Reflexión 67 Agosto 30 2007

Compendio de la D.S.I. Nº 57-58

Vivir la Doctrina Social y llamamiento de “Aparecida”

 

————————————————————————————————————————————————————————————————————


Las Reflexiones que se publican aquí son originalmente programas transmitidos por
Radio María. Usted puede escucharlos los jueves a las 9:00 a.m., hora de Colombia. Puede sintonizar la radio por internet en www.radiomariacol.org

En la columna azul, a la derecha, en “Categorías”, encuentra en orden todos los programas, según la numeración del libro “Compendio de la D.S.I.” Con un clic usted elige.


Encuentra usted también enlaces a documentos muy importantes como la Sagrada Biblia, el Compendio de la Doctrina Social, el Catecismo y su Compendio, algunas encíclicas, la Constitución Gaudium et Spes y también agencias de noticias y publicaciones católicas.

—————————————————————————————————————————————————————————————————————————————————~~~~~~~

 

Vivir de acuerdo con los valores del Reino

 

Hemos venido estudiando el N° 57 del Compendio. Nos enseña la Iglesia en este número, que esperamos en el futuro, firmemente basados en la promesa de Dios y en la resurrección de Jesucristo, una morada nueva y eterna, el Reino de los cielos. También hemos aprendido allí, que nuestra esperanza en ese reino futuro no debilita nuestra entrega al trabajo en esta vida, sino que más bien, nos estimula a entregarnos con entusiasmo, a la misión que se nos ha encomendado, de ir construyendo desde aquí, en nuestro tiempo, en nuestra historia, el Reino de Dios. Decíamos que es ésta una vocación que nos llena de alegría, el haber sido llamados por el bautismo, a ser obreros del Reino. Lejos de la verdad l acusación a la religión, de ser “opio del pueblo”.

 

Comprendimos que colaborar en la construcción del Reino es vivir nosotros, personalmente, de acuerdo con los valores del Reino de Dios y conseguir que nuestro mundo viva también según esos valores, que son los valores del Evangelio. Comprendimos que el Reino que tenemos que ayudar a construir no es un Estado político, sino un mundo que se guíe por los valores que Jesucristo nos enseñó con su vida y su palabra: el amor, la solidaridad, la misericordia, la fraternidad, la justicia, la defensa de la vida, de la dignidad de la persona humana y de la libertad.

Un encuentro personal con Cristo

Fue muy interesante descubrir, que bienes como los frutos buenos de la naturaleza y de nuestro trabajo personal, pueden ser también bienes del Reino, cuando se han iluminado y purificado de toda mancha. De modo que nuestro trabajo honrado, bien hecho, despojado de egoísmos, cuando contribuye no sólo a nuestro beneficio personal, sino también al bien de los demás, puede ser un aporte en la construcción del Reino de Dios. Nuestro trabajo sencillo o complicado, material, espiritual o intelectual pueden ayudar a la construcción del Reino de Dios.

Este enfoque sobre la construcción presente del Reino de Dios nos hace comprender que tenemos que vivir en una actitud permanente de conversión, de examinar si nuestra actividad está despojada de egoísmo, si realmente desde dentro, y activamente, no sólo de palabra, vivimos el Evangelio; si es el encuentro con Jesucristo el que nos impulsa a trabajar y no sólo nuestros intereses personales.

El documento de Aparecida dice que: «En nuestra Iglesia debemos ofrecer a todos nuestros fieles un ‘encuentro personal con Cristo’, una experiencia religiosa profunda e intensa, un anuncio kerigmático y el testimonio personal de evangelizadores, que lleven a una conversión personal y a un cambio de vida integral».[1]

No nos perdamos en las palabras: nos dicen nuestros pastores que, si queremos responder a la llamada que el Señor nos hizo por el bautismo, de ser evangelizadores, es decir, si queremos transmitir a los demás la alegría de la cual nos llena la fe en el Resucitado, – es decir, si queremos dar nuestro testimonio personal – necesitamos nuestra conversión personal, un cambio de vida integral, – integral quiere decir completa, en todos sus aspectos. Para que esto sea posible, nuestros obispos dicen que la Iglesia nos debe ofrecer un encuentro personal con Cristo, una experiencia religiosa profunda e intensa.

