Reflexión 164 – Caritas in veritate 2010 (2)

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La crisis mundial como oportunidad

 

 

Estamos comenzando el estudio de Caritas in veritate, Caridad en la verdad, la nueva encíclica de Benedicto XVI. El Santo Padre continúa por el camino que abrieron Pablo VI y Juan Pablo II con sus encíclicas sobre el desarrollo de los pueblos. Ahora, frente a la crisis económica mundial habla el Papa porque es necesario que se siga escuchando la voz de la Iglesia. La Iglesia tiene no sólo el derecho sino la obligación de orientarnos en estos momentos de dificultad, porque nada que tenga que ver con el ser humano es ajeno a la Iglesia.

 

Ahora bien, su mirada a la situación es desde la perspectiva de la ética, – de la moral, – y de la fe. No pretende la Iglesia ofrecer soluciones técnicas ni políticas, pero sí nos puede hacer caer en la cuenta de que el camino  por donde se dirigen los sabios de este mundo no es el correcto si perjudica al ser humano, a la sociedad, – a la mayoría de los seres humanos, – como lo demuestra el aumento de la pobreza y del hambre en el mundo.

 

Estamos viviendo un momento difícil que deberíamos tomar como una oportunidad. Si un caminante elige el sendero equivocado y al avanzar encuentra la creciente de un río que le impide seguir adelante, ese río no es un obstáculo, es más bien la oportunidad de corregir el camino.

 

La actual crisis económica mundial no sólo ha revelado la fragilidad del sistema capitalista, como antes había probado el fracaso del sistema comunista en los países dominados por él,  sino que en esta crisis se ha empezado a descubrir que, bajo la superficie que aparenta una crisis sólo técnica, se esconde una profunda crisis de valores.

 

Respuestas para los creyentes; motivos de reflexión para los demás

 

En Caritas in veritate esperamos encontrar respuestas a las preguntas que inquietan el corazón de los creyentes y motivos de reflexión para quienes   ven su vida, como si tuviera sólo un alcance temporal. En realidad, en los comentarios de los expertos de nuestro medio, no se encuentra todavía mucha reflexión sobre los aspectos éticos de la crisis ni pareciera inquietar su conciencia la necesidad de rectificar el rumbo para corregir la clara inequidad de nuestra sociedad. Es claro, por ejemplo, que las entidades financieras de nuestro país, como han tenido buenos resultados, como la crisis mundial no parece haberlas tocado, no dan muestras de disminuir su ambición de ganar más, así sea a costa del estancamiento o el empobrecimiento de sus usuarios.

 

Un escritor y comentarista de temas religiosos en los medios académicos y de comunicación social, llamado Jim Wallis,[1] afirma que en los Estados Unidos ha comenzado una reflexión profunda en el interior de las personas, reflexión que se ha ido convirtiendo en tema de conversación. No es raro que en las familias y entre los amigos se hable de las prioridades que dominan el interés de las personas, de las familias y de la nación entera, lo mismo que sobre los hábitos que gobiernan la vida; se preguntan si los parámetros con que se mide el éxito son los adecuados. Se hacen también esas preguntas acerca de si son los apropiados, lo convenientes, los valores que los padres y los hijos respetan y los que guían a las familias.

 

¿Importancia solo del bienestar material y no del espiritual?

 

Algunas personas van más hondo  y se preguntan si en ellos tiene importancia, – como debería, – el bienestar espiritual y no sólo el material, y en una sociedad pragmática, que sólo piensa en los éxitos tangibles, se atreven ahora a cuestionar sus metas, incluyendo sus objetivos económicos y hasta el objetivo final de su vida.  Quienes hacen esto han tomado la crisis como una oportunidad.

 

Lo serio lo tratan como una trivialidad y lo convierten en un chiste más o en el tema para una caricatura

 

 

A pesar del discurso mundano general, sí hay personas que hoy se atreven a poner sobre la mesa temas como, qué queremos y debemos esforzarnos por llegar a ser como individuos, como sociedad, como nación. Es verdad que el enfoque de los medios de comunicación sobre la crisis mundial poco aporta para que nos adentremos en el fondo del problema, pues ellos miran sólo la superficie. Dedican más tiempo a las banalidades que a lo que puede cambiar el país y el mundo y, no pocos, aun lo serio lo enfocan como si fuera una trivialidad y lo convierten en un chiste más o en el tema para una caricatura.

 

 ¿En qué forma esta crisis nos cambiará a nosotros?

 

El mencionado Jim Wallis sostiene que la pregunta importante en este momento no es hasta cuándo durará la crisis económica, sino que hay preguntas más profundas que nos debemos plantear. Cuenta que en enero de 2009, en la reunión de Davos, en Suiza, donde se reúne lo más selecto de los políticos y empresarios del mundo, la cadena CNN comenzaba todos los días con entrevistas a presidentes de empresas, a quienes preguntaba el reportero: ¿Cuándo terminará esta crisis? En un tablero escribía las respuestas de esos magnates: en 2009, 20010, 2011 o más tarde. Dice Jim Wallis que en un panel, poco común, él sugirió que CNN estaba haciendo la pregunta equivocada y dijo a los jefes de estado y empresarios presentes, que la pregunta importante era: ¿En qué forma esta crisis nos cambiará a nosotros?  Es decir, en qué forma va la crisis a cambiar nuestro modo de pensar, nuestra manera de actuar, de decidir;  con qué escala de valores vamos a medir nuestro éxito, cómo vamos a manejar nuestros negocios, cómo vamos a vivir nuestras vidas.

 

No es suficiente la corrección de las estructuras económicas y del mercado

 

La voz de la Iglesia nos dirá que se trata de una crisis estructural, sí, de las estructuras económicas y del mercado, pero que esa crisis no se soluciona sólo con correcciones a las normas que regulan los mercados y las entidades financieras; que no habrá solución de fondo si no atendemos al cambio interior, al cambio de mentalidad y de acción, de los individuos, de todos nosotros, que hemos olvidado principios fundamentales, empezando por la regla de oro que nos enseña el respeto al prójimo y se funda en el amor a Dios y a sus creaturas, imágenes suyas, hermanos nuestros. 

 

Benedicto VI presenta su nueva encíclica

 

La mejor manera de iniciar el estudio del texto mismo de la encíclica  es recurrir a la presentación que su autor, Benedicto XVI hizo de ella en la audiencia general del miércoles 8 de julio, al día siguiente de la presentación oficial de la encíclica. Así lo informó el Servicio Informativo del Vaticano:

 

“CARITAS IN VERITATE”: REALIZAR MUNDO DE JUSTICIA Y DE PAZ El Santo Padre explicó que el documento pone de relieve que “la caridad en la verdad es la principal fuerza impulsora del auténtico desarrollo de la persona y de la humanidad. (…) Solo con la caridad, iluminada por la razón y por la fe, es posible alcanzar objetivos de desarrollo dotados de valor humano”.

 Esta afirmación del Papa nos convence aún más de la necesidad de la conversión para que vivamos en un mundo justo, equitativo, sin pobrezas extremas, y donde se genere un desarrollo humano de verdad. Se requiere que la razón y la fe orienten a los que gobiernan el mundo y los mercados, porque  en palabras del Papa, 

Solo con la caridad, iluminada por la razón y por la fe, es posible alcanzar objetivos de desarrollo dotados de valor humano. La Encíclica, “profundiza la reflexión eclesial sobre cuestiones sociales de gran interés para la humanidad de nuestro siglo, teniendo en cuenta, de modo especial, lo que escribió Pablo VI en 1967 en la Populorum progressio”.
 
 
Benedicto XVI subrayó en la citada audiencia, que “Caritas in veritate” “no desea ofrecer soluciones técnicas a los grandes problemas sociales del mundo actual (…), pero recuerda los grandes principios indispensables para construir el desarrollo humano en los próximos años, entre los que destaca, en primer lugar, la atención a la vida del hombre, núcleo de todo progreso auténtico; el respeto del derecho a la libertad religiosa; (…) el rechazo de una visión prometeica del ser humano, que lo considere artífice absoluto del propio destino”.  

  ¿A qué se refiere el Papa con la expresión visión prometeica del ser humano. Según la mitología griega, Prometeo era un personaje que se enfrentó a Zeus, es decir al dios supremo de los griegos, de manera que bien puede representar a las personas que hoy pretenden ignorar a Dios, pues, como creen que no lo necesitan, quieren independizarse de Él.

Continuó el Papa: hombres rectos tanto en la política como en la economía, que estén sinceramente atentos al bien común“. Refiriéndose en concreto a “las emergencias mundiales”, el Papa dijo que “es urgente llamar la atención de la opinión pública sobre el drama del hambre y de la seguridad alimenticia“, que

“hay que afrontar con decisión, eliminando las causas estructurales que lo provocan y promoviendo el desarrollo agrícola de los países más pobres”. El Santo Padre señaló que “la economía tiene necesidad de la ética para su correcto funcionamiento; de recuperar la contribución importante del principio de gratuidad y de la “lógica del don” en la economía de mercado, donde la regla no puede ser solo el provecho. Pero esto es posible únicamente gracias al compromiso de todos, economistas y políticos, productores y consumidores y presupone una formación de las conciencias que refuerce los criterios morales en la elaboración de los proyectos políticos y económicos”.

La mención del principio de la gratuidad y la lógica del don es una novedad en Caritas in veritate y sobre ello trataremos en su momento. Hablar de gratuidad y de don, en un mundo donde el principio es que a uno nadie le regala nada, que todo hay que cobrarlo, que todo hay que pagarlo, es un pronunciamiento audaz, como tantos otros del cristianismo que, si se siguieran harían del nuestro un mundo más amable. Y hay que empezar por formar las conciencias para que los que nos gobiernan y manejan la economía lo hagan dentro de criterios–morales.


 “Es necesario un estilo de vida distinto
por parte de toda la humanidad, en el que los deberes de cada uno con respecto al ambiente se entrelacen con los de la persona considerada en sí misma—y—en—relación—con—los–demás”.

  Frente a “los problemas enormes y profundos del mundo actual es necesaria una autoridad política mundial regulada por el derecho, que respete los principios de subsidiariedad y solidaridad y se oriente firmemente a la realización del bien común, respetando las grandes tradiciones morales y religiosas de la humanidad”.

  La ineficacia de la reciente cumbre por la seguridad alimentaria, celebrada en Roma demostró que los organismos  internacionales, empezando por la ONU, tal como existen hoy, no son eficaces para resolver los grandes problemas de la pobreza—y—el–desarrollo. El Papa pidió a los fieles que rezaran para que “esta Encíclica ayude a la humanidad a sentirse una única familia comprometida en realizar un mundo de justicia y de paz”.

 Destaquemos algunos puntos para que los vayamos descubriendo luego en el texto de Caritas in veritate

       “la caridad en la verdad es la principal fuerza impulsora del auténtico desarrollo de la persona y de la humanidad. (…) Solo con la caridad, iluminada por la razón y por la fe, es posible alcanzar objetivos de desarrollo dotados de valor humano”.

       “Caritas in veritate” “no desea ofrecer soluciones técnicas a los grandes problemas sociales del mundo actual (…),  pero recuerda los grandes principios indispensables para construir el desarrollo humano: la atención a la vida del hombre, núcleo de todo progreso auténtico; el respeto del derecho a la libertad religiosa; (…) el rechazo de una visión que considere al ser humano,  artífice absoluto del propio destino”.  

      Son necesarios  hombres rectos tanto en la política como en la economía, que estén sinceramente atentos al bien común”.

 

      “es urgente llamar la atención de la opinión pública sobre el drama del hambre y de la seguridad alimenticia”.

      “la economía tiene necesidad de la ética para su correcto funcionamiento.

       Es necesario recuperar el principio de gratuidad y de la “lógica del don” en la economía de mercado, donde la regla no puede ser solo el provecho.

      Para que todo esto sea posible es necesario el compromiso de todos, economistas y políticos, productores y consumidores y presupone una formación de las conciencias que refuerce los criterios morales.

 

      “Es necesario un estilo de vida distinto por parte de toda la humanidad, en el que los deberes de cada uno con respecto al ambiente se entrelacen con los de la persona considerada en sí misma y en relación con los demás”.

 

      Es necesaria una autoridad política mundial regulada por el derecho, que respete los principios de subsidiariedad y solidaridad y se oriente firmemente a la realización del bien común, respetando las grandes tradiciones morales y religiosas de la humanidad”.[2]

Vista panorámica de Caritas in veritate

 

Veamos ahora el contenido de Caritas in veritate en su conjunto. Utilicemos el excelente y muy completo resumen, preparado por el P. Leonidas Ortiz Lozada, Director del Observatorio Pastoral del CELAM. Ese documento del P. Ortiz nos ofrece una vista panorámica excelente de la encíclica.

 

La nueva carta del Papa tiene 47 páginas tamaño carta, (…) Consta de una Introducción, seis Capítulos y una Conclusión, todo esto distribuido en 79 números.

En la Introducción (1-9), explica el sentido de la carta, ubicándola también en continuidad de la Deus Caritas est. La primera frase de Benedicto XVI en su nueva Carta es una apretada síntesis de todo el documento:

La caridad en la verdad, de la que Jesucristo se ha hecho testigo con su vida terrenal y, sobre todo, con su muerte y resurrección, es la principal fuerza impulsora del auténtico desarrollo de cada persona y de toda la humanidad” (CIV 1).

El capítulo primero se titula “El mensaje de la Populorum Progressio” (números 10-20). Su mensaje central, siguiendo el pensamiento de Pablo VI, está en dos afirmaciones contundentes: “Toda la Iglesia, en todo su ser y obrar, cuando anuncia, celebra y actúa en la caridad, tiende a promover el desarrollo integral del hombre”. “El auténtico desarrollo del hombre concierne de manera unitaria a la totalidad de la persona en todas sus dimensiones. (11)

El capítulo segundo se refiere a “El desarrollo humano en nuestro tiempo” (números 21-33). Además de presentar la visión articulada del desarrollo / que tenía Pablo VI (21), se refiere a la crisis por la que pasa el mundo de hoy, la cual requiere comprensión unitaria y una nueva síntesis humanista. Hay cuatro elementos que es necesario tener en cuenta: la novedad del estallido de la interdependencia planetaria; la apertura a la vida, la cual está en el centro del verdadero desarrollo; el derecho a la libertad religiosa; y la promoción de un amor rico en inteligencia y una inteligencia llena de amor.

El capítulo tercero trata sobre la relación entre “Fraternidad, Desarrollo económico y Sociedad civil” (34- 42). Comienza afirmando que “el desarrollo económico, social y político necesita, si quiere ser auténticamente humano, dar espacio al principio de gratuidad como expresión de fraternidad” (34). “Sin formas internas de solidaridad y de confianza recíproca, el mercado no puede cumplir plenamente su propia función económica. Hoy, precisamente esta confianza ha fallado, y esta pérdida de confianza es algo realmente grave” (35). En este capítulo se urge hacia una “apertura progresiva / en el contexto mundial / a formas de actividad económica caracterizada por ciertos márgenes de gratuidad y comunión” (39).

El capítulo cuarto se refiere a tres temas que son de candente actualidad: “Desarrollo de los pueblos, Derechos y deberes, Ambiente (43-52). Inicia hablando de la solidaridad universal como un hecho, un derecho y un deber. En este aspecto, el Papa quiere animarnos a una nueva reflexión sobre los deberes que los derechos presuponen, y sin los cuales éstos se convierten en algo arbitrario (43). Para el desarrollo de los pueblos, pide a los propios organismos internacionales que se interroguen sobre la eficacia real de sus aparatos burocráticos y administrativos, frecuentemente demasiado costosos. Y en el campo de la ecología, hace una propuesta: se hace necesaria una alianza entre el ser humano y el medio ambiente.

El capítulo quinto es un clamor por “La colaboración de la familia humana” (53- 67).El desarrollo de los pueblos depende sobre todo de que se reconozcan como parte de una sola familia, que colabora con verdadera comunión y está integrada por seres que no viven simplemente uno junto al otro (53). Aquí se hace indispensable la colaboración entre las diferentes religiones: “La religión cristiana y las otras religiones pueden contribuir al desarrollo solamente  si Dios tiene un lugar en la esfera pública, con específica referencia a la dimensión cultural, social, económica y, en particular, política. La doctrina social de la Iglesia ha nacido para reivindicar esa «carta de ciudadanía» de la religión cristiana” (56). En este contexto, se habla de la necesidad de un mayor acceso a la educación, del fenómeno del turismo internacional, de las migraciones, de la cooperación internacional, de la dignidad del trabajo humano, de la responsabilidad social de la empresa, del papel de las organizaciones sindicales y de las asociaciones de consumidores, de la reforma de las finanzas internacionales y de la renovación de la ONU.

El capítulo sexto y último lo dedica el Papa a “El desarrollo de los pueblos y la técnica” (68- 77). Comienza valorando la técnica como un hecho profundamente humano, vinculado a la autonomía y libertad del hombre; en la técnica se manifiesta y confirma el dominio del espíritu sobre la materia. Sin embargo, “el desarrollo de los pueblos se degrada cuando la humanidad piensa que puede recrearse utilizando los «prodigios» de la tecnología. Lo mismo ocurre con el desarrollo económico, que se manifiesta ficticio y dañino cuando se apoya en los «prodigios» de las finanzas para sostener un crecimiento antinatural y consumista” (68). En este capítulo, se refiere el Papa a la urgencia de la paz entre los pueblos, a la importancia de la bioética y al papel de los medios de comunicación social.

En la Conclusión (78-79), el Papa termina su carta diciendo que “el humanismo que excluye a Dios es un humanismo inhumano. Solamente un humanismo abierto al Absoluto / nos puede guiar en la promoción y realización de formas de vida social y civil —en el ámbito de las estructuras, las instituciones, la cultura y el ethos[3]—, protegiéndonos del riesgo de quedar apresados por las modas del momento” (78). De otro lado, “el desarrollo necesita cristianos con los brazos levantados hacia Dios en oración, cristianos conscientes de que el amor lleno de verdad, caritas in veritate, del que procede el auténtico desarrollo, no es el resultado de nuestro esfuerzo sino un don”.

Fernando Díaz del Castillo Z.

 

 

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reflexionesdsi@gmail.com

 

 

 

 

 


[1] Cfr Jim Wallis, REDISCOVERING VALUES on Wall Street, Main Street, and Your Street, A Moral Compass for the New Economy, HOWARD BOOKS, a division of Simon end Shuster, Inc, 2010. Tomo de allí algunas de sus ideas.

[2]    Sobre el principio de subsidiaridad véase Compendio de la DSI, N° 185-191

[3] Por ‘ethos’ se entiende la forma o estilo de vida o comportamiento por el que se distinguen un individuo, un grupo o una sociedad, de acuerdo con una moral o creencias (comunes si se trata de grupos, instituciones o de la sociedad). El ethos que necesita el mundo es el que distingue a una sociedad que adopta la moral y creencias del Evangelio. (Cfr Evangelii nuntiandi, N° 18s  y Reflexión 71). Son los hombres nuevos de los que hablaba San Pablo.

 

 

 

 

 

 

Reflexión 163 -Caritas in veritate, 2010 (1)

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Pongámonos en contexto

 

El año pasado hicimos una introducción a la encíclica social Caritas in veritate, de Benedicto XVI, publicada en conmemoración de los 40 años de la carta Populorum progressio, sobre el Desarrollo de los Pueblos, de Pablo VI. Para una mejor comprensión de la encíclica Caritas in veritate  repasamos tabién la encíclica Sollicitudo rei socialis (la Preocupación social de la Iglesia), la que Juan Pablo II publicó para conmemorar el vigésimo aniversario, también de Populorum progressio.Nos corresponde ahora dedicarnos a la de Benedicto XVI.

 

Benedicto XVI había anunciado que estaba preparando su primera encíclica social, después de Deus caritas est (Dios es Amor), y de Spe salvi (En la esperanza fuimos salvados).Las circunstancias de la crisis, económica y financiera mundial, lo hicieron demorar la terminación de su encíclica social. Esa crisis extendía y profundizaba la situación ya grave de los países pobres y la Iglesia debía hacer oír su voz por ellos.

Un Evangelio siempre fresco

No es extraño que el Papa enseñe al mundo la doctrina social, que es una parte esencial de la evangelización. La práctica de la fe no se refiere únicamente a nuestra relación personal con Dios, sino también a nuestra relación con nuestro prójimo. Jesús identificó con Él a los seres humanos, especialmente a los que sufren. Si no, recordemos que en nuestro encuentro con Él como Juez, no nos va a preguntar cuánto rezamos, -aunque claro que eso es muy importante, – sino que el énfasis en el Juicio será en cómo nos comportamos con los que encontramos en nuestro camino, padeciendo la pobreza: con hambre, con sed, sin vestido, sin techo…

Es claro que la Iglesia tiene que hacerse presente en los gozos y esperanzas, como también en las tristezas y angustias de la familia humana.

El mensaje del Evangelio luce siempre fresco, actual, y como la realidad social cambia,  – en vez de mejorar las injusticias se acrecientan, – la Iglesia tiene que dejar oír su voz por los pobres y comprometerse por ellos en estos permanentes desafíos.

 

Lo que el Evangelio exige a la Iglesia: servicio a la humanidad

 

Dediquemos unos minutos a reflexionar sobre este momento de crisis económica mundial en el cual Benedicto XVI habla sobre la necesidad de la Caridad en la verdad a un mundo de codicia, de odios y guerras, de desfiguración de la verdad y desdeño de Dios. Tengamos también presentes las palabras sobre el desarrollo de los pueblos ya proclamadas por Pablo VI y Juan Pablo II.

 

Pablo VI empezó su encíclica Populorum progressio recordando que, como lo manifestó la Iglesia en el Concilio Vaticano II, ella sigue con inmenso interés los esfuerzos de los pueblos para superar el hambre y la miseria, la enfermedad y la ignorancia, es decir, por conseguir su pleno desarrollo.

