Reflexión 33 Jueves 12 de octubre 2006

 

 

Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia Nº 41

 

Estamos estudiando el primer capítulo del Compendio de la D.S.I. que nos enseña cuál es el designio o plan de Dios para la humanidad. En la reflexión  pasada continuamos el estudio del Nº 41. Este número y los tres siguientes se dedican al tema: El discípulo de Cristo como nueva criatura. Nos explica allí el Compendio que

La vida personal y social así como el actuar humano en el mundo están siempre asechados por el pecado, pero Jesucristo, “padeciendo por nosotros, nos dio ejemplo para seguir sus pasos y, además, abrió el camino, con cuyo seguimiento  la vida y la muerte se santifican y adquieren nuevo sentido”.

 

El ser humano, gracias a la pasión, muerte y resurrección de Jesucristo fue reconciliado con Dios, consigo mismo y con el universo creado

Desde el pecado original, el universo no es como el Creador lo quería, como Él lo diseñó; el hombre empañó en sí mismo la imagen y semejanza de Dios, como fue originalmente creado. Por eso nuestro actuar en el mundo, nuestra vida personal y social, están permanentemente amenazados por el pecado. Sin embargo, gracias a la misericordia de Dios, la situación del hombre no está perdida, porque la vida, pasión y resurrección de Jesús, como nos enseña la  Constitución Gaudium et Spes, del Concilio Vaticano II, en el Nº 22, ha devuelto a la descendencia de Adán la semejanza divina, deformada por el primer pecado.

Leamos de nuevo con atención esa frase del Concilio: Jesucristo, por medio de su vida, pasión, muerte y resurrección ha devuelto a la descendencia de Adán la semejanza divina, deformada por el primer pecado. En él, la naturaleza humana asumida, no absorbida,[1] ha sido elevada también en nosotros a dignidad sin igual.

De manera que el Hijo de Dios al hacerse hombre tomó, sin destruirla, la naturaleza humana y la dignificó con una dignidad a la que sólo Él podía elevar. El mundo cambió cuando Dios se hizo parte de él.

Y continúa luego el Concilio: El Hijo de Dios  con su encarnación se ha unido, en cierto modo, con todo hombre. Trabajó con manos de hombre, pensó con inteligencia de hombre, obró con voluntad de hombre, amó con corazón de hombre. Nacido de la Virgen María, se hizo verdaderamente uno de los nuestros, semejante en todo a nosotros, excepto en el pecado.[2] Hasta allí las palabras del Concilio.

Para  comprender cómo es eso de la reconciliación que nos mereció Jesucristo, reconciliación con el Padre, con nosotros mismos y con toda la creación, leímos dos textos de San Pablo: en la 2ª Carta a los Corintios, capítulo 5º, los vv. 18 y siguientes, y en Colosenses 1, 20-22 . Leámoslos de nuevo.

…el que está en Cristo, es una nueva creación; pasó lo viejo, todo es nuevo. Y todo proviene de Dios, que nos reconcilió consigo por Cristo y nos confió el misterio de la reconciliación. Porque en Cristo estaba Dios reconciliando al mundo consigo, no tomando en cuenta las trasgresiones de los hombres, sino poniendo en nuestros labios las palabras de la reconciliación.

Es San Pablo, el que escribió esto. Es palabra revelada.

Recordemos las notas de la Biblia de Jerusalén sobre estos textos, pues nos ayudan a comprender mejor lo que Cristo hizo por nosotros. Dice que Dios que había creado todas las cosas por Cristo, (Cfr Jn 1,3), restauró su obra, desordenada por el pecado, re-creándola en Cristo (Col1-15-20). El centro de esta “nueva creación”, que afecta a todo el universo, (Col 1,19s; Cf 2 P 3,13; Ap 21,1), es aquí el “hombre nuevo”, creado en Cristo (Ef 2,10), para una vida nueva, (Rm 6,4) de justicia y santidad (Ef 2,10; 4,24; Col 3,10).

Repitamos ahora la lectura del primer capítulo de Colosenses, desde la segunda parte del v. 18 al 23: Él (Cristo) es el Principio, el Primogénito de entre los muertos, para que sea él primero en todo, pues Dios tuvo a bien hacer residir en él toda la Plenitud, y reconciliar por él y para él todas las cosas, pacificando, mediante la sangre de su cruz, lo que hay en la tierra y en los cielos.

 

Todo el universo estaba asociado con el hombre en el pecado. Al ser Cristo la cabeza de todo el universo, lo asocia también a la salvación

 

Ya en otra oportunidad habíamos reflexionado sobre la salvación de todo el universo, y nos habíamos referido a este texto de San Pablo. Como la Biblia de Jerusalén nos explica, “Para Pablo, la Encarnación, coronada por la Resurrección, ha puesto a la naturaleza humana de Cristo no sólo a la cabeza del género humano, sino de todo el universo creado, asociado en la salvación, como lo había estado en el pecado.” De manera que todo el universo estaba asociado con el hombre en el pecado. Ahora, al ser Cristo la cabeza de todo el universo, lo asocia también a la salvación. La salvación del hombre, que había caído, y con él todo el universo, ha sido conseguida por la muerte y resurrección de Jesucristo

Continúa la anotación de la Biblia de Jerusalén con estas palabras: “Esta reconciliación universal engloba a todos los espíritus celestes, lo mismo que a todos los hombres. Pero no significa la salvación individual de todos, sino la salvación colectiva del mundo por su vuelta al orden y a la paz en la sumisión perfecta a Dios.”

 

La salvación que nos mereció Jesucristo es la vuelta al orden de todo el mundo pero individualmente tenemos que hacer nuestra parte

 

Como decíamos en la reflexión pasada, es importante tener en cuenta que la salvación que nos mereció Jesucristo, como nos aclaran las palabras de la Biblia de Jerusalén, es la vuelta al orden de todo el mundo; pero  individualmente tenemos que hacer nuestra parte, lo cual podremos conseguir, no solos, sino con la ayuda de la gracia. Por eso necesitamos acudir a la oración, al sacrificio, a los sacramentos… Pero sin la muerte y resurrección de Jesucristo, esto no hubiera sido posible.

 

Misión de los laicos: buscar el Reino de Dios, tratando las realidades temporales y ordenándolas según Dios

 

Viene bien insistir que, el volver las cosas todas al orden perfecto en Cristo, se completará al final de los tiempos. Mientras tanto tenemos la misión de ayudar en la edificación de este Reino de justicia, de amor, de armonía, de paz. Nosotros, individualmente, tenemos que trabajar en la construcción del reino en nosotros mismos. Tenemos que seguir el camino que abrió Jesucristo. Ese proceso comenzó en nuestro nuevo nacimiento, en el bautismo. Y los laicos tenemos además la misión de buscar el Reino de Dios, tratando las realidades temporales y ordenándolas según Dios,  como nos enseñó Juan Pablo II en Christifideles laici (Nº 15). O como dice el mismo Papa en el mismo documento: Dios ha confiado el mundo a los hombres y a las mujeres, para que participen en la obra de la creación, la liberen del influjo del pecado y se santifiquen en el matrimonio, el celibato, en la familia, en la profesión y en las diversas actividades sociales.

Sepultados por el bautismo en la muerte de Cristo

A propósito del nuevo nacimiento en el bautismo, recordemos la necesidad de este nuevo nacimiento, del que Jesús habló a  Nicodemo en el capítulo 3º de Juan: …”el que no nazca de agua y de Espíritu no puede entrar en el reino de Dios”, le dijo el Señor, era una clara alusión a la recepción del Espíritu Santo, por medio del sacramento del bautismo,.

Para terminar esta parte de nuestra reflexión, volvamos a leer el comienzo del Nº 41 del Compendio, que estamos comentando:

La vida personal y social así como el actuar humano en el mundo están siempre asechados por el pecado, pero Jesucristo, “padeciendo por nosotros, nos dio ejemplo para seguir sus pasos y, además, abrió el camino, con cuyo seguimiento la vida y la muerte se santifican y adquieren nuevo sentido”.

El discípulo de Cristo se adhiere, en la fe y mediante los sacramentos, al misterio pascual de Jesús, de modo que su hombre viejo, con sus malas inclinaciones, está crucificado en Cristo. En cuanto nueva criatura, es capaz mediante la gracia  de caminar según “una vida nueva”.

Cita aquí el Compendio a Rm 6,4, que dice: Fuimos, pues, con él sepultados por el bautismo en la muerte, a fin de que, al igual que Cristo fue resucitado de entre los muertos por medio de la gloria del Padre, así también nosotros vivamos una vida nueva.

Nos explica la citada Biblia de Jerusalén, el sentido de esta figura utilizada por San Pablo: “sepultados por el bautismo en la muerte”; la inmersión en el agua del bautismo es figura de la acción de sepultar al pecador en la muerte de Cristo; el bautizado sale de esa muerte, como nueva criatura, como hombre nuevo,  por la resurrección con él, como miembro de un único Cuerpo, animado del único Espíritu. 

Significado del agua en el bautismo

 

El Cardenal Ratzinger en su libro: Introducción al espíritu de la liturgia[3], nos ofrece esta bella explicación sobre el significado del agua en el bautismo, y esta idea de la muerte y la resurrección:

La tradición eclesial distingue un doble simbolismo atribuido al agua. El agua salada del mar es símbolo de la muerte, es amenaza y peligro; el agua salada evoca el mar Rojo que fue mortal para los egipcios y del cual fueron salvados los israelitas. El Bautismo es una suerte de paso del mar Rojo. Incluye un acontecimiento de muerte. Es algo más que un baño o una ablución. Sus raíces se hunden en lo más profundo de la existencia hasta tocar la muerte. El Bautismo es una comunidad en la cruz con Cristo. He aquí lo que la imagen del Mar Rojo quiere proponernos: que el Bautismo es un misterio de muerte y resurrección (cf Rm 6,1-11). Por el contrario, el agua, que fluye de una fuente, es señal de la fuente de la que toda vida brota. Es un símbolo de vida. Por eso, era una norma de la antigua Iglesia  que se administrara el Bautismo con “agua viva”  con agua de una fuente. De este modo se podía experimentar el Bautismo como inicio de una nueva vida. Los Santos Padres vieron en el fondo de todo ello la conclusión de la historia de la Pasión, tal como refiere Juan. El cuarto evangelio dice que del costado abierto del Señor brotaron sangre y agua. El Bautismo y la Eucaristía nacen del corazón perforado de Jesús. Ese Corazón se ha convertido en una fuente viva que nos hace vivir (cf Jn 19,34s; 1Jn 5,6). En la fiesta de los Tabernáculos profetizó Jesús, que de aquel que venga a Él y beba, brotarán torrentes de agua viva.

El cuarto evangelio añade que “esto lo decía refiriéndose al Espíritu que iban a recibir los que creyeran en Él” (Jn 7,38). El bautizado se convierte en fuente. Cuando recordamos a los grandes santos de la historia, de los que verdaderamente brotaron corrientes de fe, esperanza y caridad, podemos entender mejor lo que Jesús nos dejó dicho; entonces se nos vuelve inteligible en que consiste la dinámica del Bautismo al considerar la promesa y la misión que entraña.

 Es bellísimo cómo, todo lo que nos explican de nuestra fe, encaja perfectamente, es perfectamente coherente.

Terminamos nuestra reflexión del Nº 41, que nos explica cómo el ser humano, gracias a la pasión, muerte y resurrección de Jesucristo fue reconciliado con Dios, consigo mismo y con el universo creado. Es una nueva criatura, un hombre nuevo, que está llamado a seguir los pasos de Jesús. Dice el Compendio, citando la Constitución Gaudium et Spes en el Nº 22, que con el seguimiento de Jesús, la vida y la muerte se santifican y adquieren nuevo sentido.

Leamos la parte final del Nº 41 del Compendio, que dice:

El discípulo de Cristo se adhiere, en la fe y mediante los sacramentos, al misterio pascual de Jesús, de modo que su hombre viejo, con sus malas inclinaciones, está crucificado con Cristo. En cuanto nueva criatura, es capaz mediante la gracia de caminar según “una vida nueva” (Rm 6,4). Es un caminar que

Vale no solamente para los cristianos, sino también para todos los hombres de buena voluntad, en cuyo corazón obra la gracia de modo invisible. Cristo murió por todos, y la vocación suprema del hombre en realidad es una sola, es decir, la divina. En consecuencia, debemos creer que el Espíritu Santo ofrece a todos la posibilidad de que, en la forma de solo Dios conocida, se asocien a este misterio pascual.

 

Vocación universal del hombre a la salvación

 

Esta palabras de la Constitución Gaudium et Spes en el Nº 22, que afirman de manera contundente la vocación universal del hombre a la salvación, las debemos considerar con todo cuidado.

Veamos en qué forma se refiere el Concilio al cristiano, el discípulo de Cristo, como lo llama aquí. El Catecismo Astete, a la pregunta ¿Qué quiere decir cristiano, respondía: Cristiano quiere decir hombre de Cristo. Lo que se espera pase con el discípulo, con el hombre de Cristo, nos dice el Concilio que es, su adhesión al misterio Pascual de Jesús, en la fe y mediante los sacramentos. Así, el hombre viejo, con sus malas inclinaciones se crucifica con Cristo; participa de la muerte y resurrección de Cristo. Y fijémonos bien: mediante la gracia, es capaz, como nueva criatura, de caminar según una vida nueva. Estamos llamados a vivir de otra manera a como viven los paganos.

Tenemos mucho que meditar de estas palabras. De manera que la manera de participar del misterio Pascual, de la obra de Cristo muerto y resucitado, es con nuestra adhesión a este misterio por la fe y mediante los sacramentos. Gracias a ellos, el Espíritu Santo nos dará las gracias necesarias, para caminar según una vida nueva. Sin esta ayuda no podemos.

 

¿Qué significa adherir al misterio Pascual en la fe?

 

Parece que a los cristianos se nos pasaran por alto estas verdades tan importantes: porque nos hablan de adherir al misterio Pascual en la fe, y parece que nuestra profesión de fe en Jesucristo muerto y resucitado, se redujera a confesar, sólo de palabra, que creemos, cuando recitamos el Credo, pero sin trasladar nuestra fe a la vida, y la fe, que nos es concedida por la gracia de Dios, supone una respuesta nuestra.

Para quien tiene fe, la visión de la vida y del mundo es distinta de la manera de ver el mundo que tiene el no creyente. Basta escuchar o leer a los no creyentes lo que opinan de la vida, y el mundo desordenado que  ellos quisieran, para comprender lo distantes que están del plan de Dios.

Y nosotros deberíamos vivir esa vida nueva que nos mereció Jesucristo. Vemos, y podríamos decir que sentimos, la presencia de Dios en nuestra vida y en el mundo, sobre todo cuando todo nos resulta bien. Pero aun cuando se oscurezca el horizonte, cuando parece que Dios se hubiera escondido, en el fondo sigue esa lucecita de la fe y sabemos que en medio de la oscuridad también está Dios. Nuestra fe está llena de esperanza, porque está llena de la luz del misterio pascual. La vida, el mundo, se ven distintos desde la perspectiva de la Pascua.

Alguien me envió por internet uno de tantos pensamientos que vuelan por el ciberespacio, y me llegó cuando preparaba esta reflexión. Creo que vale la pena compartirlo con ustedes. Dice:

Cierta vez, un hombre pidió a Dios una flor…y una mariposa.

Pero Dios le dio un cactus… y una oruga.

El hombre se puso triste, pues no entendió por qué su pedido había llegado equivocado.

Luego pensó: “Bueno, es que tiene tanta gente que atender…” Y resolvió no preguntar.

Pasado algún tiempo, el hombre fue a examinar el pedido que había dejado olvidado.

Para su sorpresa, del espinoso y feo cactus había nacido la más bella flor roja. Y la oruga se había transformado en una bellísima  mariposa.

La moraleja que añaden es la que podíamos esperar: Dios hace siempre lo correcto, aunque a nuestros ojos parezca que todo está equivocado.

No siempre lo que deseas es lo que necesitas. Dios nunca falla en sus entregas. La espina de hoy… será la flor de mañana. Nosotros podríamos añadir que, el cactus y la oruga, parecen un símbolo de muerte y resurrección…

Volvamos a nuestro estudio. La fe implica una libre y entera adhesión a Dios; una aceptación de los planes de Dios, que siempre serán en nuestro bien, aunque a veces no los entendamos. Por eso, conocedor de nuestra flaqueza, el Señor nos mandó al Espíritu Santo que nos ilumina y nos da la fortaleza que necesitamos. A veces parece que se nos olvidara que el Espíritu Santo está presente en la Iglesia, a través de los sacramentos. Y nos alejamos de ellos. Tenemos hambre, nos ofrecen el pan y no nos acercamos a tomarlo. Estamos débiles o enfermos, tenemos el medicamento y el alimento a nuestra disposición y los ignoramos. En cada sacramento se nos comunica el Espíritu Santo y los tratamos como si fueran sólo signos externos, ritos exteriores sin contenido. Hoy por ejemplo, hay parejas que contraen matrimonio civil, pudiendo hacerlo por medio del sacramento. Seguramente lo ven vacío, sólo como una ceremonia social…no ven la diferencia…

Para comprender los fundamentos de la Doctrina Social de la Iglesia, el Compendio nos ha puesto a repasar nuestra fe y qué bien nos viene el repaso. De modo que los que hemos sido regalados con el don de la fe, podremos vivir como las nuevas criaturas en que nos convirtió el bautismo, con la ayuda del Espíritu Santo, por medio de los sacramentos. De verdad que este mundo necesita que lo llene el Espíritu Santo. ¡Qué distinto sería!

 

Fe y sacramentos con sus señales externas, son lo espiritual y lo material, lo terreno y lo celestial, que se unen

Los sacramentos son una especie de contacto con el mismo Dios

 

Los sacramentos, están a nuestra mano… Y no son simples ritos externos. El Catecismo (1210ss) nos enseña que mediante los sacramentos de la iniciación cristiana (Bautismo, Confirmación, Eucaristía), se ponen los fundamentos de la vida cristiana. Pasa un poco como con los cimientos de las casas: no se ven, pero siguen actuando. Si se quitaran los cimientos la casa se caería. Los sacramentos siguen actuando todo el tiempo en nuestra vida, y de qué manera. El Catecismo en el Nº 1212, cita a Pablo VI en la Constitución Apostólica “Divinae Consortium naturae”, donde dice:

“La participación en la naturaleza divina, que los hombres reciben como don mediante la gracia de Cristo, tiene cierta analogía con el origen, el crecimiento y el sustento de la vida natural. Los fieles renacidos en el Bautismo se fortalecen con el sacramento de la Confirmación y finalmente, son alimentados en la Eucaristía con el manjar de la vida eterna, y así, por medio de estos sacramentos de la iniciación cristiana, reciben cada vez con más abundancia los tesoros de la vida divina y avanzan hacia la perfección de la caridad”.

El trato que muchas veces se da a los sacramentos no corresponde a lo que creemos sobre ellos. Los tratamos, a veces, como si fueran sólo una ceremonia que obrara de modo pasajero en nuestro estado de ánimo mientras participamos en ella. Y resulta que a través de ellos el Espíritu Santo actúa en nosotros y los necesitamos para vivir la vida nueva, como nuevas criaturas.

 Sobre el significado de los signos externos en los sacramentos, el Cardenal Ratzinger, hoy Benedicto XVI, tiene estas bellas palabras: La fe no es algo etéreo, sino que se adentra en el mundo material. A su vez, mediante los signos del mundo material entramos en contacto con Dios. Dicho de otra manera: los signos son expresión de la corporalidad de nuestra fe. Y continúa:

 Con otras palabras: los sacramentos son una especie de contacto con el mismo Dios. Demuestran que la fe no es puramente espiritual, sino que entraña y genera comunidad, e incluye la tierra y la creación…[4]

De manera que fe y sacramentos con sus señales externas, son lo espiritual y lo material, lo terreno y lo celestial, que se unen. Siguen la misma línea del comportamiento de Dios, que para llegar a nosotros se hace carne. Los seres humanos, carne y espíritu, necesitamos de lo externo para llegar a Dios. Por eso Dios  nos dejó los sacramentos vinculados a lo material: al agua, al aceite, al pan, al vino; cosas materiales que podemos ver, sentir, palpar, gustar; y Dios actúa a través de ellos.[5]

 Para que no creamos que los sacramentos obran como magia, es bueno leer  estas última líneas del Cardenal Ratzinger: …como toda acción de Dios, quedan confiados a nuestra libertad; no actúan (los sacramentos) –como el evangelio en general – mecánicamente, sino en conjunción con nuestra libertad.[6]


[1]Para comprender en qué consiste la naturaleza humana de Cristo, Cfr. Catecismo Nº 467, El Concilio Vaticano cita en la Gaudium et Spes, 22, los Concilio II y III de Constantinopla  y el de Calcedonia. Cfr. Reflexión 25 de agosto 17, 2006. El Concilio Vat. cita el Constantinopolitano III: “ita et humana eius voluntas deificata non est perempta”(Denz. 29)1, que podemos traducir: “de esta manera su voluntad humana deificada no pereció (no fue destruida)

 [2] Cf Hebr 4,15

[3] Joseph Ratzinger, Introducción al espíritu de la liturgia, San Pablo, Pg.183

[4] Joseph Ratzinger, Dios y el Mundo, Galaxia Gutemberg, Círculo de Lectores, Pg. 376s

[5] Cf Joseph Ratzinger, El Espíritu de la liturgia, San Pablo, Pg. 182

[6] Ratzinger, Dios y el Mundo,  ibidem

Reflexión 32, Jueves 5 de octubre 2006 Creados para amar

                        Recordemos que fuimos creados para amar

 

La Doctrina Social de la Iglesia se fundamenta en el amor. Como fuimos creados a imagen y semejanza de Dios que es Amor, es de la esencia misma del hombre, el amor. No amar, entonces, es contra la naturaleza del hombre. Es que Dios nos creó así, para amar.

Decíamos, en la Reflexión 20, del 22 de junio de 2006 que, al meditar sobre Jesucristo, coronación del plan amoroso de DiosPadre, la Iglesian os hizo comprender cómo, al encarnarse en la Persona de Jesucristo,Dios se acercó de modo tan íntimo a nosotros, que se hizo igual a nosotros en todo, menos en el pecado.[1] La creación del hombre, a imagen de Dios, y luego, el misterio de la Encarnación de Dios en la Persona de Jesucristo, tiene consecuencias  maravillosas en la humanidad. Para nosotros, creyentes, la dignidad de la persona humana es evidente. Veamos cómo nos hizo Dios comprender esta maravilla.

Como hemos visto, en el Antiguo Testamento apenas se vislumbraba el Misterio de la Trinidad; fue Jesucristo, Dios y Hombre, quien nos permitió dar una mirada a la vida íntima de Dios. Como nos explicó bellamente Benedicto XVI, Jesucristo nos dio a conocer algo inesperado: que  Dios no es soledad, que  Dios es un acontecimiento de Amor. Como dice el Compendio de la D.S.I. en el Nº 31: El Rostro de Dios, revelado progresivamente en la historia de salvación, resplandece plenamente en el Rostro de Jesucristo Crucificado y Resucitado. Repitámoslo: el rostro de Dios se fue revelando progresivamente en la historia y resplandeció plenamente en el rostro de Jesucristo. Él  nos  enseñó  que Dios es Trinidad: Padre, Hijo y Espíritu Santo, realmente distintos y realmente uno, porque las Tres Personas divinas son comunión infinita de amor. De modo que Dios no es soledad, es un acontecimiento de amor. La parte del Compendio, que trata este asunto va del Nº 30 al 33, y lleva por título La revelación del amor trinitario. Quizás nos venga bien volver a meditarlos,   con las Reflexiones 14 y 15. Aquí lo haremos brevemente.

 

La distancia entre el hombre y la divinidad

Recordemos que Moisés deseaba ver el rostro de Dios, como encontramos en el capítulo 33 del libro del Éxodo, pero no le fue dado ese privilegio. En el v. 19 le dice Moisés al Señor: Déjame ver, por favor, tu gloria. El Señor le contestó: mi rostro no podrás verlo; porque no puede verme el hombre y seguir viviendo. La Biblia de Jerusalén comenta que Tan grande es el abismo entre la indignidad del hombre y la santidad de Dios, que el hombre debería morir con sólo ver a Dios o con sólo oírle. La misericordia de Dios, sin embargo, se las arregla para acercarse a nosotros. En el mismo texto del Éxodo, a la petición de ver su rostro, el Señor le dice a Moisés que Él es misericordioso, y lo instruye para que se ubique en una hendidura de la peña cuando su gloria vaya a pasar. Él, Dios, lo cubrirá con su mano hasta que haya pasado, luego quitará su mano, para que vea sus espaldas; pero, mi rostro, le dice, no se puede ver. Es una bella manera de explicar, la Escritura, la distancia entre el hombre y la divinidad y al mismo tiempo la bondad de Dios.