No es suficiente la proclamación oral de nuestra fe

Para ser testigos creíbles, no es suficiente la proclamación oral de nuestra fe. No es suficiente hablar; es necesario vivir de acuerdo con la fe que decimos profesar. A eso se refieren nuestros obispos , lo mismo que Juan Pablo II y Benedicto XVI cuando nos piden que seamos coherentes. Sin duda, el encuentro personal con Jesucristo es necesario para que podamos ser testigos creíbles.

 

Nuestro compromiso social no es simplemente un compromiso político

 

Pensando en la Doctrina Social de la Iglesia, nuestro compromiso social no es simplemente un compromiso político; como laicos podemos tener compromisos políticos, con movimientos o partidos que defiendan los principios y valores del Evangelio, pero nuestro compromiso cristiano, tiene que estar fundado en una profunda espiritualidad centrada en Cristo. Si no nos fundamos en Jesucristo, nuestra actividad se puede quedar en la sola política. Quizás eso ha sucedido a los que, supuestamente, con la intención de cambiar el mundo para el bien, se han ido a la guerrilla a empuñar un arma contra otros hermanos. O sin ir tan lejos, eso quizás sucede a los que apoyan movimientos o a candidatos con propuestas claramente anticristianas como el aborto o la eutanasia. En el momento de tomar la decisión de votar, se obra como si la fe no tuviera nada que ver. ¿Dónde se queda entonces nuestro compromiso cristiano de construir el Reino de Dios, si llevamos al Parlamento a personas que van a combatir los valores del Evangelio?

Otro tanto sucede al tomar decisiones que tienen que ver con la justicia. A este respecto, el misionero javeriano Humberto Mauro Marsich, especialista en la doctrina social de la Iglesia y en bioética, dice que la orientación hacia acciones concretas a favor de la justicia, y la transformación de las estructuras, tiene que partir de una profunda fe en Cristo y que desde esa experiencia personal y comunitaria con Cristo, que empieza en el bautismo, nace el reto de ser discípulos y misioneros. Los discípulos y misioneros auténticos, comprenden en su encuentro con Cristo que la evangelización estaría mutilada, si no se trabajara al mismo tiempo por la promoción de las personas, por la transformación personal y de las estructuras inicuas y pecaminosas; si no se luchara por la justicia.[2]

También los laicos estamos llamados a ser discípulos y misioneros

Los laicos tenemos que caer en la cuenta de que, cuando mencionan nuestros obispos en Aparecida a los discípulos y misioneros, no se están refiriendo sólo a los sacerdotes y religiosos. Todos, por el bautismo, estamos llamados a ser discípulos y misioneros. Tenemos que aprender, recibir la verdad del Evangelio, pero no para esconderla o guardarla para nosotros solos, sino para proclamarla.

Nuestra fe no es una fe de ideas abstractas, que se quedan sólo en la reflexión intelectual; nuestra fe viene de un Dios que es activo. Un Dios de un “realismo inaudito”, en palabras de Benedicto XVI.[3] El Amor de Dios no es de sólo palabras: se vive en la acción creadora de Dios, (la actividad de Dios en la creación y conservación del universo es inmensa), actuó Dios, y de qué manera maravillosa en la Encarnación  y en la muerte de Jesús en la cruz, se manifiesta el amor en su forma más radical.[4] Al contemplar a Jesús en la cruz, el cristiano debe encontrar la orientación de su vivir y de su amar.

