REFLEXIÓN 90 Marzo 6 2008

Compendio de la D.S.I. Repaso  Capítulo II

 

La Iglesia, morada de Dios con los hombres

Estamos estudiando el capítulo segundo del Compendio de la D.S.I. que trata sobre la misión de la Iglesia y la doctrina social. De manera que este capítulo tiene que ver con, si la Doctrina Social que nos presenta la Iglesia  está de acuerdo con el fin para el cual Jesucristo la fundó. Acabamos de estudiar la primera parte del capítulo. Ayudan mucho los repasos porque tenemos la oportunidad de ampliar y aclarar la comprensión de la doctrina. Por eso, demos una mirada panorámica a lo que hemos estudiado ya de este capítulo segundo.

Empieza el capítulo 2° explicándonos la relación que tiene la D.S.I. con la evangelización, porque, como hemos visto, la Iglesia fue fundada para llevar el Evangelio a todos los pueblos; por eso el título de esa parte es  EVANGELIZACIÓN Y DOCTRINA SOCIAL. Para que la doctrina social que nos presente la Iglesia sea genuina, de acuerdo con el fin para el cual Jesucristo la fundó, tiene que estar ligada a la evangelización. Como siempre, el Compendio, nuestro libro guía, empieza a fondo, echando los cimientos. Los cimientos no pueden ser superficiales. Los temas que vimos fueron:

a)                La Iglesia, morada de Dios con los hombres. Ese es el título con el que empieza la introducción a este tema sobre la conexión de la D.S.I. con el Evangelio: La Iglesia es entre los hombres la tienda del encuentro con Dios – la morada de Dios con los hombres, – como el libro del Apocalipsis en el capítulo 21 llama a la Iglesia, la Jerusalén celestial.

Esa figura de La Iglesia, morada, tienda del encuentro con Dios, no se refiere al lugar físico, al templo, que, claro, también es tienda del encuentro con Dios, pues en la Eucaristía encontramos realmente presente al Señor. En el caso del templo, la expresión morada, evoca la Morada que Dios ordenó a Moisés le construyera, como lo podemos leer en el Éxodo en el capítulo 40, y en el capítulo 9 del libro de los Números, donde nos cuentan que la presencia del Señor se manifestaba por una nube que cubría la Morada, la Tienda del Testimonio.

La expresión sobre la Iglesia, tienda de Dios entre los hombres, se toma aquí del libro del Apocalipsis, en el capítulo 21. Es una bella presentación del libro santo sobre la Iglesia, y que nos aclara lo que podemos esperar de ella. Dice San Juan: Y a la ciudad Santa, la nueva Jerusalén, la vi que bajaba del cielo, de parte de Dios, preparada como esposa adornada para su marido. Y oí una voz grande, procedente del trono, que decía: “He aquí la tienda de Dios con los hombres, y plantará su tienda entre ellos, y ellos serán pueblos suyos, y el mismo Dios, que está con ellos, será su Dios. Y enjugará totalmente cualquier lágrima de sus ojos, y la muerte no existirá ya, ni llanto ni alarido ni molestia serán ya. Las cosas anteriores pasaron.”[1]

En el A.T. se hablaba siempre del Pueblo de Dios, de un solo pueblo, el judío, el pueblo escogido. En cambio, nos habla aquí la Sagrada Escritura, – en el N.T., – de pueblos. Nos dice que Dios plantará su tienda entre los hombres, y ellos serán pueblos suyos.  Se habla ya de todos los pueblos, porque en la Nueva Alianza participan de todas las tribus, lenguas, razas y naciones.

Estos pueblos se encuentran en la Iglesia, que es la tienda, la morada de Dios. Por cierto cuando vemos las multitudes que acuden de todas las naciones a la Plaza de San Pedro, a escuchar la voz del sucesor de Pedro, vemos que se realiza de manera viva, que podemos ver con nuestros ojos, que allí en ese punto de encuentro de los pueblos de Dios, la Iglesia les comunica la alegre noticia del Reino de Dios, la gran esperanza que activa y sostiene todo proyecto de auténtica liberación y promoción humana, que es lo que la Iglesia debe hacer.  Con palabras tan bellas como las destacadas en negrilla, el Compendio nos hace comprender que como miembros de la Iglesia somos parte activa en la construcción del Reino; que con nuestro trabajo contribuimos a la realización del proyecto ideado por Dios para el hombre; un proyecto que conduce a la auténtica liberación y promoción humana. 