 

En el rostro de Jesucristo resplandece la gloria de Dios

 

Sabemos hasta dónde llegó la misericordia de Dios, con la Encarnación; como leemos en el primer capítulo del Evangelio de Juan: …la Palabra se hizo carne, y puso su morada entre nosotros, y hemos visto su gloria, gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y de verdad. En el texto del Éxodo que acabamos de leer, Moisés pide al Señor que lo deje ver su gloria. Juan dice que la Palabra se hizo carne, se bajó hasta nosotros, y así hemos podido ver su gloria. En Jesucristo resplandece la gloria, el rostro de Dios. Para que pudiéramos ver su gloria, Él bajo hasta la humanidad, tomó nuestra naturaleza, y así la elevó a una dignidad impensable para la capacidad humana, que pudo contemplar la gloria de Dios en el rostro del Resucitado, Jesucristo.

 

Si Dios no es soledad, nosotros tampoco lo somos

 

Algunos, quizás por una equivocada interpretación de lo que es la fuerza, tienen el  prejuicio de que el amor a los demás es cosa de personas débiles, de sacerdotes y beatas. Están muy equivocados, pues de la esencia misma del hombre es el amor al prójimo. Estamos llamados al amor y no simplemente porque así lo prediquen los sacerdotes. ¿Por qué, entonces? La explicación la conocemos por la Encarnación de Dios en Jesucristo. Gracias a la revelación de este misterio que nos dio a conocer Jesucristo, sabemos que Dios es Uno y Trino, Tres Personas que viven en una relación de amor. Esto nos indica que Dios es Amor y como nosotros fuimos creados a imagen de Él, que es Amor, entonces, el hecho de ser creados a imagen y semejanza de Dios, que es Amor, tiene como consecuencia, que la relación que debe reinar entre nosotros, los seres humanos, hechos a imagen y semejanza de Dios, tiene que ser semejante a la que se da entre las tres Personas divinas. Iguales no podemos ser jamás, pero sí semejantes. Si fuimos creados a imagen y semejanza de Dios, y Dios es un acontecimiento de Amor, nosotros no podemos ser islas, soledad, seres aislados. En nuestra vida de relación con los demás, tenemos que asemejarnos a ese acontecimiento de amor, que es Dios. Si Dios no es soledad, nosotros, sus imágenes, tampoco podemos serlo.

 

Ser creados a imagen y semejanza de Dios, Uno y Trino, es el fundamento de la unidad del género humano

 

De manera que el hecho de ser creados a imagen y semejanza de Dios, Uno y Trino, es el fundamento de la unidad del género humano. Eso explica la tendencia natural del ser humano a la integración. Somos muchos y diversos, pero por el amor deberíamos ser uno en el espíritu. Estamos llamados a vivir una vida como la de Dios: una vida de amor y solidaridad.

Veíamos que la vida social a la que estamos llamados es un reflejo de la vida íntima de Dios, Uno en tres personas. No olvidemos que estamos llamados a esa vida de armonía, de amor, y que el desorden existente no debería ser lo natural; es la consecuencia del pecado original, de la mala decisión del hombre de apartarse de los planes de Dios. El hombre no quiso ser como Dios lo diseñó, sino independiente de Él,  pero quería ser igual a Él, omnipotente. Y no creamos que eso de pretender ser iguales a Dios fue sólo de nuestros primeros Padres. ¿Acaso hoy, en el siglo XXI, con la manipulación de la vida, que pretende manejar a su antojo, el hombre no pretende ser como Dios? Seguimos repitiendo hoy la conducta soberbia del hombre en su origen.

Vamos a repetir la reflexión que hicimos al respecto, en la citada Reflexión del mes de junio, sobre las implicaciones de la vida trinitaria de Dios, en nuestra propia vida, que se continúa en la tercera parte de este primer capítulo, el que estamos estudiando ahora, y se titula: La persona humana en el designio del amor de Dios, y comprendedel Nº 34 al 49 del Compendio de la D.S.I.

 

La sociabilidad del hombre es propia de su naturaleza por ser creado a imagen y semejanza de Dios

 

En palabras del Compendio, La revelación en Cristo del misterio de Dios como Amor trinitario está unida a la revelación de la vocación de la persona humana al amor y esta revelación ilumina la dignidad y la libertad personal del hombre y de la mujer y la intrínseca sociabilidad humana en toda su profundidad. Eran palabras del Compendio. De modo que al darnos a conocer el misterio de Dios, que es Trino y al mismo tiempo Uno, en el amor, se nos revela también la vocación de la persona humana al amor; se nos revela que la sociabilidad del hombre es propia de su naturaleza, por ser creado a imagen y semejanza de Dios.

Lo que esto significa lo vimos en reflexiones anteriores; es importante que lo comprendamos bien. Repitamos lo esencial. Como lo enseña el Concilio Vaticano II, en la Constitución Pastoral Gaudium et Spes, en el Nº 12, (…) Dios no creó al hombre en solitario. Desde el principio los hizo hombre y mujer (Gen 1,27). Esta sociedad de hombre y mujer es la expresión primera de la comunión de personas humanas. El hombre es, en efecto, por su íntima naturaleza, un ser social, y no puede vivir ni desplegar sus cualidades sin relacionarse con los demás.

Amar es de la esencia de nuestro ser. Así nos diseñó y nos hizo Dios

 

Es clave la última frase del Concilio, que acabamos de leer, la que dice: El hombre es (…), por su íntima naturaleza, un ser social, y no puede vivir ni desplegar sus cualidades sin relacionarse con los demás. Esta afirmación la debemos conectar con la enseñanza del Compendio en el Nº 35, que vimos antes y dice:

La persona humana ha sido creada por Dios, amada y salvada en Jesucristo, y se realiza entretejiendo múltiples relaciones de amor, de justicia y de solidaridad con las demás personas, mientras va desarrollando su multiforme actividad en el mundo.

Fijémonos en esto con atención. Recordemos las implicaciones prácticas que esa afirmación tiene en nuestra vida diaria, en cualquier actividad a la cual nos dediquemos.

Nos enseña la Iglesia que el hombre no puede realizarse plenamente, no puede desplegar completamente sus cualidades, sus capacidades, si no tiene en cuenta en su vida, su relación con los demás. Mientras trabajamos, mientras desempeñamos nuestra profesión o nuestro oficio en la vida, encontraremos satisfacción si lo hacemos entretejiendo relaciones de amor, de justicia, de solidaridad. El Compendio, es decir la Iglesia lo dice, lo acabamos de leer, que la persona se realiza, es decir, se desarrolla plenamente, entretejiendo múltiples relaciones de amor, de justicia y de solidaridad con las demás personas, mientras va desarrollando su multiforme actividad en el mundo.

 

Nos desarrollamos plenamente como personas, sólo si tenemos buenas relaciones con los demás, si los tratamos bien, con amor

 

En palabras más simples, esto significa que nos desarrollamos plenamente como personas, sólo si tenemos buenas relaciones con los demás, si los tratamos bien, con amor. Algunos se creen satisfechos abusando de los otros, aprovechándose de ellos, siendo “los vivos”, que es lo mismo que ser “los pillos”, los pícaros, que pasan por encima de los derechos de los demás. En el fondo, esas personas se tienen que sentir mal, porque el egoísta y el malvado pueden engañar a otros, pero no se pueden engañar a ellos mismos. Sin duda la conciencia les grita desde el interior, y además,  la maldad no hace feliz  a nadie. Por naturaleza el hombre es un ser social, no un asocial y menos un antisocial[2]. En síntesis, como ser creado a imagen y semejanza de Dios, el hombre está llamado a amar a los demás. Eso debería ser lo natural en nosotros. ¿Por qué el ser humano odia, a pesar de ser criado para amar?; ¿por qué se aísla, en vez de asociarse, – en fin, – por qué nos cuesta amar?, nos lo explica enseguida el Compendio.

Por Jesucristo, Dios nos reconcilió consigo y con nosotros

 

Como hemos visto, desde el pecado original, el universo no es como el Creador lo quería, como Él lo diseñó. El hombre empañó en sí mismo la imagen y semejanza de Dios, como fue originalmente creado. Por eso nuestro actuar en el mundo, nuestra vida personal y social, están asechados por el pecado. Pero la situación del hombre no está perdida, porque la vida, pasión y resurrección de Jesús no fueron en vano. Cita aquí el Compendio una vez más la Constitución Gaudium et Spes, del Concilio Vaticano II, en el Nº 22. Volvamos a leer algo de este importante número:

El que es imagen de Dios invisible (Col 1,15)[3] (se refiere a Cristo nuestro Señor) es también el hombre perfecto, que ha devuelto a la descendencia de Adán la semejanza divina, deformada por el primer pecado. Volvamos a leer: Jesucristo ha devuelto a la descendencia de Adán la semejanza divina, deformada por el primer pecado En él, la naturaleza humana asumida, no absorbida,[4] ha sido elevada también en nosotros a dignidad sin igual. El Hijo de Dios asumió, tomó, sin destruirla, la naturaleza humana.

 Y continúa el Concilio: El Hijo de Dios con su encarnación se ha unido, en cierto modo, con todo hombre. Trabajó con manos de hombre, pensó con inteligencia de hombre, obró con voluntad de hombre, amó con corazón de hombre. Nacido de la Virgen María, se hizo verdaderamente uno de los nuestros, semejante en todo a nosotros, excepto en el pecado.[5]

¡Cómo no vamos a amar a Jesucristo, que siendo Dios, bajó hasta nosotros, no en una visita fugaz, sino que se hizo uno de nosotros, nos amó y se entregó por nosotros hasta la muerte y una muerte cruel! Sigamos leyendo algo más de la Gaudium et Spes. Sigue así, en el mismo Nº 22, para que comprendamos toda la hondura del amor de Dios, que nos rescató y nos hizo nuevos. Sigue así:

Cordero inocente, con la entrega libérrima de su sangre nos mereció la vida. En Él Dios nos reconcilió consigo y con nosotros y nos liberó de la esclavitud del diablo y del pecado, por lo que cualquiera de nosotros puede decir con el Apóstol: El Hijo de Dios me amó y se entregó a sí mismo por mí (Gal 2,20)

 

No alcanzamos a captar la magnitud del rompimiento de la criatura con Dios

 

Una joven, por cierto muy querida, como que es de mi familia, me comentaba hace poco sobre la inquietud que turba a veces a personas buenas, por las consecuencias del pecado original. Me decía que ella no castigaría a todos sus hijos por una falta del mayor. Si el hijo mayor dilapida su herencia, por qué sus hermanos tendrían que sufrir las consecuencias? Bueno, comprendemos que si el hijo mayor pierde el patrimonio de todos, las consecuencias las sufre toda la familia, pero, ¿por qué, por el pecado de Adán, debemos pagar todos? Ese pensamiento inquieta, es cierto, porque no alcanzamos a captar la magnitud del rompimiento de la criatura con Dios, pero ¿cómo dudar de la gravedad de la falta, del pecado original,  si a ella siguió la demostración del amor insondable de Dios, cuando Él mismo puso los medios para rescatarnos y entregó a su propio Hijo para cumplir con esa misión? Su voluntad fue hacerlo todo de nuevo. Rehacer lo que el hombre dañó. Poniendo el Hijo la parte más dolorosa… A nosotros nos toca nuestra parte, que es lo que falta a la pasión de Cristo. Nuestra porción, que con frecuencia rechazamos, cuando nos rebelamos contra el dolor.

 

Nuestra relación con los demás debería ser una relación de hermanos, de hijos del mismo Padre, pues lo somos. No una relación entre extraños

 

En el párrafo que acabamos de leer, fijémonos en las palabras del Concilio, cuando dice que Él, Jesús, Dios, nos reconcilió[6] consigo y con nosotros. Creo que generalmente pensamos, sí, que el Señor Jesucristo nos reconcilió con Dios; el Concilio dice que también nos reconcilió con nosotros: Nos reconcilió consigo y con nosotros. Con nosotros mismos y con los demás… No pensamos mucho en eso. A veces nos sentimos tan miserables e indignos, y sin duda nos merecemos esos términos, pero resulta que Jesucristo nos devolvió la dignidad de hijos de Dios… Y también nuestra relación con el prójimo la ponemos en un lugar sin importancia, y como vamos viendo, es de la esencia del cristianismo. Nuestra relación con los demás debería ser una relación de hermanos, de hijos del mismo Padre, pues lo somos. No una relación entre extraños…

Para  comprender bien esto, vamos a leer ahora  en la 2ª Carta a los Corintios, capítulo 5º, los vv. 17ss. Y también Colosenses 1, 20-22

(…) el que está en Cristo, es una nueva creación; pasó lo viejo, todo es nuevo. Y todo proviene de Dios, que nos reconcilió consigo por Cristo y nos confió el misterio de la reconciliación. Porque en Cristo estaba Dios reconciliando al mundo consigo, no tomando en cuenta las trasgresiones de los hombres, sino poniendo en nuestros labios las palabras de la reconciliación.

Es San Pablo, el que habla, y es palabra revelada.

Las notas de la Biblia de Jerusalén nos ayudan a comprender estos textos que acabamos de leer. Dice: Dios que había creado todas las cosas por Cristo, (cfr Jn 1,3), restauró su obra, desordenada por el pecado, re-creándola en Cristo (Col 1-15-20). El centro de esta “nueva creación”, que afecta a todo el universo, (Col 1,19s; cf 2 P 3,13; Ap 21,1), es aquí el “hombre nuevo”, creado en Cristo, Ef 2,10, para una vida nueva, Rm 6,4, de justicia y santidad, Ef 2,10,; 4,24; Col 3,10.

Ahora leamos en el primer capítulo de Colosenses. Para entender bien el sentido leamos, desde la segunda parte del v. 18 al 23. Dice: Él (Cristo) es el Principio, el Primogénito de entre los muertos, para que sea él primero en todo, pues Dios tuvo a bien hacer residir en él toda la Plenitud, y reconciliar por él y para él todas las cosas, pacificando, mediante la sangre de su cruz, lo que hay en la tierra y en los cielos.

Como la Biblia de Jerusalén nos explica, Para Pablo, la Encarnación, coronada por la Resurrección, ha puesto a la naturaleza humana de Cristo no sólo a la cabeza del género humano, sino de todo el universo creado, asociado en la salvación, como lo había estado en el pecado.

Continúa la anotación de la Biblia de Jerusalén: Esta reconciliación universal engloba a todos los espíritus celestes, lo mismo que a todos los hombres. Pero no significa la salvación individual de todos, sino la salvación colectiva del mundo por su vuelta al orden y a la paz en la sumisión perfecta a Dios.

Es importante tener en cuenta que, la salvación que nos mereció Jesucristo, como nos aclaran las palabras de la Biblia de Jerusalén, es la vuelta al orden de todo el mundo; pero claro que individualmente tenemos que hacer nuestra parte, lo cual podremos conseguir, no solos, sino con la ayuda de la gracia. Por eso necesitamos de la oración, del sacrificio, de los sacramentos… Sin la muerte y resurrección de Jesucristo, esto no hubiera sido posible. ¿Recuerdan la necesidad del nuevo nacimiento, del que Jesús habló a  Nicodemo en el capítulo 3º de Juan?: …el que no nazca de agua y de Espíritu no puede entrar en el reino de Dios, le dijo el SeñorEra una clara alusión al bautismo… a la recepción del Espíritu Santo, por medio de él.

Para terminar esta reflexión volvamos a leer el comienzo del Nº 41 del Compendio, que estamos comentando:

La vida personal y social así como el actuar humano en el mundo están siempre asechados por el pecado, pero Jesucristo, “padeciendo por nosotros, nos dio ejemplo para seguir sus pasos y, además, abrió el camino, con cuyo seguimiento la vida y la muerte se santifican y adquieren nuevo sentido”.

Y esta reflexión la podemos terminar leyendo las últimas líneas que siguen a continuación, que son un complemento de lo que hemos meditado hoy. Dicen así:

El discípulo de Cristo se adhiere, en la fe y mediante los sacramentos, al misterio pascual de Jesús, de modo que su hombre viejo, con sus malas inclinaciones, está crucificado en Cristo. En cuanto nueva criatura, es capaz mediante la gracia de caminar según “una vida nueva”.

Cita aquí el Compendio a Rm 6,4, que dice: Fuimos, pues, con él sepultados por el bautismo en la muerte, a fin de que, al igual que Cristo fue resucitado de entre los muertos por medio de la gloria del Padre, así también nosotros vivamos una vida nueva.

Nos explica la tan citada Biblia de Jerusalén, el sentido de esta figura utilizada por San Pablo: “sepultados por el bautismo en la muerte”; la inmersión en el agua del bautismo sepulta al pecador en la muerte de Cristo, y sale de esa muerte, como nueva criatura, como hombre nuevo,  por la resurrección con él, como miembro de un único Cuerpo, animado del único Espíritu.  Es bellísimo cómo, todo lo que nos explican de nuestra fe es coherente.


[1] Cfr. Hebreos 4,15

[2] Asocial: que no se integra o vincula al cuerpo social. Antisocial: Contrario, opuesto a la sociedad, al orden social. (DRAE)

[3]Cf 2 Cor 4,4

[4]Para comprender en qué consiste la naturaleza humana de Cristo, Cfr. Catecismo Nº 467, El Concilio Vaticano cita en la Gaudium et Spes, 22, los Concilio II y III de Constantinopla  y el de Calcedonia. Cfr. Reflexión 25, de agosto 17, 2006. El concilio Constantinopolitano III dice: “ita et humana eius voluntas deificata non est perempta”(Denz. 291, que podemos traducir: “de esta manera su voluntad humana deificada no pereció (no fue destruida)

 [5] Cf Hebr 4,15

[6] Cf 2 Cor, 5,18s; Col 1,20-22

Reflexión 31 Septiembre 28 2006

Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia Nº 40-41

 

La salvación integral de todos los hombres

 

Estamos estudiando el primer capítulo del Compendio de la D.S.I. Este capítulo nos enseña cuál es el designio o plan de Dios para la humanidad. Hemos dedicado ya las tres reflexiones anteriores al estudio del Nº 40, que amplía y profundiza el tema sobre la salvación cristiana. Hemos visto que el plan de Dios, desde el principio de la creación, ha sido la salvación para todos los hombres de todas las razas, de todos los pueblos y que su plan ha sido también la salvación, de todo el hombre, es decir, del hombre completo, integral. El plan divino sobre el hombre, desde su creación ha sido ofrecerle la posibilidad de gozar de su vida en la gloria. En esto consiste la salvación.

Y qué es eso de la salvación integral, lo hemos ido viendo también; se refiere a que Dios ofrece la salvación de todo el hombre: en todas sus dimensiones; como decía el Nº 38: en la dimensión personal, individual, sí, pero además,también en la dimensión social: Dios ofrece la salvación a los hombres que están relacionados entre sí, que conforman la sociedad, Dios ofrece la salvación de la sociedad, de la comunidad. Podemos adelantarnos y afirmar que el hombre se salva en la comunidad de la Iglesia. Y el Compendio añade otras dimensiones del hombre, en el mencionado Nº 38: las dimensiones espiritual y la corpórea, histórica y trascendente: el hombre entero, completo: en cuerpo y en espíritu, como ser terreno y destinado a la eternidad. Ahora bien la salvación universal e integral será una realidad completa, cuando llegue la plenitud de los tiempos. A esto le dedicamos un buen espacio en reflexiones anteriores.

Recordemos lo que dice el Nº 40:

La universalidad e integridad de la salvación ofrecida en Jesucristo, hacen inseparable el nexo entre la relación que la persona está llamada a tener con Dios y la responsabilidad frente al prójimo, en cada situación histórica concreta.

Luego de haber reflexionado sobre la salvación para todos los hombres y de todo el hombre, nos detuvimos a reflexionar sobre el tema de nuestra responsabilidad frente al prójimo. El Nº 40, que acabamos de leer, hace especial énfasis en el inseparable nexo entre la relación con Dios a la que estamos llamados, y nuestra responsabilidad con el prójimo, en cada situación histórica concreta. El amor a que estamos llamados es, entonces, un amor que implica asumir una responsabilidad. Tener una responsabilidad, ser responsable de algo, quiere decir que algún día vamos a tener que dar cuenta de, cómo cumplimos con esa responsabilidad.

 

También entre las obras de misericordia espirituales se debe contar el uso del don de la palabra

Nuestra responsabilidad con el prójimo no es sólo en cuanto a sus necesidades materiales. Claro que en esos casos se espera del cristiano una especial solidaridad: con el pobre, con el que sufre los rigores de la violencia, con el que carece de trabajo, de vestido, de techo, de salud. Sí, nos juzgarán el último día, por nuestra respuesta a las necesidades de nuestros hermanos. Pero hay más: no sólo debemos atender las necesidades materiales, también debemos ser solidarios con las obras de misericordia espirituales.

Como es tan común pensar que somos caritativos cuando damos algo material, de lo que hemos recibido, y nos tranquilizamos pensando que así cumplimos con la solidaridad, con el amor al prójimo, que es una de características del cristiano, es oportuno recordar que la solidaridad y el bien que debemos hacer a los demás se extiende también al uso de la palabra, que es un inestimable don de Dios al hombre, un regalo que no es material, pero uno de los dones más maravillosos.

Entre las obras de misericordia espirituales, incluye la Iglesia la de “dar consejo al que lo necesita”, por ejemplo. No hablamos del daño que tenemos que evitar hacer a los demás, con el mal uso de la palabra, porque la palabra puede hacer tanto bien, pero mal utilizada puede causar tanto mal. No nos hemos referido al mal uso de la palabra, cuando la utilizamos para herir a nuestros hermanos con la murmuración, con la calumnia, con la crítica, motivada muchas veces por la envidia, por el resentimiento; daño al prójimo que es tan difícil después, de curar…Sobre esos temas nos instruyen con más frecuencia.

Dado el poder ilimitado actual de la palabra a través de los medios de comunicación, es oportuno recordar que los comunicadores sociales católicos, tenemos una especial responsabilidad con los demás, en el uso de ese don divino de la palabra. Están haciendo tanto daño la prensa hablada y escrita, enemigas de la Iglesia… Y en Colombia son poderosos los medios dedicados a atacar a la Iglesia… Parece que algunos comunicadores no tuvieran otro tema.

Por eso dedicamos la reflexión 30.1 a la solidaridad del cristiano que tiene el privilegio del acceso a los medios de comunicación… Creo que eso fue suficiente. Terminemos recordando cuáles son las obras de misericordia espirituales, porque quizás conocemos más las corporales. Las tomo de un viejo catecismo que estudié cuando era niño.[1] Éstas son las obras de misericordia espirituales, que naturalmente están basadas en la Sagrada Escritura:[2]

Enseñar al que no sabe

Dar buen consejo al que lo ha menester

Corregir al que yerra

Perdonar las injurias

Consolar al triste

Sufrir con paciencia las adversidades y flaquezas de nuestros prójimos

Rogar a Dios por los vivos y los muertos

¿No creen ustedes que nos cuesta menos trabajo socorrer al necesitado con nuestra ayuda material, que por ejemplo, Enseñar al que no sabe, Dar buen consejo al que lo necesita, y sobre todo, Perdonar las injurias y sufrir con paciencia las adversidades y flaquezas de nuestros prójimos? Bueno, nuestra solidaridad con el prójimo tiene que llegar hasta allá.

Y para los comunicadores católicos: en la obra de misericordia espiritual enseñar al que no sabe, bien se puede incluir el informar bien al desinformado, y no desinformar o tergiversar la información, como pasa todos los días. El lunes pasado (25 de septiembre, 2006), escuché a Judith Sarmiento, en Caracol Radio, que el Papa tendría una reunión con los musulmanes “para – según le redactaron la noticia que ella leyó,- “enmendar la plana”. El locutor lee lo que le escriben los redactores de noticias. No tiene tiempo de corregir mientras lee al aire. Según esos comunicadores, el Papa tendría que enmendar la plana. ¿No serán más bien los medios de comunicación los que deben enmendar la plana?, porque fueron ellos los que propagaron la información mentirosa, de que el Papa había dicho algo que no había dicho; y en una clara muestra de su mala fe, interpretaron las palabras del Papa como quisieron y no como fueron.

