Reflexión 174 – Caritas in veritate (12)

 

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Compromiso con la justicia y el bien común

 

En el programa pasado terminamos de estudiar el N° 6 de la encíclica Caritas in veritate, en el cual el Santo Padre nos enseña que la caridad en la verdad es el principio sobre el que gira la doctrina social de la Iglesia, un principio que adquiere forma práctica en los criterios que orientan nuestra conducta. Dice allí el Papa que desea recordar particularmente dos de esos principios, requeridos de manera especial por el compromiso para el desarrollo en una sociedad en vías de globalización: la justicia y el bien común. Y reflexionams sobre la justicia, de la que Pablo VI dijo que era la medida mínima de la caridad, lo cual significa que si la caridad no va acompañada de la justicia, si no cumple con esa medida mínima, no hay caridad.

 

Benedicto XVI dice en la encíclica Caritas in veritate, en el N° 6, que amar es dar, ofrecer de lo «mío» al otro; pero el amar nunca carece de justicia, la cual lleva a dar al otro lo que es «suyo», lo que le corresponde en virtud de su ser y de su obrar. No puedo «dar» al otro de lo mío sin haberle dado en primer lugar lo que en justicia le corresponde. Quien ama con caridad a los demás, es ante todo justo con ellos.

En el N° 7 de Caritas in veritate  el Santo Padre liga la justicia y el amor al principio del bien común.

 

De este principio del bien común trata el Compendio de la DSI del N° 164 al 171 y lo divide en tres puntos: el significado y las aplicaciones principales del concepto bien común, la responsabilidad de todos por el bien común y las tareas de la comunidad política.

 

Vamos a procurar integrar las enseñanzas de la encíclica y las del Compendio de la DSI. Los que tengan el libro del Compendio podrían poner una anotación en el comienzo del N° 164 para recordar que Caritas in veritate trata sobre el bien común en el N° 7. Leamos el N° 7, que es muy claro; creo que más que explicaciones del contenido de este número, lo que necesitamos es reflexionar sobre su mensaje y repetir algunas frases para que las comprendamos bien y si es posible se nos graben.  Primero leamos el N° 7 completo.

 

 

El bien común es el bien de ese «todos nosotros»

 

 

1.     Hay que tener también en gran consideración el bien común. Amar a alguien es querer su bien y trabajar eficazmente por él. Junto al bien individual, hay un bien relacionado con el vivir social de las personas: el bien común. Es el bien de ese «todos nosotros», formado por individuos, familias y grupos intermedios que se unen en comunidad social.[1] No es un bien que se busca por sí mismo, sino para las personas que forman parte de la comunidad social, y que sólo en ella pueden conseguir su bien realmente y de modo más eficaz. Desear el bien común y esforzarse por él es exigencia de justicia y caridad. Trabajar por el bien común es cuidar, por un lado, y utilizar, por otro, ese conjunto de instituciones que estructuran jurídica, civil, política y culturalmente la vida social, que se configura así como pólis, como ciudad. Se ama al prójimo tanto más eficazmente, cuanto más se trabaja por un bien común que responda también a sus necesidades reales. Todo cristiano está llamado a esta caridad, según su vocación y sus posibilidades de incidir en la pólis. Ésta es la vía institucional —también política, podríamos decir— de la caridad, no menos cualificada e incisiva de lo que pueda ser la caridad que encuentra directamente al prójimo fuera de las mediaciones institucionales de la pólis. El compromiso por el bien común, cuando está inspirado por la caridad, tiene una valencia superior al compromiso meramente secular y político. Como todo compromiso en favor de la justicia, forma parte de ese testimonio de la caridad divina que, actuando en el tiempo, prepara lo eterno.

 

La acción del hombre sobre la tierra, cuando está inspirada y sustentada por la caridad, contribuye a la edificación de esa ciudad de Dios universal hacia la cual avanza la historia de la familia humana. En una sociedad en vías de globalización, el bien común y el esfuerzo por él, han de abarcar necesariamente a toda la familia humana, es decir, a la comunidad de los pueblos y naciones[2], dando así forma de unidad y de paz a la ciudad del hombre, y haciéndola en cierta medida una anticipación que prefigura la ciudad de Dios sin barreras.

 

 

Querer el bien de alguien y trabajar eficazmente por él

 

 

El Papa define en este número algunos conceptos claves: si nos preguntamos qué es amar a alguien, él nos responde: Amar a alguien es querer su bien y trabajar eficazmente por él. Una vez más encontramos la exhortación a amar de verdad, a que el amor no se reduzca a un amar sólo de palabra, a un sentimiento vago y pasivo. Repetimos con frecuencia que obras son amores, que no vanas razones, pero no siempre somos coherentes. Nos ha enseñado Benedicto XVI que el amor tiene que ir acompañado, primero, por la justicia, por dar a los demás lo que les corresponde. La justicia es «inseparable de la caridad», intrínseca a ella. Ahora añade el Papa que el amor tiene dos elementos: querer el bien de alguien y trabajar eficazmente por él. El amor verdadero no se puede quedar en suspiros y buenas intenciones, hay que trabajar eficazmente por el bien del otro, se entiende que según las posibilidades de cada uno.

 

El Papa avanza, para explicarnos que el amor cristiano es amplio, no se queda en amar a los más cercanos solamente y dice que el trabajar por el bien del otro se extiende, porque, Junto al bien individual, hay un bien relacionado con el vivir social de las personas: el bien común. Es el bien de ese «todos nosotros», formado por individuos, familias y grupos intermedios que se unen en comunidad social.

 

No caben la indiferencia ni el egoísmo frente a la comunidad, frente a la sociedad, si queremos amar de verdad. Como cristianos no es suficiente que trabajemos sólo por el bien individual propio o de nuestros allegados, tenemos que trabajar por el bien común, que es  el bien de ese «todos nosotros», formado por individuos, familias y grupos intermedios que se unen en comunidad social. Es el bien de la sociedad.

 

Nada más alejado del cristianismo que el individualismo.

 

Jesús formó una pequeña comunidad con sus discípulos y les enseñó la norma de normas, la ley esencial, que es la del amor que va hasta el extremo de dar la vida. La comunidad cristiana que nos describen los Hechos de los Apóstoles, en el comienzo de la Iglesia, era una comunidad de amor, solidaria, unida y no sólo de palabra. Recordemos la colecta voluntaria que Pablo promovió para los pobres de Jerusalén, como lo leemos en los capítulos 8 y 9 de la segunda carta a los Corintios.

 

Después de afirmar que Amar a alguien es querer su bien y trabajar eficazmente por él, el Papa nos enseñó que  Junto al bien individual que se quiere para quien se ama, también hay unos bienes por los que se trabaja para la comunidad que se ama, se trata del bien del que dice el Papa que está relacionado con el vivir social de las personas: el que llamamos “bien común”. Es el bien de ese «todos nosotros», formado por individuos, familias y grupos intermedios que se unen en comunidad social. Explica la encíclica Caritas in veritate, que el bien de la comunidad por el que debemos trabajar

 

No es un bien que se busca por sí mismo, sino para las personas que forman parte de la comunidad social, y que sólo en ella pueden conseguir su bien realmente y de modo más eficaz. Desear el bien común y esforzarse por él es exigencia de justicia y caridad.

   

La justicia y la caridad nos exigen que nos esforcemos por el bien común, porque hay muchas cosas que sólo se consiguen con la unión de los individuos, de las familias que conforman la comunidad. Por eso se forman las Juntas de Acción Comunal, las ‘Mingas’, las cooperativas. Muchas de esas cosas las necesita la comunidad en justicia y en caridad.

Cuidar y utilizar las instituciones de la sociedad que la conforman como ‘polis’

 

En este momento que vive Colombia y también otros países que tienen elecciones pronto, leamos con especial cuidado la refexión que a continuación nos hace Benedicto XVI sobre el bien común:

 

Trabajar por el bien común es cuidar, por un lado, y utilizar, por otro, ese conjunto de instituciones que estructuran jurídica, civil, política y culturalmente la vida social, que se configura así como pólis, como ciudad.

 

Si nos preguntamos cómo podemos trabajar por el bien común, sin duda pensamos en las obras públicas por las que con esmero trabajan algunas comunidades, y muy especialmente las comunidades rurales que dedican su esfuerzo a construir escuelas, caminos, parques, acueductos. Son ejemplos válidos y dignos de elogio. Hay otra clase de bien común que quizás no tenemos muy en cuenta; el Papa nos habla del cuidado, por una parte y de la utilización, por otra, de ese conjunto de instituciones que estructuran jurídica, civil, política y culturalmente la vida social, que se configura así como pólis, como ciudad.   

 

Tenemos pues que trabajar con esmero por las instituciones que hacen que nuestra ciudad, que nuestro país, se configuren jurídica, civil, política y culturalmente. Más adelante el Papa explica qué pretendemos con el cuidado y la utilización de las instituciones que conforman nuestra sociedad, cuando añade que

 

 La acción del hombre sobre la tierra, cuando está inspirada y sustentada por la caridad, contribuye a la edificación de esa ciudad de Dios universal hacia la cual avanza la historia de la familia humana.

 

Cuando la política tiene la oportunidad de manifestarse por el voto, en los países donde es posible ejercer ese derecho, las voluntades se polarizan y también las inteligencias, que sólo comprenden las razones o los argumentos de los candidatos de su preferencia. Si ellos son realmente los que convienen al bien común se ignora, frente a las simpatías o antipatías personales. No podemos olvidar que nuestra acción política debe estar inspirada por la caridad, para contribuir a la edificación de la ciudad de Dios, la polis, esa ciudad para el hombre, como Dios la quiere.

La vía política de la caridad

 

Benedicto XVI nos enseña que no nos podemos limitar a la caridad individual; que la sociedad, que el bien común, deben ser objeto de nuestra caridad. Por eso las palabras:

 

Todo cristiano está llamado a esta caridad, según su vocación y sus posibilidades de incidir en la pólis. Ésta es la vía institucional —también política, podríamos decir— de la caridad, no menos cualificada e incisiva de lo que pueda ser la caridad que encuentra directamente al prójimo fuera de las mediaciones institucionales de la pólis. Se ama al prójimo tanto más eficazmente, cuanto más se trabaja por un bien común que responda también a sus necesidades reales.

 

El mundo globalizado nuestra patria común: anticipación que prefigura la ciudad de Dios sin barreras.

 

 

Benedicto XVI tiene en cuenta que se dirige a todo el mundo, no sólo a una comunidad particular; por eso nos habla del mundo globalizado o en vías de globalización al que debe extenderse la caridad. Se trata de un bien común universal. Volvamos a leer las líneas de Caritas in veritate, en las que habla bellamente del mundo como nuestra patria común:

 

Como todo compromiso en favor de la justicia, (el compromiso por el bien común, cuando está inspirado por la caridad) forma parte de ese testimonio de la caridad divina que, actuando en el tiempo, prepara lo eterno. La acción del hombre sobre la tierra, cuando está inspirada y sustentada por la caridad, contribuye a la edificación de esa ciudad de Dios universal hacia la cual avanza la historia de la familia humana. En una sociedad en vías de globalización, el bien común y el esfuerzo por él, han de abarcar necesariamente a toda la familia humana, es decir, a la comunidad de los pueblos y naciones[3], dando así forma de unidad y de paz a la ciudad del hombre, y haciéndola en cierta medida una anticipación que prefigura la ciudad de Dios sin barreras.

 

 

Cuando el compromiso por el bien común tiene un valor superior al compromiso político

 

 

Según nos enseña Benedicto XVI en Caritas in veritate, en nuestras decisiones políticas, cuando nuestro compromiso por el bien común está inspirado por la caridad y no se inspira simplemente en ideologías o intereses personales, el  compromiso por el bien común adquiere un valor  superior al compromiso meramente secular y político.

