Reflexión 74, Octubre 18 2007

Compendio de la D.S.I. N° 62

La Misión de la Iglesia y la Doctrina Social

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Las Reflexiones que se publican aquí son originalmente programas transmitidos por Radio María de Colombia. Usted puede escucharlos los jueves a las 9:00 a.m., hora de Colombia, en las siguientes frecuencias en A.M.:

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Las reflexiones son sobre la Doctrina Social de la Iglesia y se sigue el libro Compendio de la DSI, publicado por el Pontificio Consejo Justicia y Paz. Es la doctrina social oficial de la Iglesia Católica en lo referente a las relaciones entre los seres humanos.  En la columna azul, a la derecha, en “Categorías”, encuentra en orden todos los programas, según la numeración del libro “Compendio de la D.S.I.” Con un clic usted elige.

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¿Que relación tiene la Doctrina Social con la Evangelización?

 

Estamos ahora estudiando el capítulo 2° del Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, que trata sobre la “Misión de la Iglesia y la Doctrina Social”. ¿Qué relación tiene la Doctrina Social con la Evangelización? Hemos visto que la Doctrina Social de la Iglesia es parte de nuestra fe, por lo tanto hace parte de la Evangelización. Reflexionamos también ya acerca de la presencia de la Iglesia en la vida del hombre contemporáneo, que presenta el 2° capítulo del Compendio, con el título: La Iglesia, morada de Dios con los hombres. Antes de avanzar, recordemos las ideas más importantes de los N° 60 y 61 delCompendio.

La iglesia es solidaria con el hombre en sus gozos, en sus esperanzas, en sus angustias.

Es solidaria siempre: es decir es solidaria con el hombre en cualquier lugar y tiempo.

Nos dice que la misión de la Iglesia es llevar al hombre la Buena Noticia del Reino: Jesucristo vino, vivió en el mundo como uno de nosotros, murió y resucitó, y viene, en medio de nosotros.

La Iglesia es en el mundo sacramento del amor de Dios: es decir, representa el amor de Dios y es instrumento del amor, actúa entre los hombres, hace presente el amor de Dios.

Por eso representa la esperanza de la liberación y promoción del ser humano.

Nos enseña también aquí el Compendio de la D.S.I. que:

 

– La Iglesia es tienda del encuentro con Dios; el hombre se encuentra en la Iglesia con el Señor. Se encuentra con Dios por la gracia, por los sacramentos, por la oración, la liturgia, y los cristianos hacemos presente a Dios en el mundo por el amor; por eso

– El hombre no está solo en su esfuerzo por humanizar el mundo: cuenta con el amor redentor de Cristo, a través de su Iglesia.

– La Iglesia es servidora, no en abstracto, no sólo en sentido espiritual, sino en el mundo real donde el hombre vive y trata de realizar el proyecto divino.

Papel de la Iglesia en la Sociedad

En este punto recordamos las palabras de Juan Pablo II, quien escribió que la Iglesia es experta en humanidad, y esto la mueve a extender necesariamente su misión religiosa a los diversos campos en que los hombres y mujeres desarrollan sus actividades, en busca de la felicidad, aunque siempre relativa, que es posible en este mundo, de acuerdo con su dignidad de personas. (1)

 

Si tenemos en cuenta esos planteamientos, podemos comprender por qué la Iglesia presenta sus orientaciones en temas como la economía, que toca a la justicia e insiste en la defensa de la dignidad de las personas y de la vida. Sobre el papel de la Doctrina Social, la última parte del N° 61 dice:

 

Al hombre insertado «en la compleja trama de relaciones de la sociedad moderna», la Iglesia se dirige con su doctrina social. «Con la experiencia que tiene de la humanidad», la Iglesia puede comprenderlo en su vocación y en sus aspiraciones, en sus limites y en sus dificultades, en sus derechos y en sus tareas, y tiene para él una palabra de vida que resuena en las vicisitudes históricas y sociales de la existencia humana.

 

La encíclica Sollicitudo rei socialis, de Juan Pablo II, del N° 41 al 43, hace claridad sobre el papel de la Doctrina Social de la Iglesia. Esos números los podemos leer con provecho si queremos ahondar en el asunto. En una corta síntesis, podemos decir que, como enseña Juan Pablo II, la enseñanza y difusión de la D.S. forma parte de la misión evangelizadora de la Iglesia.

 

Compromiso con la Justicia

 

Se trata de una doctrina que debe orientar la conducta de las personas, y tiene como consecuencia el « compromiso» por la justicia, según la función, vocación y circunstancia de cada uno. Al ejercicio del ministerio de la evangelización, en el campo social, que es un aspecto de la función profética de la Iglesia, pertenece también la denuncia de los males y de las injusticias.[2] Recordemos que la misión del profeta es anunciar y también denunciar.

 

El papel del sembrador de la buena semilla y el trabajo silencioso de la levadura, complementado, según la vocación y circunstancias de cada uno, con la denuncia, con el hablar claro y en voz alta. Es bueno que tengamos presente por qué la Iglesia tiene también que hacerse oír, en temas que hoy día se le quieren vetar. Parece que hubiera un consenso de ciertos políticos y comunicadores, para callar o ignorar a la Iglesia.Por cierto, el reciente comunicado del Consejo Especial para América, de la secretaría general del Sínodo de los Obispos, anota que:

 

desde el punto de vista social, “se sigue desarrollando una corriente, a menudo de signo neo-marxista, que provoca desequilibrios en las relaciones internacionales y en las realidades internas de los países y trata de ignorar a la Iglesia católica y no considerarla parte en el diálogo social”.[3]

 

No es fácil callar a la Iglesia

 

 Les puede parecer, en algunos países, y también en el nuestro, que es una buena táctica ignorar a la Iglesia; que así se consigue un mejor resultado que persiguiéndola abiertamente. Sin embargo, no es fácil callar a la Iglesia. Allí está presente donde el hombre la necesite. En los barrios humildes o en la tribuna de las Naciones Unidas. Por ejemplo, el 16 de octubre de 2007, el Santo Padre escribió al Director general de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO):

“Debemos constatar que los esfuerzos realizados hasta ahora no parecen haber disminuido significativamente el número de hambrientos en el mundo, a pesar de que todos reconocen que la alimentación es un derecho primario. (…) Los datos disponibles muestran que el incumplimiento del derecho a la alimentación se debe no sólo a causas de tipo natural sino, sobre todo, a situaciones provocadas por el comportamiento de los hombres y que desembocan en un deterioro general de tipo social, económico y humano”.[4]

 

El hambre se debe también a situaciones provocadas por el comportamiento de los hombres

 

 

Al final de la audiencia general, celebrada en la Plaza de San Pedro, el miércoles 17 de octubre, (2007) el Papa recordó que se celebraba la Jornada Mundial del rechazo de la miseria, reconocida por las Naciones Unidas con el título de “Jornada Internacional para la eliminación de la pobreza” y exclamó:



“¡Estas poblaciones siguen viviendo en condiciones de extrema pobreza! La diferencia entre ricos y pobres se ha hecho más evidente e inquietante, también en los países económicamente más avanzados. Esta situación preocupante se impone a la conciencia de la humanidad, porque las condiciones en que se hallan tantas personas ofenden la dignidad del ser humano y comprometen, en consecuencia, el progreso auténtico y armónico de la comunidad mundial. Animo, por tanto, a multiplicar los esfuerzos para eliminar las causas de la pobreza y sus consecuencias trágicas”[5]

Continuemos ahora con el N° 62, del Compendio, que nos expone cómo el Evangelio fecunda y fermenta la Sociedad. Leamos la primera parte del N° 62:

 

Con su enseñanza social, la Iglesia quiere anunciar y actualizar el Evangelio en la compleja red de las relaciones sociales.

¿Qué pretende la Iglesia con su doctrina social?

 

 

Miremos cada palabra: ¿qué pretende la Iglesia con su enseñanza social? Quiere anunciar el Evangelio y actualizarlo en la complicada red de las relaciones sociales. No se trata de actualizar el contenido del Evangelio, como si las enseñanzas de Jesucristo se pudieran volver anticuadas. Son las relaciones sociales las que tienen que actualizarse con el Evangelio, ponerse a tono con Él. Y también nos dice la Iglesia que hay que actualizar la presentación del Evangelio, hay que presentarlo de modo adecuado.

 

Nos dice la Iglesia que, en las dificultades que se presentan en las relaciones entre la gente, en la sociedad, el Evangelio tiene qué decir, hoy y siempre, por eso hay que anunciarlo, hacerlo conocer. La sociedad desconoce las soluciones completas, integrales de sus problemas, si desconoce lo que tiene que decir sobre ellos el Evangelio. A veces fallamos en el cómo dar aconocer la Palabra del Señor. Es una falla humana muy común. Por eso Aparecida examinó la pastoral, el modo de llevar el Evangelio a la sociedad y encontró que nos hace falta una conversión de la pastoral, que nos hace falta ser más creativos.

 

 

Romper esquemas

 

 

El señor obispo Roberto Ospina, en la reunión de reflexión sobre el capítulo 6° de Aparecida, acerca de la formación de los Discípulos Misioneros, con las parroquias de la Zona Pastoral de San Pedro, decía que tenemos que ingeniar caminos de pastoral nueva, que tenemos que romper esquemas. No dar por sentado que como lo estamos haciendo está bien y punto. No debemos temer examinar nuestro modo de llevar el Evangelio. Quizás hay otros que nos pueden enriquecer en cómo llegar mejor a la gente, cómo hacer comunidad, en cómo, no sólo mantener a los que ya están dentro, sino cómo llegar a los jóvenes, a los que están en la duda, a los que están lejos.

 

 El Evangelio no está guiando a nuestra sociedad

 

 

Y esto es necesario, porque como el mismo monseñor Ospina decía, no es el Evangelio el que está guiando a nuestra sociedad, y eso lo vemos, porque no hay coherencia entre fe y vida; los Discípulos misioneros tenemos que comprender los cambios en nuestra época. Nos quedamos quizás en la frase que dice que no estamos en una época de cambio sino en un cambio de época, sin ir más allá; es decir sin dar el paso siguiente y preguntarnos: entonces qué debemos hacer? ¿Qué estoy dispuesto a hacer yo? ¿En qué debo cambiar yo? Nos decía que el testimonio que damos no es suficientemente claro. Que es necesario que tengamos sensibilidad ante lo que el hombre de hoy vive. Todo eso es anunciar y actualizar el Evangelio en la compleja red de las relaciones sociales.

 

Continuemos la lectura del N° 62 del Compendio. Leímos las primeras líneas que dicen: Con su enseñanza social, la Iglesia quiere anunciar y actualizar el Evangelio en la compleja red de las relaciones sociales. Sigue así.

 

No se trata simplemente de alcanzar al hombre en la sociedad —el hombre como destinatario del anuncio evangélico—, sino de fecundar y fermentar la sociedad misma con el Evangelio.[6]

 

Cuidar del hombre y velar por la sociedad

 

Aquí, una vez más, el Compendio de la D.S.I. se refiere a la Gaudium et spes en su capítulo IV sobre la Misión de la Iglesia en el Mundo Contemporáneo. La Iglesia tiene a su cuidado no sólo a la persona humana, individualmente considerada, sino a la sociedad. Y el Compendio explica a continuación, así, este pensamiento:

 

Cuidar del hombre significa, por tanto, para la Iglesia, velar también por la sociedad en su solicitud misionera y salvífica. La convivencia social a menudo determina la calidad de vida y por ello las condiciones en las que cada hombre y cada mujer se comprenden a sí mismos y deciden acerca de sí mismos y de su propia vocación. Por esta razón, la Iglesia no es indiferente a todo lo que en la sociedad se decide, se produce y se vive, a la calidad moral, es decir, auténticamente humana y humanizadora, de la vida social. La sociedad y con ella la política, la economía, el trabajo, el derecho, la cultura / no constituyen un ámbito meramente secular y mundano, y por ello marginal y extraño al mensaje y a la economía de la salvación. La sociedad, en efecto, con todo lo que en ella se realiza, atañe al hombre. Es esa la sociedad de los hombres, que son « el camino primero y fundamental de la Iglesia »[7].

 

Es un párrafo denso que requiere nuestra atención. Considerémoslo por partes: Para la Iglesia, cuidar del hombre significa también velar por la sociedad. ¿Por qué? Porque la vida en sociedad, a menudo determina la calidad de vida del hombre.Y dice la Iglesia que la calidad de vida determina con frecuencia las condiciones en las que cada hombre y cada mujer se comprenden a sí mismos y deciden acerca de sí mismos y de su propia vocación.

¿Qué se puede esperar que decidan sobre ellos mismos y su vida, las personas que viven en la miseria? Es un pensamiento fuerte, duro, que nos tiene que hacer pensar sobre nuestra responsabilidad con la suerte terrena y eterna de nuestros hermanos que padecen hambre…

 

Es propio de la naturaleza human caída, que busquemos el modo de eludir nuestras responsabilidades. Pensamos que los graves problemas sociales los tiene que resolver el Estado, el gobierno de turno. Pero es bueno que nos interroguemos ¿en qué estamos dispuestos a ceder de nuestra comodidad, para que nuestros hermanos desfavorecidos tengan por lo menos lo necesario? Me llamó la atención que una señora comentara en estos días, que a ella la tenía sin cuidado la solución del transporte masivo, si hacían metro o no, porque ella se moviliza en su automóvil. Así somos. Hablamos de la pobreza que padecen nuestros hermanos; nos compadecemos de ellos de palabra o hacemos algunas obras de caridad; pero, eso sí, esperamos que la solución de tan grave problema no toque nuestra personal comodidad.

Después de afirmar que: La convivencia social a menudo determina la calidad de vida y por ello las condiciones en las que cada hombre y cada mujer se comprenden a sí mismos y deciden acerca de sí mismos y de su propia vocación, a continuación dice la Iglesia que, Por esta razón, (…) no es ( Ella) indiferente a todo lo que en la sociedad se decide, se produce y se vive, a la calidad moral, es decir, auténticamente humana y humanizadora, de la vida social.

 

La Iglesia no puede ser indiferente, no se puede callar ante la calidad infrahumana de la vida de muchos, ante las decisiones injustas, ante la baja calidad moral de la vida social. Y en este número 62, el Compendio señala campos a los que no es ajeno el Evangelio, así equivocadamente se defiendan como campos que conciernen sólo a la vida terrena. Señala éstos la Iglesia:

 

La sociedad y con ella la política, la economía, el trabajo, el derecho, la cultura no constituyen un ámbito meramente secular y mundano, y  por ello marginal y extraño al mensaje y a la economía de la salvación. La sociedad, en efecto, con todo lo que en ella se realiza, atañe al hombre. Es esa la sociedad de los hombres, que son « el camino primero y fundamental de la Iglesia ».

 

 

Los hombres son el camino primero y fundamental de la Iglesia

 

Que los hombres son el camino primero y fundamental de la Iglesia, vimos que lo había señalado Juan Pablo II, en su encíclica Redemptor hominis.[8]

Si alguien nos pregunta por qué la Iglesia orienta (las palabras que usan son ¿por qué la Iglesia se mete en…) en temas de economía, de política, de derecho, de la cultura o de cualquier campo en que interviene el hombre, tenemos la respuesta: todo lo que se realiza en la sociedad atañe al hombre. Nada que toque al hombre es meramente secular y mundano, nada de eso es extraño al mensaje del Evangelio, que es para todo el hombre, terrenal y con vocación de eternidad.

 

Veíamos que nada que sea humano puede ser ajeno a la Iglesia. Es el momento para leer con cuidado algunas líneas de la encíclica Redemptor hominis, de Juan Pablo II, que nos ponen a pisar muy firme, en lo que se refiere al papel de la Iglesia en la sociedad. Lo encontramos en el N° 14 de esa encíclica. Dice así:

 

Jesucristo es el camino principal de la Iglesia. Él mismo es nuestro camino «hacia la casa del Padre»[9] y es también el camino hacia cada hombre.

 

¡Qué interesantes estas palabras de Juan Pablo II! De manera que Jesucristo no es sólo el camino hacia el Padre, sino también el camino para llegar a nuestros hermanos, para llegar a cada hombre. Sigue así el Santo Padre:

 

En este camino que conduce de Cristo al hombre, en este camino por el que Cristo se une a todo hombre, la Iglesia no puede ser detenida por nadie. Esta es la exigencia del bien temporal y del bien eterno del hombre. La Iglesia, en consideración de Cristo y en razón del misterio, que constituye la vida de la Iglesia misma, no puede permanecer insensible a todo lo que sirve al verdadero bien del hombre, como tampoco puede permanecer indiferente a lo que lo amenaza. El Concilio Vaticano II, en diversos pasajes de sus documentos, ha expresado esta solicitud fundamental de la Iglesia, a fin de que «la vida en el mundo (sea) más conforme a la eminente dignidad del hombre»,[10] en todos sus aspectos, para hacerla «cada vez más humana».[11] Esta es la solicitud del mismo Cristo, el buen Pastor de todos los hombres. En nombre de tal solicitud, como leemos en la Constitución pastoral del Concilio, «la Iglesia que por razón de su ministerio y de su competencia, de ninguna manera se confunde con la comunidad política y no está vinculada a ningún sistema político, es al mismo tiempo el signo y la salvaguardia del carácter trascendente de la persona humana».[12]

 

Una vida para el hombre cada vez más humana y más sobrenatural

 

 

Es muy interesante, muy bello, ver que la Iglesia vela por el hombre para que viva una vida, – al mismo tiempo, – cada vez más humana y más sobrenatural. Cuida del hombre como ser terrenal y como ser trascendente. La vida aquí en la tierra también le interesa, también la cuida, para que sea digna del hombre, aunque sea ésta una vida temporal y su destino final sea eterno. Por eso denuncia la injusticia, el hambre en el mundo y al mismo tiempo nos recuerda que el Reino definitivo no es acá. Sigamos leyendo a Juan Pablo II en la Redemptor hominis:

Aquí se trata por tanto del hombre en toda su verdad, en su plena dimensión. No se trata del hombre «abstracto» sino real, del hombre «concreto», «histórico». Se trata de «cada» hombre, porque cada uno ha sido comprendido en el misterio de la Redención y con cada uno se ha unido Cristo, para siempre, por medio de este ministerio. Todo hombre viene al mundo concebido en el seno materno, naciendo de madre y es precisamente por razón del misterio de la Redención por lo que es confiado a la solicitud de la Iglesia. Tal solicitud afecta al hombre entero y está centrada sobre él de manera del todo particular. El objeto de esta premura es el hombre en su única e irrepetible realidad humana, en la que permanece intacta la imagen y semejanza con Dios mismo.[13]

 

Sigamos con la lectura de la encíclica Redemptor hominis, de Juan Pablo II: se refería al hombre y su única e irrepetible realidad humana, en la que permanece intacta la imagen y semejanza con Dios mismo.Sigue así:

El Concilio indica esto precisamente, cuando, hablando de tal semejanza, recuerda que «el hombre es en la tierra la única criatura que Dios ha querido por sí misma»[14]. El hombre tal como ha sido «querido» por Dios, tal como Él lo ha «elegido» eternamente, llamado, destinado a la gracia y a la gloria, tal es precisamente «cada» hombre, el hombre «más concreto», el «más real»; éste es el hombre, en toda la plenitud del misterio, del que se ha hecho partícipe en Jesucristo, misterio del cual se hace partícipe cada uno de los cuatro mil millones de hombres vivientes sobre nuestro planeta, desde el momento en que es concebido en el seno de la madre. Hasta aquí Juan Pablo II en la Redemptor hominis.

 

Pensar en la vida futura sin dejar de vivir en la presente

 

 

Esta labor con el hombre concreto, real, que debe pensar en la vida futura sin dejar de vivir en la presente, temporal, terrena, como es; en la que hay que luchar para prepararse y para conseguir trabajo, y para sostener una familia, y para responder a las necesidades de salud, de vivienda, de alimentación, de desarrollo personal, de recreación y de cuidado en la vejez, no se puede conseguir sin la intervención de los laicos. La Iglesia nos orienta, nos señala cuál es el camino según el Evangelio, pero las leyes humanas las presentan ante el Congreso y las aprueban los políticos. Las leyes no las hace la Conferencia Episcopal. Por eso, el documento de Aparecida,en el capítulo 10, sobre nuestros pueblos y la cultura, tiene estas palabras sobre Nuevos Areópagos y Centros de Decisión:

 

Una tarea de gran importancia es la formación de pensadores y personas que estén en los niveles de decisión. Para eso, debemos emplear esfuerzo y creatividad en la evangelización de empresarios, políticos y formadores de opinión, el mundo del trabajo, dirigentes sindicales, cooperativos y comunitarios.[15]

Sí, la labor de transformación de la sociedad según los planes de Dios, necesita cristianos bien formados y decididos, que estén dispuestos a poner la cara cuando hay que ponerla. Que no escurran el bulto en el Congreso, ni en el Ejecutivo ni en los sindicatos ni en las Juntas Directivas de empresas, ni detrás de los micrófonos o las cámaras de TV, cuando hay que defender los principios y los criterios del Evangelio. Tenemos personas así, pero a veces, si se consideran las decisiones que toman en los altos niveles, parece que allí no tenemos mayoría…

Fernando Díaz del Castillo Z.

ESCRÍBANOS A: reflexionesdsi@gmail.com


[1] Juan Pablo II, Sollicitudo rei socialis, 41

[2] Cf introducción a la encíclica en “11 Grandes Mensajes”, BAC Minor, 2, Pg. 639

[3] Servicio informativo del Vaticano, VIS 071016 (340)

[4] Ibidem VIS 071016 (390)

[5] Servicios de información del Vaticano, AG/LLAMAMIENTO ELIMINACION POBREZA/… VIS 071017 (150)

[6] Cf Concilio Vaticano II, Const. Pas. Gaudium et spes, 40

[7] Juan Pablo II, Carta enc. Redemptor hominis, 14

[8] Juan Pablo II, Redemptor hominis 14

[9] Cf Jn 14,1ss

[10] Conc. Vat. II, Const. past. Gaudium et spes, 91

[11] Ibid., 38

[12] Ibid., 76

[13] Cf. Gén 1,27

[14] Conc. Vat. II, Gaudium et spes, 24

[15] Aparecida 492

Reflexión 73, Octubre 11 2007

Compendio de la D.S.I. N° 61

 

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 Misión de la Iglesia en la sociedad

 

En las dos reflexiones anteriores comenzamos el estudio del capítulo 2° del Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia. Este capítulo trata sobre la “Misión de la Iglesia y  la Doctrina Social”. Nuestra reflexión pasada fue sobre los temas: Misión de la Iglesia y  Doctrina Social, sobre la relación de la Evangelización con la Doctrina Social, y acerca de la presencia de la Iglesia en la vida del hombre contemporáneo, que presenta el Compendio con el título: La Iglesia, morada de Dios con los hombres. Esto lo encontramos en el N° 60. Hoy continuaremos reflexionando sobre la misión de la Iglesia en la sociedad. Leamos el N° 60, para ubicarnos:

 

La Iglesia, partícipe de los gozos y de las esperanzas, de las angustias y de las tristezas de los hombres, es solidaria con cada hombre y cada mujer, de cualquier lugar y tiempo, y les lleva la alegre noticia del Reino de Dios, que con Jesucristo ha venido y viene en medio de ellos [2]. En la humanidad y en el mundo, la Iglesia es el sacramento del amor de Dios y, por ello, de la esperanza más grande, que activa y sostiene todo proyecto y empeño de auténtica liberación y promoción humana.

 

Recordemos las ideas claves:

 

La iglesia solidaria con el hombre en sus gozos, en sus esperanzas, en sus angustias.

Siempre: en cualquier lugar y tiempo

Lleva, la Iglesia al hombre, la Buena Noticia del Reino: Jesucristo ha venido y viene, en medio de nosotros.

La Iglesia es en el mundo sacramento del amor de Dios: representa el amor de Dios y es instrumento del amor entre los hombres.

Por eso representa la esperanza de la liberación y promoción del ser humano.

           Todos los bautizados somos Iglesia, de ahí nuestra responsabilidad en la misión de llevar la Buena Noticia del Reino y de ser solidarios con los demás en sus gozos, sus    esperanzas, sus angustias.

 

Continúa así el N° 60:

La Iglesia es entre los hombres la tienda del encuentro con Dios —« la morada de Dios con los hombres » (Ap 21,3)—, de modo que el hombre no está solo, perdido o temeroso en su esfuerzo por humanizar el mundo, sino que encuentra apoyo en el amor redentor de Cristo. La Iglesia es servidora de la salvación no en abstracto o en sentido meramente espiritual, sino en el contexto de la historia y del mundo en que el hombre vive, [3] donde lo encuentra el amor de Dios y la vocación de corresponder al proyecto divino.

 

Y las ideas claves de este párrafo:

– La Iglesia, tienda del encuentro con Dios

– El hombre no está solo en su esfuerzo por humanizar el mundo: cuenta con el  amor redentor de Cristo.

 

La Iglesia es servidora, no en abstracto, no sólo en sentido espiritual, sino en el mundo real donde el hombre vive

 

– La Iglesia es servidora, no en abstracto, no sólo en sentido espiritual, sino en el mundo real donde el hombre vive y trata de realizar el proyecto divino.

Es bueno recordar la reflexión sobre la presencia de la Iglesia entre los hombres de nuestro tiempo, que hacía el Concilio Vaticano II en su Constitución pastoral Gaudium et spes, de donde el Compendio toma estas ideas.

Comentábamos, en la reflexión anterior, que la Iglesia nos dice:Yo estoy en medio de ustedes, sus angustias son mis angustias, sus tristezas, son también mis tristezas, y la Buena Noticia que les traigo es que Jesucristo resucitado está con todos nosotros; y añadíamos que es ése el mensaje que nuestra palabra, y sobre todo nuestra vida, deben transmitir.

 

Somos nosotros, los cristianos, los que hacemos posible que se sienta la presencia del Señor en el mundo. Por eso, nuestra misión, donde tengamos presencia en el mundo, es llevar el mensaje del Señor:“No tengan miedo. Yo estoy con ustedes”; y nuestro comportamiento con los demás, especialmente con los pobres y con los que sufren, debe reflejar que es verdad, que no son sólo palabras, aquellas de: Nada hay verdaderamente humano, que no encuentre eco en nuestro corazón.