El proyecto de Dios para el hombre no es sólo para la vida futura

El proyecto de Dios para el hombre no es sólo para la vida futura; hay que empezar a hacerlo realidad acá, en este mundo. No podemos desentendernos de nuestro papel como obreros del Reino. Para que no pensemos que el proyecto de Dios no tiene nada que ver con nuestra vida en la tierra, para que comprendamos que el Reino de Dios no se refiere sólo a la vida después de la muerte, sino también a nuestra vida terrena, en palabras textuales, dice el Compendio en el N° 60, que La iglesia es servidora de la salvación, no en abstracto o en sentido meramente espiritual, sino en el contexto de la historia y del mundo en que vive. Y cita allí la Gaudium et spes, en el N° 40, que nos explica claramente así este pensamiento sobre la relación entre la Iglesia y el mundo:

Recuerda primero que la Iglesia tiene una finalidad escatológica y de salvación, que sólo en el mundo futuro podrá alcanzar plenamente. Sólo de paso, recordemos que al decir que la Iglesia tiene  una finalidad escatológica se refiere que su finalidad es conducirnos al Reino de Dios final, que se consumará, se realizará plenamente al final de los tiempos. Por eso añade que esa finalidad escatológica  sólo en el mundo futuro podrá alcanzar plenamente. Después de esta aclaración sigue el Compendio  diciendo que esta Iglesia

Está presente ya aquí en la tierra, formada por hombres, es decir, por miembros de la ciudad terrena que tienen la vocación de formar en la propia historia del género humano la familia de los hijos de Dios (…). Unida ciertamente por razones de los bienes eternos y enriquecida por ellos, esta familia ha sido “constituida y organizada por Cristo como sociedad en este mundo” y está dotada de “los medios adecuados propios de una unión visible y social”. De esta forma, la Iglesia, “entidad social visible y comunidad espiritual”, avanza juntamente con toda la humanidad, experimenta la suerte terrena del mundo, y su razón de ser es actuar como fermento y como alma de la sociedad, que debe renovarse en Cristo y transformarse en familia de Dios.

Nuestra misión: formar en la historia la familia de los hijos de Dios. Una sociedad que se transforme en familia de Dios

Es muy importante que tengamos presente que somos  ciudadanos de una ciudad terrena y que tenemos la vocación de formar en la historia, es decir, en esta vida, la familia de los hijos de Dios. Esta familia de los hijos de Dios, nos enseña el Concilio, ha sido “constituida y organizada por Cristo como sociedad en este mundo”. La razón de ser de la Iglesia es actuar como fermento y como alma de la sociedad, que debe renovarse en Cristo y transformarse en familia de Dios. El papel de la Iglesia, – por lo tanto nuestro papel, – es entonces, actuar como fermento  y como alma de la sociedad. ¿Cómo actúa el fermento, cómo funciona el alma? ¿Se parece a ese actuar, a ese funcionamiento, nuestro actuar, nuestro funcionamiento en la sociedad? ¿Será que nosotros individualmente, que nuestra familia, nuestra comunidad, actúan como fermento, como alma de la sociedad, de manera que contribuyamos a que nuestra sociedad se vaya transformando en familia de los hijos de Dios? Es la angustia de los que somos padres de familia. Tenemos nuestra responsabilidad individual y además, la de la formación de nuestros hijos, como miembros de la familia de los hijos de Dios. Y con frecuencia nos sentimos sobrepasados por la avalancha que amenaza con llevarse todos los principios y valores cristianos con que tratamos de vivir en nuestras familias. 

El Vaticano II en la Gaudium et spes nos previene sobre nuestro estado de fragilidad. Nos pide que seamos fermento, que la Iglesia sea fermento y alma de la sociedad, pero nos aclara que vivimos en un mundo perturbado por el pecado. Dice así:

Esta compenetración de la ciudad terrena y de la ciudad eterna sólo puede percibirse por la fe; más aún, es un misterio permanente de la historia humana que se ve perturbado por el pecado hasta la plena revelación de la claridad de los hijos de Dios. Al buscar su propio fin de salvación, la Iglesia no sólo comunica la vida divina al hombre, sino que además difunde sobre el universo mundo, en cierto modo, el reflejo de su luz, sobre todo curando y elevando la dignidad de la persona, consolidando la firmeza de la sociedad y dotando a la actividad diaria de la humanidad de un sentido y de una significación mucho más profundos. Cree la Iglesia que de esta manera, por medio de sus hijos y por medio de su entera comunidad, puede ofrecer gran ayuda para dar un sentido más humano al hombre a su historia.

Respuestas, prontas respuestas

A veces nos preguntamos por qué Dios permite ciertas cosas. Cuando una madre pide la conversión de un hijo, por ejemplo, quisiera que se obrara el milagro, en el tiempo que ella considera que es el justo, cuando considera que ya ha orado lo suficiente. Queremos respuestas, y prontas respuestas.  Nos enseñan aquí que hay un misterio permanente en la historia humana, perturbada por el pecado. Los seres humanos somos libres; Dios nos puede estar haciendo persistentes llamadas, permanentes llamadas, de diversas maneras. Y nosotros podemos cerrar los ojos y cerrar los oídos y no querer ni oír ni ver las señales. Por eso hay que orar sin desfallecer. Y la Iglesia está allí en nuestra ayuda. Veamos:

Con palabras de la Constitución pastoral Gaudium et spes, el Compendio nos recuerda que Los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo.