 

La lectura de las enseñanzas del Compendio de la DSI sobre el bien común nos complementa las de Benedicto XVI en Caritas in veritate. Dice el Compendio en el N° 165:

 

Una sociedad que, en todos sus niveles, quiere positivamente estar al servicio del ser humano es aquella que se propone como meta prioritaria el bien común, en cuanto bien de todos los hombres y de todo el hombre.[4] La persona no puede encontrar realización sólo en sí misma, es decir, prescindir de su ser «con» y «para» los demás. Esta verdad le impone no una simple convivencia en los diversos niveles de la vida social y relacional, sino también la búsqueda incesante, de manera práctica y no sólo ideal, del bien, es decir, del sentido y de la verdad que se encuentran en las formas de vida social existentes. Ninguna forma expresiva de la sociabilidad —desde la familia, pasando por el grupo social intermedio, la asociación, la empresa de carácter económico, la ciudad, la región, el Estado, hasta la misma comunidad de los pueblos y de las Naciones— puede eludir la cuestión acerca del propio bien común, que es constitutivo de su significado y auténtica razón de ser de su misma subsistencia.[5]

 

Si una sociedad, entendiendo por tal desde la familia, que es su célula vital, pasando por todos los grupos sociales intermedios, como las comunidades locales, las sociedades, las empresas, la ciudad, la región, el Estado, la comunidad de los pueblos y de las Naciones, y allí entran la OEA, la comunidad Andina, UNISUR, la comunidad europea de naciones, la ONU, todas, si de verdad quieren estar al servicio del ser humano, se deben proponer como meta prioritaria el bien común, en cuanto bien de todos los hombres y de todo el hombre. Esa es su razón de ser.

 

Ya en otras oportunidades hemos visto que según la fe cristiana, el ser humano es social por naturaleza, como imagen de Dios, UNO y TRINO. Ahora la DSI nos enseña de nuevo que La persona no puede encontrar realización sólo en sí misma, es decir, prescindir de su ser « con » y « para » los demás.

 

Implicaciones prácticas de la naturaleza social del ser humano

 

La concepción cristiana del ser humano, de ser sociable por naturaleza, tiene implicaciones prácticas en la búsqueda del bien común, tanto en la vida comunitaria de los pequeños grupos pequeños como la familia y los vecinos, como en la vida de las grandes comunidades como son la ciudad, el país, el mundo globalizado.

 

Veamos ejemplos prácticos de nuestras pequeñas comunidades: se irrespeta el bien común como el derecho al descanso , con comportamientos que parecen sin importancia, como es el escuchar música a altísimo volumen, pitar para que le abran la puerta a cualquier hora del día o de la noche, sin importar cuánto moleste a los vecinos, el desaseo de las calles y el daño a los bienes públicos, a veces objetos preferidos de ciertos vándalos. La conducción de vehícuos en Bogotá es caótica y se ignora los derechos de los demás; a mucha gente no le importa obstruir las bocacalles cuando el flujo vehicular se detiene e impide así el paso de los demás. Son innumerables las conductas que ignoran la obligación de trabajar por el bien común.

 

Tenemos que llevar a la vida real la aceptación de la necesidad de buscar de modo incesante el bien común; que no se quede en simples deseos, en la teoría ni únicamente aplicada a los grandes temas de la humanidad. Nos engañamos a nosotros mismos si no aterrizamos en la vida de todos los días, en lugares donde vivimos, por donde nos movemos, en donde desarrollamos nuestras actividades. Y no pensemos sólo en nuestras necesidades personales; demos campo a las necesidades de los demás.

 

La semana entrante, si Dios quiere, volveremos sobre el bien común y la política.

 

Fernando Díaz del Castillo Z.

Escríbanos a: reflexionesdsi@gmail.com


[1] Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Const. past. Gaudium et spes, sobre la Iglesia en el mundo actual, 26.

[2] Cf. Juan XXIII, Carta enc. Pacem in terris (11 abril 1963): AAS 55 (1963), 268-270.

[3] Cf. Juan XXIII, Carta enc. Pacem in terris (11 abril 1963): AAS 55 (1963), 268-270.

[4] Cf. Catecismo de la Iglesia Católica, 1912.

[5] Cf. Juan XXIII, Carta enc. Pacem in terris: AAS 55 (1963) 272.

Reflexión 173 – Caritas in veritate (11)

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¿Qué quiere decir pasar de objetos a sujetos del amor de Dios?

 

 

Vamos a leer y comentar la última parte del N° 5 de la encíclica Caritas in veritate. Dice la encíclica:

Los hombres, destinatarios del amor de Dios, se convierten en sujetos de caridad, llamados a hacerse ellos mismos instrumentos de la gracia para difundir la caridad de Dios y para tejer redes de caridad.

De manera que, somos los seres humanos primero, objetos del amor de Dios; Él nos amó primero; de Él recibimos la llama del amor y una vez recibido, nos debemos convertir, de objetos de su amor, en sujetos de su amor, es decir de ser receptores, debemos pasar a ser transmisores de ese fuego que es la caridad, por lo tanto ser instrumentos de la gracia. Una bella imagen de esa dinámica del amor cristiano puede ser la que nos transmite la ceremonia de la Vigilia Pascual: el cirio Pascual, figura de Cristo, va comunicando su llama y su luz a los cirios de los fieles y se va formando una red de luces a medida que los fieles encienden los cirios de sus vecinos y el templo, que estaba a oscuras, se va iluminando con el paso de la luz de Cristo.

Es una bellísima imagen de la vocación a que estamos llamados los cristianos: Cristo es amor y es verdad, es fuego y es luz. Nuestro amor debe estar iluminado por la verdad y se debe difundir en redes que calienten e iluminen al mundo. Nuestra presencia, donde estemos, debe transmitir luz y fuego, es decir verdad y amor.

 

En una red viva ser enlaces con Dios, con los seres humanos y con la naturaleza

Somos enlaces vivos en una red de relaciones que nos unen a Dios nuestro Creador, a Jesucristo en el Espíritu Santo, a nuestros hermanos los seres humanos y a la naturaleza, regalo del Creador. Si seguimos las trazas de esta red, podemos descubrir que por ellas circula vida, si las alimenta el amor, y que las uniones de esa red se deterioran y pueden llegar a rompers si falta el amor.   

La DSI no es invento de eruditos; se origina en la dinámica de la caridad recibida de Dios y de los demás y transmitida por nosotros, como expresa la encíclica al decir que la DSI Es «caritas in veritate in re sociali», anuncio de la verdad del amor de Cristo en la sociedad; en otras palabras, la DSI es la proclamación, en la sociedad, de la verdad del amor de Cristo.[1]   

Añade enseguida la encíclica que la DSI es servicio de la caridad, pero en la verdad. La verdad preserva y expresa la fuerza liberadora de la caridad en los acontecimientos siempre nuevos de la historia. Ya hemos estudiado en otro momento, que la DSI es siempre antigua y siempre nueva; en palabras del Compendio de la DSI, en el N° 85

Orientada por la luz perenne del Evangelio y constantemente atenta a la evolución de la sociedad, la doctrina social de la Iglesia se caracteriza por la continuidad y por la renovación. [2] 

(…) en su constante atención a la historia, dejándose interpelar por los eventos que en ella se producen, la doctrina social de la Iglesia manifiesta una capacidad de renovación continua. La firmeza en los principios no la convierte en un sistema rígido de enseñanzas, es, más bien, un Magisterio en condiciones de abrirse a las cosas nuevas, sin diluirse en ellas: una enseñanza / « sometida a las necesarias y oportunas adaptaciones sugeridas por la variación de las condiciones históricas así como por el constante flujo de los acontecimientos en que se mueve la vida de los hombres y de las sociedades »[3]

 

Sinergia de la fe y la razón

 

Avancemos un paso más en nuestra comprensión de la encíclica Caritas in veritate. Afirma Benedicto XVI, que la verdad de la DSI Es al mismo tiempo verdad de la fe y de la razón, en la distinción y la sinergia a la vez  de los dos ámbitos cognitivos. Más adelante vamos a comentar qué se entiende por sinergia. También hemos estudiado ya en el Compendio de la DSI, en los N°72ss, donde trata sobre la naturaleza de la DSI, que la conocemos gracias a la fe y a la razón. Dice allí que

La fe y la razón constituyen las dos vías cognoscitivas de la doctrina social, siendo dos las fuentes de las que se nutre: la Revelación y la naturaleza humana. El conocimiento de fe comprende y dirige la vida del hombre a la luz del misterio histórico-salvífico, del revelarse y donarse de Dios en Cristo por nosotros los hombres. La inteligencia de la fe incluye la razón, mediante la cual ésta, dentro de sus límites, explica y comprende la verdad revelada y la integra con la verdad de la naturaleza humana, según el proyecto divino expresado por la creación, es decir, la verdad integral de la persona en cuanto ser espiritual y corpóreo, en relación con Dios, con los demás seres humanos y con las demás criaturas.

Aclaremos qué se entiende por sinergia. Se da sinergia entre dos elementos o dos fuerzas, en este caso entre la fe y la razón, cuando sumadas generan un producto mayor o mejor del que puede producir cada elemento por separado. La DSI la conocemos por la fe y por la razón; por medio de lo que nos enseña la revelación y por lo que nuestra razón lee en el libro abierto que es la naturaleza. Los dos caminos del conocimiento, el de la fe y el de la razón, se complementan y su producto, el conocimiento de la DSI, es superior al que se puede adquirir sólo por la fe o sólo por la razón. El conocimiento que tenemos por la fe comprende y dirige nuestra vida a la luz del misterio de la historia de la salvación; la razón, dentro de sus límites, comprende y explica la verdad revelada y la integra con la verdad que la creación misma (la naturaleza) nos enseña sobre el proyecto divino.

 

 

Continuemos con la última parte del N° 5 de la encíclica Caritas in veritate. Con las reflexiones que acabamos de hacer, vamos a comprender mejor el mensaje de Benedicto XVI sobre lo que es la DSI,  según su encíclica Caritas in veritate, el Amor en la verdad. Ya en el N° 2  el Papa dice que la caridad es la vía maestra; podemos decir que es el camino real, la autopista, de la DSI. Hagamos el esfuerzo de leer una vez más el final del N° 5.

La doctrina social de la Iglesia responde a esta dinámica de caridad recibida y ofrecida. Es «caritas in veritate in re sociali», anuncio de la verdad del amor de Cristo en la sociedad. Dicha doctrina es servicio de la caridad, pero en la verdad. La verdad preserva y expresa la fuerza liberadora de la caridad / en los acontecimientos siempre nuevos de la historia. Es al mismo tiempo verdad de la fe y de la razón, en la distinción y la sinergia a la vez / de los dos ámbitos cognitivos. El desarrollo, el bienestar social, una solución adecuada de los graves problemas socioeconómicos que afligen a la humanidad, necesitan esta verdad. Y necesitan aún más que se estime y dé testimonio de esta verdad. Sin verdad, sin confianza y amor por lo verdadero, no hay conciencia y responsabilidad social, y la actuación social se deja a merced de intereses privados y de lógicas de poder, con efectos disgregadores sobre la sociedad, tanto más en una sociedad en vías de globalización, en momentos difíciles como los actuales.

 

La justicia es parte inseparable de la caridad. No digas que amas si no eres justo

 

 

Comencemos el número 6. Vamos a ver aquí, cómo nos enseña Benedicto XVI que la caridad en la verdad es el principio sobre el que gira la DSI y que no es para que se quede en la teoría, sino que debe tomar una forma operativa, práctica, en  los criterios que orientan la acción moral. Por ejemplo, la práctica de la Justicia, es “inseparable de la caridad” es “intrínseca a ella”, es parte de ella. La Justicia es el “principal camino de la caridad”, la “mínima medida de ella”, pero la caridad va más allá de la justicia y la complementa con la lógica del dar y el perdonar”.[4] Vemos aquí cómo la lógica humana no es siempre la misma de Dios quien sabe ser Justo y al mismo tiempo Misericordioso. Además de la Justicia, que debe ser un principio siempre unido a la Caridad, nos habla también el Papa del bien común, que es un criterio, junto con el servicio, que debe ser guía permanente de los que gozan de influencia en la política, no sólo nacional sino en el manejo de las relaciones internacionales, en un mundo cada vez más globalizado.

