Reflexión 158 -Juan Pablo II y Desarrollo Integral (5)

 

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¿Por qué y para qué la Sollicitudo rei socialis?

En la reflexión anterior continuamos nuestro estudio sobre el desarrollo integral de los pueblos en la D.S.I., como aparece en las encíclicas de Juan Pablo II Redemptor hominis (Redentor del hombre), y de manera particular, en Solicitudo rei socialis (La preocupación social de la Iglesia).

Al escribir la encíclica Sollicitudo rei socialis, Juan Pablo II tuvo dos obetivos: conmemorar los 20 años de la encíclica Populorum progressio de Pablo VI, sobre el desarrollo de los pueblos y afirmar la continuidad y la renovación de la D.S.I.; renovación necesaria,  para responder a los nuevos problemas surgidos de los cambios en el mundo. El Papa señala la necesidad de continuar una reflexión sobre la dimensión ética, moral, de los problemas del desarrollo, dejando al mismo tiempo claro, que la Iglesia no propone una reflexión basada en la técnica, sino desde la fe y la ética.

Vimos también que, el mensaje central de la encíclica Sollicitudo rei socialis es la necesidad de la solidaridad. La solidaridad se puede definir como  una determinación firme y perseverante de actuar por el bien común, es decir, ser solidario es  actuar por el bien de todos y de cada uno.

Para comprender la necesidad y la obligatoriedad de la solidaridad, reflexionamos también, la semana pasada, sobre su significado jurídico. ¿Significado jurídico de la solidaridad? Sí, es que todos estamos obligados a ser solidarios. ¿Por qué estamos obligados a ser solidarios? Porque hacemos parte de la humanidad, como seres humanos que somos. 

Repitamos la explicación sobre el significado jurídico de la solidaridad. La solidaridad entre los seres humanos es, como la que se exige en las obligaciones legales, en las que varias personas contraen una obligación “in solidum”;  es un término jurídico que significa que todas las personas que comparten solidariamente una obligación, deben responder por esa obligación y no sólo algunas de ellas. En una obligación contraída in solidum, todos tienen que responder.

 

Ser solidario es ser humano

 

Decíamos que, el hecho de  reconocerse humano implica la exigencia de la solidaridad. La solidaridad no es algo que puedo aceptar o no; es algo propio de nuestro ser como humanos. Ser solidario es ser humano. La solidaridad es una condición de vida, un estilo de vida, si se quiere; es la misma vida humana en su necesidad de crecer y realizarse, en palabras del P. Tony Mifsud. [1]

 

Según esto, no ser solidario es ser menos humano. La solidaridad nos obliga a todos. No nos podemos escudar en que ya otros son solidarios; es obligación de todos y cada uno de los que compartimos la naturaleza de seres humanos. Es una obligación que no podemos descargar en los demás. La solidaridad entre todos es un requisito de nuestra propia existencia; si no nos hacemos responsables de lo humano, corre peligro nuestra propia humanidad; nos condenamos a la autodestrucción. ¿No es acaso la falta de solidaridad generalizada, la que destruye a la sociedad?

 

La definición del ser humano es el fundamento de la obligatoriedad de la solidaridad. El individuo humano es un ser social: nace en una comunidad, crece en sociedad y se descubre a sí mismo junto a los demás. No podemos pensar en un ser humano sin referencia a otros: a una familia, a un grupo, de manera que la dimensión social del ser humano pertenece a la misma estructura humana. La naturaleza social es parte de la definición del ser humano.

 

El ser humano: individual y comunitario

 

 

Ahora bien, la solidaridad no destruye la individualidad del ser humano. A pesar de su íntima vocación comunitaria, el ser humano conserva su individualidad, no es parte de una masa amorfa, de un grupo de personas anónimas, que ni siquiera se reconocen. La comunidad humana está conformada por individuos con su propia personalidad y características. La persona humana es al mismo tiempo individuo y miembro de la sociedad. Es un individuo único, distinto a los demás, pero capaz de relacionarse con ellos.

