Reflexión 82 Diciembre 20 2007

ESPECIAL DE NAVIDAD

Navidad y Doctrina Social

 

La Navidad, claro está, tiene que ver con la Doctrina Social de la Iglesia. ¿Cómo no va a tener que ver, si lo que celebramos es la irrupción del Amor que se hizo presente en un Niño Pequeñito en Belén? Vino el Hijo de Dios a enseñarnos la Doctrina Social  con el testimonio de su vida, desde cuando estaba en el vientre de su Madre santísima. Recordemos la Visita de La Virgen María a su Prima Santa Isabel: con María fue también a la visita, Jesús, – aún en el vientre de su Madre, – y tan pronto las dos primas se encontraron, en el mismo saludo Isabel sintió esa presencia misteriosa que la llenó de gozo, que llenaba el ambiente, que lo llenaba todo; y no sólo ella sintió que con María Dios estaba presente, también lo sintió Juan, que era igualmente un niño por nacer, y porque lo sintió, saltó de alegría en el vientre de su madre.

 

Recordemos la escena como nos la trae San Lucas en el capítulo 1° de su Evangelio. [1]Después del anuncio más grande que se ha producido sobre la tierra, el del Ángel, en Nazaret, y de la aceptación de María de la misión maravillosa para la que Dios la escogió, continúa así su relato el evangelista:

 

En aquellos días, se levantó María y se fue con prontitud a la región montañosa, a una ciudad de Judá;
entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel.
Y sucedió que, en cuanto oyó Isabel el saludo de María, saltó de gozo el niño en su seno, e Isabel quedó llena de Espíritu Santo;
y exclamando con gran voz, dijo: “Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno; y ¿de dónde a mí que la madre de mi Señor venga a mí? Porque, apenas llegó a mis oídos la voz de tu saludo, saltó de gozo el niño en mi seno. ¡Feliz la que ha creído  que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!”

En Ella vemos el retrato de Jesús

La respuesta de María a su prima, nos daría tema para toda una reflexión,si nos detuviéramos sólo a meditar el Magníficat. En las conferencias de Mariología Bíblica con que la doctora María Lucía Jiménez de Zitzman nos enriqueció en Radio María, nos hizo comprender que San Lucas en el Evangelio de la Infancia de Jesús, hace la presentación de las identidades de Jesús y de María, y en consecuencia, nos enseñó Lucas, cómo debemos ser nosotros, cristianos, sus seguidores. Porque la identidad del discípulo tiene que parecerse a la del Maestro. María es la primera Discípula y Creyente, y por Ella, por su personalidad, podemos entender un poquito, quién es Jesús. En Ella vemos el retrato de Jesús. La identidad de María está indisolublemente unida  a la identidad de Jesús.

En el pasaje de la Anunciación y en los que siguen, describe Lucas el retrato de María como la ve Dios, – porque El Evangelio es la Palabra de Dios revelada, – y describe también Lucas cómo se ve Ella. Porque María se retrató a sí misma en el Magnificat.

¿Cómo aparece María? ¿Cómo las reinas terrenas? No, María aparece, así canta Ella en el Magnificat, humilde, sencilla, alegre, obediente, como su Hijo, que se hizo obediente hasta la muerte y muerte de cruz; María como Él, estuvo desde el primer momento,  disponible. Así respondió al Ángel; le manifestó que estaba completamente disponible a la voluntad de Dios, y humilde y pobre de espíritu, para cumplir su misión. Se llamó a sí misma sierva del Señor.

 

Coherentes con nuestro destino

Nos explicaba la doctora María Lucía, que ser pobre, como el Evangelio nos pide, es ser desprendidos de los bienes de la tierra. Es ser coherentes con nuestro destino, que no es perecedero; es no vivir pegados a lo que un día desaparecerá. Tenemos todos la tentación de ser ricos: de tener más, y nos apegamos a lo poco o a lo mucho que ya tenemos o al deseo de tener lo que no tenemos. Es la actitud frente a las cosas, lo que nos vuelve ricos o pobres de espíritu; la actitud de ricos nos vuelve apegados a lo que se acaba, nos dejamos oprimir por la avaricia, por la inquietud de guardar, de ahorrar, de atesorar.

 

Con la D.S.I. de la Iglesia, tiene mucho que ver también nuestra actitud y comportamiento con los pobres. Ya en el A.T. dejó Dios claro, que Él hace suya la causa de los pobres, porque Él, el Señor, sabe escuchar sus súplicas. El poder opresor que aniquila, que quita los derechos a los demás  se opone al mismo Dios, en virtud de la Alianza de amor que Él hizo con los seres humanos. “Cuando yo maltrato a un ser humano, nos decía la doctora María Lucía, maltrato a Dios, porque el querer de Dios es el amor.”

 

El verdadero pobre de espíritu, se vacía de autosuficiencias y no acepta seguridades humanas que puedan coartar su libertad. Vive en la esperanza, porque siente que confía en quien no le puede fallar. Y el verdadero pobre ha ido construyendo una jerarquía de valores basada en Jesucristo. Para él, Dios es el valor máximo, y luego, enseguida, el prójimo. Eso significa amar a los demás incluyendo al enemigo, y significa perdón, y misericordia.

 

Prototipo de los pobres de Yahvé

 

Bien, sobre este tema podríamos seguir y nunca terminar. Dejemos allí esta consideración. Añadamos solamente que, como también nos explicó la doctora María Lucía Jiménez de Zitzman, los personajes que aparecen en el Evangelio de la Infancia, son auténticos pobres de Yahvé, los anawim, – como se los suele llamar, – personajes que representan lo más alto de la espiritualidad de Israel, quienes por su comunión con Dios, saben discernir los signos de los tiempos; por eso, esos pobres de espíritu, supieron ver al Salvador bajo las apariencias humildes de un niño. Ante todo la Virgen María, el prototipo de los pobres de Yahvé, y luego Simeón y Ana, y los pastores de Belén, que no se escandalizaron ante la noticia de que el Mesías había nacido en la pobreza. Discernir los signos de los tiempos, podemos decir que es sentir en nuestra vida la presencia de Dios, que se deja ver y oír igual en la alegría del arco iris o en medio de la angustia que produce la tormenta.

 

Vamos a aprovechar esta reflexión de Navidad de la mejor manera posible. Vamos a leer algunos pasajes de escritores cumbres, muy diversos. Algunos, reconocidos autores cristianos, arraigados en la fe, que escribieron sobre el Nacimiento de Jesucristo; y un autor, que fue católico, pero más tarde marxista, ateo. Se trata de Sartre, el filósofo francés. Tampoco él se pudo escapar a la atracción de Jesucristo. Como es tiempo de esperanza, de alegría, vamos a disfrutar de la presencia del Señor, el Dios del amor y la alegría.

Empecemos por leer con actitud de meditación, en nuestra intimidad, el Magnificat. Sin duda nos prepara para el gran día de la llegada del Señor. Lo encontramos en Lucas, 1,46-55

 

Lope de Vega: “Los Pastores de Belén”

Y vayamos ahora a un clásico español, Lope de Vega, ese prolífico dramaturgo, que en 1612 escribió “Los Pastores de Belén”. Leamos algunos fragmentos:

I

Nace el alba María – y el sol con ella, – desterrando la noche

 de nuestras penas. – Nace el alba clara, la noche pisa;

 del cielo la risa su paz declara; el tiempo se para – por solo vella –

 desterrando la noche – de nuestras penas.

 

Para ser señora del cielo, levanta – esta niña santa

 su luz como aurora; él canta, ella llora divinas perlas,

 desterrando la noche – de nuestras penas.

II

¿Dónde vais, zagala, – sola en el monte?

Mas quien lleva el sol – no teme la noche.

¿Dónde vais, María, – divina esposa,- madre gloriosa

De quien os cría? – ¿Qué haréis si el día – se va al Ocaso –

Y en el monte acaso – la noche os coge?

Mas quien lleva el sol – no teme la noche.

El ver las estrellas – me causa enojos,

Pero vuestros ojos – más lucen que ellas.

Ya sale con ellas – la noche oscura;

A vuestra hermosura la luz se esconde;

Mas quien lleva el sol – no teme la noche.

 

VI

Hoy al hielo nace – en Belén mi Dios, – cántale su Madre

Y él llora de amor. – Aquel Verbo santo, – luz y resplandor

de su Padre eterno, – que es quien lo engendró,

en la tierra nace por los hombres hoy, cántale su Madre

y él llora de amor.- Como fue su madre – de tal perfección,

un precioso nácar – sólo abierto al sol, – las que llora al Niño

finas perlas son. – Cántale su Madre y él llora de amor.

San Juan de la Cruz: Romances

Vayamos ahora a otro clásico de la lengua española, éste sí un santo: San Juan de la Cruz. En el Romance 7°, el Santo poeta pone a hablar al Eterno Padre con el Hijo, cuando le propone la necesidad de la Encarnación, a lo cual responde el Hijo:

Mi voluntad es tuya, – el Hijo le respondía,

y la gloria que yo tengo,

es tu voluntad ser mía.

Y a mí me conviene, Padre,

lo que tu alteza decía,

porque por esta manera

tu bondad más se vería;

veráse tu gran potencia,

justicia y sabiduría.

Irélo a decir al mundo,

y noticia le daría

de tu belleza y dulzura

y de tu soberanía.

 

En el Romance 8°, San Juan de la Cruz describe así la Anunciación:

 

Entonces llamó a un arcángel,

que San Gabriel se decía

y enviólo a una doncella

que se llamaba María,

de cuyo consentimiento

el misterio se hacía;

en la cual la Trinidad

de carne al Verbo vestía.

Y aunque tres hacen la obra,

en el uno se hacía;

y quedó el Verbo encarnado

en el vientre de María.

Y el que tenía solo Padre,

ya también Madre tenía,

aunque no como cualquiera

que de varón concebía;

que de las entrañas de ella

él su carne recebía:

por lo cual Hijo de Dios

y del hombre se decía.

Santa Teresita y una Navidad en su vida

Avancemos ahora, a algo más conocido, a SantaTeresa de Lisieux; Santa Teresita y una Navidad en su vida. En la Historia de un Alma cuenta lo que ella consideró un pequeño milagro. Era apenas una niña, Teresita; era consentida, por ser la menor de la casa y lloraba mucho. Así cuenta lo que le pasó en la Navidad de 1885.[2]

 

¡No sé cómo soñaba con la dulce ilusión de entrar en el Carmelo, cuando estaba todavía en pañales!… Fue necesario que Dios hiciese un pequeño milagro para hacerme crecer en un instante y ese milagro lo hizo un inolvidable día de Navidad. En esa noche luminosa que iluminaba las delicias de la Santísima Trinidad, Jesús, el dulce niñito de una hora, cambió la noche en mi alma en torrentes de luz.

En esa noche en que se hizo débil y capaz de sufrir por mi amor, me hizo fuerte y valiente, me revistió con sus armas. Desde esa noche bendita no fui vencida en ningún combate, sino al contrario, caminé de victoria en victoria y comencé, por decirlo así, “¡una carrera de gigante!”… (Cita aquí Santa Teresita el salmo 18, 6). La fuente de mis lágrimas se secó y en adelante brotó raras veces y difícilmente, lo que justificó aquello que se me había dicho: “Lloras tanto en tu niñez que más tarde no tendrás más lágrimas para derramar…”

Todos hemos llorado o nos hemos quejado, de pronto en exceso, algunas veces. Tenemos una patrona que nos puede ayudar a no quejarnos tanto… Si quieren conocer la anécdota completa, de la curación del llanto de la niña Teresita, la encuentran en el capítulo 5° de la Historia de un Alma.

Leamos ahora esta página de Giovanni Papini en su Historia de Cristo:[3]

Jesús nació en un establo

Un establo, un auténtico establo, no es el portal simpático y agradable que los pintores cristianos dispusieron para el Hijo de David, avergonzados casi de que su Dios hubiese yacido en la miseria y en la porquería. No es tampoco el pesebre en escayola  que la fantasía confiteril de los imagineros ha ideado en los tiempos modernos; el establo limpio y bonito, de lindos colores, con el pesebre aseadito y repulido, el borriquillo en éxtasis y el buey contrito, los ángeles encima del tejado con el festón que ondea al viento, las figuritas de los reyes con sus mantos y las de los pastores con sus capuchas, de hinojos a uno y otro lado del cobertizo. Todo eso puede ser un sueño para novicios, un lujo para párrocos, un juguete para niños pequeños…, pero no es en verdad el Establo en que nació Jesús.

Un establo, un auténtico establo, es una casa de las bestias, es la cárcel de las bestias que trabajan para el hombre. El viejo y pobre establo de los países antiguos, de los países pobres, del país de Jesús, no es el pórtico de columnas y capiteles, ni la caballeriza científica de los ricos de hoy en día, ni el belén elegante de la Nochebuena. El establo no es otra cosa que cuatro paredes toscas, un empedrado mugriento y un techo de vigas y de lajas. El verdadero establo es lóbrego, sucio, maloliente; lo único limpio en él es el pesebre, donde el amo dispone el heno y los piensos.

Los párrafos de Papini que siguen, son aún más duros. Leamos sólo algunas líneas escogidas:

Una noche, sobre esa pocilga pasajera que es la tierra… apareció Jesús, parido por una Virgen sin mancha, armado sólo de inocencia.

Los primeros en adorarlo fueron los animales y no los hombres. Buscaba Él entre los hombres a los simples, y entre los simples a los niños; más simples aún que los niños, más mansos, lo acogieron los animales domésticos. El asno y el buey, aunque humildes, aunque siervos de otros seres más débiles y feroces que ellos, habían visto a las muchedumbres postradas de hinojos ante ellos.

Se refiere Papini a la idolatría de Israel, que adoró al becerro de oro, a la idolatría de griegos, persas y romanos, que se inclinaron con reverencia antes los bueyes y los asnos. Hace una bella descripción luego, de los pastores. Oigamos sólo algunas líneas:

Los pastores antiguos eran pobres y no despreciaban a los pobres; eran simples como niños y gozaban contemplando a los niños… Pastores habían sido sus primeros reyes, Saúl y David ; pastores de rebaños antes de ser pastores de tribus… Había nacido entre ellos un pobre y ellos lo contemplaban con amor, y con amor le ofrendaban aquellas pobres riquezas…
El libro de Papini es descarnado, nos puede parecer duro en exceso. Pero estas palabras son tiernas, sobre lo que vieron los pastores:

Y apenas distinguieron en la penumbra del establo a una mujer joven y hermosa que contemplaba en silencio a su hijito, y vieron al niño con los ojos recién abiertos, sus carnes sonrosadas y finas, su boca que aún no sabía lo que era comer, se estremeció su corazón.

Sartre: el ateo que escribió sobre la Navidad

Y ahora vamos a Sartre, el marxista ateo, que escribió una obra de teatro sobre la Navidad. Encontré esta perla en la página de los jesuitas irlandeses, que nos ofrecen la manera de orar todos los días, con la Escritura, y la publicamos como enlace en el blog donde colgamos en internet estas reflexiones sobre la D.S.I.[4] El escrito es del P. Paul Andrews y he tratado de traducirlo con la mayor fidelidad. Dice así:

En el otoño de 1940 los Nazis capturaron y deportaron a Sartre, a un campo de concentración en Alemania. Antes de la Navidad, un jesuita, el P. Paul Feller, su compañero en la prisión, persuadió a Jean-Paul Sartre, que escribiera una obra de teatro sobre la Navidad  para los cristianos franceses que compartían su cautiverio. Para Sartre, bautizado católico, pero quien entonces era ateo declarado, escribir una obra de teatro sobre la Navidad iba contra sus principios, pero como gesto de solidaridad con sus compatriotas franceses, prisioneros, escribió “Barjona“, una obra de teatro en 6 cuadros.

Leamos sólo algo de esta obra, aunque bien valdría la pena leerla toda. Describe Sartre así cómo ve a María ante la presencia de Jesús recién nacido:

La Virgen, pálida, mira el Bebé. Como pintaría su rostro, sería un rostro de ansiosa admiración, como nunca antes se ha visto en un rostro humano. Porque Cristo es su hijo, carne de su carne, el fruto de su vientre. Ella lo ha llevado durante nueve meses, lo alimentará con sus pechos y su leche se convertirá en la sangre de Dios. Hay momentos en que la tentación es tan fuerte que Ella olvida que Él es Dios. Lo mece en sus brazos y le dice: “Mi chiquito”

Pero en otros momentos María se siente una extraña, y entonces piensa: Dios está allí, y se encuentra sobrecogida con estupor sagrado delante de este Dios que no habla, este infante que da miedo. Todas las madres se encuentran a veces así sorprendidas ante este fragmento de ellas mismas, su bebé. Se sienten ellas en exilio, a sólo dos pasos de esta nueva vida que ellas han creado de su propia vida y que es ahora habitada por los pensamientos de otro. Pero ningún bebé ha sido separado tan cruelmente y tan de repente de su madre, porque él es Dios, y sobrepasa todo lo que ella se pueda imaginar. Es una dura prueba para una madre sentirse avergonzada de sí misma y de su humana condición, delante de su hijo.

Pero creo que hay otros rápidos, fugaces momentos, cuando ella se da cuenta enseguida de que Cristo es su hijo, su propio bebé, y que él es Dios. Entonces lo mira y piensa: Este Dios es mi bebé, Esta carne divina es mi carne. Está hecho de mí. Tiene mis ojos, las líneas de su boca son las líneas de la mía. Se parece a mí. Es Dios y se parece a mí.”

Ninguna otra mujer ha tenido a un Dios para ella sola, un Dios pequeño, a quien ella puede abrazar y cubrirlo de besos, un Dios encarnado en un cuerpecito caliente que sonríe, que respira, un Dios a quien ella puede tocar, un Dios vivo. Y es en ese momento cuando yo pintaría a María, – si fuera yo un pintor, – y trataría de capturar el aire de radiante ternura y timidez con las cuales ella levanta su dedo para tocar la dulce piel de su bebé-Dios cuyo caliente peso siente en sus rodillas, y que sonríe.

 Hasta allí sobre Jesús y la Virgen María. ¿Y José? Dice Sartre:

Yo no pintaría a José. Mostraría sólo una sombra al fondo del establo y dos ojos luminosos. Porque no sé qué decir de José, y José no sabe qué decir de sí mismo. Él está en adoración y está feliz de adorar, y se siente un poquito fuera de lugar. Creo que sufre, aunque no lo admita. Sufre porque ve cuánto esta mujer que él ama se parece a Dios; cómo ella está ya junto a Dios. Porque Dios ha estallado como una bomba en la intimidad de esta familia. José y María están separados para siempre por esta explosión de luz. Creo que José estará durante toda su vida aprendiendo a aceptar esto.

Fue así como Jean-Paul Sartre, un hombre, ex cristiano, prisionero en un campo de concentración, vio a la Sagrada Familia. ¿Sorprende acaso, – escribe el P. Paul Andrews, – que al final haya vuelto a la fe de su bautismo?

 

Teilhard de Chardin: Jesús cima de la perfección humana y cósmica

 

Vamos a terminar este especial de Navidad con algunos pensamientos de un sabio sacerdote antropólogo, geólogo y paleontólogo, el P. Pierre Teilhard de Chardin, que ve la Navidad como la llegada de Jesús, resumen y cima de toda perfección humana y cósmica. Dice en sus Pensamientos sobre el Cristo Total:

Tú eres, Jesús, el resumen y la cima de toda perfección humana y cósmica. No hay una brizna de hermosura, ni un encanto de bondad, ni un elemento de fuerza que no encuentre en ti su expresión más pura y su coronación…[5]

Y sobre la presencia de Dios en el mundo, se expresa así de la Navidad:

Las prodigiosas duraciones que preceden a la primera Navidad no están vacías de Cristo, sino penetradas de su influjo poderoso. El bullir de su concepción es el que remueve las masas cósmicas y dirige las primeras corrientes de la biosfera.[6]La preparación de su alumbramiento es la que acelera los progresos del instinto y la eclosión del pensamiento sobre la Tierra. No nos escandalicemos tontamente de las esperas interminables que nos ha impuesto el Mesías. Eran necesarios nada menos que los trabajos tremendos y anónimos del hombre primitivo, y la larga hermosura egipcia, y la espera inquieta de Israel, y el perfume lentamente destilado de las místicas orientales, y la sabiduría cien veces refinada de los griegos para que sobre el árbol de Jesé y de la Humanidad pudiese brotar la Flor. Todas estas preparaciones eran cósmicamente, biológicamente, necesarias para que Cristo hiciera su entrada en la escena humana. Y todo este trabajo estaba maduro para el despertar activo y creador de su alma en cuanto esta alma humana había sido elegida para animar al Universo. Cuando Cristo apareció entre los brazos de María, acababa de revolucionar el Mundo.[7]

Queridos lectores, gracias por llegar aquí en su búsqueda de lo que Dios nos enseña a través de la Palabra, en la Escritura, y de la Doctrina Social transmitida por la Tradición y el Magisterio de la Iglesia. Dios mediante, cuando Él lo disponga  volveremos a encontrar.

 

Fernando Díaz del Castillo Z.

Escríbanos a: reflexionesdsi@gmail.com

Nos interesa mucho su aporte: ¿cómo podemos mejorar


[1] Lc 1, 39-45[2] Historia de un Alma, Capítulo V[3] Giovanni Papini, OBRAS, Tomo IV, Historia de Cristo, Aguilar, Pg 29ss[4] http://www.sacredspace.ie/latestspace/latestspace17.htm#content2[5] Pierre Teilhard de Chardin, Himno del Universo, Editorial Trotta,, Presencia de Dios en el Mundo, II, Pg. 70[6] Biosfera: 1. Conjunto de los medios donde se desarrollan los seres vivos. 2. Conjunto de los seres vivos del planeta Tierra. (DRAE)[7] Teilhard de Chardin, ibidem, Pg. 116

Reflexión 81 Diciembre 13 2007

Compendio de la D.S.I. N° 66-67

 

Estas reflexiones se transmitieron originalmente como programas radiales pr Radio María de Colombia. Son un estudio de la Doctrina Social de la Iglesia, que siguen el Compendio de la D.S.I., libro publicado por el Pontificio Consejo Justicia y Paz y presentan las enseñanzas sociales oficiales de la Iglesia Católica. El programa se puede escuchar los jueves a las 9.a.m, hora de Coolmbia por internet, en la dirección www.radiomariacol.org

 

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Doctrina Social, evangelización y promoción humana

 

« Vínculos de orden antropológico, porque el hombre que hay que evangelizar no es un ser abstracto, sino un ser sujeto a los problemas sociales y económicos. Lazos de orden teológico, ya que no se puede disociar el plan de la creación del plan de la redención, que llega hasta situaciones muy concretas de injusticia, a la que hay que combatir, y de justicia, que hay que restaurar. Vínculos de orden eminentemente evangélico como es el de la caridad: en efecto, ¿cómo proclamar el mandamiento nuevo sin promover, mediante la justicia y la paz, el verdadero, el auténtico crecimiento del hombre? ».[4]

 

Estamos estudiando el capítulo 2° del Compendio de la D.S.I., que trata sobre la Misión de la Iglesia y la Doctrina Social. En la reflexión anterior terminamos el estudio del tema Fecundar y fermentar la sociedad con el Evangelio. Ahora, todavía dentro del tema general del Capítulo 2° sobre la Misión de la Iglesia y la Doctrina Social, vamos a estudiar la parte que se titula Doctrina Social, evangelización y promoción humana, que ocupa los números 66 a 68.

 

Como veremos, es una continuación del tema sobre el papel de la Iglesia en la sociedad, por medio de su Doctrina Social. Leamos con atención la primera parte del N° 66, que dice:

 

La doctrina social es parte integrante del ministerio de evangelización de la Iglesia. Todo lo que atañe a la comunidad de los hombres -situaciones y problemas relacionados con la justicia, la liberación, el desarrollo, las relaciones entre los pueblos, la paz-, no es ajeno a la evangelización; ésta no sería completa si no tuviese en cuenta la mutua conexión que se presenta constantemente entre el Evangelio y la vida concreta, personal y social del hombre.[1]

 

De manera que el Evangelio no es algo etéreo, para los ángeles, sino para el hombre concreto, para nosotros que vivimos aquí, en la tierra, que gozamos y sufrimos, que tenemos que resolver los problemas diarios de sustento, de salud, de trabajo, de nuestra propia educación y la de los hijos y de las relaciones entre nosotros y con la sociedad. El Evangelio es para todos los miembros de la familia humana que tratan de salir adelante en medio de la lucha.

 

El Evangelio es para todas las personas, miembros de una sociedad que tiene su modo peculiar, plural, de ser; no todas las sociedades son iguales; el Evangelio es para todos los ciudadanos de un país, que se relaciona con los demás países, tanto con los vecinos que comparten fronteras comunes, historia común, como con los países lejanos, con los cuales intercambia bienes y servicios y se necesitan, por eso, mutuamente. El Evangelio es para todos los países que forman parte, de lo que ahora llaman la aldea global, porque el mundo se volvió pequeño, y en este mundo globalizado, todas las naciones dependen de las demás para su desarrollo.

 

Si viviéramos de acuerdo con el Evangelio

 

En medio de este tejido de relaciones de personas y de pueblos tiene que estar el Evangelio porque el Evangelio tiene mucho qué decir a todos. El Evangelio es para vivirlo en las más variadas situaciones personales, de grupos y de la comunidad entera; el Evangelio no es sólo para hablar de él y admirarlo. Y, ¡qué distinto sería el mundo, si viviéramos de acuerdo con el Evangelio, que tiene como regla primera el amor a los demás! Y si se ama de veras, la justicia viene con facilidad. Uno no es injusto con quien ama, y si falla por debilidad, se esfuerza por enmendar su conducta.

 

Por cierto los católicos colombianos nos sentimos orgullosos de que a Colombia la llamen el país del Sagrado Corazón. En la Consagración de la República al Sagrado Corazón, antes de la Constitución del 91, el Presidente decía en nombre de todos: tuyos somos y tuyos queremos ser. Nuestra parte se quedó sólo en palabras.

 

Nos dice la Iglesia, que El hombre que vino Jesucristo a salvar es el hombre concreto, el que vive aquí, en este mundo nuestro; nos explica la Iglesia que la Evangelización no sería completa si no tuviese en cuenta la mutua conexión que se presenta constantemente entre el Evangelio y la vida concreta, personal y social del hombre. Ya en el primer programa en que empezamos a estudiar la D.S.I. habíamos visto por qué la Iglesia tiene qué decir en estos temas, como parte de misión de Evangelizar:

 

El Señor Jesús pagó un alto precio por nuestra salvación, y los justos alcanzarán esa salvación después de la muerte, pero Jesús vino a traer la salvación integral, que abarca al hombre entero y a todos los hombres; y cuando se habla de la salvación del hombre, así considerada la salvación, -de modo integral, – se incluye también la salvación de este mundo, donde vive y se desarrolla el hombre; en los ámbitos de la economía y del trabajo, de la técnica y de la comunicación, de la sociedad y de la política, de la comunidad internacional y de las relaciones entre las culturas y los pueblos.[2]

 

Nos vuelve a manifestar ahora la Iglesia, que Todo lo que atañe a la comunidad de los hombres NO es ajeno a la evangelización. Dicho de manera positiva: todo lo que atañe a la comunidad de los hombres es propio, tiene que ver con el Evangelio, entra en el campo de la Evangelización. Y nos presenta ejemplos: situaciones y problemas relacionados con la justicia, la liberación, el desarrollo, las relaciones entre los pueblos, la paz. Nos advierte la Iglesia que la Evangelización no sería completa si no tuviese en cuenta la mutua conexión que se presenta constantemente entre el Evangelio y la vida concreta, personal y social del hombre.

