Reflexión 104 – El Desprendimiento (“Letting go”) (II)

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Compendio Doctrina Social de la Iglesia N° 72

Naturaleza de la Doctrina Social

Dedicamos las dos reflexiones anteriores a considerar la virtud de la compasión como la puerta de entrada en el Reino de Dios. Decíamos que el desprendimiento, el no estar apegados a las personas, a las cosas, es necesario para ser compasivos y por lo tanto para merecer el Reino de Dios. Todo esto hace parte de nuestro estudio sobre la naturaleza de la Doctrina Social de la Iglesia.

Comentábamos que el cristianismo es la religión del amor y que la puerta de entrada al Reino de Dios es la compasión, según la enseñanza de Jesús en su descripción del Juicio Final. El mensaje es claro: la puerta de entrada en el Reino es la compasión, porque la sentencia del Señor dirá: recibid la herencia del Reino preparado para vosotros desde la creación del mundo. Porque tuve hambre, y me disteis de comer… No dice: recibe la herencia preparada para ti desde la eternidad, porque fuiste un estricto observante… o porque tuviste fe, porque creíste en mí, sino porque me diste de comer cuando tuve hambre… No basta sólo creer en Jesús, de palabra, si no se vive de acuerdo con lo que Él enseñó; y su mandamiento nuevo, el que caracteriza a sus seguidores, es el mandamiento del amor.

Continuábamos nuestra reflexión con el pensamiento de que el mandamiento del amor no debería ofrecer dificultades en su cumplimiento, porque estamos hechos para amar, como imágenes de Dios, que es Amor; pero como el amor cristiano es exigente, porque no se trata de un amor de palabra sino de verdad; – por ejemplo, el amor cristiano nos pide que perdonemos a quien nos ha ofendido y que amemos también a nuestros enemigos, – quizás por eso, – porque el amor cristiano es exigente, – faltamos mucho contra el amor. Y, podría uno pensar que si nos parece muy difícil amar a los demás con las exigencias del Evangelio, ¿por qué por lo menos no somos compasivos? ¿Qué nos impide ser compasivos? Parece que una de las causas de nuestra falta de compasión es nuestro apego a lo terrenal. No somos compasivos, cuando la compasión nos exige ceder en algo de nuestros intereses personales; cuando nos pide que salgamos de nuestra comodidad; cuando la compasión nos exige actuar.

Dedicamos por eso la reflexión anterior al desprendimiento, porque, si no nos desprendemos de muchas cosas que nos sujetan a la tierra, esos apegos se convierten en obstáculos para ser compasivos, y entonces, esos apegos se pueden convertir también en obstáculos para llegar al Reino de Dios.

Desprendernos de nuestras falsas seguridades

Una de las conclusiones en nuestra reflexión sobre el desprendimiento, como aparece en el Evangelio, fue que se trata ante todo, del desprendimiento de nuestras falsas seguridades; que si la vida es un constante dejar ir los dones que Dios nos ha dado, es también un soltarnos de las seguridades que esos dones traen consigo. Desprendernos es soltarnos de lo que estamos prendidos, es dejarlo ir

Veíamos cómo ese soltarnos nos lo pide la vida desde el momento mismo de nuestro nacimiento, cuando nos soltamos de la seguridad y el calor que el vientre de nuestra madre nos brindaba; luego, cuando éramos niños pequeños, caminábamos seguros, tomados de la mano de nuestra madre; y cuando nos sentimos grandes, con naturalidad nos soltamos para caminar solos. Más adelante, ya adultos, dejamos la seguridad del hogar paterno, y formamos nuestra propia familia. Llega también el día en que tenemos que soltarnos de los hijos grandes que se van. Finalmente, llegará un día en que tendremos que dejar ir la última seguridad que nos quede, a la cual nos aferramos: nuestra vida. La realidad es que desprendernos de todas las seguridades de nuestra vida nos permite crecer y hace que pongamos nuestra seguridad donde realmente está: solamente en Dios. Cuando lleguemos por fin, a ese puerto, donde Dios nos espera, estaremos, entonces sí, seguros para siempre.

Vimos cómo el Evangelio nos enseña la doctrina sobre el desprendimiento, y también observamos que se trata de una doctrina, con la que no están de acuerdo los valores de nuestra cultura capitalista, que se basa en la necesidad de consumo.

Sin consumo la economía se estanca y puede colapsar

La economía capitalista que nos ha tocado vivir, y de la que se ufana casi todo el mundo, se basa en el consumo. Es el consumo lo que le permite crecer. Si no se consume, el crecimiento de la economía se estanca y finalmente podría colapsar. Por eso la publicidad se enfoca a persuadirnos de la necesidad de comprar, de repetir la compra, de comprar mucho y con frecuencia para colmar nuestras carencias. A los principios de la economía capitalista: que el consumo satisface nuestras necesidades y que nuestra seguridad la encontramos en los bienes materiales, se añade otro: el del individualismo. [1]

El capitalismo promueve y premia el esfuerzo individual, porque se considera que es el individuo el que mueve el sistema. Nos aseguran que la seguridad de cada persona depende de los recursos económicos, que de manera individual, cada uno logre acumular. Como los bienes y servicios del mundo son limitados, los seres humanos, como individuos, entran en una competencia, a veces inmisericorde, con los demás, para poseer los bienes materiales, que se supone proporcionan la necesaria seguridad. Según esa manera de enfocar la satisfacción de las necesidades, las demás personas se ven como una amenaza. Si el otro las satisface yo no podré hacerlo, porque los bienes no alcanzan para todos; o lo consigues tú o lo consigo yo.

Individualismo / Solidaridad

El individualismo debilita los lazos que nos unen y niega la importancia esencial de las relaciones interpersonales para vivir una vida feliz. Ese sentimiento individualista se manifiesta y se cultiva en la educación: al niño, algunos maestros le enseñan que su compañero de pupitre es la competencia de mañana, no el amigo, el compañero con quien se puede unir para recorrer juntos el camino, de manera que tiene que ser mejor estudiante que él, tiene que ganarle. A veces los padres de familia, sin caer en la cuenta, creyendo que hacemos el bien a nuestros hijos, seguimos ese juego y podemos formarlos, no para la colaboración y la solidaridad sino para la lucha, para salir adelante a los demás, para tener más que los otros. No caemos en la cuenta de que tener más no necesariamente significa ser más. Se puede tener más y sin embargo ser menos.

¿Y cuáles son los valores de la comunidad cristiana según la predicación de Jesús? Pues los valores cristianos auténticos están en contradicción con los valores del individualismo, del consumismo, que es la tendencia inmoderada a adquirir, a gastar o consumir bienes, no siempre necesarios[2]. Como veíamos, también los valores cristianos están en contradicción con la seguridad que nos dicen sólo encontramos en los bienes materiales.

Como hemos considerado antes, es en el desprendimiento en donde encontramos la felicidad y nuestra plenitud. Parece una paradoja, una contradicción, pero es en el desprendimiento donde mostramos que no estamos amarrados a los bienes materiales y a las falsas seguridades que nos ofrecen, un desprendimiento que nos permite amar a Dios con todo nuestro corazón, con toda el alma y con toda nuestra mente, (Mt 22,37) y a nuestro prójimo en necesidad, como a nosotros mismos. Estamos así preparados para extenderle la mano y ayudarle. Nuestra disposición será natural para acercarnos a quien nos necesite.

Hacemos prójimos a los que extendemos la mano

Caigamos en la cuenta de que nuestro prójimo no es sólo el que ya está cerca de nosotros; nuestra familia y los que conocemos en el trabajo y en el barrio. Claro, ellos son nuestros prójimos. Pero también hay otros; nosotros hacemos prójimos a los demás. Prójimos pueden ser todos a quienes, sin conocerlos, nos acercamos, y en esa forma los volvemos próximos, nuestro prójimo. Todos son nuestros hermanos aunque no los conozcamos. Cuando les extendemos la mano los acercamos a nosotros.

Es bueno que recordemos las palabras de San Juan en su primera carta, 3,17s:

Si alguno que posee bienes de la tierra, ve a su hermano padecer necesidad y le cierra su corazón, ¿cómo puede permanecer en él el amor de Dios? Hijos míos, no amemos de palabra ni de boca, sino con obras y según la verdad.

Y, ¿qué decir de nuestra seguridad? Entonces, ¿no está sólo en los bienes materiales que logremos acumular? No; si confiamos nuestra seguridad a esa clase de bienes, corremos el riesgo de que unas fuerzas, sobre las que no tenemos ni podemos tener control, nos arrebaten esa seguridad de la noche a la mañana. ¿Qué fuerzas son esas? Son tantas y tan diversas… Depende de la clase de bienes donde hayamos puesto nuestra seguridad: la ponemos en euros o en dólares cuyas tasas fluctúan y ni los sabios del Banco Central logran controlar? ¿O en acciones que suben y bajan sin que su control dependa de los genios de la bolsa? ¿En la finca raíz? Las fuerzas del mercado pueden garantizar que no nos harán una mala jugada? Ponemos tranquilos nuestra seguridad en el café, en el arroz, en otros cultivos…? Y ¿qué pensar de las fuerzas de la naturaleza? ¿El clima va a ser favorable? Y peor todavía si la seguridad se pone en negocios ilícitos.

Toda carne es hierba y todo su esplendor como flor del campo

El Apóstol Santiago en su carta, 1,9-11, aconseja la alegría, tanto al humilde cuando es elevado, como al rico cuando es humillado. La humillación es inherente a la caducidad de las riquezas. A los dos: tanto al humilde como al rico, Santiago los llama hermanos.[3]

El hermano de condición humilde gloríese en su exaltación; y el rico, en su humillación, porque pasará como la flor de hierba: sale el sol con fuerza y seca la hierba y su flor cae y se pierde su hermosa apariencia; así también el rico se marchitará en sus caminos.

Tiene allí presente el apóstol Santiago a Isaías 40,6b-8. Estas son las palabras de Isaías: Toda carne es hierba y todo su esplendor como flor del campo. La flor se marchita, se seca la hierba, en cuanto le dé el viento de Yahvéh (pues, cierto, hierba es el pueblo). La hierba se seca, la flor se marchita, mas la palabra de nuestro Dios permanece para siempre.

El amor que no cambia ni puede cambiar

Si no debemos poner nuestra seguridad en los bienes materiales, ¿dónde la podemos poner? Según el Evangelio, debemos poner nuestra seguridad en algo que no cambie, más aún, en algo que no pueda cambiar. De lo contrario no tendremos seguridad; estaríamos construyendo sobre arena. Los bienes materiales son como la arena, en cambio tendremos plena seguridad si nos fundamos en el amor infinito e incondicional de Dios. Podemos tener seguridad porque sabemos que somos amados infinitamente y sin condiciones, por Dios, con un amor que no cambia, que no puede cambiar.[4]

Volvamos una vez más a esas páginas maravillosas de la primera carta de San Juan 4,7-12, en que nos explica cuán grande es y en que consiste el amor de Dios:

7 Queridos, amémonos unos a otros, ya que el amor es de Dios, y todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios.
8 Quien no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es Amor.
9 En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene; en que Dios envió al mundo a su Hijo único para que vivamos por medio de él.
10 En esto consiste el amor: no en que nosotros / hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó y nos envió a su Hijo como propiciación por nuestros pecados.
11 Queridos, si Dios nos amó de esta manera, también nosotros debemos amarnos unos a otros.
12 A Dios nadie lo ha visto nunca. Si nos amamos unos a otros, Dios permanece en nosotros y su amor ha llegado EN nosotros a su plenitud.

Implicaciones del amor de Dios por nosotros

Todos queremos que nos amen. Deseamos que nos acepten. Por el contrario la indiferencia y peor aún, el rechazo, nos duelen. En cambio disfrutamos el ambiente en que nos sentimos entre nuestra gente. El verdadero amor es quizás la experiencia humana que nos hace sentir, como nada, la plenitud y el deseo de que esa experiencia sea para siempre. Dos enamorados no cambiarían esos momentos por nada en el mundo. Por eso, en esas circunstancias todo lo demás se nubla. Es cierto que nada se compara con la felicidad de una relación de amor, pero la esperanza de que esa experiencia dure para siempre, con mucha frecuencia falla y acaba más bien en desilusión. Si nuestra seguridad la queremos poner en otra persona, la tendremos que afincar en el amor incondicional de Dios por nosotros. ¿Y, qué implicaciones tiene ese amor de Dios?

Dios visible en nuestras manos y en nuestra sonrisa

El amor que Dios nos tiene se hace efectivo a través del amor que los demás nos manifiestan. Tenemos el encargo de prestar nuestras manos a Dios. Cuando extendemos nuestra mano a una persona que nos necesita, es la mano de Dios la que le llega. Cuando sonreímos a otra persona estamos sonriendo en nombre de Dios. ¿Es generosa nuestra mano? ¿Es sincera nuestra sonrisa? Porque son la mano y la sonrisa de Dios a través de nosotros.

Nuestra verdadera seguridad está en la comunidad cristiana, que hace presente a Dios en el mundo. En la mutua solidaridad entre todos nosotros, podemos encontrar seguridad. ¿Será que los necesitados pueden tener confianza en que nosotros no le vamos a fallar a Dios, que necesita que hagamos presente en ellos su amor?

Nuestra solidaridad con los demás, nos impulsa a compartir y a compartir con generosidad. Volvamos a la carta del apóstol Santiago, ahora en el capítulo 2, 14-18:

14 ¿De qué sirve, hermanos míos, que alguien diga: “Tengo fe”, si no tiene obras? ¿Acaso podrá salvarlo la fe?
15 Si un hermano o una hermana están desnudos y carecen del sustento diario, 16 y alguno de vosotros les dice: “Idos en paz, calentaos y hartaos”, pero no les dais lo necesario para el cuerpo, ¿de qué sirve?
17 Así también la fe, si no tiene obras, está realmente muerta.
18 Y al contrario, alguno podrá decir: “¿Tú tienes fe?; pues yo tengo obras. Pruébame tu fe sin obras / y yo te probaré / por las obras mi fe.

El P. McVerry que hemos venido citando en los pasados programas y en éste, presenta así su pensamiento sobre el papel de la comunidad en la práctica de la solidaridad.

Una golondrina no hace el verano

Como individuo, no puedo yo vivir la espiritualidad evangélica del desprendimiento si no es en comunidad. Claro que como individuo puedo vivir con sencillez: puedo rechazar el afán de adquirir más y más cosas, más grandes y mejores; puedo contentarme con tener satisfechas mis necesidades básicas y rechazar los valores dominantes de la sociedad de consumo. Pero vivir sencillamente, aunque esto es bueno y valioso no es suficiente, porque con mi buen comportamiento individual no desafío los valores de esta sociedad. Voy en la misma dirección de ellos, sólo que más despacio.[5]

Veamos qué quiere decir el P. McVerry, porque pareciera complicarnos la vida.

La espiritualidad del desprendimiento (‘letting go’) sólo se puede vivir en comunidad, en solidaridad con otros. Nosotros, como comunidad, podemos expresar nuestra solidaridad con los demás, compartiendo lo que tenemos y lo que somos, y en ese compartir presentamos un valor que está en contradicción con los valores que presenta nuestra cultura.

Seguramente el P. McVerry tenía presente a la primera comunidad cristiana como nos la presentan los Hechos de los Apóstoles en el capítulo 4, 32ss, donde nos dicen que La multitud de los creyentes no tenía sino un solo corazón y una sola alma. Cambiar el mundo sin duda requiere un trabajo en comunidad. Como dicen, una golondrina no hace el verano.

El desprendimiento es la clave para que construyamos un mundo justo

¿En qué forma practicamos el desprendimiento? ¿Cómo devolvemos a Dios lo que Dios nos ha dado? Dios no necesita nuestras posesiones, pero los demás sí. En este mundo, que en general es injusto, donde el 50% de la población vive con menos de 2 dólares diarios, ¿cómo podemos lograr que los que viven en pobreza extrema logren un nivel de vida que les permita vivir de manera humana y digna? El estándar de vida en el mundo occidental se ha logrado gracias al crecimiento económico, pero un crecimiento construido sobre el maltrato a los demás, el colonialismo, y unas relaciones comerciales injustas.

Las palabras del P. McVerry son aún más fuertes. El habla de un crecimiento económico construido también sobre la esclavitud. Sí, hay regiones del mundo, en particular en África, donde todavía hay esclavos. No sé si hay esclavos en América, pero sí hay mucha injusticia y maltrato. Muchos hacen su dinero maltratando, de diversas maneras, a los demás. Sigue así el pensamiento del P. McVerry. Leamos este planteamiento que nos pone a pensar:

Para que el crecimiento económico de nuestro mundo sea tal que haga posible que todo el mundo goce del estándar de vida del mundo occidental, tendríamos que destruir el planeta con la contaminación. Simplemente no es posible que los que viven en pobreza extrema eleven su estándar de vida a uno como el nuestro, sin que el occidente reduzca su propio estándar. La espiritualidad del desprendimiento es la de aquellos que luchan por construir un mundo más justo.

Cuando el P. McVerry menciona a occidente sin duda se refiere ante todo a Europa, los Estados Unidos y Canadá, aunque en todo el mundo, también en América Latina y en países de oriente hay gente que vive como los poderosos de Europa y de los EE.UU.

¿Es necesaria una pausa de los países ricos en su crecimiento material?

Poco pensamos en este planteamiento: la vida moderna, con todos sus adelantos tecnológicos, ha traído también el deterioro del medio ambiente. Si estos adelantos materiales llegaran a todo el mundo, donde hoy no están todavía disponibles, – sin que se corrijan primero los procesos que contaminan, – nuestro planeta correría un gravísimo peligro de destrucción por la contaminación. De manera que según esto ¿hay que hacer una pausa en el progreso material, por el daño que trae consigo?

Gracias a Dios, no todo el mundo participa en la carrera desaforada por el dinero. Hoy, a muchos jóvenes les parece sin sentido la carrera por el dinero. No encuentran en eso respuestas satisfactorias a sus inquietudes. Muchos encuentran sentido y plenitud para sus vidas, no en tener más sino en el darse a los demás, en dar su tiempo, su trabajo, su energía, para hacer menos miserable y ayudar a los otros a encontrar sentido a su vida. Es en el dar, donde, tanto el que da como el que recibe encuentran sentido.

Podemos llenar el vacío creado por la cultura de nuestro mundo del consumo, si construimos un fuerte sentido de comunidad, una comunidad que confía tanto en sí misma, que es capaz de salir sin temor a encontrar y recibir al extraño, al desplazado, al inmigrante, a los marginados, con un fuerte sentido de solidaridad. Como vemos, necesitamos una comunidad muy distinta a la de la Unión Europea y países poderosos, que cierran, inclusive literalmente, con muros, la entrada a los que buscan salir de la pobreza. Europa invadió a los otros continentes, pero ahora se niegan a recibir a los que en algún momento los acogieron a ellos.

Hoy se empuja a la gente a buscar la seguridad donde no la va a encontrar. Se promueve el individualismo, el aislacionismo, (Correa, el presidente del Ecuador se ha contagiado en el caso de Colombia: arreglen sus problemas ustedes solos, dice, no nos metan a nosotros en problemas que no son nuestros). Esos países aislacionistas, para un futuro están fabricando, quizás, su propia soledad.

¿Utópico el mundo como Dios lo quiere?

¿Cómo quiere Dios que sea el mundo? La visión cristiana del mundo, que es como Dios lo quiere, es la de una comunidad, el Pueblo de Dios. Muchos pensarán que este pensamiento es completamente utópico. Se pueden reír de nosotros. Pretender un mundo solidario donde cedamos de nuestra comodidad para que otros tengan una vida digna les parecerá tonto. Dirán que es vivir en las nubes, que es un sueño imposible. Como el P. McVerry, podemos decir que sí, que eso es verdad. Que es un ideal inalcanzable, absurdo. Tan absurdo como ver a un niño en un pesebre, un niño que no puede valerse por sí mismo, completamente dependiente de sus papás, y a ese niño llamarlo Dios. Es tan absurdo como ver a un condenado a muerte en la cruz como a un criminal y a Él llamarlo Bondad Infinita.

¿Cuáles son sus reflexiones sobre la compasión como puerta de entrada en el Reino y sobre el desprendimiento? Si no es cediendo de lo que tenemos, ¿será posible que los que viven en la pobreza absoluta puedan llegar a tener una vida digna?

Escríbanos a: reflexionesdsi@gmail.com


[1] Cf Peter McVerry, opus cit. Pg. 134 La dirección donde se encuentran algunos capítulos de este libro es: http://www.jcfj.ie/jesussocialrevolutionary/index

[2] Cf DRAE

[3] Cf Carta de Santiago, traducción y comentario por José Alonso, S.J., profesor de la Universidad Pontificia de Comillas, BAC 214

[4] Cf Peter McVerry, opus cit. Pg 135

[5] Cf McVerry, opus cit., Pg 137

Doctrina Social de la Iglesia – Reflexión 103

Julio 3 de 2008

Compendio Doctrina Social de la Iglesia N° 72

Naturaleza de la Doctrina Social

El Desprendimiento (“Letting go”)

En nuestro estudio sobre la naturaleza de la Doctrina Social de la Iglesia dedicamos la consideración anterior a reflexionar sobre la compasión como la puerta de entrada en el Reino; hoy vamos a dedicar este espacio a meditar sobre el desprendimiento, como un requisito para ser compasivos y por lo tanto para merecer el Reino de Dios. Todo esto hace parte de nuestro estudio sobre la naturaleza de la D.S.I. Ya nos va quedando muy claro que la D.S.I. no es un asunto que pertenezca al campo de la política, ni de la economía, sino que corresponde al campo religioso, específicamente a la teología moral. Se trata de una moral que va más allá de la ética natural, porque incluye exigencias del Evangelio. A los cristianos el Señor nos pide más.

Hemos visto que el cristianismo es la religión del amor y que la puerta de entrada al Reino de Dios es la compasión. Se podría pensar que el mandamiento del amor no debería ofrecer dificultades en su cumplimiento, porque estamos hechos para amar, como imágenes de Dios, que es amor; sin embargo, como el amor cristiano es exigente, porque no se trata de un amor de palabra sino de verdad; – por ejemplo, el amor cristiano nos pide que perdonemos a quien nos ha ofendido y que amemos también a nuestros enemigos, – quizás por eso, porque el amor cristiano es exigente, – faltamos mucho contra el amor. Y, podría uno pensar que si no amamos a los demás de verdad, ¿por qué por lo menos no somos compasivos? ¿Qué nos impide ser compasivos? El P. Peter McVerry, de cuyo libro me he servido en los programas anteriores, nos ofrece unas reflexiones sobre el desprendimiento, que vamos a compartir hoy. Parece que una de las causas de nuestra falta de compasión es nuestro apego a lo terrenal. No somos compasivos cuando la compasión nos exige ceder en algo de nuestros intereses personales.

Es conveniente, entonces, que reflexionemos sobre el desprendimiento, porque, si no nos desprendemos de muchas cosas que nos sujetan a la tierra, esos apegos se convierten en obstáculos para ser compasivos, y se pueden convertir también en obstáculos para llegar al Reino de Dios.

¿De qué cosas nos debemos desprender?

Una de nuestras oyentes preguntaba al aire, en el programa radial anterior, de qué cosas, fuera de las cosas materiales, nos debemos desprender. Es una muy buena pregunta. Vamos a reflexionar sobre qué es eso del desprendimiento, y a qué cosas nos solemos apegar, que se puedan convertir en impedimentos o en limitaciones para nuestro crecimiento personal o para nuestra vida cristiana.

Comencemos por definir o describir de alguna manera el desprendimiento. Todos tenemos que ser desprendidos en circunstancias muy variadas, de modo que para entender hasta donde llega el desprendimiento, debemos utilizar ejemplos de varias circunstancias. En general, podemos hablar del desprendimiento como del acto de soltar el control que queremos tener de las personas, de las situaciones, de los lugares, de las cosas. Desprendernos de algo es aceptar que no necesitamos ejercer todo el tiempo el poder, el control de la gente, de los lugares, de las situaciones y de las cosas.

Desprendernos es soltar el control

Desprendernos quiere decir soltarnos de personas, lugares, y cosas en las que estamos o hemos estado emocionalmente enganchados, de manera que nos pueden hacer daño. Estamos en el camino del desprendimiento, cuando comprendemos y aceptamos que, lo que necesitamos no es el control de lo que está fuera de nosotros, sino el control sobre nosotros mismos, sobre nuestra vida, y que así podremos vivir con gran libertad de espíritu, y sin sentimientos de culpa por haber abusado del poder o del control con otras personas, situaciones o cosas.

Desprendernos de las personas y de las cosas es dejarlas libres, haciéndonos conscientes de que nosotros no les somos indispensables y que pueden crecer o progresar sin nosotros. Ese desprendimiento es un acto de control de nosotros mismos, de libertad de espíritu, que a su vez a nosotros nos permite crecer espiritualmente.

Nuestro apego a las personas, a las situaciones o a las cosas, nos hace sentir que controlamos algo que está fuera de nosotros, y nos hace creer que somos poderosos: nos parece que tenemos un territorio propio, donde mandamos a discreción, donde nada se escapa a nuestra decisión. Y al contrario, si admitimos con sencillez, con claridad mental, que no somos tan poderosos, esa actitud nos ayuda a controlarnos nosotros mismos, y al soltar lo que nos ata, nos sentimos libres.

No somos tan poderosos ni necesarios

El desprendimiento consiste en poner todas las cosas de la vida en el lugar que les corresponde y en caer en la cuenta de que no somos tan poderosos, que no podemos pretender que sea necesario nuestro control para que las demás personas y situaciones marchen bien.

Desprendimiento es también aceptar que hay realidades de la vida que no podemos ni debemos intentar controlar, y que debemos, no sólo soltarlas, sino alejarnos de ellas, para no hacerles daño ni hacernos daño nosotros.

Podemos apegarnos a algunas personas o situaciones con una dependencia excesiva que nos enreda, que nos limita lo que podemos hacer por nuestro propio desarrollo psicológico o espiritual. El desprendimiento de esas personas o situaciones nos ayudará a ser libres con la libertad de hijos de Dios. Para lo que Él quiera.

Apegarnos es ponernos límites

Si queremos sentirnos en paz, si queremos sentir el amor de Dios en nuestro corazón, si queremos saborear el momento presente, tenemos que empezar por soltar las amarras que nos hemos impuesto. Apegarnos es amarrarnos, es ponernos límites. Para volar tenemos que soltarnos de la tierra.

A lo largo de la vida se nos pide una y otra vez que nos desprendamos, que nos soltemos. Ese soltarnos de las personas, de las cosas, de las situaciones, es parte del proceso de nuestro crecimiento. Así nos cueste y nos duela, no podemos progresar si permanecemos atados. Recorramos algunas situaciones que todos vivimos.

No es fácil despedirnos de los parientes y amigos que se van. Para los padres de familia es una dura lucha personal, soltar a los hijos cuando dejan de ser niños y piden que los dejemos crecer. Para los padres, nos es difícil también aceptar que un día llega a su fin el papel principal de ser los papás que mandan, que guían, que reprenden. Si nos dejan, podemos intentar seguir en nuestro papel de guías, podemos orientar, dejando, eso sí, la libertad de que acepten o no, nuestros puntos de vista. A las mamás y papás nos puede parecer que cuando nuestros hijos crecen y se van, se desvanece un poco nuestra identidad de madres y padres. Algunos padres y madres se han identificado y aferrado de tal manera a su papel maravilloso de padres que, cuando sus hijos se van, se sienten inseguros sobre cuál es el nuevo papel que deben desempeñar en la familia.

