REFLEXIÓN 94

Abril 10 2008

Compendio Doctrina Social de la Iglesia N° 72 (II)

Naturaleza de la Doctrina Social de la Iglesia

En la reflexión anterior comenzamos a estudiar el N° 72 del Compendio, que trata sobre La Naturaleza de la Doctrina Social. Es decir, ¿de qué clase de doctrina, de qué clase de conocimientos se trata? Lo primero que nos enseña el Compendio sobre la naturaleza de la D.S.I. es que se trata de un conocimiento iluminado por la fe.

De manera que la D.S.I. no es una doctrina política, basada en ideologías de la derecha ni de la izquierda; no se trata de conocimientos puramente humanos, basados en las ciencias sociales, sino que se trata de una doctrina basada en el Evangelio.

Aprendimos también que la D.S.I. se ha formado en el curso del tiempo, a través de las numerosas intervenciones del Magisterio sobre temas sociales; que esta doctrina que ahora encontramos toda organizada, de modo resumido, pero completa, en ese excelente libro, el Compendio de la D.S.I., no apareció como resultado de una junta de sabios que se reunió a pensar acerca de cuál debe ser la doctrina católica sobre las cuestiones sociales. ¿Entonces, cómo se ha ido formando la D.S.I.?

Reflexiones a lo largo del tiempo…

sobre la vida del hombre en la sociedad

Nos dice nuestro libro guía, el Compendio, que la D.S.I. es el resultado de la reflexión, que a lo largo de la historia, ha venido haciendo la Iglesia, a la luz de la Escritura y de la tradición, sobre la vida del hombre en la sociedad. La Iglesia, es decir el Magisterio; el Papa, los Obispos, especialmente a través del Concilio Vaticano II, las Conferencias Episcopales como las de América Latina reunidas en Medellín, Puebla, Santo Domingo, Aparecida. También los laicos han ido haciendo sus aportes a la D.S.; lo vimos por ejemplo en la Conferencia de Aparecida, lo mismo que con la participación de laicos en organismos como la Academia de Ciencias Sociales de la Santa Sede, en la cual es su presidente la doctora Mary Ann Glendon, una abogada católica, profesora de derecho en la Universidad de Harvard y actualmente embajadora de los EE.UU. ante el Vaticano.

Como vimos la semana pasada, el Magisterio de la Iglesia, representado por sus diversas instancias, ha ido respondiendo a las inquietudes de la sociedad, sacudida por los problemas sociales. La D.S.I. es entonces, el resultado de la meditación, de la reflexión, – a la luz del Evangelio y de la Tradición, – sobre los problemas de la vida del hombre en la sociedad. La enseñanza social de la Iglesia nace cuando, en medio de los problemas que surgen en la vida de la sociedad, reflexiona sobre cuál debe ser la conducta del cristiano, para actuar de acuerdo con el mensaje evangélico y sus exigencias.

¿Qué posición debo asumir, para ser coherente con mi fe?

Entonces, la D.S.I. se ha ido formando a lo largo del tiempo, como respuesta a los interrogantes sobre los problemas de la vida en sociedad. En esas situaciones, la Iglesia se pregunta: frente a esta o a aquella situación particular ¿qué orientación nos dan los principios, valores y criterios basados en el Evangelio? Según esos principios, valores y criterios ¿cuál debe ser mi comportamiento? Por ejemplo, frente a las injusticias con los trabajadores, frente al desplazamiento de familias que huyen de la violencia, frente a la corrupción, frente a la guerra, frente a la sistemática campaña contra el matrimonio y la familia, frente a esas y otras situaciones, ¿cuál debe ser el comportamiento del cristiano, según las enseñanzas de la Sagrada Escritura y la Tradición? ¿Qué posición debo asumir, para ser coherente con mi fe?

Palabra firme de Dios, palabra de los hombres que se lleva el viento

Veíamos en la reflexión anterior que la D.S.I. nos ofrece los criterios que deben formar nuestra conciencia, a la luz del Evangelio. Es de allí de donde sale la D.S.I.: del Evangelio. Añadíamos la semana pasada, que en esta época difícil, – con frecuencia confusa,- para saber cómo vivir de acuerdo con la fe nos debemos preguntar cómo vivir, cómo responder a los retos de la sociedad, según criterios extraídos del Evangelio. Y claro, tenemos que estar preparados para no dejarnos sorprender, porque los criterios que a nosotros, católicos, nos deben guiar, no siempre coinciden con los que se promueven a través de los partidos y movimientos políticos y de los medios de comunicación; con frecuencia nos presentan ellos criterios antievangélicos que se venden como lo conveniente, como lo actual, inclusive como lo justo. Lo demás, nos dicen, es vivir en el pasado, cuando no señalan a las posiciones católicas de estar viciadas de fundamentalismo. Cuando se trata de verdades basadas en la Palabra de Dios, no las podemos cambiar por la palabra de los hombres, que es como la arena; no es firme, cambia según las conveniencias, se la lleva el viento, y el edificio construido sobre arena finalmente se derrumba…

El mundo al revés

Estas situaciones las vemos de manera permanente ahora. Antes oíamos que eso ocurría en otros países, y nos parecía que en Colombia estábamos lejos de llegar a esos extremos. Ahora oímos al senador Benedetti pidiendo por TV que se investigue al Hospital San Ignacio, porque allí no se practican abortos. No se pide que se investigue a los hospitales abortistas, sino a un hospital porque defiende la vida. Es el mundo al revés. Por su parte la senadora Parody presenta un proyecto de ley que, según sus proponentes busca “prevenir, erradicar y sancionar la discriminación”, y ha sido presentado como una fórmula para proteger a los más vulnerables de la sociedad como los grupos afrocolombianos, invidentes, enfermos de VIH, Lesbianas, Gays, Bisexuales y Transexuales, [1] pero según nos explican en la página web de la Asociación Formadores de la Opinión Pública, este proyecto de ley es innecesario, porque Nuestra Constitución Política en su Art. 13, consagra la igualdad entre todas las personas, y protege efectivamente contra toda forma de discriminación por razones de sexo, raza, origen nacional o familiar, lengua, religión, opinión política o filosófica.

Este derecho está garantizado de forma eficaz a través del recurso de la tutela, prueba de ello son las numerosas tutelas que se han fallado para garantizar el derecho a la igualdad y a la no discriminación en todas sus formas.

De lo anterior se concluye que el derecho a la no discriminación está regulado y cautelado en el ordenamiento jurídico vigente en manera suficiente y eficaz, por lo que no existe la necesidad de establecer acciones adicionales y especiales para su protección.


Se pretende castigar por llamar las cosas por su nombre

¿Se quiere imponer una ideología?

Entonces, algo distinto se pretende camuflar en ese proyecto de ley, entre lo sano de la no discriminación. Hay que dorar la píldora. Según los argumentos de la Asociación Formadores de la Opinión Pública, Este proyecto busca proscribir cualquier opinión contraria a las tesis (…) sostenidas por el homosexualismo político y el feminismo de la revolución sexual. En esa ley, de ser aprobada, se crea un delito de opinión muy específico que atenta contra la libertad de pensamiento y de expresión, posibilitando la censura de opiniones contrarias a una ideología concreta impuesta por el Estado, logrando la intimidación del pensamiento (…) y desembocando en una nueva persecución / contra quienes defiendan enseñanzas cristianas. El comentario en negrilla está tomado de la página web estoesconmigo.com y como dije es de la Asociación Formadores de la Opinión Pública.


Como anotaba Monseñor Libardo Ramírez, ayer, en entrevista de Paola Calderón en el Noticiero de
Radio María, ese proyecto de la senadora Parody pretende castigar a quienes se atrevan a llamar las cosas por su nombre.

Sí, estamos en el mundo al revés: los que se presentan como firmes defensores de todas las libertades, pretenden prohibir que se exprese el pensamiento en estas materias, si no se está de acuerdo con ellos. La Corte Constitucional, el Procurador General y otras autoridades, pretenden, en el caso del aborto, limitar el recurso de la objeción de conciencia, derecho consagrado en nuestra Constitución y en cualquier país civilizado. No es raro que esto pase en un país en el que el Ministerio que debería ser de Protección Social, defiende leyes laborales por las que se castiga a los que ganan menos, disminuyendo sus ingresos por horas extras y nocturnas, defiende el aborto contra el derecho de los más débiles como son los niños por nacer, y se presenta, el Ministro mismo, como modelo, por defender la esterilización masculina. No es extraño que no pocos, a ese Ministerio lo llamen de Desprotección Social.

La D.S.I. es un conocimiento iluminado por la fe, basado en la Palabra de Dios, y, en este momento especial de nuestra historia, tengamos presente que hay que obedecer a Dios antes que a los hombres. Pidamos por los médicos, que tienen que enfrentar amenazas de perder su trabajo, si no practican abortos. Hay persecución religiosa. En la persecución anunciada por el senador Benedetti al Hospital San Ignacio, tenemos que ser solidarios, tendremos que manifestarnos.

Volvamos al tema del N° 72 del Compendio, sobre la naturaleza de la D.S.I.

Los católicos defenderemos siempre el derecho inalienable de la vida y de la libertad

Vimos también en la reflexión pasada, que la D.S.I., que va respondiendo a las situaciones cambiantes del hombre en su vida en sociedad, tiene por eso, por una parte, principios permanentes, que no cambian, y por otra, también afirmaciones provisionales, que se deben entender en su contexto histórico y que se pueden ir renovando según la época. Las afirmaciones llamadas provisionales no se refieren a dogmas, a verdades de fe ni a principios permanentes, como por ejemplo la dignidad de la persona, el derecho inviolable de la vida y a la libertad, que naturalmente, nunca cambian. Los católicos defenderemos hoy y siempre la dignidad de la persona, creada a imagen y semejanza de Dios, defenderemos siempre el derecho a la vida y la libertad.

Una manera de comprender la renovación de la D.S.I., es una analogía con los cambios que se van presentando en el desarrollo de los seres vivos. De modo parecido a un ser vivo, que crece manteniendo su identidad sustancial, la doctrina social se desarrolla, manteniéndose siempre fiel a la verdad revelada; la Iglesia va aclarando, determinando cada vez más los contenidos implícitos de su doctrina, ante situaciones nuevas”.[2]

Entonces, para seguir adelante, leamos el comienzo del N° 72 que ahora vamos a comprender bien. Dice:

La doctrina social de la Iglesia no ha sido pensada desde el principio como un sistema orgánico, sino que se ha formado en el curso del tiempo, a través de las numerosas intervenciones del Magisterio sobre temas sociales.

Y ahora continuemos leyendo el N° 72, que dice:

Esta génesis explica el hecho de que hayan podido darse algunas oscilaciones acerca de la naturaleza, el método y la estructura epistemológica de la doctrina social de la Iglesia.

Esta génesis de la D.S., es decir, la forma como se ha generado la D.S., a través del tiempo. Ya vimos que, como la D.S. católica ha sido el resultado de la meditación de la Iglesia, a lo largo de los años, sobre los acontecimientos cambiantes en la historia del hombre y su vida en sociedad, – meditación de la realidad social a la luz del Evangelio, es humano que se hayan presentado en el tiempo dudas, titubeos, oscilaciones, – las llama el Compendio, – sobre la naturaleza y sobre el método de la D.S.I. Fijémonos que no se refiere el Compendio a dudas sobre los criterios permanentes. Ahora, con las intervenciones de los Papas, desde León XIII hasta Juan Pablo II y Benedicto XVI, tenemos mucha más claridad sobre la D.S.I. Para que no se nos quede en el aire, dentro de un momento nos vamos a referir a la expresión la estructura epistemológica de la doctrina social de la Iglesia. Es importante.

La doctrina social de la Iglesia no pertenece al ámbito de la ideología

Sigamos entonces la lectura del N° 72:

Una clarificación decisiva en este sentido la encontramos, precedida por una significativa indicación en la «Laborem exercens»,[3] en la encíclica «Sollicitudo rei socialis»: la doctrina social de la Iglesia «no pertenece al ámbito de la ideología, sino al de la teología y especialmente de la teología moral».[4] No se puede definir ( la D.S.), según parámetros socioeconómicos. No es un sistema ideológico o pragmático, que tiende a definir y componer las relaciones económicas, políticas y sociales, sino una categoría propia: es (la D.S.), «la cuidadosa formulación / del resultado de una atenta reflexión sobre las complejas realidades de la vida del hombre en la sociedad / y en el contexto internacional, a la luz de la fe y de la tradición eclesial. Su objetivo principal es interpretar esas realidades, examinando su conformidad o diferencia / con lo que el Evangelio enseña acerca del hombre y su vocación terrena y, a la vez, trascendente, para orientar en consecuencia / la conducta cristiana».[5]

Como nos podemos dar cuenta, este párrafo está fundado en citas de algunas encíclicas de Juan Pablo II: en la «Laborem exercens», en el N° 3, el Santo Padre nos aclara cómo la doctrina social, perteneció desde el principio a la enseñanza de la Iglesia, a su concepción del hombre y de la vida social, y especialmente a la moral social, elaborada según las necesidades de las distintas épocas.

No dejemos escapar algunas palabras claves para comprender la naturaleza de la D.S. Dice Juan Pablo II que la D.S.I. pertenece a la concepción que la Iglesia tiene del hombre. Tengamos eso presente: la D.S.I. pertenece a la concepción que la Iglesia tiene del hombre. Sobre la cita que sigue luego, recordemos que la encíclica Laborem exercens es la carta magna sobre el trabajo humano, por eso se refiere en particular al tema del trabajo, con estas palabras: (…) la profundización del problema del trabajo / ha experimentado una continua puesta al día, conservando siempre aquella base cristiana de verdad que podemos llamar perenne. El trabajo humano ocupa un puesto primordial en la D.S. y entendemos los católicos, – así nos lo enseña Juan Pablo II, – que el trabajo es clave en la solución de la cuestión social.

Inmediatamente después de la Laborem exercens, el Compendio cita el N° 41 de la Sollicitudo rei socialis, también de Juan Pablo II, donde dice que la doctrina social de la Iglesia «no pertenece al ámbito de la ideología, sino al de la teología y especialmente de la teología moral». No se puede definir según parámetros socioeconómicos. No es un sistema ideológico o pragmático, que tiende a definir y componer las relaciones económicas, políticas y sociales, sino una categoría propia.

Epistemología, conocimiento de la realidad social, Doctrina Social católica…

Para que no se nos queden ideas importantes sueltas, tenemos que detenernos un momento, en eso de la estructura epistemológica de la doctrina social, mencionada en este mismo N° 72. Sin meternos en honduras, porque este no es un espacio para elucubraciones filosóficas, digamos que la epistemología es una parte de la filosofía que estudia el fenómeno del conocimiento, es decir cómo conocemos la realidad, cómo es el proceso de conocer. En el caso de la D.S.I., tenemos que partir del hecho de que se trata de un conocimiento especial; no se trata de un conocimiento científico, como el de la biología, la física o las matemáticas, sino que se trata de un conocimiento iluminado por la fe.

Hemos repetido y es importante no olvidarlo, que lo que la Iglesia nos ofrece en su doctrina social, no es una disciplina puramente académica; al estudiarla no se adquieren sólo conocimientos como los que ofrecen la sociología, la política o la economía. Con su D.S., la Iglesia nos ofrece un conocimiento iluminado por la fe.

Interpretar la realidad a través de un lente político

Detengámonos en el concepto de ideología. Vayamos un poquito más hondo que la definición general del diccionario, según el cual una ideología es el conjunto de ideas fundamentales que caracterizan el pensamiento de una persona, colectividad o época, de un movimiento cultural, religioso político, etc.[6] Esta definición general nos ayuda a entender que si, por ejemplo, de una persona o de un movimiento político nos dicen que es de ideología marxista, nos quieren decir que las ideas fundamentales que caracterizan el pensamiento de esa persona o de ese movimiento político, son las ideas de Marx. Como veremos enseguida, eso quiere decir que esa persona o ese movimiento político, interpretan la realidad a través del lente del marxismo.

Cuando se habla de ideologías, en el contexto de la D.S., se está hablando del conocimiento e interpretación que se hace de la realidad social que nos rodea. A eso se refiere la mención que hace el N° 72 del Compendio, de la estructura epistemológica de la D.S.; se refiere al tipo de conocimiento que implica la D.S., que es un conocimiento iluminado por la fe. Tenemos, gracias a la fe, un conocimiento de la realidad, distinto del que nos dan las ciencias puramente humanas. Veamos:

Todos nos situamos en la realidad de nuestra vida y asumimos una actitud frente a lo que nos rodea: frente a la naturaleza, frente a los demás, en nuestras relaciones sociales. Tomamos una posición en nuestras relaciones políticas, económicas, religiosas, es decir frente a Dios. ¿Cómo conocemos, cómo interpretamos nuestra realidad, que está inmersa, por así decirlo, en medio de todas esas relaciones? Como nos podemos dar cuenta, en la interpretación de nuestra realidad, pueden intervenir muchos elementos, muchos intereses personales y de grupo. Por eso viviendo en el mismo país, en la misma ciudad, hay tántas opiniones sobre la realidad. Nos formamos diferentes imágenes de la realidad.[7]

Ver más allá de los sentidos y la razón

Así comprendemos por qué los no creyentes interpreten la realidad de una manera distinta a como nosotros la interpretamos. Nosotros tenemos elementos que ellos no tienen para conocer la realidad que vivimos. Los no creyentes tienen una representación de la realidad sin Dios. Para nosotros, por una gracia que no merecemos, la realidad está iluminada por la fe. Vemos más allá de lo que captan los sentidos y la pura razón.

En resumen, entonces, ¿a qué se llama ideología? Se suele llamar ideología, en un sentido amplio, al conjunto de representaciones, de conocimientos, de valores y creencias en las cuales nacemos y vivimos. Lo que el diccionario dice del significado de ideología: el conjunto de ideas fundamentales que caracterizan el pensamiento de una persona. Nuestra representación de la realidad la vamos asimilando, e intervenimos en su formación. Somos activos; no recibimos todo pasivamente. En este momento, por ejemplo, con nuestro estudio, estamos aprendiendo a conocer la realidad, con criterios de fe.

La imagen de la realidad que nos formamos es entonces nuestra ideología. ¿Qué tan de acuerdo con la realidad será esa imagen que nos hemos formado? Y sigue otra pregunta clave: ¿cómo usamos esas imágenes que nos formamos de la realidad?

Ilusión: imagen inconsciente, equivocada, de la realidad

Vayamos por partes: si la imagen que nos hemos formado de la realidad, no está de acuerdo con lo que de verdad es nuestra realidad, y esa falsificación no la hacemos con la intención consciente de manipular la realidad, para presentarla según nuestro interés, – es decir si por error inconsciente, vemos la realidad como no es, esa imagen equivocada de la realidad se llama ilusión. Es un error, que se cree verdad. En este caso, esa clase de ideología es una falsa conciencia de la realidad social. Sucede, cuando alguien, de buena fe, se ha formado una idea equivocada de la realidad social.

Ideologizar la realidad social

Pero sucede que también la realidad se puede presentar como no es, falsificándola, conscientemente. En este caso entramos en el campo de la ética; se trataría de una mentira. Se estaría presentando una realidad falseada, mentirosa, por intereses de grupo, por ejemplo. En este caso, la ideología de quien presenta esa realidad mentirosa, lo que pretende es favorecer los intereses de un grupo contra los intereses de otro. Basta que escuchemos algunos discursos en el Parlamento, para comprender cómo se presenta la misma realidad nacional de una manera o de otra, según el pensamiento político de quien habla. Eso es ideologizar la realidad social, ocultando sus propias contradicciones y sacando ventajas, sin tener en cuenta el bien de toda la sociedad. Esa presentación falsa de la realidad social, puede ser inconsciente, y veíamos que quien se ha formado así, de modo inconsciente, una imagen equivocada de la realidad, lo que tiene es una ilusión. Sin embargo, me atrevo a pensar que eso se da entre las personas que no tienen acceso adecuado a la información, pero generalmente los grupos políticos tienen en sus filas profesionales de la simulación.

Para terminar hoy, copio dos párrafos del libro Fe cristiana y compromiso social, publicado por el CELAM. que nos explican cómo y para qué actúan esa clase de ideólogos, los que falsean la realidad:

¿Cómo actúa la ideología? La ideología actúa mediante un proceso de simulación y engaño, en el que esconde mostrando. En la ideología las cosas son enmascaradas a través de sus contrarios: la falsedad, bajo apariencia de verdad, la contradicción bajo apariencia de armonía, lo cultural es presentado como natural, lo voluntario como fatal, lo histórico como eterno, lo relativo como absoluto.

¿Cuál es el efecto deseado por esta inversión, y sobre todo por esta transfiguración de la realidad? Es la creación de un consenso social. Este consenso confiere unidad a una sociedad conflictiva bajo la hegemonía de un grupo dominante. Los intereses particulares de quienes detentan el poder, son presentados como intereses generales, su pensamiento particular es presentado sin más como lógico y evidente.

Esa descripción concuerda con lo que oímos a algunos personajes de la política nacional e internacional. Me parece que así se explican los argumentos con que se defienden leyes y proyectos de ley contrarios a la fe.

Bien, creo que por hoy es suficiente. La próxima semana, Dios mediante, seguiremos con este tema. Tenemos que estudiar también cómo se relaciona la ideología con la fe y la teología.

Escríbanos a: reflexionesdsi@gmail.com


 

[1] Véase el comentario a este proyecto de ley en www.estoesconmigo.com

 

[2] Cf Fe y Razón, la Iglesia y el Capitalismo. En Internet www.feyrazon.org/capital Cita no textual.

[3] Juan Pablo II, Carta enc. Laborem exercens, 3

 

 

[4] Juan Pablo II, Carta enc. Sollicitudo rei socialis, 41

 

[5] Ibidem

 

[6] Segunda acepción del DRAE.

 

[7] Para la explicación de los conceptos epistemológicos de la D.S.I. y de ideología, me he basado en Fe cristiana y compromiso social, libro preparado por Pierre Bigó, S.J. y Fernando Bastos de Ávila, S.J., editado bajo la dirección y supervisión de los Obispos de la Comisión Episcopal del departamento de Acción Social del CELAM, 2° edición, 2.4, Teología e Ideología, Pgs. 163ss

REFLEXIÓN 93

Abril 3 2008

Compendio Doctrina Social de la Iglesia N° 72

¿Qué es la Doctrina Social de la Iglesia?

Vamos a comenzar hoy la segunda parte del Capítulo II del Compendio. Recordemos que el título general de este capítulo segundo es Misión de la Iglesia y Doctrina Social.

En la primera parte de este capítulo, estudiamos ya la relación que tiene la Doctrina Social con el fin para el cual Jesucristo fundó a su Iglesia, que no es otro que la salvación, por medio de la Evangelización.

La segunda parte de este capítulo trata sobre La Naturaleza de la Doctrina Social. Es decir, ¿de qué clase de doctrina, de qué clase de conocimientos se trata?

Si logramos comprender la naturaleza, es decir, qué es y qué no es la D.S.I. nos vacunamos contra las ideologías, que son corrientes del pensamiento que buscan soluciones en los campos de la economía y de la política, basadas en posiciones de derecha o de izquierda. La D.S.I. no se basa en el pensamiento político ni de la derecha ni de la izquierda. Vamos a poner atención a esta parte, fundamental para nuestro conocimiento de la D.S. Comencemos por leer el N° 72 del Compendio de la D.S.I. Leámoslo primero completo, y luego nos detendremos en el estudio de algunas palabras o conceptos que pueden ofrecer dificultad. Dice así el N° 72:

Naturaleza de la Doctrina Social

a) Un conocimiento iluminado por la fe

72 La doctrina social de la Iglesia no ha sido pensada desde el principio como un sistema orgánico, sino que se ha formado en el curso del tiempo, a través de las numerosas intervenciones del Magisterio sobre temas sociales. Esta génesis explica el hecho de que hayan podido darse algunas oscilaciones / acerca de la naturaleza, el método y la estructura epistemológica de la doctrina social de la Iglesia. Una clarificación decisiva en este sentido la encontramos, precedida por una significativa indicación / en la «Laborem exercens»,[1] en la encíclica «Sollicitudo rei socialis»: la doctrina social de la Iglesia «no pertenece al ámbito de la ideología, sino al de la teología y especialmente de la teología moral».[2] No se puede definir según parámetros socioeconómicos. No es un sistema ideológico o pragmático, que tiende a definir y componer las relaciones económicas, políticas y sociales, sino una categoría propia: es « la cuidadosa formulación / del resultado de una atenta reflexión sobre las complejas realidades de la vida del hombre en la sociedad / y en el contexto internacional, a la luz de la fe y de la tradición eclesial. Su objetivo principal es interpretar esas realidades, examinando su conformidad o diferencia / con lo que el Evangelio enseña acerca del hombre y su vocación terrena y, a la vez, trascendente, para orientar en consecuencia / la conducta cristiana ».[3]

De manera que la Doctrina Social se ha formado en el curso del tiempo, no se pensó desde el principio como un sistema orgánico. Leamos de nuevo las palabras del Compendio:

La doctrina social de la Iglesia no ha sido pensada desde el principio como un sistema orgánico, sino que se ha formado en el curso del tiempo, a través de las numerosas intervenciones del Magisterio sobre temas sociales.

Un libro oficial de la Iglesia

Cuando uno toma el Compendio de la D.S.I., encuentra toda la doctrina social organizada. Es que este libro es el resultado de un grupo de trabajo que, por encargo del Santo Padre Juan Pablo II, asumió el reto de presentar de manera completa, sistemática, aunque sintética, resumida, la enseñanza social de la Iglesia. Por eso el libro tiene el nombre de Compendio, porque es una exposición breve, de lo sustancial de la D.S.I. El equipo de trabajo que preparó el libro tomó los aspectos teológicos, filosóficos, morales, culturales y pastorales más importantes de las enseñanzas de la Iglesia en relación con las cuestiones sociales y los presenta iluminados por el Evangelio, bajo la guía del Magisterio y de la Tradición.

