. 65

[9]Hb 4,15

[10] Is 53,4

[11] Mt 26, 37-42; Mt 27, 46

[12] Joseph Ratzinger, Benedicto XVI, nos hace pensar cuando en el prólogo de su libro “Jesús de Nazaret”, dice que “Dios se hizo visible a través del hombre Jesús y, desde Dios, se pudo ver la imagen del auténtico hombre”.

[13] Cfr. Carta a los Hebreos, comentarios del P. Miguel Nicolau, S.J., La Sagrada Escritura, BAC 214, Pg. 56ss