REFLEXIÓN 86 Febrero 7 2008

Compendio de la D.S.I. N° 70

La Iglesia Madre y Maestra de la verdad

En la reflexión anterior ampliamos el estudio del N° 69 del Compendio de la D.S.I., que trata sobre la Misión de la Iglesia y la Doctrina Social. Ya vamos comprendiendo por qué la Iglesia tiene el derecho y el deber de ofrecernos su propia doctrina social. Sabemos que esa razón no es de índole política ni económica, sino que tiene que ver con la misión esencial de la Iglesia, que es ayudar al hombre en el camino de la salvación. De manera que cuandola Iglesia presenta su doctrina socialno invade competencias ajenas de los sociólogos o de los políticos ni persigue objetivos extraños a su misión, que es anunciar el Evangelio.

Aprendimos que, cuando la Iglesia presenta sus puntos de vista sobre asuntos que tienen que ver con la política o la economía, no lo hace como lo haría un politólogo o un economista; ellos hacen un análisis técnico de esas materias; la Iglesia las analiza y las juzga desde el punto de vista del Evangelio. El papel de la Iglesia es el del profeta que anuncia el Reino y denuncia las incongruencias, en las conductas que se apartan del proyecto de Dios.

Coherencia entre fe y vida

Vamos ahora a avanzar y estudiar el N° 70; se continúa aquí el tema sobre el Derecho y el Deber de la Iglesia, de presentar su propia Doctrina Social, como parte de su misión de llevar el Evangelio a todos los pueblos. Es una oportunidad para comprender también mejor, ahora, por qué la Iglesia nos insiste en la necesidad de la coherencia entre fe y vida en nosotros, los cristianos. Vamos a leer primero el N° 70 completo y luego lo iremos tomando por partes. Dice así el N° 70 del Compendio:

La Iglesia tiene el derecho de ser para el hombre maestra de la verdad de fe; no sólo de la verdad del dogma, sino también de la verdad moral que brota de la misma naturaleza humana y del Evangelio.[1] El anuncio del Evangelio, en efecto, no es sólo para escucharlo, sino también para ponerlo en práctica (cf. Mt 7,24; Lc 6,46-47; Jn 14,21.23-24; St 1,22): la coherencia del comportamiento  manifiesta la adhesión del creyente  y no se circunscribe al ámbito estrictamente eclesial y espiritual, puesto que abarca al hombre en toda su vida y según todas sus responsabilidades. Aunque sean seculares, éstas tienen como sujeto al hombre, es decir, a aquel que Dios llama, mediante la Iglesia, a participar de su don salvífico.

Evangelizar el ámbito social: hacer resonar la palabra liberadora del Evangelio en el complejo mundo en el que el hombre vive

Al don de la salvación, el hombre debe corresponder no sólo con una adhesión parcial, abstracta o de palabra, sino con toda su vida, según todas las relaciones que la connotan, en modo de no abandonar nada a un ámbito profano y mundano, irrelevante o extraño a la salvación. Por esto la doctrina social no es para la Iglesia un privilegio, una digresión, una ventaja o una injerencia: es su derecho a evangelizar el ámbito social, es decir, a hacer resonar la palabra liberadora del Evangelio / en el complejo mundo de la producción, del trabajo, de la empresa, de la finanza, del comercio, de la política, de la jurisprudencia, de la cultura, de las comunicaciones sociales, en el que el hombre vive.

Leamos de nuevo la primera parte de este número; son tres renglones: La Iglesia tiene el derecho de ser para el hombre maestra de la verdad de fe; no sólo de la verdad del dogma, sino también de la verdad moral que brota de la misma naturaleza humana y del Evangelio.

