Reflexión 79 Noviembre 22 2007

 

Compendio de la D.S.I. N° 64 (II)

La dimensión divina del ser humano no se puede ignorar cuando se trata de resolver los problemas de la convivencia humana. – Cuando se viven los valores del Evangelio se vive una vida auténticamente humana. – Las soluciones ateas a los problemas de la sociedad son incompletas e injustas. – Quien excluye a Dios de su vida no vive la realidad completa.

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Estas Reflexiones se basan en el libro Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, publicado por el Pontificio Consejo Justicia y Paz. Esa es la doctrina social católica oficial.

En este blog cuentra usted enlaces a documentos muy importantes como la Sagrada Biblia, el Compendio de la Doctrina Social, el Catecismo y su Compendio, algunas encíclicas, la Constitución Gaudium et Spes y también agencias de noticias y publicaciones católicas. Ore todos los días 10 minutos siguiendo la Palabra de Dios paso a paso en “Orar frente al Computador”, método preparado en 20 idiomas por los jesuitas irlandeses.

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La Iglesia existe para Evangelizar

Estamos estudiando el capítulo 2° del Compendio de la D.S.I., que trata sobre la Misión de la Iglesia y la Doctrina Social. En la reflexión anterior estudiamos el N° 64. Vamos a dedicar la reflexión de hoy a ampliar y profundizar en su contenido. Aprendimos allí que la Iglesia, con su doctrina social, no sólo no se aleja de la propia misión, sino que es estrictamente fiel a ella.

 

Ya nos habíamos detenido en el estudio de la misión de la Iglesia. Podríamos repasar las Reflexiones 51-53, que estudian el tema de Designio de Dios y Misión de la Iglesia, en los N° 49-51 del Compendio de la D.S.I. Si queremos ampliar y profundizar nuestro conocimiento sobre la misión de la Iglesia, no podemos dejar de estudiar la exhortación apostólica Evangelii nuntiandi, de Pablo VI.[1] Dice Pablo VI que la tarea de la evangelización de todos los hombres  constituye la misión esencial de la Iglesia, y añade el Papa, que la Iglesia existe para evangelizar.

Evangelizar, llevar las verdades del Evangelio, llevar la Buena Nueva del Reino al hombre, – para lo cual existe la Iglesia, – es una contribución a la sociedad, pues si en ella se actuara según los valores del Evangelio, sus miembros vivirían una vida digna, donde reinarían la justicia y el amor. Sería esta vida terrenal un preámbulo de nuestro destino final, cuando lleguemos a compartir la vida eterna con Dios. Nuestra tarea como bautizados debe ser colaborar en la construcción de la Ciudad de Dios.


La Iglesia tiene siempre presente que el hombre, – todos los seres humanos, – estamos confiados a su solicitud, porque cada hombre ha sido comprendido en el misterio de la Redención- en palabras de Juan Pablo II – y con cada uno se ha unido Cristo.[2]

Sin duda alguna, la concepción que la Iglesia tiene de la persona humana es infinitamente superior a la de los no creyentes. No concibe la Iglesia al hombre como el resultado de la evolución de una materia bien organizada solamente, pero destinada a desaparecer del todo un día; sino que, gracias a la Revelación, la Iglesia conoce al hombre completo, cuerpo y espíritu, creado por Dios con un proyecto de eternidad.

Cuidar del hombre es cuidar de la sociedad

Para comprender la misión de la Iglesia, que es cuidar del hombre, volvamos a leer estas palabras de Juan Pablo II en la encíclica Redemptor hominis :

Cuidar del hombre significa, por tanto,  para la Iglesia,  velar también por la sociedad en su solicitud misionera y salvífica. La convivencia social a menudo determina la calidad de vida  y por ello  las condiciones en las que cada hombre y cada mujer  se comprenden a sí mismos y deciden acerca de sí mismos y de su propia vocación. Por esta razón, la Iglesia no es indiferente a todo lo que en la sociedad se decide, se produce y se vive,  a la calidad moral, es decir, auténticamente humana y humanizadora, de la vida social. La sociedad  y con ella la política, la economía, el trabajo, el derecho, la cultura  no constituyen un ámbito meramente secular y mundano, y por ello marginal y extraño al mensaje y a la economía de la salvación. La sociedad, en efecto, con todo lo que en ella se realiza, atañe al hombre. Es esa la sociedad de los hombres, que son« el camino primero y fundamental de la Iglesia ».[3]

Calidad moral es calidad de vida

En nuestra reflexión anterior comprendimos que es un deber de la Iglesia presentar su Doctrina Social, porque es parte esencial de las enseñanzas del Evangelio. La misión de la Iglesia no es una misión política ni económica, sino que tiene que ver con la redención y la salvación del hombre; es una misión del orden sobrenatural. Pero, como lo dijo también Juan Pablo II y nos lo enseñó el Concilio Vaticano II en Gaudium et spes, el hombre que hay que salvar es el hombre concreto, real, histórico. Nosotros, de carne y hueso, que vivimos en esta sociedad, – que si vive los valores del Evangelio, – nos hará posible vivir una vida de calidad moral, que es lo mismo que una vida auténticamente humana, como acabamos de leer.