Nuestra fe católica es muy coherente desde cualquier aspecto desde donde se mire. Benedicto XVI, en su encíclica Deus caritas est, relaciona el compromiso social del creyente con la comunión y vida eucarística. Según el Santo Padre, cuando se considera la práctica de la caridad y de la solidaridad con el hermano necesitado, se comprende que la responsabilidad social es una consecuencia lógica de la vivencia auténtica de la Eucaristía.

Cuando participamos en la Eucaristía, nos debería pasar algo internamente; no es como asistir a una simple ceremonia, que puede ser momentáneamente conmovedora por la devoción del celebrante, la magnificencia del templo o la belleza de la música. Todo eso nos debe conducir a vivir la verdad de lo que allí acontece: en la Eucaristía nos encontramos con Jesucristo, con Dios que es Amor. Amor implica entrega. Leamos unas líneas de la encíclica Deus caritas est, en los N° 12-14:

Un realismo inaudito. Amor en su forma más radical


La verdadera originalidad del Nuevo Testamento no consiste en nuevas ideas, sino en la figura misma de Cristo, que da carne y sangre a los conceptos: un realismo inaudito. Tampoco en el Antiguo Testamento la novedad bíblica consiste simplemente en nociones abstractas, sino en la actuación imprevisible y, en cierto sentido inaudita, de Dios. Este actuar de Dios adquiere ahora su forma dramática, puesto que, en Jesucristo, el propio Dios va tras la «oveja perdida», la humanidad doliente y extraviada. Cuando Jesús habla en sus parábolas del pastor que va tras la oveja descarriada, de la mujer que busca el dracma, del padre que sale al encuentro del hijo pródigo y lo abraza, no se trata sólo de meras palabras, sino que es la explicación de su propio ser y actuar. En su muerte en la cruz se realiza ese ponerse Dios contra sí mismo, al entregarse para dar nueva vida al hombre y salvarlo: esto es amor en su forma más radical. Poner la mirada en el costado traspasado de Cristo, del que habla Juan (cf. 19, 37), ayuda a comprender lo que ha sido el punto de partida de esta Carta encíclica: « Dios es amor » (1 Jn 4, 8). Es allí, en la cruz, donde puede contemplarse esta verdad. Y a partir de allí se debe definir ahora qué es el amor. Y, desde esa mirada, el cristiano encuentra la orientación de su vivir y de su amar.

 

Más adelante, en el N° 13 continúa Benedicto XVI:

 

Jesús ha perpetuado este acto de entrega mediante la institución de la Eucaristía durante la Última Cena… La Eucaristía nos adentra en el acto oblativo de Jesús. No recibimos solamente de modo pasivo el Logos encarnado, sino que nos implicamos en la dinámica de su entrega.

Había dicho poco antes el Santo Padre, que si los antiguos pensaban que el verdadero alimento del hombre, aquello por lo que el hombre vive, era la sabiduría eterna, el logos, como la llamaban, – ahora, en la Eucaristía, el Logos, el Verbo, se ha hecho para nosotros verdadera comida, como amor.

 

Todo esto tiene que ver con la D.S.I. Oigamos cómo continúa la Deus caritas est en el N° 14:

La « mística» de la Eucaristía tiene un carácter social

 

 

Pero ahora se ha de prestar atención a otro aspecto: la « mística» del Sacramento tiene un carácter social, porque en la comunión sacramental yo quedo unido al Señor como todos los demás que comulgan: «El pan es uno, y así nosotros, aunque somos muchos, formamos un solo cuerpo, porque comemos todos del mismo pan», dice san Pablo (1 Co 10, 17). La unión con Cristo es al mismo tiempo unión con todos los demás a los que él se entrega. No puedo tener a Cristo sólo para mí; únicamente puedo pertenecerle en unión con todos los que son suyos o lo serán. La comunión me hace salir de mí mismo para ir hacia Él, y por tanto, también hacia la unidad con todos los cristianos. Nos hacemos « un cuerpo », aunados en una única existencia. Ahora, el amor a Dios y al prójimo están realmente unidos: el Dios encarnado nos atrae a todos hacia sí. Se entiende, pues, que el ágape (el amor) se haya convertido también en un nombre de la Eucaristía: en ella el agapé de Dios (el amor de Dios) nos llega corporalmente para seguir actuando en nosotros y por nosotros.