Unión íntima de la Iglesia con la familia humana universal

 

Por estas razones, el Concilio Vaticano II comenzó su Constitución pastoral Gaudium et spes, con esas palabras que expresan la Unión íntima de la Iglesia con la familia humana universal, con la cual se siente íntima y realmente solidaria del género humano y de su historia. Este pensamiento sobre la unión íntima, sobre la solidaridad de la Iglesia con la familia humana, se repite mucho en los documentos de la D.S.I. por el valor que tiene, y por eso leámoslo una vez más, también en este momento. Dice:

1. Los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo. Nada hay verdaderamente humano que no encuentre eco en su corazón.

 

En la presentación del Compendio, el Cardenal Ángelo Sodano dice que esta obra es también un instrumento de evangelización, porque pone en relación a la persona humana y a la sociedad con la luz del Evangelio. Los principios de la doctrina social de la Iglesia, que se apoyan en la ley natural, resultan (…) a su vez confirmados y valorizados en la fe de la Iglesia, por el Evangelio de Jesucristo.[3]

 

En el mismo número 66 que estamos estudiando, el Compendio nos explica la relación de la Evangelización con la promoción humana y la sociedad. Nos dice que existen vínculos profundos:

 

« Vínculos de orden antropológico, porque el hombre que hay que evangelizar no es un ser abstracto, sino un ser sujeto a los problemas sociales y económicos. Lazos de orden teológico, ya que no se puede disociar el plan de la creación del plan de la redención, que llega hasta situaciones muy concretas de injusticia, a la que hay que combatir, y de justicia, que hay que restaurar. Vínculos de orden eminentemente evangélico como es el de la caridad: en efecto, ¿cómo proclamar el mandamiento nuevo sin promover, mediante la justicia y la paz, el verdadero, el auténtico crecimiento del hombre? ».[4]

 

Vínculos antropológicos y lazos de orden teológico

 

Entonces, entre evangelización y promoción humana hay vínculos antropológicos y lazos de orden teológico. Es decir, que se relacionan la evangelización y la promoción humana porque las dos tienen que ver con el hombre, – y como lo repite la Iglesia de modo permanente, – se trata del hombre concreto, el hombre completo, el que está sujeto a las dificultades concretas de todos los días: el que enfrenta problemas sociales y económicos. Podemos comprender ahora por qué son tan importantes las obras de la Iglesia en los campos de la educación, de la cultura, en la promoción de la justicia y de la paz. La promoción humana, el desarrollo de la persona humana, tienen que interesar a la Iglesia, que tiene a su cargo el hombre concreto, completo.

 

En este N° 66  cobra especial importancia la exhortación apostólica Evangelii nuntiandi, de Pablo VI. En ella se basan estas ideas. Nos dice el Papa en este mensaje, que la Evangelización afecta toda la vida, que no sería completa si no tuviera en cuenta la interpelación que se establece entre el Evangelio y la vida concreta, personal y social del hombre y que es necesaria la conexión con la promoción humana, con su desarrollo y liberación.[5] Cómo insiste la Iglesia en la íntima relación del hombre con el Evangelio; íntima relación de la vida real, con el Evangelio. De modo que tenemos que aterrizar el Evangelio. Es para la vida.

 

Anuncio, Denucia, Testimonio

 

Continuemos con el N° 67 del Compendio, que continúa el desarrollo de estas ideas sobre la Evangelización y el hombre. Dice:

La doctrina social « tiene de por sí el valor de un instrumento de evangelización »[6] y se desarrolla en el encuentro siempre renovado entre el mensaje evangélico y la historia humana. Por eso, esta doctrina es un camino peculiar para el ejercicio del ministerio de la Palabra y de la función profética de la Iglesia.[7] « En efecto, para la Iglesia enseñar y difundir la doctrina social  pertenece a su misión evangelizadora  y forma parte esencial del mensaje cristiano, ya que esta doctrina  expone sus consecuencias directas en la vida de la sociedad  y encuadra incluso el trabajo cotidiano  y las luchas por la justicia en el testimonio a Cristo Salvador ».[8] No estamos en presencia de un interés o de una acción marginal, que se añade a la misión de la Iglesia, sino en el corazón mismo de su ministerialidad: con la doctrina social, la Iglesia « anuncia a Dios y su misterio de salvación en Cristo a todo hombre y, por la misma razón, revela al hombre a sí mismo ».[9] Es éste un ministerio que procede, no sólo del anuncio, sino también del testimonio.

 

Entonces, la doctrina social es en sí misma un instrumento de Evangelización. Si aceptamos, como hemos visto, que Evangelizar es colaborar en la construcción del Reino, también aceptamos que al difundir, y sobre todo al practicar  la doctrina social de la Iglesia, colaboramos en la construcción del Reino. No pasemos por alto que de la misión de la Iglesia no es sólo anunciar y denunciar, sino también ser testimonio.

 

Al observar la historia humana y lo que ha sucedido al encontarse la vida de los hombres con el Evangelio, – si la sociedd  ha aceptado auténticamente el Evangelio, – se comprende que la historia de la humanidad se tiene que transformar cuando se encuentra con Jesucristo; es decir, cuando recibe la fe.  Por eso nos había hablado antes la Iglesia de la contribución de la Iglesia a la sociedad, con la transmisión del Evangelio. Porque el Evangelio llevado a la práctica transformaría a la sociedad.

 

Llevar al mundo la doctrina social es una manera de cumplir con la función profética de la Iglesia. El profeta tiene la misión de anunciar y de denunciar. Hay que anunciar la Buena Nueva y denunciar lo que no permite que el Reino se desarrolle en la tierra. Juan Pablo II lo expresó así en su encíclica Sollicitudo rei socialis en el N° 41: Al ejercicio de este ministerio de evangelización en el campo social, que es un aspecto de la función profética de la Iglesia, pertenece también la denuncia de los males y de las injusticias. Pero conviene aclararque el anuncio es siempre más importante que la denuncia, y que ésta no puede prescindir de aquél, que le brinda su verdadera consistencia y la fuerza de su motivación más alta.

 

Repitamos este pensamiento de Juan Pablo II que nos aclara mucho el papel de la Iglesia, en la predicación de su doctrina social. Nos dice el Papa que la evangelización en el campo social  es un aspecto de la función profética de la Iglesia; que a esta función profética pertenece la denuncia de las injusticias, y aclara que el anuncio – del Evangelio – es siempre más importante que la denuncia; es decir que no nos debemos quedar sólo en la denuncia, que la denuncia no puede prescindir del anuncio, porque es el anuncio del Evangelio el que da a la denuncia de las injusticias su fundamento y su fuerza.

 

Es indispensable acudir a las encíclicas sociales, en las cuales los Papas han predicado el objetivo de la Doctrina Social, para comprender lo que se espera que suceda, si el mundo sigue sus orientaciones.

 

Pablo VI en la Populorum Progressio, y luego Juan Pablo II en su encíclica Sollicitudo rei socialis, nos explicaron con claridad que La Iglesia no tiene soluciones técnicas que ofrecer al problema del subdesarrollo en cuanto tal, no propone sistemas o programas económicos y políticos, ni manifiesta preferencias por unos o por otros, con tal de que la dignidad del hombre sea debidamente respetada y promovida  y ella goce del espacio necesario para ejercer su ministerio en el mundo.[10]

 

¿Qué ofrece o propone la Iglesia, si no nos ofrece soluciones técnicas?

 

Entonces, ¿qué ofrece o propone la Iglesia, si no nos ofrece soluciones técnicas? Nos lo aclaran igualmente Pablo VI y Juan Pablo II: nos ofrece la Iglesia su doctrina social, basada en el Evangelio, para que de acuerdo con él  se haga un planteamiento correcto de los problemas y de sus soluciones. Nos ofrece principios de reflexión, criterios de juicio y directrices de acción.[11]

 

Veamos de qué manera es muy adecuado el método VER-JUZGAR-ACTUAR, que utiliza la Iglesia.

 

Lo que la Iglesia ofrece con su doctrina social es un instrumento de reflexión sobre las realidades de la vida del hombre en la sociedad  y en el contexto internacional, a luz de la fe y de la tradición de la Iglesia.[12] En la encíclica Sollicitudo rei socialis, de donde están tomadas estas ideas, Juan Pablo II las amplía diciendo, que el objetivo principal de la doctrina social, es interpretar esas realidades complejas en que vive el hombre en nuestra sociedad y examinar su conformidad o diferencia con lo que el Evangelio enseña acerca del hombre y su vocación terrena  y, a la vez, trascendente, para orientar en consecuencia la conducta cristiana.

 

Llevar los valores del Evangelio a la vida práctica

 

Podemos decir entonces, que la doctrina social de la Iglesia pretende llevar los valores del Evangelio a la vida práctica en la sociedad. En el mundo se han ensayado soluciones basadas en las ideologías: en el marxismo, en el capitalismo, no en el Evangelio. Y es que cuando observamos las soluciones que para los problemas sociales han pretendido las ideologías: el marxismo, el capitalismo,  nos damos cuenta de que, de ellas sólo queda el fracaso, el descrédito, en palabras de Juan Pablo II.[13] Es que las ideologías tratan de resolver los problemas humanos sólo con soluciones técnicas y en el camino se olvidan del hombre, pues muchas veces sus soluciones atropellan al hombre en sus derechos, en su libertad, como si las soluciones que pretenden implementar las ideologías, persiguieran beneficios particulares y no el servicio de todos los hombres que tienen derecho a una vida digna.

 

Nos resumen bien el propósito de la D.S.I., que es parte integrante de la Evangelización, estas palabras de Juan Pablo II en su encíclica Sollicitudo rei socialis, que leímos antes: el objetivo principal de la doctrina social es interpretar las realidades complejas en que vive el hombre en nuestra sociedad  y examinar su conformidad o diferencia con lo que el Evangelio enseña acerca del hombre y su vocación terrena y, a la vez, trascendente,  para orientar en consecuencia la conducta cristiana.

 

Alguien se puede preguntar qué soluciones puede ofrecer el Evangelio a los problemas sociales, si casi todos son de índole económica. Bueno, vimos que la Doctrina Social no ofrece soluciones técnicas, ese no es su campo. La Iglesia anuncia la Buena Nueva y denuncia los males y las injusticias, nos ofrece la doctrina social, basada en el Evangelio, para que de acuerdo con él se haga un planteamiento correcto de los problemas y de sus soluciones. Nos ofrece principios de reflexión, criterios de juicio y directrices de acción. Si la sociedad se orientara por el Evangelio, por sus principios y criterios, otro sería el mundo en que vivimos.

 

La Iglesia desde hace algún tiempo utiliza en sus documentos el método VER-JUZGAR-ACTUAR, que nos indica de qué manera práctica podemos llevar el Evangelio a nuestra sociedad: primero se examina la situación, por ejemplo, del fenómeno de la urbanización, de la vida en las ciudades, de la situación de los desplazados, de los campesinos, de la juventud, del puesto de la mujer en la sociedad, del desempleo, de la práctica de la religión en nuestras familias, en nuestras parroquias, etc., Ese examen de la situación forma el primer paso: VER. Juzgar, es reflexionar sobre esa situación a la luz del Evangelio. Es examinar su conformidad o diferencia con lo que el Evangelio enseña acerca del hombre y su vocación terrena y, a la vez, trascendente, para, en el tercer paso, ACTUAR u orientar en consecuencia la conducta cristiana.

 

Las soluciones sólo técnicas tratan al hombre como objeto

 

Las soluciones a los problemas del ser humano en la sociedad no pueden ser sólo de orden técnico; en ese caso se trata al hombre sólo como un objeto; las soluciones tienen que enmarcarse en un marco ético, moral. Por ejemplo, cuando el hombre es considerado más como un productor o un consumidor de bienes, que como un sujeto que produce y consume para vivir, entonces (el manejo de la economía) pierde su necesaria relación con la persona humana y termina por alienarla y oprimirla.[14]

En la situación de los programas de la salud en Colombia podríamos decir que, cuando el principal objetivo de una institución de salud es el lucro y no el ser humano que necesita su atención, esa institución pierde su razón de ser; se convierte en vendedor de sus productos o servicios, en negociante, a quien sólo interesa el consumidor con dinero para pagarlos.

 

Amenazado por el resultado del trabajo de sus manos y de su entendimiento

 

El progreso material no siempre es a favor del hombre. Juan Pablo II en la encíclica Redemptor hominis, la encíclica sobre el hombre, como vimos en otra reflexión, hace estas consideraciones que nos ponen a cavilar, sobre la realidad de los avances tecnológicos. Dice:

 

 El hombre actual parece estar siempre amenazado por lo que produce, es decir, por el resultado del trabajo de sus manos y más aún por el trabajo de su entendimiento, de las tendencias de su voluntad. Y más adelante continúa:

 

El progreso de la técnica y el desarrollo de la civilización de nuestro tiempo, que está marcado por el dominio de la técnica, exigen un desarrollo proporcional de la moral y de la ética. Mientras tanto, éste último parece, por desgracia, haberse quedado atrás. Por esto, este progreso, por lo demás tan maravilloso en el que es difícil no descubrir también auténticos signos de la grandeza del hombre que nos han sido revelados en sus gérmenes creativos en las páginas del Libro del Génesis, en la descripción de la creación,[15] no puede menos de engendrar múltiples inquietudes. La primera inquietud se refiere a la cuestión esencial y fundamental: ¿este progreso, cuyo autor y fautor es el hombre, hace la vida del hombre sobre la tierra, en todos sus aspectos, «más humana»?; ¿la hace más «digna del hombre»? No puede dudarse de que, bajos muchos aspectos, la haga así. No obstante esta pregunta vuelve a plantearse obstinadamente por lo que se refiere a lo verdaderamente esencial: si el hombre, en cuanto hombre, en el contexto de este progreso, se hace de veras mejor, es decir, más maduro espiritualmente, más consciente de la dignidad de su humanidad, más responsable, más abierto a los demás, particularmente a los más necesitados y a los más débiles, más disponible a dar y prestar ayuda a todos.

 

Esta es la pregunta que deben hacerse los cristianos, precisamente porque Jesucristo los ha sensibilizado así universalmente en torno al problema del hombre. La misma pregunta deben formularse además todos los hombres, especialmente los que pertenecen a los ambientes sociales que se dedican activamente al desarrollo y al progreso en nuestros tiempos. Observando estos procesos y tomando parte en ellos, no podemos dejarnos llevar solamente por la euforia ni por un entusiasmo unilateral por nuestras conquistas, sino que todos debemos plantearnos, con absoluta lealtad, objetividad y sentido de responsabilidad moral, los interrogantes esenciales que afectan a la situación del hombre hoy y en el mañana. Todas las conquistas, hasta ahora logradas  y las proyectadas por la técnica para el futuro ¿van de acuerdo con el progreso moral y espiritual del hombre? En este contexto, el hombre en cuanto hombre, ¿se desarrolla y progresa, o por el contrario retrocede y se degrada en su humanidad? ¿Prevalece entre los hombres, «en el mundo del hombre» que es en sí mismo un mundo de bien y de mal moral, el bien sobre el mal? ¿Crecen de veras en los hombres, entre los hombres, el amor social, el respeto de los derechos de los demás -para todo hombre, nación o pueblo-, o por el contrario crecen los egoísmos de varias dimensiones, los nacionalismos exagerados, al puesto del auténtico amor de patria, y también la tendencia a dominar a los otros más allá de los propios derechos y méritos legítimos, y la tendencia a explotar todo el progreso material y técnico-productivo exclusivamente con finalidad de dominar sobre los demás o en favor de tal o cual imperialismo?[16]

 

¡Cómo nos hacen pensar estas palabras de Juan Pablo II sobre el progreso material! Los avances de la tecnología ¿se utilizan de verdad en bien del hombre? ¿Somos ahora mejores? ¿Es el mundo más humano?

 

Fernando Díaz del Castillo Z.

Escríbanos a: reflexionesdsi@gmail.com

Nos ayudaría mucho para mejorar, saber si este ‘blog’ le es útil y sus sugerencias para mejorar serán bienvenidas.


[1] Cf Pablo VI, Exh. Ap. Evangelii nuntiandi, 29[2] Cf Reflexión N° 1, Jueves 12 de enero de 2006[3]Cf Compendio de la D.S.I., Carta de la Secretaría de Estado, Pg 8, 2

[4] Pablo VI, Exh. Ap. Evangelii nuntiandi, 31

[5] Cf Pablo VI, Evangelii nuntiandi, 29 y 31

[6] Juan Pablo II, Carta enc. Centesimus annus, 54

[7] Cf Juan Pablo II, Carta enc. Sollicitudo rei socialis, 41

[8] Juan Pablo II, Carte enc. Centesimus annus, 5

[9] Juan Pablo II, Carta enc. Centesimus annus, 54

[10] Juan Pablo II, Sollicitudo rei socialis. 41

[11] Ibidem y Pablo VI, carta apost. Octogesima adveniens, 4

[12] Juan Pablo II, Sollicitudo rei socialis, 41

[13] Cf Juan Pablo II, Centesimus annus, 5

[14] Cf Juan Pablo II, Centesimus annus, 39; Redemptor hominis, 15

[15] Cf. Gén 1-2.

[16] Juan Pablo II, Enc. Redemptor hominis, 15

Reflexión 80 Noviembre 22 2007

 

Compendio de la D.S.I. N° 64-65

 

Las Reflexiones que se publican aquí son originalmente programas transmitidos por Radio María de Colombia. Usted puede escucharlos los jueves a las 9:00 a.m., hora de Colombia, en las siguientes frecuencias en A.M.:

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Encuentra usted también enlaces a documentos muy importantes como la Sagrada Biblia, el Compendio de la Doctrina Social, el Catecismo y su Compendio, algunas encíclicas, la Constitución Gaudium et Spes y también agencias de noticias y publicaciones católicas. Ore todos los días 10 minutos siguiendo la Palabra de Dios paso a paso en “Orar frente al Computador”, método preparado en 20 idiomas por los jesuitas irlandeses.

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 Nuestra relación con Dios y con nuestros hermanos

Estamos estudiando el capítulo 2° del Compendio de la D.S.I., que trata sobre la Misión de la Iglesia y la Doctrina Social. En la reflexión anterior terminamos elestudio del N° 64, que nos explica cómo La Iglesia, al ofrecer su doctrina social, cumple su  propia misión que es la evangelización,  y es estrictamente fiel a ella.

Antes de continuar con el N° 65, que nos quedó pendiente,  recordemos las ideas más importantes, sobre la relación de la D.S.I. con la Evangelización, para que no nos queden lagunas.

Hemos visto que la Doctrina Social de la Iglesia es parte de nuestra fe, es parte de lo que el Señor, en la historia de la salvación, nos ha transmitido sobre su relación con el hombre, y sobre cómo deben ser las relaciones entre los hijos de Dios. De eso se trata: de nuestra relación con Dios y con nuestros hermanos. La D.S.I. es parte de la Evangelización, de la Buena Nueva que debemos llevar al mundo. Podemos decir que es parte de la hoja de ruta que debemos seguir en la construcción del Reino de Dios.

Nos ha parecido importante hacer claridad sobre cómo la D.S.I. no es sociología ni es ciencia política ni economía, pero sí se relaciona con ellas. Como esas ciencias: la economía, la sociología, la ciencia política, la psicología, tienen que ver con el hombre, en la vida práctica se tienen que encontrar en algún momento con la Doctrina Social de la Iglesia, porque tienen  un terreno común, que es el hombre en relación con los demás.

Relación de la Doctrina Social con las Ciencias Sociales

 

 

Cada ciencia trata al hombre desde su perspectiva: la economía, mira al hombre desde la satisfacción de sus necesidades económicas, la sociología mira al hombre en su actuar como miembro de la sociedad, compuesta por diversos grupos e instituciones que se relacionan de diversas maneras, la ciencia política lo ve como ciudadano que interviene en la marcha del estado, con derechos y deberes, con poder en la toma de decisiones, y finalmente la psicología trata de comprender la mente y la conducta del hombre: cómo siente, cómo piensa, cómo aprende y se desarrolla. Esas ciencias observan al hombre en la esfera de lo natural, en su desarrollo en este mundo, sin referencia a la vida trascendente a la que está destinado.

La Doctrina Social de la Iglesia tiene que ver con el hombre en un plano superior; un plano superior porque allí aparece Dios. La D.S.I. trata de la relación entre los seres humanos, por eso se llama social; pero no solamente como observan la relación entre las personas las ciencias humanas, sino desde el punto de vista del proyecto divino, como se nos ha transmitido en la Sagrada Escritura, que nos enseña cómo deben ser nuestras relaciones con los demás.

Entonces, las ciencias humanas y la D.S.I. se mueven en planos distintos, en dimensiones distintas, pero si se quiere tratar sobre el hombre completo, íntegro, en todas sus dimensiones,  la relación del hombre con Dios no puede dejar de aparecer en alguna forma, porque esa relación con Dios la lleva el ser humano en sí mismo, es de su naturaleza, como imagen que es de Dios, y en esta realidad se basa su dignidad.[1]

De modo que podemos decir que la naturaleza humana no es sólo humana;  no es sólo materia, porque en ella está impresa la marca de Dios, que le insufló su espíritu, para usar las palabras del Génesis, 2, 7 en la creación del hombre. Esa marca divina, que le permite compartir la vida divina,  hace al ser humano distinto de las demás criaturas.

Esto tiene que tener consecuencias en la vida del hombre. Cuando, los que toman decisiones en que se compromete la vida,  la dignidad o el derecho de las personas, como son los casos de la vida de los no nacidos o de los ancianos y enfermos; cuando se toman medidas laborales o económicas que afectan la vida digna, – cuando las personas que toman esas decisiones, – no tienen en cuenta la relación del hombre con Dios, tratan al hombre como si perteneciera a un nivel inferior. Se llevan por delante sus derechos; niegan o hacen caso omiso de la realidad de lo que es el ser humano, elevado por Dios a una dignidad más alta que las demás criaturas. El hombre no es solamente un ser vivo como los animales o las plantas, ni mucho menos como una máquina. No se le puede dar el trato de los demás seres vivos, ni menos el de las máquinas.

Decisiones y conciencia

Dicen los no creyentes que ellos basan sus decisiones en lo que les dicta su conciencia; su propia conciencia es su referencia final; y entonces, no tienen la capacidad de mirar más allá del plano puramente material. Los creyentes apoyamos nuestras decisiones también en lo que nos dicta la conciencia, pero nuestra conciencia  tiene una instancia superior, en esa voz interior que nos habla  sabemos que está la voz de Dios. [2]

El Catecismo nos dice que El hombre prudente, cuando escucha la conciencia moral, puede oír a Dios que le habla (N° 1777). El Catecismo cita dos fuentes que hablan de la conciencia moral, como de esa voz de Dios que nos habla desde nuestro interior. Cita a San Agustín que dice: Retorna a tu conciencia, interrógala… retornad, hermanos, al interior, y en todo lo que hagáis mirad al Testigo, Dios.[3] La otra cita es del Cardenal Newman, en carta al duque de Norfolk, a quien dice:

La conciencia es una ley de nuestro espíritu, pero que va más allá de él, nos da órdenes, significa responsabilidad y deber, temor y esperanza… La conciencia es la mensajera del que, tanto en el mundo de la naturaleza como en el de la gracia, a través de un velo nos habla, nos instruye y nos gobierna. La conciencia es el primero de todos los vicarios de Cristo.[4]

El hombre así sea inconscientemente, es religioso

Las personas que defienden su punto de vista de no creyentes, – en decisiones como la eutanasia, – con el argumento de que los creyentes no podemos imponer nuestros puntos de vista a los no creyentes, acaban imponiéndonos, ellos sí, a la mayoría, su pensamiento que ignora a Dios. Esa actitud de los no creyentes no es coherente, sobre todo si se tiene en cuenta que la experiencia demuestra que la religiosidad del hombre es universal.

A este respecto dice Víctor Frankl, el reconocido médico, neurólogo, fundador de la logoterapia: habría incluso que reconocer el hecho de que originariamente  el hombre es religioso, ha permanecido religioso a través de la historia, y sólo en los últimos decenios, o siglos, si bien no ha desaparecido, la religiosidad se ha diluido. No ha desaparecido, pues, inconscientemente, el hombre todavía sigue siendo religioso.[5] De modo que, aunque algunos duden de esa aseveración, ser religioso, creer en que hay una relación del hombre con Dios, es lo universal, porque el hombre así sea inconscientemente, es religioso.

 

Ser  igual a Dios

Dios creó al hombre a imagen suya, como un proyecto de su amor; quiso participarnos su vida. Nuestra relación con Él, después del pecado original, es de hijos rescatados, redimidos, porque al proyecto divino original, el hombre le dijo: no. Le pareció que él se bastaba, que no necesitaba a Dios, que él podía ser  igual a Dios.

Para rescatarnos, envió Dios a su Hijo Unigénito, Dios, que se hizo como uno de nosotros, vivió una vida humana como la nuestra, menos en el pecado,  y con su muerte y resurrección nos devolvió el derecho a la vida divina. Al hacerse Carne, es decir Persona Humana, el Verbo, el Hijo de Dios, devolvió a la humanidad su dignidad, la posibilidad de que participemos de la vida divina, y nos dejó el encargo de comunicar a todos los hombres la Buena Noticia, de que con su vida, muerte y resurrección, el mundo volvió a adquirir el vínculo con Dios, que se había roto por el pecado.[6]

La Doctrina Social de la Iglesia no ofrece soluciones técnicas

Estamos ampliando la reflexión sobre la relación de la D.S.I.,  con la misión de la Iglesia que es Evangelizar, y su diferencia con las ciencias que tratan del hombre en el plano puramente natural. Hemos visto que cuando la Doctrina Social interviene en el terreno de la economía o de la política, no lo hace para ofrecer soluciones técnicas, -ese no es su campo, – sino para formar nuestra conciencia, para orientarnos, para ofrecernos principios de reflexión, criterios de juicio, directrices de acción, en defensa de la persona, de la familia, de la sociedad, de acuerdo con los planes que sobre el hombre,  Dios nos ha dado a conocer.

La misión de la Iglesia es evangelizar, que es lo mismo que construir el Reino. Por la fuerza de la evangelización, se pretende conseguir la transformación de la sociedad; la transformación de los valores que dominan hoy al mundo y le hacen tanto daño. Por la fuerza del Evangelio se quiere pasar de esos valores vacíos,  efímeros, perecederos; dar el salto a los valores trascendentes, permanentes, eternos, que conducen a un cambio en los modelos de vida, que hoy son modelos egoístas, basados en una concepción de este mundo perecedero, como si fuera lo único existente, como si fuera el fin último; de esos modelos de vida que envejecen pronto, – cambiar al modelo eternamente joven de Jesucristo, Dios y también hombre perfecto, que es camino, verdad y vida.[7]

Las ciencias del hombre no pueden prescindir de Dios

Y volviendo a las ciencias del hombre, las ciencias no pueden prescindir de Dios, si están al servicio del hombre, porque acaban actuando contra el hombre,  como Dios lo diseñó. Y no pueden tratar los científicos o los filósofos no creyentes, de impedir que el hombre busque a Dios o de vivir de acuerdo con su fe, porque ellos, científicos o filósofos, no creen. Es como si un ciego pretendiera impedir que, una persona que tiene el sentido de la vista, utilice sus ojos. Los creyentes vemos donde el ateo o el agnóstico no ven. Ojalá algún reciban la gracia de ver. Tenemos que respetar su ausencia de fe, que es un don que se recibe gratuitamente, se acepta o se rechaza, y ellos, a su vez, tienen que respetar nuestro estado de creyentes, que lo somos por la gracia de Dios.