Antes de que existiera esta obra, existían libros que trataban estos temas, – escritos por expertos, pero no un libro oficial de la Iglesia que tomara la Sagrada Escritura y los documentos producidos por los Papas, los Obispos y por la reflexión teológica, es decir el, por el fruto del estudio de los teólogos, y que presentara todo ese rico tesoro doctrinal de manera estructurada, organizada. No existía un libro oficial así.[4]

Nos dice el Compendio, como acabamos de leer, que la doctrina social se ha formado en el curso del tiempo, a través de las numerosas intervenciones del Magisterio sobre temas sociales.

Es muy importante tener presente que la D.S.I. no apareció como resultado de una junta de sabios que se reunieron a pensar sobre cuál debe ser la doctrina católica sobre las cuestiones sociales. La D.S.I. es el resultado de la reflexión que, a la luz de la Escritura y de la tradición hace la Iglesia, sobre la vida del hombre en la sociedad. La Iglesia, en este caso está representada por el Magisterio; el Papa, los Obispos, – especialmente a través del Concilio Vaticano II, – las Conferencias Episcopales como las de América Latina reunidas en Medellín, Puebla, Santo Domingo, Aparecida. También los laicos han hecho aportes en esas Conferencias. El Magisterio de la Iglesia, representado por sus diversas instancias, ha ido respondiendo a las inquietudes de la sociedad, sacudida por los problemas sociales. La D.S.I. es entonces, el resultado de la meditación,- a la luz del Evangelio y de la Tradición, – sobre los problemas de la vida del hombre en la sociedad. La enseñanza social de la Iglesia nace cuando se encuentran: el mensaje evangélico y sus exigencias, con los problemas que surgen en la vida de la sociedad, para orientar la conducta del cristiano.

No se trata de una meditación realizada en unos retiros espirituales, en una semana o un mes dedicado a pensar en fórmulas de solución para los problemas de la humanidad. La D.S.I. se ha ido formando a lo largo del tiempo, como respuesta a los interrogantes sobre los problemas que van surgiendo en la vida en sociedad. En esas situaciones, la Iglesia se pregunta: frente a esta o a aquella situación particular ¿qué orientación nos dan los criterios basados en el Evangelio? Según esos criterios ¿cuál debe ser mi comportamiento? Por ejemplo, frente a la injusticia laboral, frente al desplazamiento de familias que huyen de la violencia, frente a la corrupción, la guerra, frente a la sistemática campaña contra el matrimonio y la familia, frente a esas situaciones, ¿cuál debe ser el comportamiento del cristiano, según las enseñanzas de la Sagrada Escritura y la Tradición? ¿Qué posición debo asumir para ser coherente con mi fe?

Mi posición como cristiano frente a los problemas sociales

La D.S.I. nos ofrece los criterios que deben formar nuestra conciencia, a la luz del Evangelio. Es de allí de donde sale la D.S.I.: del Evangelio. En esta época difícil, a veces confusa, para saber cómo vivir de acuerdo con la fe, la D.S.I. nos ofrece orientación que se basa en criterios extraídos del Evangelio. Y claro, tenemos que estar preparados, porque los criterios que a nosotros, católicos, nos deben guiar, no siempre coinciden con los que se promueven a través de los partidos y movimientos políticos y de los medios de comunicación; criterios que se venden como lo conveniente, como lo actual. Lo demás, nos dicen, es vivir en el pasado, cuando no lo tildan de estar viciado de fundamentalismo. Sabemos bien que lo fundamental no lo podemos quitar simplemente porque es lo que ahora dice la palabra de los hombres, que es como la arena; no es firme, cambia, se la lleva el viento y el edificio construido sobre arena se cae…

Podemos entonces decir que, de la reflexión de la Iglesia sobre el hombre y su vida en la sociedad terrena, a la luz del Evangelio, se ha ido conformando lo que Juan Pablo II llamó un cuerpo doctrinal, que es la D.S. católica, la que de forma organizada nos entrega el libro Compendio de la D.S.I. A la D.S. así organizada la llamó cuerpo doctrinal, Juan Pablo II, porque no es simplemente una lista de ideas teóricas, sueltas, sino un conjunto coherente de conceptos, de criterios, de principios, con una estructura firme. Nada más coherente y firme que la Palabra de Dios.

Como hemos visto, Juan Pablo II en la encíclica Sollicitudo rei socialis nos enseña que la D.S.I. ha ido tomando forma poco a poco, a medida que la Iglesia, guiada por el Espíritu Santo, lee, interpreta, los hechos como se van presentando en la historia.

Una Doctrina nunca definitiva

Podemos así comprender que la D.S., como nos va llegando, nunca está terminada, no está completa ni es definitiva, porque se va renovando con la ayuda del Espíritu Santo, a medida que la Iglesia va interpretando los hechos nuevos de la historia, a la luz del Evangelio. Las situaciones del hombre en la historia han ido cambiando. La sociedad ha ido tomando caminos distintos en su desarrollo. Hay una enorme diferencia en la relación entre las personas que vivieron en la Edad Media y la relación que vivieron en la época de la revolución industrial y luego en las sociedades comunistas o capitalistas. Las nuevas situaciones van pidiendo respuestas nuevas, basadas, eso sí, en principios y criterios firmes que no cambian. Por eso, desde el punto de vista práctico, al leer los documentos de la D.S.I., hay que tener en cuenta el momento histórico en que fueron escritos. Muchas veces el Magisterio respondía en esos documentos a problemas particulares de la época.


Principios permanentes y afirmaciones provisionales


Tengamos presente que los documentos que conforman la D.S.I. contienen
principios permanentes, que no van a cambiar; e igualmente pueden contener afirmaciones provisionales, que tienen que entenderse en su contexto histórico, y que se van renovando según la época e incluso las regiones. Claro que cuando hablamos de esa parte provisional de la D.S.I., no nos referimos a dogmas, ni a doctrinas de fe, ni a principios permanentes, como por ejemplo la dignidad de la persona y la libertad, que obviamente, no cambian.


Una doctrina viva


Una manera de comprender esta renovación de la D.S.I., es que estos cambios se van dando como un desarrollo. Análogamente a un ser vivo que crece manteniendo su identidad sustancial, la doctrina social se desarrolla, manteniéndose siempre fiel a la verdad revelada; la Iglesia va aclarando, determinando cada vez más los contenidos implícitos de su doctrina, ante situaciones nuevas”.[5]

Para comprender este perfeccionamiento de la D.S.I., en el tiempo, podemos hacer un rápido recorrido de algunas encíclicas sociales, desde la Rerum Novarum de León XIII, escrita en 1.891,- como respuesta a las injusticias que surgieron con la llamada revolución industrial,- hasta las encíclicas de Juan Pablo II. Podemos ver así un giro en la presentación de la D.S., de acuerdo con la misión universal de la Iglesia; doctrina que se ha ido renovando, para responder a situaciones nuevas que el hombre debe enfrentar. A estas situaciones se refiere la constitución Gaudium et Spes cuando habla de los signos de los tiempos, que son los acontecimientos que nos van indicando la presencia y los planes de Dios. La Iglesia tiene que ir descifrando, entendiendo los planes de Dios, como van apareciendo en los acontecimientos en la historia, y comparar la respuesta que da la sociedad a esos signos, con la que el Evangelio espera.

Respuestas iluminadas por el Evangelio

Nos enseña la Iglesia, que la respuesta a las incógnitas que nos presenta el mundo, la tenemos que buscar iluminados por la luz del Evangelio. Allí, en el Evangelio, encontraremos también los valores perennes, los que no cambian, los que son siempre actuales, como la dignidad del hombre; y los criterios que deben guiar nuestra conducta y el sentido de nuestro trabajo en el universo.

Es importante que comprendamos bien, cómo la D.S. es una manifestación de la vocación que tiene la Iglesia, de ser Madre y Maestra, de ser evangelizadora, al ir presentando el pensamiento cristiano sobre los problemas sociales, como un conjunto coherente, que es la D.S.I.


Acabamos de reflexionar sobre la primera parte del N° 72 que dice:

La doctrina social de la Iglesia no ha sido pensada desde el principio como un sistema orgánico, sino que se ha formado en el curso del tiempo, a través de las numerosas intervenciones del Magisterio sobre temas sociales.


Ahora podemos continuar y vamos a entender bien lo que dice el siguiente párrafo. Lo que nos quede pendiente lo estudiaremos luego. Leámoslo:

Esta génesis explica el hecho de que hayan podido darse algunas oscilaciones acerca de la naturaleza, el método y la estructura epistemológica de la doctrina social de la Iglesia. Una clarificación decisiva en este sentido la encontramos, precedida por una significativa indicación / en la « Laborem exercens »,[6] en la encíclica «Sollicitudo rei socialis»: la doctrina social de la Iglesia «no pertenece al ámbito de la ideología, sino al de la teología y especialmente de la teología moral».[7] No se puede definir según parámetros socioeconómicos. No es un sistema ideológico o pragmático, que tiende a definir y componer las relaciones económicas, políticas y sociales, sino una categoría propia: es «la cuidadosa formulación del resultado de una atenta reflexión / sobre las complejas realidades de la vida del hombre en la sociedad y en el contexto internacional, a la luz de la fe y de la tradición eclesial.

Dudas, titubeos, vacilaciones…

Entonces, como la D.S. católica ha sido el resultado de la meditación de la Iglesia, a lo largo de los años, sobre los acontecimientos cambiantes en la historia del hombre y su vida en sociedad, – meditación a la luz del Evangelio, – es humano que se hayan presentado en el tiempo dudas, titubeos, oscilaciones, – las llama el Compendio, – sobre la naturaleza, sobre el método de la D.S.I. No se refiere a dudas sobre los criterios permanentes. Ahora, con las intervenciones de los Papas, desde León XIII hasta Juan Pablo II y Benedicto XVI, tenemos mucha más claridad sobre la D.S.I.

El pensamiento sistemático de la D.S.I. empezó como respuesta a la Revolución Industrial

Para que comprendamos bien este asunto sobre el desarrollo de la D.S., vayamos al año 1.891, cuando León XIII escribió su encíclica Rerum Novarum. Ya en los inicios del siglo XVIII, el problema social había ido adquiriendo nuevas dimensiones. Con la revolución industrial comenzó un cambio, que significó la transformación de los sistemas de trabajo en las fábricas, y al mismo tiempo la transición a una economía que desde entonces se desarrolla, principalmente, en las zonas urbanas: Inglaterra primero, y luego los otros países de Europa, fueron cambiando de países agrícolas a países industrializados. Se considera que el invento que revolucionó la industria fue el de la máquina de vapor. Este invento y los demás inventos mecánicos que le siguieron, trajeron como consecuencia la utilización a gran escala del hierro, y el reemplazo de la madera por el carbón mineral. Antes el combustible utilizado era básicamente la madera.

Esta transformación de la industria, tuvo como consecuencia que se multiplicara la capacidad de producción de artículos manufacturados, y el enorme crecimiento del comercio. Como la sociedad experimentó un cambio profundo, la Iglesia tenía que orientar al mundo cristiano, para que esos nuevos caminos del desarrollo, fueran humanos y justos. Comenzó así la presentación sistemática del pensamiento cristiano sobre la realidad social, y el Papa León XIII expuso, en su encíclica Rerum Novarum, las ideas cristianas sobre el problema social de su tiempo. En esta forma se inició y continúa hasta hoy / la enseñanza de la Iglesia, por medio de encíclicas pontificias sobre temas sociales. Esto significó un cambio grande / en la manera de llevar el mensaje evangélico, como vamos a ver.

Los cambios en la sociedad, hasta esa época no habían sido tan drásticos. Por eso, las enseñanzas de la Iglesia se habían orientado hasta entonces, sobre todo a hacer comprender qué es la Iglesia en el mundo, como sociedad perfecta, fundada por Jesucristo para nuestra salvación por medio de la evangelización. El enorme cambio en el funcionamiento de la sociedad,- por la revolución industrial,- llevó a la Iglesia a asumir una actitud y una presencia de servidora, una relación entre la Iglesia y el mundo, marcada por su carácter misionero, de evangelización, no sólo en las tierras de infieles. Ya entonces, como nos pasa ahora, se vio la necesidad de una nueva evangelización. No sólo la Iglesia tenía que llevar el Evangelio a los países lejanos. Se palpó la necesidad de Evangelizar también a los cristianos. Se empezó a comprender que la responsabilidad del cristiano de llevar la fe a quienes no conocen a Dios, se extiende también a hacernos comprender que, en nuestra sociedad, que se supone cristiana, debemos vivir la fe de acuerdo con el Evangelio, en las relaciones humanas.[8] No en vano decimos que en nuestra época Europa y América, igual que el resto del mundo, son territorios de misión. Necesitamos una nueva evangelización. Recibimos la fe por el bautismo, pero no vivimos de acuerdo con ella.

Una consecuencia negativa de la revolución industrial, fue que se empezó desde entonces a tratar de imponer la concepción laica del mundo, con el establecimiento de valores que contradecían los de una sociedad que se había considerado cristiana. A los principios y valores cristianos, se anteponían los nuevos cánones que eran sólo racionales y económicos.[9] Ese mal se ha ido extendiendo y arraigando, de manera que ahora lo padecemos peor que antes, y nos lo quieren vender como un valor, como lo único válido. El dinero es el que maneja el mundo.

Lo social es parte esencial de la misión evangelizadora

Si uno recorre las encíclicas sociales, desde la Rerum novarum de León XIII hasta Centesimus annus, de Juan Pablo II, – 100 años después, – pasando por los documentos de las Conferencias Episcopales de América Latina, por ejemplo, podemos ver la confirmación de que, para la Iglesia, lo social es parte esencial de su misión evangelizadora, porque su preocupación pastoral implica una visión integral del ser humano y se siente (la Iglesia) en el deber de defender (su dignidad) la dignidad del ser humano, de denunciar cualquier violación ejercida sobre él y de orientar los cambios”[10] para que esos cambios sean humanos.

León XIII dice en la Rerum Novarum (#21) que No se ha de pensar (…) que todos los desvelos de la Iglesia / estén tan fijos en el cuidado de las almas, que se olvide de lo que atañe a la vida mortal y terrena. Esas son sus palabras. Por su parte Juan XXIII en la Mater et Magistra (# 2 y 3) dice que la doctrina de Cristo une… la tierra con el cielo, ya que considera al hombre completo, alma y cuerpo… y que, aunque la Iglesia tiene como misión principal santificar las almas / y hacerlas partícipes de los bienes sobrenaturales, se preocupa, sin embargo, de las necesidades que la vida diaria plantea a los hombresy nos recuerda cómo Cristo, si bien atendió principalmente a la salvación eterna del hombre, demostró que se preocupaba también por las necesidades materiales de los pueblos / y no sólo de palabra, sino con hechos, como cuando multiplicó milagrosamente los panes, para satisfacer el hambre de la muchedumbre (M et M # 4 ).

La D.S. el rostro humano, compasivo, amoroso de la Iglesia

De manera que el origen de la doctrina social de la Iglesia, es su preocupación por el hombre, por el hombre completo. Podríamos decir que la doctrina social, nos muestra el rostro humano, compasivo, amoroso, de la Iglesia.

La Iglesia comenzó denunciando, por medio de la encíclica Rerum Novarum, la situación calamitosa de los humildes (N° 1). El Papa Pío XI en su encíclica Quadragesimo Anno, recuerda que su antecesor León XIII asumió con toda valentía, la causa de los obreros (N° 10). Juan XXIII señala que León XIII no se limitó a predicar a los pobres la resignación, y a los ricos la generosidad, sino que no vaciló en proclamar y defender valientemente los sagrados derechos de los trabajadores. (M. et M. N° 16)[11]

Esta preocupación se fue extendiendo, hacia la defensa de los derechos del pobre, sea en la realidad del obrero, (M. et M. 68-70), del emigrante (P.P. N° 69, Oct. Adv. N° 17; Lab. Ex. N° 23), de los minusválidos (Lab. Ex. N° 22), de los campesinos (M. et M. N° 123-149), de los pueblos pobres (P.P. N° 1, M. et M. N° 157-184)… en fin, la Iglesia a través de su doctrina social muestra su preocupación por toda situación humana de marginación.[12]

En su libro Moral Social, el P.Tony Mifsud concluye así esta idea:

la preocupación por los marginados y los explotados sociales constituye una de las raíces más profundas de la Doctrina Social de la Iglesia. Juan Pablo II llega a afirmar que la causa de los marginados / confirma la misión y el servicio de la Iglesia “como verificación de su fidelidad a Cristo, para poder ser verdaderamente la Iglesia de los pobres.[13]

La D.S. Católica es entonces, el resultado de la reflexión de la Iglesia sobre la situación del hombre en la sociedad, a la luz del evangelio y de la tradición. Es la respuesta de la Iglesia a las angustias y las esperanzas que el hombre completo, cuerpo y espíritu, experimenta en su vida en la sociedad. La D.S.I. traducida a la vida diaria, es vivir en sociedad según los criterios del Evangelio, que son criterios de humanidad. La Iglesia es experta en humanidad.[14] Con valentía defiende siempre la dignidad del ser humano, criado a imagen de Dios, y con el mandato de “gobernar el mundo en justicia y santidad, como dice la Constitución Gaudium et Spes, en el N° 34.

Dios mediante la próxima semana terminaremos el estudio de este interesante número 72 del Compendio, que nos va aclarando cuál es la naturaleza de la D.S.I. Ya vemos por donde es la cosa: cuando estudiamos la D.S. católica no pretendemos adquirir conocimientos puramente humanos, puramente racionales. Para comprenderla, la razón tiene que ir iluminada por la fe. Se trata de un conocimiento iluminado por la fe.



 

[1] Juan Pablo II, Carta enc. Laborem exercens, 3

 

[2] Juan Pablo II, Carta enc. Sollicitudo rei socialis, 41

 

[3] Ibidem

 

[4] Para una explicación de la autoridad oficial del Compendio de la D.S.I. véase la Reflexión 3, del jueves 26 de enero, 2006, en este mismo blog. En palabras del teólogo de la Universidad Pontificia Bolivariana, P. Alberto Restrepo, a quien citamos allí: (…) en el caso de los documentos del Magisterio no todo tiene
igual valor ni es vinculante (
es decir obligatorio), en el mismo sentido. Los documentos que producen los organismos por medio de los cuales el Papa orienta a la comunidad cristiana, como es el caso del Compendio de la D.S.I. aunque no son dogmáticos en un sentido estricto, constituyen el pensamiento oficial del Magisterio de la Iglesia. Podemos pues decir, que el Compendio de la D.S.I. contiene la doctrina oficial de la Iglesia. El criterio que tenemos para valorar estos documentos es que deben ser tenidos en cuenta como el criterio más seguro para formarse los juicios de conciencia.

 

[5] Cf Fe y Razón, la Iglesia y el Capitalismo. En Internet www.feyrazon.org/capital Cita no textual.

 

[6] Juan Pablo II, Carta enc. Laborem exercens, 3

 

[7] Juan Pablo II, Carta enc. Sollicitudo rei socialis, 41

 

[8] Tony Mifsud, S.J., Moral Social, Lectura solidaria del continente, Colección de Textos Básicos para Seminarios Latinoamericanos, 2° ed., Vol. II, CELAM, Bogotá, 1998, página 19s y obras allí citadas.

 

[9] Doctrina Social de la Iglesia en América Latina, Memorias del Primer Congreso Latinoamericano de Doctrina Social de la Iglesia, Santiago de Chile, Octubre 14-19 de 1991, CELAM, segunda edición, ponencia de Jaime Rodríguez F., S.D.B.,, Pg. 766

 

[10] Mifsud, opus cit., pg. 23

 

[11] Mifsud, opus cit. Pg. 23s

 

[12] Ibidem, Pg. 24

 

[13] Mifsud,opus cit., Pg. 24, cita a Mater et Magistra N° 97-103, 144; Pacem in Terris, N° 123; Populorum Progressio, N° 65: Laborem Exercens, N° 15; Sollicitudo Rei Socialis,N° 44

 

[14] Cfr. Jaime Rodríguez F., S.D.B., profesor de sociología en la Universidad Nacional de Colombia, en su ponencia en el Congreso Latinoamericanote D.S.I. Ver obra citada, Pg. 765.

REFLEXIÓN 92 Marzo 27 2008

¡PASCUA!

La semana de la esperanza

Hoy vamos a dedicar este espacio al tema de la Pascua. ¿Cómo no hacerlo? Cuando uno recibe una buena noticia no resiste al deseo de compartirla y la Pascua es la gran noticia.

Esta semana, como ninguna otra, por ser la semana de Pascua, es la semana de la esperanza. Es el tiempo del año que invita a la alegría, como ningún otro tiempo. La Iglesia nos invita a todos a la alegría. A la Virgen María la saluda ahora la Iglesia invitándola también a la alegría.


Podemos estar seguros de que, si alguien sintió una alegría inmensa al ver a Jesús Resucitado, fue María su Madre. Así lo entiende la Iglesia, y por eso cambia la oración del Ángelus con que la felicitamos todos los días, por haber sido escogida por Dios para encarnarse en su vientre, por la oración
Regina coeli, laetare, Reina del cielo, alégrate. Porque el que mereciste llevar en tu seno, Aleluya, ha resucitado según predijo, Aleluya.


¿También vosotros estáis sin entendimiento?


Es verdad que entre las apariciones del Señor Resucitado narradas por los Evangelios, no encontramos la aparición a su Madre Santísima. Pareciera extraño, pero San Ignacio de Loyola observa agudamente en los Ejercicios Espirituales, que aunque no se narre en la Escritura la aparición de Jesús resucitado a su Madre, es de sentido común que la primera persona a quien se debió aparecer el Señor Resucitado fue a su Madre. Dice San Ignacio que la Escritura supone que tenemos entendimiento, como está escrito: «¿También vosotros estáis sin entendimiento?»[1]


Nos podemos imaginar el momento del encuentro de Jesús Resucitado y su Madre, después de haber sido testigo, Nuestra Señora, de la horrenda pasión y muerte de su Hijo. Pasión que fue soledad, abandono de sus amigos más cercanos, sometido como fue Jesús a dolores innenarrables como los de la flagelación y la crucifixión. Soledad tan honda, que le arrancó aquellas palabras de desolación: “Padre, ¿por qué me has abandonado?”. Aparentemente, Jesús había fracasado. Ahora, María lo abraza resucitado, glorioso para toda la eternidad.

Somos los cristianos gente privilegiada, sin mérito nuestro; podemos estar llenos de gozo porque tenemos esperanza, una esperanza fundada en quien no nos puede fallar: en nuestro Padre Dios.

Benedicto XVI escribió su segunda encíclica sobre la esperanza cristiana, la virtud teologal de la esperanza. Como recordamos, su primera encíclica fue sobre la virtud teologal de la caridad, la que empieza con las palabras Deus caritas est, Dios es Amor. En su segunda encíclica, sobre la esperanza, las palabras con que la comienza están tomadas de la carta de San Pablo a los Romanos, 8,24 y dicen: Spe salvi facti sumus, que traducen: En la esperanza fuimos salvados. Como el Papa observa allí, San Pablo dirigió esas palabras a los romanos y también a nosotros: En la esperanza fuimos salvados.

La visión cristiana de la existencia

La esperanza y la Pascua son inseparables. La esperanza y la fe en Jesucristo son inseparables. Sin la Pascua, sin la resurrección de Jesucristo, la fe y la esperanza no tendrían fundamento. La luz de la Pascua es la luz que ilumina nuestra vida en medio de la oscuridad que pareciera cubrirnos, cuando, unos más, otros menos, personalmente sufrimos en este mundo de dificultades; de dolor, de injusticia, de egoísmo, de incomprensión, de soledad. ¿Cómo vivir alegres en un mundo así, sin la fe en Jesucristo resucitado, sin la esperanza de que esta fe nos llena? La visión cristiana de la existencia, que es una visión optimista, no se entiende sin la buena noticia de Jesucristo Resucitado.

El Evangelio es la comunicación de esa maravillosa noticia: que nos hemos encontrado con Jesucristo Resucitado; y no se trata de una noticia más. En su libro Jesús de Nazaret (Pg. 74), Joseph Ratzinger, el Papa Benedicto XVI, nos ofrece una interesante explicación de la palabra Evangelio, que viene muy bien en este momento. Dice allí, que a las proclamas de los emperadores romanos las llamaban evangelios, (buenas noticias), sin tener en cuenta si el contenido de esos mensajes era bueno o malo. Se daba por hecho que, por ser una información enviada por el emperador, no era una noticia más, sino que eran buenas noticias, salvadoras para el territorio a donde se enviaban. Por ser palabras del emperador romano, conducirían a transformar el mundo.

¿Qué tiene esto que ver con la esperanza cristiana, con la fe, con la Pascua? Intentemos una explicación.

 

¿Una noticia más? – No, es la gran noticia

En su encíclica En la esperanza fuimos salvados, Spe / salvi facti sumus, dice el Papa Benedicto XVI, que de acuerdo con la fe cristiana, la redención, la salvación, no es simplemente una noticia. En la versión latina de la encíclica dice: Redemptio, salus / in christiana fide non est simplex notitia. En español: La redención, la salvación, según la fe cristiana no es simplemente una noticia, una noticia más, como las que salen en la prensa todos los días.


Explica enseguida el Papa en su encíclica sobre la esperanza, que la salvación, la redención que Jesucristo nos ofrece, significa que nos da una esperanza segura, una esperanza digna de crédito, de la cual no es posible dudar. Se trata de una esperanza que nos garantiza que tenemos futuro; que aunque no conozcamos los detalles de ese futuro, sabemos que nuestra vida no acabará en el vacío
(Spe salvi, 2). Como vemos no se trata de una noticia más, sino de la gran noticia.