En síntesis nos dice Benedicto XVI que  “El desarrollo (…) necesita esta verdad”, y analiza “dos  criterios orientadores de la acción moral: la justicia y el bien común. (…) Todo cristiano está llamado a esta caridad, según su vocación y sus posibilidades de incidir en la polis (en el gobierno de la ciudad terrena). Ésta es la vía institucional del vivir social”.

Leamos completo el N° 6 de Caritas in veritate. Quizás no necesite explicación, porque este número es muy claro. Sí espero comentar sobre un criterio que aparece novedoso al hablar del desarrollo y el manejo de la economía. Son las palabras: La «ciudad del hombre» no se promueve sólo con relaciones de derechos y deberes sino, antes y más aún, con relaciones de gratuidad, de misericordia y de comunión. Son criterios éstos que no consideran los que manejan la economía, con el único objetivo de ganar más. Dice el N° 6 de Caritas in veritate:

«Caritas in veritate» (la caridad en la verdad), es el principio sobre el que gira la doctrina social de la Iglesia, un principio que adquiere forma operativa en criterios orientadores de la acción moral. Deseo volver a recordar particularmente dos de ellos, requeridos de manera especial por el compromiso para el desarrollo / en una sociedad en vías de globalización: la justicia y el bien común.

Ante todo, la justicia. Ubi societas, ibi ius (si hay una sociedad se necesita el derecho): toda sociedad elabora un sistema propio de justicia. La caridad va más allá de la justicia, porque amar es dar, ofrecer de lo «mío» al otro; pero nunca carece de justicia, la cual lleva a dar al otro lo que es «suyo», lo que le corresponde en virtud de su ser y de su obrar. No puedo «dar» al otro de lo mío / sin haberle dado en primer lugar lo que en justicia le corresponde. Quien ama con caridad a los demás, es ante todo justo con ellos. No basta decir que la justicia no es extraña a la caridad, que no es una vía alternativa o paralela a la caridad: la justicia es «inseparable de la caridad»[5], intrínseca a ella. La justicia es la primera vía de la caridad o, como dijo Pablo VI, su «medida mínima»[6], parte integrante de ese amor «con obras y según la verdad» al que nos exhorta el apóstol Juan (1 Jn 3,18). Por un lado, la caridad exige la justicia, el reconocimiento y el respeto de los legítimos derechos de las personas y los pueblos. Se ocupa de la construcción de la «ciudad del hombre» según el derecho y la justicia. Por otro, la caridad supera la justicia y la completa siguiendo la lógica de la entrega y el perdón[7]. La «ciudad del hombre» no se promueve sólo con relaciones de derechos y deberes sino, antes y más aún, con relaciones de gratuidad, de misericordia y de comunión. La caridad manifiesta siempre el amor de Dios también en las relaciones humanas, otorgando valor teologal y salvífico a todo compromiso por la justicia en el mundo.  

 

Justicia, bien común y desarrollo

 

El primer párrafo del N° 6 se refiere a dos principios de la doctrina social católica, que en forma de criterios se requieren de manera especial por el compromiso para el desarrollo en una sociedad en vías de globalización: esos dos principios son la justicia y el bien común. Del segundo párrafo, repitamos las ideas centrales, que por lo demás son muy claras y las debemos tener muy presentes en nuestra vida y en la comprensión de la DSI, en este mundo globalizado y en crisis de valores:

-Sobre la justicia dice el Papa: Ante todo, la justicia, de la cual nos dice que lleva a dar al otro lo que es «suyo», lo que le corresponde en virtud de su ser y de su obrar. No puedo «dar» al otro de lo mío sin haberle dado en primer lugar lo que en justicia le corresponde.

 

Mis derechos por lo que soy y lo que hago

 

A una persona le corresponden unos derechos por lo que es y por su obrar, es decir por ejemplo, por el trabajo que realiza. Veamos algo de los derechos por lo que es. Una persona por ser infante, niño, adolecente, adulto, padre, hijo, anciano, enfermo, con discapacidad, tiene derechos que se le deben respetar. Un ejemplo práctico: en algunos buses se han destinado sillas exclusivas para ancianos, mujeres embarazadas, personas con discapacidad. ¿Qué tanto se respetan esos derechos? Creo que, por lo menos en Bogotá se respetan poco y no es un asunto sólo de caridad, es de justicia.

Y algo sobre los derechos por el obrar. Tenemos derechos que en justicia nos deben respetar por el trabajo que realizamos, si se ha convenido que ese trabajo será remunerado.

 

Dar a los demás lo que en justicia les corresponde

 

Hay una advertencia muy importante de Benedicto XVI: no nos sintamos caritativos si al mismo tiempo y primero no somos justos. No puedo «dar» al otro de lo mío sin haberle dado en primer lugar lo que en justicia le corresponde. Son palabras de Benedicto XVI en Caritas in veritate. Los ejemplos de ser y obrar que he citado no cubren todos los derechos. Son sólo algunos ejemplos. El criterio es que debo dar a los demás lo que en justicia les corresponde.

¿Cuál es la diferencia entre la práctica de la caridad y de la justicia? El Santo Padre es muy claro: amar es dar, ofrecer de lo «mío» al otro; pero el amar nunca carece de justicia, la cual lleva a dar al otro lo que es «suyo», lo que le corresponde en virtud de su ser y de su obrar. No puedo «dar» al otro de lo mío sin haberle dado en primer lugar lo que en justicia le corresponde. Quien ama con caridad a los demás, es ante todo justo con ellos.

No sintamos que amamos de verdad como  buenos cristianos, si no somos justos: la justicia es «inseparable de la caridad», intrínseca a ella. La justicia es la primera vía de la caridad o, como dijo Pablo VI, su «medida mínima», parte integrante de ese amor «con obras y según la verdad», al que nos exhorta el apóstol Juan (1 Jn 3,18) .

 

La medida mínima de la caridad es la justicia

 

Las palabras de Pablo VI que cita aquí Benedicto XVI ojalá despierten a algunos: la medida mínima de la caridad es la justicia. Si no somos justos no llenamos la medida mínima de la caridad.

En un país donde la justicia es lenta, politizada, selectiva, debemos tener claro como cristianos, que la caridad exige la justicia, el reconocimiento y el respeto de los legítimos derechos de las personas y los pueblos. La caridad se ocupa de la construcción de la «ciudad del hombre» según el derecho y la justicia. El Papa no sólo da en su mensaje buenos consejos para la vida privada de los católicos; está hablando a los que gobiernan, a los que tienen el deber de impartir la justicia local, nacional y también a los que manejan las políticas  internacionales, sean o no católicos. A todos los que administran la ciudad del hombre. Eso sí, se dirige a las personas de buena voluntad. No tienen buena voluntad los que asumen una conducta basada en la manipulación de la verdad a favor de sus intereses.

Digamos algo sobre ese concepto de la gratuidad y del perdón, que sin duda es nuevo para los que manejan la política y la economía. Leamos de nuevo las palabras de Papa. Dice primero que la caridad Se ocupa de la construcción de la «ciudad del hombre» según el derecho y la justicia. Más adelante continúa:

 La «ciudad del hombre» no se promueve sólo con relaciones de derechos y deberes sino, antes y más aún, con relaciones de gratuidad, de misericordia y de comunión. La caridad manifiesta siempre el amor de Dios también en las relaciones humanas, otorgando valor teologal y salvífico a todo compromiso por la justicia en el mundo.

Esas palabras nos ponen a meditar sobre muchas cosas. Es verdad que nuestra justicia es lenta y en muchos casos desacertada. No sé si por eso somos muy dados a pedir justicia; hay quienes se la toman por su propia mano. Frases como: eso no tiene perdón de Dios,  el que la hace la paga, si lo hizo que lo castiguen, si se portó mal, que lo echen del trabajo o del colegio, no parecen siempre de acuerdo con esta doctrina de Benedicto XVI sobre la gratuidad y el perdón. No pretendo que no se juzgue y se imponga la pena que corresponda por los delitos; pido que reflexionemos cuando tomamos decisiones que tocan a la justicia, cuál es allí el lugar del amor cristiano, de la misericordia que para nosotros pedimos al Señor. Pidamos la luz del Espíritu Santo para no decidir sin justicia o sin amor.

Al comentar las palabras del Papa sobre la justicia que lleva a dar al otro lo que es «suyo», lo que le corresponde en virtud de su ser y de su obrar, quiero insistir en la necesidad de examinar nuestro comportamiento sobre la justicia con los trabajadores. Trabajador es todo aquel que realiza una labor manual o intelectual. Igual son trabajadores el obrero o el profesional; el albañil y el arquitecto o el ingeniero, el profesor y el empleado administrativo, etc.

 

Dominados por la economía de la codicia

 

Como vivimos en un mundo dominado por la economía de la codicia, la que busca ante todo el lucro, el ganar más, así sea pasando por encima de los derechos de los otros, invade ahora una actitud general egoísta, que piensa primero, – y con frecuencia solamente, – en el propio beneficio, ignorando los derechos de los demás. Sucede así, que algunas personas o entidades no pagan completos los salarios de ley o los honorarios justos, para beneficiarse con ese ahorro personalmente o para favorecer a la entidad que representan.

Esa actitud es común y no da buen ejemplo el Estado, que ha modificado las leyes laborales o reglamenta la seguridad social para favorecer primero a las empresas en perjuicio del bien común. Me atrevo a pedir también a las entidades de la Iglesia, que hagan un examen de conciencia sobre el trato justo a las personas que les prestan servicios de distinta clase, porque los católicos tenemos la obligación de dar ejemplo en vivir la fe y no sólo en predicarla para que los demás sean caritativos y justos. Esta invitación es también para los sacerdotes que administran bienes de la Iglesia, hay a veces descuidos en lo laboral y contractual que enfrían a los fieles cuando no se han sentido bien tratados por quienes hablan de justicia social y amor al prójimo. No olvidemos estas enseñanzas de la DSI:

No puedo «dar» al otro de lo mío sin haberle dado en primer lugar lo que en justicia le corresponde. Quien ama con caridad a los demás, es ante todo justo con ellos.

Hasta aquí por hoy. En el próximo programa, si Dios quiere, veremos a qué se refiere el Papa con esa novedosa idea de la gratuidad, en este mundo que no da nada gratis.

 

Fernando Díaz del Castillo Z.

Escríbanos a: reflexionesdsi@gmail.com


[1] Cf Faith and Justice, Caritas in Veritate, Discussion Guide, WEB, www.faithdoingjustice.com.au

[2] Cf. Juan Pablo II, Carta enc. Sollicitudo rei socialis, 3: AAS 80 (1988) 515; Pío XII, Discurso a los participantes en el Convenio de la Acción Católica (29 de abril de 1945): Discorsi e Radiomessaggi di Pío XII, VII, 37-38; Juan Pablo II, Discurso al Simposio internacional “De la Rerum novarum a la Laborem exercens: hacia el año 2000” (3 de abril de 1982): L’Osservatore Romano, edición española, 2 de mayo de 1982, pp. 17-18.

[3] Cf. Congregación para la Doctrina de la Fe, Instr. Libertatis conscientia, 72: AAS 79 (1987) 585-586.

[4] Cf  WEB Précis of the Encyclical Letter Caritas in veritate, Center of Concern, www.coc.org

[5] Cf. Pablo VI, Carta enc. Populorum progressio (26 marzo 1967), 22: AAS 59 (1967), 268; Conc. Ecum. Vat. II, Const. past. Gaudium et spes, sobre la Iglesia en el mundo actual, 69.

[6] Homilía para la «Jornada del desarrollo» ( 23 agosto 1968): AAS 60 (1968), 626-627

[7] Cf. Juan Pablo II, Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 2002: AAS 94 (2002), 132-140.

Reflexión 172 – Caritas in veritate (10)

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El amor tiene su origen en Dios. Es un regalo divino

 

 

Continuemos con el estudio del N° 5 de la encíclica Caritas in veritate, Caridad en la verdad o Amor en la verdad, de Benedicto XVI. Repasemos lo que alcanzamos a ver en la  reflexión anterior.