Pablo VI participaba activamente en hacer realidad el sueño del Concilio Vaticano II como lo manifestó en la constitución pastoral Gaudium et spes (Gozo y esperanza), sobre lo que el Evangelio exige a la Iglesia: el Santo Padre exhortó a la Iglesia a estar siempre al servicio de los seres humanos y a acompañarlos en la construcción del Reino, que hay que empezar en esta vida. Si nos dedicamos con esfuerzo a construir el Reino, seremos protagonistas activos y no simples observadores de una nueva historia de la humanidad que otros escriben. La Iglesia, a través de la evangelización y con sus obras, nos ayuda y anima a comprender nuestro papel, que debe ser actuante,  -no sólo de espectadores, – en forjar una historia de justicia y de paz.

 

Desarrollo, el nombre de la paz. Solidaridad, virtud cristiana

 

Pablo VI destacó en el desarrollo la característica de ser el nuevo nombre de la paz. Juan Pablo II, por su parte, centró su encíclica Sollicitudo rei socialis en la solidaridad, a la que presentó no sólo como una actitud civil, ética, sino como virtud cristiana, pues el cristiano entiende la solidaridad como una actitud permanente hacia los demás seres humanos como a miembros de su propia familia, hijos del mismo Padre celestial y redimidos por su Hijo unigénito, Jesucristo. 

 

Volvamos pues nuestra mirada all momento en que Pablo VI, Juan Pablo II y ahora Benedicto XVI asumen el tema del desarrollo económico desde la ética y desde la fe, como temas de sus encíclicas.

 

¿Por qué la Iglesia opina en temas que parecieran ser sólo terrenales, como la economía?[1]

 

En su encíclica Sollicitudo rei socialis, escrita en 1987, Juan Pablo II quiso mostrar la novedad, al mismo tiempo que la continuidadde la DSI, en particular como se presenta en las enseñanzas de Populorum progressio de su antecesor Pablo VI.

 

¿En que consiste la novedad de la DSI?

 

La novedad de la DSI, que es permanente desde León XIII con su encíclica Rerum novarum, consiste, primero, en que la Iglesia habla oficialmente sobre materias económicas y sociales.  La Iglesia está obligada a pronunciarse en la problemática económica, porque ésta tiene un carácter moral. A la Iglesia no le es ajeno nada que sea humano, que toque al ser humano,[2] y la economía y demás ciencias sociales se refieren al ser humano considerado individual y socialmente. Tienen que tratarse por eso desde el punto de vista de cómo las acciones humanas en lo económico, por ejemplo, benefician o perjudican a los demás seres humanos, y de eso tratan la ética y la moral.

 

La Palabra de la Iglesia en temas sociales

 

Una segunda novedad de Populorum progressio, que se suele mencionar y que anota Juan Pablo II, es que esta encíclica, abrió de manera especial  los horizontes de la Iglesia a todo el mundo y la D.S.I. llegó a adquirir una dimensión mundial; la Iglesia hizo comprender al mundo que su palabra en materias económicas y sociales no es extraña a su misión global de la evangelización.

Para la Iglesia, el hecho histórico, palpable, de la distancia creciente entre el desarrollo de los países ricos y los considerados pobres, no es sólo un hecho económico, que se deba estudiar únicamente desde el punto de vista técnico, sino que se trata de un hecho moral, en el que no podemos eludir nuestras responsabilidades personales y sobre todo no pueden hacerlo los que dominan la economía y los mercados.

 

La Iglesia, conciencia universal

 

La Iglesia, que asume el papel de conciencia universal, apela a las conciencias de los individuos, de los gobernantes, de los líderes empresariales, para que cuando tomen decisiones  consideren la relación de causalidad que existe entre esas decisiones, la riqueza concentrada en pocos y la pobreza de una multitud. Para que tomen decisiones justas deben considerar su incidencia en las personas, especialmente en los pobres. Deben comprender que no es moralmente correcto conseguir el desarrollo de unos pocos a costa del subdesarrollo de los demás.

 

Desarrollo es el nuevo nombre de la paz

 

Otra novedad de Populorum progressio es el concepto de desarrollo que presentó en Pablo VI al unir el desarrollo con la paz. La frase que hemos mencionado, el desarrollo es el nuevo nombre de la paz, resume su pensamiento. Lo encontramos en el N° 76 de Populorum progressio. Dice allí:

Las diferencias económicas, sociales y culturales demasiado grandes entre los pueblos, provocan tensiones y discordias, y ponen la paz en peligro (…) Combatir la miseria y luchar contra la injusticia, es promover, a la par que el mayor bienestar, el progreso humano y espiritual de todos, y por consiguiente el bien común de la humanidad. La paz no se reduce a una ausencia de guerra, fruto del equilibrio siempre precario de las fuerzas. La paz se construye día a día, en la instauración de un orden querido por Dios, que comporta una justicia más perfecta entre los hombres. (Pacem in terris, 11 de abril 1963, AAS,55,301)

El tema de la paz lo aborda también Juan Pablo II, y en Sollicitudo rei socialis, en el N° 10, cuando toma la idea de Pablo VI, de que el desarrollo es el nuevo nombre de la paz, asegura que por lo tanto la guerra y los preparativos militares para ella son el mayor enemigo del desarrollo integral de los pueblos.

Propongámonos un ejercicio práctico, que podemos poner sobre la mesa como tema de discusión: identifiquemos un problema social concreto, económico o político que nos afecte en nuestro país o en nuestra comunidad local y preguntémonos en qué forma las decisiones políticas o económicas de nuestro propio país, de nuestra región o en general de los países del mundo globalizado están afectando la situación nuestra, en particular de los trabajadores.

 

Tener más para ser más

Hemos visto que antes de Benedicto XVI,  Pablo VI con su encíclica Populorum progressio y Juan Pablo II con Sollicitudo rei socialis, introdujeron en la D.S.I. el tema concreto del desarrollo integral de los pueblos. Pablo VI, de modo sencillo nos dijo que todos los seres humanos quieren tener más para ser más, pero que ese deseo para la mayoría se queda en sólo una ilusión. Esa esperanza de desarrollo, que observó Juan Pablo II era más lejana que en la época de Pablo VI, se corrobora igual en los últimos 40 años: para una minoría se han incrementado las riquezas, mientras que para la mayor parte de la humanidad es la pobreza la que ha aumentado.

Es verdad que no todo lo sucedido en esta época ha sido negativo; Juan Pablo II destacó algunos aspectos positivos: el  aumento de la conciencia acerca de los derechos humanos, el creciente sentido de la interdependencia, de la solidaridad y del destino común de todos, de manera que la humanidad está llegando a comprender que la paz tiene que ser de todos, no puede ser sólo de algunos. Finalmente otro signo positivo es la preocupación ecológica.

 

 

¿Es mejor la situación de desarrollo después de Pablo VI y Juan Pablo II?

 

 

¿Cómo ha sido la situación del desarrollo de los pueblos después de Juan Pablo II y su encíclica Sollicitudo rei socialis, al llegar la nueva encíclica de Benedicto XVI en plena crisis económica mundial? Ya no hay guerra fría entre los bloques oriente occidente, comunismo capitalismo, pero ¿han disminuido las distancias entre los países ricos y los pobres? ¿Cómo es la situación de pobreza y de hambre en el mundo, en nuestro país?

 

Recordemos sólo un dato global: entre 2008 y 2009, el número de personas afectadas por el hambre en el mundo aumentó de 850 millones a 1020 millones.

 

 

¿Cómo entiende la Iglesia el desarrollo a partir de Populorum progressio y Sollicitudo rei socialis?

 

El desarrollo tiene que ser integral, no sólo económico. La persona es más que materia y toda persona está llamada a su propio desarrollo. Todas las personas están llamadas a ejecutar el designio, el diseño, el plan de Dios para ellas y ese plan es para el ser humano completo. Además, desarrollo integral quiere decir para todos los seres humanos. El plan de Dios no es para algunos, es para todos.

 

Ejecutar el plan de Dios

 

 

El plan de Dios para sus creaturas tiene que empezar ejecutarse en este mundo y requiere bienes temporales que son instrumentos, son medios y no fines. El que dedica toda su vida sólo a lo material no puede conseguir su pleno desarrollo.  De ahí que necesite una escala de valores, un orden de importancia para lo que hace en su vida.

 

La meta de las personas y de los pueblos no se puede reducir a “tener” más; su esfuerzo se debe dedicar a “ser” más. Los que dedican todo su esfuerzo sólo o prioritariamente a tener, pueden conseguir inmensas riquezas materiales que algún día se desmoronan, que no se pueden llevar en el último viaje de su vida y a pesar de su riqueza material se puede considerar a una persona o a un pueblo moral y espiritualmente subdesarrollado.

 

Pablo VI definió el desarrollo como el paso de condiciones de vida menos humanas a condiciones más humanas (Populorum progressio, 20). ¿Son más humanas las condiciones de las personas materialmente ricas pero que carecen de sentido de humanidad y justicia? ¿No es preferible ser humanamente rico a serlo por los bienes materiales?

 

Juan Pablo II y desarrollo integral

 

 

Terminemos hoy con el desarrollo integral según el pensamiento de Juan Pablo II. En el N° 33 de Sollicitudo rei socialis nos explica que No sería verdaderamente digno del ser humano un tipo de desarrollo que no promoviera los derechos humanos, personales y sociales, económicos y políticos,  incluidos los derechos de las Naciones y de los pueblos.

 

Un desarrollo puramente económico sería una contradicción: la conexión entre el desarrollo auténtico y el respeto por los derechos de la persona demuestra una vez más el carácter moral del desarrollo.

 

 

Fernando Díaz del Castillo Z.

 

 

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[1] Para una somera síntesis de las encíclicas sobre el desarrollo, de Pablo VI y Juan Pablo II me voy a valer de la: Versión popular a los 40 años de la encíclica de Pablo VI Populorum progressio sobre el desarrollo humano y a los 20 años de la encíclica del Papa Juan Pablo II Sollicitudo rei socialis sobre la preocupación social de la Iglesia. –“El desarrollo es el nuevo nombre de la paz”, Comisión Episcopal de Acción Social, CEAS, Avenida Salaverry 1945 (Lince) Lima 14. Se encuentra en la WEB

[2] La frase latina Homo sum et nihil a me alienum puto, “Soy hombre y nada humano me es ajeno” se atribuye a Terencio.

Reflexión 162 – ADVIENTO Y NAVIDAD 2009

 

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EL AMOR HECHO CARNE

 

La Navidad tiene mucho qué ver con la D.S.I., porque el fundamento de las enseñanzas sociales de la Iglesia es el amor; Dios que es Amor. Y es que la Navidad es la llegada al mundo, del Amor hecho carne, en la forma de un Niño que, antes de nacer, desde el vientre de su Madre ya comunicaba paz, esperanza y alegría. Recordemos cómo Juan el Bautista saltó de gozo en el vientre de Isabel, su Madre, con la sola presencia de Jesús que, antes de nacer llegó de visita llevado en su seno por María.

Vayamos un momento hasta el primer Adviento, a la época de la Anunciación y preparación para el Nacimiento de Jesús, el Salvador, sin apartarnos de la realidad de nuestro tiempo.

 

ESPERANZA CIERTA Y PACIENCIA

El Adviento es la época de la espera, de una espera impregnada de esperanza. No de una espera en la sombra de la incertidumbre, porque la esperanza cristiana se basa en la certeza de que las promesas de Dios se cumplen. Él nunca falla; eso sí nos pide paciencia. Paciencia tuvieron los profetas que siglos antes anunciaron que el Mesías vendría, paciencia tuvieron Simeón y Ana, que vivieron largos años confiando en que un día, cumplida su ilusión de ver al anunciado Mesías,  podrían irse en paz (Lc 2, 22-38).

También ahora vivimos en Adviento, porque vivimos en la esperanza cierta de que, luego de una espera, más corta que larga, – espera que requiere paciencia, – de la mano de María, con la ayuda de la gracia, nos encontraremos con Jesús que nos hará ver a Dios tal cual es: Amor y gozo sin fin.

 

EL PODER DE LA PACIENCIA Y LA FUERZA QUE COMUNICA LA ESPERANZA

Hemos de vivir nuestro tiempo de espera y tenemos que aceptar que el mundo en que esperamos es un mundo difícil, un mundo de contrastes entre lo que Dios valora y lo valores que el mundo nos quiere vender como entrada a la felicidad. María la Madre de Jesús – y los ancianos Simeón  y Ana – nos enseñan el poder de la paciencia y la fuerza que comunica la esperanza.[1]

Los valores que Jesús nos enseña son los que nos ayudan a permanecer en el camino, con frecuencia difícil, que con seguridad conduce a la  felicidad verdadera.

Sin apartarnos de nuestro tiempo, trasladémonos un momento a la época de María, de José, cuando el anuncio del  Ángel y la llegada de Jesús. Hagamos una composición de lugar.

María recibió la visita del Ángel Gabriel en un país inquieto por el severo dominio de las legiones romanas. De la familia de la Virgen de Nazaret no nos habla la Escritura para presentárnosla como de un grupo social prestigioso en su tiempo. A través del relato evangélico podemos comprender que las familias de María y de José eran de profunda fe, practicantes de la religión judía. El prestigio social no era su característica y sus valores no eran los que el mundo aprecia.

 

DISCERNIR LOS SIGNOS DE LOS TIEMPOS ES SENTIR EN NUESTRA VIDA LA PRESENCIA DE DIOS

Los personajes que aparecen en el Evangelio de la Infancia, son auténticos pobres de Yahvé, los anawim, – como se los suele llamar, – personajes que representan lo más alto de la espiritualidad de Israel, quienes por su comunión con Dios, saben discernir los signos de los tiempos; por eso, esos pobres de espíritu, supieron ver al Salvador bajo las apariencias humildes de un niño. Ante todo la Virgen María, el prototipo de los pobres de Yahvé y José y luego Simeón y Ana, y los pastores de Belén, que no se escandalizaron ante la noticia de que el Mesías había nacido en la pobreza. Podemos decir que, discernir los signos de los tiempos, es sentir en nuestra vida la presencia de Dios, que se deja ver y oír igual en la alegría del arco iris o en medio de la angustia que produce la tormenta.[2]

 

LA FAVORITA DE DIOS

Recordemos cómo aparece María en el Evangelio: no nos la presenta como las reinas terrenas, sin embargo el Ángel la presenta como la favorita de Dios, le dice que se alegre porque está llena de gracia, que el Señor es con Ella; no está sólo temporalmente con ella. Isabel llama a María Bendita entre las mujeres. Dios la llenó de la sabiduría que ha trascedido por los siglos en las palabras del Magnificat: María reconoce con sencillez que el Señor ha puesto los ojos en la humildad de su esclava y en Ella ha hecho maravillas. Nos presenta los valores que Dios tiene en cuenta: la gloria de Dios no resplandece en las riquezas y el lujo, sino en la voz de la esclava, dispuesta a cumplir la voluntad de su Señor. Es María la auténtica pobre de Yahvé que anuncia que Dios desplegó la fuerza de su brazo, dispersó a los soberbios…derribó a los potentados de sus tronos y exaltó a los humildes, a los hambrientos colmó de bienes y despidió a los ricos sin nada  (Lc 1,52).

 

¿De dónde a mí que la madre de mi Señor venga a mí?

 

Leamos la escena de la visita de María a Santa Isabel, como la narra San Lucas en el capítulo 1° de su Evangelio. Después del anuncio más grande que se ha producido sobre la tierra, el del Ángel, en Nazaret, y de la aceptación de María de la misión maravillosa para la que Dios la escogió, continúa así su relato el evangelista:

En aquellos días, se levantó María y se fue con prontitud a la región montañosa, a una ciudad de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel.Y sucedió que, en cuanto oyó Isabel el saludo de María, saltó de gozo el niño en su seno, e Isabel quedó llena de Espíritu Santo y exclamando con gran voz, dijo: “Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno; y ¿de dónde a mí que la madre de mi Señor venga a mí? Porque, apenas llegó a mis oídos la voz de tu saludo, saltó de gozo el niño en mi seno. ¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!”

 

LA SAGRADA FAMILIA DESPLAZADA

 

La Virgen María, que tuvo que dar a luz a Jesús en un pesebre, porque Ella y José no encontraron donde albergarse, y la Sagrada familia,  con Jesús recién nacido, que  más adelante fue desplazada a Egipto, huyendo de Herodes, nos hace pensar en las madres colombianas que han tenido que huir con sus maridos e hijos, dejándolo todo, huyendo de los modernos Herodes: guerrilla, autodefensas ilegales, narcotraficantes. Y nuestra mirada triste encuentra a los lisiados por la minas anti personas, sembradas por los terroristas sin alma ni corazón.

 

MARÍA, CON LA MUJERES DE HOY CLAMA JUSTICIA

 

Y nuestro pensamiento recorre el mundo y encuentra a las  mujeres de Sudán y también de Colombia y otros países, perseguidas y agredidas sexualmente, por quienes utilizan la violación como arma terrorista y de guerra. Como María, estas mujeres de nuestra época moderna  no tienen nada que el mundo valore y también ellas claman justicia.María en el Magnificat recordó la fuerza de Dios que es misericordia y también es justicia: …su misericordia alcanza de generación en generación a los que le temen. Desplegó la fuerza de su brazo, dispersó a los soberbios… Lc 1,49-50)

 

Fernando Díaz del Castillo Z.

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[1] Para algunas de  las consideraciones de hoy me inspiré en Melanie Weldom-Soiset, Advent, Mary and Sudan, publicado en la página WEB de Sojourners: http://blog.sojo.nat-

[2]Este párrafo está tomado del programa del 19 de diciembre de 2008, Reflexión 121

Reflexión 161 – “Sollicitudo rei socialis”: final y síntesis

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SOLIDARIDAD: NÚCLEO DEL DESARROLLO

 

En nuestro estudio del pensamiento social de Juan Pablo II sobre el desarrollo integral de los pueblos,  como lo expuso en su encíclica Sollicitudo rei socialis, vimos que el punto central de esa encíclica es la solidaridad. Para que se logre el desarrollo integral de los pueblos es necesario que todos practiquemos la solidaridad, esa virtud que se puede considerar como una actitud moral, ética, es decir estar inclinado a ser solidario desde el punto de vista puramente humano. Los creyentes además podemos considerar la solidaridad desde el punto de vista del Evangelio. La solidaridad no es sólo una actitud moral y social, ética; la solidaridad es también una virtud cristiana.[1] A la luz de la fe, – dice Juan Pablo II, –  la solidaridad tiende a superarse a sí misma, a revestir las dimensiones específicamente cristianas de la gratuidad total, el perdón y la reconciliación.

De manera que los creyentes debemos ser solidarios sin esperar recompensa y si es el caso debemos ser solidarios aun con aquellos que nos hecho algo por lo cual requieren nuestro perdón y con quienes nos debemos reconciliar. El mandato del Evangelio de amar a nuestros enemigos, a los que nos persiguen y calumnian es de verdad; no se queda en palabras.

 

 

Juan Pablo II definió la solidaridad como, la determinación firme y perseverante de comprometerse por el bien común, por el bien de todos y cada uno, porque todos somos verdaderamente responsables de todos.”

Por su parte Benedicto XVI en su reciente discurso en la FAO, la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación  (el 16 de noviembre de 2009), sintetiza lo que significa ser solidario con estas palabras, que pueden reunir el concepto puramente ético y el pensamiento cristiano de la solidaridad (fijémonos en qué forma la idea de la familia hace parte de lo que es la solidaridad):

 

 

sólo en nombre de la común pertenencia a la familia humana universal  se puede pedir a cada pueblo, y por lo tanto a cada país, ser solidario, es decir, dispuesto a hacerse cargo de responsabilidades concretas ante las necesidades de los otros, para favorecer un verdadero compartir fundado en el amor”.[2]

 

Bien común: el bien de la familia humana



Para los dos Pontífices, Juan Pablo II y Benedicto XVI,  la solidaridad implica compromiso con el bien de los demás, con el bien común, que no es otra cosa que el bien de la familia humana.

 

Que todos somos miembros de la familia humana lo podemos  aceptar los creyentes y los no creyentes; por eso existen organizaciones con fines altruistas, de las que forman parte también no creyentes que quieren ayudar a sus congéneres porque también  son seres humanos, aunque no los lleguen a considerar sus hermanos; sin embargo fundar la solidaridad en el amor, implica además un concepto cristiano: somos solidarios porque nos amamos como hermanos, como hijos del mismo Padre Celestial, y el primer mandamiento del cristiano, el mandamiento nuevo de Jesucristo es el del amor. Juan Pablo II dirigió su encíclica Sollicitudo rei socialis a todos los hombres de buena voluntad y la solidaridad es un terreno común para todos, aunque la solidaridad como virtud cristiana es más exigente, se funda en el amor.

 

 

De ahí que Juan Pablo II en el N° 40 de esta encíclica diga que, A la luz de la fe, la solidaridad tiende a superarse a sí misma, a revestir las dimensiones específicamente cristianas de la gratuidad total, el perdón y la reconciliación. Los no creyentes pueden considerar a los demás seres humanos como fundamentalmente sus iguales, y que por eso comparten sus  mismos derechos. Juan Pablo II nos explica que desde la fe, el prójimo se convierte en la imagen de Dios Padre, rescatada por la sangre de Jesucristo y puesta bajo la acción permanente del Espíritu Santo.

Ya habíamos visto la profundidad del fundamento de la solidaridad desde la fe, como nos la explica Juan Pablo II, quien en ese mismo N° 40 de Sollicitudo rei socialis, nos dice que Más allá de los vínculos humanos y naturales, tan fuertes y profundos, a la luz de la fe se percibe un nuevo modelo de unidad del género humano, en el que, en última instancia, debe inspirarse la solidaridad.  

 

 

Modelo cristiano de solidaridad: Dios que Es Amor

 

El modelo de la solidaridad de la que nos habla el Papa, es nada menos qu el amor de la Trinidad, que en su vida íntima es Amor. El Amor define a Dios: Dios es Amor y nosotros, como creados a su imagen debemos amar como nuestro modelo, nuestro Padre y Creador. Hasta dónde llega el amor divino nos lo enseñó el Hijo con su Encarnación, muerte y resurrección. La conclusión de Juan Pablo II en el N° 33 de Sollicitudo rei socialis es en esa línea. Leámosla una vez más: el verdadero desarrollo debe fundarse en el amor a Dios y al prójimo, y favorecer las relaciones entre los individuos y las sociedades. Esta es la « civilización del amor », de la que hablaba con frecuencia el Papa Pablo VI.