Nos referimos al sonado caso del conferencia del Papa en la Universidad de Ratisbona. Hicieron decir a Benedicto XVI, lo que había dicho el emperador Bizantino Manuel II Paleólogo, en 1391. No se tomaron el trabajo de leer el discurso del Papa. Se contentaron con repetir como loros, lo que otros malintencionados decían. Si son informadores y no se informan bien, en las fuentes, ¿qué credibilidad tienen? ¿Cómo pueden así, enseñar al que no sabe, informar bien al desinformado?[3]

En la universal búsqueda humana de la verdad y de sentido de la vida, el hombre ha intuido, si bien de manera confusa y no sin errores, la responsabilidad con el prójimo

Después de explicarnos el Nº 40, el inseparable nexo entre la relación con Dios, a la que estamos llamados, y nuestra responsabilidad con el prójimo, este Nº 40 continúa diciendo que esto, que acaba de explicarnos, es algo que la universal búsqueda humana de la verdad y de sentido (de la vida) ha intuido, si bien de manera confusa y no sin errores;…

Cuando estudiamos el Nº 20, al comienzo del capítulo primero del Compendio, la Iglesia nos había hecho caer en la cuenta de que, en la búsqueda de Dios, el ser humano experimenta, por una parte que la existencia la ha recibido gratuitamente de ese Ser Superior, el Creador, y por otra, que él, criatura, no está solo; que él tiene que administrar responsablemente los dones que ha recibido, es decir,  su existencia y la naturaleza que lo rodea, compartiéndola con los demás. Podríamos leer con provecho una vez más el Nº 20 del Compendio de la D.S.I.[4] Igualmente el 23, nos recordaba cómo del Decálogo se deriva, no sólo la fidelidad al único Dios,  el Dios de la Alianza,  sino se derivan también los compromisos con los demás, en las relaciones sociales dentro del pueblo de la Alianza. La división de los mandamientos en las 2 tablas, nos habla de nuestras obligaciones con Dios, la primera, y con nuestros semejantes, los mandamientos de la segunda tabla. Como vemos, el Compendio nos va llevando de la mano, sin palabras ociosas, y va dejando sentados los cimientos de la Doctrina Social de la Iglesia.

Sigamos con nuestra reflexión sobre el Nº 40, que es una reafirmación del mismo pensamiento. Nos dice que el ser humano ha intuido, en la búsqueda de la verdad y del sentido de la existencia, aunque de modo confuso y no sin errores, su responsabilidad con los demás; y añade que,  como nos lo había explicado cuando estudiamos el sentido de los 10 Mandamientos,  esta relación con Dios y con el prójimo, constituye el fundamento de la Alianza de Dios con Israel. Añade el Compendio en este Nº 40, que así lo atestiguan las tablas de la Ley y la predicación profética.

Lo que atestiguan las tablas de la Ley y la predicación profética

 

¿Recuerdan que el Señor, además de entregar el Decálogo a su Pueblo escogido, lo siguió instruyendo por medio de la predicación de los profetas? Recordemos a este propósito, que en el Nº 23, el Compendio nos explicó lo que se ha llamado el derecho del pobre, que eran las leyes que regulaban las relaciones sociales en el Pueblo de la Alianza. Recordemos frases del A.T. como: Si hay junto a ti algún pobre de entre tus hermanos… no endurecerás tu corazón ni cerrarás tu mano a tu hermano pobre, sino que le abrirás tu mano y le prestarás lo que necesite para remediar su indigencia. (Dt 15, 7s) O aquella norma de la hospitalidad que encontramos en el Levítico, 19, 33s: Al forastero que reside junto a vosotros, le miraréis como a uno de vuestro pueblo y lo amarás como a ti mismo; pues forasteros fuisteis vosotros en la tierra de Egipto.

 

La síntesis perfecta la hizo Jesucristo: “Escucha Israel”…

 

El Nº 40 sigue profundizando y ampliando estas ideas; nos dice que la enseñanza de Dios al Pueblo de Israel, sobre las relaciones de solidaridad con los demás, aparecen con claridad y en una síntesis perfecta en las enseñanzas de Jesucristo y ha sido confirmado definitivamente por el testimonio supremo del don de su vida, en obediencia a la voluntad del Padre y por amor a los hermanos. Al escriba que le pregunta: ¿cuál es el primero de todos los mandamientos?” (Mc 12,28), Jesús responde:

El primero es: Escucha, Israel: El Señor, nuestro Dios, es el único Señor, y amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas. El segundo es: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No existe otro mandamiento mayor que éstos (Mc 12, 29-31). Eran palabras del Compendio, en el Nº 40.

Realmente es imposible una mejor, más completa síntesis de la enseñanza sobre el amor a Dios, y la necesaria conexión con nuestra responsabilidad con el prójimo. Los dos mandamientos van juntos. Al fin y al cabo, la que acabamos de leer es una síntesis hecha por quien es la Palabra, la Verdad, el Señor Jesucristo. Nos enseña que no podemos cumplir uno de los 2 mandamientos y dejar el otro a un lado; amar a Dios y no a nuestro prójimo. Continúa luego así el Compendio en el último párrafo del Nº 40:

En el corazón de la persona humana se entrelazan indisolublemente la relación con Dios, reconocido como Creador y Padre, fuente y cumplimiento de la vida y de la salvación, y la apertura al amor concreto hacia el hombre, que debe ser tratado como otro yo, aun cuando sea un enemigo. (cf Mt 5, 43-44).

Recordamos sin duda esas cita de Mateo: en el capítulo 5. Leámosla desde el versículo 43:

Habéis oído que se dijo: Amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo.Pues yo os digo: amad a vuestros enemigos y rogad por los que os persigan, para que seáis hijos de vuestro Padre celestial, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y llover sobre justos e injustos. Porque si amáis a los que os aman, ¿Qué recompensa vais a tener? ¿No hacen eso mismo también los publicanos? Y si no saludáis más que a vuestros hermanos. ¿qué hacéis de particular? ¿No hacen eso mismo también los gentiles? Vosotros, pues, sed perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial.

El Señor nos pone alta la meta: nada menos que la perfección de la que nos da ejemplo el Padre celestial. En otras reflexiones hemos comentado a este propósito, la opinión del escriturista P. John McKenzie[5], según el cual sólo el cristiano es capaz de amar así. Es el amor de Dios por el hombre revelado en Cristo Jesús, dice el P. McKenzie, dirigido completamente al otro sin pedir ni esperar recompensa y sin poner límites a las exigencias que haga. Si el amor por el prójimo lleva al cristiano tan lejos como el amor por el hombre llevó a Jesús, el cristiano puede tener la seguridad de que es amor y no otra cosa lo que lo motiva.

Estamos terminando nuestra reflexión sobreNº 40, que nos explica cómo el ser humano está llamado a amar a Dios, su Creador y Padre y también a amar a sus semejantes, con quienes tiene una responsabilidad en cada situación histórica.

Las últimas 4 líneas del Nº 40 del Compendio de la D.S.I., dicen:

En la dimensión interior del hombre radica, en definitiva, el compromiso por la justicia y la solidaridad, para la edificación de una vida social, económica y política conforme al designio de Dios.

El compromiso por la justicia y la solidaridad, para la edificación de una vida social, económica y política conforme al designio de Dios, radica en la dimensión interior del hombre, en su espiritualidad, en la aceptación de su trascendencia, en su aceptación de los planes de Dios

 

La doctrina social no es cuestión de ciencias humanas: ni sociología, ni política.

Ahora podemos entender mejor, por qué el cristiano que desea colaborar en la construcción del Reino de Dios, en el establecimiento de la justicia social, no puede odiar a los demás: ni a los ricos, ni a los guerrilleros, aunque nos hagan mal, secuestren y asesinen. El Reino tenemos que establecerlo con la justicia, el perdón y el amor. Las armas NO pueden ser instrumentos usados en nombre del cristianismo, para establecer la justicia y la paz.

Si nuestros periodistas hubieran leído el tan mencionado discurso del Papa en la Universidad de Ratisbona, no hubieran encontrado sólo la cita que aprovecharon fuera de contexto, sino esta otra, también del mismo emperador Bizantino Manuel II, y que nos viene bien en este momento. Se refirió el Papa a la relación entre religión y violencia, como la expuso ese emperador a su interlocutor mahometano. Dijo Manuel II el Paleólogo, como también lo cita el Papa en su discurso, que la difusión de la fe mediante la violencia es algo irracional. La violencia está en contraste con la naturaleza de Dios y la naturaleza del alma, dijo ese emperador. Y estas palabras las cita el Papa entre comillas: “Dios no goza con la sangre; no actuar según la razón es contrario a la naturaleza de Dios. Por lo tanto, quien quiera llevar a otra persona a la fe necesita la capacidad de hablar bien y de razonar correctamente, y no recurrir a la violencia ni a las amenazas”…Citaba el Papa al mismo emperador del siglo 14.

Suficiente sobre esto. El tema central de la conferencia del Papa era la fe y la razón. Era una invitación al diálogo entre la fe y la razón. Eso sobrepasa la intención de esta reflexión.[6]

Vamos ahora a pasar al Nº 41. Este número y los tres siguientes se dedican al tema: El discípulo de Cristo como nueva criatura. Hoy vamos a leer sólo el primer punto. Dice:

La vida personal y social así como el actuar humano en el mundo están siempre asechados por el pecado, pero Jesucristo, “padeciendo por nosotros, nos dio ejemplo para seguir sus pasos y, además, abrió el camino, con cuyo seguimiento la vida y la muerte se santifican y adquieren nuevo sentido”.

A Jesucristo, con toda la razón del mundo, lo amamos con toda el alma

 

Hemos visto que desde el pecado original, el universo no es como el Creador lo quería, como Él lo diseñó. El hombre empañó en él la imagen y semejanza de Dios, como fue originalmente creado. Por eso nuestro actuar en el mundo, nuestra vida personal y social, están asechados por el pecado. Pero la situación del hombre no está perdida, porque la vida, pasión y resurrección de Jesús no fueron en vano. Cita aquí el Compendio una vez más la Constitución Gaudium et Spes, del Concilio Vaticano II, en el Nº 22, donde se lee:

El que es imagen de Dios invisible (Col 1,15) (se refiere a Cristo nuestro Señor) es también el hombre perfecto, que ha devuelto a la descendencia de Adán la semejanza divina, deformada por el primer pecado. En él, la naturaleza humana asumida, no absorbida,[7] ha sido elevada también en nosotros a dignidad sin igual. Y continúa el Concilio: El Hijo de Dios con su encarnación se ha unido, en cierto modo, con todo hombre. Trabajó con manos de hombre, pensó con inteligencia de hombre, obró con voluntad de hombre,[8] amó con corazón de hombre. Nacido de la Virgen María, se hizo verdaderamente uno de los nuestros, semejante en todo a nosotros, excepto en el pecado.[9]

Cómo no vamos a amar a Jesucristo, que siendo Dios, bajó hasta nosotros, no en una visita fugaz, sino que se hizo uno de nosotros, nos amó y se entregó por nosotros hasta la muerte y una muerte cruel. Cuando leía estas palabras de la Gaudium et Spes, pensaba yo, que los que se atreven a faltar al respeto a Jesús, así sea sólo en una imagen suya, no saben cuánto nos ofenden a los cristianos. Porque a Jesucristo, con toda la razón del mundo lo amamos, con toda el alma.

Sigamos leyendo algo más de la Gaudium et Spes. Sigue así, en el mismo Nº 22:

Cordero inocente, con la entrega libérrima de su sangre nos mereció la vida. En Él Dios nos reconcilió[10] consigo y con nosotros y nos liberó de la esclavitud del diablo y del pecado, por lo que cualquiera de nosotros puede decir con el Apóstol: El Hijo de Dios me amó y se entregó a sí mismo por mí (Gal 2,20).

Es tan importante este número de la Gaudium et Spes, que en la próxima reflexión vamos a continuar leyendo algo más. Los invito a que en su casa lean ustedes este Nº 22. Recordemos que se trata de la Constitución Pastoral sobre la Iglesia en el Mundo actual, uno de los documentos más importantes del Concilio Vaticano II.

Fijémonos en las palabras del Concilio, cuando dice que Él, Jesús, Dios, nos reconcilió[11] consigo y con nosotros. Creo que generalmente pensamos, sí, que el Señor Jesucristo nos reconcilió con Dios; el Concilio dice que también nos reconcilió con nosotros. No pensamos mucho en eso. Nuestra relación con el prójimo la ponemos en un lugar sin importancia, y como vamos viendo, es de la esencia del cristianismo. Para que comprendamos bien esto, pongámonos una pequeña tarea: leamos la 2ª Carta a los Corintios, capítulo 5º, vv. 18ss. Y también Colosenses 1, 20-22 Son unas pocas líneas para leer, despacio, meditándolas. Si Dios quiere, en la próxima reflexión días las comentaremos.


[1] José Deharbe, S.J., Catecismo de la Doctrina Cristiana, Herder, Friburgo de Brisgovia, 1899, Pg 85s

[2] Cfr Is 58,6ss; Hebr, 13, 1ss – Se puede ver también Tito, 2 1ss, Tim, 2,16s.; 2 Macabeos, 12, 42s Sobre la corrección fraterna Cfr. Mt 18, 15ss; St 5, 19s

[3] Entre los muchos sitios donde puede leerse el discurso de Ratisbona, véase la Nota 6 en esta misma reflexión y también: http://www.scriptor.org/2006/10/encuentro_con_l.html

[4] Entre los enlaces (Blogroll) de estas reflexiones, se encuentra el de la edición oficial del Compendio. Lo invito a echar una mirada allí.

[5] John L. Mckenzie, S.J., The Power and the Wisdom, An interpretation of the New Testament, The Bruce Publishing Company, Pg. 231. Lo que está en cursiva es traducción mía.

[6]Cfr Discurso de Benedicto XVI en la Universidad de Ratisbona, Zenit 13-09-2006, Código ZS06091325

[7] Para comprender en qué consiste la naturaleza humana de Cristo, Cfr. Catecismo Nº 467, El Concilio Vaticano cita en la Gaudium et Spes, 22, los Concilio II y III de Constantinopla y el de Calcedonia. Cfr. Reflexión 17 de agosto 17, 2006, “El mundo cambió cuando Dios se hizo parte de él”.

[8] El Concilio Vaticano cita el Constantinopolitano III: “ita et humana eius voluntas deificata non est perempta”(Denz. 291, que podemos traducir: “de esta manera su voluntad humana deificada no pereció (no fue destruida)

[9] Cf Hebr 4,15

[10] Cf 2 Cor, 5,18s; Col 1,20-22

[11]Cf 2 Cor, 5,18s; Col 1,20-22

Reflexión 30.1 Septiembre 21 2006

Responsabilidad del Comunicador Católico

 

¿Debemos colaborar en medios abiertamente anticatólicos? Responsabilidad de los comunicadores sociales

 

Antes de avanzar en el estudio del Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, y sin apartarnos del tema de nuestra responsabilidad con el prójimo, en particular la responsabilidad de los comunicadores sociales, vamos a dedicar esta corta reflexión a la pregunta: ¿Debemos colaborar en medios abiertamente anticatólicos? Es una pregunta que hace pensar y su respuesta no es fácil.

 

Carta del P. Rafael Merchán de Brigard al periodista Alberto Casas Santamaría

 

En el periódico El Nuevo Siglo, el P. Rafael de Brigard Merchán, en su columna de opinión, escribió una muy interesante carta al doctor Alberto Casas, conocido periodista, ex ministro de Estado, muy hábil comunicador. Las ideas del P. Merchán nos ayudan a responder a nuestra pregunta.

El doctor Casas colabora en la emisora llamada La W, que algunos llaman la emisora “Light” de Bogotá. Los invito a leer esa carta que reproducimos a continuación. La lectura de esa carta que merece una respuesta, no sólo de Alberto Casas, sino que la podrían tomar como dirigida también a ellos, otros periodistas católicos. No se supo si alguna vez el doctor Casas respondió la carta, que dice:

 

OPINIÓN

Por Rafael de Brigard Merchán, Pbro.

Carta a don Alberto Casas

Estimado doctor Casas:

No sé si usted sea consciente del papel que puede desempeñar en su actual oficio de periodista radial, en su condición de hombre mayor, de miembro de familia y de la Iglesia Católica. Lo veo como entre los palos, situado en un medio, en concreto la emisora llamada La W, que se ha convertido en la que orienta la vida, tal cual, de nuestra clase dirigente, de nuestros políticos, de la gente que toma las grandes decisiones en el orden nacional, de las amas de casa y de muchos ejecutivos. En mi humilde parecer, en ocasiones, lo que desde esa estaciónse dice y predica –porque los comunicadores han adquirido tonos de verdaderos predicadores- está avasallando con muchas de las creencias, convicciones y costumbres que para multitud de colombianos son fundamentales y merecedoras de respeto y delicadeza.

A veces lo siento, al escucharlo y escuchar a sus compañeros de cabina, incómodo y hasta arrinconado. Hasta hace un tiempo usted citaba, con fino humor, a sus hermanas como oyentes de La W para que sus colegas no se sobrepasaran en expresiones e ideas francamente salidas de tono. Pero con el pasar de los días veo que lo han arrinconado más y simplemente lo tienen allí haciendo el papel del bogotanazo que apenas se preocupa de lo que es de buen o mal gusto y eso, sin duda, está muy por debajo de lo que usted realmente puede hacer con un micrófono en frente de su boca. Quienes lo rodean en la emisora seguramente no tuvieron los privilegios religiosos, morales y éticos con los cuales usted se educó, se crió y convivió hasta ahora y de ahí que digan lo que dicen. Si se percibe en ellos una gran violencia, repetida, constante y hasta obsesiva y con blancos, personas e instituciones, muy bien definidos Usted (sic) no puede simplemente amalgamarse con ellos.

Doctor Casas: es precisamente en personas como usted en las cuales la gente de bien, los ciudadanos honorables, los creyentes sinceros, quisiéramos escuchar, no un beato aburridísimo, sino una persona valiente, serena, profunda en sus argumentos, preocupada de decir cosas no sólo interesantes sino importantes y todo con una altura que ciertamente a los Casas Santamaría no les es extraña y bien que la han llevado durante generaciones enteras. Mi llamado es a que siga desempeñando su vocación de comunicador con gran simpatía y seriedad, con espíritu de diálogo, pero también con horizontes altos y nobles. Que no tema, no sólo en nombre de sus queridas hermanas, sino de tantas personas que lo estimamos y le reconocemos sus capacidades, sentar posiciones claras, cristianas y civilistas cuando se traten temas de la mayor importancia. Y jamás acolite el mal trato que a veces se da a la gente por parte de algunos de sus colegas.

Este, mi querido doctor, es un pequeño sermón, fruto de recoger comentarios y preocupaciones de mucha gente, la suya y la mía, la de nuestra ciudad. Recíbalo con benevolencia y cuente conmigo para todo lo bueno, lo noble y lo justo.

Reflexión 30 Septiembre 21 2006

Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia Nº 40


El amor a que estamos llamados es un amor que implica asumir una responsabilidad

 

Los invito a que nos dispongamos para nuestro estudio en una actitud de reflexión, que nos ayude a aceptar de corazón y a comprender  la doctrina social de la Iglesia. Tengamos presente que la Doctrina Social de la Iglesia tiene su origen en la Sagrada Escritura, la Palabra de Dios; en la Tradición y el Magisterio.

Estamos estudiando el primer capítulo del Compendio de la Doctrina Social de la IglesiaI. Este capítulo nos enseña cuál es el designio o plan de Dios para la humanidad. Ya en dos reflexiones anteriores comenzamos el estudio del Nº 40,que amplía y profundiza el tema sobre la salvación cristiana, que es el plan de Dios para todos los hombres: su plan es la salvación para todos los hombres, y la salvación, de todo el hombre. El plan divino sobre el hombre, desde su creación, ha sido ofrecerle la posibilidad de gozar de su vida en la gloria. En eso consiste la salvación.

Recordemos lo que dice el Nº 40: La universalidad e integridad de la salvación ofrecida en Jesucristo, hacen inseparable el nexo entre la relación que la persona está llamada a tener con Dios y la responsabilidad frente al prójimo, en cada situación histórica concreta.

El Nº 40, que acabamos de leer, hace especial énfasis en el inseparable nexo entre la relación con Dios a la que estamos llamados, y nuestra responsabilidad con el prójimo, en cada situación histórica concreta. El amor a que estamos llamados es un amor que implica asumir una responsabilidad.

 

Los cristianos estamos llamados a amar aun a los enemigos

 

Reflexionábamos por eso sobre qué significa eso de nuestra responsabilidad con el prójimo. Esto de nuestra responsabilidad frente al prójimo nos dejaba pensativos, porque todas estas verdades las conocemos, pero se nos quedan sólo a nivel de la razón o quizás de ese afecto que se expresa sólo de palabras. Y, claro está, todos comprendemos fácilmente, que no debemos hacer daño a las personas que amamos, pero resulta que los cristianos estamos llamados a amar aun a los enemigos.

 

Quien es responsable de algo tiene que presentar cuentas sobre el cumplimiento de esa responsabilidad

Esto del amor al prójimo y de nuestra consiguiente responsabilidad, no se refiere a una invitación a los de buena voluntad, a los que voluntariamente quieran ser amables con los demás, y que quieran extender su generosidad a los más necesitados. Se trata de un deber. Porque quien es responsable de algo, tiene que presentar cuentas sobre el cumplimiento de esa responsabilidad. En nuestro caso, tenemos responsabilidad con nuestros hermanos que sufren, que padecen injusticia, que viven en la pobreza o como víctimas de desastres naturales.

Para no quedarnos sólo en la teoría ni en generalidades, consideramos nuestra responsabilidad con el prójimo, en ciertas situaciones concretas, teniendo en cuenta que la responsabilidad es diferente, según las circunstancias en que se encuentre cada uno. En algunos casos, sólo podremos acompañar a los que sufren con nuestra oración. La oración es muy importante, y debemos orar por los demás. En otras situaciones podremos asímismo, colaborar con nuestra acción directa, como lo hacen, por ejemplo, admirablemente, los médicos que trabajan como voluntarios, yendo a regiones alejadas de los centros urbanos; como lo hacen personas de diferentes profesiones y oficios, que colaboran como voluntarias en obras comunitarias de diversa índole. En nuestro país existen desde hace años, organizaciones de voluntariado que trabajan en hospitales, en cárceles, en obras de la acción comunal; aunque a decir verdad, no se ha extendido ni tiene tanta fuerza la organización del voluntariado como en otros países. No está tan extendida ni tan arraigada la conciencia de todo lo que se puede hacer uniendo libremente voluntades, y sin recompensa económica, así la colaboración individual parezca pequeña.

El llamado de Dios es para que respondamos de acuerdo con nuestra capacidad

 

Son innumerables los modos de ser solidarios. De acuerdo con la situación y el medio en que se encuentre cada uno, se ofrecen modalidades y posibilidades distintas de ser solidario. Claro está que hay personas con capacidad de hacer esfuerzos grandes, y hay otras que sólo pueden hacer esfuerzos pequeños. Todos esos esfuerzos sumados son necesarios e importantes. El llamado de Dios es para que respondamos de acuerdo con nuestra capacidad; Dios no nos pide algo más allá de nuestras fuerzas. No nos vendría mal hacernos la pregunta: ¿qué estoy haciendo yo, por los demás? Concretamente, y de modo habitual. No sólo una vez al año.

La caridad tradicional no ha pasado ni pasará de moda tampoco. A veces dudamos de si debemos dar o no una limosna, y esa contribución a la persona que pide a nuestra puerta o el mercado que se lleva desde la parroquia, pueden solucionar un problema grave de hambre. La Iglesia lleva a cabo esfuerzos grandes, con obras como Cáritas[1], en todos los países; los bancos de alimentos, en varias diócesis, el pan compartido en las parroquias, las obras pontificias gracias a la solidaridad de muchos católicos de todo el mundo. Pero no nos enfoquemos en este momento tanto en lo que hace la Iglesia como Institución, sino en lo que cada uno de nosotros realiza como respuesta al llamado del Señor a amar a nuestros hermanos. Lo que podemos hacer directamente o como contribución nuestra a las instituciones que reúnen los esfuerzos de todos para ejecutar obras que individualmente no podríamos hacer. Tengamos presente que las obras asistenciales son necesarias, aunque no sean la solución definitiva y radical. Y no olvidemos, que por las obras de misericordia nos van a juzgar… Leamos si no a Mt. 5, 7: Bienaventurados los misericordiosos porque ellos alcanzarán misericordia,y en particular Mt. 25, 34ss: Venid, benditos de mi Padre, recibid la herencia del Reino preparado para vosotros desde la creación del mundo. Porque tuve hambre y me disteis de comer…

 

Cuando ocupamos cargos de responsabilidad directiva ¿nos preguntamos para qué nos tiene Dios allí?

Creo conveniente repetir la reflexión anterior sobre la responsabilidad que algunos católicos en particular tienen con el prójimo. Me referí específicamente a los católicos llamados a servir a la comunidad, en posiciones de responsabilidad en el Estado o en la empresa privada. Algunos de ellos son reflexivos y se detienen a preguntarse qué quiere el Señor que hagan allí, pero otros, no tienen esto en cuenta, en absoluto. No se preguntan si Dios quiere que estén allí para que cumplan alguna misión…

Trabajé muchos años en diversas organizaciones privadas, algunas nacionales y otras multinacionales. Por lo que pude observar allí, la generalidad de laspersonas en altos cargos, en la empresa privada y también en el Estado, hacen una separación completa de sus obligaciones contractuales y legales y de su fidelidad a la fe. Les suele interesar el cumplimiento de la ética, pero dividen las actividades de su vida en dos cajones completamente independientes. Su trabajo, sus responsabilidades con el mundo, los ponenen un cajón, y sus responsabilidades como creyentes, en el otro.

