Reflexión 66 Agosto 9 2007

Compendio de la D.S.I. Nº 57 (V)

 

El Reino que debemos construir

———————————————————————————————————————————————————————————————————————

Las Reflexiones que se publican aquí son originalmente programas transmitidos por Radio María. Usted puede escucharlos los jueves a las 9:00 a.m., hora de Colombia. Puede sintonizar la radio por internet en www.radiomariacol.org

Al abrir este “blog” encuentraprimero la reflexión más reciente. En la columna azul, a la derecha, en “Categorías”, encuentra en orden todos los programas, según la numeración del libro “Compendio de la D.S.I.” Con un clic usted elige. Encuentra usted también enlaces a documentos muy importantes como la Sagrada Biblia, el Compendio de la Doctrina Social, el Catecismo y su Compendio, algunas encíclicas, la Constitución Gaudium et Spes y también agencias de noticias y publicaciones católicas.

~~~~~~——————————————————————————————————————————————————————————————————————————————————-~

Recordemos que en las reflexiones anteriores hemos tratado sobre los bienes del Reino, de que nos habla el N° 57 del Compendio. Los Bienes del Reino. Nos enseña la Iglesia que, con base en la promesa de Dios y la resurrección de Jesucristo, esperamos con fundada esperanza  una morada nueva y eterna, el Reino de los cielos, al cual confiamos llegar un día por la misericordia de Dios. El Reino al cual un día confiamos llegar es nuestra gran esperanza, fundada sobre la roca inconmovible de la Palabra de Dios.

Nada más falso que la acusación marxista de que la religión es el opio del pueblo

 

Nos enseña la Iglesia que, esta esperanza de la vida futura, en vez de debilitar, debe más bien estimular nuestra entrega al trabajo en la vida presente. Nada más falso que la acusación marxista de que la religión es el opio del pueblo. A nosotros la religión no nos adormece, no nos dice que seamos pasivos; al contrario, nos anima, nos urge a trabajar como activos obreros del Reino.

La llamada a nuestro esfuerzo en el trabajo, es una invitación a colaborar en la construcción del Reino. No podemos esperar que el Reino llegue sólo, sin nuestro aporte. Como hemos visto, cuando se habla del Reino de Dios no se trata de un Estado político, se trata de un mundo nuevo, en el cual la gente, todos nosotros, nos rijamos por el pensamiento de Dios, por su sabiduría, que nos proclamó Jesús. Él, con su palabra y su vida nos enseñó los valores en que se debe fundamentar nuestra vida. Ese pensamiento está en el Evangelio.

Llamados a ser mensajeros de la Buena Noticia

Hacer visible el Reino de Dios

 

Por el bautismo, – que recibimos por la gracia de Dios, – cada uno de nosotros, según su estado y sus posibilidades, es un obrero del Reino. Tenemos un llamamiento del amor de Dios, que no sólo nos ha regalado el don maravilloso de la fe, sino que nos ha llamado a anunciar el Evangelio, a llevar la buena noticia a nuestra sociedad, a las personas que están a nuestro alcance. Fuimos llamados a ser mensajeros de la Buena Noticia; esa es nuestra vocación, que nos debe llenar de alegría. Ahora bien, ser mensajeros de la buena noticia, no implica sólo decir que creemos en ella, sino abrazarla, vivir de acuerdo con ella, de manera que nuestra vida sea un testimonio de que es posible un mundo fundado en los principios del Evangelio. Debemos hacer visible la presencia del Evangelio en nuestra sociedad.

Esto quiere decir que para comunicar la buena noticia, para comunicar los valores del Evangelio, debemos hacer el esfuerzo de vivir de acuerdo con él. Para ser obreros del Reino necesitamos entonces, una permanente conversión, un cambio de vida. Esa fue la predicación de Juan Bautista, cuando empezó a anunciar que el Reino llegaba: “Convertíos porque el Reino de los cielos está cerca”. [1]

Nuestros obispos de América Latina y el Caribe, cuando terminaron la reunión de “Aparecida”, coronaron su mensaje final, con 15 enunciados de lo que ahora esperan, como allí mismo dicen, “con todas sus fuerzas”. Uno de estos enunciados dice: Esperamos promover un laicado maduro, corresponsable con la misión de anunciar y hacer visible el Reino de Dios”, y más adelante añaden: “Esperamos trabajar con todas las personas de buena voluntad en la construcción del Reino.”