Podemos crecer mientras estamos vivos

Y sucede que siempre podemos seguir creciendo mientras estamos vivos, también los adultos mayores; pero para seguir creciendo espiritual o psicológicamente, tenemos que aceptar los nuevos papeles y caminos que la vida, es decir, Dios, va señalando a los demás y a nosotros. Para que también otros puedan crecer, tenemos que abrirles campo.

Una autora de habla inglesa, llamada Leslie Lobell ofrece una comparación bella sobre este dejar ir, sobre el soltar, en lo cual consiste el desprendimiento… Dice:

Muchos de nosotros tratamos de mantener un firme control de cosas que están fuera de nuestro control. Eso es como tratar de agarrar el agua que corre en un río. Meta sus manos en el río. Si trata de agarrar el agua cerrando los dedos, el agua se escurre de las palmas de sus manos. En cambio, si usted, con tranquilidad, abre las manos y con ellas entreabiertas forma una copa, el agua entra en ellas. Cuando estamos tranquilos, abiertos y ofrecemos confianza podemos conservar mejor lo que apreciamos. Si soltamos, dejamos que los misterios de la vida nos llenen.

Dejar que se vayan cuando se tienen que ir

Si la vida llama a todos a una actitud de desprendimiento, de dejar que las cosas se vayan cuando se tienen que ir, con igual razón o quizás con razones más altas, podemos afirmar lo mismo del cristiano. La espiritualidad del cristiano, en la comunidad cristiana, está marcada por el desprendimiento, por el dejar ir: nos pide que nos desprendamos de las posesiones materiales, que no nos apeguemos al ‘estatus’ que el trabajo, el cargo o el dinero puedan darnos; que no nos aferremos al poder. Uno se siente muy bien con el poder en la mano. Sin embargo, la espiritualidad cristiana nos pide que nos desprendamos de lo que, por lo menos aparentemente, son nuestros seguros, de lo que nos da tranquilidad, olvidándonos del único seguro que podemos tener, de Dios. Que en vez de encerrarnos en una zona terrena de seguridad, nos abandonemos en las manos de Dios.

El Evangelio nos recuerda que todo lo que tenemos es un regalo de Dios. Nuestra vida, nuestra salud, nuestra educación, nuestra familia, nuestros amigos, nuestras propiedades, – pocas o muchas, – nuestras cualidades, nuestro trabajo; en resumen, todo lo que tenemos y poseemos es un regalo que Dios nos dio, sin merecimiento nuestro. Y no podemos olvidar nunca, que Dios nos entregó todo eso prestado. Todos los regalos que recibimos de Dios se los tenemos que devolver. Nos los prestó para que los usemos y claro, para que los usemos bien. Un día diremos al Señor: Vos Señor me lo disteis, a Vos, Señor lo torno, todo es vuestro. Veamos algunos ejemplos de esos préstamos que tenemos que devolver:

Devolver a Dios lo que Dios nos ha dado

Llega un momento en que tenemos que devolverle nuestros padres a Dios. A medida que aumenta nuestra edad, vamos entregando nuestra propia salud, y llega el día en que de igual forma nuestro trabajo se va, hasta cuando llega el momento en que devolvemos todo lo que nos queda, la vida misma, junto con lo que tengamos. Si nos queda alguna propiedad la tenemos que soltar, lo mismo que nuestras cualidades y nuestra salud. Desprendernos de lo que tenemos, soltar lo que tenemos, es la espiritualidad que conforma la esencia de nuestra existencia como seres humanos, destinados a ir creciendo, a ir envejeciendo y un día a morir. La vida es un devolver a Dios lo que Dios nos ha dado. Precisamente en dejar ir, en soltar, en desprendernos, no en acumular o en aferrarnos a algo es donde podemos encontrar la verdadera felicidad y donde nos sentiremos a plenitud.

Hace unos días, una oyente de la catequesis del P. Germán Acosta, dijo una frase que había escuchado a alguien y es excelente para este momento. Dijo ella que, cuando uno se va, – cuando uno muere, – se lleva lo que dio y deja lo que tiene. Es un pensamiento muy sabio. El dicho popular es que no hay entierros con trasteo, pero este es mejor: uno sí se lleva algo, poco o mucho: se lleva lo que dio. Lo que conservó para sí, lo deja.

¿Qué nos enseñó Jesús sobre el desprendimiento?

Recordemos el Evangelio en Lc 12, 13-21:

Uno de entre la muchedumbre le dijo: «Maestro, di a mi hermano que reparta la herencia conmigo.» 14. El le contestó: «¡Hombre! ¿quién me ha hecho a mí vuestro juez o repartidor?»

15. Y les dijo: «Cuidad y guardaos de toda avaricia, porque, aun en la abundancia, la vida de uno no está asegurada por sus bienes.» 16. Les propuso una parábola: «Los campos de cierto hombre rico dieron mucho fruto; 17. y pensaba para sí, diciendo: “¿Qué haré, pues no tengo donde reunir mi cosecha?”18. Y dijo: “Voy a hacer esto: Voy a demoler mis graneros, y edificaré otros más grandes y reuniré allí todo mi trigo y mis bienes, 19. y diré a mi alma: Alma, tienes muchos bienes en reserva para muchos años. Descansa, come, bebe y alégrate.”20. Pero Dios le dijo: “¡Necio! Esta misma noche te reclamarán el alma; las cosas que preparaste, ¿para quién serán?”Así es el que atesora riquezas para sí, y no se enriquece en Dios.»

Nuestras propias seguridades

El desprendimiento, como aparece en el Evangelio, es ante todo la renuncia a nuestras falsas seguridades. Si la vida es un constante dejar ir los dones que Dios nos ha dado, es también un soltarnos de las seguridades que esos dones traen consigo. Ese soltarnos empieza desde el momento mismo de nuestro nacimiento, cuando nos soltamos de la seguridad y el calor que el vientre de nuestra madre nos brindaba; luego, cuando éramos niños pequeños, caminábamos seguros, tomados de la mano de nuestra madre; pero, cuando nos sentimos grandes, – no necesariamente cuando ya fuimos grandes, – nos soltamos para caminar solos. Llegó un día en que ya adultos, dejamos la seguridad del hogar paterno, y creamos nuestra propia familia. Finalmente, llegará un día en que tendremos que dejar ir la última seguridad que nos quede, a la cual nos aferramos: nuestra vida. Pero la realidad es que desprendernos de todas las seguridades de nuestra vida, nos permite poner nuestra seguridad solamente en Dios. Cuando lleguemos, por fin, a ese puerto donde Dios nos espera, estaremos seguros para siempre.

Jesús nos enseñó que no nos deberíamos preocupar por tantas cosas que nos inquietan. Recordemos sus palabras en Lc 12, 22-34:

22 Dijo a sus discípulos: “Por eso os digo: No andéis preocupados por vuestra vida, qué comeréis, ni por vuestro cuerpo, con qué os vestiréis: 23 porque la vida vale más que el alimento, y el cuerpo más que el vestido;
24 fijaos en los cuervos: ni siembran, ni cosechan; no tienen bodega ni granero, y Dios los alimenta. ¡Cuánto más valéis vosotros que las aves!
25 Por lo demás, ¿quién de vosotros puede, por más que se preocupe, añadir un codo a la medida de su vida?
26 Si, pues, no sois capaces ni de lo más pequeño, ¿por qué preocuparos de lo demás?
27 Fijaos en los lirios, cómo ni hilan ni tejen. Pero yo os digo que ni Salomón en toda su gloria se vistió como uno de ellos.
28 Pues si a la hierba que hoy está en el campo y mañana se echa al horno, Dios así la viste ¡cuánto más a vosotros, hombres de poca fe! 29 Así pues, vosotros no andéis buscando qué comer ni qué beber, y no estéis inquietos.
30 Que por todas esas cosas se afanan los gentiles del mundo; y ya sabe vuestro Padre que tenéis la necesidad de eso.
31 Buscad más bien su Reino, y esas cosas se os darán por añadidura. 32 “No temas, pequeño rebaño, porque a vuestro Padre le ha parecido bien daros a vosotros el Reino.
33 “Vended vuestros bienes y dad limosna. Haceos bolsas que no se deterioran, un tesoro inagotable en los cielos, donde no llega el ladrón, ni la polilla;
34 porque donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón.

Valores cristianos en la cultura capitalista

El Evangelio nos enseña la doctrina sobre el desprendimiento. En verdad se trata de una doctrina con la que no están de acuerdo los valores de nuestra cultura capitalista, que se basa en la necesidad del consumo.

La economía capitalista que nos ha tocado vivir, y de la que se ufana casi todo el mundo, se basa en el consumo. Es el consumo lo que le permite crecer. Si no se consume, el crecimiento de la economía se estanca y finalmente podría colapsar. Por eso la publicidad se enfoca a persuadirnos de la necesidad de comprar mucho y con frecuencia. La industria no fabrica ya bienes que duren, y nos dicen que la razón para ofrecer cada vez y con más frecuencia modelos nuevos y modificados, es que así nos proporcionan una tecnología más avanzada. Cuando se trata de ropa, los creadores y promotores de la moda, sacan del mercado muy pronto la ropa perfectamente utilizable, para reemplazarla por los nuevos estilos. Se encargan de promover el uso de la moda nueva, con la presentación de modelos que supuestamente son las personas de éxito. Nos dicen que si queremos ser personas de éxito, tenemos que imitar a esos personajes vestidos a la moda.

El contagio de la industria farmacéutica

Hasta la industria farmacéutica se contagió de los criterios de vender más. En estos días, el diario El Tiempo publicó una página completa sobre el negocio de los medicamentos. Según ese periódico, en una evaluación realizada hace dos años por la revista francesa La Revue Prescricre (La Revista Recetar) sobre los nuevos medicamentos, sólo el 10% de ellos eran realmente innovadores y el 69% no tenía nada nuevo. “Los laboratorios, -dice al artículo,- toman las moléculas cuyas patentes están por vencerse, les hacen pequeñas modificaciones y las registran como nuevas.”

Cada área del mercado tiene sus propias estrategias de ventas. Para persuadirnos de la conveniencia de comprar mucho y con frecuencia, la publicidad trata de convencernos de que nos ofrecen productos y servicios que satisfacen nuestras necesidades. Esa sería una filosofía sana: ofrecer a la gente lo que satisfaga sus necesidades. Sin embargo, el veneno está en que al mismo tiempo nos quieren convencer de que sólo podemos encontrar la satisfacción, la felicidad, si tenemos una vivienda más grande, dotada de los equipos más modernos; si además nuestro carro es último modelo, si el TV es también más grande y de la tecnología más avanzada, si poseemos todos los equipos electrónicos acabados de salir al mercado; productos que por cierto estarán desactualizados dentro de seis meses, de modo que habrá que cambiarlos. La publicidad busca convencer, y lo logra en mayor o menor grado, de que la felicidad y la plenitud la encontramos en la compra y el uso de los bienes y servicios.

No es óptima la respuesta capitalista

Tengamos presente que nos ha tocado vivir en este mundo capitalista, después de que el socialismo marxista se desmoronó porque fracasó económicamente con su filosofía colectivista y los pueblos sometidos a él no toleraron más su abuso de autoridad y el atropello de la libertad. Pero eso no quiere decir que el capitalismo sea una óptima respuesta. Una de las más graves limitaciones éticas del capitalismo es su incapacidad para la solidaridad, y junto a ella, su afán desbocado de ganancias. La solidaridad es una virtud cristiana, que tiene numerosos puntos de contacto con la caridad, nos enseñó Juan Pablo II en su encíclica Sollicitudo rei socialis, en el N° 40. No es la caridad una virtud característica del capitalismo. Uno de sus fundamentos es precisamente que son un negocio y es de su esencia el lucro y del lucro se abusa, a costa de los clientes y usuarios.

Las siguientes son palabras de Juan Pablo II, en la encíclica Centesimus annus, en el N° 19:

Otra forma de respuesta práctica, (al marxismo) finalmente, está representada por la sociedad del bienestar o sociedad de consumo. Ésta tiende a derrotar al marxismo en el terreno del puro materialismo, mostrando cómo una sociedad de libre mercado es capaz de satisfacer las necesidades materiales humanas más plenamente de lo que aseguraba el comunismo y excluyendo también los valores espirituales. En realidad, si bien por un lado es cierto que este modelo social muestra el fracaso del marxismo para construir una sociedad nueva y mejor, por otro, al negar su existencia autónoma y su valor a la moral y al derecho, así como a la cultura y a la religión, coincide con el marxismo en reducir totalmente al hombre a la esfera de lo económico y a la satisfacción de las necesidades materiales.

Volvamos a la consideración de las estrategias del mercado. En este mundo capitalista que ahora domina a casi todos los países, podemos comprobar que esa manera de vendernos la idea de que la felicidad la encontramos en la compra y el uso de los bienes y servicios es claramente engañosa, porque después de que hemos comprado algo, se espera que en corto tiempo nos sintamos otra vez insatisfechos con nuestra adquisición y la publicidad nos excite de nuevo a comprar. Esa contradicción que experimentamos una y otra vez, ayuda a crear ese vacío que existe en mucha gente, ese vacío que tratan de llenar con más compras de bienes.

Seguridad de nuestras familias

Nos dicen hoy que nuestra seguridad y la de nuestros hijos la tenemos que buscar en términos económicos. Sin duda tenemos que buscar la seguridad de un techo y de un modo de sostenernos; eso supone un salario justo y unos ingresos que en lo posible sean fijos. Infortunadamente nuestra sociedad de consumo no nos ofrece esa seguridad; al contrario, ha impuesto en el mundo un sistema de contratación laboral, que si algo ofrece no es propiamente seguridad ni ingresos suficientes para las familias.

La tan mencionada legislación de flexibilización laboral, lo que buscaba era favorecer a las empresas, de las que se suponía responderían con la reciprocidad de abrir más puestos de trabajo. Eso no sucedió. Los trabajadores se quedaron con unos ingresos reducidos y caminando en la cuerda floja de un trabajo inseguro, los que lo consiguen. Y qué decir de los bancos, que, en Colombia, prestan a intereses altísimos y pagan a los ahorradores unos intereses mínimos, que no alcanzan a compensar lo que los mismos bancos les cobran por el manejo de su dinero. Los ahorradores preferirían manejar sus exiguos ingresos “debajo del colchón”, si el sistema lo permitiera.

Nos damos cuenta, pues, de que el dinero nos ofrece una muy tenue forma de seguridad, pero el sistema en que vivimos nos insiste en que no hay nada que nos ofrezca una mayor seguridad. Es comprensible que así, el vacío en la vida de muchas personas se amplíe y profundice, por la creencia de que el objetivo primordial de la vida tiene que ser acumular todo lo que nos sea posible.

Escríbanos a: reflexionesdsi@gmail.com

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Varios de los pensamientos aquí expresados se basan en un escrito de Leslie Lobell que puede encontrarse en Internet: “If you want to be at peace, if you want to feel the love of God in your heart, if you want to savor the present moment, then just let go of all the constraints you have put upon yourself.”Letting go. It is difficult for us in so many ways and on so many levels. Yet life calls upon us to do it, over and over again. Letting go is part of our growth process. We cannot move on to the new while continuing to cling to the old.

He tratado de seguir muy de cerca, con una traducción libre, al P. Peter McVerry, S.J. en su libro Jesús: Social Revolutionary? , Warehouse. Véase en particular el capítulo 10: Reflections on a Spirituality for the New Community.

Too many of us are trying to keep a tight grip on things that are out of our control. This is like trying to grip the water flowing in a river. Put your hands into the river. If you try to get the water by grabbing it and clenching your fists, it goes right out of your hands. If you relax and open, gently cupping your hands, the water flows into your palms. By relaxing, opening, and trusting, we can hold onto more of what is precious to us. By letting go, we actually allow more of the mystery of life to come in for us.

Cf Peter McVerry opus cit.

El Tiempo, lunes 30 de junio de 2008, ‘La consigna es: para cada enfermedad una pastilla’, Pg 1-2.

Cf Ildefonso Camacho, S.J. Doctrina social de la Iglesia, una aproximación histórica, San Pablo, 1991, Pg. 528

Cf Peter McVerry, opus cit., Pg. 133s

Doctrina Social de la Iglesia – Reflexión 102

Compendio Doctrina Social de la Iglesia N° 72

Naturaleza de la Doctrina Social

Fe y obligaciones con los demás – La compasión (II)

Hemos venido reflexionando sobre la responsabilidad, que como cristianos, tenemos con la comunidad, con la sociedad. Hemos visto que el cristianismo no se puede reducir al seguimiento de un código moral individual; como si el cristianismo fuera una religión exigente sólo en la moral individual, personal y no tuviera nada que ver con las responsabilidades con los demás. Responsabilidades con los demás, que se extienden también al manejo de la sociedad en lo económico y en lo político. El cristianismo abarca toda nuestra vida, no sólo algunos aspectos de ella.

Vimos en la reflexión anterior que, además de esa manera equivocada de ver el cristianismo que reduce la religión al cumplimiento personal de unas normas morales que se refieren sólo a la vida individual, hay otra manera incompleta de ver el cristianismo; es un enfoque que limita la práctica del cristianismo a afirmar que uno cree en Jesús. Y claro que los cristianos creemos en Jesús, nuestro Redentor, el Hijo de Dios que se hizo hombre, que murió por nuestra salvación y resucitó. Jesucristo resucitado es la piedra angular de nuestra fe. Pero la manera de creer en Jesús que no es suficiente, es la de los que, el creer en Jesús lo reducen a manifestar de palabra que Él nos salvará, sin que esa fe entrañe en la vida del creyente un compromiso de amor con los demás.

Para los que practican esa clase de cristianismo, es suficiente afirmar que aceptan como ciertas una serie de creencias sobre Jesús, y con eso se consideran miembros de la comunidad de creyentes que afirma tener así asegurada la salvación y la prosperidad material. Se trata en este caso, de una fe que se puede manifestar de palabra, con gran entusiasmo, como una adhesión emocional muy fuerte a la persona de Jesús, pero una adhesión a la persona de Jesús que no extiende ese amor a los demás, una adhesión a Jesús sin responsabilidades con la comunidad, como vamos a ver, no está de acuerdo con las enseñanzas del Evangelio. Se trata de una manera de entender el cristianismo, en que lo esencial se reduce a la relación personal de uno con Jesús. La fe es para ellos algo entre Él y yo. Si yo estoy bien con Él, con Jesús, estoy salvado y además me hará prosperar materialmente.

Una fe activa

Según nuestra fe católica, la fe en Jesús comporta un cambio de vida, una conversión. En el discurso de Benedicto XVI a los participantes en el Congreso internacional de radios católicas el pasado viernes 20 de junio dijo:

Al haberse encarnado en el seno de María, el Verbo de Dios ofrece al mundo una relación de intimidad y amistad – “ya no los llamo siervos… sino amigos” (Juan 15,15), (una relación) que se transforma en fuente de novedad para el mundo y se pone en medio de la humanidad como comienzo de una nueva civilización de la verdad y del amor. En efecto, “el Evangelio no es solamente una comunicación de cosas que se pueden saber, sino una comunicación que comporta hechos y cambia la vida” (Spe salvi, 2).

Citaba allí el Papa su encíclica Spe salvi, en la cual nos explica que el Evangelio no es simplemente la comunicación de una información importante de conocer, sino que es fuerza que penetra el mundo y lo transforma.[1]

Creer en Jesús no puede ser algo puramente intelectual y emocional, que no se convierte en vida, en acción. Nuestra fe en Jesús tiene que cambiar nuestra vida en relación con los demás. En esos dos enfoques del cristianismo, – el de la moral individual y el creer solo de palabra, las reformas sociales, el manejo de la economía y de la política, no tienen importancia en el seguimiento de Jesús. Les parece que esos no son asuntos que tengan que ver con la práctica de la religión. Para esas maneras de entender el cristianismo: la que lo reduce a seguir un código moral o la otra, a manifestar que uno cree en Jesús, la práctica de la religión se ve como un asunto personal; se trata de la relación individual de cada uno con el Señor, y los demás no tienen nada que ver. Esa forma de entender nuestra relación con el Señor convierte la fe en algo teórico, abstracto. Pero resulta que la predicación de Jesús nos muestra otra manera de entender la religión, otra manera de entender cómo debe ser nuestra relación con Dios.

Lo más importante según Jesús

Si para los judíos el cumplimiento de la Ley era la obsesión; sobre todo como lo entendían los fariseos, que ponían todo el énfasis del cumplimiento de la Ley, en el estricto cumplimiento de las minucias de la Ley, y se olvidaban de lo esencial, para Jesús, lo más importante de la Ley dijo que son la justicia, la misericordia y la fe! Como lo leemos en el capítulo 23 de Mateo:

¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que pagáis el diezmo de la menta, del eneldo y del comino, y descuidáis lo más importante de la Ley: la justicia, la misericordia y la fe! Esto es lo que hay que practicar sin descuidar aquello. Guías ciegos, que coláis el mosquito y os tragáis el camello!

No es que Jesús no diera importancia al cumplimiento de la Ley, sino que vino a perfeccionarla, a darle su forma nueva y definitiva, sublimándola con el espíritu del Evangelio. Si leemos las palabras de Jesús en el capítulo 5 de Mateo desde el v. 20 en adelante, podemos entender la forma como Jesús vino a perfeccionar la Ley. Nos enseñó que no había que cumplirla como la entendían los escribas y fariseos:

Porque os digo que, si vuestra justicia no es mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el Reino de los cielos.

La manera de perfeccionar la Ley, como lo propuso Jesús, en los vv 43-48 del capítulo 5 de Mt, fue poniendo en primer lugar el amor al prójimo, que se debe extender inclusive a los enemigos. Podemos leer con provecho todos aquellos: Habéis oído que se dijo; pero yo os digo… Leamos una muestra:

Habéis oído que se dijo: Amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo. Pues yo os digo: Amad a vuestros enemigos y rogad por los que os persigan, para que seáis hijos de vuestro Padre celestial, que hace salir el sol sobre malos y buenos, y llover sobre justos e injustos.[2]

La Biblia de Jerusalén observa que, eso de odiarás a tu enemigo (Amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo) no se encuentra así en la Ley, ni podría encontrarse. Se trata de una expresión tomada del arameo, cuyo significado es más bien “No tienes por qué amar a tu enemigo”. Bueno, Jesús perfecciona la ley con un mandamiento que corrige eso de “No tienes por qué amar a tu enemigo”. Jesús dice: Pues yo os digo: Amad a vuestros enemigos y rogad por los que os persigan.

De manera que la predicación de Jesús contrastaba claramente con lo que los fariseos estaban acostumbrados a defender sobre el cumplimiento de la Ley. Según la predicación de Jesús, la puerta de entrada al Reino no era el cumplimiento de las minucias de la Ley. Para Jesús sólo hay una puerta por la cual uno puede entrar al Reino de Dios – y esa puerta es la misericordia, la compasión.

La puerta de entrada en el Reino

En la reflexión pasada alcanzamos a ver dos pasajes del Evangelio, en los cuales nos enseña Jesús que la puerta de entrada al Reino de Dios es el amor activo al prójimo. Lo vimos en Mt 25, 31-46, que es la descripción del Juicio Final y en Lc 16, 19-31, en la parábola del hombre rico y el pobre Lázaro. Si alguien no pudo escuchar por Radio María el programa anterior, le sugiero que lea la reflexión 101 en este ’blog’ para que la idea le quede completa. Aquí aparece al final de ésta, la 102. De todos modos, recordemos muy brevemente lo esencial.

En la escena del Juicio Final aparece muy clara la compasión como puerta de entrada en el Reino. Recordemos los vv. 34-36, del capítulo 25 de Mateo:

(…) ‘Venid, benditos de mi Padre, recibid la herencia del Reino preparado para vosotros desde la creación del mundo. Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; era forastero, y me acogisteis; estaba desnudo, y me vestisteis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a verme’. (Mt 25, 34-36)

El mensaje es claro: la puerta de entrada en el Reino es la compasión: recibid la herencia del Reino preparado para vosotros desde la creación del mundo. Porque tuve hambre, y me disteis de comer… Recibid la herencia del Reino porque tuve hambre, y me disteis de comer… No dice: recibe la herencia preparada para ti desde la eternidad porque observaste estrictamente la Ley… sino porque me diste de comer cuando tuve hambre…

Recordemos también el pasaje del hombre rico y Lázaro, en Lc 16, 19-31. Es bueno repetir que, como comenta el jesuita irlandés, P. Peter McVerry, – en cuyo libro nos hemos basado para esta reflexión, – en esta historia, Jesús nos habla simplemente de un hombre rico; no se detiene el Evangelio a explicar en detalle cómo era la vida del hombre rico, cómo obtuvo sus riquezas, por ejemplo; ni se alude a cómo era su vida espiritual; sólo nos dice que era rico. No nos dice si era un buen o un mal judío; si iba a la sinagoga el sábado o no, si rezaba o no. Si observaba la Ley o no. En su lugar, Jesús solamente describe a sus oyentes la imagen de un hombre rico:

Era un hombre rico que vestía de púrpura y lino, y celebraba todos los días espléndidas fiestas. (Lc 16,19)

Lo más importante a los ojos de Dios

En su comentario a esta parábola, se pregunta el P. McVerry: ¿Por qué Lucas no nos dice nada sobre la vida del hombre rico, o sobre su vida espiritual y sólo nos dice que era rico? Quizás porque eso no era importante – frente a saber lo que es lo más importante a los ojos de Dios: si había fallado en la compasión. Ese era el mensaje. No que la vida del hombre rico o su vida espiritual no fueran importantes, por su puesto que no. También su vida espiritual era importante. Pero eso se convierte en poco importante, si falla en lo que a los ojos de Dios es lo principal, a saber, la compasión.

Y siguiendo con la descripción que hace Lucas de Lázaro, el Evangelista nos cuenta que se trataba de un hombre pobre. Tampoco aquí nos dice nada de este hombre, fuera de que era un hombre pobre. Describe a sus oyentes esta imagen de pobreza:

Y uno pobre, llamado Lázaro, que, echado junto a su portal, cubierto de llagas, deseaba hartarse de lo que caía de la mesa del rico… (Lc 16, 20-21)

El Evangelista no se detiene a decirnos cómo llegó Lázaro a ese estado lamentable de pobreza. A lo mejor se bebió todo su dinero, o lo perdió en el juego, o quizás, como el hijo pródigo, lo malgastó en una vida licenciosa. ¿Por qué Lucas no se detiene a explicarnos cómo llegó ese hombre a un estado tan lamentable de pobreza? Quizás, de nuevo, porque, para lo que se pretendía enseñar, eso no tenía importancia. Según Lucas, para Dios, no hay diferencia entre el pobre que merece ayuda y el que no la merece.

Esta parábola tiene que ver con un hijo de Dios necesitado y otro hijo de Dios que podría haber extendido su mano para ayudar en esa necesidad y no lo hizo. Y por eso, no hubo lugar para él en el Reino de Dios. Cómo llegó el pobre a ese estado de necesidad era irrelevante.

