Reflexión 66 Agosto 16 2007

Compendio de la D.S.I. Nº 57 (V)

Reflexión 066 (A) ¿Qué es un valor? (Vea también la Reflexión de agosto 09)

 

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Las Reflexiones que se publican aquí son originalmente programas transmitidos por Radio María. Usted puede escucharlos los jueves a las 9:00 a.m., hora de Colombia. Puede sintonizar la radio por internet en www.radiomariacol.org

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Esperamos con fundada esperanza

 

Hemos dedicado varias reflexiones a meditar sobre los bienes del Reino, de que nos habla el N° 57 del Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia. Nos enseña la Iglesia que, con base en la promesa de Dios y la resurrección de Jesucristo, esperamos con fundada esperanza, una morada nueva y eterna, el Reino de los cielos, al cual confiamos llegar un día, fundados sobre la roca inconmovible de la Palabra de Dios.

Hemos visto que mientras estamos en la tierra, la esperanza en el Reino futuro, en vez de debilitar, debe más bien estimular nuestra entrega al trabajo en el tiempo presente, porque por el bautismo estamos llamados a construir desde esta vida, el Reino de Dios. Es una vocación que nos llena de alegría.

Veíamos en la reflexión pasada, que el Reino que tenemos que ayudar a construir en la tierra no es un Estado político, sino un mundo en el cual los valores que guíen a la sociedad sean los valores del Evangelio, – que son los valores del Reino, – y en El Evangelio sólo se promueven valores como el amor, la esperanza, la solidaridad, la misericordia, la fraternidad, la defensa de la vida y de la dignidad. Valores todos positivos, que construyen, no destruyen, que integran, no separan.

Ya hemos reflexionado sobre bienes fundamentales del Reino como la vida, la dignidad de la persona humana, la fraternidad, la familia, la libertad, y en la reflexión pasada empezamos a estudiar el párrafo final del N° 57, que se refiere a otros bienes del Reino. Leámoslo para recordar dónde vamos. Dice:

Los bienes, como la dignidad del hombre, la fraternidad y la libertad, todos los frutos buenos de la naturaleza y de nuestra laboriosidad, difundidos por la tierra en el Espíritu del Señor y según su precepto, purificados de toda mancha, iluminados y transfigurados, pertenecen al Reino de verdad y de vida, de santidad y de gracia, de justicia, de amor y de paz que Cristo entregará al Padre y donde nosotros los volveremos a encontrar.

“Todos los frutos buenos de la naturaleza y de nuestra laboriosidad”.

 

Observemos que, entre los bienes del Reino, la Iglesia menciona“todos los frutos buenos de la naturaleza y de nuestra laboriosidad”. De manera que nuestro trabajo puede ser un bien del Reino, cuando se hace en el Espíritu del Señor, cuando se ha iluminado y purificado de toda mancha. Cuando nuestro trabajo no es egoísta, cuando es honrado, cuando se hace bien, a conciencia, cuando contribuye al bien, no sólo nuestro, sino al bien de los demás, nuestro trabajo así, – cualquier trabajo: intelectual, material, doméstico, artesanal, técnico, científico, – puede ser un aporte en la construcción del Reino de Dios en la tierra.

Para comprender la dignidad y la importancia del trabajo humano podemos leer con fruto la encíclica “Laborem Exercens”, de Juan Pablo II. Nos dice allí el Papa que El hombre es la imagen de Dios, entre otros motivos, por el mandato recibido de su Creador de someter y dominar la tierra. Y que En la realización de este mandato, el hombre, todo ser humano, hace que la acción misma del Creador del universo se refleje en él.[1]

También el documento de Aparecida en el capítulo 3.4, que se titula La Buena Nueva de la Actividad Humana, encontramos material suficiente para meditar sobre el trabajo: la Buena Nueva del Trabajo, como lo llaman nuestros obispos.

Nos apoyamos, para la reflexión anterior,en las enseñanzas de Juan Pablo II sobre la libertad, en su libro “Memoria e Identidad” y también nos apoyamos en el Catecismo. Y avanzamos con la ayuda del maravilloso documento de “Aparecida” para comprender mejor nuestro papel como obreros del Reino, como comunicadores de la buena nueva. Los invito a leer sobre este tema la segunda parte, que trata sobre LA VIDA DE JESUCRISTO EN LOS DISCÍPULOS MISIONEROS.

Con la alegría de la fe

 

Es oportuno hacer una aclaración: no sólo en esta segunda parte se trata el tema de nuestra vocación como comunicadores de la Buena Nueva. El documento de Aparecida no trata de manera exhaustiva cada tema, en un solo lugar, sino que tiene una estructura circular: esto quiere decir que hay que estudiarlo todo, no limitarse a un título, porque un tema se puede presentar en varios lugares del documento, desde diversas perspectivas. En el programa anterior alcanzamos a leer unas líneas, pero la invitación es a profundizar en el tema, estudiando todo el documento. Leamos algo más que nos ayude a profundizar sobre los Bienes del Reino. Confío en que la lectura de algunas partes del documento nos sirva como invitación a estudiarlo todo. En el N°103 dice el Documento de Aparecida:

(…) Con la alegría de la fe, somos misioneros para proclamar el Evangelio de Jesucristo y, en Él, la buena nueva de la dignidad humana, de la vida, de la familia, del trabajo, de la ciencia y de la solidaridad con la creación.