 

Jesús presente en el mundo con nuestra voz, nuestras manos, nuestro corazón

 

Jesús quiere estar presente con los pobres y los que sufren, por medio nuestro. Somos Iglesia, todos, y la Iglesia hace presente a Jesús resucitado en el mundo. Dios ha querido que seamos sus instrumentos. Tenemos que prestarle nuestras manos, nuestra palabra, nuestro corazón. ¿Cómo puede sentir el hombre de hoy la presencia del Señor, sin nuestra colaboración?

 

Viene al caso, referir esta historia: en  la revista internacional 30 Días, [4] en el artículo ¿Por qué los cristianos os comportáis así?, cuenta el periodista Giovanni Cubeddu, que en  una reunión diplomática en Abu Dabi, el embajador de un país islámico, (no árabe), detuvo al Vicario Apostólico de Arabia Monseñor Paul Hinder y le preguntó: “¿Por qué cuando sucede un desastre natural, una catástrofe, los cristianos sois los primeros en llegar, y ayudáis a todos, sin distinción de religión?” Le contesté sin pensarlo: “Es nuestro fundador. Nos viene de Jesús, nada más”». [5]

 

Es alentador que esto pase: que en los desastres naturales, en el sufrimiento de nuestros hermanos por la violencia, sea en nuestro país, en el Perú, en Asia o en cualquier lejano país de África,  las manos de los cristianos de todo el mundo, hagan presente al Señor que llega y dice: estoy con ustedes.

 

El Hombre es el camino de la Iglesia

 

 

En su encíclica Centesimus annus, escrita en el centenario de la encíclica Rerum Novarum, de León XIII, el Santo Padre Juan Pablo II trata, en el capítulo VI, el tema: El Hombre es el camino de la Iglesia.Recuerda allí el Santo Padre, que la única finalidad de la Iglesia ha sido la atención y la responsabilidad hacia el hombre, el hombre confiado a la Iglesia por Cristo mismo. Eran sus palabras textuales. El hombre, – añade Juan Pablo II, recordando al Concilio Vaticano II, – la única criatura que Dios ha querido por sí misma y sobre la cual tiene su proyecto, es decir, la participación en la salvación eterna. [6]

 

Por el ser humano Dios inventó su proyecto de salvación

 

 

Si alguien duda del amor de Dios por el hombre, que recuerde esas palabras: el hombre es la única criatura amada por Dios por sí misma, y para la cual inventó Dios su proyecto de salvación eterna. Y todo lo que implica ese proyecto de salvación: la Encarnación de su Hijo Único, su Pasión, muerte y resurrección, y toda la historia de salvación, desde el A.T., el don del Espíritu Santo, el regalo de la Iglesia…, el regalo de María… Bueno, tenemos que recordar esto en los días nublados de la fe…

 

Por cierto, a este respecto de los días nublados de la fe, no me resisto a citar unas bellas palabras de Juan Pablo II, en la encíclica Redemptor hominis (N° 13), cuando, refiriéndose a la situación del hombre contemporáneo en el mundo y el acompañamiento de la Iglesia dijo:

 

Jesucristo se hace en cierto modo nuevamente presente, a pesar de sus aparentes ausencias, a pesar de todas las limitaciones de la presencia o de la actividad institucional de la Iglesia.

Nuestras ausencias: aparentes ausencias de Cristo

Decíamos que los cristianos, que somos Iglesia, tenemos como misión hacer a Jesucristo presente en el mundo… Cuántas veces fallamos… y entonces, se producen esas aparentes ausencias de Jesucristo en el mundo: cuando no le prestamos nuestra voz, nuestras manos, nuestro corazón, para hacerse sentir de los hombres, nuestros hermanos.

 

Cuando la Iglesia nos enseña que el hombre es la única criatura a la que Dios ha amado por sí misma, dice que No se trata del hombre abstracto (como quien dice, Dios no se queda en conceptos, en puras ideas), sino que se trata del hombre real, concreto e histórico: se trata de cada hombre, porque a cada uno llega el misterio de la redención y con cada uno se ha unido Cristo para siempre a través de este misterio. [7]

 

Cada uno de nosotros, yo Fernando,  y tú Magola, y tú María del Carmen y Alba y Héctor y Saúl, y Ana, y María y Julia, y Carolina y Oliva, y Ricardo… todos, podemos proclamar, como San Pablo: el Hijo de Dios que me amó y se entregó a sí mismo por mí. (Gal, 2,20). Dios no se olvida de ninguno de nosotros. Por eso, Juan Pablo II continúa en la Centesimus annus, que estamos citando:

 

De ahí se sigue que la Iglesia no puede abandonar al hombre, y que «este hombre es el primer camino que la Iglesia debe recorrer  en el cumplimiento de su misión…, camino trazado por Cristo mismo, vía que inmutablemente conduce a través del misterio de la encarnación y de la redención [8]

No fuimos creados como seres solitarios

 

Avancemos ahora con el N° 61 del Compendio:

 

Único e irrepetible en su individualidad, todo hombre es un ser abierto a la relación con los demás en la sociedad. El con-vivir en la red de nexos que aúna entre sí individuos, familias y grupos intermedios, en relaciones de encuentro, de comunicación y de intercambio, asegura una mejor calidad de vida. El bien común, que los hombres buscan y consiguen formando la comunidad social, es garantía del bien personal, familiar y asociativo. [9]

 

Cada uno de nosotros es un individuo único e irrepetible; pero Dios nos creó, al mismo tiempo, abiertos a la relación con los demás en la sociedad. Nosotros no fuimos creados como seres solitarios. Existimos unidos en una red de relaciones; enlazados con la naturaleza, con las demás personas, y nada menos que con Dios. Unidos para formar una comunidad, garantía del bien personal, familiar, social.

 

Las redes rotas…

 

Si hacemos el ejercicio de trazar las líneas que nos unen con otras personas, quizás quedemos admirados de lo compleja que se va volviendo nuestra red, por la multitud de variadas conexiones. Algunas de esas líneas se salen, primero de nuestra familia, de nuestro lugar de trabajo y de vida, y luego de nuestra ciudad, de nuestro país, para encontrar unas relaciones distantes físicamente, pero cercanas por los intereses, por los ideales, por el afecto. Y tenemos que dar gracias a Dios, porque algunas de esas líneas se salen del espacio físico, y trascienden a la eternidad para unirse con nuestros seres queridos, que nos antecedieron y nos esperan en la sociedad de los santos. Son enlaces espirituales que no necesitan corriente eléctrica, por ellos circula la vida, circula el amor. Por esos enlaces debemos dar gracias a Dios.

 

También podemos encontrar enlaces retorcidos o rotos; líneas que alguna vez se unían en la red y ahora parecen colgar, sin encontrar dónde atarse. Quizás allí podemos sentir remordimiento o tristeza o desencanto. Por esas relaciones rotas o maltrechas, podemos orar para pedir perdón y ayuda para volver a hacer los caminos de unión. No es siempre fácil remendar esas redes sin que queden huellas. Por eso es mejor darles mantenimiento para que no se rompan.

 

El N° 61 del Compendio continúa:

 

 Por estas razones se origina y se configura la sociedad, con sus ordenaciones estructurales, es decir, políticas, económicas, jurídicas y culturales. Al hombre insertado «en la compleja trama de relaciones de la sociedad moderna», [10] la Iglesia se dirige con su doctrina social. « Con la experiencia que tiene de la humanidad », [11] la Iglesia puede comprenderlo en su vocación y en sus aspiraciones, en sus limites y en sus dificultades, en sus derechos y en sus tareas, y tiene para él una palabra de vida  que resuena en las vicisitudes históricas y sociales  de la existencia humana.

 

El bien común que buscamos, lo podemos alcanzar si formamos comunidad, si nos asociamos, si trabajamos juntos, sin egoísmo, pensando en el bien de todos y no sólo en nuestro bien particular. Para eso se organiza la sociedad  y conforma estructuras políticas, económicas, jurídicas y culturales. Podríamos añadir que en la búsqueda suprema del bien común, en el desarrollo del Reino de Dios, se conforman comunidades, que, en común unión, procuran que la sociedad viva los valores del Evangelio. Y existen también las estructuras eclesiásticas, que deben facilitar, no ser una traba, en la construcción del Reino de Dios.

 

¿A dónde lleva la comprensión parcial del ser humano?

 

Son relaciones complejas las de la sociedad. La trama de esas relaciones tiene enlaces puramente humanos, como son los de la política y de la economía, pero que los cristianos tenemos que entender, en el contexto del hombre integral: cuerpo y espíritu. Si no tenemos en cuenta al ser humano como es, completo, unido a la tierra de donde viene, pero unido también al Creador que le infundió su espíritu, nuestra comprensión del ser humano será sólo parcial, y se optará por soluciones también parciales a los problemas humanos. Por eso se opta por la guerra, por el aborto, por la eutanasia, por la explotación económica del otro: se confía en soluciones para una parte del hombre, y se deja que lo más importante de él  se destruya.

 

Para comprender lo que es y lo que pretende la Doctrina Social, tenemos que comprender al hombre mismo, en su integridad, como Dios nos lo ha dado a conocer por la revelación. En su encíclica Centesimus annus, Juan Pablo II nos esclarece ésta que parece compleja situación. Dice:

 

La Iglesia conoce el «sentido del hombre» gracias a la Revelación divina. «Para conocer al hombre, el hombre verdadero, el hombre integral, hay que conocer a Dios», decía Pablo VI, citando a continuación a Santa Catalina de Siena, que en una oración expresaba la misma idea: «En la naturaleza divina, Deidad eterna, conoceré la naturaleza mía». 12]

 

Desde Dios, se puede ver la imagen del auténtico hombre

 

Viene al caso citar también, a este respecto, a Benedicto XVI en el Prólogo de su libro Jesús de Nazaret, donde nos hace comprender cómo a través del hombre Jesús, no sólo Dios se hizo visible, sino que también desde Dios, se pudo ver la imagen del auténtico hombre. [13] En Jesucristo, hombre perfecto, conocemos al hombre, al deber ser del hombre. Jesucristo, hombre verdadero, pasó por la tierra como uno de nosotros: trabajó con sus manos de hombre, soportó el calor y el frío, padeció y murió. En todo igual a nosotros, menos en el pecado.

 

Sin Dios se desconoce al hombre

 

Veíamos que la concepción integral, completa, del hombre, la tenemos los cristianos gracias a la revelación. Los no creyentes tienen una concepción parcial del hombre. Para ellos se trata de un ser sin trascendencia, que cuando le llega la muerte, desaparece; cuya existencia se reduce al tiempo durante el cual su organismo funcione. Si no tienen fe, si la revelación no les ha llegado, no pueden comprender nuestra posición frente a  valores como la dignidad inalienable de la vida. Nosotros sabemos que no podemos disponer de nuestra vida, ni encargar a terceros que dispongan de ella. Claro está que tampoco podemos disponer de la vida de los otros. Los no creyentes tampoco comprenden el valor del sacrificio, del dolor.

 

¿La eutanasia, un acto de amor?

 

 

El médico que, según el periódico El Tiempo, del 1 de octubre de 2007, [14] ha hecho público,  con toda tranquilidad -incluso con orgullo- que lleva varios años practicando la eutanasia en Bogotá,- unas 35 veces, – puede creer de buena fe, que ha practicado un acto de amor con el paciente, y no de compasión, como afirma en la entrevista, pero se está tomando un derecho que sólo Dios podría darle. El Tiempo volvió a dedicar casi una página completa a este médico de la muerte en julio de 2012.

Juan Pablo II en la Centesimus annus en el N° 54 dice:

La doctrina social, especialmente hoy día, mira al hombre, insertado en la compleja trama de relaciones de la sociedad moderna. Las ciencias humanas y la filosofía ayudan a interpretar la centralidad del hombre en la sociedad y a hacerlo capaz de comprenderse mejor a sí mismo, como «ser social». Sin embargo, solamente la fe le revela plenamente su identidad verdadera, y precisamente de ella arranca la doctrina social de la Iglesia, la cual, valiéndose de todas las aportaciones de las ciencias y de la filosofía, se propone ayudar al hombre en el camino de la salvación.

 

En el N° 55 de la misma encíclica Centesimus annus, continúa Juan Pablo II con las palabras que ya leímos, donde dice que La Iglesia conoce el sentido del hombre» gracias a la Revelación divina y nos explica por qué la Doctrina Social de la Iglesia hace parte de la teología. Dice así:

 

(…) la antropología cristiana es en realidad un capítulo de la teología y, por esa misma razón, la doctrina social de la Iglesia, preocupándose del hombre, interesándose por él y por su modo de comportarse en el mundo, «pertenece… al campo de la teología y especialmente de la teología moral» [15]. La dimensión teológica se hace necesaria para interpretar y resolver los actuales problemas de la convivencia humana. Lo cual es válido —hay que subrayarlo— tanto para la solución «atea», que priva al hombre de una parte esencial, la espiritual, como para las soluciones permisivas o consumísticas, las cuales con diversos pretextos tratan de convencerlo de su independencia de toda ley y de Dios mismo, encerrándolo en un egoísmo que termina por perjudicarlo a él y a los demás.

 

Experta en humanidad

 

La Iglesia tiene mucho qué decir sobre el hombre concreto, inserto en la historia. Pablo VI, en la encíclica Populorum progressio, explica así por qué la Iglesia tiene qué decir en el tema del desarrollo [16], porque ella, – dice, – posee como propia una visión completa (global) del hombre y de la humanidad”, porque ella, viviendo en la historia, debe “escrutar a fondo los signos de los tiempos e interpretarlos a la luz del Evangelio. (Gaudium et spes, 4).

Juan Pablo II concreta estas ideas, diciendo que la Iglesia es experta en humanidad, y esto la mueve a extender necesariamente su misión religiosa  a los diversos campos en que los hombres y mujeres desarrollan sus actividades, en busca de la felicidad, aunque siempre relativa, que es posible en este mundo, de acuerdo con su dignidad de personas. [17]

 

La Iglesia, conocedora del hombre integral. Necesitamos conocer el papel de la Iglesia en el mundo, porque tratan de sacarla del contexto social, y la quieren reducir a las celebraciones litúrgicas; mandarla al interior de los templos, y si es posible reducirla a la sacristía. Los laicizantes quisieran verla, si acaso, sólo en los entierros, a los que asisten de puertas para afuera, desde el atrio. Por eso leamos de nuevo las últimas líneas del N° 60 del Compendio:

 

La Iglesia es servidora de la salvación no en abstracto o en sentido meramente espiritual, sino en el contexto de la historia y del mundo en el que el hombre vive, donde lo encuentra el amor de Dios y la vocación de corresponder al proyecto divino.

 

Y la última parte del N° 61 dice:

 

Al hombre insertado «en la compleja trama de relaciones de la sociedad moderna», la Iglesia se dirige con su doctrina social.      «Con la experiencia que tiene de la humanidad», la Iglesia puede comprenderlo en su vocación y en sus aspiraciones, en sus limites y en sus dificultades, en sus derechos y en sus tareas, y tiene para él una palabra de vida que resuena en las vicisitudes históricas y sociales de la existencia humana.

 

Fernando Díaz del Castillo Z.

Escríbanos a: reflexionesdsi@org

 

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  (2) Cf Concilio Vaticano II, Const. Past. Gaudium et spes, 1

[3] Ibidem 40; Juan Pablo II Carta enc. Centesimus annus, 53-54; Carta enc. Sollicitudo rei socialis, 1

[4] Busque la revista 30Días entre los enlaces de este ’blog’, REFLEXIONESDSI

[5] 30DIAS, Agosto 2007, Vida cotidiana del Vicariato Apostólico de Arabia, ¿Por qué los cristianos os comportáis así?, versión en internet.  

[6] Juan Pablo II, Centesimus annus, 53s

[7] Cf Enc. Redemptor hominis, 13

[8]  Cf  Ibidem

(9) Cf Gaudium et spes, 32

[10] Juan Pablo II, Centesimus annus, 54

[11] Pablo VI, Carta enc. Populorum progressio, 13

[12] Juan Pablo II, Centesimus annus, 55, Pablo VI, Homilía en la última sesión pública del Concilio Vaticano II (7 de diciembre 1965): AAS 58 (1966), 58

[13] Benedicto XVI, Jesús de Nazaret, Prólogo, Pg.7: (…) “Dios se hizo visible a través del hombre Jesús y,  desde Dios, se pudo ver la imagen del auténtico hombre.”

[14] El Tiempo, Bogotá, octubre 1 de 2007, “Les he aplicado la eutanasia a unas 35 personas y no me arrepiento” dice Gustavo Alfonso Quintana. Tomado de la versión virtual en internet.

[15] Sollicitudo rei socialis 41

[16] Pablo VI, Populorum progressio, 13; Juan Pablo II, Sollicitudo rei socialis, 41

[17] Sollicitudo rei socialis, 41

Reflexión 72 Octubre 4, 2007

Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, N° 60 (II)

EVANGELIZACIÓN Y DOCTRINA SOCIAL

 

 

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Las Reflexiones que se publican aquí son originalmente programas transmitidos por Radio María de Colombia. Es un estudio de la Doctrina Social de la Iglesia, como se presenta en el libro Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, preparado por el Pontificio Consejo Justicia y Paz. Usted puede escucharlos los jueves a las 9:00 a.m., hora de Colombia. Puede sintonizar la radio por internet en www.radiomariacol.org

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Encuentra usted también enlaces a documentos muy importantes como la Sagrada Biblia, el Compendio de la Doctrina Social, el Catecismo y su Compendio, algunas encíclicas, la Constitución Gaudium et Spes y también agencias de noticias y publicaciones católicas.

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Misión de la Iglesia y Doctrina Social

 

Continuemos el estudio del capítulo 2° del Compendio. Recordemos que este capítulo trata sobre la Misión de la Iglesia y  la Doctrina Social”. La reflexión pasada la dedicamos al primer punto: EVANGELIZACIÓN Y DOCTRINA SOCIAL, que empieza con un tema muy interesante y consolador que lleva por título: La Iglesia, morada de Dios con los hombres.

 

De manera que los temas que comenzamos son: la Misión de la Iglesia y la Doctrina Social o sea  la relación de la Evangelización con la Doctrina Social, y la presencia de la Iglesia en la vida del hombre contemporáneo.

 

Repasemos y ampliemos, el contenido de nuestra pasada reflexión.  Nos va a ayudar mucho el documento de Aparecida.

 

         La Iglesia, morada de Dios con los hombres, nos dice el N° 60 del Compendio y nos explica bellamente lo que quiere decir esa frase:

La Iglesia, partícipe de los gozos y de las esperanzas, de las angustias y de las tristezas de los hombres, es solidaria con cada hombre y cada mujer, de cualquier lugar y tiempo, y les lleva la alegre noticia del Reino de Dios, que con Jesucristo ha venido y viene en medio de ellos.

Todo lo verdaderamente humano, debe encontrar eco en nuestro corazón

 

Después de Aparecida, cuando vamos haciéndonos más conscientes de que somos discípulos de Cristo  y que tenemos la misión de llevar la Buena Noticia al mundo; cuando reafirmamos que somos Iglesia, nuestra actitud y nuestro comportamiento con los pobres y con los que sufren tienen que ser la actitud y el comportamiento de la Iglesia: es decir, tenemos que aprender a sentir como propios los gozos y los sufrimientos de nuestros hermanos y a obrar en consecuencia. Todo lo verdaderamente humano, debe encontrar eco en nuestro corazón. Como discípulos de Cristo, como Iglesia, no podemos ser indiferentes con los pobres y con los que sufren.

 

Comentábamos en la reflexión anterior, que la Iglesia nos dice:Yo estoy en medio de ustedes; sus angustias son mis angustias, sus tristezas, son también mis tristezas, y la Buena Noticia que les traigo es que Jesucristo resucitado está con todos nosotros; y añadíamos que ese es el mensaje que nuestra palabra, y sobre todo nuestra vida, deben transmitir.

 

Prestarle nuestras manos, nuestra palabra, nuestro corazón

 

 La presencia de cada cristiano en medio del mundo, debería llevar el mensaje del Señor: “No tengan miedo. Yo estoy con ustedes”; y nuestro comportamiento con los demás, especialmente con los pobres y con los que sufren, debería reflejar que es verdad, que no son sólo palabras, aquellas de: Nada hay verdaderamente humano que no encuentre eco en nuestro corazón. Jesús quiere estar presente con los pobres y los que sufren, por medio nuestro. Somos Iglesia, todos, y la Iglesia hace presente a Jesús resucitado en el mundo. Tenemos que prestarle nuestras manos, nuestra palabra, nuestro corazón.

 

Vimos también en la pasada reflexión que Evangelizar, – que es la misión de la Iglesia, – es construir el Reino, y que Evangelizar no es barnizar; es transformar en profundidad. Por eso, como nos enseñó Pablo VI en Evangelii nuntiandi, Evangelizar es prestar un servicio a la humanidad.[1]

Cambiar desde dentro

 

 

Lo que la Evangelización, la comunicación de la Buena Nueva trata de alcanzar, es que los hombres cambiemos desde dentro: cambiemos nuestro pensamiento, los criterios sobre los cuales juzgamos y decidimos, las fuentes en las cuales inspiramos nuestra acción, los modelos de vida que seguimos; que cambiemos nuestro modo de pensar, nuestras actitudes y nuestro comportamiento, cuando las fuerzas que nos mueven no estén de acuerdo con los planes de Dios para el hombre, como nos lo ha comunicado en su Palabra. Eso sería un cambio en profundidad y no sólo un barniz exterior. Pensar, juzgar, decidir, actuar, de acuerdo con el modelo que nos presenta el Evangelio.

 

El capítulo 8° de Aparecida  trata el tema del Reino de Dios y la Promoción de la Dignidad Humana, y destaca algunos grandes campos, prioridades y tareas para la misión de los discípulos de Jesucristo, hoy, en nuestro continente. Tengámoslos presentes, si de verdad queremos ser discípulos. Éstos deben ser algunos de los campos y tareas prioritarias en nuestro desempeño como obreros del Reino, según Aparecida:[2]

 

 Reino de Dios, Justicia Social y Caridad Cristiana

 

Sobre la construcción del Reino, la Justicia Social y la Caridad Cristiana, el documento de Aparecida insiste más de una vez en que no nos quedemos sólo en palabras. Dice en el N° 386:

 

Es oportuno recordar que el amor se muestra en las obras más que en las palabras (…). Los discípulos misioneros de Jesucristo tenemos la tarea prioritaria de dar testimonio del amor a Dios y al prójimo con obras concretas.

 

Y cita las palabras de San Alberto Hurtado, el jesuita chileno, apóstol social y de la juventud, quien decía: “En nuestras obras, nuestro pueblo sabe que comprendemos su dolor.”Y para que no pensemos que es suficiente la limosna que ocasionalmente podamos dar, añade Aparecida, en el N° 385, que Se requiere que las obras de misericordia estén acompañadas por la búsqueda de una verdadera justicia social y nos aclara la tarea de la política y de la Iglesia, en la consecución del orden justo de la sociedad. La Iglesia no puede asumir las tareas propias de la política, pero “no puede ni debe quedarse al margen en la lucha por la justicia”. [3]

La verdad sobre el ser humano y la dignidad de toda persona humana

 

El segundo campo de acción en la construcción del Reino, que nos propone Aparecida,  es proclamar en público y en privado y desde todas las instancias de la vida y misión de la Iglesia, la verdad sobre el ser humano y la dignidad de toda persona humana. La Iglesia se siente urgida por la  misión de entregar a nuestros pueblos la vida plena y feliz que Jesús nos trae, para que cada persona humana  viva de acuerdo con la dignidad que Dios le ha dado.[4]

 

Los estilos de ser y de vivir de la cultura actual

 

Como dice el mismo documento de Aparecida en el N° 387: La cultura actual tiende a proponer estilos de ser y de vivir contrarios a la naturaleza y dignidad del ser humano.

 

Esta es una realidad también en nuestro país, donde no sólo algunos de los grandes medios de comunicación  promueven estilos de vida contrarios a la dignidad de la persona humana, sino que desde el Ministerio de Protección Social, desde algunas Secretarías de Salud, y algunos parlamentarios ya reconocidos por su poco afecto a la Iglesia, lo mismo que algunos Alcaldes, secundan y a veces lideran, movimientos abortistas y pro eutanasia, por nombrar sólo algunas de las propuestas degradantes de la dignidad de la persona humana y del derecho inalienable de la vida, que hoy defienden en público quienes deberían ser abanderados de la defensa de la persona humana (Esto sucedía en el Ministerio de Salud en tiempos del ministro Diego Palacio. No puedo afirmar lo mismo del año 2012, cuando actualizo esta reflexión. Ciertamente la ctitud del actual Procurador General de la Nación, doctor Ordóñez, es de defensa de la dignidad humana, de la ética y por eso es ridiculizado por los enemigos de la Iglesia).

Por cierto que los católicos y todos los defensores de la dignidad de la persona, en particular del valor de la vida, en el momento de nuestras decisiones políticas, a las que tenemos derecho como  ciudadanos, debemos tener en cuenta quiénes son los defensores del aborto y de la eutanasia. Yo creo que no debemos apoyarlos.

 

Según el periódico El Tiempo, del miércoles 3 de octubre de 2007, en la página 1-3, los siguientes integrantes de la Comisión Primera del Senado son partidarios del proyecto de ley que reglamenta la eutanasia: Armando Benedetti, autor de la iniciativa, Juan Fernando Cristo, Luis Fernando Velasco, (el ponente), Jesús García, Héctor Helí Rojas, Gustavo Petro, Parmenio Cuellar y Samuel Arrieta. También es partidaria de la eutanasia, como lo es del aborto, la senadora Gina Parody. Yo, en conciencia, no podría votar por ellos en futuras elecciones, a no ser que públicamente declararan un cambio de actitud y de posición en estas materias.