Hasta allí alcanzamos a comentar en el programa anterior los pasajes del Evangelio sobre la compasión, como la puerta para entrar en el Reino. Nos faltó la parábola del Buen Samaritano que vamos a comentar ahora. El Buen Samaritano se encuentra en Lc 10, 25-37)

El Buen Samaritano

La parábola del Buen Samaritano es muy familiar para la mayoría de nosotros; – quizás tan familiar, que podemos correr el peligro de darla por sabida y meditada. Yo no creo que ésta sea una historia solamente para animarnos a ser buenos vecinos, dice el P. McVerry. No, esta parábola claro que nos exhorta también a tratar bien a nuestros vecinos, y a las personas que están cerca de nosotros en nuestra familia o en el trabajo, pero va más allá. Veamos:

La historia del Buen Samaritano empieza con dos preguntas, y aunque la más inmediata es, precisamente: ‘Y, ¿quién es mi prójimo?’, observemos que lo que lleva a Jesús a presentarnos esta historia es una pregunta anterior, formulada por un experto en la Ley, como leemos en Lc 10,25:

Maestro, ¿qué es lo que tengo que hacer para alcanzar la vida eterna?’

Recordemos que Señor le respondió con otra pregunta: ¿Qué está escrito en la Ley”, y el doctor de la Ley como buen conocedor de esta materia le recitó : Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con todo tu espíritu; y a tu prójimo como a ti mismo. Jesús le dijo: Has respondido bien. Haz esto y vivirás. El experto en la Ley por lo visto no había pensado mucho en el significado de amar al prójimo, porque añadió la segunda pregunta: ¿Y quién es mi prójimo?

Una respuesta a dos preguntas

La historia del Buen Samaritano es una respuesta completa a esas dos preguntas: ¿qué he de hacer para alcanzar la vida eterna? Y, ¿quién es mi prójimo?

En la parábola, Lucas describe a dos personas que encuentran a un hombre tirado a la vera del camino, al que habían golpeado y robado unos salteadores. Esas dos personas que lo encontraron primero, lo vieron y pasaron de largo, eran un sacerdote y un levita. Dos personas dedicadas al servicio del templo. Dice el Evangelio que dieron un rodeo para no acercarse. Podríamos suponer, -aunque no lo dice el Evangelio, – que creyeron que la víctima del asalto estaba muerta y se podían contaminar, porque según el Levítico, 21, 1, a los sacerdotes les estaba prohibido el contacto con un cadáver, a no ser que se tratara de un pariente cercano. El levita no tenía esa prohibición, a no ser que estuviera de turno en su servicio en el templo. Supongamos que el levita estaba en camino a Jerusalén a servir en el templo.[3] Lo cierto es que después del sacerdote y del levita pasó un samaritano que sí reconoció en el herido a una persona que necesitaba ayuda, a diferencia de los otros dos que pasaron de largo.

Llama la atención que fueran escogidos un sacerdote y un levita como los dos personajes que pasaron de largo. ¿Fueron los dos personajes que casualmente se le ocurrieron al Señor? Seguramente no. Debieron de ser escogidos el sacerdote y el levita precisamente porque ellos eran lo que eran. Por su oficio debían ser observantes de la Ley. Eran personas que se consideraban rectas y eran respetadas por el resto de la sociedad, precisamente por su servicio al templo y por su observancia de la Ley. Eran considerados cercanos a Dios, sus amigos, que tenían de modo especial el favor de Dios. Pero según el pensamiento de Jesús, como lo expresa en la parábola del Buen Samaritano, no habría lugar para ellos en el Reino de Dios porque fallaron en la compasión.[4]

¿Y la tercera persona de la parábola, la que sería bienvenida en el Reino de Dios, ¿por qué fue escogida por Jesús para su explicación? Si nosotros hubiéramos sido parte del grupo que escuchaba a Jesús cuando contaba esta historia, antes de que presentara al tercer personaje, quizás habríamos alcanzado a cavilar: ‘Bueno, es comprensible que Jesús escogiera a un sacerdote y a un levita; quería dejar claro que todos podemos fallar; como seres humanos también los sacerdotes; pero la tercera persona, la que va a hacer lo correcto, ¿quién será?’ Pudimos pensar, que en contraposición al sacerdote y al levita, sin duda el Señor escogería para su ejemplo a una persona común y corriente, a un judío laico, buena persona.[5]

¿Por qué escogió Jesús a un samaritano?

Y resulta que Jesús escogió como su personaje a ‘un samaritano’. Si hubiéramos estado allí, podríamos haber oído el murmullo de la gente: ‘¡Un samaritano! ¡Ponernos de ejemplo a un samaritano!’ Es que los samaritanos no eran la clase de gente más apreciada por los judíos. Recordemos lo que le dijo la samaritana a Jesús cuando el Señor le pidió de beber: ¿Cómo tú, siendo judío, me pides de beber a mí, que soy samaritana? (Porque los judíos no se tratan con los samaritanos), anota Jn 4, 9. De manera que ¿cómo podría Dios querer algo con un samaritano? Pero era un samaritano de quien dijo Jesús en su parábola que sería bienvenido en el Reino de Dios, porque era compasivo. Fue de los tres, el que hizo lo que debía hacer para ganar la vida eterna.

Según esta reflexión que sugiere el Evangelio, no hacer nada, como el rico con Lázaro o el sacerdote y el levita con la persona abandonada en el camino, puede ser causa justa para ser excluido del Reino de Dios. Quedarnos quietos, no extender la mano pudiendo hacerlo, puede excluir del Reino de Dios…

Así como Jesús anunció que la puerta de entrada en el Reino de Dios era la compasión, de igual manera nos advirtió que ignorar el sufrimiento de aquellos que están alrededor nuestro, nos excluiría del Reino de Dios.

Veamos a continuación las reflexiones que sobre los tres pasajes del Evangelio que hemos revisado: el juicio final, el hombre rico y Lázaro / y el Buen Samaritano, nos ofrece el P. McVerry:

En la escena del Juicio Final, Jesús, el Hijo del Hombre, regresa de manera solemne, en su gloria, se vuelve a los que están a su izquierda y les dice:

‘Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno preparado para el Diablo y sus ángeles. Porque tuve hambre, y no me disteis de comer; tuve sed, y no me disteis de beber; era forastero, y no me acogisteis; estaba desnudo, y no me vestisteis; enfermo y en la cárcel, y no me visitasteis. (Mt 26,41-43)

Es una escena muy dura, si consideramos que en los Evangelios Jesús se describe siempre como alguien que perdona, que encuentra excusas para la gente, que nunca condena. Recordemos si no, la escena de la mujer adúltera a la que Jesús salvó de la muerte. De manera que nos podemos legítimamente preguntar: ¿qué cosa tan grave han hecho estos, para merecer semejante condenación de parte de alguien que nunca condena?: ‘Apartaos de mí, malditos’.

Consecuencias de no hacer nada

La respuesta es que no hicieron nada – ellos no hicieron absolutamente nada: ‘Tuve hambre y ustedes no hicieron nada. Tuve sed y ustedes no hicieron absolutamente nada – apártense de mí malditos.’

En la parábola del hombre rico y Lázaro, uno podría ser comprensivo con el hombre rico: al fin y al cabo Lázaro no estaba en esa situación por culpa del hombre rico. A lo mejor era por culpa del mismo Lázaro; o quizás era culpa de las ‘estructuras’, podríamos decir ahora, pero en todo caso no era culpa del hombre rico; la historia no lo acusa de ser el culpable del estado de pobreza de Lázaro. Sin embargo, fue excluido del Reino de Dios, no porque fuera personalmente responsable de la situación económica de Lázaro, sino porque no hizo absolutamente nada, pudiendo hacerlo.

En la historia del Buen Samaritano, dejemos volar la imaginación, y supongamos que Jesús hubiera esperado al sacerdote y al levita al final de su viaje, los hubiera llamado y les hubiera dicho: ¿‘Saben ustedes que hicieron algo tan terrible en su viaje, que por eso no puede haber lugar para ustedes en el Reino de Dios? Sin duda ellos, desconcertados, no hubieran sabido de qué hablaba Jesús. Se hubieran rascado la cabeza y hubieran pensado: A ver, ¿qué hice mal? Yo no he robado el dinero del templo. No me escapé con la hija del sumo sacerdote. ¿Será que se refiere a ese cadáver en la cuneta? Y por eso no había lugar para ellos en el Reino de Dios. Porque pasaron de largo. Porque no hicieron nada.

Es importante mencionar que Jesús nos enseña en estos pasajes cómo debe ser nuestra vida en este mundo, aquí y ahora, para merecer luego el Reino con su Padre. Lo que nos explican las parábolas que acabamos de ver es cómo es Dios, qué es importante para Dios aquí y ahora. Para comunicarnos quién es Dios, cuál es la pasión de Dios, Jesús utiliza un concepto que era central para la vida y el interés de los judíos: la entrada y la exclusión del Reino de Dios.[6]

El Dios que Jesús nos dio a conocer

La Figura de Dios que nos ofrece Jesús es la del Padre: Jesús nos dice que la pasión de Dios son sus hijos, no la observancia de las minucias de la Ley. Como cualquier padre, Dios es apasionado con sus hijos, especialmente con los que sufren. Dios es tan agradecido con nosotros, cuando extendemos la mano para ayudar a uno de sus hijos que esté sufriendo, y tratamos de aliviarles ese sufrimiento, que nos promete todo lo que Él nos puede dar: nada menos que su Reino. Y Dios siente tanto que nosotros ignoremos el sufrimiento de sus hijos, que la manera como Jesús expresa a los judíos que Dios siente profundamente esa indiferencia, es con la imagen de la pérdida del Reino que les ha sido prometido.

A las autoridades judías no les simpatizó la predicación de Jesús, sobre la compasión como la puerta de entrada al Reino, en vez del estricto cumplimiento de la Ley. Por lo visto los escribas y fariseos del tiempo de Jesús no tenían tan presentes las palabras del Salmo 103 que alaban al Señor porque es bueno, porque es eterno su amor, o las del salmo 106 que dice:

Clemente y compasivo es Yahveh, – tardo a la cólera y lleno de amor;

Cual la ternura de un padre para con sus hijos,- -así de tierno es Yahveh para quienes le temen; que él sabe de qué estamos plasmados, se acuerda de que somos polvo.

Tan no simpatizaron las autoridades judías con la predicación de Jesús, que llegaron los fariseos a calificarlo de aliado de Satanás. Recordemos la escena en Mt 12, 22-24:

Entonces le fue presentado un endemoniado ciego y mudo. Y lo curó, de suerte que el endemoniado hablaba y veía. Y toda la gente decía atónita: “¿No será éste el Hijo de David? Mas los fariseos, al oírlo, dijeron: “Éste no expulsa los demonios más que por Beelzebul, Príncipe de los demonios.”

El rostro de Dios que Jesús nos mostró fue el del Padre amoroso, misericordioso, clemente y compasivo. Y nos dijo que fuéramos como su Padre.

La próxima semana, Dios mediante, quisiera terminar este tema con una consideración sobre la necesidad del desprendimiento. Hay cosas que nos atan a la tierra y se convierten en obstáculos para ser compasivos. Y no se trata de desprendernos sólo de los bienes materiales. Otras cosas, no materiales, nos impiden ser libres, limitan nuestra capacidad de compasión y nos pueden cerrar o hacer estrecha la puerta del Reino.

Escríbanos a: reflexionesdsi@gmail.com


[1] Spe salvi,2 . Véase también Ratzinger, Jesús de Nazaret, Pg 74, sobre el significado de eficacia, de la palabra Evangelio.

[2] La Biblia de Jerusalén comenta: La segunda parte de este mandamiento no se encuentra así en la Ley, ni podría encontrarse. Esta expresión forzada de una lengua pobre en matices (el original arameo) equivale a: “No tienes por qué amar a tu enemigo”.

[3] Los levitas eran descendientes de Leví, hijo de Jacob. Yahveh los había reservado para su servicio. Cf Num 25,12

[4] Cf Peter McVerry, Jesus: Social Revolutionary?, Veritas Warehouse, capítulo 3°. Las reflexiones sobre este tema están inspiradas en este libro. Lo invito a entrar a esta dirección: http://www.jcfj.ie/jesussocialrevolutionary/ y hacer clic en Extracts. Allí se pueden leer algunos capítulos de este libro.

[5] El P. McVerry tiene un pensamiento distinto. Dice, con cierto sentido del humor, que el Evangelista escogió a un sacerdote y a un levita, porque “Jesús fue siempre un poquito anticlerical”.

[6] He tratado de seguir con fidelidad el pensamiento del P. McVerry, aunque no lo hago al pie de la letra.

Doctrina Social de la Iglesia – Reflexión 101

Junio 12 de 2008

Compendio Doctrina Social de la Iglesia N° 72

Naturaleza de la Doctrina Social

Fe y obligaciones con los demás

Empezamos en la reflexión anterior a considerar las ideas de un sacerdote irlandés, el P. Peter McVerry, quien ante la desigualdad en la distribución de la riqueza que vemos en el mundo, plantea un debate sobre el significado de nuestra fe y las obligaciones que, desde el punto de vista social, nos impone el hecho de pertenecer a la comunidad cristiana. Como cristianos no podemos ser indiferentes ante el sufrimiento de los demás. La situación se agrava ahora por la crisis mundial de alimentos. Hay más hambre en el mundo hoy, en un mundo rico, y tecnológicamente desarrollado.

Y sucede que, de palabra somos solidarios con los que sufren, y de palabra los compadecemos; pero en la vida real muchas veces vivimos un cristianismo egoísta, en el que pretendemos vivir solos, sin importarnos la suerte de los demás. Se nos olvida que somos hijos del mismo Padre, que los demás son, por lo tanto, nuestros hermanos y que es imposible vivir un cristianismo auténtico como un asunto personal, individual, en el que los demás no tienen nada qué ver. Los fenómenos naturales: el invierno inclemente, los sismos que han sacudido a varios países, sumados a la tragedia de los desplazados por la violencia o por la falta de trabajo nos tienen que sacudir también la conciencia y el corazón.

El doctor Ricardo Castañón, ese científico boliviano a quien el Señor dio el regalo de la fe por el camino de la ciencia, en alguna de las conferencias que dictó en Medellín, creo que hace dos años, dijo estas palabras que nos hacen pensar:

Yo trabajo con católicos desde hace trece años y a veces veo comportamientos que no tienen nada de católicos. Y es porque podemos hablar de Dios / pero no vivimos como Dios quiere. Lo llamamos Padre pero no nos comportamos como hijos verdaderos; lo llamamos Maestro, pero no aprendemos las enseñanzas que nos da. Entonces, yo creo que el hombre está viviendo una situación difícil, que más que por el anuncio de lo que venga es porque es producto de su propio comportamiento.[1]

Se refería el Dr. Castañón a los anuncios de catástrofes naturales por el maltrato a la naturaleza, y también se refería a los científicos que juegan con la genética, que desprecian la vida de los no nacidos y la de los ancianos. Y añadía más adelante, que en el trabajo de transformación que requiere esta sociedad, cada cristiano debe volverse un verdadero testimonio de vida cristiana, desde hoy, no desde mañana o después de un retiro espiritual o después de una prueba muy dura. Es un laico el que nos llama la atención por nuestra falta de coherencia entre fe y vida. Un laico que después de su conversión, – pues fue ateo, – trata de vivir la fe y por eso añadió en esa conferencia:

El cristiano debe cambiar su piel

El cristiano debe transformarse, debe cambiar su piel, y cuando lo veas tienes que saber que ese es un hijo de Dios y lo reconoces porque esa persona ama; pero si te enojas con él por una cosa banal, si lo calumnias y lo persigues, si hablas de Dios pero no hablas con Él, si vives de Él, pero no vives para Él, entonces, el hombre pone su corazón donde está su riqueza, y lamentablemente en nuestro mundo mucho de nuestra riqueza está en el dinero, en la economía, en el progreso económico… Pero no lo hemos puesto a Él en el centro de nuestra vida.

He citado esas palabras del doctor Castañón porque nos ayudan a ubicarnos en la reflexión que comenzamos sobre la responsabilidad que como cristianos tenemos con la comunidad.

Dos maneras incorrectas de entender el cristianismo

Veíamos en las reflexiones pasadas que el cristianismo no lo entendemos de la misma manera todos los que nos llamamos cristianos. Para algunos, el cristianismo se entiende, solamente, como una religión que impone ciertas obligaciones morales a sus seguidores, con la promesa de que si las observan, después de la muerte tendrán como premio el Reino de Dios. Para las personas que entienden así el cristianismo, Jesús fue un maestro, un guía para nuestra vida moral. El cristianismo se ve sólo como un código personal de moral, que, – eso sí, – tiene en el centro el amor al prójimo, porque así nos lo enseña el Evangelio en Jn 13, 34:

Les doy un mandamiento nuevo: que se amen los unos a los otros. Que, como yo los he amado, así se amen también ustedes los unos a los otros. Y en Mt 7,12: Todo lo que deseen que los demás les hagan a ustedes, háganselo también a ellos: en esto consiste la Ley y los Profetas o en Mt 22,39: Amarás a tu prójimo como a ti mismo.

Quienes ven su pertenencia al cristianismo como una religión exigente sólo en la moral individual, piensan que el distintivo de los que pertenecen a la comunidad cristiana es el estar dispuestos a vivir de acuerdo con sus normas morales. Esas normas de conducta las entienden como algo esencialmente moral, religioso y personal. En ese escenario, la distribución de la riqueza en nuestra sociedad y en el mundo, las políticas laborales, de vivienda, de salud, las decisiones sobre el destino del dinero de los impuestos no tienen nada qué ver con el seguimiento de Jesús. Las exigencias que se hacen a los miembros de una comunidad cristiana así entendida, no tienen nada que ver con lo social, con lo político, con lo económico. Esa es una manera de entender el cristianismo; lo reducen a la moral individual.

Cree y serás salvo y te hará prosperar

Por lo que uno oye de la predicación de algunos evangélicos, lo importante para ser uno un buen cristiano es creer en Jesús. Si creemos en Jesús, tendremos prosperidad y estamos salvados, tenemos asegurado un puesto en el Reino de Dios. Y, ¿qué es, para esos evangélicos, creer en Jesús? ¿En qué consiste su fe en Jesús? Creer lo entienden como aceptar como verdaderos una serie de hechos sobre Jesús. Si uno está dispuesto a afirmar que acepta como ciertas una serie de creencias acerca de lo que Jesús fue y es, puede pertenecer a esa comunidad de personas que creen en Jesús. Es una fe que, personalmente, le da a uno seguridad de que Jesús es su Salvador y Él lo hará prosperar, pero es una fe que no tiene para la persona que dice creer, consecuencias en su vida en la comunidad.

En este enfoque del cristianismo tampoco las reformas sociales, económicas o políticas, tienen importancia en el seguimiento de Jesús. Seguir a Jesús es aquí también un asunto personal; se trata de mi relación individual con Él, basada en mi creencia sobre quién es Él.

Ya habíamos comentado que, aunque no son iguales esos dos enfoques sobre el ser cristiano: el que pone todo el énfasis en cumplir las normas morales del Evangelio o el que lo pone sólo en aceptar a Jesús como Salvador, se parecen en que el énfasis de ambos no es social; la relación con Jesús, según esos enfoques del cristianismo, es individual, sin consecuencias en el comportamiento como miembro de la comunidad, de la sociedad. Por eso lo económico, lo político, en cuanto inciden en la vida social, no aparecen entre sus asuntos de interés, como si fueran ideas ajenas a la vida cristiana. Como si de eso se tuvieran que ocupar otros, porque no se le ve relación con vivir la fe.

Una comunidad sólo como estructura de apoyo

Esos dos puntos de vista sobre el ser cristiano, interpretan a Jesús como el medio de conseguir la salvación, individualmente. Para esos cristianos, la Comunidad viene a ser una reunión de individuos que comparten la misma manera de pensar, las mismas creencias o que se comprometen con un código moral común. De manera que la invitación de Jesús a los individuos no es esencialmente una invitación a pertenecer a la comunidad, y el compromiso de cada uno no es un compromiso con la comunidad, sino más bien un compromiso con atenerse a un sistema o código moral. La comunidad tiende entonces a convertirse solamente en una estructura de apoyo, algo así como un club o una sociedad que tiene intereses y objetivos comunes.[2] Esas personas disfrutan por estar reunidas, por alabar al Señor cantando juntas, por compartir un rato y luego, cada uno toma el camino de su casa y de su trabajo, hasta la próxima reunión.

¿Por qué condenaron a muerte a Jesús?

El P. McVerry tiene una teoría a este respecto, que vale la pena considerar. Según el sacerdote irlandés, las dos maneras de entender el cristianismo, – ambas centradas en el individuo, – que acabamos de ver brevemente, no entienden que a Jesús lo condenaron a muerte las autoridades judías, porque había un conflicto entre dos maneras muy distintas de entender a Dios, – como las autoridades judías y como Jesús lo entendían,- con dos implicaciones radicalmente distintas para nuestra vida personal, y para la estructuración de nuestro mundo. En ese conflicto, Jesús aparentemente perdió y murió; pero, que Jesús tenía toda la razón sobre su comprensión de Dios y su visión de nuestro mundo, se confirmó con el hecho de la Resurrección.

¿Cómo entendía Jesús al Padre, a Dios? ¿Cuál es la imagen de Dios que nos dio a conocer? La Encarnación del Hijo de Dios nos abrió un panorama inmenso en el conocimiento de Dios. Jesús nos dio a conocer al Padre y al Espíritu Santo y se nos reveló como el Hijo; nos reveló la Trinidad, que apenas se vislumbró en el A.T. Y en la vida de la Trinidad nos mostró que Dios es Amor.

El que me ha visto a mí, ha visto al Padre

Entonces, ¿cómo es Dios, el que Jesús nos dio a conocer? Ante todo, tengamos presente que Jesús vino de Dios, conocía íntimamente a Dios, como Hijo, y vino a revelarnos el amor infinito de Dios por el ser humano. Un amor tan grande, que nos dio a su Hijo Unigénito. Y al contemplar a Jesús, podemos contemplar cómo es Dios, porque Jesús es el rostro humano de Dios y el rostro divino del hombre, como dice esa bella frase muy utilizada desde Juan Pablo II, y que Benedicto XVI incluyó en su oración por la Conferencia Episcopal de Aparecida. Recordemos la respuesta de Jesús a Felipe cuando, en Jn 14, 8 le pidió: Señor, muéstranos al Padre y nos basta. La respuesta de Jesús fue: ¿Tanto tiempo estoy con vosotros y no me conoces, Felipe? El que me ha visto a mí, ha visto al Padre.

El centro de la personalidad de Jesús es su comunión permanente con el Padre.[3] Jesús estaba en comunión permanente con el Padre, por eso hablaba tan naturalmente de su Padre. No sólo hablaba de Él, sino que hablaba con Él siempre, como nos dejan ver los Evangelios que lo hacía, cuando iba a suceder algo importante: por ejemplo, antes de comenzar su vida Pública dedicó 40 días a la oración, antes de la elección de los 12, (Lc 6,12), antes de la Pasión, en Getsemaní.

La pedagogía de Jesús para darnos a conocer quién es Dios es maravillosa. Nos dio a conocer al Padre cuando hablaba de Él, cuando enseñaba y especialmente cuando actuaba. Otra manera de darnos a conocer a Dios fue por su predicación del Reino. Jesús habló mucho del Reino de Dios. Dios y su Reino fueron el centro de la vida y del ministerio de Jesús. Si conocemos cómo es el Reino de Dios, podemos acercarnos a conocer quién es Dios. La personalidad de Dios tiene que reflejarse en su Reino.

Al principio de su ministerio, Jesús anunció que el Reino de Dios estaba cerca. En Mt 4,17 dice que Jesús comenzó a proclamar: “Conviértanse, porque el Reino de los Cielos está cerca. A lo largo de su predicación, el Reino fue un tema permanente y nos lo explicó de diversas maneras. En el capítulo 13 de Mateo, Jesús habló del Reino en parábolas: lo comparó con el campo en el cual el dueño sembró semilla buena y el enemigo, por la noche, sembró cizaña en medio de la buena semilla; también comparó el Reino con el grano de mostaza y con la levadura. Y al final de su ministerio, Jesús no negó la acusación de afirmar que el Reino de Dios había llegado en su propia persona, cuando respondió a Pilatos que él era el Rey de los judíos. (Mt 27, 11)

¿La Ley, puerta de entrada al Reino?

Decíamos que se presentó un conflicto entre la manera de entender las autoridades judías a Dios y como lo entendía Jesús. Y ¿qué tiene que ver el Reino, con la idea que de Dios tenían los judíos? Bueno, los judíos sentían que ellos habían sido elegidos para heredar el Reino de Dios. Esperaban al Mesías, revolucionario antirromano, que vendría a liberar a Israel del yugo extranjero y que haría realidad el Reino. Además, tenían ellos, los judíos, la seguridad de que el modo de entrar en el Reino de Dios, era el cumplimiento de la Ley. [4]

Para los judíos, la observancia de la Ley era la más importante obligación de su vida. Cuando el pueblo de Israel fue llamado y escogido por Dios, recibió de Dios la Ley por medio de Moisés. Dios estableció una alianza con ellos, por la cual les prometió que Él sería su Dios, para protegerlos y llevarlos al Reino, siempre y cuando, ese pueblo, a su vez, observara la Ley que le había dado ese día. De manera que la observancia de la Ley en todos sus detalles era la primera obligación impuesta a cada judío, la prueba de su fidelidad al Señor, y la puerta a través de la cual ellos podrían entrar al Reino que Dios les había prometido. Para la teología judía, la pasión de Dios era la observancia de la Ley. Los fariseos la llevaron hasta el extremo. Recordemos que a Jesús le criticaron que curara en sábado.

Cuando Jesús empezó a predicar que la entrada al Reino no era por el cumplimiento de la Ley, como los escribas y fariseos la entendían, las autoridades judías se escandalizaron. Si no era por el estricto cumplimiento de la Ley, entonces ¿cómo se entra al Reino?

Perfeccionar la Ley

No es que Jesús despreciara el cumplimiento de la Ley. Recordemos sus palabras en Mt 5,17-19:

No piensen que vine para abolir la Ley o los Profetas: yo no he venido a abolir, sino a dar cumplimiento.

18 Les aseguro que no desaparecerá ni una i(ota) ni una coma de la Ley, antes que desaparezcan el cielo y la tierra, hasta que todo se realice.

19 El que no cumpla el más pequeño de estos mandamientos, y enseñe a los otros a hacer lo mismo, será considerado el menor en el Reino de los Cielos. En cambio, el que los cumpla y enseñe, será considerado grande en el Reino de los Cielos.

Habéis oído que se dijo… Pues yo os digo…

La Biblia de Jerusalén comenta que, lo que Jesús dijo, fue que vino a perfeccionar la Ley, a darle su nueva y definitiva forma, sublimándola con el espíritu del Evangelio. No es sino leer lo que sigue en el mismo capítulo 5 de Mateo desde el v. 20 en adelante, para entender cómo vino Jesús a perfeccionar la Ley. No había que cumplirla como la entendían los escribas y fariseos:

Porque os digo que, si vuestra justicia no es mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el Reino de los cielos.