Los no creyentes tienen que tomar en serio la totalidad de lo humano. De lo humano forman parte su búsqueda de Dios, su relación con Él, el seguimiento de los caminos que nos indica su Palabra.[8]

Pisan terreno de Dios…

Las actitudes y posturas de las personas que toman decisiones que afectan al hombre como ser trascendente, -es decir como ser que no es sólo terreno, material, suelen ser posturas más políticas que científicas, más de respaldo a grupos o a personas que con sustento científico, y no sé si esas personas siempre caen en la cuenta, de que, aunque pretendan ignorarlo, se meten en el terreno de Dios. Estoy pensando en proyectos de ley como el de la eutanasia. El que lo ignoren, no quiere decir que no pisen terreno de lo divino, de lo trascendente.  A ver si logro explicarme: los promotores de leyes que afecten al hombre, en su dignidad, en su salud, en su vida, en sus derechos, se deberían preguntar si aceptan a Dios con todas sus consecuencias o no. Es la coherencia, que en los documentos de los últimos años, la Iglesia nos pide con insistencia a los cristianos.

La tentación moderna: aceptar a Dios a medias

Aceptar a Dios a medias o prescindir de él en la vida práctica es la tentación moderna. El Papa Ratzinger, en su libro Jesús de Nazaret, hace una reflexión muy interesante sobre las tentaciones de Jesús. Dice que el núcleo de toda tentación es apartar a Dios que, ante todo lo que parece más urgente en nuestra vida, pasa a ser algo secundario, o incluso superfluo y molesto. Poner orden en nuestro mundo (…) nosotros solos, sin Dios, contando únicamente con nuestras propias capacidades, reconocer como verdaderas sólo las realidades políticas y materiales, y dejar a Dios de lado como algo ilusorio, ésta es la tentación que nos amenaza de muchas maneras.

¿No es eso lo que pasa en nuestra sociedad hoy? Ante situaciones personales o sociales se toman decisiones prescindiendo de Dios. Se abre un paréntesis entre uno y Dios. Se pone un límite a Dios; como si le dijéramos: aquí no entres, Señor, esta es propiedad privada.

No voy a poner ejemplos específicos, porque puedo ser injusto, pero todos los conocemos en personas cercanas, o en nosotros mismos. No importa lo que Dios haya establecido; es mi urgencia personal la que cuenta. Y claro, la tentación no se presenta como algo condenable. No, se presenta bajo la apariencia de algo bueno o de algo neutro  o de algo, por lo menos aceptado socialmente. A este propósito observa Benedicto XVI en su libro Jesús de Nazaret:

Es propio de la tentación  adoptar una apariencia moral: no nos invita directamente a hacer el mal, eso sería muy burdo. Finge mostrarnos lo mejor: abandonar por fin lo ilusorio y emplear eficazmente nuestras fuerzas en mejorar el mundo. Además, se presenta con la pretensión del verdadero realismo. Lo real es lo que se constata: poder y pan.[9] Ante ello, las cosas de Dios aparecen irreales, un mundo secundario que realmente no se necesita.[10]

Con ese tipo de excusas se toman decisiones personales o públicas  que no siguen el orden querido por Dios. Con la excusa de crear puestos de trabajo, se rebaja el salario de los que menos devengan, por ejemplo.  Con la excusa de extender los servicios de salud a un mayor número de personas, se convierte ese servicio en un negocio. Cuando se irrespeta al ser humano, no se tiene en cuenta lo que su Creador quiere de él. Hoy se trata de resolver los problemas del mundo, prescindiendo de Dios, de su proyecto, haciéndolo a un lado. No se tiene en cuenta si los medios que se utilizan están de acuerdo con Dios, con su proyecto del hombre. Queremos resolver los problemas solos, sin Dios y aun contra Él. Primero está la satisfacción de mi necesidad, de mi interés o de mi deseo… ¿No tendrá que ver esto con las excusas para el divorcio, la aceptación de actos homosexuales y otras conductas aceptadas “socialmente”?


  Al tratar sobre el hombre, las ciencias del hombre (la  sociología, la antropología social, la ciencia política), se tienen que encontrar con la Doctrina Social de la Iglesia, que nos enseña cómo se espera que sean las relaciones entre los hombres y con el universo, de acuerdo con el proyecto concebido por Dios. Cuando se trata del hombre, no se puede prescindir de su relación con Dios o se trata el tema recortado, incompleto.

La imagen del hombre horizontal, vacío, sin trascendencia

La Iglesia hace esfuerzos por entrar en diálogo con el mundo en que vive el hombre; con el mundo científico, con el mundo político, con el mundo de la cultura, pero tiene que vencer obstáculos que parecen, hoy, insalvables. Sobre todo obstáculos como las interferencias, que nos convierten en sordos, por el alto volumen de lo que gritan por todas partes, en defensa de los antivalores o porque se impide, ignorándola, la difusión de la verdad del Evangelio. ¿Cómo hacerse oír, si los poderosos dominan las comunicaciones y no les interesa que se conozca el pensamiento cristiano? Hoy se pretende vender la imagen del hombre horizontal, vacío, sin trascendencia, cuyo interés es sólo la tierra. Un horizonte así de estrecho, sólo el Evangelio lo puede abrir a la esperanza.

 El hombre recibe el Amor de Dios en la totalidad de su ser

Y pasemos por fin al N° 65 del Compendio de la D.S.I., que después de lo que hemos estudiado es un cierre magnífico de las ideas sobre las cuales  hemos reflexionado en los números anteriores, sobre la Evangelización y la Misión de la Iglesia. El título del tema que acabamos de estudiar es Fecundar y fermentar la sociedad con el Evangelio. Oigamos cómo concluyen estas ideas con el N° 65:

La Redención comienza con la Encarnación, con la que el Hijo de Dios asume todo lo humano, excepto el pecado, según la solidaridad instituida por la divina Sabiduría creadora, y todo lo alcanza en su don de Amor redentor.El hombre recibe este Amor en la totalidad de su ser: corporal y espiritual, en relación solidaria con los demás. Todo el hombre —no un alma separada o un ser cerrado en su individualidad, sino la persona y la sociedad de las personas— está implicado en la economía salvífica del Evangelio. Portadora del mensaje de Encarnación y de Redención del Evangelio, la Iglesia no puede recorrer otra vía: con su doctrina social y con la acción eficaz que de ella deriva, no sólo no diluye su rostro y su misión, sino que es fiel a Cristo y se revela a los hombres como « sacramento universal de salvación ».[11] Lo cual es particularmente cierto en una época como la nuestra, caracterizada por una creciente interdependencia y por una mundialización de las cuestiones sociales.

Dios mediante, en la próxima reflexión seguiremos con el siguiente título del Compendio de la D.S.I., que es Doctrina social, evangelización y promoción humana, y ocupa los números 66 a 69. Vamos a ver que esta parte es una ampliación y profundización del tema que hemos venido estudiando en los últimos programas, sobre el papel de la Iglesia en la sociedad, por medio de su Doctrina Social.

Fernando Díaz del Castillo Z.

 

Escríbanos a: reflexionesdsi@gmail.com

 

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[1]  Como leímos en las palabras profundas de Juan Pablo II en su encíclicaDives in misericordia”, 1: la manifestación del hombre en la plena dignidad de su naturaleza  no puede tener lugar sin la referencia — no sólo conceptual, sino también íntegramente existencial — a Dios.

[2] Cf Víctor Frankl, Pinchas Lapide,  Búsqueda de Dios y sentido de la vida, Diálogo entre un teólogo y un psicólogo, Herder, 2005.,  Pg 58. Trata allí Frankl sobre las dos dimensiones en que se mueven el creyente y el psicoterapeuta.

[3] S. Agustín, ep. Jo. 8,9

[4] Newman, carta al duque de Norfolk, 5

[5] Cf Víctor Frankl, Pinchas Lapide,  Opus cit. Pg 59

[6] Juan Pablo II, Redemptor hominis, 8, Compendio de la D.S.I. 64

[7] Tomado de la Reflexión 71, del 27 de septiembre 2007

[8] En diálogo con Víctor Frankl, el teólogo judío Pinchas Lapide se pregunta: ¿Acaso con frecuencia no se echa de menos que el médico tome en serio la totalidad de lo humano, de la que también forman parte la búsqueda de Dios, el deseo de sentido y la tendencia a ser mejores?, Pg 83 de la obra citada.

[9]Recordemos la primera tentación: “Si eres Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en pan, Mt 4,3

[10] Joseph Ratzinger-Benedicto XVI, Jesús de Nazaret, Planeta, Pg 52s

[11] Concilio Vaticano II, Const. Dogm. Lumen gentium, 48

Reflexión 79 Noviembre 22 2007

 

Compendio de la D.S.I. N° 64 (II)

La dimensión divina del ser humano no se puede ignorar cuando se trata de resolver los problemas de la convivencia humana. – Cuando se viven los valores del Evangelio se vive una vida auténticamente humana. – Las soluciones ateas a los problemas de la sociedad son incompletas e injustas. – Quien excluye a Dios de su vida no vive la realidad completa.

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Las Reflexiones que se publican aquí son originalmente programas transmitidos por Radio María de Colombia. Puede escucharlos los jueves a las 9:00 a.m., hora de Colombia, en las siguientes frecuencias en A.M.:

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Estas Reflexiones se basan en el libro Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, publicado por el Pontificio Consejo Justicia y Paz. Esa es la doctrina social católica oficial.

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La Iglesia existe para Evangelizar

Estamos estudiando el capítulo 2° del Compendio de la D.S.I., que trata sobre la Misión de la Iglesia y la Doctrina Social. En la reflexión anterior estudiamos el N° 64. Vamos a dedicar la reflexión de hoy a ampliar y profundizar en su contenido. Aprendimos allí que la Iglesia, con su doctrina social, no sólo no se aleja de la propia misión, sino que es estrictamente fiel a ella.

 

Ya nos habíamos detenido en el estudio de la misión de la Iglesia. Podríamos repasar las Reflexiones 51-53, que estudian el tema de Designio de Dios y Misión de la Iglesia, en los N° 49-51 del Compendio de la D.S.I. Si queremos ampliar y profundizar nuestro conocimiento sobre la misión de la Iglesia, no podemos dejar de estudiar la exhortación apostólica Evangelii nuntiandi, de Pablo VI.[1] Dice Pablo VI que la tarea de la evangelización de todos los hombres  constituye la misión esencial de la Iglesia, y añade el Papa, que la Iglesia existe para evangelizar.

Evangelizar, llevar las verdades del Evangelio, llevar la Buena Nueva del Reino al hombre, – para lo cual existe la Iglesia, – es una contribución a la sociedad, pues si en ella se actuara según los valores del Evangelio, sus miembros vivirían una vida digna, donde reinarían la justicia y el amor. Sería esta vida terrenal un preámbulo de nuestro destino final, cuando lleguemos a compartir la vida eterna con Dios. Nuestra tarea como bautizados debe ser colaborar en la construcción de la Ciudad de Dios.


La Iglesia tiene siempre presente que el hombre, – todos los seres humanos, – estamos confiados a su solicitud, porque cada hombre ha sido comprendido en el misterio de la Redención- en palabras de Juan Pablo II – y con cada uno se ha unido Cristo.[2]

Sin duda alguna, la concepción que la Iglesia tiene de la persona humana es infinitamente superior a la de los no creyentes. No concibe la Iglesia al hombre como el resultado de la evolución de una materia bien organizada solamente, pero destinada a desaparecer del todo un día; sino que, gracias a la Revelación, la Iglesia conoce al hombre completo, cuerpo y espíritu, creado por Dios con un proyecto de eternidad.

Cuidar del hombre es cuidar de la sociedad

Para comprender la misión de la Iglesia, que es cuidar del hombre, volvamos a leer estas palabras de Juan Pablo II en la encíclica Redemptor hominis :

Cuidar del hombre significa, por tanto,  para la Iglesia,  velar también por la sociedad en su solicitud misionera y salvífica. La convivencia social a menudo determina la calidad de vida  y por ello  las condiciones en las que cada hombre y cada mujer  se comprenden a sí mismos y deciden acerca de sí mismos y de su propia vocación. Por esta razón, la Iglesia no es indiferente a todo lo que en la sociedad se decide, se produce y se vive,  a la calidad moral, es decir, auténticamente humana y humanizadora, de la vida social. La sociedad  y con ella la política, la economía, el trabajo, el derecho, la cultura  no constituyen un ámbito meramente secular y mundano, y por ello marginal y extraño al mensaje y a la economía de la salvación. La sociedad, en efecto, con todo lo que en ella se realiza, atañe al hombre. Es esa la sociedad de los hombres, que son« el camino primero y fundamental de la Iglesia ».[3]

Calidad moral es calidad de vida

En nuestra reflexión anterior comprendimos que es un deber de la Iglesia presentar su Doctrina Social, porque es parte esencial de las enseñanzas del Evangelio. La misión de la Iglesia no es una misión política ni económica, sino que tiene que ver con la redención y la salvación del hombre; es una misión del orden sobrenatural. Pero, como lo dijo también Juan Pablo II y nos lo enseñó el Concilio Vaticano II en Gaudium et spes, el hombre que hay que salvar es el hombre concreto, real, histórico. Nosotros, de carne y hueso, que vivimos en esta sociedad, – que si vive los valores del Evangelio, – nos hará posible vivir una vida de calidad moral, que es lo mismo que una vida auténticamente humana, como acabamos de leer.

La Doctrina Social, entonces, nos orienta hacia la salvación del hombre, por ser parte de la Evangelización; la salvación del hombre integral y de todos los hombres, como lo estudiamos en el N° 38 del Compendio de la D.S.I.: La salvación que, por iniciativa del Padre, se ofrece en Jesucristo y se actualiza y difunde por obra del Espíritu Santo, es salvación para todos los hombres y de todo el hombre: es salvación universal e integral.

En el ámbito de la teología moral

Es muy importante que ubiquemos la D.S.I. en el terreno que le corresponde, porque se puede confundir con una ciencia social más, como la sociología, la antropología o la ciencia política. Con todas las ciencias sociales tiene que ver la D.S.I., porque son ciencias que se refieren al hombre, pero el campo de la D.S. no es el hombre terrenal solamente. En el Compendio la Iglesia nos enseña que la Doctrina Social es parte de la teología, y más específicamente de la teología moral. Sus bases, como insistimos siempre, son la Sagrada Escritura, la Tradición y el Magisterio.

Esta precisión se la debemos especialmente a Juan Pablo II. [4] Fue enorme su aporte al avance de la D.S.I. Tomó el Papa la Constitución pastoral Gaudium et spes como punto de partida, y a lo largo de su pontificado fue haciendo una catequesis profunda de ella. Los expertos hacen énfasis en el análisis del Santo Padre, de los números 22 y 24 de la Gaudium et spes, en los que se afirma que Cristo revela plenamente el sentido del hombre al hombre y que el hombre es la única criatura que Dios ha amado por sí misma. (…).[5]

Jesucristo, centro del cosmos y de la historia

El tema del hombre fue uno de los preferidos por Juan Pablo II. Tendríamos que estudiarlo a lo largo de sus muchos documentos, para alcanzar algún conocimiento de la antropología cristiana, es decir para comprender al hombre desde la visión cristiana. El hombre no se puede entender sin tener en cuenta a Jesucristo, el Hombre perfecto. Es interesante observar, que la primera encíclica de Juan Pablo II, fue la Redemptor hominis, que comienza en español con las palabras: El Redentor del hombre, Jesucristo, es el centro del cosmos y de la historia.

Nos viene bien recordar estas verdades, cuando celebramos la festividad de Jesucristo Rey del Universo, cuando la liturgia nos  invita a reflexionar en el hecho de que nuestro Señor ocupa el centro de la historia humana: Él es — como nos recuerda el libro del Apocalipsis — “el Alfa y la Omega… Aquel que es, que era y que va a venir, el Todopoderoso” (Ap 1, 8).[6]

Una encíclica dedicada a la verdad sobre el hombre

Me llama la atención que la encíclica Redemptor hominis, que como dicen sus primeras palabras, trata de Jesucristo, centro, punto de referencia del hombre, del cosmos y de la historia, no se cite siempre entre los documentos de la D.S.I. Sí lo hace el Compendio. Creo que en los libros que ofrecen los documentos sociales de la Iglesia, – entre los documentos sociales de Juan Pablo II, – la encíclica Redemptor hominis debería estar cronológicamente de primera, antes de Laborem exercens,- sobre el trabajo humano. Él mismo Sumo Pontífice, en su encíclica Dives in misericordia, describe a Redemptor hominis, como una encíclica sobre el hombre.[7] Leamos un fragmento del N° 1 de Dives in misericordia, (Rico en misericordia) que nos clarifica estas ideas sobre el pensamiento de Juan Pablo acerca del hombre:

Siguiendo las enseñanzas del Concilio Vaticano II y en correspondencia con las necesidades particulares de los tiempos en que vivimos, he dedicado la Encíclica Redemptor Hominis a la verdad sobre el hombre, verdad que nos es revelada en Cristo, en toda su plenitud y profundidad. Una exigencia de no menor importancia, en estos tiempos críticos y nada fáciles, me impulsa a descubrir una vez más en el mismo Cristo el rostro del Padre, que es «misericordioso y Dios de todo consuelo». Efectivamente, en la Constitución Gaudium et Spes leemos: «Cristo, el nuevo Adán…, manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la sublimidad de su vocación»: y esto lo hace «en la misma revelación del misterio del Padre y de su amor». Las palabras citadas son un claro testimonio  de que la manifestación del hombre en la plena dignidad de su naturaleza  no puede tener lugar sin la referencia — no sólo conceptual, sino también íntegramente existencial — a Dios. El hombre y su vocación suprema  se desvelan en Cristo mediante la revelación del misterio del Padre y de su amor.

Por esto mismo, es conveniente ahora que volvamos la mirada a este misterio: lo están sugiriendo múltiples experiencias de la Iglesia y del hombre contemporáneo; lo exigen también las invocaciones de tantos corazones humanos, con sus sufrimientos y esperanzas, sus angustias y expectación. Si es verdad que todo hombre es en cierto sentido la vía de la Iglesia — como dije en la encíclica Redemptor Hominis—, al mismo tiempo el Evangelio y toda la Tradición  nos están indicando constantemente  que hemos de recorrer esta vía con todo hombre, tal como Cristo la ha trazado, revelando en sí mismo al Padre junto con su amor. En Cristo Jesús, toda vía hacia el hombre, cual le ha sido confiado de una vez para siempre a la Iglesia  en el mutable contexto de los tiempos, es simultáneamente un caminar al encuentro con el Padre y su amor. El Concilio Vaticano II ha confirmado esta verdad según las exigencias de nuestros tiempos.

Esta ampliación y profundización sobre el sentido de la D.S.I. es muy importante. Si comprendemos el concepto cristiano del hombre, – eso es la antropología cristiana, la antropología teológica, – podremos comprender mejor el ámbito de la D.S.I. como parte de nuestra fe.

Aunque en teoría aceptemos que la Doctrina Social es parte de nuestra fe, no de la ciencia política, – por ejemplo, – a veces nos sentimos tentados a pedir a la Iglesia que intervenga directamente por fuera de su campo; otras veces por el contrario, se quejan algunos porque interviene en un terreno que les parece no le es propio. No siempre hay claridad sobre cuándo y dónde debe intervenir la Iglesia, si se trata de la vida política y, quién lo creyera, también se trata de cerrarle el paso cuando interviene en conflictos con la ética. Lo vemos en las discusiones en épocas electorales y de cambios en las estructuras de las naciones, como está ocurriendo en estos días en Venezuela o cuando se discuten temas que tocan la moral natural como el aborto, la eutanasia y la familia o cuando la Iglesia expone sus críticas al marxismo y al capitalismo. Es éste un tema que ya hemos tratado antes y sin duda volveremos a tratar más adelante.

El hombre integral, terreno común de las ciencias sociales

Hemos visto, entonces, que la doctrina social de la Iglesia es parte de nuestra fe; no es una doctrina filosófica, no es sociología ni ciencia política ni economía; pero como la ética, – que es parte de la filosofía,- como la sociología, la economía y la política, tienen que ver con el hombre, en alguna forma la ética, la sociología, la economía y la política, -también la psicología, – se tienen que encontrar con lo religioso, en su terreno común que es el hombre, porque lo religioso es esencial en el hombre. La relación del hombre con Dios no puede dejar de aparecer, porque el hombre la lleva en sí mismo, como imagen que es de Dios, y en esta realidad se basa su dignidad. O mejor, como leímos hace un momento en las palabras profundas de Juan Pablo II en su encíclica Dives in misericordia: la manifestación del hombre en la plena dignidad de su naturaleza no puede tener lugar sin la referencia — no sólo conceptual, sino también íntegramente existencial — a Dios.

Al tratar sobre el hombre, las ciencias del hombre (la sociología, la antropología, la ciencia política), se tienen que encontrar con la Doctrina Social de la Iglesia, que nos enseña cómo se espera que sean las relaciones entre los hombres y con el universo, de acuerdo con el proyecto concebido por Dios. Cuando se trata del hombre, no se puede prescindir de su relación con Dios o se trata el tema recortado, incompleto.

Cuando estudiamos el N° 20 del Compendio, [8] vimos que en nuestro estudio de la D.S.I. se trata un asunto de enorme alcance, pues la D.S. es la reflexión de la Iglesia, a través del tiempo, sobre lo que nos enseña la Sagrada Escritura, acerca del hombre y de su relación con Dios, con sus hermanos y con la naturaleza. Esa reflexión de la Iglesia, sobre la doctrina que aparece en la Sagrada Escritura, se nos ha ido haciendo explícita en los escritos y predicación de los Padres y doctores de la Iglesia, en los documentos de los Concilios y de los Papas.

El objetivo principal de la D.S.I

El aporte de Juan Pablo II en la clarificación de la naturaleza de la D.S.I. fue notable. Recordemos su encíclica Sollicitudo rei socialis, en el vigésimo aniversario de la Populorum progressio, donde afirma que el objetivo principal de la D.S.I., es interpretar las complejas realidades de la vida del hombre en la sociedad, examinar su conformidad o diferencia con lo que el Evangelio enseña acerca del hombre y de su vocación terrena y a la vez trascendente, para orientar en consecuencia su conducta cristiana.[9]

Cuando estudiamos la D.S.I., no nos podemos quedar sólo en la formulación de teorías; es indispensable llegar a la práctica, porque el mensaje social del Evangelio no es considerado una teoría por la Iglesia, sino, como Juan Pablo II dice en la encíclica Centesimus annus, en el N° 57, El mensaje social del Evangelio es un fundamento y un estímulo para la acción. El Santo Padre invoca allí el ejemplo de los primeros cristianos, de los monjes, religiosos y religiosas y hombres y mujeres de todas las clases sociales, que a través de los siglos no dejaron El Evangelio en sus vidas como un piadoso deseo, sino como compromisos concretos de vida.[10]

Algunos de los ejemplos concretos que el Santo Padre menciona, del Evangelio llevado a la acción, son: la distribución de los bienes a los pobres por algunos de los primeros cristianos, los monjes que se dedicaron al cultivo de la tierra, la fundación de hospitales y asilos para los pobres y el compromiso de hombres y mujeres a favor de los necesitados y marginados.

Compromiso hasta el martirio

A este propósito, debemos citar a la Conferencia Episcopal de Aparecida, Brasil, que nos habla sobre el compromiso de la Iglesia con los pobres, en el N° 396. Podemos estudiar todo el Capítulo 8° sobre El Reino de Dios y la Promoción de la Dignidad Humana. Leamos unas líneas del  N° 396:

Nos comprometemos a trabajar para que nuestra Iglesia Latinoamericana y Caribeña  siga siendo, con mayor ahínco, compañera de camino de nuestros hermanos más pobres, incluso hasta el martirio.

No son palabras vanas. Una de las publicaciones del Martirologio Latinoamericano, nombra a más de 60 mártires que, en Colombia solamente, dedicaron su vida y no pocos de ellos murieron, en la lucha por la Vida, por la Dignidad y por la Justicia.

Volviendo a Juan Pablo II, en el N° 55 de la encíclica Centesimus annus nos hace una enorme claridad sobre el sentido de la D.S.I. Nos enseña que la Iglesia conoce al hombre de modo integral, al hombre verdadero, porque por la Revelación divina conoce al hombre en su relación con Dios. Es que la dimensión divina del hombre no se puede ignorar cuando se trata de resolver los problemas de la convivencia humana. Las soluciones ateas y agnósticas toman al hombre recortado, lo privan de una parte esencial, como es su relación con Dios. Claro, a un hombre incompleto, sólo materia, con un fin sólo terrenal, le caben soluciones parciales, pero se quedan en eso: en soluciones parciales, que acaban siendo injustas con el hombre.

Sin Dios, caminos equivocados y recetas destructivas

Es oportuno citar aquí esta frase de Benedicto XVI en el discurso inaugural de Aparecida: quien excluye a Dios de su horizonte falsifica el concepto de realidad y, en consecuencia, sólo puede terminar en caminos equivocados y con recetas destructivas.[11]

El N° 64 del Compendio, que estamos estudiando nos llevó a profundizar más en este tema, cuando nos explicó que la misión confiada a la Iglesia es de orden sobrenatural, pues se trata de comunicar a los hombres la redención; pero nos advierte que esta misión de comunicar la redención a los hombres, no fija un límite como si el campo sobrenatural fuera exclusivamente el único confiado a la acción de la Iglesia.

Nos hemos detenido en este punto, porque es fundamental que nos quede claro. Volvamos a leer despacio las palabras mismas del Compendio en el N° 64, que dice:

Esta dimensión no es expresión limitativa, sino integral de la salvación.[12] Lo sobrenatural no debe ser concebido como una entidad o un espacio que comienza donde termina lo natural, sino como la elevación de éste, de tal manera que nada del orden de la creación y de lo humano  es extraño o queda excluido  del orden sobrenatural y teologal de la fe y de la gracia, sino más bien es en él  reconocido, asumido y elevado.

Y estas palabras sobre el papel de Jesucristo:

« En Jesucristo, el mundo visible, creado por Dios para el hombre (cf. Gn 1,26-30) —el mundo que, entrando el pecado, está sujeto a la vanidad (Rm 8,20; cf. ibíd., 8,19-22)—, adquiere nuevamente el vínculo original  con la misma fuente divina de la Sabiduría y del Amor. – En Jesucristo, el mundo vuelve a adquirir el vínculo original con Dios. – En efecto, “tanto amó Dios al mundo que le dio su unigénito Hijo (Jn 3,16)”. Así como en el hombre-Adán este vínculo quedó roto, así en el Hombre-Cristo ha quedado unido de nuevo (cf. Rm 5,12-21) ».[13]

En nuestras reflexiones de la semana pasada comprendimos que la misión de la Iglesia tiene una dimensión sobrenatural, porque maneja, distribuye, los medios que Jesucristo nos dejó para nuestra salvación: nos comunica al Espíritu Santo, por medio de los sacramentos, nos comunica la Palabra…Pero comunica estos medios a seres humanos, que vivimos en el mundo terrenal, unidos a la materia; que, si es claro que somos trascendentes, destinados a una vida eterna, no es menos cierto que también somos, y que por ahora dependemos también, de la materia: necesitamos el aire, el agua, el alimento; nos afecta el clima, las medidas económicas y políticas que toman los gobiernos y las organizaciones que manejan los mercados. No se puede separar de manera tajante, en el hombre, lo sobrenatural de lo natural. Hemos visto que la miseria, por ejemplo, puede dificultar la salvación… Es necesario, pues, considerar al hombre íntegro, completo, espíritu y materia. Por eso nos explica la Iglesia, como acabamos de leer, que Lo sobrenatural no debe ser concebido como una entidad o un espacio que comienza donde termina lo natural.

 

Cuando estudiamos el N° 20 del Compendio, reflexionábamos que, la orientación que se imprima a la existencia, a la convivencia social y a la historia; es decir la orientación que se imprima a la vida y a la sociedad, depende en gran parte, de las respuestas que se den a los interrogantes sobre el lugar del hombre en la naturaleza y en la sociedad. Si Dios está ausente de la relación entre los hombres, esa sociedad será muy distinta, -será inferior en calidad – a la sociedad que se oriente con base en los planes de Dios.