Los católicos que desempeñan cargos en el Estado, y los directivos de las empresas, tienen una especial responsabilidad con los demás, sobre todo, si son ellos quienes orientan la acción a donde se dirigen las políticas y estrategias de sus compañías; y en el Estado, quienes orientan las políticas, las leyes y los recursos de la nación, que son de todos. No olvidemos que somos administradores de los bienes que Dios puso a nuestro cuidado, pero los destinó al bienestar de todos. No se puede tomar decisiones que afecten negativamente a otros, y menos aún si se afecta a los más necesitados, sin tenerlos en cuenta.

Mencionábamos en la reflexión anterior la ley de flexibilización laboral, por ejemplo, que supuestamente pretendía quitar cargas a las empresas, para que ofrecieran más puestos de trabajo, y en esa forma, decían, se favorecerían los trabajadores. En la práctica esa ley fue un fracaso. Las empresas,- con contadas excepciones,- no respondieron. Quedaron en deuda, porque las empresas no tenían obligación de aplicar la nueva ley y rebajar los ingresos por horas extras y nocturnas; tenían libertad de seguir aplicando la legislación anterior, más beneficiosa para los trabajadores; pero simplemente optaron por seguir el camino más beneficioso para ellas: aprovecharon las ventajas en su propio beneficio, y en detrimento de los trabajadores más débiles. El Congreso no ha corregido esa equivocación, si de verdad la intención era el aumento de oferta de trabajo. El ministro de la Protección Social tiene cuentas pendientes en éste, como en otros casos (Se trataba de Diego Palacio).

 

Altos funcionarios del Estado que tendrán que rendir cuentas por su orientación equivocada

Mencionamos también en la reflexión anterior, que entre ese grupo de altos funcionarios del Estado que tendrán que rendir cuentas por su orientación equivocada, hay algunos que dicen defender la salud y la vida, y para eso no tienen inconveniente en sacrificar a los más débiles, como en el caso del aborto y la eutanasia. Ellos no han medido su responsabilidad con los que no pueden nacer o no pueden seguir viviendo, porque, o no tienen todavía la posibilidad de gritar desde el vientre materno o no pueden tampoco hacerlo libremente desde su lecho de enfermos. El Procurador General (nos referimos a quienes ocupaban esos cargos en 2006), el Defensor del Pueblo, el Ministro de salud, más los Magistrados y los congresistas que apoyan el aborto y la eutanasia, caen entre las personas a quienes es lícito rehusarles obediencia en estas materias injustas, porque hay que obedecer a Dios, antes que a los hombres.[2]

Como leímos en el comunicado de la Conferencia Episcopal: En ningún ámbito de la vida, la ley civil puede sustituir la conciencia ni dictar normas que excedan la propia competencia que es la de asegurar el bien común de las personas mediante el reconocimiento y la defensa de sus derechos fundamentales.

Y añadía siguiendo la encíclica Pacem in terris, del Beato Juan XXIII: Por esta razón, aquellos Magistrados que no reconozcan los derechos del hombre o los atropellen, no sólo faltan a su deber sino que carece de obligatoriedad lo que ellos prescriban” (Pacem in Terris Nº 61).

 

No siempre hay coherencia entre trabajo y fe en los comunicadores sociales católicos

 

En este punto, sobre nuestra responsabilidad con el prójimo, mencionamos que otro grupo de católicos que vive en las trincheras todos los días, y en cuya acción no siempre aparece la coherencia entre trabajo y fe, es el de los comunicadores sociales católicos. Repitamos lo que dijimos en la reflexión pasada sobre algunos periodistas de los medios hablados y escritos:

Los comunicadores sociales orientan a la opinión, y a veces, cuando tratan temas delicados, en los que la formación ética define una posición, pareciera que olvidaran su misión de constructores del Reino de Dios en la tierra, y asumen posiciones ambiguas o abiertamente opuestas a lo que nos enseña la fe. Se ha insistido tanto, – como hábil estrategia, – en una mal entendida separación de la Iglesia y del Estado[3], en la libertad de expresión y en la necesidad del divorcio entre el mundo terreno y el trascendente, que los que pueden hablar no lo hacen por temor de ser impopulares, se da más espacio y tiempo a los comentaristas no creyentes y se está llegando a la dictadura de negar la palabra a los creyentes. Ahora, hasta se nos quiere privar del derecho constitucional de la objeción de conciencia. No hay peor dictadura  que la que se está montando con el apoyo de poderosos medios de comunicación y el camuflaje de la legalidad.

Debemos aceptar que no es fácil ser coherentes en esas situaciones de responsabilidad y de controversia. Debemos por eso pedir al Espíritu Santo, que ilumine a los creyentes que tienen responsabilidades tan altas con sus hermanos, para que no se dejen envolver en el torbellino de la confusión, y les dé la fortaleza que requieren, para no dejarse acobardar ante la actual virulenta campaña contra la Iglesia y la fe, que se ha vuelto ahora una enfermedad crónica.

 

Las carencias que tienen que ver con los temas éticos, se manipulan o con ligereza o con pinzas, como si quemaran

 

Como quizás alguien se podría preguntar, si estos temas tienen algo qué ver con la Doctrina Social de la Iglesia, aclaramos nuestro punto de vista: El Nº 40 del Compendio de la D.S.I., que estamos estudiando, nos advierte de nuestra responsabilidad frente al prójimo, en cada situación histórica concreta. Es quizás más fácil aceptar, por lo menos en teoría, que tenemos responsabilidad frente al prójimo que sufre la carencia de lo material, que padece la pobreza o la enfermedad, pero las carencias que tienen que ver con los temas éticos, se manipulan o con ligereza o con pinzas, como si quemaran. Se les tiene miedo.

El hombre considerado integralmente no es sólo cuerpo. Pueden ser peores los peligros que corre la persona de perder su alma, que la de perder sus bienes materiales: su casa o sus tierras. “¿De qué le vale al hombre ganar todo el mundo, si al fin pierde su alma”. Esa frase del Señor nos recuerda, que somos más que materia, que nuestras necesidades no se reducen al pan y a la salud del cuerpo. Que nuestro destino es la eternidad. Que nuestra responsabilidad es frente a situaciones concretas materiales, pero sin olvidar las que constituyen nuestra vida trascendente. El Catecismo nos enseña que debemos practicar las obras de misericordia corporales y también las espirituales.

 

Atacan a la Iglesia todos los días porque está viva

 

Casi no hay semana, en que alguna columna de un periódico o revista no afecto a la Iglesia, se dedique a atacarla abierta o veladamente. Eso nos confirma que lo hacen porque la Iglesia está viva, porque Cristo resucitado vive, pues si estuviera muerto, no les preocuparía a sus enemigos, pero de todos modos, las actuales circunstancias de ataques permanentes a la Iglesia, nos deben poner alerta. ¿Estamos contentos con los rumbos que está tomando nuestro país? ¿Es ese el mundo que queremos para nuestros hijos y nietos? Porque parece que hubiera una campaña mundial para socavar los cimientos del cristianismo. En Colombia es clara esa campaña, aprovechando la posición de la Iglesia frente a la aprobación del aborto, la campaña por la reglamentación de la eutanasia en el Congreso y la preparación del camino para equiparar las uniones entre homosexuales con el matrimonio. Se trata de una campaña, desde muchos frentes, contra los defensores de la vida y de los planes de Dios con el hombre.

 

Los ataques a la Iglesia tienen diverso efecto en los creyentes, en los mal preparados, en los tibios y en los no creyentes

 

No dejemos de recordar que los ataques a la Iglesia, hábilmente urdidos, tienen distinto efecto, según la persona a la que llegan. Entre los creyentes bien fundados en su fe y en el amor a Dios, que tratan de vivir su vida cristiana con la práctica de la caridad, de la oración y de los sacramentos, esos ataques tienen el resultado de hacerlos amar más a la Iglesia, de ser más conscientes de la gracia enorme de haber sido llamados a la fe. Se preocupan más por profundizar en la doctrina y, con humildad, están dispuestos a aceptar que si a Jesús lo persiguieron, también nos perseguirán a nosotros.

El efecto en los no creyentes, que por razones que desconozco alimentan odio contra la Iglesia, es que su odio parece exacerbarse. Se vuelven más virulentos. Como sucede con las bacterias que se alborotan, cuando entran a un cuerpo ya infectado.

Es doloroso aceptarlo, pero hay también cristianos insuficientemente preparados para el mundo difícil que atravesamos; algunos porque, como no tuvieron la oportunidad de formarse con profundidad en la fe, e asuntos fundamentales como el matrimonio y la familia les dan sólo el alcance limitado y superficial que merecen las actividades sociales estilo club. Por eso aceptan tranquilamente la licitud de las parejas de hecho entre católicos, por ejemplo, como si no hubiera diferencia entre matrimonio y unión libre. También hay cristianos tibios, que junto con los mal formados, son los que más preocupan, porque son los más débiles. Como están bajos de defensas espirituales, fácilmente aceptan las falsedades, los chismes, las distorsiones de la información en los medios de comunicación, y acaban de aliados del enemigo.

Si el cristiano debe orar por los enemigos, debe hacerlo también por él mismo, porque el Señor le fortalezca su fe, porque todos somos débiles, todos corremos peligro. Y con especial ahínco debe orar por sus hermanos que flaquean. Ya que ellos no oran o lo hacen poco, debemos seguir la solicitud de Jesús a sus apóstoles en Getsemaní: velad y orad para que no caigáis en la tentación. Debemos orar por nosotros y por ellos. No podemos dormirnos en medio del peligro. Parece dirigida a todos nosotros la pregunta del Señor a sus compañeros los apóstoles en el Huerto: ¿Cómo es que estáis dormidos? Levantaos y orad para que no caigáis en la tentación.[4]

A los lectores de estas reflexiones, especialmente a los que sufren, les ruego que ofrezcan algo de ese sufrimiento y de sus oraciones, por los cristianos débiles en su fe. El Señor, de seguro recibirá con agrado ese ofrecimiento. Es ofrecer apoyo al que está por caer, es dar la mano al caído para que se reincorpore y siga adelante. Sin duda en nuestras familias hay seres queridos que necesitan nuestra mano. Unámonos todos en esta campaña. Que no se pierda ninguno de los que el Señor nos ha encomendado. Recordemos las palabras de Señor en su oración sacerdotal, en la Última Cena. Pidió allí por los apóstoles y también por nosotros, porque dijo: No ruego sólo por éstos, sino también por aquellos, que por medio de su palabra, creerán en mí. Digamos con Él algunas de sus súplicas, para pedir por los nuestros. Éstas fueron algunas de las palabras del Señor:

Por ellos ruego yo; no ruego por el mundo, sino por los que tú me has dado, porque son tuyos;..-

…ellos están en el mundo…

…Padre santo, cuida en tu nombre a los que me has dado, para que sean uno como nosotros…

No te pido que los retires del mundo, sino que los guardes del Maligno. No son del mundo, como yo no soy del mundo. Conságralos en la verdad: tu Palabra es verdad

…Cuando estaba yo con ellos, cuidaba en tu nombre a los que me habías dado…

Hemos terminado de repasar y ampliar la reflexión sobre el Nº 40, que dice:

La universalidad e integridad de la salvación ofrecida en Jesucristo, hacen inseparable el nexo entre la relación que la persona está llamada a tener con Dios  y la responsabilidad frente al prójimo, en cada situación histórica concreta.

 

Fernando Díaz del Castillo Z.

Ecríbanos a: reflexionesdsi@gmail.com


[1] Véase en los enlaces de este blog: http://www.pastoralsocialcolombia.org/

[2] Cfr. Hechos de los Apóstoles, 4, 19

[3]La Iglesia está de acuerdo en la separación de la Iglesia y el Estado, pero no en el sentido de tratar los dos terrenos como si no pudieran tener injerencia el uno en el otro. No se puede desintegrar lo que en el hombre está por naturaleza integrado: la vida terrena y le destino eterno.

[4]Lc., 22,46

Reflexión 29, Jueves 14 de septiembre 2006

Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia Nº 40

Septiembre 2006

La salvación cristiana es el plan divino para todos

Estamos estudiando el primer capítulo del Compendio de la Doctrina Social de Ia Iglesia, que nos enseña cuál es el plan de Dios para la humanidad. Hace una semana comenzamos el estudio del Nº 40, que amplía y profundiza el tema sobre la salvación cristiana, que es el plan divino para todos los hombres: la salvación para todos los hombres, y la salvación, de todo el hombre. Como nos enseña la Iglesia, la Historia de salvación comienza en el momento mismo de la creación; el plan de Dios sobre el hombre, desde su creación, ha sido ofrecerle la posibilidad de gozar de su vida en la gloria. En eso consiste la salvación.

Para repasar lo que alcanzamos a ver del 40, en la reflexión pasada, volvámoslo a leer: La universalidad e integridad de la salvación ofrecida en Jesucristo, hacen inseparable el nexo entre la relación que la persona está llamada a tener con Dios y la responsabilidad frente al prójimo, en cada situación histórica concreta.

 

Salvación universal e integral

 

Comienza entonces este número 40 con la frase: La universalidad e integridad de la salvación ofrecida en Jesucristo; como hemos visto, la salvación universal e integral a que se refiere el Compendio, es la que Dios ofrece a todos los hombres, sin distinción de raza ni de nacionalidad, de modo que ofrece una salvación universal, para todos. De esta salvación universal dice además el Compendio que es una salvación integral, -que, como vimos también,- se refiere a que Dios ofrece la salvación de todo el hombre, es decir, en todas sus dimensiones; como decía el Nº 38: en la dimensión personal, individual, y también en la dimensión social: que es la de los hombres relacionados entre sí, que conforman la sociedad. Dios ofrece la salvación de la persona humana como individuo y también la salvación de la sociedad, de la comunidad de los hombres. Y añade otras dimensiones del ser humano; la dimensión espiritual y la corpórea, la dimensión histórica y la trascendente. Como vimos, la salvación universal e integral se consumará, cuando llegue la plenitud de los tiempos. Nos viene bien refrescar lo que vimos hace ya cuatro o cinco programas a este respecto:

Nos decía el Compendio en el Nº 38, que la salvación se culminará en el futuro que Dios nos reserva, cuando junto con toda la creación seremos llamados a participar en la resurrección de Cristo y en la comunión eterna de vida con el Padre, en el gozo del Espíritu Santo. Nos remite allí el Compendio de la D.S.I. a la carta de San Pablo a los romanos.

 

Reconciliación del mundo entero…del hombre y de toda la creación material

 

La misión redentora de Cristo es universal, abarca a toda la creación, como nos explica San Pablo en Rm 8 y en Colosenses en el capítulo 1º. Es una buena ayuda tener presente la explicación del escriturista P. Pastor Gutiérrez, quien al comentar la Carta a los Romanos, dice que Dios, por medio de Cristo, por medio de su sangre en la cruz, ofrece la reconciliación del mundo entero…del hombre y de toda la creación material, en cuanto que todo el conjunto de seres racionales e irracionales se dirige ya ordenada y armónicamente a Cristo; entre todos ellos se restablece el equilibrio roto por el pecado, que causó un corte fatal en nuestras relaciones con Dios.[1]

Volver de la creación material al equilibrio roto por el pecado

 

Recordemos que ese nuevo ordenamiento del universo se consumará al final, cuando todo vuelva a Jesucristo. Nos aclara mucho esta explicación la comprensión de ese volver de la creación material al equilibrio roto por el pecado. Hemos visto que, como nos explica el Cardenal Ratzinger, hoy Benedicto XVI, en su libro Dios y el Mundo: La fe de la Iglesia ha dicho siempre que la alteración que supone el pecado original influye así mismo en la creación. La creación ya no refleja la pura voluntad de Dios, el conjunto está en cierto modo deformado. Aquí nos encontramos ante enigmas. Estas palabras del Cardenal Ratzinger las encontramos en la página 75, de su libro Dios y el Mundo.

A veces nos desconcertamos ante los desastres naturales. Sin duda el maltrato que se hace de la naturaleza influye en los cambios climáticos y de otro orden, como se ve en las catástrofes de la naturaleza. El hombre, bajo la influencia del pecado original, sigue haciendo daño en el universo creado, además del desorden que ya comenzó con el primer pecado. Al estudiar este número del Compendio, a mí me ha consolado saber que esta tierra que amamos, porque es nuestra casa, a la que se llama también la madre tierra, un día se transformará en lo que originalmente Dios quiso de ella. Será una tierra nueva. Mientras llega ese día, nuestra colaboración en el desarrollo del Reino de Dios en la tierra debería incluir nuestra colaboración en el orden material, en la ecología, en la conservación de la naturaleza como Dios la quiere.

Bien, volvamos al Nº 40. Dice la Iglesia que la salvación universal e integral, hace inseparable el nexo entre la relación que la persona está llamada a tener con Dios y la responsabilidad frente al prójimo, en cada situación histórica concreta.

 

Responsabilidad frente al prójimo, en cada situación histórica concreta

 

Observamos en la reflexión pasada, que hay en este número un elemento nuevo que no se nos puede escapar. Reflexionamos antes sobre la unión con Jesucristo, a la que estamos llamados, expresada por el Señor en la Última Cena, en la comparación con la vid y los sarmientos, unión que debe producir también, el fruto del amor a nuestros hermanos. Ahora, lo nuevo en este número 40, es que el Compendio nos habla de responsabilidad: la responsabilidad frente al prójimo, en cada situación histórica concreta, dice. De modo que no es una invitación a algo de simple buena voluntad, no se trata de una materia de simple piedad. Nos habla la Iglesia de responsabilidad. Tenemos una responsabilidad con el prójimo, en cada situación histórica concreta.

 

Cuestión de responsabilidad y no sólo de buena voluntad

 

Esto de nuestra responsabilidad frente al prójimo nos deja pensativos. En nuestro caso, en la situación concreta en que vivimos en Colombia, tenemos responsabilidad con nuestros hermanos que sufren, que padecen injusticia, que viven en la pobreza o como víctimas de desastres naturales. Observábamos en la anterior reflexión, que cuando nos llaman a ser solidarios con los que sufren, no nos están pidiendo simplemente, que manifestemos nuestra generosidad, que seamos filantrópicos…Es que, como cristianos, en cada situación histórica concreta en que se encuentre nuestro prójimo, tenemos una responsabilidad con ellos. Es cuestión de responsabilidad y no sólo de buena voluntad. Responsabilidad quiere decir que es algo sobre lo que tendremos que rendir cuentas.

También decíamos que esa responsabilidad es diferente para cada uno. En algunos casos, solo podremos acompañar a los que sufren con nuestra oración. Eso, que es muy importante, debemos hacerlo. En otras situaciones podremos colaborar con nuestra acción, con nuestro trabajo directo, como lo hacen los médicos que trabajan generosamente como voluntarios, yendo a las regiones alejadas de los centros urbanos, necesitadas de su ayuda; como lo hacen personas de diferentes profesiones y oficios, que colaboran como voluntarias en obras comunitarias de diversa índole. Son innumerables los modos de ser solidarios. De acuerdo con la situación en que se encuentre cada uno, se le presentan modalidades y posibilidades distintas de ser solidario. Hay personas con capacidad de hacer esfuerzos grandes, y otras sólo pueden hacer esfuerzos pequeños. Todos son importantes. Cuántas veces la limosna a la persona que pide a nuestra puerta, o el mercado que se lleva desde la parroquia, soluciona un problema grave de hambre. Las obras asistenciales son necesarias, aunque no sean la solución definitiva y radical. Y, por las obras de misericordia nos van a juzgar… Leamos si no a Mt. 25, 34ss.

La responsabilidad de ciertas personas en altos cargos

 

Les confieso que tengo una especial preocupación, por la responsabilidad de ciertas personas de altos cargos; por la separación que los altos directivos de la empresa privada y del Estado hacen de sus obligaciones contractuales y legales y de su fidelidad a la fe. Muchos dividen las actividades de su vida en dos cajones completamente independientes. Su trabajo, sus responsabilidades con el mundo, los ponenen un cajón y sus responsabilidades como creyentes, en el otro. Los católicos que desempeñan cargos en el Estado, y los directivos de las empresas, tienen una especial responsabilidad con los demás, sobre todo si ellos orientan la acción a donde se dirigen las políticas y estrategias de sus compañías, y en el Estado, si orientan las políticas, las leyes y los recursos de la nación, que son de todos. No olvidemos que somos administradores de los bienes que Dios puso a nuestro cuidado, pero los destinó al bienestar de todos. No se pueden tomar decisiones que afecten negativamente a otros, sin tenerlos en cuenta. La ley de flexibilización laboral, por ejemplo, que supuestamente pretendía quitar cargas a las empresas, para que ofrecieran más puestos de trabajo y en esa forma favorecer a los más necesitados,fue un fracaso.[2] Las empresas,- con contadas excepciones,- no respondieron. Quedaron en deuda. Simplemente aprovecharon las ventajas en su propio beneficio. Y el Congreso no ha corregido esa equivocación, si de verdad la intención era el aumento de oferta de trabajo. El ministro de la Protección Social tiene cuentas pendientes también, en este caso.

 

Obedecer a Dios antes que a los hombres

 

Entre ese grupo de altos funcionarios del Estado, que tendrán que rendir cuentas por su orientación equivocada, hay algunos que dicen defender la salud y la vida, sacrificando a los más débiles, como es en el caso del aborto y la eutanasia. Tienen ellos una responsabilidad con los que no pueden nacer o seguir viviendo, porque, o no tienen todavía la posibilidad de gritar desde el vientre materno o no pueden tampoco hacerlo desde su lecho de enfermos. El Procurador General, el Defensor del Pueblo, el Ministro de salud, más los Magistrados y los congresistas que apoyan el aborto y la eutanasia, caen entre las personas a quienes es lícito rehusarles obediencia en estas materias injustas, porque hay que obedecer a Dios, antes que a los hombres. (Téngase en cuenta que esto se escribe en 2006).


Una dictadura camuflada, contra la fe

Otro grupo de católicos que vive en las trincheras todos los días, y en cuya acción no siempre aparece la coherencia entre trabajo y fe, es en el de los comunicadores sociales católicos. Ellos orientan a la opinión, y a veces, cuando tratan temas delicados, en los que la formación ética define una posición, pareciera que olvidaran su misión de constructores del Reino de Dios en la tierra. Se ha insistido tanto, como hábil estrategia, en una mal entendida separación de la Iglesia y del Estado, en la libertad de expresión y en la necesidad del divorcio entre el mundo terreno y el trascendente, que se está llegando a la dictadura de negar la palabra a los creyentes, y hasta se nos quiere ahora privar del derecho constitucional de la objeción de conciencia. No hay peor dictadura que la que se está montando con el apoyo de poderosos medios de comunicación y el camuflaje de la legalidad.

Es verdad que no es fácil ser coherentes en esas situaciones de responsabilidad. Debemos pedir al Espíritu Santo que ilumine a los creyentes que tienen responsabilidades tan altas con sus hermanos para que no se dejen envolver en el torbellino de la confusión, y les dé la fortaleza que requieren, para no dejarse acobardar ante la actual virulenta y permanente campaña contra la Iglesia y la fe.

Nuestras necesidades no se reducen al pan y la salud

 

¿Estos comentarios tienen que ver con nuestro estudio de la D.S.I.? Pues, sí: el Nº 40 del Compendio de la D.S.I., que estamos estudiando, nos advierte de nuestra responsabilidad frente al prójimo, en cada situación histórica concreta. Es verdad que tenemos responsabilidad frente al prójimo que sufre la carencia de lo material, que padece la pobreza o la enfermedad, pero como hemos visto, el hombre considerado integralmente no es sólo cuerpo. Pueden ser peores los peligros que corre la persona de perder su alma, que la de perder sus bienes materiales: su casa o sus tierras. “¿De qué le vale al hombre ganar todo el mundo, si al fin pierde su alma”. Esa frase del Señor nos recuerda, que somos más que materia, que nuestras necesidades no se reducen al pan y la salud. Que nuestro destino es la eternidad. Que nuestra responsabilidad es frente a situaciones concretas materiales, pero sin olvidar las que constituyen nuestra vida trascendente. El Catecismo nos enseña que debemos practicar las obras de misericordia corporales y también las espirituales.

 

Ataques contra los planes de Dios con el hombre

 

Las actuales circunstancias de ataques permanentes a la Iglesia nos deben poner alerta. ¿Para dónde queremos que vaya nuestro país, y que vaya el mundo? Porque parece que hubiera una campaña mundial para socavar los cimientos del cristianismo. En Colombia lo vemos con la aprobación del aborto, la campaña que empieza ahora con la reglamentación de la eutanasia en el Congreso, la preparación del camino para equiparar las uniones entre homosexuales con el matrimonio y, desde muchos frentes, los consiguientes ataques a los defensores de la vida y de los planes de Dios con el hombre.