 

Con su estilo, no de informar sino de conducir el pensamiento del lector, el periodista que redactó la noticia escribió: A quienes se oponen al proyecto no los convence que éste tenga el aval del Ministerio de Protección Social, de expertos en bioética o de asociaciones de pacientes terminales. ¿Será que ese periodista no se enteró de las opiniones de los defensores de la dignidad de la persona humana y de la vida, cuando presentaron fundamentados argumentos contra esa iniciativa, en la misma Comisión Primera del Senado? Hicieron oír su voz no pocas personas, muy representativas, de la Academia, de instituciones de Bioética, de Medicina, del Derecho, y eran de diversas Religiones, todos de acuerdo en que no se debía aprobar esa iniciativa por la muerte. Que los partidarios de la eutanasia tuvieran entonces el aval del Ministerio de Protección Social no es extraño; ese Ministerio es también promotor del aborto. Yo no lo citaría como ejemplo en el manejo ético de la salud…

 

Volvamos al comentario sobre El capítulo 8° de Aparecida  que nos presenta algunos grandes campos, prioridades y tareas para la misión de los discípulos de Jesucristo, en nuestro continente. El primer campo es el Reino de Dios, la Justicia Social y la Caridad Cristiana. El segundo campo es el de la verdad del ser humano y la dignidad de toda persona humana. Vayamos ahora al tercero:

 

La Opción Preferencial por los Pobres y Excluidos

 

 

El tercer campo de acción que nos propone Aparecida es La Opción Preferencial por los Pobres y Excluidos.[5]

Por qué la opción preferencial por los pobres, nos la explica en profundidad Aparecida. Oigamos estas palabras: Nuestra fe proclama que “Jesucristo es el rostro humano de Dios y el rostro divino del hombre”[6]. Por eso “la opción preferencial por los pobres está implícita en la fe cristológica en aquel Dios que se ha hecho pobre por nosotros, para enriquecernos en su pobreza.[7]

Leamos de nuevo, completo, el párrafo sobre las razones para la Opción preferencial por los pobres, que cita a Juan Pablo II y a Benedicto XVI, en el N° 392 de Aparecida:

 

Nuestra fe proclama que “Jesucristo es el rostro humano de Dios y el rostro divino del hombre”. Por eso “la opción preferencial por los pobres está implícita en la fe cristológica en aquel Dios que se ha hecho pobre por nosotros, para enriquecernos en su pobreza.” Esta opción nace de nuestra fe en Jesucristo, el Dios hecho hombre, que se ha hecho nuestro hermano (cf. Hb 2,11-12). Ella, sin embargo, – (la opción por los pobres) – no es exclusiva, ni excluyente.”

 

Las líneas que siguen, también de Juan Pablo II en el documento Ecclesia in América, nos aclaran más su pensamiento: 

 

Cada cristiano podrá llevar a cabo eficazmente su misión  en la medida en que asuma la vida del Hijo de Dios hecho hombre  como el modelo perfecto de su acción evangelizadora. La sencillez de su estilo y sus opciones  han de ser normativas para todos en la tarea de la evangelización. En esta perspectiva, los pobres han de ser considerados ciertamente  entre los primeros destinatarios de la evangelización, a semejanza de Jesús, que decía de sí mismo: « El Espíritu del Señor […] me ha ungido. Me ha enviado a anunciar a los pobres la Buena Nueva»  (Lc 4, 18).

 

El amor por los pobres ha de ser preferencial, pero no excluyente

 

 

Lo que sigue es muy importante y nos aclara el pensamiento de Juan Pablo II. Como ya he indicado antes, el amor por los pobres ha de ser preferencial, pero no excluyente. El haber descuidado (…) la atención pastoral de los ambientes dirigentes de la sociedad, con el consiguiente alejamiento de la Iglesia de no pocos de ellos, se debe, en parte, a un planteamiento del cuidado pastoral de los pobres con un cierto exclusivismo. Los daños derivados de la difusión del secularismo en dichos ambientes, tanto políticos, como económicos, sindicales, militares, sociales o culturales, muestran la urgencia de una evangelización de los mismos, la cual debe ser alentada y guiada por los Pastores, llamados por Dios para atender a todos.

 

El mejor antídoto  frente a tantos casos de incoherencia y, a veces, de corrupción

 

 Es necesario evangelizar a los dirigentes, hombres y mujeres, con renovado ardor y nuevos métodos, insistiendo principalmente en la formación de sus conciencias mediante la doctrina social de la Iglesia. Esta formación será el mejor antídoto frente a tantos casos de incoherencia y, a veces, de corrupción  que afectan a las estructuras sociopolíticas. Por el contrario, si se descuida esta evangelización de los dirigentes, no debe sorprender que muchos de ellos sigan criterios ajenos al Evangelio y, a veces, abiertamente contrarios a él. A pesar de todo, y en claro contraste con quienes carecen de una mentalidad cristiana, hay que reconocer «los intentos de no pocos […] dirigentes por construir una sociedad justa y solidaria».

 

Como podemos entender, por la situación religiosa de nuestros pueblos, es muy importante lo que Juan Pablo dijo en esa exhortación apostólica, Ecclesia in America (La Iglesia en América), en 1999, dirigida a los obispos, a los presbíteros y diáconos a los consagrados y a todos los fieles laicos sobre el encuentro con Jesucristo vivo, camino para la conversión, la comunión y la solidaridad en América.

 

El N° 395 de Aparecida dice:

El Santo Padre nos ha recordado que la Iglesia está convocada a ser “abogada de la justicia y defensora de los pobres”[8] ante intolerables desigualdades sociales y económicas”[9], “que claman al cielo”[10].

 

Ese N° 395 de Aparecida, termina con estas palabras de la Exhortación apostólica Pastores gregis, (Pastores de la grey), sobre el Obispo, Servidor del Evangelio de Jesucristo para la Esperanza del Mundo, de Juan Pablo II. En esa exhortación, después de mencionar el cuadro dramático de la humanidad, agobiada por la pobreza, la expansión del sida, el analfabetismo, la falta de porvenir de los niños abandonados, la explotación de las mujeres, la pornografía, la intolerancia, entre otras calamidades, exclama:

 

 ¿Cómo callarse frente al drama persistente del hambre y la pobreza extrema en una época en la cual la humanidad posee como nunca los medios para un reparto equitativo?

 

No cabe duda de que la doctrina social de la Iglesia es capaz de suscitar esperanza incluso en las situaciones más difíciles, porque, si no hay esperanza para los pobres, no la habrá para nadie, ni siquiera para los llamados ricos.

 

 

La Evangelización tiene que llegar a los responsables del gobierno y del desarrollo de los pueblos

La Iglesia es consciente de que la Evangelización tiene que llegar a los responsables del gobierno y del desarrollo de los pueblos, por eso termina así el N° 395 de Aparecida:

 

La opción preferencial por los pobres exige que prestemos especial atención a aquellos profesionales católicos que son responsables de las finanzas de las naciones, a quienes fomentan el empleo, los políticos que deben crear las condiciones para el desarrollo económico de los países, a fin de darles orientaciones éticas  coherentes con su fe.

 

Recordemos que nuestro tema de hoy es la “Misión de la Iglesia y  la Doctrina Social”. Que es lo mismo que la EVANGELIZACIÓN Y la DOCTRINA SOCIAL. La Iglesia declara su actitud ante el hombre contemporáneo, a quien le dice que es Ella, – la Iglesia, – partícipe de los gozos y de las esperanzas, de las angustias y de las tristezas de los hombres, es solidaria con cada hombre y cada mujer, de cualquier lugar y tiempo, y les lleva la alegre noticia del Reino de Dios, que con Jesucristo ha venido y viene en medio de ellos.(Compendio, 60).

 

 
La Iglesia tiene que empezar por evangelizarse a sí misma

 

 

Para cumplir con esta difícil labor de la Evangelización, la Iglesia tiene que empezar por evangelizarse a sí misma. Todos, Pastores y Fieles, tenemos que estar en permanente unión con el Señor, atentos a lo que Él quiera de nosotros. Volvamos a leer las palabras de Pablo VI  en el N° 15 de Evangelii nuntiandi:

 

Evangelizadora, la Iglesia comienza por evangelizarse a sí misma. Comunidad de creyentes, comunidad de esperanza vivida y comunicada, comunidad de amor fraterno, tiene necesidad de escuchar sin cesar lo que debe creer, las razones para esperar, el mandamiento nuevo del amor.

 

Hay por cierto, en este momento,  un gran fervor por conocer el mensaje de la Iglesia, luego de la V Conferencia General del Episcopado de nuestro continente en Aparecida. No podemos dejar pasar esta gracia de Dios. Es la esperanza de nuestro continente, que necesita volver a Dios.

 

En la reflexión pasada tratamos precisamente sobre estos temas de Aparecida:

 

Sobre dar vigor y continuar la renovación de la Iglesia, sobre la  falta de aplicación creativa en la pastoral, que observaron los obispos en el análisis de la situación, sobre el punto de partida de nuestra respuesta, que debe ser nuestro encuentro con Jesucristo. Dios mediante continuaremos en la próxima reflexión. La encuentra en este blog. Es la N° 073. Está a un clic.

 

Fernando Díaz del Castillo Z.

Escríbanos a: reflexionesdsi@gmail.com


[1] Cfr Exhortación apostólica “Evangelii nuntiandi, de Pablo VI, 1998, y el documento Para una Pastoral de la Cultura, firmado por el Cardenal Poupard, en la Solemnidad de Pentecostés, 23 de mayo, 1999.  Véanse las citas al pie de página en el programa anterior.

 [2] Aparecida 380-430

 

[3] Ibidem 385

[4] Ibidem 389-390

[5] Aparecida, 391-398

[6] Juan Pablo II, Exhortación Apostólica Postsinodal, Ecclesia in America,  22 de enero 1999, N° 67

[7] Benedicto XVI, Discurso inaugural Aparecida, 3

[8] Aparecida, Benedicto XVI, Discurso inaugural, 4

[9] Tertio millenio ineunte, 51

[10]  Exhortación apostólica Ecclesia in America, 56a

Reflexión 71 Septiembre 27 2007

Compendio de la D.S.I. N° 60

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Las Reflexiones que se publican aquí son originalmente programas de estudio de la Doctrina Social de la Iglesia, transmitidos por Radio María. Usted puede escucharlos los jueves a las 9:00 a.m., hora de Colombia. Puede sintonizar la radio por internet en www.radiomariacol.org

 Los programas siguen el libro Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, preparado y publicado por el Pontificio Consejo Justiciua y Paz. Es por lo tanto, la Doctrina Social, oficial, de la Iglesia. En la columna azul, a la derecha, en “Categorías”, encuentra en orden todos los programas.  Con un clic usted elige el que desee leer.

Encuentra usted también enlaces a documentos muy importantes como la Sagrada Biblia, el Compendio de la Doctrina Social, el Catecismo y su Compendio, algunas encíclicas, la Constitución Gaudium et Spes y también agencias de noticias y publicaciones católicas.

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Misión de la Iglesia y Doctrina Social

Vamos a comenzar nuestra reflexión del capítulo 2° del Compendio de la D.S.I. El título de este capítulo 2° es: “Misión de la Iglesia y Doctrina Social”. El primer punto que trata este capítulo 2° es EVANGELIZACIÓN Y DOCTRINA SOCIAL y comprende los siguientes cuatro temas:

 

a)La Iglesia, morada de Dios con los hombres


b)
Fecundar y fermentar la sociedad con el Evangelio


c) Doctrina social, evangelización y promoción humana


d)
Derecho y deber de la Iglesia

 

Comencemos entonces el primer punto, que está en el N° 60 del Compendio

 

a) La Iglesia, morada de Dios con los hombres

 

La Iglesia, partícipe de los gozos y de las esperanzas, de las angustias y de las tristezas de los hombres, es solidaria con cada hombre y cada mujer, de cualquier lugar y tiempo, y les lleva la alegre noticia del Reino de Dios, que con Jesucristo ha venido y viene en medio de ellos.

 

Podemos reconocer fácilmente, que estas 4 líneas son una síntesis del primer párrafo de la Constitución Gaudium et spes, del Concilio Vaticano II. La Iglesia declara allí su íntima unión con toda la familia humana. Textualmente dice la Iglesia en la Constitución Pastoral Gaudium et Spes que: Nada hay verdaderamente humano que no encuentre eco en su corazón. La Constitución Gaudium et spes afirma que Los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo.

 

La Iglesia quiere compartir los gozos y las esperanzas, y también las tristezas y las angustias de todos los hombres, y especialmente esos sentimientos en los pobres y en los que sufren. Ahora que, después de Aparecida, estamos siendo más conscientes de que somos discípulos de Cristo, que tenemos la misión de llevar la Buena Noticia al mundo; cuando reafirmamos que somos Iglesia, nuestra actitud y nuestro comportamiento con los pobres y con los que sufren tienen que ser éstos: sentir como propios los gozos y los sufrimientos de nuestros hermanos. Todo lo verdaderamente humano, debe encontrar eco en nuestro corazón. Como discípulos de Cristo, como Iglesia, no podemos ser indiferentes con los pobres y los que sufren.

 

Volvamos a leer esas líneas: Los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo.

 

“No tengáis miedo. Yo estoy con vosotros”

 

 

En la Constitución Gaudium et spes,  la Iglesia, apoyada en principios doctrinales, expresa su actitud frente al hombre y en particular frente al mundo y el hombre contemporáneos. Podríamos decir, que así como Jesucristo exhortó a sus Apóstoles, con las palabras tranquilizadoras “No tengáis miedo”, cuando los envió a predicar, y les advirtió que por su nombre serían odiados y perseguidos,[1] ahora, en medio de la zozobra del mundo actual, la Iglesia nos dice también, como Juan Pablo II cuando fue elegido Papa: “No tengáis miedo”. La Iglesia nos dice: Yo estoy en medio de ustedes, sus angustias son mis angustias, sus tristezas, son también mis tristezas, y la Buena Noticia que les traigo es que Jesucristo resucitado está con nosotros. Es ése el mensaje que nuestra palabra, y sobre todo nuestra vida, deben transmitir.

 

Cuando leemos los documentos sociales de la Iglesia, encontramos principios doctrinales permanentes y al mismo tiempo se exponen en ellos problemas propios del momento en que se escribieron, problemas que pueden cambiar o desaparecer. En el caso de la Gaudium et spes, es bueno tener en cuenta el momento en que se escribió. Se refiere la Iglesia en esta constitución, tanto a problemas que siguen vigentes hoy, como también a situaciones que tenía que enfrentar el hombre de la época conciliar, cuando se escribió esta Constitución. Por cierto no hay grandes diferencias entre los problemas de esa reciente época y los problemas del siglo XXI. Quizás se han agudizado algunos, han cambiado algunas circunstancias, pero los problemas de fondo no son completamente nuevos. Ahora bien, así los problemas sean diferentes, según cada momento histórico, los principios en los cuales se fundamentan las soluciones de los problemas son permanentes, basados en la verdad eterna del Evangelio.

 

La Iglesia presenta en la Gaudium et spes la realidad que el mundo vivía, algunos años después de la segunda guerra mundial: el mundo sacudido por las divisiones, con una humanidad en crisis, separada en bloques políticos (los países comunistas por un lado, los aliados de occidente por el otro), el tiempo de la llamada guerra fría. Con las amenazas de una guerra nuclear, con las angustias que se despertaban en el hombre, que buscaba sentido a la vida, después de las destrucciones de la guerra…

 

Evangelizar es construir el Reino

 

 

Siguiendo el método VER-JUZGAR-ACTUAR, la Iglesia comienza este documento sobre la Iglesia en el mundo, con la presentación de la situación que vive entonces la humanidad; afirma que Ella, la Iglesia, está presente para acompañar al hombre y aclara cuál es su misión: llevar al mundo la Buena Noticia del Reino de Dios. Como dice el Compendio en el N° 60, el Reino de Dios, que con Jesucristo ha venido. No olvidemos nuestras reflexiones anteriores sobre la construcción del Reino, a la cual estamos llamados. Podemos decir que la construcción del Reino es la respuesta a las angustias del hombre contemporáneo, que busca sentido a su vida.

La misión de la Iglesia es evangelizar; que es lo mismo que construir el Reino. Por la fuerza de la evangelización se pretende conseguir la transformación de la sociedad; la transformación de los valores que dominan al mundo y le hacen tanto daño. Por la fuerza del Evangelio, se quiere pasar de esos valores vacíos, (valores sin valor, podríamos decir), efímeros, perecederos, dar el salto a los valores trascendentes, permanentes, eternos, que conducen a un cambio en los modelos de vida, que hoy son modelos egoístas, basados en una concepción de este mundo perecedero, como si fuera lo único existente, como si fuera el fin último; de esos modelos de vida que envejecen pronto,  cambiar al modelo eternamente joven de Jesucristo, Dios y también el hombre perfecto, que es camino, verdad y vida.

 

Evangelizar no es barnizar, es transformar en profundidad

 

Se trata de un cambio profundo, no de un barniz superficial. El Consejo Pontificio de la Cultura, en el documento Para una Pastoral de la Cultura, dice que Lo que importa es evangelizar no de una manera decorativa, como con un barniz superficial, sino de manera vital, en profundidad y hasta sus mismas raíces la cultura y las culturas del hombre (…) tomando siempre como punto de partida la persona y teniendo siempre presentes las relaciones de las personas entre sí y con Dios.[2]

 

Pablo VI definió de manera magistral lo que significa evangelizar, en su exhortación apostólica Evangelii nuntiandi, acerca de la evangelización del mundo contemporáneo. Comienza allí el Santo Padre afirmando que, El esfuerzo orientado al anuncio del Evangelio a los hombres de nuestro tiempo, exaltados por la esperanza pero a la vez perturbados con frecuencia por el temor y la angustia, es sin duda alguna un servicio que se presta a la comunidad cristiana e incluso a toda la humanidad.

 

De manera que cuando la Iglesia cumple su misión de evangelizar, presta un servicio a toda la humanidad. En qué consiste ese servicio, nos explica Pablo VI cuando trata sobre el significado de Evangelizar. Nos dice el Papa que lo que se busca con la evangelización es la renovación de la humanidad. Ese es el gran servicio que la Iglesia presta a la humanidad con la evangelización: transformarla, renovarla.

Evangelizar es prestar un servicio a la humanidad

 

 

Estas son sus palabras, en el N° 18 de Evangelii nuntiandi:

Evangelizar significa para la Iglesia llevar la Buena Nueva a todos los ambientes de la humanidad y, con su influjo, transformar desde dentro, renovar a la misma humanidad. “He aquí que hago nuevas todas las cosas” (Ap 21,5; 2Co 5,17; Ga 6,15).[3]

Las palabras que siguen inmediatamente en el mismo documento de Pablo VI, las tenemos que tener en cuenta ahora, cuando, después de Aparecida, nos preparamos para nuestra misión de ser discípulos, para saber comunicar el Evangelio a los demás, de manera adecuada y oportuna. Escuchemos estas palabras:

Pero la verdad es que no hay humanidad nueva si no hay en primer lugar hombres nuevos, con la novedad del bautismo (Rm 6, 4) y de la vida según el Evangelio (Ef 4,23-24; Col 3,9-10).[4] La finalidad de la evangelización es por consiguiente este cambio interior y, si hubiera que resumirlo en una palabra, lo mejor sería decir que la Iglesia evangeliza cuando, por la sola fuerza divina del Mensaje que proclama[5], trata de convertir al mismo tiempo la conciencia personal y colectiva de los hombres, la actividad en la que ellos están comprometidos, su vida y ambiente concretos.

 

Evangelizarse a sí misma

 

Para llevar el Evangelio que transforma, tenemos entonces que empezar nosotros, por convertirnos. Pablo VI dice de la Iglesia, en el N° 15 de Evangelii nuntiandi: Evangelizadora, la Iglesia comienza por evangelizarse a sí misma. Comunidad de creyentes, comunidad de esperanza vivida y comunicada, comunidad de amor fraterno, tiene necesidad de escuchar sin cesar lo que debe creer, las razones para esperar, el mandamiento nuevo del amor.

 

Tenemos que llevar a cabo una tarea profunda con nosotros mismos y con nuestros grupos apostólicos, para crecer en la fe, en la esperanza y en el amor.

 

Como hemos visto antes, la Doctrina Social de la Iglesia no es sociología ni política; es doctrina, de manera que su unión con la evangelización es íntima, como que es parte integrante de nuestra fe y por lo tanto de la evangelización. La D.S. tiene su origen, como siempre la doctrina de la Iglesia,  en la Sagrada Escritura. No es invento de los hombres.

 

Leímos hace un momento la definición que Pablo VI nos ofreció de evangelización, que no es otra cosa que llevar la Buena Nueva a toda la humanidad y, con su influjo transformar desde dentro a la misma humanidad.

 

¿Qué es lo que hay que transformar?

 

 

Transformar desde dentro. ¿Qué es lo que hay que transformar? El mismo Pablo VI nos lo explica en el N° 19 de la misma exhortación apostólica Evangelii nuntiandi, cuando dice que se trata de:

 

(…) alcanzar y transformar con la fuerza del Evangelio los criterios de juicio, los valores determinantes, los puntos de interés, las líneas de pensamiento, las fuentes inspiradoras y los modelos de vida de la humanidad, que están en contraste con la Palabra de Dios y con el designio de salvación.

 

Eso es lo que la Evangelización, la comunicación de la Buena Nueva trata de alcanzar: que los hombres cambiemos desde dentro: cambiemos nuestro pensamiento, los criterios sobre los cuales juzgamos y decidimos, las fuentes en las cuales inspiramos nuestra acción, los modelos de vida que seguimos; que cambiemos nuestro modo de pensar, nuestras actitudes y nuestro comportamiento, cuando las fuerzas que nos mueven  no estén de acuerdo con los planes de Dios para el hombre, como nos lo ha comunicado en su Palabra.

 

Cuando estudiamos la doctrina social de la Iglesia, en los documentos que el Magisterio nos ha ido entregando para enseñarnos, nos damos cuenta de que lo fundamental está dicho ya en diversas formas, en documentos antiguos y que, todo está en la Sagrada Escritura. Lo que la Iglesia ha ido modificando ha sido el lenguaje, para adaptarlo a la época, y desde luego también la práctica pastoral, para responder a los signos de los tiempos. Pero hay una línea fiel al Evangelio, desde el comienzo.

Dar vigor y continuar la renovación de la Iglesia

 

 

Es interesante que caigamos en la cuenta cómo en Aparecida, nuestros obispos actuaron como los 12, acompañados de María, la Madre del Señor, cuando esperaron la venida del Espíritu Santo, juntos, en oración. Los obispos de América Latina y el Caribe se reunieron, en unión del sucesor de Pedro, en un Santuario Mariano; se reunieron en un ambiente de oración y comunidad fraterna, acompañados de María, la Madre de la Iglesia, para escuchar la inspiración del Señor sobre cómo dar vigor y continuar la labor de renovación de la Iglesia en nuestro continente.

 

¿Y qué hicieron nuestros obispos, en ese ambiente de oración y fraternidad; por qué se reunieron en el santuario mariano de Aparecida? Estuvieron allí reunidos porque este mundo nuestro, con los enormes cambios que sufre, y que afectan profundamente nuestras vidas, interpela a la Iglesia; le pregunta qué hacer. Los obispos en el N° 33 del documento de Aparecida dicen:

 

Como discípulos de Jesucristo nos sentimos interpelados a discernir los “signos de los tiempos”, a la luz del Espíritu Santo, para ponernos al servicio del Reino, anunciado por Jesús, que vino para que todos tengan vida y “para que la tengan en plenitud” (Jn 10,10)

 

Se reunieron entonces, para discernir los signos de los tiempos, con la luz del Espíritu Santo, y ponerse al servicio del Reino. De esto seguiremos hablando. Tenemos que estar listos, al servicio del Reino. Y nos debemos preguntar: ¿en qué debemos cambiar en el servicio del Reino? ¿Todo lo hemos estado haciendo bien, de acuerdo con los signos de los tiempos? ¿Estamos dando las respuestas adecuadas a esa interpelación con que los hombres de hoy, en nuestro continente, en nuestro país, desafían a la Iglesia? ¿Hay algo que necesitamos cambiar, para ser hombres nuevos, libres, dispuestos a hacer de la evangelización, la fuerza que transforme a la sociedad?

 

La falta de aplicación creativa

 

 

Tengamos una actitud abierta, y escuchemos el llamamiento que la Iglesia nos hace, para unirnos a la que han llamado una misión continental permanente. Los obispos hicieron un detenido estudio sobre la situación de la pastoral, y en el N° 100 del documento de Aparecida, exponen las sombras que ven con preocupación. Dicen, entre otras cosas: Percibimos una evangelización con poco ardor y sin nuevos métodos y expresiones, un énfasis en el ritualismo sin el conveniente itinerario formativo, descuidando otras tareas pastorales. Mencionan también allí, la falta de aplicación creativa del rico patrimonio que contiene la Doctrina Social de la Iglesia, y, en ocasiones, una limitada comprensión del carácter secular que constituye la identidad propia y específica de los fieles laicos.

 

En los números 365 y siguientes, el documento de Aparecida trata de la Conversión Pastoral… Todos estamos llamados a revisar nuestro modo de ser discípulos y misioneros. Estas palabras están en el N° 365 de Aparecida: Ninguna comunidad debe excusarse –dice – de entrar decididamente, con todas sus fuerzas, en los procesos constantes de renovación misionera y de abandonar las estructuras caducas que ya no favorezcan la transmisión de la fe.

 

La Iglesia tienda del encuentro con Dios

 

 

Continuemos ahora con la lecturadel N° 60 del Compendio. Dice así:

En la humanidad y en el mundo, la Iglesia es el sacramento del amor de Dios y, por ello, de la esperanza más grande, que activa y sostiene todo proyecto y empeño de auténtica liberación y promoción humana.

 

La Iglesia es entonces en el mundo, el sacramento del amor de Dios. Eso acabamos de leer. En el N° 49 el Compendio nos había enseñado que: La Iglesia «es en Cristo como un sacramento, o sea signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano».

 

Entendemos ahora mejor, que el sacramento del amor de Dios, que es la Iglesia, es signo e instrumento: representa a Dios que es amor, y es la esperanza de la humanidad para realizar el proyecto de unión de los hombres con Dios y de todo el género humano. Es decir, que la Iglesia tiene que representar el amor de Dios y ser un instrumento de amor entre todos los hombres. Continuemos la lectura del N° 60 del Compendio.

 

La Iglesia es entre los hombres la tienda del encuentro con Dios —« la morada de Dios con los hombres » (Ap 21,3 ) -, de modo que el hombre no está solo, perdido o temeroso en su esfuerzo por humanizar el mundo, sino que encuentra apoyo en el amor redentor de Cristo. La Iglesia es servidora de la salvación no en abstracto o en sentido meramente espiritual, sino en el contexto de la historia y del mundo en que el hombre vive,[6] donde lo encuentra el amor de Dios y la vocación de corresponder al proyecto divino.

 

Fijémonos en esas palabras que son bellamente dichas, y muy consoladoras y nos hacen amar más a la Iglesia. Nos dicen que La Iglesia es entre los hombres la tienda del encuentro con Dios. Según palabras del Apocalipsis, la Iglesia es —« la morada de Dios con los hombres » (Ap 21,3 ). Concluye por eso, que el hombre no está solo, perdido o temeroso en su esfuerzo por humanizar el mundo, sino que encuentra apoyo en el amor redentor de Cristo.

