Reflexión 76 Noviembre 1 2007

Compendio de la D.S.I. N° 62 (III)

Necesidad del  encuentro con Jesucristo para evangelizar

Lo encontramos en los pobres

 

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Las Reflexiones que se publican aquí son originalmente programas transmitidos por Radio María de Colmbia. Usted puede escucharlos los jueves a las 9:00 a.m., hora de Colombia, en las siguientes frecuencias en A.M.:

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Publicamos reflexiones sobre la Doctrina Social de la Iglesias, basadas en el libro Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, publicado por el Pontificio Consejo Justicia y Paz. Es la doctrina social oficial de la Iglesia.  En la columna azul, a la derecha, en “Categorías”, encuentra en orden todos los programas. Con un clic usted elige.

Encuentra usted también enlaces a documentos muy importantes como la Sagrada Biblia, el Compendio de la Doctrina Social, el Catecismo y su Compendio, algunas encíclicas, la Constitución Gaudium et Spes y también agencias de noticias y publicaciones católicas. Ore todos los días 10 minutos siguiendo la Palabra de Dios paso a paso en “Orar frente al Computador”, método preparado en 20 idiomas por los jesuitas irlandeses.

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Empezar por ser discípulos

 

 

En la reflexión anterior repasamos y ampliamos el N° 62 del Compendio, en el capítulo 2°, que se dedica a la Misión de la Iglesia y la Doctrina Social. Hemos visto que los bautizados tenemos la delicada misión de fecundar y fermentar la sociedad, de hacer crecer en ella el Reino de Dios. No podemos dejar eso sólo a los sacerdotes; no alcanzan solos. Tenemos nuestra parte y un examen de conciencia nos puede mostrar que no estamos haciendo la tarea que se nos ha encomendado; de modo que es oportuno insistir en nuestra reflexión sobre esta misión que el Señor nos encarga a los cristianos.

 

La Doctrina Social es parte de nuestra fe, se basa en la Escritura, es parte necesaria de la Evangelización. Aparecida hizo énfasis en que tenemos que ser discípulos y misioneros e hizo un llamado general a toda la Iglesia de nuestra región a desarrollar una acción misionera. Los obispos de América Latina y del Caribe nos llamaron a misionar. Se puede misionar de diversas maneras, según el estado y las circunstancias de la vida de cada uno. Ahora bien, para ser misioneros es indispensable empezar por ser discípulos. Si no llevamos nada dentro ¿qué podemos dar? Nadie da de lo que no tiene. Y además, el Evangelio no sólo se comunica con la palabra.

 

Esta llamada a anunciar el Evangelio es un eco de aquel Id  (…) y haced discípulos a todas las gentes  bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado, que encontramos en Mt. 28, versículos 19 y 20.

 

El único que puede ofrecer la respuesta

 

Hoy se repite mucho que estamos en un cambio de época. Vivimos en una época de confusión que necesita ser iluminada por el Evangelio, por Jesucristo que es la Luz. La llamada de Aparecida a ser discípulos y misioneros es también eco del  Concilio Vaticano II, que ya nos había advertido sobre el cambio de época en la  Gaudium et spes,[1] cambio que hace necesario que llegue Jesucristo, el único que puede ofrecer la respuesta a las inquietudes y angustias de nuestra sociedad.

 

En la Constitución pastoral Gaudium et Spes,  el Concilio nos dice que para cumplir con su misión, es  deber permanente de la Iglesia  escrutar a fondo los signos de la época e interpretarlos a la luz del Evangelio… para responder a los perennes interrogantes de la humanidad sobre el sentido de la vida presente y de la vida futura y sobre la mutua relación de ambas. Ya en 1965, cuando Pablo VI firmó esta constitución pastoral Gaudium et spes, la Iglesia hablaba del cambio época, con estas palabras:

 

El género humano se halla hoy en un período nuevo de su historia, caracterizado por cambios profundos y acelerados, que progresivamente se extienden al universo entero.