Los ataques a la Iglesia, hábilmente urdidos, están teniendo distinto efecto, según la persona a la que llegan, a mi modo de ver: entre los creyentes bien fundados en su fe y en el amor a Dios, que tratan de vivir su vida cristiana con la práctica de la caridad, de la oración y de los sacramentos, esos ataques tienen el resultado de hacerlos amar más a la Iglesia, de ser más conscientes de la gracia inmensa, de haber sido llamados a la fe. Se preocupan más por profundizar en la doctrina y, con humildad, están dispuestos a aceptar que si a Jesús lo persiguieron, también nos perseguirán a nosotros.

 

Efectos de los ataques a la Iglesia: en los no creyentes

Y en los tibios en la fe, que son los sujetos más débiles

 

El efecto en los no creyentes, que por razones que desconozco alimentan odio contra la Iglesia, es que su odio parece exacerbarse. Se vuelven más virulentos. Como las bacterias que entran a un cuerpo ya infectado. Y hay también cristianos mal preparados para el mundo difícil que atravesamos. Los hay porque no tuvieron la oportunidad de formarse bien en la fe, y también hay cristianos tibios, que junto con los mal formados, son los que más preocupan, porque son los más débiles. Como están bajos de defensas espirituales, fácilmente aceptan las falsedades, los chismes, las distorsiones de la información en los medios de comunicación, y acaban de aliados del enemigo.

Si tenemos que orar por los enemigos, debemos hacerlo también y con especial ahínco por los cristianos que flaquean. Ya que ellos no oran o lo hacen poco, debemos seguir la solicitud de Jesús a sus apóstoles en Getsemaní: velad y orad para que no caigáis en la tentación. Debemos orar por nosotros y por ellos. No podemos dormirnos en medio del peligro. Parece dirigida a todos nosotros la pregunta del Señor a sus compañeros los apóstoles en el Huerto: ¿Cómo es que estáis dormidos? Levantaos y orad para que no caigáis en la tentación.[3]

Estamos estudiando ahora el Nº 40, que dice:

La universalidad e integridad de la salvación ofrecida en Jesucristo, hacen inseparable el nexo entre la relación que la persona está llamada a tener con Dios y la responsabilidad frente al prójimo, en cada situación histórica concreta.

 

La relación con Dios a la que estamos llamados y nuestra responsabilidad con el prójimo

Estamos reflexionando en las última palabras de esa frase sobre el nexo inseparable entre la relación con Dios a la que estamos llamados y nuestra responsabilidad con el prójimo. Veíamos que tenemos responsabilidad frente al prójimo que sufre la carencia de lo material, que padece la pobreza o la enfermedad, pero que el hombre considerado integralmente no es sólo cuerpo. Nuestra responsabilidad no se puede limitar a sólo las necesidades materiales del prójimo. Pueden ser peores los peligros que corre la persona de perder su alma, que la de perder su casa o sus tierras. “¿De qué le vale al hombre ganar todo el mundo, si al fin pierde su alma”. Esa frase del Señor nos recuerda que somos más que materia, que nuestras necesidades no se reducen al pan y la salud. Que nuestro destino es la eternidad. Que nuestra responsabilidad con nuestro prójimo es frente a situaciones concretas materiales sí, pero sin olvidar las que constituyen nuestra vida trascendente.

 

Responsabilidad de los medios de comunicación y los comunicadores católicos

Vamos a dedicar ahora los minutos que nos quedan, a reflexionar sobre una situación especialmente crítica en nuestro país: el papel que están desempeñando los medios de comunicación y nuestra actitud como católicos. Los medios de comunicación pueden ser de gran ayuda para cumplir con nuestra responsabilidad con el prójimo, pero pueden también hacer daño y un daño grande.

Es un hecho, que la Iglesia,- ni la Iglesia jerárquica, ni los laicos católicos,- contamos con medios de comunicación tan poderosos, como los que tiene el mundo al servicio de sus intereses terrenales. Demos gracias a Dios de contar con Radio María, que es una emisora sostenida por el esfuerzo de los oyentes y la colaboración de voluntarios tanto en su difusión como en la transmisión de los contenidos doctrinales, culturales y de oración. Radio María cuenta con 8 emisoras propias, dedicadas a transmitir el pensamiento de la Iglesia durante 24 horas diarias continuas. Existen también otras emisoras católicas, que se dedican a la evangelización, pero qué lejos estamos del nivel tecnológico que necesitaríamos, para contrarrestar la mala influencia de la mala radio y de la mala prensa.

Se debe reconocer sin embargo el enorme esfuerzo de la Iglesia. Veamos sólo algunos ejemplos, además deRadio María:

Radio Vaticanoes la emisora de la Santa Sede. Es un instrumento de comunicación y evangelización al servicio del ministerio del Papa y su sede se encuentra en el Estado de la Ciudad del Vaticano (…) .No es un órgano “oficial” de la Santa Sede, ya que queda a su propia responsabilidad, el contenido de los programas que elabora y difunde. Pero dada su naturaleza de servicio al Santo Padre y la facilidad con que el gran público le atribuye el carácter de oficial, Radio Vaticano debe mantenerse siempre en plena sintonía con el magisterio y las actividades de la Sede Apostólica.[4]

Radio Vaticano transmite en cuarenta idiomas a través de: cinco redes, con frecuencias en Onda Corta, Onda Media y Frecuencia Modulada, dos satélites con dos canales cada uno. Estas condiciones permiten a Radio Vaticano transmitir durante 60 horas diarias a todo el mundo.

Otro esfuerzo enorme de la Iglesia en la televisión internacional es la EWTN, que muchas personas conocen como el canal de la Madre Angélica, por su fundadora. Es excelente su labor. Lástima que sólo se puede sintonizar vía satélite en la TV por suscripción, de modo que no todo el mundo tiene acceso a ella.

En Colombia también hay encomiables esfuerzos en la televisión privada: en Bogotá, Cristovisión, de la arquidiócesis de Bogotá y Teleamiga, que dirige el Dr. Jo´se Galat y se propone La promoción y el desarrollo integral y fraterno de la persona humana y la sociedad, para crear una civilización en paz, más humana y cristiana. Tienen la limitación de que sólo puede sintonizarse con una antena especial o por cable.

Por su parte Televida en Medellín, fundada y regida por la Congregación Mariana, institución de seglares, que ahora en todo el mundo lleva el nombre de Comunidad de Vida Cristiana (CVX), y que es dirigida por la Compañía de Jesús. Este canal antioqueño emite, por ahora, 16 horas diarias de programación, con la misión de “Infundir en las personas y en las familias los principios de la fe cristiana, definidos por la Iglesia Católica. Defender la vida y promover la solidaridad, la reconciliación y la paz, a través de una programación evangelizadora, formativa, entretenida y de orientación familiar, para Medellín y el Área Metropolitana”.

Eso ha sido Televida hasta ahora, pero  precisamente en este mes de septiembre (2006), esta obra de los caballeros católicos antioqueños hace anuncios excelentes que nos alientan, pues se están preparando intensamente para el gran paso que van a dar, a finales del mes de Octubre: la conexión al Sistema Satelital.

Este momento único en la historia de este canal católico de TV en Colombia, les exigirá tener 24 horas de programación, nuevos equipos, nuevos programas de computador y nuevas personas, entre otros muchos requerimientos. Su reto es internacionalizar el mensaje de TELEVIDA. Es una excelente, alentadora noticia entre tantas malas noticias. El mensaje del Evangelio llegará desde Medellín, por TV, a toda Colombia, a Los Estados Unidos, Centro y Suramérica;en Europa a Portugal y a España y en África a Marruecos, norte de Argelia y Túnez.

Es muy importante que la verdad llegue a todos los rincones de la tierra, pero estamos lejos del ideal. De ahí la trascendencia de nuestra colaboración a los medios católicos, para que pueda continuar y mejorar su tecnología.

En prensa estamos mal. No tenemos en Colombia un diario de circulación nacional al servicio de la comunicación de la verdad del Evangelio. Por eso, por lo menos en la radio debemos redoblar nuestro esfuerzo. Es tan importante que en estos momentos en particular, se conozca la información de los señores obispos, en toda su extensión, y no sólo a través de las migajas de tiempo y de espacio en las páginas de los medios escritos y hablados…

El Catolicismo, que es periódico de la Arquidiócesis de Bogotá publicó esta semana el Comunicado del Comité Permanente de la Conferencia Episcopal, con el fin de iluminar la conciencia de los fieles católicos sobre temas que se han venido debatiendo en estos días. El periódico de mayor circulación nacional ni mencionó este importante comunicado. Sería de desear que los católicos que tienen posibilidad económica de hacerlo, conformaran un grupo de personas que estuviera dispuesto a pagar una página completa en un diario de circulación nacional, para publicar como publicidad, este tipo de información de la Iglesia. No podemos esperar que los que se han dedicado a atacarla, publiquen gratis los comunicados que rebaten sus opiniones y argumentos. Este comunicado de los señores obispos se refiere a los siguientes temas: la despenalización del aborto, la objeción de conciencia y la excomunión, y termina con este párrafo:

La verdad os hará libres. Tenemos plena confianza de que en medio de la confusión creada por las propuestas abortistas y la campaña de descrédito de la Iglesia, los fieles católicos irán comprendiendo las razones de quienes nos hemos puesto decididamente a favor de la vida.

La formación de una recta conciencia reclama el conocimiento de la ley de Dios, de los preceptos del Evangelio y de la enseñanza tradicional de la Iglesia consignada en el Catecismo de la Iglesia Católica.

Hacemos un llamado a todos los fieles a seguir con amor y fidelidad las enseñanzas del Señor Jesús que nos dejó en el Evangelio esta consigna: “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. El que me sigue no anda en tinieblas.”

 

La objeción de conciencia

Dada la importancia de la objeción de conciencia, en este momento crítico en que se pretende negar este derecho constitucional, voy a leer lo que dice a este respecto el comunicado episcopal:

El artículo 18 de nuestra Carta Política establece que en Colombia “se garantiza la libertad de conciencia. En consecuencia, nadie será molestado por razón de sus convicciones o creencias ni compelido a revelarlas, ni obligado a actuar contra su conciencia”.

En ningún ámbito de la vida, la ley civil puede sustituir la conciencia / ni dictar normas que excedan la propia competencia / que es la de asegurar el bien común de las personas / mediante el reconocimiento y la defensa de sus derechos fundamentales.

Por esta razón, aquellos Magistrados que no reconozcan los derechos del hombre o los atropellen, no sólo faltan a su deber sino que carece de obligatoriedad lo que ellos prescriban” (Pacem in terris) [5]

Contrariamente a lo que expresa el fallo de la Corte Constitucional, la Objeción de Conciencia no “hace referencia a una convicción de carácter religioso”. Se trata de un derecho natural consagrado para todos los ciudadanos que puede invocarse cuando la ley prescriba acciones que van contra las convicciones éticas, políticas o religiosas de la persona humana.

Es muy importante advertir que los que recurren a la Objeción de Conciencia deben estar exentos no sólo de sanciones penales sino también de cualquier perjuicio en los aspectos legal, disciplinario, económico y profesional (cf. E.V.74)[6]

Nos parece extremadamente grave  el que se pretenda desconocer o minimizar el hecho de que la Conciencia es la norma última de los actos humanos y, para los bautizados católicos, el santuario en el que el hombre se encuentra a solas con Dios.

Reconocemos y apoyamos el valor de los médicos, jueces, y personal de enfermería que han invocado la objeción de conciencia para negarse a practicar el aborto, o a sentenciarlo. Los médicos están al servicio de la vida y no de la muerte. Y este principio ético vale no sólo para los profesionales católicos sino para todos los que han hecho suyo el juramento hipocrático: “tendré absoluto respeto por la vida humana desde su concepción”.

Hasta aquí las palabras del mensaje episcopal. A los que quieran ahondar en el asunto de la objeción de conciencia, los invito a estudiarla en el Compendio de la D.S.I. en el Nº 399.


[1]Cfr Reflexión 25 del 17 de agosto de 2006

[2]Esa ley facilitó el despido de los trabajadores, el sistema de contratación y disminuyó el horario considerado nocturno para efectos del pago adicional a las horas trabajadas durante el día.

[3]Lc., 22,46

[4]La información sobre Radio Vaticano, Teleamiga y Televida las he tomado de sus páginas oficiales en internet.

[5]Nº 61

[6]Juan Pablo II, Evangelium Vitae, 73s

Reflexión 28, Septiembre 7 2006

Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia Nº 39-40

Recordemos cual el plan de Dios sobre el hombre

Estudiamos ahora el primer capítulo de la primera parte, del Compendio de la D.S.I. Este capítulo nos enseña cuál es el plan de Dios para la humanidad. En la reflexión anterior terminamos el estudio del Nº 39. Allí se amplía y profundiza el tema sobre la salvación cristiana, que es el plan divino para todos los hombres; la salvación para todos los hombres, y la salvación, de todo el hombre. Como nos enseña la Iglesia, la Historia de salvación comienza en el momento mismo de la creación; el plan de Dios sobre el hombre, desde su creación, ha sido ofrecerle la salvación, es decir gozar de su vida en la gloria. Para repasar estas enseñanzas, volvamos a leer el Nº 39, completo, antes de continuar. Dice:

La salvación que Dios ofrece a sus hijos requiere su libre respuesta y adhesión. En eso consiste la fe, por la cual “el hombre se entrega entera y libremente a Dios”[1], respondiendo al Amor precedente y sobreabundante de Dios (cf Jn 4,10) con el amor concreto a los hermanos y con firme esperanza , “pues fiel es el autor de la Promesa” (Hb 10,23).

Las últimas líneas del Nº 39 del Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia dicen así:

El plan divino de salvación no coloca a la criatura humana en un estado de mera pasividad o de minoría de edad  respecto a su Creador, porque la relación con Dios, que Jesucristo nos manifiesta y en la cual nos introduce gratuitamente por obra del Espíritu Santo, es una relación de filiación: la misma que Jesús vive con respecto al Padre.

En un breve resumen de nuestro estudio anterior, podemos decir, que aprendimos que, la salvación que Dios nos ofrece es una gracia que Él nos da, en su libre voluntad y por amor; sin mérito nuestro. Y añade la Iglesia, que Dios respeta la libertad del hombre, de manera que a esa llamada amorosa del Señor, la persona humana puede responder que no. Dios llama a nuestra puerta y podemos no abrirle.

Nuestra respuesta a la invitación divina

Aprendimos también, que la fe es nuestra respuesta a la invitación divina; y que la fe consiste en una entrega entera y libre a Dios. Es decir , a Dios. La fe es una virtud que viene de Dios, como un don; por eso se llama virtud teologal, que es lo mismo que virtud divina. Las palabras teología y teologal, tienen origen en la palabra griega: Theos, que quiere decir dios. La fe es una virtud que viene de Dios, que Él nos da. Por eso pedimos al Señor que nos la aumente: Señor, aumenta mi fe. La fe no se puede adquirir sin una previa intervención de Dios.

Nos enseñó también la Iglesia en el Nº 39, que la fe sincera tiene que ser una fe viva, una fe con obras, que se manifieste en la manera de vivir, y especialmente en el amor a los demás, que son nuestros hermanos. Y aprendimos algo más; como vimos, nuestra fe tiene que ir acompañada de la esperanza, que junto con la fe y la caridad forman la que el Cardenal Martini llama “trinidad” de las virtudes teologales: fe, esperanza y caridad.

Nuestra esperanza es de una solidez indestructible, porque su fundamento es Dios, que no nos puede fallar. La esperanza humana, que es la que puede tener el no creyente, es débil, porque se basa en lo humano, y lo puramente humano falla, las promesas humanas se deshacen fácilmente, porque sus cimientos son débiles. La esperanza humana no garantiza certeza. En cambio la virtud cristiana de la esperanza, como dice el Cardenal Martini, consiste en vivir totalmente abandonados en los brazos de Dios, la esperanza cristiana está fundada en su fidelidad. Y como dice la Carta a los Hebreos, en 10,23: fiel es el autor de la Promesa. También San Pablo utiliza varias veces esta misma expresión u otras semejantes: “Fiel es Dios”, por ejemplo, como puede verse en 1 Cor 1,9. En la segunda carta, también a los Corintios, en 10, 13, para asegurar que él, Pablo, dice la verdad, exclama: “¡Por la fidelidad de Dios!, que la palabra que os dirigimos no es sí y no.”; finalmente otro ejemplo es en la 2 Carta a los Tesalonicenses, 3,3;de ellos, hacia el final de la carta se despide con esta bendición: “Fiel es el Señor; él os afianzará y os guardará del Maligno.

 

El plan divino de salvación no coloca a la criatura humana en un estado de mera pasividad o de minoría de edad respecto a su Creador

 

Otro punto muy importante aprendimos también en la reflexión anterior; el Compendio de la D.S.I. en la segunda parte del Nº 39 que acabamos de leer, dice que El plan divino de salvación no coloca a la criatura humana en un estado de mera pasividad o de minoría de edad respecto a su Creador, porque la relación con Dios, que Jesucristo nos manifiesta y en la cual nos introduce gratuitamente por obra del Espíritu Santo, es una relación de filiación (es decir de Padre e hijos) la misma (relación) que Jesús vive con respecto al Padre.

Para que comprendamos cómo es esa relación nuestra con Dios, en la cual nos introduce Jesucristo por obra del Espíritu Santo, nos remite el Compendio al Evangelio según San Juan, en los capítulos 15 a 17.

Recordemos que estos capítulos nos sitúan en los acontecimientos de la Última Cena, después del lavatorio de los pies, de la proclamación del mandamiento nuevo, del discurso de despedida, en el cual el Señor consoló a sus discípulos; les pidió que no se pusieran tristes, pues se iba a la Casa del Padre a prepararles un lugar. También en ese momento ha pasado la escena de Tomás, desconcertado porque no conocía el camino para poder ir detrás del Señor. Y Jesús le aclaró de qué camino hablaba, no se trataba de un camino material, y le explicó: Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida, y le hizo comprender que seguir sus enseñanzas es seguir el Camino. También anunció a los discípulos que no los dejaría huérfanos, porque les enviaría al Espíritu Santo.

En el capítulo 15 del Evangelio según San Juan, nos explica el Señor en qué consiste nuestra unión con Él, con la comparación o alegoría, de La Vid verdadera: Yo soy la vid verdadera, y mi Padre es el viñador, dijo. Todo sarmiento que en mí no da fruto, lo corta, y todo el que da fruto, lo limpia para que dé más fruto. Es otra manera de explicar que somos miembros de su Cuerpo místico de Cristo, que fue la figura utilizada por San Pablo, y expresado por Jesús en esta oportunidad con la alegoría de la vid.

La unidad de los cristianos con el Señor, trasciende todo este capítulo 15 de San Juan. El Compendio nos enseña, por una parte, que nuestra fe se tiene que manifestar en el amor a nuestros hermanos, y añade por otra, que nuestro papel en el plan de salvación que Dios tiene para nosotros, no es una llamada a la pasividad. No estamos llamados a desempeñar un papel pasivo, ni de seres inferiores; nuestra respuesta a su llamada tiene que ser activa; esa respuesta se manifiesta en nuestro comportamiento con los demás. La unión con Él, a la que estamos llamados por el bautismo, se realiza por la participación nuestra en su vida divina, y a esa unión estamos llamados todos, de manera que nos encontramos con nuestros hermanos, compartiendo la vida de Dios. Somos ramas, unidas al mismo tronco, compartimos la misma vida, como las ramas participan de la misma savia que corre por el tronco. Es una bella figura de la comunión de vida, que en la Última Cena se siguió desarrollando con la Institución de la Eucaristía. Compartimos en la Mesa el Cuerpo y la Sangre de Cristo.

El amor cristiano no es una simple invitación

 

Tengamos presente que el amor cristiano es además una exigencia; no una simple invitación que se pueda rehusar sin consecuencias. Los vv. 12 a 17 del capítulo 15 del Evangelio de San Juan, hablan de la unión de los miembros entre sí y de la caridad mutua, como exigencia vital y mandamiento propio de Cristo: “Este es el mandamiento mío: que os améis los unos a los otros como yo os he amado. No cabe en nadie amor más grande que éste de dar la vida propia por sus amigos. Vosotros seréis mis amigos si hacéis las cosas que os mando. Ya no os llamo siervos, porque el siervo no conoce qué hace su señor, pero os he llamado amigos, porque os he revelado todo lo que he oído de mi Padre.

San Juan nos enseña también que la fe no consiste únicamente en una aceptación teórica del mensaje ni tampoco sólo en una aceptación entusiasta, que se manifieste apenas en explosiones afectivas de amor a la persona de Cristo; la fe es un constante y vital permanecer en Él. Es la fe que vive por la caridad y se manifiesta en ella. Sabemos que la gracia nos une a Jesucristo. Permanecer en gracia es permanecer unidos a Él, como la rama necesita permanecer unida a la vid para no secarse.

El apostolado tiene que ser fruto del amor o será un activismo vano

 

Voy a repetir el comentario del escriturista P. Juan Leal que leímos en la reflexión anterior. Dice el P. Leal: Hay dos maneras de estar en Cristo (una) por la mera fe y el bautismo; (otra) por la fe, el bautismo y la caridad. Quien está en Cristo sólo por la fe y el bautismo, sin la caridad, está muerto. Se puede estar en Cristo por la fe, el bautismo y aun la misión, y estar muerto. El fruto, pues, de que habla aquí Cristo (en la alegoría de la vid y los sarmientos) no es (el fruto) de los milagros ni el apostolado, sino un fruto vital, personal. A esta consideración podríamos añadir que uno puede desgastarse en obras de apostolado, pero ese apostolado tiene que ser fruto del amor o a la larga será un activismo vano.

Nos viene bien leer aquí unos versículos del himno a la caridad, de San Pablo en el capítulo 13 de su carta a los Corintios:

Aunque hablara las lenguas de los hombres y de los ángeles, si no tengo caridad, soy como bronce que suena o címbalo que retiñe. Aunque tuviera el don de profecía, y conociera todos los misterios y toda la ciencia; aunque tuviera plenitud de fe como para trasladar montañas, si no tengo caridad nada soy. Aunque repartiera todos mis bienes, y entregara mi cuerpo a las llamas, si no tengo caridad, nada me aprovecha.

El mismo Jesús nos explicó cómo debe ser el amor cristiano, cuando dice que debe ser como el amor del Padre: “Como me amó el Padre, así os he amado yo. Y concluye: Permaneced en el amor mío”. El amor del Padre nos lo explica la Escritura cuando nos dice que de tal manera nos amó Dios, que entregó a su Hijo por nosotros. Y nos dijo que amáramos a los demás como Él nos ama. El amor de Cristo a sus discípulos, su amor por nosotros, es un amor activo, que no se quedó en palabras, en entusiastas declaraciones de amor y fidelidad, sino que se manifestó hasta el final, dando la vida. Como vemos, el amor cristiano supone la renuncia a uno mismo. De nada nos sirve entregar los bienes, si lo que se busca es el propio beneficio, por ejemplo, a través de la lisonja. Jesús no podía ser más claro cuando dijo que no hay mayor amor que dar la vida. Antes pasó por el dolor físico en la pasión, por el abandono de sus amigos, por la humillación de ser ajusticiado como un malhechor, Él que era la bondad misma. Su pasión y muerte son la expresión máxima de la renuncia a sí mismo.

Nos detuvimos también a considerar que la alegoría de la vid y los sarmientos y la del Cuerpo místico y sus miembros, son equivalentes y complementarias. De la idea fundamental de la unión de los sarmientos, (las ramas) con la vid, se pasa a la unión de los sarmientos entre sí. “Como el sarmiento no puede dar fruto si no permanece en la vid, tampoco vosotros si no permanecéis en mí. Explicó Jesús.

La alegoría de la Vid y de los sarmientos explica también la unión entre nosotros

 

De modo que la alegoría de la Vid y de los sarmientos no sólo nos explica la unión nuestra con Dios, sino la unión entre nosotros, porque permanecer unidos a la vid, unidos al Señor, no es simplemente para poder vivir y crecer, para ser más grande y tener más hojas, sino para dar fruto: El que permanece en mí y yo en él, éste da mucho fruto…En otra parte había dicho: Por sus frutos los conoceréis…¿De qué frutos hablaba el Señor? Sin duda de los mismos frutos que produce el árbol al cual estamos unidos. Por eso el fruto característico del cristiano es el amor. Tenemos que producir frutos de caridad, de amor cristiano.

