REFLEXIÓN 89 Febrero 28 2008

Compendio de la D.S.I. N° 71

 

La Iglesia no puede dejar de predicar la Doctrina Social. Si dejara de hacerlo negaría su propia identidad

Hemos dedicado ya bastante espacio a reflexionar sobre el derecho y el deber de la Iglesia de presentar su propia Doctrina Social. Hoy, Dios mediante, terminaremos este tema con el estudio del N° 71 del Compendio. Leámoslo:

71 Este derecho es al mismo tiempo un deber, porque la Iglesia no puede renunciar a él sin negarse a sí misma y su fidelidad a Cristo: « ¡Ay de mí si no predicara el Evangelio! » (1 Co 9,16). La amonestación que San Pablo se dirige a sí mismo resuena en la conciencia de la Iglesia / como un llamado a recorrer todas las vías de la evangelización; no sólo aquellas que atañen a las conciencias individuales, sino también aquellas que se refieren a las instituciones públicas: por un lado / no se debe « reducir erróneamente el hecho religioso / a la esfera meramente privada »,[1] por otro lado no se puede orientar el mensaje cristiano hacia una salvación puramente ultraterrena, incapaz de iluminar su presencia en la tierra.[2]

Por la relevancia pública del Evangelio y de la fe y por los efectos perversos de la injusticia, es decir del pecado, la Iglesia no puede permanecer indiferente ante las vicisitudes sociales:[3]

« es tarea de la Iglesia anunciar siempre y en todas partes / los principios morales acerca del orden social, así como pronunciar un juicio sobre cualquier realidad humana, en cuanto lo exijan los derechos fundamentales de la persona o la salvación de las almas ».[4]

De manera que la Iglesia no puede dejar de predicar la Doctrina Social, porque si dejara de hacerlo, se estaría negando a sí misma y no sería fiel a Cristo. Es decir que la Iglesia negaría su propia identidad, su razón de ser, porque Jesucristo la fundó para llevar el Evangelio a todas las naciones, y la Doctrina Social de la Iglesia se fundamenta en las enseñanzas del Señor sobre cómo debe ser nuestra vida en relación con los demás. Cuando se enseña la auténtica doctrina social de la Iglesia, se cumple el encargo del Señor de enseñar el Evangelio en una materia tan importante como es nuestra relación con el prójimo, conectada directamente con el mandamiento nuevo, en el que, en palabras de San Pablo, la ley alcanza su plenitud. Pues toda la ley alcanza su plenitud en este solo precepto: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. (Gal 5,14)

EVANGELIZACIÓN DE LAS INSTITUCIONES PÚBLICAS

Si leemos con cuidado este número 71, podremos ver que se nos aclara la posición que debemos asumir frente a la Evangelización: la misión de la Iglesia, de evangelizar, se refiere no sólo a llevar el Evangelio a las personas individuales, para que cada uno lo viva en su vida privada, sino que se trata de llevar el Evangelio a la sociedad, a las instituciones públicas. Leamos de nuevo esas palabras. Nos dice la Iglesia que

La amonestación que San Pablo se dirige a sí mismo, « ¡Ay de mí si no predicara el Evangelio! » (1 Co 9,16) resuena en la conciencia de la Iglesia como un llamado a recorrer todas las vías de la evangelización; no sólo aquellas que atañen a las conciencias individuales, sino también aquellas que se refieren a las instituciones públicas (…) no se debe « reducir erróneamente el hecho religioso / a la esfera meramente privada. »

En nuestro estudio hemos recorrido ya, en cierta forma, estas ideas. Es que el Compendio sigue la metodología que encontramos también en documentos como el de Aparecida; se va ahondando progresivamente en la verdad desde distintos ángulos, para poderla cubrir de manera integral. Así, cuando estudiamos el N° 20 [5] del Compendio vimos que la D.S.I. es la reflexión que, a través del tiempo, ha ido haciendo la Iglesia sobre lo que nos enseña la Sagrada Escritura acerca del hombre y de su relación con Dios, con sus hermanos y con la naturaleza. Esa reflexión de la Iglesia, sobre la doctrina social que aparece en la Sagrada Escritura, se nos ha ido haciendo explícita en los escritos y predicación de los Padres y doctores de la Iglesia, en los documentos de los Concilios y de los Papas a través de la historia.

Cuando los sabios ateos se convierten en legisladores…

Hoy es indispensable insistir en la necesaria relación del hombre con Dios, no sólo en su vida personal, sino en su vida comunitaria, en su vida social. Debemos insistir en la relación del hombre con Dios, – es decir en el hecho religioso, – sin limitarnos únicamente a la esfera privada, porque Dios tiene que ver también con los hombres como comunidad, como sociedad. La Doctrina Social sin Dios no podría ser Doctrina de la Iglesia. Los sabios de este mundo, llámense filósofos, psicólogos o antropólogos, si no son creyentes, pretenden convencernos de que la única realidad es la material, la de los sentidos, que según ellos es la única que se puede comprobar. Lo demás, para el no creyente, es ilusorio, es un engaño de la Iglesia en busca del poder, en busca del dominio. Y cuando estos sabios del mundo se convierten en legisladores se empeñan, con mucha decisión, en imponer leyes de acuerdo con su visión materialista de la realidad.