 

Nos dice Benedicto XVI en el N° 5, que La caridad es amor recibido y ofrecido. La caridad, el amor, es un don que nos viene de Dios y que debemos difundir a los demás. Leamos la primera parte del N° 5:

La caridad es amor recibido y ofrecido. Es «gracia» (xáris). Su origen es el amor que brota del Padre por el Hijo, en el Espíritu Santo. Es amor que desde el Hijo desciende sobre nosotros. Es amor creador, por el que nosotros somos; es amor redentor, por el cual somos recreados. Es el Amor revelado, puesto en práctica por Cristo (cf. Jn 13,1) y «derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo» (Rm 5,5). Los hombres, destinatarios del amor de Dios, se convierten en sujetos de caridad, llamados a hacerse ellos mismos instrumentos de la gracia para difundir la caridad de Dios y para tejer redes de caridad.

No sobra ninguna palabra: La caridad es amor recibido y ofrecido. La caridad es el amor de doble vía: lo recibimos de Dios y lo ofrecemos a los demás. Dios nos amó primero.

 

La encíclica nos describe las características de la caridad o amor cristiano: nos dice que el amor es un don que recibimos, es una gracia, y para mayor abundancia en su explicación añade la palabra xaris en griego, que quiere decir gracia, regalo de Dios. Es «gracia» (xáris), dice y enseguida añade que Su origen es el amor que brota del Padre por el Hijo, en el Espíritu Santo.

 

 Como decíamos en la Reflexión 165, el amor cristiano viene de Dios,  es un don de Dios, no lo alcanzamos por nuestra voluntad, su origen es Dios y a Él se lo pedimos: “Señor, que te ame cada vez más y que ame a mis hermanos.”   Recibimos de Dios el amor; con ese amor que él nos da, lo amamos y lo comunicamos a nuestros prójimos.

 

De manera que el amor cristiano no lo conseguimos con nuestro esfuerzo / ni se origina en nuestra naturaleza humana; no es una característica o virtud de nuestra personalidad; el amor se origina en Dios. Ya en el N° 1 de Caritas in veritate nos enseña Benedicto XVI que el amor Es una fuerza que tiene su origen en Dios, Amor eterno y Verdad absoluta.  Dios, el Amor eterno, se nos comunica ya cuando por amor nos crea a su imagen y semejanza.

 

 

Si no difundimos el amor las redes sociales se rompen

 

 

En el N° 5, la encíclica profundiza en lo que  significa el amor, que se origina en Dios y que como instrumentos debemos difundirlo entre los demás, en redes de caridad. Entre todos formamos una red y por ella debe circular el amor que es fuerza y es vida. Podemos recordar aquí como ayuda, la figura de la viña. Si no amamos de verdad, – si no estamos unidos por el amor, – esa parte de la red, o de la planta de la cual somos parte, tiende a romperse o a secarse.

 

Dinámica de la fuerza del amor en la Trinidad

 

Veamos la dinámica, es decir la forma como se mueve esa fuerza que viene de Dios y se llama amor. No vamos a profundizar en la explicación de cómo funciona la dinámica del amor de Dios en la Trinidad, porque sería pretender entrar en el Misterio. Dejemos esa profundidad a los teólogos, que tienen elementos para bucear en ella. Los grandes teólogos, como San Agustín, lo han intentado, tomando analogías de la filosofía y de la experiencia humana, pero sería una pretensión mía entrar en ese campo. Sin embargo, si logramos comprender siquiera un poquito el amor de Dios, nuestra fe se va a fortificar, la vamos a amar más, la vamos a  vivir con entusiasmo y alegría. Utilicemos las enseñanzas del Magisterio.

 

Tomemos la palabras de Benedicto XVI en el N° 5 de Caritas in veritate que acabamos de leer y que nos señalan las manifestaciones del amor infinito de Dios. Nos enseña el Papa que el origen del amor que recibimos como regalo

 

(…) es el amor que brota del Padre por el Hijo, en el Espíritu Santo. Es amor que desde el Hijo desciende sobre nosotros. Es amor creador, por el que nosotros somos; es amor redentor, por el cual somos recreados. Es el Amor revelado, puesto en práctica por Cristo (cf. Jn 13,1) y «derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo» (Rm 5,5).

 

Tomemos la primera frase: es el amor que brota del Padre por el Hijo, en el Espíritu Santo. Allí empieza el amor; su primer movimiento brota del Padre hacia el Hijo. En un segundo paso, el amor desciende sobre nosotros.

 

Cuando estudiamos los números 30 y 31 del Compendio de la DSI, nos habíamos encontrado con que es fundamental en nuestra vida cristiana llegar a tener consciencia del amor de Dios por sus creaturas y comprender que las relaciones de amor entre nosotros, los seres humanos, se basan en el modelo de la relación de Dios en su vida trinitaria, – es decir en el modelo de la relación del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Es un buen momento para repasar este bellísimo tema que corresponde a los fundamentos de la DSI.

 

La Trinidad fundamento de la DSI

 

Los invito a repasar el primer capítulo del Compendio de la DSI, que tiene como título El Designio de Amor de Dios para la Humanidad, desde el N° 20 en adelante (Ese libro lo encuentran entre los enlaces de este blog). Allí la Iglesia nos explica cómo se ha manifestado el amor de Dios en la historia de la salvación. Nos enseña que en Jesucristo se cumple el acontecimiento decisivo de la historia de Dios con los hombres; cómo el Amor Trinitario es el origen y la meta de la persona humana. En los  N° 34ss del Compendio de la DSI comprendemos la íntima relación de la encíclica Caritas in veritate con la DSI. Dice:

 La revelación en Cristo del misterio de Dios como Amor trinitario  está unida a la revelación de la vocación de la persona humana al amor (De manera que cuando Dios nos reveló el misterio de la Trinidad, al mismo tiempo nos reveló que al crear al ser humano, lo marcó con la vocación al amor). Esta revelación ilumina la dignidad y la libertad personal del hombre y de la mujer y la intrínseca sociabilidad humana en toda su profundidad: « Ser persona a imagen y semejanza de Dios comporta… existir en relación con otro “yo” »,36 porque Dios mismo, uno y trino, es comunión del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo (Es una bellísima doctrina: es de nuestra naturaleza, como Dios la creó, el ser sociables, el tender a relacionarnos con los demás, porque somos imagen de Dios que es relación, comunión, comunicación de las tres divinas personas).

El ser humano es sociable porque su naturaleza se asemeja a Dios

En la comunión de amor que es Dios, en la que las tres Personas divinas se aman recíprocamente y son el Único Dios, la persona humana está llamada a descubrir el origen y la meta de su existencia y de la historia. Los Padres Conciliares, en la Constitución pastoral «Gaudium et spes», enseñan que

« el Señor, cuando ruega al Padre que todos sean uno, como nosotros también somos uno (Jn 17, 21-22), abriendo perspectivas cerradas a la razón humana, sugiere una cierta semejanza entre la unión de las personas divinas y la unión de los hijos de Dios en la verdad y en la caridad. Esta semejanza demuestra que el hombre, única criatura terrestre a la que Dios ha amado por sí mismo, no puede encontrar su propia plenitud si no es en la entrega sincera de sí mismo a los demás (cf. Lc 17,33) ».[1]

En los números 30 y siguientes del Compendio de la DSI encontramos bellamente explicada la revelación del Amor Trinitario y cómo Jesús vino a comunicarnos la experiencia de su relación con el Padre y el Espíritu Santo y nos enseñó que estamos llamados como hijos de Dios, criados a su imagen y semejanza, a una relación con la Trinidad y a una vida de amor entre nosotros.

 

Volvamos a las palabras de Caritas in veritate que estamos considerando, donde dice que el origen del amor que recibimos como regalo

 

(…) es el amor que brota del Padre por el Hijo, en el Espíritu Santo. Es amor que desde el Hijo desciende sobre nosotros. Es amor creador, por el que nosotros somos; es amor redentor, por el cual somos recreados. Es el Amor revelado, puesto en práctica por Cristo (cf. Jn 13,1) y «derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo» (Rm 5,5).

 

 

El amor creador, por el que nosotros somos

 

 

De manera que el amor de Dios por nosotros se manifiesta desde la creación: Es amor creador, por el que nosotros somos. El amor de Dios se manifiesta en nuestra existencia. El solo hecho de que nos haya llamado Dios a la existencia es una manifestación de amor.  Cuando no éramos nada Él pensó en nosotros, nos quiso, nos creó. Somos obra de sus manos.

 

Volvamos una vez más al Compendio de la DSI, donde estudiamos el amor de Dios, el amor de las Tres divinas Personas, como origen y meta de la persona humana. [2]

 

Llamados a ser cultivadores y guardianes de los bienes de la creación 

 

Al llamar Dios al hombre a la vida gratuitamente, además lo rodeó, – también gratuitamente,- de la naturaleza rica y llena de belleza, y nos puso como cultivadores y guardianes de los bienes de la creación. Pero no se quedó allí el amor de Dios; en Jesucristo se cumplió el evento decisivo de la historia de Dios con los hombres: Jesús manifestó tangiblemente y de modo definitivo / quién es Dios y cómo se comporta con los hombres.

 

Jesucristo, el Verbo, la Palabra, es la Expresión de Dios

Él nos dio a conocer algo maravilloso, inimaginable: el Misterio que, antes de su venida, sólo se vislumbraba en el Antiguo Testamento: nos dio a conocer que Dios es Trinidad: Padre, Hijo y Espíritu Santo, realmente distintos y realmente uno, porque son comunión infinita de amor.

Esta consideración es fundamental, para comprender las raíces de la Doctrina Social de Iglesia. Por eso es conveniente volver una vez más sobre ella.

El Hijo de Dios hecho hombre nos revela, – hasta donde nuestra inteligencia tiene capacidad de entender, – algo del misterio de Dios en sí mismo, es decir, nos da a conocer algo de la vida íntima de Dios. El Verbo, la Palabra, es decir Jesucristo, nos dio a conocer cómo es Dios, al descubrirnos el misterio de la Trinidad; al darnos a conocer al Padre y al Espíritu Santo. Y en esa revelación sobre cómo es Dios, se nos revela que la Trinidad es una expresión de Amor.

Al hablarnos del Padre, “El que me ha visto a mí, ha visto al Padre” (Jn 14,9), al enseñarnos a orar a su Padre-, en el Padre Nuestro-, nos reveló que la vida íntima de Dios es una relación de amor de las Tres Personas. Jesús vino a comunicarnos esa experiencia de su relación con el Padre y el Espíritu Santo, y nos enseñó que también nosotros estamos llamados, como hijos de Dios, criados a su imagen y semejanza,- por una parte, – a una relación con la Trinidad y, – además, – por otra, a una vida de amor entre nosotros, en nuestra comunidad de hermanos, de familia, como hijos de Dios. No sólo entonces como imágenes de Dios / estamos llamados al amor fraterno, sino como hijos que somos de Dios.

La vida trinitaria de Dios que es Uno y Trino,  una expresión de vida de amor

 

El modo de vida de Dios, es decir la vida trinitaria de Dios que es Uno y Trino, es una expresión de vida de amor. Eso nos expresan los nombres mismos de la Trinidad que Jesús nos reveló: los nombres de Padre y de Hijo, hablan por sí mismos de relación de Amor: amor de Padre, amor filial. La Escritura en el Antiguo Testamento nos había ido preparando para comprender el amor de Dios Padre. Por eso el salmista, por ejemplo en el Salmo 103 canta: Cual la ternura de un padre para con sus hijos, así de tierno es Yahvéh.

Cuando Jesús hablaba del Padre, nos revelaba que había una relación especial entre Dios Padre y Él. Jesús hablaba del Padre en forma cariñosa, tan familiar como cualquiera de nosotros habla de su papá, a quien ama y respeta; lo llamaba Abba, que es la forma cariñosa con que el niño judío llama a su papá; pero al mismo tiempo, Jesús nos revelaba que su relación con Dios Padre, era distinta a la de Dios Padre con nosotros. Él habló de ser ‘el’ Hijo, no de ser un hijo de Dios. Eso en cuanto a los nombres del Padre y del Hijo, que nos indican que la vida de Dios es una vida de amorosa relación.