La Doctrina Social, entonces, nos orienta hacia la salvación del hombre, por ser parte de la Evangelización; la salvación del hombre integral y de todos los hombres, como lo estudiamos en el N° 38 del Compendio de la D.S.I.: La salvación que, por iniciativa del Padre, se ofrece en Jesucristo y se actualiza y difunde por obra del Espíritu Santo, es salvación para todos los hombres y de todo el hombre: es salvación universal e integral.

En el ámbito de la teología moral

Es muy importante que ubiquemos la D.S.I. en el terreno que le corresponde, porque se puede confundir con una ciencia social más, como la sociología, la antropología o la ciencia política. Con todas las ciencias sociales tiene que ver la D.S.I., porque son ciencias que se refieren al hombre, pero el campo de la D.S. no es el hombre terrenal solamente. En el Compendio la Iglesia nos enseña que la Doctrina Social es parte de la teología, y más específicamente de la teología moral. Sus bases, como insistimos siempre, son la Sagrada Escritura, la Tradición y el Magisterio.

Esta precisión se la debemos especialmente a Juan Pablo II. [4] Fue enorme su aporte al avance de la D.S.I. Tomó el Papa la Constitución pastoral Gaudium et spes como punto de partida, y a lo largo de su pontificado fue haciendo una catequesis profunda de ella. Los expertos hacen énfasis en el análisis del Santo Padre, de los números 22 y 24 de la Gaudium et spes, en los que se afirma que Cristo revela plenamente el sentido del hombre al hombre y que el hombre es la única criatura que Dios ha amado por sí misma. (…).[5]

Jesucristo, centro del cosmos y de la historia

El tema del hombre fue uno de los preferidos por Juan Pablo II. Tendríamos que estudiarlo a lo largo de sus muchos documentos, para alcanzar algún conocimiento de la antropología cristiana, es decir para comprender al hombre desde la visión cristiana. El hombre no se puede entender sin tener en cuenta a Jesucristo, el Hombre perfecto. Es interesante observar, que la primera encíclica de Juan Pablo II, fue la Redemptor hominis, que comienza en español con las palabras: El Redentor del hombre, Jesucristo, es el centro del cosmos y de la historia.

Nos viene bien recordar estas verdades, cuando celebramos la festividad de Jesucristo Rey del Universo, cuando la liturgia nos  invita a reflexionar en el hecho de que nuestro Señor ocupa el centro de la historia humana: Él es — como nos recuerda el libro del Apocalipsis — “el Alfa y la Omega… Aquel que es, que era y que va a venir, el Todopoderoso” (Ap 1, 8).[6]

Una encíclica dedicada a la verdad sobre el hombre

Me llama la atención que la encíclica Redemptor hominis, que como dicen sus primeras palabras, trata de Jesucristo, centro, punto de referencia del hombre, del cosmos y de la historia, no se cite siempre entre los documentos de la D.S.I. Sí lo hace el Compendio. Creo que en los libros que ofrecen los documentos sociales de la Iglesia, – entre los documentos sociales de Juan Pablo II, – la encíclica Redemptor hominis debería estar cronológicamente de primera, antes de Laborem exercens,- sobre el trabajo humano. Él mismo Sumo Pontífice, en su encíclica Dives in misericordia, describe a Redemptor hominis, como una encíclica sobre el hombre.[7] Leamos un fragmento del N° 1 de Dives in misericordia, (Rico en misericordia) que nos clarifica estas ideas sobre el pensamiento de Juan Pablo acerca del hombre:

Siguiendo las enseñanzas del Concilio Vaticano II y en correspondencia con las necesidades particulares de los tiempos en que vivimos, he dedicado la Encíclica Redemptor Hominis a la verdad sobre el hombre, verdad que nos es revelada en Cristo, en toda su plenitud y profundidad. Una exigencia de no menor importancia, en estos tiempos críticos y nada fáciles, me impulsa a descubrir una vez más en el mismo Cristo el rostro del Padre, que es «misericordioso y Dios de todo consuelo». Efectivamente, en la Constitución Gaudium et Spes leemos: «Cristo, el nuevo Adán…, manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la sublimidad de su vocación»: y esto lo hace «en la misma revelación del misterio del Padre y de su amor». Las palabras citadas son un claro testimonio  de que la manifestación del hombre en la plena dignidad de su naturaleza  no puede tener lugar sin la referencia — no sólo conceptual, sino también íntegramente existencial — a Dios. El hombre y su vocación suprema  se desvelan en Cristo mediante la revelación del misterio del Padre y de su amor.