Recordemos una manera de perfeccionar la Ley, como lo propuso Jesús, en los vv 43-48 del mismo capítulo 5 de Mt., que ya citamos antes:

Habéis oído que se dijo: Amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo. Pues yo os digo: Amad a vuestros enemigos y rogad por los que os persigan, para que seáis hijos de vuestro Padre celestial, que hace salir el sol sobre malos y buenos, y llover sobre justos e injustos.[5]

De manera que la predicación de Jesús, contrastaba claramente con lo que los judíos estaban acostumbrados a oír sobre el cumplimiento de la Ley. La puerta de entrada al Reino no era el cumplimiento de las minucias de la Ley. Las palabras de Jesús a este respecto fueron duras. Recordemos éstas, en Mt. 23, 13:

¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que cerráis a lo hombres el Reino de los Cielos! Vosotros ciertamente no entráis; y a los que están entrando no los dejáis entrar. Y estas otras en el v. 23: ¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que pagáis el diezmo de la menta, del eneldo y del comino, y descuidáis lo más importante de la Ley: la justicia, la misericordia, la fe! Esto es lo que había que practicar sin descuidar aquello. Guías ciegos, que coláis el mosquito y os tragáis el camello!

La justicia, la misericordia, la fe

Lo más importante de la Ley es la justicia, la misericordia, la fe. Para Jesús sólo hay una puerta por la cual uno puede entrar al Reino de Dios – y esa puerta es la misericordia, la compasión. Veamos cómo en los siguientes tres pasajes de los Evangelios nos enseña Jesús claramente cuál es la puerta de entrada al Reino de Dios:

En Mt 25, 31-46, que es la descripción del Juicio Final. En Lc 16, 19-31, en la parábola del rico malo y el pobre Lázaro, y en Lc 10, 25-37, El Buen Samaritano.

Empecemos por la escena del Juicio Final. Mateo ubica la historia del Juicio Final en el momento culminante de su Evangelio, antes de la narración de la Pasión. Su Evangelio, dice el P. McVerry va llevando a esta historia en ascenso, in crescendo, dirían los músicos, hasta la cumbre. Y el Evangelista describe el Juicio Final con gran solemnidad. Empieza con esta introducción:

Cuando el Hijo del hombre venga en su gloria acompañado de todos sus ángeles, se sentará en su trono de gloria. Serán congregadas delante de él todas las naciones (Mt 25,31)

Y,¿dónde aparece lo de la compasión como puerta de entrada en el Reino? Leamos los vv. 34-36:

(…) ‘Venid, benditos de mi Padre, recibid la herencia del Reino preparado para vosotros desde la creación del mundo. Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; era forastero, y me acogisteis; estaba desnudo, y me vestisteis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a verme’. (Mt 25, 34-36)

El mensaje es claro: la puerta de entrada en el Reino es la compasión: recibid la herencia del Reino preparado para vosotros desde la creación del mundo. Porque tuve hambre, y me disteis de comer…

Eran un hombre rico que vestía de lino y uno pobre cubierto de llagas

Sigamos con otro pasaje del Evangelio que nos enseña también que la compasión es la puerta de entrada en el Reino. Se trata de Lc 16, 19-31, es la parábola del hombre rico y Lázaro. En su libro comenta así el P. McVerry esta parábola:

En esta historia, Jesús nos habla de un hombre rico. Es interesante observar / que no nos dice nada el Evangelio sobre la vida del hombre rico, ni tampoco se alude a cómo era su vida espiritual, sólo nos dice que era rico. No nos dice si era un buen o un mal judío, si iba a la sinagoga el sábado o no, si rezaba o no. Si observaba la Ley o no. En su lugar, Jesús simplemente describe a sus oyentes la imagen de un hombre rico:

Era un hombre rico que vestía de púrpura y lino, y celebraba todos los días espléndidas fiestas. (Lc 16,19)

¿Por qué Lucas no nos dice nada sobre la vida del hombre rico, o de su vida espiritual; sólo que era rico? Quizás porque eso no era importante, frente a saber lo que es lo más importante a los ojos de Dios: si había fallado en la compasión. No que la vida del hombre rico o su vida espiritual no fueran importantes, enfáticamente, no. Pero eso se convierte en irrevelante, si falla en lo que a los ojos de Dios es lo más importante, a saber, la compasión.

Y Lucas nos cuenta de un hombre pobre. De nuevo, es interesante que no nos dice nada de este hombre, fuera de que era un hombre pobre. Describe a sus oyentes esta imagen de pobreza:

Y uno pobre, -dice Lucas, – llamado Lázaro, que, echado junto a su portal, cubierto de llagas, deseaba hartarse de lo que caía de la mesa del rico…pero hasta los perros venían y le lamían las llagas. (Lc 16, 20-21)

El Evangelista no se molesta en decirnos cómo este pobre llegó a ese estado de pobreza; quizás se bebió todo su dinero, o lo perdió en el juego, o quizás, como el hijo pródigo, lo malgastó en una vida libertina. ¿Por qué Lucas no nos cuenta cómo ese hombre llegó a la pobreza? Quizás, de nuevo, porque eso no era importante. Para Lucas, y para Dios, no hay diferencia entre el pobre que merece ayuda y el que no la merece.

Esta parábola tiene que ver con un hijo de Dios necesitado y otro hijo de Dios que podría haber extendido su mano para ayudarle en esa necesidad y no lo hizo. Por eso, no hubo lugar para él en el Reino de Dios. Cómo llegó el pobre a ese estado de necesidad no tenía importancia.

Escríbanos a: reflexionesdsi@gmail.com


[1] Las palabras del Dr. Castañón están tomadas de un DVD grabado por Televida, la programadora de la Congregación Mariana, en Medellín.

[2] Cf Peter McVerry, Jesus: Social Revolutionary?, Veritas Warehouse. Las reflexiones sobre este tema están inspiradas en este libro.

[3] Cf Joseph Ratzinger, Benedicto XVI, Jesús de Nazaret, Planeta, Pg 10: dice citando a Rudolph Schnakenburg: «Sin su enraizamiento en Dios, la persona de Jesús resulta vaga, real e inexplicable». Este es también el punto de apoyo sobre el que se basa mi libro: considera a Jesús a partir de la comunión con el Padre. Este es el verdadero centro de su personalidad. Sin esta comunión no se puede entender nada y partiendo de ella Él se nos hace presente también hoy.

[4] Cf Peter McVerry, opus cit., Cap 3, ¿Quién es Dios?

[5] La Biblia de Jesrusalén comenta: La segunda parte de este mandamiento no se encuentra así en la Ley, ni podría encontrarse. Esta expresión forzada de una lengua pobre en matices (el original arameo) equivale a: “No tienes por qué amar a tu enemigo”.

Reflexión 100

Junio 5 de 2008

Compendio Doctrina Social de la Iglesia N° 72

Doctrina Social y Política

¿Incursionar directamente en la acción política?

En la reflexión anterior vimos que la Doctrina Social de la Iglesia asume también en su reflexión temas como los procesos de cambio social, el análisis de los sistemas económicos y políticos, la democracia, la justicia social. Decíamos que, aunque se trate de temas terrenales, humanos, la D.S.I. los trata porque de ellos puede depender que el proyecto de Dios para la humanidad sea posible. Si Dios quiere un mundo de justicia, el tema de la justicia y por lo tanto el tema político y el tema económico, adquieren una dimensión social que los hace parte necesaria de la reflexión teológica,[1] sobre nuestra conducta en la sociedad. De lo contrario, estaríamos dejando el Evangelio en la teoría y en las buenas intenciones.

Y nos preguntamos: ¿Es entonces correcto que la D.S.I. se inmiscuya en temas como los sistemas económicos y políticos, la democracia, la justicia social? Y respondimos que sí, porque esas realidades (la economía, la política), pueden facilitar o al contrario, impedir, que los designios de Dios se hagan realidad. Pero que, temas como la política y la economía sean parte de la reflexión teológica, no significa que la Iglesia jerárquica, – que nuestros pastores, – deban incursionar directamente en la acción política.

Al final del programa anterior, uno de nuestros radioescuchas se preguntaba al aire, por qué la jerarquía es tímida al pronunciarse sobre aspectos que tienen que ver con la política y la economía y se opone cuando algún miembro del clero se siente llamado a participar en esos campos. Como se estaba terminando el tiempo del programa no pude comentar la inquietud de nuestro oyente, pero creo que es algo importante y por eso lo voy a hacer ahora. Lo que voy a decir al respecto lo tomo de los documentos de la Iglesia. Y gracias, José, porque su intervención al aire nos da la oportunidad de aclarar conceptos y profundizar en nuestra fe.

Si somos objetivos, tenemos que aceptar que la Jerarquía: los Papas, los Obispos, se han manifestado en muchísimas oportunidades sobre temas de política y economía nacional e internacional. Encontramos la doctrina de la Iglesia sobre los temas sociales, de modo particular desde León XIII en adelante, quien, -como dice Juan Pablo II, en la encíclica Centesimus annus, 5, – siguiendo las huellas de sus antecesores, con la encíclica Rerum novarum estableció un paradigma, es decir un modelo, sobre cómo analizar las realidades sociales, pronunciarse sobre ellas y dar orientaciones para la justa solución de los problemas que se derivan de esas situaciones.

Juan Pablo II lo hizo de manera muy clara, en muchas de sus intervenciones y de manera especial en sus 3 encíclicas sociales, Laborem exercens, Sollicitudo rei socialis y Centesimus annus. A éstas se debería sumar su primera encíclica, la Redemptor hominis, Redentor del hombre, que trata en su tercera parte del HOMBRE REDIMIDO Y SU SITUACION EN EL MUNDO CONTEMPORANEO. En Dives in misericordia Juan Pablo II dice que dedicó su primera encíclica,Redemptor hominis, Redentor del hombre, – a la verdad sobre el hombre, en correspondencia con las necesidades de nuestro tiempo. [2] Añade que la verdad sobre el hombre nos es revelada en Cristo, en toda su plenitud y profundidad.

No fue sólo en sus encíclicas, como Juan Pablo II orientó al mundo con la doctrina social. Recordemos que no pocos atribuyen la caída del comunismo en Europa, a efectos de su visita a Polonia. En nuestros días, la Iglesia, por medio de sus obispos, sigue orientando con claridad y energía en países como España y Venezuela, donde los gobiernos de orientación izquierdista han tomado caminos equivocados en asuntos como la educación y la familia.

La Conferencia Episcopal Colombiana

Siempre quisiéramos más

Si leemos los documentos de la Conferencia Episcopal de Colombia, nos podemos dar cuenta de que los principios, criterios y directrices de acción de la Doctrina Social de la Iglesia, se han repetido una y otra vez y se siguen repitiendo, en los temas de pobreza, de derechos humanos, en particular en defensa de las víctimas de la violencia,de la libertad y de la vida. Igualmente la Iglesia ha manifestado sus puntos de vista sobre los programas políticos de los diversos partidos, para orientarnos en momentos de decisión sobre nuestro voto en tiempo de elecciones. Ni para qué mencionar el papel de la Iglesia en el tema de la paz, donde su intervención ha sido reconocida e indispensable, ni la labor práctica de ayuda humanitaria a los desplazados y en general a todos los pobres y oprimidos.

Sin embargo, a pesar de toda esta inmensa actividad, que es innegable, – como lo manifestó José, – nuestro radioescucha, – no es suficiente lo que se hace. Quizás en algunos puntos concretos, como ha sido la actividad negativa del Ministerio de Protección Social en asuntos laborales, nos hubiera gustado escuchar más la voz de nuestros pastores. No sabemos si la prudencia los ha obligado manejar el asunto con discreción y sí se han manifestado, aunque no lo conozcamos. En todo caso, no importa cuánto se haga en este campo social, siempre quisiéramos más.

Los sacerdotes en la política

Sobre la intervención directa de sacerdotes en la política, creo que la mayoría de los católicos estamos de acuerdo en que eso no es conveniente. La Iglesia ha tenido malas experiencias. Los sacerdotes que dejaron la acción pastoral por las armas de la guerrilla hicieron más mal que bien. ¿Cómo puede un sacerdote justificar con su presencia en las filas guerrilleras, acciones como el secuestro, las minas antipersona, los ataques a las poblaciones y la financiación por medio del narcotráfico? ¿Cómo pensar siquiera que la violencia esté de acuerdo con el Evangelio, que predica el amor, la compasión, la misericordia? [3]

Pablo VI dijo en discurso en Bogotá el 23 de agosto de 1968:

Debemos decir y reafirmar que la violencia no es ni cristiana ni evangélica y que los cambios bruscos y violentos de las estructuras serán engañosos, ineficaces en sí mismos y ciertamente no conformes con la dignidad del pueblo. En Evangelii nuntiandi en el N° 36 añade Pablo VI: la iglesia es consciente de que las mejores estructuras y los sistemas más idealizados se convierten pronto en inhumanos si las inclinaciones del hombre no son saneadas, si no hay conversión de corazón y de mente por parte de quienes viven en esas estructuras o las rigen.

Estas palabras y las pronunciadas por Pablo VI en Bogotá se encuentran en el documento de Puebla, en el N° 534.

Si se trata de intervención de la Iglesia en política partidista, no le hizo bien a nuestra fe la predicación politizada desde los púlpitos. En cuanto a los sacerdotes que han dejado su actividad pastoral para ser elegidos popularmente como alcaldes, no hay claridad o unanimidad sobre el beneficio o no de sus gobiernos. Quizás habrían beneficiado más a sus conciudadanos si, aprovechando su aceptación en la comunidad, hubieran seguido actuando como pastores que aconsejan y orientan a los políticos y dedican su esfuerzo a la actividad social por los pobres.

El Obispo Presidente de Paraguay

Se presenta ahora un caso complicado, en Paraguay. Como recordamos, el presidente recientemente elegido en ese país es obispo católico. En el programa del 17 de enero pasado tratamos este asunto. Si alguien desea volver sobre él, lo encuentra en este ‘blog’ bajo el título Reflexión 083, Doctrina Social y Política.

Repitamos sólo un pequeño fragmento de la Reflexión 083, cuando estudiamos los números 69 a 71 del Compendio de la D.S.I. Dijimos entonces:

La Iglesia Jerárquica, cuando predica su Doctrina Social, no pretende arrogarse ni invadir competencias ajenas, descuidando las propias. Por eso la Iglesia no acepta que los sacerdotes mezclen su actividad pastoral con la actividad política, proselitista ni se presenten como candidatos para desempeñar cargos políticos. En Colombia más de un sacerdote ha sido elegido alcalde, pero ha dejado su ejercicio pastoral para dedicarse a la política y en ninguna forma porque su obispo lo haya designado para ese trabajo; más bien, – podemos suponer, – que quienes han optado por ese camino, lo han hecho a pesar de sus superiores.

En el caso de los obispos, la Iglesia es más exigente. Para comprender este pensamiento de la Iglesia nos puede ayudar enterarnos del caso del obispo paraguayo Fernando Lugo Méndez, quien aceptó la candidatura presidencial en su país.

Con el fin de dedicarse a la política, Monseñor Lugo había presentado al Santo Padre la “renuncia al ministerio eclesial”, “a los derechos, deberes y privilegios del estado clerical”, “para retornar a la condición de laico en la Iglesia”. El criterio de la Iglesia, (…) es que un Obispo no puede renunciar al episcopado para dedicarse a la política. El 4 de enero de 2007, la (…) Congregación para los Obispos respondió así a Monseñor Lugo Méndez:

El Santo Padre ha recibido su carta del 18 de diciembre de 2006, con la cual Usted exponía su intención de aceptar la candidatura a Presidente de la República de esa Nación, que le ha sido ofrecida por un movimiento formado por varios partidos políticos.

(…)

La tarea de un Obispo / es estar al lado de los fieles siguiendo en todo la suprema ley de la Iglesia / que es efectivamente la salvación de las almas y no el gobierno de la comunidad política. La colaboración del Obispo en procurar el bien de la sociedad civil / debe ser desempeñada siempre en modo pastoral, actuando como padre, hermano y amigo / y ayudando con su ministerio a construir caminos de justicia y de reconciliación, como está justamente subrayado por la Exhortación Apostólica “Pastores gregis”.

A la luz de tales consideraciones, usted comprende cuánto el servicio de un Obispo sea diverso / de aquel de quien desempeña funciones políticas. Usted justamente observa que también la política es una forma de caridad, pero ella tiene un rol, leyes y finalidades propias, bien distintas de la misión de un Obispo, llamado a iluminar con el Evangelio / todos los ámbitos de la sociedad / y a formar las conciencias. Tarea del Obispo es la de anunciar la esperanza cristiana, para defender la dignidad de cada hombre, para tutelar y proclamar con firmeza aquellos valores, que el Santo Padre ha definido “no negociables”.

Durante la historia, y también hoy, numerosos Obispos han debido luchar y sufrir para conservar la propia libertad de Pastores ante toda forma de poder, para ser únicamente al servicio de Jesucristo y de su Evangelio.

Hasta allí la carta de la Congregación de los obispos a monseñor Lugo.

Ante los hechos cumplidos, pues monseñor Lugo, a pesar de la posición de la Santa Sede aceptó la candidatura y fue elegido presidente del Paraguay, se ha creado una situación no sencilla que la Santa Sede sabrá manejar con sabiduría.

Descubramos lo divino de las realidades temporales

Quedémonos con lo esencial de esta discusión: la fe nos permite descubrir lo divino de las realidades temporales, es decir su relación con Dios, y por eso es posible que desde la fe se hable de lo político y de lo económico. En la D.S.I. se trata sobre lo económico y lo político, en cuanto pueden ser vistos a la luz de Dios, como ayuda o como obstáculo, para realizar los planes del Creador para el ser humano. La Iglesia no orienta sobre lo técnicamente correcto en economía o en política, sino sobre si la economía, la política y las demás realidades sociales, cumplen con los fines queridos por Dios. Se trata de leer lo político y lo económico a partir del Evangelio.[4] Lo económico y lo político deben estar al servicio del hombre y no al contrario.

A los que deseen profundizar en estos temas, los invito a leer el documento de Puebla, del N° 507 en adelante, bajo el título Evangelización, Ideologías y Política. Allí nos dicen los obispos que La Iglesia (…) siente como su deber y derecho / estar presente en este campo de la realidad: porque el cristianismo debe evangelizar la totalidad de la existencia humana, incluida la dimensión política. Critica por esto, a quienes tienden a reducir el espacio de la fe a la vida personal o familiar, excluyendo el orden profesional, económico, social y político, como si el pecado, el amor, la oración y el perdón no tuviesen allí relevancia.

No podemos reducir nuestra vida cristiana a un solo aspecto. Nuestra vida la tenemos que vivir de modo integral, toda, no sólo una parte, de acuerdo con el proyecto de Dios. No podemos dividir nuestra vida en compartimentos separados. No es coherente que en la intimidad sigamos el Evangelio y en la vida de trabajo, en la vida de familia o en la vida pública, tengamos una guía distinta.

Deber de los laicos en política y economía

El sacerdote y el obispo formadores de conciencias

La Iglesia, desde el Magisterio, por medio de nuestros pastores nos orienta, como hemos visto, ofreciéndonos en su doctrina social, principios permanentes, criterios de juicio y directrices de acción. En la política y la economía, es deber de los laicos, actuar como políticos, como economistas o como empresarios, de acuerdo con la D.S.I. Los laicos sí debemos asumir responsabilidades políticas y de dirección en las empresas e iluminar esas actividades con la luz del Evangelio. El campo del sacerdote y del obispo no es directamente el de la política, actuando como políticos, sino como formadores de las conciencias. Como la Santa Sede aclaró al obispo Lugo: la misión de un Obispo, es su llamado a iluminar con el Evangelio / todos los ámbitos de la sociedad y a formar las conciencias.

Los laicos esperamos siempre más de nuestros pastores, y no está mal que les hagamos saber lo que pensamos y cómo nos sentimos, pero necesitan mayor presión nuestra los laicos católicos que no parecen conocer la doctrina social de la Iglesia cuando manejan el poder en las corporaciones públicas, en el ejecutivo o en cargos de la rama jurisdiccional. Por hoy, es suficiente lo que hemos estudiado sobre el papel de la Iglesia en la política, la economía y demás realidades sociales.

Reflexión sistemática, metódica sobre la conducta

En la reflexión anterior terminamos nuestro estudio sobre lo que significa que la D.S.I. no sea una ideología[5] sino que pertenezca a la Teología Moral. Vimos que la D.S.I. está en el campo de la teología, que es la ciencia de Dios, porque, aunque no estudie las grandes verdades sobre Dios mismo como la Santísima Trinidad, la Cristología, etc., que se estudian en la teología dogmática, la D.S.I. tiene que ver con Dios, en cuanto se ocupa de estudiar las relaciones del hombre y la sociedad con Dios. La teología moral nos ofrece una reflexión sistemática, metódica, ordenada, sobre cómo debe ser la conducta cristiana, según nos lo ha revelado el Señor en la Sagrada Escritura. La teología moral se ayuda en esta tarea del razonamiento filosófico, es decir, de la ética, y se apoya en la experiencia y las enseñanzas de la Iglesia.

Comprendimos que la reflexión que sobre la conducta cristiana nos ofrece la D.S.I. / se refiere en particular a nuestra conducta en relación con los demás; a nuestro comportamiento social. La D.S.I. nos presenta el proyecto que Dios ideó para el hombre y la sociedad, para que vivamos de acuerdo con ese plan divino. Naturalmente la guía para conocer el proyecto de Dios la tiene la Iglesia en la Sagrada Escritura, en la Tradición y el Magisterio. En síntesis, la D.S.I. de la Iglesia nos enseña, cómo debe ser nuestra vida en sociedad, según el proyecto de Dios.

No sólo VER y JUZGAR

La D.S.I. nos ofrece los principios, los criterios y valores del Evangelio que deben regir las relaciones sociales. Siguiendo el método VER-JUZGAR-ACTUAR, la Iglesia nos ofrece en su Doctrina social los principios, es decir las normas e ideas fundamentales y los criterios de juicio, para que observemos y juzguemos si el comportamiento de nuestra sociedad, según esos principios y criterios, está de acuerdo con el proyecto de Dios. El resultado de nuestro VER y JUZGAR el comportamiento de nuestra sociedad, nos debe conducir al tercer paso: ACTUAR. No nos podemos quedar en ver, juzgar y lamentarnos, sino que tenemos que actuar.

Decíamos en la reflexión pasada que, la sociedad como Dios la ideó, es la que Jesús llamó Reino de Dios. Estamos llamados a vivir de tal manera en sociedad, que hagamos posible la construcción del Reino de Dios. Es cierto que el Reino será una realidad perfecta al final de los tiempos, pero tenemos que empezar a construirlo aquí y ahora. La sociedad que los creyentes debemos desarrollar es la proyectada por Dios, que no es otra que su Reino.

Volvamos sobre algunas de las ideas que tratamos la semana pasada, para que nos queden claras y firmes.

¿Cómo conocer el proyecto de Dios?

Veíamos que el proyecto de Dios lo podemos conocer a través de la Escritura, especialmente en la predicación y en la vida de Jesús. Si lo seguimos vamos por el camino seguro. Nos dijo Jesús que Él es el camino, la verdad y la vida (Jn 14, 6). Jesús vino a hablarnos del Padre, a dárnoslo a conocer y a darnos a conocer su Voluntad. Y nos advirtió que lo que vino a enseñarnos es para que lo pongamos por obra; que esa será la prueba de que lo amamos. Si me amáis, guardaréis mis mandamientos, dijo Jesús en ese mismo discurso, en Jn 14, 15. Más adelante, también en el mismo capítulo 14 de Jn, en los vv. 23 y siguiente añadió:

“Si alguno me ama, guardará mi Palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él, y haremos morada en él.
24 El que no me ama no guarda mis palabras. Y la palabra que escucháis no es mía, sino del Padre que me ha enviado
.

¿Cómo es el Dios de la Escritura?

La Sagrada Escritura nos da a conocer a Dios, al Padre a quien debemos imitar, según las palabras de Jesús: nos dijo que fuéramos perfectos como el Padre celestial es perfecto (Mt 5,48). Y ¿cómo es el Dios que encontramos en la Escritura? El Dios que nos revela Jesús es compasivo y misericordioso, es Dios que ama la justicia y abomina la iniquidad, que es sensible al grito del oprimido, y que el culto que quiere debe ser expresión de la justicia, de la misericordia y la fidelidad.[6] Es contundente la frase de Jesús en Mt. 9, 13 cuando lo criticaron por reunirse a comer con publicanos y pecadores: Id, pues, a aprender qué significa aquello de: Misericordia quiero, que no sacrificio. Porque no he venido a llamar a justos sino a pecadores.[7] En esa oportunidad, Jesús recordaba a los fariseos las duras frases del Señor a través de los profetas Oseas y Amós. Los profetas se pronunciaron a menudo contra la hipocresía religiosa de quienes creen que están bien con Dios porque cumplen ciertos ritos externos de culto, y desprecian los preceptos más elementales de justicia social y de amor al prójimo.[8]

Ustedes oyeron que se dijo…pero yo les digo…

En la reflexión anterior recordamos un pasaje del Evangelio, fundamental para comprender cómo quiere el Señor que sea el comportamiento cristiano, a imitación del Padre. Es todo el capítulo 5 de Mateo, que nos trae el Sermón del Monte. Sobre el Sermón del Monte tendremos que volver una y otra vez; tengamos hoy presente el final del capítulo, desde el v 43 al 48, donde dice:

43 Ustedes han oído que se dijo: Amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo.
44 Pero yo les digo: Amen a sus enemigos, rueguen por sus perseguidores; 45 así serán hijos del Padre que está en el cielo, porque él hace salir su sol sobre malos y buenos y hace caer la lluvia sobre justos e injustos.
46 Si ustedes aman solamente a quienes los aman, ¿qué recompensa merecen? ¿No hacen lo mismo los publicanos?
47 Y si saludan solamente a sus hermanos, ¿qué hacen de extraordinario? ¿No hacen lo mismo los paganos?
48 Por lo tanto, sean perfectos como es perfecto el Padre que está en el cielo.

Para que no nos quedemos en las nubes, en lo abstracto, y seamos de verdad sensibles a la revelación que nos habla de un Dios misericordioso, que nos interpela, en particular a partir de los pobres y de los oprimidos, la D.S.I. nos invita, no sólo a reflexionar sobre el amor de Dios por los pobres y los oprimidos, y quedarnos allí, lamentándonos de la situación, sino que nos plantea la necesidad de reflexionar y actuar sobre temas que, aunque no son directamente teológicos, pues son temas terrenales, sin embargo, como todas las cosas, tienen una conexión con Dios y su proyecto para el ser humano y la sociedad. Por eso, – como ya hemos visto lo suficiente, – la D.S.I. asume en su reflexión, temas como los procesos de cambio social, el análisis de los sistemas económicos y políticos, la democracia, la justicia social. Son temas terrenales, humanos, pero de ellos puede depender que el proyecto de Dios para la humanidad sea posible.

Significado de nuestra fe y las obligaciones sociales que nos impone

Decíamos la semana pasada que veces se entiende la teología moral, sólo como la reflexión sobre un código de comportamiento íntimo, y se corre el riesgo de reducir la vida cristiana a algunos aspectos personales, olvidando que somos miembros del Pueblo de Dios y que eso debe tener implicaciones en nuestra vida social.

Empezamos en el programa anterior, a considerar las ideas del P. Peter McVerry, quien ante la desigualdad en la distribución de la riqueza que vemos en el mundo, plantea el debate sobre el significado de nuestra fe y las obligaciones que nos impone el hecho de pertenecer a la comunidad cristiana.

Serguiremos con este tema en la próxima reflexión.

Escríbanos a: reflexionesdsi@gmail.com


[1] Reflexión teológica: se dice que la teología es la fe reflexiva. Es un esfuerzo de la persona humana por penetrar con la razón en la experiencia y contenidos de la fe. La teología contempla primero a Dios a la luz de la fe revelada y luego todo lo demás lo contempla a la luz de Dios, porque el teólogo, como creyente, contempla todo el universo a la luz de Dios.

