Doctrina Social de la Iglesia – Reflexión 101

Junio 12 de 2008

Compendio Doctrina Social de la Iglesia N° 72

Naturaleza de la Doctrina Social

Fe y obligaciones con los demás

Empezamos en la reflexión anterior a considerar las ideas de un sacerdote irlandés, el P. Peter McVerry, quien ante la desigualdad en la distribución de la riqueza que vemos en el mundo, plantea un debate sobre el significado de nuestra fe y las obligaciones que, desde el punto de vista social, nos impone el hecho de pertenecer a la comunidad cristiana. Como cristianos no podemos ser indiferentes ante el sufrimiento de los demás. La situación se agrava ahora por la crisis mundial de alimentos. Hay más hambre en el mundo hoy, en un mundo rico, y tecnológicamente desarrollado.

Y sucede que, de palabra somos solidarios con los que sufren, y de palabra los compadecemos; pero en la vida real muchas veces vivimos un cristianismo egoísta, en el que pretendemos vivir solos, sin importarnos la suerte de los demás. Se nos olvida que somos hijos del mismo Padre, que los demás son, por lo tanto, nuestros hermanos y que es imposible vivir un cristianismo auténtico como un asunto personal, individual, en el que los demás no tienen nada qué ver. Los fenómenos naturales: el invierno inclemente, los sismos que han sacudido a varios países, sumados a la tragedia de los desplazados por la violencia o por la falta de trabajo nos tienen que sacudir también la conciencia y el corazón.

El doctor Ricardo Castañón, ese científico boliviano a quien el Señor dio el regalo de la fe por el camino de la ciencia, en alguna de las conferencias que dictó en Medellín, creo que hace dos años, dijo estas palabras que nos hacen pensar:

Yo trabajo con católicos desde hace trece años y a veces veo comportamientos que no tienen nada de católicos. Y es porque podemos hablar de Dios / pero no vivimos como Dios quiere. Lo llamamos Padre pero no nos comportamos como hijos verdaderos; lo llamamos Maestro, pero no aprendemos las enseñanzas que nos da. Entonces, yo creo que el hombre está viviendo una situación difícil, que más que por el anuncio de lo que venga es porque es producto de su propio comportamiento.[1]

Se refería el Dr. Castañón a los anuncios de catástrofes naturales por el maltrato a la naturaleza, y también se refería a los científicos que juegan con la genética, que desprecian la vida de los no nacidos y la de los ancianos. Y añadía más adelante, que en el trabajo de transformación que requiere esta sociedad, cada cristiano debe volverse un verdadero testimonio de vida cristiana, desde hoy, no desde mañana o después de un retiro espiritual o después de una prueba muy dura. Es un laico el que nos llama la atención por nuestra falta de coherencia entre fe y vida. Un laico que después de su conversión, – pues fue ateo, – trata de vivir la fe y por eso añadió en esa conferencia:

El cristiano debe cambiar su piel

El cristiano debe transformarse, debe cambiar su piel, y cuando lo veas tienes que saber que ese es un hijo de Dios y lo reconoces porque esa persona ama; pero si te enojas con él por una cosa banal, si lo calumnias y lo persigues, si hablas de Dios pero no hablas con Él, si vives de Él, pero no vives para Él, entonces, el hombre pone su corazón donde está su riqueza, y lamentablemente en nuestro mundo mucho de nuestra riqueza está en el dinero, en la economía, en el progreso económico… Pero no lo hemos puesto a Él en el centro de nuestra vida.

He citado esas palabras del doctor Castañón porque nos ayudan a ubicarnos en la reflexión que comenzamos sobre la responsabilidad que como cristianos tenemos con la comunidad.

Dos maneras incorrectas de entender el cristianismo

Veíamos en las reflexiones pasadas que el cristianismo no lo entendemos de la misma manera todos los que nos llamamos cristianos. Para algunos, el cristianismo se entiende, solamente, como una religión que impone ciertas obligaciones morales a sus seguidores, con la promesa de que si las observan, después de la muerte tendrán como premio el Reino de Dios. Para las personas que entienden así el cristianismo, Jesús fue un maestro, un guía para nuestra vida moral. El cristianismo se ve sólo como un código personal de moral, que, – eso sí, – tiene en el centro el amor al prójimo, porque así nos lo enseña el Evangelio en Jn 13, 34:

Les doy un mandamiento nuevo: que se amen los unos a los otros. Que, como yo los he amado, así se amen también ustedes los unos a los otros. Y en Mt 7,12: Todo lo que deseen que los demás les hagan a ustedes, háganselo también a ellos: en esto consiste la Ley y los Profetas o en Mt 22,39: Amarás a tu prójimo como a ti mismo.