Por esto mismo, es conveniente ahora que volvamos la mirada a este misterio: lo están sugiriendo múltiples experiencias de la Iglesia y del hombre contemporáneo; lo exigen también las invocaciones de tantos corazones humanos, con sus sufrimientos y esperanzas, sus angustias y expectación. Si es verdad que todo hombre es en cierto sentido la vía de la Iglesia — como dije en la encíclica Redemptor Hominis—, al mismo tiempo el Evangelio y toda la Tradición  nos están indicando constantemente  que hemos de recorrer esta vía con todo hombre, tal como Cristo la ha trazado, revelando en sí mismo al Padre junto con su amor. En Cristo Jesús, toda vía hacia el hombre, cual le ha sido confiado de una vez para siempre a la Iglesia  en el mutable contexto de los tiempos, es simultáneamente un caminar al encuentro con el Padre y su amor. El Concilio Vaticano II ha confirmado esta verdad según las exigencias de nuestros tiempos.

Esta ampliación y profundización sobre el sentido de la D.S.I. es muy importante. Si comprendemos el concepto cristiano del hombre, – eso es la antropología cristiana, la antropología teológica, – podremos comprender mejor el ámbito de la D.S.I. como parte de nuestra fe.

Aunque en teoría aceptemos que la Doctrina Social es parte de nuestra fe, no de la ciencia política, – por ejemplo, – a veces nos sentimos tentados a pedir a la Iglesia que intervenga directamente por fuera de su campo; otras veces por el contrario, se quejan algunos porque interviene en un terreno que les parece no le es propio. No siempre hay claridad sobre cuándo y dónde debe intervenir la Iglesia, si se trata de la vida política y, quién lo creyera, también se trata de cerrarle el paso cuando interviene en conflictos con la ética. Lo vemos en las discusiones en épocas electorales y de cambios en las estructuras de las naciones, como está ocurriendo en estos días en Venezuela o cuando se discuten temas que tocan la moral natural como el aborto, la eutanasia y la familia o cuando la Iglesia expone sus críticas al marxismo y al capitalismo. Es éste un tema que ya hemos tratado antes y sin duda volveremos a tratar más adelante.

El hombre integral, terreno común de las ciencias sociales

Hemos visto, entonces, que la doctrina social de la Iglesia es parte de nuestra fe; no es una doctrina filosófica, no es sociología ni ciencia política ni economía; pero como la ética, – que es parte de la filosofía,- como la sociología, la economía y la política, tienen que ver con el hombre, en alguna forma la ética, la sociología, la economía y la política, -también la psicología, – se tienen que encontrar con lo religioso, en su terreno común que es el hombre, porque lo religioso es esencial en el hombre. La relación del hombre con Dios no puede dejar de aparecer, porque el hombre la lleva en sí mismo, como imagen que es de Dios, y en esta realidad se basa su dignidad. O mejor, como leímos hace un momento en las palabras profundas de Juan Pablo II en su encíclica Dives in misericordia: la manifestación del hombre en la plena dignidad de su naturaleza no puede tener lugar sin la referencia — no sólo conceptual, sino también íntegramente existencial — a Dios.

Al tratar sobre el hombre, las ciencias del hombre (la sociología, la antropología, la ciencia política), se tienen que encontrar con la Doctrina Social de la Iglesia, que nos enseña cómo se espera que sean las relaciones entre los hombres y con el universo, de acuerdo con el proyecto concebido por Dios. Cuando se trata del hombre, no se puede prescindir de su relación con Dios o se trata el tema recortado, incompleto.

Cuando estudiamos el N° 20 del Compendio, [8] vimos que en nuestro estudio de la D.S.I. se trata un asunto de enorme alcance, pues la D.S. es la reflexión de la Iglesia, a través del tiempo, sobre lo que nos enseña la Sagrada Escritura, acerca del hombre y de su relación con Dios, con sus hermanos y con la naturaleza. Esa reflexión de la Iglesia, sobre la doctrina que aparece en la Sagrada Escritura, se nos ha ido haciendo explícita en los escritos y predicación de los Padres y doctores de la Iglesia, en los documentos de los Concilios y de los Papas.