[2] Cf Juan Pablo II, Dives in misericordia, 1.2., donde dice: “Siguiendo las enseñanzas del Concilio Vaticano II y en correspondencia con las necesidades particulares de los tiempos en que vivimos, he dedicado la Encíclica Redemptor Hominis a la verdad sobre el hombre, verdad que nos es revelada en Cristo, en toda su plenitud y profundidad. Una exigencia de no menor importancia, en estos tiempos críticos y nada fáciles, me impulsa a descubrir una vez más en el mismo Cristo el rostro del Padre, que es “misericordioso y Dios de todo consuelo”.

[3] Cf Puebla 5,4 Reflexión sobre la violencia política, 531-534

[4] Cf Puebla, 559

[5] Sobre evangelización e ideologías véase en el documento de Puebla, 5.5, 535-562

[6] Fe cristiana y compromiso social, Pg 170

[7] Citaba el Señor a Oseas 6, 3-6 y a Amós, 5,21-23

[8] Cf comentarios de la Biblia de Jerusalén.

Reflexión 099

Mayo 29 2008

Compendio Doctrina Social de la Iglesia N° 72

Naturaleza de la D.S.I. –El reino de Dios

No ideología sino teología

En la reflexión anterior terminamos de ampliar y profundizar el tema sobre la naturaleza de la D.S.I. Dedicamos un buen espacio a comprender que la D.S.I. no es una ideología, sino que pertenece al campo de la teología, especialmente de la teología moral, como nos enseñó Juan Pablo II.

Como vimos, la teología es la ciencia de Dios, de manera que es importante tener claridad sobre la conexión de la D.S.I. con Dios. La D.S.I. tiene que estar conectada con Dios, porque de lo contrario no podría hacer parte de una disciplina que trata del conocimiento de Dios, como es la teología.

Para comprender el sentido de nuestro estudio sobre la D.S.I. y su pertenencia a la teología, empezamos por aclarar que, cuando estudiamos la D.S.I., no nos proponemos entrar en los grandes temas sobre Dios, que se estudian, por ejemplo, en la Teología Dogmática, en la Cristología, en la Eclesiología. Es que hay varias ramas de la teología. En la teología dogmática se estudian temas como la Santísima Trinidad, Jesucristo, la gracia, el pecado, la Iglesia, los sacramentos… Son temas trascendentales en nuestra formación en la fe, y que encontramos en el Catecismo. También existe la teología bíblica. Aunque toda la teología se basa en la Sagrada Escritura, es decir en la revelación, la teología bíblica dirige su esfuerzo, en particular, al estudio de la historia de salvación.

Reflexión teológica sobre la conducta cristiana

La D.S.I. pertenece especialmente a la Teología Moral. De manera que la D.S.I. está en el campo de la teología, la ciencia de Dios, pero no se ubica en la teología dogmática, que estudia las grandes verdades sobre Dios mismo: la Santísima Trinidad, la Cristología, etc. La teología moral, que es en donde se encuentra la D.S.I., se orienta a la reflexión sistemática, ordenada, metódica, sobre cómo debe ser la conducta cristiana, según la revelación en la Sagrada Escritura, con la ayuda del razonamiento filosófico, es decir, de la ética, y el apoyo de la experiencia y de las enseñanzas de la Iglesia.

EN la doctrina social la reflexión sobre la conducta cristiana se refiere en particular a nuestra conducta en relación con los demás. Lo que pretende la D.S.I. es presentarnos el proyecto de Dios para el hombre y la sociedad, como aparece en la Sagrada Escritura, en el Magisterio y en la Tradición. Podemos decir, entonces, que la teología moral, y en el caso particular de nuestro estudio, – la Doctrina Social de la Iglesia, – tiene como objeto las relaciones Dios-hombre-sociedad. Nos dice cómo es, – según la Sagrada Escritura, la Tradición y el Magisterio, – el proyecto que Dios ideó para el ser humano, para la sociedad, para que vivamos de acuerdo con ese proyecto divino. En muy pocas palabras, la D.S.I. de la Iglesia nos enseña, cómo debe ser nuestra vida en sociedad, según el proyecto de Dios.

¿Cómo nos presenta la D.S.I. la reflexión sobre la conducta cristiana? La D.S.I. nos ofrece los principios,[1] los criterios y valores del Evangelio que deben regir las relaciones sociales. Como veremos, la sociedad como Dios la ideó, es la que Jesús llamó Reino de Dios. Estamos llamados a vivir de tal manera en sociedad, que hagamos posible la construcción del Reino de Dios. Es cierto que el Reino será una realidad perfecta al final de los tiempos, pero tenemos que empezar a construirlo aquí y ahora. La sociedad que los creyentes debemos desarrollar es la proyectada por Dios, que no es otra que su Reino.

Para comprender los planes de Dios para el hombre necesitamos la luz de la fe. Los planes de Dios se nos revelan en la Sagrada Escritura, que es el camino que Él escogió para comunicarse con la humanidad.

¿Cómo conocer los planes de Dios?

Entonces, el proyecto de Dios lo podemos conocer a través de la Escritura, especialmente a través de la predicación y la vida de Jesús. Nos dijo Jesús que Él es el camino, la verdad y la vida (Jn 14, 6). Jesús vino a hablarnos del Padre, a dárnoslo a conocer y a darnos a conocer su Voluntad. Nos dijo que fuéramos perfectos como el Padre celestial es perfecto (Mt 5,48). Lo que Jesús vino a enseñarnos fue lo que el Padre quería darnos a conocer. (…) las palabras que yo hablo las hablo / como el Padre me lo ha dicho a mí, dice en Jn 12,50. Si me conocéis a mí, conoceréis también a mi Padre, añade también en Jn 14,7. Y nos advirtió que lo que vino a enseñarnos es para que lo pongamos por obra; que esa será la prueba de que lo amamos. Si me amáis, guardaréis mis mandamientos, dijo Jesús en ese mismo discurso, en Jn 14, 15. Para abundar en esta idea, también estas palabras están en Jn 14, 23s:

“Si alguno me ama, guardará mi Palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él, y haremos morada en él.
24 El que no me ama no guarda mis palabras. Y la palabra que escucháis no es mía, sino del Padre que me ha enviado
.

Nuestro guía tiene que ser el Evangelio, que nos enseña lo que Dios quiere, como nos lo reveló Jesucristo. El fundamento de la teología moral, de la reflexión sobre el comportamiento cristiano, tiene que ser la revelación. La Sagrada Escritura, nos da a conocer a Dios; al Padre a quien debemos imitar, según las palabras de Jesús.

¿Cómo es el Dios que nos da a conocer Jesucristo?

Y ¿cómo es el Dios que encontramos en la Escritura? El Dios que nos revela Jesús es compasivo y misericordioso, es Dios que ama la justicia y abomina la iniquidad, que es sensible al grito del oprimido, y que el culto que quiere debe ser expresión de la justicia, de la misericordia y la fidelidad.[2] Es contundente la frase de Jesús en Mt. 9, 13 cuando lo criticaron por reunirse a comer con publicanos y pecadores: Id, pues, a aprender qué significa aquello de: Misericordia quiero, que no sacrificio. Porque no he venido a llamar a justos sino a pecadores.[3] En esa oportunidad, Jesús recordaba a los fariseos las duras frases del Señor a través de los profetas Oseas y Amós. Los profetas se pronunciaron a menudo contra la hipocresía religiosa, de quienes creen que están bien con Dios porque cumplen ciertos ritos cultuales, despreciando los preceptos más elementales de justicia social y de amor al prójimo.[4]

El Sermón del Monte es fundamental para comprender la teología moral

Hay un pasaje del Evangelio, fundamental para comprender cómo quiere el Señor que sea el comportamiento cristiano, a imitación del Padre, cuya perfección es nuestro modelo, según palabras de Jesús. Es todo el capítulo 5 de Mateo, que nos trae el Sermón del Monte. Sobre él tendremos que volver una y otra vez. Recordemos sólo el final del capítulo, desde el v 43 al 48, donde dice:

43 Ustedes han oído que se dijo: Amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo.
44 Pero yo les digo: Amen a sus enemigos, rueguen por sus perseguidores; 45 así serán hijos del Padre que está en el cielo, porque él hace salir su sol sobre malos y buenos y hace caer la lluvia sobre justos e injustos.
46 Si ustedes aman solamente a quienes los aman, ¿qué recompensa merecen? ¿No hacen lo mismo los publicanos?
47 Y si saludan solamente a sus hermanos, ¿qué hacen de extraordinario? ¿No hacen lo mismo los paganos?
48 Por lo tanto, sean perfectos como es perfecto el Padre que está en el cielo.

Dios tiene un profundo sentido social

Amar es de su propio ser

Habíamos comentado que el Dios que nos revela la Escritura, el que nos dio a conocer Jesucristo, es un Dios de un profundo sentido social, porque Dios es Amor. No es solamente que Dios nos ame, que en Dios haya amor, sino que Dios ES Amor. De su ser mismo es amar y nosotros fuimos creados a su imagen. Esto necesariamente tiene implicaciones que no podemos esquivar, en nuestra vida de relación con los demás.

Como vemos, la D.S.I. nos trae la doctrina cristiana al terreno real, nos aterriza el concepto de Dios que se interesa en la vida del ser humano en la tierra, y no sólo lo espera, cuando llegue a gozar de la eternidad.

De reflexionar a actuar

Para que no nos quedemos en las nubes, en lo abstracto, y seamos de verdad sensibles a la revelación que nos habla de un Dios misericordioso, que nos interpela, en particular a partir de los pobres y de los oprimidos, la D.S.I. nos invita, no sólo a reflexionar sobre el amor de Dios por los pobres y los oprimidos, y quedarnos allí en estado de lamentación, sino que nos plantea la necesidad de reflexionar y actuar sobre temas que, aunque no son directamente teológicos, pues son temas terrenales, sin embargo, – como todas las cosas, / tienen una conexión con Dios y su proyecto para el ser humano y la sociedad. Por eso la D.S.I. asume en su reflexión, temas como los procesos de cambio social, el análisis de los sistemas económicos y políticos, la democracia, la justicia social. Son temas terrenales, humanos, pero de ellos puede depender que el proyecto de Dios para la humanidad sea posible.

Si Dios quiere un mundo de justicia, el tema de la justicia y por lo tanto el tema político y el tema económico, adquieren una dimensión social que los hace parte necesaria de la reflexión teológica, sobre nuestra conducta en la sociedad. De lo contrario, estaríamos dejando el Evangelio en la teoría y en las buenas intenciones.

¿Entonces, es correcto que la D.S.I. se inmiscuya en temas como los sistemas económicos y políticos, la democracia, la justicia social? Sí, porque esas realidades (la economía, la política), facilitan o al contrario, impiden, que los designios de Dios se hagan realidad. La miseria, por ejemplo, puede ser un enorme obstáculo para que la persona humana, para que las familias, vivan según los planes de Dios. La violencia destruye la relación de amor que debe reinar entre los seres humanos. ¿Cómo construir una sociedad justa y solidaria, si ni siquiera se respeta la vida? Y, si fuimos creados a imagen y semejanza de Dios, el violento que hace del daño a los demás y del asesinato, su modo de vida, destruye en sí mismo la imagen de Dios, que es amor y misericordia.

Lo divino de las realidades terrenales

De manera que el objeto de la teología es Dios en cuanto nos ha sido revelado y en cuanto es accesible a nuestra razón. Además, la fe nos permite descubrir también lo divino de las realidades temporales, es decir su relación con Dios, y por eso es posible que desde la fe se hable de lo político y de lo económico. En la D.S.I. se trata sobre lo económico y lo político, en cuanto pueden ser vistos a la luz de Dios, como ayuda o como obstáculo, para realizar los planes de Dios para el ser humano. El peligro de este enfoque sobre la teología y las realidades terrenas, puede ser pretender que las Fuentes de la Revelación, se refirieran exclusivamente a esas realidades, es decir, reducir el Evangelio sólo a su aspecto social.

Vamos a volver a leer un párrafo muy esclarecedor sobre este punto, del libro Fe cristiana y compromiso social. Vemos allí que no podemos reducir nuestra vida cristiana a un solo aspecto. Nuestra vida la tenemos que vivir de modo integral, toda, no sólo una parte, de acuerdo con el proyecto de Dios. No podemos dividir nuestra vida en compartimentos separados. No es coherente que en la intimidad sigamos el Evangelio y en la vida de trabajo, en la vida de familia o en la vida pública, tengamos una guía distinta. Dice así el libro Fe cristiana y compromiso social:

Es evidente que la experiencia de la fe en la vida, no se refiere a algunos aspectos / tomados en forma aislada. Se refiere a la justicia social, con todas las realidades y opciones económicas y políticas que conlleva. Pero se refiere también / a la vida íntima de cada uno, al matrimonio y a la familia; se refiere al arte, a la filosofía, al amor, a la vida activa laboral y profesional / y también a la vida contemplativa. Reducir esta experiencia (la experiencia de la fe, del encuentro con Cristo), a una de sus formas, por ejemplo a la “política” o a la “justicia social” / con cualquier intento de monopolio / o de primacía de una de ellas en cuanto a “lugar teológico”, sería truncar gravemente la totalidad de la experiencia humana, reveladora de Dios, lo que llevaría, incluso en el campo social y político, a graves reducciones y alteraciones.[5]

No sólo cristianos en la vida íntima. Somos miembros del Pueblo de Dios y eso tiene implicaciones

Es interesante que nos vayan quedando claros los conceptos sobre la D.S.I. como parte de la teología moral. A veces se entiende la teología moral, sólo como la reflexión sobre un código de comportamiento íntimo, y se corre el riego de reducir la vida cristiana a algunos aspectos personales, olvidando que somos miembros del Pueblo de Dios / y que eso debe tener implicaciones en nuestra vida social.

Para la reflexión que sigue ahora voy a apoyarme en un libro escrito recientemente por un jesuita irlandés, que ha dedicado su vida al trabajo con los jóvenes sin techo. En un mundo de reconocido crecimiento económico, especialmente en los países de lo que llaman el primer mundo, y ante la desigualdad en la distribución de la riqueza, que vemos en nuestros países, el P. Peter McVerry, – ese es el nombre del sacerdote irlandés, – plantea el debate sobre el significado de nuestra fe y las obligaciones que nos impone / el hecho de pertenecer a la comunidad cristiana.[6]

Diversos modos de entender el cristianismo

Plantea el P. McVerry, que el cristianismo no lo entendemos de la misma manera todos los que nos llamamos cristianos. No es raro que algunos entiendan el cristianismo, solamente, como una religión que impone ciertas obligaciones morales a sus seguidores, con la promesa de que si las observan, después de la muerte tendrán como premio el Reino de Dios. Para las personas que entienden así el cristianismo, Jesús fue un maestro que nos enseñó una guía para nuestra vida moral. El cristianismo se ve entonces como un código personal de moral, que, – bueno, – tiene en el centro el amor al prójimo, porque así nos lo enseña el Evangelio:

34 Les doy un mandamiento nuevo: que se amen los unos a los otros. Que, como yo los he amado, así se amen también ustedes los unos a los otros. (Jn 13,34).

12 Todo lo que deseen que los demás les hagan a ustedes, háganselo también a ellos: en esto consiste la Ley y los Profetas. (Mt 7,12)

39 Amarás a tu prójimo como a ti mismo ( Mt 22,39)

Unidos por un código de conducta

Quienes ven así su pertenencia al cristianismo, como una religión exigente sólo en la moral individual, piensan que el distintivo de los que pertenecen a la comunidad cristiana, es el estar dispuestos a vivir de acuerdo con sus normas morales. Esas normas de conducta las entienden como algo esencialmente moral, religioso y personal. En ese escenario, no tiene nada qué ver con el seguimiento de Jesús la distribución de la riqueza en nuestra sociedad y en el mundo, las políticas laborales, de vivienda, de salud, las decisiones sobre el destino del dinero de los impuestos. Las exigencias que se hacen a los miembros de una comunidad cristiana así entendida, no tienen nada que ver con lo social, con lo político, con lo económico. Esa es una manera de entender el cristianismo.

Salvos y prósperos si creéis

Por la predicación de algunos evangélicos, lo importante para ser uno un buen cristiano es creer en Jesús. Si creemos en Jesús, tendremos prosperidad y estamos salvados, tenemos asegurado un puesto en el Reino de Dios. Y, ¿qué es, para esos evangélicos, creer en Jesús? Creer lo entienden como creer en una serie de hechos sobre Jesús. Si uno está dispuesto a afirmar una serie de creencias acerca de lo que Jesús fue y es, puede pertenecer a esa comunidad de los que creen en hechos de Jesús.

En este enfoque del cristianismo tampoco las reformas sociales, económicas o políticas, tienen importancia en el seguimiento de Jesús. Seguir a Jesús es aquí también un asunto personal; se trata de mi relación individual con Él, basada en mi creencia sobre quién es Él.

Aunque no son iguales esos dos enfoques sobre el ser cristiano: el que pone todo el énfasis en cumplir las normas morales del Evangelio o el que lo pone en aceptar a Jesús como Salvador, se parecen en que el énfasis de ambos no es social; la relación con Jesús es individual, sin consecuencias en mi comportamiento como miembro de la comunidad, de la sociedad. Por eso lo económico, lo político, lo social, no aparecen, como si fueran ideas ajenas a la vida cristiana.

Cristianismo individualista

Estos dos puntos de vista sobre el ser cristiano, interpretan a Jesús como el medio de conseguir la salvación, individualmente. Para esos cristianos, la Comunidad viene a ser una reunión de individuos que comparten la misma manera de pensar, las mismas creencias o que se comprometen con un código moral común. De manera que la invitación de Jesús a los individuos no es esencialmente, una invitación a pertenecer a la comunidad, y el compromiso de los individuos no es un compromiso con la comunidad, sino más bien es un sistema o código moral. La comunidad tiende a convertirse en una estructura de apoyo, algo así como un club o una sociedad que tiene intereses y objetivos comunes.[7]

¿Por qué condenaron a muerte a Jesús?

El P. McVerry, tiene una teoría a este respecto, que vale la pena considerar. No es la que comúnmente conocemos. Según el jsuita irlandés, las dos maneras de entender el cristianismo, centradas en el individuo, que acabamos de exponer brevemente, no entienden que a Jesús lo condenaron a muerte las autoridades judías, porque había un conflicto entre dos maneras muy distintas de entender a Dios, – como las autoridades judías y como Jesús lo entendían, – con dos implicaciones radicalmente distintas para nuestra vida personal, y para la estructuración de nuestro mundo. En ese conflicto, Jesús perdió y murió; pero que Él tenía toda la razón sobre su comprensión de Dios y su visión de nuestro mundo, se reivindicaron con el hecho de la Resurrección.

El Dios de Jesucristo

¿Cómo es Dios, el que Jesús nos dio a conocer? Ante todo, no olvidemos que Jesús vino de Dios, conocía íntimamente a Dios, como Hijo, y vino a revelarnos el amor infinito de Dios por el ser humano. Un amor tan grande, que nos dio a su Hijo unigénito. Jesús es el rostro humano de Dios y el rostro divino del hombre, como dice la oración por la reunión de Aparecida, escrita por Benedicto XVI.

La pedagogía de Jesús para darnos a conocer quién es Dios es maravillosa. Jesús nos descubrió al Padre en su predicación sobre el Reino de Dios. Dios y su Reino fueron el centro de la vida y del ministerio de Jesús. Si conocemos cómo es el Reino de Dios, podemos acercarnos a conocer quién es Dios. La personalidad de Dios tiene que reflejarse en su Reino.

Al principio de su ministerio, Jesús anunció que el Reino de Dios estaba cerca. En Mt 4,17 dice que Jesús comenzó a proclamar: Conviértanse, porque el Reino de los Cielos está cerca. A lo largo de su predicación, el Reino fue un tema permanente. En el capítulo 13 de Mateo, Jesús habló del Reino en parábolas: lo comparó con el campo en el cual el dueño sembró semilla buena y el enemigo, por la noche, sembró cizaña en medio de la buena semilla; también comparó el Reino con el grano de mostaza y con la levadura. Y al final de su ministerio, Jesús no negó que el Reino de Dios había llegado en su propia persona, cuando respondió a Pilatos que él era el Rey de los judíos. Mt 27, 11.

¿Cómo entrar al Reino de Dios?

Y ¿qué tiene que ver el Reino, con la idea que de Dios tenían los judíos? Bueno, los judíos sentían que ellos habían sido elegidos para heredar el Reino de Dios. Esperaban al Mesías que haría realidad el Reino y tenían la seguridad de que el modo de entrar en el Reino de Dios, era el cumplimiento de la Ley. [8]

Para los judíos, la observancia de la Ley era la más importante obligación de su vida. Cuando el pueblo judío fue llamado y escogido por Dios, Dios le dio la Ley por medio de Moisés. Dios estableció una alianza con ellos, por la cual Dios les prometió que Él sería su Dios, para protegerlos y llevarlos al Reino, siempre y cuando, el pueblo judío, a su vez, observara la Ley que Dios le había dado ese día. De manera que la observancia de la Ley en todos sus detalles era la primera obligación impuesta a cada judío, la prueba de su fidelidad a Dios, y la puerta a través de la cual ellos podrían entrar al Reino que Dios les había prometido. Para la teología judía, la pasión de Dios era la observancia de la Ley. Los fariseos la llevaron hasta el extremo.

La sorpresa de la predicación de Jesús

La predicación de Jesús fue, entonces, una sorpresa. Para Jesús sólo hay una puerta por la cual uno puede entrar al Reino de Dios – y esa puerta es la compasión. Los siguientes tres pasajes de los Evangelios ilustran esto. Hoy no alcanzamos a seguir con esta presentación, pero por lo menos quedémonos con las citas de los tres pasajes de Evangelio, en los que nos enseña Jesús cómo se entra al Reino de Dios:

Mt 25, 31-46, que es la descripción del Juicio Final. Lc 16, 19-31, la parábola del rico malo y el pobre Lázaro, y la tercera, Lc 10, 25-37, El Buen Samaritano.

Es interesante este tema sobre el Reino de Dios, en el marco de la Doctrina Social de la Iglesia. Dios mediante continuaremos la semana entrante.

ESCRÍBANOS A:  reflexionesdsi@gmail.com


[1] Principios: podemos entenderlos como las normas e ideas fundamentales que deben regir nuestra conducta.

[2] Fe cristiana y compromiso social, Pg 170

[3] Citaba el Señor a Oseas 6, 3-6 y a Amós, 5,21-23

[4] Cf comentarios de la Biblia de Jerusalén.

[5] Cf Fe cristiana y compromiso social, Pg 172

[6] Cf Peter McVerry, S.J., Jesus: Social Revolutionary?, Veritas Warehouse. Las reflexiones sobre este tema están inspiradas en este libro. En algunos párrafos sigo el texto, traduciéndolo libremente del inglés.

[7] Cf Peter McVerry, opus cit., introducción.

[8] Cf Peter McVerry, opus cit., Cap 3, ¿Quién es Dios?

Reflexión 098

Mayo 22 2008

Compendio Doctrina Social de la Iglesia N° 72

Naturaleza de la D.S.I. (VI)

Fe / Ideología / Teología

En la reflexión anterior continuamos el estudio de la naturaleza de la D.S.I. Es decir, en qué área del conocimiento se puede ubicar la doctrina social. Ya en las reflexiones anteriores nos quedó claro que la D.S.I. no es una ideología, sino que pertenece al campo de la teología, especialmente de la teología moral, como nos enseñó Juan Pablo II.[1] En el estudio de la Doctrina Social de la Iglesia es muy importante tener claridad sobre el significado del término ideología. Así comprenderemos mejor lo que es y lo que no es la doctrina social católica.

Vimos que ideología es una interpretación de la realidad social, de acuerdo con un pensamiento político que pretende organizar la sociedad según ese pensamiento; así, la ideología marxista pretende organizar la sociedad de acuerdo con el pensamiento de Marx y de sus seguidores; la ideología neoliberal pretende organizar la sociedad según el pensamiento capitalista neoliberal. Anotamos que el mayor problema de esas dos ideologías es que son materialistas. Dios y su proyecto para el hombre, lo rechazan claramente, como sucede en el marxismo comunista, o en la práctica no lo tienen en cuenta, como sucede también en la ideología capitalista neoliberal.

El pensamiento de la D.S.I. no se guía por ideologías ni de derecha ni de izquierda; lo que pretende la D.S.I. es presentarnos el proyecto de Dios para el hombre y la sociedad, como aparece en la Sagrada Escritura, en el Magisterio y en la Tradición. La D.S.I. nos ofrece los principios, los criterios y valores del Evangelio, capaces de transformar las relaciones sociales, en la construcción del Reino de Dios. El Reino que se consumará al final de los tiempos, pero que tenemos que empezar a construir aquí y ahora. La sociedad que los creyentes debemos desarrollar es la del Reino de Dios, la del proyecto divino.

Nos preguntamos también, en las reflexiones anteriores, si tienen alguna relación la ideología y la fe.

Como vimos, las ideologías falsifican la realidad social, cuando la interpretan según sus intereses políticos. En cambio, quien mira la realidad social con la luz de la fe, la interpreta teniendo como guía la Palabra de Dios, y con esa guía ve la realidad integral, según el proyecto de Dios Creador del hombre y del universo.

Cuando decimos que, con la ayuda de la luz de la fe, vemos la realidad social de manera integral, queremos decir que el creyente, con la ayuda de la fe, se ve a sí mismo en una realidad social, en una sociedad, que no tiene como fin sólo la tierra; comprende que en la vida tiene una misión como obrero del Reino de Dios; que está llamado a colaborar en el desarrollo de una sociedad justa en la tierra, con la mirada puesta en su fin eterno en el cielo.

Comentábamos que cuando la Iglesia nos enseña que la Doctrina Social de la Iglesia no es un sistema ideológico, quiere decir que el conocimiento que adquirimos de la realidad social, y la interpretación que los católicos hacemos de ella, – siguiendo los lineamientos de la D.S.I.,- son un conocimiento y una interpretación de la realidad social, iluminados por la fe, por el Evangelio. La D.S.I. no interpreta la realidad social de acuerdo con el pensamiento político de la derecha ni de la izquierda, ni del socialismo ni del capitalismo. Los creyentes conocemos e interpretamos la realidad social / iluminados por la fe.

Los no creyentes interpretan la realidad del hombre como si sólo existiera para la vida terrena, que es transitoria. El ser humano para ellos no tiene nada que ver con el Creador ni con su proyecto. Según los no creyentes, el ser humano es producto de una evolución, – que no explican cómo empezó, – pero en la que un ser superior no tuvo nada que ver. Para los creyentes, en cambio, la sociedad se tiene que organizar y debe funcionar de acuerdo con el proyecto de Dios para el hombre. Las ideologías pretenden organizar la sociedad de acuerdo con su pensamiento político. Si Dios no hace parte de ese pensamiento, la sociedad que buscan organizar será sin Dios.

Insistamos en que el mensaje cristiano no se orienta sólo al más allá, sino también a iluminar el mundo terrenal, a construir un Reino de justicia y amor que, si es verdad que llegará a su plenitud en el más allá, empieza a construirse acá, con nuestra colaboración. Cuando los marxistas acusan al cristianismo de ser opio del pueblo, de adormecerlo, porque se orienta hacia la otra vida, se falsea el pensamiento cristiano. Como vimos en el N° 71 del Compendio, citando palabras de Juan Pablo II: no se puede orientar el mensaje cristiano hacia una salvación puramente ultraterrena, incapaz de iluminar su presencia en la tierra.