Fernando Díaz del Castillo Z.

Escríbanos a: reflexionesdsi@gmail.com

Nos gustaría saber si este‘blog’ le es útil y sus sugerencias para mejorar serán bienvenidas.

 


 

[1] En el N° 14 cita Pablo VI la declaración de los padres sinodales al final de la asamblea de 1974: “Nosotros queremos confirmar una vez más que la tarea de la evangelización de todos los hombres constituye la misión esencial de la Iglesia. Más adelante dice, en el mismo N°: Ella existe para evangelizar…

[2] Juan Pablo II, Redemptor hominis, 14

[3] Juan Pablo II, ibidem

[4] Cf Sergio Bernal Restrepo, S.J. Novedad del discurso social de Juan Pablo II, donde trata con claridad y profundidad la contribución de este Papa a la D.S.I., en Notes et Documents, Institute Internacional Jacques Maritain, N° 2, Mai – Septembre 2006. Se puede encontrar en internet.

[5] Ibidem

[6] Cr Juan Pablo II, Ángelus el Domingo 24 de noviembre de 1991, Solemnidad de Jesucristo, Rey del universo.

[7] Dives inmisericordia, 1.

[8] Véase las Reflexiones 6 y 7 en este mismo ‘blog’

[9] Cf Sergio Bernal Restrepo, S.J. opus cit.

[10] Juan Pablo II cita allí expresamente las palabras de Mt 25,40: Cuantas veces hagáis estas cosas a uno de mis hermanos más pequeños, me lo habéis hecho a mí.

[11] Benedicto XVI, discurso de inauguración, 3 y documento Aparecida, 405.

[12] Cf Pablo VI, Exh. Ap. Evangelii nuntiandi, 9.30: AAS 68 (1976) 10-11. 25-26; Juan Pablo II, Discurso a la II Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, Puebla (28 de enero de 1979), III/4-7: AAS 71 (1979) 199-204; Congregación para la Doctrina de la Fe, Instr. Libertatis conscienta, 63-64.80: AAS 79 (1987) 581-582. 590-591.

[13] Juan Pablo II, Carta enc. Redemptor hominis, 8: AAS 71 (1979) 270

Reflexión 78 Noviembre 15 2007

Compendio de la D.S.I. N° 64

El mundo del ser humano elevado al nivel sobrenatural

 

Las Reflexiones que se publican aquí son originalmente programas transmitidos por Radio María de Colombia. Usted puede escucharlos los jueves a las 9:00 a.m., hora de Colombia, en las siguientes frecuencias en A.M.:

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En la columna azul, a la derecha, en “Categorías”, encuentra en orden todos los programas, según la numeración del libro “Compendio de la D.S.I.” Con un clic usted elige. Este libro fue preparado por el Pontificio Consejo Justicia y Paz. Es la doctrina social católica oficial. Los invito a comensar el estudio desde el programa OO1.


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La sociedad que soñamos. No existe ningún proyecto político de alcances semejantes

 

 

Estamos estudiando el capítulo 2° del Compendio de la D.S.I., que trata sobre la Misión de la Iglesia y la Doctrina Social. En la reflexión anterior terminamos de estudiar el N° 62 que completamos con la lectura del N° 63. Vimos que los cristianos, como miembros de la Iglesia por el bautismo, tenemos la misión de fecundar y fermentar la sociedad con el Evangelio; de hacer crecer en nuestra sociedad el Reino de Dios. Se trata de una maravillosa contribución del cristianismo a la sociedad. Si conseguimos que en nuestra sociedad se desarrolle el Reino de Dios, se irá transformando en la sociedad con la cual todos soñamos: una sociedad en la cual nos tratamos todos no sólo con respeto y con justicia, sino con amor de verdad; con el auténtico amor que Jesucristo instituyó como su mandamiento nuevo, como el mandamiento más importante. Regidos por el amor, nuestra sociedad haría realidad el proyecto de Dios, el Reino de justicia, de amor y de paz. No existe ningún proyecto político de alcances semejantes.

Reflexionamos antes sobre nuestra misión, nuestro papel en esa, -llamémosla aventura del Reino, –  a la que Dios nos llama. Vimos que la Conferencia de Aparecida, inspirada por el Espíritu Santo, que la guió en sus deliberaciones, nos manda a misionar, a llevar los valores del Evangelio. Nos dice que es nuestra hora de gracia.[1]

La Iglesia estrictamente fiel a su misión

 

Continuemos ahora con el N° 64, en el capítulo 2° del Compendio. Leámoslo primero completo y luego lo vamos estudiando por partes. La reflexión de la primera frase nos orientará ya para comprender mejor los dos párrafos siguientes. Leamos todo el N° 64 que dice así:

La Iglesia, con su doctrina social, no sólo no se aleja de la propia misión, sino que es estrictamente fiel a ella. La redención realizada por Cristo y confiada a la misión salvífica de la Iglesia es ciertamente de orden sobrenatural. Esta dimensión no es expresión limitativa, sino integral de la salvación.[2] Lo sobrenatural no debe ser concebido como una entidad o un espacio que comienza donde termina lo natural, sino como la elevación de éste, de tal manera que nada del orden de la creación y de lo humano es extraño o queda excluido del orden sobrenatural y teologal de la fe y de la gracia, sino más bien es en él reconocido, asumido y elevado.

 

« En Jesucristo, el mundo visible, creado por Dios para el hombre (cf. Gn 1,26-30) —el mundo que, entrando el pecado, está sujeto a la vanidad (Rm 8,20; cf. ibíd., 8,19-22)—, adquiere nuevamente el vínculo original con la misma fuente divina de la Sabiduría y del Amor. En efecto, “tanto amó Dios al mundo que le dio su unigénito Hijo (Jn 3,16)”. Así como en el hombre-Adán este vínculo quedó roto, así en el Hombre-Cristo ha quedado unido de nuevo (cf. Rm 5,12-21) ».[3]

 

Veamos ahora este N° 64 por partes, despacio; empieza con esta afirmación

 

La Iglesia, con su doctrina social, no sólo no se aleja de la propia misión, sino que es estrictamente fiel a ella.

 

Como el grano de polvo, como la gota de rocío

 

Como hemos visto, la Doctrina Social es parte de nuestra fe; se basa en la Sagrada Escritura, Palabra de Dios. El Magisterio de la Iglesia, pone a nuestro alcance la Palabra de Dios. Cuando la Iglesia propone al mundo una Doctrina Social, no hace sino cumplir con su misión, de decirnos cómo quiere Dios que sean las relaciones entre los hombres y con la naturaleza creada; cómo es el proyecto que Dios, en su infinito amor, diseñó para nosotros. Proyecto que se nos reveló en la Sagrada Escritura; proyecto que el hombre dañó al sublevarse contra su Hacedor, cuando en su soberbia pretendió ser como Él. La obra de arcilla, se quiso poner a la altura del Alfarero que la sacó de la nada y la fabricó.

 

La reacción de Dios habría podido ser borrar su proyecto, destruir con sus manos todopoderosas la obra rebelde, si Él obrara como lo hacemos nosotros con los demás.

 

¿Cómo ama Dios a sus criaturas Dios, que es inclinado a perdonar, – lo canta bellamente el Libro de la Sabiduría en el capítulo 11? Por cierto algunos de estos versículos se leen en la Eucaristía del Domingo XXI del Tiempo Ordinario. Recordémoslos:

 

21 Pues el actuar con inmenso poder siempre está en tu mano.
¿Quién podrá resistir la fuerza de tu brazo?

        22 El mundo entero es delante de ti
como un grano de polvo que apenas inclina la balanza,
como una gota de rocío matinal  que cae sobre la tierra.

       23 Tú te compadeces de todos, porque todo lo puedes,
y disimulas los pecados de los hombres
para que se arrepientan.

     24 Tú amas a todos los seres y nada de lo que hiciste aborreces ,
porque, si algo odiases, no lo hubieras creado.

    25 ¿Cómo podría subsistir una cosa que no hubieras querido?
¿Cómo se conservaría si no la hubieras llamado?

    26 Pero tú eres indulgente con todos,
porque todo es tuyo, Señor que amas la vida

 

La distancia infinita entre Dios y el hombre nos la enseña bellamente el libro de la Sabiduría, como acabamos de leeer. Nos dice que somos como un grano de polvo que apenas inclina la balanza, como una gota de rocío matinal que cae sobre la tierra. Tan diminuto es el ser humano como un grano de polvo, que apenas inclina la balanza.

 

Dios, nuestro Creador, que ama la vida, se la comunicó al hombre. ¿De dónde puede reclamar el hombre la vida? ¿Es que él se la dio a sí mismo? Al regalo de la existencia, el hombre respondió pretendiendo ser como Dios, igual a Él.

 

Eso no pasó sólo en el principio, todavía hoy el hombre pretende lo mismo: no respeta la vida de los demás (asesina sin importarle la edad ni el estado de las personas, hasta el punto de ni siquiera respetar al ser más débil, el no nacido) y va ganando terreno la insistencia en ser dueño de la propia vida, otorgando a otros la licencia de acabar con ella por medio de la eutanasia. De allí, a defender el derecho a cualquier suicidio no hay un paso muy largo y para allá van los que la promueven. Lo saben bien.


La reacción de Dios

 

Después de la rebelión de la criatura, la respuesta de Dios ¿cómo fue? ¿cómo es? Dios, lento a la cólera, pronto a perdonarnos, obró con infinito amor. Sigue obrando con infinito amor. Él, en su amor y sabiduría infinitos se ideó el modo de rehacer el proyecto; el Hijo de Dios, hecho hombre, vino a reconstruir el proyecto del Padre. Vino a salvar al hombre; a tender el puente entre la divinidad y la humanidad. El hombre había renunciado por el pecado a su destino eterno con Dios, a participar de su vida en la eternidad. El hombre caído fue redimido por el Hijo de Dios que se encarnó, se hizo hombre, murió y resucitó. Nos redimió, nos rescató del pecado y nos volvió a abrir el camino hacia la vida divina a la que estamos llamados, que es la salvación. Lo que significa la Encarnación del Hijo de Dios para el hombre es maravilloso. Sobre esto hemos reflexionado varias veces y no importa repetirlo. Es ahondar en las maravillas del amor de Dios; en lo que significa para nosotros Jesucristo.

 

En la reflexión pasada decíamos que, por la Encarnación, Dios puso la divinidad al alcance de la humanidad, en el encuentro con Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre. En Jesucristo se unen esos dos extremos, la humanidad y la divinidad; el diminuto grano de polvo, con la grandeza del Creador. Dios se puso a nuestro alcance. La humanidad fue elevada, al hacerse el Hijo de Dios uno de los suyos, uno como nosotros, pues se hizo Carne de la misma carne nuestra, nacido de mujer. Y, hay todavía más: como nos enseña San Pablo en Colosenses 1,18-20, toda la creación, no sólo el ser humano, recibió los beneficios de la redención.

 

19- pues Dios tuvo a bien hacer residir en él toda la Plenitud, 20- y reconciliar por él y para él todas las cosas, pacificando, mediante la sangre de su cruz, lo que hay en la tierra  y en los cielos.

Según los comentaristas de la Biblia de Jerusalén, Para Pablo, la Encarnación, coronada por la Resurrección, ha puesto a la naturaleza humana de Cristo no sólo a la cabeza del género humano, sino también de todo el universo creado, asociado en la salvación, como lo había estado en el pecado.[5] Las otras citas de San Pablo, al pie de esta página,  profundizan la doctrina sobre la redención de todo el universo.

 

Volvamos al N° 64 que estamos estudiando. Leamos de nuevo la primera frase: La Iglesia, con su doctrina social, no sólo no se aleja de la propia misión, sino que es estrictamente fiel a ella. Y continuemos con la siguiente: La redención realizada por Cristo y confiada a la misión salvífica de la Iglesia es ciertamente de orden sobrenatural.

 

Una misión sobrenatural para seres terrenales

 

No se trata de una misión terrenal, de una misión política ni económica, la encomendada a la Iglesia; tiene que ver con la redención y la salvación; es del orden divino. Esta primera afirmación es muy importante, si tenemos en cuenta que, como hemos visto, la doctrina social de la Iglesia es parte de nuestra fe, no es una doctrina filosófica, no es sociología ni ciencia política. Tiene que ver con las relaciones entre los hombres y con el universo, de acuerdo con el proyecto concebido por Dios. A la Iglesia, nos dice esta frase del N° 64 del Compendio, le fue confiada la misión de la redención realizada por Cristo. Tiene entonces la misión de comunicar a los hombres la redención. Una misión de orden sobrenatural.

 

Pero, oigamos lo que sigue en este mismo N° 64, porque no podemos creer que si la misión de la Iglesia es de orden sobrenatural, la Iglesia se debe limitar a actuar sólo en lo celestial, pues dice:

 

Esta dimensión no es expresión limitativa, sino integral de la salvación. Lo sobrenatural no debe ser concebido como una entidad o un espacio que comienza donde termina lo natural, sino como la elevación de éste,  (de lo natural)  de tal manera que nada del orden de la creación y de lo humano es extraño o queda excluido del orden sobrenatural y teologal de la fe y de la gracia, sino más bien es en él reconocido, asumido y elevado.

 

Esto nos pone a pensar. Estamos en un espacio de alturas sobrenaturales. La misión de la Iglesia tiene una dimensión sobrenatural porque maneja, distribuye, los medios que Jesucristo nos dejó para nuestra salvación: nos comunica la gracia por los sacramentos, nos comunica la Palabra. Y comunica estos medios a seres humanos que viven en el mundo terrenal, unidos a la materia; que,  somos trascendentes, destinados a una vida eterna, no somos sólo materia, aunque por ahora dependemos también de la materia: necesitamos el aire, el agua, el alimento; nos afecta el clima, las medidas económicas y políticas que toman los gobiernos y las organizaciones civiles. No se puede separar de manera tajante, en el hombre, lo sobrenatural de lo natural. Es necesario considerar al hombre íntegro, completo, espíritu y materia. Por eso nos explica la Iglesia, como acabamos de leer, que Lo sobrenatural no debe ser concebido como una entidad o un espacio que comienza donde termina lo natural  sino como la elevación de éste…

 

Un Hermano que es Dios

 

Ahora podemos comprender mejor lo que la Encarnación hizo a la humanidad cuando el Hijo de Dios se hizo uno de nosotros; lo que significa para nosotros, seres humanos, tener un Hermano que es Dios y es hombre; que se mezcló con nosotros, que tiene una naturaleza humana como la nuestra, que por eso pudo sufrir en su cuerpo el hambre, la sed, el maltrato físico y la muerte. Que psicológicamente sufrió el abandono de sus amigos, la traición, la tentación (no el pecado), y como es Dios, nos redimió con su muerte en la cruz y resucitó… Y esa resurrección nos señala el camino de nuestra esperanza pues como Él, también nosotros un día resucitaremos…

 

Meditar sobre esta verdad trasciende lo puramente emotivo, lo puramente sensible, pero no puede dejar de tocar nuestra sensibilidad. Si amamos a nuestra familia, a nuestros hermanos de sangre, ¿cómo no amar a nuestro Hermano Mayor, el que nos amó de modo radical, hasta el extremo?

 

La verdad completa sobre lo humano de Jesús

 

Hay corrientes de pensamiento hoy, que insisten en la humanidad de Jesucristo, porque con frecuencia se nos olvida lo cerca que está de nosotros; pero todo extremo es peligroso y se puede llegar a deformar la verdad. La verdad completa es Jesús Dios y Hombre. Jesús despojado de su carácter divino, de su unión con el Padre, – no olvidemos que es su Hijo Unigénito, – Jesús despojado de su carácter divino es irreal e inexplicable. Como dice Joseph Ratzinger, Benedicto XVI, en su libro “Jesús de Nazaret”, el verdadero centro de la personalidad de Jesús, es su unión con el Padre. “Sin esta comunión no se puede entender nada y partiendo de ella  Él se nos hace presente también hoy.”[6]

 

Sobre el lado humano de Jesús, quizás se escribe menos, es verdad, pero también se escribe. Lo han hecho los teólogos, los biógrafos, los literatos. Me llamó la atención, en el libro Jesús de Nazaret, de Joseph Ratzinger-Benedicto XVI, su reflexión sobre las Tentaciones de Cristo, antes de comenzar la vida pública. Dice Ratzinger, que después del bautismo en el Jordán, “la primera disposición del Espíritu lo lleva al desierto «para ser tentado por el diablo» (Mt 4,1). Nos llama la atención también hacia el hecho de que las tentaciones fueron precedidas por el recogimiento, por la oración. Jesús se preparó para su misión con la oración. El demonio tentó a Jesús con desviaciones de su misión, desviaciones que le presentó precisamente con la apariencia de que fueran parte del cumplimiento de la misión (como las tentaciones de soberbia, del misionero, del predicador, con la apariencia de que lo que hace es para cumplir mejor con su misión). Jesús estaba preparado.

 

A propósito de lo humano de Jesucristo, dice Benedicto XVI en su libro, que Jesús se sometió a la tentación, porque quiso descender a los peligros que amenazan al hombre, porque sólo así se puede levantar al hombre que ha caído. Jesús tiene que entrar en el drama de la existencia humana –esto forma parte del núcleo de su misión -, recorrerla hasta el fondo, para encontrar así a «la oveja descarriada», cargarla sobre sus hombros y devolverla al redil.[7]

 

Y Ratzinger continúa la reflexión sobre lo humano de Jesús, diciéndonos que El descenso de Jesús «a los infiernos» del que habla el Credo (el Símbolo de los Apóstoles) no sólo se realiza en su muerte y tras su muerte, sino que siempre fue parte de su camino: debe recoger toda la historia desde sus comienzos –desde «Adán»-, recorrerla y sufrirla hasta el fondo, para poder transformarla.

 

No sólo venció Jesús las tentaciones en el desierto; recordemos la lucha en Getsemaní y sin duda en la Cruz, cuando se sintió abandonado del Padre.

 

Y nos recuerda Benedicto XVI en su libro el sentido de la Carta a los Hebreos, que destaca con insistencia que la misión de Jesús, su solidaridad con todos nosotros (…) implica también exponerse a los peligros y amenazas que comporta el ser hombre. Cita a este propósito Ratzinger a Hb 4,15, que nos dice: No tenemos un sumo sacerdote incapaz de compadecerse de nuestras debilidades, sino que ha sido probado en todo  exactamente como nosotros, menos en el pecado.

 

¿Por qué se hizo bautizar Jesús?

 

Es muy esclarecedora también la explicación de Ratzinger sobre el bautismo en el Jordán. ¿Por qué se hizo bautizar Jesús? Jesús no necesitaba el bautismo de Juan. El Bautista predicaba la conversión; un cambio en el pensar y en el actuar y su bautismo representaba una purificación de la suciedad del pasado. ¿Por qué Jesús llegó a bautizarse como los pecadores? A partir de la cruz y de la resurrección se comprendió por qué: Jesús había cargado con la culpa de toda la humanidad; entró con ella en el Jordán. Inicia su vida pública tomando el puesto de los pecadores.[8] Jesús apareció en el Jordán como un hombre más, y el Padre lo confirmó como su Hijo, es decir como Dios. Estas palabras de Ratzinger, en el mismo libro Jesús de Nazaret nos lo explica:

 

El significado pleno del bautismo de Jesús, que comporta cumplir «toda justicia», se manifiesta sólo en la cruz: el bautismo es la aceptación de la muerte por los pecados de la humanidad, y la voz del cielo –«Este es mi Hijo amado» (Mc 3,17) – es una referencia anticipada de la resurrección[9].

 

Quizás alguien pueda pensar que nos desviamos de nuestro estudio de la Doctrina Social de la Iglesia; pero es que sin Jesucristo no se entiende nada; no se entiende la Doctrina, no se entiende el mundo. Con Él todo es claro, y de manera particular la Doctrina Social. Al fin y al cabo Él es la LUZ. Por eso Aparecida nos dice que, para cumplir con nuestra labor de discípulos-misioneros tenemos que empezar por encontrarnos con Jesucristo. Y si se produce ese encuentro, habrá luz en nuestro entendimiento y fuego en nuestro corazón. Cuando logramos acercarnos, siquiera un poquito, a lo insondable que es la persona de Jesucristo, se nos acaban las dudas, se nos abre toda la esperanza, en medio de la lucha. En cambio, si nos quitan al verdadero Jesús, quedamos en la oscuridad.

 

Era la noche…

 

Ese escritor francés que he mencionado otras veces, Fracois Mauriac, en su Vida de Jesús, recordando la escena de los Discípulos en el camino de Emaús dice:

 

¿Quién de nosotros no ha caminado por aquella carretera, en una noche cuando todo parecía perdido? Cristo había muerto en nosotros. Nos lo quitaron: el mundo, los filósofos, los sabios, o nuestra propia pasión. Ya no había ningún Jesús para nosotros en la tierra. Caminábamos por una senda y alguien caminaba a nuestro lado. Estábamos solos y no estábamos solos. Era la noche… [10]

Y recuerda Mauriac, cómo la presencia de Jesús resucitado, en el ambiente de desesperanza que vivieron sus discípulos, les devolvió la fe, esa presencia que más tarde parecía al acecho de su perseguidor Pablo, al que conquistó para siempre; presencia que sigue hoy y seguirá hasta la consumación de los tiempos. El mundo sin Jesucristo no tiene explicación. Con Él,todo es Luz y Vida.

 

Para terminar nuestra reflexión volvamos entonces al N° 64 sobre el cual estamos reflexionando.

La Iglesia, con su doctrina social, no sólo no se aleja de la propia misión, sino que es estrictamente fiel a ella. La redención realizada por Cristo y confiada a la misión salvífica de la Iglesia es ciertamente de orden sobrenatural.

 

Ya tenemos claro que la misión de la Iglesia, de comunicarnos la redención realizada por Jesucristo, es una misión sobrenatural. Y entendimos también que eso no quiere decir, que la Iglesia se deba limitar a actuar en lo estrictamente sobrenatural, como dice luego el N° 64, que ya leímos. Volvamos a leer: Esta dimensión no es expresión limitativa, sino integral de la salvación. Es decir que, esta dimensión sobrenatural no limita la acción de la Iglesia a lo sobrenatural sino que integra lo humano y lo divino del ser humano; así eleva lo humano; por eso no se hace un favor a la dignidad del ser humano cuando se desconoce su carácter de criatura elevada al orden sobrenatural y se pretende que viva como si fuera solo materia.

 

Lo sobrenatural no debe ser concebido como una entidad o un espacio que comienza donde termina lo natural, sino como la elevación de éste, (de lo natural) de tal manera que nada del orden de la creación y de lo humano es extraño o queda excluido del orden sobrenatural y teologal de la fe y de la gracia, sino más bien es en él reconocido, asumido y elevado.

 

Nada que sea humano es extraño a la Iglesia. Lo hemos visto varias veces ya. Es necesario elevar la economía, la política y todo lo que atañe al hombre, para que la vida del hombre sea más humana, según el proyecto de Dios. Por el pecado la humanidad se apartó de los planes de Dios. El Hijo vino a rehacerlos, a reconstruirlos. La ley del Amor hasta el extremo, fue el camino que el Señor nos enseñó.

 

Para terminar, volvamos a leer la última parte del N° 64, que leímos al comienzo, y que es una cita de la encíclica Redemptor hominis de Juan Pablo II y ahora podemos comprender mejor:

 

« En Jesucristo, el mundo visible, creado por Dios para el hombre (cf. Gn 1,26-30) —el mundo que, entrando el pecado, está sujeto a la vanidad (Rm 8,20; cf. ibíd., 8,19-22)—, adquiere nuevamente el vínculo original  con la misma fuente divina de la Sabiduría y del Amor. En efecto, “tanto amó Dios al mundo que le dio su unigénito Hijo (Jn 3,16)”. Así como en el hombre-Adán este vínculo quedó roto, así en el Hombre-Cristo  ha quedado unido de nuevo (cf. Rm 5,12-21) »

Seguiremos en la próxima reflexión.

 

Fernando Díaz del Castillo Z.

ESCRÍBANOS A: reflexionesdsi@gmail.com


[1]Cfr Conclusión del documento de Aparecida: El Espíritu de Dios fue conduciéndonos, suave pero firmemente, hacia la meta.En el N° 548 nos advierten los obispos: No podemos desaprovechar esta hora de gracia.

[2] Cf Pablo VI, Exh. Ap. Evangelii nuntiandi, 9.30: AAS 68 (1976) 10-11. 25-26; Juan Pablo II, Discurso a la II Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, Puebla (28 de enero de 1979), III/4-7: AAS 71 (1979) 199-204; Congregación para la Doctrina de la Fe, Instr. Libertatis conscienta, 63-64.80: AAS 79 (1987) 581-582. 590-591.

[3] Juan Pablo II, Carta enc. Redemptor hominis, 8: AAS 71 (1979) 270

[4] Col 1, 18-20 : 18 El es también la Cabeza del Cuerpo, de la Iglesia: El es el Principio, el Primogénito de entre los muertos, para que sea él el primero en todo,  pues Dios tuvo a bien hacer residir en él toda la Plenitud, y reconciliar por él y para él todas las cosas, pacificando, mediante la sangre de su cruz, lo que hay en la tierra y en los cielos.

[5] La Biblia de Jerusalén cita además, en este comentario: Rm 8, 19-22; 1 Co 3 22s; 15 20-28; Ef 1,10;Flp 2, 10s; 3, 21; Hb 2, 5-8

[6] Joseph Ratzinger- Benedicto XVI, Jesús de Nazaret, Planeta, Pg 10

[7] Ibidem, Pg 50s

[8] Joseph Ratzinger-Benedicto XVI, Jesús de Nazaret, Planeta, Pg 40

[9] Ibidem,

[10] Francois Mauriac, Obras Completas, Vida de Jesús, José Janés Editor, Barcelona, 1954, Pg. 192s

Reflexión 77 Noviembre 8 2007

Compendio de la D.S.I. N° 62 (IV)

Nuestra responsabilidad de llevar las enseñanzas del Evangelio a un mundo en el que se ha globalizado la indiferencia

 

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Las Reflexiones que se publican aquí son originalmente programas transmitidos por
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Las reflexiones siguen el libro Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, preparado por el Pontificio Consejo Justicia y Paz. Es la doctrina social oficial de la Iglesia. En la columna azul, a la derecha, en “Categorías”, encuentra en orden todos los programas, según la numeración del libro “Compendio de la D.S.I.” Con un clic usted elige.

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Una sociedad según el proyecto de Dios

 

En la reflexión anterior terminamos de repasar y ampliar el N° 62 del Compendio de la Doctrina Social, en el capítulo 2°, que se dedica a la Misión de la Iglesia y la Doctrina Social. Hemos visto que los cristianos, como miembros de la Iglesia por el bautismo y por mandato de Jesucristo, tenemos la delicada misión de contribuir a la instauración y el crecimiento del Reino de Dios en nuestra sociedad. Si conseguimos que nuestra sociedad se desarrolle de acuerdo con el plan de Dios para la instauración de su Reino, que comienza en la tierra y se consuma en la eternidad, se irá transformando en una sociedad en la cual nos tratemos todos no sólo con respeto y con justicia, sino con el auténtico amor que Jesucristo instituyó como su mandamiento más importante y, por lo tanto, en una sociedad en paz. Una sociedad que se rija por los planes de Dios, que piense y que obre según los planes de Dios, necesita la colaboración de todos los cristianos. Así lo quiso el Señor. Claro que no puede haber mejores planes de desarrollo para una sociedad que los pensados por la Sabiduría misma. No piensan así los no creyentes, y los tibios obran como si sus planes fueran mejores que los del Creador.