Una observación importante: fijémonos cómo empieza el párrafo que acabamos de leer: Con la alegría de la fe, somos misioneros para proclamar el Evangelio de Jesucristo. Nuestra proclamación del Evangelio, bien sea con nuestra palabra o, sobre todo con nuestro testimonio, tiene que ser una proclamación con la alegría de la fe”. Los cristianos tenemos un inmenso motivo de permanente alegría: el regalo de la fe. Cuando nos vean obrando como cristianos, nuestra acción debería ser reflejo de nuestra alegría interior. Así como de los primeros cristianos decían: “Mirad cómo se aman”, de nosotros, cristianos del siglo XXI deberían poder decir: “Mirad cómo son de alegres”.

Nuestra fe nos llena con la alegría de la Buena Noticia de Jesucristo resucitado. Ni la muerte nos puede arrebatar esa alegría, porque el gozo pascual nos anuncia que también nosotros resucitaremos para gozar, en plenitud y para siempre, del Reino que desde la eternidad nos tiene el Señor preparado.

¿Cómo callar ante los demás y no contarles que Dios nos ha hecho semejante regalo? Cuando nos pasa algo grande lo contamos a nuestros familiares y amigos. Cuando vivimos nuestra vocación de comunicadores de la buena nueva, nuestro comportamiento debería reflejar el gozo que produce semejante buena noticia, capaz de cambiar la vida. Y no callamos, porque no tendría sentido que ocultáramos tan buena noticia para gozar de ella nosotros solos.

Continuemos con las palabras de Aparecida. Volvámoslas a leer:

Con la alegría de la fe, somos misioneros para proclamar el Evangelio de Jesucristo y, en Él, la buena nueva de la dignidad humana, de la vida, de la familia, del trabajo, de la ciencia y de la solidaridad con la creación.

La buena nueva de la dignidad humana, de la vida, de la familia, del trabajo, de la ciencia y de la solidaridad con la creación

Nos llama la atención que nuestros obispos califiquen a la vida, a la dignidad humana, a la familia, al trabajo, a la ciencia, a la solidaridad con la creación, como parte de “la Buena nueva”: somos misioneros para proclamar el Evangelio de Jesucristo y, en Él, la buena nueva de la dignidad humana, de la vida, de la familia, del trabajo, de la ciencia y de la solidaridad con la creación.

De manera que cuando proclamamos el Evangelio, proclamamos la buena nueva de la vida, de la dignidad, de la familia, del trabajo… Son motivos de gozo los dones con que Dios nos ha revestido por su generosidad.

Vimos ya que en el capítulo 3.1 trata el documento de Aparecida sobre la dignidad de la persona humana con el título: LA BUENA NUEVA DE LA DIGNIDAD HUMANA.

Todos estos bienes son los bienes del Reino; los valores del Evangelio son los que tenemos que ayudar a implementar en la tierra, como obreros colaboradores en la construcción del Reino. Dice el documento de Aparecida en el N°104:

Bendecimos a Dios por la dignidad de la persona humana, creada a su imagen y semejanza. Nos ha creado libres y nos ha hecho sujetos de derechos y deberes en medio de la creación. Le agradecemos por asociarnos al perfeccionamiento del mundo, dándonos inteligencia y capacidad para amar; (Bendecimos a Dios) por la dignidad, que recibimos también como tarea que debemos proteger, cultivar y promover.

Vayamos por partes: con nuestros obispos, bendecimos a Dios porque Nos ha creado libres y nos ha hecho sujetos de derechos y deberes en medio de la creación.

Una época en que se habla mucho de libertad y de derechos, pero poco de deberes

 

Reflexionamos antes sobre el uso de la libertad, guiados por la palabra de Juan Pablo II y decíamos que, si Dios nos creó libres, sujetos de derechos y deberes, en nuestro examen para ver cómo cumplimos con nuestra vocación, nos vendría bien preguntarnos cómo manejamos nuestra libertad, cómo usamos y defendemos nuestros derechos y si somos fieles cumplidores de nuestros deberes. Estamos en una época en que se habla mucho de libertad y de derechos, pero poco de deberes.

Los medios de comunicación y la malsana libertad de expresión que defienden

 

Y aterricemos en la realidad nuestra. Es claro, por ejemplo, con cuánto fervor defienden los medios de comunicación la libertad de expresión, pero qué poco se examinan sobre el uso que ellos hacen de esa libertad. A Caracol TV no le hicieron mella las múltiples manifestaciones, por todos los medios, en contra de ese irrespetuoso programa que llamaban “Nada más que la verdad”, y que era más bien Nada menos que un grave irrespeto a la dignidad de las personas y a la integridad de las familias. En entrevista para El Tiempo,[2] el asesor de presidencia del Canal Caracol aceptó que el formato generaba controversia y afirmó que el objetivo de la programadora es tener una programación novedosa y variada. Acepta, eso sí, que Todos los programas que se emiten buscan sintonía en la audiencia. Es otra manera de decir que buscan “rating”, que es lo mismo que una audiencia que les garantice publicidad y por lo tanto dinero. Para ellos, por lo visto, en ese caso el fin justifica los medios. Fue tal el clamor nacional, que la cadena tuvo finalmente que sacar el programa de su “parrilla”.

Ahora, en el año 2012 Caracol TV vuelve a presentar su cara oscura al presentar con gran despliegue publicitario una serie sobre el narcotraficante y terrorista Pablo Escobar. Sobre el significado de esa serie, el crítico Omar Rincón, en su columna “Escobar, el mal sí paga”, en el diario El Tiempo ( Lunes 25 de junio, 2012, sección Debes hacer, 3), critica la serie que presenta un Escobar  admirable, no para odiar al villano que fue sino como “El sueño colombiano hecho realidad en su totalidad: billete y las mujeres más bellas a su disposición. ¡Éxito de rating!” En cambio, según el columnista Rincón, …dramatúrgicamente decidieron darle el reino a Escobar y poner a los buenos (Luis Carlos Galán, Guillermo Cano y el ministro Lara) sin historia cuando el televidente ya amaba a Escobar y no entiende a estos superhéroes envidiosos y aburridos.” “Por eso, cuando llegan los buenos, el rating cae. No solo están mal planteados dramatúrgicamente, sino que van en contra del sentimiento colombiano: los narcos son los buenos; los políticos, los malos.”