Las ideologías manipulan en favor de grupos

Cuando Juan Pablo II declara que la D.S.I. no es una ideología, sino que pertenece a la teología, especialmente a la teología moral, nos aclara el panorama. Esa afirmación del Santo Padre nos dice claramente, que la D.S.I pertenece al campo de la fe, porque la teología, como vamos a ver ahora, se mueve en el campo de la fe, utilizando las herramientas que como a seres humanos dotados de inteligencia, Dios nos ha dado. Espero que hoy se nos aclaren mejor esos conceptos.

Recordemos que cuando se presenta una realidad social falseada, porque se interpreta, de modo consciente o inconsciente, acomodándola a un pensamiento político, se manipula a la gente para favorecer los intereses de personas o de grupos, contra el bien común que se debería buscar.

Cuando la fe llega, ¿qué pasa en la persona?

Volvamos a recalcar que la fe no es una ideología, porque no es una falsificación inconsciente ni una falsificación consciente de la realidad. Como ya lo estudiamos, la fe es una experiencia fundamental, que va hasta la raíz de la persona. Es una experiencia radical, en el sentido de una experiencia que invade todo nuestro ser, hasta el fondo, hasta la raíz, mediante la cual adherimos a Dios. La experiencia de la fe es el encuentro con una persona, como nos lo enseña Benedicto XVI.

Cuando recibimos la gracia de la fe, cuando se produce nuestro encuentro con Cristo, tiene que pasar algo en nosotros. Cuando la fe llega al ser humano, no sólo cambia la relación del nuevo creyente con Dios, sino con los demás, a quienes empieza a ver como sus hermanos. Si de verdad nos encontramos con Dios, tiene que cambiar nuestra relación con el mundo, con las demás personas, con el universo. Tenemos que empezar a ver el mundo y a los demás, con los ojos de Dios. Si Dios los ama a ellos, a nosotros no nos pueden ser indiferentes.

A este respecto leímos en la reflexión anterior algunas líneas del Cardenal Ratzinger que vale la pena volver a leer en este momento:

¿qué sucede cuando me hago cristiano, cuando me someto al nombre de Cristo / a quien confieso como hombre determinante, como norma de lo humano?, ¿qué cambio del ser tiene lugar ahí, qué actitud tomo respecto al ser humano?, ¿qué profundidad tiene ese acontecimiento?, ¿qué valor adquiere ahí lo real?[2]

Y decíamos luego de leer esas palabras: entonces, si soy cristiano, con la luz de la fe que he recibido, ¿cómo interpreto la realidad social de nuestro país, y del mundo?

Doctrina Social / Fe y Teología

Y al reflexionar así vemos la importancia de tener claridad sobre la diferencia entre la D.S.I. y las ideologías y, además también vemos la conveniencia de profundizar en el tema de la relación de la fe y la teología con la D.S.I.

Y ahora llegamos a ese punto.

Vamos a entrar en el campo, que no es fácil, de estudiar la relación de la fe y la teología con la D.S.I. Quizás sea más apropiado decir que vamos a estudiar qué tiene que ver la D.S.I con la teología. Juan Pablo II, como vimos, nos enseñó que la D.S.I. pertenece al campo de la teología y sobre todo de la teología moral.

Empecemos por tener claro el concepto de teología. La palabra teología quiere decir Ciencia de Dios, o tratado de Dios.[3] La teología es un área del conocimiento, en la cual el ser humano trata de entender e interpretar, de manera metódica, la verdad de la revelación, en cuanto sus limitaciones se lo permiten. Para entender las verdades de la revelación se vale de los recursos que le ofrece la razón, como su propia capacidad de pensar, y el apoyo de disciplinas como la historia y la filosofía. Claro, que por sus limitaciones humanas, la comprensión de la verdad revelada nunca será completa.

Tratar de entrar en el misterio de Dios

El ser humano se encuentra ante el misterio de Dios y utiliza sus capacidades intelectuales, que son limitadas, como humanas que son, para buscarlo y entenderlo, aunque no lo puede lograr plenamente, porque es imposible comprender del todo el misterio de Dios. [4] De todos modos, ante la maravilla del misterio de Dios, el ser humano quiere conocerlo, hasta donde sea capaz. Claro que, sin fe, no se puede llegar a Dios. El primer requisito es recibir el don de la fe. Allí no se puede llegar sin la intervención de Dios. Por eso tenemos que ser agradecidos por ese don maravilloso y cuidarlo…

Se llama reflexión teológica

También se dice que la teología es la fe reflexiva; es un esfuerzo de la persona humana por penetrar con la razón, en la experiencia y contenidos de la fe. Por eso se habla de la reflexión teológica.

La teología contempla primero a Dios a la luz de la fe revelada, y luego todo lo demás lo contempla a la luz de Dios, porque el teólogo, como creyente, contempla todo el universo a la luz de Dios. El no creyente ve el mundo con ojos de no creyente, hasta donde la luz de la sola razón le permite ver. El creyente contempla el mundo con la razón iluminada por la fe.

De manera que el objeto de la teología es Dios en cuanto nos ha sido revelado y en cuanto es accesible a nuestra razón, y además, también son objeto de la teología todos los seres en cuanto pueden ser vistos a la luz de Dios.

La economía y la política con la óptica teólogica

Esto es muy importante al hablar de la D.S.I., porque, como hemos ido viendo, también se puede tratar temas como la política, la economía, la sociedad, desde la óptica de la teología; es decir, a la luz de la fe, que es lo mismo que interpretar la política, la economía, la sociedad, desde el punto de vista de Dios, como Él nos ha revelado su pensamiento. Todo puede ser visto a la luz de Dios. Hemos visto que la D.S.I. no se inmiscuye en la economía o en la política / desde el punto de vista técnico, sino desde el punto de vista del proyecto divino para el hombre y la sociedad.

El pensamiento teológico afectado por la realidad en que se vive

Hay otro punto muy importante que debemos también tener en cuenta, tratando de la D.S.I.; es que el teólogo es un ser humano concreto, que vive en una época histórica determinada, en un lugar geográfico particular, y su pensamiento está en alguna forma afectado por la realidad social que vive. Uno necesariamente recibe, por lo menos información de lo que sucede a su alrededor, y eso lo afecta en alguna forma. Es cierto que reaccionamos de diversa manera ante lo que vemos, oímos, sufrimos… Esto quiere decir que los temas que estudia el teólogo, el énfasis que hace en unos o en otros, la forma en que los presenta y los destinatarios para quienes escribe o habla varían, y esas circunstancias nos pueden ayudar a explicar su pensamiento, ciertas posiciones y actitudes. Los teólogos son seres humanos como nosotros.

Es bueno tener esto en cuenta, porque así comprendemos por qué, a veces, no compartimos el pensamiento o el modo de expresarlo, de algunos teólogos.

Posiciones ideológicas que se filtran

Más aún, cuando la teología trata lo social, aunque la teología es una ciencia, es manejada por personas que pueden participar de tendencias y posiciones ideológicas que se filtran en su reflexión. Eso quiere decir que no necesariamente, ni siempre, la palabra de todos los teólogos es palabra de Dios. Por eso es tan importante escoger a quién seguimos o qué parte de su pensamiento seguimos. Sabemos que en la Iglesia hay tendencias. Siempre las ha habido.

El teólogo debe ser consciente de que él está limitado por el espacio y el tiempo en que vive. En el libro Fe cristiana y compromiso social, que he citado varias veces, hay una observación muy importante a este respecto. [5] Dice:

…no hay ciencia totalmente ajena a residuos ideológicos. Esto vale también para la teología, aunque no para la fe.

Lo que se pide a la teología / es que tenga conciencia de este hecho y que se pregunte permanentemente. ¿Con qué causa se compromete esta o aquella teología? ¿Qué intereses están subyacentes / consciente o inconscientemente, en esta o aquella elaboración teológica? Un pensamiento crítico / explicita sus intereses ocultos, se da cuenta de sus límites / y está siempre abierto a las exigencias de purificación de los residuos ideológicos / presentes en su elaboración. El problema no es saber si una determinada teología tiene o no dentro de sí algún interés. El problema real es cómo liberarse de él y juzgar los intereses a la luz del Dios revelado en Jesucristo / y codificado en su mensaje evangélico. Todas las teologías deben dejarse juzgar por la palabra de Dios, que no es ideología sino revelación divina, y dejarse confrontar con el Jesús de la historia y de la fe. No todo valía de la misma manera para él; hubo cosas que denunció y cosas que anunció como verdades de su Padre / en función de las cuales soportó persecuciones y hasta muerte.

Estamos tocando un asunto en el que habrá que profundizar, en el momento en que estudiemos el tema de la teología de la liberación.

¿Teología comprometida?

Alguien se puede preguntar si la teología es comprometida. Para responder hay que tener en cuenta de qué compromiso se trata; la teología es siempre comprometida, porque, como nos repetimos permanentemente, la fe no es teoría, la fe tiene que producir en nosotros un cambio, una conversión / y eso supone un compromiso de cambiar nuestro comportamiento y nuestra relación con los demás. Más arriba volvimos a leer las palabras del Cardenal Ratzinger sobre lo que debe pasar en nosotros cuando nos encontramos con Cristo. Volvamos a leerlas:

¿qué sucede cuando me hago cristiano, cuando me someto al nombre de Cristo a quien confieso como hombre determinante, como norma de lo humano?, ¿qué cambio del ser tiene lugar ahí, qué actitud tomo respecto al ser humano?, ¿qué profundidad tiene ese acontecimiento?, ¿qué valor adquiere ahí lo real?

De manera que la teología tiene que estar comprometida, pero lo importante es en qué causas y en qué forma se compromete la teología.[6]

La luz que nos debe guiar para definir las causas y las opciones con las cuales nos comprometamos es la luz de la fe. El tema sobre el Reino de Dios, como lo presentó Jesús en su predicación, nos ofrece los valores que nos deben guiar en nuestra actitud y comportamiento con los pobres, frente a la justicia, frente al cambio social en beneficio de los más necesitados.

Los teólogos se pueden contaminar de ideología, de modo claro y consciente; también de modo inconsciente, con la intención sana de buscar el bien. Por eso es tan importante la pregunta que nos hacían hace un momento: ¿Qué intereses están subyacentes / consciente o inconscientemente, en esta o aquella elaboración teológica?

La teología puede contaminarse de ideología, cuando se presta a ocultar situaciones de pecado, legitima una situación social que margina a millones de personas o promueve un desarrollo desigual creando relaciones de injusticia.[7] También la teología puede dejarse contaminar por la ideología, cuando presenta la reflexión sobre la realidad social de modo no crítico, basado en soluciones ilusorias, mezclando los valores del Evangelio con prácticas antievangélicas, y se deja usar como instrumento, para conseguir fines que no están de acuerdo con las enseñanzas del Evangelio, sino más bien con filosofías no cristianas sobre el ser humano y la sociedad. El teólogo, más bien digamos, los católicos, cuando abordamos el tema social, debemos guiarnos siempre por la luz de la fe que tiene siempre una referencia a lo absoluto, a lo último, a lo definitivamente importante, en cuya comparación todo lo demás es relativo: los intereses, las visiones del mundo y las ideologías.[8]

Nuestro guía tiene que ser el Evangelio, que nos enseña lo que Dios quiere, como nos lo reveló Jesucristo.

Teología Moral

Para clarificar el sentido de nuestro estudio sobre la D.S.I. y su pertenencia a la teología, tengamos presente que en este caso no se trata de estudiar los grandes temas sobre Dios que se estudian por ejemplo en la Teología Dogmática, en la Cristología, en la Eclesiología. En esas ramas de la teología se estudia el tema de Dios, de la Santísima Trinidad, de Jesucristo, de la gracia, del pecado, de la Iglesia, de los sacramentos… Son temas trascendentales en nuestra formación y que encontramos en el Catecismo. Recordemos que como Juan Pablo II nos aclara, la D.S.I. pertenece especialmente a la Teología Moral. Este campo de la teología presenta, de manera sistemática, la reflexión sobre la conducta cristiana a partir de la revelación en la Sagrada Escritura, con la ayuda del razonamiento filosófico, que es la ética, y el apoyo de la experiencia y de las enseñanzas de la Iglesia.[9]

El Dios que se nos da a conocer

Como la teología moral es parte de la teología, – de la ciencia de Dios, – tiene que ver con la revelación. Es que la revelación nos da a conocer a Dios, y allí encontramos que Dios es compasivo y misericordioso, que ama la justicia y abomina la iniquidad, que es sensible al grito del oprimido, y que el culto que quiere / sea expresión de la justicia, de la misericordia y la fidelidad.[10] De manera que el Dios que nos revela la Escritura, el que nos dio a conocer Jesucristo, es un Dios de un profundo sentido social, porque Dios es Amor. No es solamente que Dios nos ame, que en Dios haya amor, sino que ES Amor. De su ser mismo es amar y nosotros fuimos creados a su imagen. Esto necesariamente tiene implicaciones que no podemos esquivar, en nuestra vida de relación con los demás. Esta manera de hacer teología, tiene que incidir necesariamente en la vida de la sociedad. La D.S.I. nos trae la doctrina cristiana al terreno real, nos aterriza el concepto de Dios que se interesa en la vida del ser humano en la tierra y no sólo lo espera cuando llegue a gozar de la eternidad.

Para que no nos quedemos en las nubes, en lo abstracto, y seamos de verdad sensibles a la revelación que nos habla de un Dios misericordioso, que nos interpela, en particular a partir de los pobres y de los oprimidos, la D.S.I. da un paso adelante; nos invita no sólo a reflexionar sobre Dios y Jesucristo, sino que nos plantea la necesidad de reflexionar sobre temas que, aunque no son directamente teológicos, que son temas terrenales, sin embargo, -como todas las cosas, – tienen una conexión con Dios y su proyecto para el ser humano y la sociedad. Por eso la D.S.I. asume en su reflexión temas como los procesos de cambio social, el análisis de los sistemas económicos y políticos, la democracia, la justicia social.

Lo divino de las realidades temporales

¿Es correcto que la D.S.I. se inmiscuya en esos temas? Sí, porque en esas realidades está presente la dimensión de lo divino, facilitan, o al contrario, impiden, que los designios de Dios se hagan realidad. La miseria, por ejemplo, puede ser un enorme obstáculo para que la persona humana, para que las familias, vivan según los planes de Dios. La violencia destruye la relación de amor que debe reinar entre los seres humanos. ¿Cómo construir una sociedad justa y solidaria, si ni siquiera se respeta la vida? El violento destruye en sí mismo la imagen de Dios que es amor y misericordia.

De manera que la fe nos permite descubrir lo divino de las realidades temporales, es decir su relación con Dios, y por eso es posible que desde la fe se hable de lo político y de lo económico. El peligro de este enfoque sobre la teología y las realidades terrenas, puede ser pretender que las Fuentes de la Revelación se refirieran exclusivamente a esas realidades.

La teología, es siempre una reflexión de la Fe. (…) Es respuesta a la Palabra de Dios (…) La teología es siempre una reflexión sobre Dios en sí mismo y acerca de la realidad / en relación con Dios, creador y salvador.[11]

Terminemos hoy con un párrafo muy esclarecedor sobre este punto, del libro Fe cristiana y compromiso social. Dice así:

Es evidente que la experiencia de la fe en la vida, no se refiere a algunos aspectos tomados en forma aislada. Se refiere a la justicia social, con todas las realidades y opciones económicas y políticas que conlleva. Pero se refiere también a la vida íntima de cada uno, al matrimonio y a la familia; se refiere al arte, a la filosofía, al amor, a la vida activa laboral y profesional y también a la vida contemplativa. Reducir esta experiencia (la experiencia de la fe, del encuentro con Cristo), a una de sus formas, por ejemplo a la “política” o a la “justicia social” / con cualquier intento de monopolio / o de primacía de una de ellas en cuanto a “lugar teológico”, sería truncar gravemente la totalidad de la experiencia humana, reveladora de Dios, lo que llevaría, incluso en el campo social y político, a graves reducciones y alteraciones.[12]

Escríbanos a: reflexionesdsi.gmail.com


[1] Juan Pablo II, Carta enc. Laborem exercens, 3, Carta enc. Sollicitudo rei socialis, 41

[2] Joseph Ratzinger, Introducción al Cristianismo, Ediciones Sígueme, Salamanca, 2005, Pg 79

[3] Teología se origina en las palabras griegas Theos, que significa Dios y Logos, que quiere decir tratado.

[4] Cf A) Gerald O’Collins, S.J., Edgard G. Farrugia, S.J., Diccionario abreviado de teología,, Editorial Verbo Divino. B) Fe cristiana y compromiso social, elementos para una reflexión sobre América Latina a la luz de la Doctrina Social de la Iglesia, editado bajo la dirección y supervisión de los obispos de la Comisión Episcopal del departamento dee Acción Social del CELAM, y redactado por Pierre Bigó, S.J. y Fernando Bastos de Ávila, S.J., 2° edición, Bogotá

[5] Cf Ibidem Fe cristiana y compromiso social, 2.4.2 Ideología, Fe y teología, Pg 167ss

[6] Cf Fe cristiana y compromiso social. Este libro ha sido mi guía para presentar las ideas expuestas sobre ideología, fe y teología. Pg 169s

[7] Ibidem

[8] Ibidem, Pg 168

[9] Cf Gerald O’Collins, S.J., Edgard G. Farrugia, S.J., Diccionario abreviado de teología,, Editorial Verbo Divino

[10] Fe cristiana y compromiso social, Pg 170

[11] Ibidem, Pg 171

[12] Ibidem Pg 172

Reflexión 097

Mayo 15 2008

Compendio Doctrina Social de la Iglesia N° 72

Naturaleza de la D.S.I. (V)

¿Se puede decir que la Doctrina Social de la Iglesia es una ideología?

Cuando estudiamos la Doctrina Social de la Iglesia ¿a qué campo del conocimiento entramos? Es claro que la D.S.I. no es una ciencia como la física, las matemáticas o la biología, pero, ¿se trata de una ciencia social, como la economía, como la sociología o la ciencia política? ¿Se puede decir que la D.S. católica es una ideología?

Vamos a ver si al fin hoy, logramos claridad en este tema tan importante. Si no tenemos claro lo que es y lo que no es la D.S.I. nos podemos despistar al esperar de la D.S.I. lo que no nos puede dar.

Si usted quiere repasar el tema completo sobre la naturaleza de la D.S.I. le sugiero empezar en este ‘blog’ en la Reflexión 93.

Lo primero que nos aclara el Compendio de la D.S.I. sobre la naturaleza de la D.S. católica, – basándose en las encíclicas Laboren Exercens y Sollicitudo rei socialis, – ambas de Juan Pablo II, – es que la doctrina social de la Iglesia «NO pertenece al ámbito de la ideología, sino al de la teología y especialmente de la teología moral»[1] Es una afirmación categórica de Juan Pablo II.

De manera que la D.S.I. no es una ideología; como su nombre lo dice es ’doctrina’, es decir enseñanza de la Iglesia, basada en el Evangelio. La D.S.I. pertenece a un campo del conocimiento que requiere la fe. Para entender ciencias como la economía, la física, la filosofía, es suficiente la razón. Para comprender la D.S.I., como se trata de comprender el proyecto que Dios tiene para el ser humano y para el universo, y eso lo encontramos en la revelación, se necesita la luz de la fe. Ese es el primer punto clave: la D.S.I. no es ideología, porque se mueve en un campo del conocimiento, para el que no es suficiente la capacidad de la razón humana, porque la D.S.I. nos habla de Dios y su relación amorosa con el hombre. Si uno no tiene fe, no puede comprender, no puede aceptar el mensaje de la Escritura. Esto tiene especial importancia hoy, porque algunos teólogos están interpretando la Escritura como si se tratara de filosofía. Niegan la posibilidad de la acción de Dios en el mundo, con argumentos filosóficos. Se les escapa que la acción de Dios es de otra categoría.

Para entender y aceptar la D.S.I. se requiere la ayuda de la fe

De manera que nos movemos en un campo del conocimiento, en el cual no es suficiente la razón. Hay personas muy inteligentes, que no comprenden el mensaje de Jesucristo porque no tienen fe, o porque para interpretar la realidad social, dejan a un lado lo que conocen por la fe. Por eso asumen posiciones contra las enseñanzas de Jesucristo. Lo vemos en temas como la defensa de la vida frente al aborto y la eutanasia, y así sucede con principios y criterios de la D.S.I. sobre la familia, sobre el trabajo y sobre el uso de los bienes materiales.

¿Y es que hay distintas clases de conocimiento? Sí, inclusive en el campo del conocimiento puramente humano, hay distintas maneras de conocer las cosas. Un ejemplo interesante para comprender esto, puede ser el modo como los seres humanos podemos conocer el color. El artista, el físico, el químico, conocen el color desde su propio campo: el pintor conoce y utiliza el color desde el punto de vista del artista, que descubre la belleza en el color, en sus combinaciones, en sus tonalidades más suaves o más intensas. Tiene el artista una capacidad especial para captar el color, como generador de belleza, por eso es artista. Los que no somos artistas, a veces no vemos tantas tonalidades en un color como las encuentra el artista, y no vemos belleza en obras ante las cuales otros quedan arrobados.

El campo del conocimiento del físico es muy distinto; como científico, el físico puede abordar el tema del color desde el campo de la óptica, que es una parte de la física. Como los colores que el ojo humano puede ver, son parte de lo que llaman espectro electromagnético, – los colores son ondas de luz, – el físico estudia en el color el comportamiento de la luz como onda. Es un campo del conocimiento muy distinto al del arte. El campo del conocimiento del físico tiene que ver con la interacción de los electrones con la materia; porque el color se produce cuando la luz interactúa con la materia.

Podríamos seguir con el ejemplo del conocimiento del color, pero creo que es suficiente para comprender que hay diversos campos del conocimiento, y que el campo en el que se ubica la D.S.I. es un campo propio suyo; no se trata de un campo del conocimiento puramente humano, como el de la economía, la política o la filosofía, y para su estudio se necesita la ayuda de la fe.

La Doctrina Social nos enseña a encontrar el proyecto de Dios

La D.S.I. la abordamos los creyentes como lo hacemos con el Evangelio. No como enfocan su estudio de la sociedad los políticos y los economistas. Ellos ven la sociedad como el campo donde aplicar sus teorías económicas y políticas. En nuestro caso, tratamos de encontrar en la doctrina social católica, lo que Dios nos dice sobre cómo deben ser nuestras relaciones con nuestros semejantes y con el universo, de acuerdo con su proyecto. Buscamos cuál es el proyecto divino de la sociedad, para colaborar en su realización. La pregunta que nos podríamos hacer en nuestro estudio podría ser ¿cuál es el modelo de sociedad, como Dios la diseñó?

Por eso en la D.S.I. buscamos orientación sobre la familia; porque la familia es la célula vital de la sociedad. En la D.S.I. buscamos la respuesta a ¿cómo debe ser la familia según el proyecto de Dios? Buscamos también en la D.S.I. lo que Dios quiere del trabajo humano; porque el trabajo representa una dimensión fundamental de la existencia humana, no sólo como participación en la obra de la creación, sino también de la redención. Estas últimas son palabras del Compendio en el N° 263.

También en la D.S.I. buscamos principios y criterios para el recto manejo de la economía, que debe estar al servicio del hombre y de la sociedad y no al contrario. Y de la misma manera buscamos orientación para saber cómo debe ser nuestro comportamiento en la comunidad política, porque ella existe para obtener un fin de otra manera inalcanzable: el crecimiento más pleno de cada uno de los miembros de la sociedad, llamados a colaborar de manera estable, permanente, en la realización del bien común. Este tema sobre la comunidad política lo encontramos en la segunda parte del Compendio de la D.S.I., en los números 384 y siguientes.

La comunidad internacional en un enfoque de fe

Como vemos, el enfoque de todos estos temas fundamentales en el desarrollo de la sociedad, es un enfoque de fe: se trata de conseguir la realización de un mundo según Dios lo planeó.

También los temas de la comunidad internacional tienen que encontrar orientación en la D.S.I., porque el mensaje del Evangelio ofrece una visión universal de la vida de los hombres, mensaje que nos hace comprender la unidad de la familia humana.[2] Los temas de la comunidad internacional tienen que ver con la D.S.I. porque la vocación del cristianismo es universal; no puede descuidar lo que afecte a toda la familia humana. Dice bellamente la D.S.I. que la unidad de la familia humana no se construye con la fuerza de las armas, del terror o de la prepotencia; es más bien el resultado de aquel “supremo modelo de unidad, reflejo de la vida íntima de Dios, Uno en tres personas… que los cristianos expresamos con la palabra ‘comunión’, y una conquista de la fuerza moral y cultural de la libertad. [3]

Estos enfoques no se entienden sin fe. Es un lenguaje inaccesible para los no creyentes. ¿Qué entenderían en la ONU, si se les dijera que la comunidad internacional debe tener como modelo la vida íntima de Dios, Uno en tres personas?

La ecología en la Doctrina Social

¿Qué decir de otros temas, como el de la ecología? ¿Es también un asunto en el que tenga algo que decir la D.S.I.? Sí, y mucho y con todo derecho. En algunas personas hay una completa desorientación a este respecto. En un interesante programa nocturno, con oyentes permanentes que lo llaman La Universidad de la noche, – programa que se transmite en la madrugada por una de las cadenas radiales, – hace unos días, un radioescucha echaba la culpa del deterioro del medio ambiente, al que la Biblia nos enseñe que el ser humano es el centro de la creación y a que según el Libro Santo, Dios creó el universo para el uso del hombre. Como si la idea de Dios al entregar la naturaleza a la familia humana, hubiera sido el uso y el abuso. En ninguna parte de la Biblia se otorga a la humanidad esa autorización de destruir la naturaleza. A veces se interpreta mal la Palabra de Dios porque no se conoce lo suficiente.

Dios creó la naturaleza, y leemos en el capítulo 1° del Génesis (1-31) que, después de cada cosa que fue creando, vio Dios que estaba muy bien. Al terminar el Creador su obra, dice el Génesis en el v. 31: Vio Dios todo cuanto había hecho, y he aquí que estaba muy bien. Todo le quedó muy bien. Según el relato bíblico, Dios creó al hombre y a la mujer después de haber creado todo lo demás, y a ellos el Señor confió la responsabilidad de toda la creación; la tarea de tutelar su armonía y desarrollo. En el 2° capítulo del Génesis, versículo 15 dice: El Señor Dios tomó al hombre y lo puso en el jardín de Edén, para que lo cultivara y lo cuidara. No para que lo explotara.

Participante de la luz de la inteligencia divina

El problema del deterioro del medio ambiente no se origina en la posición privilegiada del ser humano en la creación. El ser humano es superior a los demás seres creados, porque tiene un vínculo especial con Dios; es la única criatura creada a imagen de Dios. El Concilio Vaticano II en la Gaudium et spes, 58, declara que tiene razón el hombre, participante de la luz de la inteligencia divina, cuando afirma que por virtud de su inteligencia es superior al universo material. No nos podemos quejar los seres humanos de haber sido preferidos por Dios, entre todas las demás criaturas. Pero Dios ama a todas sus criaturas, y nos encargó su cuidado.

De manera que no hay por qué echar la culpa a los expertos en Sagrada Escritura, por el deterioro del medio ambiente. Que el ser humano sea el centro de la creación, según el libro del Génesis, no es un invento de los biblistas. Así lo quiso Dios. Basta leer el texto sagrado. No se necesitan interpretaciones forzadas.