Con esta esperanza cierta, se hace más llevadera la vida presente. Por eso añade enseguida el Papa, que sólo cuando el futuro es cierto como realidad positiva, se hace llevadero también el presente (Ib). Sí; cuando podemos ver en el horizonte un buen futuro, un futuro feliz, se nos hace menos difícil el camino que debamos andar para alcanzarlo.


Esperanza que cambia la vida de modo radical

Como vemos, la buena noticia de la Resurrección de Jesucristo, que nos abre el futuro de nuestra propia resurrección, no es una noticia más, como tantas que podemos pasar por alto y no sucede nada. La fe, el cristianismo, no es simplemente una materia para estudiar y aprender; no es el cristianismo una información más que vale la pena conocer, sólo para estar bien informados; conocer las ciencias, la historia, la literatura de un país o del mundo es bueno, nos puede hacer personas mejor informadas, pero ese conocimiento no tiene el efecto de cambiar de modo radical nuestra vida. El cristianismo, la fe, vivida de modo coherente, sí nos cambia la vida. Nos dice el Papa en Spe salvi, que La puerta oscura del tiempo, del futuro, ha sido abierta de par en par. Quien tiene esperanza -añade – vive de otra manera; se le ha dado una vida nueva (N° 2).

La fe y la esperanza cristianas nos cambian la vida: con ellas podemos ver más allá de los sufrimientos de la vida presente. La fe y la esperanza nos abren la puerta del tiempo, del futuro, y podemos ver la gloria de Dios, que con certeza sabemos que también nosotros podemos esperar.


Una meta que justifica el esfuerzo del camino[2]


Cuando los montañistas expertos emprenden la ascensión a una de las cumbres mas altas de la tierra, – pensemos en lo que implica la ascensión al monte Éverest, por ejemplo, – saben que van a necesitar un esfuerzo gigantesco. Ellos saben del frío, de la dificultad para respirar en esa enrarecida atmósfera, de la fuerza muscular que tendrán que emplear, de la firmeza en sus brazos y piernas para no rodar por un precipicio, de la claridad mental de la que deberán gozar, para el momento de decidir si continúan el ascenso o si deben regresar sin llegar a la meta… Todo eso están dispuestos a aceptar porque conocen la felicidad que les espera al coronar la cima. Saben que bien merece la larga preparación y el agotador esfuerzo del ascenso.

Nuestra fe es coherente a lo largo del año litúrgico: vivimos la esperanza desde el Adviento,[3] cuando nos preparamos para celebrar la fiesta del nacimiento del Salvador. Nuestra esperanza se afirma en la roca de nuestra salvación, Cristo, Dios hecho hombre, muerto y resucitado, en la Pascua, y seguiremos llenos de esperanza, cuando celebremos la Ascensión, la venida del Espíritu Consolador, festividades todas que reavivan nuestra esperanza, hasta el día en que nos encontremos con el Señor en su gloria.

Escrita de modo indeleble en el corazón

La víspera del primer domingo de Adviento, en diciembre del año pasado, el Santo Padre terminó su homilía con estas palabras: en el corazón del ser humano está escrita indeleblemente la esperanza, porque Dios nuestro Padre es vida, y hemos sido creados para la vida eterna y bienaventurada.

Demos gracias a Dios, porque, sin merecerlo, gozamos de esos dones que no tienen precio: de la fe y de la esperanza. Es triste, es doloroso, contemplar el mundo que nos rodea, cada vez con menos fe, por eso, sin esperanza y también sin amor. Cuántos creen que Dios les sobra, y acaban hundidos en la desesperanza. Es dramática la situación del mundo alejado de Dios. Como Dios es amor, al alejarse de Dios se alejan del verdadero amor. Qué triste es un mundo sin amor: es el mundo de la indiferencia, del odio, de la destrucción, de la desesperanza.

La esperanza, como la fe y el amor, son virtudes para vivirlas, no sólo para admirarlas y hablar de ellas. En su encíclica sobre la esperanza, Benedicto XVI nos explica que A lo largo de su existencia, el hombre tiene muchas esperanzas, más grandes o más pequeñas, diferentes según los períodos de su vida [4]). Y nos dice que a veces nos puede parecer, que llenar una de esas esperanzas nos puede llenar del todo y no necesitamos más. Menciona cómo para el joven la esperanza de un amor, de una posición o de una profesión, uno u otro éxito en su vida, pueden parecerle suficiente satisfacción; pero cuando esas esperanzas se cumplen…se descubre que en realidad, eso no lo es todo; es claro que el hombre necesita una esperanza que vaya más allá. Es evidente que sólo puede contentarse con algo infinito, algo que será siempre más de lo que nunca podrá alcanzar.


El reino del hombre, el reino de Dios


Y continúa su reflexión el Santo Padre, mostrándonos cómo la época moderna ha desarrollado la esperanza de instaurar un mundo perfecto que se podría lograr gracias a los conocimientos de la ciencia y a una política fundada científicamente. Así, la esperanza bíblica del reino de Dios ha sido reemplazada por la esperanza del reino del hombre, por la esperanza de un mundo mejor que sería el verdadero «reino de Dios». Nos muestra el Papa a continuación, cómo esa concepción del mundo perfecto gracias a la ciencia y la política ha sido sólo un mundo imaginario, que se ve alejarse cada vez más. Y es que se ha proyectado un reino del hombre que no es para todos, es contra los demás o sin los demás, y un mundo sin libertad. Un mundo sin libertad no sería en absoluto un mundo Bueno.


El Reino que los cristianos estamos llamados a desarrollar desde ahora, tiene que ser un mundo de esperanza, de justicia, de amor, de paz y para todos. Yendo a lo práctico, el Papa en su encíclica dedica del N° 32 al 48, a lo que él llama
Los lugares para aprender y practicar la esperanza.

¿Dónde aprender y practicar la esperanza?


No es extraño que
Benedicto XVI señale primero la oración, como escuela de esperanza. La forma como presenta este lugar de aprendizaje de la esperanza, es perfecto para los secuestrados, los que se sienten abandonados de cualquier forma; los que parece no tuvieran esperanza. Leamos las palabras de Benedicto XVI, en el N° 32 de Spe salvi:

32. Un lugar primero y esencial de aprendizaje de la esperanza es la oración. Cuando ya nadie me escucha, Dios todavía me escucha. Cuando ya no puedo hablar con ninguno, ni invocar a nadie, siempre puedo hablar con Dios. Si ya no hay nadie que pueda ayudarme –cuando se trata de una necesidad o de una expectativa que supera la capacidad humana de esperar–, Él puede ayudarme.[5] Si me veo relegado a la extrema soledad…; el que reza nunca está totalmente solo. De sus trece años de prisión, nueve de los cuales en aislamiento, el inolvidable Cardenal Nguyen Van Thuan nos ha dejado un precioso opúsculo: Oraciones de esperanza. Durante trece años en la cárcel, en una situación de desesperación aparentemente total, la escucha de Dios, el poder hablarle, fue para él una fuerza creciente de esperanza, que después de su liberación le permitió ser para los hombres de todo el mundo / un testigo de la esperanza, esa gran esperanza / que no se apaga ni siquiera en las noches de la soledad.

Los invito a leer también en la encíclia Spe salvi, los nn 33 y 34 sobre la oración, lugar de aprendizaje y ejercicio de la esperanza.

El actuar y el sufrir, escuela de la esperanza

El segundo lugar para aprender y ejercitar la esperanza, que propone el Papa, es El actuar y el sufrir. Se refiere el Santo Padre a nuestro propio sufrimiento y a lo que podemos hacer para aliviar el sufrimiento de los demás. Nos dice el Papa que colaborar con nuestro esfuerzo para que el mundo llegue a ser un poco más luminoso y humano, y se abran así también las puertas hacia el futuro, es practicar la esperanza. Nos aclara el Papa que


Podemos tratar de limitar el sufrimiento, luchar contra él, pero no podemos suprimirlo. Precisamente cuando los hombres, intentando evitar toda dolencia, tratan de alejarse de todo lo que podría significar aflicción, cuando quieren ahorrarse la fatiga y el dolor de la verdad, del amor y del bien, caen en una vida vacía en la que quizás ya no existe el dolor, pero en la que la oscura sensación de la falta de sentido / y de la soledad / es mucho mayor aún. Lo que cura al hombre no es esquivar el sufrimiento y huir ante el dolor, sino la capacidad de aceptar la tribulación, madurar en ella y encontrar en ella un sentido mediante la unión con Cristo, que ha sufrido con amor infinito.[6]


Modos de sufrir que son decisivos para su humanidad

El N° 39 de Spe salvi es para meditarlo, especialmente quienes deben atender a personas que sufren. Leamos algunas líneas:

Sufrir con el otro, por los otros; sufrir por amor de la verdad y de la justicia; sufrir a causa del amor y con el fin de convertirse en una persona que ama realmente, son elementos fundamentales de humanidad, cuya pérdida destruiría al hombre mismo. Pero una vez más surge la pregunta: ¿somos capaces de ello? ¿El otro es tan importante como para que, por él, yo me convierta en una persona que sufre? ¿Es tan importante para mí la verdad como para compensar el sufrimiento? ¿Es tan grande la promesa del amor que justifique el don de mí mismo? En la historia de la humanidad, la fe cristiana tiene precisamente el mérito de haber suscitado en el hombre, de manera nueva y más profunda, la capacidad de estos modos de sufrir que son decisivos para su humanidad. La fe cristiana nos ha enseñado que verdad, justicia y amor no son simplemente ideales, sino realidades de enorme densidad.

El Juicio, imagen decisiva de esperanza

Además de la oración, la acción por los demás y el propio sufrimiento, ofrece Benedicto XVI otro lugar de aprendizaje y ejercicio de la esperanza. Nos puede extrañar, pero es muy positivo: se trata del Juicio. Quizás no estamos acostumbrados a ver el Juicio con ojos de esperanza, pero, dice el Papa en el N° 41 de la encíclica Spe salvi, que la imagen del Juicio Final originalmente no era de terror sino de esperanza. En el N° 41 dice que

La imagen del Juicio final no es en primer lugar una imagen terrorífica, sino una imagen de esperanza; quizás la imagen decisiva para nosotros de la esperanza. ¿Pero no es quizás también una imagen que da pavor? Yo diría: es una imagen que exige la responsabilidad.

María, la Estrella de la Esperanza

La encíclica termina con una invocación a la Virgen María, la Estrella de la Esperanza. Es bellísima, para terminar esta reflexión sobre la esperanza, en la semana de Pascua. Leamos las palabras del Papa:

Con un himno del siglo VIII/IX, por tanto de hace más de mil años, la Iglesia saluda a María, la Madre de Dios, como « estrella del mar »: Ave maris stella. La vida humana es un camino. ¿Hacia qué meta? ¿Cómo encontramos el rumbo? La vida es como un viaje por el mar de la historia, a menudo oscuro y borrascoso, un viaje en el que escudriñamos los astros que nos indican la ruta. Las verdaderas estrellas de nuestra vida/ son las personas que han sabido vivir rectamente. Ellas son luces de esperanza. Jesucristo es ciertamente la luz por antonomasia, el sol que brilla sobre todas las tinieblas de la historia. Pero para llegar hasta Él / necesitamos también luces cercanas, personas que dan luz reflejando la luz de Cristo, ofreciendo así orientación para nuestra travesía. Y ¿quién mejor que María / podría ser para nosotros estrella de esperanza, Ella que con su « sí » abrió la puerta de nuestro mundo a Dios mismo; Ella que se convirtió en el Arca viviente de la Alianza, en la que Dios se hizo carne, se hizo uno de nosotros, plantó su tienda entre nosotros (cf. Jn 1,14)?

50. Así, pues, la invocamos: Santa María, tú fuiste una de aquellas almas humildes y grandes en Israel que, como Simeón, esperó « el consuelo de Israel » (Lc 2,25) y esperaron, como Ana, « la redención de Jerusalén » (Lc 2,38). Tú viviste en contacto íntimo con las Sagradas Escrituras de Israel, que hablaban de la esperanza, de la promesa hecha a Abrahán y a su descendencia (cf. Lc 1,55). Así comprendemos el santo temor que te sobrevino / cuando el ángel de Dios entró en tu aposento / y te dijo que darías a luz a Aquel que era la esperanza de Israel y la esperanza del mundo. Por ti, por tu « sí », la esperanza de milenios debía hacerse realidad, entrar en este mundo y su historia. Tú te has inclinado ante la grandeza de esta misión y has dicho « sí »: « Aquí está la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra » (Lc 1,38).

Cuando llena de santa alegría fuiste aprisa por los montes de Judea, para visitar a tu pariente Isabel, te convertiste en la imagen de la futura Iglesia que, en su seno, lleva la esperanza del mundo por los montes de la historia. Pero junto con la alegría que, en tu Magnificat, con las palabras y el canto, has difundido en los siglos, / conocías también las afirmaciones oscuras de los profetas / sobre el sufrimiento del siervo de Dios en este mundo.Sobre su nacimiento en el establo de Belén brilló el resplandor de los ángeles / que llevaron la buena nueva a los pastores, pero al mismo tiempo se hizo de sobra palpable la pobreza de Dios en este mundo.

El anciano Simeón te habló de la espada que traspasaría tu corazón (cf. Lc 2,35), del signo de contradicción que tu Hijo sería en este mundo. Cuando comenzó después la actividad pública de Jesús, debiste quedarte a un lado / para que pudiera crecer la nueva familia que Él había venido a instituir / y que se desarrollaría con la aportación de los que hubieran escuchado y cumplido su palabra (cf. Lc 11,27s). No obstante toda la grandeza y la alegría de los primeros pasos de la actividad de Jesús, ya en la sinagoga de Nazaret experimentaste la verdad de aquella palabra / sobre el « signo de contradicción » (cf. Lc 4,28ss). Así has visto el poder creciente de la hostilidad y el rechazo que progresivamente fue creándose en torno a Jesús hasta la hora de la cruz, en la que viste morir como un fracasado, expuesto al escarnio, entre los delincuentes, al Salvador del mundo, el heredero de David, el Hijo de Dios. Recibiste entonces la palabra: « Mujer, ahí tienes a tu hijo » (Jn 19,26). Desde la cruz recibiste una nueva misión. A partir de la cruz te convertiste en madre de una manera nueva: madre de todos los que quieren creer en tu Hijo Jesús y seguirlo.

La espada del dolor traspasó tu corazón. ¿Había muerto la esperanza? ¿Se había quedado el mundo definitivamente sin luz, la vida sin meta? Probablemente habrás escuchado de nuevo en tu interior en aquella hora / la palabra del ángel, con la cual respondió a tu temor en el momento de la anunciación: « No temas, María » (Lc 1,30). ¡Cuántas veces el Señor, tu Hijo, dijo lo mismo a sus discípulos: no temáis! En la noche del Gólgota, oíste una vez más estas palabras en tu corazón. A sus discípulos, antes de la hora de la traición, Él les dijo: « Tened valor: Yo he vencido al mundo » (Jn 16,33). « No tiemble vuestro corazón ni se acobarde » (Jn 14,27). « No temas, María ». En la hora de Nazaret el ángel también te dijo: « Su reino no tendrá fin » (Lc 1,33). ¿Acaso había terminado antes de empezar? No, junto a la cruz, según las palabras de Jesús mismo, te convertiste en madre de los creyentes. Con esta fe, que en la oscuridad del Sábado Santo fue también certeza de la esperanza, te has ido a encontrar con la mañana de Pascua. La alegría de la resurrección ha conmovido tu corazón y te ha unido de modo nuevo a los discípulos, destinados a convertirse en familia de Jesús mediante la fe. Así, estuviste en la comunidad de los creyentes que en los días después de la Ascensión oraban unánimes en espera del don del Espíritu Santo (cf. Hch 1,14), que recibieron el día de Pentecostés. El « reino » de Jesús era distinto de como lo habían podido imaginar los hombres. Este « reino » comenzó en aquella hora y ya nunca tendría fin. Por eso tú permaneces con los discípulos como madre suya, como Madre de la esperanza. Santa María, Madre de Dios, Madre nuestra, enséñanos a creer, esperar y amar contigo. Indícanos el camino hacia su reino. Estrella del mar, brilla sobre nosotros y guíanos en nuestro camino.



 

[1] San Ignacio de Loyola, Ejercicios Espirituales y Autobiografía, Ediciones Mensajero, Bilbao, N° 299

 

[2] Benedicto XVI, Spe salvi, 1

 

[3] Véase la homilía de Benedicto XVI el 1 de diciembre de 2007, en las vísperas del primer Domingo de Adviento.

 

[4] Spe salvi, 32

 

[5] Cf Catecismo de la Iglesia Católica, n. 2657

 

[6] Spe salvi, 37

REFLEXIÓN 91, Marzo 13 2008

Compendio de la D.S.I. Repaso Capítulo II (II)

Formar en la propia historia del género humano la familia de los hijos de Dios

La reflexión anterior la dedicamos a repasar el capítulo II del Compendio de la D.S.I. que trata sobre la misión de la Iglesia y la doctrina social. Hoy vamos a dedicar este espacio a terminar el repaso y en la semana de Pascua, si Dios quiere, comenzaremos un nuevo tema.

Hemos ido viendo cómo la Doctrina Social que nos presenta la Iglesia está de acuerdo, – como debe ser, – con el fin para el cual Jesucristo la fundó, que fue la salvación de todos los hombres por medio de la evangelización. No sería correcto convertir la evangelización en cátedra de ciencia política ni sociología. Eso no es la D.S.I.

Los temas que vimos ya son:

La Iglesia, morada de Dios con los hombres. Vimos allí que la Iglesia es el lugar, la tienda de encuentro de los hombres con Dios. Es una bella figura bíblica. En la Iglesia nos encontramos con Dios en su Palabra y también en la Eucaristía y en los demás sacramentos. En el caso particular que nos ocupa, de la Doctrina Social, en la Iglesia encontramos la Palabra de Dios, sobre cómo deben ser nuestras relaciones con los demás y cuál es nuestra misión en la construcción del Reino de Dios; allí en la D.S. aprendemos cuál debe ser nuestro aporte en la realización del proyecto de Dios para la persona humana, en cuanto persona en relación con los demás. Se trata de un proyecto de auténtica liberación y promoción humana, como lo llama el Compendio. A este propósito, nos enseña este libro que la Iglesia

tiene la vocación de formar en la propia historia del género humano la familia de los hijos de Dios (…). De esta forma, la Iglesia, “entidad social visible y comunidad espiritual”, avanza juntamente con toda la humanidad, experimenta la suerte terrena del mundo, y su razón de ser es actuar como fermento y como alma de la sociedad, que debe renovarse en Cristo y transformarse en familia de Dios.

Son bellas estas palabras sobre la razón de ser de la Iglesia: actuar como fermento y como alma de la sociedad, que debe renovarse en Cristo y transformarse en familia de Dios.

Único e irrepetible pero no solitario

En la Iglesia, que es la tienda, la casa donde nos encontramos con Dios, nos reunimos también con nuestros hermanos, los demás seres humanos. Como nos enseña enseguida el Compendio, la persona humana, que busca su promoción, su desarrollo, su liberación y perfección es un ser que vive en relación con otros. En palabras textuales del Compendio: el ser humano es Único e irrepetible en su individualidad, y al mismo tiempo, todo hombre es un ser abierto a la relación con los demás en la sociedad. Tengamos esto muy presente: cada uno de nosotros es un individuo único e irrepetible, es decir todos somos distintos, tenemos nuestra propia personalidad, nuestra forma de pensar y hacer las cosas; pero tengamos también presente que, al mismo tiempo que únicos e irrepetibles, Dios nos creó abiertos a la relación con los demás en la sociedad. Nosotros no fuimos creados como seres solitarios; si nos aislamos es porque escogemos aislarnos, pero de todos modos existimos unidos en una red de relaciones; enlazados con la naturaleza, con las demás personas, y nada menos que con Dios. Unidos para formar una comunidad, garantía del bien personal, familiar, social. Sin los demás no podemos alcanzar nuestro propio desarrollo, ni el de la familia, ni el de la sociedad.

A esa red de relaciones hay que darle mantenimiento, porque si no, esos hilos que nos unen a unos con otros, se pueden romper y es difícil componerlos. Como en un tejido, si se rompe un hilo, hay que ser muy hábil para que no se quede notando luego el remiendo. Lo pudimos notar en los rostros de los presidentes de nuestros países vecinos en la reunión de Santo Domingo: el rostro de resentimiento del presidente Correa del Ecuador, especialmente. Rompió relaciones con Colombia y mientras Venezuela ya las restableció, el presidente ecuatoriano por lo visto sigue sin mucho ánimo de recomponer las relaciones con su pueblo hermano del norte. No lo ha hecho todavía.

¿Borrón y cuenta nueva?

Es cierto que hay que abonarle que no fingió, no representó el papel de comediante como lo hizo el otro vecino.[1] Después de todos los insultos al presidente de Colombia, luego, tan fácilmente ¿darse la mano y declarar borrón y cuenta nueva? Para hacerlo con sinceridad se requiere profunda humildad y anteponer el bien social al propio orgullo. Por eso es mejor no irrespetar a los demás, no herirlos, para no tener que dar por no dichas las palabras que sí se dijeron…

Volviendo a la D.S.I., en la red de relaciones de todos, aparece la Iglesia, que nos cubre con sus brazos de Madre, que extiende su tienda como morada de Dios entre los hombres. La Iglesia está allí para mostrarnos el camino que debemos seguir en nuestras relaciones con los demás. Es allí donde aparece la D.S.I., fundada en el Evangelio.

Se trata de una doctrina que debe orientar la conducta de las personas, y tiene como consecuencia el « compromiso» por la justicia, según la función, vocación y circunstancia de cada uno. Al ejercicio del ministerio de la evangelización, en el campo social, que es un aspecto de la función profética de la Iglesia, pertenece también la denuncia de los males y de las injusticias.[2]

Como hemos visto, la misión del profeta es anunciar y también denunciar. Decíamos que si debemos realizar el papel del sembrador de la buena semilla y el trabajo silencioso de la levadura, lo debemos complementar, según la vocación y circunstancias de cada uno, con la denuncia, con el hablar claro y en voz alta.

Fecundar y fermentar la sociedad con el Evangelio

Después de reflexionar sobre la Iglesia, morada de Dios con los hombres, y sobre nuestra naturaleza de seres en relación con los demás, el segundo tema que vimos en el capítulo II fue la función de la Iglesia de Fecundar y fermentar la sociedad con el Evangelio. Con su enseñanza social, la Iglesia quiere anunciar y actualizar el Evangelio en la compleja red de las relaciones sociales.

Nos dice la Iglesia que con su enseñanza social quiere anunciar el Evangelio y actualizarlo en la complicada red de las relaciones sociales. Las relaciones sociales se tienen que actualizar con el Evangelio; tienen que ponerse a tono con Él. Y también nos dice la Iglesia que hay que actualizar la presentación del Evangelio, hay que presentarlo de modo adecuado.

Evangelio para el hombre de hoy

Actualizar la presentación del Evangelio. La Iglesia en su predicación tiene que ir presentando el Evangelio al alcance del hombre de hoy y aplicándolo a las circunstancias de hoy. Fue lo que sucedió con la respuesta de monseñor Gianfranco Girotti, obispo del tribunal de la Penitenciaría Apostólica, a un periodista que le preguntó sobre los nuevos pecados de nuestra época, y el obispo se refirió a áreas que antes la gente no consideraba que tuvieran que ver con el pecado; el obispo mencionó el área de la bioética, con las experimentaciones genéticas con seres vivos; el área de las drogas que oscurecen la mente y alejan a los jóvenes de la Iglesia, las injusticias sociales, por las cuales los pobres se hacen cada vez más pobres y los ricos cada vez más ricos, y finalmente las conductas contra la ecología. Los medios, como suelen hacerlo, tomaron esos comentarios como si la Iglesia hubiera hecho una nueva lista de los pecados capitales. No hay ningún decreto ni documento de la Santa Sede sobre ese asunto, y los últimos Papas se han referido antes a esas conductas pecaminosas. Se sigue predicando el Evangelio al hombre de hoy.

La sociedad desconoce las soluciones completas, integrales de sus problemas, si desconoce lo que tiene que decir sobre ellos el Evangelio. Por nuestra parte, a veces fallamos en el cómo dar a conocer la Palabra del Señor. Es una falla humana muy común. Aparecida nos invitó a reflexionar sobre la necesidad de conversión de la pastoral. Esto es muy importante porque no es el Evangelio el que está guiando a nuestra sociedad; no hay coherencia entre fe y vida; los Discípulos Misioneros tenemos que comprender los cambios que debe haber en la pastoral, en la predicación, en la catequesis, en este cambio de época que nos ha tocado vivir, para llegar a la gente.

Necesitamos tener sensibilidad ante lo que el hombre de hoy vive. Todo eso es anunciar y actualizar el Evangelio en la compleja red de las relaciones sociales.

Nuestras vidas el único Evangelio que algunos leen

Cuando preparaba este programa, encontré una reflexión muy sabia y al mismo tiempo muy comprometedora, que viene al caso que compartamos hoy. Dicen que el obispo brasileño Helder Cámara, muy conocido por su apostolado con los pobres, decía a sus catequistas: “Hermanos y hermanas, examinen cómo viven. Sus vidas pueden ser el único Evangelio que sus vecinos lean.” Es un pensamiento para que meditemos y examinemos con sinceridad nuestra vida. Lo que lean en nuestro comportamiento puede ser el único Evangelio que lean nuestros amigos, nuestros compañeros de trabajo, nuestros familiares… ¿Pueden leer en nuestra vida un Evangelio auténtico?