La TV no establece los valores de una sociedad, pero ¿los estimula o los desalienta?

Hizo el asesor de la presidencia del Canal Caracol una afirmación que se debe tener en cuenta, cuando en alguna forma defendió el programa Nada más que la verdad“. Dijo: Los valores de una sociedad ni los quita ni los establece un programa de televisión. Este tipo de programa, añadió, lo que hace es visibilizar o hacer evidentes algunas realidades de nuestra sociedad y es normal que se genere polémica.

Por esas respuestas de un alto directivo del Canal Caracol podemos ver que, a no ser que disminuya la audiencia y por lo tanto bajen los ingresos, no están dispuestos a suspender un programa aunque se considere dañino. No les interesa que de su programa salga mucha gente herida, relaciones familiares rotas, la dignidad de las personas vuelta añicos. Si los directivos del Canal Caracol y si los que les proporcionan publicidad, son católicos, se deberían preguntar cuál es su aporte, con programas así, no sólo a la sociedad, sino también, – si son católicos, – a la construcción del Reino. ¿O será que su aporte es negativo? ¿Ayudan a las familias, a las personas que venden su dignidad o las empujan por el despeñadero? ¡Cómo es de fuerte el poder del dinero! No sólo construye, también destruye.

¿Quién defiende a la sociedad?

La Corte Constitucional falló que a los Medios de comunicación no se les puede imponer censura porque lo prohíbe la Constitución, y dice que los mismos medios se deben autorregular. Y sí, el artículo 20 de la Constitución establece que “No habrá censura”. Está bien que no haya censura. De ella se aprovechan los gobiernos dictatoriales para callar a la oposición e imponer sus ideas. Pero, por otra parte, si los Medios no se autorregulan, ni están dispuestos a hacerlo ¿quién defiende a la sociedad? Las protestas contra ese programa “Nada más que la verdad” fueron universales, pero parecía que nada conmovía a esos usuarios de la libertad de expresión, sino el “rating”.

En otra reflexión decíamos que según el artículo 42 de la Constitución “La honra, la dignidad y la intimidad de la familia son inviolables”.En “Nada más que la verdad” ¿no se violaba la dignidad y la intimidad de las familias? ¿Es que alguien puede vender así, – vender, porque se entrega a cambio de dinero, – y además públicamente,- la dignidad, comprometiendo al mismo tiempo las relaciones con otras personas? Nuestra propia dignidad no la podemos feriar. Tenemos obligación de protegerla. Más adelante veremos que el documento de Aparecida habla de nuestra dignidad absoluta, innegociable e inviolable.

En el mismo artículo 42 dice la Constitución que “El Estado y la sociedad garantizan la protección integral de la familia.” ¿En este caso del abuso de la libertad de expresión, ¿cómo garantizan el Estado y la sociedad, la protección integral de la familia? En la práctica esas normas se quedan escritas y no hay fuerza legal, civil, que salga en su defensa. ¿Cómo se defiende la sociedad? Y los Medios siguen tan campantes.

¿Es mejor la imagen que tenemos de ellos ahora?

Los promotores de esos degradantes programas no se dan cuenta del daño que se hacen a ellos mismos. ¿No les inquieta el deterioro de su propia imagen? ¿Tenemos la misma imagen del presentador y de la cadena que teníamos antes? Se pregunta uno: ¿Será que les importa más el dinero? ¿También ellos venden su imagen a quien les dé más? Eso sería triste. Lo cierto es que la sociedad debe manifestar su desacuerdo con ese atentado contra la familia. Por eso me manifiesto aquí. Ustedes y yo somos miembros de una sociedad que, según la Constitución, debe garantizar la protección de la familia. Y tenemos también derecho a la libertad de expresión.

Quizás esta voz no llegue muy lejos, pero espero que algún efecto produzca. Los invito a que miren qué empresas patrocinan esos programas y les pongan un correo electrónico solicitándoles no dar publicidad a esos programas. Eso sí haría cambiar de parecer a las programadoras. Porque sin publicidad los programas no producen dinero…

¡Cómo nos hacen de falta legisladores que no tengan temor a esa clase de censura de que sí son objeto los que no piensan como los promotores de la vida pagana! Porque a los defensores de la ética basada en la ley natural y en el Evangelio tratan de silenciarlos, por lo menos ignorándolos, cuando no ridiculizándolos. La cultura de lo banal, de lo vacío, de lo intrascendente es la que ahora se defiende y se proclama. ¿Recuerdan cuál era antes el lema de Caracol Radio? Antes era “La Gran Compañía”. En una época dejó de serlo y lo cambiaron por  “Vive la vida”. Ahora, en 2012, volvieron al antiguo. No niego que esa cadena tenga algunos programas serios e interesantes, pero su línea general es la promoción de la vida intrascendente.

Dios nos asocia al perfeccionamiento del mundo

Sigamos con algo más del documento de Aparecida. En el mismo N° 104, donde se bendice a Dios por los dones magníficos con que nos ha regalado, dice también que

Le agradecemos por asociarnos al perfeccionamiento del mundo, dándonos inteligencia y capacidad para amar; (Bendecimos a Dios) por la dignidad, que recibimos también como tarea que debemos proteger, cultivar y promover.