Es este número 70 del Compendio de una absoluta nitidez y de una importancia enorme, para que comprendamos por qué la Iglesia nos presenta su propia Doctrina Social. Empieza por dejar claro que la Iglesia tiene el derecho de ser Maestra de la Fe. La Iglesia es Madre y Maestra. Como recordamos, con estas palabras comenzó Juan XXIII su encíclica Mater et magistra, – Madre y maestra, – en el 70° aniversario de la encíclica social Rerum novarum. Basta leer el N° 1 de la encíclica Mater et magistra / para que comprendamos por qué la Iglesia tiene el derecho de ser para el hombre maestra de la verdad de fe. La madre educa a sus hijos, por derecho y por deber; de manera que la madre tiene que ser maestra.Con estas bellas palabras empieza la encíclica Juan XXIII:

Madre y Maestra de pueblos, la Iglesia católica fue fundada como tal por Jesucristo para que, en el transcurso de los siglos, encontraran su salvación, con la plenitud de una vida más (sic) excelente, todos cuantos habían de entrar en el seno de aquélla y recibir su abrazo. A esta Iglesia, columna y fundamento de la verdad[2] , confió su divino Fundador una doble misión, la de engendrar hijos para sí y la de educarlos y dirigirlos, velando con maternal solicitud por la vida de los individuos y de los pueblos, cuya superior dignidad miró siempre la Iglesia con el máximo respeto y defendió con la mayor vigilancia.

Nuestra Madre la Iglesia

De manera que la Iglesia es Madre porque su Fundador le confió la misión de engendrar hijos y velar con maternal solicitud por su vida, y la Iglesia es Maestra porque le encargó también educar y dirigir a sus hijos. Con razón la llamamos con cariño Nuestra Madre la Iglesia.

Dice a continuación el Compendio en el N° 70, que la Iglesia es maestra de la verdad de fe, y aclara que no sólo es maestra de la verdad del dogma, sino también de la verdad moral que brota de la misma naturaleza humana y del Evangelio.

¿Qué quieren decir estas palabras? Nos dice la Iglesia quees nuestra Maestra tanto de la verdad del dogma como de la verdad moral,que brota de la misma naturaleza humana y del Evangelio. Veamos: según esto, nuestra fe tiene verdades que son verdades del dogma y otras, verdades morales. Ambas son verdades.

Repetimos siempre que la Doctrina Social es parte de nuestra fe, que es doctrina, que no es conocimiento técnico de sociología o de política; ahora estamos comprendiendo bien cuál es entonces la naturaleza de la D.S.I.Empecemos por comprender eso de “la verdad del dogma”.

La palabra dogma

La palabra dogma designa el conjunto o cada una de las verdades reveladas por Dios y proclamadas como tales mediante el infalible magisterio de la Iglesia, lo cual las hace ser, ahora y siempre, de obligada aceptación por todos los fieles. [3] Esta es una explicación corta, sencilla, de lo que significa la palabra dogma. La he tomado de un diccionario de teología, editado por la Editorial Verbo Divino, y preparado por los padres Gerald O’Collins y Edgard G. Farrugia.

Como nos han enseñado, esta clase de doctrina, estos dogmas, no son verdades porque así lo declare una autoridad, sino porque se fundan en la Sagrada Escritura, en la Palabra de Dios revelada y en la Tradición. La Iglesia no presenta como dogma una creencia que no tenga fundamento en la Sagrada Escritura. Como nos enseñaron desde niños, creemos lo que Dios nos ha revelado, porque, tomando estas palabras del Concilio Vaticano I,Dios no puede engañarse ni engañarnos.[4]

Entonces, nos queda claro que la Iglesia es maestra de la verdad del dogma, es decir maestra en cuanto a las verdades reveladas por Dios y proclamadas como tales mediante el infalible magisterio de la Iglesia. La Doctrina Social, como su nombre lo indica, se refiere al comportamiento social, a nuestras relaciones con los demás, que deben ser como nos lo revela la Sagrada Escritura. La Doctrina Social de la Iglesia, no es una rama de la ética filosófica sino de la teología moral.