Continuando con nuestro repaso, el siguiente tema que estudiamos en el capítulo II del Compendio lleva por título Doctrina social, evangelización y promoción humana. La Iglesia nos ilustra allí sobre cómo la evangelización toca al hombre concreto; porque el Evangelio tiene que ver con todas las situaciones que la persona humana debe vivir en este mundo, con todas las situaciones que debe enfrentar. Nos dice el Compendio que todo lo que tiene que ver con la comunidad de los hombres tiene cabida en la evangelización. En las situaciones y problemas relacionados con la justicia, el desarrollo, las relaciones con los pueblos, la paz, el Evangelio, es decir la voz de Dios, no solo está en su derecho de pronunciarse, sino que los hombres necesitamos saber la opinión de Dios sobre esos asuntos. Y la opinión de Dios está en su Palabra.

La opinión de Dios está en su Palabra

Como hoy se quiere prescindir de Dios en todo, esto lo debemos tener claro y lo debemos defender. El derecho de Dios a hacerse escuchar. Hoy se toman decisiones para los pueblos, se toman decisiones personales con implicaciones para la familia, sin siquiera preguntarse si esas decisiones están de acuerdo con el proyecto de Dios sobre nosotros.

La Iglesia se pronuncia permanentemente, cumpliendo con el encargo del Señor. El Santo Padre, no sólo en sus encíclicas se refiere a los problemas de la humanidad. No pierde la oportunidad de referirse a las situaciones dolorosas por la injusticia, la violencia, los desastres naturales, cuando se dirige a la Iglesia en las audiencias generales de los miércoles y después del rezo del Ángelus, los domingos. En las audiencias particulares con los jefes de estado, deja clara la posición cristiana frente a los problemas que enfrenta cada nación. En las audiencias con grupos de intelectuales y científicos, igualmente fija la posición del Evangelio frente a la ciencia y la cultura.

La Iglesia y nuestro conflicto en las fronteras

Viniendo a nuestra región, El Papa vino a América a la quinta conferencia de nuestros obispos en Aparecida, y dio su orientación sobre la situación de América Latina y el Caribe, y la Conferencia a continuación, se dedicó a ver, a examinar la coyuntura en que se encuentra la Iglesia; a juzgar si la respuesta de la Iglesia es adecuada para el momento y de acuerdo con el Evangelio y a plantear acciones que nos conduzcan por el camino que Dios quiere de acuerdo con su proyecto. El documento de Aparecida se sigue estudiando por los obispos, los sacerdotes, los movimientos apostólicos, porque es muy amplio y profundo. Es verdad que todavía necesita que lo llevemos a la práctica, pero, por el entusiasmo que ha despertado, parece que es éste un documento que no va a quedar sólo para el estudio de los expertos y los historiadores de la Iglesia en América Latina.

Precisamente en estos días, hasta el pasado viernes 7 de marzo, se reunieron en Bogotá los Presidentes y Secretarios Generales de las Conferencias Episcopales de América Latina y el Caribe; se reunieron para profundizar sobre la Misión Continental y reflexionar sobre los retos y desafíos que plantea Aparecida. Los Secretarios Generales presentaron un informe sobre la situación social, política y pastoral de sus países.

Es interesante observar, que la Misión Continental que se está preparando no se va por generalidades, no se va por las ramas. En el discurso inaugural de esta reunión de los presidentes y secretarios generales de las conferencias episcopales, monseñor Raymundo Damasceno, Arzobispo de Aparecida y actualmente presidente del CELAM, con estas palabras se refirió a los conflictos internos graves de nuestros países, a

“las tensiones provocadas por los intercambios comerciales, de emigrantes e intereses económicos, las desesperadas soluciones ideológicas que desestabilizan las instituciones y las democracias, y dijo que son apenas algunos de los factores que nos impiden alcanzar una fraternidad americana, pacífica y justa, para la vida de nuestros pueblos”. De este modo, la Misión Continental, busca aportar en “honda comunión en el Señor y a la luz del Evangelio, la unión continental para la vida, justa y pacífica, de todos nuestros pueblos”[3]

En esos días fueron testigos de la situación de conflicto con el Ecuador, Venezuela y Nicaragua, que entonces hacía crisis. Los obispos reunidos,

En una declaración conjunta, hicieron un llamado “a buscar con denuedo soluciones que favorezcan la paz y la concordia…

A su vez el Segundo Vicepresidente del CELAM, Mons. Andrés Stanovnik, aseguró que “la ruptura de relaciones nunca es una solución” y expresó su “temor” por una posible escalada de violencia.

Decíamos que todo lo que tiene que ver con la comunidad de los hombres, tiene cabida en la evangelización. En las situaciones y problemas relacionados con la justicia, con el desarrollo, las relaciones con los pueblos, la paz, el Evangelio, es decir la voz de Dios, no solo está en su derecho de pronunciarse, sino que los hombres necesitamos saber la opinión de Dios sobre esos asuntos. Y la opinión de Dios está en su Palabra. Como un ejemplo de la presencia de la Iglesia en todas las dificultades en que se encuentre la sociedad, veíamos la manifestación de los obispos de América Latina, en el reciente conflicto con nuestros países vecinos.

Leamos el comunicado de nuestros obispos del continente sobre el conflicto con nuestros países. Esto dijeron nuestros pastores:

Los Presidentes de las Conferencias Episcopales de los países de América Latina y El Caribe, convocados por el Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM) y reunidos en Bogotá para preparar la Misión Continental propuesta por la Quinta Conferencia General del Episcopado (Aparecida, Brasil), animados por el Espíritu Santo a contribuir en la construcción de la paz entre nuestros pueblos, suscribimos la presente declaración:

1. Constatamos la fraternidad de nuestros pueblos a lo largo de su historia y acompañamos con preocupación la situación de angustia y tensión, que a raíz de los acontecimientos conocidos, están viviendo los países de Colombia, Ecuador, Venezuela y Nicaragua y que han originado la suspensión de las relaciones diplomáticas, la restricción de los intercambios y, por parte de los gobernantes, un clima de confrontación y de enemistad.

2. Hacemos un urgente llamado a los Jefes de Estado para que, basándose en la sabiduría ancestral y el rico patrimonio cristiano de sus pueblos, renuncien a opciones violentas y expresiones verbales que hieren y dividen/ y los exhortamos a buscar con denuedo soluciones que favorezcan la paz y la concordia.

3. Consideramos que la Paz de los pueblos pasa por el respeto de la soberanía territorial, la no injerencia en los asuntos propios de cada Estado, el cumplimiento de acuerdos y tratados y el recurso a las instancias y medios consagrados por la diplomacia / para dirimir los problemas que eventualmente surjan.

4. Todos, desde nuestras responsabilidades y funciones, debemos colaborar para que no prospere este conflicto, evitar que se agudice y afecte a Naciones urgidas de mayor integración y de justicia social y hermanadas, desde sus orígenes históricos, por estrechos lazos culturales, sociales, económicos y religiosos.

5. Invitamos a todas las comunidades cristianas, a los Organismos Estatales y comunitarios y a los hombres y mujeres de buena voluntad, a empeñarse en la construcción de sociedades más justas, conciliadoras y fraternas.

6. Exhortamos a todos/ a elevar oraciones y rogativas para que el Señor aleje para siempre de nuestros países el flagelo de la enemistad y de la violencia y consolide nuestra vocación de ser un Continente unido y fraterno.

Bogotá, 07 de marzo de 2008

Nuestro patrimonio cristiano

La Iglesia tiene el derecho y el deber de hacer conocer a nuestros gobernantes el punto de vista del Evangelio en situaciones como la que acabamos de vivir. Se exhorta a los mandatarios, basándose en la sabiduría ancestral y el rico patrimonio cristiano de sus pueblos, a renunciar a opciones violentas y expresiones verbales que hieren y dividen y los exhortaron a buscar con denuedo soluciones que favorezcan la paz y la concordia.

A todos nos invitaron también a empeñarnos en la construcción de sociedades más justas, conciliadoras y fraternas. Nos exhortaron a todos a elevar oraciones y rogativas para que el Señor aleje para siempre de nuestros países el flagelo de la enemistad y de la violencia y consolide nuestra vocación de ser un Continente unido y fraterno.

Siguiendo la orientación de nuestros pastores, todos estuvimos unidos en la oración. A través de Radio María se vivió la hermandad de nuestros pueblos, unidos en la plegaria. Y a las 12 del medio día, en el día crítico de la reunión de los Presidentes, invitados por el Señor Cardenal Arzobispo de Bogotá, nos unimos desde el sitio en que nos encontramos, rezando el Padre nuestro; pidiendo al Padre que sea bendito su nombre, que venga a nosotros su Reino; y su Reino es de justicia, de amor y de paz. Fue un momento en que vivimos de alguna manera, la D.S.I. Y el poder de la oración fue palpable.

Bueno, mis amables lectores, les deseo una Semana Santa llena de Dios. Es una oportunidad de acercarnos al Señor, de manera especial por los sacramentos de la reconciliación y de la Eucaristía y hacernos conscientes del amor de Jesucristo, que se entregó por nosotros hasta la muerte y una muerte de cruz. Y tengamos presente que seguimos a un Jesucristo vivo; pues resucitó y está en medio de nosotros hasta el fin del mundo. Es el amigo que nos acompaña en el camino, nos anima a seguir adelante a pesar de las dificultades.

Dios sabe cuándo es el momento de intervenir

Hay dos pasajes del Evangelio especialmente bellos, que nos presentan a Jesús Resucitado, compañero en los difíciles caminos de la vida. El uno es el de Emaús, cuando Jesús devuelve la esperanza a los discípulos que regresaban tristes, porque la habían perdido. El otro pasaje es el de la pesca milagrosa. Después del escándalo de la cruz, los apóstoles habían regresado a la vida ordinaria, a pescar, como lo hacían antes de conocer a Jesús. Cuando estaban confundidos, desconcertados, porque a pesar de la dura faena sus redes estaban vacías, Jesús les sale al encuentro.

A veces nos encontramos vacíos, con las redes vacías, a pesar de nuestro esfuerzo. Benedicto XVI comentaba en la Pascua del año pasado, en su homilía en visita a Vigévano, que

«Cuando el trabajo en la viña del Señor parece estéril, como el esfuerzo nocturno de los Apóstoles, no conviene olvidar que Jesús es capaz de cambiar la situación en un instante. […] En los misteriosos designios de su sabiduría, Dios sabe cuándo es tiempo—de–intervenir».[4]

Como en el caso de los apóstoles, es Jesús el que toma la iniciativa; es Él quien se hace presente. Nuestro esfuerzo puede parecer fatigoso y estéril, como padres de familia, como trabajadores, como evangelizadores. Es que nosotros solos, sin Jesús somos inútiles, somos ineficaces. Por eso, oremos unos por otros, siempre.

Escríbanos a: reflexionesdsi@gmail.com


 

[1] El presidente Chávez habló en un tono muy distinto al tono violento e insultante que utilizaba desde los medios de comunicación venezolanos. En la reunión de Santo Domingo hasta se tomó la libertad de cantar…Quería ser actor principal del show.

 

[2] Cf introducción a la encíclica en “11 Grandes Mensajes”, BAC Minor, 2, Pg. 639

 

[3] Lo que aparece en negrilla está tomado de la página del CELAM en internet.

 

[4] Cf “Jesús, el Resucitado, vive”, por don Giacomo Tantardini, 30Días, Abril 2007 y las citas de la visita del Papa a Vérgamo el 17 y 18, 2007

REFLEXIÓN 90 Marzo 6 2008

Compendio de la D.S.I. Repaso  Capítulo II

 

La Iglesia, morada de Dios con los hombres

Estamos estudiando el capítulo segundo del Compendio de la D.S.I. que trata sobre la misión de la Iglesia y la doctrina social. De manera que este capítulo tiene que ver con, si la Doctrina Social que nos presenta la Iglesia  está de acuerdo con el fin para el cual Jesucristo la fundó. Acabamos de estudiar la primera parte del capítulo. Ayudan mucho los repasos porque tenemos la oportunidad de ampliar y aclarar la comprensión de la doctrina. Por eso, demos una mirada panorámica a lo que hemos estudiado ya de este capítulo segundo.

Empieza el capítulo 2° explicándonos la relación que tiene la D.S.I. con la evangelización, porque, como hemos visto, la Iglesia fue fundada para llevar el Evangelio a todos los pueblos; por eso el título de esa parte es  EVANGELIZACIÓN Y DOCTRINA SOCIAL. Para que la doctrina social que nos presente la Iglesia sea genuina, de acuerdo con el fin para el cual Jesucristo la fundó, tiene que estar ligada a la evangelización. Como siempre, el Compendio, nuestro libro guía, empieza a fondo, echando los cimientos. Los cimientos no pueden ser superficiales. Los temas que vimos fueron:

a)                La Iglesia, morada de Dios con los hombres. Ese es el título con el que empieza la introducción a este tema sobre la conexión de la D.S.I. con el Evangelio: La Iglesia es entre los hombres la tienda del encuentro con Dios – la morada de Dios con los hombres, – como el libro del Apocalipsis en el capítulo 21 llama a la Iglesia, la Jerusalén celestial.

Esa figura de La Iglesia, morada, tienda del encuentro con Dios, no se refiere al lugar físico, al templo, que, claro, también es tienda del encuentro con Dios, pues en la Eucaristía encontramos realmente presente al Señor. En el caso del templo, la expresión morada, evoca la Morada que Dios ordenó a Moisés le construyera, como lo podemos leer en el Éxodo en el capítulo 40, y en el capítulo 9 del libro de los Números, donde nos cuentan que la presencia del Señor se manifestaba por una nube que cubría la Morada, la Tienda del Testimonio.

La expresión sobre la Iglesia, tienda de Dios entre los hombres, se toma aquí del libro del Apocalipsis, en el capítulo 21. Es una bella presentación del libro santo sobre la Iglesia, y que nos aclara lo que podemos esperar de ella. Dice San Juan: Y a la ciudad Santa, la nueva Jerusalén, la vi que bajaba del cielo, de parte de Dios, preparada como esposa adornada para su marido. Y oí una voz grande, procedente del trono, que decía: “He aquí la tienda de Dios con los hombres, y plantará su tienda entre ellos, y ellos serán pueblos suyos, y el mismo Dios, que está con ellos, será su Dios. Y enjugará totalmente cualquier lágrima de sus ojos, y la muerte no existirá ya, ni llanto ni alarido ni molestia serán ya. Las cosas anteriores pasaron.”[1]

En el A.T. se hablaba siempre del Pueblo de Dios, de un solo pueblo, el judío, el pueblo escogido. En cambio, nos habla aquí la Sagrada Escritura, – en el N.T., – de pueblos. Nos dice que Dios plantará su tienda entre los hombres, y ellos serán pueblos suyos.  Se habla ya de todos los pueblos, porque en la Nueva Alianza participan de todas las tribus, lenguas, razas y naciones.

Estos pueblos se encuentran en la Iglesia, que es la tienda, la morada de Dios. Por cierto cuando vemos las multitudes que acuden de todas las naciones a la Plaza de San Pedro, a escuchar la voz del sucesor de Pedro, vemos que se realiza de manera viva, que podemos ver con nuestros ojos, que allí en ese punto de encuentro de los pueblos de Dios, la Iglesia les comunica la alegre noticia del Reino de Dios, la gran esperanza que activa y sostiene todo proyecto de auténtica liberación y promoción humana, que es lo que la Iglesia debe hacer.  Con palabras tan bellas como las destacadas en negrilla, el Compendio nos hace comprender que como miembros de la Iglesia somos parte activa en la construcción del Reino; que con nuestro trabajo contribuimos a la realización del proyecto ideado por Dios para el hombre; un proyecto que conduce a la auténtica liberación y promoción humana. 

El proyecto de Dios para el hombre no es sólo para la vida futura

El proyecto de Dios para el hombre no es sólo para la vida futura; hay que empezar a hacerlo realidad acá, en este mundo. No podemos desentendernos de nuestro papel como obreros del Reino. Para que no pensemos que el proyecto de Dios no tiene nada que ver con nuestra vida en la tierra, para que comprendamos que el Reino de Dios no se refiere sólo a la vida después de la muerte, sino también a nuestra vida terrena, en palabras textuales, dice el Compendio en el N° 60, que La iglesia es servidora de la salvación, no en abstracto o en sentido meramente espiritual, sino en el contexto de la historia y del mundo en que vive. Y cita allí la Gaudium et spes, en el N° 40, que nos explica claramente así este pensamiento sobre la relación entre la Iglesia y el mundo:

Recuerda primero que la Iglesia tiene una finalidad escatológica y de salvación, que sólo en el mundo futuro podrá alcanzar plenamente. Sólo de paso, recordemos que al decir que la Iglesia tiene  una finalidad escatológica se refiere que su finalidad es conducirnos al Reino de Dios final, que se consumará, se realizará plenamente al final de los tiempos. Por eso añade que esa finalidad escatológica  sólo en el mundo futuro podrá alcanzar plenamente. Después de esta aclaración sigue el Compendio  diciendo que esta Iglesia

Está presente ya aquí en la tierra, formada por hombres, es decir, por miembros de la ciudad terrena que tienen la vocación de formar en la propia historia del género humano la familia de los hijos de Dios (…). Unida ciertamente por razones de los bienes eternos y enriquecida por ellos, esta familia ha sido “constituida y organizada por Cristo como sociedad en este mundo” y está dotada de “los medios adecuados propios de una unión visible y social”. De esta forma, la Iglesia, “entidad social visible y comunidad espiritual”, avanza juntamente con toda la humanidad, experimenta la suerte terrena del mundo, y su razón de ser es actuar como fermento y como alma de la sociedad, que debe renovarse en Cristo y transformarse en familia de Dios.

Nuestra misión: formar en la historia la familia de los hijos de Dios. Una sociedad que se transforme en familia de Dios

Es muy importante que tengamos presente que somos  ciudadanos de una ciudad terrena y que tenemos la vocación de formar en la historia, es decir, en esta vida, la familia de los hijos de Dios. Esta familia de los hijos de Dios, nos enseña el Concilio, ha sido “constituida y organizada por Cristo como sociedad en este mundo”. La razón de ser de la Iglesia es actuar como fermento y como alma de la sociedad, que debe renovarse en Cristo y transformarse en familia de Dios. El papel de la Iglesia, – por lo tanto nuestro papel, – es entonces, actuar como fermento  y como alma de la sociedad. ¿Cómo actúa el fermento, cómo funciona el alma? ¿Se parece a ese actuar, a ese funcionamiento, nuestro actuar, nuestro funcionamiento en la sociedad? ¿Será que nosotros individualmente, que nuestra familia, nuestra comunidad, actúan como fermento, como alma de la sociedad, de manera que contribuyamos a que nuestra sociedad se vaya transformando en familia de los hijos de Dios? Es la angustia de los que somos padres de familia. Tenemos nuestra responsabilidad individual y además, la de la formación de nuestros hijos, como miembros de la familia de los hijos de Dios. Y con frecuencia nos sentimos sobrepasados por la avalancha que amenaza con llevarse todos los principios y valores cristianos con que tratamos de vivir en nuestras familias. 

El Vaticano II en la Gaudium et spes nos previene sobre nuestro estado de fragilidad. Nos pide que seamos fermento, que la Iglesia sea fermento y alma de la sociedad, pero nos aclara que vivimos en un mundo perturbado por el pecado. Dice así:

Esta compenetración de la ciudad terrena y de la ciudad eterna sólo puede percibirse por la fe; más aún, es un misterio permanente de la historia humana que se ve perturbado por el pecado hasta la plena revelación de la claridad de los hijos de Dios. Al buscar su propio fin de salvación, la Iglesia no sólo comunica la vida divina al hombre, sino que además difunde sobre el universo mundo, en cierto modo, el reflejo de su luz, sobre todo curando y elevando la dignidad de la persona, consolidando la firmeza de la sociedad y dotando a la actividad diaria de la humanidad de un sentido y de una significación mucho más profundos. Cree la Iglesia que de esta manera, por medio de sus hijos y por medio de su entera comunidad, puede ofrecer gran ayuda para dar un sentido más humano al hombre a su historia.

Respuestas, prontas respuestas

A veces nos preguntamos por qué Dios permite ciertas cosas. Cuando una madre pide la conversión de un hijo, por ejemplo, quisiera que se obrara el milagro, en el tiempo que ella considera que es el justo, cuando considera que ya ha orado lo suficiente. Queremos respuestas, y prontas respuestas.  Nos enseñan aquí que hay un misterio permanente en la historia humana, perturbada por el pecado. Los seres humanos somos libres; Dios nos puede estar haciendo persistentes llamadas, permanentes llamadas, de diversas maneras. Y nosotros podemos cerrar los ojos y cerrar los oídos y no querer ni oír ni ver las señales. Por eso hay que orar sin desfallecer. Y la Iglesia está allí en nuestra ayuda. Veamos:

Con palabras de la Constitución pastoral Gaudium et spes, el Compendio nos recuerda que Los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo.

Ser manos y voz de la Iglesia

La Iglesia quiere compartir los gozos y las esperanzas, y también las tristezas y las angustias de todos los hombres, y especialmente esos sentimientos: gozos, esperanzas, tristezas y angustias en los pobres y en los que sufren. Ahora que, después de Aparecida, estamos siendo más conscientes de que somos discípulos de Cristo, que tenemos la misión de llevar la Buena Noticia al mundo; cuando reafirmamos que somos Iglesia, nuestra actitud y nuestro comportamiento con los pobres y con los que sufren, tienen que ser estos:  sentir como propios los gozos y los sufrimientos de nuestros hermanos. La Iglesia se hace visible a través de sus miembros: cuando extendemos nuestras manos hacia los pobres somos manos de la Iglesia, cuando consolamos o hablamos de Dios somos voz de Dios, como miembros de su Iglesia. Todo lo verdaderamente humano, debe encontrar eco en nuestro corazón. Como discípulos de Cristo, como Iglesia, no podemos ser indiferentes con los pobres y los que sufren.

Como algo práctico, en esta Cuaresma no olvidemos la campaña del Pan Compartido en sus diversas modalidades. En cada parroquia se suele organizar de modo distinto. No olvidemos compartir lo que tenemos con los que tienen menos que nosotros.

La D.S.I. no se puede desviar y convertirse en política, en ideología

Recordamos ya que empieza el capítulo 2° explicándonos la relación que tiene la D.S.I. con la evangelización, porque la Iglesia fue fundada para llevar el Evangelio a todos los pueblos, de manera que para que la doctrina social que nos presente la Iglesia sea genuina, es decir, de acuerdo con el fin para el cual Jesucristo la fundó, tiene que estar ligada a la evangelización. Como siempre, el Compendio, nuestro libro guía, empieza a fondo, echando los cimientos. Los cimientos no pueden ser superficiales.

Como vimos, el primer tema tratado en este capítulo II fue el de la Iglesia morada de Dios con los hombres. Todos los pueblos se reúnen bajo la tienda de la Iglesia, donde encuentran la palabra de Dios, la Iglesia les comunica la alegre noticia del Reino de Dios, la gran esperanza que activa y sostiene todo proyecto de auténtica liberación y promoción humana.  El hombre no está solo en su esfuerzo por humanizar el mundo: cuenta con el amor redentor de Cristo, a través de su Iglesia.

Único e irrepetible en su individualidad, abierto a la relación con los demás

En el siguiente paso, el Compendio  nos enseña que la persona humana, que busca su promoción, su liberación y perfección es un ser que vive en relación con otros. En palabras textuales del Compendio: Único e irrepetible en su individualidad, todo hombre es un ser abierto a la relación con los demás en la sociedad.

A este respecto, vale la pena que volvamos a las reflexiones que hacíamos ya hace meses sobre este punto.[2] Decíamos que cada uno de nosotros es un individuo único e irrepetible; pero que Dios nos creó, al mismo tiempo, abiertos a la relación con los demás en la sociedad. Nosotros no fuimos creados como seres solitarios. Existimos unidos en una red de relaciones; enlazados con la naturaleza, con las demás personas, y nada menos que con Dios. Unidos para formar una comunidad, garantía del bien personal, familiar, social.

Proponíamos entonces un ejercicio: si en una hoja de papel nos señalamos en el medio, con un pequeño círculo, por ejemplo, y trazamos las líneas que nos unen con los círculos que representen a las personas con quienes estemos relacionados en alguna forma, quizás quedemos admirados de lo compleja que se va volviendo nuestra red, por la multitud de variadas conexiones. Algunas de esas líneas se salen, primero de nuestra familia, de nuestro lugar de trabajo y de vida, y luego de nuestra ciudad, de nuestro país, para encontrar unas relaciones distantes físicamente, pero cercanas por los intereses, por los ideales, por el afecto. Y tenemos que dar gracias a Dios, porque algunas de esas líneas se salen del espacio físico, y trascienden a la eternidad para unirse con nuestros seres queridos, que nos antecedieron y nos esperan en la sociedad de los santos. Son enlaces espirituales que no necesitan corriente eléctrica ni comunicación por internet. Por esos enlaces debemos dar gracias a Dios.

Los hilos rotos que esperan restauración

También podemos encontrar enlaces retorcidos o rotos; líneas que alguna vez se unían en la red y ahora parecen colgar, sin encontrar dónde atarse. Quizás allí podemos sentir remordimiento o tristeza o desencanto. Por esas relaciones rotas o maltrechas, podemos orar para pedir perdón y ayuda para volver a hacer los caminos de unión. No es siempre fácil remendar esas redes sin que queden huellas. Por eso es mejor darles mantenimiento para que no se rompan.

En esa red de relaciones de todos, aparece la Iglesia, que las cubre con sus brazos de Madre, con su tienda, que la convierte en morada de Dios entre los hombres. La Iglesia está allí para mostrarnos el camino que debemos seguir en nuestras relaciones con los demás. Es allí donde aparece la D.S.I., fundada en el Evangelio.