Ser manos y voz de la Iglesia

La Iglesia quiere compartir los gozos y las esperanzas, y también las tristezas y las angustias de todos los hombres, y especialmente esos sentimientos: gozos, esperanzas, tristezas y angustias en los pobres y en los que sufren. Ahora que, después de Aparecida, estamos siendo más conscientes de que somos discípulos de Cristo, que tenemos la misión de llevar la Buena Noticia al mundo; cuando reafirmamos que somos Iglesia, nuestra actitud y nuestro comportamiento con los pobres y con los que sufren, tienen que ser estos:  sentir como propios los gozos y los sufrimientos de nuestros hermanos. La Iglesia se hace visible a través de sus miembros: cuando extendemos nuestras manos hacia los pobres somos manos de la Iglesia, cuando consolamos o hablamos de Dios somos voz de Dios, como miembros de su Iglesia. Todo lo verdaderamente humano, debe encontrar eco en nuestro corazón. Como discípulos de Cristo, como Iglesia, no podemos ser indiferentes con los pobres y los que sufren.

Como algo práctico, en esta Cuaresma no olvidemos la campaña del Pan Compartido en sus diversas modalidades. En cada parroquia se suele organizar de modo distinto. No olvidemos compartir lo que tenemos con los que tienen menos que nosotros.

La D.S.I. no se puede desviar y convertirse en política, en ideología

Recordamos ya que empieza el capítulo 2° explicándonos la relación que tiene la D.S.I. con la evangelización, porque la Iglesia fue fundada para llevar el Evangelio a todos los pueblos, de manera que para que la doctrina social que nos presente la Iglesia sea genuina, es decir, de acuerdo con el fin para el cual Jesucristo la fundó, tiene que estar ligada a la evangelización. Como siempre, el Compendio, nuestro libro guía, empieza a fondo, echando los cimientos. Los cimientos no pueden ser superficiales.

Como vimos, el primer tema tratado en este capítulo II fue el de la Iglesia morada de Dios con los hombres. Todos los pueblos se reúnen bajo la tienda de la Iglesia, donde encuentran la palabra de Dios, la Iglesia les comunica la alegre noticia del Reino de Dios, la gran esperanza que activa y sostiene todo proyecto de auténtica liberación y promoción humana.  El hombre no está solo en su esfuerzo por humanizar el mundo: cuenta con el amor redentor de Cristo, a través de su Iglesia.

Único e irrepetible en su individualidad, abierto a la relación con los demás

En el siguiente paso, el Compendio  nos enseña que la persona humana, que busca su promoción, su liberación y perfección es un ser que vive en relación con otros. En palabras textuales del Compendio: Único e irrepetible en su individualidad, todo hombre es un ser abierto a la relación con los demás en la sociedad.

A este respecto, vale la pena que volvamos a las reflexiones que hacíamos ya hace meses sobre este punto.[2] Decíamos que cada uno de nosotros es un individuo único e irrepetible; pero que Dios nos creó, al mismo tiempo, abiertos a la relación con los demás en la sociedad. Nosotros no fuimos creados como seres solitarios. Existimos unidos en una red de relaciones; enlazados con la naturaleza, con las demás personas, y nada menos que con Dios. Unidos para formar una comunidad, garantía del bien personal, familiar, social.

Proponíamos entonces un ejercicio: si en una hoja de papel nos señalamos en el medio, con un pequeño círculo, por ejemplo, y trazamos las líneas que nos unen con los círculos que representen a las personas con quienes estemos relacionados en alguna forma, quizás quedemos admirados de lo compleja que se va volviendo nuestra red, por la multitud de variadas conexiones. Algunas de esas líneas se salen, primero de nuestra familia, de nuestro lugar de trabajo y de vida, y luego de nuestra ciudad, de nuestro país, para encontrar unas relaciones distantes físicamente, pero cercanas por los intereses, por los ideales, por el afecto. Y tenemos que dar gracias a Dios, porque algunas de esas líneas se salen del espacio físico, y trascienden a la eternidad para unirse con nuestros seres queridos, que nos antecedieron y nos esperan en la sociedad de los santos. Son enlaces espirituales que no necesitan corriente eléctrica ni comunicación por internet. Por esos enlaces debemos dar gracias a Dios.