A este respecto comenta el P. Juan Leal: El fundamento ontológico (es decir lo que constituye, lo que es esencialmente el fundamento) de la caridad fraterna cristiana lo puede dar la misma alegoría de la vid. Los cristianos pertenecemos, por singular y graciosa elección de Cristo, al mismo tronco, que es él. Estamos llamados a dar el mismo fruto; vivimos de la misma vida. Tenemos un mismo destino en el tiempo y en la eternidad. Motivos son todos estos para amarnos.

Terminemos entonces nuestro repaso y ampliación de la reflexión anterior recordando que estamos unidos al mismo tronco, somos miembros del mismo Cuerpo, de Cristo. San Juan en su Evangelio y San Pablo en sus cartas hablan de lo mismo: San Pablo hace el elogio de la caridad fraterna, después de haber insistido en que todos somos miembros del mismo cuerpo (1 Cor, 12-12s). Nadie odia a su propio cuerpo, sino que lo alimenta y acaricia (Ef 5,28,s) El fondo de la alegoría de la vid nos da, pues, las razón (intrínseca y objetiva) de la caridad fraterna entre cristianos.

La universalidad e integridad de la salvación ofrecida en Jesucristo, hacen inseparable el nexo entre la relación que la persona está llamada a tener con Dios y la responsabilidad frente al prójimo, en cada situación histórica concreta.

Fijémonos; volvamos a leer: La universalidad e integridad de la salvación ofrecida en Jesucristo: La salvación universal e integral a que se refiere es la que ya comentamos: que Dios ofrece la salvación a todos los hombres, sin distinción de raza ni de nacionalidad, de modo que ofrece una salvación universal. Y la integridad, la salvación integral, como lo vimos, se refiere a que Dios ofrece la salvación de todo el hombre: en todas sus dimensiones; como decía el Nº 38: en la dimensión personal, individual, y también en la dimensión social: la salvación de los hombres relacionados entre sí, que conforman la sociedad. La salvación de la sociedad, de la comunidad. Y añade otras dimensiones, el mencionado Nº 38: las dimensiones espiritual y la corpórea, histórica y trascendente. Como vimos, la salvación universal e integral se consumará, cuando llegue la plenitud de los tiempos. Refresquemos lo que vimos hace ya tres o cuatro programas a este respecto:

Nos decía el Compendio en el Nº 38, que la salvación se culminará: en el futuro que Dios nos reserva, cuando junto con toda la creación seremos llamados a participar en la resurrección de Cristo y en la comunión eterna de vida con el Padre, en el gozo del Espíritu Santo. Nos remite allí el Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia a Rm 8.

La misión redentora de Cristo abarcó a toda la creación

 

Veíamos que la misión redentora de Cristo abarcó a toda la creación, como nos explica San Pablo en Rm 8 y en Colosenses en el capítulo 1º. Nos ayudará volver a citar al escriturista el P. Pastor Gutiérrez, quien dice que Dios, por medio de Cristo, por medio de su sangre en la cruz, ofrece la reconciliación del mundo entero…del hombre y de toda la creación material, en cuanto que todo el conjunto de seres racionales e irracionales se dirige ya ordenada y armónicamente a Cristo; entre todos ellos se restablece el equilibrio roto por el pecado, que causó un corte fatal en nuestras relaciones con Dios.[2] Recordemos que ese nuevo ordenamiento del universo se consumará al final, cuando todo vuelva a Jesucristo.Como cristianos, en cada situación histórica concreta en que se encuentre nuestro prójimo tenemos una responsabilidad con ellos

Bien, volvamos al Nº 40, que es ahora nuestro tema. Dice la Iglesia que esa salvación universal e integral, hace inseparable el nexo entre la relación que la persona está llamada a tener con Dios y la responsabilidad frente al prójimo, en cada situación histórica concreta.

Hay un elemento nuevo que no se nos puede escapar. Ya hemos reflexionado sobre la unión con Jesucristo a la que estamos llamados, expresada en la comparación con la vid y los sarmientos, unión que debe producir también el fruto del amor a nuestros hermanos. Ahora, lo nuevo es que el Compendio nos habla de responsabilidad: la responsabilidad frente al prójimo, en cada situación histórica concreta, dice. No es algo de simple buena voluntad, no es materia de simple piedad. Tenemos una responsabilidad frente al prójimo, frente a cada situación histórica concreta.

Esto nos tiene que hacer pensar. Porque, en nuestro caso, en la situación concreta en que vivimos en América Latina, tenemos una responsabilidad con nuestros hermanos que sufren, que padecen injusticia, que viven en la pobreza o como víctimas de desastres naturales. Cuando nos llaman a ser solidarios con ellos, no nos están pidiendo simplemente que manifestemos nuestra generosidad, que seamos filantrópicos…Es que, como cristianos, en cada situación histórica concreta en que se encuentre nuestro prójimo tenemos una responsabilidad con ellos.

Claro que esa responsabilidad es diferente para cada uno. En algunos casos sólo podremos orar por los demás, y eso, que es muy importante, debemos hacerlo. En otras situaciones podremos colaborar con nuestra acción, con nuestro trabajo directo, como lo hacen los médicos que vuelan como voluntarios a las regiones necesitadas de su ayuda; como lo hacen personas de diferentes profesiones y oficios, que colaboran en obras comunitarias de diversa índole. Son innumerables los modos de ser solidarios: cuántas veces el mercado que se lleva desde la parroquia soluciona un problema grave de hambre. Las obras asistenciales son necesarias, aunque no sean la solución definitiva y radical. Por las obras de misericordia nos van a juzgar…

Responsabilidad del cristiano en los cargos directivos

En cuanto a los católicos que desempeñan cargos en el Estado y los directivos de las empresas, tienen una especial responsabilidad, sobre todo si ellos orientan la acción a donde se dirigen las políticas de las compañías, las políticas y las leyes y los recursos de la nación, que son de todos. No olvidemos que somos administradores de los bienes que Dios puso a nuestro cuidado, pero los destinó al bienestar de todos.

Me llamó la atención que hace pocos días, en un debate al Ministro de Hacienda en el senado, uno de los dos senadores citantes le observó que la economía era una ciencia social, y que las cifras no son suficientes para demostrar el buen manejo económico del país, si en la práctica no se traducen en el bienestar de la gente. Si, por ejemplo no hay suficientes puestos de trabajo ni se atiende de modo adecuado a las personas que tienen que emigrar por la violencia, o a las que carecen de vivienda digna, las cifras no tienen significado.

El Ministro comenzó su respuesta diciendo, que él no era filósofo sino técnico y contestaba con cifras. Sabemos que siempre hay una filosofía o una ideología detrás de las estadísticas, y claro, también de la orientación general de la economía. El economista cristiano no puede utilizar su ciencia sólo como ejercicio académico, sin tener en cuenta cómo afectan sus decisiones a los demás. Yo creo que muchos economistas tienen una deformación profesional, al no entender su profesión como una profesión al servicio de la satisfacción de necesidades de la población, según el sector donde trabajen.

La Economía es una ciencia social

 

El año pasado dedicamos algunos programas a estudiar el T.L.C., el Tratado de Libre Comercio, que se estaba negociando con los Estados Unidos.[3] El economista que nos ayudó en esos programas, Hernán Díaz del Castillo Guerrero,comenzó su intervención explicándonos precisamente el papel de la economía. Decía él que: Lo primero que debe recordarse (…) es la razón de ser de la ciencia económica, ya que su concepción misma se ha distorsionado tanto que no podría reconocerse el concepto original al observar su aplicación actual. La Economía es la ciencia social , decía,  que estudia los procesos de producción, distribución, comercialización y consumo de bienes y servicios, con el objetivo de generar el máximo beneficio social.[4] Por lo tanto, la Economía no busca el enriquecimiento sino la satisfacción de necesidades. Esta distinción es esencial desde el punto de vista filosófico, afirmaba,  pues determina la orientación, la finalidad de esas herramientas que nos proporciona la ciencia económica. En la práctica, desafortunadamente, la ciencia económica se utiliza muchas veces para enriquecer a unos pocos en perjuicio de la mayoría. Es tan grave esto como si la medicina se utilizara para causar más dolor, en ves de aliviarlo.

No sé si el señor Ministro de Hacienda, en el debate que mencioné, quiso decir, de manera implícita,  porque no lo expresó verbalmente,  que las cifras que iba a presentar demostrarían que la orientación de la política económica era en beneficio social. En todo caso son cifras cuyo valor permanentemente se discute. De todos modos no fue acertado que comenzara su intervencióndiciendo que no era filósofo sino técnico, porque nos daba a entender que su interés era sólo el manejo técnico de las cifras. Sabemos que, en la práctica, el manejo de la ciencia económica, está sustentado por una filosofía, por una concepción de la vida y del ser humano. El economista cristiano no puede usar las herramientas que le da su conocimiento en detrimento de sus hermanos, así pueda con habilidad presentar gráficas muy coherentes desde el punto de vista matemático. Al contrario, debe buscar cómo utilizar su ciencia para satisfacer las necesidades de las personas y en especial las necesidades básicas que son las más apremiantes.

Retomemos entonces el texto que estamos comentando. Nos dice la Iglesia que la universalidad e integridad de la salvación que se nos ofrece en Jesucristo, hacen inseparable la conexión entre la relación que estamos llamados a tener con Dios y nuestra responsabilidad frente al prójimo. Es ésta una reafirmación de la enseñanza del Evangelio: amar a Dios y amar al prójimo van juntos. Como dice San Juan en su Primera Carta, 4, 20s: Si alguno dice: “Amo a Dios”, y aborrece a su hermano, es un mentiroso; pues quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios, a quien no ve. Y hemos recibido de Él este mandamiento: quien ama a Dios, ame también a su hermano.

El primer párrafo del Nº 40 que estamos estudiando termina así:

Es algo que la universal búsqueda humana de verdad y de sentido ha intuido, si bien de manera confusa y no sin errores; y que constituye la estructura fundante de la Alianza de Dios con Israel, como lo atestiguan las tablas de la Ley y la predicación profética.

Según esta enseñanza de la Iglesia, la conexión entre la relación con Dios a la que estamos llamados, y la responsabilidad frente al prójimo, es de la estructura misma de la Alianza de Dios con Israel, y aunque de manera confusa y también con errores, es un sentimiento, es algo universal, que intuye el hombre en su búsqueda de la verdad y del sentido de la vida.

Dios mediante, en la próxima reflexión continuaremos con este tema.

 

Fernando Díaz del Castillo Z.

Escríbanos a: reflexionesdsi@org


[1]Concilio Vaticano II, Cons. Dogmática Dei Verbum, 5

[2]Cfr Reflexión 25, del 17 de agosto-2006

[3]Hernán Díaz del Castillo Guerrero, Programa del 30 de junio de 2005 en Radio María de Colombia. Cita textual.

[4]El subrayado es mío

Reflexión 27, 31 de agosto 2006

Reflexión 27 Jueves 31 de agosto de 2006

Repasemos la reflexión anterior

 

En la reflexión anterior empezamos el estudio del Nº 39 del Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia. Recordemos que estamos estudiando el primer capítulo de la primera parte del libro, que nos enseña cuál es el designio, o sea, el plan de Dios para la humanidad. Este número 39 amplía y profundiza el tema sobre la salvación cristiana: nos enseñaque la salvación es para todos los hombres y de todo el hombre. De manera que el plan de Dios sobre el hombre, desde su creación,  ha sido ofrecerle la salvación, que es lo mismo que ofrecerle gozar un día de la vida divina en la gloria. Vimos que la Historia de la salvación comienza en el momento mismo de la creación; fuimos creados para participar de la vida de Dios. En el programa anterior alcanzamos a reflexionar sobre la primera parte de ese número 39, que dice así:

La salvación que Dios ofrece a sus hijos requiere su libre respuesta y adhesión. En eso consiste la fe, por la cual “el hombre se entrega entera y libremente a Dios”[1], respondiendo al Amor precedente y sobreabundante de Dios (cf Jn 4,10) con el amor concreto a los hermanos y con firme esperanza , “pues fiel es el autor de la Promesa” (Hb 10,23).

Para recordar las conclusiones a que nos llevó nuestro estudio del párrafo que acabamos de leer, enumeremos por lo menos algunos puntos clave:

Veíamos que Dios nos ofrece, en su infinita generosidad, la salvación. Nos llama a ser sus hijos adoptivos, partícipes de la naturaleza divina, de la vida eterna, como nos enseña el Catecismo en el Nº 1996. Es una llamada, una invitación de Dios, que podemos no aceptar, pues Dios respeta nuestra libertad. La frase de San Agustín que citamos hace una semana resume de manera clara esta verdad. Dice: El que te salvó a ti, sin ti, no te salvará a ti sin ti. El hombre se puede resistir y decir: NO. Representa muy bien esta verdad aquel cuadro, cuyo autor desconozco, en el que aparece el Señor golpeando a una puerta. “He aquí que estoy a la puerta y llamo”, dice. Detrás estamos nosotros, que podemos abrir o no esa puerta. El Señor no entrará a la fuerza.

 

La fe es nuestra respuesta

 

También comprendimos que nuestra respuesta a la invitación divina es la fe; y que la fe consiste en una entrega entera y libre a Dios. Es decir , a Dios. La fe es una virtud que viene de Dios; por eso se llama virtud teologal. Tiene su inicio en Dios, que llama. Las palabras teología y teologal, tienen origen en la palabra griega: Theos, que quiere decir dios. De manera que teologal quiere decir divina; de esa misma raíz procede la palabra teología, que es la ciencia sobre Dios. La fe es una virtud que viene de Dios, que Él nos da. Por eso pedimos al Señor que nos la aumente: Señor, aumenta mi fe. La fe no se puede adquirir sin una previa intervención de Dios.

En este mismo número nos enseña la Iglesia que nuestra respuesta a su llamada,  si es sincera,  es una fe con obras, una fe activa, una fe viva, que se manifiesta en el amor a nuestros hermanos. No podemos afirmar que creemos en Dios, que decimos sí a la invitación de Dios, si no amamos a nuestros hermanos. Nuestra respuesta a la llamada de Dios se hace vida con el amor concreto a los hermanos.

 

La fe y una firme esperanza, que se funda en quien no puede fallar

 

Otra característica de nuestra fe es que va acompañada de una firme esperanza. Veíamos que el fundamento de nuestra esperanza es de una solidez indestructible: porque su fundamento es Dios, que no nos puede fallar. La esperanza puramente humana, que es la que puede tener el no creyente, es débil, porque se basa en lo humano, y lo puramente humano es deleznable, se deshace fácilmente, no garantiza certeza. Leímos en la reflexión anterior estas palabras, del Cardenal Martini, sobre la esperanza: esperar es vivir totalmente abandonados en los brazos de Dios, que engendra en nosotros la virtud, la nutre, la acrecienta, la conforta…la esperanza es solamente de Dios, está fundada en su fidelidad.

Vimos también en la misma reflexión anterior, que la esperanza, como la fe cristiana, es una virtud divina, es también una virtud teologal; es una virtud cuyo origen es Dios que nos la da. Por eso, así como pedimos al Señor que nos aumente la fe, debemos pedir también que nos afiance en la esperanza, que nos aumente la esperanza, porque en la vida tenemos que atravesar por momentos de incertidumbre y de oscuridad.

Las tres son inseparables

Al final sólo permanecerá la caridad

Terminemos nuestro breve repaso del programa anterior, con la explicación del Cardenal Martini sobre, por qué las tres virtudes teologales son inseparables. Comenzaba por decir el Cardenal, que estas tres virtudes constituyen la respuesta global al Dios trinitario que se revela en Jesucristo; de manera que se trata de virtudes unidas a la revelación sobrenatural. Añadía el Cardenal, que sin la unión de las tres virtudes, la “trinidad” de esas virtudes, la llama él,  fe, esperanza y caridad,  no tendría sentido la fe, que es el sí a Dios que se revela; ni tendría sentido la esperanza, que se apoya en las promesas de Dios sobre la vida eterna; ni tendría posibilidad de existir la caridad, que significa amar como ama Dios mismo. Tengamos presente que, como nos enseña San Pablo, cuando se haga realidad nuestra esperanza, al encontrarnos con Jesucristo, el Señor de la gloria, al final de nuestro camino terrenal, sólo permanecerá el Amor. Ya la esperanza quedará cumplida al encontrarnos con Dios. La caridad, no acabará nunca…dice el Apóstol, sino que llegará a su plenitud, cuando veamos a Dios cara a cara. Los invito a leer, en el recogimiento de su casa el Himno a la Caridad, en la 1ª Carta de San Pablo a los Corintios, en el capítulo 13. En esas palabras del Apóstol se resume maravillosamente el significado de la caridad.

No nos trata Dios como a menores de edad

 

Continuemos ahora con la lectura de las últimas líneas del Nº 39 del Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia. Dice así: El plan divino de salvación no coloca a la criatura humana en un estado de mera pasividad o de minoría de edad respecto a su Creador, porque la relación con Dios, que Jesucristo nos manifiesta y en la cual nos introduce gratuitamente por obra del Espíritu Santo, es una relación de filiación: la misma que Jesús vive con respecto al Padre. (cf Jn 15-17; Ga 4,6-7)

Tengamos presente que estamos reflexionando sobre los designios, sobre los planes de Dios con nosotros los hombres. Hemos visto que Dios nos llamó a participar de su vida en la eternidad. Que nos llamó desde el momento mismo de la creación. Que la historia de salvación empezó en el momento de la creación. Ahora nos dice el Compendio, que ese plan de Dios no nos coloca en un estado de mera pasividad o de minoría de edad con respecto a nuestro Creador.

No leamos esto de corrido, sin detenernos. Ya vimos que Dios nos hizo libres, por lo tanto con capacidad de actuar o no, según nosotros lo decidamos. Ahora el Compendio va más allá; avanza en su presentación de nuestro papel, cuando Dios nos ofrece la salvación. Dice que no somos como unos menores de edad, y basa su afirmación en que Jesucristo nos manifiesta que nuestra relación con Dios es una relación de hijos con el Padre. Nosotros, por ser padres, no consideramos inferiores a nuestros hijos. Tampoco Dios nos disminuye al considerarnos sus hijos. Y para que comprendamos cómo es esa relación nuestra con Dios, en la cual nos introduce Jesucristo por obra del Espíritu Santo, nos remite el Compendio al Evangelio según San Juan, en los capítulos 15 a 17.

Para nuestras reflexiones en esta parte, nos vamos a guiar por los comentarios del P. Juan Leal, en la Sagrada Escritura, Nuevo Testamento, publicado por la Biblioteca de Autores Cristianos, en el tomo 207.[2]

Estos capítulos de San Juan, del 15 al 17, reúnen algunas de las más bellas páginas del Evangelio. Es como para tomarlos de tema de meditación por meses, por años… Situémonos en la Última Cena. Ya ha transcurrido el lavatorio de los pies, la proclamación del mandamiento nuevo, el discurso de despedida, en el cual el Señor pidió a sus discípulos que no se pusieran tristes, pues se iba a la Casa del Padre, a prepararles un lugar. Ante el desconcertado Tomás que le dijo que no conocía el camino para poder seguirlo, el Señor le respondió: Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida, y le explicó que seguir sus enseñanzas es seguir el Camino. También les anunció que no los dejaría huérfanos, porque les enviaría al Espíritu Santo.

 

La alegoría de La Vid verdadera

 

Empieza el capítulo 15 con la presentación de la alegoría de La Vid verdadera: Yo soy la vid verdadera, y mi Padre es el viñador. Todo sarmiento que en mí no da fruto, lo corta, y todo el que da fruto, lo limpia para que dé más fruto. Nos explica así el Señor que somos miembros de su Cuerpo Místico, que fue la figura utilizada por San Pablo, con la imagen del Cuerpo y de la Cabeza, y que es presentado por Jesús en esta oportunidad con la alegoría de la vid.

La unidad de los cristianos con Él trasciende todo este capítulo 15 de San Juan. Los vv. 12 a17 hablan de la unión de los miembros entre sí y de la caridad mutua, como exigencia vital y mandamiento propio de Cristo: “Este es el mandamiento mío: que os améis los unos a los otros como yo os he amado. No cabe en nadie amor más grande que éste de dar la vida propia por sus amigos. Vosotros seréis mis amigos si hacéis las cosas que os mando. Ya no os llamo siervos, porque el siervo no conoce qué hace su señor, pero os he llamado amigos, porque os he revelado todo lo que he oído de mi Padre.

La fe, como la presenta San Juan no es sólo una aceptación intelectual del mensaje ni tampoco es sólo una aceptación entusiasta, que se manifiesta sólo en explosiones afectivas, sobre la persona de Cristo; la fe es un constante y vital permanecer en Él. Es la fe que vive por la caridad y se manifiesta en ella. Sabemos que la gracia nos une a Jesucristo. Permanecer en gracia es permanecer unidos a Él, como la rama necesita permanecer unida a la vid para no secarse.

 

Unidos a Cristo por solo la fe y el bautismo es estar muertos

 

Me llama la atención este comentario del P. Leal, que hemos citado: Hay dos maneras de estar en Cristo: a) por la mera fe y el bautismo; b) por la fe, el bautismo y la caridad. Quien está en Cristo sólo por la fe y el bautismo, sin la caridad, está muerto. Se puede estar en Cristo por la fe, el bautismo y aun la misión, y estar muerto. El fruto, pues, de que habla aquí Cristo no es el fruto de los milagros ni el apostolado, sino un fruto vital, personal. Esta explicación es perfectamente coherente con lo que el mismo San Juan dice en su primera carta.

Y cómo debe ser el amor cristiano, con el que Jesús nos amó, lo explica Él mismo, cuando dice que debe ser como el amor del Padre: “Como me amó el Padre, así os he amado yo. Y concluye: Permaneced en el amor mío”. A su vez, el amor de Cristo a sus discípulos se considera aquí como (…) el clima en el que viven los discípulos y Cristo los exhorta a que sigan dentro de ese clima de amor. El amor del Padre nos lo explica la Escritura cuando nos dice que de tal manera nos amó Dios, que entregó a su Hijo por nosotros. El amor de Cristo a sus discípulos, su amor por nosotros, es un amor activo, que no se quedó en palabras, en entusiastas declaraciones de amor y fidelidad, sino que se manifestó hasta el final, dando la vida. Nuestro amor sincero a Dios se tiene que reflejar en nuestro amor a los demás o es pura palabrería.

Es muy interesante detenernos un poquito en considerar que la alegoría[3] de la vid y los sarmientos y la del Cuerpo Místico y sus miembros, son equivalentes y complementarias. De la idea fundamental de la unión de los sarmientos, (las ramas) con la vid, se pasa a la unión de los sarmientos entre sí. “Como el sarmiento no puede dar fruto si no permanece en la vid, tampoco vosotros si no permanecéis en mí.

Permanecer unidos a la vid, unidos al Señor, no simplemente para poder vivir y crecer, para ser más grande y tener más hojas, sino para dar fruto: El que permanece en mí y yo en él, éste da mucho fruto…En otra parte había dicho: Por sus frutos los conoceréis…¿De qué frutos se habla? Sin duda de los mismos frutos que produce el árbol al cual estamos unidos. Por eso el fruto característico del cristiano es el amor. Tenemos que producir frutos de caridad, de amor cristiano.

A este respecto comenta el P. Juan Leal, de quien estoy tomando muchos de estos comentarios: El fundamento (ontológico) de la caridad fraterna cristiana lo puede dar la misma alegoría de la vid. Los cristianos pertenecemos, por singular y graciosa elección de Cristo, al mismo tronco, que es él. Estamos llamados a dar el mismo fruto; vivimos de la misma vida. Tenemos un mismo destino en el tiempo y en la eternidad. Motivos son todos estos para amarnos.

Estamos unidos al mismo tronco, somos miembros del mismo Cuerpo, de Cristo. San Juan en su Evangelio y San Pablo en sus cartas hablan de lo mismo: San Pablo hace el elogio de la caridad fraterna, después de haber insistido en que todos somos miembros del mismo cuerpo (1 Cor, 12-12s). Amar a la mujer es amarse a sí mismo. Nadie odia a su propio cuerpo, sino que loalimenta y acaricia (Ef 5,28,s) El fondo de la alegoría de la vid nos da, pues, la razón (intrínseca y objetiva) de la caridad fraterna entre cristianos.

Terminemos esta consideración con el v. 16 del capítulo 15 del evangelio de San Juan sobre el que hemos reflexionado. Dice: Vosotros no me escogisteis, sin que yo os escogí a vosotros y os destiné para que vayáis y deis fruto y vuestro fruto permanezca. Los comentaristas y los Santos Padre interpretan estas palabras como dirigidas no sólo a los 12 Apóstoles sino a todos los cristianos llamados a seguir la vida de Cristo. Todos los cristianos tenemos el mismo destino, la misma misión.

 

Fernando Díaz del Castillo Z.