Quienes ven su pertenencia al cristianismo como una religión exigente sólo en la moral individual, piensan que el distintivo de los que pertenecen a la comunidad cristiana es el estar dispuestos a vivir de acuerdo con sus normas morales. Esas normas de conducta las entienden como algo esencialmente moral, religioso y personal. En ese escenario, la distribución de la riqueza en nuestra sociedad y en el mundo, las políticas laborales, de vivienda, de salud, las decisiones sobre el destino del dinero de los impuestos no tienen nada qué ver con el seguimiento de Jesús. Las exigencias que se hacen a los miembros de una comunidad cristiana así entendida, no tienen nada que ver con lo social, con lo político, con lo económico. Esa es una manera de entender el cristianismo; lo reducen a la moral individual.

Cree y serás salvo y te hará prosperar

Por lo que uno oye de la predicación de algunos evangélicos, lo importante para ser uno un buen cristiano es creer en Jesús. Si creemos en Jesús, tendremos prosperidad y estamos salvados, tenemos asegurado un puesto en el Reino de Dios. Y, ¿qué es, para esos evangélicos, creer en Jesús? ¿En qué consiste su fe en Jesús? Creer lo entienden como aceptar como verdaderos una serie de hechos sobre Jesús. Si uno está dispuesto a afirmar que acepta como ciertas una serie de creencias acerca de lo que Jesús fue y es, puede pertenecer a esa comunidad de personas que creen en Jesús. Es una fe que, personalmente, le da a uno seguridad de que Jesús es su Salvador y Él lo hará prosperar, pero es una fe que no tiene para la persona que dice creer, consecuencias en su vida en la comunidad.

En este enfoque del cristianismo tampoco las reformas sociales, económicas o políticas, tienen importancia en el seguimiento de Jesús. Seguir a Jesús es aquí también un asunto personal; se trata de mi relación individual con Él, basada en mi creencia sobre quién es Él.

Ya habíamos comentado que, aunque no son iguales esos dos enfoques sobre el ser cristiano: el que pone todo el énfasis en cumplir las normas morales del Evangelio o el que lo pone sólo en aceptar a Jesús como Salvador, se parecen en que el énfasis de ambos no es social; la relación con Jesús, según esos enfoques del cristianismo, es individual, sin consecuencias en el comportamiento como miembro de la comunidad, de la sociedad. Por eso lo económico, lo político, en cuanto inciden en la vida social, no aparecen entre sus asuntos de interés, como si fueran ideas ajenas a la vida cristiana. Como si de eso se tuvieran que ocupar otros, porque no se le ve relación con vivir la fe.

Una comunidad sólo como estructura de apoyo

Esos dos puntos de vista sobre el ser cristiano, interpretan a Jesús como el medio de conseguir la salvación, individualmente. Para esos cristianos, la Comunidad viene a ser una reunión de individuos que comparten la misma manera de pensar, las mismas creencias o que se comprometen con un código moral común. De manera que la invitación de Jesús a los individuos no es esencialmente una invitación a pertenecer a la comunidad, y el compromiso de cada uno no es un compromiso con la comunidad, sino más bien un compromiso con atenerse a un sistema o código moral. La comunidad tiende entonces a convertirse solamente en una estructura de apoyo, algo así como un club o una sociedad que tiene intereses y objetivos comunes.[2] Esas personas disfrutan por estar reunidas, por alabar al Señor cantando juntas, por compartir un rato y luego, cada uno toma el camino de su casa y de su trabajo, hasta la próxima reunión.

¿Por qué condenaron a muerte a Jesús?

El P. McVerry tiene una teoría a este respecto, que vale la pena considerar. Según el sacerdote irlandés, las dos maneras de entender el cristianismo, – ambas centradas en el individuo, – que acabamos de ver brevemente, no entienden que a Jesús lo condenaron a muerte las autoridades judías, porque había un conflicto entre dos maneras muy distintas de entender a Dios, – como las autoridades judías y como Jesús lo entendían,- con dos implicaciones radicalmente distintas para nuestra vida personal, y para la estructuración de nuestro mundo. En ese conflicto, Jesús aparentemente perdió y murió; pero, que Jesús tenía toda la razón sobre su comprensión de Dios y su visión de nuestro mundo, se confirmó con el hecho de la Resurrección.