 

Una vez más digamos que ahora, cuando en Aparecida nos recuerda la Iglesia que todos, por vocación, estamos llamados a llevar la Buena Nueva, a evangelizar, ante el temor natural por tan alta tarea, podemos estar tranquilos, porque no estamos solos, perdidos, no debemos estar temerosos porque encontramos apoyo en el amor redentor de Cristo.

 

Hay algo que debemos tener presente: nos consuela saber que la Iglesia es la tienda del encuentro con Dios, que es la morada de Dios con los hombres. Esto se puede aplicar perfectamente al templo, morada de la Eucaristía, donde acontece nuestro encuentro real con el Señor. Pero no se trata sólo del templo, sino también de la Iglesia como institución, Cuerpo Místico, Pueblo de Dios. En la Iglesia encontramos a Dios: en la Palabra, en los sacramentos, en la liturgia, en la oración, en la comunidad.

La respuesta debe partir de Jesucristo

 

 

Esto es muy importante, porque ante el desafío del mundo, al que tenemos que llegar para transformarlo por la evangelización, nos dicen los obispos en el documento de Aparecida, que la respuesta a ese desafío parte de Jesucristo, que es camino, verdad y vida. (Jn 14,6). Los cristianos respondemos al desafío de la transformación del mundo, desde la persona de Jesucristo, a quien descubrimos en el Evangelio de San Juan (14,6): Le dice Jesús (a Tomás): «Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre sino por mí.»

 

Oigamos estas palabras del Mensaje Final de Aparecida:

 

Ante los desafíos que nos plantea esta nueva época en la que estamos inmersos, renovamos nuestra fe, proclamando con alegría a todos los hombres y mujeres de nuestro continente: somos amados y redimidos en Jesús, Hijo de Dios, el Resucitado vivo en medio de nosotros; por Él podemos ser libres del pecado, de toda esclavitud y vivir en justicia y fraternidad. ¡Jesús es el camino que nos permite descubrir la verdad y lograr la plena realización de nuestra vida!

 

La verdad que nos reveló Jesucristo

 

Volvamos a leer la última frase: ¡Jesús es el camino que nos permite descubrir la verdad y lograr la plena realización de nuestra vida! Es lo que el mundo puede esperar del Evangelio: descubrir la verdad y lograr la plena realización.

 

El P. Fidel Oñoro, en un taller sobre Aparecida, nos decía que la verdad que Jesús nos reveló fue el amor del Padre: “Tanto amó Dios al mundo, que nos envió a su Hijo Único” (Jn 3,16). Es el amor de Dios el que da sentido a todas las cosas, el que es capaz de transformar el mundo.

 

Estamos llamados a comunicar al mundo la verdad, que es el amor del Padre, que se manifestó en Jesucristo. Él, el Verbo que se hizo uno de nosotros, cumplió la misión que le encomendó el Padre, la de salvarnos. Hoy nosotros, por el bautismo somos llamados a seguir a Jesús. Tenemos la misión de contar la Buena Noticia, de contar que el Evangelio es capaz de transformar al mundo, de introducir en la sociedad, en la cultura, la potencia del amor, de la verdad, que es Jesucristo resucitado, el camino para alcanzar la plena realización de nuestra vida. El hombre no se puede realizar dominado por lo intrascendente, lo caduco, lo que hoy es y mañana está marchito, enmohecido, gastado.

 

Fernando Díaz del Castillo Z.

Escríbanos a: reflexionesdsi@gmail.com


[1] Cf Mt todo el capítulo 10

[2] Cfr Tony Misfud, “Moral Social”, Colección de Téxtos Básicos para Seminarios Latinoamericanos, Vol III, 2a edición, Bogotá, 1998, véase todo el capítulo 7 sobre Ethos y Cultura; también la Exhortación apostólica “Evangelii nuntiandi, de Pablo VI, 1998, y el documento Para una Pastoral de la Cultura, firmado por el Cardenal Poupard, en la Solemnidad de Pentecostés, 23 de mayo, 1999.

[3] Ap 21,5: Entonces dijo el que está sentado en el trono: «Mira que hago un mundo nuevo.» Y añadió: «Escribe: Estas son palabras ciertas y verdaderas.» 2 Co 5,17: Por tanto, el que está en Cristo, es una nueva creación; pasó lo viejo, todo es nuevo. Ga 6,15: Porque nada cuenta ni la circuncisión, ni la incircuncisión, sino la creación nueva.

[4] Rm 6,4: Fuimos, pues, con él sepultados por el bautismo en la muerte, a fin de que, al igual que Cristo fue resucitado de entre los muertos por medio de la gloria del Padre, así también nosotros vivamos una vida nueva. Ef 4,23-24:a renovar el espíritu de vuestra mente, [24]y a revestiros del Hombre Nuevo, creado según Dios, en la justicia y santidad de la verdad. Col 3, 9-10: No os mintáis unos a otros. Despojaos del hombre viejo con sus obras, [10] y revestíos del hombre nuevo, que se va renovando hasta alcanzar un conocimiento perfecto, según la imagen de su Creador,

[5] Cf Rm 1,16: Pues no me avergüenzo del Evangelio, que es una fuerza de Dios para la salvación de todo el que cree: del judío primeramente y también del griego. 1 Co 1, 18: Pues la predicación de la cruz es una necedad para los que se pierden; mas para los que se salvan – para nosotros – es fuerza de Dios. 2,4: Y mi palabra y mi predicación no tuvieron nada de los persuasivos discursos de la sabiduría, sino que fueron una demostración del Espíritu y del poder

[6] Cf. Concilio Vaticano II, Const. past. Gaudium et spes, 40: AAS 58 (1966) 1057-1059; Juan Pablo II, Carta enc. Centesimus annus, 53-54: AAS 83 (1991) 859-860; Id., Carta enc. Sollicitudo rei socialis, 1: AAS 80 (1988) 513-514.


Reflexión 70 Septiembre 20 2007

Compendio de la D.S.I. Repaso Cap. I

Repaso del capítulo primero

 

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Las Reflexiones que se publican aquí son originalmente programas transmitidos por Radio María. Usted puede escucharlos los jueves a las 9:00 a.m., hora de Colombia. Puede sintonizar la radio por internet en www.radiomariacol.org

Este estudio de la doctrina social sigue el libro Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, que publicó el Pontificio Consejo Justicia y Paz. Recoge la doctrina oficial de la Iglesia de manera orgánica, estrcuturada, comenzando por sus fundamentos bíblicos y teológicos.  En la columna azul, a la derecha, en “Categorías”, encuentra en orden todos los programas, según la numeración del libro “Compendio de la D.S.I.” Con un clic usted elige.

Encuentra usted también enlaces a documentos muy importantes como la Sagrada Biblia, el Compendio de la Doctrina Social, el Catecismo y su Compendio, algunas encíclicas, la Constitución Gaudium et Spes y también agencias de noticias y publicaciones católicas.


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COMENCEMOS POR LOS CIMIENTOS

En la reflexión anterior terminamos el capítulo primero del Compendio de la D.S.I. Antes de comenzar el capítulo segundo hagamos una rápida síntesis de los temas que vimos ya en ese capítulo; así podremos avanzar con más seguridad.


Recordemos que la doctrina social de la Iglesia se basa ante todo en la Sagrada Escritura, que nos enseña cómo se relaciona Dios con nosotros y cómo debemos relacionarnos entre nosotros, los seres humanos, creados a imagen y semejanza de Dios. La Tradición y el Magisterio nos llevan de la mano en la interpretación de la Sagrada Escritura.

ASÍ COMENZÓ LA HISTORIA, HASTA CUANDO…


Vimos en el primer capítulo del Compendio, que Dios se fue revelando progresivamente al hombre. El ser humano ha sentido siempre la necesidad de Dios y lo ha buscado, también, siempre. Y Dios se le presentó y se fue dando a conocer; inspiró a los escritores sagrados que consignaron su palabra en la Biblia; pero llegó el día en que Dios se metió del todo en nuestra historia: se hizo hombre, naciendo de una mujer, la Virgen María. La Encarnación es el encuentro más maravilloso de Dios con el hombre.

 

UN DISEÑO HECHO CON AMOR

 

Como hemos comentado, los primeros capítulos del Compendio ponen los cimientos de la D.S.I. El título de esta primera parte es EL DESIGNIO DE AMOR DE DIOS PARA LA HUMANIDAD. Designio es lo mismo que diseño o plan. De manera que la primera parte trata sobre el plan de Dios para la humanidad, que se caracteriza porque fue preparado por el amor de Dios.

Comienza el capítulo primero explicándonos la historia de las relaciones de Dios con el hombre, – la Historia de Salvación, – después de la caída, en los orígenes, porque Dios nos tendió la mano; no dejó hundida a la humanidad, cuando el hombre, en su orgullo, quiso independizarse de su Creador. El título de esta parte dice: LA ACCIÓN LIBERADORA DE DIOS EN LA HISTORIA DE ISRAEL (20-27) y trata sobre a) La cercanía gratuita de Dios (20-25) (Reflexiones 6 a 11) y b) el Principio de la creación y acción gratuita de Dios (26-27) (Reflexiones 11-12)

 

NO SERVIR A LOS ASTROS SINO A QUIEN LOS HIZO

 

En esta parte comprendimos cómo Dios se acercó por su iniciativa y se fue revelando progresivamente al pueblo de Israel, en respuesta a la búsqueda de lo divino, que Dios sembró en su corazón. Cuando estudiamos este acercarse de Dios a la humanidad, comentamos que, según algunos estudiosos, Abraham descubrió a Dios mirando el cielo estrellado. Así consiguió comprender claramente –como en una intuición [1]que no son los astros los que deben ser servidos, sino el Dueño de los astros, el que los hizo. [2] Claro que el camino de Abraham para encontrar a Dios no fue fácil, porque vivía en un medio pagano…El Cardenal Martini, en su libro Vivir con la Biblia, dice que La vida de Abraham fue una peregrinación de fe… Estuvo abierto, buscando, y un día, en respuesta, Dios irrumpió en su vida, lo llamó, más adelante lo probó y de qué manera; recordemos cuando le pidió el sacrificio de su hijo Isaac.

 

LOS MANDAMIENTOS: EL TRAZADO CORRECTO

En nuestra reflexión sobre la acción liberadora de Dios en la historia de Israel, encontramos que Dios propuso una Alianza a ése que hizo su Pueblo; y este Pueblo aceptó y asumió el compromiso que la Alianza suponía. Y comprendimos también el significado del Decálogo, que no es una lista de prohibiciones sino el trazado, la dirección correcta, para vivir una vida humana según el diseño del Creador y por lo tanto una vida humana auténtica.

 

Vimos entonces allí, que el hombre busca a Dios desde lo más hondo de su ser y que Dios no se le esconde; al contrario, toma la iniciativa de presentársele, de hacer una Alianza de amor con él, escogiendo a un Pueblo, al que hace la promesa de una tierra que hará suya, y le enseña el Decálogo, que es la ruta acertada, para vivir una vida verdaderamente humana, de acuerdo con los planes divinos…

 

Ese fue el camino que Dios escogió para meterse en la historia de la humanidad, y esa estrecha relación con nosotros la culminó tomando nuestra carne y naciendo de una mujer, en la persona de Jesucristo (Cfr Reflexión 9).

UNA HISTORIA LIGADA INDISOLUBLEMENTE A DIOS, QUE SIN EMBARGO SE ROMPIÓ…

 

De manera que en esta búsqueda de los fundamentos de la D.S.I. empezamos por comprender que la historia de la humanidad está indisolublemente ligada a Dios, su Creador, que se fue dando a conocer progresivamente al hombre, a través de Israel, el Pueblo que escogió para entrar en nuestra historia, haciendo de ella la historia de salvación. La relación de Dios con el hombre se fue haciendo tan cercana, que no se contentó con hablarle, con mostrarle el camino para hacer realidad sus designios por medio del Decálogo y de sus mensajes a través de sus enviados, sino que en una acción que sólo se le podía ocurrir a la mente creadora de Dios, se hizo hombre, igual a nosotros en todo menos en el pecado, y vivió entre nosotros, haciendo así visible la imagen de Dios invisible.

 

Reflexionamos así, sobre la cercanía gratuita de Dios, y sobre su acción generosa en la creación. Reflexionamos también sobre lo que sucede a la humanidad, como consecuencia de su ruptura con Dios, por el pecado original: se provocó, entonces no sólo una ruptura con el Creador, sino también la ruptura interior de la persona humana, en sí misma. Estamos internamente rotos: por eso nuestra intención de hacer el bien va por un lado y nuestra acción, que hace el mal, va por otro. Vivimos una contradicción interior. Ese es el origen de nuestras incoherencias. Y la ruptura con Dios provocó también, como consecuencia de nuestra ruptura interior, la ruptura de la relación armónica entre los hombres y entre el hombre y las demás criaturas.

 

Es tan trágica esta ruptura de las relaciones armónicas entre los hombres, que, refiriéndonos sólo a nuestro tiempo, en el siglo XX hubo 2 guerras mundiales, además de innumerables guerras entre pueblos vecinos y guerras internas. El comienzo del siglo XXI no se caracteriza tampoco como una época de paz.

 

Eso en cuanto a las relaciones entre los seres humanos; si examinamos nuestra relación con la naturaleza, encontramos que el ser humano debería ser guardián de la creación, que recibió para su servicio, pero el hombre la destruye, así conozca el desastre que le espera con la tala de los bosques, con la contaminación del agua y del medio ambiente.

Desde Dios, se pudo ver la imagen del auténtico hombre

 

Sin embargo, la misericordia de Dios no permitió que la humanidad se hundiera definitivamente. De esto nos habló el segundo punto del capítulo primero del Compendio, que se titula: JESUCRISTO CUMPLIMIENTO DEL DESIGNIO DE AMOR DEL PADRE, (28-33). Vimos allí que

 

a) En Jesucristo se cumple el acontecimiento decisivo de la historia de Dios con los hombres (28-29) y


b)
La revelación del Amor trinitario (30-33)

 

En Jesucristo se cumplió lo que el Creador quería cuando creó al hombre. El auténtico diseño del hombre, obra de Dios, lo entendemos cuando nos acercamos a la humanidad de Jesucristo. En palabras de Benedicto XVI en su libro Jesús de Nazaret, Dios se hizo visible a través del hombre Jesús y, desde Dios, se pudo ver la imagen del auténtico hombre.[3]

 

Es difícil hacer una mejor síntesis de esta presentación del hombre, como lo quiso Dios, que la que ofrecen estas palabras de la Gaudium et spes:

 

El que es imagen de Dios invisible (Col 1,15) es también el hombre perfecto, que ha devuelto a la descendencia de Adán la semejanza divina, deformada por el primer pecado. En él, la naturaleza humana asumida, no absorbida, ha sido elevada también en nosotros a dignidad sin igual. El Hijo de Dios con su encarnación se ha unido, en cierto modo, con todo hombre. Trabajó con manos de hombre, pensó con inteligencia de hombre, obró con voluntad de hombre, amó con corazón de hombre. Nacido de la Virgen María, se hizo verdaderamente uno de los nuestros, semejante en todo a nosotros, excepto en el pecado. (Hb 4,15)

 

Por la Encarnación del Hijo de Dios, Dios invisible se hizo visible. Los efectos en nosotros, de este aparecer de Dios en la tierra, los podemos compartir con el escritor Francois Mauriac, que escribió: Si no hubiera conocido a Cristo, “Dios” hubiera sido para mí una palabra desprovista de sentido. Excepto por una gracia muy particular, el Ser infinito me hubiera resultado inimaginable e impensable.” [4] Sin duda todos podríamos decir lo mismo.

 

Vivir según los planes, según el diseño

 

El Decálogo es una ayuda para vivir de acuerdo con el diseño del hombre que Dios se propuso. Vivir de acuerdo con el Decálogo, es vivir una vida verdaderamente humana,  según el diseño del Creador. Es muy importante tener presente que en el diseño del hombre que Dios Creador concibió, tuvo como modelo su propio ser, pues nos hizo a su imagen y semejanza. Este punto es fundamental para comprender la naturaleza humana. No es suficiente tener en cuenta sólo la naturaleza material, orgánica, biológica, del hombre, para comprenderlo completamente. Es indispensable considerar, además de sus dimensiones material, psicológica y social, también su dimensión teológica, trascendente, es decir, su relación con Dios, que es la que lo hace verdaderamente grande, distinto de los demás seres creados en nuestro universo. Somos de la familia de Dios…[5]

 

Cuando apenas se vislumbraba el misterio trinitario

 

 

La maravilla del hombre creado por Dios la pudimos comprender mejor cuando estudiamos en este mismo capítulo primero, que Jesucristo reveló a la humanidad el amor trinitario. Vimos que antes de la Encarnación del Hijo de Dios, – antes de Jesucristo, – apenas se vislumbraba, en el Antiguo Testamento, el misterio de la Santísima Trinidad. Fue Jesucristo, el Hijo de Dios, quien nos permitió dar una mirada a la vida íntima de Dios, y conocer, como nos explicó bellamente Benedicto XVI, algo inesperado: que Dios no es soledad, que Dios es un acontecimiento de Amor.[6]

La tercera parte del capítulo primero del Compendio, lleva por título precisamente LA PERSONA HUMANA EN EL DESIGNIO DE AMOR DE DIOS (34-48) Allí se tratan 4 asuntos trascendentales:

 

a) El Amor trinitario, origen y meta de la persona humana (34-37) (Reflexiones 18-20)

b) La salvación cristiana: para todos los hombres y de todo el hombre (38-40) (Reflexiones 24-30)

c) El discípulo de Cristo como nueva criatura (41-44)


d)
Trascendencia de la salvación y autonomía de las realidades terrenas (45-48)

 

Como hemos visto a lo largo de nuestras reflexiones, el último fundamento de la Doctrina Social de la Iglesia, es que el ser humano es creado a imagen y semejanza de Dios y que, como Dios es Amor, el hombre, por ser imagen de Dios, sin importar su procedencia geográfica, ni su raza ni su nacionalidad, debería vivir una vida de diálogo de amor con los demás, como es la vida íntima de Dios: un diálogo amoroso del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, que son Tres Personas, pero Un solo Dios, en el Amor.

 

El Amor: nuestro origen y nuestro destino

 

Entonces, el origen y la meta final de la persona humana es el Amor. Que el Amor sea nuestro origen y nuestro destino, nos lo reveló Jesucristo, Dios hecho hombre, quien, al darnos a conocer el misterio de la Trinidad, según la bella explicación de Benedicto XVI, nos concedió dar una mirada a la vida íntima de Dios y encontramos algo inesperado: que en Dios existe un “Yo” y un “Tú”, que Dios no es soledad, que Dios es un acontecimiento de Amor.

Nuestra salvación es obra de la Trinidad

 

También nos enseña la Iglesia, en esta parte del Compendio,que el Padre nos ofrece la salvación por iniciativa libérrima suya, sin ningún mérito de nuestra parte. Y aprendimos que la salvación se nos ofrece en el Hijo, que aceptó libremente la voluntad del Padre, de encarnarse para redimirnos, y por eso se hizo hombre en Jesucristo, que padeció, murió y resucitó por amor nuestro; y comprendimos también, que el Espíritu Santo actualiza y difunde la salvación todos los días, con su presencia permanente en la Iglesia. Aprendimos, entonces, que nuestra salvación es obra de la Trinidad: del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Y nos enseña también la Iglesia, que Dios quiere la salvación de todos los hombres, sin distingo de raza ni de nacionalidad; y que la salvación que Dios nos da es de todo el hombre, es decir nos da una salvación integral. Considera al hombre completo, como nos enseña la Gaudium et Spes, del Concilio Vaticano II en el N° 22. [7]

 

En esta parte del Compendio, introdujo también la Iglesia en nuestra relación con el universo; no sólo con nuestros hermanos los hombres, sino con todo el universo. (Reflexión 41)

 

Podemos decir que la construcción del Reino de Dios, que se consumará al final, también incluye la restauración de todo el universo creado, y nuestras actividades humanas tienen que ser purificadas, ordenadas, de manera que se restablezca el equilibrio roto por el pecado.

 

Por eso hay que llevar la Buena Nueva a todos los rincones: hay que purificar y perfeccionar la política, la economía, la administración de la justicia, el manejo de los mercados, de los medios de comunicación, hay que santificar a la familia, nuestras relaciones laborales, nuestras relaciones con la Iglesia, nuestras relaciones internas en los grupos apostólicos; hay que administrar como Dios quiere la naturaleza,  de ahí la importancia de la ecología.


DESIGNIO DE DIOS Y MISIÓN DE LA IGLESIA

 

La última parte del capítulo primero del Compendio todavía la tenemos fresca. Recordemos por eso sólo sus títulos:

El título de toda esta cuarta parte es DESIGNIO DE DIOS Y MISIÓN DE LA IGLESIA, y comprende 4 temas:

 

a)La Iglesia, signo y salvaguardia de la trascendencia de la persona humana (49-51)

b) Iglesia, Reino de Dios y renovación de las relaciones sociales (52-55)

c) Cielos nuevos y tierra nueva (56-58)

d) María y su « fiat » al designio de amor de Dios (59)

 

Creo que ahora estamos mejor preparados para acometer el capítulo segundo. Después de reflexionar sobre los planes de Dios para la humanidad, vamos a continuar, a partir del próximo programa, si Dios quiere, con la MISIÓN DE LA IGLESIA Y DOCTRINA SOCIAL. Voy sólo a enumerar los temas generales, que son los siguientes:

 

I. EVANGELIZACIÓN Y DOCTRINA SOCIAL

II. LA NATURALEZA DE LA DOCTRINA SOCIAL

III. LA DOCTRINA SOCIAL EN NUESTRO TIEMPO: APUNTES HISTÓRICOS

 

En el primer tema: EVANGELIZACIÓN Y DOCTRINA SOCIAL, encontraremos sin duda una oportunidad para acercarnos al documento de Aparecida. Este es ya un documento del magisterio que no se puede ignorar en nuestro trabajo de evangelización.

 

Fernando Díaz del Castillo Z.

Escríbanos a: reflexionesdsi@gmail.com


[1] Recordemos que la intuición es, (véase el DRAE) la facultad de comprender las cosas instantáneamente, sin necesidad de razonamiento. Es una percepción íntima e instantánea de una idea o de una verdad que aparece como evidente a quien la tiene.

[2] Cfr Cardenal Carlo María Martini, Vivir con la Biblia, Planeta Testimonio, I Abraham, nuestro padre en la fe, Pgs 9ss

[3]Joseph Ratzinger, Benedicto XVI, “Jesús de Nazaret”, Planeta, Prólogo, Pg 7

[4] Francois Mauriac, Obras Copletas, José Janés, Editor, Barcelona, 1954, III, Vida de Jesús, Pg. 19. Véase también allí cómo el autor francés expresa la importancia de la revelación del misterio de la Trinidad, gracias a la cual comprendimos mejor que Dios es nuestro Padre: “Si Cristo no hubiese dicho: ¨Nuestro Padre…´yo nunca hubiera alcanzado el sentimiento de esta filiación: esta invocación nunca hubiera asomado desde mi corazón a mis labios.”

[5] Cfr Reflexión 16, jueves 25 de mayo 2006 y allí nota 3: Cfr. Cuestiones actuales de Cristología y Eclesiología, en la Pg. 273 y Pg. 275. Cita allí Dominum et vivificanten a este respecto: Imagen y semejanza (…) significa no sólo racionalidad y libertad como propiedades constitutivas de la naturaleza humana, sino además, desde el principio, capacidad de una relación personal con Dios ‘yo’ y ‘tú’ y, consiguiente capacidad de alianza que tendrá lugar con la comunicación salvífica de Dios al hombre…

[6] Benedicto XVI, Vigilia de Pentecostés y luego del rezo del Ángelus en la festividad de la Santísima Trinidad, 2006

[7] Es importante leer todo el N° 22, que es maravilloso y nos explica la universalidad de la salvación , “de forma sólo de Dios conocida” y cómo Jesucristo es el hombre perfecto.

Reflexión 69 Septiembre 13 2007

COMPENDIO DE LA D.S.I. N° 59

EL GRAN PROYECTO DE DIOS AL QUE ESTAMOS LLAMADOS

 

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Las Reflexiones que se publican aquí son originalmente programas transmitidos por Radio María. Usted puede escucharlos los jueves a las 9:00 a.m., hora de Colombia. Puede sintonizar la radio por internet en www.radiomariacol.org

Estas reflexiones se refieren a la Doctrina Social de la Iglesia como se presenta en el libro “Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia”, publicdo por el Pontificio Consejo Justicia y Paz. Representa la doctrina social oficial de la Iglesia. En la columna azul, a la derecha, en “Categorías”, encuentra en orden todos los programas, según la numeración del libro “Compendio de la D.S.I.” Con un clic usted elige.

Encuentra usted también enlaces a documentos muy importantes como la Sagrada Biblia, el Compendio de la Doctrina Social, el Catecismo y su Compendio, algunas encíclicas, la Constitución Gaudium et Spes y también agencias de noticias y publicaciones católicas.

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En la reflexión anterior terminamos el estudio de los números 56 a 58 del Compendio, que nos explicaron que Dios nos tiene prometidos unos cielos nuevos y una tierra nueva. Unos cielos nuevos, es decir el Reino de Dios, en la eternidad y una tierra nueva que tenemos que ayudar a construir. Se trata de la edificación del Reino aquí; – el Reino es el gran proyecto de Dios, que comenzó con la Alianza que hizo con su Pueblo, que se perfeccionó con la venida de su Hijo y se realizará a plenitud al final de los tiempos, cuando Jesucristo lleve al Padre, regenerada, toda la creación que el pecado había corrompido y disgregado.[1]

 

Ese es el proyecto al que estamos llamados a trabajar en esta vida. ¿Cómo podemos ser constructores del Reino? Nos enseña la Iglesia que colaboramos en la construcción del Reino viviendo nosotros mismos según los valores del Evangelio y trabajando en nuestro medio para que nuestra sociedad viva de acuerdo con esos mismos valores. Esa tierra nueva que nosotros estamos llamados a formar con nuestra palabra y con nuestro testimonio es el campo de trabajo al que estamos llamados por el Bautismo.