En una reflexión anterior vimos que el cuidado del medio ambiente, incide también en la terrible situación de pobreza que padecen millones de hermanos nuestros. Benedicto XVI dijo en su mencionado discurso en la FAO (19-11-2009), que se debe analizar la relación entre el desarrollo y el cuidado del medio ambiente, y nos puso a todos a pensar que, no son suficientes las normas y planes de desarrollo de los Estados, sino que hace falta un cambio en nuestros estilos de vida personales y comunitarios cuando se rigen por el consumismo y  las necesidades que nos crean o nos creamos nosotros mismos. El Papa aclaró que  (…) Los deberes que tenemos con el ambiente están relacionados con los que tenemos para con la persona considerada en sí misma y en su relación con los otros. Cuidamos el ambiente por lo que es para los seres humanos.

 

 

Cuando descuidamos el medio ambiente en el trato del agua que desperdiciamos o contaminamos, por ejemplo, y en el manejo de los desperdicios, tenemos que pensar que no sólo dañamos el ambiente, sino que con ellos  perjudicamos a la sociedad. No podemos  separar los deberes con el medio ambiente de los que tenemos con las personas. Es que los seres humanos se ven afectados por la calidad de la naturaleza de donde toman el aire, el agua, los alimentos.

 

 

Medio ambiente y destino universal de los bienes

 

Cuando se habla del trato a la naturaleza no se puede ignorar la relación que estas verdades tienen con el destino universal de los bienes, con la administración de la tierra que fue entregada por Dios para uso de todos.  Cuando una comunidad descuida sus calles y sus parques se suele decir que eso sucede porque nadie los ve como propios; eso suele pasar con las propiedades públicas: son de todos y de nadie. Y sucede con los ríos y las playas. No somos solidarios, no nos comprometemos con el bien común por el bien de todos y de cada uno. No nos sentimos verdaderamente todos responsables de todos. No nos sentimos integrantes de una familia, que habitamos la misma casa.

 

 

Opción preferencial por los pobres

 

Si es verdad que Dios destinó los bienes de la tierra para todos, como buenos administradores el encargo del Creador lo debemos cumplir compartiendo lo que tenemos en solidaridad con los pobres y de manera preferencial con los que más sufren. Como vemos, la opción preferencial por los pobres, tema que se trata con frecuencia en la predicación y documentos sociales de la Iglesia, no sólo se aplica a nuestra relación personal con los necesitados, sino al trato preferencial que los pobres deben recibir de la sociedad, de los gobiernos nacionales e internacionales. Esto dice Juan Pablo II en el N° 42 de Sollicitudo rei socialis:

 

 

Entre dichos temas (se refiere Juan Pablo II a los tratados por el Concilio y las encíclicas, entre ellas la Populorum progressio), quiero señalar aquí la opción o amor preferencial por los pobres. Esta es una opción o una forma especial de primacía en el ejercicio de la caridad cristiana, de la cual da testimonio toda la tradición de la Iglesia. Se refiere a la vida de cada cristiano, en cuanto imitador de la vida de Cristo, pero se aplica igualmente a nuestras responsabilidades sociales y, consiguientemente, a nuestro modo de vivir y a las decisiones que se deben tomar coherentemente  sobre la propiedad y el uso de los bienes.

Pero hoy, vista la dimensión mundial que ha adquirido la cuestión social, este amor preferencial, con las decisiones que nos inspira, no puede dejar de abarcar a las inmensas muchedumbres de hambrientos, mendigos, sin techo, sin cuidados médicos y, sobre todo, sin esperanza de un futuro mejor: no se puede olvidar la existencia de esta realidad. Ignorarlo significaría parecernos al       « rico epulón » que fingía no conocer al mendigo Lázaro, postrado a su puerta (cf. Lc 16, 19-31).

 

Dar precedencia al fenómeno de la creciente pobreza

 

Nuestra vida cotidiana, así como nuestras decisiones en el campo político y económico deben estar marcadas por estas realidades. Igualmente los responsables de las Naciones y los mismos Organismos internacionales, mientras han de tener siempre presente como prioritaria en sus planes  la verdadera dimensión humana, no han de olvidar dar la precedencia al fenómeno de la creciente pobreza. Por desgracia, los pobres, lejos de disminuir, se multiplican/ no sólo en los Países menos desarrollados sino también en los más desarrollados, lo cual resulta no menos escandaloso.

 

Propiedad privada y su función social

 

Es necesario recordar una vez más aquel principio peculiar de la doctrina cristiana: los bienes de este mundo están originariamente destinados a todos. [3] El derecho a la propiedad privada es válido y necesario, pero no anula el valor de tal principio. En efecto, sobre ella grava « una hipoteca social », es decir, posee, como cualidad intrínseca, una función social fundada y justificada precisamente sobre el principio del destino universal de los bienes.

Los Pobres que carecen del bien de la libertad

En este empeño por los pobres, no ha de olvidarse aquella forma especial de pobreza  que es la privación de los derechos fundamentales de la persona, en concreto el derecho a la libertad religiosa y el derecho, también, a la iniciativa económica.

Si es verdad que son pobres los que carecen de los bienes materiales necesarios para vivir una aceptable calidad de vida, son pobres también los que carecen de derechos fundamentales: de la libertad, del derecho a la libertad religiosa y a ejercer su propia iniciativa, que es también parte de la libertad a la que todos tenemos derecho.

 

Destaquemos algunos puntos de la explicación de Juan Pablo II sobre la opción preferencial por los pobres, que acabamos de leer:

 

 

Esta es una opción o una forma especial de primacía en el ejercicio de la caridad cristiana.

En la práctica de la caridad, la preferencia por los pobres debe ocupar el primer lugar (la primacía).

 

 

Se refiere a la vida de cada cristiano, en cuanto imitador de la vida de Cristo, pero se aplica igualmente  a nuestro modo de vivir y a las decisiones que se deben tomar coherentemente sobre la propiedad y el uso de los bienes.

Al modo de vida que llevemos y a nuestras decisiones sobre nuestros bienes y el uso que les demos se invita a una vida cristiana de verdad. Nos pide coherencia en nuestra vida de cristianos en cuanto se refiere a los que poseemos. Lejos pues, del cristiano la frase: “es mi plata y hago con ella lo que quiera”.

 

 

En los Ejercicios Espirituales, San Ignacio de Loyola nos enseña que las cosas fueron creadas para el hombre y para que le ayuden en la consecución del fin para el cual fue creado. Añade enseguida que debemos usarlas cuanto nos ayuden para el fin para el que fuimos creados y debemos alejarnos de ellas cuanto nos lo impidan. [4] Si viviéramos de acuerdo con ese principio, tendríamos claro cómo debe ser el manejo de nuestros bienes, pocos o muchos.

 

 

Aliviar la miseria no solo con lo que nos sobra…

 

El cristianismo es exigente. Juan Pablo II nos lo recuerda en el N° 31 de Sollicitudo rei socialis, cuando dice:

 

 

(…) pertenece a la enseñanza y a la praxis más antigua de la Iglesia /  la convicción de que ella misma, sus ministros y cada uno de sus miembros, están llamados a aliviar la miseria de los que sufren cerca o lejos, no sólo con lo « superfluo », sino con lo « necesario ». Ante los casos de necesidad, no se debe dar preferencia a los adornos superfluos de los templos y a los objetos preciosos del culto divino; al contrario, podría ser obligatorio enajenar estos bienes para dar pan, bebida, vestido y casa a quien carece de ello.[5] Como ya se ha dicho, se nos presenta aquí una « jerarquía de valores » —en el marco del derecho de propiedad— entre el «tener» y el « ser », sobre todo cuando el « tener » de algunos,  puede ser a expensas del  « ser » de tantos otros.

El Papa Pablo VI, en su Encíclica, sigue esta enseñanza, inspirándose en la Constitución pastoral Gaudium et spes.[6] Por mi parte, deseo insistir también sobre su gravedad y urgencia, pidiendo al Señor fuerza para todos los cristianos a fin de poder pasar fielmente a su aplicación práctica.

 

Nos amó hasta el extremo

 

Juan Pablo II es consciente del grado de dificultad que implica vivir el Evangelio hasta esos límites, por eso pide al Señor fuerza para todos los cristianos a fin de que pasemos fielmente a la práctica. La vida cristiana no es posible sin la gracia de Dios y el ejemplo que tenemos delante es inalcanzable sin una gracia especial: Jesús, nuestro modelo nos amó hasta el extremo, sin medida, sin condiciones, como lo expresa San Juan en su Evangelio, capítulo 13,1.

 

 

Sollicitudo rei socialis en síntesis

 

Empezó Juan Pablo II con el análisis de la situación del mundo, que en ese momento estaba dividido en los dos bloques oriente-occidente, en medio de la llamada guerra fría. El comunismo estaba en expansión y en occidente mandaba el capitalismo. Con el análisis de la situación del mundo, se daba el primer paso en el proceso VER-JUZGAR-ACTUAR. Por la situación como se presentaba, el análisis que de ella se hace es sobre todo social y político; la situación del mundo se agravaba por la contraposición de los dos bloques que mantenían al mundo en permanente tensión. Juan Pablo II señala la interdependencia de los pueblos como una clave para interpretar la situación. Todas las naciones están conectadas y no pueden escapar de las consecuencias negativas que sufran los miembros de cada bloque. Es claro que el destino de la humanidad es cada vez más compartido por todos. Hoy se confirma esa tendencia, con la crisis económico-financiera de la cual se contagiaron todas las naciones.

 

 

En Sollicitudo reo socialis se continuó enseguida con el segundo paso: JUZGAR. Una vez presentada la situación del mundo, que era muy oscura, se hace de ella un juicio ético y religioso, es decir teológico. Se denuncian en la encíclica, los valores imperantes en el mundo.

 

 

Los dos bloques en que estaban divididos los países, se orientaban por dos ideologías distintas, que tienen concepciones diversas de la persona humana. Esos bloques estaban organizados en distintos sistemas políticos y económicos: el sistema capitalista y el sistema comunista, derivados de esas concepciones del hombre. Dos ideologías, dos sistemas distintos que comparten algo en común: por su materialismo, comparten la subordinación del hombre al capital y sus intereses. Un sistema que se centra en el capital y el lucro de los individuos y otro, el comunista, colectivista, también materialista y ateo, en el cual no son los individuos los beneficiados por el sistema sino el Estado, así sea a costa de las personas.

 

 

Como las dos ideologías incluyen su propia visión del hombre, es lógico que su concepción del desarrollo sea consecuente con lo que piensan sobre el ser humano. De ahí que la encíclica plantee la concepción cristiana del desarrollo, la del desarrollo integral, que debe ser de todo el hombre y de todos los hombres y no un desarrollo circuncrito a lo puramente material y sólo para algunos privilegiados.

 

 

En el último paso: ACTUAR, la encíclica presenta la SOLIDARIDAD, como característica esencial del desarrollo integral. Todos debemos sentirnos de la misma familia, con los mismos derechos y obligaciones, responsables del bien común.

 

Cinco propuestas

 

Termina la encíclica presentando cinco propuestas, que no son necesariamente originales, sino que más bien muestran cómo la D.S.I. acoge lo técnico y lo sociopolítico cuando se enmarca en la concepción cristiana del ser humano.  En el N° 43, las dos primeras propuestas son de carácter económico y buscan una organización económica mundial que impida la explotación de los países pobres. Se refiere a reformas en el comercio internacional, en el sistema monetario y financiero y al intercambio de tecnologías.

 

Las otras dos propuestas son de carácter político-jurídico, teniendo en cuenta la situación de los bloques que dividían al mundo. En el mismo N° 43 se refiere a la responsabilidad de los países en vías de desarrollo en el logro de su propio desarrollo, a la necesidad de educación y democratización de las instituciones políticas para conseguir una efectiva participación de todos los ciudadanos.

 

 

Aquí damos por terminado nuestro estudio de la encíclica Sollicitudo rei socialis, con la cual Juan Pablo II celebró la aparición, 20 años antes, de Populorum progressio, de Pablo VI.   En 2010 tendremos que acometer la no fácil tarea de estudiar la encíclica Caritas in veritate, con la cual Benedicto XVI se une también a la conmemoración de Populorum progressio, esta vez en su 40° aniversario.

 

 

 

Fernando Díaz del Castillo Z.

 

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reflexionesdsi@gmail.com

 


[1] Cf Ildefonso Camacho, Doctrina Social de la Iglesia, una aproximación histórica, San Pablo, 3ª ed., Pg 519 y explicación de la solidaridad como virtud cristiana en  Sollicitudo rei socialis, 40

[2] Cf  BXVI-VISITA FAO/CUMBRE ALIMENTARIA/VIS 091116 (1400)

 

 

[3] Cf. Conc. Ecum. Vatic. II, Const. past. Gaudium et spes, sobre la Iglesia en el mundo actual, 69; Pablo VI, Carta Encíc. Populorum Progressio, 22: l.c., p. 268; Congr. para la Doctrina de la Fe, Instrucción sobre libertad cristiana y liberación, Libertatis conscientia (22 de marzo de 1986), 90: AAS 79 (1987), p. 594; S. Tomás de Aquino, Summa Theol. IIa IIae, q. 66, art. 2.

[4] Ejercicios Espirituales, Principio y Fundamento, 22

[5] Cf. por ejemplo, S. Juan Crisóstomo, In Evang. S. Matthaei, hom. 50, 3-4: PG 58, 508-510; S. Ambrosio, De Officis Ministrorum, lib. II, XXVIII, 136-140: PL 16, 139-141; Possidio, Vita S. Augustini Episcopi, XXIV: PL 32, 53 s.



[6] Carta Encíc. Populorum Progressio, 23: l.c., p. 268: « ‘Si alguno tiene bienes de este mundo y, viendo a su hermano en necesidad, le cierra las entrañas, ¿cómo es posible que resida en él el amor de Dios?’ (1 Jn 3, 17). Sabido es con qué firmeza los Padres de la Iglesia han precisado cuál debe ser la actitud de los que poseen respecto a los que se encuentran en necesidad ». En el número anterior, el Papa habia citado el n. 69 de la Const. past. Gaudium et spes del Concilio Ecuménico Vaticano II.

Reflexión 160 – ¿Hay solidaridad en medio del hambre?

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Solidaridad: terreno común de creyentes y no creyentes

 

En los dos reflexiones anteriores vimos que, de acuerdo con la doctrina de Juan Pablo II, para lograr un desarrollo integral y solidario, es necesario que el desarrollo se dirija al ser humano completo, por eso se habla de desarrollo integral; no es suficiente un desarrollo que busque solamente el crecimiento material, económico, sino que es necesario abarcar todas las dimensiones humanas, incluyendo las  que superan las puramente materiales.

 

El núcleo de la encíclica Sollicitudo rei socialis, en español La preocupación social de la Iglesia, es una llamada a la solidaridad, llamada que se dirige a los creyentes y a los no creyentes. Juan Pablo II busca en la solidaridad un terreno común en el que todos los hombres de buena voluntad, creyentes y no creyentes,  puedan juntar sus esfuerzos para trabajar por un auténtico desarrollo de la humanidad.[1]

 

 

Ya hemos visto en qué sentido Juan Pablo II convoca a la solidaridad. En el N° 38 de su encíclica,  la define  cuando dice que la solidaridad “…no es un sentimiento de vaga compasión o enternecimiento superficial por los males de tantas personas, cercanas o lejanas. Dice el Papa que la solidariad Es, al contrario, la determinación firme y perseverante de comprometerse por el bien común, por el bien de todos y cada uno, porque todos somos verdaderamente responsables de todos.”

De modo que ser solidario no es quedarse en palabras de simpatía o compasión. La solidaridad supone un compromiso por el bien común, por el bien de cada una de las personas que sufren. Si tenemos en cuenta esa explicación de lo que es solidaridad, ¿cómo quedaríamos cada uno de nosotros, en un examen de conciencia sobre esa virtud?

 

 

Nuestra época no es de solidaridad sino de competencia, egoísmo, ambición

 

Repasemos una vez más estas ideas de Juan Pablo II porque estamos viviendo en una época en que más que la solidaridad  reinan la competencia, el egoísmo y la ambición. El mundo ignora el sufrimiento de los que padecen hambre y desnutrición. Tiene hoy mucha gente la actitud de las personas que vieron al herido a la orilla del camino y pasaron de largo. Jesús las describió en  la parábola del Buen Samaritano como personas de autoridad. Hoy las autoridades mundiales siguen su camino sin mirar a los que sufren hambre. Les importa sólo el interés de sus propias organizaciones, llámense países o empresas.

 

 

Acaba de terminar en Roma la Cumbre Mundial sobre la Seguridad Alimentaria.[2]Brillaron allí por su ausencia los jefes de gobierno de los países poderosos; precisamente los que tienen en sus manos el poder para acabar con el flagelo de hambre. Se refleja allí el desinterés por los más necesitados; los ignoran quienes tienen en sus manos las decisiones políticas que de verdad pueden cambiar el mundo. En el momento de la crisis económica mundial, en cambio, sí estuvieron todos presentes.

 

 

Benedicto XVI, con motivo de esa cumbre sobre la seguridad almentaria, visitó en Roma, la sede de   la FAO, la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación. Las  palabras del Papa, en esa visita  nos deben poner a pensar a todos. Ojalá los poderosos de la tierra tengan tiempo para escucharlo. Leamos algunos apartes de su discurso:

 

 

“La comunidad internacional esta afrontando en estos años una grave crisis económico-financiera. Las estadísticas muestran un incremento dramático del número de personas que sufren el hambre y a esto contribuye el aumento de los precios de los productos alimenticios, la disminución de las posibilidades económicas de las poblaciones más pobres, y el acceso restringido al mercado y a los alimentos. Y todo esto, mientras se confirma que la tierra puede nutrir suficientemente a todos sus habitantes”.

 

El hombre al servicio de la economía

 

 

Empieza el Santo Padre con su observación sobre la grave crisis económico-financiera que afronta ahora el mundo. Para ayudar a los Bancos e Industria a salir de la crisis, los gobiernos de los EE.UU. y de Europa invirtieron enormes cantidades de dinero. Es verdad que eso pudo salvar a debilitadas organizaciones, otrora muy poderosas y con ellas centenares de empleos, sin embargo no se vió un esfuerzo comparable para ayudar a los países pobres que sufren las consecuencias de la crisis. No es transparente que el interés sea  por la gente que sufre, sino por los pocos que lo tienen todo como dueños de las grandes empresas. No es la economía al servicio del hombre, sino el hombre al servicio de la economía.

 

No hay una relación de causa-efecto  entre el incremento de la población y el hambre

 

 

Sobre la crisis alimentaria que debería encontrar respuestas generosas en el mencionado Foro de Roma, Benedicto XVI observa con toda razón:

 

 

“… si bien en algunas regiones se mantienen bajos niveles de
producción agrícola a causa también de cambios climáticos, dicha producción es globalmente suficiente para satisfacer tanto la demanda actual, como la que se puede prever en el futuro. Estos datos indican que no hay una relación de causa-efecto  entre el incremento de la población y el hambre, lo cual se confirma por la deplorable destrucción de excedentes alimentarios/ en función del lucro económico”. 

       

Se suele atribuir el hambre al incremento de la población. El Papa observa que la producción mundial es suficiente para satisfacer las necesidades actuales y la que se pueden predecir en el futuro. De manera que el hambre y la desnutrición se deben, no a que no haya alimentos suficientes, sino a su mala distribución en el mundo. Una prueba es que hay países donde se destruyen alimentos para sostener los precios y se desperdician en los hogares y restaurantes. El afán de lucro está por encima del hambre de nuestros hermanos… La solidaridad parece inexistente o hay que calificarla con una nota muy baja. Razón tiene la Iglesia en sus insistentes llamadas a la solidaridad. Continuemos con las palabras de Benedicto XVI:

 

 

“En la Encíclica “Caritas in veritate”, he señalado que (…) falta un sistema de instituciones económicas capaces, tanto de asegurar que se tenga acceso al agua y a la comida de manera regular y adecuada desde el punto de vista nutricional, como de afrontar las exigencias relacionadas con las necesidades primarias y con las emergencias de crisis alimentarias reales…”.

 

Instituciones internacionales sin responsabilidad ni poder

 

 

Es triste, pero no existen ni en los países individualmente considerados ni en las organizaciones internacionales, como la ONU o la Unión Europea, instituciones que tengan la responsabilidad  y el poder de asegurar a todos el acceso a la comida y al agua de manera regular y adecuada. Prueba de la ineficacia de esa clase de instituciones, – cuando existen, – es el pobrísmo resultado de la Cumbre Mundial sobre la Seguridad Alimentaria, que se acaba de celebrar. Los comentarios de la prensa mundial lo dicen todo.

 

 

Por su parte, Benedicto XVI, en su visita a la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la alimentación  dijo:

 

 

“En cierto sentido, la convocatoria de esta Cumbre es ya un testimonio de la debilidad de los actuales mecanismos de la seguridad alimentaria y la necesidad de una revisión de los mismos”.

 

“Grandes líderes del mundo desprecian cumbre del hambre”

 

 

Fueron pobres y sin ninguna utilidad  práctica los resultados de la pasada cumbre sobre el hambre. Un diario colombiano[3] tituló en su primera página: “Grandes líderes del mundo desprecian cumbre del hambre” e informa que el único de esos jefes de Estado que se hizo presente fue el de Italia, porque la reunión se celebró en Roma.

 

 

Las cifras sobre hambre en el mundo, presentadas en la cumbre de Roma, deberían haber convocado a una masiva solidaridad de las naciones y de los particulares. Entre el año 2008 y este año 2009, el número de personas afectadas por el hambre en el mundo aumentó de 850 millones a 1.020 millones. A pesar de esa cifra, que debería conmover, los representantes de las naciones reunidas en Roma se redujeron a una decepcionante declaración, que ni destina fondos concretos para mitigar el hambre ni asume compromisos. El director de la FAO, el señor Jacques Diouf hizo público su ayuno de 24 horas para sensibilizar a la opinión  y pidió inversiones de 44.000 millones de dólares anuales para resolver la tragedia del hambre. Fue un llamamiento a la solidaridad que ignoraron los países que están en capacidad de resolver el problema del hambre en los países pobres.