El Espíritu Santo es persona-amor

Como la encíclica Caritas in veritate nos enseña que el amor que recibimos de Dios Es el Amor revelado, puesto en práctica por Cristo (cf. Jn 13,1) y «derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo» (Rm  5,5), repasemos también lo que nos enseña la Iglesia acerca del Espíritu Santo en la Vida Trinitaria. Nos dice la Iglesia que lo propio del Espíritu Santo es ser “comunión”, ser “amor”. Juan Pablo II nos enseñó en su encíclica Dominum et vivificantem, sobre el Espíritu Santo, que el Espíritu Santo es persona-amor. Amor es el nombre propio del Espíritu Santo. Y añade que Dios, en su vida íntima ‘es amor´ (cf 1 Jn, 4, 8-16), amor esencial, común a las tres personas divinas. En esta misma encíclica, el Papa Juan Pablo II afirma que el Espíritu Santo, como amor, es “el eterno don increado”, es decir que recibimos al Espíritu Santo, amor, que es un regalo. Y agrega que “el don del Espíritu’ significa una llamada a la amistad, en la que las trascendentales ‘profundidades de Dios’ están abiertas, en cierto modo, a la participación del hombre”.

De manera que, al darnos su amistad, Dios nos da la posibilidad de conocerlo y de vivir, en cierto modo, su misma vida, una vida de amor. Sabemos que por el Bautismo nos es posible participar de la vida divina. Las siguientes palabras son de Juan Pablo II en su encíclica Dominum et vivificantem, Señor y dador de vida, sobre el Espíritu Santo en la vida de la Iglesia y del mundo:

En el marco de la ” Imagen y semejanza ” de Dios, ” el don del Espíritu ” significa, finalmente, una llamada a la amistad, en la que las trascendentales ” profundidades de Dios ” están abiertas, en cierto modo, a la participación del hombre. El Concilio Vaticano II enseña: “Dios invisible (cf. Col 1, 15; 1 Tim 1, 17) movido de amor, habla a los hombres como amigos, trata con ellos (cf. Bar 3, 38) para invitarlos y recibirlos en su compañía.”

Vamos a añadir una enseñanza más, ésta de Benedicto XVI en la audiencia general del 15 de noviembre de 2006. Ese día dedicó su catequesis el Papa a la presencia del Espíritu Santo en nosotros según San Pablo. La frase que vamos a leer sigue la misma línea de las enseñanzas de Juan Pablo II, que acabamos de leer. Dijo Benedicto XVI:

(…) el otro aspecto típico del Espíritu que nos enseña san Pablo es su conexión con el Amor. El Espíritu es aquella potencia interior que armoniza el corazón de los creyentes con el corazón de Cristo y los mueve a amar a los hermanos como los ama Él”. El fruto del Espíritu es por tanto: amor, alegría y paz.

 

El amor, eje de la DSI

 

Ya tenemos suficientes elementos para comprender mejor por qué el Amor es tan importante en la vida del cristiano y es el eje de la DSI. Leamos el último párrafo del Nº 31 del Compendio de la D.S.I., porque sintetiza, de la mejor manera posible, nuestra reflexión sobre la Trinidad y lo que ella significa en nuestra relación con Dios y entre nosotros. Nos completa también la explicación de Caritas in veritate, sobre  cómo  se manifiesta el amor de Dios por nosotros, no sólo en la creación y en el don inefable del Espíritu Santo, sino en Jesucristo que se nos dio como Redentor. Recordemos las palabras de la encíclica, que leímos antes: (…) es el amor que brota del Padre por el Hijo, en el Espíritu Santo. Es amor que desde el Hijo desciende sobre nosotros. Es amor creador, por el que nosotros somos; es amor redentor, por el cual somos recreados. Es el Amor revelado, puesto en práctica por Cristo (cf. Jn 13,1) y «derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo» (Rm 5,5).

Ahora  volvamos al Nº 31 del Compendio de la DSI:

Con las palabras y con las obras y, de forma plena y definitiva, con su muerte y resurrección, Jesucristo revela a la humanidad que Dios es Padre y que todos estamos llamados por gracia a hacernos hijos suyos en el Espíritu (Cf Rm 8,15; Ga 4,6), y por tanto hermanos y hermanas entre nosotros. Por esta razón la Iglesia cree firmemente “que la clave, el centro y el fin de toda la historia humana se halla en su Señor y Maestro”.

Recordemos que estas últimas palabras están tomadas de la Gaudium et Spes, del Concilio Vaticano II, al final de la exposición preliminar, que trata sobre la Situación del Hombre en el Mundo de Hoy”.

El dogma de la Trinidad, de Dios Uno y Trino: tres personas divinas y un solo Dios, tiene unas profundas implicaciones en nuestra vida de fe. El Compendio de la DSI nos enseña que, la práctica del mandamiento del amor de hermanos, traza el camino para vivir en Cristo la vida trinitaria en la Iglesia, Cuerpo de Cristo, y transformar con Él la historia / hasta su plenitud en la Jerusalén celeste.

 

Nuestra vida será como la vida de la Trinidad, si amamos a nuestros hermanos

En otras palabras: la manera de vivir nosotros en la tierra, – una vida como la vida de la Trinidad, que es vida de Amor, mientras llegamos a vivir la vida con Dios, plenamente, en el cielo, – es amándonos unos a otros como Jesús nos amó a nosotros. Ese es el modelo de vida. Nuestra vida será como la vida de Dios, en la Trinidad, si amamos a nuestros hermanos. Eso sí transformaría el mundo. ¿No sería grandioso vivir plenamente el Evangelio?

Benedicto XVI nos dice en Caritas in veritate, que el amor es el principio y criterio supremo y universal de la ética social. Para los creyentes, que formamos el pueblo de Dios, la ley del amor constituye la ley de vida, es la esencia de la ética cristiana, y su práctica debe distinguir al pueblo de Dios. En el Pueblo de Dios tenemos una ley de vida, una ley fundamental, que es la ley del amor. Eso quiere decir, que la ley del amor debe inspirar, purificar y elevar todas las relaciones humanas en la vida social y política. No sólo en nuestra vida privada debe guiarnos la ley del amor, sino también en la vida social y política (Compendio de la DSI  N° 33).

Volvamos al final del N° 5 de Caritas in veritate que hemos estudiado hoy. Ahora podemos comprender mejor el mensaje de Benedicto XVI. Tengamos presente que el Papa se refiere al amor de Dios por nosotros:

Es el Amor revelado, puesto en práctica por Cristo (cf. Jn 13,1) y «derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo» (Rm 5,5)). Los hombres, destinatarios del amor de Dios, se convierten en sujetos de caridad, llamados a hacerse ellos mismos instrumentos de la gracia para difundir la caridad de Dios y para tejer redes de caridad.

 

Fernando Díaz del Castillo Z.

Escríbanos a: reflexionesdsi@gmail.com


[1] Gaudium et spes 24

[2] Estas consideraciones se encuentran en las Reflexiones  15 y 16 en este blog

Reflexión 171 – Caritas in veritate (9)

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Creados a imagen y semejanza der Dios

 

 

Terminamos ya nuestra reflexión sobre los N° 3 y 4 de Caritas in veritate, la encíclica social de Benedicto XVI. El Papa ha insistido en que el amor cristiano tiene que ir unido a la verdad. Nos dijo que Un cristianismo de caridad sin verdad se puede confundir fácilmente con una reserva de buenos sentimientos, provechosos para la convivencia social, pero marginales (es decir, de poca importancia) y que, de este modo, en el mundo no habría un verdadero y propio lugar para Dios.

 

Benedicto XVI quiere que tengamos claro de qué amor nos habla y por eso su insistencia en explicarlo.

 

Recordemos que el fundamento de la DSI es la dignidad de la persona humana, creada a imagen y semejanza de Dios (Compendio de la DSI N° 160)  y que Dios es amor, de manera que la persona humana  es creada a imagen y semejanza del amor. Podemos entonces comprender que cuando se nos pide que amemos al prójimo, no nos están solicitando que manifestemos solamente un sentimiento superficial ni reduzcamos el amor a una limosna ni menos aún que nos apeguemos a los demás con el amor erótico. La persona humana que ame con el amor de verdad, que es el amor que el Creador nos comunica al darnos el ser, estará reflejando en su vida la imagen del ser humano como Dios lo diseñó. La persona humana que ame a semejanza de, como Dios ama, se acercará a la imagen del ser diseñada originalmente por Dios. El odio, al contrario nos aleja de parecernos a Dios. Un rostro que expresa odio está lejos de asemejarse al rostro de Dios…

 

 

El rostro de Dios

 

 

El amor cristiano genuino, como lo tenemos que expresar, es como Dios lo manifiesta. Parece un ideal imposible porque es pedir que amemos como Dios ama; pero ¿no es acaso esa la medida de la vida cristiana? El Evangelio nos señala el camino que debemos andar y como lo debemos andar y Cristo Jesús es el Evangelio vivo. En una de sus catequesis al comenzar la Cuaresma, Benedicto XVI llamó a la persona de Jesús el camino sobre el que estamos llamados a caminar en la vida, dejándonos iluminar por su luz y sostener por su fuerza que mueve nuestros pasos (Catequesis 17 de febrero 2010).

 

 

Amar es dar sin medida

 

 

Nos da miedo que nos pongan una meta tan alta; nos sentimos incapaces, pero, si con la ayuda de la gracia no lo intentamos, nos quedaremos en la mediocridad. Es cierto que cuando pensamos en cómo ama Dios, nos perdemos en la grandeza, en la profundidad de la acción amorosa de Dios, que es entrega, que es darse sin límites. El mejor ejemplo del verdadero amor es Jesús y también los santos que lo han imitado (San Maximiliano Kolbe, San Damián, apóstol de los leprosos, San Pedro Claver, el esclavo de los esclavos…), nos demuestran que los seres humanos podemos, con la gracia de Dios, amar sin medida. Según palabras atribuidas a San Bernardo, amar es dar sin medida. Si queremos saber cuánto amamos al prójimo preguntémonos qué o cuánto estamos dispuestos a entregar por él.

 

 

El modelo ejemplar que supera los límites humanos

 

 

Que nos pidan que nos parezcamos a Jesús, con razón nos puede asustar. Pero esa es la realidad a la que estamos llamados. El Cardenal Ratzinger entre sus muchas obras, escribió un libro titulado Introducción al Cristianismo. No es una introducción elemental, no es fácil, porque es muy profunda; voy sin embargo a copiar algunas ideas sobre Jesús de Nazaret, el hombre ejemplar, para que las pensemos…[1] Ratzinger nos pone a pensar siempre que escribe o habla. Tiene mucho qué decir. Hagamos el esfuerzo de entenderlas, vale la pena…

 

Hablando de Jesús, Dios encarnado, dice que, precisamente por ser el hombre ejemplar y normativo (es decir, el modelo que debemos seguir), supera los límites del ser humano; sólo así y sólo por eso es el auténtico hombre ejemplar (…)  Y como estudiamos la DSI, la doctrina sobre nuestra relación con los demás según la fe cristiana, pensemos en la frase siguiente:  precisamente por ser el hombre ejemplar y normativo (el modelo que debemos seguir), supera los límites del ser humano; sólo así y sólo por eso es el auténtico hombre ejemplar, ya que el hombre tanto más está en sí cuanto más está en los otros. El hombre sólo llega a sí mismo cuando sale de sí mismo. Sólo accede a sí mismo a través de los demás y estando con los demás.

 

(…) El hombre está orientado al otro…es plenamente él mismo (…) cuando no se encierra en sí mismo (…)  Repitámoslo una vez más: el hombre, el hombre verdadero es el que más se des-encierra, el que no sólo toca el infinito -¡el infinito! -, sino que es uno con él, con Jesucristo.