¿Cómo entendía Jesús al Padre, a Dios? ¿Cuál es la imagen de Dios que nos dio a conocer? La Encarnación del Hijo de Dios nos abrió un panorama inmenso en el conocimiento de Dios. Jesús nos dio a conocer al Padre y al Espíritu Santo y se nos reveló como el Hijo; nos reveló la Trinidad, que apenas se vislumbró en el A.T. Y en la vida de la Trinidad nos mostró que Dios es Amor.

El que me ha visto a mí, ha visto al Padre

Entonces, ¿cómo es Dios, el que Jesús nos dio a conocer? Ante todo, tengamos presente que Jesús vino de Dios, conocía íntimamente a Dios, como Hijo, y vino a revelarnos el amor infinito de Dios por el ser humano. Un amor tan grande, que nos dio a su Hijo Unigénito. Y al contemplar a Jesús, podemos contemplar cómo es Dios, porque Jesús es el rostro humano de Dios y el rostro divino del hombre, como dice esa bella frase muy utilizada desde Juan Pablo II, y que Benedicto XVI incluyó en su oración por la Conferencia Episcopal de Aparecida. Recordemos la respuesta de Jesús a Felipe cuando, en Jn 14, 8 le pidió: Señor, muéstranos al Padre y nos basta. La respuesta de Jesús fue: ¿Tanto tiempo estoy con vosotros y no me conoces, Felipe? El que me ha visto a mí, ha visto al Padre.

El centro de la personalidad de Jesús es su comunión permanente con el Padre.[3] Jesús estaba en comunión permanente con el Padre, por eso hablaba tan naturalmente de su Padre. No sólo hablaba de Él, sino que hablaba con Él siempre, como nos dejan ver los Evangelios que lo hacía, cuando iba a suceder algo importante: por ejemplo, antes de comenzar su vida Pública dedicó 40 días a la oración, antes de la elección de los 12, (Lc 6,12), antes de la Pasión, en Getsemaní.

La pedagogía de Jesús para darnos a conocer quién es Dios es maravillosa. Nos dio a conocer al Padre cuando hablaba de Él, cuando enseñaba y especialmente cuando actuaba. Otra manera de darnos a conocer a Dios fue por su predicación del Reino. Jesús habló mucho del Reino de Dios. Dios y su Reino fueron el centro de la vida y del ministerio de Jesús. Si conocemos cómo es el Reino de Dios, podemos acercarnos a conocer quién es Dios. La personalidad de Dios tiene que reflejarse en su Reino.

Al principio de su ministerio, Jesús anunció que el Reino de Dios estaba cerca. En Mt 4,17 dice que Jesús comenzó a proclamar: “Conviértanse, porque el Reino de los Cielos está cerca. A lo largo de su predicación, el Reino fue un tema permanente y nos lo explicó de diversas maneras. En el capítulo 13 de Mateo, Jesús habló del Reino en parábolas: lo comparó con el campo en el cual el dueño sembró semilla buena y el enemigo, por la noche, sembró cizaña en medio de la buena semilla; también comparó el Reino con el grano de mostaza y con la levadura. Y al final de su ministerio, Jesús no negó la acusación de afirmar que el Reino de Dios había llegado en su propia persona, cuando respondió a Pilatos que él era el Rey de los judíos. (Mt 27, 11)

¿La Ley, puerta de entrada al Reino?

Decíamos que se presentó un conflicto entre la manera de entender las autoridades judías a Dios y como lo entendía Jesús. Y ¿qué tiene que ver el Reino, con la idea que de Dios tenían los judíos? Bueno, los judíos sentían que ellos habían sido elegidos para heredar el Reino de Dios. Esperaban al Mesías, revolucionario antirromano, que vendría a liberar a Israel del yugo extranjero y que haría realidad el Reino. Además, tenían ellos, los judíos, la seguridad de que el modo de entrar en el Reino de Dios, era el cumplimiento de la Ley. [4]

Para los judíos, la observancia de la Ley era la más importante obligación de su vida. Cuando el pueblo de Israel fue llamado y escogido por Dios, recibió de Dios la Ley por medio de Moisés. Dios estableció una alianza con ellos, por la cual les prometió que Él sería su Dios, para protegerlos y llevarlos al Reino, siempre y cuando, ese pueblo, a su vez, observara la Ley que le había dado ese día. De manera que la observancia de la Ley en todos sus detalles era la primera obligación impuesta a cada judío, la prueba de su fidelidad al Señor, y la puerta a través de la cual ellos podrían entrar al Reino que Dios les había prometido. Para la teología judía, la pasión de Dios era la observancia de la Ley. Los fariseos la llevaron hasta el extremo. Recordemos que a Jesús le criticaron que curara en sábado.