Cabe aquí la reflexión que hacíamos sobre la D.S.I. como parte de la misión evangelizadora de la Iglesia. En la introducción a la encíclica Sollicitudo rei socialis, publicada en la obra Grandes Mensajes, de la BAC,  nos explican lo que para Juan Pablo II es la D.S.I. con estas palabras:

 Se trata de una doctrina que debe orientar la conducta de las personas, y tiene como consecuencia el « compromiso» por la justicia, según la función, vocación y circunstancia de cada uno. Al ejercicio del ministerio de la evangelización, en el campo social, que es un aspecto de la función profética de la Iglesia, pertenece también la denuncia de los males y de las injusticias.[3]  Recordemos que la misión del profeta es anunciar y también denunciar.

Es bueno tener siempre presente que si debemos realizar el papel del sembrador de la buena semilla y el trabajo silencioso de la levadura, lo debemos complementar, según la vocación y circunstancias de cada uno, con la denuncia, con el hablar claro y en voz alta.

Poner la sociedad a tono con el Evangelio

El título del segundo tema que vimos ya en el capítulo segundo es:  b) Fecundar y fermentar la sociedad con el Evangelio. Después del repaso de hoy es fácil comprender este papel de fecundar y fomentar la sociedad con el Evangelio.

Con su enseñanza social, la Iglesia quiere anunciar y actualizar el Evangelio en la compleja red de las relaciones sociales.

Nos dice la Iglesia que  con su enseñanza social quiere anunciar el Evangelio y actualizarlo en la complicada red de las relaciones sociales. Las relaciones sociales se tienen que actualizar con el Evangelio, ponerse a tono con Él. Y también nos dice la Iglesia que hay que actualizar la presentación del Evangelio, hay que presentarlo de modo adecuado.

Nos dice la Iglesia que, en las dificultades que se presentan en las relaciones entre la gente, en la sociedad, el Evangelio tiene qué decir, hoy y siempre, por eso hay que anunciarlo, hacerlo conocer. La sociedad desconoce las soluciones completas, integrales de sus problemas, si desconoce lo que tiene que decir sobre ellos el Evangelio.

A veces fallamos en el cómo dar a  conocer la Palabra del Señor. Es una falla humana muy común. Aparecida nos invitó a reflexionar sobre la necesidad de conversión de la pastoral. No podemos dar por cierto que como lo estamos haciendo está bien y punto. No debemos temer examinar nuestro modo de llevar el Evangelio. Quizás hay otros que nos pueden enriquecer en cómo llegar mejor a la gente, cómo hacer comunidad, en cómo, no sólo mantener a los que ya están dentro, sino cómo llegar a los jóvenes, a los que están en la duda, a los que están lejos. Cuando, en el proceso de formar comunidades se presentan tropiezos, nos preguntamos qué pasa con los demás; no nos preguntamos qué pasa con nosotros; si no seremos parte del problema…

Es muy importante nuestra parte en la evangelización, para conseguir que nuestra sociedad se vaya transformando en la familia de Dios. Tenemos que examinar cómo realizamos nuestro papel,  porque  no es el Evangelio el que está guiando a nuestra sociedad, y eso lo vemos, porque no hay coherencia entre fe y vida; los Discípulos Misioneros tenemos que comprender los cambios en nuestra época. Nos quedamos quizás en la frase que dice que no estamos en una época de cambio sino en un cambio de época, sin ir más allá; es decir sin dar el paso siguiente y preguntarnos: entonces, ¿qué debemos hacer? ¿qué estoy dispuesto a hacer? ¿en qué debo cambiar yo? Decía el obispo Roberto Ospina que el testimonio que damos no es suficientemente claro. Que es necesario que tengamos sensibilidad ante lo que el hombre de hoy vive. Todo eso es anunciar y actualizar el Evangelio en la compleja red de las relaciones sociales



[1] Ap 21, 2-4, traducción de Sebastián Bartina, S.J., Sagrada Escritura BAC 214

[2] Ver Reflexión 73 de octubre 11, 2007

[3] Cf introducción a la encíclica en “11 Grandes Mensajes”, BAC Minor, 2, Pg. 639

REFLEXIÓN 89 Febrero 28 2008

Compendio de la D.S.I. N° 71

 

La Iglesia no puede dejar de predicar la Doctrina Social. Si dejara de hacerlo negaría su propia identidad

Hemos dedicado ya bastante espacio a reflexionar sobre el derecho y el deber de la Iglesia de presentar su propia Doctrina Social. Hoy, Dios mediante, terminaremos este tema con el estudio del N° 71 del Compendio. Leámoslo:

71 Este derecho es al mismo tiempo un deber, porque la Iglesia no puede renunciar a él sin negarse a sí misma y su fidelidad a Cristo: « ¡Ay de mí si no predicara el Evangelio! » (1 Co 9,16). La amonestación que San Pablo se dirige a sí mismo resuena en la conciencia de la Iglesia / como un llamado a recorrer todas las vías de la evangelización; no sólo aquellas que atañen a las conciencias individuales, sino también aquellas que se refieren a las instituciones públicas: por un lado / no se debe « reducir erróneamente el hecho religioso / a la esfera meramente privada »,[1] por otro lado no se puede orientar el mensaje cristiano hacia una salvación puramente ultraterrena, incapaz de iluminar su presencia en la tierra.[2]

Por la relevancia pública del Evangelio y de la fe y por los efectos perversos de la injusticia, es decir del pecado, la Iglesia no puede permanecer indiferente ante las vicisitudes sociales:[3]

« es tarea de la Iglesia anunciar siempre y en todas partes / los principios morales acerca del orden social, así como pronunciar un juicio sobre cualquier realidad humana, en cuanto lo exijan los derechos fundamentales de la persona o la salvación de las almas ».[4]

De manera que la Iglesia no puede dejar de predicar la Doctrina Social, porque si dejara de hacerlo, se estaría negando a sí misma y no sería fiel a Cristo. Es decir que la Iglesia negaría su propia identidad, su razón de ser, porque Jesucristo la fundó para llevar el Evangelio a todas las naciones, y la Doctrina Social de la Iglesia se fundamenta en las enseñanzas del Señor sobre cómo debe ser nuestra vida en relación con los demás. Cuando se enseña la auténtica doctrina social de la Iglesia, se cumple el encargo del Señor de enseñar el Evangelio en una materia tan importante como es nuestra relación con el prójimo, conectada directamente con el mandamiento nuevo, en el que, en palabras de San Pablo, la ley alcanza su plenitud. Pues toda la ley alcanza su plenitud en este solo precepto: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. (Gal 5,14)

EVANGELIZACIÓN DE LAS INSTITUCIONES PÚBLICAS

Si leemos con cuidado este número 71, podremos ver que se nos aclara la posición que debemos asumir frente a la Evangelización: la misión de la Iglesia, de evangelizar, se refiere no sólo a llevar el Evangelio a las personas individuales, para que cada uno lo viva en su vida privada, sino que se trata de llevar el Evangelio a la sociedad, a las instituciones públicas. Leamos de nuevo esas palabras. Nos dice la Iglesia que

La amonestación que San Pablo se dirige a sí mismo, « ¡Ay de mí si no predicara el Evangelio! » (1 Co 9,16) resuena en la conciencia de la Iglesia como un llamado a recorrer todas las vías de la evangelización; no sólo aquellas que atañen a las conciencias individuales, sino también aquellas que se refieren a las instituciones públicas (…) no se debe « reducir erróneamente el hecho religioso / a la esfera meramente privada. »

En nuestro estudio hemos recorrido ya, en cierta forma, estas ideas. Es que el Compendio sigue la metodología que encontramos también en documentos como el de Aparecida; se va ahondando progresivamente en la verdad desde distintos ángulos, para poderla cubrir de manera integral. Así, cuando estudiamos el N° 20 [5] del Compendio vimos que la D.S.I. es la reflexión que, a través del tiempo, ha ido haciendo la Iglesia sobre lo que nos enseña la Sagrada Escritura acerca del hombre y de su relación con Dios, con sus hermanos y con la naturaleza. Esa reflexión de la Iglesia, sobre la doctrina social que aparece en la Sagrada Escritura, se nos ha ido haciendo explícita en los escritos y predicación de los Padres y doctores de la Iglesia, en los documentos de los Concilios y de los Papas a través de la historia.

Cuando los sabios ateos se convierten en legisladores…

Hoy es indispensable insistir en la necesaria relación del hombre con Dios, no sólo en su vida personal, sino en su vida comunitaria, en su vida social. Debemos insistir en la relación del hombre con Dios, – es decir en el hecho religioso, – sin limitarnos únicamente a la esfera privada, porque Dios tiene que ver también con los hombres como comunidad, como sociedad. La Doctrina Social sin Dios no podría ser Doctrina de la Iglesia. Los sabios de este mundo, llámense filósofos, psicólogos o antropólogos, si no son creyentes, pretenden convencernos de que la única realidad es la material, la de los sentidos, que según ellos es la única que se puede comprobar. Lo demás, para el no creyente, es ilusorio, es un engaño de la Iglesia en busca del poder, en busca del dominio. Y cuando estos sabios del mundo se convierten en legisladores se empeñan, con mucha decisión, en imponer leyes de acuerdo con su visión materialista de la realidad.

Y parecen estar de moda…

Decíamos que hoy es indispensable insistir en la necesaria relación del hombre con Dios. Sí, porque a través de todos los medios se nos bombardea con mensajes permanentes de rechazo de Dios. Lo hacen por los medios de comunicación hablados y escritos, lo mismo que desde la cátedra. Se quiere hacer desaparecer aun la referencia a Dios. Los agnósticos y ateos tienen acceso ilimitado a los medios, a veces parece que estuvieran de moda, y están empeñados en hacer creer que Dios es una ficción, que no hay vida después de la muerte, que la única felicidad posible para el hombre es la de los sentidos, que esa felicidad se puede conseguir en esta vida, y que hay gozarla desde ahora o se desperdicia el tiempo. Las cosas de Dios se presentan con ironía y hasta rabia, como irreales, como inventos innecesarios. Se quiere hacer desaparecer a Dios.

No creen en esas verdades pero les molesta que se hable de ellas

¿Estoy exagerando? No, aunque claro que no siempre esa campaña es abierta. Prefieren el método indirecto, el ridículo a lo religioso, por ejemplo. Eso ha pasado en estos días, a propósito de las enseñanzas de Benedicto XVI sobre el juicio, el purgatorio, el paraíso y el infierno; se han alborotado bastante algunos intelectuales y comunicadores no creyentes. No creen en esas verdades pero les molesta que se hable de ellas.

Ese fue el caso del conocido antropólogo y sociólogo Fabián Sanabria, quien aprovechó la invitación al programa Nuevo Mundo que se transmitió por Radio Caracol en la madrugada del lunes 25 de febrero, para opinar sobre la creencia en el infierno, y se despachó contra la Iglesia, el Papa y los creyentes, con una vehemencia más propia de un político que de un profesor y sin respeto alguno por las ideas de los demás. Se desahogó contra todo lo que le molesta de la Iglesia. A mi manera de ver, un académico, y se supone que él lo es, no puede hablar así. Después de escucharlo por radio, la noche del pasado domingo, comprendí que no valdría la pena escuchar una conferencia suya sobre religión, porque lo dominan ideas preconcebidas, estereotipadas, intransigentes, y con él, si siempre habla como lo hizo esa noche, no es posible el diálogo. Todo lo contrario del Padre Álvaro Duarte, a quien en el mismo programa pidieron por teléfono su opinión. Este sacerdote fue un modelo de prudencia, de respeto y sobre todo de extremada paciencia ante los exabruptos del otro personaje.

Al doctor Sanabria acuden los periodistas con frecuencia para que opine sobre temas de religión. De antemano sabemos ya, que él tiene una visión corta sobre la religión, porque su visión materialista del hombre no le permite comprender que el ser humano tiene una relación cercana con Dios, el ser superior que lo diseñó con amor, que lo creó para que un día, comparta la vida eterna con Él.

Un ser humano espiritualmente minusválido

Los antropólogos que no creen en Dios ni en la eternidad, tienen y presentan la imagen de un ser humano recortado, espiritualmente minusválido, privado de su esencial relación con Dios, un ser humano incompleto, sólo materia, y claro, a ese ser humano con un horizonte tan limitado, lo subestiman, y por eso le presentan ideales pequeños, limitados; para sus dificultades le ofrecen soluciones parciales, fáciles, injustas con el hombre, que es capaz de mucho más, porque es más que sólo materia, destinado a una vida más allá del espacio y del tiempo. ¡Qué pequeño ven al hombre los que desconocen a Dios, y por lo tanto el origen divino del ser humano! Razón tiene Benedicto XVI en su discurso inaugural en Aparecida, cuando dijo que quien excluye a Dios de su horizonte / falsifica el concepto de realidad y, en consecuencia, sólo puede terminar en caminos equivocados y con recetas destructivas, y también cuando dijo que el hombre ya no se conoce a sí mismo, al no cocer a Dios, y destruye la tierra. [6]

Invitado al lugar equivocado

Comentamos en el programa anterior, que en los medios comerciales de comunicación con frecuencia se ignoran, se tergiversan o se ridiculizan las enseñanzas de la Iglesia. Ese fue el caso del profesor Sanabria en el programa nocturno de Radio Caracol que acabo de comentar. Los jóvenes que dirigen ese espacio invitaron al lugar equivocado a un antropólogo que no cree en Dios ni en la eternidad. ¿Por qué digo que lo invitaron al lugar equivocado? Porque lo invitaron a opinar sobre las palabras del Santo Padre acerca del infierno. Si se sabe que ese personaje no cree en Dios ni en la vida después de la muerte, era apenas obvio, se podía anticipar, que atacaría a la Iglesia por exponer estas verdades de la fe, que para él son fábulas. Fue tan irrespetuoso, que se preguntó por qué el Papa no se dedicaba más bien sólo a decir misa, al Cardenal López Trujillo lo mandó al infierno, en el que él no cree, y sus ataques a la Iglesia llegaron hasta el extremo de recomendar a los jóvenes colombianos a enterarse de lo que es la Iglesia, en el irrespetuoso libro de Fernando Vallejo contra nuestra Madre y Maestra, la Iglesia.

El señor Fabián Sanabria probablemente se volverá a presentar de candidato al Congreso, como lo hizo ya. ¿Queremos que nos dirijan personas tan claramente enemigas de la fe? ¿Qué tipo de leyes podríamos esperar de él? Más bien pidamos por él, para que algún día en su vida se encuentre con Dios.

La posibilidad real de un fracaso eterno

El P. Alfonso Llano, en El Tiempo del domingo 24 de febrero, (2008) escribió un artículo titulado ¿Existe el infierno? Es un buen artículo que hace bien leerlo. Voy a leer algunas líneas que nos ayudan en el tema que estamos tratando. Sobre la conveniencia de tener presente en nuestra vida el tema del infierno dice:

La verdad de fondo, que debe tener presente todo ser humano, por si acaso, es que la vida presente está amenazada por la posibilidad real de un fracaso eterno; ella reside en que el ser humano puede disponer libremente de sí mismo / reconociendo a Dios y amando al prójimo, o puede rechazar libremente a Dios y causar daño al prójimo, y por ello, frustrase definitivamente.

Unas líneas más abajo continúa con esta recomendación que cualquiera puede entender:

Si la templanza en el comer es aconsejable / para mantener a distancia los problemas del corazón, tener a distancia las causas de la frustración eterna es saludable / para arreglar las cuentas con Dios y mantener la paz del espíritu.

Explicando lo que Juan Pablo II y Benedicto XVI nos enseñan sobre esta verdad / de la posibilidad de la frustración eterna dice al final el P. Llano:

(…) es aconsejable no dar pábulo a la imaginación ni a las fantasías barrocas de tiempos idos (siguiendo la sana advertencia de Juan Pablo II) y aceptar el llamamiento de Benedicto XVI / a prestar atención a la posibilidad de la frustración eterna. Seamos atentos a la invitación que nos hacen ambos papas a la reflexión y a la conversión.

Sin temor a equivocarnos, tenemos que confesar la doctrina de la seria Voluntad de Dios / en ofrecer la salvación a todos los seres humanos y, a la vez, aceptar la doctrina cierta de la verdadera posibilidad de frustración, no por decisión de Dios sino por la libre elección de la persona.

La semana pasada recordábamos que el infierno es esa frustración definitiva / de perder el encuentro amoroso y eterno con Dios. Tiene que ser un dolor infinito, una desolación que no se conoce en esta vida ni en la más dolorosa depresión.

Y decíamos que hoy es también muy importante hablar de Dios, de la relación del ser humano con Dios, porque en nuestra época, con especial saña se quiere desterrar a Dios de en medio de nosotros.

Volvamos a leer la última parte del N° 71 del Compendio, que estamos estudiando; dice que

no se debe « reducir erróneamente el hecho religioso a la esfera meramente privada »,[7] por otro lado no se puede orientar el mensaje cristiano / hacia una salvación puramente ultraterrena, incapaz de iluminar su presencia en la tierra.[8]

Por la relevancia pública del Evangelio y de la fe / y por los efectos perversos de la injusticia, es decir del pecado, la Iglesia no puede permanecer indiferente / ante las vicisitudes sociales:[9]

« es tarea de la Iglesia anunciar siempre y en todas partes / los principios morales acerca del orden social, así como pronunciar un juicio / sobre cualquier realidad humana, en cuanto lo exijan los derechos fundamentales de la persona / o la salvación de las almas ».[10]

La fe tiene que iluminar nuestra vida terrena

Nuestra fe tiene que iluminar nuestra vida terrena. No hay situaciones de la vida humana en las que la fe no tenga qué decir. Trátese de la ecología, de la destrucción del medio ambiente, del dolor humano o de la injusticia social, el Evangelio tiene la respuesta a los grandes desafíos de la humanidad a través del tiempo. Y tratándose de la cuestión social, como lo dijo León XIII en su encíclica Rerum novarum, y Juan Pablo II cien años después, en su encíclica Centesimus annus, no existe solución fuera del Evangelio. Estas son las palabras de Juan Pablo II:

La «nueva evangelización», de la que el mundo moderno tiene urgente necesidad y sobre la cual he insistido en más de una ocasión, debe incluir entre sus elementos esenciales el anuncio de la doctrina social de la Iglesia, que, como en tiempos de León XIII, sigue siendo idónea para indicar el recto camino / a la hora de dar respuesta a los grandes desafíos de la edad contemporánea, mientras crece el descrédito de las ideologías. Como entonces, hay que repetir que no existe verdadera solución para la «cuestión social» fuera del Evangelio / y que, por otra parte, las «cosas nuevas» pueden hallar en él su propio espacio de verdad / y el debido planteamiento moral.

Liberación que abarque al hombre en todas sus dimensiones

Terminemos con la lectura de unas líneas de la exhortación apostólica Evangelii nuntiandi, de Pablo VI, que nos acaba de explicar el sentido del N° 71 del Compendio. Con esa lectura podemos terminar por hoy. Dice así Pablo VI acerca de la misión de la Iglesia en la liberación del hombre:

—no puede reducirse (la liberación) a la simple y estrecha dimensión económica, política, social o cultural, sino que debe abarcar al hombre entero, en todas sus dimensiones, incluida su apertura al Absoluto, que es Dios;

—va por tanto unida a una cierta concepción del hombre, a una antropología que NO puede nunca sacrificarse a las exigencias de una estrategia cualquiera, de una praxis o de un éxito a corto plazo. (Quien habla de la liberación del hombre, parte de una concepción del hombre, de una antropología en la que tiene o no en cuenta su origen en Dios).

34. Por eso, al predicar la liberación y al asociarse a aquellos que actúan y sufren por ella, la Iglesia no admite el circunscribir su misión al solo terreno religioso, desinteresándose de los problemas temporales del hombre; sino que reafirma la primacía de su vocación espiritual, rechaza la substitución del anuncio del reino / por la proclamación de las liberaciones humanas, y proclama también que su contribución a la liberación / no sería completa si descuidara anunciar la salvación en Jesucristo.

Recordemos que el Evangelio trata de la salvación integral del hombre, con sus problemas temporales y destinado a la eternidad. No se confunden la liberación humana y la salvación en Jesucristo, pero sí van asociadas. Por eso continúa así Pablo VI:

35. La Iglesia asocia, pero no identifica nunca, liberación humana y salvación en Jesucristo, porque sabe por revelación, por experiencia histórica y por reflexión de fe, que no toda noción de liberación es necesariamente coherente y compatible / con una visión evangélica del hombre, de las cosas y de los acontecimientos; que no es suficiente instaurar la liberación, crear el bienestar y el desarrollo para que llegue el reino de Dios.

Es más, la Iglesia está plenamente convencida de que toda liberación temporal, toda liberación política —por más que ésta se esfuerce en encontrar su justificación / en tal o cual página del Antiguo o del Nuevo Testamento; por más que acuda, para sus postulados ideológicos y sus normas de acción, a la autoridad de los datos y conclusiones teológicas; por más que pretenda ser la teología de hoy— lleva dentro de sí misma el germen de su propia negación / y decae del ideal que ella misma se propone, desde el momento en que sus motivaciones profundas / no son las de la justicia en la caridad, la fuerza interior que la mueve no entraña una dimensión verdaderamente espiritual y su objetivo final no es la salvación y la felicidad en Dios.

Cuando llegue el momento, tendremos que tratar el tema de la Teología de la Liberación. Finalmente, el N° 36 de Evangelii nuntiandi dice:

36. La Iglesia considera ciertamente importante y urgente la edificación de estructuras más humanas, más justas, más respetuosas de los derechos de la persona, menos opresivas y menos avasalladoras; pero es consciente de que aun las mejores estructuras, los sistemas más idealizados se convierten pronto en inhumanos / si las inclinaciones inhumanas del hombre no son saneadas / si no hay una conversión de corazón y de mente por parte de quienes viven en esas estructuras o las rigen.



[1] Juan Pablo II, Mensaje al Secretario General de las Naciones Unidas con ocasión del XXX Aniversario de la Declaración Universal de los Derechos Humanos (2 de diciembre de 1978): L’Osservatore Romano, edición española, 24 de diciembre de 1978, p. 13.

 

[2] Cf. Juan Pablo II, Carta enc. Centesimus annus, 5: AAS 83 (1991) 799.

 

[3] Cf. Pablo VI, Exh. ap. Evangelii nuntiandi, 34: AAS 68 (1976) 28.

 

[4] CIC. canon 747, § 2.

 

[5] Véase la Reflexión 6

 

[6] Aparecida , discurso inaugural de Benedicto XVI, 3 y respuesta a un sacerdote de la diócesis de Roma. Véase reflexión anterior.

REFLEXIÓN 88 Febrero 21 2008

Compendio de la D.S.I. N° 70 (III)

La misión que Cristo confió a su Iglesia no es de orden político, económico o social

Vamos a dedicar la reflexión de hoy a ampliar el tema sobre la misión de la Iglesia como Maestra. Es un asunto fundamental que merecería más profundidad y amplitud, pero por lo menos hagamos el intento de comprenderlo un poco mejor.


Recordemos que el capítulo que estamos estudiando trata sobre el lugar de la doctrina social en la misión de la Iglesia. Hemos visto que la doctrina social hace parte del ministerio de evangelización (Compendio de la D.S.I.66), que la doctrina social tiene el valor de un instrumento de evangelización (N° 67), como dice Juan Pablo II en la encíclica
Centesimus annus (N° 54). Se nos hizo claridad sobre la naturaleza de la doctrina social, cuando acudimos a la Constitución pastoral Gaudium et spes, del Concilio Vaticano II, en el N° 42. Allí vimos que, en palabras textuales del Concilio: « La misión propia que Cristo confió a su Iglesia no es de orden político, económico o social. El fin que le asignó es de orden religioso. Pero precisamente de esta misma misión religiosa derivan funciones, luces y energías que pueden servir para establecer y consolidar la comunidad humana según la ley divina ».


Finalmente, en las dos reflexiones anteriores nos detuvimos a considerar, en el N°70 del Compendio, que
La Iglesia tiene el derecho de ser para el hombre maestra de la verdad de fe; no sólo de la verdad del dogma, (es decir no sólo maestra de la verdad revelada) sino que la Iglesia tiene también el derecho de ser maestra de la verdad moral que brota de la misma naturaleza humana y del Evangelio.[1] Esta afirmación vimos que se toma del Concilio Vaticano II, en la Declaración Dignitatis humanae, sobre la dignidad de la persona humana y de la Carta encíclica Veritatis splendor (El Esplendor de la verdad), de Juan Pablo II.


La ironía, arma preferida contra la Iglesia


Este asunto de la autoridad que tiene la Iglesia para enseñarnos es de especial importancia hoy. La semana pasada, después del programa radial, un sacerdote de mucha experiencia, que nos honra como radioescucha de Radio María, me llamó para comentarme que ahora a mucha gente no le importa la opinión de la Iglesia. Sin ser completamente pesimistas, podemos estar de acuerdo en que eso sucede hasta con muchos que se llaman católicos. Cuando la Iglesia se pronuncia sobre temas importantes no encuentra eco en los medios, ni en la prensa ni en las grandes cadenas radiales; con frecuencia se refieren a sus pronunciamientos con ironía, arma que manejan muy bien, y con frecuencia la malinterpretan, como sucedió en estos días con el tema sobre los novísimos, cuando Benedicto XVI dijo a los sacerdotes de Roma que hay temas fundamentales de la fe, que por desgracia raramente aparecen en la predicación. Se refería al juicio, el purgatorio, el infierno y el paraíso, temas fundamentales de la fe. Como nuestra fe es tan coherente, veremos en las palabras del Papa, que estas verdades tienen también relación con la D.S.I. Pongamos atención y nos daremos cuenta.