 

 

La declaración de la reunión es realmente decepcionante, pues sólo dice que se comprometen a adoptar medidas encaminadas a erradicar de  manera definitiva el hambre lo antes posible, pero no establece concretamente de qué medidas se trata, ni fija una fecha  precisa ni otorga fondos especiales para lograr lo que así se convierte en apenas un vago deseo, no en un compromiso.

 

 

Es muy grave que los expertos de la ONU no sólo crean que no se logrará el objetivo del milenio, de reducir a la mitad el número de personas con hambre para el año 2015, sino que ya se anuncie que la meta sería inalcanzable por lo menos hasta el año 2040. Durante los 30 años que faltan,  ¿cuántos seres humanos habrán muerto  por causa del hambre o de la desnutrición?

 

Resultados”famélicos” de la cumbre de seguridad alimentaria 2009

 

 

Alguna agencia de noticias calificó de “Famélicos” los resutados de la Cumbre de Roma, otros los tildaron de “Nulos”, porque fueron sólo palabras vacías, sin decisiones prácticas. Hace nueve años los países  miembros de la ONU, aprobaron los llamados Objetivos del Milenio, entre los cuales se encontraba la decisión de reducir a la mitad el número de hambrientos en el mundo para el año 2015,  y además aprobaron lograr el pleno empleo y la enseñanza primaria universal para la población mundial. Después de los atentados del 11 de septiembre de 2001, el gobierno estadounidense relegó el cumplimiento de esos objetivos a un lugar secundario y fijó como prioridad absoluta lo que llamó la guerra contra el terrorismo. La mayor parte de los gobiernos tomaron ese mismo camino y el desarrollo humano, social y económico se quedó en palabras, en buenos deseos. Se acepta ya con resignación que los objetivos del milenio no se alcanzarán para el año 2015 como se había pretendido.

 

Con menos de la mitad de las ayudas contra la crisis financiera, podrían solucionar el hambre

En la reciente cumbre de Roma sobre seguridad alimentaria, hubo voces de presidentes suramericanos que se manifestaron a favor de verdaderas decisiones para combatir el hambre; por ejemplo el presidente del Brasil, afirmó que el hambre parece ser invisible para muchos Gobiernos, que, con menos de la mitad de sus ayudas contra la crisis financiera, podrían solucionar este problema. Si ese dato es cierto, que con la mitad de las ayudas que los gobiernos poderosos utilizaron para enfrentar la crisis financiera, se solucionaría el hambre y la desnutrición en el mundo, es incomprensible, es inhumana, la falta de solidaridad con los que padecen hambre. Dios les tomará en cuenta de su desempeño como administradores de los bienes que Él dio para todo el mundo y los encontrará faltos.

 

 

El Papa Benedicto XVI, denunció el riesgo de que el hambre llegue a ser considerado como parte de la realidad de los países más pobres; es decir que la situación del hambre llegue a mirarse como algo normal y aceptable. Afirmó el Papa que no se puede continuar aceptando la opulencia y el derroche “cuando el drama del hambre es cada vez mayor”. El comportamieto de las más poderosas naciones de la tierra está muy lejos de la solidaridad, que, – recordemos, – Juan PabIo II definió como, la determinación firme y perseverante de comprometerse por el bien común, por el bien de todos y cada uno, porque todos somos verdaderamente responsables de todos.

 

No tratar a los alimentos como cualquier mercancía

 

En su discurso  en la sede de la  FAO, Benedicto XVI[4] planteó que a los alimentos se les debe dar – en la economía y en los mercados – un trato diferente a como  se manejan los demás productos de consumo. Dijo el Papa:

 

 

“Hay que oponerse igualmente a  recurrir a ciertas formas de subvenciones que perturban gravemente el sector agrícola, la persistencia de modelos alimentarios orientados al mero consumo y que se ven privados de una perspectiva más amplia, así como el egoísmo, que permite a la especulación / entrar incluso en los mercados de los cereales, tratando a los alimentos con el mismo criterio que cualquier otra mercancía”.

En los convenios comerciales, el trato a los alimentos no debe ser el mismo de las mercancías que no son elementos de primera necesidad. Mientras las relaciones entre los países se guíen por el egoísmo y el afán del lucro, se seguirá ignorando el hambre de los demás. La globalización sería excelente, si se globalizara el acceso fácil a los alimentos. Qué distinta sería la vida, si la tierra se tratara como el gran campo entregado por Dios para el sostenimiento de todos. El egoísmo, la avaricia y el afán de lucro nos han hecho malos administradores de la herencia común. La solución de esta situación requiere un corazón grande en todos, para que no maneje cada país, el terreno que le ha correspondido como su finca particular, cercada para que sea inaccesible a los otros. Es éste un ideal inalcanzable, sin una profunda conversión al amor. La fuerza, la violencia no lo consiguen.

 

¿Considerar el hambre con resignada amargura e indiferencia?

 

 

Volvamos a las palabras de Benedicto XVI en su discurso en la FAO. Sobre el papel de las naciones en el contexto internacional de pueblos con hambre, dijo el Papa:

 

 

“Existe el riesgo de que el hambre se considere como algo estructural, parte integrante de la realidad socio-política de los países más débiles, objeto de un sentido de resignada amargura, si no de indiferencia.

 

 

Como si en el trato a los países en vías de desarrollo, se adoptara la actitud: “es que ellos son así, no tienen remedio, no se procupe por eso; déjelos que se las arreglen”.  El Papa continúa:

 

 

No es así, ni debe ser así. Para combatir y vencer el hambre es esencial empezar por redefinir los conceptos y los principios aplicados hasta hoy en las relaciones internacionales, así como responder a la pregunta: ¿qué puede orientar la atención y la consecuente conducta de los Estados respecto a las necesidades de los últimos? (de los países más débiles)

La respuesta no se encuentra en la línea de acción de la cooperación, sino en los principios que tienen que inspirarla: sólo en nombre de la común pertenencia a la familia humana universal se puede pedir a cada pueblo, y por lo tanto a cada país, ser solidario, es decir, dispuesto a hacerse cargo de responsabilidades concretas ante las necesidades de los otros, para favorecer un verdadero compartir fundado en el amor”.

 

Como sabemos, la D.S.I. no pretende ofrecer soluciones técnicas a los problemas del desarrollo, sino los principios de reflexión, los criterios de juicio y las directrices de acción[5] como base para promover un humanismo integral integral y solidario (Compendio de la D.S.I., 7).

 

 

Para los no creyentes, argumentos éticos y jurídicos

Para los creyentes, además, argumentos de fe

 

Podemos observar que en esa línea va el pensamiento, tanto de Juan Pablo II como de Benedicto XVI. Sigamos con el discurso de Benedicto en la FAO, quien no sólo se dirige a los católicos, sino a los miembros de la ONU, que, no pocos ni siquiera son creyentes, de manera que les presenta la necesidad de regirse dentro de un marco ético y jurídico en la búsqueda de la eliminación del hambre en el mundo. A los creyentes en Jesucristo nos presenta además argumentos de fe.

 

 

El Santo Padre pidió que se facilite a los productos provenientes de los países pobres, el acceso al mercado  internacional. Hoy nuestros países tienen que vender sus productos al precio que determinen los países ricos y les ponen trabas para su comercialización. A ellos nuestros países deben comprar sus productos terminados al precio que ellos fijan. Colombia, por ejemplo, está desde hace varios años negociando con la Unión Europea la reducción de los aranceles que ponen al banano.

 

 

El Papa dice que las reglas del comercio internacional no se deben regir por la lógica del lucro, como un fin en sí mismo. Se debe favorecer la iniciativa de los países más necesitados de desarrollo, los cuales al disponer de mayores ingresos podrán llegar a ser autosuficientes. Sería el preludio de la seguridad alimentaria.

 

Benedicto XVI afirmó que entre los derechos fundamentales de la persona se

 

 

“destaca el derecho a una alimentación suficiente, sana y nutritiva, y el derecho al agua; éstos revisten un papel importante en la consecución de otros derechos, empezando por el derecho primario a la vida”.

Ecología y problema del hambre

 

El cuidado del medio ambiente incide también en el problema del hambre. Dijo el Papa que se debe analizar la relación entre el desarrollo y el cuidado del medio ambiente, y añadió que no son suficientes las normas y planes de desarrollo de los Estados, sino que hace falta un cambio en los estilos de vida personales y comunitarios, en el consumo y en las necesidades  y que  (…) Los deberes que tenemos con el ambiente están relacionados con los que tenemos para con la persona considerada en sí misma y en su relación con los otros.

Nos advirtió que es una contradicción entre lo que se piensa y lo que se hace en la práctica, una incoherencia que envilece a la persona y daña al ambiente y a la sociedad, cuando  se separan los deberes con el medio ambiente de los que tenemos con las personas. Es que los seres humanos se ven afectados por la calidad de la naturaleza de donde toman el aire, el agua, los alimentos.

 

 

Terminemos hoy con  esta declaración de Benedicto XVI:

 

 

“El hambre es el signo más cruel y concreto de la pobreza. No es posible continuar aceptando la opulencia y el derroche, cuando el drama del hambre adquiere cada vez mayores dimensiones.

 (…) La Iglesia Católica estará atenta siempre a los esfuerzos para vencer el hambre; trabajará por sostener, con la palabra y con las obras, la acción solidaria -programada,  responsable y regulada- que los distintos componentes de la Comunidad internacional estén llamados a emprender. La Iglesia no pretende interferir en las acciones políticas; ella, respetuosa del saber y de los resultados de las ciencias, así como de las decisiones determinadas por la razón cuando son responsablemente iluminadas por valores auténticamente humanos, se une al esfuerzo por eliminar el hambre”.

 

 

 

Fernando Díaz del Castillo Z.

reflexionesdsi@gmail.com


[1] Ildefonso Camacho, Doctrina social de la Iglesia, una aproximación histórica, San Pablo, Pg 517

[2] Se celebró del 16 al 18 de noviembre de 2009.

[3] El Tiempo, lunes 16 de noviembre 2009, Pg 1

[4]  Cf  WEB, BXVI-VISITA FAO/CUMBRE ALIMENTARIA/VIS 091116 (1400)

 

[5]  La metodología VER-JUZGAR-ACTUAR es coherente con este planteamiento.

Reflexión 159 – Juan Pablo II y Desarrollo Integral (6)

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¿Qué se requiere para conseguir un desarrollo integral y solidario?

Según la doctrina de Juan Pablo II, para lograr un desarrollo integral y solidario, es necesario que se cumplan tres condiciones: que el desarrollo que se busca no sea solamente un desarrollo material, económico, sino que tenga en cuenta las dimensiones humanas que superan las puramente materiales; se trata en este punto, de las relaciones entre los hombres y entre los pueblos. La segunda condición es trabajar en las relaciones hombre-naturaleza y el tercero, es el de la opción preferencial por los pobres. Un auténtico desarrollo integral requiere el trabajo en esos tres campos.

En palabras del Papa No sería verdaderamente digno del hombre un desarrollo que no respetara y promoviera los derechos humanos, personales y sociales, económicos y políticos, incluidos los derechos de las Naciones y de los pueblos. Sería contradicción intrínseca del desarrollo, si éste fuera solamente económico. Dice Juan Pablo II que un desarrollo solamente económico subordina fácilmente a la persona humana y sus necesidades más profundas a las exigencias de la planificación económica o de la ganancia exclusiva. Juan Pablo II trata este punto especialmente en el N° 33 de Sollicitudo rei socialis..

Prioridades del capitalismo y del comunismo

En una política de desarrollo que tuviera en cuenta sólo el crecimiento económico, los derechos humanos, personales y sociales no tendrían especial importancia. En el desarrollo limitado a lo económico dominarían el individualismo o el colectivismo y se olvidaría a la gente. ¿A qué se refiere eso del individualismo y el colectivismo? Hay en el mundo actual dos maneras de enfocar el esfuerzo en conseguir un desarrollo económico: uno es el que se presenta en los países capitalistas que se orientan por el liberalismo económico; en ellos la prioridad es la ganancia, las utilidades de los particulares; los que manejan la economía enfocan sus esfuerzos a la obtención de ganancias, de utilidades; la consideración de las personas está por debajo del interés por el lucro.

Por otra parte, en los países colectivistas, – los comunistas, – los intereses del Estado están sobre los de las personas individuales. Se sacrifica a las personas, se conculcan sus derechos humanos personales, para alcanzar los objetivos que se buscan en la planificación general. El capitalista en ese caso es el Estado, sin embargo, la experiencia demuestra que también sus dirigentes se convierten en capitalistas a costa del pueblo. Aunque se supone que el comunismo se acabó con su fracaso en la que fue la Unión Soviética y sus países satélites, como el mundo tiene mala memoria, algunos gobernantes lo quieren revivir con otros nombres.

Señala el Papa el carácter moral de la conexión entre desarrollo auténtico y el respeto de los derechos del hombre, al afirmar que la verdadera dignidad del hombre no se alcanza explotando solamente la abundancia de bienes y servicios, o disponiendo de infraestructuras perfectas.

Los países en apariencia desarrollados

De acuerdo con esas consideraciones, los países desarrollados no se pueden considerar como tales solamente por su progreso material. El Papa señala lo que les falta a esas sociedades, en apariencia desarrolladas, que sobresalen por la abundancia de bienes y servicios y por disponer de infraestructuras perfectas.

En el mismo N°33 de Sollictudo rei socialis, dice Juan Pablo II que, todo resultará insatisfactorio y a la larga, despreciable, si no se respetan las exigencias morales, culturales y espirituales de los individuos y de las comunidades, exigencias que se fundan en la dignidad de la persona y en la dignidad propia de cada comunidad, empezando por la dignidad de la familia y de las sociedades religiosas. Se pueden conseguir muchos bienes, se puede contar con abundantes recursos técnicos, para facilitar la vida diaria y se puede llegar a un aceptable nivel de bienestar material, pero a pesar de la abundancia de bienes materiales, si la vida gira sólo alrededor de la posesión de bienes materiales, a la larga la gente se siente insatisfecha, siente que su vida, en medio de la bundancia, está vacía.

El ser humano, imagen de Dios, no está hecho para satisfacer sus deseos sólo con bienes materiales. No adquiere su perfección con la posesión de bienes externos. La persona no es mejor por el tamaño de su casa, por la belleza de sus muebles, por el modelo de su carro, la marca de su ropa o por el saldo de su cuenta en el Banco.

La verdadera jerarquía de valores

El Papa nos recuerda que el Señor llama la atención sobre la verdadera jerarquía de valores, es decir sobre el orden de importancia de las cosas, cuando advierte en el Evangelio: «¿De qué le servirá al hombre ganar el mundo entero, si arruina su vida?» (Mt 16, 26). Con esas palabras aparece esta sentencia de Jesús, en la versión oficial de la encíclica Sollicitudo rei socialis y en la Biblia de Jerusalén. [1] Naturalmente cuando el Señor habla de arruinar la vida se refiere a arruinar la verdadera vida que es lo mismo que perder la vida eterna.

Nos preguntamos ¿qué más se requiere para que el desarrollo esté de acuerdo con las exigencias propias del ser humano y para que el desarrollo sea un verdadero desarrollo, y no se reduzca a contar con abundancia de bienes y de recursos técnicos, aplicados a la vida diaria y de gozar de un cierto nivel de bienestar material?

En Juan Pablo II encontramos las respuestas; empieza por definir el papel de los responsables del desarrollo. Nos dice que, en primer lugar, cuantos intervienen directamente en el proceso de desarrollo y son sus responsables, deben actuar con viva conciencia del valor de los derechos de todos y de cada uno así como de la necesidad de respetar el derecho de cada uno a la utilización plena de los beneficios ofrecidos por la ciencia y la técnica.

La ciencia y la técnica al alcance de todos

Nos enseña esta muy interesante doctrina católica que dentro de los derechos de todos está el derecho de la utilización plena de los beneficios de la ciencia y la técnica, en palabras de Juan Pablo II en el N° 33 de Sollicitudo rei socialis.

Esta doctrina de Juan Pablo II sobre el derecho de todos a la utilización plena de los beneficios ofrecidos por la ciencia y la técnica, es una elaboración de la doctrina social de Pío XII, para quien, la clave de la D.S.I. es la concepción de la persona humana, al servicio de la cual tienen que estar tanto los sistemas económicos, como las instituciones sociales y los regímenes políticos. [2] La persona humana, como la concibe el cristianismo, es el centro de la vida económica. Como hemos mencionado en otras oportunidades, la economía debe estar al servicio del ser humano y no el ser humano al servicio de la economía.

Las personas antes que la economía

No se puede sacrificar a las personas para, a su costa, lograr un desarrollo exclusivamente material, económico. Un ejemplo práctico de lo que no se debe hacer, es la modificación de la ley laboral que aprobó el Congreso de Colombia, por la cual se disminuyó el salario de los trabajadores en beneficio de las empresas, se modificó el concepto de contrato laboral, antes muy estricto, y se cambió por un contrato de servicios. Se defendió esa ley, afirmando que, al reducir a las empresas sus gastos laborales, abrirían nuevos puestos de trabajo. Los trabajadores que laboraban horas extras vieron cómo se reducían sus ingresos y los trabajadores se convirtieron en los ahora llamados “contratistas”. Estos trabajadores sufren un trato discriminatorio, frente a los que, como un privilegio, están vinculados por un contrato laboral. Antes de la modificación de la ley ese era un normal privilegio de todos. De esa manera Colombia se dejó contagiar de los países capitalistas de otras latitudes; se perdió así solidaridad y una manera de administrar los bienes de manera que se distribuyan con equidad y no se concentren en unos pocos.

El derecho al que se subordina la propiedad

En el radiomensaje llamado La solennità, del día de Pentecostés de 1941, en el cincuentenario de la encíclica Rerum novarum, Pío XII expuso la doctrina católica sobre algunos valores fundamentales de la vida social; entre ellos señaló el del uso de los bienes materiales: el derecho al que se subordinan la propiedad y el comercio, el papel del Estado, la economía y la distribución de la riqueza. Dejó el Papa afirmada de manera clara, la prioridad absoluta del destino común de todos los bienes creados. Dios creó los bienes de la naturaleza para todos, no en beneficio de sólo algunos.

Fue un gran avance. En la Rerum novarum León XIII había aclarado la doctrina sobre el derecho a la propiedad privada. Era necesario hacerlo porque en ese momento se trataba de un punto central en la controversia con el socialismo. En su mensaje en la solemnidad de Pentecostés, Pío XII afirmó el principio general del uso de los bienes materiales al alcance de todos.[3] La persona humana es administradora de los bienes que recibe, no dueña absoluta. Es una doctrina que muchos no conocen; por eso no es extraño escuchar a algunos que dicen: Es mi dinero y puedo hacer con él lo que quiera.

Que se deban respetar los derechos de todos y de cada uno así como el derecho de cada uno a la utilización plena de los beneficios ofrecidos por la ciencia y la técnica tiene implicaciones en las políticas de trabajo, de salud, de educación; el Estado, que se supone vela por el bien común, debe poner los medios para que los beneficios de la ciencia y de la técnica sean derechos al alcance de todos.

No sólo los derechos individuales; también los derechos de los grupos y de los pueblos

Nos enseña Juan Pablo II que el respeto a los derechos de todos no se refiere sólo a los derechos individuales sino a los derechos de los grupos y de los pueblos. En lugar privilegiado se encuentra el grupo primario que es la familia. Sus derechos son inviolables. Además de la familia, ¿a los derechos de qué otros grupos se refiere Juan Pablo II?

Sin duda, cuando el Santo Padre menciona los derechos de los grupos y de los pueblos, tiene en cuenta a los diversos grupos étnicos que conservan su propia identidad cultural y están dispersos por el mundo, y también a otros grupos, como vamos a ver.

En el documento final de la Conferencia episcopal de Aparecida, se menciona la riqueza y la diversidad cultural de los pueblos de América Latina y el Caribe. Reconoce que en nuestra región existen diversas culturas indígenas, afroamericanas, mestizas, campesinas, urbanas y suburbanas. En el N° 55 menciona Aparecida en qué se caracteriza cada una de esas culturas.

Por cierto llama la atención que la Conferencia Episcopal de Aparecida, cuando menciona la diversidad de culturas de nuestra región, incluye a todos los grupos; no excluye a nadie. Menciono esto porque por la actitud de algunos, a veces pareciera que las únicas culturas que se deben proteger son las indígenas. Quizás se pueda entender esto por el largo tiempo en que nuestros pueblos indígenas fueron olvidados; sin embargo ellos y los demás grupos tienen igualmente derechos que se deben respetar y tienen culturas propias que nos pueden enriquecer a todos. Sin duda los primeros grupos que debemos mencionar, cuando se habla de proteger los derechos de los grupos y de los pueblos, son los grupos de los que sufren.

Los rostros de quienes sufren

La Iglesia en su Conferencia Episcopal de Aparecida nos invita a contemplar los rostros de quienes sufren. Dice que Entre ellos, están las comunidades indígenas y afroamericanas, que, en muchas ocasiones, no son tratadas con igualdad de condiciones; muchas mujeres, que son excluidas en razón de su sexo, raza o situación económica(…), jóvenes, que reciben una educación de baja calidad y no tienen oportunidades de progresar en sus estudios ni de entrar en el mercado de trabajo para desarrollarse y constituir una familia; muchos pobres, desempleados, migrantes, desplazados, campesinos sin tierra, quienes buscan sobrevivir en la economía informal (…) (Aparecida 65).

No se puede hablar de programas de desarrollo serios, si no incluyen, de modo especial, a todos los grupos menos favorecidos. Sus necesidades no se satisfacen con solo programas asistenciales ni con un desarrollo únicamente material. Un ejemplo claro de las limitaciones de un desarrollo solo material, es el de la educación en nuestro medio, que pone su mayor énfasis en dotar a los estudiantes de buenos edificios para el funcionamiento de sus colegios, – lo cual está bien, – pero se debe hacer mayor esfuerzo por mejorar la calidad de los profesores y de su orientación pedagógica y humana que en muchos son mediocres. Otros casos llaman la atención: hay escuelas, en las zonas rurales, a las cuales han dotado ya de una buena conexión de internet pero, o no tienen computadores adecuados o suficientes para utilizarla o los maestros no están entrenados en su uso.