 

Esa afirmación sobre Jesús, el modelo que supera los límites humanos nos puede puede parecer incomprensible, pero uno no busca un modelo para seguir si es igual o menos virtuoso o perfecto; buscamos a alguien que nos supere. Jesucristo es nuestro modelo ejemplar precisamente porque como Dios-Hombre, supera los límites del ser humano. Y qué interesante para comprender el papel del amor en la DSI, la afirmación de que  El hombre está orientado al otro…es plenamente él mismo (…) cuando no se encierra en sí mismo.

 

El ser humano caído es un pálido reflejo del modelo original

 

 

Nos diremos con razón, y también para justificar nuestra flojera, que la imagen de Dios en nosotros, que debería ser reflejo del amor, sufrió por el pecado original; el ser humano caído es un pálido reflejo del modelo original. Sí, así es…, por eso nuestras faltas de caridad, de amor; por eso nuestras incongruencias, nuestro pecado, la violencia en el mundo; pero el ser humano no está del todo perdido. Jesús ofreció el sacrificio de  sí mismo para, por medio de su amor que llega hasta el extremo (Jn 13,1), reconciliarnos con el Padre.[2]… Como el Catecismo nos enseña (1987ss), por el poder del Espíritu Santo participamos en la Pasión de Cristo, muriendo al pecado, y en su Resurrección hemos nacido a una nueva vida. Si estamos llamados a seguir a Jesucristo, el nuevo Adán, estamos llamados a ser los hombres nuevos de los que habla San Pablo en su carta a los Efesios (2.15).

 

La llamada que podemos rechazar

 

 

No podemos eludir responsabilidades. Si es verdad que nuestra justificación es obra de Dios, es también verdad que cuando Dios toca el corazón del hombre y lo llama a la conversión mediante la iluminación del Espíritu Santo, el ser humano puede rechazar la llamada divina. La libre iniciativa de Dios exige la respuesta libre del hombre, porque Dios creó al hombre a su imagen concediéndole con la libertad, el poder de conocerlo y amarlo (Catecismo 2002).

 

Hay dos realidades que no podemos ignorar: las consecuencias del pecado original y de todos los pecados personales de los hombres, que confieren al mundo en su conjunto una condición pecadora … que hacen la vida del hombre un combate…contra los poderes de las tinieblas… y al mismo tiempo que el ser humano, como consecuencia del pecado original no quedó radicalmente pervertido ni perdió su libertad (Catecismo, 402ss). Por iniciativa de Dios, la Pasión de Cristo nos mereció la justificación, el perdón, y con la gracia del Espíritu Santo recibimos la fe, la esperanza y la caridad.

 

 

La Iglesia, instrumento del Espíritu Santo para comunicarnos el amor

 

 

Terminemos esta parte sobre el amor en la vida del cristiano con una breve consideración sobre la Iglesia, instrumento del Espíritu Santo para comunicarnos el amor. Hoy, como ha pasado a lo largo de los siglos, se ataca a la Iglesia por ser pecadora. Se espera de ella la absoluta santidad de Dios, pero a pesar de la frustración de los que sufren por el rostro deformado de la Madre Iglesia, no puede ser de otra manera, porque no confesamos en el Credo que la Iglesia sea santa ni por la santidad de sus ministros ni la santidad de sus fieles. Veremos que a pesar de esos lunares la Iglesia es santa y es también pecadora.

 

El Cardenal Ratzinger, en la Introducción al Cristianismo tiene estas palabras que podrían escandalizar a alguien: (…) el Vaticano II se vio constreñido a hablar no sólo de la Iglesia santa, sino también de la Iglesia pecadora. Estamos tan convencidos del pecado de la Iglesia, que si de algo hubiéramos de acusar al Vaticano II es justamente de haber sido demasiado suave en este tema. 

 

Entonces, si no es por sus ministros ni sus fieles, ¿por qué podemos confesar que creemos en la santidad de la Iglesia? Oigamos al mismo Ratzinger[3]: La santidad de la Iglesia consiste en que, por pecador que sea el hombre, Dios tiene el poder para hacerla santa. El signo característico de la “nueva alianza” es que, en Cristo, Dios se ha unido a los hombres, se ha dejado atar por ellos. La nueva alianza (…) es un don de Dios, una gracia que sigue ahí a pesar de que el hombre sea infiel. Muestra cómo es el amor de Dios, un amor que no se deja vencer por la incapacidad del hombre, sino que es siempre bueno con él, lo acepta continuamente como pecador, lo transforma, lo santifica y lo ama.

 

La Iglesia, continuación de la encarnación de Dios en la miseria humana

 

La Iglesia es santa porque en ella se hace presente la santidad del Señor entre nosotros. En su bondad permite que manos sucias de hombres sean recipientes de su presencia y nos la comuniquen por medio de los sacramentos. Las siguientes palabras son también del libro Introducción al Cristianismo, del Cardenal Ratzinger:

 

La santidad del Señor (….) resplandece en medio de los pecados de la Iglesia. Por eso la figura paradójica de la Iglesia, en la que unas manos indignas nos ofrecen a menudo lo divino, en la que lo divino siempre y sólo está presente como “pero” (…) un signo del más grande  amor de Dios.

 

Terminemos con las siguientes consideraciones sobre la Iglesia en el mundo, también de Ratzinger, en el mismo libro: nos recuerda cómo los contemporáneos de Jesús se escandalizaban de que a su santidad le faltaba el aspecto judicial, el del castigo, pues no hacía caer fuego sobre los indignos, ni daba permiso para que arrancaran las malas hierbas que veían crecer. Al contrario, su santidad se mostraba acercándose a los pecadores que venían a él. Atrajo a los pecadores, les mostró que santidad no es separación, sino reunión; no condena, sino amor redentor. Y se pregunta Ratzinger:

 

¿No es acaso la Iglesia la continuación de esta encarnación de Dios en la miseria humana?¿No es la continuación de la participación de Jesús en la misma mesa con los pecadores? …

 

 

Si nos rigiéramos por el principio y criterio del amor

 

  

Nos ha enseñado también el Papa que el amor es principio y criterio supremo de la ética social, es decir del comportamiento con los demás. Sólo imaginemos cómo sería nuestra sociedad y cómo sería el mundo, si se rigiera por el principio del amor en la verdad. No vayamos tan lejos; imaginemos a nuestra familia o a nuestro barrio, a nuestra ciudad y a nuestro país, si su principio y criterio en las relaciones de unos con otros fuera el amor. Allí no cabrían la impaciencia, ni la indiferencia, ni la descortesía, ni los celos, ni la arrogancia; allí no se buscaría sólo el propio interés; no reinaría la codicia, la gente no sería rencorosa, no se dejaría vencer por la ira ni la envidia; no se alegraría del mal de los demás ni de la injusticia; se alegraría, más bien, con la verdad, sería justa. Todo lo excusaría, todo lo soportaría con paciencia.

 

Tampoco podemos confundir el amor en la verdad con sólo una parte de su expresión: con sólo la limosna que demos para suplir las deficiencias de las instituciones que deberían velar por los pobres o que nosotros damos con buenos sentimientos, contribuciones que ayudan a solucionar una necesidad inmediata y a la convivencia social, pero nada más… La asistencia es importante, pero no lo es todo ni es suficiente. La construcción de una sociedad según el corazón de Dios necesita los ingredientes de la justicia y del amor de verdad    

 

El N° 5 de Caritas in veritate

 

 

Nos dice Benedicto XVI en el N° 5, que La caridad es amor recibido y ofrecido. La caridad es un don que nos viene de Dios y que debemos difundir a los demás.

La caridad es amor recibido y ofrecido. Es «gracia» (xáris). Su origen es el amor que brota del Padre por el Hijo, en el Espíritu Santo. Es amor que desde el Hijo desciende sobre nosotros. Es amor creador, por el que nosotros somos; es amor redentor, por el cual somos recreados. Es el Amor revelado, puesto en práctica por Cristo (cf. Jn 13,1) y «derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo» (Rm 5,5). Los hombres, destinatarios del amor de Dios, se convierten en sujetos de caridad, llamados a hacerse ellos mismos instrumentos de la gracia para difundir la caridad de Dios y para tejer redes de caridad.

Pongamos atención a las palabras; no sobra ninguna: La caridad es amor recibido y ofrecido. De manera que la caridad es el amor de doble vía: lo recibimos y lo ofrecemos.

 

Algunos comentaristas, por el interés en la exactitud, dedican tiempo a discurrir si el amor del que habla Benedicto XVI es la virtud de la caridad o no y si escribió la encíclica en alemán, porque en alemán se desconoce el término caridad, de manera que la encíclica se publicó con el nombre de El amor en la verdad,[4] mientras que en español, en inglés, en italiano, en portugués se tituló Caridad en la verdad y en francés, en cambio se tituló  l’amour dans la vérité, el amor en la verdad, aunque en esa lengua, como en español, sí existen las dos palabras: caridad (charité) y amor. Para las necesidades de nuestra vida cristiana me parece que el Santo Padre explica lo suficiente de qué amor nos habla. Para un estudio semántico y quizás para los teólogos sea importante descender a esos detalles. Creo que para nosotros no sea necesario. Lo comento para quien le pueda interesar profundizar en esa materia.

 

La encíclica nos describe las características de la caridad o amor cristiano: nos dice que el amor es un don que recibimos, es una gracia, y para mayor abundancia de qué amor se trata, añade la palabra xaris en griego, que quiere decir gracia, regalo de Dios; La caridad es amor recibido y ofrecido. Es «gracia» (xáris), continúa, y enseguida dice que Su origen es el amor que brota del Padre por el Hijo, en el Espíritu Santo. Como decíamos en la Reflexión 165, el amor cristiano, – viene de Dios,  es un don de Dios, no lo alcanzamos por nuestra voluntad, su origen es Dios y a Él se lo pedimos: “Señor, que te ame cada vez más y que ame a mis hermanos.”  

 

De manera que el amor cristiano no lo conseguimos con nuestro esfuerzo, ni se origina en nuestra naturaleza humana; no es una característica o virtud de nuestra personalidad; el amor se origina en Dios. Ya en el N° 1 de Caritas in veritate nos enseña Benedicto XVI que el amor Es una fuerza que tiene su origen en Dios, Amor eterno y Verdad absoluta. Como vimos, Dios, el Amor eterno, se nos comunica cuando por amor nos crea a su imagen y semejanza. Ahora, en el N° 5, la encíclica profundiza en lo que  significa el amor, que se origina en Dios y que como instrumentos debemos difundirlo entre los demás, en redes de caridad. Entre todos formamos una red y por ella debe circular el amor que es vida; es una red viva. Podemos recordar aquí como ayuda, la figura de la viña. Si no amamos de verdad, esa parte de la red, o de la planta de la cual somos parte, tiende a romperse o a secarse.

 

En la próxima reflexión, Dios mediante, veremos la dinámica, es decir la forma como se mueve esa fuerza que viene de Dios y se llama amor. No trataremos de profundizar en la explicación de cómo funciona la dinámica del amor de Dios en la Trinidad, porque sería pretender entrar en el Misterio. Los grandes teólogos, como San Agustín, lo han intentado, tomando analogías de la filosofía y de la experiencia humana, pero sería una pretensión mía entrar en ese campo; más bien tomaremos la palabras de Benedicto XVI en el N° 5 de Caritas in veritate que acabamos de leer; me parece que nos aclara un poco la doctrina porque nos señala las manifestaciones, lo que podemos comprender del amor infinito de Dios.

 

 

Fernando Díaz del Castillo Z.

Escríbanos a: reflexionesdsi@gmail.com

 

 


[1] Cfr Pgs 197s

[2] Cfr Joseph Ratzinger, Introducción Cristianismo, Ediciones Sígueme, Salamanca, 2005, 2 El desarrollo de la confesión cristiana de fe en los artículos de fe cristológica, 2, a), b) y c).

[3] Cf Ib Pgs 281ss

[4] die Liebe in der Wahrheit

Reflexión 170 – Caritas in veritate (8)

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Los 5 principios permanentes de la Doctrina Social de la Iglesia y el criterio supremo

 

En la reflexión anterior terminamos de estudiar los N° 2 y 3 de Caritas in veritate, la encíclica social de Benedicto XVI.

