Reflexión 74, Octubre 18 2007

Compendio de la D.S.I. N° 62

La Misión de la Iglesia y la Doctrina Social

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Las Reflexiones que se publican aquí son originalmente programas transmitidos por Radio María de Colombia. Usted puede escucharlos los jueves a las 9:00 a.m., hora de Colombia, en las siguientes frecuencias en A.M.:

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Las reflexiones son sobre la Doctrina Social de la Iglesia y se sigue el libro Compendio de la DSI, publicado por el Pontificio Consejo Justicia y Paz. Es la doctrina social oficial de la Iglesia Católica en lo referente a las relaciones entre los seres humanos.  En la columna azul, a la derecha, en “Categorías”, encuentra en orden todos los programas, según la numeración del libro “Compendio de la D.S.I.” Con un clic usted elige.

Encuentra usted también enlaces a documentos muy importantes como la Sagrada Biblia, el Compendio de la Doctrina Social, el Catecismo y su Compendio, algunas encíclicas, la Constitución Gaudium et Spes y también agencias de noticias y publicaciones católicas. Ore todos los días 10 minutos siguiendo la Palabra de Dios paso a paso en “Orar frente al Computador”, método preparado en 20 idiomas por los jesuitas irlandeses.

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¿Que relación tiene la Doctrina Social con la Evangelización?

 

Estamos ahora estudiando el capítulo 2° del Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, que trata sobre la “Misión de la Iglesia y la Doctrina Social”. ¿Qué relación tiene la Doctrina Social con la Evangelización? Hemos visto que la Doctrina Social de la Iglesia es parte de nuestra fe, por lo tanto hace parte de la Evangelización. Reflexionamos también ya acerca de la presencia de la Iglesia en la vida del hombre contemporáneo, que presenta el 2° capítulo del Compendio, con el título: La Iglesia, morada de Dios con los hombres. Antes de avanzar, recordemos las ideas más importantes de los N° 60 y 61 delCompendio.

La iglesia es solidaria con el hombre en sus gozos, en sus esperanzas, en sus angustias.

Es solidaria siempre: es decir es solidaria con el hombre en cualquier lugar y tiempo.

Nos dice que la misión de la Iglesia es llevar al hombre la Buena Noticia del Reino: Jesucristo vino, vivió en el mundo como uno de nosotros, murió y resucitó, y viene, en medio de nosotros.

La Iglesia es en el mundo sacramento del amor de Dios: es decir, representa el amor de Dios y es instrumento del amor, actúa entre los hombres, hace presente el amor de Dios.

Por eso representa la esperanza de la liberación y promoción del ser humano.

Nos enseña también aquí el Compendio de la D.S.I. que:

 

– La Iglesia es tienda del encuentro con Dios; el hombre se encuentra en la Iglesia con el Señor. Se encuentra con Dios por la gracia, por los sacramentos, por la oración, la liturgia, y los cristianos hacemos presente a Dios en el mundo por el amor; por eso

– El hombre no está solo en su esfuerzo por humanizar el mundo: cuenta con el amor redentor de Cristo, a través de su Iglesia.

– La Iglesia es servidora, no en abstracto, no sólo en sentido espiritual, sino en el mundo real donde el hombre vive y trata de realizar el proyecto divino.

Papel de la Iglesia en la Sociedad

En este punto recordamos las palabras de Juan Pablo II, quien escribió que la Iglesia es experta en humanidad, y esto la mueve a extender necesariamente su misión religiosa a los diversos campos en que los hombres y mujeres desarrollan sus actividades, en busca de la felicidad, aunque siempre relativa, que es posible en este mundo, de acuerdo con su dignidad de personas. (1)

 

Si tenemos en cuenta esos planteamientos, podemos comprender por qué la Iglesia presenta sus orientaciones en temas como la economía, que toca a la justicia e insiste en la defensa de la dignidad de las personas y de la vida. Sobre el papel de la Doctrina Social, la última parte del N° 61 dice:

 

Al hombre insertado «en la compleja trama de relaciones de la sociedad moderna», la Iglesia se dirige con su doctrina social. «Con la experiencia que tiene de la humanidad», la Iglesia puede comprenderlo en su vocación y en sus aspiraciones, en sus limites y en sus dificultades, en sus derechos y en sus tareas, y tiene para él una palabra de vida que resuena en las vicisitudes históricas y sociales de la existencia humana.