En la reflexión anterior, para entender lo que es el Reino de Dios que encontraremos en la vida futura, nos valimos de la explicación de Juan Pablo II sobre lo que es el cielo. Nos dijo él, maravillosamente, que el cielo no es un lugar, arriba, en las nubes, sino un estado, – podemos decir que es una manera nueva de vivir,- en palabras de Juan Pablo II: una comunión de vida y de amor (con la Santísima Trinidad), con la Virgen María, los ángeles y todos los bienaventurados se llama “el cielo”[2]. De modo que el Reino del que tenemos esperanza, por la misericordia de Dios, consiste envivir una vida de amor, con El Señor, una vida de amor con el que ES AMOR, y con la Virgen María y con todos los demás habitantes del cielo, incluyendo, claro está, a los seres queridos que nos antecedieron y compartieron con nosotros la fe. Sabemos que será un Reino, una vida, de paz, sin enfermedad, sin muerte, una vida de justicia, de concordia, sin asomos de la menor enemistad, una vida de amor.

Entonces es muy claro, que si el Reino futuro es un Reino de amor, el Reino que tenemos que ayudar a construir desde acá, tiene que ser también un reino de amor, en la tierra. Un Reino donde los valores que fundamenten la sociedad, sean los valores del Evangelio, – que son los valores del Reino, – y en El Evangelio sólo se promueven valores como el amor, la esperanza, la solidaridad, la misericordia, la fraternidad, la defensa de la vida y de la dignidad. Valores todos positivos, que construyen, no destruyen, que integran, no separan.

 

¿Qué son los Valores?

 

 

Se habla mucho de valores, de modo que aclaremos el concepto. ¿A qué se llama valor? Hay diversas explicaciones; les propongo ésta, para que sepamos de qué hablamos cuando nos referimos a los valores: un valor es algo que consideramos tan importante, tan valioso, – como dice la palabra misma, valor,– que lo adoptamos como un principio que guía nuestra vida, lo defendemos, lo cuidamos. Los valores que asumimos determinan lo que queremos que sea nuestra vida, y si nos proponen algo que no está de acuerdo con ellos, nuestra actitud y nuestra respuesta será: “NO”, porque eso se opone a las satisfacciones y al sentido que busco en mi vida. El conjunto de valores que rige nuestro comportamiento da sentido a nuestra vida.

 

Son enfoques de la vida, son fuerzas motivadoras

 

 

Los valores no son simplemente unos principios intelectuales; los valores son “operativos”, es decir, no se quedan en el papel o en la palabra, sino que nos marcan la dirección que debemos seguir y nos motivan a vivir de acuerdo con ellos. Son enfoques de la vida, guían nuestra elección, cuando tenemos que escoger un camino. Los valores son fuerzas motivadoras.[3] Por ejemplo, si el respeto a las personas es un valor importante para nosotros, nos esforzaremos porque nuestro trato a los demás esté orientado a no hacer nada que los ofenda, nada que maltrate su dignidad. Y así en todos los valores.

El Reino está fundado en valores propios de los seres creados por Dios. Dios nos creó con esos valores impresos en nuestro mismo ser. Ya reflexionamos sobre el regalo invaluable de la vida, que nos hizo Dios y que viene adornado con la dignidad que es propia de toda persona humana, por ser creada a imagen y semejanza de Dios.

La familia es un valor del Reino

 

Además de meditar en el don de la vida y la dignidad de la persona, también reflexionamos ya sobre el don de la fraternidad. Decíamos que Dios no nos creó solos, sino como parte de su familia. Somos hermanos todos los hombres, somos hijos del mismo Padre, nuestro Creador Dios. No inventamos nosotros ese derecho de familia ni lo merecimos. Es un regalo de Dios. Nadie tiene derecho a negarlo ni nos los puede quitar. Son valores que respetamos y defendemos. La familia es un valor del Reino. Las actitudes y comportamientos que pretendan infravalorar o destruir la familia, son ’antivalores’, como es también la discriminación, que desconoce la integración de todos como hijos de Dios. Y así podríamos enumerar otros valores, como la libertad.

Vimos en las reflexiones anteriores, que estos bienes de que podemos gozar: la vida y la dignidad de la persona humanay la fraternidad, son bienes del Reino de Dios. Porque existimos a imagen y semejanza de Dios y porque somos sus hijos, tenemos la capacidad, – claro no sólo con nuestras fuerzas / sino con la intervención de la gracia, – somos capaces de poseer el Reino, es decir, de gozar un día, plenamente, del Reino de los cielos que el Señor nos tiene preparado desde la eternidad. Es nuestra herencia, que por la misericordia del Señor esperamos encontrarcuando nos reciba con el saludo: “Venid, benditos de mi Padre, recibid la herencia del Reino preparado para personas como vosotros, desde la creación del mundo.”