 

No se puede rechazar ni la individualidad de las personas ni su naturaleza comunitaria. Si se tiene en cuenta sólo la individualidad de las personas, se reduce la sociedad a una simple suma de individuos, disgregados, en la cual cada persona ignora a los demás y se ocupa sólo de sus propios intereses. Eso sucede en las sociedades marcadas por el individualismo, que es una de las características del liberalismo económico.  Por el contrario, si se tiene en cuenta sólo la totalidad de los individuos, sin considerar la individualidad, -es decir de la persona libre e independiente, – se cae en el otro extremo, el colectivismo, que  reduce a los individuos a números, a masas de rostros sin nombres. Es lo que pasa en los países comunistas, que son colectivistas.

 

Continuemos este repaso repitiendo una interesante reflexión del P. Mifsud sobre nuestra característica de seres individuales y comunitarios.

 

El ser humano en permanente diálogo

 

En nosotros como seres humanos, viven en diálogo nuestro ser individual y nuestro ser comunitario. Si cortamos nuestra relación con la comunidad nos hacemos daño, quedamos solos, aislados, sin posibilidad de que otros nos den una mano y de darla nosotros. Al aceptar nuestra naturaleza, tanto individual como comunitaria, comprendemos que somos individuos, e.d personas independientes y al mismo tiempo, también miembros de una comunidad. Entendemos la comunidad como un conjunto de personas que se saben y sienten responsables de los demás. Dice el P. Mifsud: Un individuo sin comunidad es la destrucción del ser humano, (y) una totalidad social (una comunidad) sin individuos  es la destrucción de la sociedad humana.

 

Tengamos esta consideración en cuenta en nuestra vida diaria. No dejemos estas ideas en la teoría. En nuestro barrio tenemos obligaciones con la comunidad a la que pertenecemos. No pretendamos delegar nuestra obligación en los mismos de siempre, que asumen el trabajo comunitario; los que trabajan por todos en la Junta de Acción Comunal o en asociaciones semejantes. Las obligaciones no se pueden delegar.

 

Terminemos el repaso con algunas de las ideas de Juan Pablo II sobre la solidaridad. Nos dejan claros algunos elementos esenciales, acerca de la solidaridad y su relación con el desarrollo:

 

Para que el desarrollo sea de verdad desarrollo

 

    Un requisito para poner en práctica la solidaridad es reconocer que el otro es una persona humana como nosotros. (Si no consideramos al otro igual a nosotros, que sufre y goza como nosotros, será más difícil ser solidarios, si la solidaridad exige un esfuerzo). Podemos añadir que si reconocemos que el otro es una persona humana como nosotros, entenderemos el fundamento de la Regla de Oro que encontramos en Mateo 7, 12.[2]

 

      Los poderosos tienen que sentirse responsables de los más débiles, dispuestos a compartir con ellos lo que poseen.

 

   Los débiles no deben adoptar una actitud meramente pasiva o      destructiva del tejido social y, al reivindicar sus derechos, deben realizar lo que les corresponde, para el bien de todos. A todos nos toca alguna tarea en nuestra comunidad, que debemos hacer.

 

   No se debe insistir con egoísmo sólo en nuestros intereses    particulares, sino que se deben respetar los derechos de los demás ((N° 39).

 

        (…) las Naciones más fuertes y más dotadas deben sentirse moralmente responsables de las otras, con el fin de instaurar un verdadero sistema internacional que se base en la igualdad de todos los pueblos y en el debido respeto de sus legítimas diferencias.

        La paz es fruto de la solidaridad  porque la paz verdadera exige la    realización de la justicia y, la pedagogía solidaria favorece la convivencia, nos enseña a vivir unidos para  construir juntos una sociedad nueva. (Qué maravillosa es la solidaridad: si nuestra comunidad es solidaria, sin duda allí reinará  la convivencia, sin problemas entre vecinos, y al aprender a vivir unidos estaremos preparados para construir una sociedad nueva, en paz, e.d. si somos solidarios estaremos en el camino de ayudar en la construcción del Reino de Dios).

 

   La fuente de la solidaridad es la caridad, porque de esta manera el  prójimo no es solamente un ser humano con sus derechos y su igualdad fundamental con todos, sino que se convierte en la imagen viva de Dios Padre. Sobre esta idea, basada en el Evangelio volveremos enseguida.