Ligereza de los medios de comunicación

Algunos periodistas presentaron la información como si el Papa actual estuviera en contradicción con Juan Pablo II e hicieron decir a Benedicto XVI que sí existe el infierno como lugar. Benedicto XVI ni mencionó el tema de si el infierno es un lugar. Y sí, más bien, describió el estado del pecador que se condena. Al director de noticias de Radio Caracol le oí decir que no se sabía a quién creerle, porque Juan Pablo II había dicho lo contrario de lo que ahora afirmaba Benedicto XVI. Para que nos demos cuenta cuán a la ligera, de qué modo inadecuado, -por decir lo menos, – manejan esos noticieros las noticias de la Iglesia, leamos las palabras de Benedicto XVI comentadas en estos días en todos los medios, sin ir a las fuentes, y que fueron respuesta a un sacerdote de la diócesis de Roma que, en reunión con su pastor, le comentó que en la preparación de los niños no se tratan algunas verdades de la fe; el Papa le respondió:[2]

Nos comprometemos por la tierra

Ha hablado usted con acierto sobre los temas fundamentales de la fe, que por desgracia raramente aparecen en nuestra predicación. En la Encíclica Spe salvi he querido precisamente hablar también del juicio final, del juicio en general, y en este contexto asimismo sobre purgatorio, infierno y paraíso. Pienso que todos nosotros estamos aún afectados por la objeción de los marxistas, según los cuales los cristianos sólo han hablado del más allá y han descuidado la tierra. Así, queremos demostrar que realmente nos comprometemos por la tierra y no somos personas que hablan de realidades lejanas, que no ayudan a la tierra. Pero aunque sea justo mostrar que los cristianos trabajan por la tierra – y todos nosotros estamos llamados a trabajar para que esta tierra sea realmente una ciudad para Dios y de Dios- no debemos olvidar la otra dimensión. Sin tenerla en cuenta, no trabajamos bien por la tierra. Mostrar esto ha sido para mi uno de los objetivos fundamentales al escribir la Encíclica. Cuando no se conoce el juicio de Dios, no se conoce la posibilidad del infierno, del fracaso radical y definitivo de la vida, (qué interesante descripción o definición del infierno: el fracaso radical y definitivo de la vida), no se conoce la posibilidad y la necesidad de la purificación. (Se refiere claro, al purgatorio: la necesidad de purificación). Volvamos a leer esas palabras: Cuando no se conoce el juicio de Dios, no se conoce la posibilidad del infierno, del fracaso radical y definitivo de la vida, no se conoce la posibilidad y la necesidad de la purificación.

El hombre ya no se conoce a sí mismo, al no conocer a Dios

Entonces el hombre no trabaja bien por la tierra dado que pierde al final los criterios, ya no se conoce a sí mismo, al no conocer a Dios, y destruye la tierra. Todas las grandes ideologías han prometido: tomaremos las cosas en nuestras manos, ya no descuidaremos la tierra, crearemos el mundo nuevo, justo, correcto, fraterno. En cambio han destruido el mundo. Lo vemos con el nazismo, lo vemos también con el consumismo, que han prometido construir el mundo tal como debería haber sido y sin embargo han destruido el mundo.

Nos deja pensando cada palabra del Papa. Por ejemplo eso de que el hombre ya no se conoce a sí mismo, al no conocer a Dios.

Sigamos leyendo un poco más del comentario de Benedicto XVI al sacerdote que lo interrogó sobre la necesidad de predicar sobre las verdades de los novísimos (el juicio, el purgatorio, el infierno y el paraíso, temas fundamentales de la fe).[3]

Justicia para todos, también para los muertos

Por ello usted tiene razón: debemos hablar de todo esto precisamente por responsabilidad hacia la tierra, hacia los hombres que viven hoy. Debemos hablar también y precisamente del pecado como posibilidad de destruirse a uno mismo y también otras partes de la tierra. En la Encíclica he intentado demostrar que precisamente el juicio final de Dios garantiza la justicia. Todos queremos un mundo justo. Pero no podemos reparar todas las destrucciones del pasado, a todas las personas injustamente atormentadas y asesinadas. Sólo Dios mismo puede crear la justicia, que debe ser justicia para todos, también para los muertos. Y como dice Adorno, un gran marxista, sólo la resurrección de la carne, – que él considera irreal, – podría crear justicia. Nosotros creemos en esta resurrección de la carne, en la que no todos serán iguales. Actualmente se suele pensar: qué – es el pecado, Dios es grande, nos conoce, así que el pecado no cuenta, al final Dios será bueno con todos. Es una bella esperanza. Pero existe la justicia y existe la verdadera culpa.

Repasemos algunas ideas claves de las palabras del Papa:

Debemos hablar del juicio, del purgatorio, del infierno y del paraíso, por responsabilidad hacia la tierra y hacia los hombres que la habitan.

Debemos hablar también del pecado que es una posibilidad de destruirse uno a sí mismo y de destruir la tierra.

El juicio final de Dios garantiza la justicia, porque en esta vida, aunque todos queramos un mundo justo, no podemos reparar todas las destrucciones del pasado, a todas las personas injustamente atormentadas y asesinadas.

Sólo Dios mismo puede crear la justicia, que debe ser justicia para todos, también para los muertos.

Nosotros creemos en la resurrección de la carne, en la que no todos serán iguales. Sabemos que cada uno recibirá según sus méritos, según sus obras… Finalmente,

Existe la justicia y existe la verdadera culpa.

Se oye con frecuencia el lamento: ¿por qué a los malos les va bien en esta vida? Hace poco, Monseñor Marulanda, secretario de la Conferencia Episcopal colombiana, respondió a los periodistas que le hicieron esa pregunta, que a veces a los malos le va bien en sus asuntos, porque la maldad no destruye la inteligencia; el Señor nos previno que los hijos de este mundo, son más astutos para sus cosas que los hijos de la luz.[4] Por ahora vivimos entre luz y sombras, pero al final, la luz se impondrá sobre las tinieblas…

Lo que dijo el Santo Padre sobre el purgatorio también es bueno leerlo:

Tal vez no son muchos los que se han destruido así, los insanables para siempre, los que carecen de elemento alguno sobre el que pueda apoyarse el amor de Dios

Quienes han destruido al hombre y la tierra no pueden sentarse de inmediato en la mesa de Dios junto a las víctimas. Dios crea justicia. Debemos tenerlo presente. Por ello me parecía importante escribir este texto también sobre el purgatorio, que para mí es una verdad tan obvia, tan evidente y también tan necesaria y consoladora, que no puede faltar. He intentado decir: tal vez no son muchos los que se han destruido así, los que son insanables para siempre, los que carecen de elemento alguno sobre el que pueda apoyarse el amor de Dios, los que no tienen en sí mismos una mínima capacidad de amar. Esto sería el infierno.

Volvamos sobre esa explicación de los que se condenan: nos dice el Papa que tal vez no son muchos los que se han destruido así, los que son insanables para siempre, los que carecen de elemento alguno sobre el que pueda apoyarse el amor de Dios, los que no tienen en sí mismos una mínima capacidad de amar. Eso sería el infierno.

El amor a los demás es el punto de apoyo de nuestra salvación

Son palabras tremendas, pero al mismo tiempo llenas de esperanza: si practicamos el amor, le ofrecemos a Dios donde apoyar su misericordia, para sanarnos de nuestras miserias. El amor a los demás es el punto de apoyo de nuestra salvación. Continuemos con las siguientes palabras de Benedicto XVI:

Por otra parte, son ciertamente pocos -o en cualquier caso no demasiados– los que son tan puros que pueden entrar inmediatamente en la comunión de Dios. Muchísimos de nosotros esperamos que haya algo sanable en nosotros, que haya una voluntad final de servir a Dios y de servir a los hombres, de vivir según Dios. Pero hay tantas y tantas heridas, tanta inmundicia. Tenemos necesidad de ser preparados, de ser purificados. Ésta es nuestra esperanza: incluso con tanta suciedad en nuestra alma, al final el Señor nos da la posibilidad, nos lava por fin con su bondad que viene de su cruz. Nos hace así capaces de existir eternamente para Él. Y de tal forma el paraíso es la esperanza, es la justicia por fin cumplida. Y nos da también los criterios para vivir, para que este tiempo sea de alguna forma paraíso, una primera luz del paraíso. Donde los hombres viven según estos criterios, aparece un poco de paraíso en el mundo, y esto es visible. Me parece también una demostración de la verdad de la fe, de la necesidad de seguir el camino de los mandamientos, de los que debemos hablar más. Estos son realmente indicadores del camino y nos muestran cómo vivir bien, cómo elegir la vida.

 

Promover y custodiar, en la unidad de la Iglesia, la fe y la vida moral

Volvamos a nuestro estudio del Compendio de la D.S.I. En la reflexión anterior, en la que tratamos sobre La Iglesia maestra de la verdad de fe; no sólo de la verdad revelada, sino también de la verdad moral, leímos algunas líneas de la declaración sobre la dignidad de la persona humana, tomadas del Concilio Vaticano II. Leamos lo que el Santo Padre Juan Pablo II, nos dejó en su encíclica El Esplendor de la verdad, sobre la Iglesia como Maestra de la Verdad. Los invito a leer toda la encíclica Veritatis splendor, cuando tengan la oportunidad. Ahora oigamos por lo menos algunos párrafos del N° 27. Fijémonos en lo que nos enseña Juan Pablo II sobre cómo es la Iglesia Maestra, cómo cumple con la misión que le encargó el Señor. Dice así:

Promover y custodiar, en la unidad de la Iglesia, la fe y la vida moral es la misión confiada por Jesús a los Apóstoles (cf. Mt 28, 19-20), la cual se continúa en el ministerio de sus sucesores.

De manera que la misión que Jesús confió a los Apóstoles y a sus sucesores fue la de Promover y custodiar, en la unidad de la Iglesia, la fe y la vida moral. Eso es evangelizar, ¿verdad? Cuando se da a conocer el Evangelio se promueven la fe y la moral. Y continúa el Papa Juan Pablo II:

Es cuanto se encuentra en la Tradición viva, mediante la cual —como afirma el concilio Vaticano II— «la Iglesia con su enseñanza, su vida, su culto, conserva y transmite A todas las edades lo que es y lo que cree.

Entonces, ¿cómo custodia y promueve la Iglesia la fe y la vida moral? Con su enseñanza, con su vida, con su culto, la Iglesia conserva y transmite lo que es y lo que cree. Es muy interesante este planteamiento. Podríamos decir que la Iglesia es Maestra con sus enseñanzas y con su testimonio. Testimonio que se manifiesta con palabras, sí, y sobre todo, con acción, con la vida, en el trato a los demás, pues en nuestras palabras y acciones se debe manifestar lo que somos y creemos los miembros de la Iglesia. ¡Por eso el ’antitestimonio’ hace tanto daño! Cuando nuestras palabras o nuestro comportamiento van en contravía de lo que el cristiano es y cree.

 

Cuando tomamos parte en el culto, estamos dando un testimonio personal y comunitario de nuestra fe en Jesucristo

Y nos dice Juan Pablo II que la Iglesia es Maestra en el culto, en la liturgia. Es que el culto, la liturgia, es una manifestación de la fe, es también un testimonio. Nos reunimos para el culto al Dios vivo; cuando tomamos parte en el culto, estamos dando un testimonio personal y comunitario de nuestra fe en Jesucristo, Dios y Hombre. El Cardenal Ratzinger en su libro Introducción al Espíritu de la Liturgia dice: La liturgia católica es siempre celebración de la Palabra hecha carne y de la Palabra resucitada.[5] Sigamos oyendo las palabras de Juan Pablo II en su encíclica El esplendor de la verdad:

Esta Tradición apostólica va creciendo en la Iglesia con la ayuda del Espíritu Santo»[6]. En el Espíritu, la Iglesia acoge y transmite la Escritura como testimonio de las maravillas que Dios ha hecho en la historia (cf. Lc 1, 49), confiesa la verdad del Verbo hecho carne con los labios de los Padres y de los doctores, practica sus preceptos y la caridad en la vida de los santos y de las santas y en el sacrificio de los mártires, celebra su esperanza en la liturgia. Mediante la Tradición los cristianos reciben «la voz viva del Evangelio»[7], como expresión fiel de la sabiduría y de la voluntad divina.

Dentro de la Tradición se desarrolla, con la asistencia del Espíritu Santo, la interpretación auténtica de la ley del Señor. El mismo Espíritu, que está en el origen de la Revelación, de los mandamientos y de las enseñanzas de Jesús, garantiza que sean custodiados santamente, expuestos fielmente y aplicados correctamente en el correr de los tiempos y las circunstancias.

Como personas de fe, que creemos en las palabras de Jesús, creemos en que el Espíritu Santo acompaña siempre a la Iglesia. Cuando la Iglesia ejerce su papel de Maestra, somos por lo menos arriesgados, en algo tan importante como la salvación, si preferimos nuestros propios caminos… Continuemos con las palabras de Juan Pablo II en El Esplendor de la verdad:

Además, como afirma de modo particular el Concilio, «el oficio de interpretar auténticamente la palabra de Dios, oral o escrita, ha sido encomendado sólo al Magisterio vivo de la Iglesia, el cual lo ejercita en nombre de Jesucristo»[8].

Que, «el oficio de interpretar auténticamente la palabra de Dios, oral o escrita, ha sido encomendado sólo al Magisterio vivo de la Iglesia, el cual lo ejercita en nombre de Jesucristo» son palabras de la Constitución dogmática Dei Verbum, La Palabra de Dios, del Concilio Vaticano II, N° 10. Sigue así Juan Pablo II:

De este modo, la Iglesia, con su vida y su enseñanza, se presenta como «columna y fundamento de la verdad» (1 Tm 3, 15), también de la verdad sobre el obrar moral. En efecto, «compete siempre y en todo lugar a la Iglesia proclamar los principios morales, incluso los referentes al orden social, así como dar su juicio sobre cualesquiera asuntos humanos, en la medida en que lo exijan los derechos fundamentales de la persona humana o la salvación de las almas»[9].

A quienes deseen profundizar en la misión de la Iglesia en cuanto a la enseñanza de las verdades, no sólo de fe, sino las que se refieren al comportamiento moral, los invito de nuevo, a leer toda la encíclica El Esplendor de la verdad, y en particular los números 28 y siguientes, que llevan como título Enseñar lo que es conforme a la sana doctrina (cf. Tt 2, 1).



 

[1] Cf Concilio Vaticano II, Decl. Dignitatis humanae, 14. AAS 58 (1966) 940; Juan Pablo II, Carta enc. Veritatis splendor, 27. 64. 110: AAS 85 (1993) 1154-1155. 1183-1184. 1219-1220

[2]Tomado de la agencia Zenit, ZS08021405 – 14-02-2008
Permalink: http://www.zenit.org/article-26330?l=spanish

 

[3] Según el DRAE: novisimo: último en el orden de las cosas. Cada una de las cuatro últimas situaciones del hombre, que son muerte, juicio, infierno y gloria.

 

 

[4] Cf Lc 16, 8

 

[5] Joseph Ratzinger, Introducción al espíritu de la liturgia, San Pablo, IV, Cap. II, El Cuerpo y la liturgia, 7, La materia, Pg. 181

 

[6] Const. dogm. sobre la divina revelación Dei Verbum, 8.

[7] Const. dogm. sobre la divina revelación Dei Verbum, 8.

 

[8] Ibid., 10.

 

 

[9] Código de Derecho Canónico, can. 747 § 2.

REFLEXIÓN 87 Febrero 14 2008

Compendio de la D.S.I. N° 70 (II)

Misión de engendrar hijos y deber de educarlos

En la reflexión pasada comenzamos a estudiar el N° 70 del Compendio, en el cualse continúa el Derecho y el Deber de la Iglesia de presentar su propia Doctrina Social, como parte de su misión de llevar el Evangelio a todos los pueblos. Pudimos también allí, comprender mejor por qué la Iglesia nos insiste en la necesidad de la coherencia entre fe y vida. Repasemos y ampliemos lo que vimos en el programa pasado; luego continuaremos lo que nos falta del N° 70. Leamos el primer párrafo:

La Iglesia tiene el derecho de ser para el hombre maestra de la verdad de fe; no sólo de la verdad del dogma, sino también de la verdad moral que brota de la misma naturaleza humana y del Evangelio.[1] El anuncio del Evangelio, en efecto, no es sólo para escucharlo, sino también para ponerlo en práctica (cf. Mt 7,24; Lc 6,46-47; Jn 14,21.23-24; St 1,22): la coherencia del comportamiento  manifiesta la adhesión del creyente  y no se circunscribe al ámbito estrictamente eclesial y espiritual, puesto que abarca al hombre en toda su vida y según todas sus responsabilidades. Aunque sean seculares, éstas tienen como sujeto al hombre, es decir, a aquel que Dios llama, mediante la Iglesia, a participar de su don salvífico.

Ya tenemos claro que la Iglesia es nuestra Madre y Maestra. Es nuestra Madre porque su Fundador le confió la misión de engendrar hijos, – nacemos a la fe en la Iglesia, por el bautismo, – y le confió también velar con maternal solicitud por la vida de sus hijos. La Iglesia es Maestra porque el Señor le encargó también educar y dirigir a sus hijos. Tiene entonces, la Iglesia, el deber y el derecho de educarnos en la fe y en la moral.

La Iglesia es no sólo Maestra de la verdad del dogma, – es decir de la verdad revelada, – sino también de la verdad moral que brota de la misma naturaleza humana y de la verdad del Evangelio.

Más allá de la moral natural

Entendimos en nuestro estudio que la moral cristiana va más allá de la moral natural, es decir que los cristianos tenemos una mayor exigencia en nuestra relación con los demás, porque, además de las exigencias que se originan en la naturaleza humana, Jesucristo nos enseñó el nuevo mandamiento, el del amor, que alcanza inclusive a los enemigos. A los amigos no es difícil amarlos. A los que nos hacen o nos han hecho daño sí es difícil. Y el mandamiento del amor es esencial en nuestra fe cristiana; tan es así, que junto con el primer mandamiento,- amar al Señor, – el mandamiento del amor al prójimo es fundamento de toda la Escritura; de toda la ley y los profetas, como dijo Jesús.[2] San Pablo lo predicó a los Gálatas 5,14, con estas palabras: Pues toda la ley alcanza su plenitud en este solo precepto: Amarás a tu prójimo como a ti mismo.

Los planteamientos del Compendio de la Doctrina Social que nos enseñan que la Iglesia es Maestra de la verdad, están basados también en la Sagrada Escritura, como podemos encontrarlo en la Declaración “Dignitatis humanae” (De la dignidad de la persona humana), sobre la libertad religiosa, del Concilio Vaticano II. En el N° 14 dice:

La Iglesia católica, para cumplir el mandato divino: Enseñad a todas las gentes (Mt 28,19), debe trabajar denodadamente a fin de que la palabra de Dios sea difundida y glorificada (2 Thess 3,1).

En la formación de la conciencia, prestar diligente atención a la doctrina sagrada y cierta de la Iglesia

Un poco más adelante añade la misma declaración del Vaticano II:

Por su parte, los cristianos, en la formación de su conciencia, deben prestar diligente atención a la doctrina sagrada y cierta de la Iglesia. Pues, por voluntad de Cristo, la Iglesia, es la maestra de la verdad, y su misión es exponer y enseñar auténticamente la Verdad, que es Cristo, y al mismo tiempo declarar y confirmar con su autoridad los principios del orden moral que fluyen de la misma naturaleza humana.

Tengamos esto presente: debemos prestar diligente atención a la doctrina sagrada y cierta de la Iglesia. El Santo Padre y los obispos no invaden un terreno que no les corresponde cuando, oficialmente, nos enseñan; es su deber enseñarnos. Leamos esas palabras del Concilio Vaticano II una vez más: por voluntad de Cristo, la Iglesia, es la maestra de la verdad, y su misión es exponer y enseñar auténticamente la Verdad, que es Cristo, y al mismo tiempo declarar y confirmar con su autoridad los principios del orden moral que fluyen de la misma naturaleza humana.

La obligación grave de conocer cada día más la verdad y tratar a los que están en el error con amor, prudencia y paciencia

 

Recordemos que, después de Aparecida, nos va quedando claro que debemos ser discípulos y misioneros, de modo que nos conviene leer unas líneas más de este documento del Vaticano II, para que comprendamos la importancia y la exigencia de nuestra misión. En ese mismo N° 14 de la Declaración “Dignitatis humanae”, del Vaticano II leemos:

Porque el discípulo tiene la obligación grave para con Cristo Maestro  de conocer cada día más la verdad que de Él ha recibido, de anunciarla fielmente y de defenderla con valentía, excluidos los medios contrarios al espíritu evangélico.

Enseguida nos advierte el Concilio, a propósito de las palabras: defender la verdad con valentía, excluidos los medios contrarios al espíritu evangélico que, al anunciar y defender la fe, debemos tratar con amor, prudencia y paciencia a los que viven en el error o en la ignorancia de la fe. Nos recuerda allí la Iglesia, que debemos tener en cuenta los derechos de la persona humana, que es invitada a recibir y profesar voluntariamente la fe. No se puede obligar a nadie, a creer.

Al estudiar el documento de Aparecida hemos visto que para cumplir con la misión de ser misioneros, antes tenemos que ser discípulos. Nadie da lo que no tiene. El evangelizador tiene que conocer cada día más la verdad y tiene la obligación de anunciarla fielmente. Tenemos que ser rigurosos en lo que transmitimos. No podemos convertir en doctrina lo que es sólo nuestro parecer. De ahí la importancia de estudiar nuestra fe.

Nos quedó también claro en la reflexión de la semana pasada, que el Evangelio no es sólo para escucharlo sino para ponerlo en práctica en toda nuestra vida. No podemos dividir nuestra vida en secciones separadas: unas en las que nos guiamos por el Evangelio, y otras en las que nos comportamos como si fuéramos independientes de Dios. No es coherente escuchar el Evangelio y escoger, según nuestro gusto o interés, en qué lo practicamos y en qué no. Al ser humano no lo podemos dividir: esta parte es para mi vida espiritual y eclesial y esta otra es para vivir según me plazca… Como tampoco en el momento definitivo, cuando Dios nos juzgue por nuestras acciones, va a separar al hombre en dos secciones: una que se salve y otra que reciba el castigo. La salvación es del ser humano integral, completo. Esto de la salvación integral del hombre, lo estudiamos en el N° 38 y siguientes, ya hace algún tiempo. Recordemos algo de lo que dijimos entonces.[3]

Vimos que el plan de Dios, desde el principio de la creación, ha sido la salvación para todos los hombres de todas las razas, de todos los pueblos, y que su plan ha sido también la salvación de todo el hombre, es decir, del hombre completo, integral. El plan divino sobre el hombre, desde su creación, ha sido ofrecerle la posibilidad de gozar de su vida en la gloria. En esto consiste la salvación. La salvación es ir a participar por la eternidad, de la vida de Dios, es decir, de la felicidad sin límites de Dios. El infierno, como nos lo han enseñado Juan Pablo II y Benedicto XVI, es lo contrario, es vivir, también por la eternidad, en estado de tristeza, de soledad…

¿Salvación integral, personal y social del hombre?

 

Y nos preguntamos entonces, ¿qué es eso de la salvación integral,- de todo el hombre?, y vimos que la salvación integral se refiere a que Dios ofrece la salvación de todo el hombre, en todas sus dimensiones; como decía el Nº 38: en la dimensión personal, individual, sí, en lo que tiene que ver con su vida espiritual, íntima; pero además, también Dios ofrece la salvación al hombre en la dimensión social, en cuanto tiene que ver con la relación de la persona con los demás. Dios ofrece la salvación a los hombres que están relacionados entre sí, que conforman la sociedad, Dios ofrece la salvación de la sociedad, de la comunidad. Esa salvación, el Reino de Dios, lo vamos construyendo. Podemos adelantarnos y afirmar que el hombre se salva en la comunidad de la Iglesia y será un día miembro de la Iglesia triunfante.

Es interesante darnos cuenta de que así como la vida de Dios es una vida de relación, de amor, de las Tres Divinas Personas, – porque Dios es Amor, – nosotros, creados a su imagen, estamos llamados también a una vida de relación, de amor a Él y entre nosotros. Aquí en la tierra, esa vida está en proceso, en construcción, todos los días.

Al hablar de la salvación integral de la persona humana, el Compendio añade otras dimensiones del hombre, en el mencionado Nº 38: las dimensiones espiritual y la corpórea, histórica y trascendente: es decir, la salvación se ofrece al hombre entero, completo; en cuerpo y en espíritu, como ser terreno y destinado a la eternidad. Ahora bien, la salvación universal e integral será una realidad completa, cuando llegue la plenitud de los tiempos.

Recordemos lo que dice el Nº 40 del Compendio, que se relaciona igualmente con nuestro tema sobre vivir nuestra vida cristiana de manera integral, sin compartimientos para la aplicación o no del Evangelio, según se trate de lo religioso o de nuestra vida en sociedad.

La universalidad e integridad de la salvación ofrecida en Jesucristo, hacen inseparable el nexo entre la relación que la persona está llamada a tener con Dios y la responsabilidad frente al prójimo, en cada situación histórica concreta.