 

La encíclica Sollicitudo rei socialis, de Juan Pablo II, del N° 41 al 43, hace claridad sobre el papel de la Doctrina Social de la Iglesia. Esos números los podemos leer con provecho si queremos ahondar en el asunto. En una corta síntesis, podemos decir que, como enseña Juan Pablo II, la enseñanza y difusión de la D.S. forma parte de la misión evangelizadora de la Iglesia.

 

Compromiso con la Justicia

 

Se trata de una doctrina que debe orientar la conducta de las personas, y tiene como consecuencia el « compromiso» por la justicia, según la función, vocación y circunstancia de cada uno. Al ejercicio del ministerio de la evangelización, en el campo social, que es un aspecto de la función profética de la Iglesia, pertenece también la denuncia de los males y de las injusticias.[2] Recordemos que la misión del profeta es anunciar y también denunciar.

 

El papel del sembrador de la buena semilla y el trabajo silencioso de la levadura, complementado, según la vocación y circunstancias de cada uno, con la denuncia, con el hablar claro y en voz alta. Es bueno que tengamos presente por qué la Iglesia tiene también que hacerse oír, en temas que hoy día se le quieren vetar. Parece que hubiera un consenso de ciertos políticos y comunicadores, para callar o ignorar a la Iglesia.Por cierto, el reciente comunicado del Consejo Especial para América, de la secretaría general del Sínodo de los Obispos, anota que:

 

desde el punto de vista social, “se sigue desarrollando una corriente, a menudo de signo neo-marxista, que provoca desequilibrios en las relaciones internacionales y en las realidades internas de los países y trata de ignorar a la Iglesia católica y no considerarla parte en el diálogo social”.[3]

 

No es fácil callar a la Iglesia

 

 Les puede parecer, en algunos países, y también en el nuestro, que es una buena táctica ignorar a la Iglesia; que así se consigue un mejor resultado que persiguiéndola abiertamente. Sin embargo, no es fácil callar a la Iglesia. Allí está presente donde el hombre la necesite. En los barrios humildes o en la tribuna de las Naciones Unidas. Por ejemplo, el 16 de octubre de 2007, el Santo Padre escribió al Director general de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO):

“Debemos constatar que los esfuerzos realizados hasta ahora no parecen haber disminuido significativamente el número de hambrientos en el mundo, a pesar de que todos reconocen que la alimentación es un derecho primario. (…) Los datos disponibles muestran que el incumplimiento del derecho a la alimentación se debe no sólo a causas de tipo natural sino, sobre todo, a situaciones provocadas por el comportamiento de los hombres y que desembocan en un deterioro general de tipo social, económico y humano”.[4]

 

El hambre se debe también a situaciones provocadas por el comportamiento de los hombres

 

 

Al final de la audiencia general, celebrada en la Plaza de San Pedro, el miércoles 17 de octubre, (2007) el Papa recordó que se celebraba la Jornada Mundial del rechazo de la miseria, reconocida por las Naciones Unidas con el título de “Jornada Internacional para la eliminación de la pobreza” y exclamó:



“¡Estas poblaciones siguen viviendo en condiciones de extrema pobreza! La diferencia entre ricos y pobres se ha hecho más evidente e inquietante, también en los países económicamente más avanzados. Esta situación preocupante se impone a la conciencia de la humanidad, porque las condiciones en que se hallan tantas personas ofenden la dignidad del ser humano y comprometen, en consecuencia, el progreso auténtico y armónico de la comunidad mundial. Animo, por tanto, a multiplicar los esfuerzos para eliminar las causas de la pobreza y sus consecuencias trágicas”[5]

Continuemos ahora con el N° 62, del Compendio, que nos expone cómo el Evangelio fecunda y fermenta la Sociedad. Leamos la primera parte del N° 62:

 

Con su enseñanza social, la Iglesia quiere anunciar y actualizar el Evangelio en la compleja red de las relaciones sociales.