Sobre cómo deben ser nuestras relaciones con el prójimo, el Evangelio es categórico: nos revela el mandamiento nuevo, el del amor, como el mandamiento que, junto con el amor a Dios, resume toda la Escritura. La Escritura también nos revela la dignidad del hombre, creado a imagen y semejanza de Dios, con todas las implicaciones de respeto a la persona humana que esto significa.

Creo que es suficiente esto sobre la Iglesia, Maestra de la verdad del dogma. ¿Qué sucede con la verdad moral de que nos habla este N° 70 del Compendio?

Muy importante que comprendamos, que hay una verdad en la moral; no podemos inventar a nuestro antojo nuestra verdad personal ni aceptar sólo lo que nos guste. Nos habla el Compendio de la verdad moral que brota de la misma naturaleza humana y del Evangelio.

Moral de mínimos y de máximos

Hay una moral que podríamos llamar secular o civil, que no tiene como fuente el Evangelio; o la moral natural o ética, que es una rama de la filosofía y que estudia los principios para establecer una distinción entre el bien y el mal, o entre lo que lo que los seres humanos deben libremente hacer o abstenerse de hacer.[5] Es que el hombre no puede vivir en sociedad, si no hay una aceptación de por lo menos unos mínimos de convivencia.

La inmensa marcha del lunes 4 de julio de 2008, que tenía como voz unánime de millones de personas, en Colombia y en el exterior: No más secuestros, No más mentiras, No más muertes, No más FARC, lo que clamaba era que ni el secuestro, ni la mentira, ni los asesinatos, ni las organizaciones que tengan esas normas de conducta (como las FARC), son aceptados por la sociedad colombiana. El presidente Chávez, de Venezuela,dijo en estos días que las FARC tenían sus propias leyes que las hacían cumplir. Esas leyes no las acepta la generalidad de la sociedad: ni el derecho a secuestrar, a mentir, a asesinar, a mutilar por medio de minas antipersona. Esos son comportamientos que están por fuera de los mínimos éticos de cualquier sociedad que se respete.

La verdad moral de la que nos habla el Compendio va más allá de las normas mínimas de convivencia; ésas se dan por entendidas para todos, cristianos y no cristianos. La Doctrina Social de la Iglesia, en este N° 70 del Compendio, nos habla de la verdad moral que no sólo brota de la naturaleza humana, sino de la verdad moral que nos es dada a conocer por el Evangelio.

Comportamiento social a partir de la revelación

La moral de que hablamos aquí, es la teología moral; la D.S.I. pertenece a una rama de la teología, que trata sobre el comportamiento social cristiano, a partir de la revelación. Tiene en cuenta por eso el Decálogo, el sermón de la montaña, en fin, la Sagrada Escritura. Se basa en la visión del hombre como nos la enseña la revelación.Por eso la moral que brota del Evangelio es mucho más exigente que la moral natural; nos enseña, por ejemplo, que debemos amar, inclusive al enemigo. Las bienaventuranzas que describen la conducta del cristiano auténtico, son exigentes hasta el sacrificio. Y nos dice el Evangelio que nos van a juzgar por nuestro comportamiento con el prójimo. No es sino leer lo que nos enseña Mt 25, 34-46, que nos anuncia cómo será el Juicio Final, y que empieza: Venid, benditos de mi Padre, recibid la herencia del Reino preparado para vosotros desde la creación del mundo, Porque tuve hambre, y me disteis de comer.

Hemos reflexionado sobre la primera parte del N° 70 que dice: La Iglesia tiene el derecho de ser para el hombre maestra de la verdad de fe; no sólo de la verdad del dogma, sino también de la verdad moral  que brota de la misma naturaleza humana y del Evangelio.