¿Herencia preparada para personas como nosotros?¿Cómo merecer semejante herencia?, nos lo dijo el Señor. Lo hemos oído muchas veces y lo repite el Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia en el N° 57. Se trata de ajustar nuestra vida a lo que el Señor nos enseñó y está en el Evangelio. El resumen de los requisitos para entrar a disfrutar del Reino está en Mt 25, 34-36.40 Recordemos una vez más esas palabras:

 

«Venid, benditos de mi Padre, recibid la herencia del Reino preparado para vosotros desde la creación del mundo. Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; era forastero, y me acogisteis; estaba desnudo, y me vestisteis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a verme … en verdad os digo que cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis»

 

Entonces, para merecer la herencia que el Padre Celestial nos tiene preparada, lo que tenemos que hacer está en el Sermón del Monte. Está en el Evangelio. Es vivir según el Evangelio, según sus valores.

Los frutos buenos de la naturaleza y de nuestra laboriosidad

 

 

Es, sin duda la vida, el don y valor más preciado, además de la dignidad de hijos de Dios, hechos a su imagen y semejanza.Otros bienes son también propios del Reino que debemos ayudar a construir. Esto nos dice el Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia en el N° 57 que estamos estudiando:

Los bienes, como la dignidad del hombre, la fraternidad y la libertad, todos los frutos buenos de la naturaleza y de nuestra laboriosidad, difundidos por la tierra en el Espíritu del Señor y según su precepto, purificados de toda mancha, iluminados y transfigurados, pertenecen al Reino de verdad y de vida, de santidad y de gracia, de justicia, de amor y de paz que Cristo entregará al Padre y donde nosotros los volveremos a encontrar.

Observemos que entre los bienes del Reino, la Iglesia mencionatodos los frutos buenos de la naturaleza y de nuestra laboriosidad. Nuestro trabajo puede ser un bien del Reino, cuando se hace en el Espíritu del Señor,cuando se ha iluminado y purificado de toda mancha. Cuando nuestro trabajo no es egoísta, cuando es honrado, cuando se hace bien, cuando contribuye al bien. Nuestro trabajo así, es una contribución a la construcción del Reino en la tierra.

Los bienes materiales, como veremos en su momento, no son malos en sí mismos. Por el contrario, si son administrados como Dios quiere, pueden ser una importante contribución en la construcción del Reino de Dios. Es algo que los poderosos no han comprendido; muchas personas y las naciones poderosas no han comprendido que son sólo administradores, no dueños absolutos. La inequidad en la distribución de los bienes de la tierra es una prueba de que la aceptación de los valores delEvangelio no ha llegado a su plenitud.La corrupción en el manejo de los bienes públicos, es una demostración de que nuestros ciudadanos necesitan convertirse, pues se apropian de lo que no es suyo e impiden que muchos compatriotas no puedan vivir una vida digna, de hijos de Dios.

Aunque volvamos a tratar algunos temas, como por ejemplo, la dignidad de la persona, veamos algo del documento de Aparecida, que nos ayuda a aclarar estas ideas de nuestro papel como obreros del Reino, como comunicadores de la buena nueva. El documento de Aparecida es maravilloso. Los invito a que lo consigan. Se puede leer en la página web del CELAM. No se puede imprimir desde allí, pero sí se puede leer. (En la columna “Blogroll”, a la derecha de esta página, haga clic en CELAM).

 

 

La buena nueva de la dignidad humana, de la vida, de la familia, del trabajo, de la ciencia y de la solidaridad con la creación

 

 

Leamos un poquito en la segunda parte del documento de Aparecida, que trata sobre LA VIDA DE JESUCRISTO EN LOS DISCÍPULOS MISIONEROS. Tenemos que conocer ese maravilloso documento, es un extraordinario regalo de la Iglesia. En el N°103 dice:

Con la alegría de la fe, somos misioneros para proclamar el Evangelio de Jesucristo y, en Él, la buena nueva de la dignidad humana, de la vida, de la familia, del trabajo, de la ciencia y de la solidaridad con la creación.

Califican nuestros obispos a la vida, a la dignidad humana, a la familia, al trabajo, a la ciencia, a la solidaridad con la creación, como parte de “la buena nueva”. Volvamos a leer esas pocas líneas: Con la alegría de la fe, somos misioneros para proclamar el Evangelio de Jesucristo y, en Él, la buena nueva de la dignidad humana, de la vida, de la familia, del trabajo, de la ciencia y de la solidaridad con la creación.

Bendecimos a Dios por la dignidad de la persona humana, creada a su imagen y semejanza

 

 

En el capítulo 3.1 trata el documento de Aparecida sobre la dignidad de la persona humana con el título: LA BUENA NUEVA DE LA DIGNIDAD HUMANA. Dice en el N°104:

Bendecimos a Dios por la dignidad de la persona humana, creada a su imagen y semejanza. Nos ha creado libres y nos ha hecho sujetos de derechos y deberes en medio de la creación. Le agradecemos por asociarnos al perfeccionamiento del mundo, dándonos inteligencia y capacidad para amar; (Bendecimos a Dios) por la dignidad, que recibimos también como tarea que debemos proteger, cultivar y promover.