Los hilos rotos que esperan restauración

También podemos encontrar enlaces retorcidos o rotos; líneas que alguna vez se unían en la red y ahora parecen colgar, sin encontrar dónde atarse. Quizás allí podemos sentir remordimiento o tristeza o desencanto. Por esas relaciones rotas o maltrechas, podemos orar para pedir perdón y ayuda para volver a hacer los caminos de unión. No es siempre fácil remendar esas redes sin que queden huellas. Por eso es mejor darles mantenimiento para que no se rompan.

En esa red de relaciones de todos, aparece la Iglesia, que las cubre con sus brazos de Madre, con su tienda, que la convierte en morada de Dios entre los hombres. La Iglesia está allí para mostrarnos el camino que debemos seguir en nuestras relaciones con los demás. Es allí donde aparece la D.S.I., fundada en el Evangelio.

Cabe aquí la reflexión que hacíamos sobre la D.S.I. como parte de la misión evangelizadora de la Iglesia. En la introducción a la encíclica Sollicitudo rei socialis, publicada en la obra Grandes Mensajes, de la BAC,  nos explican lo que para Juan Pablo II es la D.S.I. con estas palabras:

 Se trata de una doctrina que debe orientar la conducta de las personas, y tiene como consecuencia el « compromiso» por la justicia, según la función, vocación y circunstancia de cada uno. Al ejercicio del ministerio de la evangelización, en el campo social, que es un aspecto de la función profética de la Iglesia, pertenece también la denuncia de los males y de las injusticias.[3]  Recordemos que la misión del profeta es anunciar y también denunciar.

Es bueno tener siempre presente que si debemos realizar el papel del sembrador de la buena semilla y el trabajo silencioso de la levadura, lo debemos complementar, según la vocación y circunstancias de cada uno, con la denuncia, con el hablar claro y en voz alta.

Poner la sociedad a tono con el Evangelio

El título del segundo tema que vimos ya en el capítulo segundo es:  b) Fecundar y fermentar la sociedad con el Evangelio. Después del repaso de hoy es fácil comprender este papel de fecundar y fomentar la sociedad con el Evangelio.

Con su enseñanza social, la Iglesia quiere anunciar y actualizar el Evangelio en la compleja red de las relaciones sociales.

Nos dice la Iglesia que  con su enseñanza social quiere anunciar el Evangelio y actualizarlo en la complicada red de las relaciones sociales. Las relaciones sociales se tienen que actualizar con el Evangelio, ponerse a tono con Él. Y también nos dice la Iglesia que hay que actualizar la presentación del Evangelio, hay que presentarlo de modo adecuado.

Nos dice la Iglesia que, en las dificultades que se presentan en las relaciones entre la gente, en la sociedad, el Evangelio tiene qué decir, hoy y siempre, por eso hay que anunciarlo, hacerlo conocer. La sociedad desconoce las soluciones completas, integrales de sus problemas, si desconoce lo que tiene que decir sobre ellos el Evangelio.

A veces fallamos en el cómo dar a  conocer la Palabra del Señor. Es una falla humana muy común. Aparecida nos invitó a reflexionar sobre la necesidad de conversión de la pastoral. No podemos dar por cierto que como lo estamos haciendo está bien y punto. No debemos temer examinar nuestro modo de llevar el Evangelio. Quizás hay otros que nos pueden enriquecer en cómo llegar mejor a la gente, cómo hacer comunidad, en cómo, no sólo mantener a los que ya están dentro, sino cómo llegar a los jóvenes, a los que están en la duda, a los que están lejos. Cuando, en el proceso de formar comunidades se presentan tropiezos, nos preguntamos qué pasa con los demás; no nos preguntamos qué pasa con nosotros; si no seremos parte del problema…

Es muy importante nuestra parte en la evangelización, para conseguir que nuestra sociedad se vaya transformando en la familia de Dios. Tenemos que examinar cómo realizamos nuestro papel,  porque  no es el Evangelio el que está guiando a nuestra sociedad, y eso lo vemos, porque no hay coherencia entre fe y vida; los Discípulos Misioneros tenemos que comprender los cambios en nuestra época. Nos quedamos quizás en la frase que dice que no estamos en una época de cambio sino en un cambio de época, sin ir más allá; es decir sin dar el paso siguiente y preguntarnos: entonces, ¿qué debemos hacer? ¿qué estoy dispuesto a hacer? ¿en qué debo cambiar yo? Decía el obispo Roberto Ospina que el testimonio que damos no es suficientemente claro. Que es necesario que tengamos sensibilidad ante lo que el hombre de hoy vive. Todo eso es anunciar y actualizar el Evangelio en la compleja red de las relaciones sociales



[1] Ap 21, 2-4, traducción de Sebastián Bartina, S.J., Sagrada Escritura BAC 214

[2] Ver Reflexión 73 de octubre 11, 2007

[3] Cf introducción a la encíclica en “11 Grandes Mensajes”, BAC Minor, 2, Pg. 639