La cultura mestiza

Aparecida, en el N° 56, tiene en cuenta a la cultura mestiza, que es la más extendida en nuestra región. Afirma que esa cultura ha buscado en medio de contradicciones sintetizar a lo largo de la historia estas múltiples fuentes culturales originarias, facilitando el diálogo de las respectivas cosmovisiones y permitiendo su convergencia en una historia compartida. A esta complejidad cultural habría que añadir también la de tantos inmigrantes europeos que se establecieron en los países de nuestra región.

Todas esas diversas culturas, dice el documento de Aparecida, coexisten en condiciones desiguales con la cultura globalizada. Ellas exigen reconocimento y ofrecen valores que constituyen una respuesta a los antivalores de la cultura que se impone a través de los medios de comunicación de masas. Menciona los siguientes valores que ofrecen las diversas culturas: Comunitarismo, valoración de la familia, apertura a la trascendencia y solidaridad.

El alcance de esta doctrina es muy amplio; el desarrollo debe respetar no sólo los derechos de los individuos y de la familia, sino que debe tener en cuenta el respeto a la identidad de los pueblos y a su libre iniciativa, y no sólo en el campo económico, sino también en el político y en el cultural. Este último, – el cultural, – se considera uno de los derechos básicos del desarrollo.

Los invito a leer completo el N° 33 de Sollicitudo rei socialis. Aquí vamos a leer sólo unas líneas:

En el orden interno de cada Nación, es muy importante que sean respetados todos los derechos de la familia, como comunidad social básica o «célula de la sociedad»; la justicia en las relaciones laborales; los derechos concernientes a la vida de la comunidad política en cuanto tal, así como los basados en la vocación trascendente del ser humano, empezando por el derecho a la libertad de profesar y practicar el propio credo religioso.

Derechos de los pueblos en el ámbito internacional

Dice Juan Pablo II:

En el orden internacional, o sea, en las relaciones entre los Estados (…), es necesario el pleno respeto de la identidad de cada pueblo, con sus características históricas y culturales. Es indispensable además, como ya pedía la Encíclica Populorum progressio que se reconozca a cada pueblo igual derecho a «sentarse a la mesa del banquete común»,[4] en lugar de yacer a la puerta como Lázaro, mientras «los perros vienen y lamen las llagas» (cf. Lc 16, 21).

Tanto los pueblos como las personas individualmente deben disfrutar de una igualdad fundamental [5] sobre la que se basa, por ejemplo, la Carta de la Organización de las Naciones Unidas: igualdad que es el fundamento del derecho de todos a la participación en el proceso de desarrollo pleno. Para ser tal, el desarrollo debe realizarse en el marco de la solidaridad y de la libertad, sin sacrificar nunca la una a la otra bajo ningún pretexto.

El cristiano (…), educado a ver en el hombre la imagen de Dios, llamado a la participación de la verdad y del bien que es Dios mismo, no comprende un empeño por el desarrollo y su realización sin la observancia y el respeto de la dignidad única de esta imagen. En otras palabras, el verdadero desarrollo debe fundarse en el amor a Dios y al prójimo, y favorecer las relaciones entre los individuos y las sociedades. Esta es la « civilización del amor », de la que hablaba con frecuencia el Papa Pablo VI.

Hemos visto ampliamente el campo de las relaciones entre los hombres y entre los pueblos en el que es necesario trabajar, si de veras se quiere conseguir un desarrollo integral. En síntesis podemos decir que para que el desarrollo sea humano, debe atender todas las dimensiones del hombre y no sólo la material. Esas dimensiones se expresan en la dignidad de la persona humana. Podemos repetir la doctrina de Pío XII, según la cual la clave de la D.S.I. es la concepción de la persona humana. Por su parte, Juan Pablo II resume las condiciones para un desarrollo equilibrado el que se realice en el marco de la solidaridad y de la libertad, sin sacrificar nunca la una a la otra bajo ningún pretexto (SRS 33h).

Las relaciones hombre-naturaleza

El segundo campo de trabajo para lograr un desarrollo auténtico es el de las relaciones hombre-naturaleza. Este es un tema nuevo en Sollicitudo rei socialis, que no se toca en Populorum progressio.[6] El verdadero desarrollo requiere el equilibrio entre el hombre y la naturaleza. Juan Pablo II en el N° 34 de Sollicitudo rei socialis denuncia el desequilibrio existente como una consecuencia más del desarrollo entendido solamente en términos económicos. Vemos por eso que los países más contaminadores y los que tienen mayor responsabilidad en la destrucción de la capa de ozono, son los países más industrializados, entre ellos, los Estados Unidos, China, Rusia y Alemania.

Nos enseña Juan Pablo II, que una exigencia moral del desarrollo es el respeto por los seres que constituyen la naturaleza visible. Además de las razones morales para ese respeto, se trata también de razones de orden práctico. Una de esas razones, es que los recursos no renovables (es decir los recursos que una vez consumidos se agotan), de manera que son recursos limitados y si no se toman medidas oportunas, se pone en juego la superviviencia de nuestros descendientes. Juan Pablo II nos recuerda también los principios éticos y religiosos al respecto.

Una de éstas (exigencias morales) impone sin duda límites al uso de la naturaleza visible. El dominio confiado al hombre por el Creador no es un poder absoluto, ni se puede hablar de libertad de « usar y abusar », o de disponer de las cosas como mejor parezca. La limitación impuesta por el mismo Creador desde el principio, y expresada simbólicamente con la prohibición de «comer del fruto del árbol» (cf. Gén 2, 16 s.), muestra claramente que, ante la naturaleza visible, estamos sometidos a leyes no sólo biológicas sino también morales, cuya transgresión no queda impune. Una justa concepción del desarrollo no puede prescindir de estas consideraciones —relativas al uso de los elementos de la naturaleza, a la renovabilidad de los recursos y a las consecuencias de una industrialización desordenada—, las cuales ponen ante nuestra conciencia la dimensión moral, que debe distinguir al desarrollo.[7]

Fernando Díaz del Castillo Z.

reflexionesdsi@gmail.com


[1] Según la Biblia de Jersulaén: Este loguion, (sentencia, aforismo) y los que le siguen, juegan de forma paradógica con dos etapas de la vida humana: presente y futura. El griego “psixé”, equivalente aquí al hebreo “nefês”, combina los tres sentidos de vida, alma, persona.”

La Comisión Bíblica Pontificia declaró el 1 de julio de 1933, que no se puede admitir la interpretación de que el Señor hablara sólo de la vida terrena y no de la vida eterna  pues esa interpretación es contraria al sentido de las palabras del texto, a todo el contexto y a la unánime interpretación católica.

Cuando la encíclica utiliza en su versión oficial en español la expresión: “vida”, y no “alma”, debemos entender que se refiere a la vida eterna y no a la vida terrenal del hombre.  Ni Juan Pablo II ni sus traductores oficiales  se podían apartar de la interpretación católica. No es correcto interpretar la palabra “vida” como sólo “vida terrena”; es correcto utilizarla si se entiende como la verdadera vida, que es la eterna.

[2] Cf Ildefonso Camacho, Doctrina social de la Iglesia, una aproximación histórica, La Doctrina Social de Pío XII, Pg 197. Véase allí La doctrina sobre la propiedad, Pg 72ss

[3] Ibid Pg 195

[4] Cf. Carta Encíc. Populorum Progressio, 47: l.c., p. 280: « … un mundo donde la libertad no sea una palabra vana y donde el pobre Lázaro pueda sentarse a la misma mesa que el rico ».

[5] Cf. Ibid., 47: l.c., p. 280: « Se trata de construir un mundo donde todo hombre, sin excepcion de raza, religión o nacionalidad, pueda vivir una vida plenamente humana, emancipado de las servidumbres que le vienen de la parte de los hombres … », cf. también Conc. Ecum. Vatic. II, Const. past Gaudium et spes, sobre la Iglesia en el mundo actual, 29. Esta igualdad fundamental es uno de los motivos básicos por los que la Iglesia se ha opuesto siempre a toda forma de racismo.

[6] Cf Ildefonso Camacho, opus cit. Pg 521

[7] Cf. Homilía en Val Visdende (12 de julio de 1987), 5: L’Osservatore Romano, edic. en lengua española, 19 de julio de 1987; Pablo VI, Carta Apost. Octogesima adveniens (14 de mayo de 1971), 21: AAS 63 (1971), pp. 416 s.

Reflexión 158 -Juan Pablo II y Desarrollo Integral (5)

 

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¿Por qué y para qué la Sollicitudo rei socialis?

En la reflexión anterior continuamos nuestro estudio sobre el desarrollo integral de los pueblos en la D.S.I., como aparece en las encíclicas de Juan Pablo II Redemptor hominis (Redentor del hombre), y de manera particular, en Solicitudo rei socialis (La preocupación social de la Iglesia).

Al escribir la encíclica Sollicitudo rei socialis, Juan Pablo II tuvo dos obetivos: conmemorar los 20 años de la encíclica Populorum progressio de Pablo VI, sobre el desarrollo de los pueblos y afirmar la continuidad y la renovación de la D.S.I.; renovación necesaria,  para responder a los nuevos problemas surgidos de los cambios en el mundo. El Papa señala la necesidad de continuar una reflexión sobre la dimensión ética, moral, de los problemas del desarrollo, dejando al mismo tiempo claro, que la Iglesia no propone una reflexión basada en la técnica, sino desde la fe y la ética.

Vimos también que, el mensaje central de la encíclica Sollicitudo rei socialis es la necesidad de la solidaridad. La solidaridad se puede definir como  una determinación firme y perseverante de actuar por el bien común, es decir, ser solidario es  actuar por el bien de todos y de cada uno.

Para comprender la necesidad y la obligatoriedad de la solidaridad, reflexionamos también, la semana pasada, sobre su significado jurídico. ¿Significado jurídico de la solidaridad? Sí, es que todos estamos obligados a ser solidarios. ¿Por qué estamos obligados a ser solidarios? Porque hacemos parte de la humanidad, como seres humanos que somos. 

Repitamos la explicación sobre el significado jurídico de la solidaridad. La solidaridad entre los seres humanos es, como la que se exige en las obligaciones legales, en las que varias personas contraen una obligación “in solidum”;  es un término jurídico que significa que todas las personas que comparten solidariamente una obligación, deben responder por esa obligación y no sólo algunas de ellas. En una obligación contraída in solidum, todos tienen que responder.

 

Ser solidario es ser humano

 

Decíamos que, el hecho de  reconocerse humano implica la exigencia de la solidaridad. La solidaridad no es algo que puedo aceptar o no; es algo propio de nuestro ser como humanos. Ser solidario es ser humano. La solidaridad es una condición de vida, un estilo de vida, si se quiere; es la misma vida humana en su necesidad de crecer y realizarse, en palabras del P. Tony Mifsud. [1]

 

Según esto, no ser solidario es ser menos humano. La solidaridad nos obliga a todos. No nos podemos escudar en que ya otros son solidarios; es obligación de todos y cada uno de los que compartimos la naturaleza de seres humanos. Es una obligación que no podemos descargar en los demás. La solidaridad entre todos es un requisito de nuestra propia existencia; si no nos hacemos responsables de lo humano, corre peligro nuestra propia humanidad; nos condenamos a la autodestrucción. ¿No es acaso la falta de solidaridad generalizada, la que destruye a la sociedad?

 

La definición del ser humano es el fundamento de la obligatoriedad de la solidaridad. El individuo humano es un ser social: nace en una comunidad, crece en sociedad y se descubre a sí mismo junto a los demás. No podemos pensar en un ser humano sin referencia a otros: a una familia, a un grupo, de manera que la dimensión social del ser humano pertenece a la misma estructura humana. La naturaleza social es parte de la definición del ser humano.

 

El ser humano: individual y comunitario

 

 

Ahora bien, la solidaridad no destruye la individualidad del ser humano. A pesar de su íntima vocación comunitaria, el ser humano conserva su individualidad, no es parte de una masa amorfa, de un grupo de personas anónimas, que ni siquiera se reconocen. La comunidad humana está conformada por individuos con su propia personalidad y características. La persona humana es al mismo tiempo individuo y miembro de la sociedad. Es un individuo único, distinto a los demás, pero capaz de relacionarse con ellos.

 

No se puede rechazar ni la individualidad de las personas ni su naturaleza comunitaria. Si se tiene en cuenta sólo la individualidad de las personas, se reduce la sociedad a una simple suma de individuos, disgregados, en la cual cada persona ignora a los demás y se ocupa sólo de sus propios intereses. Eso sucede en las sociedades marcadas por el individualismo, que es una de las características del liberalismo económico.  Por el contrario, si se tiene en cuenta sólo la totalidad de los individuos, sin considerar la individualidad, -es decir de la persona libre e independiente, – se cae en el otro extremo, el colectivismo, que  reduce a los individuos a números, a masas de rostros sin nombres. Es lo que pasa en los países comunistas, que son colectivistas.

 

Continuemos este repaso repitiendo una interesante reflexión del P. Mifsud sobre nuestra característica de seres individuales y comunitarios.

 

El ser humano en permanente diálogo

 

En nosotros como seres humanos, viven en diálogo nuestro ser individual y nuestro ser comunitario. Si cortamos nuestra relación con la comunidad nos hacemos daño, quedamos solos, aislados, sin posibilidad de que otros nos den una mano y de darla nosotros. Al aceptar nuestra naturaleza, tanto individual como comunitaria, comprendemos que somos individuos, e.d personas independientes y al mismo tiempo, también miembros de una comunidad. Entendemos la comunidad como un conjunto de personas que se saben y sienten responsables de los demás. Dice el P. Mifsud: Un individuo sin comunidad es la destrucción del ser humano, (y) una totalidad social (una comunidad) sin individuos  es la destrucción de la sociedad humana.

 

Tengamos esta consideración en cuenta en nuestra vida diaria. No dejemos estas ideas en la teoría. En nuestro barrio tenemos obligaciones con la comunidad a la que pertenecemos. No pretendamos delegar nuestra obligación en los mismos de siempre, que asumen el trabajo comunitario; los que trabajan por todos en la Junta de Acción Comunal o en asociaciones semejantes. Las obligaciones no se pueden delegar.

 

Terminemos el repaso con algunas de las ideas de Juan Pablo II sobre la solidaridad. Nos dejan claros algunos elementos esenciales, acerca de la solidaridad y su relación con el desarrollo:

 

Para que el desarrollo sea de verdad desarrollo

 

    Un requisito para poner en práctica la solidaridad es reconocer que el otro es una persona humana como nosotros. (Si no consideramos al otro igual a nosotros, que sufre y goza como nosotros, será más difícil ser solidarios, si la solidaridad exige un esfuerzo). Podemos añadir que si reconocemos que el otro es una persona humana como nosotros, entenderemos el fundamento de la Regla de Oro que encontramos en Mateo 7, 12.[2]

 

      Los poderosos tienen que sentirse responsables de los más débiles, dispuestos a compartir con ellos lo que poseen.

 

   Los débiles no deben adoptar una actitud meramente pasiva o      destructiva del tejido social y, al reivindicar sus derechos, deben realizar lo que les corresponde, para el bien de todos. A todos nos toca alguna tarea en nuestra comunidad, que debemos hacer.

 

   No se debe insistir con egoísmo sólo en nuestros intereses    particulares, sino que se deben respetar los derechos de los demás ((N° 39).

 

        (…) las Naciones más fuertes y más dotadas deben sentirse moralmente responsables de las otras, con el fin de instaurar un verdadero sistema internacional que se base en la igualdad de todos los pueblos y en el debido respeto de sus legítimas diferencias.

        La paz es fruto de la solidaridad  porque la paz verdadera exige la    realización de la justicia y, la pedagogía solidaria favorece la convivencia, nos enseña a vivir unidos para  construir juntos una sociedad nueva. (Qué maravillosa es la solidaridad: si nuestra comunidad es solidaria, sin duda allí reinará  la convivencia, sin problemas entre vecinos, y al aprender a vivir unidos estaremos preparados para construir una sociedad nueva, en paz, e.d. si somos solidarios estaremos en el camino de ayudar en la construcción del Reino de Dios).

 

   La fuente de la solidaridad es la caridad, porque de esta manera el  prójimo no es solamente un ser humano con sus derechos y su igualdad fundamental con todos, sino que se convierte en la imagen viva de Dios Padre. Sobre esta idea, basada en el Evangelio volveremos enseguida.

 

El modelo de unidad del género humano

 

Según la D.S.I. la solidaridad no es sólo una actitud ética; como lo hemos visto en el estudio de la encíclica Sollicitudo rei socialis, la solidaridad es también una virtud cristiana (39-40). Su fundamento es de una solidez inamovible. Como leímos en el N° 40 de la encíclica, en palabras de Juan Pablo II, a la luz de la fe, el prójimo no es solamente un ser humano con sus derechos y su igualdad fundamental  con todos, – como puede rezar la Constitución de un país;[3] sino que se convierte en la imagen viva de Dios Padre, rescatada por la sangre de Jesucristo y puesta bajo la acción permanente del Espíritu Santo.

Añade el Papa que Más allá de los vínculos humanos y naturales, tan fuertes y profundos, a la luz de la fe se percibe un nuevo modelo de unidad del género humano, en el que en última instancia, debe inspirarse la solidaridad.

Nos enseña la doctrina católica,  que el nuevo modelo de la unión del género humano, es nada menos que la unión, – la comunión, – que existe entre las tres personas de la Santísima Trinidad. Vaya, ¡qué modelo!

La solidaridad no sólo se funda en argumentos naturales

 

La solidaridad como una obligación, entonces, no sólo tiene fundamentos jurídicos, como las obligaciones contraídas de modo solidario, ni sólo fundamentos naturales, por pertenecer todos al género humano, sino que tiene fundamentos sobrenaturales, como el ser todos hijos de Dios, creados a imagen y semejanza suya.

También en la encíclica Sollicitudo rei socialis aprendimos que la solidaridad es, para el cristiano, una tarea ineludible. El cristiano como miembro de la Iglesia, Pueblo de Dios y Cuerpo Místico de Cristo, tiene como misión ser en el mundo un signo de la íntima unión de la Trinidad y de todo el género humano (SRS  31 y 40, Lumen gentium, 1). Ser signo de la Trinidad, representarla en el mundo como es, no lo podemos hacer si no nos llenamos de caridad, porque Dios es Amor. Yendo a la vida práctica, vimos que colaborar en las asociaciones que buscan el bien de la comunidad en que vivimos es una expresión de solidaridad.

 

Para lograr un desarrollo integral y solidario

La D.S.I. considera tres campos o tres condiciones, en que es necesario trabajar, para lograr un desarrollo integral y solidario.  Juan Pablo II trata este punto especialmente en el N° 33 de Sollicitudo rei socialis.

El primer campo es el de las relaciones entre los hombres y entre los pueblos. Dice el Santo Padre: No sería verdaderamente digno del hombre un tipo de desarrollo que no respetara y promoviera los derechos humanos, personales y sociales, económicos y políticos, incluidos los derechos de las Naciones y de los pueblos. Y aclara enseguida el alcance de esta afirmación: destaca primero la contradicción intrínseca de un desarrollo que fuera solamente económico. Éste subordina fácilmente la persona humana y sus necesidades más profundas a las exigencias de la planificación económica o de la ganancia exclusiva.

De manera que un desarrollo que se redujera únicamente al crecimiento económico, estaría por lo menos desinteresado en la promoción de los derechos humanos, personales y sociales. Allí primaría el individualismo y se olvidaría de los demás, de la comunidad.

 

No es suficiente la abundancia de bienes materiales para que haya desarrollo

Y señala el Papa el carácter moral de la conexión entre desarrollo auténtico y el respeto de los derechos del hombre, al afirmar que la verdadera elevación,- la verdadera dignidad – del hombre no se alcanza explotando solamente la abundancia de bienes y servicios, o disponiendo de infraestructuras perfectas.

Basados en esta consideración afirmamos en otro programa, que los países desarrollados no se pueden considerar como tales por solo su progreso material. El Papa señala más específicamente ese progreso material, caracterizado por la abundancia de bienes y servicios y por disponer de infraestructuras perfectas.

 

Un desarrollo insatisfactorio y a larga despreciable

Qué les falta a esas sociedades aparentemente desarrolladas, nos lo aclara Juan Pablo II en el mismo N°33. Dice:

Cuando los individuos y las comunidades no ven rigurosamente respetadas las exigencias morales, culturales y espirituales fundadas sobre la dignidad de la persona y sobre la identidad propia de cada comunidad, comenzando por la familia y las sociedades religiosas, todo lo demás —disponibilidad de bienes, abundancia de recursos técnicos aplicados a la vida diaria, un cierto nivel de bienestar material— resultará insatisfactorio y, a la larga, despreciable. Lo dice claramente el Señor en el Evangelio, llamando la atención de todos sobre la verdadera jerarquía de valores: « ¿De qué le servirá al hombre ganar el mundo entero, si arruina su vida? » (Mt 16, 26).

Si la disponibilidad de bienes, abundancia de recursos técnicos aplicados a la vida diaria y un cierto nivel de bienestar material no son suficientes para el verdadero desarrollo, ¿qué más se requiere para que esté de acuerdo con las exigencias propias del ser humano? Juan Pablo II nos lo enseña.

 

 

Derecho de todos a utilizar los beneficios de la ciencia y de la técnica

 

En primer lugar, nos dice que cuantos intervienen directamente en el proceso de desarrollo y son sus responsables, deben actuar con viva conciencia del valor de los derechos de todos y de cada uno así como de la necesidad de respetar el derecho de cada uno  a la utilización plena de los beneficios ofrecidos por la ciencia y la técnica.Es una doctrina muy interesante: los responsables del desarrollo deben tener una viva conciencia de los derechos de todos; dentro de los derechos de todos está el de la utilización plena de los beneficios ofrecidos por la ciencia y la técnica. Es un derecho de todos y de cada uno, la utilización de los beneficios de la ciencia y de la técnica, en palabras de Juan Pablo II en Sollicitudo rei socialis.