Dios nos asocia al perfeccionamiento del mundo. ¿Cómo nos asocia? Mencionan primero nuestros obispos la inteligencia de que ha dotado Dios al ser humano. De modo que la ciencia y la técnica que desarrolla el hombre deben ser para el perfeccionamiento del mundo. Perfeccionar el mundo es construir el Reino. Perfeccionar el mundo no es destruir a otros seres humanos ni a la naturaleza. No es destruir moralmente a las familias ni dejar inválidos a otros seres humanos con la utilización de minas antipersonas y el perfeccionamiento de armas letales. No es contaminar el medio ambiente. Por eso, para que la inteligencia no tome malos caminos tiene que ir unida a la capacidad para amar, de que también nos dotó Dios. El amor viene de Dios, el odio, la violencia, el resentimiento y la codicia no los encontramos recomendados en el Evangelio, no son valores del Reino. Y si uno ama de verdad no hace daño a quien ama… ¿Cómo utiliza el hombre su inteligencia ahora, cuando en los laboratorios destruye embriones humanos, con la equivocada justificación de que su investigación trata de salvar a otros seres humanos?

La Fe que nos permite vivir en alianza con Dios

¡Cuánto daño ha hecho y sigue haciendo el pecado en el mundo! Pero el mundo no está perdido. Oigamos cómo sigue el mismo N° 104 del documento de Aparecida que bendice a Dios por los dones de que nos ha dotado. Dice:

Lo bendecimos por el don de la fe que nos permite vivir en alianza con Él hasta compartir la vida eterna. Lo bendecimos por hacernos hijas e hijos suyos en Cristo, por habernos redimido con el precio de su sangre y por la relación permanente que establece con nosotros, que es fuente de nuestra dignidad absoluta, innegociable e inviolable. Si el pecado ha deteriorado la imagen de Dios en el hombre y ha herido su condición, la buena nueva, que es Cristo, lo ha redimido y restablecido su gracia (cf. Rm 5, 12-21).

Vamos a terminar con una mención de la Sagrada Escritura que nos trajeron las lecturas en la Eucaristía del Domingo  IXX del Tiempo Ordinario[3] y que se aplican muy bien a nuestro tema. Son reflexiones del Santo Padre Benedicto XVI y también del predicador de la Casa Pontificia, el P. Cantalamessa.

Jesucristo inauguró el Reino aquí

Cuando hablamos del Reino de Dios que tenemos que ayudar a construir, no se nos puede olvidar que, como dice el documento de Aparecida, en el N° 143:

Jesucristo, Verdadero hombre y verdadero Dios, con palabras y acciones, con su muerte y resurrección, inaugura en medio de nosotros el Reino de vida del Padre, que alcanzará su plenitud allí donde no habrá más “muerte, ni luto, ni llanto, ni dolor, porque todo lo antiguo ha desaparecido” (Ap 21,4).

De manera que Jesucristo inauguró el Reino cuando puso su tienda entre nosotros,[4] pero el Reino definitivo no es aquí. Su plenitud la alcanzaremos en el cielo. En la fiesta de Cristo, Rey del Universo, el Santo Padre Benedicto XVI dijo estas palabras que clarifican esta idea del Reino:

“Cristo, alfa y omega”, así se titula el párrafo que concluye la primera parte de la constitución pastoral “Gaudium et spes”del concilio Vaticano II, promulgada hace 40 años. En aquella hermosa página, que retoma algunas palabras del siervo de Dios Pablo VI, leemos: “El Señor es el fin de la historia humana, el punto en el que convergen los deseos de la historia y de la civilización, centro del género humano, gozo de todos los corazones y plenitud de sus aspiraciones”.  “Vivificados y reunidos en su Espíritu, peregrinamos hacia la consumación de la historia humana, que coincide plenamente con el designio de su amor: “Restaurar en Cristo todas las cosas del cielo y de la tierra” (Ef 1, 10)” (n. 45). A la luz de la centralidad de Cristo, la Gaudium et spes interpreta la condición del hombre contemporáneo, su vocación y dignidad, así como los ámbitos de su vida: la familia, la cultura, la economía, la política, la comunidad internacional. Esta es la misión de la Iglesia ayer, hoy y siempre: anunciar y testimoniar a Cristo, para que el hombre, todo hombre, pueda realizar plenamente su vocación.

Velar, orar y hacer el bien

 

 

El domingo 12 de agosto (2007), antes del rezo del Ángelus,Benedicto XVI destacó que la vida en la tierra es un camino temporal que nos debe conducir al cielo. Esto concuerda con lo que venimos estudiando sobre la construcción del Reino desde ahora, en nuestra vida, para un día gozar de su plenitud en el Reino del Padre. Como estamos próximos a celebrar la Solemnidad de la Asunción de María al cielo, el Santo Padre, refiriéndose al pasaje evangélico del día, afirmó que nos prepara para la celebración de esta fiesta mariana, pues “invita a los cristianos a desapegarse de los bienes materiales, en gran parte ilusorios, y a realizar fielmente el propio deber con una constante tensión hacia lo alto”.

“El creyente permanece atento y vigilante para estar listo para acoger a Jesús cuando vendrá en su gloria”, agregó el Pontífice.Debemos velar, orando y realizando el bien”.

Recordó también que la vida terrena del ser humano es solo un paso temporal y que esto debe servir de aliento para gastar la existencia en modo sabio y prudente, considerando nuestro destino, y aquellas realidades que llamamos últimas: la muerte, el juicio final, la eternidad, el infierno y el paraíso”.