Como el Santo Padre afirma que el amor es el principio y criterio supremo y universal de la ética social, recordamos qué es la ética social y vimos que se refiere a los comportamientos de los individuos que tienen consecuencias importantes en la sociedad; también repasamos brevemente cuáles son los principios de la doctrina social católica. Siguiendo las enseñanzas de la Iglesia en el Compendio de la DS, vimos que los 5 principios permanentes de la DS son: la dignidad de la persona humana, el bien común, el destino universal de los bienes y la propiedad privada, el principio de subsidiaridad y finalmente el de solidaridad. A estos 5 principios hay que anteponerles el amor, como principio y criterio supremo y universal.

¿Qué importancia tienen esos 5 principios, y de dónde y cómo se obtuvieron? Nos enseña la Iglesia[1] que esos principios son expresión de la verdad íntegra sobre el hombre conocida a través de la razón y de la fe y que en el primer principio, el de la dignidad de la persona humana, encuentra fundamento cualquier otro principio y contenido de la DSI .

¿Quién inventó los principios de la doctrina social?

 

Preguntar sobre el origen de los principios permanentes de la DSI es preguntar sobre el origen de la doctrina social católica. De manera sintética se puede responder que la DSI y sus principios brotan de la Sagrada Escritura, de la Tradición y del Magisterio. En la formulación de los 5 principios intervinieron la razón y la fe; estos principios de la DSI brotan « del encuentro del ser humano real, con el mensaje evangélico y sus exigencias. El ser humano, al reflexionar sobre su vida en sociedad, encuentra que el Evangelio le plantea exigencias que están comprendidas en el Mandamiento supremo del amor a Dios y al prójimo y en la Justicia[2]. (Instrucción Libertatis conscientia (Consciencia de la libertad), de la Congregación para la doctrina de la fe, del 22 de marzo de 1986, sobre la libertad cristiana y la liberación).

El cardenal Renato Raffaele Martino, entonces presidente del Consejo Justicia y Paz, citó esas palabras en la presentación del Compendio de la DSI a la prensa. Explicaba allí el cardenal, que la Iglesia presenta su doctrina social como una enseñanza que nace del discernimiento y que se orienta a favorecer el discernimiento que necesitamos para afrontar los difíciles momentos que caracterizan a nuestro tiempo. Vamos a ver que quiere decir que la DS nace del discernimiento y favorece el discernimiento.

Discernir es distinguir una cosa de otra. Que la DSI nace del discernimiento, quiere decir que se origina en la reflexión sobre el ser humano frente a las exigencias del Evangelio. La DSI nace de la reflexión, de la comparación de las enseñanzas del Evangelio, con la realidad que se vive en la sociedad. Nuestro patrón de comportamiento es el Evangelio. Cuando dudemos sobre qué camino tomar en materia de fe y de moral / no nos equivocaremos si nos preguntamos qué nos dice el Evangelio, qué nos dice Jesucristo que debemos hacer, y si actuamos de manera coherente con su respuesta.

¿Está de acuerdo el comportamiento de la sociedad con lo que el Evangelio enseña?

 

Nuestra medida, como seres humanos, imágenes de Dios, son las exigencias del Evangelio. Lo que se espera de la persona humana es que viva de acuerdo con lo que es, como imagen de Dios. ¿Es mucho pedirnos? Sin duda es una meta difícil, exigente, que sería imposible de conseguir si Dios no nos diera su gracia; pero el Señor no nos pide que hagamos algo imposible; Él no nos falta; más aún, nos alentó a que seamos perfectos como el Padre Celestial es perfecto (Mt 5,48). Nos da los medios para la difícil tarea: la oración, los sacramentos, la Iglesia, que a pesar de sus deficiencias humanas, recibió de Jesucristo la tarea de dispensar la gracia por medio de los sacramentos. El Catecismo nos recuerda que Para llevar a cabo una obra tan grande (…) Cristo está siempre presente en la Iglesia (1087s).

Con la luz del Espíritu, a lo largo de la historia, se han ido configurando los principios

 

Entonces, que los principios y la DS nacen del discernimiento significa que se originan en la reflexión de la Iglesia sobre el ser humano frente a las exigencias del Evangelio. La Iglesia, en el curso de la historia y a la luz del Espíritu, reflexionando sabiamente sobre la propia tradición de fe, ha podido dar a tales principios permanentes de la doctrina social una fundación y configuración cada vez más exactas, clarificándolos progresivamente, en el esfuerzo de responder con coherencia a las exigencias de los tiempos y a los continuos desarrollos de la vida social. ( Compendio de la DSI, N° 160)

Una exigencia de la fe y con la ayuda de la razón…

En el programa anterior vimos que el Santo Padre, en Caritas in veritate, dice sobre la caridad que, acompañada de la verdad, la caridad está libre de un fideísmo que mutila su horizonte humano y universal. El fideísmo es una tendencia o un movimiento, que desconfía del poder de la razón y lo limita en su capacidad de conocer las verdades de orden moral y religioso. El Papa nos aclara que si es verdad que el amor es una exigencia de la fe, por la que creemos en Jesucristo, que nos pide lo encontremos en nuestros hermanos necesitados de nuestra ayuda, también la razón nos puede conducir a entender la necesidad de un amor universal. [3]

 

La Iglesia nos dice que la fe es la base, pero que Dios nos dio la razón para que la utilicemos, y la DSI se nos da como ayuda, para que discernamos, distingamos, entre el buen y el mal camino, entre la verdad y la mentira, entre lo justo y lo injusto; para que comparemos nuestro comportamiento con las exigencias del Evangelio y corrijamos el camino. En eso consiste la conversión, en vivir según el Evangelio.

Conversión significa revertir la marcha

 

Al comenzar la cuaresma, en su catequesis del miércoles 17 de febrero (2010), Benedicto XVI nos explica magistralmente estas enseñanzas. Leamos algunas líneas:

Convertirse significa cambiar de dirección en el camino de la vida: pero no para un pequeño ajuste, sino con una verdadera y total inversión de la marcha. Conversión es ir contracorriente, donde la “corriente” es el estilo de vida superficial, incoherente e ilusorio, que a menudo nos arrastra, nos domina y nos hace esclavos del mal o en todo caso prisioneros de la mediocridad moral. Con la conversión, en cambio, se apunta a la medida alta de la vida cristiana, se nos confía al Evangelio vivo y personal, que es Cristo Jesús. Su persona es la meta final y el sentido profundo de la conversión, él es el camino sobre el que estamos llamados a caminar en la vida, dejándonos iluminar por su luz y sostener por su fuerza que mueve nuestros pasos. De esta forma / la conversión manifiesta su rostro más espléndido y fascinante: no es una simple decisión moral, de rectificar nuestra conducta de vida, sino que es una decisión de fe, que nos implica enteramente en la comunión íntima con la persona viva y concreta de Jesús. Convertirse y creer en el Evangelio no son dos cosas distintas o de alguna forma sólo cercanas entre sí, sino que expresan la misma realidad. La conversión es el “sí” total de quien entrega su propia existencia al Evangelio, respondiendo libremente a Cristo, que primero se ofreció al hombre como camino, verdad y vida, como aquel que lo libera y lo salva. Precisamente este es el sentido de las primeras palabras con las que, según el evangelista Marcos, Jesús abre la predicación del “Evangelio de Dios”: “”El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca; convertíos y creed en la Buena Nueva” (Mc 1,15).

(…)

Cada día es un momento favorable de gracia (…) aun cuando no faltan las dificultades y las fatigas, los cansancios y las caídas, aun cuando estamos tentados de abandonar el camino de seguimiento de Cristo y de cerrarnos en nosotros mismos, en nuestro egoísmo, sin darnos cuenta de la necesidad que tenemos de abrirnos al amor de Dios en Cristo, para vivir la misma lógica de justicia y de amor. En el reciente Mensaje para la Cuaresma he querido recordar que “se necesita humildad para aceptar tener necesidad de Otro que me libere de lo ‘mío’, para darme gratuitamente lo ’suyo’. Esto sucede particularmente en los sacramentos de la Penitencia y de la Eucaristía. Gracias al amor de Cristo, podemos entrar en la justicia ‘más grande’, que es la del amor (cfr Rm 13,8-10), la justicia de quien se siente en todo momento más deudor que acreedor, porque ha recibido más de cuanto podía esperar”[4]

La razón y la fe se unen para ayudarnos en el camino del Evangelio

 

El amor en la verdad se encuentran con la ayuda de la fe y de la razón. El ser humano está dotado de una naturaleza racional y libre, que le permiten conocer la verdad sobre la vocación a su desarrollo. Pablo VI en Populorum progressio (15), habla de la vocación del hombre a promover su propio progreso, su propio desarrollo. Añade que Dotado de inteligencia y de libertad, el hombre es responsable de su crecimiento, lo mismo que de su salvación.

El amor y la verdad tienen mucho qué ver: son la expresión de la humanidad como Dios la diseñó. La caridad practicada de verdad, es una expresión auténtica de humanidad y es fundamental en las relaciones humanas tanto privadas, personales, como públicas. Sin verdad, el amor se queda en sentimientos o como dice Benedicto XVI en Caritas in veritate, en el N° 3, “Sin verdad, la caridad cae en mero sentimentalismo. El amor se convierte en un envoltorio vacío que se rellena arbitrariamente. Éste es el riesgo”.

Relativizar la verdad: cada cual inventa su propia verdad

 

 

 

Continuemos ahora con el N° 4 de Caritas in veritate. Veremos allí que la Verdad (el logos) hace posible el diálogo, la comunicación, la comunión. Nos dice el Santo Padre que, en el actual contexto social y cultural, en el que hay una tendencia general a relativizar la verdad,- es decir, a que cada cual invente su propia verdad, – la práctica de la caridad en la verdad ayuda a comprender que la adhesión a los valores cristianos no es simplemente útil sino indispensable para la construcción de una buena sociedad y de un verdadero desarrollo integral.[5]

 

Cuando se habla de la adhesión a los valores cristianos, como indispensable para la construcción de una buena sociedad y un verdadero desarrollo integral, no se exige la adhesión a la fe católica, sino a sus valores, porque la encíclica Caritas in veritate no está dirigida sólo a los fieles católicos sino también a todos los hombres de buena voluntad.

Dice el N° 4:

 

 

Puesto que está llena de verdad, la caridad puede ser comprendida por el hombre en toda su riqueza de valores, compartida y comunicada. En efecto, la verdad es «lógos» que crea «diá-logos» y, por tanto, crea comunicación y comunión. La verdad, rescatando a los hombres de las opiniones y de las sensaciones subjetivas, les permite llegar más allá de las determinaciones culturales e históricas y apreciar el valor y la sustancia de las cosas. La verdad abre y une el intelecto de los seres humanos en el lógos del amor: éste es el anuncio y el testimonio cristiano de la caridad.

En el contexto social y cultural actual, en el que está difundida la tendencia a relativizar lo verdadero, vivir la caridad en la verdad lleva a comprender que la adhesión a los valores del cristianismo no es sólo un elemento útil, sino indispensable para la construcción de una buena sociedad y un verdadero desarrollo humano integral. Un cristianismo de caridad sin verdad se puede confundir fácilmente con una reserva de buenos sentimientos, provechosos para la convivencia social, pero marginales. De este modo, en el mundo no habría un verdadero y propio lugar para Dios. Sin la verdad, la caridad es relegada a un ámbito de relaciones reducido y privado. Queda excluida de los proyectos y procesos/ para construir un desarrollo humano de alcance universal, en el diálogo entre saberes y operatividad.

Es necesario que la caridad y la verdad vayan juntas y, ¿qué es un valor?

 

 

 

La caridad que está llena de verdad, – la caridad que no es sólo un disfraz de amor,- la podemos comprender en toda su riqueza de valores. La caridad que no podemos comprender es la que no está de acuerdo con la verdad, la caridad que no es verdad.

 

 

¿Cómo puedo apropiarme un valor?