¿Podemos imaginarnos una sociedad más perfecta que aquella en que las familias se formen y caminen de acuerdo con el diseño de Dios, en  la cual la administración de la justicia conjugue la rectitud con la sabiduría, el conocimiento con el amor según las enseñanzas del Evangelio? ¿Es una utopía? Tenemos la misión de trabajar para hacerla posible. ¿Tenemos algo que ver con esa misión?


La V Conferencia de Aparecida hizo énfasis en que tenemos que ser discípulos y misioneros; hizo un llamado general a toda la Iglesia de nuestra región – América Latina y el Caribe, – a desarrollar una acción misionera; la Iglesia nos llamó a misionar, según el estado y las circunstancias de la vida de cada uno. Ahora bien, para ser misioneros es indispensable empezar por ser discípulos. Si no llevamos nada por dentro ¿qué podemos dar? Nadie da de lo que no tiene. Tenemos que tener luz para iluminar, vivir según el Evangelio para comunicar algo creíble. Que en nuestra vida de amor, de esperanza, de justicia, de alegría, se vea que vale la pena vivir como cristianos.

El esfuerzo de Evangelizar al que estamos llamados es indispensable en este cambio de época que nos ha tocado vivir. Es una época de grandes adelantos en la ciencia y la técnica y de estancamiento y aun retroceso en la fe. Al hombre lo enreda su propia soberbia. Va resolviendo los problemas de las matemáticas y de la física, pero no logra aclarar las dudas sobre lo más importante: sobre el sentido de la existencia. El ser humano se repite las mismas preguntas que lo inquietan desde antiguo: ¿qué es el hombre? ¿para qué está en el mundo? ¿cuál es el sentido del sufrimiento, del dolor, del mal, de la muerte? El interrogante que inquieta tanto, y más a los no creyentes: ¿qué hay después de la muerte? Nuestro mundo, que por los avances científicos piensa que todo lo sabe y tiene respuestas para todo, está confundido; necesita que lo oriente el único que tiene la verdad: Jesucristo, pues sólo Jesucristo puede responder a estos interrogantes. [1]

Y como el mundo no sabe que en la fe en Jesucristo están las respuestas, hay que redoblar el esfuerzo de hacérselo conocer, de llevarle el Evangelio. Llevar el Evangelio es llevar las respuestas, es llevar a Jesucristo.

Tenemos la luz de la fe, pero no todos los hijos ni nietos la comparten

 

 Esta situación de confusión universal la comparte nuestro continente. Y nos dice la Iglesia que todos, también los laicos, tenemos un papel que desempeñar; que también nosotros debemos hacer algo a favor de nuestra sociedad, teniendo en cuenta que sólo Jesucristo puede responder a los interrogantes que atormentan al hombre, y se supone que por la fe, nosotros gozamos de una luz que a los demás les falta. Y tenemos un mandato: Id(…) y haced discípulos a todas las gentes (Mt 28,19).

En nuestro continente hay una crisis de fe en las familias. Voy a repetir esta consideración de la semana pasada: también nuestras familias necesitan una nueva evangelización, porque, antes la familia unida en la fe era lo corriente en nuestro medio y esto era una gran fortaleza. Ahora…esa unidad de las familias en la fe, no es tan clara, pareciera que hubiera comenzado a diluirse; ya algunos hijos o nietos manifiestan que no siempre comparten la fe de sus padres y de sus abuelos; y si la transmisión de la fe de una generación a otra se dificulta o se impide, sobre todo por el influjo de la globalización de la indiferencia, no es raro que el catolicismo, en la hasta ahora católica América Latina, empiece en consecuencia a diluirse.

Esta condición de una fe débil, la vivimos en nuestro país: hoy, los temas religiosos ni son noticia en los medios de comunicación ni tema al que se dé la importancia fundamental que tiene. Es verdad que hay todavía mucha fe en nuestros países, gracias a la secular Evangelización, que a pesar de sus deficiencias humanas, penetró en las culturas de nuestro continente desde el descubrimiento de América y los católicos aún seguimos siendo mayoría. Sin embargo, el mismo Papa Benedicto XVI, en el N° 2 del discurso de inauguración de Aparecida nos previno con estas palabras:

“Se percibe (…) un cierto debilitamiento de la vida cristiana  en el conjunto de la sociedad y de la propia pertenencia a la Iglesia católica debido al secularismo, al hedonismo, al indiferentismo y al proselitismo de numerosas sectas, de religiones animistas y de nuevas expresiones seudorreligiosas”.

 

Globalización de la indiferencia, desarrollo con inequidad y pobreza

 

La globalización no sólo ha traído ventajas; porque si es verdad que ha facilitado las comunicaciones y el desarrollo económico, también es cierto que ha globalizado la indiferencia en el campo religioso, y en lo social, ha permitido que el desarrollo se produzca con mantenimiento de inequidad y de pobreza. Las herramientas pueden ser indiferentes o buenas, y el uso que de ellas hace el hombre puede producir frutos buenos o malos. La globalización está produciendo frutos buenos y frutos malos.

 

Obligación de todos, con mayor responsabilidad de algunos

 

Ante esta preocupante situación de nuestro continente, Aparecida nos pide acción. ¿Podemos responder a la Iglesia con el silencio, y esperar que la Iglesia de los presbíteros y de los religiosos se encargue sin nuestra colaboración, de enderezar el camino? ¿A nosotros, laicos, – a todos los bautizados, – no nos cabe alguna responsabilidad personal, en la nueva evangelización de nuestra sociedad? Sabemos que tenemos una obligación, como bautizados; de manera que si nunca hemos participado en las actividades de la Iglesia, quizás ha llegado el momento de sacudirnos, de hacernos un examen de conciencia y decidirnos a ser cristianos activos, cristianos no sólo de palabra sino de verdad. Quizás sea nuestra hora de gracia. Y esta obligación es para todos, de acuerdo con nuestras posibilidades. Es obligación no solo de los catequistas sino de todos. Los intelectuales y también los iletrados, según sus alcances. En algunos casos el mejor sistema de evangelización es el que se funda en el ejemplo del que vive su fe en su vida personal, en sus decisiones profesionales, en su vida pública. Con frecuencia el ejemplo de quien vive su fe en sus actividades de empleado, de trabajador independiente, de empresario, de político, de administrador de la justicia, de gobernante, lo mismo que del miembro de familia, atrae más que las palabras.

 

Sintieron que el Espíritu los conducía

 

Si conocemos lo que nos enseñó la Conferencia Episcopal de Aparecida, no podemos ignorarlo; hay un consenso general, en que Aparecida fue para América Latina y el Caribe un Nuevo Pentecostés; es decir, que en ese ambiente de oración, característica de la V Conferencia, estuvo presente de modo especial, el Espíritu Santo. Y así lo sintieron los participantes en la V Conferencia, pues en la Conclusión del documento afirman: El Espíritu de Dios fue conduciéndonos, suave pero firmemente, hacia la meta. En el N° 548 nos advierten: No podemos desaprovechar esta hora de gracia.

 

Citamos en el programa anterior las palabras del P. Jorge Costadoat quien dice en un artículo a este respecto:

 

Aparecida nos manda a misionar (…). El Espíritu sopla en esta dirección. Debemos plantearnos seriamente cómo nos convertiremos en misioneros. Si Dios ha hablado, la Iglesia latinoamericana entera tendrá que renunciar a su complacencia, revisar las modalidades pastorales que impiden la acogida del Evangelio y crear otras nuevas que lo hagan posible.

La Iglesia latinoamericana entera tendrá que renunciar a su complacencia…

 

 

La Iglesia toda, tiene que renunciar a su complacencia, a su comodidad; a veces eso quiere decir inmovilidad, sobre todo en nosotros los laicos, y en la Iglesia, – no sé cómo llamarla, – en la Iglesia formal de los presbíteros y religiosos que manejan la pastoral, hace falta también admitir con humildad, que no todo se hace bien, y que debe haber otra manera de llevar el Evangelio a donde no está llegando. Que no es suficiente que los adultos y los ancianos llenemos los templos, por ejemplo. Que hay que ir detrás de las ovejas que andan lejos del redil o sólo van allí ocasionalmente. Es necesario revisar las modalidades pastorales que impiden la acogida del Evangelio y crear otras nuevas que lo hagan posible.

 

Hemos comprendido que, como nos dice Aparecida, para realizar nuestra misión, un prerrequisito es encontrarnos con Jesucristo. Tenemos que llevarlo a Él a nuestra sociedad. ¿Cómo cumplir este cometido, sin haber vivido la experiencia de estar con Él? Hemos reflexionado en los dos programas anteriores sobre cómo encontrar a Jesucristo, para poder cumplir con nuestra misión de discípulos y misioneros.

 

Tenemos que ser conscientes de que, El catolicismo se erosiona día a día, sin una auténtica experiencia de Dios en Cristo (…).[2]

 

Vimos la semana pasada, que según el Documento Conclusivo de Aparecida: “No resistiría a los embates del tiempo  una fe católica reducida (…) a una lista de normas y prohibiciones  (haz esto, haz aquello; no hagas esto no hagas aquello),  a prácticas de devoción fragmentadas  (prácticas de rezos que no sean parte de una vida espiritual que se refleje en nuestro comportamiento),  a adhesiones selectivas y parciales a las verdades de la fe  (a escoger entre las verdades de la fe a cuáles me adhiero, según mi gusto, según mi parecer o mi situación o interés particular),  a una participación ocasional en algunos sacramentos  (bautismos y eucaristía en las exequias de algún familiar o amigo),  la repetición de principios doctrinales  (no es suficiente saber de memoria el Credo y su significado),  a moralismos blandos o crispados que no convierten la vida de los bautizados  (la Iglesia insiste en la necesidad de nuestra conversión, de nuestro cambio de vida).  Sin un encuentro vivificante con Cristo, la fe cristiana corre el riesgo de seguir erosionándose y diluyéndose de manera creciente en diversos sectores de la población” [3]

 

Esas palabras que parecen duras sobre lo que está pasando con nuestro modo de vivir la fe, son de Aparecida, en el N° 12. No podemos vivir una fe así, sin una experiencia religiosa profunda. Como dice el documento de Aparecida, en el mismo N° 12, citando a Novo millenio ineunte: a todos nos toca recomenzar desde Cristo.[4] A todos.

 

Un encuentro que nos cambie la vida

 

Nos ha enseñado la Iglesia que llegar a la fe es encontrarse con la persona de Jesucristo.[5] Decíamos que uno se puede encontrar con alguien y seguir de largo… El encuentro auténtico, de verdad, con Jesucristo, del que se trata aquí, no puede ser solo de “vista”, se tiene que convertir en una experiencia que cambie la vida.

 

La experiencia de Dios que necesitamos es posible para nosotros, seres humanos, en el encuentro con Jesucristo, porque en Jesucristo se unen esos dos extremos, la humanidad y la divinidad. El encuentro del hombre con Jesucristo, que es Dios y es también hombre como nosotros, en todo, aun en la muerte, pero no en el pecado, nos abre la comprensión de cómo deben ser las relaciones sanas, buenas, entre seres humanos; relaciones fundadas en el verdadero amor, donde no cabe el egoísmo. Amor como el que vivió Jesucristo, que se entregó por nosotros, amor como el que vive la Trinidad. Por eso Aparecida nos dice que nuestra formación como discípulos misioneros debe ser Una Espiritualidad Trinitaria del encuentro con Jesucristo. Esto dice el N° 240:

 

Una auténtica propuesta de encuentro con Jesucristo debe establecerse sobre el sólido fundamento de la Trinidad-Amor. La experiencia de un Dios uno y trino, que es unidad y comunión inseparable, nos permite superar el egoísmo para encontrarnos en el servicio al otro. La experiencia bautismal es el punto de inicio de toda espiritualidad cristiana que se funda en la Trinidad.

 

Volvamos a leer esta frase de Aparecida: La experiencia de un Dios uno y trino, que es unidad y comunión inseparable, nos permite superar el egoísmo para encontrarnos en el servicio al otro.

 

Nuestras relaciones con los demás, si se fundan en el amor cristiano, en el amor trinitario, no son relaciones cerradas, exclusivistas, segregacionistas. El amor cristiano es abierto a formar comunidad. En la comunidad así formada encontramos también a Jesucristo.

 

El encuentro con Jesucristo abre el proceso de formar una comunidad, con personas que a su vez se han encontrado con Él.

El documento conclusivo de la Conferencia de Aparecida nos dice que podemos encontrar a Jesucristo: en la Sagrada Escritura, que es su Palabra, en la Eucaristía, en la liturgia, en María, en los santos, en la religiosidad popular. Veíamos además, que en este encuentro con Jesucristo no puede faltar el encuentro con el prójimo y de modo particular, con el prójimo que sufre.

 

                     Los rostros de Cristo

 

Como vimos en la reflexión anterior, del N° 407 en adelante el documento de Aparecida expone su dolor ante los rostros de Cristo, que un cristiano no puede eludir, es decir, a quienes no puede sacarles el cuerpo. En esos rostros tenemos que aprender, por la fe, a encontrarnos con Jesucristo. Oigamos la lista: las personas que viven en la calle, los migrantes, los enfermos, los adictos dependientes, los detenidos en las cárceles. Y afirma Aparecida en el N° 257:

 

“El encuentro con Jesucristo en los pobres es una dimensión constitutiva de nuestra fe en Jesucristo. De la contemplación de su rostro sufriente en ellos y del encuentro con Él en los afligidos y marginados, cuya inmensa dignidad Él mismo nos revela, surge nuestra opción por ellos” (257). En el N° 393 añade: Los pobres remiten a Cristo, porque Cristo se identifica con ellos: “todo lo que tenga que ver con Cristo, tiene que ver con los pobres y todo lo relacionado con los pobres reclama a Jesucristo”.

 

Los invito a leer la experiencia de una colaboradora de la Madre Teresa que encontró a Jesucristo en la casa de pobres moribundos que citamos en la reflexión anterior. Repitámosla:

 

Han transcurrido algunos años, pero jamás olvidaré a una chica francesa que vino a Calcuta. Estaba muy angustiada. Se puso a trabajar en nuestra casa para indigentes moribundos. Al cabo de diez días vino a verme. Me abrazó y me dijo:

–         ¡He encontrado a Jesús!

Le pregunté dónde lo había encontrado.

         -En la casa para indigentes moribundos.

         -¿Y qué hiciste después de encontrarlo?

-Fui a confesarme y recibí la sagrada comunión por primera vez después de quince años.

-¿Y qué más hiciste?

-Envié un telegrama a mis padres diciéndoles que había encontrado a Jesús.

Yo la miré a los ojos y le dije:

-Bueno, ahora haz tus maletas y vuelve a tu casa. Ve y dales a tus padres alegría, amor y paz.

 

Vamos a terminar el comentario al N° 62 con estas ideas del P. Costadoat, cuyo artículo comentamos hace una semana y que nos ayudan a comprender el encuentro con Jesucristo en los demás, especialmente en los pobres. Dice el teólogo jesuita (Cf  Jorge Costadoat, S.J., Determinación Misionera en Aparecida, en “Mirada Global”, lunes 29 de octubre 2007, en internet)

 

El discernimiento de este “signo de los tiempos” se apoya firmemente en las ciencias sociales, pero no se reduce a ellas. El texto de Aparecida recuerda que Dios debe seguir constituyendo el fundamento de la unidad de la vida humana. Pero en la medida en que la transmisión de la fe de una generación a otra es alterada por estos fenómenos, el catolicismo latinoamericano tradicional ha comenzado a diluirse. Y, aunque el documento no lo diga, las autoridades de la Iglesia en una sociedad pluralista y democrática  no logran representar la unidad que, en nombre de Dios, están llamadas a fomentar. La misma institución eclesial  tiende a ser desplazada de la arena pública. Sus noticias no son noticia.

 

Para encontrar a Cristo en los demás hay que encontrarse con los demás

 

Nos dice este teólogo que podemos leer una y otra vez el documento de Aparecida para comprender cómo es posible el encuentro personal y comunitario con Jesucristo. Y añade que igualmente nos podemos preguntar cómo se deben formar los misioneros: seminaristas, religiosos, cristianos en general, de manera que sean capaces de encontrarse con los demás. Porque para encontrar a Cristo en los demás hay que empezar por encontrarse con los demás y no simplemente de paso…

Allí caben más preguntas: ¿Cómo se aprende a mirar con respeto, a tratar, a los que en la sociedad y aun en la misma Iglesia son mal mirados? Se mira mal en la sociedad a los pobres, se tiene desconfianza de los desplazados, y también se mira mal a los que tienen bienes. A los que pertenecen a estos grupos se los trata, no como individuos, sino como pertenecientes a una pandilla, en el que todos participan de las mismas características negativas. En el mundo actual hay una clara inclinación a agrupar a la gente en clases. ¿Quién se inventaría los estratos? Y preguntémonos: ¿Acaso no hay que llevarles también a ellos a Cristo? A todos, pobres y ricos. Y entonces, cabe otra pregunta:

¿Qué tipo de comunidades facilitan encontrarse unos con otros?

 

De aquí la importancia de formar comunidades no excluyentes, que serán las que favorezcan los encuentros con Cristo pobre, con Cristo enfermo, con Cristo segregado, con Cristo distinto, en fin, con Cristo sufriente. En un mundo que no se caracteriza por la integración social ni por la solidaridad, la Iglesia misionera, al llevar a Cristo a la sociedad, le estaría aportando el mayor bien posible, capaz de transformarla en una sociedad de esperanza y de amor, con todo lo que eso implica.

Terminemos la reflexión de hoy con la lectura del N° 63 del Compendio, que cierra de modo perfecto la reflexión del 62:

 

63 Con su doctrina social, la Iglesia se hace cargo del anuncio que el Señor le ha confiado. Actualiza en los acontecimientos históricos el mensaje de liberación y redención de Cristo, el Evangelio del Reino. La Iglesia, anunciando el Evangelio,   «enseña al hombre, en nombre de Cristo, su dignidad propia y su vocación a la comunión de las personas; y le descubre las exigencias de la justicia y de la paz, conformes a la sabiduría divina ».(6)

 

En cuanto Evangelio que resuena mediante la Iglesia en el hoy del hombre,(7) la doctrina social es palabra que libera. Esto significa que posee la eficacia de verdad y de gracia del Espíritu de Dios, que penetra los corazones, disponiéndolos a cultivar pensamientos y proyectos de amor, de justicia, de libertad y de paz. Evangelizar el ámbito social significa infundir en el corazón de los hombres la carga de significado y de liberación del Evangelio, para promover así una sociedad a medida del hombre en cuanto que es a medida de Cristo: es construir una ciudad del hombre más humana porque es más conforme al Reino de Dios.

 

Una sociedad conforme al Reino de Dios es una sociedad más humana, porque está construida a la medida de Cristo, el hombre perfecto.

 

Fernando Díaz del Castillo Z.

ESCRÍBANOS A: reflexionesdsi@gmail.com

 


[1] Concilio Vaticano II, Gaudium et spes, 10

[2] Véase la referencia del P. Costadoat en la Reflexión anterior.

[3] Aparecida, 12

[4] Novo millenio ineunte, 28-29

[5] Benedicto XVI, Deus caritas est, 1; Aparecida 12

(6)  Catecismo de la Iglesia Católica, 2419

(7)   Cf Juan Pablo II, Homilía en la misa de Pentecostés en el primer centenario de la Rerum novarum, 19 de mayo de 1991.

Reflexión 76 Noviembre 1 2007

Compendio de la D.S.I. N° 62 (III)

Necesidad del  encuentro con Jesucristo para evangelizar

Lo encontramos en los pobres

 

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Las Reflexiones que se publican aquí son originalmente programas transmitidos por Radio María de Colmbia. Usted puede escucharlos los jueves a las 9:00 a.m., hora de Colombia, en las siguientes frecuencias en A.M.:

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Publicamos reflexiones sobre la Doctrina Social de la Iglesias, basadas en el libro Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, publicado por el Pontificio Consejo Justicia y Paz. Es la doctrina social oficial de la Iglesia.  En la columna azul, a la derecha, en “Categorías”, encuentra en orden todos los programas. Con un clic usted elige.

Encuentra usted también enlaces a documentos muy importantes como la Sagrada Biblia, el Compendio de la Doctrina Social, el Catecismo y su Compendio, algunas encíclicas, la Constitución Gaudium et Spes y también agencias de noticias y publicaciones católicas. Ore todos los días 10 minutos siguiendo la Palabra de Dios paso a paso en “Orar frente al Computador”, método preparado en 20 idiomas por los jesuitas irlandeses.

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Empezar por ser discípulos

 

 

En la reflexión anterior repasamos y ampliamos el N° 62 del Compendio, en el capítulo 2°, que se dedica a la Misión de la Iglesia y la Doctrina Social. Hemos visto que los bautizados tenemos la delicada misión de fecundar y fermentar la sociedad, de hacer crecer en ella el Reino de Dios. No podemos dejar eso sólo a los sacerdotes; no alcanzan solos. Tenemos nuestra parte y un examen de conciencia nos puede mostrar que no estamos haciendo la tarea que se nos ha encomendado; de modo que es oportuno insistir en nuestra reflexión sobre esta misión que el Señor nos encarga a los cristianos.

 

La Doctrina Social es parte de nuestra fe, se basa en la Escritura, es parte necesaria de la Evangelización. Aparecida hizo énfasis en que tenemos que ser discípulos y misioneros e hizo un llamado general a toda la Iglesia de nuestra región a desarrollar una acción misionera. Los obispos de América Latina y del Caribe nos llamaron a misionar. Se puede misionar de diversas maneras, según el estado y las circunstancias de la vida de cada uno. Ahora bien, para ser misioneros es indispensable empezar por ser discípulos. Si no llevamos nada dentro ¿qué podemos dar? Nadie da de lo que no tiene. Y además, el Evangelio no sólo se comunica con la palabra.

 

Esta llamada a anunciar el Evangelio es un eco de aquel Id  (…) y haced discípulos a todas las gentes  bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado, que encontramos en Mt. 28, versículos 19 y 20.

 

El único que puede ofrecer la respuesta

 

Hoy se repite mucho que estamos en un cambio de época. Vivimos en una época de confusión que necesita ser iluminada por el Evangelio, por Jesucristo que es la Luz. La llamada de Aparecida a ser discípulos y misioneros es también eco del  Concilio Vaticano II, que ya nos había advertido sobre el cambio de época en la  Gaudium et spes,[1] cambio que hace necesario que llegue Jesucristo, el único que puede ofrecer la respuesta a las inquietudes y angustias de nuestra sociedad.

 

En la Constitución pastoral Gaudium et Spes,  el Concilio nos dice que para cumplir con su misión, es  deber permanente de la Iglesia  escrutar a fondo los signos de la época e interpretarlos a la luz del Evangelio… para responder a los perennes interrogantes de la humanidad sobre el sentido de la vida presente y de la vida futura y sobre la mutua relación de ambas. Ya en 1965, cuando Pablo VI firmó esta constitución pastoral Gaudium et spes, la Iglesia hablaba del cambio época, con estas palabras:

 

El género humano se halla hoy en un período nuevo de su historia, caracterizado por cambios profundos y acelerados, que progresivamente se extienden al universo entero.

 

Época de afirmaciones y contradicciones

 

 

Más adelante continúa el Concilio con estas observaciones  sobre la situación contradictoria del mundo en el cambio de época:

Jamás el género humano tuvo a su disposición tantas riquezas, tantas posibilidades, tanto poder económico. Y, sin embargo, una gran parte de la humanidad sufre hambre y miseria y son muchedumbre los que no saben leer ni escribir. Nunca ha tenido el hombre un sentido tan agudo de su libertad, y entretanto surgen nuevas formas de esclavitud social y psicológica. Mientras el mundo siente con tanta viveza su propia unidad y la mutua interdependencia en ineludible solidaridad, se ve, sin embargo, gravísimamente dividido por la presencia de fuerzas contrapuestas. Persisten, en efecto, todavía agudas tensiones políticas, sociales, económicas, raciales e ideológicas, y ni siquiera falta el peligro de una guerra que amenaza con destruirlo todo. Se aumenta la comunicación de las ideas; sin embargo, AUN las palabras definidoras de los conceptos más fundamentales revisten sentidos harto diversos en las distintas ideologías. Por último, se busca con insistencia un orden temporal más perfecto, sin que avance paralelamente el mejoramiento de los espíritus.

Afectados por tan compleja situación, muchos de nuestros contemporáneos difícilmente llegan a conocer los valores permanentes y a compaginarlos con exactitud al mismo tiempo con los nuevos descubrimientos. La inquietud los atormenta, y se preguntan, entre angustias y esperanzas, sobre la actual evolución del mundo. El curso de la historia presente es un desafío al hombre que le obliga a responder.

Este cambio de época  llegó señalado por transformaciones profundas en todos los ámbitos: cambios sociales, como los que ha traído la globalización de las comunicaciones: se nos ofrecen muchos y diversos medios para comunicarnos sin que las distancias sean un obstáculo, pero no llegamos a relaciones profundas con personas cercanas a nuestras actividades diarias. Es común que ni siquiera conozcamos a los vecinos… Se presentan cambios psicológicos, morales y religiosos con crisis de la fe en jóvenes y personas maduras y se favorece una amplia difusión del ateísmo. Este fenómeno lo describe así la Gadium et spes en el N° 7:

(…) muchedumbres cada vez más numerosas se alejan prácticamente de la religión. La negación de Dios o de la religión no constituye, como en épocas pasadas, un hecho insólito e individual; hoy día, en efecto, se presenta no rara vez como exigencia del progreso científico y de un cierto humanismo nuevo. En muchas regiones esa negación se encuentra expresada  no sólo en niveles filosóficos, sino que inspira ampliamente la literatura, el arte, la interpretación de las ciencias humanas y de la historia  y la misma legislación civil. Es lo que explica la perturbación de muchos.

Hay otras situaciones que no son nuevas, y que marcan también esta época: los desequilibrios e injusticias entre los que lo tienen todo y los que carecen de lo más necesario; desequilibrios que  no se ha logrado corregir. Al mismo tiempo que la humanidad lucha por los derechos humanos, que hay más conciencia de su importancia, – paradójicamente, – aun en los países llamados desarrollados, se discrimina a los inmigrantes y cada vez se escuchan más voces que defienden, de modo contradictorio, el derecho de atentar contra la dignidad de la vida de los más desprotegidos, con leyes como las que favorecen el aborto y la eutanasia.

Las mismas preguntas fundamentales

 

Mientras el hombre sufre todos estos cambios, que señalan el cambio de época, la humanidad se sigue formulando las mismas preguntas fundamentales que se ha hecho por siglos, y que menciona así la Gaudium  et spes en el N° 10:

¿Qué es el hombre? ¿Cuál es el sentido del dolor, del mal, de la muerte, que, a pesar de tantos progresos hechos, subsisten todavía? ¿Qué valor tienen las victorias logradas a tan caro precio? ¿Qué puede dar el hombre a la sociedad? ¿Qué puede esperar de ella? ¿Qué hay después de esta vida temporal?

 

Los interrogantes que se ha hecho siempre el hombre: qué es el hombre, el sentido del sufrimiento, del dolor, del mal, de la muerte. El interrogante que inquieta tanto, y más a los no creyentes: ¿Qué hay después de la muerte?  El Concilio afirma que La Iglesia cree por la fe que sólo Jesucristo puede responder a estos interrogantes. Como el mundo no sabe que en la fe en Jesucristo están las respuestas, hay que redoblar el esfuerzo de llevarle el Evangelio. Llevar el Evangelio es llevar las respuestas, es llevar a Jesucristo.

Esta situación de confusión la comparte nuestro continente. Entonces, ¿debemos hacer algo a favor de nuestra sociedad, teniendo en cuenta que sólo Jesucristo puede responder a los interrogantes que atormentan al hombre? La situación de América Latina y del Caribe exige, como ya Juan Pablo II lo había dicho, y ahora Aparecida lo enfatiza de nuevo,  una nueva Evangelización.