 

Por cierto, el Santo Padre Benedicto XVI, en viaje apostólico a Austria la semana pasada (se escribe esto e septiembre 2007), estuvo en la basílica de Mariazell, santuario de la Virgen María, patrona de ese país, y se refirió así al llamamiento que Dios nos hizo a trabajar por el Reino de Dios: [2]

 

“El Señor llama a los sacerdotes, a los religiosos y religiosas y a los laicos  a entrar en el mundo, en su compleja realidad, para cooperar en la edificación del Reino de Dios. (…) Os invita a la peregrinación de la Iglesia “en su camino a través de los tiempos” (…) a haceros peregrinos con El y a participar en su vida, que todavía hoy es Via Crucis y camino del Resucitado a través de la Galilea de nuestra existencia”.

 

* VIACRUCIS MIRANDO A LA PASCUA

 

De manera que la colaboración en la edificación del Reino de Dios, consiste en caminar con la Iglesia, como peregrinos que somos, y participar con nuestra vida, en la vida del Señor, que sigue siendo Vía Crucis y camino del Resucitado. Nuestra vida es ambas cosas. Sufrimiento y Gozo Pascual.

 

¡Qué interesante es esta explicación del Santo Padre: estamos invitados a ir con la Iglesia, en una peregrinación que tiene de sufrimiento, pero también de alegría y de esperanza, de Vía Crucis pero con la mirada puesta en la Pascua. Por eso nuestra vida, aun en medio del sufrimiento, en nuestro Via crucis, es una vida de esperanza. Así continuó su homilía el Papa:



“La participación en su camino comporta, por tanto, ambas cosas: la dimensión de la Cruz con fracasos, (…) incomprensiones e incluso desprecio y persecución, pero también la experiencia de un gozo profundo en su servicio  y la experiencia del consuelo que se deriva del encuentro con Él”.

 

La vida de la Iglesia y nuestra vida cristiana, que vivimos con la Iglesia, es una vida de esperanza y de alegría. Recuerdo que en alguna de las conferencias de la doctora María Lucía Jiménez de Zitzman sobre mariología bíblica, nos hacía caer en la cuenta de esa palabra que decimos todos los días en el Ave María, tomada del Evangelio de Lucas, cuando narra el anuncio del Ángel: “Alégrate, María”. Esta palabra no era un simple saludo. El saludo hebreo es “Shalom”, “Paz”. El ángel usó un saludo nuevo, que en el Evangelio griego es “Xaire”, “Xaire”, María, alégrate, María. La alegría es la característica del nuevo tiempo que comienza, con la llegada del Mesías. María, al aceptar el encargo, se convirtió en la portadora de la Buena Nueva, en la portadora de la Palabra, de la alegría, en la portadora de Dios. Comenzó la nueva era, de la alegría, porque aconteció entonces el encuentro de la humanidad con Dios. Si encontramos a Jesucristo en nuestra vida, encontramos el gozo, la alegría.

 

Y el Santo Padre siguió así la explicación de nuestro compromiso, como colaboradores en la construcción del Reino de Dios:

 

El centro de la misión de Jesucristo y de todos los cristianos, que es el anuncio del Reino de Dios, presupone “el compromiso de estar presentes en el mundo como testigos suyos: vosotros dais testimonio de un sentido enraizado en el amor creador de Dios y que se opone a cualquier insensatez y desesperación. (…) Dais testimonio de ese Amor que se entregó por los seres humanos y venció la muerte. (…) Os oponéis así a los múltiples tipos de injusticia solapada o abierta, como también al desprecio de los seres humanos que se difunde cada vez más”.

 

De manera que el centro de nuestra misión es el anuncio del Reino de Dios y esa misión presupone un compromiso: estar presentes en el mundo como testigos suyos. Es un compromiso serio, que renovamos cuando renovamos las promesas del Bautismo y cuando recitamos el Credo. Allí confesamos en voz alta en qué creemos, en qué se basa y qué es lo que orienta nuestra conducta en la vida. Muchas veces no somos coherentes. En el momento de actuar se nos olvida el compromiso cristiano. Necesitamos la ayuda de Dios para levantarnos después de cada caída. Él es misericordioso y siempre nos extiende la mano.

 

* NO UNA DISTINCIÓN SINO UN COMPROMISO

 

El P. Fidel Oñoro, en el Congreso de Teología Pastoral, que transmitió Radio María, nos decía que no podemos tomar el llamamiento, la vocación cristiana, como un privilegio, sino como un compromiso. No es una distinción para gloriarnos de ella. En ese sentido nos explicó la elección de Israel; no fue elegido ese pueblo para discriminar a los demás, para que se sintiera él solo el elegido. Siguiendo su explicación podemos decir que Israel fue marcado con la marca del escogido, para comunicar a todos los hombres la Palabra (la Sagrada Escritura), y para recibir al Verbo, que se hizo Carne en una mujer judía, para todos los hombres.

 

Oigamos las palabras siguientes dirigidas especialmente a los sacerdotes, religiosos, diáconos y seminaristas, con quienes el Santo Padre rezó las vísperas en la basílica, allá en Austria. Son palabras dirigidas a quienes han hecho los votos religiosos, pero que teniendo en cuenta las diferencias en su aplicación, según el estado de cada uno, (vida sacerdotal o consagrada, o vida de laicos inmersos en el mundo) -, se pueden aplicar a todos los cristianos.

 

Dijo el Santo Padre:



“Seguir a Cristo significa compartir sus sentimientos y asimilar su estilo de vida”, y recordó las tres características de la vida religiosa: pobreza, castidad y obediencia. Así continuó:



“Jesucristo que era rico de toda la riqueza de Dios se hizo pobre por nosotros, (…) llamó bienaventurados a los pobres, (…) pero la simple pobreza material, de por sí, no garantiza la cercanía a Dios, aunque Dios está particularmente cerca de estos pobres (..) y el cristiano ve en Ellos a Cristo que lo espera. (…) Quien quiere seguir a Cristo de forma radical debe renunciar decididamente a los bienes materiales. Para todos los cristianos, pero especialmente para los sacerdotes, religiosos y religiosas, para los individuos como para las comunidades, la cuestión de la pobreza y de los pobres debe ser siempre objeto de examen de conciencia”.

 

* LA BENDICIÓN DE SER POBRES, DE SER MANSOS, DE SER…

 

Si ponemos atención a las palabras del Señor en las bienaventuranzas, nos damos cuenta de que ser pobres de espíritu, ser mansos, tener hambre y sed de justicia, ser limpios de corazón, ser promotores de la paz, ser perseguidos por la fe, son estados de bendición. Son bendiciones de Dios que vendrán con su recompensa eterna. “Alegraos y regocijaos porque vuestra recompensa será grande en los cielos…”[3] Así terminó el Señor la enumeración de esas bendiciones o bienaventuranzas.

 

Volvamos a la homilía de Benedicto XVI en la basílica de Mariazell, que veníamos comentando. Hubo unas palabras del Santo Padre sobre la obediencia, que es bueno que leamos, ahora cuando no pocas personas escogen si aceptan o no, según su propio criterio, lo que enseña el Magisterio de la Iglesia. Dijo Benedicto XVI que

 

Jesús, desde los años de Nazaret hasta la Cruz, vivió siempre “a la escucha del Padre, obedeciendo al Padre” y “los cristianos han experimentado siempre que  abandonándose a la voluntad del Padre no se pierden, sino que encuentran el camino hacia una identidad y una libertad interior muy profundas”. Por eso,”escuchar a Dios y obedecerle no tiene nada que ver con la coacción externa y la pérdida de sí mismo”.Y oigamos estas palabras, en particular:

 

“Jesús está presente ante nosotros de forma concreta sólo en su cuerpo, la Iglesia. Por eso, la obediencia a la voluntad de Dios, la obediencia a Jesucristo, en la (práctica) praxis debe ser concretamente una humilde obediencia a su Iglesia”.

 

Se dice, a veces, que la Iglesia está atrasada en su orientación y que por eso pierde fieles. Es triste escuchar eso, sobre todo cuando lo dicen algunos, que al mismo tiempo confiesan su amor a la Iglesia, pero se quejan de su Madre, con palabras duras e injustas. Por eso nos vienen bien estas palabras del Papa. No esperemos a que Jesucristo se haga presente para decirnos el camino que debemos seguir; Él estuvo aquí, nos dejó su pensamiento en el Evangelio, y de Él encargó a la Iglesia. Nos dice Benedicto XVI, que Jesús está presente de forma concreta en su cuerpo, la Iglesia.

 

* LA MADRE QUE AMAMOS A PESAR DE SUS IMPERFECCIOES HUMANAS

 

De manera que en la práctica, obedecer a Jesucristo es obedecer humildemente a la Iglesia. Y es que, para nosotros, católicos, la Iglesia es el Cuerpo Místico de Cristo. ¿Cómo no la vamos a amar y respetar? Cristo la ama como a su esposa. [4] Es la parte humana del Cuerpo Místico, es verdad, y por eso tiene imperfecciones humanas, pero trabaja por ser digna del Señor. Es nuestra Madre también, y a la madre la amamos, a pesar de sus naturales imperfecciones y nos cuidamos mucho de maltratarla. Que a la Iglesia el Señor la erigió perpetuamente como columna y fundamento de la verdad[5], dice San Pablo, y tiene la promesa de que la acompañará hasta el fin del mundo.[6]

 

Los católicos críticos de la Iglesia jerárquica, no niegan esta verdad, pero algunos justifican sus puntos de vista, diciendo que el Papa o los obispos no escuchan al Espíritu Santo. Yo creo que el Papa, y supongo que también nuestros obispos, son hombres de oración y piden la ayuda del Espíritu Santo cuando nos enseñan el Evangelio.

 

La Constitución dogmática sobre la Iglesia, Lumen Gentium, (Luz de los pueblos) del Concilio Vaticano II, acaba así el primer capítulo. Cita a San Agustín, cuando dice:

 

La Iglesia «va peregrinando entre las persecuciones del mundo y los consuelos de Dios»[7], anunciando la cruz del Señor hasta que venga (cf I Cor 11,26). Está fortalecida, con la virtud del Señor resucitado, para triunfar con paciencia y caridad de sus aflicciones y dificultades, tanto internas como externas, y revelar al mundo fielmente su misterio, aunque sea entre penumbras, hasta que se manifieste en todo el esplendor al final de los tiempos.

 

Continuemos ahora con el N° 59 del Compendio, en el que aparece la figura de María y su fiat al designio de amor de Dios. Dice así:

 

Heredera de la esperanza de los justos de Israel y primera entre los discípulos de Jesucristo, es María, su Madre.

 

Vayamos despacio, no perdamos palabra. Que María es la heredera de la esperanza de los justos de Israel, nos dice. ¿En quién habían puesto su esperanza los justos de Israel? En la promesa del Mesías, en la palabra del Dios de la Alianza. En la palabra que no puede fallar. Y nos dice el Compendio además, que María es la primera entre los discípulos de Jesucristo.

 

* La primera entre los discípulos de Jesucristo

 

En el documento de Aparecida, nos explican cómo es María la primera entre los discípulos de Jesucristo. Lo encontramos en la segunda parte del documento de Aparecida en el N° 266 y siguientes. Nos enseña el documento, en los números anteriores, que el inicio del discípulo, del cristiano, del que lleva el Evangelio, el inicio de ese sujeto nuevo que surge en la historia y al que llamamos discípulo, es el encuentro con Jesucristo, y cita a Benedicto XVI en Deus caritas est, en esas palabras que se repiten mucho, porque nos han aclarado de modo maravilloso lo que significa la fe. Recordemos esas palabras:

 

No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva.[8]

 

*El inicio del discípulo es su encuentro con Jesucristo

De manera que el inicio del discípulo es el encuentro con Jesucristo. Como la primera en encontrarse con Jesucristo fue María, se puede decir que Ella fue la primera discípula en la historia, pero naturalmente no se refiere sólo a que María haya sido la primera en el tiempo cronológico, cuando se la llama la Primera entre los discípulos de Cristo. El N° 266 del documento de Aparecida dice, que María es la discípula más perfecta del Señor. Los argumentos son muy abundantes, claro está; necesitaríamos mucho espacio para siquiera enumerarlos, pero citemos por lo menos algunos de los que señala Aparecida: la fe de María, Ella creyó la palabra de Dios transmitida por el Ángel; su obediencia a la voluntad de Dios, su constante meditación de la Palabra y de las acciones de Jesús (cf Lc 2, 19 y 51).

 

Continuemos con la lectura del El Compendio en el N° 59, que nos aclara aún más la figura de la Virgen María, como la primera discípula de Cristo. Dice:

 

Ella, con su « fiat » al designio de amor de Dios (cf. Lc 1,38), en nombre de toda la humanidad, acoge en la historia al enviado del Padre, al Salvador de los hombres: en el canto del « Magnificat » proclama el advenimiento del Misterio de la Salvación, la venida del «Mesías de los pobres» (cf. Is 11,4; 61,1). El Dios de la Alianza, cantado en el júbilo de su espíritu por la Virgen de Nazaret, es Aquel que derriba a los poderosos de sus tronos y exalta a los humildes, colma de bienes a los hambrientos y despide a los ricos con las manos vacías, dispersa a los soberbios y muestra su misericordia con aquellos que le temen (cf. Lc 1,50-53).

 

Acogiendo estos sentimientos del corazón de María, de la profundidad de su fe, expresada en las palabras del « Magnifica»t, los discípulos de Cristo están llamados a renovar en sí mismos, cada vez mejor, « la conciencia de que no se puede separar la verdad sobre Dios que salva, sobre Dios que es fuente de todo don, de la manifestación de su amor preferencial por los pobres y los humildes, que, cantado en el Magnificat, se encuentra luego expresado en las palabras y obras de Jesús».[9]

 

María, totalmente dependiente de Dios y toda orientada hacia Él con el impulso de su fe, «es la imagen más perfecta de la libertad y de la liberación de la humanidad y del cosmos».[10]

 

Con esas palabras termina el Compendio el capítulo sobre El Designio del Amor de Dios para la Humanidad.

María, con su “Fiat”, Hágase en mi según tu palabra, hizo posible de modo maravilloso, el designio de Amor de Dios para la Humanidad. Él la escogió, la llenó de sí, la llenó de gracia, pero la dejó libre de aceptar o no la misión que le pidió realizara. Dios quiso comunicarse directamente con la humanidad y lo hizo a través de María que aceptó su misión.

Como hemos visto, para transmitir el Evangelio tenemos que ser primero buenos discípulos, tenemos que llenar nuestra vida del Evangelio, que es llenar nuestra vida de Jesús, pues Él es el Evangelio. Tenemos que encontrarnos con Jesús. Tenemos que imitar al Maestro, escuchar su Palabra y cumplirla. Nuestro mejor modelo es María, quien fue libre y completamente disponible para colaborar con la acción salvadora de Dios. No puso obstáculos.[11]

Terminemos hoy con algunas otras ideas tomadas de las conferencias de mariología bíblica, de la doctora María Lucía Jiménez de Zitzman. Espero poder transmitirlas con fidelidad a su pensamiento.

 

Como el mejor discípulo, tratándose del Maestro Jesucristo, es el que logra mejor parecerse a Él, no hay duda de que María es la discípula inigualable. El paralelismo entre Jesús y su Madre es bellísimo. Una clara característica de Jesús es su disponibilidad a la Voluntad del Padre: vino a hacer la voluntad de su Padre, “…se despojó de sí mismo, tomando condición de siervo, haciéndose semejante a los hombres y apareciendo en su porte como hombre”, dice San Pablo en Fil 2,7.

 

De modo que siendo Dios, tomó la condición de siervo, de esclavo, y pasó como uno más de nosotros, los hombres. No se jactó de ser igual a Dios. Y María aparece libre, humilde, dispuesta a hacer lo que Dios quiera de Ella: asumió también la actitud de sierva: “He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra.”(Lc 2,1,38)

 

María no puso obstáculos para que en ella aconteciera la acción divina. No dudó, se turbó y mostró su temor ante la grandeza del anuncio e incertidumbre ante lo que humanamente parecía imposible.¿Cómo será esto, si no conozco varón? Recordemos la diferencia con la actitud de Zacarías, cuando el Ángel le anunció que Isabel su mujer, en su vejez, sería madre. Zacarías pidió una señal, una prueba y la prueba fue que quedó mudo porque no dio crédito a las palabras del ángel. Como recordamos, recobró el habla cuando sucedieron las cosas anunciadas.

 

Entendemos así mejor las palabras de Jesús, que a veces nos dejan perplejos, cuando le avisaron que su Madre y sus parientes estaban afuera buscándolo, y Él dijo: ¿Quién es mi madre, y quiénes son mis hermanos? …todo el que cumpla la voluntad de Padre celestial, ése es mi hermano, mi hermana, mi madre”.[12] Y en aquella otra oportunidad, cuando una mujer le gritó: “Dichoso el seno que te llevó y los pechos que te criaron” (traducción de la Biblia de Jerusalén, Lc11, 27-28) y Jesús le dijo: Dichosos más bien los que oyen la Palabra de Dios y la guardan”.

Esa fue la definición que de su Madre nos dejó Jesús en el Evangelio; nos dijo que era parecida a Él: humilde, obediente, disponible, fiel oyente de la Palabra y dispuesta a cumplirla. Por eso la pobreza de espíritu, la humildad, la disponibilidad a la voluntad de Dios, son fundamentales en el cristianismo.

 

*En María vemos el retrato de Jesús

 

Recuerdo que en su conferencia, la doctora María Lucía nos dijo en aquella ocasión, que María es la Primera Discípula y Creyente y por Ella podemos entender quién es Jesús. En Ella vemos el retrato de Jesús.

 

Volvamos a leer las tres líneas finales del capítulo del Compendio que terminamos hoy. Dicen así:

 

María, totalmente dependiente de Dios y toda orientada hacia Él con el impulso de su fe, «es la imagen más perfecta de la libertad y de la liberación de la humanidad y del cosmos».[13]

 

Bien, mis queridos radioescuchas de Radio María, así terminamos ese profundo capítulo del Compendio de la D.S.I. sobre los planes del amor de Dios para la humanidad. Es un capítulo fundamental. Sin él no entenderíamos la Doctrina Social de la Iglesia. En este ‘blog’ este capítulo ocupa mucho espacio: desde la Reflexión 6 hasta la Reflexión 69, la de hoy. Si Dios quiere, dentro de una semana continuaremos con un nuevo capítulo, dedicado a la Misión de la Iglesia y Doctrina Social, que en el Compendio de la D.S.I. va del N° 60 al 104. Los espero para que hagamos juntos este camino.

 

Fernando Díaz del Castillo Z.

ESCRÍBANOS A: reflexionesdsi@gmail.com

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[1] Cfr. Ef 1,10; 1 Cor 1, 15-28

[2]CIUDAD DEL VATICANO, 8 SEP 2007 (VIS)

[3] Lc 6,20-22; Mt 5, 1-12

[4] Concilio Vaticano II, Lumen Gentium, 7,8

[5] Ibidem 8, Cf I Tim 3,15

[6] Mt 28,19-20: Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo.

[7] Lumen Gentium, Ibidem N° 8, San Agustín, De civ. Dei XVIII 52,2: PL 41,614

[8] Deus caritas est, 12

[9] Juan Pablo II, Carta enc. Redemptoris Mater, 37

[10] Congregación para la Doctrina de la Fe, Instr. Libertatis conscientia, 97

[11] San Ignacio de Loyola decía: Hay muy pocas personas, si es que hay algunas, que comprenden perfectamente cuánto estorbamos a Dios cuando Él quiere obrar en nosotros, y todo lo que haría en nuestro favor si no lo estorbáramos.” (Citado por San Alberto Hurtado en “Medios Divinos y Medios Humanos”, edición privada, sin pie de imprenta)

[12] Jn 4,34: “Mi alimento es hacer la voluntad del que me ha enviado y llevar a cabo su obra”; 5,30: “Yo no puedo hacer nada por mi cuenta: juzgo según lo que oigo (Jesús escucha al Padre); y mi juicio es justo, porque no busco mi voluntad, sino la voluntad del que me ha enviado”. Véase también Hb 19,9

[13] Mt 12, 47-50; Mc 31-35

[14] Congregación para la Doctrina de la Fe, Instr. Libertatis conscientia, 97

Reflexión 68 Septiembre 6 2007

Compendio de la D.S.I. Nº 57-58 (II)

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Las Reflexiones que se publican aquí son originalmente programas transmitidos por Radio María. Usted puede escucharlos los jueves a las 9:00 a.m., hora de Colombia. Son éstos, programas de estudio de la Doctrina Social de la Iglesia (DSI), en los que se sigue paso a paso el Compendio de la DSI, publicado por el Pntificiop Cosejo Justicia y Paz. Contiene la doctrina católica oficial. Los programas de radio los puede sintonizar  radio por internet en www.radiomariacol.org

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Fundamentos que no pueden fallar

 

En la reflexión anterior terminamos el estudio del N° 57 del Compendio. Allí nos entusiasmamos con la certeza de que estamos llamados a vivir un día en el Reino de Dios, en el cielo. Tenemos plena confianza de que esto sucederá un día, porque nuestra esperanza tiene unos fundamentos que no pueden fallar: la palabra inconmovible del Señor y la Buena Nueva de Jesucristo Resucitado. Y comprendimos allí algo más que nos llena de alegría: por el bautismo fuimos llamados a ser hijos de Dios, discípulos suyos y evangelizadores. Nos enseña la Iglesia en este número, que no solamente podemos esperar en el futuro una morada nueva y eterna,- el Reino de los cielos, – sino que además de esa esperanza en el reino futuro tenemos un encargo como discípulos y misioneros; el encargo de colaborar aquí, en nuestro tiempo, en nuestra historia, con la construcción del Reino de Dios.

Nosotros, pequeños como somos ¿llamados a construir en el mundo el Reino de Dios? ¿Cómo podemos cumplir esa tarea maravillosa? No se trata de renunciar a nuestro trabajo actual, sino de hacerlo bien. Nuestro trabajo puede ser una colaboración en el desarrollo del Reino. Esta misión nos estimula a entregarnos con entusiasmo a nuestro trabajo, cualquiera él sea, y si lo hacemos bien, estaremos realizando la misión que se nos ha encomendado, de ir construyendo desde aquí, en nuestro tiempo, en nuestra historia, el Reino de Dios. Decíamos que es ésta una vocación que nos llena de alegría, el haber sido llamados por el bautismo, a ser obreros del Reino.

¿Cómo debe ser nuestro trabajo, para que sea un aporte a la construcción del Reino de Dios?  En este N° 57 la Iglesia nos da su orientación sobre cómo debe ser nuestro trabajo. No enseña que, colaborar en la construcción del Reino es vivir nosotros, personalmente, de acuerdo con los valores del Reino de Dios, – que son los valores del Evangelio, – y conseguir que nuestro mundo, por nuestra palabra y sobre todo por nuestro ejemplo,- por nuestro testimonio, – viva también según esos valores, que son los valores que Jesús nos enseñó con su Palabra y con su vida.

El Reino no es un Estado político

Comprendimos también, que el Reino que tenemos que ayudar a construir no es un Estado político, sino un mundo que se guíe por los valores que Jesucristo nos enseñó con su vida y su palabra: valores como el amor, la solidaridad, la misericordia, la fraternidad, la justicia, la defensa de la vida, de la dignidad de la persona humana y de la libertad. Jesús expuso esos valores en el Sermón del Monte, a lo largo de su predicación y de su vida, que terminó, de la forma más radical, con la muerte en la cruz, según las palabras de Benedicto XVI en su encíclica “Deus caritas est” (N° 12). Él no nos amó sólo de palabra, sino de verdad, hasta el extremo, como dice San Juan, 1,13, b): habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo. De la forma más radical, como dice el Papa.

Dios es Palabra y es Acción

A veces nos podemos asustar ante las exigencias del Reino, pero la Palabra del Señor no se anduvo con disimulos. El Evangelio es claro, es exigente. Volvamos a leer unas líneas de Benedicto XVI que leímos la semana pasada. Dice que Dios es Amor y lo demuestra en su actuar. Dios es Palabra y es Acción, y en el Evangelio se presenta actuando. Esto dice en el N° 12:

 

Este actuar de Dios adquiere ahora su forma dramática, puesto que, en Jesucristo, el propio Dios va tras la «oveja perdida», la humanidad doliente y extraviada. Cuando Jesús habla en sus parábolas del pastor que va tras la oveja descarriada, de la mujer que busca el dracma, del padre que sale al encuentro del hijo pródigo y lo abraza, no se trata sólo de meras palabras, sino que es la explicación de su propio ser y actuar. En su muerte en la cruz se realiza ese ponerse Dios contra sí mismo, al entregarse para dar nueva vida al hombre y salvarlo: esto es amor en su forma más radical. Poner la mirada en el costado traspasado de Cristo, del que habla Juan (cf. 19, 37), ayuda a comprender lo que ha sido el punto de partida de esta Carta encíclica: « Dios es amor » (1 Jn 4, 8). Es allí, en la cruz, donde puede contemplarse esta verdad. Y a partir de allí se debe definir ahora  qué es el amor. Y, desde esa mirada, el cristiano encuentra la orientación de su vivir y de su amar.

 

Vivir de acuerdo con los valores del Evangelio en nuestra vida diaria

 

Pero no tenemos que esperar a que se nos presenten momentos dramáticos, en que nos tengamos que jugar la vida para confesar la fe. Esos momentos puede ser que nunca se nos presenten. Nuestro seguir al Señor, el vivir de acuerdo con los valores del Evangelio se aplica a nuestra vida diaria, en cualquier actividad que realicemos.

 

Al estudiar el N° 57 del Compendio entendimos que nuestro trabajo honrado, bien hecho, despojado de egoísmos, cuando contribuye no sólo a nuestro beneficio personal, sino también al bien de los demás, puede ser un aporte en la construcción del Reino de Dios. Nuestro trabajo sencillo o complicado, material, espiritual o intelectual pueden ayudar a la construcción del Reino de Dios.

Este enfoque sobre la construcción presente del Reino de Dios, nos hace comprender que tenemos que vivir en una actitud permanente de conversión, de examinar si nuestra actividad está despojada de egoísmo, si realmente vivimos el Evangelio desde dentro, no sólo de palabra; si es el encuentro con Jesucristo el que nos impulsa a trabajar y no sólo nuestros intereses personales. Para vivir así es indispensable la gracia de Dios. Sin su ayuda nuestros esfuerzos serían vanos. Por eso necesitamos acercarnos al Señor en la oración, por los sacramentos, en particular en la Eucaristía.