 

El modelo de unidad del género humano

 

Según la D.S.I. la solidaridad no es sólo una actitud ética; como lo hemos visto en el estudio de la encíclica Sollicitudo rei socialis, la solidaridad es también una virtud cristiana (39-40). Su fundamento es de una solidez inamovible. Como leímos en el N° 40 de la encíclica, en palabras de Juan Pablo II, a la luz de la fe, el prójimo no es solamente un ser humano con sus derechos y su igualdad fundamental  con todos, – como puede rezar la Constitución de un país;[3] sino que se convierte en la imagen viva de Dios Padre, rescatada por la sangre de Jesucristo y puesta bajo la acción permanente del Espíritu Santo.

Añade el Papa que Más allá de los vínculos humanos y naturales, tan fuertes y profundos, a la luz de la fe se percibe un nuevo modelo de unidad del género humano, en el que en última instancia, debe inspirarse la solidaridad.

Nos enseña la doctrina católica,  que el nuevo modelo de la unión del género humano, es nada menos que la unión, – la comunión, – que existe entre las tres personas de la Santísima Trinidad. Vaya, ¡qué modelo!

La solidaridad no sólo se funda en argumentos naturales

 

La solidaridad como una obligación, entonces, no sólo tiene fundamentos jurídicos, como las obligaciones contraídas de modo solidario, ni sólo fundamentos naturales, por pertenecer todos al género humano, sino que tiene fundamentos sobrenaturales, como el ser todos hijos de Dios, creados a imagen y semejanza suya.

También en la encíclica Sollicitudo rei socialis aprendimos que la solidaridad es, para el cristiano, una tarea ineludible. El cristiano como miembro de la Iglesia, Pueblo de Dios y Cuerpo Místico de Cristo, tiene como misión ser en el mundo un signo de la íntima unión de la Trinidad y de todo el género humano (SRS  31 y 40, Lumen gentium, 1). Ser signo de la Trinidad, representarla en el mundo como es, no lo podemos hacer si no nos llenamos de caridad, porque Dios es Amor. Yendo a la vida práctica, vimos que colaborar en las asociaciones que buscan el bien de la comunidad en que vivimos es una expresión de solidaridad.

 

Para lograr un desarrollo integral y solidario

La D.S.I. considera tres campos o tres condiciones, en que es necesario trabajar, para lograr un desarrollo integral y solidario.  Juan Pablo II trata este punto especialmente en el N° 33 de Sollicitudo rei socialis.

El primer campo es el de las relaciones entre los hombres y entre los pueblos. Dice el Santo Padre: No sería verdaderamente digno del hombre un tipo de desarrollo que no respetara y promoviera los derechos humanos, personales y sociales, económicos y políticos, incluidos los derechos de las Naciones y de los pueblos. Y aclara enseguida el alcance de esta afirmación: destaca primero la contradicción intrínseca de un desarrollo que fuera solamente económico. Éste subordina fácilmente la persona humana y sus necesidades más profundas a las exigencias de la planificación económica o de la ganancia exclusiva.

De manera que un desarrollo que se redujera únicamente al crecimiento económico, estaría por lo menos desinteresado en la promoción de los derechos humanos, personales y sociales. Allí primaría el individualismo y se olvidaría de los demás, de la comunidad.

 

No es suficiente la abundancia de bienes materiales para que haya desarrollo

Y señala el Papa el carácter moral de la conexión entre desarrollo auténtico y el respeto de los derechos del hombre, al afirmar que la verdadera elevación,- la verdadera dignidad – del hombre no se alcanza explotando solamente la abundancia de bienes y servicios, o disponiendo de infraestructuras perfectas.

Basados en esta consideración afirmamos en otro programa, que los países desarrollados no se pueden considerar como tales por solo su progreso material. El Papa señala más específicamente ese progreso material, caracterizado por la abundancia de bienes y servicios y por disponer de infraestructuras perfectas.