Observemos cómo esta doctrina de Juan Pablo II sobre el derecho de todos, a la utilización plena de los beneficios ofrecidos por la ciencia y la técnica, es una elaboración de la doctrina social de Pío XII, para quien, la clave de la D.S.I. es la concepción de la persona humana, al servicio de la cual tienen que estar tanto los sistemas económicos, como las instituciones sociales y los regímenes políticos. [4]

 

El principio general del uso de los bienes materiales al alcance de todos

 

En el inolvidable radiomensaje llamado La solennità, del día de Pentecostés de 1941, en el cincuentenario de la encíclica Rerum novarum, expuso Pío XII la doctrina católica sobre algunos valores fundamentales de la vida social. Entre ellos señaló el uso de los bienes materiales: el derecho originario al que se subordinan la propiedad y el comercio, el papel del Estado, la economía y la distribución de la riqueza. Dejó así el Papa afirmada de manera clara, la prioridad absoluta del destino común de todos los bienes creados. Fue un gran avance. Antes se había aclarado la doctrina sobre el derecho a la propiedad privada. Pío XII afirma el principio general del uso de los bienes materiales al alcance de todos.[5]

Volvamos a Juan Pablo II y su encíclica Sollicitudo rei socialis. Vimos que el verdadro desarrollo debe respetar los derechos de todos y de cada uno así como  el derecho de cada uno a la utilización plena de los beneficios ofrecidos por la ciencia y la técnica. Esto tiene implicaciones en las políticas de trabajo, de salud, de educación; el Estado, que  se supone vela por el bien común, debe también poner los medios para que los beneficios de la ciencia y de la técnica sean derechos al alcance de todos.

 

Derecho individual y también de los grupos y los pueblos

 

Según Juan Pablo II, el respeto de los derechos de todos no se refiere sólo a los derechos individuales sino a los derechos de los grupos y de los pueblos. El desarrollo debe respetar los derechos del grupo primario, que es la familia.

El alcance de esta doctrina es grande; según ella, el desarrollo  debe respetar no sólo los derechos de los individuos y de la  familia, sino que debe tener  en cuenta el respeto a la identidad de los pueblos y a su libre iniciativa, y no sólo en el campo económico, sino también en el político y en el cultural. Este último, – el cultural, – se considera uno de los derechos básicos del desarrollo.

Leamos unas líneas del N° 33 de Sollicitudo rei socialis. Los invito a leerlo  completo en privado.

No sería verdaderamente digno del hombre un tipo de desarrollo que no respetara y promoviera los derechos humanos, personales y sociales, económicos y políticos, incluidos los derechos de las Naciones y de los pueblos.

En el orden interno de cada Nación, es muy importante que sean respetados todos  los derechos de la familia, como comunidad social básica o « célula de la sociedad »; la justicia en las relaciones laborales; los derechos concernientes a la vida de la comunidad política en cuanto tal, así como los basados en la vocación trascendente del ser humano, empezando por el derecho a la libertad de profesar y practicar el propio credo religioso.

 

Derechos de las Naciones y a sentarse todos a la mesa del banquete común

 

Sobre los derechos de las Naciones y de los pueblos, en el ámbito internacional, dice Juan Pablo II:

 

En el orden internacional, o sea, en las relaciones entre los Estados o, según el lenguaje corriente, entre los diversos « mundos », es necesario el pleno respeto de la identidad de cada pueblo, con sus características históricas y culturales. Es indispensable además, como ya pedía la Encíclica Populorum progressio que se reconozca a cada pueblo igual derecho a « sentarse a la mesa del banquete común »,[6] en lugar de yacer a la puerta como Lázaro, mientras « los perros vienen y lamen las llagas » (cf. Lc 16, 21). Tanto los pueblos como las personas individualmente deben disfrutar de una igualdad fundamental [7] sobre la que se basa, por ejemplo, la Carta de la Organización de las Naciones Unidas: igualdad que es el fundamento del derecho de todos a la participación en el proceso de desarrollo pleno. Para ser tal, el desarrollo debe realizarse en el marco de la solidaridad y de la libertad, sin sacrificar nunca la una a la otra bajo ningún pretexto.

El carácter moral del desarrollo y la necesidad de promoverlo son exaltados cuando se respetan rigurosamente todas las exigencias derivadas del orden de la verdad y del bien propios de la creatura humana. El cristiano, además, educado a ver en el hombre la imagen de Dios, llamado a la participación de la verdad y del bien que es Dios mismo, no comprende un empeño por el desarrollo y su realización sin la observancia y el respeto de la dignidad única de esta « imagen ». En otras palabras, el verdadero desarrollo debe fundarse en el amor a Dios y al prójimo, y favorecer las relaciones entre los individuos y las sociedades. Esta es la « civilización del amor », de la que hablaba con frecuencia el Papa Pablo VI.

Nos falta el tercer requisito para que el desarrollo sea auténtico; se refiere a las relaciones hombre-naturaleza. Lo veremos en la próxima reflexión.


[1] Cf Tony Mifsud, opus cit, Pg 256

[2] (…) todo cuanto queráis que os hagan los hombres, hacédselo también vovotros a ellos; porque ésta es la Ley y los profetas.

[3] El artículo 13 de la Constitución de Colombia dice: Todas las personas nacen libres e iguales ante la ley, recibirán la misma protección y trato de las autoridades y gozarán de los mismos derechos, libertades y oportunidades sin ninguna discriminación por razones de sexo, raza, origen nacional o familiar, lengua, religión, opinión política o filosófica. – El Estado promoverá las condiciones para que la igualdad sea real y efectiva y adoptará las medidas a favor de grupos discriminados o marginados. – El Estado protegerá especialmente a aquellas personas que por sus condiciones económica, física o mental, se encuentren en circunstanciias de debilidad manifiesta y sancionará los abusos o maltratos que contra ellas se cometan.

[4] Cf Ildefonso Camacho, Doctrina social de la Iglesia, una aproximación histórica, La Doctrina Social de Pío XII, Pg 197

[5] Ibid Pg 195

[6] Cf. Carta Encíc. Populorum Progressio, 47: l.c., p. 280: «… un mundo donde la libertad no sea una palabra vana y donde el pobre Lázaro pueda sentarse a la misma mesa que el rico».

[7] Cf. Ibid., 47: l.c., p. 280: « Se trata de construir un mundo donde todo hombre, sin excepcion de raza, religión o nacionalidad, pueda vivir una vida plenamente humana, emancipado de las servidumbres que le vienen de la parte de los hombres … », cf. también Conc. Ecum. Vatic. II, Const. past Gaudium et spes, sobre la Iglesia en el mundo actual, 29. Esta igualdad fundamental es uno de los motivos básicos por los que la Iglesia se ha opuesto siempre a toda forma de racismo.

Reflexión 157 – Juan Pablo II y Desarrollo Integral (4)

 

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Populorum progressio en tres palabras

Hemos estado estudiando el pensamiento de Juan Pablo II sobre el desarrollo integral, como aparece en su primera encíclica, la  Redemptor hominis, Redentor del hombre, y de manera particular en Solicitudo rei socialis, La preocupación social de la Iglesia, escrita ésta para conmemorar los 20 años de la encíclica Populorum progressio, de Pablo VI, sobre el Desarrollo de los pueblos.

A quienes deseen revisar la encíclica Populorum progressio, los invito a repasar las reflexiones del número 108 al 117. Recordemos solamente que la encíclica Populorum progressio se puede resumir en tres palabras, que son: urgencia, acción y solidaridad. Las tres palabras se refieren a un desarrollo económico integral y solidario, que se requiere con urgencia y que hay que buscarlo de manera activa y solidaria: es urgente y requiere acción de todos, es decir que debe ser solidaria. También es esencial en la doctrina de Populorum progressio sobre el desarrollo, que éste debe ser integral, es decir que debe darse en la persona humana completa, no sólo en lo material, sino teniendo en cuenta su ser trascendente; el destino de la persona humana es la eternidad, su casa en la tierra es sólo temporal, de manera que no es conveniente buscar un desarrollo que caduque.

Una mirada global a Sollicitudo rei socialis

 

Hoy vamos a tratar de dar una mirada global a la encíclica Sollicitudo rei socialis, la Preocupación social de la Iglesia, de Juan Pablo II para que nos quede clara la orientación, el fin de la encíclica y sus partes más importantes.[1] 

El contexto histórico de Sollicitudo rei socialis nos lo ofrece la encíclica misma de los números 1-4.

Juan Pablo II empieza por explicar en la introducción, que su encíclica tiene dos objetivos: conmemorar el 20° aniversario de Populorum progressio y afirmar la continuidad y al mismo tiempo la renovación de la D.S.I., con lo cual se destaca su perenne validez.

 

El contenido de Sollicitudo rei socialis lo explica Juan Pablo II, anotando que el mundo, que vive en perpetua aceleración, ha sufrido notables cambios desde Populorum progressio y por eso es necesario continuar la reflexión sobre la dimensión moral del desarrollo y el alcance mundial de sus problemas.  Los continuos cambios en el mundo, con nuevos problemas, hacen necesaria una nueva reflexión sobre la dimensión moral, ética, de los problemas del desarrollo.

 

En la D.S.I. no se aborda el desarrollo desde el punto de vista económico, técnico, sino desde la fe y la ética. La situación del mundo hace necesario relanzar los valores fundamentales, sin los cuales no se puede conseguir un verdadero desarrollo humano.

 

El asunto del desarrollo, un verdadero desarrollo humano, era preocupación de Juan Pablo II desde el comienzo de su pontificado, como se puede apreciar en su primera encíclica, la Redemptor hominis. Y desde 1981, Juan Pablo II en varias oportunidades se manifestó en favor de la paz y de los derechos humanos. Muchas de esas ideas sobre la paz y los derechos humanos, forman parte, de manera organizada, de la encíclica Sollicitudo rei socialis, y así como en Redemptor hominis expuso su pensamiento sobre el desarrollo, en otras oportunidades lo hizo sobre la solidaridad.

 

La solidaridad mensaje central de Sollicitudo rei socialis

 

La llamada a la solidaridad es el mensaje central de Sollicitudo rei socialis. Desarrollo y solidaridad deben ir juntos.  Desarrollo solidario, porque, para que llegue a todos, se necesita el esfuerzo conjunto de toda la humanidad. Veamos algunos ejemplos del permanente interés de Juan Pablo II por la solidaridad. 

 

En el mensaje para la Celebración de la Jornada Mundial de la Paz, el 1 de enero de 1987, en el N° 7 relacionó así Juan Pablo II los conceptos de desarrollo y solidaridad, claves para el logro de la paz:

 

…en el contexto de una verdadera solidaridad  no existe el peligro de explotación o de mal uso de los programas de desarrollo en beneficio de unos pocos. Por el contrario, el desarrollo viene a ser (…) un proceso que compromete a los diversos miembros de la familia humana, enriqueciéndolos a todos. Dado que la solidaridad nos da la base ética para actuar adecuadamente, el desarrollo se convierte en una oferta que el hermano hace al hermano, de tal manera que ambos puedan vivir plenamente dentro de aquella diversidad y complementariedad que son señal de garantía de una civilización humana.

 

 

Juan Pablo II en Chile

 

 

El tema de la solidaridad ocupa también un lugar privilegiado en los discursos de Juan Pablo II, el llamado Peregrino de la Paz, especialmente en sus viajes por nuestros países de América Latina. Unos pocos ejemplos:

 

En su viaje a Chile en 1987, Juan Pablo II presentó a la Iglesia como Madre solícita, solidaria; a los habitantes de la zona sur de Santiago les dijo:

 

Contad siempre con esta solicitud maternal de la Iglesia que se conmueve ante vuestras necesidades, por vuestra pobreza, por la falta de trabajo, por las insuficiencias en educación, salud, vivienda, por el desinterés de quienes, pudiendo ayudaros, no lo hacen; ella se solidariza con vosotros cuando os ve padecer hambre, frío, abandono. ¿Qué madre no se conmueve al ver sufrir a sus hijos, sobre todo, cuando la causa es la injusticia? ¿Quién podría criticar esta actitud? ¿Quién podría interpretarla mal?

 

En ese mismo discurso en Santiago de Chile, el Santo Padre apoya las manifestaciones de solidaridad en las organizaciones comunitarias con estas palabras:

 

…aquellas formas de organización popular que buscan mejorar el nivel de vida de los pobladores de los barrios: las asociaciones vecinales, los talleres laborales, los grupos de vivienda, los grupos de salud, de apoyo escolar, las ollas familiares, los comedores infantiles, los clubes juveniles y deportivos, los grupos de folclore y, en fin tantas manifestaciones de aquella solidaridad que debe caracterizar el noble empeño por la justicia.

 

Vemos que Juan Pablo II no habla de una solidaridad abstracta, teórica o sólo de palabras, sino de una solidaridad que podemos practicar todos en nuestro medio, por ejemplo en las Juntas de Acción Comunal, por nombrar algo que conocemos todos.

 

 

La solidaridad no es un sentimiento superficial

 

 

En el N° 38 de Sollicitudo socialis aclara el concepto de solidaridad cuando dice que no es un sentimiento superficial, sino que por el contrario, es una determinación firme y perseverante de empeñarse por el bien común, por el bien de todos y cada uno.

 

Al mundo de la cultura lo exhortó, en la Universidad Católica, también en Santiago de Chile, a trabajar por la solidaridad, con estas palabras:

 

Vosotros, como elementos activos en la conciencia de la nación y compartiendo la responsabilidad de su futuro, debéis haceros cargo de las necesidades que toda la comunidad nacional ha de afrontar hoy. Os invito (…) a todos, hombres de cultura, constructores de la sociedad, a ensanchar y consolidar una corriente de solidaridad que contribuya a asegurar el bien común: el pan, el techo, la salud, la dignidad. El respeto a todos los habitantes de Chile, prestando oído a las necesidades de los que sufren.

 

 

Juan Pablo II también en Colombia

 

 

En su visita a Colombia, en 1986, Juan Pablo II habló de la necesidad y el significado de la solidaridad. En su mensaje del 5 de julio, en el estadio Atanasio Girardot, en la ciudad de Medellín, en su encuentro con sacerdotes y laicos comprometidos de parroquias pobres y obreras y delegaciones de los barrios populares, en representación de “sectores del país en los que se vive una particular situación de pobreza y marginación”  el Santo Padre se dirigió a todos nosotros.[2] Es muy profundo y bello este mensaje, en el que la solidaridad se trata de modo particular; vamos a leer algunos párrafos:

 

Compartir con los que nada o poco tienen

 

 

(…) la Iglesia, en su enseñanza social, advierte a los que tienen de sobra y viven en el lujo de la abundancia que salgan de la ceguera espiritual ; que la dignidad humana no está en el solo “tener”; que tomen conciencia de la situación dramática de quienes viven en la miseria y padecen hambre. Les pide por otra parte, que compartan lo suyo con los que nada o poco tienen para construir así una sociedad más justa y solidaria. “El hombre vale más por lo que es que por lo que tiene” (Gaudium et spes, 35).

 

Al veros aquí tan numerosos  reunidos en  este estadio, traídos por el impulso de vuestra fe, me sale del corazón haceros un llamado a la solidaridad. La fe común en un Dios Padre y Misericordioso, la esperanza en una tierra nueva a cuya creación todos colaboramos con nuestra actividad, y el saber que, precisamente por ese Padre común somos todos hermanos en Jesucristo, debe impulsaros a buscar solidariamente las condiciones necesarias, para que lo que puede parecer una utopía se vaya haciendo realidad ya en la vida de vuestras comunidades.

 

 

Noble lucha por la justicia, que no es una lucha de hermano contra hermano, ni de grupo contra grupo

 

 

Será esto fruto de la “noble lucha por la justicia”, que no es una lucha de hermano contra hermano, ni de grupo contra grupo, sino que habrá de estar siempre inspirada en los principios evangélicos de colaboración y  diálogo, excluyendo, por tanto, toda forma de violencia. La experiencia de siglos ha demostrado, cómo la violencia genera mayor violencia y no es el camino adecuado para la verdadera justicia.

 

La solidaridad a la que os invito hoy debe echar sus raíces más profundas y sacar su alimento cotidiano de la celebración comunitaria de la Eucaristía, el sacrificio de Cristo que nos salva. En la participación eucarística la exigencia de solidaridad y de compartir como expresiones de la maravillosa realidad de que todos somos miembros de una única familia: la Iglesia, Pueblo de Dios, Cuerpo de Cristo.

 

Leamos un último párrafo de este mensaje de Juan Pablo II en su visita a Colmbia:

 

Sé que hay entre vosotros cristianos ejemplares que llevan a cabo acciones comunes a favor de vuestros vecindarios y del bien común en general. A ello debe moveros la conciencia de vuestra propia dignidad que es el fundamento de vuestros derechos inalienables. Debe moveros, sobre todo, el amor  de los unos para con los otros. Cada mujer, cada hombre es un hermano, una hermana. Que también de vosotros pueda decirse como de los primeros cristianos: “mirad cómo se aman”. Tened un solo corazón y una sola alma. Compartid como verdaderos hermanos. Así mantendréis en vuestras parroquias y en vuestras comunidades el espíritu de los “pequeños”, a quienes viene revelado el mensaje del Reino. Así os haréis igualmente dignos de la bienaventuranza prometida por el Señor: “Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos” (Mt 5,3).

 

En este espíritu solidario, conscientes de que todos formamos una gran familia, cada uno debe hacer frente a sus propias responsabilidades para que todos los colombianos puedan disfrutar de unas  condiciones de vida conforme con su dignidad de hijos de Dios y miembros de una sociedad que se precia de ser cristiana.

 

Al final de su mensaje en Medellín, Juan Pablo II dirigió algunas palabras a toda América Latina. Esto dijo:

 

(…) deseo invitar a los países de América Latina a que se empeñen en crear una auténtica solidaridad continental, que contribuya a encontrar vías de entendimiento en las graves cuestiones que condicionan su propio progreso y desarrollo en el ámbito de la economía mundial y de la comunidad internacional.

 

 

Significado y alcance de la solidaridad

 

Terminemos el tema de la solidaridad con unas aclaraciones de su significado y alcance, tomadas de las palabras de Juan Pablo II.[3]

 

      Para poner en práctica la solidaridad tenemos que reconocer que el otro es una persona humana como nosotros.

 

      Los poderosos tienen que sentirse responsables de los más débiles, dispuestos a compartir con ellos lo que poseen.

 

      Los débiles no deben adoptar una actitud meramente pasiva o destructiva del tejido social y, al reivindicar sus derechos, deben realizar lo que les corresponde, para el bien de todos.

 

      No se debe insistir con egoísmo sólo en nuestros intereses particulares, sino que se deben respetar los derechos de los demás ((N° 39).

 

      “La Iglesia, en virtud de su compromiso evangélico, se siente llamada a estar junto a esas multitudes pobres, a discernir la justicia de sus reclamaciones y a ayudar a hacerlas realidad sin perder de vista el bien de los grupos en función del bien común (N° 39).

 

      (…) las Naciones más fuertes y más dotadas deben sentirse moralmente responsables de las otras, con el fin de instaurar un verdadero sistema internacional / que se base en la igualdad de todos los pueblos y en el debido respeto de sus legítimas diferencias. Los Países económicamente más débiles, o que están en el límite de la supervivencia, asistidos por los demás pueblos y por la comunidad internacional, deben ser capaces de aportar a su vez al bien común sus tesoros de humanidad y de cultura, que de otro modo se perderían para siempre.

 

      La solidaridad nos ayuda a ver al « otro » —persona, pueblo o Nación—, no como un instrumento cualquiera para explotar a bajo costo su capacidad de trabajo y resistencia física, abandonándolo cuando ya no sirve, sino como un « semejante » nuestro, una « ayuda » (cf. Gén 2, 18. 20), para hacerlo partícipe, como nosotros, del banquete de la vida al que todos los hombres son igualmente invitados por Dios. De aquí la importancia de despertar la conciencia religiosa de los hombres y de los pueblos.

 

      La paz es fruto de la solidaridad –“opus solidaritatis pax” – porque la paz verdadera exige la realización de la justicia y, la pedagogía solidaria favorece la convivencia, enseñándonos a vivir unidos para  construir juntos una sociedad nueva.

 

      La fuente de la solidaridad es la caridad, porque de esta manera el prójimo no es solamente un ser humano con sus derechos y su igualdad fundamental con todos, sino que se convierte en la imagen viva de Dios Padre, rescatada por la sangre de Jesucristo y puesta bajo la acción permanente del Espíritu Santo. Por tanto, debe ser amado, aunque sea enemigo, con el mismo amor con que le ama el Señor, y por él se debe estar dispuestos al sacrificio, incluso extremo: « dar la vida por los hermanos » (cf. 1 Jn 3, 16).

 

 

Contenido jurídico de la solidaridad

 

 

Es más fácil hablar de solidaridad que practicarla, especialmente si se trata de la solidaridad cristiana. Algunos reducen la solidaridad al paternalismo, a la lástima por los demás y se sienten solidarios si ocasionalmente dan una limosna. Como hemos visto, eso no es solidaridad cristiana de verdad. El P. Tony Mifsud, en su libro Moral Social ofrece algunas consideraciones sobre la solidaridad que nos ponen a reflexionar sobre un concepto que no podemos tomar a la ligera.

 

Dice el P. Mifsud, que la palabra solidaridad tiene un contenido jurídico; como todos los seres humanos, individual y colectivamente considerados, hacemos parte de la humanidad, todos somos responsables de todos; la solidaridad es una obligación que todos compartimos frente a la humanidad.

 

El contenido jurídico de la solidaridad consiste en que la solidaridad entre los seres humanos, es como la que se da en las obligaciones legales, en las que varias personas contraen una obligación “in solidum”, eso significa que todas esas personas comparten la obligación de responder por la obligación, y no sólo alguna, en caso de  alguien falle.  Todos tienen que responder.

 

No nos podemos escudar en que otros sean solidarios; es obligación de todos los que compartimos la naturaleza de seres humanos. La solidaridad entre todos es un requisito de nuestra propia existencia; si no nos hacemos responsables de lo humano, corre peligro nuestra propia humanidad; nos condenamos a la autodestrucción. ¿No es acaso la falta de solidaridad generalizada la que destruye a la sociedad?

 

El individuo humano es un ser social

 

 

La definición del ser humano es el fundamento de la obligatoriedad de la solidaridad. El individuo humano es un ser social: nace en una comunidad, crece en sociedad y se descubre a sí mismo junto a los demás. No podemos pensar en un ser humano sin referencia a un grupo, de manera que la dimensión social del ser humano pertenece a la misma estructura humana. La naturaleza social es parte de la definición del ser humano.