 

Época de afirmaciones y contradicciones

 

 

Más adelante continúa el Concilio con estas observaciones  sobre la situación contradictoria del mundo en el cambio de época:

Jamás el género humano tuvo a su disposición tantas riquezas, tantas posibilidades, tanto poder económico. Y, sin embargo, una gran parte de la humanidad sufre hambre y miseria y son muchedumbre los que no saben leer ni escribir. Nunca ha tenido el hombre un sentido tan agudo de su libertad, y entretanto surgen nuevas formas de esclavitud social y psicológica. Mientras el mundo siente con tanta viveza su propia unidad y la mutua interdependencia en ineludible solidaridad, se ve, sin embargo, gravísimamente dividido por la presencia de fuerzas contrapuestas. Persisten, en efecto, todavía agudas tensiones políticas, sociales, económicas, raciales e ideológicas, y ni siquiera falta el peligro de una guerra que amenaza con destruirlo todo. Se aumenta la comunicación de las ideas; sin embargo, AUN las palabras definidoras de los conceptos más fundamentales revisten sentidos harto diversos en las distintas ideologías. Por último, se busca con insistencia un orden temporal más perfecto, sin que avance paralelamente el mejoramiento de los espíritus.

Afectados por tan compleja situación, muchos de nuestros contemporáneos difícilmente llegan a conocer los valores permanentes y a compaginarlos con exactitud al mismo tiempo con los nuevos descubrimientos. La inquietud los atormenta, y se preguntan, entre angustias y esperanzas, sobre la actual evolución del mundo. El curso de la historia presente es un desafío al hombre que le obliga a responder.

Este cambio de época  llegó señalado por transformaciones profundas en todos los ámbitos: cambios sociales, como los que ha traído la globalización de las comunicaciones: se nos ofrecen muchos y diversos medios para comunicarnos sin que las distancias sean un obstáculo, pero no llegamos a relaciones profundas con personas cercanas a nuestras actividades diarias. Es común que ni siquiera conozcamos a los vecinos… Se presentan cambios psicológicos, morales y religiosos con crisis de la fe en jóvenes y personas maduras y se favorece una amplia difusión del ateísmo. Este fenómeno lo describe así la Gadium et spes en el N° 7:

(…) muchedumbres cada vez más numerosas se alejan prácticamente de la religión. La negación de Dios o de la religión no constituye, como en épocas pasadas, un hecho insólito e individual; hoy día, en efecto, se presenta no rara vez como exigencia del progreso científico y de un cierto humanismo nuevo. En muchas regiones esa negación se encuentra expresada  no sólo en niveles filosóficos, sino que inspira ampliamente la literatura, el arte, la interpretación de las ciencias humanas y de la historia  y la misma legislación civil. Es lo que explica la perturbación de muchos.

Hay otras situaciones que no son nuevas, y que marcan también esta época: los desequilibrios e injusticias entre los que lo tienen todo y los que carecen de lo más necesario; desequilibrios que  no se ha logrado corregir. Al mismo tiempo que la humanidad lucha por los derechos humanos, que hay más conciencia de su importancia, – paradójicamente, – aun en los países llamados desarrollados, se discrimina a los inmigrantes y cada vez se escuchan más voces que defienden, de modo contradictorio, el derecho de atentar contra la dignidad de la vida de los más desprotegidos, con leyes como las que favorecen el aborto y la eutanasia.

Las mismas preguntas fundamentales

 

Mientras el hombre sufre todos estos cambios, que señalan el cambio de época, la humanidad se sigue formulando las mismas preguntas fundamentales que se ha hecho por siglos, y que menciona así la Gaudium  et spes en el N° 10:

¿Qué es el hombre? ¿Cuál es el sentido del dolor, del mal, de la muerte, que, a pesar de tantos progresos hechos, subsisten todavía? ¿Qué valor tienen las victorias logradas a tan caro precio? ¿Qué puede dar el hombre a la sociedad? ¿Qué puede esperar de ella? ¿Qué hay después de esta vida temporal?