Finalmente pidió a la “Virgen María que nos ayude a no olvidar que aquí en la tierra estamos solo de pasada y nos enseñe a prepararnos para encontrar a Jesús”.[5]

No lo que hemos tenido, sino lo que hemos hecho…

 

 

Se nos olvida con frecuencia que estamos de paso y a veces nos apegamos demasiado a lo transitorio. Y no tenemos en cuenta que, aunque estemos de paso, este tiempo de paso tiene que ser productivo para el Reino. ¿Cómo? No atesorando riquezas que son sólo terrenas, que no producen nada para la eternidad. Y como dicen por ahí, de nada sirve ser el más rico del cementerio. Sobre esa actitud de gastar la vida atesorando riquezas dijo el Santo Padre en su comentario sobre las lecturas del pasado domingo:

“Para mostrar cuán errónea es esta actitud, Jesús añade, como es su costumbre, una parábola: la del rico necio que cree tener seguridad para muchos años por haber acumulado muchos bienes, y a quien esa misma noche se le pedirán cuentas de su vida.”

Jesús concluye la parábola con las palabras: «Así es el que atesora riquezas para sí, y no se enriquece en orden a Dios». Existe también una vía de salida al «todo es vanidad»: enriquecerse ante Dios. En qué consiste esta manera diferente de enriquecerse lo explica Jesús poco después, en el mismo Evangelio de Lucas: «Haceos bolsas que no se deterioran, un tesoro inagotable en los cielos, donde no llega el ladrón ni la polilla; porque donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón» (Lc 12, 33-34). Hay algo que podemos llevar con nosotros, que nos sigue a todas partes, también después de la muerte: no son los bienes, sino las obras; no lo que hemos tenido, sino lo que hemos hecho. Lo más importante de la vida no es por lo tanto tener bienes, sino hacer el bien. El bien poseído se queda aquí abajo; el bien hecho lo llevamos con nosotros.”

 

Tener las cuentas siempre en orden

 

Finalmente, oigamos estas palabras del P. Cantalamessa sobre la preparación para el momento supremo. Ese momento que no nos debe preocupar demasiado, si seguimos su consejo. Dijo el predicador pontificio:

La exhortación: «¡Estad preparados!» no es una invitación a pensar en cada momento en la muerte, a pasar la vida como quien está en la puerta de casa con la maleta en la mano esperando el autobús. Significa más bien «estar en regla». Para el propietario de un restaurante o para un comerciante estar preparado no quiere decir vivir y trabajar en permanente estado de ansiedad, como si de un momento a otro pudiera haber una inspección. Significa no tener necesidad de preocuparse del tema porque normalmente se tienen los registros en regla (…). Lo mismo en el plano espiritual. Estar preparados significa vivir de manera que no haya que preocuparse por la muerte. Se cuenta que a la pregunta: «¿Qué harías si supieras que dentro de poco vas a morir?», dirigida a quemarropa a San Luis Gonzaga mientras jugaba con sus compañeros, el santo respondió: «¡Seguiría jugando!». La receta para disfrutar de la misma tranquilidad es vivir en gracia de Dios, sin pendencias graves con Dios o con los hermanos.

Fernando Díaz del Castillo Z.

Escríbanos a: reflexionesdsi@gmail.com


 

[1] Laborem Exercens, II. El Trabajo y el Hombre, 4

[2] El Tiempo, domingo 12 de agosto 2007, “Las historias de nada más que la verdad,’No buscamos sintonía mediante el escarnio’. Camilo Durán, asesor de presidencia del Canal Caracol, respondió las críticas que ha recibido el programa desde que apareció al aire. Pgs. 3-6

[3] Sb 18, 6-9; Sal 147, Hb 11,1-2.8-19, Lc 12,32-48

[4] Jn 1, 14

[5] VATICANO, 12 Ago. 07 / 08:54 am (ACI)

Reflexión 66 Agosto 9 2007

Compendio de la D.S.I. Nº 57 (V)

 

El Reino que debemos construir

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Las Reflexiones que se publican aquí son originalmente programas transmitidos por Radio María. Usted puede escucharlos los jueves a las 9:00 a.m., hora de Colombia. Puede sintonizar la radio por internet en www.radiomariacol.org

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Recordemos que en las reflexiones anteriores hemos tratado sobre los bienes del Reino, de que nos habla el N° 57 del Compendio. Los Bienes del Reino. Nos enseña la Iglesia que, con base en la promesa de Dios y la resurrección de Jesucristo, esperamos con fundada esperanza  una morada nueva y eterna, el Reino de los cielos, al cual confiamos llegar un día por la misericordia de Dios. El Reino al cual un día confiamos llegar es nuestra gran esperanza, fundada sobre la roca inconmovible de la Palabra de Dios.

Nada más falso que la acusación marxista de que la religión es el opio del pueblo

 

Nos enseña la Iglesia que, esta esperanza de la vida futura, en vez de debilitar, debe más bien estimular nuestra entrega al trabajo en la vida presente. Nada más falso que la acusación marxista de que la religión es el opio del pueblo. A nosotros la religión no nos adormece, no nos dice que seamos pasivos; al contrario, nos anima, nos urge a trabajar como activos obreros del Reino.

La llamada a nuestro esfuerzo en el trabajo, es una invitación a colaborar en la construcción del Reino. No podemos esperar que el Reino llegue sólo, sin nuestro aporte. Como hemos visto, cuando se habla del Reino de Dios no se trata de un Estado político, se trata de un mundo nuevo, en el cual la gente, todos nosotros, nos rijamos por el pensamiento de Dios, por su sabiduría, que nos proclamó Jesús. Él, con su palabra y su vida nos enseñó los valores en que se debe fundamentar nuestra vida. Ese pensamiento está en el Evangelio.