Cada línea del documento es suficiente materia de reflexión, de meditación y nos debe llevar a un examen, a ver cómo es nuestro comportamiento a ese respecto. Bendice a Dios porque Nos ha creado libres y nos ha hecho sujetos de derechos y deberes en medio de la creación.

Dios nos creó libres, sujetos de derechos y deberes. Nos podemos preguntar cómo manejamos nuestra libertad, cómo usamos y defendemos nuestros derechos y si somos fieles cumplidores de nuestros deberes. Como no nos podemos detener en cada punto, por lo menos hagámoslo con el tema de la libertad. Dejémonos guiar por el Catecismo y por Juan Pablo II.

Sabemos que recibimos el don de la fe como un regalo gratuito de Dios, pero creer, es un acto auténticamente humano, que si bien no puede darse sin la gracia y los auxilios del Espíritu Santo, sin embargo, el hombre al creer, debe responder voluntariamente a Dios; el acto de fe es voluntario por su propia naturaleza,[4] y este don inestimable de la fe, – porque Dios nos creó libres, – podemos perderlo.[5] Podemos alejarnos de Dios. Dios no nos amarra a Él.

 

La respuesta equivocada del hombre a la libertad con que Dios lo creó

 

 

Somos libres, pero ser libres no quiere decir estar autorizados para hacer todo lo que queramos. Sólo nuestro deseo, nuestros instintos, nuestro interés, nuestro gusto, no son criterios adecuados para decidir lo que vamos a hacer. El Catecismo nos enseña en el N° 311, que somos inteligentes y libres pero nos podemos equivocar en la escogencia del camino. Fue lo que de hecho sucedió con el hombre en sus orígenes. Así entró el mal moral en el mundo. “El pecado es un abuso de la libertad que Dios da a las personas creadas” (Catecismo N° 387) “El pecado original fue la respuesta equivocada del hombre a la libertad con que Dios lo creó.” (Catecismo N° 396)

Sin embargo, a pesar del pecado original Dios no nos quitó la libertad. El Catecismo en el N° 407 no enseña que “el hombre posee una naturaleza herida, inclinada al mal”… pero permanece libre. Los primeros reformadores protestantes, a diferencia de la Iglesia, enseñaban que el hombre estaba radicalmente pervertido y su libertad anulada por el pecado de los orígenes.[6]

 

Juan Pablo II, en su libro “Memoria e Identidad” nos ofrece unas excelentes reflexiones sobre el uso de la libertad. ¿Quién mejor que él nos puede ayudar en este momento? Oigamos algo.

 

Libertad: dimensión individual y colectiva

 

Nos aclara lo que es la libertad, que, – nos dice,es la posibilidad de decidir de sí y por sí mismos” (Pg. 49) y añade que esta posibilidad de decidir “no sólo tiene una dimensión individual sino también colectiva.Si soy libre, significa que puedo usar bien o mal mi propia libertad.Si la uso bien, yo mismo me hago bueno, y el bien que realizo influye positivamente en quien me rodea. Si por el contrario la uso mal, la consecuencia será el arraigo y la propagación del mal, en mí y en mi entorno. [7]

 

Y somos responsables del uso que hacemos de nuestra libertad.”Los actos humanos son libres y, como tales, comportan la responsabilidad del sujeto, nos enseña Juan Pablo II. El hombre quiere un determinado bien y se decide por él; por tanto es responsable de su opción.[8]

Digamos finalmente, para volver sobre los bienes del Reino, que la libertad bien usada es un bien del Reino. Los que privan injustamente de la libertad a los demás, por ejemplo por el secuestro, no están construyendo el Reino. Están impidiendo su construcción. Están impidiendo a los secuestrados gozar de un bien con que Dios los dotó: la libertad.Y si nosotros hacemos un mal uso de nuestra libertad, tampoco permitimos que sean los valores del Reino, los valores del Evangelio, los que rijan nuestra vida.

 

Fernando Díaz del Castillo Z

Escríbanos a: reflexionesdsi@gmail.com

 


 

[1] Mt. 3,2;Lc 3,10-14

[2] Catequesis del 21 de julio de 1999 Cfr. http://es.catholic.net/conocetufe

[3]Víctor Frankl dice: “El sentido y los valores son las «razones» que «mueven» al ser humano a adoptar un determinado comportamiento.” “El Hombre Doliente”, IV El Problema de la Voluntad Libre, Herder, Pg. 194

[4] Catecismo N° 160, Dignitatis humanae 10

[5] Cfr Catecismo, N° 154, 160, 162

[6] Sobre el pecado original véase en el Catecismo, entre otros, N° 396-409

[7] Cfr. Memoria e Identidad, Conversaciones al filo de dos milenios”, Planeta, 7, y Cfr. Pgs. 49,50ss

[8] Ibidem, Pg. 50