 

Los interrogantes que se ha hecho siempre el hombre: qué es el hombre, el sentido del sufrimiento, del dolor, del mal, de la muerte. El interrogante que inquieta tanto, y más a los no creyentes: ¿Qué hay después de la muerte?  El Concilio afirma que La Iglesia cree por la fe que sólo Jesucristo puede responder a estos interrogantes. Como el mundo no sabe que en la fe en Jesucristo están las respuestas, hay que redoblar el esfuerzo de llevarle el Evangelio. Llevar el Evangelio es llevar las respuestas, es llevar a Jesucristo.

Esta situación de confusión la comparte nuestro continente. Entonces, ¿debemos hacer algo a favor de nuestra sociedad, teniendo en cuenta que sólo Jesucristo puede responder a los interrogantes que atormentan al hombre? La situación de América Latina y del Caribe exige, como ya Juan Pablo II lo había dicho, y ahora Aparecida lo enfatiza de nuevo,  una nueva Evangelización.

Es que nuestra sociedad está viviendo una nueva época, la de la globalización, con muchas implicaciones: es una época que han llamado la época o la era del conocimiento, de la información, de las comunicaciones, en la cual somos bombardeados por cantidades de información, que para muchas actividades es necesaria o útil,  pero que por sus inmensos volúmenes, no alcanzamos a asimilar. Y esto nos sumerge en una situación muy compleja, de confusión, que nos desubica en la búsqueda del camino que debemos seguir. Se multiplica la información sobre lo útil, sobre lo superfluo, pero no sobre lo único necesario.

 

Me refiero a que el hombre se dispersa hoy en muchos campos: nos llenan de información sobre economía, sobre política nacional e internacional, sobre las áreas de la ciencia, de la cultura, del entretenimiento. Pero la atención humana no alcanza a abarcar tanto, por lo menos con alguna profundidad; y en medio de tanta información que se vuelve inmanejable, sucede algo muy grave: nos ofrecen información sobre lo que necesitamos, sobre lo interesante y útil y mucho sobre lo superfluo, pero no nos dan suficiente información sobre lo único necesario: sobre Dios, sus designios, sus planes de salvación. 

Al considerar esta situación, un teólogo jesuita, el P. Jorge Costadoat, hacía estas interesantes observaciones en Mirada Global:[2]

 

El discernimiento de este “signo de los tiempos” se apoya firmemente en las ciencias sociales, pero no se reduce a ellas. El texto de Aparecida recuerda que Dios debe seguir constituyendo el fundamento de la unidad de la vida humana. Pero en la medida en que la transmisión de la fe de una generación a otra es alterada por estos fenómenos, el catolicismo latinoamericano tradicional ha comenzado a diluirse. Y, aunque el documento no lo diga, las autoridades de la Iglesia en una sociedad pluralista y democrática  no logran representar la unidad que, en nombre de Dios, están llamadas a fomentar. La misma institución eclesial  tiende a ser desplazada de la arena pública. Sus noticias no son noticia.

La Fe comienza a diluirse

 

Es una observación aplicable a nuestro medio. Antes la familia unida en la fe era lo corriente, y esto era una gran fortaleza. Ahora, esa unidad de las familias en la fe, ha comenzado a diluirse; ya no es raro que los hijos o los nietos manifiesten que no comparten la fe de sus padres y de sus abuelos. Si la transmisión de la fe de una generación a otra se dificulta o se impide, sobre todo por influjo de la globalización de la indiferencia, no es raro que el catolicismo, en la hasta ahora católica América Latina,  empiece en consecuencia a diluirse.

Esta condición de una fe débil la vivimos en nuestro país: los temas religiosos ni son noticia en los medios de comunicación ni tema al que se dé la importancia fundamental que tiene; y sólo hay tímidos reclamos, a los que dominan los medios de  información. Y nosotros, nos debemos preguntar, sí nosotros: ¿dónde estamos? Leamos algunas líneas más del teólogo jesuita al que nos venimos refiriendo. Dice:

En el presente concreto de América Latina (…), la necesidad urgente de misionar dice relación con una percepción de desgaste del catolicismo latinoamericano. La fe cristiana ha penetrado la cultura del continente. El cristianismo ofrece una religiosidad que alimenta la vida de nuestros pueblos. Los católicos siguen siendo una inmensa mayoría. Pero algo está cambiando.