 

Esto va más hondo; a pesar de su íntima vocación comunitaria, el ser humano conserva su individualidad, no es parte de un grupo amorfo, anónimo. La comunidad humana está conformada por individuos con su propia personalidad y características. La persona humana es al mismo tiempo individuo y miembro de la sociedad.

 

Veamos las implicaciones de esto: si se tiene en cuenta sólo la individualidad de las personas, se reduce la sociedad a una simple suma de individuos, disgregados.  Si se tiene en cuenta sólo la totalidad de los individuos, sin considerar la individualidad, el colectivismo reduce a los individuos a rostros sin nombres.

 

 

El diálogo entre nuestra individualidad y nuestro ser comunitario

 

En nosotros como seres humanos viven en diálogo nuestro ser individual y nuestro  ser comunitario. Si cortamos el diálogo con la comunidad nos hacemos daño, quedamos solos, aislados, sin posibilidad de que otros nos den una mano y de darla nosotros a los demás. Al aceptar nuestra naturaleza individual y comunitaria, comprendemos que somos al mismo tiempo individuos, es decir, personas independientes y también miembros de una comunidad. Entendemos la comunidad como un conjunto de personas que se saben y sienten responsables de los demás. Dice el P. Mifsud: Un individuo sin comunidad es la destrucción del ser humano, una totalidad social sin individuos es la destrucción de la sociedad humana.

 

El reconocerse humano implica la exigencia de la solidaridad. La solidaridad no es algo que puedo aceptar o no; es algo propio de nuestro ser como humanos. Ser solidario es ser humano. La solidaridad es una condición de vida, un estilo de vida, es la misma vida humana en su necesidad de crecer y realizarse. (Pg 256s) Según esto no ser solidario es ser menos humano.


[1] Para este resumen de la encíclica Sollicitudo rei socialis he utilizado las siguientes obras: Tony Misfud, S.J., Moral Social, Lectura solidaria del continente, CELAM, 2° ed., especialmente el Cap. 6, La solidaridad como proyecto ético, Pg. 245ss; Juan Souto Coelho (coord..), Doctrina Social de la Iglesia, manual abreviado, BAC, Madrid 2002, Cap. II Desarrollo Histórico de la DSI. Pricipales documentos. Contexto histórico y contenido, Pg 87ss;  Ildefonso Camacho, S.J., Doctrina social de la Iglesia, una aproximación histórica, San Pablo, Pg 493ss.

[2] Mensajes de S.S. Juan Pablo II a los Colombianos, Julio 1 a 7 de 1986, Segunda edición, Comité Ejecutivo Nacional, Secretariado Permanente del Episcopado Colombiano- SPEC – 1986

[3] Cf Toy Mifsud, S.J. opus cit, Pg 247ss

Reflexión 156 – Juan Pablo II y el Desarrollo Integral

 

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Nuestra vocación al propio desarrollo y al del mundo

 

En la reflexión anterior continuamos estudiando el pensamiento de Juan Pablo II sobre el desarrollo integral, como lo expone especialmente en sus encíclicas Redemptor hominis y Sollicitudo rei socialis. Por cierto nos dejó el Santo Padre entusiasmados con su explicación sobre la vocación de todos los seres humanos a trabajar en el desarrollo, desde el mismo momento de la creación. Vamos a recordar siquiera algunas de sus enseñanzas.

 

Preguntaba Juan Pablo II si el desarrollo que ha alcanzado el mundo hace la vida del hombre sobre la tierra, en todos sus aspectos, «más humana»,  si ¿la hace más «digna del hombre»? Es decir si los seres humanos hemos cumplido con el llamamiento que el Creador nos hizo a continuar su obra creadora. Y respondía el Santo Padre que no se puede dudar de que en muchos aspectos el desarrollo sí hace la vida más digna; pero añadía que nos debemos hacer permanentemente esa pregunta,  en lo referente a lo esencial, es decir si en el progreso de nuestro tiempo el ser humano, en cuanto ser humano,  se hace de veras mejor. Y es que no es suficiente el progreso material para que el ser humano sea mejor en cuanto ser humano. Por ejemplo, el tener una mejor vivienda, el tener más comodidades, más y mejores bienes, no necesariamente significa que uno sea mejor como persona humana.

 

¿Qué es hacerse mejor?

 

Vale la pena repetir qué es hacerse mejor, según el pensamiento de Juan Pablo II. Dice en Redemptor hominis en el N° 15, que hacerse mejor es ser más maduro espiritualmente, más consciente de la dignidad de su humanidad, más responsable, más abierto a los demás, particularmente a los más necesitados y a los más débiles, más disponible a dar y prestar ayuda a todos. Son preguntas que nos podemos hacer en un buen examen de conciencia para, con la gracia de Dios, enderezar el camino.

 

Tener más no lo hace a uno más maduro espiritualmente, ni más consciente de su propia dignidad como persona humana. El tener más no necesariamente nos hace más responsables ni más abiertos a los demás ni más disponibles para ayudar a los otros, especialmente a los más débiles y necesitados.  Tener y ser  mejores no necesariamenter van juntos.

 

Tampoco los adelantos técnicos conducen siempre a que el mundo sea mejor para los seres humanos. Veíamos la semana pasada que, como explica el sociólogo y psicólogo Erich Fromm, pareciera que el cerebro humano estuviera en nuestro siglo, pero la voluntad estuviera todavía en la edad de piedra; parece, dice Fromm, que el desarrollo de las capacidades intelectuales del hombre han sobrepasado largamente el desarrollo de sus emociones. ¡Cuántos tienen, no sé si inteligencia, pero sí astucia para dañar a otros buscando su propio beneficio, y un corazón de hielo  para tratar a los demás…!

 

Se trata del desarrollo de las personas y no solo de la multiplicación de las cosas

 

Juan Pablo II nos pone a pensar si en este mundo de progreso material y técnico,  el hombre en cuanto hombre, ¿se desarrolla y progresa, o por el contrario retrocede y se degrada en su humanidad? ¿Prevalece entre los hombres, «en el mundo del hombre» que es en sí mismo un mundo de bien y de mal moral, el bien sobre el mal?

Las encíclicas Populorum progressio, de Pablo VI, Sollicitudo rei socialis de Juan Pablo II y Caritas in veritate de Benedicto XVI, tratan sobre el desarrollo integral, que es como, de acuerdo con la ética y con la fe se debe entender el desarrollo: desarrollo integral. Juan Pablo II desde el inicio de su pontificado, en su primera encíclica, la Redemptor hominis, en el N° 16, fijó su posición sobre cómo debe entenderse el desarrollo integral, cuando afirma que Se trata del desarrollo de las personas y no solamente de la multiplicación de las cosas, de las que los hombres pueden servirse. Se trata, dice,  no tanto de «tener más» cuanto de «ser más». 

 

 

Las bases bíblicas del desarrollo

 

 

 Si es verdad que Juan Pablo II basa su concepto del desarrollo tanto en razones naturales como en la fe, para los creyentes tienen enorme importancia, de manera particular,  los argumentos basados en la Sagrada Escritura, y Juan Pablo II nos presenta las bases bíblicas del desarrollo, cuando expone que este mundo ha salido de las manos de Dios pero la creación no debe entenderse como una obra acabada, sino en una perspectiva dinámica. Es decir, que es al hombre al que corresponde desarrollar ese germen que Dios le confió en los comienzos: eso significa el encargo de dominar la tierra para alcanzar su plenitud como ser humano. En ese sentido el desarrollo es “la expresión moderna” de una dimensión esencial de la vocación del hombre. Son plabras de Juan Pablo II en Sollicitudo rei socialis, 30.

De manera que los seres humanos estamos llamados a continuar la obra que empezó Dios Creador en el mundo material y en nosotros mismos. Con su ayuda, claro está, – siempre necesitamos la ayuda de su gracia, – debemos realizar la tarea que Él nos encomendó:  nuestro desarrollo personal, el de nosotros como personas, y el del mundo material que Él nos entregó para que nos sirvamos de él de tal manera que nos ayude a conseguir el fin para el que fuimos creados.[1] No ignoremos esas palabras de Juan Pablo II; dice que Dios nos confió el encargo de dominar la tierra, para alcanzar nuestra plenitud como seres humanos. Nos desarrollaremos plenamente como seres humanos, en el proceso de dominar la tierra. Como vamos a ver enseguida, eso lo conseguiremos si seguimos el plan de Dios.

 

 Juan Pablo II explica cuál es la tarea que Dios nos encomendó cuando dice: La tarea es   « dominar»  a  las demás creaturas, «cultivar el jardín»;  pero hay que hacerlo en el marco de obediencia a la ley divina y, por consiguiente, en el respeto de la imagen recibida, fundamento claro del poder de dominio, concedido en orden a su perfeccionamiento (cf. Gén 1, 26-30; 2, 15 s.; Sab 9, 2 s.).  La imagen que hemos recibido en nosotros es la de Dios.

 

De especial interés es la afirmación de que debemos continuar la obra de Dios de manera coherente con nuestra condición de imágenes suyas, en el marco de la Ley divina, es decir de acuerdo con sus planes. Si nos apartamos de los planes de Dios hacemos daño al mundo y a nosotros mismos. No podemos cultivar el jardín mejor que el Gran Jardinero que lo ideó y dotó de todos los elementos.

 

Lo que sucede cuando empañamos la imagen de Dios en nosotros

En Sollicitudo rei socialis, en el N° 30, dice Juan Pablo II que Cuando el hombre desobedece a Dios y se niega a someterse a su potestad, entonces la naturaleza se le rebela y ya no lo reconoce como señor, porque ha empañado en sí mismo la imagen divina.

 

Un superdesarrollo inaceptable

 

Recordemos también lo que Juan Pablo II llama el superdesarrollo y por qué es inaceptable. Afirma el Papa que el superdesarrollo es inaceptable al lado de las miserias del subdesarrollo y por ser contrario al bien y a la auténtica felicidad. Y nos explica cómo entiende el superdesarrollo; nos dice que consiste en la excesiva disponibilidad de toda clase de bienes materiales para algunas categorías sociales, (que) fácilmente hace a los hombres esclavos de la « posesión » (esclavos del tener) y del goce inmediato, sin otro horizonte que la multiplicación o la continua sustitución de los objetos que se poseen por otros todavía más perfectos. Es la llamada civilización del « consumo » o consumismo, que comporta tantos « desechos » o « basuras ».

 Permanentemente la publicidad nos induce a que cambiemos lo que tenemos, y que todavía nos presta un buen servicio, por algo más moderno, y muchos bienes todavía útiles se van a la basura para ceder su puesto a lo nuevo, supuestamente de mejor calidad. El mundo del superdesarrollo se está llenando de deshechos que contaminan y no se sabe bien cómo manejarlos. Es una consecuencia del consumismo. Es la enfermedad del consumo, que nos empuja a consumir más, con el argumento de mover así más la economía… Esto nos hace pensar que la economía está estructuralmente mal concebida. Tiene que haber un camino distinto al consumismo para que el mundo se desarrolle y progrese con justicia y equidad.

 

Recordemos también que el Santo Padre Juan Pablo II afirma que vivimos en un mundo sometido a estructuras de pecado. Explica el Santo Padre a qué se refiere al hablar de estructuas de pecado, en el contexto del desarrollo. Dice que esas estructuras, que se caracterizan por el excesivo afán de ganancia y por la sed de poder (SRS 37), son un mal moral, que se origina en los pecados personales, – en nuestros muchos pecados personales, – especialmente en nuestro afán de dinero y de poder, que construyen y sostienen lo que el Papa llama estructuras de pecado en la sociedad.

 

Antivalores convertidos en actitudes de la sociedad y que rigen el mundo

 

Tengamos en cuenta que el entender de esa forma las estructuras de pecado a que está sometido el mundo, – basadas en nuestros pecados personales, – especialmente en el afán de lucro y en el ansia de poder, – no excluye esas otras estructuras como las entienden las ciencias sociales, es decir esos mecanismos económicos, financieros y sociales que funcionan en el mundo de la economía y del mercado, y contribuyen a la concentración de las riquezas en unos pocos y a la pobreza de gran parte de la humanidad. Son seres humanos los que movidos por el deseo del lucro y de poder crean y manejan esos mecanismos económicos y financieros, tanto en los gobiernos como en las empresas y que son otra clase de estructuras que también podríamos decir que son de pecado.

Dice Juan Pablo II que esas dos actitudes extendidas  en nuestro mundo: el afán de lucro y la sed de poder, han llegado a conformar una mentalidad que a todos les parece natural, que es lo normal y por ella se rige el comportamiento general. La voracidad económica y política, – el afán de ganancia y la sed de poder, – se juzgan  normales y son la explicación de que exista la tragedia de la enorme distancia entre los pueblos que viven en la opulencia y los que carecen de lo necesario.[2]  Se acepta tranquilamente que exista esa distancia entre los muy ricos y los muy pobres, aunque en algunas regiones esa distancia signifique una vida cómoda para unos pocos y enfermedad y hambre para un gran número de hermanos nuestros.

 

La avaricia y el ansia de poder  se han covertido en los valores que hoy rigen al mundo.  Como afirma Juan Pablo II, se trata de un problema moral, no sólo de moral individual sino de moral social, porque esos valores, o más bien podríamos llamarlos antivalores, los comparte la sociedad. Se trata de comportamientos individuales de los dirigentes políticos y de los centros del poder económico, así como también de las personas del común, que vivimos de acuerdo con esos antivalores. Como son  comportamientos generalizados y aceptados sin controversia, se convierten en códigos de conducta aceptados, no sólo por los individuos, sino por los Estados y las organizaciones internacionales.

 

La respuesta a la injusticia social es la solidaridad

 

Ante la situación de injusticia social que se debe a comportamientos generalizados en la sociedad, – el afán de lucro y el ansia de poder, – la respuesta que propone Juan Pablo II en Sollicitudo rei socialis no pretende proponer acciones particulares, concretas, sino a vivir en sociedad de acuerdo con unos valores nuevos, cuyo eje sea la solidaridad, que es una virtud evangélica.[3] 

Recordemos que al comienzo de su encíclica Juan Pablo II nos habló de la interdependencia que existe entre los pueblos, que asimilamos a las consecuencias de la ahora llamada globalización; a los pueblos, hoy no les es posible aislarse; dependen unos de otros para bien o para mal.

 

Los dos antivalores de que hablamos, el afán de lucro y el ansia de poder, son parte de un sistema de manejo de la economía y del mercado que tiene como base la competencia, la rivalidad para conseguir lo que se quiere, antes de que se apodere de eso el otro, al que se llama “la competencia”. Eso sucede todos los días en un mundo interdependiente, en el que todos juegan en el mismo campo y todos tratan de llegar antes que el otro.

 

Un ejemplo doméstico es lo que pasó con la decisión del presidente Chávez, de Venezuela, cuando por motivos políticos decidió no importar bienes de Colombia. La presidenta de Argentina no dudó en tomar esa porción del negocio, – los vehículos, – a costa de Colombia, antes la tomó como una gran oportunidad: llegar a tiempo, antes de que otro país, quizás el Brasil, se hiciera al negocio.

 

Solidaridad frente a competencia

 

La interdependencia de los países es una realidad; frente a ella se puede asumir una actitud de competencia u otra, evangélica, de solidaridad. Juan Pablo II expone su pensamiento en la quinta parte de Sollicitudo rei socialis, que trata sobre UNA LECTURA TEOLÓGICA DE LOS PROBLEMAS MODERNOS. Se puede afirmar que el mensaje central de Juan Pablo II en Sollicitudo rei socialis es su llamada a la solidaridad y es una llamada a creyentes y a no creyentes. Aunque unos y otros entiendan la solidaridad de manera diferente, Juan Pablo II busca un terreno común  en el que se puedan unificar los esfuerzos de todos los hombres de buena voluntad para trabajar por el auténtico desarrollo de la humanidad.[4]

 

Lo que es y no es la solidaridad

 

En el N° 38 nos explica su idea de solidaridad. Dice que la solidaridad no es

 un sentimiento superficial por los males de tantas personas, cercanas o lejanas. Al contrario, es la determinación firme y perseverante de compromerse por el bien común; es decir, por el bien de todos y cada uno, para que todos seamos verdaderamente responsables de todos.[5]

 

La solidaridad no se queda en sentimientos y manifestación de solidaridad sólo de palabra: soy solidario contigo, pero no hago nada al respecto. Lo más importante de la solidaridad y el mayor contraste con la actitud de competencia, es el llegar a sentirse y a ser todos responsables de todos. Mientras la competencia nos enfrenta uno a otros, la solidaridad nos une.

 

Según el pensamiento de Juan Pablo II, y en sus propias palabras en el N° 38 de Sollicitudo rei socialis

 

lo que frena el pleno desarrollo es (el) afán de ganancia y (la) sed de poder… Tales « actitudes y estructuras de pecado » solamente se vencen —con la ayuda de la gracia divina— mediante una actitud diametralmente opuesta: la entrega por el bien del prójimo, que está dispuesto a « perderse », en sentido evangélico, por el otro  en lugar de explotarlo, y a « servirlo » en lugar de oprimirlo para el propio provecho (cf. Mt 10, 40-42; 20, 25; Mc 10, 42-45; Lc 22, 25-27).

 Parece difícil que los no creyentes entiendan las expresiones entregarse por el bien del prójimo o estar dispuesto a « perderse », en sentido evangélico, por el otro en lugar de explotarlo, y a « servirlo » en lugar de oprimirlo para el propio provecho.

 Por eso Juan Pablo II explica que la solidaridad no es sólo una actitud ética, es decir basada en la moral natural, sino que es también una virtud cristiana. Por eso dice, como lo acabamos de leer, que, Tales « actitudes y estructuras de pecado » solamente se vencen —con la ayuda de la gracia divina.

 Como vimos en alguna otra oportunidad, la moral y la ética se pueden diferenciar en que la ética trata sobre los mínimos que debe cumplir el ser humano para ser correcto en su comportamiento con los demás. De modo que la ética trata sobre cómo vivir en armonía con nosotros mismos y con los demás. La moral cristiana no pide sólo los mínimos para que reine la armonía, sino que nos enseña cómo nos debemos comportar los creyentes, de acuerdo con la ley evangélica.[6]  

 

La solidaridad como virtud cristiana

 

En el N° 40 de Sollicitudo rei socialis, Juan Pablo II nos da una catequesis excelente sobre la solidaridad como virtud cristiana.  Dice:

La solidaridad es sin duda una virtud cristiana. Ya en la exposición precedente se podían vislumbrar numerosos puntos de contacto entre ella y la caridad, que es signo distintivo de los discípulos de Cristo (cf. Jn 13, 35).

A la luz de la fe, la solidaridad tiende a superarse a sí misma, al revestirse de las dimensiones específicamente cristianas de gratuidad total, perdón y reconciliación. Entonces el prójimo no es solamente un ser humano con sus derechos y su igualdad fundamental con todos, sino que se convierte en la imagen viva de Dios Padre, rescatada por la sangre de Jesucristo y puesta bajo la acción permanente del Espíritu Santo. Por tanto, debe ser amado, aunque sea enemigo, con el mismo amor con que lo ama el Señor, y por él se debe estar dispuestos al sacrificio, incluso extremo: « dar la vida por los hermanos » (cf. 1 Jn 3, 16).

Entonces la conciencia de la paternidad común de Dios, de la hermandad de todos los hombres en Cristo, « hijos en el Hijo », de la presencia y acción vivificadora del Espíritu Santo, conferirá a nuestra mirada sobre el mundo un nuevo criterio para interpretarlo. Por encima de los vínculos humanos y naturales, tan fuertes y profundos, se percibe a la luz de la fe un nuevo modelo de unidad del género humano, en el cual debe inspirarse en última instancia la solidaridad. Este supremo modelo de unidad, reflejo de la vida íntima de Dios, Uno en tres Personas, es lo que los cristianos expresamos con la palabra « comunión ». Esta comunión, específicamente cristiana, celosamente custodiada, extendida y enriquecida con la ayuda del Señor, es el alma de la vocación de la Iglesia a ser « sacramento », en el sentido ya indicado.

Por eso la solidaridad debe cooperar en la realización de este designio divino, tanto a nivel individual, como a nivel nacional e internacional. Los « mecanismos perversos » y las « estructuras de pecado », de que hemos hablado, sólo podrán ser vencidos mediante el ejercicio de la solidaridad humana y cristiana, a la que la Iglesia invita y que promueve incansablemente. Sólo así tantas energías positivas podrán ser dedicadas plenamente en favor del desarrollo y de la paz. Muchos santos canonizados por la Iglesia dan admirable testimonio de esta solidaridad y sirven de ejemplo en las difíciles circunstancias actuales. Entre ellos deseo recordar a San Pedro Claver, con su servicio a los esclavos en Cartagena de Indias, y a San Maximiliano María Kolbe, dando su vida por un prisionero desconocido en el campo de concentración de Auschwitz-Oswiecim.

 A esos santos añadamos a la beata Teresa de Calcuta y a San Damián de Molokai, el apóstol de los leprosos. En la homilía de su canonización, el pasado 11 de octubre (2009) dijo Benedicto XVI:

 

«Siguiendo a san Pablo, san Damián nos impulsa a elegir las buenas batallas (cf 1 Tim 1,18). No aquellas que llevan a la división, sino las que unen. Nos invita a abrir los ojos sobre las lepras que, aún hoy, desfiguran la humanidad de nuestros hermanos y que apelan más que a nuestra generosidad, a la caridad de nuestra presencia de servicio». 

Esa es la clase de solidaridad, como virtud cristiana, que se espera de nosotros.

La solidaridad es para nosotros, creyentes, una tarea que compartimos todos porque somos Iglesia y como dice el Concilio Vaticano II al comienzo de Lumen gentium, La Iglesia es en Cristo como un sacramento o señal e instrumento de la íntima unión con Dios y de la unidad de todo el género humano.  Señal e instrumento de la íntima unión con Dios y de la unidad de todo el género humano. Nuestra vocación es ser instrumentos de unidad, de solidaridad, no de división, no de competencia ni dispersión.