El anuncio del Evangelio no es sólo para escucharlo

Vimos que como Madre, la Iglesia tiene el derecho y el deber de educarnos en la fe, debe ser nuestra maestra en cuanto a las verdades, tanto las del dogma, es decir las reveladas enla Sagrada Escritura, como en cuanto a las verdades de la moral que se fundan en la naturaleza humana y en el Evangelio. Continuemos la lectura del N° 70:

El anuncio del Evangelio, en efecto, no es sólo para escucharlo, sino también para ponerlo en práctica (cf. Mt 7,24; Lc 6,46-47; Jn 14,21.23-24; St 1,22): la coherencia del comportamiento  manifiesta la adhesión del creyente y no se circunscribe al ámbito estrictamente eclesial y espiritual, puesto que abarca al hombre en toda su vida y según todas sus responsabilidades. Aunque sean seculares, éstas tienen como sujeto al hombre, es decir, a aquel que Dios llama, mediante la Iglesia, a participar de su don salvífico.

De manera que El anuncio del Evangelio no es sólo para escucharlo, sino también para ponerlo en práctica, dice la Iglesia, y nos trae4 citas del Nuevo Testamento: Mt 7,24, que dice

Así, todo el que escucha las palabras que acabo de decir y las pone en práctica, puede compararse a un hombre sensato  que edificó su casa sobre roca.

¿A qué palabras qué acababa de decir se refiere el Señor? En los versículos anteriores, del 21 al 23, Jesús dijo sobre sus auténticos discípulos:

21 No son los que me dicen: “Señor, Señor”, los que entrarán en el Reino de los Cielos, sino los que cumplen la voluntad de mi Padre que está en el cielo.

22 Muchos me dirán en aquel día: “Señor, Señor, ¿acaso no profetizamos en tu Nombre? ¿No expulsamos a los demonios e hicimos muchos milagros en tu Nombre?”.

23 Entonces yo les manifestaré: “Jamás los conocí; apártense de mí, ustedes, los que hacen el mal.”

 

La siguiente cita del Compendio en este N° 70,Lc 6, 46-47, es un texto paralelo. Vale la pena leer los dos versículos siguientes, el 48 y 49 para que la idea quede completa, dice el Evangelio:

46 “¿Por qué me llamáis: “Señor, Señor”, y no hacéis lo que digo?
47 “Todo el que venga a mí y oiga mis palabras y las ponga en práctica, os voy a mostrar a quién es semejante:
48 Es semejante a un hombre que, al edificar una casa, cavó profundamente y puso los cimientos sobre roca. Al sobrevenir una inundación, rompió el torrente contra aquella casa, pero no pudo destruirla por estar bien edificada.
49 Pero el que haya oído y no haya puesto en práctica, es semejante a un hombre que edificó una casa sobre tierra, sin cimientos, contra la que rompió el torrente y al instante se desplomó y fue grande la ruina de aquella casa.”

La siguiente cita es de San Juan, 14, 21,23 y 24. Es un contexto distinto. Jesús se encontraba rodeado de los 12, en la Última Cena; después del lavatorio de los pies, en su discurso de despedida, había respondido a inquietudes de Tomás, Señor, no sabemos a dónde vas, ¿cómo podemos saber el camino? Y de Felipe que le pidió: “Señor, muéstranos al Padre y nos basta.”Unos versículos adelante dice Jesús:

21 El que tiene mis mandamientos y los guarda, ése es el que me ama; y el que me ame, será amado de mi Padre; y yo lo amaré y me manifestaré a él.”
23 … “Si alguno me ama, guardará mi Palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él, y haremos morada en él.
24 El que no me ama no guarda mis palabras. Y la palabra que escucháis no es mía, sino del Padre que me ha enviado.

Finalmente, la Iglesia basa su afirmación de que el Evangelio no es sólo para escucharlo, sino también para ponerlo en práctica, en la 1a. Carta de Santiago, 1, 22, donde dice:

Poned por obra la Palabra y no os contentéis sólo con oírla, engañándoos a vosotros mismos.