 

Una Eucaristía que no comporte un ejercicio práctico del amor…

Recordemos que a la Eucaristía la llamamos también sacramento del Amor, es decir, del ágape. Por cierto el Diccionario dice que la palabra ágape, en español, significa Comida fraternal de carácter religioso entre los primeros cristianos, destinada a estrechar los lazos que los unían. Continuemos con las palabras de Benedicto XVI en Deus caritas est:

 

Sólo a partir de este fundamento cristológico-sacramental se puede entender correctamente la enseñanza de Jesús sobre el amor. El paso desde la Ley y los Profetas al doble mandamiento del amor de Dios y del prójimo, el hacer derivar de este precepto toda la existencia de fe, no es simplemente moral, que podría darse autónomamente, paralelamente a la fe en Cristo y a su actualización en el Sacramento: fe, culto y ethos[5] se compenetran recíprocamente como una sola realidad, que se configura en el encuentro con el agapé (el amor) de Dios. Así, la contraposición usual entre culto y ética simplemente desaparece. En el «culto» mismo, en la comunión eucarística, está incluido a la vez el ser amados y el amar a los otros. Una Eucaristía que no comporte un ejercicio práctico del amor es fragmentaria en sí misma. Viceversa —como hemos de considerar más detalladamente aún—, el «mandamiento» del amor es posible sólo porque no es una mera exigencia: el amor puede ser«mandado» porque antes es dado.

 

Voy a intentar compartir con ustedes mi reflexión sobre el párrafo que acabamos de leer, de la encíclica Deus caritas est.

 

En la Eucaristía, se compenetran como una sola realidad la fe, el culto y la ética

 

La Eucaristía es entonces una síntesis viva de la doctrina de Jesús sobre el amor. El amor de Dios nos llega y se nos da en persona, en la Eucaristía. Es que la doctrina es viva, no sólo conceptos abstractos. Dice Benedicto XVI, que al presentar Jesús toda la Ley y los Profetas sintetizados, resumidos, en el Mandamiento del Amor a Dios y al prójimo, no se está exponiendo simplemente una moral, una ética, que bien podría establecerse autónomamente, como puede formularse, por ejemplo, una ética civil, que no tiene en cuenta la moral religiosa, sino que en el encuentro con Dios en la Eucaristía, se compenetran como una sola realidad la fe, el culto y la ética. No se queda la doctrina sobre el amor en los meros conceptos, sino que la Eucaristía comporta un ejercicio práctico del amor, que implica amar a los demás y ser amado por ellos. La Eucaristía, si la viviéramos, nos debería transformar. El saludo de paz, antes de la comunión, representa el amor, la reconciliación con el hermano. En las práctica no siempre eso es verdad, pero por lo menos deberíamos considerar los pasos que deberíamos dar, para que ese saludo no sea sólo un gesto vacío.

 

Estábamos tratando sobre el Reino de Dios, que se va construyendo al conseguir que el mundo se rija por los valores del Evangelio. Tengamos presente que, la llamada a todos los cristianos a ser mensajeros de la Buena Noticia, quiere decir que estamos llamados a hacer visible el Reino de Dios: que hagamos evidente, por nuestra palabra, pero sobre todo por nuestro testimonio, que sí es posible un mundo fundado en los principios del Evangelio.