Cuando Jesús empezó a predicar que la entrada al Reino no era por el cumplimiento de la Ley, como los escribas y fariseos la entendían, las autoridades judías se escandalizaron. Si no era por el estricto cumplimiento de la Ley, entonces ¿cómo se entra al Reino?

Perfeccionar la Ley

No es que Jesús despreciara el cumplimiento de la Ley. Recordemos sus palabras en Mt 5,17-19:

No piensen que vine para abolir la Ley o los Profetas: yo no he venido a abolir, sino a dar cumplimiento.

18 Les aseguro que no desaparecerá ni una i(ota) ni una coma de la Ley, antes que desaparezcan el cielo y la tierra, hasta que todo se realice.

19 El que no cumpla el más pequeño de estos mandamientos, y enseñe a los otros a hacer lo mismo, será considerado el menor en el Reino de los Cielos. En cambio, el que los cumpla y enseñe, será considerado grande en el Reino de los Cielos.

Habéis oído que se dijo… Pues yo os digo…

La Biblia de Jerusalén comenta que, lo que Jesús dijo, fue que vino a perfeccionar la Ley, a darle su nueva y definitiva forma, sublimándola con el espíritu del Evangelio. No es sino leer lo que sigue en el mismo capítulo 5 de Mateo desde el v. 20 en adelante, para entender cómo vino Jesús a perfeccionar la Ley. No había que cumplirla como la entendían los escribas y fariseos:

Porque os digo que, si vuestra justicia no es mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el Reino de los cielos.

Recordemos una manera de perfeccionar la Ley, como lo propuso Jesús, en los vv 43-48 del mismo capítulo 5 de Mt., que ya citamos antes:

Habéis oído que se dijo: Amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo. Pues yo os digo: Amad a vuestros enemigos y rogad por los que os persigan, para que seáis hijos de vuestro Padre celestial, que hace salir el sol sobre malos y buenos, y llover sobre justos e injustos.[5]

De manera que la predicación de Jesús, contrastaba claramente con lo que los judíos estaban acostumbrados a oír sobre el cumplimiento de la Ley. La puerta de entrada al Reino no era el cumplimiento de las minucias de la Ley. Las palabras de Jesús a este respecto fueron duras. Recordemos éstas, en Mt. 23, 13:

¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que cerráis a lo hombres el Reino de los Cielos! Vosotros ciertamente no entráis; y a los que están entrando no los dejáis entrar. Y estas otras en el v. 23: ¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que pagáis el diezmo de la menta, del eneldo y del comino, y descuidáis lo más importante de la Ley: la justicia, la misericordia, la fe! Esto es lo que había que practicar sin descuidar aquello. Guías ciegos, que coláis el mosquito y os tragáis el camello!

La justicia, la misericordia, la fe

Lo más importante de la Ley es la justicia, la misericordia, la fe. Para Jesús sólo hay una puerta por la cual uno puede entrar al Reino de Dios – y esa puerta es la misericordia, la compasión. Veamos cómo en los siguientes tres pasajes de los Evangelios nos enseña Jesús claramente cuál es la puerta de entrada al Reino de Dios:

En Mt 25, 31-46, que es la descripción del Juicio Final. En Lc 16, 19-31, en la parábola del rico malo y el pobre Lázaro, y en Lc 10, 25-37, El Buen Samaritano.