Cierto debilitamiento de la vida cristiana en el conjunto de la sociedad

 

Cita aquí el P. Costadoat al Santo Padre, quien en el discurso inaugural de Aparecida, luego de hacer un reconocimiento de la notable madurez en la fe de muchos laicos y laicas activos y entregados al Señor, continuó diciendo:

“Se percibe, sin embargo, un cierto debilitamiento de la vida cristiana en el conjunto de la sociedad  y de la propia pertenencia a la Iglesia católica debido al secularismo, al hedonismo, al indiferentismo y al proselitismo de numerosas sectas, de religiones animistas y de nuevas expresiones seudorreligiosas” (nº 2 del discurso de Benedicto XVI).

Ante esta preocupante situación de nuestro continente Aparecida nos pone a pensar. ¿Podemos responder a la Iglesia con el silencio? ¿A nosotros, laicos, y también a los religiosos y a los presbíteros, – a todos los bautizados, – nos cabe alguna responsabilidad personal, en la nueva evangelización de nuestra sociedad? ¿Qué nos dice el Señor a través de nuestros obispos? Nadie puede ignorar a Aparecida.

Estuvo allí el Espíritu Santo

Tengamos en cuenta que hay un consenso general, en que Aparecida fue para América Latina y del Caribe  como un Nuevo Pentecostés; es decir, que en ese ambiente de oración, característica de la V Conferencia, estuvo presente de modo especial, el Espíritu Santo. Así lo sintieron los participantes en la V Conferencia, pues en la Conclusión del documento afirman: El Espíritu de Dios fue conduciéndonos, suave pero firmemente, hacia la meta. En el N° 548 nos advierten: No podemos desaprovechar esta hora de gracia.

Sigamos con la ayuda del P. Jorge Costadoat , cuyo artículo venimos citando.  Dice así:

Aparecida nos manda a misionar (…). El Espíritu sopla en esta dirección. Debemos plantearnos seriamente cómo nos convertiremos en misioneros. Si Dios ha hablado, la Iglesia latinoamericana entera tendrá que renunciar a su complacencia, revisar las modalidades pastorales que impiden la acogida del Evangelio y crear otras nuevas que lo hagan posible.

Continúa luego con algo fundamental, si vamos a responder a la vocación. Dice que: el discípulo-misionero o el misionero-discípulo, no podrá ser tal si no tiene un encuentro personal y comunitario con Jesucristo. Añade que La convicción básica de la Conferencia es que no se puede ser misionero si no se es discípulo y, por otra parte, que ningún discípulo puede eximirse de la misión, porque el mandato de anunciar a Jesucristo a todas las naciones  está inscrito en su bautismo (Mt 28, 19).

 

El prerrequisito para ser misionero

Como hemos comprendido, para realizar nuestra misión, un prerrequisito es encontrarnos con Jesucristo. Tenemos que llevarlo a Él a nuestra sociedad. ¿Cómo cumplir este cometido, sin haber vivido la experiencia de estar con Él? Es importante, entonces, que tengamos claro en qué consiste el encuentro con Jesucristo en que nos insiste Aparecida. ¿Se refiere esto a nuestra manera de vivir nuestra fe? ¿Cómo y dónde se puede realizar este encuentro? En la reflexión pasada vimos dónde encontrar a Jesucristo; más adelante lo repasaremos.

Un encuentro personal, no intelectual, una experiencia religiosa

 

 

El documento de Aparecida expone ampliamente en qué debe consistir el encuentro con Jesucristo. No trata este tema en un solo sitio; 49 veces lo menciona, desde distintos aspectos. Se trata de una experiencia religiosa, no de un encuentro intelectual. Ayudémonos de nuevo del artículo del  P. Costadoat. Dice sobre la necesidad del encuentro con Jesucristo para vivir nuestra fe de manera auténtica, y como requisito para cumplir con nuestra misión de discípulos y misioneros:

El catolicismo se erosiona día a día, sin una auténtica experiencia de Dios en Cristo (…). En el Documento Conclusivo (de Aparecida)  se nos dice: “No resistiría a los embates del tiempo una fe católica reducida a bagaje, a elenco de normas y prohibiciones, (a una lista de normas y de: no hagas esto no hagas aquello),  a prácticas de devoción fragmentadas, a adhesiones selectivas y parciales de las verdades de la fe, (a escoger entre las verdades de la fe a cuáles me adhiero, según mi parecer), a una participación ocasional en algunos sacramentos, a la repetición de principios doctrinales, a moralismos blandos o crispados  que no convierten la vida de los bautizados. Sin un encuentro vivificante con Cristo, la fe cristiana corre el riesgo de seguir erosionándose y diluyéndose de manera creciente en diversos sectores de la población” [3]

Explica enseguida el teólogo Costadoat, que un modo feliz de hablar de la experiencia cristiana de Dios es referirse a ella como a un “encuentro”. Ya Benedicto XVI nos había explicado en su encíclica Deus caritas est, que no se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida…[4]

De manera que llegar a la fe es encontrarse con la persona de Jesucristo.  Pero uno se puede encontrar con alguien y seguir de largo… El encuentro auténtico, de verdad, con Jesucristo, del que se trata aquí, se tiene que convertir en una experiencia que cambie la vida.

La expresión “encuentro”  para referirse a la experiencia espiritual es especialmente rica.  El encuentro con Dios en uno como nosotros, el hombre Jesús y nuestro hermano,  en quien se generan relaciones comunitarias simétricas y fraternas, constituye un modo muy feliz de hablar de la experiencia cristiana de Dios.

El encuentro con Dios en uno como nosotros: es que nos encontramos con Dios en Jesucristo, que es también hombre. Continúa así el P. Costadoat:

 

La experiencia de Dios como “encuentro” con Cristo tiene un anclaje antropológico  que orienta aún mejor acerca de lo que Aparecida nos pide.

 

 La experiencia de Dios como encuentro tiene un anclaje antropológico. Es decir que el encuentro del hombre con Jesucristo, que es Dios y es también hombre como nosotros, en todo, aun en la muerte, pero no en el pecado, se funda en la manera como se desarrollan las sanas, buenas, relaciones entre seres  humanos. Es una manera interesante de explicarnos cómo puede ser nuestra relación con Jesucristo. Sigue así Costadoat:

“Encuentro” alude a lo que puede ocurrir entre dos personas. Así de simple y hermoso. Así de complejo y peligroso. Cuando el encuentro es tal que ambas personas se constituyen una a partir de la otra, se abre naturalmente a la amistad de terceras personas, constituye una comunidad y permite reconocer la comunidad que, tal vez imperceptiblemente, sostenía y posibilitaba estas relaciones.

Se trata de las verdaderas amistades,  no las egoístas que buscan sólo el propio bien; las verdaderas amistades no limitan, antes amplían las posibilidades de otros encuentros. Así se forman las comunidades, los grupos de amigos. El encuentro con Jesucristo abre el proceso de formar una comunidad, con personas que a su vez se han encontrado con Jesucristo.

Dediquemos los últimos minutos de esta reflexión, a recordar dónde podemos encontrar a Jesucristo, de acuerdo con Aparecida. En su artículo el P. Costadoat nos hace un excelente resumen. Oigamos su reflexión:

 

El Documento indica dónde podremos encontrar a Cristo. En la escucha de la Palabra, en la participación en la Eucaristía, en María, en los santos, en la religiosidad popular… Todo queda supeditado, sin embargo, a un encuentro que, para ser cristiano, debe ser insustituiblemente personal. Puede faltar quien anuncie la Palabra, puede faltar quien celebre la Eucaristía, pero no puede faltar el encuentro con el prójimo. La Palabra y la Eucaristía apuntan a un encuentro de los hombres en Cristo. La lectura de la Palabra tiene fuerza misionera extraordinaria. En torno a ella se han creado comunidades cristianas de todo tipo, en diversos sectores sociales, cuyo centro lo constituye el compartir las personas su vida. También la Eucaristía tiene una razón de ser misionera. En ella se da por excelencia la vida compartida entre hermanos en Cristo y con Cristo, que los reúne en un mismo Padre  en virtud del Espíritu de amor y de comunión universal.