La relación que la persona está llamada a tener con Dios y la responsabilidad frente al prójimo son inseparables

 

No podemos sentirnos tranquilos, si nos sentimos cerca de Dios por la vida de oración y la vida sacramental y lejos de nuestros hermanos en la vida de todos los días. Son inseparables la relación que la persona está llamada a tener con Dios y la responsabilidad frente al prójimo. La responsabilidad frente al prójimo es nuestra responsabilidad en la vida cotidiana: en nuestra vida en familia, en nuestras actividades religiosas, en el trabajo, en la política que nos corresponde como ciudadanos, en fin, toda nuestra vida en los grupos a los que pertenezcamos; es decir, nuestra responsabilidad frente al prójimo, es inseparable de toda nuestra vida en sociedad. Todas nuestras actividades involucran a los demás, ¿o no? Nunca podemos repetir la excusa de aquel a quien Dios preguntó por su hermano: “¿Dónde está tu hermano Abel?”. “No lo sé”, respondió Caín. “¿Acaso yo soy el guardián de mi hermano?”.[4]

Como vemos, la salvación para todos los hombres y de todo el hombre, está íntimamente relacionada con el tema de nuestra responsabilidad frente al prójimo. En la parte del Nº 40, que acabamos de leer, se hace especial énfasis en el inseparable nexo entre la relación con Dios, a la que estamos llamados, y nuestra responsabilidad con el prójimo, en cada situación histórica concreta. El amor a que estamos llamados implica asumir una responsabilidad. Tener una responsabilidad, ser responsable de algo, quiere decir que algún día vamos a tener que dar cuenta de, responder sobre cómo cumplimos con esa responsabilidad.

 

Hay unas líneas de la encíclica Centesimus annus, de Juan Pablo II, que nos aclaran esta idea de la inseparabilidad de nuestra vida de relación con Dios y con el prójimo:

«El hombre no puede darse a un proyecto solamente humano de la realidad, a un ideal abstracto, ni a falsas utopías. En cuanto persona, puede darse a otra persona o a otras personas y, por último, a Dios, que es el autor de su ser y el único que puede acoger plenamente su donación».[5] Por ello «se aliena el hombre  que rechaza trascenderse a sí mismo y vivir la experiencia de la autodonación  y de la formación de una auténtica comunidad humana, orientada a su destino último que es Dios. Está alienada una sociedad que, en sus formas de organización social, de producción y consumo, hace más difícil la realización de esta donación y la formación de esa solidaridad interhumana».[6]

Perder el sentido de la propia identidad

 

Se utilizan mucho las palabras alienarse, estar alienado, como lo hace Juan Pablo II en las líneas que acabamos de leer. Alienarse es perder el sentido de la propia identidad. De manera que la persona que rechaza trascenderse a sí mismo y vivir la experiencia del amor, de la entrega al otro y en último a Dios, pierde el sentido de lo que es; porque está hecho para salir de sí y darse. Igualmente podemos decir, que la sociedad se aliena, cuando se organiza de una manera individualista, que impide la formación de una comunidad solidaria.

Cuando Santiago en su Segunda carta, 1,22-24, dice que si alguno se contenta con oír la Palabra sin ponerla por obra, ése se parece al que contempla su imagen en un espejo: se contempla, pero yéndose, se olvida de cómo es, ¿no le podremos aplicar el sentido de alienarse? Cuando nos contentamos con oír la Palabra y no la ponemos por obra, vivimos una vida que no es la del cristiano, que no concuerda con la identidad del cristiano; es decir, vivimos una vida alienada.

Como acabamos de recordar, ya habíamos estudiado en el N° 38 del Compendio, que la salvación que Dios nos ofrece es para todos los hombres y de todo el hombre. Todo el hombre: no hay solo una parte del hombre que se relacione con Dios y otra, aparte, independiente, que maneje las relaciones con el prójimo. Nuestra vida personal no se puede separar de nuestra vida de relación con los demás.

Vimos más arriba que en el N° 40 del Compendio nos había enseñado la Iglesia que no debe haber conflicto entre nuestra vida religiosa y nuestra vida civil, porque no puede haber conflicto entre Dios y su criatura. Recordemos el N° 46 del Compendio. En este blog donde encuentran todas las reflexiones pasadas, se puede repasar, a este respecto, la Reflexión 38. Dice el Compendio en el N° 46:

No existe conflictividad entre Dios y el hombre, sino una relación de amor en la que el mundo y los frutos de la acción del hombre en el mundo son objeto de un don recíproco entre el Padre y los hijos, y de los hijos entre sí, en Cristo Jesús: en Él, y gracias a Él, el mundo y el hombre alcanzan su significado auténtico y originario. En una visión universal del amor de Dios que alcanza todo cuanto existe, Dios mismo se nos ha revelado en Cristo como Padre y dador de vida,  y el hombre  como aquel que, en Cristo, lo recibe todo de Dios como don, con humildad y libertad, y todo verdaderamente lo posee como suyo, cuando sabe y vive todas las cosas  como venidas de Dios, por Dios creadas y a Dios destinadas. A este propósito, el Concilio Vaticano II enseña: «Pero si autonomía de lo temporal quiere decir que la realidad creada es independiente de Dios  y que los hombres pueden usarla sin referencia al Creador, no hay creyente alguno  a quien se le escape la falsedad envuelta en tales palabras. La criatura sin el Creador desaparece».

Para terminar, leamos el segundo párrafo del N° 70, que es nuestro tema de hoy. Dice así:

Al don de la salvación, el hombre debe corresponder no sólo con una adhesión parcial, abstracta o de palabra, sino con toda su vida, según todas las relaciones que la connotan, en modo de no abandonar nada a un ámbito profano y mundano, irrelevante o extraño a la salvación. Por esto la doctrina social no es para la Iglesia un privilegio, una digresión, una ventaja o una injerencia: es su derecho a evangelizar el ámbito social, es decir, a hacer resonar la palabra liberadora del Evangelio en el complejo mundo de la producción, del trabajo, de la empresa, de la finanza, del comercio, de la política, de la jurisprudencia, de la cultura, de las comunicaciones sociales, en el que el hombre vive.

¿Responder sólo a ratos, a pedazos?

 

A la salvación que Dios nos ofrece nos corresponde responder de manera total, con toda nuestra vida, en todas las relaciones que la conforman; y no sólo de palabra, no sólo a ratos, no sólo a pedazos, y sólo en aquello que no nos exige esfuerzo. Nada de nuestra vida la podemos convertir en algo profano, mundano, porque nada de nuestra vida es irrelevante o extraño a la salvación.

Suele decirse muy gráficamente, que no hay entierros con trasteo. Es verdad que en el último viaje no nos vamos a llevar nada material. Pero sí va a haber trasteo de los resultados de nuestras acciones. Esos resultados nos los vamos a llevar con nosotros. Ojalá vayamos muy cargados de buenos resultados.

Por eso, como preparación para ese trasteo definitivo, nos tiene la Iglesia que evangelizar en lo social, en lo que tiene que ver nuestro comportamiento con los demás, en cualquier mundo en que nos haya tocado vivir. No hay ningún campo que se escape, en el campo que sea en el que nos desempeñemos en la vida, tenemos que producir frutos.

Nuestra parcela particular

 

Hay unos campos particulares, de cada uno; son nuestra parcela personal que tenemos que cultivar para la vida eterna. Hay otros campos más grandes, más generales. Podríamos decir que son campos comunitarios. La Iglesia señala algunos de los campos  en los que tiene Ella que hacer resonar la palabra liberadora del Evangelio. Allí tiene una gran responsabilidad la jerarquía, nuestros pastores; pero recordemos que los laicos somos Iglesia y también tenemos que hacer resonar la palabra liberadora del Evangelio, en particular en cuanto se refiere al mandamiento del amor. Y nuestra palabra tiene que ir acompañada de las obras. Las solas palabras son vacías, huecas. Tiene que haber concordancia, entre las palabras y la vida.

La Iglesia habla del complejo mundo de la producción, del trabajo, de la empresa, de la finanza, del comercio, de la política, de la jurisprudencia, de la cultura, de las comunicaciones sociales, en el que el hombre vive. Se sobrentiende, pero yo añadiría el campo del trabajo en la Iglesia. Si en alguna forma estamos vinculados en el trabajo con la Iglesia, en la diversidad de grupos apostólicos, también allí nuestro comportamiento tiene que estar impregnado del Evangelio, y allí la regla tiene que ser la Regla de Oro que nos enseñó el Señor en el Sermón de la Montaña, Mt 7,12: “Por tanto, cuanto queráis que os hagan los hombres, hacédselo vosotros a ellos; porque ésta es la Ley y los Profetas”.

De manera que, ¿cómo queremos que nos traten los demás? ¿Si estamos tristes queremos encontrar una voz amiga? ¿Queremos que los demás nos sonrían? Si estamos en problemas económicos ¿esperamos encontrar socorro en los demás? Si nos sentimos solos, quisiéramos encontrar a alguien que por lo menos tenga la paciencia de escuchar nuestras alegrías y nuestras penas?

De pronto se podría pensar que nos estamos olvidando de la justicia, pero es que si aplicamos la regla de oro, la justicia va pegada a ella, porque si queremos que los demás sean justos con nosotros, tenemos que ser nosotros justos con ellos.

Fernando Díaz del Castillo Z.

Escríbanos a: reflexionesdsi@gmail.com


 

[1] Cf Concilio Vaticano II, Decl. Dignitatis humanae, 14. AAS 58 (1966) 940; Juan Pablo II, Carta enc. Veritatis splendor, 27. 64. 110: AAS 85 (1993) 1154-1155. 1183-1184. 1219-1220

 [2]Sobre el Primer Mandamiento Cf Catecismo de la Iglesia Católica, 2084 y siguientes. Véase también Mt 22, 34-40: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente. Éste es el principal y primer mandamiento. El segundo es semejante a éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos penden toda la Ley y los Profetas. Igualmente en el Sermón de la Montaña, Mt 7,12, al enunciar la “Regla de oro”, dice Jesús: “Por tanto, cuanto queráis que os hagan los hombres, hacédselo vosotros a ellos; porque ésta es la Ley y los Profetas”.Véase también en San Pablo, Rom 13,10: La caridad no hace mal al prójimo. La caridad es, por tanto, la ley en su plenitud.; Gal 5,14: Pues toda la ley alcanza su plenitud en este solo precepto: Amarás a tu prójimo como a ti mismo.

 [3] Cf Reflexión 31, Septiembre 31 2006

 [4] Gn4, 9

 [5] Cf Juan Pablo II, Centesimus annus, 41

 [6] Cf Juan Pablo II, ibidem

REFLEXIÓN 86 Febrero 7 2008

Compendio de la D.S.I. N° 70

La Iglesia Madre y Maestra de la verdad

En la reflexión anterior ampliamos el estudio del N° 69 del Compendio de la D.S.I., que trata sobre la Misión de la Iglesia y la Doctrina Social. Ya vamos comprendiendo por qué la Iglesia tiene el derecho y el deber de ofrecernos su propia doctrina social. Sabemos que esa razón no es de índole política ni económica, sino que tiene que ver con la misión esencial de la Iglesia, que es ayudar al hombre en el camino de la salvación. De manera que cuandola Iglesia presenta su doctrina socialno invade competencias ajenas de los sociólogos o de los políticos ni persigue objetivos extraños a su misión, que es anunciar el Evangelio.

Aprendimos que, cuando la Iglesia presenta sus puntos de vista sobre asuntos que tienen que ver con la política o la economía, no lo hace como lo haría un politólogo o un economista; ellos hacen un análisis técnico de esas materias; la Iglesia las analiza y las juzga desde el punto de vista del Evangelio. El papel de la Iglesia es el del profeta que anuncia el Reino y denuncia las incongruencias, en las conductas que se apartan del proyecto de Dios.

Coherencia entre fe y vida

Vamos ahora a avanzar y estudiar el N° 70; se continúa aquí el tema sobre el Derecho y el Deber de la Iglesia, de presentar su propia Doctrina Social, como parte de su misión de llevar el Evangelio a todos los pueblos. Es una oportunidad para comprender también mejor, ahora, por qué la Iglesia nos insiste en la necesidad de la coherencia entre fe y vida en nosotros, los cristianos. Vamos a leer primero el N° 70 completo y luego lo iremos tomando por partes. Dice así el N° 70 del Compendio:

La Iglesia tiene el derecho de ser para el hombre maestra de la verdad de fe; no sólo de la verdad del dogma, sino también de la verdad moral que brota de la misma naturaleza humana y del Evangelio.[1] El anuncio del Evangelio, en efecto, no es sólo para escucharlo, sino también para ponerlo en práctica (cf. Mt 7,24; Lc 6,46-47; Jn 14,21.23-24; St 1,22): la coherencia del comportamiento  manifiesta la adhesión del creyente  y no se circunscribe al ámbito estrictamente eclesial y espiritual, puesto que abarca al hombre en toda su vida y según todas sus responsabilidades. Aunque sean seculares, éstas tienen como sujeto al hombre, es decir, a aquel que Dios llama, mediante la Iglesia, a participar de su don salvífico.

Evangelizar el ámbito social: hacer resonar la palabra liberadora del Evangelio en el complejo mundo en el que el hombre vive

Al don de la salvación, el hombre debe corresponder no sólo con una adhesión parcial, abstracta o de palabra, sino con toda su vida, según todas las relaciones que la connotan, en modo de no abandonar nada a un ámbito profano y mundano, irrelevante o extraño a la salvación. Por esto la doctrina social no es para la Iglesia un privilegio, una digresión, una ventaja o una injerencia: es su derecho a evangelizar el ámbito social, es decir, a hacer resonar la palabra liberadora del Evangelio / en el complejo mundo de la producción, del trabajo, de la empresa, de la finanza, del comercio, de la política, de la jurisprudencia, de la cultura, de las comunicaciones sociales, en el que el hombre vive.

Leamos de nuevo la primera parte de este número; son tres renglones: La Iglesia tiene el derecho de ser para el hombre maestra de la verdad de fe; no sólo de la verdad del dogma, sino también de la verdad moral que brota de la misma naturaleza humana y del Evangelio.

Es este número 70 del Compendio de una absoluta nitidez y de una importancia enorme, para que comprendamos por qué la Iglesia nos presenta su propia Doctrina Social. Empieza por dejar claro que la Iglesia tiene el derecho de ser Maestra de la Fe. La Iglesia es Madre y Maestra. Como recordamos, con estas palabras comenzó Juan XXIII su encíclica Mater et magistra, – Madre y maestra, – en el 70° aniversario de la encíclica social Rerum novarum. Basta leer el N° 1 de la encíclica Mater et magistra / para que comprendamos por qué la Iglesia tiene el derecho de ser para el hombre maestra de la verdad de fe. La madre educa a sus hijos, por derecho y por deber; de manera que la madre tiene que ser maestra.Con estas bellas palabras empieza la encíclica Juan XXIII:

Madre y Maestra de pueblos, la Iglesia católica fue fundada como tal por Jesucristo para que, en el transcurso de los siglos, encontraran su salvación, con la plenitud de una vida más (sic) excelente, todos cuantos habían de entrar en el seno de aquélla y recibir su abrazo. A esta Iglesia, columna y fundamento de la verdad[2] , confió su divino Fundador una doble misión, la de engendrar hijos para sí y la de educarlos y dirigirlos, velando con maternal solicitud por la vida de los individuos y de los pueblos, cuya superior dignidad miró siempre la Iglesia con el máximo respeto y defendió con la mayor vigilancia.

Nuestra Madre la Iglesia

De manera que la Iglesia es Madre porque su Fundador le confió la misión de engendrar hijos y velar con maternal solicitud por su vida, y la Iglesia es Maestra porque le encargó también educar y dirigir a sus hijos. Con razón la llamamos con cariño Nuestra Madre la Iglesia.

Dice a continuación el Compendio en el N° 70, que la Iglesia es maestra de la verdad de fe, y aclara que no sólo es maestra de la verdad del dogma, sino también de la verdad moral que brota de la misma naturaleza humana y del Evangelio.

¿Qué quieren decir estas palabras? Nos dice la Iglesia quees nuestra Maestra tanto de la verdad del dogma como de la verdad moral,que brota de la misma naturaleza humana y del Evangelio. Veamos: según esto, nuestra fe tiene verdades que son verdades del dogma y otras, verdades morales. Ambas son verdades.

Repetimos siempre que la Doctrina Social es parte de nuestra fe, que es doctrina, que no es conocimiento técnico de sociología o de política; ahora estamos comprendiendo bien cuál es entonces la naturaleza de la D.S.I.Empecemos por comprender eso de “la verdad del dogma”.

La palabra dogma

La palabra dogma designa el conjunto o cada una de las verdades reveladas por Dios y proclamadas como tales mediante el infalible magisterio de la Iglesia, lo cual las hace ser, ahora y siempre, de obligada aceptación por todos los fieles. [3] Esta es una explicación corta, sencilla, de lo que significa la palabra dogma. La he tomado de un diccionario de teología, editado por la Editorial Verbo Divino, y preparado por los padres Gerald O’Collins y Edgard G. Farrugia.

Como nos han enseñado, esta clase de doctrina, estos dogmas, no son verdades porque así lo declare una autoridad, sino porque se fundan en la Sagrada Escritura, en la Palabra de Dios revelada y en la Tradición. La Iglesia no presenta como dogma una creencia que no tenga fundamento en la Sagrada Escritura. Como nos enseñaron desde niños, creemos lo que Dios nos ha revelado, porque, tomando estas palabras del Concilio Vaticano I,Dios no puede engañarse ni engañarnos.[4]

Entonces, nos queda claro que la Iglesia es maestra de la verdad del dogma, es decir maestra en cuanto a las verdades reveladas por Dios y proclamadas como tales mediante el infalible magisterio de la Iglesia. La Doctrina Social, como su nombre lo indica, se refiere al comportamiento social, a nuestras relaciones con los demás, que deben ser como nos lo revela la Sagrada Escritura. La Doctrina Social de la Iglesia, no es una rama de la ética filosófica sino de la teología moral.

Sobre cómo deben ser nuestras relaciones con el prójimo, el Evangelio es categórico: nos revela el mandamiento nuevo, el del amor, como el mandamiento que, junto con el amor a Dios, resume toda la Escritura. La Escritura también nos revela la dignidad del hombre, creado a imagen y semejanza de Dios, con todas las implicaciones de respeto a la persona humana que esto significa.

Creo que es suficiente esto sobre la Iglesia, Maestra de la verdad del dogma. ¿Qué sucede con la verdad moral de que nos habla este N° 70 del Compendio?

Muy importante que comprendamos, que hay una verdad en la moral; no podemos inventar a nuestro antojo nuestra verdad personal ni aceptar sólo lo que nos guste. Nos habla el Compendio de la verdad moral que brota de la misma naturaleza humana y del Evangelio.

Moral de mínimos y de máximos

Hay una moral que podríamos llamar secular o civil, que no tiene como fuente el Evangelio; o la moral natural o ética, que es una rama de la filosofía y que estudia los principios para establecer una distinción entre el bien y el mal, o entre lo que lo que los seres humanos deben libremente hacer o abstenerse de hacer.[5] Es que el hombre no puede vivir en sociedad, si no hay una aceptación de por lo menos unos mínimos de convivencia.

La inmensa marcha del lunes 4 de julio de 2008, que tenía como voz unánime de millones de personas, en Colombia y en el exterior: No más secuestros, No más mentiras, No más muertes, No más FARC, lo que clamaba era que ni el secuestro, ni la mentira, ni los asesinatos, ni las organizaciones que tengan esas normas de conducta (como las FARC), son aceptados por la sociedad colombiana. El presidente Chávez, de Venezuela,dijo en estos días que las FARC tenían sus propias leyes que las hacían cumplir. Esas leyes no las acepta la generalidad de la sociedad: ni el derecho a secuestrar, a mentir, a asesinar, a mutilar por medio de minas antipersona. Esos son comportamientos que están por fuera de los mínimos éticos de cualquier sociedad que se respete.

La verdad moral de la que nos habla el Compendio va más allá de las normas mínimas de convivencia; ésas se dan por entendidas para todos, cristianos y no cristianos. La Doctrina Social de la Iglesia, en este N° 70 del Compendio, nos habla de la verdad moral que no sólo brota de la naturaleza humana, sino de la verdad moral que nos es dada a conocer por el Evangelio.

Comportamiento social a partir de la revelación

La moral de que hablamos aquí, es la teología moral; la D.S.I. pertenece a una rama de la teología, que trata sobre el comportamiento social cristiano, a partir de la revelación. Tiene en cuenta por eso el Decálogo, el sermón de la montaña, en fin, la Sagrada Escritura. Se basa en la visión del hombre como nos la enseña la revelación.Por eso la moral que brota del Evangelio es mucho más exigente que la moral natural; nos enseña, por ejemplo, que debemos amar, inclusive al enemigo. Las bienaventuranzas que describen la conducta del cristiano auténtico, son exigentes hasta el sacrificio. Y nos dice el Evangelio que nos van a juzgar por nuestro comportamiento con el prójimo. No es sino leer lo que nos enseña Mt 25, 34-46, que nos anuncia cómo será el Juicio Final, y que empieza: Venid, benditos de mi Padre, recibid la herencia del Reino preparado para vosotros desde la creación del mundo, Porque tuve hambre, y me disteis de comer.

Hemos reflexionado sobre la primera parte del N° 70 que dice: La Iglesia tiene el derecho de ser para el hombre maestra de la verdad de fe; no sólo de la verdad del dogma, sino también de la verdad moral  que brota de la misma naturaleza humana y del Evangelio.

El anuncio del Evangelio no es sólo para escucharlo

Vimos que como Madre, la Iglesia tiene el derecho y el deber de educarnos en la fe, debe ser nuestra maestra en cuanto a las verdades, tanto las del dogma, es decir las reveladas enla Sagrada Escritura, como en cuanto a las verdades de la moral que se fundan en la naturaleza humana y en el Evangelio. Continuemos la lectura del N° 70:

El anuncio del Evangelio, en efecto, no es sólo para escucharlo, sino también para ponerlo en práctica (cf. Mt 7,24; Lc 6,46-47; Jn 14,21.23-24; St 1,22): la coherencia del comportamiento  manifiesta la adhesión del creyente y no se circunscribe al ámbito estrictamente eclesial y espiritual, puesto que abarca al hombre en toda su vida y según todas sus responsabilidades. Aunque sean seculares, éstas tienen como sujeto al hombre, es decir, a aquel que Dios llama, mediante la Iglesia, a participar de su don salvífico.

De manera que El anuncio del Evangelio no es sólo para escucharlo, sino también para ponerlo en práctica, dice la Iglesia, y nos trae4 citas del Nuevo Testamento: Mt 7,24, que dice

Así, todo el que escucha las palabras que acabo de decir y las pone en práctica, puede compararse a un hombre sensato  que edificó su casa sobre roca.

¿A qué palabras qué acababa de decir se refiere el Señor? En los versículos anteriores, del 21 al 23, Jesús dijo sobre sus auténticos discípulos:

21 No son los que me dicen: “Señor, Señor”, los que entrarán en el Reino de los Cielos, sino los que cumplen la voluntad de mi Padre que está en el cielo.

22 Muchos me dirán en aquel día: “Señor, Señor, ¿acaso no profetizamos en tu Nombre? ¿No expulsamos a los demonios e hicimos muchos milagros en tu Nombre?”.

23 Entonces yo les manifestaré: “Jamás los conocí; apártense de mí, ustedes, los que hacen el mal.”

 

La siguiente cita del Compendio en este N° 70,Lc 6, 46-47, es un texto paralelo. Vale la pena leer los dos versículos siguientes, el 48 y 49 para que la idea quede completa, dice el Evangelio:

46 “¿Por qué me llamáis: “Señor, Señor”, y no hacéis lo que digo?
47 “Todo el que venga a mí y oiga mis palabras y las ponga en práctica, os voy a mostrar a quién es semejante:
48 Es semejante a un hombre que, al edificar una casa, cavó profundamente y puso los cimientos sobre roca. Al sobrevenir una inundación, rompió el torrente contra aquella casa, pero no pudo destruirla por estar bien edificada.
49 Pero el que haya oído y no haya puesto en práctica, es semejante a un hombre que edificó una casa sobre tierra, sin cimientos, contra la que rompió el torrente y al instante se desplomó y fue grande la ruina de aquella casa.”

La siguiente cita es de San Juan, 14, 21,23 y 24. Es un contexto distinto. Jesús se encontraba rodeado de los 12, en la Última Cena; después del lavatorio de los pies, en su discurso de despedida, había respondido a inquietudes de Tomás, Señor, no sabemos a dónde vas, ¿cómo podemos saber el camino? Y de Felipe que le pidió: “Señor, muéstranos al Padre y nos basta.”Unos versículos adelante dice Jesús:

21 El que tiene mis mandamientos y los guarda, ése es el que me ama; y el que me ame, será amado de mi Padre; y yo lo amaré y me manifestaré a él.”
23 … “Si alguno me ama, guardará mi Palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él, y haremos morada en él.
24 El que no me ama no guarda mis palabras. Y la palabra que escucháis no es mía, sino del Padre que me ha enviado.

Finalmente, la Iglesia basa su afirmación de que el Evangelio no es sólo para escucharlo, sino también para ponerlo en práctica, en la 1a. Carta de Santiago, 1, 22, donde dice:

Poned por obra la Palabra y no os contentéis sólo con oírla, engañándoos a vosotros mismos.

También aquí leamos los dos versículos siguientes para completar la idea:

23 Porque si alguno se contenta con oír la Palabra sin ponerla por obra, ése se parece al que contempla su imagen en un espejo:
24 se contempla, pero, en yéndose, se olvida de cómo es.

La coherencia del comportamiento manifiesta la adhesión del creyente

Ahora volvamos a leer la parte del N° 70 del Compendio que estamos comentando:

El anuncio del Evangelio, en efecto, no es sólo para escucharlo, sino también para ponerlo en práctica: la coherencia del comportamiento manifiesta la adhesión del creyente y no se circunscribe al ámbito estrictamente eclesial y espiritual, puesto que abarca al hombre en toda su vida y según todas sus responsabilidades. Aunque sean seculares, éstas tienen como sujeto al hombre, es decir, a aquel que Dios llama, mediante la Iglesia, a participar de su don salvífico.

Destaquemos tres cosas de este párrafo: en primer lugar, el Evangelio es para escucharlo y para ponerlo en práctica. No es suficiente leer la Sagrada Escritura, hablar sobre ella y adherir a ella de palabra. Textualmente dice la Iglesia: la coherencia del comportamiento manifiesta la adhesión del creyente.