Llamados a ser mensajeros de la Buena Noticia

Hacer visible el Reino de Dios

 

Por el bautismo, – que recibimos por la gracia de Dios, – cada uno de nosotros, según su estado y sus posibilidades, es un obrero del Reino. Tenemos un llamamiento del amor de Dios, que no sólo nos ha regalado el don maravilloso de la fe, sino que nos ha llamado a anunciar el Evangelio, a llevar la buena noticia a nuestra sociedad, a las personas que están a nuestro alcance. Fuimos llamados a ser mensajeros de la Buena Noticia; esa es nuestra vocación, que nos debe llenar de alegría. Ahora bien, ser mensajeros de la buena noticia, no implica sólo decir que creemos en ella, sino abrazarla, vivir de acuerdo con ella, de manera que nuestra vida sea un testimonio de que es posible un mundo fundado en los principios del Evangelio. Debemos hacer visible la presencia del Evangelio en nuestra sociedad.

Esto quiere decir que para comunicar la buena noticia, para comunicar los valores del Evangelio, debemos hacer el esfuerzo de vivir de acuerdo con él. Para ser obreros del Reino necesitamos entonces, una permanente conversión, un cambio de vida. Esa fue la predicación de Juan Bautista, cuando empezó a anunciar que el Reino llegaba: “Convertíos porque el Reino de los cielos está cerca”. [1]

Nuestros obispos de América Latina y el Caribe, cuando terminaron la reunión de “Aparecida”, coronaron su mensaje final, con 15 enunciados de lo que ahora esperan, como allí mismo dicen, “con todas sus fuerzas”. Uno de estos enunciados dice: Esperamos promover un laicado maduro, corresponsable con la misión de anunciar y hacer visible el Reino de Dios”, y más adelante añaden: “Esperamos trabajar con todas las personas de buena voluntad en la construcción del Reino.”

En la reflexión anterior, para entender lo que es el Reino de Dios que encontraremos en la vida futura, nos valimos de la explicación de Juan Pablo II sobre lo que es el cielo. Nos dijo él, maravillosamente, que el cielo no es un lugar, arriba, en las nubes, sino un estado, – podemos decir que es una manera nueva de vivir,- en palabras de Juan Pablo II: una comunión de vida y de amor (con la Santísima Trinidad), con la Virgen María, los ángeles y todos los bienaventurados se llama “el cielo”[2]. De modo que el Reino del que tenemos esperanza, por la misericordia de Dios, consiste envivir una vida de amor, con El Señor, una vida de amor con el que ES AMOR, y con la Virgen María y con todos los demás habitantes del cielo, incluyendo, claro está, a los seres queridos que nos antecedieron y compartieron con nosotros la fe. Sabemos que será un Reino, una vida, de paz, sin enfermedad, sin muerte, una vida de justicia, de concordia, sin asomos de la menor enemistad, una vida de amor.

Entonces es muy claro, que si el Reino futuro es un Reino de amor, el Reino que tenemos que ayudar a construir desde acá, tiene que ser también un reino de amor, en la tierra. Un Reino donde los valores que fundamenten la sociedad, sean los valores del Evangelio, – que son los valores del Reino, – y en El Evangelio sólo se promueven valores como el amor, la esperanza, la solidaridad, la misericordia, la fraternidad, la defensa de la vida y de la dignidad. Valores todos positivos, que construyen, no destruyen, que integran, no separan.

 

¿Qué son los Valores?

 

 

Se habla mucho de valores, de modo que aclaremos el concepto. ¿A qué se llama valor? Hay diversas explicaciones; les propongo ésta, para que sepamos de qué hablamos cuando nos referimos a los valores: un valor es algo que consideramos tan importante, tan valioso, – como dice la palabra misma, valor,– que lo adoptamos como un principio que guía nuestra vida, lo defendemos, lo cuidamos. Los valores que asumimos determinan lo que queremos que sea nuestra vida, y si nos proponen algo que no está de acuerdo con ellos, nuestra actitud y nuestra respuesta será: “NO”, porque eso se opone a las satisfacciones y al sentido que busco en mi vida. El conjunto de valores que rige nuestro comportamiento da sentido a nuestra vida.

 

Son enfoques de la vida, son fuerzas motivadoras

 

 

Los valores no son simplemente unos principios intelectuales; los valores son “operativos”, es decir, no se quedan en el papel o en la palabra, sino que nos marcan la dirección que debemos seguir y nos motivan a vivir de acuerdo con ellos. Son enfoques de la vida, guían nuestra elección, cuando tenemos que escoger un camino. Los valores son fuerzas motivadoras.[3] Por ejemplo, si el respeto a las personas es un valor importante para nosotros, nos esforzaremos porque nuestro trato a los demás esté orientado a no hacer nada que los ofenda, nada que maltrate su dignidad. Y así en todos los valores.

El Reino está fundado en valores propios de los seres creados por Dios. Dios nos creó con esos valores impresos en nuestro mismo ser. Ya reflexionamos sobre el regalo invaluable de la vida, que nos hizo Dios y que viene adornado con la dignidad que es propia de toda persona humana, por ser creada a imagen y semejanza de Dios.