El objetivo principal de la D.S.I

El aporte de Juan Pablo II en la clarificación de la naturaleza de la D.S.I. fue notable. Recordemos su encíclica Sollicitudo rei socialis, en el vigésimo aniversario de la Populorum progressio, donde afirma que el objetivo principal de la D.S.I., es interpretar las complejas realidades de la vida del hombre en la sociedad, examinar su conformidad o diferencia con lo que el Evangelio enseña acerca del hombre y de su vocación terrena y a la vez trascendente, para orientar en consecuencia su conducta cristiana.[9]

Cuando estudiamos la D.S.I., no nos podemos quedar sólo en la formulación de teorías; es indispensable llegar a la práctica, porque el mensaje social del Evangelio no es considerado una teoría por la Iglesia, sino, como Juan Pablo II dice en la encíclica Centesimus annus, en el N° 57, El mensaje social del Evangelio es un fundamento y un estímulo para la acción. El Santo Padre invoca allí el ejemplo de los primeros cristianos, de los monjes, religiosos y religiosas y hombres y mujeres de todas las clases sociales, que a través de los siglos no dejaron El Evangelio en sus vidas como un piadoso deseo, sino como compromisos concretos de vida.[10]

Algunos de los ejemplos concretos que el Santo Padre menciona, del Evangelio llevado a la acción, son: la distribución de los bienes a los pobres por algunos de los primeros cristianos, los monjes que se dedicaron al cultivo de la tierra, la fundación de hospitales y asilos para los pobres y el compromiso de hombres y mujeres a favor de los necesitados y marginados.

Compromiso hasta el martirio

A este propósito, debemos citar a la Conferencia Episcopal de Aparecida, Brasil, que nos habla sobre el compromiso de la Iglesia con los pobres, en el N° 396. Podemos estudiar todo el Capítulo 8° sobre El Reino de Dios y la Promoción de la Dignidad Humana. Leamos unas líneas del  N° 396:

Nos comprometemos a trabajar para que nuestra Iglesia Latinoamericana y Caribeña  siga siendo, con mayor ahínco, compañera de camino de nuestros hermanos más pobres, incluso hasta el martirio.

No son palabras vanas. Una de las publicaciones del Martirologio Latinoamericano, nombra a más de 60 mártires que, en Colombia solamente, dedicaron su vida y no pocos de ellos murieron, en la lucha por la Vida, por la Dignidad y por la Justicia.

Volviendo a Juan Pablo II, en el N° 55 de la encíclica Centesimus annus nos hace una enorme claridad sobre el sentido de la D.S.I. Nos enseña que la Iglesia conoce al hombre de modo integral, al hombre verdadero, porque por la Revelación divina conoce al hombre en su relación con Dios. Es que la dimensión divina del hombre no se puede ignorar cuando se trata de resolver los problemas de la convivencia humana. Las soluciones ateas y agnósticas toman al hombre recortado, lo privan de una parte esencial, como es su relación con Dios. Claro, a un hombre incompleto, sólo materia, con un fin sólo terrenal, le caben soluciones parciales, pero se quedan en eso: en soluciones parciales, que acaban siendo injustas con el hombre.

Sin Dios, caminos equivocados y recetas destructivas

Es oportuno citar aquí esta frase de Benedicto XVI en el discurso inaugural de Aparecida: quien excluye a Dios de su horizonte falsifica el concepto de realidad y, en consecuencia, sólo puede terminar en caminos equivocados y con recetas destructivas.[11]

El N° 64 del Compendio, que estamos estudiando nos llevó a profundizar más en este tema, cuando nos explicó que la misión confiada a la Iglesia es de orden sobrenatural, pues se trata de comunicar a los hombres la redención; pero nos advierte que esta misión de comunicar la redención a los hombres, no fija un límite como si el campo sobrenatural fuera exclusivamente el único confiado a la acción de la Iglesia.

Nos hemos detenido en este punto, porque es fundamental que nos quede claro. Volvamos a leer despacio las palabras mismas del Compendio en el N° 64, que dice:

Esta dimensión no es expresión limitativa, sino integral de la salvación.[12] Lo sobrenatural no debe ser concebido como una entidad o un espacio que comienza donde termina lo natural, sino como la elevación de éste, de tal manera que nada del orden de la creación y de lo humano  es extraño o queda excluido  del orden sobrenatural y teologal de la fe y de la gracia, sino más bien es en él  reconocido, asumido y elevado.