El Cardenal Ratzinger, en su libro Dios y el mundo dice que La grandeza de la persona (humana) es indiscutible…El ser humano puede mirar con sus ojos el universo y contemplar a su vez desde el universo los detalles de su vida. De este modo se ha internado, como quien dice, en las fuentes del ser, de manera que puede intentar desmontarlo o aprovecharlo y desarrollarlo con inteligencia. Más adelante, añade que la paradoja del ser humano es, que Está llamado a lo más grande, pero su libertad (lo) puede convertir en una verdadera amenaza…(que) puede provocar su caída y transformarlo en un demonio destructivo.[4]

La tendencia peligrosa de poner a la naturaleza por encima del ser humano

Hay dos aspectos que debemos tener en cuenta al leer la narración de la creación en el libro del Génesis; uno es el derecho que Dios concedió al ser humano de utilizar la naturaleza para su bien, y por otra parte el encargo que Dios le dio de cuidar la naturaleza. La puede usar para su bien, pero no le dio autorización de destruirla. Por otra parte, es también importante tener en cuenta, que hay hoy algunas tendencias peligrosas de poner a la naturaleza por encima del hombre. Los expertos en la Nueva Era lo saben bien.

A las personas especialmente interesadas en el medio ambiente, las invito a estudiar lo que nos enseña la doctrina católica en el Compendio de la D.S.I. en los N° 451 a 487. Estamos todavía lejos de llegar allá.

Nos dice la Iglesia en el N° 463 del Compendio, que una correcta concepción del medio ambiente es por una parte no

reducir utilitariamente la naturaleza / a un mero objeto de manipulación y explotación, por otra parte, tampoco debe absolutizarla y colocarla, en dignidad, por encima de la misma persona humana. En este último caso, se llega a divinizar la naturaleza o la tierra, como puede fácilmente verse en algunos movimientos ecologistas…[5]

Interpretar la realidad según el pensamiento de los hombres

Para comprender que la D.S.I. no pertenece al campo de la ideología sino de la teología, y especialmente de la teología moral, había que empezar por estudiar qué es eso de ideología. Ya lo hicimos en las reflexiones anteriores. En resumen, digamos que ideología es una interpretación de la realidad social, según ideas y criterios políticos. La ideología marxista interpreta la realidad social de acuerdo con las ideas marxistas; de allí obtienen los principios, los criterios que orientan su acción, para la estructuración y manejo de la sociedad. Quieren ellos una sociedad según la ideología marxista. Sus máximos orientadores: Marx, Lenin. El mayor problema de esa ideología es que es materialista; allí no cabe Dios. Quieren entonces una sociedad incompleta, sin Dios. Para ellos la religión es el opio del pueblo. Según ellos, la religión adormece a la gente, porque la pone a pensar en la otra vida, en vez de dedicarse a la vida y sus problemas en la tierra. Por eso a donde han llegado a dominar persiguen la religión. Hemos visto que eso de ser opio del pueblo, es una acusación contra la religión que no está de acuerdo con la verdad. El cristianismo tiene como misión la construcción del Reino de Dios, que llega a la plenitud en la eternidad, pero su construcción empieza aquí y ahora.

Capitalismo materialista

La ideología capitalista, por su parte, se orienta también hacia una sociedad igualmente materialista. Son el individuo, la economía y el mercado, los criterios básicos en el manejo de la sociedad. Si la economía y el mercado se orientan al bien común está bien, pero en el capitalismo como funciona ahora, es el dinero el que manda, y la sociedad se orienta, no hacia el bien integral del hombre y el bien común, sino sólo hacia el consumo, hacia el disfrute del individuo, de los bienes materiales. Son los que tienen éxito económico, los que determinan la estructura de la sociedad y la conducen según sus intereses. Se olvidan también, como los marxistas, de la finalidad trascendente del ser humano, que va más allá de este mundo material. Para el capitalismo neoliberal, el centro del mundo es el individuo; con tal de que yo tenga dinero, no importa si es a costa del prójimo. Los demás se convierten en instrumentos para satisfacer mis deseos. Ese individualismo, que es lo mismo que egoísmo, les hace pensar que son dueños absolutos de sus bienes y que pueden hacer con su dinero lo que quieran. No entienden el principio cristiano de que Los bienes, aun cuando sean poseídos legítimamente, conservan siempre un destino universal. Toda forma de acumulación indebida es inmoral, porque se halla en abierta contradicción con el destino universal que Dios creador asignó a todos los bienes.[6]

Decíamos que tanto la ideología marxista como la capitalista, en los territorios en que han dominado o dominan, han utilizado todos los medios, lícitos e ilícitos, para conseguir sus fines de construir sociedades según su ideología, y han fracasado. El comunismo en la Unión Soviética se acabó, después de muchos años de dominio absoluto y no consiguieron el paraíso que habían prometido a los trabajadores. Algunos lo quieren reencauchar ahora, en otros países. Serán años más de sufrimiento, de violencia, de limitación de la libertad, antes de un nuevo fracaso.

El capitalismo es el que domina ahora, y el mundo sigue siendo pobre, sigue habiendo hambre. Hay crecimiento económico pero no hay equidad. Los más ricos siguen siendo más ricos, y la pobreza disminuye apenas a pasos diminutos.

Transformar la sociedad según la idea del hombre

De manera que las ideologías interpretan la realidad social según sus ideas filosóficas y políticas, según su idea del hombre, y pretenden transformar la sociedad de acuerdo con esas ideas. Y ¿qué pasa con la D.S.I.? La respuesta nos la da el Papa Juan Pablo II, cuando nos dice en el N° 41 de la encíclica Sollicitudo rei socialis, que el objetivo principal de la D.S.I. es interpretar la realidad social examinando su conformidad o diferencia / con lo que el Evangelio enseña acerca del hombre y su vocación terrena y, a la vez, trascendente, para orientar en consecuencia / la conducta cristiana.

De manera que mientras la ideología marxista busca construir una sociedad según las ideas de Marx, de Engels, de Lenin, y la ideología capitalista busca construir una sociedad según sus ideólogos Adam Smith, John Maynard Keynes, Milton Friedman y los nuevos que surgen permanentemente, la D.S.I. busca la creación de una sociedad según los designios de Dios para el hombre, que tiene una vocación terrena y a la vez trascendente, creado por Dios a su imagen y semejanza, llamado a amar al prójimo, su hermano, como a sí mismo.

La D.S.I. nos ofrece los criterios que deben formar nuestra conciencia, a la luz del Evangelio. Es de allí de donde sale la D.S.I.: del Evangelio. En esta época difícil, a veces confusa, para saber cómo vivir de acuerdo con la fe, la D.S.I. nos ofrece orientación que se basa en criterios extraídos del Evangelio. Y claro, tenemos que estar preparados, porque los criterios que a nosotros, católicos, nos deben guiar, no siempre coinciden con los que se promueven ahora en la cátedra y a través de los partidos y movimientos políticos y de los medios de comunicación, del cine, de la radio, de la TV; criterios que se venden como lo conveniente, como lo actual. Lo demás, nos dicen, es vivir en el pasado. Sabemos bien que lo fundamental no lo podemos quitar simplemente, porque es lo que ahora dice la palabra de los hombres, que es como la arena; no es firme, cambia, se la lleva el viento y el edificio construido sobre arena se cae…

Los principios de la D.S.I. y la verdad sobre el hombre

Los principios en que se basa la D.S.I. representan la verdad sobre el hombre, como la conocemos por la fe y la razón, y tienen su origen en el encuentro del mensaje evangélico y de sus exigencias, con los problemas que surgen en la vida de la sociedad.[7] En el corazón del mensaje evangélico se encuentra el mandamiento del amor. De manera que los principios de la D.S.I. brotan del encuentro de los problemas de la sociedad con el mensaje del Evangelio, con sus exigencias. El mensaje del Evangelio tiene las exigencias del amor, de un amor exigente. El modelo de amor, el de Jesús, llegó hasta dar la vida.

Ya estudiaremos en su momento los principios en que se basa la D.S.I., pero por lo menos enumerémoslos ahora. Son los siguientes:

La dignidad de la persona humana, el bien común, el destino universal de los bienes y la opción preferencial por los pobres, el principio de subsidiaridad, el de solidaridad, los principios fundamentales de la vida social, a saber: la verdad, la libertad, la justicia, el camino de la caridad, que se debe considerar el criterio supremo y universal de toda ética social.[8]

Los principios de la D.S.I. ocupan en el Compendio de la D.S.I. del N° 160 al 208. Los estudiaremos cuando lleguemos allá…

Las ideologías actuales, que hacen caso omiso de la fe, pretenden, entonces, interpretar la realidad según el pensamiento de los políticos, de los economistas, de los sociólogos que, según su filosofía del hombre, orientan su acción al desarrollo de una sociedad terrena, sin intervención de Dios. Y ¿cuál es la filosofía del hombre, de los orientadores de las actuales corrientes políticas? Conciben al ser humano como un producto de la evolución, sin intervención de Dios, sin un fin trascendente. Por eso la sociedad que quieren construir no respeta la vida de los débiles, ni la familia; tampoco, en la práctica, la libertad. ¿Para dónde quieren llevar a nuestra sociedad?

Antes de terminar, quisiera dejar esta pregunta para nuestra reflexión: si lo que pretende la D.S.I. es orientarnos para que construyamos una sociedad según el proyecto de Dios, ¿por qué el mundo no comprende o no aplica la D.S.I., si no se puede uno imaginar una sociedad más perfecta que la ideada por Dios?

Escríbanos a: reflexionesdsi.gmail.com


[1] Juan Pablo II, Carta enc. Laborem exercens, 3, Carta enc. Sollicitudo rei socialis, 41

[2] Compendio de la D.S.I., 428ss

[3] Compendio D.S.I., 432

[4] Joseph Ratzinger, Dios y el mundo, Creer y vivir en nuestra época, Una conversación con Peter Seewald, Galaxia Gutemberg, Pg 111s

[5] Cf., por ejemplo, Consejo Pontificio de la Cultura – Consejo Pontificio para el Diálogo Interreligioso, Jesucristo, Portador del agua de la vida. Una reflexión cristiana sobre la ‘‘Nueva Era”, Librería Editrice Vaticana, Ciudad del Vaticano 2003, p. 35

[6] Compendio de la D.S.I., 328

[7] Cf Congregación para la Doctrina de la Fe, Instr. Libertatis conscientia, 72, AAS 79 (1987), Compendio N° 160

[8] Compendio de la D.S.I., N° 204

Reflexión 096

Mayo 8 2008

Compendio Doctrina Social de la Iglesia N° 72

Naturaleza de la D.S.I. (IV)

Conocimiento – Fe / Ideología

En la reflexión pasada repasamos los puntos esenciales del N° 72 del Compendio de la D.S.I, que versa sobre la naturaleza de la D.S.I., es decir, sobre qué clase de conocimientos nos proporciona la Iglesia en su Doctrina Social.

Vimos que cuando la Iglesia nos presenta su doctrina social entramos en un campo del conocimiento que pertenece a la fe; en su Doctrina Social, la Iglesia nos da la oportunidad de adquirir un conocimiento iluminado por la fe. Cuando estudiamos la D.S.I. no nos estamos informando o ilustrando acerca de una materia académica como pueden ser la sociología, la economía o la ciencia política. Cuando estudiamos la D.S.I. entramos en un campo del conocimiento que, para comprenderlo, necesitamos la luz de la fe. Sin la luz de la fe no se comprende la D.S.I. que no se basa en las ciencias humanas sino en el Evangelio. Para entender las ciencias puramente humanas, en cambio, es suficiente la razón.

Si revisamos lo que ha pasado en el mundo en, – digamos los últimos 100 años, – ya las ciencias humanas solas han ensayado resolver los problemas sociales sólo con filosofías y construcciones mentales puramente humanas como el marxismo, el fascismo y el capitalismo y han fracasado. Los problemas sociales continúan. Hoy hay más desarrollo material, pero sigue la pobreza, hay hambre, porque hay desarrollo, pero con inequidad. El marxismo, el fascismo y el capitalismo, para imponer sus teorías, han utilizado todas las herramientas a su alcance: las lícitas y las ilícitas y han fracasado. La única solución completa de los problemas del hombre en la sociedad que no se ha ensayado de verdad, está en el Evangelio. ¿Por qué no se intenta la solución del Evangelio? Porque toca profundamente los intereses personales, porque exige renuncia al bienestar personal, porque choca con el egoísmo, que se antepone al bien común. Ser justo, amar a los demás como Dios los ama, respetar el destino universal que dio Dios a los bienes de la tierra, exige renuncia, exige desprendimiento.

El hombre consigue tratar con Dios cuando logra tratar con los demás hombres, sus hermanos

A propósito del papel del Evangelio en la solución de los problemas sociales, – la oportuna llamada al aire de una de las oyentes, en el programa pasado, nos da la oportunidad de ahondar en esta idea sobre la D.S.I y su unión esencial, fundamental, con el Evangelio. Comentó nuestra oyente, con mucha razón, qué difícil de aceptar es la frase del Cardenal Ratzinger que leímos hacia el final del programa anterior; la frase que dice: El hombre consigue tratar con Dios cuando logra tratar con los demás hombres, sus hermanos. Porque es verdad, hay personas difíciles de tratar, algunas son muy difíciles de tratar, muy difíciles de amar. Y si para conseguir tratar con Dios, necesitamos aprender a tratar con los demás, llegar a un trato cercano con Dios se nos puede poner difícil.

Es aquí donde palpamos la necesidad de la gracia, la necesidad de vivir la fe. Con sólo medios humanos no podemos, con sólo nuestra fuerza de voluntad es imposible vivir el heroísmo que la fe a veces nos puede pedir. Y el Evangelio nos pide que, si queremos seguir en serio al Señor, amemos inclusive a nuestros enemigos. Porque amar a los amigos es fácil, anotó el Señor; que eso lo hacen también los pecadores, añadió.[1]

Comenté a nuestra oyente, que su reflexión sobre la dificultad práctica de tratar a ciertas personas, nos llevaba a un tema que requería por lo menos un programa completo. Yo creo que este asunto podría llevarse toda una serie de programas. Este tema, que tiene que ver con la naturaleza del amor cristiano, es central para comprender la D.S.I., especialmente la afirmación de Juan Pablo II en el N° 5 de su encíclica Centesimus annus, cuando dice que no existe verdadera solución para la «cuestión social» fuera del evangelio.

¿Qué sucede cuando me hago cristiano?

Reflexionemos primero sobre el trato con nuestros hermanos como camino para llegar a Dios y luego procuremos ahondar en el tema del Evangelio como solución de la cuestión social. Las dos cosas se relacionan íntimamente.

Empecemos por volver a leer las palabras del Cardenal Ratzinger que leímos en la reflexión anterior. Recordemos que estas palabras se encuentran en el libro Introducción al Cristianismo, en la página 79. Dice así el Cardenal Ratzinger:

¿qué sucede cuando me hago cristiano, cuando me someto al nombre de Cristo a quien confieso como hombre determinante, como norma de lo humano?, ¿qué cambio del ser tiene lugar ahí, qué actitud tomo respecto al ser humano’, ¿qué profundidad tiene ese acontecimiento?, ¿qué valor adquiere ahí lo real?

De manera que cuando me hago cristiano, Cristo tiene que empezar a ser determinante en mi vida, tiene que ser mi norma, la norma de mi comportamiento, tiene que producirse un cambio en mí, la realidad la tengo que empezar a ver a través de los ojos de Jesucristo. Entre los muchos ejemplos de personas admirables a quienes la fe, es decir el encuentro con Cristo, transformó, se me ocurren dos, de santas muy conocidas, que comprendieron las exigencias del encuentro con Cristo; que no es otra cosa la fe, que un encontrarse con Él.[2]

El encuentro con Jesucristo las transformó

El primer ejemplo es Santa Teresita de Lisieux. El otro, el de la Beata Teresa de Calcuta. Empecemos por Santa Teresita. En el capítulo X de la Historia de un alma[3] relata Santa Teresita su reflexión sobre el amor cristiano.

Se pregunta Teresita cómo amó Jesús a sus discípulos y por qué los amó –cómo los amó, y por qué los amó – y hace esta reflexión:

No lo podían atraer (a Jesús, sus discípulos) por sus cualidades naturales: entre ellos y él había una distancia infinita. Él era la ciencia, la Sabiduría eterna, y ellos eran pobres pescadores, ignorantes y llenos de pensamientos terrenos. Sin embargo, Jesús los llama amigos suyos, hermanos suyos[4].

Unas líneas más abajo, después de comentar que ha comprendido qué imperfecto es su amor por sus hermanas religiosas, añade Santa Teresita:

Ahora comprendo que la caridad perfecta consiste en soportar los defectos de los otros, en no asombrarse por sus flaquezas, en edificarse[5] con los más pequeños actos de virtud que se les vea practicar

Y Teresita descubre que, cuando el Señor dio a sus apóstoles su propio mandamiento, habla de amar al prójimo como él, Jesús lo ha amado…Parecería un mandato imposible, amar a los demás como el Señor los ama; pero el Señor no manda nada imposible, continúa la reflexión de Teresita. Por lo tanto, conociendo el Señor su debilidad, (la de Teresita), conociendo Jesús nuestra debilidad, -decimos nosotros, – el Señor sabía que jamás podríamos amar a nuestros hermanos como Jesús los ama, a no ser que Él intervenga directamente para remediar nuestra imperfección. Y Teresita se inventa esa fórmula de que sea Jesús quien ame, en uno, a los demás. Las palabras textuales de Teresita al Señor, son:

…sabes muy bien que jamás podría amar a mis hermanas como tú las amas, si tú mismo, Jesús mío, no las amaras también en mí…

Es Jesús quien obra…

Santa Teresita sabe muy bien lo que dice, con su fórmula de que sea Jesús quien, en ella, ame a sus hermanas. Es claro que no pretende la santa carmelita descargar en el Señor el mandamiento del amor y ella, sin ningún esfuerzo propio, quedarse observando desde afuera, cómo el Señor actúa en ella, sin ella, porque, aunque dice: es Jesús sólo quien obra en mí, añade esta confesión que nos aclara bien su pensamiento:

Estoy convencida de que cuando ejercito la caridad, es Jesús sólo quien obra en mí: cuanto más unida a él estoy, tanto más amo a todas mis hermanas.

No sólo espectadores

Cuando ejercito la caridad, dice. Ella no se queda inactiva, no se queda de mera observadora, de espectadora, ella ejercita la caridad, y descubre que el secreto para que ese ejercicio de la caridad se torne en un amar a los demás como Jesús nos ama, es estar unidos a Él. Cuanto más unida a él estoy, tanto más amo a todas mis hermanas, son sus palabras. ¿Cómo podemos estar unidos a Él, si no es por la fe, por la gracia, por la oración permanente, insistente, por la Eucaristía? De manera que la manera como podemos conseguir que Jesús ame en nosotros a los demás, es permaneciendo unidos a Él.

Ni por un millón de dólares

Hasta aquí lo que se refiere a Santa Teresita. Vayamos ahora a las lecciones de la Beata Teresa de Calcuta. Su ejemplo es muy conocido. Recordemos que, según cuentan, cuando un periodista, al ver el amor con que la religiosa atendía a los leprosos, le dijo que él no haría eso ni por un millón de dólares; la Beata Teresa le respondió que ella tampoco lo haría por todo ese dinero. No era el dinero, no eran razones humanas las que le daban la fuerza de la caridad.

Preguntaron a la Madre Teresa si le resultaba fácil hacer su trabajo entre los pobres y ella respondió:

No sería fácil sin una intensa vida de oración y un espíritu de sacrificio. Tampoco sería fácil si no viéramos en los pobres a Cristo, que continúa sufriendo los tormentos de Su pasión.[6]

De manera que No sería fácil sin una intensa vida de oración y un espíritu de sacrificio. No pretendamos conseguir tratar y menos amar, a las personas difíciles, por el camino fácil; según la Madre Teresa, para lograr esta clase de trato amable, amoroso, hacia personas que de otra manera rechazaríamos, necesitamos una intensa vida de oración y espíritu de sacrificio.

¿Cómo explicar qué es tener espíritu de sacrificio? Podemos decir que es tener una actitud de aceptar de buen grado, sin repugnancia, el esfuerzo que se necesita hacer para realizar una acción. Si uno no tiene espíritu de sacrificio le saca el cuerpo, le repugna lo que implique esfuerzo, lo que implique soportar la fatiga o el dolor; dolor que puede ser físico, pero quizás con más frecuencia se trata de aceptar el dolor psicológico, como el sentirse humillado, como ese sentimiento tan difícil que supone perdonar o el que implica agachar la cabeza y conceder con humildad y con sinceridad, que uno se equivocó y el otro tuvo la razón…

Los disfraces de Cristo

Preguntaron también a la Madre Teresa qué le daba fuerza para realizar su trabajo. Su respuesta fue:

Desde el primer momento se nos enseña a descubrir a Cristo bajo el penoso disfraz de los pobres, los enfermos y marginados. Cristo se presenta bajo todos los disfraces (dijo): los moribundos, los paralíticos, los leprosos, los inválidos, los huérfanos. Es la fe la que hace fácil o más soportable nuestro trabajo, el cual exige tanto una preparación especial como una vocación especial. Sin la fe, nuestro trabajo podría ser un obstáculo para nuestra vida religiosa, ya que en todo momento nos enfrentamos a la blasfemia, la maldad y el ateísmo.[7]

El camino que nos enseña la Madre Teresa es el de una intensa vida de oración, y el espíritu de sacrificio, y la fe. Tengamos presente que la vocación de la Madre Teresa y de su comunidad es una vocación especial, porque su preferencia es los más pobres de los pobres, los más abandonados, aquellos que no tienen a nadie que cuide de ellos, los huérfanos, los moribundos, los leprosos.[8]

Si la Madre Teresa y las religiosas de su comunidad son llamadas a una vocación especial, de todos modos, por ser cristianos, también nosotros estamos llamados a amar a los demás como el Señor nos ama… Si nos fijamos en las palabras de la Madre Teresa, la fe que permite descubrir a Cristo bajo tan diversos disfraces, no siempre hace fácil, sino más soportable, el ejercicio del amor a los demás. Esfuerzo vamos a tener que hacer siempre, ayudados de la gracia.

Criterios que formen nuestra conciencia

Sigamos ahora con el repaso del programa anterior y ahondemos en aquello de que los problemas del hombre en la sociedad sólo tienen una solución completa en el Evangelio[9] .

Vimos que la D.S.I. es una doctrina basada en el Evangelio. No es una doctrina basada en el pensamiento político de movimientos de derecha ni de izquierda. Juan Pablo II nos enseñó que la D.S.I. pertenece al campo de la evangelización, de manera que en la nueva evangelización se debe incluir el anuncio de la D.S.I. entre sus elementos esenciales. El mismo Papa, además de afirmar que no existe verdadera solución para la «cuestión social» fuera del evangelio, añade también que las situaciones nuevas, los problemas nuevos, encuentran siempre respuesta en los principios, valores y criterios basados en el Evangelio, que nos ofrece la D.S.I.

Vimos que la doctrina social de la Iglesia nos enseña cuál debe ser la conducta del cristiano ante los problemas que se presentan en la vida en sociedad; nos ofrece los criterios que deben formar nuestra conciencia, para que actuemos de acuerdo con el mensaje evangélico y sus exigencias. Es como si, ante situaciones nuevas nos preguntáramos: ante esta situación ¿qué habría dicho, qué habría hecho Jesús?

¿Por qué la D.S.I. no es una ideología?

Repasamos también en la reflexión anterior lo que significa la palabra ideología, porque la Iglesia nos dice que la D.S.I. no es un sistema ideológico. Vimos que las ideologías tienen que ver esencialmente con la interpretación de la realidad social. La ideología es la imagen que alguien se forma de la realidad social y la interpretación que hace de ella. Las ideologías interpretan la realidad social e intervienen en ella, para organizar la sociedad de acuerdo con su pensamiento político.

Cuando la Iglesia nos dice que su doctrina social no es un sistema ideológico, quiere decir que el conocimiento que adquirimos de la realidad social y la interpretación que los católicos hacemos de ella, – siguiendo los lineamientos de la Doctrina Social de la Iglesia,- son un conocimiento y una interpretación de la realidad social, iluminados por la fe, por el Evangelio. La D.S.I. no interpreta la realidad social de acuerdo con el pensamiento político de derecha ni de izquierda, ni del socialismo ni del capitalismo. Los creyentes conocemos e interpretamos la realidad social iluminados por la fe. Tratamos de ver la realidad a través de los ojos de Jesús.

Siguiendo la explicación de lo que significan las ideologías y cómo la Doctrina Social de la Iglesia no está comprometida con ellas, – con pensamientos políticos, – sino con los principios y criterios que nos da el Evangelio, nos detuvimos a estudiar la relación ideología / fe. Vimos que la fe no es una ideología porque no es una interpretación de la realidad social basada en un pensamiento político. La fe, decíamos recordando la explicación de Benedicto XVI, es una experiencia de encuentro con una persona. La fe es una experiencia radical, en el sentido de experiencia que va hasta la raíz de la persona. Radical viene de raíz. La fe es una experiencia radical, en el sentido de una experiencia que invade todo nuestro ser, mediante la cual adherimos a Dios. La experiencia de la fe es el encuentro con una persona, como nos lo enseña Benedicto XVI en Deus caritas est, (N°1) y ¡con qué persona!

¿Cómo se expresa en nosotros el encuentro con Cristo?

Ahora bien la fe cristiana, el encuentro con Dios, se expresa por la conversión, por la celebración y el comportamiento. Quien se ha encontrado con Dios, por la fe empieza a ver el mundo desde una nueva perspectiva y empieza a vivir tratando de hacer realidad el proyecto divino para el hombre. Lo que sucede a veces, es que la conversión la entendemos de un modo individualista y, como vamos a ver, la conversión tiene que ver también con nuestra vida de comunidad, con nuestra vida social. Este asunto es tan importante, que le vamos a dedicar un buen espacio en la próxima reflexión: la fe no la podemos vivir sólo en lo oculto de nuestra conciencia, en nuestra íntima oración personal, sino que necesariamente nuestra conversión por la fe, se tiene que reflejar también en nuestra vida en comunidad.

Quien mira la realidad con la luz de la fe, la interpreta teniendo como guía la Palabra de Dios, y con esa guía ve la realidad social de modo integral. Ve a la persona humana, no como un ser transitorio que hoy es y mañana desaparece en la nada, sino como un ser amado por Dios, creado para la eternidad. Por eso los creyentes comprendemos que en nuestra sociedad Dios no puede faltar o le faltaría algo esencial. Y claro, lo natural es que el creyente quiera cumplir en su vida y que se cumpla en la sociedad, el proyecto de Dios creador del hombre y del universo. Para una persona que ha tenido la experiencia del encuentro con Dios, la realidad social no tiene sentido si en ella se quiere prescindir de Dios. ¿Cómo prescindir de Dios?, si en Él vivimos, nos movemos y existimos, como explicó San Pablo a los Atenienses. [10] Recordemos esas palabras del Apóstol:

26 El creó, de un solo principio, todo el linaje humano, para que habitase sobre toda la faz de la tierra fijando los tiempos determinados y los límites del lugar donde habían de habitar,
27 con el fin de que buscasen la divinidad, para ver si a tientas la buscaban y la hallaban; por más que no se encuentra lejos de cada uno de nosotros;
28 pues en él vivimos, nos movemos y existimos, como han dicho algunos de vosotros: “Porque somos también de su linaje.”