Lo segundo que debemos destacar, es que, para que no queden dudas sobre qué comportamiento es el que debe manifestar nuestra adhesión como creyentes, añade la Iglesia que este comportamientono se circunscribe al ámbito estrictamente eclesial y espiritual.No se refiere entonces la Iglesia a nuestro comportamiento en las manifestaciones externas de nuestra vida espiritual, en que debamos guardar una actitud de recogimiento en nuestras devociones, – eso se sobreentiende, – porque esta coherencia que nos reclama debe abarcar al hombre en toda su vida y según todas sus responsabilidades. Sobre esto hemos comentado antes y lo seguiremos haciendo.

Coherentes siempre

En tercer lugar, veamos que quiere ser todavía más explícita la Iglesia, sobre las áreas de nuestra vida donde debemos manifestar nuestra adhesión al Evangelio, y por eso añade que se refiere a todas nuestras responsabilidades: Aunque sean seculares, éstas tienen como sujeto al hombre, es decir, a aquel que Dios llama, mediante la Iglesia, a participar de su don salvífico.

Debemos ser coherentes siempre, en toda nuestra vida, en todas nuestras actividades, religiosas o seculares. Cuando estamos en el templo o detrás de un escritorio o detrás del timón de un vehículo o empuñando una escoba o una cuchara o tecleando en un computador o con un libro en la mano o delante de un micrófono informando, dictando una charla, una clase, o frente a los colegas legisladores, fijando nuestra posición sobre un proyecto de ley en el Congreso. Igual en los momentos dolorosos, cuando estemos soportando la enfermedad. Siempre, nuestro comportamiento tiene que manifestar nuestra adhesión al Evangelio. No es suficiente hacerlo de palabra. Nuestra vida no puede tener sólo una sección, una zona, un tiempo separado que se dediquen a nuestra vida de fe, aparte de lo demás.

Fernando Díaz del Castillo Z.

Escríbanos a: reflexionesdsi@gmail.com

 


 

 [1] Cf Concilio Vaticano II, Decl. Dignitatis humanae, 14. AAS 58 (1966) 940; Juan Pablo II, Carta enc. Veritatis splendor, 27. 64. 110: AAS 85 (1993) 1154-1155. 1183-1184. 1219-1220

 [2] 1 Tim 3,15

 [3]Cf Gerald O’Collins, S.J. y Edgard G. Farrugia, S.J. Diccionario abreviado de teología, Editorial Verbo Divino, Edición corregida y aumentada,2002, Pg. 116

 [4] Cf Concilio Vaticano I, Const. Dog. Dei Filius, c 3, Dz. 1789

 [5]Diccionario abreviado de teología, Pg141

Reflexión 85 Enero 31 2008

Compendio de la D.S.I. N° 69 (III)

Derecho y deber de una Doctrina Social propia

 

Estamos estudiando el capítulo 2° del Compendio de la D.S.I., que trata sobre la Misión de la Iglesia y la Doctrina Social. El tema de la reflexión anterior fue el N° 69 del Compendio, que nos explica por qué la Iglesia tiene el derecho y el deber de ofrecernos su propia doctrina social. Vimos allí que cuando la Iglesia presenta su doctrina social no invade competencias ajenas de los sociólogos o de los políticos ni persigue objetivos extraños a su misión, que es ayudar al hombre en el camino de la salvación. Aprendimos que, cuando la Iglesia presenta sus puntos de vistas obre asuntos que tienen que ver con la política o la economía, no lo hace desde el punto de vista técnico, sino desde la perspectiva del Evangelio. El papel de la Iglesia es el del profeta que anuncia el Reino y denuncia las incongruencias, en las conductas que se apartan del proyecto de Dios.

Aclaramos que cuando el Concilio, en el N° 76 de la Constitución pastoral Gaudium et spes afirma que La Iglesia, que por razón de su misión y de su competencia no se confunde en modo alguno con la comunidad política ni está ligada a sistema político alguno…y que La comunidad política y la Iglesia son independientes y autónomas, cada una en su propio terreno, y cuando nos enseña que la Iglesia no interviene en la política de partidos, se refiere a la Iglesia jerárquica, no a los laicos. Los laicos tenemos que cumplir nuestras obligaciones como ciudadanos en el campo de la acción política.

Acción política como expresión del compromiso cristiano

 

El documento de la Congregación para la Doctrina de la Fe que comentamos la semana pasada, sobre algunas cuestiones relativas al compromiso y la conducta de los católicos en la vida política, documento del 24 de noviembre de 2002, más bien nos anima, – a los laicos, – a participar en la acción política, cuando dice que una de las maneras como se ha expresado el compromiso cristiano en el mundo, a lo largo de la historia, ha sido precisamente en la acción política. Comentábamos en el programa pasado que, según esto, la participación en la acción política puede ser precisamente una expresión del compromiso cristiano. Depende, claro, de la intención y de cómo se participe en política, porque nuestra participación, cuando haya que tomar decisiones que afecten al ser humano, tiene que ser coherente con la fe. Si un político apoya leyes contrarias a la fe o la moral no está expresando su compromiso con la fe, sino al contrario, su no compromiso, su incoherencia con lo que dice creer. Un ejemplo de cristiano comprometido con su fe en el ejercicio de la política, lo tenemos en Santo Tomás Moro, quien fue canciller de Inglaterra en el reinado de Enrique VIII. Es el patrono de los gobernantes y políticos.

El documento de la Congregación para la Doctrina de la Fe que hemos mencionado, nos enseña que la conciencia cristiana bien formada  no permite a nadie favorecer con el propio voto  la realización de un programa político o la aprobación de una ley particular que contengan propuestas alternativas o contrarias a los contenidos fundamentales de la fe y la moral. Ya que las verdades de fe constituyen una unidad inseparable, no es lógico el aislamiento de uno solo de sus contenidos  en detrimento de la totalidad de la doctrina católica.

El voto, ¿comprometido con la fe o con los jefes políticos?

Vimos que algunas leyes civiles que tienen que ver con principios morales, no admiten excepciones ni compromisos. En esos casos el político no puede apoyar normas contra principios morales o verdades de la fe, con la excusa de que no puede eludir el compromiso con su partido. Entre las leyes contra principios morales o verdades de la fe, enumera el documento de la Congregación para la Doctrina de la Fe, las leyes en materia de aborto y eutanasia, que deben tutelar el derecho primario a la vida desde su concepción hasta el término natural, las leyes que deben salvaguardar la tutela y la promoción de la familia, la libertad de los padres en la educación de los hijos, la tutela social de los menores, la liberación de las víctimas de las modernas formas de esclavitud como la droga y la explotación de la prostitución. Igualmente señala las normas que se refieren al derecho a la libertad religiosa y al desarrollo de una economía que esté al servicio de la persona y del bien común, en el respeto de la justicia social.

La dignidad de la persona se maltrata también con leyes laborales injustas

La Iglesia es clara en estos puntos que no pocos de nuestros parlamentarios olvidan cuando votan proyectos de ley que tienen implicaciones de índole moral muy serias, como la dignidad de la persona; y debemos tener en cuenta que la dignidad de la persona se maltrata, no sólo con el aborto y la eutanasia sino también con normas laborales injustas y otras como las que abren el camino a tratos poco dignos en la atención de la salud y en las oportunidades de educación.

Uno de nuestros oyentes, decía al aire la semana pasada, que en estos temas de justicia social, a veces la Iglesia guarda silencio. Yo creo que muchas veces no es que la Iglesia guarde silencio, sino que no se oye o no se escucha su voz. No se oye, porque la Iglesia no tiene medios de comunicación con el suficiente poder para hacerse oír. Otras veces la oímos, pero no la escuchamos; cuando habla la Iglesia no se le pone atención; se ignora lo que dice. Se oyen las palabras de nuestros pastores como quien oye llover. Pero no se puede negar que igual que nuestro oyente, también otros quisiéramos oír más la voz autorizada de la Iglesia jerárquica, en temas como el manejo inequitativo de las leyes en materia laboral, las que regulan los servicios de salud y de la educación.

La Iglesia habla con frecuencia de esos temas sin descender a casos particulares; pero muchos piensan que ayudaría más que se pronunciara concretamente, también, sobre casos como el manejo de la salud, que en Colombia ya no se administra como un servicio, sino como un negocio, en el que se antepone el lucro a las necesidades de las personas; por eso al médico le han cambiado sus obligaciones profesionales; ahora le exigen que dedique más tiempo a las funciones de administrador de los servicios de salud que a las de diagnosticar y curar a sus pacientes. Además, les remuneran tan mal su trabajo, que con el tiempo, los jóvenes no van a tener interés en ser médicos.

La posición de la Iglesia sobre la primacía de la persona sobre la economía es muy clara. Ha sido contundente la afirmación de los Papas, de que la economía debe estar al servicio del hombre y no el hombre al servicio de la economía. Estos asuntos del enfoque de la economía y de la política, desde la perspectiva de la Doctrina Social de la Iglesia, para ser tratados en profundidad, necesitan mucho más tiempo que el que le podemos dedicar ahora. Ya llegará su momento. El Compendio dedica la segunda parte a estos temas: el capítulo VII a la Vida Económica y el VIII a la Comunidad Política, de manera que a los interesados en estudiar estos temas en este momento, les sugiero utilicen el Compendio de la D.S.I. desde el N° 323 en adelante.

En este momento en que estudiamos por qué la Iglesia tiene el derecho y el deber de ofrecer su Doctrina Social, lo más importante es que nos quede claro que, cuando la Iglesia trata sobre temas de economía y de política, lo hace desde la perspectiva del Evangelio, por su obligación de contribuir a la construcción del Reino de Dios. Eso es, sencillamente, colaborar en que el mundo se rija por lo que Dios quiere que el mundo sea para el hombre: un reino de amor, de justicia y de paz, como nos los enseña el Evangelio.

En nuestra sociedad se entrelazan fenómenos económicos, políticos y religiosos

En la reflexión pasada dedicamos unos minutos a las palabras de Benedicto XVI en su discurso inaugural en Aparecida,[1] como ejemplo del enfoque de la Iglesia sobre la realidad por la que atraviesa nuestra sociedad.El Santo Padre presentó allí la realidad de nuestros pueblos de América Latina y del Caribe; nos hizo caer en la cuenta de que en nuestra realidad se entrelazan fenómenos políticos, económicos y religiosos; fenómenos económicos como la globalización, que aunque en ciertos aspectos positivos es un logro de la aspiración de la familia humana a la unidad, comporta riesgos como el de convertir el lucro en valor supremo, y dejó claro – el Papa – que la globalización, como todos los campos de la actividad humana, debe regirse también por la ética y ponerse al servicio de la persona humana.

Sobre los fenómenos políticos, mencionó el Papa la aparición en nuestros pueblos, de formas de gobierno autoritarias o sujetas a ideologías que no corresponden con la visión cristiana del hombre, y de nuevo, sobre los fenómenos políticos y económicos, se refirió a la economía neoliberal, en la cual no se tiene en cuenta la equidad, como se puede ver por la creciente pobreza en algunos sectores de nuestra sociedad.

Eso sobre los fenómenos económicos y políticos. Como uno de los fenómenos que conforman la realidad de nuestros pueblos es el fenómeno religioso, ¿qué dijo el Santo Padre sobre el fenómeno religioso en nuestra sociedad? Después de reconocer la notable madurez en la fe de muchos laicos y laicas activos y entregados al Señor, y la presencia de nuevos movimientos eclesiales, Benedicto XVI no dudó en llamar la atención sobre lo que llamó  un cierto debilitamiento de la vida cristiana en el conjunto de la sociedad y de la propia pertenencia a la Iglesia católica debido al secularismo, al hedonismo, al indiferentismo y al proselitismo de numerosas sectas, de religiones animistas[2] y de nuevas expresiones seudorreligiosas.

Si tomamos el documento conclusivo de Aparecida, veremos que nuestros obispos estudiaron la realidad de América Latina y el Caribe, confrontaron esa realidad con lo que debería ser de acuerdo con el Evangelio y propusieron las acciones necesarias para que nuestro continente viva de acuerdo con el proyecto de Dios. Esos temas, que el Santo Padre había señalado en su discurso de inauguración de Aparecida, los estudiaron nuestros obispos y los tratan en su documento final, recorriendo los tres pasos: VER-JUZGAR-ACTUAR.

Nuestra realidad afectada por el pecado original

Como nos había enseñado ya el Compendio en el N° 49, el proyecto de Dios para el mundo es instaurar en él su Reino. No es una labor fácil, porque la realidad de nuestro mundo está, de modo innegable, afectada por el pecado original. Vivimos ahora una experiencia fatigosa, dolorosa, de cruz.

Jesús pasó por la pasión y la muerte y resucitó. Allí está nuestro modelo: tenemos que poner nuestra parte, nuestro pedazo de pasión, que es la que falta a la pasión de Cristo, y esto es aporte nuestro a la instauración del Reino de Dios. Los enfermos, los que padecen injusticia, los que vivimos cualquiera de la experiencias dolorosas de esta realidad imperfecta, podemos estar así colaborando en la construcción del Reino, pero con la esperanza de que también un día resucitaremos y viviremos con Cristo en su gloria.[3]

Un esperanza que justifica el esfuerzo del camino

Esta perspectiva llena de esperanza no la podemos perder. Por eso es oportuno referirnos en este momento a la segunda encíclica de Benedicto XVI, que tiene como título En la esperanza fuimos salvados (SPE SALVI facti sumus):

Según la fe cristiana, la «redención», la salvación, no es simplemente una noticia sobre un suceso. Se nos ofrece la salvación en el sentido de que se nos ha dado esperanza, una esperanza en la que se puede confiar, gracias a la cual podemos hacer frente a nuestro presente: el presente, aunque sea un presente fatigoso, se puede vivir y aceptar si lleva hacia una meta, si podemos estar seguros de esta meta y si esta meta es tan sublime que justifique el esfuerzo del camino.[4]

Los marxistas leninistas acusaban a la religión de ser el opio del pueblo. Según ellos, la religión adormece a la gente, para que no luche por la revolución, con la excusa de una vida futura, donde encontrará la felicidad. Es un enfoque pesimista, muy de acuerdo con el ateísmo. ¿El ateo qué esperanza puede tener si no logra ser feliz en la tierra? A los cristianos, la fe NO nos insta a que no luchemos por un mundo de justicia, al contrario, nos deja clara nuestra responsabilidad de colaborar en la construcción del Reino que se debe ir perfeccionando y se consumará al final de los tiempos. Tenemos una clara tarea mientras vivamos en la tierra y tratamos de cumplirla, llenos también de esperanza en la vida futura. Por eso la vida del cristiano es alegre, no es amargada ni desesperada. Los ateos en cambio, no tienen esperanza más allá de la muerte. Su esperanza después de la muerte, es el vacío, es la nada.

El Evangelio: comunicación que produce hechos y transforma la vida

A este propósito también es oportuno leer estas palabras de la misma encíclica En la esperanza fuimos salvados (Spe salvi), en el N° 2. Cita allí el Santo Padre la primera carta de San Pablo a los Tesalonicenses 4,13, donde les dice: «No os aflijáis como los hombres sin esperanza »y luego continúa:

En este caso aparece también como elemento distintivo de los cristianos el hecho de que ellos tienen un futuro: no es que conozcan los pormenores de lo que les espera, pero saben que su vida, en conjunto, no acaba en el vacío. Sólo cuando el futuro es cierto como realidad positiva, se hace llevadero también el presente. De este modo, podemos decir ahora: el cristianismo no es solamente una « buena noticia », una comunicación de una información hasta entonces desconocida. En nuestro lenguaje de hoy podemos decir que el mensaje cristiano no es sólo «informativo», sino «performativo». Eso significa que el Evangelio no es solamente una comunicación de cosas que se pueden saber, sino una comunicación que comporta hechos y cambia la vida. La puerta oscura del tiempo, del futuro, ha sido abierta. Quien tiene esperanza vive de otra manera porque se le ha dado una vida nueva.[5]

Nos dice el Papa que el Evangelio no es simplemente una comunicación de asuntos interesantes que valen la pena conocer, sino una comunicación que produce hechos y transforma la vida (Evangelium non est tantum communicatio rerum quae sciri valent, sed communicatio quae actus edit vitamque transformat).[6] Nos tenemos que convencer de que el Evangelio no lleva a la pasividad, sino a la acción por el Reino.

En la instauración del Reino de Dios ocupa un lugar esencial la renovación, la transformación de las relaciones sociales. En el N° 54 del Compendio, aprendimos que la ley del mandamiento del amor está llamada a convertirse en medida y regla última de todas las dinámicas conforme a las cuales se desarrollan las relaciones humanas.[7]

El Reino: el proyecto de Dios

Decíamos más arriba que el proyecto de Dios para el mundo es instaurar en él su Reino; que nosotros tenemos como tarea colaborar en la construcción del Reino, lo cual no es una labor fácil, porque la realidad de nuestro mundo está, de modo innegable, afectada por el pecado. No es necesario repetir que el Reino de Dios es un Reino de paz, de justicia, de amor. No se trata de establecer un Reino como los de este mundo, que hemos conocido en la historia. Construir el Reino según el proyecto de Dios no es fácil. Este Reino tiene muchos opositores.

Somos conscientes de que vivimos ahora una experiencia fatigosa, dolorosa, de cruz. El camino para que llegue el Reino nos lo mostró Jesús: Él pasó por la pasión y la muerte y resucitó. Allí está nuestro modelo: tenemos que poner nuestra parte, que es la que faltó a la pasión de Cristo, y recorrer este camino con la esperanza de que, con nuestro aporte, va a llegar el Reino de Dios; que un día viviremos con Él de una manera que ni siquiera nos podemos imaginar. Dice San Pablo en 1 Cor 2,9: como dice la Escritura, anunciamos: lo que ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni al corazón del hombre llegó, lo que Dios preparó para los que le aman.

No es lo mismo ser Maestro que ser científico o ser profesor

A propósito de nuestra misión de ayudar a construir el Reino de Dios, quiero compartir con ustedes una experiencia que tuve ayer, 30 de enero de 2008, que me hizo dar gracias a Dios porque existe gente maravillosa, entre tanta mediocridad como parece que reinara en el mundo. No todo es mediocridad, ni maldad; hay personas extraordinarias.

Asistí ayer a las exequias del doctor Alfredo Rubiano Caballero, en el campus de la Universidad Nacional de Colombia. La capilla de la universidad fue insuficiente para recibir a la multitud. Era una multitud de quienes fueron sus alumnos y colegas. El doctor Rubiano fue director del Departamento de Morfología, de la Facultad de Medicina. Trabajó por más de 40 años en ese Departamento, donde se palpa lo que somos biológicamente. Su campo era la histología. Conocía por eso, hasta lo más pequeño de nuestros tejidos orgánicos, sólo visible a través del microscopio. El doctor Rubiano fue un gran científico, un gran profesor y sobre todo un gran Maestro. Eso quiere decir que fue un gran hombre. No todos los científicos se destacan como buenos profesores ni todos los profesores alcanzan la dimensión de lo que es un Maestro. El profesor puede destacarse por su habilidad para comunicar conocimientos. El Maestro enseña además a vivir, por su ejemplo. A imitación del Evangelio, el Maestro no sólo informa, no sólo comunica conocimientos, sino que su modo de vivir produce cambios en sus discípulos.

Los avisos de la universidad, que salieron en la prensa para invitar a sus exequias decían: El Profesor Emérito y Maestro, Doctor Alfredo Rubiano Caballero descansó en la paz del Señor.

La homilía del Capellán de la Universidad fue extraordinaria. Dí gracias a Dios también, porque la Iglesia cuenta con predicadores del Evangelio, que lo hacen con tánta sabiduría y porque saben acompañar en el camino a sus feligreses. No se trató de un elogio del difunto, sino de una explicación sobre cómo las enseñanzas de la Escritura que acabábamos de oír, – San Pablo, el Salmo de David, el Evangelio, – habían sido vividos por un hombre sabio, de profunda fe y practicante de esa fe. Era imposible esa homilía sin haber estado muy cerca del personaje.

Un médico constructor del Reino de Dios

Alfredo Rubiano, el Maestro, fue un obrero del Reino: con su sabiduría, que supo comunicar a muchas generaciones de médicos, contribuyó al avance de la ciencia, a formar médicos conocedores de su disciplina, y con su ejemplo los orientó para que fueran responsables y humanos. Eso es colaborar en el desarrollo del Reino de Dios. Y no trabajó en un ambiente fácil.

El celebrante de la Eucaristía nos hizo notar que en el Padre nuestro pedimos: “Venga a nosotros tu Reino, hágase tu Voluntad así en la tierra como en el cielo.” Pedimos que venga el Reino, no sólo que nosotros vayamos a su Reino, al final de nuestra vida. Para que venga el Reino ahora, se necesita, claro, la gracia de Dios, y se necesita también nuestra colaboración. Así lo quiso Dios. Y pedimos que se haga Su Voluntad, la Voluntad de Dios, no la nuestra. La Voluntad de Dios, su proyecto para el hombre, es que viva en un mundo de justicia, de amor y de paz. Si hacemos un examen de conciencia sobre nuestra colaboración para que nuestro mundo, el pequeño mundo en que vivimos, esté de acuerdo con lo que Dios quiere, ¿cómo nos iría? hacemos lo que Él quiere, ¿o nuestra vida es ante todo complacer nuestros deseos?

El ser humano: biología y biografía

Comentaba el Capellán de la Universidad nacional, que en algún estudio sobre la vida y la muerte, que habían llevado a cabo varios profesores con el doctor Rubiano, en el cual pudieron responder muchas preguntas, pero otras tantas se quedaron sin responder, habían concluido, entre otras cosas, que el hombre es biología y biografía. Yo pensaba: la biología del doctor Rubiano termina por ahora en cenizas, luego de la cremación. ¿Qué pasará con esa biología cuando resucite con Cristo?, no lo sabemos; es parte del misterio; pero su biografía quedó para siempre entre los que tuvieron el privilegio de estar a su lado, y continúa, porque sigue vivo en la eternidad.

Decíamos hace un momento, que colaborar en la construcción del Reino,no es una labor fácil, porque la realidad de nuestro mundo está, de modo innegable, afectada por el pecado, y que somos conscientes todos, de que vivimos ahora una experiencia fatigosa, dolorosa, de cruz. Añadíamos que el camino para que llegue el Reino nos lo mostró Jesús: Él pasó por la pasión y la muerte y resucitó; y decíamos que tenemos que poner nuestra parte, que es la que faltó a la pasión de Cristo, y recorrer este camino con la esperanza de que, con nuestro aporte, va a llegar el Reino de Dios; y que un día viviremos con Él de una manera tan maravillosa, que ni siquiera nos podemos imaginar.

El doctor Rubiano murió luego de un cáncer doloroso. Pasó por el dolor y la muerte, con profunda fe. Se despidió de sus amigos con sencillez, porque para él, – nos lo dijo el Capellán, – la muerte no tenía por qué ser algo furtivo, no tiene uno por qué irse “a hurtadillas”. Amante de la música y de la literatura, una de las obras favoritas del doctor Rubiano era la Pasión según San Mateo, de Bach y aquel soneto de autor desconocido, que algunos atribuyen, entre otros, a Santa Teresa y a San Juan de la Cruz:

No me mueve, mi Dios, para quererte
el cielo que me tienes prometido,
ni me mueve el infierno tan temido
para dejar por eso de ofenderte.

Tú me mueves, Señor, muéveme el verte
clavado en una cruz y escarnecido,
muéveme ver tu cuerpo tan herido,
muévenme tus afrentas y tu muerte.

Muéveme, en fin, tu amor, y en tal manera,
que aunque no hubiera cielo, yo te amara,
y aunque no hubiera infierno, te temiera.

No me tienes que dar porque te quiera,
pues aunque lo que espero no esperara,
lo mismo que te quiero te quisiera.

 


 

[1] Las citas sobre este discurso de Benedicto XVI en Aparecida se encuentran en la reflexión anterior, del 24 de enero, 2008.

[2]Animismo: Del latín anima, “alma”, “espíritu”. El término fue ampliamente utilizado antaño para designar la creencia, frecuente en pueblos menos desarrollados, de que ciertas plantas y objetos materiales están dotados de espíritu o alma. Diccionario abreviado de teología, por Gerald O’Collins, S.J. y Edgard G. Farrugia, S.J., Editorial Verbo Divino, 2002


3] Son motivo de reflexión las palabras de San Pablo en Col 1,24: Ahora me alegro por los padecimientos que soporto por vosotros, y completo en mi carne lo que falta a las tribulaciones de Cristo, en favor de su Cuerpo, que es la Iglesia- Se puede uno preguntar cómo pudo faltar algo a la pasión de Cristo, pues como vemos en Jn 19, 30, Jesús, antes de expirar dijo: «Todo está cumplido.» E inclinando la cabeza entregó el espíritu.La parte de Dios se cumplió a cabalidad, con abundancia, pero falta nuestra parte, nuestra unión al sacrificio de Cristo. Que esa es la Voluntad de Dios nos la explica San Agustín con su frase: Dios que te creó a ti sin ti no te salvará a ti sin ti (Sermón 169, 11,13).

[4] Benedicto XVI, Spe salvi, 1 No me he ceñido a la traducción al español de la página del Vaticano, porque no la considero excelente. La versiónen español del Vaticano está en cursiva.

[5] Me he tomado la libertad de cambiar levemente la traducción al español porque la que aparece en la página web del Vaticano no me deja satisfecho.

[6] Tomado de la versión latina del Vaticano: http://www.vatican.va/holy_father/benedict_xvi/encyclicals/documents/hf_ben-xvi_enc_20071130_spe-salvi_lt.html

[7] Véase la Reflexión 60, del 7 de junio, 2007