¿Qué pretende la Iglesia con su doctrina social?

 

 

Miremos cada palabra: ¿qué pretende la Iglesia con su enseñanza social? Quiere anunciar el Evangelio y actualizarlo en la complicada red de las relaciones sociales. No se trata de actualizar el contenido del Evangelio, como si las enseñanzas de Jesucristo se pudieran volver anticuadas. Son las relaciones sociales las que tienen que actualizarse con el Evangelio, ponerse a tono con Él. Y también nos dice la Iglesia que hay que actualizar la presentación del Evangelio, hay que presentarlo de modo adecuado.

 

Nos dice la Iglesia que, en las dificultades que se presentan en las relaciones entre la gente, en la sociedad, el Evangelio tiene qué decir, hoy y siempre, por eso hay que anunciarlo, hacerlo conocer. La sociedad desconoce las soluciones completas, integrales de sus problemas, si desconoce lo que tiene que decir sobre ellos el Evangelio. A veces fallamos en el cómo dar aconocer la Palabra del Señor. Es una falla humana muy común. Por eso Aparecida examinó la pastoral, el modo de llevar el Evangelio a la sociedad y encontró que nos hace falta una conversión de la pastoral, que nos hace falta ser más creativos.

 

 

Romper esquemas

 

 

El señor obispo Roberto Ospina, en la reunión de reflexión sobre el capítulo 6° de Aparecida, acerca de la formación de los Discípulos Misioneros, con las parroquias de la Zona Pastoral de San Pedro, decía que tenemos que ingeniar caminos de pastoral nueva, que tenemos que romper esquemas. No dar por sentado que como lo estamos haciendo está bien y punto. No debemos temer examinar nuestro modo de llevar el Evangelio. Quizás hay otros que nos pueden enriquecer en cómo llegar mejor a la gente, cómo hacer comunidad, en cómo, no sólo mantener a los que ya están dentro, sino cómo llegar a los jóvenes, a los que están en la duda, a los que están lejos.

 

 El Evangelio no está guiando a nuestra sociedad

 

 

Y esto es necesario, porque como el mismo monseñor Ospina decía, no es el Evangelio el que está guiando a nuestra sociedad, y eso lo vemos, porque no hay coherencia entre fe y vida; los Discípulos misioneros tenemos que comprender los cambios en nuestra época. Nos quedamos quizás en la frase que dice que no estamos en una época de cambio sino en un cambio de época, sin ir más allá; es decir sin dar el paso siguiente y preguntarnos: entonces qué debemos hacer? ¿Qué estoy dispuesto a hacer yo? ¿En qué debo cambiar yo? Nos decía que el testimonio que damos no es suficientemente claro. Que es necesario que tengamos sensibilidad ante lo que el hombre de hoy vive. Todo eso es anunciar y actualizar el Evangelio en la compleja red de las relaciones sociales.

 

Continuemos la lectura del N° 62 del Compendio. Leímos las primeras líneas que dicen: Con su enseñanza social, la Iglesia quiere anunciar y actualizar el Evangelio en la compleja red de las relaciones sociales. Sigue así.