La familia es un valor del Reino

 

Además de meditar en el don de la vida y la dignidad de la persona, también reflexionamos ya sobre el don de la fraternidad. Decíamos que Dios no nos creó solos, sino como parte de su familia. Somos hermanos todos los hombres, somos hijos del mismo Padre, nuestro Creador Dios. No inventamos nosotros ese derecho de familia ni lo merecimos. Es un regalo de Dios. Nadie tiene derecho a negarlo ni nos los puede quitar. Son valores que respetamos y defendemos. La familia es un valor del Reino. Las actitudes y comportamientos que pretendan infravalorar o destruir la familia, son ’antivalores’, como es también la discriminación, que desconoce la integración de todos como hijos de Dios. Y así podríamos enumerar otros valores, como la libertad.

Vimos en las reflexiones anteriores, que estos bienes de que podemos gozar: la vida y la dignidad de la persona humanay la fraternidad, son bienes del Reino de Dios. Porque existimos a imagen y semejanza de Dios y porque somos sus hijos, tenemos la capacidad, – claro no sólo con nuestras fuerzas / sino con la intervención de la gracia, – somos capaces de poseer el Reino, es decir, de gozar un día, plenamente, del Reino de los cielos que el Señor nos tiene preparado desde la eternidad. Es nuestra herencia, que por la misericordia del Señor esperamos encontrarcuando nos reciba con el saludo: “Venid, benditos de mi Padre, recibid la herencia del Reino preparado para personas como vosotros, desde la creación del mundo.”

¿Herencia preparada para personas como nosotros?¿Cómo merecer semejante herencia?, nos lo dijo el Señor. Lo hemos oído muchas veces y lo repite el Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia en el N° 57. Se trata de ajustar nuestra vida a lo que el Señor nos enseñó y está en el Evangelio. El resumen de los requisitos para entrar a disfrutar del Reino está en Mt 25, 34-36.40 Recordemos una vez más esas palabras:

 

«Venid, benditos de mi Padre, recibid la herencia del Reino preparado para vosotros desde la creación del mundo. Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; era forastero, y me acogisteis; estaba desnudo, y me vestisteis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a verme … en verdad os digo que cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis»

 

Entonces, para merecer la herencia que el Padre Celestial nos tiene preparada, lo que tenemos que hacer está en el Sermón del Monte. Está en el Evangelio. Es vivir según el Evangelio, según sus valores.

Los frutos buenos de la naturaleza y de nuestra laboriosidad

 

 

Es, sin duda la vida, el don y valor más preciado, además de la dignidad de hijos de Dios, hechos a su imagen y semejanza.Otros bienes son también propios del Reino que debemos ayudar a construir. Esto nos dice el Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia en el N° 57 que estamos estudiando:

Los bienes, como la dignidad del hombre, la fraternidad y la libertad, todos los frutos buenos de la naturaleza y de nuestra laboriosidad, difundidos por la tierra en el Espíritu del Señor y según su precepto, purificados de toda mancha, iluminados y transfigurados, pertenecen al Reino de verdad y de vida, de santidad y de gracia, de justicia, de amor y de paz que Cristo entregará al Padre y donde nosotros los volveremos a encontrar.

Observemos que entre los bienes del Reino, la Iglesia mencionatodos los frutos buenos de la naturaleza y de nuestra laboriosidad. Nuestro trabajo puede ser un bien del Reino, cuando se hace en el Espíritu del Señor,cuando se ha iluminado y purificado de toda mancha. Cuando nuestro trabajo no es egoísta, cuando es honrado, cuando se hace bien, cuando contribuye al bien. Nuestro trabajo así, es una contribución a la construcción del Reino en la tierra.

Los bienes materiales, como veremos en su momento, no son malos en sí mismos. Por el contrario, si son administrados como Dios quiere, pueden ser una importante contribución en la construcción del Reino de Dios. Es algo que los poderosos no han comprendido; muchas personas y las naciones poderosas no han comprendido que son sólo administradores, no dueños absolutos. La inequidad en la distribución de los bienes de la tierra es una prueba de que la aceptación de los valores delEvangelio no ha llegado a su plenitud.La corrupción en el manejo de los bienes públicos, es una demostración de que nuestros ciudadanos necesitan convertirse, pues se apropian de lo que no es suyo e impiden que muchos compatriotas no puedan vivir una vida digna, de hijos de Dios.

Aunque volvamos a tratar algunos temas, como por ejemplo, la dignidad de la persona, veamos algo del documento de Aparecida, que nos ayuda a aclarar estas ideas de nuestro papel como obreros del Reino, como comunicadores de la buena nueva. El documento de Aparecida es maravilloso. Los invito a que lo consigan. Se puede leer en la página web del CELAM. No se puede imprimir desde allí, pero sí se puede leer. (En la columna “Blogroll”, a la derecha de esta página, haga clic en CELAM).

 

 

La buena nueva de la dignidad humana, de la vida, de la familia, del trabajo, de la ciencia y de la solidaridad con la creación

 

 

Leamos un poquito en la segunda parte del documento de Aparecida, que trata sobre LA VIDA DE JESUCRISTO EN LOS DISCÍPULOS MISIONEROS. Tenemos que conocer ese maravilloso documento, es un extraordinario regalo de la Iglesia. En el N°103 dice:

Con la alegría de la fe, somos misioneros para proclamar el Evangelio de Jesucristo y, en Él, la buena nueva de la dignidad humana, de la vida, de la familia, del trabajo, de la ciencia y de la solidaridad con la creación.

Califican nuestros obispos a la vida, a la dignidad humana, a la familia, al trabajo, a la ciencia, a la solidaridad con la creación, como parte de “la buena nueva”. Volvamos a leer esas pocas líneas: Con la alegría de la fe, somos misioneros para proclamar el Evangelio de Jesucristo y, en Él, la buena nueva de la dignidad humana, de la vida, de la familia, del trabajo, de la ciencia y de la solidaridad con la creación.