Es que nuestra sociedad está viviendo una nueva época, la de la globalización, con muchas implicaciones: es una época que han llamado la época o la era del conocimiento, de la información, de las comunicaciones, en la cual somos bombardeados por cantidades de información, que para muchas actividades es necesaria o útil,  pero que por sus inmensos volúmenes, no alcanzamos a asimilar. Y esto nos sumerge en una situación muy compleja, de confusión, que nos desubica en la búsqueda del camino que debemos seguir. Se multiplica la información sobre lo útil, sobre lo superfluo, pero no sobre lo único necesario.

 

Me refiero a que el hombre se dispersa hoy en muchos campos: nos llenan de información sobre economía, sobre política nacional e internacional, sobre las áreas de la ciencia, de la cultura, del entretenimiento. Pero la atención humana no alcanza a abarcar tanto, por lo menos con alguna profundidad; y en medio de tanta información que se vuelve inmanejable, sucede algo muy grave: nos ofrecen información sobre lo que necesitamos, sobre lo interesante y útil y mucho sobre lo superfluo, pero no nos dan suficiente información sobre lo único necesario: sobre Dios, sus designios, sus planes de salvación. 

Al considerar esta situación, un teólogo jesuita, el P. Jorge Costadoat, hacía estas interesantes observaciones en Mirada Global:[2]

 

El discernimiento de este “signo de los tiempos” se apoya firmemente en las ciencias sociales, pero no se reduce a ellas. El texto de Aparecida recuerda que Dios debe seguir constituyendo el fundamento de la unidad de la vida humana. Pero en la medida en que la transmisión de la fe de una generación a otra es alterada por estos fenómenos, el catolicismo latinoamericano tradicional ha comenzado a diluirse. Y, aunque el documento no lo diga, las autoridades de la Iglesia en una sociedad pluralista y democrática  no logran representar la unidad que, en nombre de Dios, están llamadas a fomentar. La misma institución eclesial  tiende a ser desplazada de la arena pública. Sus noticias no son noticia.

La Fe comienza a diluirse

 

Es una observación aplicable a nuestro medio. Antes la familia unida en la fe era lo corriente, y esto era una gran fortaleza. Ahora, esa unidad de las familias en la fe, ha comenzado a diluirse; ya no es raro que los hijos o los nietos manifiesten que no comparten la fe de sus padres y de sus abuelos. Si la transmisión de la fe de una generación a otra se dificulta o se impide, sobre todo por influjo de la globalización de la indiferencia, no es raro que el catolicismo, en la hasta ahora católica América Latina,  empiece en consecuencia a diluirse.

Esta condición de una fe débil la vivimos en nuestro país: los temas religiosos ni son noticia en los medios de comunicación ni tema al que se dé la importancia fundamental que tiene; y sólo hay tímidos reclamos, a los que dominan los medios de  información. Y nosotros, nos debemos preguntar, sí nosotros: ¿dónde estamos? Leamos algunas líneas más del teólogo jesuita al que nos venimos refiriendo. Dice:

En el presente concreto de América Latina (…), la necesidad urgente de misionar dice relación con una percepción de desgaste del catolicismo latinoamericano. La fe cristiana ha penetrado la cultura del continente. El cristianismo ofrece una religiosidad que alimenta la vida de nuestros pueblos. Los católicos siguen siendo una inmensa mayoría. Pero algo está cambiando.

Cierto debilitamiento de la vida cristiana en el conjunto de la sociedad

 

Cita aquí el P. Costadoat al Santo Padre, quien en el discurso inaugural de Aparecida, luego de hacer un reconocimiento de la notable madurez en la fe de muchos laicos y laicas activos y entregados al Señor, continuó diciendo:

“Se percibe, sin embargo, un cierto debilitamiento de la vida cristiana en el conjunto de la sociedad  y de la propia pertenencia a la Iglesia católica debido al secularismo, al hedonismo, al indiferentismo y al proselitismo de numerosas sectas, de religiones animistas y de nuevas expresiones seudorreligiosas” (nº 2 del discurso de Benedicto XVI).

Ante esta preocupante situación de nuestro continente Aparecida nos pone a pensar. ¿Podemos responder a la Iglesia con el silencio? ¿A nosotros, laicos, y también a los religiosos y a los presbíteros, – a todos los bautizados, – nos cabe alguna responsabilidad personal, en la nueva evangelización de nuestra sociedad? ¿Qué nos dice el Señor a través de nuestros obispos? Nadie puede ignorar a Aparecida.

Estuvo allí el Espíritu Santo

Tengamos en cuenta que hay un consenso general, en que Aparecida fue para América Latina y del Caribe  como un Nuevo Pentecostés; es decir, que en ese ambiente de oración, característica de la V Conferencia, estuvo presente de modo especial, el Espíritu Santo. Así lo sintieron los participantes en la V Conferencia, pues en la Conclusión del documento afirman: El Espíritu de Dios fue conduciéndonos, suave pero firmemente, hacia la meta. En el N° 548 nos advierten: No podemos desaprovechar esta hora de gracia.

Sigamos con la ayuda del P. Jorge Costadoat , cuyo artículo venimos citando.  Dice así:

Aparecida nos manda a misionar (…). El Espíritu sopla en esta dirección. Debemos plantearnos seriamente cómo nos convertiremos en misioneros. Si Dios ha hablado, la Iglesia latinoamericana entera tendrá que renunciar a su complacencia, revisar las modalidades pastorales que impiden la acogida del Evangelio y crear otras nuevas que lo hagan posible.

Continúa luego con algo fundamental, si vamos a responder a la vocación. Dice que: el discípulo-misionero o el misionero-discípulo, no podrá ser tal si no tiene un encuentro personal y comunitario con Jesucristo. Añade que La convicción básica de la Conferencia es que no se puede ser misionero si no se es discípulo y, por otra parte, que ningún discípulo puede eximirse de la misión, porque el mandato de anunciar a Jesucristo a todas las naciones  está inscrito en su bautismo (Mt 28, 19).

 

El prerrequisito para ser misionero

Como hemos comprendido, para realizar nuestra misión, un prerrequisito es encontrarnos con Jesucristo. Tenemos que llevarlo a Él a nuestra sociedad. ¿Cómo cumplir este cometido, sin haber vivido la experiencia de estar con Él? Es importante, entonces, que tengamos claro en qué consiste el encuentro con Jesucristo en que nos insiste Aparecida. ¿Se refiere esto a nuestra manera de vivir nuestra fe? ¿Cómo y dónde se puede realizar este encuentro? En la reflexión pasada vimos dónde encontrar a Jesucristo; más adelante lo repasaremos.

Un encuentro personal, no intelectual, una experiencia religiosa

 

 

El documento de Aparecida expone ampliamente en qué debe consistir el encuentro con Jesucristo. No trata este tema en un solo sitio; 49 veces lo menciona, desde distintos aspectos. Se trata de una experiencia religiosa, no de un encuentro intelectual. Ayudémonos de nuevo del artículo del  P. Costadoat. Dice sobre la necesidad del encuentro con Jesucristo para vivir nuestra fe de manera auténtica, y como requisito para cumplir con nuestra misión de discípulos y misioneros:

El catolicismo se erosiona día a día, sin una auténtica experiencia de Dios en Cristo (…). En el Documento Conclusivo (de Aparecida)  se nos dice: “No resistiría a los embates del tiempo una fe católica reducida a bagaje, a elenco de normas y prohibiciones, (a una lista de normas y de: no hagas esto no hagas aquello),  a prácticas de devoción fragmentadas, a adhesiones selectivas y parciales de las verdades de la fe, (a escoger entre las verdades de la fe a cuáles me adhiero, según mi parecer), a una participación ocasional en algunos sacramentos, a la repetición de principios doctrinales, a moralismos blandos o crispados  que no convierten la vida de los bautizados. Sin un encuentro vivificante con Cristo, la fe cristiana corre el riesgo de seguir erosionándose y diluyéndose de manera creciente en diversos sectores de la población” [3]

Explica enseguida el teólogo Costadoat, que un modo feliz de hablar de la experiencia cristiana de Dios es referirse a ella como a un “encuentro”. Ya Benedicto XVI nos había explicado en su encíclica Deus caritas est, que no se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida…[4]

De manera que llegar a la fe es encontrarse con la persona de Jesucristo.  Pero uno se puede encontrar con alguien y seguir de largo… El encuentro auténtico, de verdad, con Jesucristo, del que se trata aquí, se tiene que convertir en una experiencia que cambie la vida.

La expresión “encuentro”  para referirse a la experiencia espiritual es especialmente rica.  El encuentro con Dios en uno como nosotros, el hombre Jesús y nuestro hermano,  en quien se generan relaciones comunitarias simétricas y fraternas, constituye un modo muy feliz de hablar de la experiencia cristiana de Dios.

El encuentro con Dios en uno como nosotros: es que nos encontramos con Dios en Jesucristo, que es también hombre. Continúa así el P. Costadoat:

 

La experiencia de Dios como “encuentro” con Cristo tiene un anclaje antropológico  que orienta aún mejor acerca de lo que Aparecida nos pide.

 

 La experiencia de Dios como encuentro tiene un anclaje antropológico. Es decir que el encuentro del hombre con Jesucristo, que es Dios y es también hombre como nosotros, en todo, aun en la muerte, pero no en el pecado, se funda en la manera como se desarrollan las sanas, buenas, relaciones entre seres  humanos. Es una manera interesante de explicarnos cómo puede ser nuestra relación con Jesucristo. Sigue así Costadoat:

“Encuentro” alude a lo que puede ocurrir entre dos personas. Así de simple y hermoso. Así de complejo y peligroso. Cuando el encuentro es tal que ambas personas se constituyen una a partir de la otra, se abre naturalmente a la amistad de terceras personas, constituye una comunidad y permite reconocer la comunidad que, tal vez imperceptiblemente, sostenía y posibilitaba estas relaciones.

Se trata de las verdaderas amistades,  no las egoístas que buscan sólo el propio bien; las verdaderas amistades no limitan, antes amplían las posibilidades de otros encuentros. Así se forman las comunidades, los grupos de amigos. El encuentro con Jesucristo abre el proceso de formar una comunidad, con personas que a su vez se han encontrado con Jesucristo.

Dediquemos los últimos minutos de esta reflexión, a recordar dónde podemos encontrar a Jesucristo, de acuerdo con Aparecida. En su artículo el P. Costadoat nos hace un excelente resumen. Oigamos su reflexión:

 

El Documento indica dónde podremos encontrar a Cristo. En la escucha de la Palabra, en la participación en la Eucaristía, en María, en los santos, en la religiosidad popular… Todo queda supeditado, sin embargo, a un encuentro que, para ser cristiano, debe ser insustituiblemente personal. Puede faltar quien anuncie la Palabra, puede faltar quien celebre la Eucaristía, pero no puede faltar el encuentro con el prójimo. La Palabra y la Eucaristía apuntan a un encuentro de los hombres en Cristo. La lectura de la Palabra tiene fuerza misionera extraordinaria. En torno a ella se han creado comunidades cristianas de todo tipo, en diversos sectores sociales, cuyo centro lo constituye el compartir las personas su vida. También la Eucaristía tiene una razón de ser misionera. En ella se da por excelencia la vida compartida entre hermanos en Cristo y con Cristo, que los reúne en un mismo Padre  en virtud del Espíritu de amor y de comunión universal.

Pero el sello misionero último del encuentro con Cristo lo pone el encuentro con el hombre despojado y abandonado en el camino. El Buen Samaritano es el misionero cristiano (cf. Lc 10, 29-37). Pues ocurre que de hecho la escucha de la Palabra y, con mayor razón, la participación en la Eucaristía no están a la mano de tantos bautizados latinoamericanos (No hay suficientes anunciadores de la palabra y dispensadores de la Eucaristía). La Iglesia no tiene capacidad pastoral para atender tantas necesidades. (…)  La misa incluye y excluye. La indicación de Aparecida de encontrar el rostro de Cristo en el rostro del pobre, libera a la Eucaristía de convertirse en una reunión de privilegiados. El amor a los pobres salva a la Iglesia de sus propios límites y la encamina a su misión universal.

 

Aparecida ha querido ratificar y potenciar (396) la opción preferencial por los pobres. Los pobres de hoy son sobre todo aquellos que “no son solamente explotados sino sobrantes y desechables” (65). La V Conferencia (…) confirma la índole cristológica de la opción por los pobres. En tres oportunidades el Documento detalla in extenso cuáles son hoy los rostros latinoamericanos que merecen una atención especial (65, 402, 407-430). Estos son los rostros de Cristo. Un cristiano no puede eludirlos.

Del N° 407 en adelante, el documento de Aparecida expone su dolor, ante los que llama los: Rostros sufrientes que nos duelen. Los rostros de Cristo, que un cristiano no puede eludir, es decir, a quienes no puede ignorar. En esos rostros tenemos que aprender, por la fe, a encontrarnos con Jesucristo.

 Afirma el texto: “El encuentro con Jesucristo en los pobres es una dimensión constitutiva de nuestra fe en Jesucristo. De la contemplación de su rostro sufriente en ellos y del encuentro con Él en los afligidos y marginados, cuya inmensa dignidad Él mismo nos revela, surge nuestra opción por ellos” (257). Los pobres remiten a Cristo, porque Cristo se identifica con ellos: “todo lo que tenga que ver con Cristo, tiene que ver con los pobres y todo lo relacionado con los pobres reclama a Jesucristo” (393).

Según Aparecida hay muchas maneras de ser pobre en América Latina. Se podría pensar que el concepto mismo de pobre ha sido descrito hasta desvirtuarlo. Pero no. La importancia dada a los innumerables rostros de pobres corre en paralelo a la convicción de Aparecida –presente de punta a cabo en el Documento – acerca del carácter “no optable” de la “opción”. No hay cristianismo que pueda esquivar la mirada del Cristo pobre porque es precisamente ésta la primera mirada que debiera captar nuestra atención.

 

¡He encontrado a Jesús!

 

A este propósito, es imposible olvidar la experiencia que cuenta la Beata Madre Teresa de Calcuta en el libro El Amor más Grande:[5]

Han transcurrido algunos años, pero jamás olvidaré a una chica francesa que vino a Calcuta. Estaba muy angustiada. Se puso a trabajar en nuestra casa para indigentes moribundos. Al cabo de diez días vino a verme. Me abrazó y me dijo:

         ¡He encontrado a Jesús!

Le pregunté dónde lo había encontrado.

         -En la casa para indigentes moribundos.

         -¿Y qué hiciste después de encontrarlo?

-Fui a confesarme y recibí la sagrada comunión por primera vez después de quince años.

-¿Y qué más hiciste?

-Envié un telegrama a mis padres diciéndoles que había encontrado a Jesús.

Yo la miré a los ojos y le dije:

-Bueno, ahora haz tus maletas y vuelve a tu casa. Ve y dales a tus padres alegría, amor y paz.

 

Fernando Díaz del Castillo Z.

Escríbanos a: reflexionesdsi.org

 


[1] Gaudium et spes, 4-10

[2] Cf  Jorge Costadoat, S.J., Determinación Misionera en Aparecida, en Mirada Global, lunes 29 de octubre 2007, en internet.

[3] Aparecida, 12

[4] Benedicto XVI, Deus caritas est, 1

[5] Madre Teresa, El Amor más Grande, Ediciones Urano, Pg.51

Reflexión 75 Octubre 25 2007

Compendio de la D.S.I. N° 62 (II)

 

Cómo el Evangelio fecunda y fermenta la Sociedad

 

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Estas reflexiones siguen el libro Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, que presentan la doctrina social católica oficial y fue preparada por el Pontificio Consejo Justicia y Paz.  En la columna azul, a la derecha, en “Categorías”, encuentra en orden todos los programas. Con un clic usted elige por el número del libro o por el tema.

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Anunciar y actualizar el Evangelio en la compleja red de las relaciones sociales

En la reflexión anterior comenzamos a estudiar la segunda parte del capítulo 2° del Compendio, que se dedica a la Misión de la Iglesia y la Doctrina Social. En la primera parte estudiamos la relación de la Doctrina Social con la Evangelización. Vimos que la Doctrina Social es parte de la Evangelización. Los N° 62 a 66, se dedican a explicar, utilizando las figuras evangélicas de la semilla y de la levadura, cómo el Evangelio fecunda y fermenta la Sociedad. Dejemos firmes estas ideas; dediquemos la reflexión de hoy a recordar los puntos esenciales y a profundizar en ellos. Comienza el N° 62 diciendo que

 

Con su enseñanza social, la Iglesia quiere anunciar y actualizar el Evangelio en la compleja red de las relaciones sociales.

 

Nos dice aquí la Iglesia, que el Evangelio tiene que llegar a las relaciones sociales, que son complejas, es decir múltiples y diversas, por eso, complicadas. Sin el amor de hermanos que nos enseña el Evangelio, el hombre se puede convertir en lobo para el hombre[1]; el amor cristiano, por el contrario, lo transforma en amor, que es darse a los demás.

 

Han dado piedras en vez de pan

 

El marxismo trató de manejar los conflictos sociales, no sólo dejando de lado a Dios, sino presentándolo como el enemigo de su solución; como el opio que adormece, que no deja ver la realidad. Los resultados han sido la violencia, la injusticia, más hambre y muerte. El capitalismo pretende solucionar la inequidad basándose sólo en la técnica, en lo material, alejándose también de Dios e, igual que el marxismo, apartando a los hombres de Dios. Los resultados están a la vista: crecimiento de la economía con desempleo y hambre. Como de manera muy realista, en la reflexión sobre las Tentaciones de Jesús, dice el Papa en su libro Jesús de Nazaret, acerca de la ayuda de las potencias de Occidente a los países del Tercer Mundo: “Creían poder transformar las piedras en pan, pero han dado piedras en vez de pan.”[2]

 

Los creyentes comprendemos que la presencia de Dios, que es Amor, en las relaciones sociales, las transforma en bien. Los conflictos sociales tienen solución en el Evangelio, por eso tienen que actualizarse con el Evangelio, se tienen que poner a tono con Él. Ahora bien, nos advierte la Iglesia a los discípulos y evangelizadores, que para que el Evangelio llegue a la sociedad, hay que actualizar la presentación del Evangelio, hay que llevarlo a la gente de modo adecuado. La frase del Compendio es que hay que anunciar y actualizar el Evangelio en las relaciones sociales.

 

Nos recuerda la Iglesia que, en las dificultades que se presentan en la sociedad, el Evangelio tiene mucho qué decir, hoy y siempre, por eso hay que anunciarlo, hay que hacerlo conocer. La sociedad desconoce las soluciones completas, integrales de sus problemas, si desconoce lo que tiene que decir sobre ellos el Evangelio. Cuando a los problemas humanos se aplican soluciones que desconocen el Evangelio, y peor, si van contra él, se cometen injusticias, como cuando se usa la violencia con la disculpa de buscar la justicia o cuando se aprueban leyes inmorales como la del aborto y la eutanasia, desconociendo el valor inalienable de la vida, y con la disculpa de la muerte digna, en el caso de la eutanasia.

 

Hacer frente a la muerte con dignidad

 

Como observaba una médica, no se debería hablar de morir con dignidad, para justificar la eutanasia, sino más bien, de hacer frente a la muerte con dignidad.[3] La persona humana no pierde su dignidad por el deterioro de su cuerpo. Su dignidad es interior, es de su mismo ser. El ser humano es digno, por ser imagen de Dios, igual en perfectas condiciones físicas o con las huellas de la enfermedad y el sufrimiento. Es que el ser humano trasciende los límites de lo humano por su semejanza con Dios.[4] Jesús no perdió su dignidad cuando el látigo de la inmisericorde flagelación lo hizo parecer Despreciable y desecho de hombres, varón de dolores y sabedor de dolencias…despreciable, como lo describió proféticamente Isaías  (53, 3ss.) y lo vemos en la cruz.

 

Nos dice, entonces, la Iglesia, que el Evangelio tiene que llegar a las relaciones sociales, que hay que anunciar y actualizar el Evangelio en las relaciones sociales.

 

Nos cabe responsabilidad en la manera adecuada de llevar el Evangelio a nuestra sociedad, si queremos ser de verdad discípulos misioneros. A veces fallamos en el cómo dar aconocer la Palabra del Señor. Es una falla humana común, pero que tiene consecuencias. Por eso Aparecida examinó la pastoral, el modo de llevar el Evangelio a la sociedad, y encontró que nos hace falta una conversión de la pastoral, que nos hace falta prepararnos mejor y ser más creativos. Hay por cierto personas muy creativas, que nos pueden ayudar a mejorar nuestro trabajo de evangelización; grupos que realizan actividades muy interesantes para llevar al Señor, por ejemplo a los jóvenes, por medio del arte, en particular por la música y el teatro. Quizás nos hace falta más comunicación, conocer lo que hacen otros, más colaboración, que no nos encerremos en nuestro propio territorio.

 

Formación de los discípulos misioneros

 

 

Aparecida dedica el capítulo 6°, del N° 240 al 346, – más de 100 números – a la formación de los discípulos misioneros. Habla allí del itinerario formativo, es decir del camino de formación que debemos recorrer. Camino que empieza, nos dice también Aparecida, con el encuentro del discípulo con Jesucristo, por medio de una espiritualidad fundada en la Trinidad.

Un encuentro de verdad con Jesucristo nos tiene que cambiar, nos tiene que transformar como transformó a los Apóstoles, a los Discípulos de Emaús. Ese cambio, esa conversión nos debería llevar a una nueva forma de pensar y de actuar.

 

¿Dónde encontramos a Jesucristo?

 

 

Dediquemos un tiempo a leer en el capítulo 6° del documento de Aparecida, cómo y dónde encontrarnos con Jesucristo, en una sólida espiritualidad; sin detenernos mucho ahora en ello, por lo menos enumeremos los lugares de encuentro con Jesucristo, que señala el documento de Aparecida: en primer lugar, nuestro encuentro con el Señor se realiza en la fe recibida y vivida en la Iglesia. A Jesucristo lo encontramos en la Iglesia.

 

Desconocer la Escritura es desconocer a Jesucristo y renunciar a anunciarlo

 

Encontramos a Jesús en la Sagrada Escritura, que, dice el documento de Aparecida, es con la Tradición, fuente de vida para la Iglesia y alma de su acción evangelizadora. De manera que la fuente de vida y el alma de la Evangelización es la Sagrada Escritura. Y esta frase es muy importante; dice que Desconocer la Escritura es desconocer a Jesucristo y renunciar a anunciarlo.[5]

 

Para que los fieles encuentren al Señor en la Escritura, es necesario proponerles de modo adecuado la Palabra de Dios. Y hay en nuestro tiempo un terreno abonado; hay hambre de la Palabra. Por cierto, Radio María tiene por lo menos dos excelentes programas sobre la Sagrada Escritura, como son el de la doctora María Lucía Jiménez de Zitzman, y el del P. Clotario Hemer, que se transmitía desde Barranquilla. En 2012 la doctora María Lucía y el P. Hemer no figuran ya entre los programadores, pero han sido reemplazados por otras personas.  La Iglesia ofrece cursos y talleres en las parroquias y en instituciones como el CELAM, en su centro de pastoral bíblica.

 

El documento de Aparecida dice en el mismo N° 248, que los discípulos de Jesús anhelan nutrirse con el Pan de la Palabra.[6] Y añade que, esto exige, por parte de los obispos, presbíteros, diáconos y ministros laicos de la palabra, un acercamiento a la Sagrada Escritura que no sea sólo intelectual e instrumental, sino con un corazón “hambriento de oír la Palabra del Señor” (Am 8,11).[7]

 

De manera que no es suficiente estudiar la Sagrada Escritura con una actitud puramente intelectual, académica, como quien estudia historia o literatura; es que no se estudia un texto literario simplemente, como se puede estudiar a los autores griegos o latinos o a García Márquez; se estudia la Palabra inspirada por Dios, con el fin de darnos a conocer sus designios, sus planes con nosotros y de enseñarnos el camino de salvación.  Es decir que nos acercamos a la Palabra para conocer lo que a nosotros, hoy, dice el Señor. Los autores sagrados nos muestran el rostro de Dios y, con ello, el camino que debemos tomar”, como dice bellamente el Cardenal Ratzinger, Benedicto XVI, en su libro “Jesús de Nazaret”, sobre el papel de los profetas, de los autores inspirados.[8]

“ Una Vida de Jesús” debiera escribirse de rodillas”

Francois Mauriac, con la humildad de quien se consideraba pecador, escribió en el prólogo de su “Vida de Jesús”, que, “Sin duda una “Vida de Jesús” debiera escribirse de rodillas”… Nosotros podríamos decir que la Sagrada Escritura se debería leer de rodillas, es decir en actitud de oración, porque cuando la leemos, estamos en comunicación con el Señor que nos habló y nos habla.

 

Tampoco el estudio de la Sagrada Escritura puede ser puramente instrumental, dice Aparecida, es decir, como quien utiliza una herramienta para probar un dato, un hecho histórico. O como cuando se cita la Sagrada Escritura como una retahíla, con el alarde de conocerla de memoria, sin haberse adentrado en su mensaje.

 

De manera que el primer paso que debemos dar los bautizados en nuestra preparación para ser dignos discípulos y misioneros, es el encuentro con Jesucristo, y según el documento de Aparecida, un lugar privilegiado de encuentro con Jesucristo es la Sagrada Escritura, a la cual nos debemos acercar en una actitud de oración, porque allí se nos comunica Dios. La Sagrada Escritura, lo decimos todo el tiempo, es Palabra de Dios.

 

El documento de Aparecida señala que una forma privilegiada de acercarse a la Palabra, es el ejercicio de lectura orante de la Sagrada Escritura, (la Lectio divina). De ella, dice: Esta lectura orante, bien practicada, conduce al encuentro con Jesús-Maestro, (…) favorece el encuentro personal con Jesucristo…[9]

 

Una pequeña cuña espiritual para los que tienen acceso a internet: en este ‘blog’, entre los enlaces que aparecen en la columna de la derecha, hay uno que se llama “Orar frente al computador”. Al hacer clic allí, entra uno a una página que nos enseña a orar con el Evangelio del día, de manera muy práctica, muy sencilla. Son 10 minutos de oración con la Palabra, que nos vienen muy bien: es encontrarnos con Jesucristo al empezar el día. Si empezamos nuestras actividades con el Señor, se nos facilita seguir luego con Él. Los que trabajamos con el computador podemos adquirir el hábito de arrancar con la oración. Esta ayuda en internet es preparada por los jesuitas irlandeses, y se encuentra allí en 21 idiomas. Uno elige el que le convenga.

 

La Liturgia es un lugar de encuentro con Jesucristo

 

 

Otros lugares de encuentro con Jesucristo, que señala Aparecida, son: la Sagrada Liturgia, naturalmente la Eucaristía, de la que dice este documento que es fuente inagotable de la vocación cristiana… fuente inextinguible del impulso misionero.

 

 

El sacramento de la reconciliación nos devuelve la alegría…

Otro lugar de encuentro con Jesucristo es el sacramento de la reconciliación, que nos devuelve la alegría y el entusiasmo de anunciarlo a los demás con corazón abierto y generoso. Son también palabras de Aparecida, que señala además la oración personal y comunitaria, como lugares donde se cultiva una relación de profunda amistad con Jesucristo.

 

Si alguna vez sentimos lejos al Señor; si nos parece que se nos ha escondido, nos deberíamos preguntar si hemos ido a buscarlo donde está. Ya hemos visto varios lugares privilegiados que son respuesta, a aquel “Maestro, ¿dónde vives?[10]

 

Jesús está presente en medio de una comunidad viva en la fe y en el amor fraterno

Hay además otros lugares de encuentro con Jesucristo, nos dice Aparecida: Jesús está presente en medio de una comunidad viva en la fe y en el amor fraterno…Una comunidad viva en la fe y en el amor fraterno. Si en una comunidad no hay amor fraterno, no será un lugar muy apropiado para sentir la presencia del Señor.