 

No se trata simplemente de alcanzar al hombre en la sociedad —el hombre como destinatario del anuncio evangélico—, sino de fecundar y fermentar la sociedad misma con el Evangelio.[6]

 

Cuidar del hombre y velar por la sociedad

 

Aquí, una vez más, el Compendio de la D.S.I. se refiere a la Gaudium et spes en su capítulo IV sobre la Misión de la Iglesia en el Mundo Contemporáneo. La Iglesia tiene a su cuidado no sólo a la persona humana, individualmente considerada, sino a la sociedad. Y el Compendio explica a continuación, así, este pensamiento:

 

Cuidar del hombre significa, por tanto, para la Iglesia, velar también por la sociedad en su solicitud misionera y salvífica. La convivencia social a menudo determina la calidad de vida y por ello las condiciones en las que cada hombre y cada mujer se comprenden a sí mismos y deciden acerca de sí mismos y de su propia vocación. Por esta razón, la Iglesia no es indiferente a todo lo que en la sociedad se decide, se produce y se vive, a la calidad moral, es decir, auténticamente humana y humanizadora, de la vida social. La sociedad y con ella la política, la economía, el trabajo, el derecho, la cultura / no constituyen un ámbito meramente secular y mundano, y por ello marginal y extraño al mensaje y a la economía de la salvación. La sociedad, en efecto, con todo lo que en ella se realiza, atañe al hombre. Es esa la sociedad de los hombres, que son « el camino primero y fundamental de la Iglesia »[7].

 

Es un párrafo denso que requiere nuestra atención. Considerémoslo por partes: Para la Iglesia, cuidar del hombre significa también velar por la sociedad. ¿Por qué? Porque la vida en sociedad, a menudo determina la calidad de vida del hombre.Y dice la Iglesia que la calidad de vida determina con frecuencia las condiciones en las que cada hombre y cada mujer se comprenden a sí mismos y deciden acerca de sí mismos y de su propia vocación.

¿Qué se puede esperar que decidan sobre ellos mismos y su vida, las personas que viven en la miseria? Es un pensamiento fuerte, duro, que nos tiene que hacer pensar sobre nuestra responsabilidad con la suerte terrena y eterna de nuestros hermanos que padecen hambre…

 

Es propio de la naturaleza human caída, que busquemos el modo de eludir nuestras responsabilidades. Pensamos que los graves problemas sociales los tiene que resolver el Estado, el gobierno de turno. Pero es bueno que nos interroguemos ¿en qué estamos dispuestos a ceder de nuestra comodidad, para que nuestros hermanos desfavorecidos tengan por lo menos lo necesario? Me llamó la atención que una señora comentara en estos días, que a ella la tenía sin cuidado la solución del transporte masivo, si hacían metro o no, porque ella se moviliza en su automóvil. Así somos. Hablamos de la pobreza que padecen nuestros hermanos; nos compadecemos de ellos de palabra o hacemos algunas obras de caridad; pero, eso sí, esperamos que la solución de tan grave problema no toque nuestra personal comodidad.

Después de afirmar que: La convivencia social a menudo determina la calidad de vida y por ello las condiciones en las que cada hombre y cada mujer se comprenden a sí mismos y deciden acerca de sí mismos y de su propia vocación, a continuación dice la Iglesia que, Por esta razón, (…) no es ( Ella) indiferente a todo lo que en la sociedad se decide, se produce y se vive, a la calidad moral, es decir, auténticamente humana y humanizadora, de la vida social.

 

La Iglesia no puede ser indiferente, no se puede callar ante la calidad infrahumana de la vida de muchos, ante las decisiones injustas, ante la baja calidad moral de la vida social. Y en este número 62, el Compendio señala campos a los que no es ajeno el Evangelio, así equivocadamente se defiendan como campos que conciernen sólo a la vida terrena. Señala éstos la Iglesia:

 

La sociedad y con ella la política, la economía, el trabajo, el derecho, la cultura no constituyen un ámbito meramente secular y mundano, y  por ello marginal y extraño al mensaje y a la economía de la salvación. La sociedad, en efecto, con todo lo que en ella se realiza, atañe al hombre. Es esa la sociedad de los hombres, que son « el camino primero y fundamental de la Iglesia ».