Y parecen estar de moda…

Decíamos que hoy es indispensable insistir en la necesaria relación del hombre con Dios. Sí, porque a través de todos los medios se nos bombardea con mensajes permanentes de rechazo de Dios. Lo hacen por los medios de comunicación hablados y escritos, lo mismo que desde la cátedra. Se quiere hacer desaparecer aun la referencia a Dios. Los agnósticos y ateos tienen acceso ilimitado a los medios, a veces parece que estuvieran de moda, y están empeñados en hacer creer que Dios es una ficción, que no hay vida después de la muerte, que la única felicidad posible para el hombre es la de los sentidos, que esa felicidad se puede conseguir en esta vida, y que hay gozarla desde ahora o se desperdicia el tiempo. Las cosas de Dios se presentan con ironía y hasta rabia, como irreales, como inventos innecesarios. Se quiere hacer desaparecer a Dios.

No creen en esas verdades pero les molesta que se hable de ellas

¿Estoy exagerando? No, aunque claro que no siempre esa campaña es abierta. Prefieren el método indirecto, el ridículo a lo religioso, por ejemplo. Eso ha pasado en estos días, a propósito de las enseñanzas de Benedicto XVI sobre el juicio, el purgatorio, el paraíso y el infierno; se han alborotado bastante algunos intelectuales y comunicadores no creyentes. No creen en esas verdades pero les molesta que se hable de ellas.

Ese fue el caso del conocido antropólogo y sociólogo Fabián Sanabria, quien aprovechó la invitación al programa Nuevo Mundo que se transmitió por Radio Caracol en la madrugada del lunes 25 de febrero, para opinar sobre la creencia en el infierno, y se despachó contra la Iglesia, el Papa y los creyentes, con una vehemencia más propia de un político que de un profesor y sin respeto alguno por las ideas de los demás. Se desahogó contra todo lo que le molesta de la Iglesia. A mi manera de ver, un académico, y se supone que él lo es, no puede hablar así. Después de escucharlo por radio, la noche del pasado domingo, comprendí que no valdría la pena escuchar una conferencia suya sobre religión, porque lo dominan ideas preconcebidas, estereotipadas, intransigentes, y con él, si siempre habla como lo hizo esa noche, no es posible el diálogo. Todo lo contrario del Padre Álvaro Duarte, a quien en el mismo programa pidieron por teléfono su opinión. Este sacerdote fue un modelo de prudencia, de respeto y sobre todo de extremada paciencia ante los exabruptos del otro personaje.

Al doctor Sanabria acuden los periodistas con frecuencia para que opine sobre temas de religión. De antemano sabemos ya, que él tiene una visión corta sobre la religión, porque su visión materialista del hombre no le permite comprender que el ser humano tiene una relación cercana con Dios, el ser superior que lo diseñó con amor, que lo creó para que un día, comparta la vida eterna con Él.

Un ser humano espiritualmente minusválido

Los antropólogos que no creen en Dios ni en la eternidad, tienen y presentan la imagen de un ser humano recortado, espiritualmente minusválido, privado de su esencial relación con Dios, un ser humano incompleto, sólo materia, y claro, a ese ser humano con un horizonte tan limitado, lo subestiman, y por eso le presentan ideales pequeños, limitados; para sus dificultades le ofrecen soluciones parciales, fáciles, injustas con el hombre, que es capaz de mucho más, porque es más que sólo materia, destinado a una vida más allá del espacio y del tiempo. ¡Qué pequeño ven al hombre los que desconocen a Dios, y por lo tanto el origen divino del ser humano! Razón tiene Benedicto XVI en su discurso inaugural en Aparecida, cuando dijo que quien excluye a Dios de su horizonte / falsifica el concepto de realidad y, en consecuencia, sólo puede terminar en caminos equivocados y con recetas destructivas, y también cuando dijo que el hombre ya no se conoce a sí mismo, al no cocer a Dios, y destruye la tierra. [6]