Y estas palabras sobre el papel de Jesucristo:

« En Jesucristo, el mundo visible, creado por Dios para el hombre (cf. Gn 1,26-30) —el mundo que, entrando el pecado, está sujeto a la vanidad (Rm 8,20; cf. ibíd., 8,19-22)—, adquiere nuevamente el vínculo original  con la misma fuente divina de la Sabiduría y del Amor. – En Jesucristo, el mundo vuelve a adquirir el vínculo original con Dios. – En efecto, “tanto amó Dios al mundo que le dio su unigénito Hijo (Jn 3,16)”. Así como en el hombre-Adán este vínculo quedó roto, así en el Hombre-Cristo ha quedado unido de nuevo (cf. Rm 5,12-21) ».[13]

En nuestras reflexiones de la semana pasada comprendimos que la misión de la Iglesia tiene una dimensión sobrenatural, porque maneja, distribuye, los medios que Jesucristo nos dejó para nuestra salvación: nos comunica al Espíritu Santo, por medio de los sacramentos, nos comunica la Palabra…Pero comunica estos medios a seres humanos, que vivimos en el mundo terrenal, unidos a la materia; que, si es claro que somos trascendentes, destinados a una vida eterna, no es menos cierto que también somos, y que por ahora dependemos también, de la materia: necesitamos el aire, el agua, el alimento; nos afecta el clima, las medidas económicas y políticas que toman los gobiernos y las organizaciones que manejan los mercados. No se puede separar de manera tajante, en el hombre, lo sobrenatural de lo natural. Hemos visto que la miseria, por ejemplo, puede dificultar la salvación… Es necesario, pues, considerar al hombre íntegro, completo, espíritu y materia. Por eso nos explica la Iglesia, como acabamos de leer, que Lo sobrenatural no debe ser concebido como una entidad o un espacio que comienza donde termina lo natural.

 

Cuando estudiamos el N° 20 del Compendio, reflexionábamos que, la orientación que se imprima a la existencia, a la convivencia social y a la historia; es decir la orientación que se imprima a la vida y a la sociedad, depende en gran parte, de las respuestas que se den a los interrogantes sobre el lugar del hombre en la naturaleza y en la sociedad. Si Dios está ausente de la relación entre los hombres, esa sociedad será muy distinta, -será inferior en calidad – a la sociedad que se oriente con base en los planes de Dios.

Fernando Díaz del Castillo Z.

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[1] En el N° 14 cita Pablo VI la declaración de los padres sinodales al final de la asamblea de 1974: “Nosotros queremos confirmar una vez más que la tarea de la evangelización de todos los hombres constituye la misión esencial de la Iglesia. Más adelante dice, en el mismo N°: Ella existe para evangelizar…

[2] Juan Pablo II, Redemptor hominis, 14

[3] Juan Pablo II, ibidem

[4] Cf Sergio Bernal Restrepo, S.J. Novedad del discurso social de Juan Pablo II, donde trata con claridad y profundidad la contribución de este Papa a la D.S.I., en Notes et Documents, Institute Internacional Jacques Maritain, N° 2, Mai – Septembre 2006. Se puede encontrar en internet.

[5] Ibidem

[6] Cr Juan Pablo II, Ángelus el Domingo 24 de noviembre de 1991, Solemnidad de Jesucristo, Rey del universo.

[7] Dives inmisericordia, 1.

[8] Véase las Reflexiones 6 y 7 en este mismo ‘blog’

[9] Cf Sergio Bernal Restrepo, S.J. opus cit.

[10] Juan Pablo II cita allí expresamente las palabras de Mt 25,40: Cuantas veces hagáis estas cosas a uno de mis hermanos más pequeños, me lo habéis hecho a mí.

[11] Benedicto XVI, discurso de inauguración, 3 y documento Aparecida, 405.

[12] Cf Pablo VI, Exh. Ap. Evangelii nuntiandi, 9.30: AAS 68 (1976) 10-11. 25-26; Juan Pablo II, Discurso a la II Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, Puebla (28 de enero de 1979), III/4-7: AAS 71 (1979) 199-204; Congregación para la Doctrina de la Fe, Instr. Libertatis conscienta, 63-64.80: AAS 79 (1987) 581-582. 590-591.

[13] Juan Pablo II, Carta enc. Redemptor hominis, 8: AAS 71 (1979) 270