 

 

Los hombres son el camino primero y fundamental de la Iglesia

 

Que los hombres son el camino primero y fundamental de la Iglesia, vimos que lo había señalado Juan Pablo II, en su encíclica Redemptor hominis.[8]

Si alguien nos pregunta por qué la Iglesia orienta (las palabras que usan son ¿por qué la Iglesia se mete en…) en temas de economía, de política, de derecho, de la cultura o de cualquier campo en que interviene el hombre, tenemos la respuesta: todo lo que se realiza en la sociedad atañe al hombre. Nada que toque al hombre es meramente secular y mundano, nada de eso es extraño al mensaje del Evangelio, que es para todo el hombre, terrenal y con vocación de eternidad.

 

Veíamos que nada que sea humano puede ser ajeno a la Iglesia. Es el momento para leer con cuidado algunas líneas de la encíclica Redemptor hominis, de Juan Pablo II, que nos ponen a pisar muy firme, en lo que se refiere al papel de la Iglesia en la sociedad. Lo encontramos en el N° 14 de esa encíclica. Dice así:

 

Jesucristo es el camino principal de la Iglesia. Él mismo es nuestro camino «hacia la casa del Padre»[9] y es también el camino hacia cada hombre.

 

¡Qué interesantes estas palabras de Juan Pablo II! De manera que Jesucristo no es sólo el camino hacia el Padre, sino también el camino para llegar a nuestros hermanos, para llegar a cada hombre. Sigue así el Santo Padre:

 

En este camino que conduce de Cristo al hombre, en este camino por el que Cristo se une a todo hombre, la Iglesia no puede ser detenida por nadie. Esta es la exigencia del bien temporal y del bien eterno del hombre. La Iglesia, en consideración de Cristo y en razón del misterio, que constituye la vida de la Iglesia misma, no puede permanecer insensible a todo lo que sirve al verdadero bien del hombre, como tampoco puede permanecer indiferente a lo que lo amenaza. El Concilio Vaticano II, en diversos pasajes de sus documentos, ha expresado esta solicitud fundamental de la Iglesia, a fin de que «la vida en el mundo (sea) más conforme a la eminente dignidad del hombre»,[10] en todos sus aspectos, para hacerla «cada vez más humana».[11] Esta es la solicitud del mismo Cristo, el buen Pastor de todos los hombres. En nombre de tal solicitud, como leemos en la Constitución pastoral del Concilio, «la Iglesia que por razón de su ministerio y de su competencia, de ninguna manera se confunde con la comunidad política y no está vinculada a ningún sistema político, es al mismo tiempo el signo y la salvaguardia del carácter trascendente de la persona humana».[12]

 

Una vida para el hombre cada vez más humana y más sobrenatural

 

 

Es muy interesante, muy bello, ver que la Iglesia vela por el hombre para que viva una vida, – al mismo tiempo, – cada vez más humana y más sobrenatural. Cuida del hombre como ser terrenal y como ser trascendente. La vida aquí en la tierra también le interesa, también la cuida, para que sea digna del hombre, aunque sea ésta una vida temporal y su destino final sea eterno. Por eso denuncia la injusticia, el hambre en el mundo y al mismo tiempo nos recuerda que el Reino definitivo no es acá. Sigamos leyendo a Juan Pablo II en la Redemptor hominis:

Aquí se trata por tanto del hombre en toda su verdad, en su plena dimensión. No se trata del hombre «abstracto» sino real, del hombre «concreto», «histórico». Se trata de «cada» hombre, porque cada uno ha sido comprendido en el misterio de la Redención y con cada uno se ha unido Cristo, para siempre, por medio de este ministerio. Todo hombre viene al mundo concebido en el seno materno, naciendo de madre y es precisamente por razón del misterio de la Redención por lo que es confiado a la solicitud de la Iglesia. Tal solicitud afecta al hombre entero y está centrada sobre él de manera del todo particular. El objeto de esta premura es el hombre en su única e irrepetible realidad humana, en la que permanece intacta la imagen y semejanza con Dios mismo.[13]