 

Todo esto que hemos hablado sobre el amor, sobre la Eucaristía, sobre la acción de Dios… ¿cómo se conecta con el Reino y con la D.S.I. ¿ El documento de Aparecida nos ayuda una vez más a comprenderlo. El P. Umberto Mauro Marsich, a quien cité antes, dice que nos invita la Iglesia a asociamos al gran proyecto de Jesús, la construcción del Reino, y respondemos a ese compromiso con una gran misión continental. (D.A. 376)

 

En los pobres de la tierra encontramos el rostro sufriente de Cristo

 

La construcción del Reino es la razón de nuestro seguimiento y discipulado de Jesús: «Al llamar a los suyos para que lo sigan, les da el encargo muy preciso de anunciar el evangelio del Reino a todas las naciones. Por esto todo discípulo es misionero» (DA 159). Y el Reino tiene rasgos muy concretos y valores muy claros, por los cuales tenemos que trabajar y lograr, así, una sociedad más justa e igualitaria, más fraterna y misericordiosa, más pacífica y humana. Será posible lograrla mejorando la situación socio cultural; luchando por una economía más equitativa y por una política más respetuosa de la dignidad humana y finalizada hacia el bien común también internacional y planetario; defendiendo la biodiversidad y respetando a los pueblos más vulnerables como son los indígenas y los afro-americanos. En pocas palabras, el Reino de Jesús es el reino de la vida; es la oferta de una vida plena para todos en el respeto y defensa de la dignidad humana  ante una cultura actual que tiende a proponer estilos de ser y de vivir contrarios a la naturaleza y dignidad del ser humano (DA 401): «Dentro de esta amplia preocupación por la dignidad humana, se sitúa – reconoce el DA- nuestra angustia por los millones de latinoamericanos y latinoamericanas que no pueden llevar una vida que responda a esa dignidad» (405).

 

En los pobres de la tierra encontramos el rostro sufriente de Cristo (DA 407). Nuestro servicio a los pobres, para que sea efectivo, deberá encarnarse en gestos visibles y en experiencias de solidaridad continua, más allá del mero nivel teórico-emotivo de indignación ética.

 

Iluminados por la DSI, especialmente los laicos deben participar activamente a la construcción del Reino de Jesús, en un proyecto de pastoral orgánica donde, en comunión con la Iglesia, sean ellos los primeros y más comprometidos actores. Los laicos son hombres de la Iglesia en el corazón del mundo y hombres del mundo en el corazón de la Iglesia. Puesto que su misión específica se realiza en el mundo, con su testimonio y su actividad, contribuyen significativamente a la transformación de las realidades  y a la creación de estructuras justas según los criterios del Evangelio (DA 226).

 

Más adelante continúa el P. Marsich con estas ideas, que complementan nuestra reflexión sobre los Bienes del Reino:

 

El espíritu que nos debe guiar en esta aventura del seguimiento de Jesús y en la construcción de su Reino debe ser el amor y la generosidad sin límite del «Buen Samaritano» (Lc 10, 25-37). La misión de los discípulos consiste en comunicar la vida nueva de Cristo a todos los pueblos y servirla para que sea plena para todos y, en particular, para los pobres. Esta vida nueva de Jesucristo toca al ser humano entero y tiende a desarrollar en plenitud la existencia humana en su dimensión personal, familiar, social y cultural (DA 369).

 

La evangelización no es completa sin promoción humana, sin atención a los pobres y sin lucha por la justicia

Y estas otras ideas, explicación del documento de Aparecida por el mismo P. Marsich, encajan perfectamente en la comprensión del N° 57 del Compendio, que estamos estudiando:

 

Para configurarse verdaderamente con el Maestro es necesario asumir la centralidad del mandamiento del amor, que él quiso llamar suyo y nuevo: «Ámense los unos a los otros, como yo los he amado» (Jn 15, 12). En el seguimiento de Jesucristo aprendemos y practicamos las bienaventuranzas del Reino y el estilo de vida del mismo Jesucristo: su amor filial al Padre y su compasión entrañable ante el dolor humano, su cercanía a los pobres y a los pequeños, su fidelidad a la misión encomendada, su amor servicial hasta el don de su vida (DA 154). La evangelización no es completa sin promoción humana, sin atención a los pobres y sin lucha por la justicia. La pasión por el Padre y por el Reino nos impulsará a anunciar la Buena Nueva a los pobres, curar a los enfermos, consolar a los tristes, liberar a los cautivos y anunciar a todos el año de gracia del Señor (Lc 4, 18-19).