También aquí leamos los dos versículos siguientes para completar la idea:

23 Porque si alguno se contenta con oír la Palabra sin ponerla por obra, ése se parece al que contempla su imagen en un espejo:
24 se contempla, pero, en yéndose, se olvida de cómo es.

La coherencia del comportamiento manifiesta la adhesión del creyente

Ahora volvamos a leer la parte del N° 70 del Compendio que estamos comentando:

El anuncio del Evangelio, en efecto, no es sólo para escucharlo, sino también para ponerlo en práctica: la coherencia del comportamiento manifiesta la adhesión del creyente y no se circunscribe al ámbito estrictamente eclesial y espiritual, puesto que abarca al hombre en toda su vida y según todas sus responsabilidades. Aunque sean seculares, éstas tienen como sujeto al hombre, es decir, a aquel que Dios llama, mediante la Iglesia, a participar de su don salvífico.

Destaquemos tres cosas de este párrafo: en primer lugar, el Evangelio es para escucharlo y para ponerlo en práctica. No es suficiente leer la Sagrada Escritura, hablar sobre ella y adherir a ella de palabra. Textualmente dice la Iglesia: la coherencia del comportamiento manifiesta la adhesión del creyente.

Lo segundo que debemos destacar, es que, para que no queden dudas sobre qué comportamiento es el que debe manifestar nuestra adhesión como creyentes, añade la Iglesia que este comportamientono se circunscribe al ámbito estrictamente eclesial y espiritual.No se refiere entonces la Iglesia a nuestro comportamiento en las manifestaciones externas de nuestra vida espiritual, en que debamos guardar una actitud de recogimiento en nuestras devociones, – eso se sobreentiende, – porque esta coherencia que nos reclama debe abarcar al hombre en toda su vida y según todas sus responsabilidades. Sobre esto hemos comentado antes y lo seguiremos haciendo.

Coherentes siempre

En tercer lugar, veamos que quiere ser todavía más explícita la Iglesia, sobre las áreas de nuestra vida donde debemos manifestar nuestra adhesión al Evangelio, y por eso añade que se refiere a todas nuestras responsabilidades: Aunque sean seculares, éstas tienen como sujeto al hombre, es decir, a aquel que Dios llama, mediante la Iglesia, a participar de su don salvífico.

Debemos ser coherentes siempre, en toda nuestra vida, en todas nuestras actividades, religiosas o seculares. Cuando estamos en el templo o detrás de un escritorio o detrás del timón de un vehículo o empuñando una escoba o una cuchara o tecleando en un computador o con un libro en la mano o delante de un micrófono informando, dictando una charla, una clase, o frente a los colegas legisladores, fijando nuestra posición sobre un proyecto de ley en el Congreso. Igual en los momentos dolorosos, cuando estemos soportando la enfermedad. Siempre, nuestro comportamiento tiene que manifestar nuestra adhesión al Evangelio. No es suficiente hacerlo de palabra. Nuestra vida no puede tener sólo una sección, una zona, un tiempo separado que se dediquen a nuestra vida de fe, aparte de lo demás.

Fernando Díaz del Castillo Z.

Escríbanos a: reflexionesdsi@gmail.com

 


 

 [1] Cf Concilio Vaticano II, Decl. Dignitatis humanae, 14. AAS 58 (1966) 940; Juan Pablo II, Carta enc. Veritatis splendor, 27. 64. 110: AAS 85 (1993) 1154-1155. 1183-1184. 1219-1220

 [2] 1 Tim 3,15

 [3]Cf Gerald O’Collins, S.J. y Edgard G. Farrugia, S.J. Diccionario abreviado de teología, Editorial Verbo Divino, Edición corregida y aumentada,2002, Pg. 116

 [4] Cf Concilio Vaticano I, Const. Dog. Dei Filius, c 3, Dz. 1789

 [5]Diccionario abreviado de teología, Pg141