 

Un desarrollo insatisfactorio y a larga despreciable

Qué les falta a esas sociedades aparentemente desarrolladas, nos lo aclara Juan Pablo II en el mismo N°33. Dice:

Cuando los individuos y las comunidades no ven rigurosamente respetadas las exigencias morales, culturales y espirituales fundadas sobre la dignidad de la persona y sobre la identidad propia de cada comunidad, comenzando por la familia y las sociedades religiosas, todo lo demás —disponibilidad de bienes, abundancia de recursos técnicos aplicados a la vida diaria, un cierto nivel de bienestar material— resultará insatisfactorio y, a la larga, despreciable. Lo dice claramente el Señor en el Evangelio, llamando la atención de todos sobre la verdadera jerarquía de valores: « ¿De qué le servirá al hombre ganar el mundo entero, si arruina su vida? » (Mt 16, 26).

Si la disponibilidad de bienes, abundancia de recursos técnicos aplicados a la vida diaria y un cierto nivel de bienestar material no son suficientes para el verdadero desarrollo, ¿qué más se requiere para que esté de acuerdo con las exigencias propias del ser humano? Juan Pablo II nos lo enseña.

 

 

Derecho de todos a utilizar los beneficios de la ciencia y de la técnica

 

En primer lugar, nos dice que cuantos intervienen directamente en el proceso de desarrollo y son sus responsables, deben actuar con viva conciencia del valor de los derechos de todos y de cada uno así como de la necesidad de respetar el derecho de cada uno  a la utilización plena de los beneficios ofrecidos por la ciencia y la técnica.Es una doctrina muy interesante: los responsables del desarrollo deben tener una viva conciencia de los derechos de todos; dentro de los derechos de todos está el de la utilización plena de los beneficios ofrecidos por la ciencia y la técnica. Es un derecho de todos y de cada uno, la utilización de los beneficios de la ciencia y de la técnica, en palabras de Juan Pablo II en Sollicitudo rei socialis.

Observemos cómo esta doctrina de Juan Pablo II sobre el derecho de todos, a la utilización plena de los beneficios ofrecidos por la ciencia y la técnica, es una elaboración de la doctrina social de Pío XII, para quien, la clave de la D.S.I. es la concepción de la persona humana, al servicio de la cual tienen que estar tanto los sistemas económicos, como las instituciones sociales y los regímenes políticos. [4]

 

El principio general del uso de los bienes materiales al alcance de todos

 

En el inolvidable radiomensaje llamado La solennità, del día de Pentecostés de 1941, en el cincuentenario de la encíclica Rerum novarum, expuso Pío XII la doctrina católica sobre algunos valores fundamentales de la vida social. Entre ellos señaló el uso de los bienes materiales: el derecho originario al que se subordinan la propiedad y el comercio, el papel del Estado, la economía y la distribución de la riqueza. Dejó así el Papa afirmada de manera clara, la prioridad absoluta del destino común de todos los bienes creados. Fue un gran avance. Antes se había aclarado la doctrina sobre el derecho a la propiedad privada. Pío XII afirma el principio general del uso de los bienes materiales al alcance de todos.[5]

Volvamos a Juan Pablo II y su encíclica Sollicitudo rei socialis. Vimos que el verdadro desarrollo debe respetar los derechos de todos y de cada uno así como  el derecho de cada uno a la utilización plena de los beneficios ofrecidos por la ciencia y la técnica. Esto tiene implicaciones en las políticas de trabajo, de salud, de educación; el Estado, que  se supone vela por el bien común, debe también poner los medios para que los beneficios de la ciencia y de la técnica sean derechos al alcance de todos.

 

Derecho individual y también de los grupos y los pueblos

 

Según Juan Pablo II, el respeto de los derechos de todos no se refiere sólo a los derechos individuales sino a los derechos de los grupos y de los pueblos. El desarrollo debe respetar los derechos del grupo primario, que es la familia.

El alcance de esta doctrina es grande; según ella, el desarrollo  debe respetar no sólo los derechos de los individuos y de la  familia, sino que debe tener  en cuenta el respeto a la identidad de los pueblos y a su libre iniciativa, y no sólo en el campo económico, sino también en el político y en el cultural. Este último, – el cultural, – se considera uno de los derechos básicos del desarrollo.

Leamos unas líneas del N° 33 de Sollicitudo rei socialis. Los invito a leerlo  completo en privado.

No sería verdaderamente digno del hombre un tipo de desarrollo que no respetara y promoviera los derechos humanos, personales y sociales, económicos y políticos, incluidos los derechos de las Naciones y de los pueblos.