 

Una versión del Ubi caritas et amor, Deus ibi est, Donde hay caridad y amor allí está Dios, dice: Donde hay verdadero amor, allí está Dios. Verdadero amor: es decir un amor que no es de sólo palabras, que es de entrega; no de entrega de regalos, sino de entrega personal por los demás. De entrega de nuestro tiempo, de entrega de lo que somos, tenemos y podemos, sin esperar nada a cambio.

 

Está en los que dan testimonio de lucha por la justicia, por la paz…

 

Añade Aparecida en el N° 256, que Jesucristo Está en los que dan testimonio de lucha por la justicia, por la paz, y por el bien común, algunas veces llegando a entregar la propia vida, en todos los acontecimientos de la vida de nuestros pueblos, que nos invitan a buscar un mundo más justo y más fraterno, en toda realidad humana, cuyos límites a veces nos duelen y nos agobian.

 

Muchos mártires murieron el siglo pasado y muchos siguen muriendo en el siglo XXI, dando testimonio de su lucha por la justicia y por la paz. Obispos, sacerdotes, religiosos y laicos que entregaron su vida en la lucha por la justicia y la paz. En ellos, en su amor hasta el sacrificio de la propia vida, encontramos también a Jesucristo.

 

También lo encontramos de un modo especial en los pobres, afligidos y enfermos

 

Leamos estas otras líneas maravillosas de Aparecida en el N° 257, sobre lugares donde encontramos a Jesucristo:

También lo encontramos de un modo especial en los pobres, afligidos y enfermos (cf Mt 25,37-40), que reclaman nuestro compromiso y nos dan testimonio de fe, paciencia en el sufrimiento y constante lucha para seguir viviendo. ¡Cuántas veces los pobres y los que sufren realmente nos evangelizan!

 

Si de verdad queremos ser auténticos discípulos y evangelizadores, de la Doctrina Social, tenemos que empezar por encontrarnos con Jesucristo; Aparecida nos ha dado muy buenas pistas sobre los caminos para encontrarlo.

 

No sólo la persona humana, individualmente considerada, sino la sociedad

 

 

En el N° 62, el Compendio nos aclara que la Iglesia tiene a su cuidado no sólo a la persona humana, individualmente considerada, sino a la sociedad. Recordemos este pensamiento de la Iglesia. Volvamos a leer este N° 62 del Compendio:

 

No se trata simplemente de alcanzar al hombre en la sociedad —el hombre como destinatario del anuncio evangélico—, sino de fecundar y fermentar la sociedad misma con el Evangelio.[11]

 

El Compendio de la D.S.I. se refiere a la Gaudium et spes en su capítulo IV sobre la Misión de la Iglesia en el Mundo Contemporáneo, lo mismo que a la encíclica Redemptor hominis, de Juan Pablo II, quien nos explica por qué para la Iglesia, cuidar del hombre, significa también velar por la sociedad. Hay que cuidar del hombre y de la sociedad, porque la vida en sociedad, a menudo determina la calidad de vida del hombre.Y dice la Iglesia que la calidad de vida determina con frecuencia las condiciones en las que cada hombre y cada mujer se comprenden a sí mismos y deciden acerca de sí mismos y de su propia vocación. La calidad de vida entonces, puede decidir el destino del hombre.

 

La vida en sociedad, a menudo determina la calidad de vida del hombre y la calidad de vida puede definir el destino del hombre. Ahora que en nuestra sociedad se habla tanto de libertad, de autonomía, de autoestima y hay al mismo tiempo hay tanto desencanto, frustración, dolor, violencia, ¿qué pensamientos rondarán en la cabeza de los desarraigados, de los secuestrados, de los que han sufrido el asesinato de sus seres queridos? ¿Qué se puede esperar que decidan sobre ellos mismos y su vida, las personas que viven en la miseria?

 

No es sólo la suerte terrena, sino también la suerte eterna

 

Es éste un pensamiento que nos tiene que impactar; es fuerte, duro, y debería remover la conciencia de los autores de la miseria de tantos hermanos nuestros. Y a todos, nos tiene que hacer pensar sobre la responsabilidad que nos pueda caber, y que no es sólo con la suerte terrena, sino también con la suerte eterna, de nuestros hermanos que sufren, sobre todo de los que padecen hambre…

 

Voy a repetir un pensamiento que creo merece que meditemos. Es propio de la naturaleza humana caída, que busquemos la vida fácil, la comodidad a toda costa y también el modo de eludir nuestras responsabilidades cuando nos son incómodas. Pensamos que los graves problemas sociales no son nuestra responsabilidad; que eso es algo que tiene que resolver el Estado, el gobierno de turno. Pero es bueno que nos interroguemos ¿en qué estamos dispuestos a ceder de nuestra comodidad, para que nuestros hermanos desfavorecidos tengan por lo menos lo necesario? Porque hablamos de la pobreza que padecen nuestros hermanos; nos compadecemos de ellos de palabra o hacemos algunas obras de caridad; pero, eso sí, esperamos que la solución de tan grave problema no toque nuestra personal comodidad; que no nos vayan a subir los impuestos…, por ejemplo.

 

Los empresarios, con excepciones, – que las hay, – no piensan tanto en ganar un poco menos para pagar con más justicia a sus trabajadores, sino, por ejemplo, en cómo aprovechar las ventajas de la ley de flexibilización laboral para pagar menos por las horas extras y las nocturnas y ganar más a costa de los trabajadores que menos ganan.

 

Digo que hay excepciones porque las hay. Hay empresarios con sentido social. Por cierto me llamó la atención en el noticiero de Radio María el martes 23 de octubre 2007, la noticia de que un empresario, creo que fue en Italia, hizo el ensayo de vivir un mes con el salario que pagaba a sus trabajadores y sólo lo logró 20 días. Le faltó para los 10 días restantes. Entonces resolvió subir el sueldo a sus trabajadores para que les alcanzara para el mes completo. Ojalá hubiera muchos empresario así.

 

Nada que toque al hombre es meramente secular y mundano

 

El N° 62 del Compendio nos enseña que la Iglesia no puede ser indiferente, no se puede callar ante la calidad infrahumana de la vida de muchos, ante las decisiones injustas, ante la baja calidad moral de la vida social.Y señala campos a los que no es ajeno el Evangelio, así equivocadamente se defiendan como terrenos que conciernen sólo a la vida terrena. Señala éstos la Iglesia:

 

La sociedad y con ella la política, la economía, el trabajo, el derecho, la cultura no constituyen un ámbito meramente secular y mundano, y por ello marginal y extraño al mensaje y a la economía de la salvación. La sociedad, en efecto, con todo lo que en ella se realiza, atañe al hombre. Es esa la sociedad de los hombres, que son « el camino primero y fundamental de la Iglesia ».

 

Es importante recordar estas enseñanzas. Si alguien nos pregunta por qué la Iglesia se entromete, como dicen, en temas de economía, de política, de derecho, de la cultura o de cualquier campo en que interviene el hombre, debemos conocer la respuesta: porque todo lo que se realiza en la sociedad atañe al hombre, nada que toque al hombre es meramente secular y mundano, nada de eso es extraño al mensaje del Evangelio, que es para todo el hombre, terrenal y con vocación de eternidad.

 

Hemos visto que nada que sea humano puede ser ajeno a la Iglesia. Volvamos a leer con cuidado algunas líneas de la encíclica Redemptor hominis, de Juan Pablo II, que nos explican con gran claridad el papel de la Iglesia en la sociedad. Lo encontramos en el N° 14 de esa encíclica. Dice así:

 

Jesucristo es el camino principal de la Iglesia. Él mismo es nuestro camino «hacia la casa del Padre»[12] y es también el camino hacia cada hombre.

 

Jesucristo no es sólo el camino hacia el Padre, sino también el camino para llegar a nuestros hermanos, para llegar a cada hombre. Sigue así el Santo Padre:

 

En este camino que conduce de Cristo al hombre, en este camino por el que Cristo se une a todo hombre, la Iglesia no puede ser detenida por nadie. Esta es la exigencia del bien temporal y del bien eterno del hombre. La Iglesia, en consideración de Cristo y en razón del misterio, que constituye la vida de la Iglesia misma, no puede permanecer insensible a todo lo que sirve al verdadero bien del hombre, como tampoco puede permanecer indiferente a lo que lo amenaza.[13]

 

Cuidar del hombre como ser terrenal y como ser trascendente

 

Terminemos con la consideración de la reflexión anterior: la Iglesia vela por el hombre para que viva una vida cada vez más humana y – al mismo tiempo, – más sobrenatural. Cuida del hombre como ser terrenal y como ser trascendente.

 

La Iglesia nos orienta, nos señala cuál es el camino según el Evangelio, pero las leyes humanas las presentan ante el Congreso y las aprueban los políticos. Por eso, el documento de Aparecida,en el capítulo 10, sobre nuestros pueblos y la cultura, señala la importancia de preparar líderes católicos que puedan influir en los Centros de Decisión.

 

La labor de transformación de la sociedad según los planes de Dios, necesita cristianos bien formados y decididos, que estén dispuestos a poner la cara cuando hay que ponerla. Que no escurran el bulto en el Congreso, ni en el Ejecutivo, ni en los sindicatos ni en las Juntas Directivas de empresas, ni detrás de los micrófonos o las cámaras de TV, cuando hay que defender los principios y los criterios del Evangelio. Tenemos personas así, pero a veces, si se consideran las decisiones en los altos niveles, si escuchamos la radio comercial y vemos la TV, nos damos cuenta de que no tenemos mayoría…, porque no hay suficientes católicos donde se toman las decisiones más importantes para el país o donde se forma la opinión; o hay algunos católicos cuyas decisiones no son coherentes con su fe. Es una de las razones por las que no es el Evangelio el que guía la conducta de nuestra sociedad.

 

Fernando Díaz del Castillo Z.

Escríbanos a: reflexionesdsi@gmail.com


[1]Cfr blog ASIMOV, lo que a mí me gusta, martes 24 de abril de 2007. La expresión en lengua latina “homo homini lupus” significa “el hombre es un lobo para el hombre”. Corresponde a una cita del texto “Asinaria” del escritor Plauto que vivió haciael año 200 a.C. Fue popularizada, sin embargo, por un filósofo del siglo XVIII llamado Thomas Hobbes el cual consideraba que una de las notas características de la esencia humana es el egoísmo, por intermedio del cual el hombre mismo termina siendo su propio verdugo, es decir, un lobo para el hombre. La distribución de la riqueza del mundo actual parecen dar la razón a esta idea.

[2] Joseph Ratzinger, Benedicto XVI, Jesús de Nazaret, Planeta,Pg 56ss

[3] Citada por Margarita Suárez en el Noticiero de Radio María el 24 de octubre 2007

[4] Cf Ratzinger-Benedicto XVI, Jesús de Nazaret, Planeta, Pg. 30

[5] Aparecida 247

[6]Ibidem 248

[7]Am, 811: He aquí que vienen días –oráculo del Señor Yahvéh, en que yo mandaré hambre a la tierra, mas no hambre de pan, ni sed de agua, sino de oír la Palabra de Yahvéh.

[8] Joseph Ratzinger, Benedicto XVI, Jesús de Nazaret, Planeta, Pg 26

[9] Aparecida 249

[10] Jn 1,38

[11] Cf Concilio Vaticano II, Const. Pas. Gaudium et spes, 40

[12] CfJn 14,1ss

[13] Juan Pablo II, Redemptor hominis, 76

Reflexión 74, Octubre 18 2007

Compendio de la D.S.I. N° 62

La Misión de la Iglesia y la Doctrina Social

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Las Reflexiones que se publican aquí son originalmente programas transmitidos por Radio María de Colombia. Usted puede escucharlos los jueves a las 9:00 a.m., hora de Colombia, en las siguientes frecuencias en A.M.:

Bogotá: 1220; Barranquilla: 1580; Cali: 1260; Manizales: 1500; Medellín: 1320; Turbo: 1460; Urrao: 1450.  Puede también escuchar la radio por internet en www.radiomariacol.org

Las reflexiones son sobre la Doctrina Social de la Iglesia y se sigue el libro Compendio de la DSI, publicado por el Pontificio Consejo Justicia y Paz. Es la doctrina social oficial de la Iglesia Católica en lo referente a las relaciones entre los seres humanos.  En la columna azul, a la derecha, en “Categorías”, encuentra en orden todos los programas, según la numeración del libro “Compendio de la D.S.I.” Con un clic usted elige.

Encuentra usted también enlaces a documentos muy importantes como la Sagrada Biblia, el Compendio de la Doctrina Social, el Catecismo y su Compendio, algunas encíclicas, la Constitución Gaudium et Spes y también agencias de noticias y publicaciones católicas. Ore todos los días 10 minutos siguiendo la Palabra de Dios paso a paso en “Orar frente al Computador”, método preparado en 20 idiomas por los jesuitas irlandeses.

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¿Que relación tiene la Doctrina Social con la Evangelización?

 

Estamos ahora estudiando el capítulo 2° del Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, que trata sobre la “Misión de la Iglesia y la Doctrina Social”. ¿Qué relación tiene la Doctrina Social con la Evangelización? Hemos visto que la Doctrina Social de la Iglesia es parte de nuestra fe, por lo tanto hace parte de la Evangelización. Reflexionamos también ya acerca de la presencia de la Iglesia en la vida del hombre contemporáneo, que presenta el 2° capítulo del Compendio, con el título: La Iglesia, morada de Dios con los hombres. Antes de avanzar, recordemos las ideas más importantes de los N° 60 y 61 delCompendio.

La iglesia es solidaria con el hombre en sus gozos, en sus esperanzas, en sus angustias.

Es solidaria siempre: es decir es solidaria con el hombre en cualquier lugar y tiempo.

Nos dice que la misión de la Iglesia es llevar al hombre la Buena Noticia del Reino: Jesucristo vino, vivió en el mundo como uno de nosotros, murió y resucitó, y viene, en medio de nosotros.

La Iglesia es en el mundo sacramento del amor de Dios: es decir, representa el amor de Dios y es instrumento del amor, actúa entre los hombres, hace presente el amor de Dios.

Por eso representa la esperanza de la liberación y promoción del ser humano.

Nos enseña también aquí el Compendio de la D.S.I. que:

 

– La Iglesia es tienda del encuentro con Dios; el hombre se encuentra en la Iglesia con el Señor. Se encuentra con Dios por la gracia, por los sacramentos, por la oración, la liturgia, y los cristianos hacemos presente a Dios en el mundo por el amor; por eso

– El hombre no está solo en su esfuerzo por humanizar el mundo: cuenta con el amor redentor de Cristo, a través de su Iglesia.

– La Iglesia es servidora, no en abstracto, no sólo en sentido espiritual, sino en el mundo real donde el hombre vive y trata de realizar el proyecto divino.

Papel de la Iglesia en la Sociedad

En este punto recordamos las palabras de Juan Pablo II, quien escribió que la Iglesia es experta en humanidad, y esto la mueve a extender necesariamente su misión religiosa a los diversos campos en que los hombres y mujeres desarrollan sus actividades, en busca de la felicidad, aunque siempre relativa, que es posible en este mundo, de acuerdo con su dignidad de personas. (1)

 

Si tenemos en cuenta esos planteamientos, podemos comprender por qué la Iglesia presenta sus orientaciones en temas como la economía, que toca a la justicia e insiste en la defensa de la dignidad de las personas y de la vida. Sobre el papel de la Doctrina Social, la última parte del N° 61 dice:

 

Al hombre insertado «en la compleja trama de relaciones de la sociedad moderna», la Iglesia se dirige con su doctrina social. «Con la experiencia que tiene de la humanidad», la Iglesia puede comprenderlo en su vocación y en sus aspiraciones, en sus limites y en sus dificultades, en sus derechos y en sus tareas, y tiene para él una palabra de vida que resuena en las vicisitudes históricas y sociales de la existencia humana.

 

La encíclica Sollicitudo rei socialis, de Juan Pablo II, del N° 41 al 43, hace claridad sobre el papel de la Doctrina Social de la Iglesia. Esos números los podemos leer con provecho si queremos ahondar en el asunto. En una corta síntesis, podemos decir que, como enseña Juan Pablo II, la enseñanza y difusión de la D.S. forma parte de la misión evangelizadora de la Iglesia.

 

Compromiso con la Justicia

 

Se trata de una doctrina que debe orientar la conducta de las personas, y tiene como consecuencia el « compromiso» por la justicia, según la función, vocación y circunstancia de cada uno. Al ejercicio del ministerio de la evangelización, en el campo social, que es un aspecto de la función profética de la Iglesia, pertenece también la denuncia de los males y de las injusticias.[2] Recordemos que la misión del profeta es anunciar y también denunciar.

 

El papel del sembrador de la buena semilla y el trabajo silencioso de la levadura, complementado, según la vocación y circunstancias de cada uno, con la denuncia, con el hablar claro y en voz alta. Es bueno que tengamos presente por qué la Iglesia tiene también que hacerse oír, en temas que hoy día se le quieren vetar. Parece que hubiera un consenso de ciertos políticos y comunicadores, para callar o ignorar a la Iglesia.Por cierto, el reciente comunicado del Consejo Especial para América, de la secretaría general del Sínodo de los Obispos, anota que:

 

desde el punto de vista social, “se sigue desarrollando una corriente, a menudo de signo neo-marxista, que provoca desequilibrios en las relaciones internacionales y en las realidades internas de los países y trata de ignorar a la Iglesia católica y no considerarla parte en el diálogo social”.[3]

 

No es fácil callar a la Iglesia

 

 Les puede parecer, en algunos países, y también en el nuestro, que es una buena táctica ignorar a la Iglesia; que así se consigue un mejor resultado que persiguiéndola abiertamente. Sin embargo, no es fácil callar a la Iglesia. Allí está presente donde el hombre la necesite. En los barrios humildes o en la tribuna de las Naciones Unidas. Por ejemplo, el 16 de octubre de 2007, el Santo Padre escribió al Director general de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO):

“Debemos constatar que los esfuerzos realizados hasta ahora no parecen haber disminuido significativamente el número de hambrientos en el mundo, a pesar de que todos reconocen que la alimentación es un derecho primario. (…) Los datos disponibles muestran que el incumplimiento del derecho a la alimentación se debe no sólo a causas de tipo natural sino, sobre todo, a situaciones provocadas por el comportamiento de los hombres y que desembocan en un deterioro general de tipo social, económico y humano”.[4]

 

El hambre se debe también a situaciones provocadas por el comportamiento de los hombres

 

 

Al final de la audiencia general, celebrada en la Plaza de San Pedro, el miércoles 17 de octubre, (2007) el Papa recordó que se celebraba la Jornada Mundial del rechazo de la miseria, reconocida por las Naciones Unidas con el título de “Jornada Internacional para la eliminación de la pobreza” y exclamó:



“¡Estas poblaciones siguen viviendo en condiciones de extrema pobreza! La diferencia entre ricos y pobres se ha hecho más evidente e inquietante, también en los países económicamente más avanzados. Esta situación preocupante se impone a la conciencia de la humanidad, porque las condiciones en que se hallan tantas personas ofenden la dignidad del ser humano y comprometen, en consecuencia, el progreso auténtico y armónico de la comunidad mundial. Animo, por tanto, a multiplicar los esfuerzos para eliminar las causas de la pobreza y sus consecuencias trágicas”[5]

Continuemos ahora con el N° 62, del Compendio, que nos expone cómo el Evangelio fecunda y fermenta la Sociedad. Leamos la primera parte del N° 62:

 

Con su enseñanza social, la Iglesia quiere anunciar y actualizar el Evangelio en la compleja red de las relaciones sociales.

¿Qué pretende la Iglesia con su doctrina social?

 

 

Miremos cada palabra: ¿qué pretende la Iglesia con su enseñanza social? Quiere anunciar el Evangelio y actualizarlo en la complicada red de las relaciones sociales. No se trata de actualizar el contenido del Evangelio, como si las enseñanzas de Jesucristo se pudieran volver anticuadas. Son las relaciones sociales las que tienen que actualizarse con el Evangelio, ponerse a tono con Él. Y también nos dice la Iglesia que hay que actualizar la presentación del Evangelio, hay que presentarlo de modo adecuado.

 

Nos dice la Iglesia que, en las dificultades que se presentan en las relaciones entre la gente, en la sociedad, el Evangelio tiene qué decir, hoy y siempre, por eso hay que anunciarlo, hacerlo conocer. La sociedad desconoce las soluciones completas, integrales de sus problemas, si desconoce lo que tiene que decir sobre ellos el Evangelio. A veces fallamos en el cómo dar aconocer la Palabra del Señor. Es una falla humana muy común. Por eso Aparecida examinó la pastoral, el modo de llevar el Evangelio a la sociedad y encontró que nos hace falta una conversión de la pastoral, que nos hace falta ser más creativos.

 

 

Romper esquemas

 

 

El señor obispo Roberto Ospina, en la reunión de reflexión sobre el capítulo 6° de Aparecida, acerca de la formación de los Discípulos Misioneros, con las parroquias de la Zona Pastoral de San Pedro, decía que tenemos que ingeniar caminos de pastoral nueva, que tenemos que romper esquemas. No dar por sentado que como lo estamos haciendo está bien y punto. No debemos temer examinar nuestro modo de llevar el Evangelio. Quizás hay otros que nos pueden enriquecer en cómo llegar mejor a la gente, cómo hacer comunidad, en cómo, no sólo mantener a los que ya están dentro, sino cómo llegar a los jóvenes, a los que están en la duda, a los que están lejos.

 

 El Evangelio no está guiando a nuestra sociedad

 

 

Y esto es necesario, porque como el mismo monseñor Ospina decía, no es el Evangelio el que está guiando a nuestra sociedad, y eso lo vemos, porque no hay coherencia entre fe y vida; los Discípulos misioneros tenemos que comprender los cambios en nuestra época. Nos quedamos quizás en la frase que dice que no estamos en una época de cambio sino en un cambio de época, sin ir más allá; es decir sin dar el paso siguiente y preguntarnos: entonces qué debemos hacer? ¿Qué estoy dispuesto a hacer yo? ¿En qué debo cambiar yo? Nos decía que el testimonio que damos no es suficientemente claro. Que es necesario que tengamos sensibilidad ante lo que el hombre de hoy vive. Todo eso es anunciar y actualizar el Evangelio en la compleja red de las relaciones sociales.

 

Continuemos la lectura del N° 62 del Compendio. Leímos las primeras líneas que dicen: Con su enseñanza social, la Iglesia quiere anunciar y actualizar el Evangelio en la compleja red de las relaciones sociales. Sigue así.

 

No se trata simplemente de alcanzar al hombre en la sociedad —el hombre como destinatario del anuncio evangélico—, sino de fecundar y fermentar la sociedad misma con el Evangelio.[6]

 

Cuidar del hombre y velar por la sociedad

 

Aquí, una vez más, el Compendio de la D.S.I. se refiere a la Gaudium et spes en su capítulo IV sobre la Misión de la Iglesia en el Mundo Contemporáneo. La Iglesia tiene a su cuidado no sólo a la persona humana, individualmente considerada, sino a la sociedad. Y el Compendio explica a continuación, así, este pensamiento:

 

Cuidar del hombre significa, por tanto, para la Iglesia, velar también por la sociedad en su solicitud misionera y salvífica. La convivencia social a menudo determina la calidad de vida y por ello las condiciones en las que cada hombre y cada mujer se comprenden a sí mismos y deciden acerca de sí mismos y de su propia vocación. Por esta razón, la Iglesia no es indiferente a todo lo que en la sociedad se decide, se produce y se vive, a la calidad moral, es decir, auténticamente humana y humanizadora, de la vida social. La sociedad y con ella la política, la economía, el trabajo, el derecho, la cultura / no constituyen un ámbito meramente secular y mundano, y por ello marginal y extraño al mensaje y a la economía de la salvación. La sociedad, en efecto, con todo lo que en ella se realiza, atañe al hombre. Es esa la sociedad de los hombres, que son « el camino primero y fundamental de la Iglesia »[7].

 

Es un párrafo denso que requiere nuestra atención. Considerémoslo por partes: Para la Iglesia, cuidar del hombre significa también velar por la sociedad. ¿Por qué? Porque la vida en sociedad, a menudo determina la calidad de vida del hombre.Y dice la Iglesia que la calidad de vida determina con frecuencia las condiciones en las que cada hombre y cada mujer se comprenden a sí mismos y deciden acerca de sí mismos y de su propia vocación.

¿Qué se puede esperar que decidan sobre ellos mismos y su vida, las personas que viven en la miseria? Es un pensamiento fuerte, duro, que nos tiene que hacer pensar sobre nuestra responsabilidad con la suerte terrena y eterna de nuestros hermanos que padecen hambre…

 

Es propio de la naturaleza human caída, que busquemos el modo de eludir nuestras responsabilidades. Pensamos que los graves problemas sociales los tiene que resolver el Estado, el gobierno de turno. Pero es bueno que nos interroguemos ¿en qué estamos dispuestos a ceder de nuestra comodidad, para que nuestros hermanos desfavorecidos tengan por lo menos lo necesario? Me llamó la atención que una señora comentara en estos días, que a ella la tenía sin cuidado la solución del transporte masivo, si hacían metro o no, porque ella se moviliza en su automóvil. Así somos. Hablamos de la pobreza que padecen nuestros hermanos; nos compadecemos de ellos de palabra o hacemos algunas obras de caridad; pero, eso sí, esperamos que la solución de tan grave problema no toque nuestra personal comodidad.

Después de afirmar que: La convivencia social a menudo determina la calidad de vida y por ello las condiciones en las que cada hombre y cada mujer se comprenden a sí mismos y deciden acerca de sí mismos y de su propia vocación, a continuación dice la Iglesia que, Por esta razón, (…) no es ( Ella) indiferente a todo lo que en la sociedad se decide, se produce y se vive, a la calidad moral, es decir, auténticamente humana y humanizadora, de la vida social.

 

La Iglesia no puede ser indiferente, no se puede callar ante la calidad infrahumana de la vida de muchos, ante las decisiones injustas, ante la baja calidad moral de la vida social. Y en este número 62, el Compendio señala campos a los que no es ajeno el Evangelio, así equivocadamente se defiendan como campos que conciernen sólo a la vida terrena. Señala éstos la Iglesia:

 

La sociedad y con ella la política, la economía, el trabajo, el derecho, la cultura no constituyen un ámbito meramente secular y mundano, y  por ello marginal y extraño al mensaje y a la economía de la salvación. La sociedad, en efecto, con todo lo que en ella se realiza, atañe al hombre. Es esa la sociedad de los hombres, que son « el camino primero y fundamental de la Iglesia ».

 

 

Los hombres son el camino primero y fundamental de la Iglesia

 

Que los hombres son el camino primero y fundamental de la Iglesia, vimos que lo había señalado Juan Pablo II, en su encíclica Redemptor hominis.[8]

Si alguien nos pregunta por qué la Iglesia orienta (las palabras que usan son ¿por qué la Iglesia se mete en…) en temas de economía, de política, de derecho, de la cultura o de cualquier campo en que interviene el hombre, tenemos la respuesta: todo lo que se realiza en la sociedad atañe al hombre. Nada que toque al hombre es meramente secular y mundano, nada de eso es extraño al mensaje del Evangelio, que es para todo el hombre, terrenal y con vocación de eternidad.

 

Veíamos que nada que sea humano puede ser ajeno a la Iglesia. Es el momento para leer con cuidado algunas líneas de la encíclica Redemptor hominis, de Juan Pablo II, que nos ponen a pisar muy firme, en lo que se refiere al papel de la Iglesia en la sociedad. Lo encontramos en el N° 14 de esa encíclica. Dice así:

 

Jesucristo es el camino principal de la Iglesia. Él mismo es nuestro camino «hacia la casa del Padre»[9] y es también el camino hacia cada hombre.