Luz, levadura, una pizca de sal…

 

Jesús, en su predicación utilizó comparaciones y parábolas, para darnos a entender cómo debemos vivir haciendo nuestro trabajo por el Reino de Dios. Nos enseñó que debemos ser luz del mundo, (Mt 5, 13-16) que debemos trabajar como la levaduraen la masa, calladamente (Lc 13, 20-21) pero gracias a ella la masa crece y tenemos el pan en la mesa. También nos dijo que debemos ser como la sal, que da sabor, y sólo se necesita una pizca de sal, como dicen las recetas. Estas comparaciones son aplicables a nuestra vida y a la vida de nuestras comunidades y de la Iglesia, en las diferentes circunstancias por las que atravesamos. Podemos pasar desapercibidos, pero en el silencio podemos construir. En el silencio de la vida contemplativa, de la vida de oración, de la aceptación del dolor, del trabajo doméstico, cuántas personas son constructoras del Reino, más eficaces que los que quizás tenemos la oportunidad de evangelizar con la palabra.

Puede haber momentos en nuestra vida en que estemos expuestos a la luz, a la vista de todos.[3] Ese sería nuestro cuarto de hora, como suele decirse. Esa oportunidad se presenta en pequeño, en nuestro medio familiar o laboral; también en ese medio estamos expuestos a la luz y podemos hacer mucho bien, poco, o nada.

 

En los personajes públicos eso acontece en grande: sucede como cuando el reflector de un espectáculo se dirige sólo a una persona que está actuando en el escenario. Todas las miradas se dirigen  a ese personaje. Si Dios nos da esa oportunidad alguna vez, lo más probable es que se nos dé en un escenario pequeño, doméstico o, a algunos quizás, en un gran escenario; entonces, no olvidemos que allí tenemos que ser luz. No sirve para nuestra labor de obreros del Reino que recibamos el chorro de luz nosotros, sino que seamos nosotros los que iluminemos.

No pensemos sólo en los grandes personajes. Los padres de familia y también los hijos, en determinados momentos, o los jefes en el trabajo, o cualquier trabajador, por la tarea que esté realizando, – todos, – podemos ser alguna vez, por un tiempo corto o por años, el centro de atención. Entonces, las palabras del Evangelio van especialmente dirigidas a nosotros: “Vosotros sois la luz del mundo…Brille así vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos.”  (Mt 5, 13-16)

 

Nuestro cuarto de hora

 

En esos cuartos de hora que nos dé la Providencia tenemos que probar que somos fieles a nuestra vocación de discípulos y de evangelizadores.La mayor parte de nuestra vida podemos estar llamados a ser levadura o sal, trabajando calladamente por el Reino, sin que seamos centros de atención. Esa vocación puede ser menos atractiva a los ojos de los hombres, pero a los ojos de Dios, tiene el mérito del que hace su trabajo bien y al final lo recibirá con el premio del obrero fiel.

Si nos toca ser luz, a la vista de todos, tenemos que cuidar para que no nos domine nuestra vanidad, porque entonces no haremos bien el trabajo. Un examen de conciencia, o los demás, – si se lo permitimos, – nos harán descubrir si nuestra conducta es la correcta: si buscamos el Reino de Dios o si más bien tratamos de vender nuestra imagen.

El que me confiese…el que me niegue delante de los hombres…

 

En la vida pública sí que es importante tener presente la vocación del cristiano. Nuestros políticos y parlamentarios no pueden olvidar estas palabras del Señor:

“Yo os digo: Por todo el que se declare por mí ante los hombres, también el Hijo del hombre se declarará por él ante los ángeles de Dios. Pero el que me niegue delante de los hombres, será negado delante de los ángeles de Dios.” (Lc 12, 8-9)


Como estamos tan cercanos a la votación de la ley que pretende reglamentar la eutanasia, presentada por el senador Armando Bedetti y apoyado por la senadora Gina Parodi, es conveniente que estemos atentos para conocer quiénes son los parlamentarios que defienden propuestas claramente anticristianas como el aborto o la eutanasia. En el momento de tomar la decisión de votar, no se puede obrar como si la fe no tuviera nada que ver, porque ¿dónde se queda entonces nuestro compromiso cristiano de construir el Reino de Dios? (Esto se escribió en 2007)

Y es muy oportuno, después de Aparecida, hablar de Discípulos.

 

Uno no es buen discípulo si no pone en práctica lo que aprende

 

Tenemos que aprender, ser discípulos, para salir a Evangelizar. Y uno no es buen discípulo si no pone en práctica lo que aprende. Nos viene bien leer ahora las siguientes palabras del Evangelio (Lc 6, 46-49):

“¿Por qué me llamáis: “Señor, Señor”, y no hacéis lo que digo? 47 “Todo el que venga a mí y oiga mis palabras y las ponga en práctica, os voy a mostrar a quién es semejante: 48 Es semejante a un hombre que, al edificar una casa, cavó profundamente y puso los cimientos sobre roca. Al sobrevenir una inundación, rompió el torrente contra aquella casa, pero no pudo destruirla  por estar bien edificada. 49 Pero el que haya oído y no haya puesto en práctica, es semejante a un hombre que edificó una casa sobre tierra, sin cimientos, contra la que rompió el torrente  y al instante se desplomó y fue grande la ruina de aquella casa.”

Estas otras palabras del Señor las debemos tener muy en cuenta también

 

No son los que me dicen: “Señor, Señor”, los que entrarán en el Reino de los Cielos, sino los que cumplen la voluntad de mi Padre que está en el cielo. Muchos me dirán en aquel día: “Señor, Señor, ¿acaso no profetizamos en tu Nombre? ¿No expulsamos a los demonios e hicimos muchos milagros en tu Nombre?”. Entonces yo les manifestaré: “Jamás los conocí; apártense de mí, ustedes, los que hacen el mal”. (Mt7, 21-23)


La realización plena de la persona humana

 

Demos ahora un paso adelante y leamos el N° 58 del Compendio, que dice así:

58 La realización plena de la persona humana, actuada en Cristo gracias al don del Espíritu, madura ya en la historia y está mediada por las relaciones de la persona con las otras personas, relaciones que, a su vez, alcanzan su perfección gracias al esfuerzo encaminado a mejorar el mundo, en la justicia y en la paz. El actuar humano en la historia es de por sí significativo y eficaz para la instauración definitiva del Reino, aunque éste no deja de ser don de Dios, plenamente trascendente. Este actuar, cuando respeta el orden objetivo de la realidad temporal y está iluminado por la verdad y por la caridad, se convierte en instrumento para una realización cada vez más plena e íntegra de la justicia y de la paz y anticipa en el presente el Reino prometido.

Entonces, ¿qué pasa a la persona que actúa como Dios quiere, de acuerdo con los valores del Evangelio? En esa persona se va produciendo la realización humana plena; madura ya en la historia, y ella y las demás personas con las cuales interactúa, alcanzan la perfección, gracias al esfuerzo por mejorar el mundo en la justicia y en la paz.

 

¡Qué interesante es esta enseñanza! La persona humana, al trabajar por la instauración del Reino en la tierra, interactuando con los demás, viviendo según los valores del Evangelio, en su proceso de desarrollo va poco a poco en el camino de la perfección. Y es que si recorremos algunos de los valores del Evangelio, tenemos que aceptar que quien procura vivir de acuerdo con ellos, está procurando no sólo el bien del prójimo, sino su propio bien.

 

Recordemos algunos de esos valores: el amor, la solidaridad, la misericordia, la fraternidad, la mansedumbre, la paz, la justicia, la defensa de la vida, de la dignidad de la persona humana y de la libertad. Si encontramos a alguien que viva según esos valores, sin duda tendremos mucho qué admirar. Y sabemos que nuestro modelo perfecto, el qué sí vivió a la perfección esos valores es Jesucristo.

 

No es fácil aceptar el dolor, físico o moral. No es fácil ser mansos ante la agresión y la violencia. No es fácil amar al enemigo, no es fácil perdonar. No es fácil aceptar el sufrimiento, si no hay una razón, y nosotros los cristianos la tenemos. Hay razones particulares, como por ejemplo, para tratar a los demás como a hermanos, tenemos la razón de que realmente somos hijos del mismo padre, somos de la misma familia, de la familia de Dios. Y hay una razón general: que estamos llamados al Reino de los cielos, que no hay sufrimiento que no tenga fin, que con él hacemos méritos para nosotros y para los demás. Que nuestro sufrimiento puede ayudar a la construcción del Reino, y un día el Señor nos dirá, ven bendito de mi Padre, entra a la felicidad eterna que te tengo preparada.

 

Tengamos presente siempre, que no podemos recorrer el camino difícil, sin la ayuda de Dios. Él está allí para darnos la mano, siempre. Y María su Madre, para interceder por nosotros.

 

El ojo debe pasarse por alto para poder ver algo del mundo

Yo creo que no nos detenemos mucho a pensar que, al servir a los demás, vamos caminando por el camino de la propia perfección. A este propósito es interesante leer algunas líneas de Víctor Frankl, el médico, psicólogo, psicoterapeuta, que encontró el sentido de la vida en un campo de concentración nazi, en medio del dolor y la desesperanza. Fue él quien fundó la logoterapia, que busca la salud mental precisamente en la búsqueda del sentido de la vida. De él son estas palabras:

 

Cuando yo me pongo al servicio de algo, tengo presente ese algo y no a mí mismo, y en el amor a un semejante me pierdo de vista a mí mismo. Yo sólo puedo ser plenamente hombre y realizar mi individualidad en la medida en que me trasciendo a mí mismo de cara a algo o alguien que está en el mundo. Lo que debo tener presente, pues, es ese algo o alguien, y no mi autorrealización. Es más: debo relegarme a mí mismo, postergarme, olvidarme; debo pasarme por alto como el ojo debe pasarse por alto para poder ver algo del mundo.[8]

Es muy distinta esta presentación del desarrollo humano, a la que hacen los promotores del libre desarrollo de la personalidad que defienden la libertad de consumir una dosis personal de marihuana o cocaína, – por ejemplo, – porque la Constitución establece en su artículo 16, que Todas las personas tienen derecho al libre desarrollo de su personalidad sin más limitaciones que las que imponen los derechos de los demás y el orden jurídico.

 

Esta interpretación del libre desarrollo de la personalidad es contradictorio, pues al defender la legalidad de la dosis personal, no se defiende el desarrollo sino su deterioro.

 

Según ellos, lo que la Constitución garantiza no es sólo el libre desarrollo de la personalidad, sino el actuar para limitar o peor aún, para hacer daño al propio desarrollo. De manera que se garantiza el libre no desarrollo de la personalidad. No es extraño que ahora se pretenda garantizar también el derecho a quitarse la vida, el derecho a la propia destrucción, por medio de la eutanasia. Esos personaje van paso a paso, pero no dan puntada sin dedal.

 

Jesús sufriente no es menos perfecto

Jesucristo, como Dios tiene todas las perfecciones de la divinidad; como hombre, se sometió a nuestras imperfecciones menos el pecado, como dice la Carta a los Hebreos 4,15:

 

Pues no tenemos un Sumo Sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras flaquezas, sino probado en todo igual que nosotros, excepto en el pecado.

 

Recordemos la presentación que del Mesías, como el siervo de Yahvé ,había hecho el profeta Isaías 53, 4:

 

Despreciado, desechado por los hombres,
abrumado de dolores y habituado al sufrimiento,
como alguien ante quien se aparta el rostro,
tan despreciado, que lo tuvimos por nada
.

Pero él soportaba nuestros sufrimientos
y cargaba con nuestras dolencias

Esa imagen de Jesús, que soportó nuestras limitaciones: el dolor físico, el hambre, la sed y también el dolor moral de ser traicionado, la tristeza y el temor de la pasión como lo manifestó en Getsemaní y en la Cruz[11]; esa imagen de Jesús sufriente, no lo hace menos perfecto como hombre.[12] La imperfección aparece en nosotros, cuando nos rebelamos y no cargamos con nuestras limitaciones; Él en cambio, soportaba nuestros sufrimientos y cargaba con nuestras dolencias. Jesús fue probado en todo igual a nosotros, pero superó la prueba, superó la tentación, – porque Jesús fue tentado, – y la tentación es una prueba que muestra lo que hay en el hombre.[13] Es el crisol, donde se funde el metal precioso.

 

Terminemos con el último párrafo del N° 58 del Compendio, que dice:

Al conformarse con Cristo Redentor, el hombre se percibe como criatura querida por Dios y eternamente elegida por Él, llamada a la gracia y a la gloria, en toda la plenitud del misterio  del que se ha vuelto partícipe en Jesucristo. La configuración con Cristo  y la contemplación de su rostro  infunden en el cristiano un insuprimible anhelo por anticipar en este mundo, en el ámbito de las relaciones humanas, lo que será realidad en el definitivo, ocupándose en dar de comer, de beber, de vestir, una casa, el cuidado, la acogida y la compañía al Señor que llama a la puerta (cf. Mt 25, 35-37).

 

Ese es el Reino que tenemos que ayudar a construir, anticipando así lo que será realidad en el Reino definitivo, en la vida con Dios: para eso debemos alentar en nosotros un insuprimible anhelo por anticipar en este mundo, en el ámbito de las relaciones humanas, lo que será realidad en el definitivo, ocupándonos en dar de comer, de beber, de vestir, una casa, el cuidado, la acogida y la compañía  al Señor que llama a la puerta.

 

Fernando Díaz del Castillo Z.

Escríbanos a: reflexionesdsi@gmail.com

 


 

[1]

[3] Cfr. en este blog, BLOGROLL, Orar frente al computador, meditación para Septiembre 4,2007

[4] Mt 5, 13-16

[5] Lc 12, 8-9

[6] Lc 6, 46-49

[7] Mt 7, 21-23

[8] Víctor E. Frankl, El Hombre Doliente, Herder, 1987, Argumentos a favor de un optimismo trágico, Pg. 65

[9]Hb 4,15

[10] Is 53,4

[11] Mt 26, 37-42; Mt 27, 46

[12] Joseph Ratzinger, Benedicto XVI, nos hace pensar cuando en el prólogo de su libro “Jesús de Nazaret”, dice que “Dios se hizo visible a través del hombre Jesús y, desde Dios, se pudo ver la imagen del auténtico hombre”.

[13] Cfr. Carta a los Hebreos, comentarios del P. Miguel Nicolau, S.J., La Sagrada Escritura, BAC 214, Pg. 56ss

Reflexión 67 Agosto 30 2007

Compendio de la D.S.I. Nº 57-58

Vivir la Doctrina Social y llamamiento de “Aparecida”

 

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Las Reflexiones que se publican aquí son originalmente programas transmitidos por
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Vivir de acuerdo con los valores del Reino

 

Hemos venido estudiando el N° 57 del Compendio. Nos enseña la Iglesia en este número, que esperamos en el futuro, firmemente basados en la promesa de Dios y en la resurrección de Jesucristo, una morada nueva y eterna, el Reino de los cielos. También hemos aprendido allí, que nuestra esperanza en ese reino futuro no debilita nuestra entrega al trabajo en esta vida, sino que más bien, nos estimula a entregarnos con entusiasmo, a la misión que se nos ha encomendado, de ir construyendo desde aquí, en nuestro tiempo, en nuestra historia, el Reino de Dios. Decíamos que es ésta una vocación que nos llena de alegría, el haber sido llamados por el bautismo, a ser obreros del Reino. Lejos de la verdad l acusación a la religión, de ser “opio del pueblo”.

 

Comprendimos que colaborar en la construcción del Reino es vivir nosotros, personalmente, de acuerdo con los valores del Reino de Dios y conseguir que nuestro mundo viva también según esos valores, que son los valores del Evangelio. Comprendimos que el Reino que tenemos que ayudar a construir no es un Estado político, sino un mundo que se guíe por los valores que Jesucristo nos enseñó con su vida y su palabra: el amor, la solidaridad, la misericordia, la fraternidad, la justicia, la defensa de la vida, de la dignidad de la persona humana y de la libertad.

Un encuentro personal con Cristo

Fue muy interesante descubrir, que bienes como los frutos buenos de la naturaleza y de nuestro trabajo personal, pueden ser también bienes del Reino, cuando se han iluminado y purificado de toda mancha. De modo que nuestro trabajo honrado, bien hecho, despojado de egoísmos, cuando contribuye no sólo a nuestro beneficio personal, sino también al bien de los demás, puede ser un aporte en la construcción del Reino de Dios. Nuestro trabajo sencillo o complicado, material, espiritual o intelectual pueden ayudar a la construcción del Reino de Dios.

Este enfoque sobre la construcción presente del Reino de Dios nos hace comprender que tenemos que vivir en una actitud permanente de conversión, de examinar si nuestra actividad está despojada de egoísmo, si realmente desde dentro, y activamente, no sólo de palabra, vivimos el Evangelio; si es el encuentro con Jesucristo el que nos impulsa a trabajar y no sólo nuestros intereses personales.

El documento de Aparecida dice que: «En nuestra Iglesia debemos ofrecer a todos nuestros fieles un ‘encuentro personal con Cristo’, una experiencia religiosa profunda e intensa, un anuncio kerigmático y el testimonio personal de evangelizadores, que lleven a una conversión personal y a un cambio de vida integral».[1]

No nos perdamos en las palabras: nos dicen nuestros pastores que, si queremos responder a la llamada que el Señor nos hizo por el bautismo, de ser evangelizadores, es decir, si queremos transmitir a los demás la alegría de la cual nos llena la fe en el Resucitado, – es decir, si queremos dar nuestro testimonio personal – necesitamos nuestra conversión personal, un cambio de vida integral, – integral quiere decir completa, en todos sus aspectos. Para que esto sea posible, nuestros obispos dicen que la Iglesia nos debe ofrecer un encuentro personal con Cristo, una experiencia religiosa profunda e intensa.

No es suficiente la proclamación oral de nuestra fe

Para ser testigos creíbles, no es suficiente la proclamación oral de nuestra fe. No es suficiente hablar; es necesario vivir de acuerdo con la fe que decimos profesar. A eso se refieren nuestros obispos , lo mismo que Juan Pablo II y Benedicto XVI cuando nos piden que seamos coherentes. Sin duda, el encuentro personal con Jesucristo es necesario para que podamos ser testigos creíbles.

 

Nuestro compromiso social no es simplemente un compromiso político

 

Pensando en la Doctrina Social de la Iglesia, nuestro compromiso social no es simplemente un compromiso político; como laicos podemos tener compromisos políticos, con movimientos o partidos que defiendan los principios y valores del Evangelio, pero nuestro compromiso cristiano, tiene que estar fundado en una profunda espiritualidad centrada en Cristo. Si no nos fundamos en Jesucristo, nuestra actividad se puede quedar en la sola política. Quizás eso ha sucedido a los que, supuestamente, con la intención de cambiar el mundo para el bien, se han ido a la guerrilla a empuñar un arma contra otros hermanos. O sin ir tan lejos, eso quizás sucede a los que apoyan movimientos o a candidatos con propuestas claramente anticristianas como el aborto o la eutanasia. En el momento de tomar la decisión de votar, se obra como si la fe no tuviera nada que ver. ¿Dónde se queda entonces nuestro compromiso cristiano de construir el Reino de Dios, si llevamos al Parlamento a personas que van a combatir los valores del Evangelio?

Otro tanto sucede al tomar decisiones que tienen que ver con la justicia. A este respecto, el misionero javeriano Humberto Mauro Marsich, especialista en la doctrina social de la Iglesia y en bioética, dice que la orientación hacia acciones concretas a favor de la justicia, y la transformación de las estructuras, tiene que partir de una profunda fe en Cristo y que desde esa experiencia personal y comunitaria con Cristo, que empieza en el bautismo, nace el reto de ser discípulos y misioneros. Los discípulos y misioneros auténticos, comprenden en su encuentro con Cristo que la evangelización estaría mutilada, si no se trabajara al mismo tiempo por la promoción de las personas, por la transformación personal y de las estructuras inicuas y pecaminosas; si no se luchara por la justicia.[2]

También los laicos estamos llamados a ser discípulos y misioneros

Los laicos tenemos que caer en la cuenta de que, cuando mencionan nuestros obispos en Aparecida a los discípulos y misioneros, no se están refiriendo sólo a los sacerdotes y religiosos. Todos, por el bautismo, estamos llamados a ser discípulos y misioneros. Tenemos que aprender, recibir la verdad del Evangelio, pero no para esconderla o guardarla para nosotros solos, sino para proclamarla.

Nuestra fe no es una fe de ideas abstractas, que se quedan sólo en la reflexión intelectual; nuestra fe viene de un Dios que es activo. Un Dios de un “realismo inaudito”, en palabras de Benedicto XVI.[3] El Amor de Dios no es de sólo palabras: se vive en la acción creadora de Dios, (la actividad de Dios en la creación y conservación del universo es inmensa), actuó Dios, y de qué manera maravillosa en la Encarnación  y en la muerte de Jesús en la cruz, se manifiesta el amor en su forma más radical.[4] Al contemplar a Jesús en la cruz, el cristiano debe encontrar la orientación de su vivir y de su amar.

Nuestra fe católica es muy coherente desde cualquier aspecto desde donde se mire. Benedicto XVI, en su encíclica Deus caritas est, relaciona el compromiso social del creyente con la comunión y vida eucarística. Según el Santo Padre, cuando se considera la práctica de la caridad y de la solidaridad con el hermano necesitado, se comprende que la responsabilidad social es una consecuencia lógica de la vivencia auténtica de la Eucaristía.

Cuando participamos en la Eucaristía, nos debería pasar algo internamente; no es como asistir a una simple ceremonia, que puede ser momentáneamente conmovedora por la devoción del celebrante, la magnificencia del templo o la belleza de la música. Todo eso nos debe conducir a vivir la verdad de lo que allí acontece: en la Eucaristía nos encontramos con Jesucristo, con Dios que es Amor. Amor implica entrega. Leamos unas líneas de la encíclica Deus caritas est, en los N° 12-14:

Un realismo inaudito. Amor en su forma más radical


La verdadera originalidad del Nuevo Testamento no consiste en nuevas ideas, sino en la figura misma de Cristo, que da carne y sangre a los conceptos: un realismo inaudito. Tampoco en el Antiguo Testamento la novedad bíblica consiste simplemente en nociones abstractas, sino en la actuación imprevisible y, en cierto sentido inaudita, de Dios. Este actuar de Dios adquiere ahora su forma dramática, puesto que, en Jesucristo, el propio Dios va tras la «oveja perdida», la humanidad doliente y extraviada. Cuando Jesús habla en sus parábolas del pastor que va tras la oveja descarriada, de la mujer que busca el dracma, del padre que sale al encuentro del hijo pródigo y lo abraza, no se trata sólo de meras palabras, sino que es la explicación de su propio ser y actuar. En su muerte en la cruz se realiza ese ponerse Dios contra sí mismo, al entregarse para dar nueva vida al hombre y salvarlo: esto es amor en su forma más radical. Poner la mirada en el costado traspasado de Cristo, del que habla Juan (cf. 19, 37), ayuda a comprender lo que ha sido el punto de partida de esta Carta encíclica: « Dios es amor » (1 Jn 4, 8). Es allí, en la cruz, donde puede contemplarse esta verdad. Y a partir de allí se debe definir ahora qué es el amor. Y, desde esa mirada, el cristiano encuentra la orientación de su vivir y de su amar.

 

Más adelante, en el N° 13 continúa Benedicto XVI:

 

Jesús ha perpetuado este acto de entrega mediante la institución de la Eucaristía durante la Última Cena… La Eucaristía nos adentra en el acto oblativo de Jesús. No recibimos solamente de modo pasivo el Logos encarnado, sino que nos implicamos en la dinámica de su entrega.

Había dicho poco antes el Santo Padre, que si los antiguos pensaban que el verdadero alimento del hombre, aquello por lo que el hombre vive, era la sabiduría eterna, el logos, como la llamaban, – ahora, en la Eucaristía, el Logos, el Verbo, se ha hecho para nosotros verdadera comida, como amor.

 

Todo esto tiene que ver con la D.S.I. Oigamos cómo continúa la Deus caritas est en el N° 14:

La « mística» de la Eucaristía tiene un carácter social

 

 

Pero ahora se ha de prestar atención a otro aspecto: la « mística» del Sacramento tiene un carácter social, porque en la comunión sacramental yo quedo unido al Señor como todos los demás que comulgan: «El pan es uno, y así nosotros, aunque somos muchos, formamos un solo cuerpo, porque comemos todos del mismo pan», dice san Pablo (1 Co 10, 17). La unión con Cristo es al mismo tiempo unión con todos los demás a los que él se entrega. No puedo tener a Cristo sólo para mí; únicamente puedo pertenecerle en unión con todos los que son suyos o lo serán. La comunión me hace salir de mí mismo para ir hacia Él, y por tanto, también hacia la unidad con todos los cristianos. Nos hacemos « un cuerpo », aunados en una única existencia. Ahora, el amor a Dios y al prójimo están realmente unidos: el Dios encarnado nos atrae a todos hacia sí. Se entiende, pues, que el ágape (el amor) se haya convertido también en un nombre de la Eucaristía: en ella el agapé de Dios (el amor de Dios) nos llega corporalmente para seguir actuando en nosotros y por nosotros.

 

Una Eucaristía que no comporte un ejercicio práctico del amor…

Recordemos que a la Eucaristía la llamamos también sacramento del Amor, es decir, del ágape. Por cierto el Diccionario dice que la palabra ágape, en español, significa Comida fraternal de carácter religioso entre los primeros cristianos, destinada a estrechar los lazos que los unían. Continuemos con las palabras de Benedicto XVI en Deus caritas est:

 

Sólo a partir de este fundamento cristológico-sacramental se puede entender correctamente la enseñanza de Jesús sobre el amor. El paso desde la Ley y los Profetas al doble mandamiento del amor de Dios y del prójimo, el hacer derivar de este precepto toda la existencia de fe, no es simplemente moral, que podría darse autónomamente, paralelamente a la fe en Cristo y a su actualización en el Sacramento: fe, culto y ethos[5] se compenetran recíprocamente como una sola realidad, que se configura en el encuentro con el agapé (el amor) de Dios. Así, la contraposición usual entre culto y ética simplemente desaparece. En el «culto» mismo, en la comunión eucarística, está incluido a la vez el ser amados y el amar a los otros. Una Eucaristía que no comporte un ejercicio práctico del amor es fragmentaria en sí misma. Viceversa —como hemos de considerar más detalladamente aún—, el «mandamiento» del amor es posible sólo porque no es una mera exigencia: el amor puede ser«mandado» porque antes es dado.