Escríbanos a: reflexionesdsi@gmail.com


[1]Concilio Vaticano II, Cons. Dogmática Dei Verbum, 5

[2] B.A.C., Tomo 207, Pgs 1027ss Las palabras textuales del P.Leal están en cursiva

[3]Alegoría: es una comparación, la presentación de una idea en sentido figurado.

Reflexión 26 Agosto 24 2006

Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia Nº 38-39

Esto hemos aprendido en el Nº 38

En el programa pasado terminamos nuestra reflexión del Nº 38 del Compendio de la D.S.I., que está lleno de enseñanzas profundas y alentadoras, al considerar los designios amorosos de Dios con el hombre. Nos enseña allí la Iglesia, que el Padre nos ofrece la salvación por iniciativa libérrima suya, sin ningún mérito de nuestra parte. También aprendimos que la salvación se nos ofrece en el Hijo, que aceptó libremente la voluntad del Padre de encarnarse para redimirnos, y por eso se hizo hombre en Jesucristo, padeció, murió y resucitó por amor nuestro; y comprendimos también, que el Espíritu Santo actualiza y difunde la salvación todos los días, con su presencia permanente en la Iglesia. Aprendimos, entonces, que nuestra salvación es obra de la Trinidad: del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Y nos enseña también la Iglesia en ese mismo número, que Dios quiere la salvación de todos los hombres, sin distingo de raza ni de nacionalidad; y que la salvación que Dios nos da es de todo el hombre, es decir nos da una salvación integral. Considera al hombre completo, como nos enseña la Gaudium et Spes, del Concilio Vaticano II.

 

La historia de salvación comienza en la creación

 

Nos dice también el Compendio en el Nº 38, que la salvación comienza a realizarse ya en la historia, porque todo lo creado es bueno y querido por Dios y porque el Hijo de Dios se ha hecho uno de nosotros; entró en el tiempo y en nuestro espacio, en la tierra.

Dios pensó en la salvación desde la creación, y cuando el hombre falló en el Paraíso, inmediatamente le anunció la salvación que nos traería el Mesías, el hijo de la Mujer, como se anunció desde entonces a María. Y leímos unas líneas del Catecismo en el Nº 280, donde nos enseña la Iglesia, que la creación es el fundamento de « todos los designios salvíficos de Dios», el comienzo de la historia de salvación. De manera que la historia de salvación empieza con la creación…

A la enseñanza de que la salvación es para todos, añade el Compendio que la salvación es de todo el hombre. Esta idea la amplía el Compendio en el mismo Nº 38, al decir que la salvación Concierne a la persona humana en todas sus dimensiones: personal y social, espiritual y corpórea, histórica y trascendente.

Como nos dice la Biblia, el Creador hizo su obra bien. Todo le quedó bien. Recordemos las palabras del Libro Sagrado. Después de que había hecho todo el universo, desde la luz, hasta finalmente al hombre y a la mujer, en el v. 31 el Libro del Génesis dice: Vio Dios cuanto había hecho, y todo estaba muy bien. Dios hizo las cosas bien, pero el hombre dañó el plan, y la reacción inmediata del amor de Dios fue diseñar el camino para volver a ordenar la creación. La misericordia divina aparece ya en la primera caída del hombre.

Y se encontraron Dios y el hombre en una sola persona

En el programa pasado estudiamos, que para remediar el desorden en el hombre, consecuencia del pecado original, el Hijo de Dios asumió la naturaleza humana, y así a la naturaleza humana caída, la elevó a una dignidad sin igual. Antes de la Encarnación, la humanidad había recibido el soplo, el espíritu de Dios, pero no se habían en contrado en una sola persona, la naturaleza divina y la humana. Jesucristo, Dios y Hombre elevó la naturaleza humana a una dignidad tal, que sólo la infinita capacidad creadora de Dios y su infinita misericordia la podían hacer realidad.

Comprendimos también, en nuestra pasada reflexión, que la salvación se culminará, en palabras del Compendio: en el futuro que Dios nos reserva, cuando junto con toda la creación (cf Rm 8), seremos llamados a participar en la resurrección de Cristo y en la comunión eterna de vida con el Padre, en el gozo del Espíritu Santo.

Al final, todo volverá a Jesucristo

 

Veíamos hace una semana, que la misión redentora de Cristo abarcó a toda la creación, como nos explica San Pablo en Rm 8 y en Colosenses en el capítulo 1º. Citábamos la explicación del escriturista P. Pastor Gutiérrez, quien dice que Dios, por medio de Cristo, por medio de su sangre en la cruz, ofrece la reconciliación del mundo entero…del hombre y de toda la creación material, en cuanto que todo el conjunto de seres racionales e irracionales se dirigen ya ordenada y armónicamente a Cristo; entre todos ellos se restablece el equilibrio roto por el pecado, que causó un corte fatal en nuestras relaciones con Dios.[1] Recordemos que ese nuevo ordenamiento del universo se consumará al final, cuando todo vuelva a Jesucristo.

Hace unos días un profesional joven, por cierto muy bien preparado, me decía que los católicos pensamos sólo en la otra vida, que vemos la vida terrena y sus problemas como si no importaran. Existe esa mala interpretación de la esperanza cristiana. Era esa también la interpretación equivocada que de la religión hacía, o hace, el marxismo. Por eso a la religión la califica de opio del pueblo. Como si la religión nos adormilara. No es esa nuestra actitud creyente frente al mundo. Lo que los creyentes sostenemos, es que, ésta no es la vida definitiva, que los sufrimientos de esta vida no son nada, comparados con la vida de felicidad que nos espera; pero eso no quiere decir que estemos llamados a la inactividad. Al contrario, Jesucristo nos dejó el encargo de trabajar en la construcción del Reino de Dios, que se consumará en la eternidad, pero que empieza acá. El Reino de Justicia, de amor y de paz necesita el trabajo nuestro.

 

Nuestro encargo de construir el Reino

 

El trabajo humano merece toda nuestra consideración. Juan Pablo II nos dejó una bella encíclica, la Laborem exercens, de la que vamos a leer sólo algunas frases que tocan nuestro estudio de hoy. Así comienza la encíclica Laborem Exercens: Con su trabajo, el hombre ha de procurarse el pan cotidiano, contribuir al continuo progreso de las ciencias y de la técnica y, sobre todo, a la incesante elevación cultural y moral de la sociedad, en la que vive en comunidad con sus hermanos. Estamos, entonces, llamados a contribuir con nuestro trabajo, al progreso de las ciencias y de la técnica y a la elevación cultural y moral de la sociedad. No estamos llamados a la pasividad. Tamaña tarea la que se nos ha encomendado.

Podemos decir que Juan Pablo II abarcó todos los temas importantes que se refieren al trabajo, en la encíclica Laborem exercens. Hay que leerla y estudiarla. Cuando lleguemos a la reflexión sobre el trabajo, que es el capítulo VI de la segunda parte del Compendio de la D.S.I. tendremos que volver a Juan Pablo II. Sobre si el trabajo en la tierra es o no importante para el cristiano, o si debe preocuparse sólo por la otra vida, Juan Pablo II nos hace esta reflexión al final de la encíclica, citando también la Constitución Gaudium et spes: «Se nos advierte que de nada le sirve al hombre ganar todo el mundo si se pierde a sí mismo (cf Lc 9,25). No obstante, la espera de una tierra nueva no debe amortiguar, sino más bien avivar, la preocupación de perfeccionar esta tierra, donde crece el cuerpo de la nueva familia humana, el cual puede, de alguna manera, anticipar una vislumbre del siglo nuevo. Por ello, aunque hay que distinguir cuidadosamente progreso temporal y crecimiento del Reino de Cristo, sin embargo, el primero, en cuanto puede contribuir a ordenar mejor la sociedad humana, interesa en gran medida al reino de Dios».[2]

De manera que, como nos dice Juan Pablo II, el progreso temporal puede contribuir a ordenar mejor la sociedad. Pensemos cuánto ayudaría al desarrollo de una sociedad justa, si los economistas creyentes se esforzaran por utilizar esa herramienta con sentido cristiano. Y si los comunicadores lo hicieran… Quizás hace falta en las universidades católicas un énfasis mayor en la preparación de sus profesionales con una visión cristiana del mundo, y con la consciencia de su misión, no sólo del desarrollo del reino terrenal como miembros de la sociedad terrena, sino, también del desarrollo del reino de Dios, si son creyentes, Es una tarea compleja, y hay que reconocer que se hacen esfuerzos; pero dado el ambiente abiertamente anticristiano en todo el mundo, los esfuerzos que se hacen, no parecen suficientes. Los universitarios llegan ya contaminados desde niños, sin una sólida formación cristiana. Hay que empezar desde el hogar y desde el colegio y continuar en la universidad, y a lo largo de la vida.

Volvamos a Juan Pablo II y su encíclica Laborem Exercens. Antes de su bendición, al terminar la encíclica, dice el Santo Padre: El cristiano que está en actitud de escucha de la Palabra del Dios vivo, uniendo el trabajo a la oración, sepa qué puesto ocupa su trabajo no sólo en el progreso terreno, sino también en el desarrollo del Reino de Dios, al que todos somos llamados con la fuerza del Espíritu Santo y con la palabra del Evangelio.

Es suficiente este repaso y ampliación de nuestra reflexión, sobre el Nº 38 del Compendio de la D.S.I. Empecemos ahora el estudio del Nº 39.

El que te creó a ti, sin ti, no te salvará a ti, sin ti

 

El Nº 39 amplía y profundiza el tema sobre la salvación cristiana: para todos los hombres y de todo el hombre. Vamos a leer la primera parte de este número, despacio, para tener una idea general. Dice así:

La salvación que Dios ofrece a sus hijos requiere su libre respuesta y adhesión. En eso consiste la fe, por la cual “el hombre se entrega entera y libremente a Dios”[3], respondiendo al Amor precedente y sobreabundante de Dios (cf Jn 4,10) con el amor concreto a los hermanos y con firme esperanza , “pues fiel es el autor de la Promesa” (Hb 10,23).

Eso nos enseña la primera parte del Nº 39. Tomémoslo ahora en partes más pequeñas. Nos dice que La salvación que Dios ofrece a sus hijos requiere su libre respuesta y adhesión. San Agustín tiene esa frase muy conocida, que nos explica el sentido de la necesidad de nuestra respuesta libre, al ofrecimiento de la salvación. San Agustín dice. El que te creó a ti sin ti, no te salvará a ti, sin ti[4],Es decir, que, Dios no nos salvará a la fuerza. Nos ofrece la salvación, nos da los medios para alcanzarla, pero como nos hizo libres, respeta nuestra libertad. Podemos decir: No.

En la Sagrada Escritura encontramos menciones a la resistencia del hombre a la gracia y también, cómo la gracia actúa en el hombre. Recordemos, por ejemplo, las palabras de Jesús en su reclamo a Jerusalén, es decir a su Pueblo, como lo encontramos en Mt 23,37: ¡Cuántas veces quise reunir a tus hijos…y tú no lo quisiste! Y Esteban, en su discurso ante el Sanedrín les increpó: Duros de cerviz…vosotros siempre resistís al Espíritu Santo.” Esto lo encontramos en Hechos, 7,51.

El Concilio de Trento declaró contra los reformadores, que la voluntad humana no es pasiva, puede resistirse a la gracia.5 Por su parte, el Catecismo nos enseña sobre el papel de la gracia, en el Nº 1996, que Nuestra justificación es obra de la gracia de Dios. La gracia es el favor, el auxilio gratuito que Dios nos da para responder a su llamada: llegar a ser hijos de Dios, hijos adoptivos, partícipes de la naturaleza divina, de la vida eterna.[6] Y en el Nº 1993 se refiere el Catecismo, al papel de la libertad humana. Dice, citando al Concilio de Trento: Cuando Dios toca el corazón del hombre mediante la iluminación del Espíritu Santo, el hombre no está sin hacer nada al recibir esa inspiración, que por otra parte puede rechazar; y sin embargo, sin la gracia de Dios, tampoco puede dirigirse, por su voluntad libre, hacia la justicia delante de Él[7].

Volvamos a las primeras palabras del Compendio de la D.S.I en el Nº 39: La salvación que Dios ofrece a sus hijos requiere su libre respuesta y adhesión. Entonces, se requiere primero la gracia de Dios, su auxilio, para responder a su llamada, pero el hombre, porque es libre, se puede hacer el sordo…y tomar su propio camino.

Sigamos leyendo el Nº 39: En eso consiste la fe, por la cual “el hombre se entrega entera y libremente a Dios”[8], respondiendo al Amor precedente y sobreabundante de Dios (cf Jn 4,10) con el amor concreto a los hermanos y con firme esperanza , “pues fiel es el autor de la Promesa” (Hb 10,23).

La fe consiste entonces, en una adhesión, en una entrega entera y libre a Dios. El Cardenal Martini[9] dice que la fe es nuestro decir «» a Dios, que se nos revela, se presenta a nosotros y nos habla. Y comenta que la fe es un bien tan grande, que es más fácil  explicarla con ejemplos que con palabras, y acude a esos grandes ejemplos de personajes llenos de fe, en la Escritura: Abraham, que no se escondió cuando Dios lo llamó para ponerlo a prueba, -recordemos que le pidió el sacrificio de su hijo único, Isaac – no se escondió, como lo hizo Adán, sino que respondió “Heme aquí”, como leemos en Gn 22,1, y Moisés, que también respondió “Heme aquí”, es decir aquí estoy, cuando Dios lo llamó desde la zarza ardiendo, para entregarle la misión de liberar a su Pueblo en Egipto. Y nos recuerda también ese bello pasaje de Samuel, en 1 Sm 3,4-10, cuando el Señor lo llamó en medio de la noche. También Samuel utilizó las mismas palabras: “Heme aquí” y luego añadió: “Habla que tu siervo escucha”·. Y claro, en estos ejemplos no podía faltar el de nuestra Madre en la fe en el N.T., como leemos en Lc 1,38: Heme aquí, soy la esclava del Señor. Hágase en mí según lo que me has dicho.

Pongamos atención a las palabras siguientes del Compendio, que son también muy importantes. Luego de explicarnos que la fe consiste en la entrega entera y libre a Dios, continúa explicándonos cómo se conoce que esa entrega entera a Dios es de verdad; dice: En eso consiste la fe, por la cual “el hombre se entrega entera y libremente a Dios”[10], respondiendo al Amor precedente y sobreabundante de Dios con el amor concreto a los hermanos y con firme esperanza, “pues fiel es el autor de la Promesa” . Entonces, la manera de entregarnos a Dios, es respondiendo a ese Amor inmenso, con el amor concreto a los hermanos. Según esto, no podemos considerar que somos hombres de fe, si no amamos a nuestros hermanos. Esto es necesario. Está bien que profesemos en voz alta nuestra fe en la Eucaristía dominical, pero que no se quede en palabras… Se requiere como respuesta sincera, el amor concreto a los hermanos. El mejor ejemplo de esa fe de verdad, es el de la Santísima Virgen. Hizo su profesión de fe y arregló maletas para ir a ayudar a su prima Isabel que era anciana y estaba encinta.

Estamos considerando el comienzo del Nº 39 que dice:

La salvación que Dios ofrece a sus hijos requiere su libre respuesta y adhesión. En eso consiste la fe, por la cual “el hombre se entrega entera y libremente a Dios”[11], respondiendo al Amor precedente y sobreabundante de Dios (cf Jn 4,10) con el amor concreto a los hermanos y con firme esperanza , “pues fiel es el autor de la Promesa” (Hb 10,23).

Las Virtudes del cristiano que Vigila

Qué importante es tener claridad en lo que significa la fe en nuestra vida. Entre las muchas obras del Cardenal Martini, hay una muy bella que no dudo en recomendarles, se llama Las Virtudes del cristiano que Vigila; es un libro pequeño, de un poco más de 100 páginas. Trata allí sobre las virtudes cardinales: prudencia, justicia, fortaleza y templanza, que pueden ser virtudes puramente humanas, es decir, que también pueden practicar los no creyentes y, sobre las cuatro virtudes que el Cardenal llama específicamente bíblicas, típicamente cristianas, la fe, la esperanza y la caridad. Vamos a leer un poquito sobre la fe. Se pregunta el Cardenal: ¿Qué es la fe de nuestra vida? Y dice:

La fe de nuestra vida es todo, es el sumo bien; sin ella no hay en nosotros nada de divino. Si no tenemos fe, permanecemos inmersos en el pecado, en la incredulidad, en el desconocimiento de Dios, en el no-sentido de la vida. Con la fe, por el contrario, comenzamos a existir; por esto, cuando hemos sido presentados en la fuente bautismal, ante la pregunta «¿Qué pedís a la Iglesia de Dios?», respondieron: «La fe».

Nosotros profesamos la fe todas las veces que en la misa respondemos «amén»,esto es «sí», «es así» «creo que es así».

Podemos decir hasta más, continúa el Cardenal Martini, cada acción buena nuestra, cada acción nuestra moral, está hecha a partir de la fe; porque nosotros ejecutamos el bien, porque nosotros vivimos las virtudes humanas, en la fe de aquel Dios que nos ha amado. La fe, por lo tanto, penetra en nuestras jornadas, nuestra respiración. De la fe nace la oración, el comportamiento cristiano, la participación en la misa, la lucha por la justicia. La fe lo es todo en nosotros, es la sustancia que invade todas las células de nuestra existencia. Hasta allí el Cardenal Martini.

Fiel es el autor de la promesa

 

Nos queda por considerar el final de la parte del Nº 39 que leímos. Luego de afirmar que nuestra respuesta al amor de Dios debe ser el amor concreto a los hermanos, añade: y con firme esperanza, pues fiel es el autor de la Promesa. Estas últimas palabras son de la Carta a los Hebreos, capítulo 10 v. 23: Refiriéndose a la fe perseverante, dice el texto sagrado: Mantengamos firme la confesión de la esperanza, pues fiel es el autor de la Promesa.

A lo largo de nuestras reflexiones, hemos ido viendo que la doctrina católica es perfectamente coherente por donde se la observe. Estamos estudiando la Doctrina Social de la Iglesia y el libro comienza por explicarnos el Designio de Amor de Dios para la Humanidad, los planes de Dios para nosotros. Eso es empezar por el principio, por los fundamentos. Y al adentrarnos en esos planes de Dios, vimos que esos planes de salvación comenzaron desde la creación, y se anunciaron ya en la ruptura del hombre con Dios en el paraíso, y se fueron manifestando en el Pueblo de Israel, y se metió Dios en la historia de salvación en persona, encarnándose en Jesucristo, y luego llegamos a que Dios quiere la salvación de todos los hombres y de todo el hombre, y ahora nos enseña la Iglesia, que la salvación que Dios nos ofrece, requiere nuestra respuesta libre y nuestra adhesión, nuestra entrega entera, y que en eso consiste la fe. Se trata pues de una fe con obras; nuestra respuesta sincera a Dios, se manifiesta en el amor a nuestros hermanos; y añade otra característica de esa respuesta sincera: que respondemos al amor de Dios con firme esperanza, pues Dios no falla; Fiel esel autor de la promesa.

La fe, la esperanza y el amor van juntas, son inseparables. El Cardenal Martini en el libro que cité antes, “Las Virtudes del cristiano que vigila”, nos explica que Esta trinidad de virtudes constituye la respuesta global al Dios trinitario, que se revela en Jesucristo; se trata, por lo tanto de virtudes unidas a la revelación sobrenatural. Sin ella, continúa el Cardenal Martini, no tendría sentido la fe, que es el sí al Dios que se revela; ni tendría sentido la esperanza, que se apoya en las promesas de Dios sobre la vida eterna; ni tendría posibilidad de existir la caridad, que significa amar como ama Dios mismo.

En una catequesis ante millares de sus fieles en la catedral de Milán, el Cardenal Martini, desarrolló el tema de la virtud de la esperanza. Fue una catequesis profunda y al mismo tiempo práctica. Veamos sólo algunas ideas de esa catequesis. (Martini, obra citada, Pg 91ss)

Los múltiples interrogantes sobre lo que será de mí, de nosotros, de la humanidad, tienen que ver con la esperanza; porque esperar es vivir, es dar sentido al presente, es caminar, es tener razones para ir hacia delante, dijo el Cardenal Martini, y fue a algo muy práctico que nos viene bien a nosotros también. El punto focal de nuestra reflexión se resume en una sola pregunta, dijo: ¿nosotros tenemos esperanza? ¿Tengo en mí la esperanza cristiana o es solamente una palabra? En verdad, ¿la esperanza cristiana existe dentro de mí? Es necesario responder seriamente, no teniendo miedo de reconocer que, quizás, nuestra esperanza se reduce a una pequeña luz (y ya seria mucho).

El Cardenal muestra la diferencia que hay entra la esperanza cristiana y la esperanza del mundo. Porque la esperanza es un fenómeno universal, que se encuentra en todas partes donde hay humanidad, un fenómeno constituido por tres elementos: la tensión, llena de espera hacia el futuro; la confianza en que tal futuro se realizará; la paciencia y la perseverancia en esperarlo.

Esos elementos de la esperanza se pueden aplicar también a la esperanza terrenal. En la vida del mundo se pueden vivir esos tres estados de: tensión ante la espera de lo que vendrá, confianza en que ese futuro que se desea se hará realidad, y también se necesitan paciencia y perseverancia en la espera. No aparece allí el fundamento de esa esperanza, que en el no creyente es la confianza en alguien o algo, humano, terrenal, y que por eso, puede fallar. Lo que caracteriza a la esperanza cristiana, como podemos suponer, es lo que leímos en el Compendio hace un momento. Sabemos que podemos esperar con firme esperanza que ese futuro se realizará, “pues fiel es el autor de la Promesa”

Esta idea la explica así el Cardenal Martini: esperar es vivir totalmente abandonados en los brazos de Dios, que engendra en nosotros la virtud, la nutre, la acrecienta, la conforta…la esperanza es solamente de Dios, está fundada en su fidelidad.

La esperanza cristiana es una virtud divina, es una virtud cuyo origen es Dios que nos la da. Como pedimos al Señor que nos aumente la fe, debemos pedir también que nos afiance en la esperanza, que nos aumente la esperanza, porque en la vida tenemos que atravesar por momentos de incertidumbre y de oscuridad.

 

La esperanza cristiana tiene un término

 

La esperanza cristiana tiene un término: cuando lleguemos al final y nos encontremos con la razón de nuestra existencia: con Jesucristo, el Señor de la gloria. Ya entonces no hará falta la esperanza. Terminemos con estas palabras de Cardenal Martini, sobre ese momento en que no será ya necesaria la esperanza: Lo que Dios nos prepara, en su amor infinito, no es una incógnita: es Jesús, el Señor de la gloria. Nosotros esperamos que Jesús se encontrará plenamente, desveladamente, con toda su divina potencia de Crucificado-Resucitado, en cada uno de nosotros, en la Iglesia, y nos hará entrar en su gloria de Hijo, junto al Padre: será el reino de Dios, la Jerusalén celestial, la vida en Dios.

Los invito a considerar estas preguntas del Cardenal Martini:

1. Nuestro tiempo, nuestra sociedad, nosotros cristianos, ¿tenemos en verdad esperanza? O nuestra esperanza es débil.

2.¿Cuáles son en nuestra sociedad, signos de falta de esperanza?

3.¿Cuáles son, por el contrario, signos de esperanza cristiana en nosotros, en nuestra sociedad? Frente a las dificultades, las crisis personales, familiares, sociales, hay en nosotros, pequeños o grandes signos de esperanza?

 

Fernando Díaz del Castillo Z.

Escríbanos a: reflexionesdsi@gmail.com


[1]Cfr Reflexión 25 del 17 de agosto-2006

[2]Gaudium et spes 39

[3]Concilio Vaticano II, Cons. Dogmática Dei Verbum, 5

[4] Sermo 169,11,13, Ludwig Ott, Manual de Teología Dogmática, Herder, Pg. 378


[5]Dz 814

[6]La justificaciónarranca al hombre del pecado que contradice el amor de Dios, y purifica su corazón, La justificación es prolongación de la iniciativa misericordiosa de Dios que otorga el perdón. Reconcilia al hombre con Dios, libera de la servidumbre del pecado y sana. Catecismo 1990

[7]Concilio de Trento DS 1525

[8]Concilio Vaticano II, Cons. Dogmática Dei Verbum, 5

[9]Carlo Maria Martini, Las Virtudes del Cristiano que Vigila, EDICEP

[10]Concilio Vaticano II, Cons. Dogmática Dei Verbum, 5

[11Concilio Vaticano II, Cons. Dogmática Dei Verbum, 5

Reflexión 25 Jueves 17 de agosto 2006

Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia Nº 38

Reflexión, oración, vida

Hemos comentado que la materia de estas reflexiones no es un asunto de comprender con sólo la razón, porque consideramos aquí temas que se refieren a nuestra relación con Dios, de modo que nos movemos en el terreno de la fe; lo fundamental es conocer lo que sobre sus designios, sus planes con nosotros nos ha querido comunicar Dios a través de la Sagrada Escritura, como nos los han ido enseñando fielmente  la Tradición y el Magisterio de la Iglesia. Entonces, el punto de partida en nuestro estudio no es el derecho, ni la filosofía, ni la sociología. El punto de partida de nuestras reflexiones sobre la Doctrina Social de la Iglesia,tiene que ser la fe, y como la fe auténtica consiste en la respuesta viva que el hombre da, en plena libertad y con todo su ser a la Palabra de Dios que se revela,[1] necesitamos que el Espíritu Santo nos ilumine para comprender el mensaje, y mueva nuestra voluntad para vivir la voluntad que el Señor nos manifieste.