En el orden interno de cada Nación, es muy importante que sean respetados todos  los derechos de la familia, como comunidad social básica o « célula de la sociedad »; la justicia en las relaciones laborales; los derechos concernientes a la vida de la comunidad política en cuanto tal, así como los basados en la vocación trascendente del ser humano, empezando por el derecho a la libertad de profesar y practicar el propio credo religioso.

 

Derechos de las Naciones y a sentarse todos a la mesa del banquete común

 

Sobre los derechos de las Naciones y de los pueblos, en el ámbito internacional, dice Juan Pablo II:

 

En el orden internacional, o sea, en las relaciones entre los Estados o, según el lenguaje corriente, entre los diversos « mundos », es necesario el pleno respeto de la identidad de cada pueblo, con sus características históricas y culturales. Es indispensable además, como ya pedía la Encíclica Populorum progressio que se reconozca a cada pueblo igual derecho a « sentarse a la mesa del banquete común »,[6] en lugar de yacer a la puerta como Lázaro, mientras « los perros vienen y lamen las llagas » (cf. Lc 16, 21). Tanto los pueblos como las personas individualmente deben disfrutar de una igualdad fundamental [7] sobre la que se basa, por ejemplo, la Carta de la Organización de las Naciones Unidas: igualdad que es el fundamento del derecho de todos a la participación en el proceso de desarrollo pleno. Para ser tal, el desarrollo debe realizarse en el marco de la solidaridad y de la libertad, sin sacrificar nunca la una a la otra bajo ningún pretexto.

El carácter moral del desarrollo y la necesidad de promoverlo son exaltados cuando se respetan rigurosamente todas las exigencias derivadas del orden de la verdad y del bien propios de la creatura humana. El cristiano, además, educado a ver en el hombre la imagen de Dios, llamado a la participación de la verdad y del bien que es Dios mismo, no comprende un empeño por el desarrollo y su realización sin la observancia y el respeto de la dignidad única de esta « imagen ». En otras palabras, el verdadero desarrollo debe fundarse en el amor a Dios y al prójimo, y favorecer las relaciones entre los individuos y las sociedades. Esta es la « civilización del amor », de la que hablaba con frecuencia el Papa Pablo VI.

Nos falta el tercer requisito para que el desarrollo sea auténtico; se refiere a las relaciones hombre-naturaleza. Lo veremos en la próxima reflexión.


[1] Cf Tony Mifsud, opus cit, Pg 256

[2] (…) todo cuanto queráis que os hagan los hombres, hacédselo también vovotros a ellos; porque ésta es la Ley y los profetas.

[3] El artículo 13 de la Constitución de Colombia dice: Todas las personas nacen libres e iguales ante la ley, recibirán la misma protección y trato de las autoridades y gozarán de los mismos derechos, libertades y oportunidades sin ninguna discriminación por razones de sexo, raza, origen nacional o familiar, lengua, religión, opinión política o filosófica. – El Estado promoverá las condiciones para que la igualdad sea real y efectiva y adoptará las medidas a favor de grupos discriminados o marginados. – El Estado protegerá especialmente a aquellas personas que por sus condiciones económica, física o mental, se encuentren en circunstanciias de debilidad manifiesta y sancionará los abusos o maltratos que contra ellas se cometan.

[4] Cf Ildefonso Camacho, Doctrina social de la Iglesia, una aproximación histórica, La Doctrina Social de Pío XII, Pg 197

[5] Ibid Pg 195

[6] Cf. Carta Encíc. Populorum Progressio, 47: l.c., p. 280: «… un mundo donde la libertad no sea una palabra vana y donde el pobre Lázaro pueda sentarse a la misma mesa que el rico».

[7] Cf. Ibid., 47: l.c., p. 280: « Se trata de construir un mundo donde todo hombre, sin excepcion de raza, religión o nacionalidad, pueda vivir una vida plenamente humana, emancipado de las servidumbres que le vienen de la parte de los hombres … », cf. también Conc. Ecum. Vatic. II, Const. past Gaudium et spes, sobre la Iglesia en el mundo actual, 29. Esta igualdad fundamental es uno de los motivos básicos por los que la Iglesia se ha opuesto siempre a toda forma de racismo.