Volvamos a leer las palabras del Cardenal Ratzinger en el libro Introducción al Cristianismo. Nos dice allí que, cuando la fe llega al ser humano, no sólo cambia la relación del nuevo creyente con Dios, sino con los demás, a quienes empieza a ver como sus hermanos. Las palabras textuales del Cardenal son:

¿qué sucede cuando me hago cristiano, cuando me someto al nombre de Cristo a quien confieso como hombre determinante, como norma de lo humano?, ¿qué cambio del ser tiene lugar ahí, qué actitud tomo respecto al ser humano’, ¿qué profundidad tiene ese acontecimiento?, ¿qué valor adquiere ahí lo real?

Continuaremos este tema, Dios mediante, en la próxima reflexión.

Escríbanos a: reflexionesdsi@gmail.com


[1] Cf Lc 6,27-38 En aquel tiempo Jesús dijo a sus discípulos: «Pero yo os digo a los que me escucháis: Amad a vuestros enemigos, haced bien a los que os odien, bendecid a los que os maldigan, rogad por los que os difamen. Al que te hiera en una mejilla, preséntale también la otra; y al que te quite el manto, no le niegues la túnica. A todo el que te pida, da, y al que tome lo tuyo, no se lo reclames. Y lo que queráis que os hagan los hombres, hacédselo vosotros igualmente. Si amáis a los que os aman, ¿qué mérito tenéis? Pues también los pecadores aman a los que los aman. Si hacéis bien a los que os lo hacen a vosotros, ¿qué mérito tenéis? ¡También los pecadores hacen otro tanto! Si prestáis a aquellos de quienes esperáis recibir, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores prestan a los pecadores para recibir lo correspondiente. Más bien, amad a vuestros enemigos; haced el bien, y prestad sin esperar nada a cambio; y vuestra recompensa será grande, y seréis hijos del Altísimo, porque él es bueno con los ingratos y los perversos. «Sed compasivos, como vuestro Padre es compasivo. No juzguéis y no seréis juzgados, no condenéis y no seréis condenados; perdonad y seréis perdonados. Dad y se os dará; una medida buena, apretada, remecida, rebosante pondrán en el halda de vuestros vestidos. Porque con la medida con que midáis se os medirá».

[2] Cf Enc. Deus caritas est, 1

[3] Teresa de Lisieux, Historia de un Alma, San Pablo, Cap. X, La Prueba de la Fe, ¿Qué es la caridad?, Pg 356ss

[4] Cf Jn 15,15

[5] Edificarse, edificar, son términos muy utilizados en la vida espiritual. El diccionario define edificar, en su segunda acepción, como Infundir en alguien sentimientos de piedad y virtud.

[6] Madre Teresa, El amor más grande, Recopilado por Becky Benenate y Joseph Durepos, URANO, Pg 189

[7] Madre Teresa, El amor más grande, Pg 192

[8] Ibidem, Pg 193

[9] Juan Pablo II, Centesimus annus, 5

[10] Hch 17, 26-28

Reflexión 95

Abril 24 2008

Compendio Doctrina Social de la Iglesia N° 72

Naturaleza de la Doctrina Social Católica (III)

En la reflexión anterior continuamos el estudio del N° 72 del libro Compendio de la D.S.I. que trata sobre la naturaleza de la doctrina social católica. Antes de avanzar en nuestro estudio recordemos los puntos esenciales que hemos visto ya sobre esta materia, para que no nos queden lagunas. También es la oportunidad de ampliar algunos puntos.

Conocimiento iluminado por la fe

Lo primero que aprendimos fue que el conocimiento que nos proporciona la D.S.I. es un conocimiento iluminado por la fe. Ya tenemos claro que cuando dedicamos tiempo al estudio de la D.S.I., no lo hacemos para aprender una materia puramente académica, puramente científica, como lo que se puede enseñar en escuelas de economía, de sociología o de ciencia política.

La Doctrina Social católica no es una doctrina política, basada en ideologías de derecha ni de izquierda

Es muy importante que tengamos presente también, que la D.S.I. no es una doctrina política, basada en ideologías de derecha ni de izquierda. La D.S.I. es una doctrina basada en el Evangelio. La D.S.I. pertenece al campo de la Evangelización, como nos enseñan estas palabras de Juan Pablo II en su encíclica Centesimus annus, 5: La «nueva evangelización», de la que el mundo moderno tiene urgente necesidad y sobre la cual he insistido en más de una ocasión, debe incluir entre sus elementos esenciales el anuncio de la doctrina social de la Iglesia, que como en tiempos de León XIII, sigue siendo idónea para indicar el recto camino / a la hora de dar respuesta a los grandes desafíos de la edad contemporánea mientras crece el descrédito de las ideologías. Como entonces, hay que repetir que no existe verdadera solución para la «cuestión social» fuera del evangelio, y, por otra parte, que las «cosas nuevas» pueden hallar en él su propio espacio de verdad y el debido planteamiento moral.

El anuncio de la Doctrina Social elemento esencial de la Nueva Evangelización

De manera que, según Juan Pablo II, la nueva evangelización debe incluir entre sus elementos esenciales el anuncio de la D.S.I. Eso quiere decir que los catequistas se deben preparar también en el conocimiento de la D.S.I. para realizar su trabajo completo.

Observemos también estas otras palabras de Juan Pablo II: las «cosas nuevas» pueden hallar en él su propio espacio de verdad y el debido planteamiento moral. Después de afirmar el Santo Padre, que no existe verdadera solución para la «cuestión social» fuera del evangelio, a la posible inquietud de algunos, que se pueden pregunten qué puede decir el Evangelio sobre problemas sociales de nuestra época, el Papa adelanta la respuesta: las «cosas nuevas» pueden hallar en él (en el Evangelio), su propio espacio de verdad y el debido planteamiento moral.

Ante las cosas nuevas que se presentan a través del tiempo, la Iglesia ha ido mostrándonos qué tiene que decir sobre ellas el Evangelio. Recordemos que la D.S.I. no se escribió de una sola vez, sino que se ha ido formando a lo largo del tiempo, como respuesta a los interrogantes que han ido surgiendo sobre los problemas de la vida en sociedad. En las cambiantes situaciones que la humanidad enfrenta, en diversas épocas, la Iglesia se pregunta: frente a esta o a aquella situación particular ¿qué orientación nos dan los principios, valores y criterios basados en el Evangelio? Según esos principios, valores y criterios ¿cuál debe ser mi comportamiento? Puede haber sido en la época de la revolución industrial o en la revolución marxista, o en nuestra época del neoliberalismo y la globalización, la pregunta es igual: por ejemplo, frente a las injusticias con los trabajadores, frente al manejo de la economía, del desplazamiento de familias que huyen de la violencia o emigran en busca de trabajo, frente a la corrupción, frente a la guerra, frente a la actual, sistemática campaña contra el matrimonio y la familia, frente a la cultura de la muerte, frente a esas y otras situaciones, ¿cuál debe ser el comportamiento del cristiano, según las enseñanzas de la Sagrada Escritura y la Tradición? ¿Qué posición debo asumir, para ser coherente con mi fe?

Con la Rerum novarum, León XIII estableció un paradigma

De modo que hemos aprendido ya que la D.S.I. se ha formado en el curso del tiempo, a través de las numerosas intervenciones del Magisterio sobre temas sociales.[1] Como explicaba Juan Pablo II en la encíclica Centesimus annus, León XIII, con su encíclica Rerum novarum, en 1891, siguiendo las huellas de sus predecesores, estableció un paradigma permanente para la Iglesia, que también ahora se sigue fielmente: se nos ofrece una doctrina, iluminada por el Evangelio, que permite analizar las realidades sociales, pronunciarse sobre ellas y dar orientaciones para la justa solución de los problemas derivados de las mismas.

La doctrina social, que ahora encontramos toda organizada, de modo resumido, pero completa, en ese excelente libro, el Compendio de la D.S.I., no apareció como resultado de una junta de sabios que se reunió a pensar acerca de cuál debe ser la doctrina católica sobre las cuestiones sociales. La D.S.I. se ha ido formando a lo largo de la historia, porque el Magisterio ha ido respondiendo con los principios y valores del Evangelio, a las nuevas situaciones, a medida que se han ido presentando. Tengamos en cuenta que la D.S.I. no está cerrada; el Compendio nos presenta su desarrollo hasta Juan Pablo II.

Ahora encontramos la D.S.I. organizada, como un cuerpo. Así la presenta el Compendio de modo estructurado, ordenado, con base en la Sagrada Escritura y la tradición en que el Magisterio se ha basado para sus enseñanzas. El libro Compendio de la D.S.I. nos hace el favor de tomar la doctrina que se ha ido desarrollando en el tiempo, y entregárnosla organizada.

Recordemos el contenido y cómo está organizado el Compendio de la D.S.I.

Como se trata de presentar doctrina católica, no filosofía ni política, empieza el libro por echar los fundamentos teológicos de la D.S., es decir empieza por enseñarnos la relación que esta doctrina tiene con Dios.

Después de explicar la relación que la D.S. tiene con la misión de la Iglesia, – con la evangelización, – se extiende en explicar los derechos de la persona humana, creada a imagen de Dios.

Presenta luego los principios de la Doctrina Social, su significado y su unidad y sigue, en una segunda parte, con los temas fundamentales en la vida en sociedad: la familia, – célula vital de la sociedad, el trabajo humano, con el cual el hombre participa del arte y de la sabiduría divina, como dice bellamente la D.S.I.; se extiende en el tema de la vida económica; allí, entre otros asuntos, nos explica que Los bienes, aun cuando son poseídos legítimamente, conservan siempre un destino universal. Toda forma de acumulación indebida es inmoral, porque se halla en abierta contradicción con el destino universal que Dios creador asignó a todos los bienes.

Trata el Compendio a continuación sobre la comunidad política, cuyo fundamento es la persona humana. Allí naturalmente se trata sobre los derechos humanos, y el espacio debido la comunidad internacional, el medio ambiente, la promoción de la paz y concluye mostrándonos cómo A las preguntas de fondo sobre el sentido y el fin de la aventura humana, la Iglesia responde con el anuncio del Evangelio de Cristo, que rescata la dignidad de la persona humana del vaivén de las opiniones, asegurando la libertad del hombre como ninguna ley humana puede hacerlo (N° 576).

Llamados a «Construir la civilización del amor», a construir una sociedad digna del hombre

En sus últimas páginas, termina el Compendio mostrándonos que estamos llamados a «Construir la civilización del amor». En palabras textuales del Compendio, dice que La finalidad inmediata de la doctrina social es la de proponer los principios y valores que pueden afianzar una sociedad digna del hombre. Entre estos principios, el de la solidaridad en cierta medida comprende todos los demás: éste constituye «uno de los principios básicos de la concepción cristiana de la organización social y política».[2] Nos deja claro el Compendio que el principio de solidaridad está iluminado por el primado de la caridad «que es signo distintivo de los discípulos de Cristo (cf. Jn 13,35) ».[3]

La Aventura Humana

Toma pues el libro la vida del hombre en la sociedad, – la aventura humana, como vimos que la llama, – y nos enseña la doctrina del Evangelio para la justa solución de los problemas que se presentan en ella. En la última parte el Compendio se refiere a la acción de la Iglesia. Porque la D.S.I. no es para que la conozcamos como un ejercicio intelectual; no estudiamos la D.S. sólo para enriquecer nuestros conocimientos. El objetivo de conocerla debe ser también vivir de acuerdo con ella; por eso el Compendio nos instruye sobre la acción pastoral de la Iglesia en el ámbito social y sobre el compromiso de los fieles laicos con la D.S.I.

La enseñanza social de la Iglesia nos enseña cuál debe ser la conducta del cristiano, ante los problemas que se presentan en la vida en sociedad; nos ofrece los criterios que deben formar nuestra conciencia, para que actuemos de acuerdo con el mensaje evangélico y sus exigencias. La enseñanza social de la Iglesia no es sólo para que sepamos lo que los demás deben hacer: lo que debe hacer el Estado, qué deben hacer los patronos y los sindicatos, cómo se deben comportar los demás padres de familia, cuál debe ser la conducta de nuestros pastores. La D.S.I. es para que cada uno de nosotros forme su conciencia y actúe de acuerdo con el Evangelio y sus exigencias en lo referente a las relaciones con los demás. Tenemos que empezar por preguntarnos cada uno de nosotros, en la intimidad de nuestra conciencia, si actuamos con los demás como el Evangelio nos pide.

En síntesis, aprendimos que la D.S.I. es un conocimiento iluminado por la fe, basado en la Palabra de Dios, sobre cómo debemos actuar en nuestra relación con los demás, especialmente en asuntos que tocan al amor y la justicia social.

El último punto que estudiamos en la reflexión anterior se refiere a que, como nos enseñó también Juan Pablo II en la «Laborem exercens», en el N° 3, la doctrina social, perteneció desde el principio (…) a la concepción que del hombre tiene la Iglesia y especialmente a la moral social (…). Insistimos en que, según la enseñanza de Juan Pablo II en su encíclica Sollicitudo rei socialis, la doctrina social de la Iglesia «no pertenece al ámbito de la ideología, sino al de la teología y especialmente de la teología moral». La D.S.I. No se puede definir según parámetros socioeconómicos. No es un sistema ideológico o pragmático, que tiende a definir y componer las relaciones económicas, políticas y sociales…Son palabras de Juan Pablo II.

¿Qué es eso de “ideología”?

En la reflexión pasada nos detuvimos a estudiar también sobre una palabra que se usa mucho y no siempre se sabe qué significa: la palabra ideología. Y debemos saber qué es eso, para comprender lo que es y lo que no es la D.S. católica.

Las ideologías tienen que ver esencialmente con la interpretación de la realidad social. Comentábamos que cuando la Iglesia nos dice que la D.S.I. no es un sistema ideológico, quiere decir que el conocimiento que adquirimos de la realidad social y la interpretación que los católicos hacemos de ella, – siguiendo los lineamientos de la D.S.I.,- son un conocimiento y una interpretación de la realidad social, iluminados por la fe, por el Evangelio. La D.S.I. no interpreta la realidad social de acuerdo con el pensamiento político de derecha ni de izquierda, ni del socialismo ni del capitalismo. Los creyentes conocemos e interpretamos la realidad social iluminados por la fe.

La fe nos permite conocer e interpretar la realidad social de modo integral; abordamos la realidad íntegra del hombre, que es materia y espíritu, que tiene que cumplir un fin terreno y que además trasciende el mundo actual. Frente a esa realidad asumimos una actitud y debemos actuar sobre ella de acuerdo con los criterios de fe que nos enseña el Evangelio. Los no creyentes interpretan la realidad del hombre como si sólo existiera para la vida terrena, que es transitoria. El ser humano para ellos no tiene nada que ver con el Creador ni con su proyecto. Según los no creyentes, el ser humano es producto de una evolución, que no explican cómo empezó, pero en la que un ser superior no tuvo nada que ver. Para los creyentes la sociedad se tiene que organizar y debe funcionar de acuerdo con el proyecto de Dios para el hombre. Las ideologías pretenden organizar la sociedad de acuerdo con su pensamiento político. Si Dios no entra en ese pensamiento, la sociedad que buscan organizar será sin Dios.

Es importante que nos quede claro, que ideología es la imagen que alguien se forma de la realidad social y la interpretación que hace de ella. La imagen que se hace de la realidad puede ser verdadera o falsa; depende de los lentes con que se mire la realidad. El no creyente se forma una imagen de una realidad sólo material, sin Dios; por lo tanto tiene una imagen incompleta de la realidad. Por eso algunos grupos políticos de no creyentes proponen, por ejemplo, soluciones a los problemas sociales en que se acepta y se practica la violencia y en los cuales no se respeta ni la libertad ni la vida. Los creyentes no podemos seguir esos criterios de violencia y de muerte, porque la concepción que el creyente tiene del hombre es la de un ser creado a imagen de Dios, que es amor, y que está llamado a construir un Reino de justicia, de libertad, de amor y de paz. El mensaje cristiano no es de sombra, sino de luz.

No se puede orientar el mensaje cristiano hacia una salvación puramente ultraterrena

Es importante tener presente que tampoco el mensaje cristiano se orienta sólo al más allá, sino a iluminar el mundo terrenal, a construir un Reino de justicia y amor que llegará a su plenitud en el más allá, pero que empieza acá. Como vimos en el N° 71 del Compendio, citando palabras de Juan Pablo II: no se puede orientar el mensaje cristiano hacia una salvación puramente ultraterrena, incapaz de iluminar su presencia en la tierra[4].

Sigamos adelante en nuestro estudio. Al terminar la reflexión pasada vimos que se puede tener una imagen equivocada, a veces formada inconscientemente, de la realidad social y en ese caso la imagen que se tiene de la realidad social se llama una ilusión; se trataría de una ilusión formada de modo inconsciente, sin que haya segundas intenciones conscientes. También se puede construir y promover, conscientemente, una imagen falsificada de la realidad social, para favorecer los intereses de un grupo contra los intereses de otro, ocultando las propias contradicciones y sin tener en cuenta el bien de toda la sociedad. Eso es ideologizar la realidad, y quien utiliza esa estrategia entra en el terreno de la ética, porque utiliza el fraude. Leímos, en la reflexión anterior una explicación de cómo actúa la ideología. Recordémosla:

La ideología actúa mediante un proceso de simulación y engaño, en el que esconde mostrando. En la ideología las cosas son enmascaradas a través de sus contrarios: la falsedad, bajo apariencia de verdad, la contradicción bajo apariencia de armonía, lo cultural es presentado como natural, lo voluntario como fatal, lo histórico como eterno, lo relativo como absoluto.[5]

Esa estratagema de falsificar la realidad social se utiliza mucho en la política, no sólo partidista, sino en la orientación y planes, cada vez más generalizados a nivel mundial, de defender el relativismo. Quisiera llamar la atención sólo en la forma como ahora enmascaran lo cultural o lo inducido en las costumbres utilizando la propaganda, como si eso fuera lo natural. Un ejemplo puede ser la defensa del matrimonio entre parejas del mismo sexo, que defienden como algo natural y promueven por todos los medios de comunicación. También son muy hábiles en presentar lo relativo como si fuera lo absoluto. El valor absoluto para los relativistas es que todo es relativo, depende del momento, de las circunstancias, de lo que uno quiera…

Relación Ideología / Fe

Vimos que Juan Pablo II nos aclaró que la D.S.I. no es una ideología, sino que pertenece a la teología, especialmente a la teología moral. [6]Veamos cómo se relaciona la ideología con la fe. Voy a seguir el libro Fe cristiana y Compromiso Social, editado por el CELAM ya hace varios años.[7] No es un tema fácil, pero hagamos el esfuerzo para comprenderlo .

Empecemos por decir que ideología, fe y teología son realidades muy distintas y no es sencillo relacionarlos. Recordemos que la ideología es una ilusión, cuando es una falsificación inconsciente de la realidad social, o es una falsificación consciente de la realidad social con fines políticos. La fe no es una ideología, porque no es una falsificación inconsciente ni una falsificación consciente de la realidad. La fe es una experiencia radical[8], en el sentido de experiencia fundamental, que va hasta la raíz de la persona. Radical viene de raíz. Experiencia radical, en el sentido de una experiencia que invade todo nuestro ser, mediante la cual adherimos a Dios. La experiencia de la fe es el encuentro con una persona, como nos lo enseña Benedicto XVI [9], y ¡con qué persona!

Los contactos directos con Dios son excepcionales

El encuentro con una persona, con Dios, no lo entendamos como que la fe nos tiene que llegar necesariamente por un contacto directo con lo divino. A ninguno de nosotros le llegó la fe de modo parecido a como le llegó a San Pablo. Recordemos el viaje a Damasco: Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? (Hch, 9, 4)[10] Esos contactos directos con Dios se dan, pero son excepcionales.

Si quieren ahondar en este tema les sugiero leer al Papa Benedicto XVI, cuando era sólo el Cardenal Ratzinger, en su libro Introducción al Cristianismo, en el Capítulo 2, La Forma Eclesial de la Fe. De allí tomo estas palabras: A muy pocos se les manifiesta lo divino en una forma evidente; otros muchos son sólo receptores, no tienen experiencia inmediata de lo santo y, sin embargo, no están tan entumecidos como para no poder llegar a la experiencia de ese encuentro, a través de los hombres a los que se les concede esa experiencia.

La Fe nos puede venir por medio de los demás. Otros nos pueden transmitir la experiencia de su encuentro. San Pablo en el capítulo 10 de su carta a los romanos nos dice que la fe viene de la audición. De oír hablar de Dios, a aquellos que lo predican. Oigamos del v 14 al 17:

14 Pero ¿cómo invocarán a aquel en quien no han creído? ¿Cómo creerán en aquel a quien no han oído? ¿Cómo oirán sin que se les predique?
15 Y ¿cómo predicarán si no son enviados? Como dice la Escritura: ¡Cuán hermosos los pies de los que anuncian el bien!
16 Pero no todos obedecieron a la Buena Nueva. Porque Isaías dice: ¡Señor!, ¿quién ha creído a nuestra predicación?
17 Por tanto, la fe viene de la predicación, y la predicación, por la Palabra de Cristo.

El encuentro con Dios tiene que producir un resultado

Los autores de Fe cristiana y compromiso social dicen que La fe tiene la estructura de un encuentro con lo absoluto que se expresa por la conversión, la celebración y el comportamiento (…). (Pg 167s). Y continúan: La fe tiene siempre una referencia a lo absoluto, a lo último, (es decir a Dios), a lo definitivamente importante, en cuya comparación todo lo demás es relativo: los intereses, las visiones del mundo y las ideologías. La fe juzga todas las ideologías y desenmascara sus pretensiones totalitarias.

Como veíamos antes, las ideologías falsifican la realidad social y la interpretan según sus intereses políticos. Quien mira la realidad con la luz de la fe, la interpreta teniendo como guía la Palabra de Dios, y con esa guía ve la realidad integral, según el proyecto de Dios creador del hombre y del universo.

La fe no es fruto de mis pensamientos, sino que viene de fuera

La fe no es fruto de mis pensamientos, sino que viene de fuera, dice el Cardenal Ratzinger en su obra Introducción al cristianismo. [11] Sí, la fe no es fruto de nuestra reflexión, sino que nos la da el Señor, nos llega generalmente, a través de los demás: a través de nuestra familia, a través de quienes comunican la Palabra. Son diversos e innumerables los caminos como Dios se comunica por intermediarios. La fe no es producto de nuestras reflexiones, de nuestras cavilaciones. En eso se diferencia de la filosofía, como nos explica el mismo Ratzinger, pues La filosofía es esencialmente producto del individuo que, en cuanto tal, reflexiona sobre la verdad.

No alcanzamos hoy a seguir con la reflexión sobre la relación de la teología con la ideología. Dios mediante lo haremos la semana entrante. Para terminar hoy veamos algo muy interesante sobre la fe y la Doctrina Social. No olvidemos que la D.S. se refiere a nuestras relaciones con los demás, según nos enseña el Evangelio.

¿Tiene la fe un sentido social?

Es muy interesante escuchar esta reflexión sobre el carácter social de la fe. ¿Es que la fe tiene un sentido social? Oigamos estas líneas del Cardenal Ratzinger en su libro Introducción al Cristianismo, que mencionamos hace un momento:

En filosofía, lo que prima es la búsqueda de la verdad y sólo luego, como algo secundario, busca y encuentra compañeros de viaje. Sin embargo, la fe es sobre todo una llamada a la comunidad, a la unidad del espíritu mediante la unidad de la palabra; su sentido es fundamentalmente social, es decir, pretende suscitar la unidad del espíritu mediante la unidad de la palabra. Y después, pero sólo después, señala al individuo el camino que le lleva a su aventura personal frente a la verdad.

La estructura dialógica de la fe (es decir la estructura de diálogo, de la fe) apunta a una idea del hombre, pero también a una idea de Dios. El hombre consigue tratar con Dios cuando logra tratar con los demás hombres, sus hermanos. La fe se ordena esencialmente al tú y al nosotros, y sólo por esta doble condición une al hombre con Dios (…) podríamos decir que Dios sólo quiere venir a los hombres a través de los hombres, que Dios busca a los hombres en su co-humanidad.[12]

Cuando la fe llega al ser humano, no sólo cambia la relación del nuevo creyente con Dios, sino con los demás, a quienes empieza a ver como sus hermanos. Estas últimas líneas, que son también de Ratzinger nos van a dejar pensando:

¿qué sucede cuando me hago cristiano, cuando me someto al nombre de Cristo a quien confieso como hombre determinante, como norma de lo humano?, ¿qué cambio del ser tiene lugar ahí, qué actitud tomo respecto al ser humano’, ¿qué profundidad tiene ese acontecimiento?, ¿qué valor adquiere ahí lo real?[13]

Entonces, si soy cristiano, con la luz de la fe que he recibido, ¿cómo interpreto la realidad social de nuestro país, y del mundo?

Escríbanos a: reflexionesdsi@gmail.com


[1] Cf Juan Pablo II, Enc. Centesimus annus, 5. Después de mencionar cómo León XIII en la Rerum novarum respondió a la situación de conflicto entre el capital y el trabajo en virtud de su ministerio apostólico, dice: De esta manera León XIII, siguiendo las huellas de sus predecesores, establecía un paradigma permanente para la Iglesia. Ésta, en efecto, hace oír su voz ante determinadas situaciones humanas, individuales y comunitarias, nacionales e internacionales, para las cuales formula una verdadera doctrina, un corpus, que le permite analizar las realidades sociales, pronunciarse sobre ellas y dar orientaciones para la justa solución de los problemas derivados de las mismas. Un ejemplo del desarrollo de la D.S.I. a lo largo del tiempo lo encontramos en la consideración de la relación entre la propiedad privada y el destino universal de los bienes. Véase Centesimus annus, 6 y 43.

[2] Juan Pablo II, Carta enc. Centesimus annus, 10: AAS 83 (1991) 805-806.

[3] Juan Pablo II, Sollicitudo rei socialis, 40

[4] Cf Juan Pablo II, Centesimus annus, 5

[5] Fe cristiana y compromiso social, libro preparado por Pierre Bigó, S.J. y Fernando Bastos de Ávila, S.J., editado bajo la dirección y supervisión de los Obispos de la Comisión Episcopal del departamento de Acción Social del CELAM, 2° edición, 2.4, Teología e Ideología, Pgs. 163ss

[6] Cf Juan Pablo II, Enc. Laborem Exercens, 41

[7] Fe cristiana y compromiso social, Cf Nota anterior

[8] Ibidem, Pg. 167

[9] Deus caritas est, 1, Documento conclusivo de Aparecida, 12

[10] Hch 9, 3-6 Sucedió que, yendo de camino, cuando estaba cerca de Damasco, de repente le rodeó una luz venida del cielo,
4 cayó en tierra y oyó una voz que le decía: “Saúl, Saúl, ¿por qué me persigues?”
5 El respondió: “¿Quién eres, Señor?” Y él: “Yo soy Jesús, a quien tú persigues.
6 Pero levántate, entra en la ciudad y se te dirá lo que debes hacer.”

[11] Joseph Ratzinger, Introducción al Cristianismo, Ediciones Sígueme, Salamanca, 2005, Pg. 80

[12] Ratzinger, ibidem, Pg 81s

[13] Ratzinger, ibidem Pg 79