 

Como vemos, la relación de este número 57 con el documento de Aparecida es muy grande. Este documento de nuestros obispos latinoamericanos y del Caribe parte de la vocación bautismal al discipulado misionero de todos los creyentes. Nos hace ver que nuestra práctica de la religión, no se puede reducir a una experiencia espiritual personal, sin tener en cuenta a los demás. Si es verdad que tenemos que trabajar todos los días por nuestro propio cambio, también es verdad que nuestro trabajo como obreros del Reino, implica una proyección social. Aunque sabemos que la plenitud del Reino no se realizará en la vida presente, tenemos que ser conscientes de nuestra responsabilidad en la construcción del Reino en la historia. No sólo nos tenemos que convertir nosotros, individualmente, sino que tenemos que colaborar, sobre todo con nuestro testimonio, en la conversión de la sociedad.

 

La misión de anunciar el Evangelio del Señor y de construir su Reino genera, inevitablemente, ciertas implicaciones éticas

 

Vamos a terminar esta reflexión sobre los Bienes del Reino con estas palabras del P. Marsich, en su comentario del documento de Aparecida. Dice así:

 

La misión de anunciar el Evangelio del Señor y de construir su Reino genera, inevitablemente, ciertas implicaciones éticas como la de no poder aceptar pasivamente estructuras económicas y políticas que hundan siempre más, a la gran mayoría de nuestros hermanos, en la pobreza y en condiciones de vida infrahumana.

 

Los rostros de Cristo sufriente se multiplican siempre más frente a nosotros y nos piden alivio, ayuda y atención. No podemos seguir traicionando impunemente el mandato evangélico del amor al prójimo, eficazmente plasmado en la parábola del buen samaritano. Debemos ser discípulos atentos y apasionados de Jesús hasta las últimas consecuencias. Diversamente, también Aparecida será una frustración más. Justamente los obispos, en la conclusión del documento, nos suplican de asumir (sic) soluciones transformadoras y de (sic) no quedarnos con los brazos cruzados: «No podemos quedarnos tranquilos –afirma el documento- en espera pasiva en nuestros templos, sino urge acudir en todas las direcciones para proclamar que el mal y la muerte no tienen la última palabra, que el amor es más fuerte, que hemos sido liberados y salvados por la victoria pascual del Señor de la historia, que Él nos convoca en Iglesia, y que quiere multiplicar el número de sus discípulos y misioneros en la construcción de su Reino en nuestro Continente» (DA 548).

Y termina así:

 

Hermosa es la invitación y convocatoria final de Aparecida para que todos participemos en la gran misión continental permanente, llevando «nuestras naves mar adentro, con el soplo potente del Espíritu Santo, sin miedo a las tormentas, seguros de que la Providencia de Dios nos deparará grandes sorpresas» (519). Ella misma nos alentará a ser discípulos que saben compartir la mesa de la vida con todos, pero, de manera particular, con aquellos que la sociedad sigue excluyendo siempre más: los pobres.

 

Fernando Díaz del Castillo Z.

Escríbanos a: reflexionesdsi@gmail.com


[1] D.A. (Documento de Aparecida),226 a). Este documento cita 49 veces el “Encuentro personal con Jesucristo”.

[2]EL CAMBIO SOCIAL Y PERSONAL, DE COSTUMBRES Y ESTRUCTURAS, A LA LUZ DEL DOCUMENTO DE APARECIDA, por Humberto Mauro Marsich, ZS07082713 – 27-08-2007, Permalink: http://www.zenit.org/article-24629?l=spanish

[3] Deus caritas est, 14

[4] Ibidem, 12

[5]Según el Diccionario Oxford, ethos son los valores y actitudes. Podemos decir que son los principios, valores y actitudes que guían a la sociedad.