Bendecimos a Dios por la dignidad de la persona humana, creada a su imagen y semejanza

 

 

En el capítulo 3.1 trata el documento de Aparecida sobre la dignidad de la persona humana con el título: LA BUENA NUEVA DE LA DIGNIDAD HUMANA. Dice en el N°104:

Bendecimos a Dios por la dignidad de la persona humana, creada a su imagen y semejanza. Nos ha creado libres y nos ha hecho sujetos de derechos y deberes en medio de la creación. Le agradecemos por asociarnos al perfeccionamiento del mundo, dándonos inteligencia y capacidad para amar; (Bendecimos a Dios) por la dignidad, que recibimos también como tarea que debemos proteger, cultivar y promover.

Cada línea del documento es suficiente materia de reflexión, de meditación y nos debe llevar a un examen, a ver cómo es nuestro comportamiento a ese respecto. Bendice a Dios porque Nos ha creado libres y nos ha hecho sujetos de derechos y deberes en medio de la creación.

Dios nos creó libres, sujetos de derechos y deberes. Nos podemos preguntar cómo manejamos nuestra libertad, cómo usamos y defendemos nuestros derechos y si somos fieles cumplidores de nuestros deberes. Como no nos podemos detener en cada punto, por lo menos hagámoslo con el tema de la libertad. Dejémonos guiar por el Catecismo y por Juan Pablo II.

Sabemos que recibimos el don de la fe como un regalo gratuito de Dios, pero creer, es un acto auténticamente humano, que si bien no puede darse sin la gracia y los auxilios del Espíritu Santo, sin embargo, el hombre al creer, debe responder voluntariamente a Dios; el acto de fe es voluntario por su propia naturaleza,[4] y este don inestimable de la fe, – porque Dios nos creó libres, – podemos perderlo.[5] Podemos alejarnos de Dios. Dios no nos amarra a Él.

 

La respuesta equivocada del hombre a la libertad con que Dios lo creó

 

 

Somos libres, pero ser libres no quiere decir estar autorizados para hacer todo lo que queramos. Sólo nuestro deseo, nuestros instintos, nuestro interés, nuestro gusto, no son criterios adecuados para decidir lo que vamos a hacer. El Catecismo nos enseña en el N° 311, que somos inteligentes y libres pero nos podemos equivocar en la escogencia del camino. Fue lo que de hecho sucedió con el hombre en sus orígenes. Así entró el mal moral en el mundo. “El pecado es un abuso de la libertad que Dios da a las personas creadas” (Catecismo N° 387) “El pecado original fue la respuesta equivocada del hombre a la libertad con que Dios lo creó.” (Catecismo N° 396)

Sin embargo, a pesar del pecado original Dios no nos quitó la libertad. El Catecismo en el N° 407 no enseña que “el hombre posee una naturaleza herida, inclinada al mal”… pero permanece libre. Los primeros reformadores protestantes, a diferencia de la Iglesia, enseñaban que el hombre estaba radicalmente pervertido y su libertad anulada por el pecado de los orígenes.[6]

 

Juan Pablo II, en su libro “Memoria e Identidad” nos ofrece unas excelentes reflexiones sobre el uso de la libertad. ¿Quién mejor que él nos puede ayudar en este momento? Oigamos algo.

 

Libertad: dimensión individual y colectiva

 

Nos aclara lo que es la libertad, que, – nos dice,es la posibilidad de decidir de sí y por sí mismos” (Pg. 49) y añade que esta posibilidad de decidir “no sólo tiene una dimensión individual sino también colectiva.Si soy libre, significa que puedo usar bien o mal mi propia libertad.Si la uso bien, yo mismo me hago bueno, y el bien que realizo influye positivamente en quien me rodea. Si por el contrario la uso mal, la consecuencia será el arraigo y la propagación del mal, en mí y en mi entorno. [7]

 

Y somos responsables del uso que hacemos de nuestra libertad.”Los actos humanos son libres y, como tales, comportan la responsabilidad del sujeto, nos enseña Juan Pablo II. El hombre quiere un determinado bien y se decide por él; por tanto es responsable de su opción.[8]

Digamos finalmente, para volver sobre los bienes del Reino, que la libertad bien usada es un bien del Reino. Los que privan injustamente de la libertad a los demás, por ejemplo por el secuestro, no están construyendo el Reino. Están impidiendo su construcción. Están impidiendo a los secuestrados gozar de un bien con que Dios los dotó: la libertad.Y si nosotros hacemos un mal uso de nuestra libertad, tampoco permitimos que sean los valores del Reino, los valores del Evangelio, los que rijan nuestra vida.

 

Fernando Díaz del Castillo Z

Escríbanos a: reflexionesdsi@gmail.com

 


 

[1] Mt. 3,2;Lc 3,10-14

[2] Catequesis del 21 de julio de 1999 Cfr. http://es.catholic.net/conocetufe

[3]Víctor Frankl dice: “El sentido y los valores son las «razones» que «mueven» al ser humano a adoptar un determinado comportamiento.” “El Hombre Doliente”, IV El Problema de la Voluntad Libre, Herder, Pg. 194

[4] Catecismo N° 160, Dignitatis humanae 10

[5] Cfr Catecismo, N° 154, 160, 162

[6] Sobre el pecado original véase en el Catecismo, entre otros, N° 396-409

[7] Cfr. Memoria e Identidad, Conversaciones al filo de dos milenios”, Planeta, 7, y Cfr. Pgs. 49,50ss

[8] Ibidem, Pg. 50