Empecemos por la escena del Juicio Final. Mateo ubica la historia del Juicio Final en el momento culminante de su Evangelio, antes de la narración de la Pasión. Su Evangelio, dice el P. McVerry va llevando a esta historia en ascenso, in crescendo, dirían los músicos, hasta la cumbre. Y el Evangelista describe el Juicio Final con gran solemnidad. Empieza con esta introducción:

Cuando el Hijo del hombre venga en su gloria acompañado de todos sus ángeles, se sentará en su trono de gloria. Serán congregadas delante de él todas las naciones (Mt 25,31)

Y,¿dónde aparece lo de la compasión como puerta de entrada en el Reino? Leamos los vv. 34-36:

(…) ‘Venid, benditos de mi Padre, recibid la herencia del Reino preparado para vosotros desde la creación del mundo. Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; era forastero, y me acogisteis; estaba desnudo, y me vestisteis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a verme’. (Mt 25, 34-36)

El mensaje es claro: la puerta de entrada en el Reino es la compasión: recibid la herencia del Reino preparado para vosotros desde la creación del mundo. Porque tuve hambre, y me disteis de comer…

Eran un hombre rico que vestía de lino y uno pobre cubierto de llagas

Sigamos con otro pasaje del Evangelio que nos enseña también que la compasión es la puerta de entrada en el Reino. Se trata de Lc 16, 19-31, es la parábola del hombre rico y Lázaro. En su libro comenta así el P. McVerry esta parábola:

En esta historia, Jesús nos habla de un hombre rico. Es interesante observar / que no nos dice nada el Evangelio sobre la vida del hombre rico, ni tampoco se alude a cómo era su vida espiritual, sólo nos dice que era rico. No nos dice si era un buen o un mal judío, si iba a la sinagoga el sábado o no, si rezaba o no. Si observaba la Ley o no. En su lugar, Jesús simplemente describe a sus oyentes la imagen de un hombre rico:

Era un hombre rico que vestía de púrpura y lino, y celebraba todos los días espléndidas fiestas. (Lc 16,19)

¿Por qué Lucas no nos dice nada sobre la vida del hombre rico, o de su vida espiritual; sólo que era rico? Quizás porque eso no era importante, frente a saber lo que es lo más importante a los ojos de Dios: si había fallado en la compasión. No que la vida del hombre rico o su vida espiritual no fueran importantes, enfáticamente, no. Pero eso se convierte en irrevelante, si falla en lo que a los ojos de Dios es lo más importante, a saber, la compasión.

Y Lucas nos cuenta de un hombre pobre. De nuevo, es interesante que no nos dice nada de este hombre, fuera de que era un hombre pobre. Describe a sus oyentes esta imagen de pobreza:

Y uno pobre, -dice Lucas, – llamado Lázaro, que, echado junto a su portal, cubierto de llagas, deseaba hartarse de lo que caía de la mesa del rico…pero hasta los perros venían y le lamían las llagas. (Lc 16, 20-21)

El Evangelista no se molesta en decirnos cómo este pobre llegó a ese estado de pobreza; quizás se bebió todo su dinero, o lo perdió en el juego, o quizás, como el hijo pródigo, lo malgastó en una vida libertina. ¿Por qué Lucas no nos cuenta cómo ese hombre llegó a la pobreza? Quizás, de nuevo, porque eso no era importante. Para Lucas, y para Dios, no hay diferencia entre el pobre que merece ayuda y el que no la merece.

Esta parábola tiene que ver con un hijo de Dios necesitado y otro hijo de Dios que podría haber extendido su mano para ayudarle en esa necesidad y no lo hizo. Por eso, no hubo lugar para él en el Reino de Dios. Cómo llegó el pobre a ese estado de necesidad no tenía importancia.

Escríbanos a: reflexionesdsi@gmail.com


[1] Las palabras del Dr. Castañón están tomadas de un DVD grabado por Televida, la programadora de la Congregación Mariana, en Medellín.

[2] Cf Peter McVerry, Jesus: Social Revolutionary?, Veritas Warehouse. Las reflexiones sobre este tema están inspiradas en este libro.

[3] Cf Joseph Ratzinger, Benedicto XVI, Jesús de Nazaret, Planeta, Pg 10: dice citando a Rudolph Schnakenburg: «Sin su enraizamiento en Dios, la persona de Jesús resulta vaga, real e inexplicable». Este es también el punto de apoyo sobre el que se basa mi libro: considera a Jesús a partir de la comunión con el Padre. Este es el verdadero centro de su personalidad. Sin esta comunión no se puede entender nada y partiendo de ella Él se nos hace presente también hoy.

[4] Cf Peter McVerry, opus cit., Cap 3, ¿Quién es Dios?

[5] La Biblia de Jesrusalén comenta: La segunda parte de este mandamiento no se encuentra así en la Ley, ni podría encontrarse. Esta expresión forzada de una lengua pobre en matices (el original arameo) equivale a: “No tienes por qué amar a tu enemigo”.