 

Voy a intentar compartir con ustedes mi reflexión sobre el párrafo que acabamos de leer, de la encíclica Deus caritas est.

 

En la Eucaristía, se compenetran como una sola realidad la fe, el culto y la ética

 

La Eucaristía es entonces una síntesis viva de la doctrina de Jesús sobre el amor. El amor de Dios nos llega y se nos da en persona, en la Eucaristía. Es que la doctrina es viva, no sólo conceptos abstractos. Dice Benedicto XVI, que al presentar Jesús toda la Ley y los Profetas sintetizados, resumidos, en el Mandamiento del Amor a Dios y al prójimo, no se está exponiendo simplemente una moral, una ética, que bien podría establecerse autónomamente, como puede formularse, por ejemplo, una ética civil, que no tiene en cuenta la moral religiosa, sino que en el encuentro con Dios en la Eucaristía, se compenetran como una sola realidad la fe, el culto y la ética. No se queda la doctrina sobre el amor en los meros conceptos, sino que la Eucaristía comporta un ejercicio práctico del amor, que implica amar a los demás y ser amado por ellos. La Eucaristía, si la viviéramos, nos debería transformar. El saludo de paz, antes de la comunión, representa el amor, la reconciliación con el hermano. En las práctica no siempre eso es verdad, pero por lo menos deberíamos considerar los pasos que deberíamos dar, para que ese saludo no sea sólo un gesto vacío.

 

Estábamos tratando sobre el Reino de Dios, que se va construyendo al conseguir que el mundo se rija por los valores del Evangelio. Tengamos presente que, la llamada a todos los cristianos a ser mensajeros de la Buena Noticia, quiere decir que estamos llamados a hacer visible el Reino de Dios: que hagamos evidente, por nuestra palabra, pero sobre todo por nuestro testimonio, que sí es posible un mundo fundado en los principios del Evangelio.

 

Todo esto que hemos hablado sobre el amor, sobre la Eucaristía, sobre la acción de Dios… ¿cómo se conecta con el Reino y con la D.S.I. ¿ El documento de Aparecida nos ayuda una vez más a comprenderlo. El P. Umberto Mauro Marsich, a quien cité antes, dice que nos invita la Iglesia a asociamos al gran proyecto de Jesús, la construcción del Reino, y respondemos a ese compromiso con una gran misión continental. (D.A. 376)

 

En los pobres de la tierra encontramos el rostro sufriente de Cristo

 

La construcción del Reino es la razón de nuestro seguimiento y discipulado de Jesús: «Al llamar a los suyos para que lo sigan, les da el encargo muy preciso de anunciar el evangelio del Reino a todas las naciones. Por esto todo discípulo es misionero» (DA 159). Y el Reino tiene rasgos muy concretos y valores muy claros, por los cuales tenemos que trabajar y lograr, así, una sociedad más justa e igualitaria, más fraterna y misericordiosa, más pacífica y humana. Será posible lograrla mejorando la situación socio cultural; luchando por una economía más equitativa y por una política más respetuosa de la dignidad humana y finalizada hacia el bien común también internacional y planetario; defendiendo la biodiversidad y respetando a los pueblos más vulnerables como son los indígenas y los afro-americanos. En pocas palabras, el Reino de Jesús es el reino de la vida; es la oferta de una vida plena para todos en el respeto y defensa de la dignidad humana  ante una cultura actual que tiende a proponer estilos de ser y de vivir contrarios a la naturaleza y dignidad del ser humano (DA 401): «Dentro de esta amplia preocupación por la dignidad humana, se sitúa – reconoce el DA- nuestra angustia por los millones de latinoamericanos y latinoamericanas que no pueden llevar una vida que responda a esa dignidad» (405).

 

En los pobres de la tierra encontramos el rostro sufriente de Cristo (DA 407). Nuestro servicio a los pobres, para que sea efectivo, deberá encarnarse en gestos visibles y en experiencias de solidaridad continua, más allá del mero nivel teórico-emotivo de indignación ética.

 

Iluminados por la DSI, especialmente los laicos deben participar activamente a la construcción del Reino de Jesús, en un proyecto de pastoral orgánica donde, en comunión con la Iglesia, sean ellos los primeros y más comprometidos actores. Los laicos son hombres de la Iglesia en el corazón del mundo y hombres del mundo en el corazón de la Iglesia. Puesto que su misión específica se realiza en el mundo, con su testimonio y su actividad, contribuyen significativamente a la transformación de las realidades  y a la creación de estructuras justas según los criterios del Evangelio (DA 226).

 

Más adelante continúa el P. Marsich con estas ideas, que complementan nuestra reflexión sobre los Bienes del Reino:

 

El espíritu que nos debe guiar en esta aventura del seguimiento de Jesús y en la construcción de su Reino debe ser el amor y la generosidad sin límite del «Buen Samaritano» (Lc 10, 25-37). La misión de los discípulos consiste en comunicar la vida nueva de Cristo a todos los pueblos y servirla para que sea plena para todos y, en particular, para los pobres. Esta vida nueva de Jesucristo toca al ser humano entero y tiende a desarrollar en plenitud la existencia humana en su dimensión personal, familiar, social y cultural (DA 369).

 

La evangelización no es completa sin promoción humana, sin atención a los pobres y sin lucha por la justicia

Y estas otras ideas, explicación del documento de Aparecida por el mismo P. Marsich, encajan perfectamente en la comprensión del N° 57 del Compendio, que estamos estudiando:

 

Para configurarse verdaderamente con el Maestro es necesario asumir la centralidad del mandamiento del amor, que él quiso llamar suyo y nuevo: «Ámense los unos a los otros, como yo los he amado» (Jn 15, 12). En el seguimiento de Jesucristo aprendemos y practicamos las bienaventuranzas del Reino y el estilo de vida del mismo Jesucristo: su amor filial al Padre y su compasión entrañable ante el dolor humano, su cercanía a los pobres y a los pequeños, su fidelidad a la misión encomendada, su amor servicial hasta el don de su vida (DA 154). La evangelización no es completa sin promoción humana, sin atención a los pobres y sin lucha por la justicia. La pasión por el Padre y por el Reino nos impulsará a anunciar la Buena Nueva a los pobres, curar a los enfermos, consolar a los tristes, liberar a los cautivos y anunciar a todos el año de gracia del Señor (Lc 4, 18-19).

 

Como vemos, la relación de este número 57 con el documento de Aparecida es muy grande. Este documento de nuestros obispos latinoamericanos y del Caribe parte de la vocación bautismal al discipulado misionero de todos los creyentes. Nos hace ver que nuestra práctica de la religión, no se puede reducir a una experiencia espiritual personal, sin tener en cuenta a los demás. Si es verdad que tenemos que trabajar todos los días por nuestro propio cambio, también es verdad que nuestro trabajo como obreros del Reino, implica una proyección social. Aunque sabemos que la plenitud del Reino no se realizará en la vida presente, tenemos que ser conscientes de nuestra responsabilidad en la construcción del Reino en la historia. No sólo nos tenemos que convertir nosotros, individualmente, sino que tenemos que colaborar, sobre todo con nuestro testimonio, en la conversión de la sociedad.

 

La misión de anunciar el Evangelio del Señor y de construir su Reino genera, inevitablemente, ciertas implicaciones éticas

 

Vamos a terminar esta reflexión sobre los Bienes del Reino con estas palabras del P. Marsich, en su comentario del documento de Aparecida. Dice así:

 

La misión de anunciar el Evangelio del Señor y de construir su Reino genera, inevitablemente, ciertas implicaciones éticas como la de no poder aceptar pasivamente estructuras económicas y políticas que hundan siempre más, a la gran mayoría de nuestros hermanos, en la pobreza y en condiciones de vida infrahumana.

 

Los rostros de Cristo sufriente se multiplican siempre más frente a nosotros y nos piden alivio, ayuda y atención. No podemos seguir traicionando impunemente el mandato evangélico del amor al prójimo, eficazmente plasmado en la parábola del buen samaritano. Debemos ser discípulos atentos y apasionados de Jesús hasta las últimas consecuencias. Diversamente, también Aparecida será una frustración más. Justamente los obispos, en la conclusión del documento, nos suplican de asumir (sic) soluciones transformadoras y de (sic) no quedarnos con los brazos cruzados: «No podemos quedarnos tranquilos –afirma el documento- en espera pasiva en nuestros templos, sino urge acudir en todas las direcciones para proclamar que el mal y la muerte no tienen la última palabra, que el amor es más fuerte, que hemos sido liberados y salvados por la victoria pascual del Señor de la historia, que Él nos convoca en Iglesia, y que quiere multiplicar el número de sus discípulos y misioneros en la construcción de su Reino en nuestro Continente» (DA 548).

Y termina así:

 

Hermosa es la invitación y convocatoria final de Aparecida para que todos participemos en la gran misión continental permanente, llevando «nuestras naves mar adentro, con el soplo potente del Espíritu Santo, sin miedo a las tormentas, seguros de que la Providencia de Dios nos deparará grandes sorpresas» (519). Ella misma nos alentará a ser discípulos que saben compartir la mesa de la vida con todos, pero, de manera particular, con aquellos que la sociedad sigue excluyendo siempre más: los pobres.

 

Fernando Díaz del Castillo Z.

Escríbanos a: reflexionesdsi@gmail.com


[1] D.A. (Documento de Aparecida),226 a). Este documento cita 49 veces el “Encuentro personal con Jesucristo”.

[2]EL CAMBIO SOCIAL Y PERSONAL, DE COSTUMBRES Y ESTRUCTURAS, A LA LUZ DEL DOCUMENTO DE APARECIDA, por Humberto Mauro Marsich, ZS07082713 – 27-08-2007, Permalink: http://www.zenit.org/article-24629?l=spanish

[3] Deus caritas est, 14

[4] Ibidem, 12

[5]Según el Diccionario Oxford, ethos son los valores y actitudes. Podemos decir que son los principios, valores y actitudes que guían a la sociedad.

Reflexión 66 Agosto 16 2007

Compendio de la D.S.I. Nº 57 (V)

Reflexión 066 (A) ¿Qué es un valor? (Vea también la Reflexión de agosto 09)

 

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Esperamos con fundada esperanza

 

Hemos dedicado varias reflexiones a meditar sobre los bienes del Reino, de que nos habla el N° 57 del Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia. Nos enseña la Iglesia que, con base en la promesa de Dios y la resurrección de Jesucristo, esperamos con fundada esperanza, una morada nueva y eterna, el Reino de los cielos, al cual confiamos llegar un día, fundados sobre la roca inconmovible de la Palabra de Dios.

Hemos visto que mientras estamos en la tierra, la esperanza en el Reino futuro, en vez de debilitar, debe más bien estimular nuestra entrega al trabajo en el tiempo presente, porque por el bautismo estamos llamados a construir desde esta vida, el Reino de Dios. Es una vocación que nos llena de alegría.

Veíamos en la reflexión pasada, que el Reino que tenemos que ayudar a construir en la tierra no es un Estado político, sino un mundo en el cual los valores que guíen a la sociedad sean los valores del Evangelio, – que son los valores del Reino, – y en El Evangelio sólo se promueven valores como el amor, la esperanza, la solidaridad, la misericordia, la fraternidad, la defensa de la vida y de la dignidad. Valores todos positivos, que construyen, no destruyen, que integran, no separan.

Ya hemos reflexionado sobre bienes fundamentales del Reino como la vida, la dignidad de la persona humana, la fraternidad, la familia, la libertad, y en la reflexión pasada empezamos a estudiar el párrafo final del N° 57, que se refiere a otros bienes del Reino. Leámoslo para recordar dónde vamos. Dice:

Los bienes, como la dignidad del hombre, la fraternidad y la libertad, todos los frutos buenos de la naturaleza y de nuestra laboriosidad, difundidos por la tierra en el Espíritu del Señor y según su precepto, purificados de toda mancha, iluminados y transfigurados, pertenecen al Reino de verdad y de vida, de santidad y de gracia, de justicia, de amor y de paz que Cristo entregará al Padre y donde nosotros los volveremos a encontrar.

“Todos los frutos buenos de la naturaleza y de nuestra laboriosidad”.

 

Observemos que, entre los bienes del Reino, la Iglesia menciona“todos los frutos buenos de la naturaleza y de nuestra laboriosidad”. De manera que nuestro trabajo puede ser un bien del Reino, cuando se hace en el Espíritu del Señor, cuando se ha iluminado y purificado de toda mancha. Cuando nuestro trabajo no es egoísta, cuando es honrado, cuando se hace bien, a conciencia, cuando contribuye al bien, no sólo nuestro, sino al bien de los demás, nuestro trabajo así, – cualquier trabajo: intelectual, material, doméstico, artesanal, técnico, científico, – puede ser un aporte en la construcción del Reino de Dios en la tierra.

Para comprender la dignidad y la importancia del trabajo humano podemos leer con fruto la encíclica “Laborem Exercens”, de Juan Pablo II. Nos dice allí el Papa que El hombre es la imagen de Dios, entre otros motivos, por el mandato recibido de su Creador de someter y dominar la tierra. Y que En la realización de este mandato, el hombre, todo ser humano, hace que la acción misma del Creador del universo se refleje en él.[1]

También el documento de Aparecida en el capítulo 3.4, que se titula La Buena Nueva de la Actividad Humana, encontramos material suficiente para meditar sobre el trabajo: la Buena Nueva del Trabajo, como lo llaman nuestros obispos.

Nos apoyamos, para la reflexión anterior,en las enseñanzas de Juan Pablo II sobre la libertad, en su libro “Memoria e Identidad” y también nos apoyamos en el Catecismo. Y avanzamos con la ayuda del maravilloso documento de “Aparecida” para comprender mejor nuestro papel como obreros del Reino, como comunicadores de la buena nueva. Los invito a leer sobre este tema la segunda parte, que trata sobre LA VIDA DE JESUCRISTO EN LOS DISCÍPULOS MISIONEROS.

Con la alegría de la fe

 

Es oportuno hacer una aclaración: no sólo en esta segunda parte se trata el tema de nuestra vocación como comunicadores de la Buena Nueva. El documento de Aparecida no trata de manera exhaustiva cada tema, en un solo lugar, sino que tiene una estructura circular: esto quiere decir que hay que estudiarlo todo, no limitarse a un título, porque un tema se puede presentar en varios lugares del documento, desde diversas perspectivas. En el programa anterior alcanzamos a leer unas líneas, pero la invitación es a profundizar en el tema, estudiando todo el documento. Leamos algo más que nos ayude a profundizar sobre los Bienes del Reino. Confío en que la lectura de algunas partes del documento nos sirva como invitación a estudiarlo todo. En el N°103 dice el Documento de Aparecida:

(…) Con la alegría de la fe, somos misioneros para proclamar el Evangelio de Jesucristo y, en Él, la buena nueva de la dignidad humana, de la vida, de la familia, del trabajo, de la ciencia y de la solidaridad con la creación.

Una observación importante: fijémonos cómo empieza el párrafo que acabamos de leer: Con la alegría de la fe, somos misioneros para proclamar el Evangelio de Jesucristo. Nuestra proclamación del Evangelio, bien sea con nuestra palabra o, sobre todo con nuestro testimonio, tiene que ser una proclamación con la alegría de la fe”. Los cristianos tenemos un inmenso motivo de permanente alegría: el regalo de la fe. Cuando nos vean obrando como cristianos, nuestra acción debería ser reflejo de nuestra alegría interior. Así como de los primeros cristianos decían: “Mirad cómo se aman”, de nosotros, cristianos del siglo XXI deberían poder decir: “Mirad cómo son de alegres”.

Nuestra fe nos llena con la alegría de la Buena Noticia de Jesucristo resucitado. Ni la muerte nos puede arrebatar esa alegría, porque el gozo pascual nos anuncia que también nosotros resucitaremos para gozar, en plenitud y para siempre, del Reino que desde la eternidad nos tiene el Señor preparado.

¿Cómo callar ante los demás y no contarles que Dios nos ha hecho semejante regalo? Cuando nos pasa algo grande lo contamos a nuestros familiares y amigos. Cuando vivimos nuestra vocación de comunicadores de la buena nueva, nuestro comportamiento debería reflejar el gozo que produce semejante buena noticia, capaz de cambiar la vida. Y no callamos, porque no tendría sentido que ocultáramos tan buena noticia para gozar de ella nosotros solos.

Continuemos con las palabras de Aparecida. Volvámoslas a leer:

Con la alegría de la fe, somos misioneros para proclamar el Evangelio de Jesucristo y, en Él, la buena nueva de la dignidad humana, de la vida, de la familia, del trabajo, de la ciencia y de la solidaridad con la creación.

La buena nueva de la dignidad humana, de la vida, de la familia, del trabajo, de la ciencia y de la solidaridad con la creación

Nos llama la atención que nuestros obispos califiquen a la vida, a la dignidad humana, a la familia, al trabajo, a la ciencia, a la solidaridad con la creación, como parte de “la Buena nueva”: somos misioneros para proclamar el Evangelio de Jesucristo y, en Él, la buena nueva de la dignidad humana, de la vida, de la familia, del trabajo, de la ciencia y de la solidaridad con la creación.

De manera que cuando proclamamos el Evangelio, proclamamos la buena nueva de la vida, de la dignidad, de la familia, del trabajo… Son motivos de gozo los dones con que Dios nos ha revestido por su generosidad.

Vimos ya que en el capítulo 3.1 trata el documento de Aparecida sobre la dignidad de la persona humana con el título: LA BUENA NUEVA DE LA DIGNIDAD HUMANA.

Todos estos bienes son los bienes del Reino; los valores del Evangelio son los que tenemos que ayudar a implementar en la tierra, como obreros colaboradores en la construcción del Reino. Dice el documento de Aparecida en el N°104:

Bendecimos a Dios por la dignidad de la persona humana, creada a su imagen y semejanza. Nos ha creado libres y nos ha hecho sujetos de derechos y deberes en medio de la creación. Le agradecemos por asociarnos al perfeccionamiento del mundo, dándonos inteligencia y capacidad para amar; (Bendecimos a Dios) por la dignidad, que recibimos también como tarea que debemos proteger, cultivar y promover.

Vayamos por partes: con nuestros obispos, bendecimos a Dios porque Nos ha creado libres y nos ha hecho sujetos de derechos y deberes en medio de la creación.

Una época en que se habla mucho de libertad y de derechos, pero poco de deberes

 

Reflexionamos antes sobre el uso de la libertad, guiados por la palabra de Juan Pablo II y decíamos que, si Dios nos creó libres, sujetos de derechos y deberes, en nuestro examen para ver cómo cumplimos con nuestra vocación, nos vendría bien preguntarnos cómo manejamos nuestra libertad, cómo usamos y defendemos nuestros derechos y si somos fieles cumplidores de nuestros deberes. Estamos en una época en que se habla mucho de libertad y de derechos, pero poco de deberes.

Los medios de comunicación y la malsana libertad de expresión que defienden

 

Y aterricemos en la realidad nuestra. Es claro, por ejemplo, con cuánto fervor defienden los medios de comunicación la libertad de expresión, pero qué poco se examinan sobre el uso que ellos hacen de esa libertad. A Caracol TV no le hicieron mella las múltiples manifestaciones, por todos los medios, en contra de ese irrespetuoso programa que llamaban “Nada más que la verdad”, y que era más bien Nada menos que un grave irrespeto a la dignidad de las personas y a la integridad de las familias. En entrevista para El Tiempo,[2] el asesor de presidencia del Canal Caracol aceptó que el formato generaba controversia y afirmó que el objetivo de la programadora es tener una programación novedosa y variada. Acepta, eso sí, que Todos los programas que se emiten buscan sintonía en la audiencia. Es otra manera de decir que buscan “rating”, que es lo mismo que una audiencia que les garantice publicidad y por lo tanto dinero. Para ellos, por lo visto, en ese caso el fin justifica los medios. Fue tal el clamor nacional, que la cadena tuvo finalmente que sacar el programa de su “parrilla”.

Ahora, en el año 2012 Caracol TV vuelve a presentar su cara oscura al presentar con gran despliegue publicitario una serie sobre el narcotraficante y terrorista Pablo Escobar. Sobre el significado de esa serie, el crítico Omar Rincón, en su columna “Escobar, el mal sí paga”, en el diario El Tiempo ( Lunes 25 de junio, 2012, sección Debes hacer, 3), critica la serie que presenta un Escobar  admirable, no para odiar al villano que fue sino como “El sueño colombiano hecho realidad en su totalidad: billete y las mujeres más bellas a su disposición. ¡Éxito de rating!” En cambio, según el columnista Rincón, …dramatúrgicamente decidieron darle el reino a Escobar y poner a los buenos (Luis Carlos Galán, Guillermo Cano y el ministro Lara) sin historia cuando el televidente ya amaba a Escobar y no entiende a estos superhéroes envidiosos y aburridos.” “Por eso, cuando llegan los buenos, el rating cae. No solo están mal planteados dramatúrgicamente, sino que van en contra del sentimiento colombiano: los narcos son los buenos; los políticos, los malos.”


La TV no establece los valores de una sociedad, pero ¿los estimula o los desalienta?

Hizo el asesor de la presidencia del Canal Caracol una afirmación que se debe tener en cuenta, cuando en alguna forma defendió el programa Nada más que la verdad“. Dijo: Los valores de una sociedad ni los quita ni los establece un programa de televisión. Este tipo de programa, añadió, lo que hace es visibilizar o hacer evidentes algunas realidades de nuestra sociedad y es normal que se genere polémica.

Por esas respuestas de un alto directivo del Canal Caracol podemos ver que, a no ser que disminuya la audiencia y por lo tanto bajen los ingresos, no están dispuestos a suspender un programa aunque se considere dañino. No les interesa que de su programa salga mucha gente herida, relaciones familiares rotas, la dignidad de las personas vuelta añicos. Si los directivos del Canal Caracol y si los que les proporcionan publicidad, son católicos, se deberían preguntar cuál es su aporte, con programas así, no sólo a la sociedad, sino también, – si son católicos, – a la construcción del Reino. ¿O será que su aporte es negativo? ¿Ayudan a las familias, a las personas que venden su dignidad o las empujan por el despeñadero? ¡Cómo es de fuerte el poder del dinero! No sólo construye, también destruye.

¿Quién defiende a la sociedad?

La Corte Constitucional falló que a los Medios de comunicación no se les puede imponer censura porque lo prohíbe la Constitución, y dice que los mismos medios se deben autorregular. Y sí, el artículo 20 de la Constitución establece que “No habrá censura”. Está bien que no haya censura. De ella se aprovechan los gobiernos dictatoriales para callar a la oposición e imponer sus ideas. Pero, por otra parte, si los Medios no se autorregulan, ni están dispuestos a hacerlo ¿quién defiende a la sociedad? Las protestas contra ese programa “Nada más que la verdad” fueron universales, pero parecía que nada conmovía a esos usuarios de la libertad de expresión, sino el “rating”.

En otra reflexión decíamos que según el artículo 42 de la Constitución “La honra, la dignidad y la intimidad de la familia son inviolables”.En “Nada más que la verdad” ¿no se violaba la dignidad y la intimidad de las familias? ¿Es que alguien puede vender así, – vender, porque se entrega a cambio de dinero, – y además públicamente,- la dignidad, comprometiendo al mismo tiempo las relaciones con otras personas? Nuestra propia dignidad no la podemos feriar. Tenemos obligación de protegerla. Más adelante veremos que el documento de Aparecida habla de nuestra dignidad absoluta, innegociable e inviolable.

En el mismo artículo 42 dice la Constitución que “El Estado y la sociedad garantizan la protección integral de la familia.” ¿En este caso del abuso de la libertad de expresión, ¿cómo garantizan el Estado y la sociedad, la protección integral de la familia? En la práctica esas normas se quedan escritas y no hay fuerza legal, civil, que salga en su defensa. ¿Cómo se defiende la sociedad? Y los Medios siguen tan campantes.

¿Es mejor la imagen que tenemos de ellos ahora?

Los promotores de esos degradantes programas no se dan cuenta del daño que se hacen a ellos mismos. ¿No les inquieta el deterioro de su propia imagen? ¿Tenemos la misma imagen del presentador y de la cadena que teníamos antes? Se pregunta uno: ¿Será que les importa más el dinero? ¿También ellos venden su imagen a quien les dé más? Eso sería triste. Lo cierto es que la sociedad debe manifestar su desacuerdo con ese atentado contra la familia. Por eso me manifiesto aquí. Ustedes y yo somos miembros de una sociedad que, según la Constitución, debe garantizar la protección de la familia. Y tenemos también derecho a la libertad de expresión.

Quizás esta voz no llegue muy lejos, pero espero que algún efecto produzca. Los invito a que miren qué empresas patrocinan esos programas y les pongan un correo electrónico solicitándoles no dar publicidad a esos programas. Eso sí haría cambiar de parecer a las programadoras. Porque sin publicidad los programas no producen dinero…

¡Cómo nos hacen de falta legisladores que no tengan temor a esa clase de censura de que sí son objeto los que no piensan como los promotores de la vida pagana! Porque a los defensores de la ética basada en la ley natural y en el Evangelio tratan de silenciarlos, por lo menos ignorándolos, cuando no ridiculizándolos. La cultura de lo banal, de lo vacío, de lo intrascendente es la que ahora se defiende y se proclama. ¿Recuerdan cuál era antes el lema de Caracol Radio? Antes era “La Gran Compañía”. En una época dejó de serlo y lo cambiaron por  “Vive la vida”. Ahora, en 2012, volvieron al antiguo. No niego que esa cadena tenga algunos programas serios e interesantes, pero su línea general es la promoción de la vida intrascendente.

Dios nos asocia al perfeccionamiento del mundo

Sigamos con algo más del documento de Aparecida. En el mismo N° 104, donde se bendice a Dios por los dones magníficos con que nos ha regalado, dice también que

Le agradecemos por asociarnos al perfeccionamiento del mundo, dándonos inteligencia y capacidad para amar; (Bendecimos a Dios) por la dignidad, que recibimos también como tarea que debemos proteger, cultivar y promover.