Invitado al lugar equivocado

Comentamos en el programa anterior, que en los medios comerciales de comunicación con frecuencia se ignoran, se tergiversan o se ridiculizan las enseñanzas de la Iglesia. Ese fue el caso del profesor Sanabria en el programa nocturno de Radio Caracol que acabo de comentar. Los jóvenes que dirigen ese espacio invitaron al lugar equivocado a un antropólogo que no cree en Dios ni en la eternidad. ¿Por qué digo que lo invitaron al lugar equivocado? Porque lo invitaron a opinar sobre las palabras del Santo Padre acerca del infierno. Si se sabe que ese personaje no cree en Dios ni en la vida después de la muerte, era apenas obvio, se podía anticipar, que atacaría a la Iglesia por exponer estas verdades de la fe, que para él son fábulas. Fue tan irrespetuoso, que se preguntó por qué el Papa no se dedicaba más bien sólo a decir misa, al Cardenal López Trujillo lo mandó al infierno, en el que él no cree, y sus ataques a la Iglesia llegaron hasta el extremo de recomendar a los jóvenes colombianos a enterarse de lo que es la Iglesia, en el irrespetuoso libro de Fernando Vallejo contra nuestra Madre y Maestra, la Iglesia.

El señor Fabián Sanabria probablemente se volverá a presentar de candidato al Congreso, como lo hizo ya. ¿Queremos que nos dirijan personas tan claramente enemigas de la fe? ¿Qué tipo de leyes podríamos esperar de él? Más bien pidamos por él, para que algún día en su vida se encuentre con Dios.

La posibilidad real de un fracaso eterno

El P. Alfonso Llano, en El Tiempo del domingo 24 de febrero, (2008) escribió un artículo titulado ¿Existe el infierno? Es un buen artículo que hace bien leerlo. Voy a leer algunas líneas que nos ayudan en el tema que estamos tratando. Sobre la conveniencia de tener presente en nuestra vida el tema del infierno dice:

La verdad de fondo, que debe tener presente todo ser humano, por si acaso, es que la vida presente está amenazada por la posibilidad real de un fracaso eterno; ella reside en que el ser humano puede disponer libremente de sí mismo / reconociendo a Dios y amando al prójimo, o puede rechazar libremente a Dios y causar daño al prójimo, y por ello, frustrase definitivamente.

Unas líneas más abajo continúa con esta recomendación que cualquiera puede entender:

Si la templanza en el comer es aconsejable / para mantener a distancia los problemas del corazón, tener a distancia las causas de la frustración eterna es saludable / para arreglar las cuentas con Dios y mantener la paz del espíritu.

Explicando lo que Juan Pablo II y Benedicto XVI nos enseñan sobre esta verdad / de la posibilidad de la frustración eterna dice al final el P. Llano:

(…) es aconsejable no dar pábulo a la imaginación ni a las fantasías barrocas de tiempos idos (siguiendo la sana advertencia de Juan Pablo II) y aceptar el llamamiento de Benedicto XVI / a prestar atención a la posibilidad de la frustración eterna. Seamos atentos a la invitación que nos hacen ambos papas a la reflexión y a la conversión.

Sin temor a equivocarnos, tenemos que confesar la doctrina de la seria Voluntad de Dios / en ofrecer la salvación a todos los seres humanos y, a la vez, aceptar la doctrina cierta de la verdadera posibilidad de frustración, no por decisión de Dios sino por la libre elección de la persona.

La semana pasada recordábamos que el infierno es esa frustración definitiva / de perder el encuentro amoroso y eterno con Dios. Tiene que ser un dolor infinito, una desolación que no se conoce en esta vida ni en la más dolorosa depresión.

Y decíamos que hoy es también muy importante hablar de Dios, de la relación del ser humano con Dios, porque en nuestra época, con especial saña se quiere desterrar a Dios de en medio de nosotros.

Volvamos a leer la última parte del N° 71 del Compendio, que estamos estudiando; dice que

no se debe « reducir erróneamente el hecho religioso a la esfera meramente privada »,[7] por otro lado no se puede orientar el mensaje cristiano / hacia una salvación puramente ultraterrena, incapaz de iluminar su presencia en la tierra.[8]

Por la relevancia pública del Evangelio y de la fe / y por los efectos perversos de la injusticia, es decir del pecado, la Iglesia no puede permanecer indiferente / ante las vicisitudes sociales:[9]

« es tarea de la Iglesia anunciar siempre y en todas partes / los principios morales acerca del orden social, así como pronunciar un juicio / sobre cualquier realidad humana, en cuanto lo exijan los derechos fundamentales de la persona / o la salvación de las almas ».[10]

La fe tiene que iluminar nuestra vida terrena

Nuestra fe tiene que iluminar nuestra vida terrena. No hay situaciones de la vida humana en las que la fe no tenga qué decir. Trátese de la ecología, de la destrucción del medio ambiente, del dolor humano o de la injusticia social, el Evangelio tiene la respuesta a los grandes desafíos de la humanidad a través del tiempo. Y tratándose de la cuestión social, como lo dijo León XIII en su encíclica Rerum novarum, y Juan Pablo II cien años después, en su encíclica Centesimus annus, no existe solución fuera del Evangelio. Estas son las palabras de Juan Pablo II:

La «nueva evangelización», de la que el mundo moderno tiene urgente necesidad y sobre la cual he insistido en más de una ocasión, debe incluir entre sus elementos esenciales el anuncio de la doctrina social de la Iglesia, que, como en tiempos de León XIII, sigue siendo idónea para indicar el recto camino / a la hora de dar respuesta a los grandes desafíos de la edad contemporánea, mientras crece el descrédito de las ideologías. Como entonces, hay que repetir que no existe verdadera solución para la «cuestión social» fuera del Evangelio / y que, por otra parte, las «cosas nuevas» pueden hallar en él su propio espacio de verdad / y el debido planteamiento moral.