 

 


[1] Cf San Ignacio de Loyola, Ejercicios Espirituales, Principio y Fundamento, 23

[2] Cf Ildefonso Camacho, Doctrina social de la Iglesia, una aproximación histórica, San Pablo, Pgs 515ss

[3] Cf ibídem, Pg 517, 8. La solidaridad como clave de un nuevo sistema de valores.

[4] Estas ideas están tomadas de Ildefonso Camacho, opus cit

[5] Benedicto XVI en Caritas in veritate, 18, adopta la misma definición de solidaridad: que todos nos sintamos responsables de todos.

[6] Estos conceptos se trataron en los programas de la serie  “La alegría de trabajar”, transmitidos  por Rdio María los días 6 y 13 de febrero de 2003

Reflexión 155 – Juan Pablo II y el Desarrollo Integral

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¿Es siempre bueno el progreso?

Terminamos la reflexión anterior con un planteamiento de Juan Pablo II acerca del desarrollo. Cuando se habla de progreso  se suele dar por cierto que el progreso es siempre bueno para el hombre; no se suele dudar de la conveniencia del progreso. Se supone que conseguir resultados técnicos nuevos es siempre un avance, sin tener en cuenta si los medios que se utilizan son morales o inmorales. Por esa actitud permisiva se llega a defender “adelantos” técnicos, como la utilización de embriones con fines terapéuticos, como si el fin justificara los medios.

Se pregunta el Santo Padre, en su encíclica Redemptor hominis (15), si el progreso de la técnica y el desarrollo de la civilización de nuestro tiempo hace la vida del hombre sobre la tierra, en todos sus aspectos, «más humana» ¿la hace más «digna del hombre»?Añade el Papa que  No puede dudarse de que, bajos muchos aspectos, la haga así. No obstante esta pregunta vuelve a plantearse obstinadamente por lo que se refiere a lo verdaderamente esencial: si el hombre, en cuanto hombre, en el contexto de este progreso, se hace de veras mejor. Según explica Juan Pablo II, hacerse mejor es, ser más maduro espiritualmente, más consciente de la dignidad de su humanidad, más responsable, más abierto a los demás, particularmente a los más necesitados y a los más débiles, más disponible a dar y prestar ayuda a todos.

Habla Juan Pablo II de “hacerse mejor”; es que no podemos ignorar que no es solo el mundo material, que no es la economía sola, que no son los elementos fuera del hombre los que se desarrollan y progresan, se estancan o se deterioran. En medio de ese proceso del desarrollo de las cosas está también el proceso de desarrollo de la persona humana que, se hace mejor  o se estanca o se deteriora mientras promueve o impide el desarrollo de su medio.Es decir que el ser humano no está aislado e inmune frente a lo que sucede en su mundo.

 

 

Nosotros hacemos al mundo mejor o peor

 

El centro del mundo es la persona humana, y sus deseos y temores, sus pasiones y sus razones, su inclinación al bien o al mal  son parte del proceso de desarrollo de ese mundo. Somos nosotros, los seres humanos, los que hacemos al mundo mejor o peor, y nosotros mismos somos vulnerables frente a lo que hagan los demás que nos rodean. Hay una interacción entre los procesos de maduración de las personas y del medio donde se vive.[1] Por eso es tan importante la pregunta, si el progreso actual hace mejor al hombre.

 

El ser humano tiene miedo de sí mismo

 

Si observamos el progreso tecnológico del mundo, sentimos admiración, pero en nuestros días, hay progresos técnicos que nos inspiran miedo. Hace no muchos años se descubrió la energía atómica y lo que podría haber sido un instrumento para el bien, para usos pacíficos, se convirtió en un instrumento de terror, ante la posibilidad de que el mundo desapareciera por el mal uso de un producto de las manos del hombre. Juan Pablo II, una vez más, en Redemptor hominis, afirma que el hombre vive cada vez más en el miedo (15) y se pregunta de qué tiene miedo el hombre contemporáneo y  contesta:

El hombre actual parece estar siempre amenazado por lo que produce, es decir, por el resultado del trabajo de sus manos y más aún por el trabajo de su entendimiento, de las tendencias de su voluntad.

Como el ser humano pareciera olvidar sus experiencias, hay naciones que hoy vuelven a amenazar a sus vecinos con el poderío atómico en sus manos.

Una obra admirable de la inteligencia humana es el desarrollo de la informática, por la cual las comunicaciones se faciltan de manera jamás imaginada, las distancias entre los pueblos y las personas se  borran, las tareas de diversa índole se agilizan y están al alcance de casi todos. Cabe también aquí la pregunta: ¿nos han hecho estos inventos más humanos? ¿El origen del desempleo no se encuentra en buena parte en el reemplazo de las personas por las máquinas?

 

¿Mucho cerebro y poco corazón?

Son inquietudes a las que deberíamos encontrar algunas respuestas, desde la fe y desde la razón. El conocido sociólogo y psicólogo, Erich Fromm escribía en uno de sus libros, que las dificultades cruciales a las que nos enfrentamos hoy, se originan en que el desarrollo de las capacidades intelectuales del hombre han sobrepasado largamente el desarrollo de sus emociones.

Dice Erich Fromm que, mientras el cerebro del hombre vive en nuestro siglo, el corazón de la mayoría de los seres humanos vive todavía en la edad de piedra. Añade que el ser humano hoy, adora el poder y el dinero y sigue solo con los labios las enseñanzas de los grandes líderes espirituales de la humanidad.

 

 

Las preguntas que debemos hacernos los cristianos y también los demás…

Volvamos al pensamiento de Juan Pablo II, quien nos centra en la pregunta sobre si el progreso actual nos hace más humanos; si la vida actual es digna del ser humano. 

   

 Juan Pablo II en el N° 15 de su encíclica Redemptor hominis afirma que son esas preguntas las que deben hacerse los cristianos, precisamente porque Jesucristo los ha sensibilizado universalmente en torno al problema del hombre. Y dice que esas mismas preguntas se las deben hacer todos los hombres y especialmente los que se dedican al progreso y desarrollo.

 

Como dice el Papa, el mundo se deja llevar por el entusiasmo de sus conquistas, cuando todos debemos plantearnos, con absoluta lealtad, objetividad y sentido de responsabilidad moral, los interrogantes esenciales que afectan a la situación del hombre hoy y en el mañana. Y formula de nuevo, el Papa, ampliándolas, las mismas preguntas:

Todas las conquistas, hasta ahora logradas y las proyectadas por la técnica para el futuro ¿van de acuerdo con el progreso moral y espiritual del hombre? En este contexto, el hombre en cuanto hombre, ¿se desarrolla y progresa, o por el contrario retrocede y se degrada en su humanidad? ¿Prevalece entre los hombres, «en el mundo del hombre» que es en sí mismo un mundo de bien y de mal moral, el bien sobre el mal?¿Crecen de veras en los hombres, entre los hombres, el amor social, el respeto de los derechos de los demás —para todo hombre, nación o pueblo—, o por el contrario crecen los egoísmos de varias dimensiones, los nacionalismos exagerados y no el auténtico amor de patria,[2] y también la tendencia a dominar a los otros más allá de los propios derechos y méritos legítimos, y la tendencia a explotar todo el progreso material y técnico-productivo  exclusivamente con finalidad de dominar sobre los demás o en favor de tal o cual imperialismo?

 

Se trata del desarrollo de las personas y no solamente de la multiplicación de las cosas

 

Juan Pablo II nos enseña también en la encíclica Redemptor hominis, Redentor del hombre,  en que forma se debe entender el desarrollo integral, que es el verdadero desarrollo humano. En el N° 16 dice:

Se trata del desarrollo de las personas y no solamente de la multiplicación de las cosas, de las que los hombres pueden servirse. Se trata —como ha dicho un filósofo contemporáneo y como ha afirmado el Concilio— no tanto de «tener más» cuanto de «ser más». 

 [3]

Nos previene el Santo Padre que podemos sentir el peligro de que

mientras avanza enormemente el dominio por parte del hombre sobre el mundo de las cosas; de este dominio suyo pierda los hilos esenciales, y de diversos modos su humanidad esté sometida a ese mundo, y él mismo se haga objeto de múltiple manipulación (…),  a través de toda la organización de la vida comunitaria, a través del sistema de producción, a través de la presión de los medios de comunicación social. El hombre no puede renunciar a sí mismo, ni al puesto que le es propio en el mundo visible, no puede hacerse esclavo de las cosas, de los sistemas económicos, de la producción y de sus propios productos. Una civilización con perfil puramente materialista condena al hombre a tal esclavitud, por más que tal vez, indudablemente, esto suceda contra las intenciones y las premisas de sus pioneros. En la raíz de la actual solicitud por el hombre está sin duda este problema. No se trata aquí solamente de dar una respuesta abstracta a la pregunta: ¿quién es el hombre?  sino que se trata de todo el dinamismo de la vida y de la civilización. Se trata del sentido de las diversas iniciativas de la vida cotidiana y al mismo tiempo de las premisas para numerosos programas de civilización, programas políticos, económicos, sociales, estatales y otros muchos.

 

Desarrollo y la revelación bíblica

 

Habíamos observado que Juan Pablo II consideraba el desarrollo con argumentos fundamentados tanto en la ética o moral natural, como en la fe, es decir en argumentos religiosos. Las citas que hemos leído de la encíclica Redemptor hominis, la primera de Juan Pablo II, nos muestran que desde el comienzo de su pontificado al tema del desarrollo le concedía gran importancia y que si se considera desde el punto de vista racional, – el de la  ética, – o desde el punto de vista religioso, – el de la revelación, -se concluye que un desarrollo que se quede en sólo el desarrollo material, económico, resulta corto, abarca sólo una parte de la persona humana y por lo tanto no responde a su realidad íntegra, total.

Vamos a leer unas palabras del P. ldefonso Camacho,[4] en  su comentario sobre Sollicitudo rei socialis.Nos ayudan a comprender que es muy valiosa la consideración del desarrollo desde el punto de vista de la fe. Si nos queda alguna duda sobre la legitimidad de que la Iglesia tenga una opinión  en este tema del desarrollo, que algunos pueden considerar exclusivo de los economistas y políticos, estas ideas nos pueden ayudar:

Resulta interesante ver cómo un concepto, que parece tan propio de las ciencia de nuestro tiempo, puede encontrar luz en la misma revelación bíblica. Para ello hay que mirar al designio de Dios sobre la humanidad y al papel que corresponde al hombre en la realización del mismo, teniendo presente una doble perspectiva: la creación y la salvación en Cristo.

En su origen, este mundo ha salido de las manos de Dios. Pero la creación no debe entenderse como una obra acabada, sino en una perspectiva dinámica. Es decir, que es al hombre al que corresponde desarrollar ese germen que Dios le confió en los comienzos: eso significa el encargo de dominar la tierra para alcanzar su plenitud como ser humano. En ese sentido el desarrollo es “la expresión moderna” de una dimensión esencial de la vocación del hombre (SRS 30ª).[5]

 

Vocación del hombre al desarrollo

 

Es de verdad interesante esta reflexión sobre el papel del hombre en el desarrollo, entendiendo ese papel como una vocación, una misión que Dios le encarga;  y cómo el ser humano encuentra su plenitud cumpliendo el encargo de dominar la tierra que le encomendó el Creador. Los economistas y políticos católicos pueden sentirse agradecidos con Dios que los llamó a continuar su obra.  Claro está que su  misión la debe cumplir el hombre con fidelidad a los planes de Dios. En Sollicitudo rei socialis, en el N° 30,  encontramos ésta bella y al mismo tiempo profunda consideración de Juan Pablo II:

Según la Sagrada Escritura (…), la noción de desarrollo no es solamente « laica » o « profana », sino que aparece también, aunque con una fuerte acentuación socioeconómica, como la expresión moderna de una dimensión esencial de la vocación del hombre. En efecto, el hombre no ha sido creado, por así decir, inmóvil y estático. La primera presentación que de él ofrece la Biblia, lo describe ciertamente como creatura y como imagen, determinada en su realidad profunda por el origen y el parentesco que lo constituye. Pero esto mismo pone en el ser humano, hombre y mujer, el germen y la exigencia de una tarea originaria de realizar, cada uno por separado y también como pareja. La tarea es   « dominar»  a  las demás creaturas, «cultivar el jardín»;  pero hay que hacerlo en el marco de obediencia a la ley divina y, por consiguiente, en el respeto de la imagen recibida, fundamento claro del poder de dominio, concedido en orden a su perfeccionamiento (cf. Gén 1, 26-30; 2, 15 s.; Sab 9, 2 s).

Cuando hablamos del ser humano como imagen de Dios, generalmente pensamos en el respeto que debemos tener a los demás, en consideración a su dignidad; es importante que tengamos presente que el respeto tiene que empezar por el respeto hacia nosotros mismos. Tenemos que empezar por respetarnos nosotros. Por eso en el dominio que ejerzamos sobre las demás creaturas, se debe reflejar nuestra dignidad de imágenes del Creador. Nuestras acciones en nuestras relaciones con los demás, deben ser dignas de quienes han recibido del Creador la misión de continuar su obra. No debemos hacer nada que, en nuestro lugar, Dios no haría. Sigamos con las palabras de Juan Pablo II:

Cuando el hombre desobedece a Dios y se niega a someterse a su potestad, entonces la naturaleza se le rebela y ya no lo reconoce como señor, porque ha empañado en sí mismo la imagen divina. La llamada a poseer y usar lo creado permanece siempre válida, pero después del pecado su ejercicio será arduo y lleno de sufrimientos (cf. Gén 3, 17-19).

En efecto, el capítulo siguiente del Génesis nos presenta la descendencia de Caín, la cual construye una ciudad, se dedica a la ganadería, a las artes (la música) y a la técnica (la metalurgia), y al mismo tiempo se empezó a « invocar el nombre del Señor » (cf. ibid. 4, 17-26).[6]

La historia del género humano, descrita en la Sagrada Escritura, incluso después de la caída en el pecado, es una historia de continuas realizaciones que, aunque puestas siempre en crisis y en peligro por el pecado, se repiten, enriquecen y se difunden como respuesta a la vocación divina señalada desde el principio al hombre y a la mujer (cf. Gén 1, 26-28) y grabada en la imagen recibida por ellos.

 

El desarrollo actual empezó en la creación

Vocación del hombre al trabajo

 

Es lógico concluir, al menos para quienes creen en la Palabra de Dios, que el «desarrollo» actual debe ser considerado como un momento de la historia iniciada en la creación y constantemente puesta en peligro por la infidelidad a la voluntad del Creador, sobre todo por la tentación de la idolatría, pero que corresponde fundamentalmente a las premisas iniciales. Quien quisiera renunciar a la tarea, difícil pero exaltante, de elevar la suerte de todo el hombre y de todos los hombres, bajo el pretexto del peso de la lucha y del esfuerzo incesante de superación, o incluso por la experiencia de la derrota y del retorno al punto de partida,  faltaría a la voluntad de Dios Creador. Bajo este aspecto en la Encíclica “Laborem exercens” me he referido a la vocación del hombre al trabajo, para subrayar el concepto de que siempre es él el protagonista del desarrollo.[7]  

 

Más aún, el mismo Señor Jesús, en la parábola de los talentos pone de relieve el trato severo reservado al que osó esconder el talento recibido: « Siervo malo y perezoso, sabías que yo cosecho donde no sembré y recojo donde no esparcí… Quitadle, por tanto, su talento y dádselo al que tiene los diez talentos » (Mt 25, 26-28). A nosotros, que recibimos los dones de Dios para hacerlos fructificar, nos toca « sembrar » y « recoger ». Si no lo hacemos, se nos quitará incluso lo que tenemos.

Meditar sobre estas severas palabras nos ayudará a comprometernos más resueltamente en el deber, hoy urgente para todos, de cooperar en el desarrollo pleno de los demás: « desarrollo de todo el hombre y de todos los hombres ».[8] 

 

Nuestra responsabilidad frente a la situación de millones de hermanos nuestros

Realmente, a medida que hemos ido conociendo el pensamiento católico sobre el desarrollo, como Juan Pablo II nos lo explica, en particular en su encíclica Sollicitudo rei socialis y con el fundamento que sobre la persona humana nos enseña en Redemptor hominis, nos llenamos de entusiasmo y agradecimiento por la vocación a que Dios nos llamó al crearnos. Comprendemos mejor nuestro papel en el mundo. Vemos que como cristianos no podemos ser indiferentes ante los problemas del desarrollo, ante la crisis económica. Juan Pablo II nos enseña claramente que, por ser cristianos tenemos la exigencia de proyectar nuestra fe hacia el mundo, es decir de evangelizar. Nuestra obligación es más apremiante cuando está en juego la superviviencia de millones de hermanos nuestros que no gozan ni de los más elementales adelantos de la economía y de la técnica.

 Si es verdad que los economistas, los políticos y cuantos con su palabra y con sus acciones tienen incidencia en el desarrollo, se deben sentir orgullosos de tener una vocación de continuadores de la obra de la creación, también es verdad que en sus decisiones no pueden traicionar ni ignorar los planes de Dios y buscar sólo su propio beneficio.

 

Consumismo, superdesarrollo y subdesarrollo

 

Juan Pablo II denuncia al consumismo, denuncia enérgicamente  los escandalosos contrastes entre el hiperdesarrollo y el subdesarrollo. Dice en el N° 28 de Sollicitudo rei socialis:

Debería ser altamente instructiva una constatación desconcertante de este período más reciente: junto a las miserias del subdesarrollo, que son intolerables, nos encontramos con una especie de superdesarrollo, igualmente inaceptable porque, como el primero, es contrario al bien y a la felicidad auténtica. En efecto, este superdesarrollo, consistente en la excesiva disponibilidad de toda clase de bienes materiales para algunas categorías sociales, fácilmente hace a los hombres esclavos de la « posesión » y del goce inmediato, sin otro horizonte que la multiplicación o la continua sustitución de los objetos que se poseen por otros todavía más perfectos. Es la llamada civilización del « consumo » o consumismo, que comporta tantos « desechos » o « basuras ». Un objeto poseído, y ya superado por otro más perfecto, es descartado simplemente, sin tener en cuenta su posible valor permanente para uno mismo  o para otro ser humano más pobre.

 

Desarrollo y estructuras de pecado

El  manejo injusto de las posesiones que originariamente entregó Dios para el bien de todos, reflejan un mundo sometido a estructuras de pecado. Es éste un pensamiento cristiano, que tiene en cuenta la voluntad de Dios Creador, sus planes sobre los hombres, su justicia y misericordia. En el N° 36 de Sollicitudo rei socialis, Juan Pablo II afirma que no se puede llegar  fácilmente  a una comprensión profunda de la realidad que tenemos ante nuestros ojos sin dar un nombre a la raíz de los males que nos aquejan.   ¿A qué se refiere? El N° 37 lo termina con esta valiosa explicación:

la naturaleza real del mal al que nos enfrentamos en la cuestión del desarrollo de los pueblos; es un mal moral, fruto de muchos pecados que llevan a « estructuras de pecado ».

Las estructuras de pecado  se originan  en los pecados personales, y están vinculadas a actos concretos de las personas que refuerzan esas estructuras de pecado. Nuestros pecados personales construyen y sostienen esas estructuras.

Los seres humanos nos inclinamos a pensar en los pecados de los demás y no en los nuestros. Examinémonos, a ver si tenemos algo que ver con esos muchos pecados que llevan a « estructuras de pecado », especialmente en nuestra obligaciones de justicia con los demás.La misma encíclica Sollicitudo rei socialis en la nota 65 explica el pensamiento del Papa, como lo expresó en la exhortación apostólica Reconciliatio et paenitentia (2 de diciembre de 1984), 16:

 

« Ahora bien la Iglesia, cuando habla de situaciones de pecado o denuncia como pecados sociales determinadas situaciones o comportamientos colectivos de grupos sociales más o menos amplios, o hasta de enteras Naciones y bloques de Naciones, sabe y proclama que estos casos de pecado social son el fruto, la acumulación y la concentración de muchos pecados personales. Se trata de pecados muy personales de quien engendra, favorece o explota la iniquidad; de quien, pudiendo hacer algo por evitar, eliminar, o, al menos, limitar determinados males sociales, omite el hacerlo por pereza, miedo y encubrimiento, por complicidad solapada o por indiferencia; de quien busca refugio en la presunta imposibilidad de cambiar el mundo; y también de quien pretende eludir la fatiga y el sacrificio, alegando supuestas razones de orden superior. Por lo tanto, las verdaderas responsabilidades son de las personas. Una situación —como una institución, una estructura, una sociedad—no es, de suyo, sujeto de actos morales; por lo tanto, no puede ser buena o mala en sí misma » AAS 77 (1985), p. 217.

 

Fernando Díaz del Castillo Z.

Escríbanos a: reflexionesdsi@gmail.com


[1] Cf Erich Fromm, Escape from freedom, Avon Books,  Forward

[2] Me parece que la traducción española no es correcta, por eso la cambio levemente. El original latino dice: …nimia suae gentis studia,- non vere patriae caritas…

[3]Cf. Conc. Vat. II, Const. past. Gaudium et spes, 35: AAS (1966) 1053; Pablo VI, Discurso al Cuerpo diplomático, 7 enero 1965: AAS 57 (1965) 232; Enc. Populorum progressio, 14: AAS 59 (1967) 264. (L.J.Lebret, O.P., Dynamique cocrete du développment, P. 28)

 

[4] Ildefonso Camacho, Doctrina social de la Iglesia, una aproximación histórica, San Pablo, Pg 511

[5] Cf Ildefonso Camacho, doctrina social de la Iglesia, una aproximación histórica, San Pablo, Pg 511

[6] Esta cita de Juan Pablo II se refiere a las siguientes palabras del Gén, 4,26: También a Set le nació un hijo, al que puso por nombre Enós. Éste fue el primero en invocar el nombre del Señor (de Yahvé). La Biblia de Jerusalén anota que Las tradiciones “elohista” y “sacerdotal”  retrasan hasta Moisés, Ex 3,14; 6,2 ,la revelación del nombre divino.

[7]  Cf  Juan Pablo II, Laborem exercens, 4; Pablo VI, Populorum progressio, 15

[8]  Cf Pablo VI Populorum progressio, 42