En la reflexión anterior mencionábamos dos modelos de auténtica fe; decíamos que nuestra actitud tiene que ser de apertura total a Dios, como la de María, la madre de la fe en el Nuevo Testamento y la de Abraham, nuestro padre en la fe, en el Antiguo Testamento. María y Abraham creyeron y emprendieron, sin dudarlo, el camino que Dios les había indicado; actuaron sin reservas, de acuerdo con lo que el Señor les manifestó.

Estamos reflexionando sobre los planes amorosos de Dios para el hombre

Y ahora sí, continuemos con nuestro estudio. Estamos estudiando el capítulo primero del Compendio de la D.S.I., que trata sobre El Designio de Amor de Dios para la Humanidad. En otras palabras, estamos reflexionando sobre los planes amorosos de Dios para el hombre, y estudiamos ahora la sección que lleva por título La salvación cristiana: para todos los hombres y de todo el hombre. El plan de Dios, aun después de la caída, del pecado original, es la salvación de todos los hombres.

Ya consideramos que nuestra salvación es una obra de la Trinidad. Como nos enseña la Iglesia en el Compendio: la salvación es iniciativa del Padre, se nos ofrece la salvación en Jesucristo, que aceptó voluntariamente su misión de Redentor, y como lo leímos ya en el mismo Nº 38 del Compendio de la D.S.I., la salvación se actualiza y se difunde por obra del Espíritu Santo.

En las entregas anteriores reflexionamos acerca de la actuación del Padre y del Hijo y nos referimos a las palabras del Apóstol San Pablo, en el capítulo 1 de su Carta a los Efesios, donde hace una presentación inigualable del plan divino de salvación. Sobre la actuación del Espíritu Santo en el plan de salvación, en el versículo 13 dice San Pablo a los efesios que, después de haber oído la Buen Nueva de la salvación, fueron sellados con el Espíritu Santo de la Promesa, que es prenda de nuestra herencia…

De manera que el don del Espíritu corona el plan divino, que se ejecuta así, por el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Los hijos adoptivos de Dios son sellados con la efusión del Espíritu Santo. Para comprender esas palabras de haber sido sellados con el Espíritu Santo, decíamos que el sello sobre un objeto, o la marca que se pone sobre él, indica el carácter especial y la pertenencia del objeto. Cuando marcamos algo con nuestro nombre, estamos afirmando que ese objeto nos pertenece. Al recibir al Espíritu Santo quedamos sellados, marcados como algo que es posesión de Dios, tenemos un carácter divino. La gracia que recibimos en el bautismo nos consagra definitivamente a Dios, Padre y dueño nuestro.

Recordemos completo el Nº 38 del Compendio. Volvamos a leerlo una vez más. Dice así: La salvación que, por iniciativa de Dios Padre, se ofrece en Jesucristo y se actualiza y difunde por obra del Espíritu Santo, es salvación para todos los hombres y de todo el hombre: es salvación universal e integral. Concierne a la persona humana en todas sus dimensiones: personal y social, espiritual y corpórea, histórica y trascendente.

 

Salvación de todo el hombre y de todos los hombres

 

Continuemos ahora la consideración de la última parte del Nº 38 del Compendio de la D.S.I.; en ella se afirma que la salvación de la cual nos habla la Iglesia es salvación de todo el hombre y de todos los hombres. Se trata de una salvación universal e integral. Vimos antes que la salvación es universal, de modo que no es excluyente, no es sólo para un grupo, para un pueblo, para una raza; es para todos. Recordemos las palabras del Señor en Mt. 28, 20, cuando ordenó hacer discípulos a todas las gentes, no sólo a algunas,  bautizarlas y enseñarles a guardar todo lo que él había mandado. Que la salvación es integral, lo explican las palabras del Compendio que acabamos de leer; nos dice el libro, que la salvación Concierne a la persona humana en todas sus dimensiones: personal y social, espiritual y corpórea, histórica y trascendente.

Para comprender bien esta parte es mejor leer lo que falta del Nº 38. Dice que la salvación Comienza a realizarse ya en la historia, porque lo creado es bueno y querido por Dios y porque el Hijo de Dios se ha hecho uno de nosotros.[2] Pero su cumplimiento tendrá lugar en el futuro que Dios nos reserva, cuando junto con toda la creación (cf Rm 8), seremos llamados a participar en la resurrección de Cristo y en la comunión eterna de vida con el Padre, en el gozo del Espíritu Santo. Esta perspectiva indica precisamente el error y el engaño de las visiones puramente inmanentistas del sentido de la historia y de las pretensiones de autosalvación del hombre.

 

El mundo cambió cuando Dios se hizo parte de él

 

Como fundamento de la enseñanza sobre el plan integral de salvación, el Compendio cita el Nº 22 de la Constitución Gaudium et Spes, del Vaticano II. Vamos a leer este número que nos ayudará mucho a comprender esto del plan de salvación universal e integral. Dice que la salvación comienza a realizarse en la historia con la Encarnación: Dios se ha hecho uno de nosotros, dice el Compendio. La historia del hombre y del universo cambió con la Encarnación. ¿Cómo no va a cambiar el mundo al hacerse Dios parte de él? Escogió Dios ese camino para cumplir con sus designios de salvación. Estas son las palabras de la Gaudium et Spes que cita:

El que es imagen de Dios invisible (Col 1,15)[3] es también el hombre perfecto, que ha devuelto a la descendencia de Adán la semejanza divina, deformada por el primer pecado. En él, la naturaleza humana asumida, no absorbida, ha sido elevada también en nosotros a dignidad sin igual. El Hijo de Dios con su encarnación se ha unido, en cierto modo, con todo el hombre.

Como vamos viendo, en nuestro estudio de la D.S.I. tenemos que ir aclarando posibles dudas en nuestro conocimiento de las verdades de fe. En la parte que estudiamos ahora, el Compendio nos menciona, por ejemplo, que en Jesucristo la naturaleza humana fue asumida, no absorbida.

Digamos brevemente que una de las herejías de los primeros siglos del cristianismo, la de los monofisitas, afirmaba que la naturaleza humana había dejado de existir en Cristo al ser asumida por su persona divina de Hijo de Dios. El Concilio Ecuménico de Calcedonia, el año 451, aclaró, frente a esa herejía de los monofisitas que La diferencia de naturalezas de ningún modo queda suprimida por su unión, sino que quedan a salvo las propiedades de cada una de las naturalezas (de la naturaleza divina y la humana) y confluyen en un solo sujeto y en una sola persona.[4]

De manera que en Jesucristo existen al tiempo las dos naturalezas, la divina y la humana, en una sola persona. Por eso dice el Compendio que al asumir el Hijo de Dios nuestra naturaleza humana, la elevó a una dignidad sin igual. Hay tántas razones para defender la dignidad de la persona humana, para que no dispongan de ella en los laboratorios como si fuera un conejillo de Indias, para que no la maten ni la irrespeten…

Como en estas reflexiones no es posible repasar a fondo todo lo que va surgiendo, tenemos que hacer un esfuerzo personal y estudiarlo por nuestra cuenta. Los invito a repasar en el Catecismo el artículo del Credo sobre la Encarnación del Hijo de Dios y lo que significa que Jesucristo sea verdadero Dios y verdadero hombre. Esto lo encuentran especialmente del Nº 456 al 471. Ustedes saben que también hay un Catecismo resumido, que se llama Catecismo de la Iglesia Católica, Compendio. En esa edición, que es más corta que el Catecismo completo, podemos consultar del Nº 85 al Nº 93. Repito: en el Catecismo grande, del Nº 456 al 471. En el Catecismo resumido, del Nº 85 al 93. Y ahora sigamos adelante.

Con las palabras El que es imagen de Dios invisible, comienza el Nº 22 de la Constitución Gaudium et Spes, que leímos antes. Esta es una frase de San Pablo en su carta a los Colosenses en el capítulo 1º, y naturalmente se refiere a Cristo, de quien proclama el Apóstol su primacía frente a toda la creación, lo cual expone en los versículos siguientes.

 

Todo tiene en Él su consistencia

Estas son las palabras de San Pablo:

Él es imagen de Dios invisible, primogénito de toda la creación, porque en él fueron creadas todas las cosas, en los cielos y en la tierra, las visibles y las invisibles…todo fue creado por él y para él, él existe con anterioridad a todo, y todo tiene en él su consistencia.“Todo tiene en él su consistencia”: No sólo tiene Jesucristo la supremacía sobre todas las cosas creadas, sino que todas esas cosas en él se mantienen en existencia, es decir, subsisten, se mantienen en su todo, en todas sus partes.

El escriturista P. Pastor Gutérrez, S.J.en su comentario a esta carta de San Pablo a los Colosenses, en el libro publicado por la B.A.C.,[5] explica que San Pablo aplica esta expresión, “Todo tiene en él su consistencia” para connotar que Cristo es el principio de cohesión y de armonía de la creación, ya que, …en él se realizan, hacia Él tienden y por Él se conservan en su existencia, en sus propiedades, en su duración. Expone así San Pablo el amplísimo panorama de su misión redentora. Luego, en la misma carta a los Colosenses añade el Apóstol otras características de la persona de Cristo, que lo hacen Cabeza del Cuerpo, de la Iglesia, el Principio, el Primogénito de entre los muertos, para que sea él el primero en todo

Esa persona sublime, Jesucristo, el primero en todo, se hizo hombre, nos ha reconciliado, pacificando, mediante la sangre de su cruz, lo que hay en la tierra y en los cielos. El citado P. Gutiérrez nos explica que Dios, por medio de Cristo, por medio de su sangre en la cruz, ofrece la reconciliación del mundo entero…de ángeles y hombres y de toda la creación material, en cuanto que todo el conjunto de seres racionales e irracionales se dirigen ya ordenada y armónicamente hacia Cristo; entre todos ellos se restablece el equilibrio roto por el pecado, que causó un corte fatal en nuestras relaciones con Dios. [6]

 

La salvación colectiva del mundo

 

La Biblia de Jerusalén por su parte, dice que esa reconciliación universal significa la salvación colectiva del mundo por su vuelta al orden y a la paz en la sumisión perfecta a Dios.

Más de una vez hemos citado al Cardenal Ratzinger, hoy Benedicto XVI, en su libro Dios y el Mundo, quien al explicar la crueldad de la naturaleza y del mundo animal, dice: La fe de la Iglesia ha dicho siempre que la alteración que supone el pecado original influye asímismo en la creación. La creación ya no refleja la pura voluntad de Dios, el conjunto está, en cierto modo, deformado.[7]

Entonces, si tenemos en cuenta esas enseñanzas, podemos comprender mejor cuando El Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia nos habla del plan de salvación integral y universal, y añade que la salvación Comienza a realizarse ya en la historia, porque lo creado es bueno y querido por Dios y porque el Hijo de Dios se ha hecho uno de nosotros. Y añade enseguida: Pero su cumplimiento tendrá lugar en el futuro que Dios nos reserva, cuando junto con toda la creación (cf Rm 8), seremos llamados a participar en la resurrección de Cristo y en la comunión eterna de vida con el Padre, en el gozo del Espíritu Santo. Esta perspectiva indica precisamente el error y el engaño de las visiones puramente inmanentistas del sentido de la historia y de las pretensiones de autosalvación del hombre.

El Compendio nos remite de nuevo, en ese párrafo, a San Pablo, esta vez al capítulo 8 de la Carta a los Romanos. Allí el Apóstol dice en el v. 22, que (…) sabemos que la creación entera gime hasta el presente y sufre dolores de parto (…) y añade que también nosotros mismos gemimos en nuestro interior anhelando el rescate de nuestro cuerpo. Porque nuestra salvación es objeto de esperanza;(…)

Volvamos a leer la última parte del número 38 del Compendio que estamos estudiando, para que no nos queden piezas sueltas.

Dice que la salvación Comienza a realizarse ya en la historia, porque lo creado es bueno y querido por Dios y porque el Hijo de Dios se ha hecho uno de nosotros.[8] Pero su cumplimiento tendrá lugar en el futuro que Dios nos reserva, cuando junto con toda la creación (cf Rm 8), seremos llamados a participar en la resurrección de Cristo y en la comunión eterna de vida con el Padre, en el gozo del Espíritu Santo. Esta perspectiva indica precisamente el error y el engaño de las visiones puramente inmanentistas del sentido de la historia y de las pretensiones de autosalvación del hombre.

Cada frase del Compendio encierra tanta doctrina, que conviene ir despacio pues lo que leemos no es literatura. La primera frase dice que la salvación comienza a realizarse en la historia, porque lo creado es bueno y querido por Dios. El Catecismo en el Nº 280 nos enseña que La creación es el fundamento de « todos los designios salvíficos de Dios», «el comienzo de la historia de salvación»[9] que culmina en Cristo.

Podemos decir que el amor de Dios que se manifestó desde el momento mismo de la creación es tan grande, que más se demoró el hombre en ofenderlo que Dios en tenderle la mano. El primer destello de la historia de salvación resplandece ya desde la creación, y en el mismo momento del pecado original. Recordemos que en el Génesis, en el v.15 del capítulo 3,  en el mismo albor de la humanidad, después de la caída, se anuncia, por una parte la lucha que el hombre tendrá que librar contra el maligno y contra su linaje, y por otra, la victoria final del hombre, victoria que obtendrá por el hijo de la mujer, es decir por el Mesías. La Biblia de Jerusalén observa que junto con el Mesías va incluida su Madre y la interpretación mariológica, tradicional en la Iglesia. Leemos en el capítulo 2º del Génesis: Enemistad pondré entre ti y la mujer, y entre tu linaje y su linaje: él te pisará la cabeza mientras acechas tú su calcañar.

Recordemos las palabras del Compendio que estamos estudiando. Dice que la salvación Comienza a realizarse ya en la historia, porque lo creado es bueno y querido por Dios y porque el Hijo de Dios se ha hecho uno de nosotros La salvación no es otra cosa que la obtención de la vida eterna, de la que añade el Compendio que se completará en el futuro que Dios nos reserva, cuando junto con toda la creación seremos llamados a participar en la resurrección de Cristo y en la comunión eterna de vida con el Padre, en el gozo del Espíritu Santo.

El Misterio Pascual, Medida del hombre

 

Seremos llamados a participar en la resurrección de Cristo. Juan Pablo II en su libro Memoria e Identidad[10] expresa de manera muy bella lo que significa el misterio pascual para el hombre. Dice que el misterio pascual se convierte…en la medida definitiva de la existencia del hombre en el mundo creado por Dios.

Como quien dice, podemos conocer lo que vale el hombre a los ojos de Dios, por la muerte y resurrección de Cristo. Y continúa: En este misterio (el misterio pascual), no sólo se nos revela la verdad escatológica,[11] (sobre la meta final de la historia humana en camino hacia el Padre),  la plenitud del Evangelio, la Buena Nueva. En él resplandece también una luz que se difunde sobre toda la existencia humana en su dimensión temporal y que, en consecuencia, se refleja en todo el mundo creado. Por su Resurrección, Cristo «justificó», por así decir, la obra de la creación y, especialmente, la creación del hombre, en el sentido de que reveló la «medida apropiada» del bien que Dios concibió en el inicio de la historia humana. Una medida que no es sólo la prevista por Él en la creación y empañada después por el hombre con el pecado. Es una medida superabundante, en que el designio original se realiza de una manera aún más plena. (cf Gn 3,14-15) En Cristo, el hombre está llamado a una vida nueva, la vida del hijo en el Hijo, expresión perfecta de la gloria de Dios: gloria Dei  vivens homo, la gloria de Dios es el hombre viviente. (Esa frase es una cita de San Ireneo, Adversus Haereses, IV,20,7)

Cuando estudiaba estas maravillas, preparando esta reflexión, pensaba que, definitivamente, es inmensa la dignidad del hombre como Dios lo creó e infinitamente generosos los planes del Creador, para ayudarle a levantarse después de la caída, y conseguir el fin para el que desde el principio lo creó.Sin embargo, la ciencia humana quiere pasar por encima de los planes de Dios. Se tiene como progreso de la ciencia, por ejemplo la clonación, y el uso de embriones humanos para investigación y, con fines curativos, y se habla de la búsqueda de la inmortalidad… El hombre no crea, sólo descubre lo que ya está, lo que el Creador imprimió en la naturaleza, pero quisiera el hombre en su arrogancia, aprovechar esos descubrimientos sin respetar límites. El científico quiere competir con el Creador. Es la misma tentación del Paraíso: “Seréis como dioses…” Por eso, para tener las manos libres, no se aceptan principios absolutos. El hombre los quiere cambiar según el tiempo y las circunstancias. Se defiende una ética que supone que todo lo que sea posible por la ciencia o la técnica es al mismo tiempo lícito. No es eso lo sostenemos los creyentes.

Bien, volvamos al tema. Estamos, entonces llamados, a una vida nueva, seremos llamados a participar en la resurrección de Cristo y en la comunión eterna de vida con el Padre, en el gozo del Espíritu Santo, dice el Compendio de la D.S.I., Tengamos presente que el misterio Pascual comprende la pasión, muerte y resurrección. Para resucitar, Cristo antes padeció y murió una muerte cruel.

 

Nada que de veras valga la pena se consigue sin esfuerzo

 

Vimos en San Pablo, que en el tiempo presente toda la creación sufre, gime, a consecuencia del pecado original. El hombre arrastró consigo a toda la creación, pero el sufrimiento del hombre y los gemidos de toda la creación no son estériles, son la preparación, los dolores de parto de la nueva creación. Esta figura de los dolores de parto se encuentra también en el A.T. en Isaías, en Jeremías y en Miqueas[12]. Nos explican de manera muy clara que antes de la aurora hay una noche, que la tempestad no es el fin, que vendrá la calma. Que los sufrimientos de esta vida no son nada en comparación con la felicidad que nos espera.[13]

En la carta a los Romanos, San Pablo en el mismo capítulo 8, versículo 25, que vimos hace un momento, al mencionar la esperanza cristiana, nos previene que esperar lo que no vemos, es aguardar con paciencia. Y añade enseguida que el Espíritu viene en ayuda de nuestra flaqueza. Claro, hay que recorrer un camino difícil, pero en el v 18 del mismo capítulo 8, San Pablo nos anima: pues además de saber que el Espíritu Santo viene a ayudarnos en nuestra flaqueza, dice el Apóstol: Porque estimo que los sufrimientos del tiempo presente no son comparables con la gloria que se ha de manifestar en nosotros. Como hemos dicho, nada que de veras valga la pena se consigue sin esfuerzo.

Como nos podemos dar cuenta, nuestra fe está llena de esperanza. No es pesimista, está llena de la luz del misterio pascual. El Compendio termina el Nº 38 con esta frase: Esta perspectiva indica precisamente el error y el engaño de las visiones puramente inmanentistas del sentido de la historia y de las pretensiones de autosalvación del hombre.

Los inmanentistas. ¿Quiénes son? Son los de la otra orilla de la esperanza. Los creyentes nos afianzamos en un Dios trascendente, que está más allá, que supera el conocimiento humano y que es el Creador, nuestro Padre, que es Amor y nos ha destinado para una vida eterna. Los inmanentistas son los que creen sólo en el hombre. Ellos piensan y viven como si la vida terrenal fuera la única y definitiva. Por eso buscan aquí la inmortalidad. Se olvidan de Dios Creador, y claro, no quieren pensar en el más allá. Pierden así el sentido de la existencia. Se quedan en el vacío.

Los científicos son descubridores, no creadores. No caen en la cuenta, los científicos no creyentes, de que lo que van descubriendo por la ciencia no lo hacen ellos, ya está allí; lo descubren, no lo hacen de la nada. Van encontrando los mecanismos que ellos no inventaron. Y falta tanto por descubrir. Como según ellos, el hombre es autónomo, no tiene que dar cuenta sino al hombre. El hombre según ellos debe ocuparse sólo de las realidades terrenas. Por eso se excluye a Dios. Para el inmanentismo el mundo funciona solo. Aceptan que la vida se origina en otra vida, que una célula viene de otra anterior que existe antes… Pero no aceptan que por esa cadena se tiene que llegar a alguien que creó esa primera vida, esa primera célula. Y la primera, de dónde salió… ¿No se hacen esa pregunta?

Tienen los inmanentistas sólo una visión parcial del hombre, una visión sólo material, intrascendente. Reducen al hombre, lo achican. Por sus descubrimientos se sienten más grandes, pero en realidad se achican. Creen que el hombre es absolutamente autónomo y omnipotente, y claro, si uno no cree en la vida con Dios en la eternidad, se empeña en seguir viviendo en este mundo…Se dedican millones de dólares a investigar por caminos equivocados, para curar enfermedades, utilizando vidas humanas como conejillos de indias, mientras millones de personas mueren de hambre. Si la motivación es salvar vidas que mueren de enfermedades hoy incurables, ¿no salvaría ese dinero más gente, si se dedicara, por lo menos una buena porción a dar de comer a los que hoy mueren de hambre? ¿O será que la motivación es más bien el dinero que pueden acumular los laboratorios, los patrocinadores?

Nos decía Juan Pablo II, – lo leímos hace un momento, – que la medida del hombre es esa obra maravillosa del misterio pascual. Los inmanentistas no entienden esto. Y si son inmanentistas absolutos niegan absolutamente la existencia de un Dios trascendente y de todo vínculo de la realidad humana con Dios y la religión. Para ellos, el hombre es la medida y el punto de referencia de toda realidad. Por eso para ellos no hay principios ni valores absolutos. Son a su medida del hombre, no a la medida de Dios. Y el hombre como ellos lo conciben es tan pequeño…

De manera que el inmanentismo es la negación de la esperanza cristiana. Como nosotros hablamos del Reino de Dios que empieza en la tierra, tenemos que trabajar aquí en su implementación, y tendrá su plena realización al final; ellos sustituyen el reino de Dios con un Reino permanente del hombre en la tierra. Se quedan con un reino transitorio, y se contentan con buscar medios para detener su deterioro…

Los creyentes tenemos que dar testimonio de esa verdad luminosa que es el Misterio Pascual: Cristo murió y resucitó y ese es también nuestro futuro. Cómo se ve de distinta la vida, con la perspectiva de la Pascua. En algún programa de radio decíamos que la fe católica comunica ilusión, está llena de esperanza, y es eso lo que debe comunicar nuestro testimonio, porque gozamos del don de la fe, que no es otra cosa que gozar de la gracia de haber encontrado a Jesucristo. Esa es la razón de nuestra alegría y de nuestra esperanza.

Fernando Díaz del Castillo Z.

Escríbanos a: reflexionesdsi@gmail.com

 


[1] Cfr. Conferencia “Cristología, Unidad Cristológica de la Escritura” por Carlos Ignacio González, S.J., en Cuestiones Actuales de Cristología y Eclesiología, Curso de actualización Teológica organizado por el Episcopado Colombiano, Secretariado Permanente del Episcopado Colombiano, Bogotá, 1990, Pgs.63ss.

[2] Cf Concilio Vaticano II, Const. Past. Gaudium et spes, 22: AAS 58 (1966) 1043

[3]Cfr 2 Cor 4,4

[4] Catecismo Nº 467, Denzinger-Schönmetzer, 424

[5] Tomo 211, Pg. 828ss

[6]Ibidem, comentario al v.20, Pg. 832

[7]Dios y el Mundo, Pg. 75

[8] Cf Concilio Vaticano II, Const. Past. Gaudium et spes, 22: AAS 58 (1966) 1043

[9] DCG 51 (Directorium Catechisticum Generale)

[10] Pg. 39

[11] Catequesis de S.S. Juan Pablo II en la audiencia general de los miércoles, 26 de mayo de 1999

1. El tema sobre el que estamos reflexionando en este último año de preparación para el jubileo, es decir, el camino de la humanidad hacia el Padre, nos sugiere meditar en la perspectiva escatológica, o sea, en la meta final de la historia humana….surge espontáneamente la pregunta: ¿cuál es el destino y la meta final de la humanidad? A este interrogante da una respuesta específica la palabra de Dios, que nos presenta el designio de salvación que el Padre lleva a cabo en la historia por medio de Cristo y con la obra del Espíritu.

[12] Is 26,16-18; Jer 30,6-8; Miq 4,9s

[13]Cfr. Lugar citado, La Sagrada Escritura, Nuevo Testamento, BAC 211