Liberación que abarque al hombre en todas sus dimensiones

Terminemos con la lectura de unas líneas de la exhortación apostólica Evangelii nuntiandi, de Pablo VI, que nos acaba de explicar el sentido del N° 71 del Compendio. Con esa lectura podemos terminar por hoy. Dice así Pablo VI acerca de la misión de la Iglesia en la liberación del hombre:

—no puede reducirse (la liberación) a la simple y estrecha dimensión económica, política, social o cultural, sino que debe abarcar al hombre entero, en todas sus dimensiones, incluida su apertura al Absoluto, que es Dios;

—va por tanto unida a una cierta concepción del hombre, a una antropología que NO puede nunca sacrificarse a las exigencias de una estrategia cualquiera, de una praxis o de un éxito a corto plazo. (Quien habla de la liberación del hombre, parte de una concepción del hombre, de una antropología en la que tiene o no en cuenta su origen en Dios).

34. Por eso, al predicar la liberación y al asociarse a aquellos que actúan y sufren por ella, la Iglesia no admite el circunscribir su misión al solo terreno religioso, desinteresándose de los problemas temporales del hombre; sino que reafirma la primacía de su vocación espiritual, rechaza la substitución del anuncio del reino / por la proclamación de las liberaciones humanas, y proclama también que su contribución a la liberación / no sería completa si descuidara anunciar la salvación en Jesucristo.

Recordemos que el Evangelio trata de la salvación integral del hombre, con sus problemas temporales y destinado a la eternidad. No se confunden la liberación humana y la salvación en Jesucristo, pero sí van asociadas. Por eso continúa así Pablo VI:

35. La Iglesia asocia, pero no identifica nunca, liberación humana y salvación en Jesucristo, porque sabe por revelación, por experiencia histórica y por reflexión de fe, que no toda noción de liberación es necesariamente coherente y compatible / con una visión evangélica del hombre, de las cosas y de los acontecimientos; que no es suficiente instaurar la liberación, crear el bienestar y el desarrollo para que llegue el reino de Dios.

Es más, la Iglesia está plenamente convencida de que toda liberación temporal, toda liberación política —por más que ésta se esfuerce en encontrar su justificación / en tal o cual página del Antiguo o del Nuevo Testamento; por más que acuda, para sus postulados ideológicos y sus normas de acción, a la autoridad de los datos y conclusiones teológicas; por más que pretenda ser la teología de hoy— lleva dentro de sí misma el germen de su propia negación / y decae del ideal que ella misma se propone, desde el momento en que sus motivaciones profundas / no son las de la justicia en la caridad, la fuerza interior que la mueve no entraña una dimensión verdaderamente espiritual y su objetivo final no es la salvación y la felicidad en Dios.

Cuando llegue el momento, tendremos que tratar el tema de la Teología de la Liberación. Finalmente, el N° 36 de Evangelii nuntiandi dice:

36. La Iglesia considera ciertamente importante y urgente la edificación de estructuras más humanas, más justas, más respetuosas de los derechos de la persona, menos opresivas y menos avasalladoras; pero es consciente de que aun las mejores estructuras, los sistemas más idealizados se convierten pronto en inhumanos / si las inclinaciones inhumanas del hombre no son saneadas / si no hay una conversión de corazón y de mente por parte de quienes viven en esas estructuras o las rigen.



[1] Juan Pablo II, Mensaje al Secretario General de las Naciones Unidas con ocasión del XXX Aniversario de la Declaración Universal de los Derechos Humanos (2 de diciembre de 1978): L’Osservatore Romano, edición española, 24 de diciembre de 1978, p. 13.

 

[2] Cf. Juan Pablo II, Carta enc. Centesimus annus, 5: AAS 83 (1991) 799.

 

[3] Cf. Pablo VI, Exh. ap. Evangelii nuntiandi, 34: AAS 68 (1976) 28.

 

[4] CIC. canon 747, § 2.

 

[5] Véase la Reflexión 6

 

[6] Aparecida , discurso inaugural de Benedicto XVI, 3 y respuesta a un sacerdote de la diócesis de Roma. Véase reflexión anterior.