Pero el sello misionero último del encuentro con Cristo lo pone el encuentro con el hombre despojado y abandonado en el camino. El Buen Samaritano es el misionero cristiano (cf. Lc 10, 29-37). Pues ocurre que de hecho la escucha de la Palabra y, con mayor razón, la participación en la Eucaristía no están a la mano de tantos bautizados latinoamericanos (No hay suficientes anunciadores de la palabra y dispensadores de la Eucaristía). La Iglesia no tiene capacidad pastoral para atender tantas necesidades. (…)  La misa incluye y excluye. La indicación de Aparecida de encontrar el rostro de Cristo en el rostro del pobre, libera a la Eucaristía de convertirse en una reunión de privilegiados. El amor a los pobres salva a la Iglesia de sus propios límites y la encamina a su misión universal.

 

Aparecida ha querido ratificar y potenciar (396) la opción preferencial por los pobres. Los pobres de hoy son sobre todo aquellos que “no son solamente explotados sino sobrantes y desechables” (65). La V Conferencia (…) confirma la índole cristológica de la opción por los pobres. En tres oportunidades el Documento detalla in extenso cuáles son hoy los rostros latinoamericanos que merecen una atención especial (65, 402, 407-430). Estos son los rostros de Cristo. Un cristiano no puede eludirlos.

Del N° 407 en adelante, el documento de Aparecida expone su dolor, ante los que llama los: Rostros sufrientes que nos duelen. Los rostros de Cristo, que un cristiano no puede eludir, es decir, a quienes no puede ignorar. En esos rostros tenemos que aprender, por la fe, a encontrarnos con Jesucristo.

 Afirma el texto: “El encuentro con Jesucristo en los pobres es una dimensión constitutiva de nuestra fe en Jesucristo. De la contemplación de su rostro sufriente en ellos y del encuentro con Él en los afligidos y marginados, cuya inmensa dignidad Él mismo nos revela, surge nuestra opción por ellos” (257). Los pobres remiten a Cristo, porque Cristo se identifica con ellos: “todo lo que tenga que ver con Cristo, tiene que ver con los pobres y todo lo relacionado con los pobres reclama a Jesucristo” (393).

Según Aparecida hay muchas maneras de ser pobre en América Latina. Se podría pensar que el concepto mismo de pobre ha sido descrito hasta desvirtuarlo. Pero no. La importancia dada a los innumerables rostros de pobres corre en paralelo a la convicción de Aparecida –presente de punta a cabo en el Documento – acerca del carácter “no optable” de la “opción”. No hay cristianismo que pueda esquivar la mirada del Cristo pobre porque es precisamente ésta la primera mirada que debiera captar nuestra atención.

 

¡He encontrado a Jesús!

 

A este propósito, es imposible olvidar la experiencia que cuenta la Beata Madre Teresa de Calcuta en el libro El Amor más Grande:[5]

Han transcurrido algunos años, pero jamás olvidaré a una chica francesa que vino a Calcuta. Estaba muy angustiada. Se puso a trabajar en nuestra casa para indigentes moribundos. Al cabo de diez días vino a verme. Me abrazó y me dijo:

         ¡He encontrado a Jesús!

Le pregunté dónde lo había encontrado.

         -En la casa para indigentes moribundos.

         -¿Y qué hiciste después de encontrarlo?

-Fui a confesarme y recibí la sagrada comunión por primera vez después de quince años.

-¿Y qué más hiciste?

-Envié un telegrama a mis padres diciéndoles que había encontrado a Jesús.

Yo la miré a los ojos y le dije:

-Bueno, ahora haz tus maletas y vuelve a tu casa. Ve y dales a tus padres alegría, amor y paz.

 

Fernando Díaz del Castillo Z.

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[1] Gaudium et spes, 4-10

[2] Cf  Jorge Costadoat, S.J., Determinación Misionera en Aparecida, en Mirada Global, lunes 29 de octubre 2007, en internet.

[3] Aparecida, 12

[4] Benedicto XVI, Deus caritas est, 1

[5] Madre Teresa, El Amor más Grande, Ediciones Urano, Pg.51