 

¡Qué interesantes estas palabras de Juan Pablo II! De manera que Jesucristo no es sólo el camino hacia el Padre, sino también el camino para llegar a nuestros hermanos, para llegar a cada hombre. Sigue así el Santo Padre:

 

En este camino que conduce de Cristo al hombre, en este camino por el que Cristo se une a todo hombre, la Iglesia no puede ser detenida por nadie. Esta es la exigencia del bien temporal y del bien eterno del hombre. La Iglesia, en consideración de Cristo y en razón del misterio, que constituye la vida de la Iglesia misma, no puede permanecer insensible a todo lo que sirve al verdadero bien del hombre, como tampoco puede permanecer indiferente a lo que lo amenaza. El Concilio Vaticano II, en diversos pasajes de sus documentos, ha expresado esta solicitud fundamental de la Iglesia, a fin de que «la vida en el mundo (sea) más conforme a la eminente dignidad del hombre»,[10] en todos sus aspectos, para hacerla «cada vez más humana».[11] Esta es la solicitud del mismo Cristo, el buen Pastor de todos los hombres. En nombre de tal solicitud, como leemos en la Constitución pastoral del Concilio, «la Iglesia que por razón de su ministerio y de su competencia, de ninguna manera se confunde con la comunidad política y no está vinculada a ningún sistema político, es al mismo tiempo el signo y la salvaguardia del carácter trascendente de la persona humana».[12]

 

Una vida para el hombre cada vez más humana y más sobrenatural

 

 

Es muy interesante, muy bello, ver que la Iglesia vela por el hombre para que viva una vida, – al mismo tiempo, – cada vez más humana y más sobrenatural. Cuida del hombre como ser terrenal y como ser trascendente. La vida aquí en la tierra también le interesa, también la cuida, para que sea digna del hombre, aunque sea ésta una vida temporal y su destino final sea eterno. Por eso denuncia la injusticia, el hambre en el mundo y al mismo tiempo nos recuerda que el Reino definitivo no es acá. Sigamos leyendo a Juan Pablo II en la Redemptor hominis:

Aquí se trata por tanto del hombre en toda su verdad, en su plena dimensión. No se trata del hombre «abstracto» sino real, del hombre «concreto», «histórico». Se trata de «cada» hombre, porque cada uno ha sido comprendido en el misterio de la Redención y con cada uno se ha unido Cristo, para siempre, por medio de este ministerio. Todo hombre viene al mundo concebido en el seno materno, naciendo de madre y es precisamente por razón del misterio de la Redención por lo que es confiado a la solicitud de la Iglesia. Tal solicitud afecta al hombre entero y está centrada sobre él de manera del todo particular. El objeto de esta premura es el hombre en su única e irrepetible realidad humana, en la que permanece intacta la imagen y semejanza con Dios mismo.[13]

 

Sigamos con la lectura de la encíclica Redemptor hominis, de Juan Pablo II: se refería al hombre y su única e irrepetible realidad humana, en la que permanece intacta la imagen y semejanza con Dios mismo.Sigue así:

El Concilio indica esto precisamente, cuando, hablando de tal semejanza, recuerda que «el hombre es en la tierra la única criatura que Dios ha querido por sí misma»[14]. El hombre tal como ha sido «querido» por Dios, tal como Él lo ha «elegido» eternamente, llamado, destinado a la gracia y a la gloria, tal es precisamente «cada» hombre, el hombre «más concreto», el «más real»; éste es el hombre, en toda la plenitud del misterio, del que se ha hecho partícipe en Jesucristo, misterio del cual se hace partícipe cada uno de los cuatro mil millones de hombres vivientes sobre nuestro planeta, desde el momento en que es concebido en el seno de la madre. Hasta aquí Juan Pablo II en la Redemptor hominis.

 

Pensar en la vida futura sin dejar de vivir en la presente

 

 

Esta labor con el hombre concreto, real, que debe pensar en la vida futura sin dejar de vivir en la presente, temporal, terrena, como es; en la que hay que luchar para prepararse y para conseguir trabajo, y para sostener una familia, y para responder a las necesidades de salud, de vivienda, de alimentación, de desarrollo personal, de recreación y de cuidado en la vejez, no se puede conseguir sin la intervención de los laicos. La Iglesia nos orienta, nos señala cuál es el camino según el Evangelio, pero las leyes humanas las presentan ante el Congreso y las aprueban los políticos. Las leyes no las hace la Conferencia Episcopal. Por eso, el documento de Aparecida,en el capítulo 10, sobre nuestros pueblos y la cultura, tiene estas palabras sobre Nuevos Areópagos y Centros de Decisión:

 

Una tarea de gran importancia es la formación de pensadores y personas que estén en los niveles de decisión. Para eso, debemos emplear esfuerzo y creatividad en la evangelización de empresarios, políticos y formadores de opinión, el mundo del trabajo, dirigentes sindicales, cooperativos y comunitarios.[15]

Sí, la labor de transformación de la sociedad según los planes de Dios, necesita cristianos bien formados y decididos, que estén dispuestos a poner la cara cuando hay que ponerla. Que no escurran el bulto en el Congreso, ni en el Ejecutivo ni en los sindicatos ni en las Juntas Directivas de empresas, ni detrás de los micrófonos o las cámaras de TV, cuando hay que defender los principios y los criterios del Evangelio. Tenemos personas así, pero a veces, si se consideran las decisiones que toman en los altos niveles, parece que allí no tenemos mayoría…

Fernando Díaz del Castillo Z.

ESCRÍBANOS A: reflexionesdsi@gmail.com


[1] Juan Pablo II, Sollicitudo rei socialis, 41

[2] Cf introducción a la encíclica en “11 Grandes Mensajes”, BAC Minor, 2, Pg. 639

[3] Servicio informativo del Vaticano, VIS 071016 (340)

[4] Ibidem VIS 071016 (390)

[5] Servicios de información del Vaticano, AG/LLAMAMIENTO ELIMINACION POBREZA/… VIS 071017 (150)

[6] Cf Concilio Vaticano II, Const. Pas. Gaudium et spes, 40

[7] Juan Pablo II, Carta enc. Redemptor hominis, 14

[8] Juan Pablo II, Redemptor hominis 14

[9] Cf Jn 14,1ss

[10] Conc. Vat. II, Const. past. Gaudium et spes, 91

[11] Ibid., 38

[12] Ibid., 76

[13] Cf. Gén 1,27

[14] Conc. Vat. II, Gaudium et spes, 24

[15] Aparecida 492

Reflexión 73, Octubre 11 2007

Compendio de la D.S.I. N° 61

 

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Las Reflexiones que se publican aquí son originalmente programas transmitidos por Radio María. Usted puede escucharlos los jueves a las 9:00 a.m., hora de Colombia, en las siguientes frecuencias en A.M.:

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Las reflexiones son sobre la Doctrina Social de la Iglesia y se sigue el libro Compendio de la DSI, publicado por el Pontificio Cponsejo Justicia y Paz. Es la doctrina social oficial de la Iglesia Católica en lo referente a las relaciones entre los seres humanos.  En la columna azul, a la derecha, en “Categorías”, encuentra en orden todos los programas, según la numeración del libro “Compendio de la D.S.I.” Con un clic usted elige.

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 Misión de la Iglesia en la sociedad

 

En las dos reflexiones anteriores comenzamos el estudio del capítulo 2° del Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia. Este capítulo trata sobre la “Misión de la Iglesia y  la Doctrina Social”. Nuestra reflexión pasada fue sobre los temas: Misión de la Iglesia y  Doctrina Social, sobre la relación de la Evangelización con la Doctrina Social, y acerca de la presencia de la Iglesia en la vida del hombre contemporáneo, que presenta el Compendio con el título: La Iglesia, morada de Dios con los hombres. Esto lo encontramos en el N° 60. Hoy continuaremos reflexionando sobre la misión de la Iglesia en la sociedad. Leamos el N° 60, para ubicarnos:

 

La Iglesia, partícipe de los gozos y de las esperanzas, de las angustias y de las tristezas de los hombres, es solidaria con cada hombre y cada mujer, de cualquier lugar y tiempo, y les lleva la alegre noticia del Reino de Dios, que con Jesucristo ha venido y viene en medio de ellos [2]. En la humanidad y en el mundo, la Iglesia es el sacramento del amor de Dios y, por ello, de la esperanza más grande, que activa y sostiene todo proyecto y empeño de auténtica liberación y promoción humana.

 

Recordemos las ideas claves:

 

La iglesia solidaria con el hombre en sus gozos, en sus esperanzas, en sus angustias.

Siempre: en cualquier lugar y tiempo

Lleva, la Iglesia al hombre, la Buena Noticia del Reino: Jesucristo ha venido y viene, en medio de nosotros.

La Iglesia es en el mundo sacramento del amor de Dios: representa el amor de Dios y es instrumento del amor entre los hombres.

Por eso representa la esperanza de la liberación y promoción del ser humano.

           Todos los bautizados somos Iglesia, de ahí nuestra responsabilidad en la misión de llevar la Buena Noticia del Reino y de ser solidarios con los demás en sus gozos, sus    esperanzas, sus angustias.

 

Continúa así el N° 60:

La Iglesia es entre los hombres la tienda del encuentro con Dios —« la morada de Dios con los hombres » (Ap 21,3)—, de modo que el hombre no está solo, perdido o temeroso en su esfuerzo por humanizar el mundo, sino que encuentra apoyo en el amor redentor de Cristo. La Iglesia es servidora de la salvación no en abstracto o en sentido meramente espiritual, sino en el contexto de la historia y del mundo en que el hombre vive, [3] donde lo encuentra el amor de Dios y la vocación de corresponder al proyecto divino.

 

Y las ideas claves de este párrafo:

– La Iglesia, tienda del encuentro con Dios

– El hombre no está solo en su esfuerzo por humanizar el mundo: cuenta con el  amor redentor de Cristo.

 

La Iglesia es servidora, no en abstracto, no sólo en sentido espiritual, sino en el mundo real donde el hombre vive

 

– La Iglesia es servidora, no en abstracto, no sólo en sentido espiritual, sino en el mundo real donde el hombre vive y trata de realizar el proyecto divino.

Es bueno recordar la reflexión sobre la presencia de la Iglesia entre los hombres de nuestro tiempo, que hacía el Concilio Vaticano II en su Constitución pastoral Gaudium et spes, de donde el Compendio toma estas ideas.

Comentábamos, en la reflexión anterior, que la Iglesia nos dice:Yo estoy en medio de ustedes, sus angustias son mis angustias, sus tristezas, son también mis tristezas, y la Buena Noticia que les traigo es que Jesucristo resucitado está con todos nosotros; y añadíamos que es ése el mensaje que nuestra palabra, y sobre todo nuestra vida, deben transmitir.

 

Somos nosotros, los cristianos, los que hacemos posible que se sienta la presencia del Señor en el mundo. Por eso, nuestra misión, donde tengamos presencia en el mundo, es llevar el mensaje del Señor:“No tengan miedo. Yo estoy con ustedes”; y nuestro comportamiento con los demás, especialmente con los pobres y con los que sufren, debe reflejar que es verdad, que no son sólo palabras, aquellas de: Nada hay verdaderamente humano, que no encuentre eco en nuestro corazón.

 

Jesús presente en el mundo con nuestra voz, nuestras manos, nuestro corazón

 

Jesús quiere estar presente con los pobres y los que sufren, por medio nuestro. Somos Iglesia, todos, y la Iglesia hace presente a Jesús resucitado en el mundo. Dios ha querido que seamos sus instrumentos. Tenemos que prestarle nuestras manos, nuestra palabra, nuestro corazón. ¿Cómo puede sentir el hombre de hoy la presencia del Señor, sin nuestra colaboración?

 

Viene al caso, referir esta historia: en  la revista internacional 30 Días, [4] en el artículo ¿Por qué los cristianos os comportáis así?, cuenta el periodista Giovanni Cubeddu, que en  una reunión diplomática en Abu Dabi, el embajador de un país islámico, (no árabe), detuvo al Vicario Apostólico de Arabia Monseñor Paul Hinder y le preguntó: “¿Por qué cuando sucede un desastre natural, una catástrofe, los cristianos sois los primeros en llegar, y ayudáis a todos, sin distinción de religión?” Le contesté sin pensarlo: “Es nuestro fundador. Nos viene de Jesús, nada más”». [5]

 

Es alentador que esto pase: que en los desastres naturales, en el sufrimiento de nuestros hermanos por la violencia, sea en nuestro país, en el Perú, en Asia o en cualquier lejano país de África,  las manos de los cristianos de todo el mundo, hagan presente al Señor que llega y dice: estoy con ustedes.

 

El Hombre es el camino de la Iglesia

 

 

En su encíclica Centesimus annus, escrita en el centenario de la encíclica Rerum Novarum, de León XIII, el Santo Padre Juan Pablo II trata, en el capítulo VI, el tema: El Hombre es el camino de la Iglesia.Recuerda allí el Santo Padre, que la única finalidad de la Iglesia ha sido la atención y la responsabilidad hacia el hombre, el hombre confiado a la Iglesia por Cristo mismo. Eran sus palabras textuales. El hombre, – añade Juan Pablo II, recordando al Concilio Vaticano II, – la única criatura que Dios ha querido por sí misma y sobre la cual tiene su proyecto, es decir, la participación en la salvación eterna. [6]

 

Por el ser humano Dios inventó su proyecto de salvación

 

 

Si alguien duda del amor de Dios por el hombre, que recuerde esas palabras: el hombre es la única criatura amada por Dios por sí misma, y para la cual inventó Dios su proyecto de salvación eterna. Y todo lo que implica ese proyecto de salvación: la Encarnación de su Hijo Único, su Pasión, muerte y resurrección, y toda la historia de salvación, desde el A.T., el don del Espíritu Santo, el regalo de la Iglesia…, el regalo de María… Bueno, tenemos que recordar esto en los días nublados de la fe…

 

Por cierto, a este respecto de los días nublados de la fe, no me resisto a citar unas bellas palabras de Juan Pablo II, en la encíclica Redemptor hominis (N° 13), cuando, refiriéndose a la situación del hombre contemporáneo en el mundo y el acompañamiento de la Iglesia dijo:

 

Jesucristo se hace en cierto modo nuevamente presente, a pesar de sus aparentes ausencias, a pesar de todas las limitaciones de la presencia o de la actividad institucional de la Iglesia.

Nuestras ausencias: aparentes ausencias de Cristo

Decíamos que los cristianos, que somos Iglesia, tenemos como misión hacer a Jesucristo presente en el mundo… Cuántas veces fallamos… y entonces, se producen esas aparentes ausencias de Jesucristo en el mundo: cuando no le prestamos nuestra voz, nuestras manos, nuestro corazón, para hacerse sentir de los hombres, nuestros hermanos.

 

Cuando la Iglesia nos enseña que el hombre es la única criatura a la que Dios ha amado por sí misma, dice que No se trata del hombre abstracto (como quien dice, Dios no se queda en conceptos, en puras ideas), sino que se trata del hombre real, concreto e histórico: se trata de cada hombre, porque a cada uno llega el misterio de la redención y con cada uno se ha unido Cristo para siempre a través de este misterio. [7]

 

Cada uno de nosotros, yo Fernando,  y tú Magola, y tú María del Carmen y Alba y Héctor y Saúl, y Ana, y María y Julia, y Carolina y Oliva, y Ricardo… todos, podemos proclamar, como San Pablo: el Hijo de Dios que me amó y se entregó a sí mismo por mí. (Gal, 2,20). Dios no se olvida de ninguno de nosotros. Por eso, Juan Pablo II continúa en la Centesimus annus, que estamos citando:

 

De ahí se sigue que la Iglesia no puede abandonar al hombre, y que «este hombre es el primer camino que la Iglesia debe recorrer  en el cumplimiento de su misión…, camino trazado por Cristo mismo, vía que inmutablemente conduce a través del misterio de la encarnación y de la redención [8]

No fuimos creados como seres solitarios

 

Avancemos ahora con el N° 61 del Compendio:

 

Único e irrepetible en su individualidad, todo hombre es un ser abierto a la relación con los demás en la sociedad. El con-vivir en la red de nexos que aúna entre sí individuos, familias y grupos intermedios, en relaciones de encuentro, de comunicación y de intercambio, asegura una mejor calidad de vida. El bien común, que los hombres buscan y consiguen formando la comunidad social, es garantía del bien personal, familiar y asociativo. [9]

 

Cada uno de nosotros es un individuo único e irrepetible; pero Dios nos creó, al mismo tiempo, abiertos a la relación con los demás en la sociedad. Nosotros no fuimos creados como seres solitarios. Existimos unidos en una red de relaciones; enlazados con la naturaleza, con las demás personas, y nada menos que con Dios. Unidos para formar una comunidad, garantía del bien personal, familiar, social.

 

Las redes rotas…

 

Si hacemos el ejercicio de trazar las líneas que nos unen con otras personas, quizás quedemos admirados de lo compleja que se va volviendo nuestra red, por la multitud de variadas conexiones. Algunas de esas líneas se salen, primero de nuestra familia, de nuestro lugar de trabajo y de vida, y luego de nuestra ciudad, de nuestro país, para encontrar unas relaciones distantes físicamente, pero cercanas por los intereses, por los ideales, por el afecto. Y tenemos que dar gracias a Dios, porque algunas de esas líneas se salen del espacio físico, y trascienden a la eternidad para unirse con nuestros seres queridos, que nos antecedieron y nos esperan en la sociedad de los santos. Son enlaces espirituales que no necesitan corriente eléctrica, por ellos circula la vida, circula el amor. Por esos enlaces debemos dar gracias a Dios.

 

También podemos encontrar enlaces retorcidos o rotos; líneas que alguna vez se unían en la red y ahora parecen colgar, sin encontrar dónde atarse. Quizás allí podemos sentir remordimiento o tristeza o desencanto. Por esas relaciones rotas o maltrechas, podemos orar para pedir perdón y ayuda para volver a hacer los caminos de unión. No es siempre fácil remendar esas redes sin que queden huellas. Por eso es mejor darles mantenimiento para que no se rompan.

 

El N° 61 del Compendio continúa:

 

 Por estas razones se origina y se configura la sociedad, con sus ordenaciones estructurales, es decir, políticas, económicas, jurídicas y culturales. Al hombre insertado «en la compleja trama de relaciones de la sociedad moderna», [10] la Iglesia se dirige con su doctrina social. « Con la experiencia que tiene de la humanidad », [11] la Iglesia puede comprenderlo en su vocación y en sus aspiraciones, en sus limites y en sus dificultades, en sus derechos y en sus tareas, y tiene para él una palabra de vida  que resuena en las vicisitudes históricas y sociales  de la existencia humana.

 

El bien común que buscamos, lo podemos alcanzar si formamos comunidad, si nos asociamos, si trabajamos juntos, sin egoísmo, pensando en el bien de todos y no sólo en nuestro bien particular. Para eso se organiza la sociedad  y conforma estructuras políticas, económicas, jurídicas y culturales. Podríamos añadir que en la búsqueda suprema del bien común, en el desarrollo del Reino de Dios, se conforman comunidades, que, en común unión, procuran que la sociedad viva los valores del Evangelio. Y existen también las estructuras eclesiásticas, que deben facilitar, no ser una traba, en la construcción del Reino de Dios.

 

¿A dónde lleva la comprensión parcial del ser humano?

 

Son relaciones complejas las de la sociedad. La trama de esas relaciones tiene enlaces puramente humanos, como son los de la política y de la economía, pero que los cristianos tenemos que entender, en el contexto del hombre integral: cuerpo y espíritu. Si no tenemos en cuenta al ser humano como es, completo, unido a la tierra de donde viene, pero unido también al Creador que le infundió su espíritu, nuestra comprensión del ser humano será sólo parcial, y se optará por soluciones también parciales a los problemas humanos. Por eso se opta por la guerra, por el aborto, por la eutanasia, por la explotación económica del otro: se confía en soluciones para una parte del hombre, y se deja que lo más importante de él  se destruya.

 

Para comprender lo que es y lo que pretende la Doctrina Social, tenemos que comprender al hombre mismo, en su integridad, como Dios nos lo ha dado a conocer por la revelación. En su encíclica Centesimus annus, Juan Pablo II nos esclarece ésta que parece compleja situación. Dice:

 

La Iglesia conoce el «sentido del hombre» gracias a la Revelación divina. «Para conocer al hombre, el hombre verdadero, el hombre integral, hay que conocer a Dios», decía Pablo VI, citando a continuación a Santa Catalina de Siena, que en una oración expresaba la misma idea: «En la naturaleza divina, Deidad eterna, conoceré la naturaleza mía». 12]

 

Desde Dios, se puede ver la imagen del auténtico hombre

 

Viene al caso citar también, a este respecto, a Benedicto XVI en el Prólogo de su libro Jesús de Nazaret, donde nos hace comprender cómo a través del hombre Jesús, no sólo Dios se hizo visible, sino que también desde Dios, se pudo ver la imagen del auténtico hombre. [13] En Jesucristo, hombre perfecto, conocemos al hombre, al deber ser del hombre. Jesucristo, hombre verdadero, pasó por la tierra como uno de nosotros: trabajó con sus manos de hombre, soportó el calor y el frío, padeció y murió. En todo igual a nosotros, menos en el pecado.

 

Sin Dios se desconoce al hombre

 

Veíamos que la concepción integral, completa, del hombre, la tenemos los cristianos gracias a la revelación. Los no creyentes tienen una concepción parcial del hombre. Para ellos se trata de un ser sin trascendencia, que cuando le llega la muerte, desaparece; cuya existencia se reduce al tiempo durante el cual su organismo funcione. Si no tienen fe, si la revelación no les ha llegado, no pueden comprender nuestra posición frente a  valores como la dignidad inalienable de la vida. Nosotros sabemos que no podemos disponer de nuestra vida, ni encargar a terceros que dispongan de ella. Claro está que tampoco podemos disponer de la vida de los otros. Los no creyentes tampoco comprenden el valor del sacrificio, del dolor.

 

¿La eutanasia, un acto de amor?

 

 

El médico que, según el periódico El Tiempo, del 1 de octubre de 2007, [14] ha hecho público,  con toda tranquilidad -incluso con orgullo- que lleva varios años practicando la eutanasia en Bogotá,- unas 35 veces, – puede creer de buena fe, que ha practicado un acto de amor con el paciente, y no de compasión, como afirma en la entrevista, pero se está tomando un derecho que sólo Dios podría darle. El Tiempo volvió a dedicar casi una página completa a este médico de la muerte en julio de 2012.

Juan Pablo II en la Centesimus annus en el N° 54 dice:

La doctrina social, especialmente hoy día, mira al hombre, insertado en la compleja trama de relaciones de la sociedad moderna. Las ciencias humanas y la filosofía ayudan a interpretar la centralidad del hombre en la sociedad y a hacerlo capaz de comprenderse mejor a sí mismo, como «ser social». Sin embargo, solamente la fe le revela plenamente su identidad verdadera, y precisamente de ella arranca la doctrina social de la Iglesia, la cual, valiéndose de todas las aportaciones de las ciencias y de la filosofía, se propone ayudar al hombre en el camino de la salvación.

 

En el N° 55 de la misma encíclica Centesimus annus, continúa Juan Pablo II con las palabras que ya leímos, donde dice que La Iglesia conoce el sentido del hombre» gracias a la Revelación divina y nos explica por qué la Doctrina Social de la Iglesia hace parte de la teología. Dice así:

 

(…) la antropología cristiana es en realidad un capítulo de la teología y, por esa misma razón, la doctrina social de la Iglesia, preocupándose del hombre, interesándose por él y por su modo de comportarse en el mundo, «pertenece… al campo de la teología y especialmente de la teología moral» [15]. La dimensión teológica se hace necesaria para interpretar y resolver los actuales problemas de la convivencia humana. Lo cual es válido —hay que subrayarlo— tanto para la solución «atea», que priva al hombre de una parte esencial, la espiritual, como para las soluciones permisivas o consumísticas, las cuales con diversos pretextos tratan de convencerlo de su independencia de toda ley y de Dios mismo, encerrándolo en un egoísmo que termina por perjudicarlo a él y a los demás.

 

Experta en humanidad

 

La Iglesia tiene mucho qué decir sobre el hombre concreto, inserto en la historia. Pablo VI, en la encíclica Populorum progressio, explica así por qué la Iglesia tiene qué decir en el tema del desarrollo [16], porque ella, – dice, – posee como propia una visión completa (global) del hombre y de la humanidad”, porque ella, viviendo en la historia, debe “escrutar a fondo los signos de los tiempos e interpretarlos a la luz del Evangelio. (Gaudium et spes, 4).

Juan Pablo II concreta estas ideas, diciendo que la Iglesia es experta en humanidad, y esto la mueve a extender necesariamente su misión religiosa  a los diversos campos en que los hombres y mujeres desarrollan sus actividades, en busca de la felicidad, aunque siempre relativa, que es posible en este mundo, de acuerdo con su dignidad de personas. [17]

 

La Iglesia, conocedora del hombre integral. Necesitamos conocer el papel de la Iglesia en el mundo, porque tratan de sacarla del contexto social, y la quieren reducir a las celebraciones litúrgicas; mandarla al interior de los templos, y si es posible reducirla a la sacristía. Los laicizantes quisieran verla, si acaso, sólo en los entierros, a los que asisten de puertas para afuera, desde el atrio. Por eso leamos de nuevo las últimas líneas del N° 60 del Compendio:

 

La Iglesia es servidora de la salvación no en abstracto o en sentido meramente espiritual, sino en el contexto de la historia y del mundo en el que el hombre vive, donde lo encuentra el amor de Dios y la vocación de corresponder al proyecto divino.

 

Y la última parte del N° 61 dice:

 

Al hombre insertado «en la compleja trama de relaciones de la sociedad moderna», la Iglesia se dirige con su doctrina social.      «Con la experiencia que tiene de la humanidad», la Iglesia puede comprenderlo en su vocación y en sus aspiraciones, en sus limites y en sus dificultades, en sus derechos y en sus tareas, y tiene para él una palabra de vida que resuena en las vicisitudes históricas y sociales de la existencia humana.

 

Fernando Díaz del Castillo Z.

Escríbanos a: reflexionesdsi@org

 

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  (2) Cf Concilio Vaticano II, Const. Past. Gaudium et spes, 1

[3] Ibidem 40; Juan Pablo II Carta enc. Centesimus annus, 53-54; Carta enc. Sollicitudo rei socialis, 1

[4] Busque la revista 30Días entre los enlaces de este ’blog’, REFLEXIONESDSI

[5] 30DIAS, Agosto 2007, Vida cotidiana del Vicariato Apostólico de Arabia, ¿Por qué los cristianos os comportáis así?, versión en internet.  

[6] Juan Pablo II, Centesimus annus, 53s

[7] Cf Enc. Redemptor hominis, 13

[8]  Cf  Ibidem

(9) Cf Gaudium et spes, 32

[10] Juan Pablo II, Centesimus annus, 54

[11] Pablo VI, Carta enc. Populorum progressio, 13

[12] Juan Pablo II, Centesimus annus, 55, Pablo VI, Homilía en la última sesión pública del Concilio Vaticano II (7 de diciembre 1965): AAS 58 (1966), 58

[13] Benedicto XVI, Jesús de Nazaret, Prólogo, Pg.7: (…) “Dios se hizo visible a través del hombre Jesús y,  desde Dios, se pudo ver la imagen del auténtico hombre.”

[14] El Tiempo, Bogotá, octubre 1 de 2007, “Les he aplicado la eutanasia a unas 35 personas y no me arrepiento” dice Gustavo Alfonso Quintana. Tomado de la versión virtual en internet.

[15] Sollicitudo rei socialis 41

[16] Pablo VI, Populorum progressio, 13; Juan Pablo II, Sollicitudo rei socialis, 41

[17] Sollicitudo rei socialis, 41