 

Sigamos con la lectura de la encíclica Redemptor hominis, de Juan Pablo II: se refería al hombre y su única e irrepetible realidad humana, en la que permanece intacta la imagen y semejanza con Dios mismo.Sigue así:

El Concilio indica esto precisamente, cuando, hablando de tal semejanza, recuerda que «el hombre es en la tierra la única criatura que Dios ha querido por sí misma»[14]. El hombre tal como ha sido «querido» por Dios, tal como Él lo ha «elegido» eternamente, llamado, destinado a la gracia y a la gloria, tal es precisamente «cada» hombre, el hombre «más concreto», el «más real»; éste es el hombre, en toda la plenitud del misterio, del que se ha hecho partícipe en Jesucristo, misterio del cual se hace partícipe cada uno de los cuatro mil millones de hombres vivientes sobre nuestro planeta, desde el momento en que es concebido en el seno de la madre. Hasta aquí Juan Pablo II en la Redemptor hominis.

 

Pensar en la vida futura sin dejar de vivir en la presente

 

 

Esta labor con el hombre concreto, real, que debe pensar en la vida futura sin dejar de vivir en la presente, temporal, terrena, como es; en la que hay que luchar para prepararse y para conseguir trabajo, y para sostener una familia, y para responder a las necesidades de salud, de vivienda, de alimentación, de desarrollo personal, de recreación y de cuidado en la vejez, no se puede conseguir sin la intervención de los laicos. La Iglesia nos orienta, nos señala cuál es el camino según el Evangelio, pero las leyes humanas las presentan ante el Congreso y las aprueban los políticos. Las leyes no las hace la Conferencia Episcopal. Por eso, el documento de Aparecida,en el capítulo 10, sobre nuestros pueblos y la cultura, tiene estas palabras sobre Nuevos Areópagos y Centros de Decisión:

 

Una tarea de gran importancia es la formación de pensadores y personas que estén en los niveles de decisión. Para eso, debemos emplear esfuerzo y creatividad en la evangelización de empresarios, políticos y formadores de opinión, el mundo del trabajo, dirigentes sindicales, cooperativos y comunitarios.[15]

Sí, la labor de transformación de la sociedad según los planes de Dios, necesita cristianos bien formados y decididos, que estén dispuestos a poner la cara cuando hay que ponerla. Que no escurran el bulto en el Congreso, ni en el Ejecutivo ni en los sindicatos ni en las Juntas Directivas de empresas, ni detrás de los micrófonos o las cámaras de TV, cuando hay que defender los principios y los criterios del Evangelio. Tenemos personas así, pero a veces, si se consideran las decisiones que toman en los altos niveles, parece que allí no tenemos mayoría…

Fernando Díaz del Castillo Z.

ESCRÍBANOS A: reflexionesdsi@gmail.com


[1] Juan Pablo II, Sollicitudo rei socialis, 41

[2] Cf introducción a la encíclica en “11 Grandes Mensajes”, BAC Minor, 2, Pg. 639

[3] Servicio informativo del Vaticano, VIS 071016 (340)

[4] Ibidem VIS 071016 (390)

[5] Servicios de información del Vaticano, AG/LLAMAMIENTO ELIMINACION POBREZA/… VIS 071017 (150)

[6] Cf Concilio Vaticano II, Const. Pas. Gaudium et spes, 40

[7] Juan Pablo II, Carta enc. Redemptor hominis, 14

[8] Juan Pablo II, Redemptor hominis 14

[9] Cf Jn 14,1ss

[10] Conc. Vat. II, Const. past. Gaudium et spes, 91

[11] Ibid., 38

[12] Ibid., 76

[13] Cf. Gén 1,27

[14] Conc. Vat. II, Gaudium et spes, 24

[15] Aparecida 492