Dios nos asocia al perfeccionamiento del mundo. ¿Cómo nos asocia? Mencionan primero nuestros obispos la inteligencia de que ha dotado Dios al ser humano. De modo que la ciencia y la técnica que desarrolla el hombre deben ser para el perfeccionamiento del mundo. Perfeccionar el mundo es construir el Reino. Perfeccionar el mundo no es destruir a otros seres humanos ni a la naturaleza. No es destruir moralmente a las familias ni dejar inválidos a otros seres humanos con la utilización de minas antipersonas y el perfeccionamiento de armas letales. No es contaminar el medio ambiente. Por eso, para que la inteligencia no tome malos caminos tiene que ir unida a la capacidad para amar, de que también nos dotó Dios. El amor viene de Dios, el odio, la violencia, el resentimiento y la codicia no los encontramos recomendados en el Evangelio, no son valores del Reino. Y si uno ama de verdad no hace daño a quien ama… ¿Cómo utiliza el hombre su inteligencia ahora, cuando en los laboratorios destruye embriones humanos, con la equivocada justificación de que su investigación trata de salvar a otros seres humanos?

La Fe que nos permite vivir en alianza con Dios

¡Cuánto daño ha hecho y sigue haciendo el pecado en el mundo! Pero el mundo no está perdido. Oigamos cómo sigue el mismo N° 104 del documento de Aparecida que bendice a Dios por los dones de que nos ha dotado. Dice:

Lo bendecimos por el don de la fe que nos permite vivir en alianza con Él hasta compartir la vida eterna. Lo bendecimos por hacernos hijas e hijos suyos en Cristo, por habernos redimido con el precio de su sangre y por la relación permanente que establece con nosotros, que es fuente de nuestra dignidad absoluta, innegociable e inviolable. Si el pecado ha deteriorado la imagen de Dios en el hombre y ha herido su condición, la buena nueva, que es Cristo, lo ha redimido y restablecido su gracia (cf. Rm 5, 12-21).

Vamos a terminar con una mención de la Sagrada Escritura que nos trajeron las lecturas en la Eucaristía del Domingo  IXX del Tiempo Ordinario[3] y que se aplican muy bien a nuestro tema. Son reflexiones del Santo Padre Benedicto XVI y también del predicador de la Casa Pontificia, el P. Cantalamessa.

Jesucristo inauguró el Reino aquí

Cuando hablamos del Reino de Dios que tenemos que ayudar a construir, no se nos puede olvidar que, como dice el documento de Aparecida, en el N° 143:

Jesucristo, Verdadero hombre y verdadero Dios, con palabras y acciones, con su muerte y resurrección, inaugura en medio de nosotros el Reino de vida del Padre, que alcanzará su plenitud allí donde no habrá más “muerte, ni luto, ni llanto, ni dolor, porque todo lo antiguo ha desaparecido” (Ap 21,4).

De manera que Jesucristo inauguró el Reino cuando puso su tienda entre nosotros,[4] pero el Reino definitivo no es aquí. Su plenitud la alcanzaremos en el cielo. En la fiesta de Cristo, Rey del Universo, el Santo Padre Benedicto XVI dijo estas palabras que clarifican esta idea del Reino:

“Cristo, alfa y omega”, así se titula el párrafo que concluye la primera parte de la constitución pastoral “Gaudium et spes”del concilio Vaticano II, promulgada hace 40 años. En aquella hermosa página, que retoma algunas palabras del siervo de Dios Pablo VI, leemos: “El Señor es el fin de la historia humana, el punto en el que convergen los deseos de la historia y de la civilización, centro del género humano, gozo de todos los corazones y plenitud de sus aspiraciones”.  “Vivificados y reunidos en su Espíritu, peregrinamos hacia la consumación de la historia humana, que coincide plenamente con el designio de su amor: “Restaurar en Cristo todas las cosas del cielo y de la tierra” (Ef 1, 10)” (n. 45). A la luz de la centralidad de Cristo, la Gaudium et spes interpreta la condición del hombre contemporáneo, su vocación y dignidad, así como los ámbitos de su vida: la familia, la cultura, la economía, la política, la comunidad internacional. Esta es la misión de la Iglesia ayer, hoy y siempre: anunciar y testimoniar a Cristo, para que el hombre, todo hombre, pueda realizar plenamente su vocación.

Velar, orar y hacer el bien

 

 

El domingo 12 de agosto (2007), antes del rezo del Ángelus,Benedicto XVI destacó que la vida en la tierra es un camino temporal que nos debe conducir al cielo. Esto concuerda con lo que venimos estudiando sobre la construcción del Reino desde ahora, en nuestra vida, para un día gozar de su plenitud en el Reino del Padre. Como estamos próximos a celebrar la Solemnidad de la Asunción de María al cielo, el Santo Padre, refiriéndose al pasaje evangélico del día, afirmó que nos prepara para la celebración de esta fiesta mariana, pues “invita a los cristianos a desapegarse de los bienes materiales, en gran parte ilusorios, y a realizar fielmente el propio deber con una constante tensión hacia lo alto”.

“El creyente permanece atento y vigilante para estar listo para acoger a Jesús cuando vendrá en su gloria”, agregó el Pontífice.Debemos velar, orando y realizando el bien”.

Recordó también que la vida terrena del ser humano es solo un paso temporal y que esto debe servir de aliento para gastar la existencia en modo sabio y prudente, considerando nuestro destino, y aquellas realidades que llamamos últimas: la muerte, el juicio final, la eternidad, el infierno y el paraíso”.

Finalmente pidió a la “Virgen María que nos ayude a no olvidar que aquí en la tierra estamos solo de pasada y nos enseñe a prepararnos para encontrar a Jesús”.[5]

No lo que hemos tenido, sino lo que hemos hecho…

 

 

Se nos olvida con frecuencia que estamos de paso y a veces nos apegamos demasiado a lo transitorio. Y no tenemos en cuenta que, aunque estemos de paso, este tiempo de paso tiene que ser productivo para el Reino. ¿Cómo? No atesorando riquezas que son sólo terrenas, que no producen nada para la eternidad. Y como dicen por ahí, de nada sirve ser el más rico del cementerio. Sobre esa actitud de gastar la vida atesorando riquezas dijo el Santo Padre en su comentario sobre las lecturas del pasado domingo:

“Para mostrar cuán errónea es esta actitud, Jesús añade, como es su costumbre, una parábola: la del rico necio que cree tener seguridad para muchos años por haber acumulado muchos bienes, y a quien esa misma noche se le pedirán cuentas de su vida.”

Jesús concluye la parábola con las palabras: «Así es el que atesora riquezas para sí, y no se enriquece en orden a Dios». Existe también una vía de salida al «todo es vanidad»: enriquecerse ante Dios. En qué consiste esta manera diferente de enriquecerse lo explica Jesús poco después, en el mismo Evangelio de Lucas: «Haceos bolsas que no se deterioran, un tesoro inagotable en los cielos, donde no llega el ladrón ni la polilla; porque donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón» (Lc 12, 33-34). Hay algo que podemos llevar con nosotros, que nos sigue a todas partes, también después de la muerte: no son los bienes, sino las obras; no lo que hemos tenido, sino lo que hemos hecho. Lo más importante de la vida no es por lo tanto tener bienes, sino hacer el bien. El bien poseído se queda aquí abajo; el bien hecho lo llevamos con nosotros.”

 

Tener las cuentas siempre en orden

 

Finalmente, oigamos estas palabras del P. Cantalamessa sobre la preparación para el momento supremo. Ese momento que no nos debe preocupar demasiado, si seguimos su consejo. Dijo el predicador pontificio:

La exhortación: «¡Estad preparados!» no es una invitación a pensar en cada momento en la muerte, a pasar la vida como quien está en la puerta de casa con la maleta en la mano esperando el autobús. Significa más bien «estar en regla». Para el propietario de un restaurante o para un comerciante estar preparado no quiere decir vivir y trabajar en permanente estado de ansiedad, como si de un momento a otro pudiera haber una inspección. Significa no tener necesidad de preocuparse del tema porque normalmente se tienen los registros en regla (…). Lo mismo en el plano espiritual. Estar preparados significa vivir de manera que no haya que preocuparse por la muerte. Se cuenta que a la pregunta: «¿Qué harías si supieras que dentro de poco vas a morir?», dirigida a quemarropa a San Luis Gonzaga mientras jugaba con sus compañeros, el santo respondió: «¡Seguiría jugando!». La receta para disfrutar de la misma tranquilidad es vivir en gracia de Dios, sin pendencias graves con Dios o con los hermanos.

Fernando Díaz del Castillo Z.

Escríbanos a: reflexionesdsi@gmail.com


 

[1] Laborem Exercens, II. El Trabajo y el Hombre, 4

[2] El Tiempo, domingo 12 de agosto 2007, “Las historias de nada más que la verdad,’No buscamos sintonía mediante el escarnio’. Camilo Durán, asesor de presidencia del Canal Caracol, respondió las críticas que ha recibido el programa desde que apareció al aire. Pgs. 3-6

[3] Sb 18, 6-9; Sal 147, Hb 11,1-2.8-19, Lc 12,32-48

[4] Jn 1, 14

[5] VATICANO, 12 Ago. 07 / 08:54 am (ACI)

Reflexión 66 Agosto 9 2007

Compendio de la D.S.I. Nº 57 (V)

 

El Reino que debemos construir

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Recordemos que en las reflexiones anteriores hemos tratado sobre los bienes del Reino, de que nos habla el N° 57 del Compendio. Los Bienes del Reino. Nos enseña la Iglesia que, con base en la promesa de Dios y la resurrección de Jesucristo, esperamos con fundada esperanza  una morada nueva y eterna, el Reino de los cielos, al cual confiamos llegar un día por la misericordia de Dios. El Reino al cual un día confiamos llegar es nuestra gran esperanza, fundada sobre la roca inconmovible de la Palabra de Dios.

Nada más falso que la acusación marxista de que la religión es el opio del pueblo

 

Nos enseña la Iglesia que, esta esperanza de la vida futura, en vez de debilitar, debe más bien estimular nuestra entrega al trabajo en la vida presente. Nada más falso que la acusación marxista de que la religión es el opio del pueblo. A nosotros la religión no nos adormece, no nos dice que seamos pasivos; al contrario, nos anima, nos urge a trabajar como activos obreros del Reino.

La llamada a nuestro esfuerzo en el trabajo, es una invitación a colaborar en la construcción del Reino. No podemos esperar que el Reino llegue sólo, sin nuestro aporte. Como hemos visto, cuando se habla del Reino de Dios no se trata de un Estado político, se trata de un mundo nuevo, en el cual la gente, todos nosotros, nos rijamos por el pensamiento de Dios, por su sabiduría, que nos proclamó Jesús. Él, con su palabra y su vida nos enseñó los valores en que se debe fundamentar nuestra vida. Ese pensamiento está en el Evangelio.

Llamados a ser mensajeros de la Buena Noticia

Hacer visible el Reino de Dios

 

Por el bautismo, – que recibimos por la gracia de Dios, – cada uno de nosotros, según su estado y sus posibilidades, es un obrero del Reino. Tenemos un llamamiento del amor de Dios, que no sólo nos ha regalado el don maravilloso de la fe, sino que nos ha llamado a anunciar el Evangelio, a llevar la buena noticia a nuestra sociedad, a las personas que están a nuestro alcance. Fuimos llamados a ser mensajeros de la Buena Noticia; esa es nuestra vocación, que nos debe llenar de alegría. Ahora bien, ser mensajeros de la buena noticia, no implica sólo decir que creemos en ella, sino abrazarla, vivir de acuerdo con ella, de manera que nuestra vida sea un testimonio de que es posible un mundo fundado en los principios del Evangelio. Debemos hacer visible la presencia del Evangelio en nuestra sociedad.

Esto quiere decir que para comunicar la buena noticia, para comunicar los valores del Evangelio, debemos hacer el esfuerzo de vivir de acuerdo con él. Para ser obreros del Reino necesitamos entonces, una permanente conversión, un cambio de vida. Esa fue la predicación de Juan Bautista, cuando empezó a anunciar que el Reino llegaba: “Convertíos porque el Reino de los cielos está cerca”. [1]

Nuestros obispos de América Latina y el Caribe, cuando terminaron la reunión de “Aparecida”, coronaron su mensaje final, con 15 enunciados de lo que ahora esperan, como allí mismo dicen, “con todas sus fuerzas”. Uno de estos enunciados dice: Esperamos promover un laicado maduro, corresponsable con la misión de anunciar y hacer visible el Reino de Dios”, y más adelante añaden: “Esperamos trabajar con todas las personas de buena voluntad en la construcción del Reino.”

En la reflexión anterior, para entender lo que es el Reino de Dios que encontraremos en la vida futura, nos valimos de la explicación de Juan Pablo II sobre lo que es el cielo. Nos dijo él, maravillosamente, que el cielo no es un lugar, arriba, en las nubes, sino un estado, – podemos decir que es una manera nueva de vivir,- en palabras de Juan Pablo II: una comunión de vida y de amor (con la Santísima Trinidad), con la Virgen María, los ángeles y todos los bienaventurados se llama “el cielo”[2]. De modo que el Reino del que tenemos esperanza, por la misericordia de Dios, consiste envivir una vida de amor, con El Señor, una vida de amor con el que ES AMOR, y con la Virgen María y con todos los demás habitantes del cielo, incluyendo, claro está, a los seres queridos que nos antecedieron y compartieron con nosotros la fe. Sabemos que será un Reino, una vida, de paz, sin enfermedad, sin muerte, una vida de justicia, de concordia, sin asomos de la menor enemistad, una vida de amor.

Entonces es muy claro, que si el Reino futuro es un Reino de amor, el Reino que tenemos que ayudar a construir desde acá, tiene que ser también un reino de amor, en la tierra. Un Reino donde los valores que fundamenten la sociedad, sean los valores del Evangelio, – que son los valores del Reino, – y en El Evangelio sólo se promueven valores como el amor, la esperanza, la solidaridad, la misericordia, la fraternidad, la defensa de la vida y de la dignidad. Valores todos positivos, que construyen, no destruyen, que integran, no separan.

 

¿Qué son los Valores?

 

 

Se habla mucho de valores, de modo que aclaremos el concepto. ¿A qué se llama valor? Hay diversas explicaciones; les propongo ésta, para que sepamos de qué hablamos cuando nos referimos a los valores: un valor es algo que consideramos tan importante, tan valioso, – como dice la palabra misma, valor,– que lo adoptamos como un principio que guía nuestra vida, lo defendemos, lo cuidamos. Los valores que asumimos determinan lo que queremos que sea nuestra vida, y si nos proponen algo que no está de acuerdo con ellos, nuestra actitud y nuestra respuesta será: “NO”, porque eso se opone a las satisfacciones y al sentido que busco en mi vida. El conjunto de valores que rige nuestro comportamiento da sentido a nuestra vida.

 

Son enfoques de la vida, son fuerzas motivadoras

 

 

Los valores no son simplemente unos principios intelectuales; los valores son “operativos”, es decir, no se quedan en el papel o en la palabra, sino que nos marcan la dirección que debemos seguir y nos motivan a vivir de acuerdo con ellos. Son enfoques de la vida, guían nuestra elección, cuando tenemos que escoger un camino. Los valores son fuerzas motivadoras.[3] Por ejemplo, si el respeto a las personas es un valor importante para nosotros, nos esforzaremos porque nuestro trato a los demás esté orientado a no hacer nada que los ofenda, nada que maltrate su dignidad. Y así en todos los valores.

El Reino está fundado en valores propios de los seres creados por Dios. Dios nos creó con esos valores impresos en nuestro mismo ser. Ya reflexionamos sobre el regalo invaluable de la vida, que nos hizo Dios y que viene adornado con la dignidad que es propia de toda persona humana, por ser creada a imagen y semejanza de Dios.

La familia es un valor del Reino

 

Además de meditar en el don de la vida y la dignidad de la persona, también reflexionamos ya sobre el don de la fraternidad. Decíamos que Dios no nos creó solos, sino como parte de su familia. Somos hermanos todos los hombres, somos hijos del mismo Padre, nuestro Creador Dios. No inventamos nosotros ese derecho de familia ni lo merecimos. Es un regalo de Dios. Nadie tiene derecho a negarlo ni nos los puede quitar. Son valores que respetamos y defendemos. La familia es un valor del Reino. Las actitudes y comportamientos que pretendan infravalorar o destruir la familia, son ’antivalores’, como es también la discriminación, que desconoce la integración de todos como hijos de Dios. Y así podríamos enumerar otros valores, como la libertad.

Vimos en las reflexiones anteriores, que estos bienes de que podemos gozar: la vida y la dignidad de la persona humanay la fraternidad, son bienes del Reino de Dios. Porque existimos a imagen y semejanza de Dios y porque somos sus hijos, tenemos la capacidad, – claro no sólo con nuestras fuerzas / sino con la intervención de la gracia, – somos capaces de poseer el Reino, es decir, de gozar un día, plenamente, del Reino de los cielos que el Señor nos tiene preparado desde la eternidad. Es nuestra herencia, que por la misericordia del Señor esperamos encontrarcuando nos reciba con el saludo: “Venid, benditos de mi Padre, recibid la herencia del Reino preparado para personas como vosotros, desde la creación del mundo.”

¿Herencia preparada para personas como nosotros?¿Cómo merecer semejante herencia?, nos lo dijo el Señor. Lo hemos oído muchas veces y lo repite el Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia en el N° 57. Se trata de ajustar nuestra vida a lo que el Señor nos enseñó y está en el Evangelio. El resumen de los requisitos para entrar a disfrutar del Reino está en Mt 25, 34-36.40 Recordemos una vez más esas palabras:

 

«Venid, benditos de mi Padre, recibid la herencia del Reino preparado para vosotros desde la creación del mundo. Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; era forastero, y me acogisteis; estaba desnudo, y me vestisteis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a verme … en verdad os digo que cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis»

 

Entonces, para merecer la herencia que el Padre Celestial nos tiene preparada, lo que tenemos que hacer está en el Sermón del Monte. Está en el Evangelio. Es vivir según el Evangelio, según sus valores.

Los frutos buenos de la naturaleza y de nuestra laboriosidad

 

 

Es, sin duda la vida, el don y valor más preciado, además de la dignidad de hijos de Dios, hechos a su imagen y semejanza.Otros bienes son también propios del Reino que debemos ayudar a construir. Esto nos dice el Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia en el N° 57 que estamos estudiando:

Los bienes, como la dignidad del hombre, la fraternidad y la libertad, todos los frutos buenos de la naturaleza y de nuestra laboriosidad, difundidos por la tierra en el Espíritu del Señor y según su precepto, purificados de toda mancha, iluminados y transfigurados, pertenecen al Reino de verdad y de vida, de santidad y de gracia, de justicia, de amor y de paz que Cristo entregará al Padre y donde nosotros los volveremos a encontrar.

Observemos que entre los bienes del Reino, la Iglesia mencionatodos los frutos buenos de la naturaleza y de nuestra laboriosidad. Nuestro trabajo puede ser un bien del Reino, cuando se hace en el Espíritu del Señor,cuando se ha iluminado y purificado de toda mancha. Cuando nuestro trabajo no es egoísta, cuando es honrado, cuando se hace bien, cuando contribuye al bien. Nuestro trabajo así, es una contribución a la construcción del Reino en la tierra.

Los bienes materiales, como veremos en su momento, no son malos en sí mismos. Por el contrario, si son administrados como Dios quiere, pueden ser una importante contribución en la construcción del Reino de Dios. Es algo que los poderosos no han comprendido; muchas personas y las naciones poderosas no han comprendido que son sólo administradores, no dueños absolutos. La inequidad en la distribución de los bienes de la tierra es una prueba de que la aceptación de los valores delEvangelio no ha llegado a su plenitud.La corrupción en el manejo de los bienes públicos, es una demostración de que nuestros ciudadanos necesitan convertirse, pues se apropian de lo que no es suyo e impiden que muchos compatriotas no puedan vivir una vida digna, de hijos de Dios.

Aunque volvamos a tratar algunos temas, como por ejemplo, la dignidad de la persona, veamos algo del documento de Aparecida, que nos ayuda a aclarar estas ideas de nuestro papel como obreros del Reino, como comunicadores de la buena nueva. El documento de Aparecida es maravilloso. Los invito a que lo consigan. Se puede leer en la página web del CELAM. No se puede imprimir desde allí, pero sí se puede leer. (En la columna “Blogroll”, a la derecha de esta página, haga clic en CELAM).

 

 

La buena nueva de la dignidad humana, de la vida, de la familia, del trabajo, de la ciencia y de la solidaridad con la creación

 

 

Leamos un poquito en la segunda parte del documento de Aparecida, que trata sobre LA VIDA DE JESUCRISTO EN LOS DISCÍPULOS MISIONEROS. Tenemos que conocer ese maravilloso documento, es un extraordinario regalo de la Iglesia. En el N°103 dice:

Con la alegría de la fe, somos misioneros para proclamar el Evangelio de Jesucristo y, en Él, la buena nueva de la dignidad humana, de la vida, de la familia, del trabajo, de la ciencia y de la solidaridad con la creación.

Califican nuestros obispos a la vida, a la dignidad humana, a la familia, al trabajo, a la ciencia, a la solidaridad con la creación, como parte de “la buena nueva”. Volvamos a leer esas pocas líneas: Con la alegría de la fe, somos misioneros para proclamar el Evangelio de Jesucristo y, en Él, la buena nueva de la dignidad humana, de la vida, de la familia, del trabajo, de la ciencia y de la solidaridad con la creación.

Bendecimos a Dios por la dignidad de la persona humana, creada a su imagen y semejanza

 

 

En el capítulo 3.1 trata el documento de Aparecida sobre la dignidad de la persona humana con el título: LA BUENA NUEVA DE LA DIGNIDAD HUMANA. Dice en el N°104:

Bendecimos a Dios por la dignidad de la persona humana, creada a su imagen y semejanza. Nos ha creado libres y nos ha hecho sujetos de derechos y deberes en medio de la creación. Le agradecemos por asociarnos al perfeccionamiento del mundo, dándonos inteligencia y capacidad para amar; (Bendecimos a Dios) por la dignidad, que recibimos también como tarea que debemos proteger, cultivar y promover.

Cada línea del documento es suficiente materia de reflexión, de meditación y nos debe llevar a un examen, a ver cómo es nuestro comportamiento a ese respecto. Bendice a Dios porque Nos ha creado libres y nos ha hecho sujetos de derechos y deberes en medio de la creación.

Dios nos creó libres, sujetos de derechos y deberes. Nos podemos preguntar cómo manejamos nuestra libertad, cómo usamos y defendemos nuestros derechos y si somos fieles cumplidores de nuestros deberes. Como no nos podemos detener en cada punto, por lo menos hagámoslo con el tema de la libertad. Dejémonos guiar por el Catecismo y por Juan Pablo II.

Sabemos que recibimos el don de la fe como un regalo gratuito de Dios, pero creer, es un acto auténticamente humano, que si bien no puede darse sin la gracia y los auxilios del Espíritu Santo, sin embargo, el hombre al creer, debe responder voluntariamente a Dios; el acto de fe es voluntario por su propia naturaleza,[4] y este don inestimable de la fe, – porque Dios nos creó libres, – podemos perderlo.[5] Podemos alejarnos de Dios. Dios no nos amarra a Él.

 

La respuesta equivocada del hombre a la libertad con que Dios lo creó

 

 

Somos libres, pero ser libres no quiere decir estar autorizados para hacer todo lo que queramos. Sólo nuestro deseo, nuestros instintos, nuestro interés, nuestro gusto, no son criterios adecuados para decidir lo que vamos a hacer. El Catecismo nos enseña en el N° 311, que somos inteligentes y libres pero nos podemos equivocar en la escogencia del camino. Fue lo que de hecho sucedió con el hombre en sus orígenes. Así entró el mal moral en el mundo. “El pecado es un abuso de la libertad que Dios da a las personas creadas” (Catecismo N° 387) “El pecado original fue la respuesta equivocada del hombre a la libertad con que Dios lo creó.” (Catecismo N° 396)

Sin embargo, a pesar del pecado original Dios no nos quitó la libertad. El Catecismo en el N° 407 no enseña que “el hombre posee una naturaleza herida, inclinada al mal”… pero permanece libre. Los primeros reformadores protestantes, a diferencia de la Iglesia, enseñaban que el hombre estaba radicalmente pervertido y su libertad anulada por el pecado de los orígenes.[6]

 

Juan Pablo II, en su libro “Memoria e Identidad” nos ofrece unas excelentes reflexiones sobre el uso de la libertad. ¿Quién mejor que él nos puede ayudar en este momento? Oigamos algo.

 

Libertad: dimensión individual y colectiva

 

Nos aclara lo que es la libertad, que, – nos dice,es la posibilidad de decidir de sí y por sí mismos” (Pg. 49) y añade que esta posibilidad de decidir “no sólo tiene una dimensión individual sino también colectiva.Si soy libre, significa que puedo usar bien o mal mi propia libertad.Si la uso bien, yo mismo me hago bueno, y el bien que realizo influye positivamente en quien me rodea. Si por el contrario la uso mal, la consecuencia será el arraigo y la propagación del mal, en mí y en mi entorno. [7]

 

Y somos responsables del uso que hacemos de nuestra libertad.”Los actos humanos son libres y, como tales, comportan la responsabilidad del sujeto, nos enseña Juan Pablo II. El hombre quiere un determinado bien y se decide por él; por tanto es responsable de su opción.[8]

Digamos finalmente, para volver sobre los bienes del Reino, que la libertad bien usada es un bien del Reino. Los que privan injustamente de la libertad a los demás, por ejemplo por el secuestro, no están construyendo el Reino. Están impidiendo su construcción. Están impidiendo a los secuestrados gozar de un bien con que Dios los dotó: la libertad.Y si nosotros hacemos un mal uso de nuestra libertad, tampoco permitimos que sean los valores del Reino, los valores del Evangelio, los que rijan nuestra vida.

 

Fernando Díaz del Castillo Z

Escríbanos a: reflexionesdsi@gmail.com

 


 

[1] Mt. 3,2;Lc 3,10-14

[2] Catequesis del 21 de julio de 1999 Cfr. http://es.catholic.net/conocetufe

[3]Víctor Frankl dice: “El sentido y los valores son las «razones» que «mueven» al ser humano a adoptar un determinado comportamiento.” “El Hombre Doliente”, IV El Problema de la Voluntad Libre, Herder, Pg. 194

[4] Catecismo N° 160, Dignitatis humanae 10

[5] Cfr Catecismo, N° 154, 160, 162

[6] Sobre el pecado original véase en el Catecismo, entre otros, N° 396-409

[7] Cfr. Memoria e Identidad, Conversaciones al filo de dos milenios”, Planeta, 7, y Cfr. Pgs. 49,50ss

[8] Ibidem, Pg. 50