 

 

 

El concepto valor se refiere a una cualidad que se considera deseable porque es valiosa, porque tiene mucho sentido. Un valor atrae y uno trata de conseguirlo para sí. ¿Cómo? Viviendo de acuerdo con ese valor; así lo hace uno propio.[6]

Si tomamos la descripción que San Pablo hace de la caridad, en el capítulo 14 de su primera carta a los Corintios, podemos comprender algo de la riqueza de que está lleno el amor: el amor es paciente, es servicial; el amor no es celoso ni arrogante o descortés; no busca su interés, no se irrita, ni es rencoroso; no se alegra de la injusticia; se alegra con la verdad. Todo lo excusa. Todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta.

¡Cómo nos gustaría apropiarnos, así fuera en un grado menor, de algunos de esos valores, que conforman la riqueza del amor!

 

 

 

 

Podemos hablar solos, pero no conversar solos

 

 

Fijémonos en algunas afirmaciones más de Benedicto XVI sobre el amor en la verdad. Dice que la verdad es «lógos» que crea «diá-logos» y, por tanto, comunicación y comunión. Diálogo significa conversación. Uno conversa con otros; a veces hablamos solos, pero no conversamos solos. Cuando no hay verdad se rompe la conversación, la comunicación, la comunión. En las parejas, en las familias, en todos los grupos humanos, el don de la palabra, del logos, puede unir, cuando hay verdad, o desbaratar las relaciones y enfriar o apagar el amor si falla la verdad.

 

 

 

Dice el Papa: La verdad abre y une el intelecto de los seres humanos en el lógos del amor: éste es el anuncio y el testimonio cristiano de la caridad.

 

También en Caritas in veritate dice Benedicto XVI que Un cristianismo de caridad sin verdad se puede confundir fácilmente con una reserva de buenos sentimientos, provechosos para la convivencia social, pero marginales (es decir, de poca importancia). De este modo, en el mundo no habría un verdadero y propio lugar para Dios.”

 

No se niega que los no creyentes puedan hacer una labor humanitaria. Las desgracias ajenas conmueven a los seres humanos. Lo podemos ver en la reacción a las tragedias de Haití y de Chile. Cuando no se busca el bien propio sino el de los demás, ese puede ser un camino para llegar a Dios a través de los hermanos, o se puede quedar en sólo la utilización de buenos sentimientos, provechosos para la convivencia social y nada más. Si las labores humanitarias y el desarrollo que se pretende para los pueblos más pobres, no se realizan con el espíritu que impregna el amor cristiano, no se conseguirá el desarrollo integral de todo el ser humano y de todos los seres humanos.

 

 

  

Sin Dios no es posible un desarrollo integral

 

Si del desarrollo se separa a Dios y con Él a lo espiritual, no se busca un desarrollo integral, que por definición, tiene que ser de todo el hombre. Esto es importante, porque se oye a veces citar de manera incompleta la famosa frase de Pablo VI, quien dijo que el desarrollo es el nuevo nombre de la paz. He oído esa cita fuera de contexto, como si el Papa hubiera afirmado que el desarrollo económico es el nuevo nombre de la paz. Un desarrollo económico conduce a la paz si es integral; si no es sólo económico, si es de todo el hombre y de todos los hombres.[7]

 

 

 

El que “sí” es libre desarrollo de la personalidad

 

La encíclica Caritas in veritate seguirá tratando el tema del desarrollo integral, ese derecho y deber del hombre (es la vocación a la que Dios lo llama y a la cual debe responder), a llegar a ser el ser humano pleno, en cada una y todas las dimensiones de que Dios lo dotó en su plan creador. El derecho del ser humano al desarrollo integral se deriva de la concepción cristiana de la persona humana, que requiere vivir en condiciones materiales y espirituales que le favorezcan ese, que sí es, libre desarrollo de su personalidad.

 

 

 

Fernando Díaz del Castillo Z.

 

Escríbanos a:

reflexionesdsi@gmail.com

 

 


[1] Compendio de la DSI, N° 160

[2] Congregación para la Doctrina de la Fe, Instr. Libertatis conscientia, 72: AAS 79 (1987) 585; Véase el enlace en este blog y también en el Compendio de la DSI, N° 160.

[3] Cfr Joseph Ratzinger, Introducción al cristianismo, Ediciones Sígueme, Salamanca, 2005, Pg.176s

[4] L’Oss. Rom. 5 de febrero de 2010, p. 8

 

[5] Cfr Resumen elaborado por “Center of Concern”, publicada en español en la WEB, Instituto Social León XIII, http://www.Instituto-social-leonXIII.org

[6] Cf Manuel García Morente, Lecciones Preliminares de Filosofía, Grupo Editorial Tomo S.S., de C.V., México D.F., Lección XXIV, Ontología de los Valores

[7] Recordemos que Pablo VI se refirió al desarrollo como nuevo nombre de la paz en Populorum progressio, 76-77 y Juan Pablo II la repitió en sus mensajes, por ej. En el Mensaje a la XXXI Conferencia de la FAO, celebrado en Roma, del 2 al 13 de noviembre 2001.

Reflexión 169 – Caritas in veritate (7)

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Sentido y fundamentos teológicos de Caritas in veritate

La introducción tiene 9 números y en ellos el Santo Padre explica el sentido  y pone los fundamentos teológicos de esta encíclica social que contribuye  a ofrecer, desde la fe, una respuesta a la crisis económica y social por la que atraviesa el mundo.

Repasemos las enseñanzas que nos ofrece el N° 2:

Nos enseña Benedicto XVI que la caridad es el criterio supremo y universal de toda la ética social. La caridad se presenta no sólo como la principal virtud cristiana, sino como un principio, como el criterio y norma más importante de la ética social.

Tengamos presente que la ética social trata de los comportamientos de los individuos, que tienen consecuencias importantes en la sociedad; así, el que una sociedad sea justa o no, se funda en las decisiones y comportamientos de personas individuales. Nuestro voto, por ejemplo, es una decisión individual que puede tener graves consecuencias en la sociedad. Los corruptos se abren paso al congreso de la república gracias a decisiones individuales de quienes votan por ellos, sin tener en cuenta el bien o el mal de la sociedad, sino su beneficio particular. Esos congresistas corruptos serán legisladores de la república. ¿De ellos se pueden esperar leyes que se funden en la caridad, en la verdad y en la justicia?

 

Principios pemanentes de la Doctrina Social de la Iglesia: expresión de la verdad íntegra sobre el hombre

Para comprender el alcance de la afirmación de que el amor, la caridad, es el principio y criterio supremo y universal de la ética social, tengamos en cuenta cuáles son los principios de la doctrina social católica.

 En los números 160 a 208 el Compendio de la DSI presenta los principios permanentes de la doctrina social; de ellos dice que son expresión de la verdad íntegra sobre el hombre conocida a través de la razón y de la fe. No son unos principios generales, abstractos, basados  sólo en la filosofía, sino que brotan « del encuentro del ser humano real, con el mensaje evangélico y (…) sus exigencias —comprendidas en el Mandamiento supremo del amor a Dios y al prójimo y en la Justicia— con los problemas que surgen en la vida de la sociedad»[1].

Nos enseña el Compendio de la DS, que  La Iglesia, en el curso de la historia y a la luz del Espíritu, reflexionando sabiamente sobre la propia tradición de fe, ha podido dar a tales principios permanentes de la doctrina social una fundación y configuración cada vez más exactas, clarificándolos progresivamente, en el esfuerzo de responder con coherencia a las exigencias de los tiempos y a los continuos desarrollos de la vida social.

Los cinco principios permanentes de la DSI

El Compendio nombra primero al principio de la dignidad de la persona humana. La DSI se basa en la persona, en su dignidad, por ser creada a imagen y semejanza de Dios. En éste encuentra su fundamento cualquier otro principio y contenido de la DSI.

El segundo principio es el del bien común. Benedicto XVI trata el del bien común desde la introducción, en el N° 7. El principio del bien común se refiere a la exigencia que tenemos de buscar  de manera constante también el bien de los demás, el bien de todos, y no sólo el bien propio.

El tercer principio de la DSI es el destino universal de los bienes y el derecho a la propiedad privada, que como nos enseña el Concilio Vaticano II en la constitución pastoral Gaudium et spes, (69), consiste en que Dios ha destinado la tierra y cuanto ella contiene para uso de todos los hombres y pueblos. En consecuencia, los bienes creados deben llegar a todos en forma equitativa bajola égida (la protección) de la justicia y con la compañía de la caridad. La propiedad privada, por otra parte, asegura a cada cual una zona propia, necesaria para la autonomía personal y social y se considera una extensión del derecho a la libertad.[2]

En el principio del destino universal de los bienes y la propiedad privada se unen la  caridad, – el amor, como criterio supremo y universal de toda la ética social y la justicia como protección de la equidad.

El cuarto principio de la DSI es el de subsidiaridad. Este principio protege a las personas e instituciones, del monopolio de la iniciativa de parte de las instituciones de orden superior, de las formas de exagerada centralización, de burocratización y de la presencia injustificada del estado y del aparato público.[3] Se refiere el principio de subsidiaridad a que  la autoridad debe resolver los asuntos en las instancias más cercanas a los interesados. Por tanto, la autoridad central asume una función sólo de manera subsidiaria, – de reemplazo, – cuando  por alguna razón esa función no la pueda asumir de modo eficiente la instancia más inmediata.

Veamos dos ejemplos: la educación de los hijos es un deber y un derecho de los padres de familia; cuando los padres no están en capacidad de hacerlo, les ayuda, los subsidia, el estado. En el caso de los servicios públicos, el estado subsidia a los ciudadanos cuando no pueden pagarlos. Pero el Estado no debe reemplazar a los ciudadanos, si ellos pueden cumplir directamente con su obligación.

El deber de participación ciudadana

Una consecuencia del principio de subsidiaridad es el deber de participación ciudadana. No nos podemos desentender del manejo de los intereses de la comunidad y esperar que todo lo haga el “papá” estado. Este no es sólo un deber cívico, considerado en la Constitución política,[4] sino un principio de la DSI. No enseña la Iglesia que

La participación en la vida comunitaria no es solamente una de las mayores aspiraciones del ciudadano, llamado a ejercitar libre y responsablemente el propio papel cívico con y para los demás, sino también uno de los pilares de todos los ordenamientos democráticos,[5] además de una de las mejores garantías de permanencia de la democracia. El gobierno democrático, en efecto, se define a partir de la atribución, por parte del pueblo, de poderes y funciones, que deben ejercitarse en su nombre, por su cuenta y a su favor; es evidente, pues, que toda democracia debe ser participativa.[6] Lo cual comporta que los diversos sujetos de la comunidad civil, en cualquiera de sus niveles, sean informados, escuchados e implicados en el ejercicio de las funciones que ésta desarrolla (Compendio 189-191).

El quinto principio permanente de la DSI es el de la solidaridad. Este principio, que adquiere una clara importancia en la situación actual de crisis económica  y de desastres naturales en nuestros países vecinos, lo hemos tratado ya, especialmente cuando estudiamos la encíclica Sollicitudo rei socialis, de Juan Pablo II, quien centró esa encíclica en la solidaridad, a la que presentó no sólo como una actitud civil, ética, sino como virtud cristiana, pues el cristiano entiende la solidaridad como una actitud permanente hacia los demás seres humanos, como a miembros de su propia familia, hijos del mismo Padre celestial y redimidos por su Hijo unigénito, Jesucristo. 

La solidaridad no se puede dejar solo en manos del estado

Benedicto XVI ha vuelto a tomar en Caritas in veritate, el deber y derecho de la participación en la comunidad civil, y el principio de solidaridad. Una consecuencia de la interdependencia de las naciones en el mundo globalizado, es que hace indispensable la solidaridad. Lo que ocurre a un pueblo afecta en mayor o menor grado a los demás.

En el capítulo tercero de Caritas in veritate, Benedicto XVI trata sobre Fraternidad, Desarrollo Económico y Sociedad Civil y dice que La solidaridad consiste en primer lugar en que todos se sientan responsables de todos; por lo tanto no se la puede dejar solamente en manos del Estado. Benedicto XVI adhiere así a la definición que de solidaridad, nos ofreció Juan Pablo II en Sollicitudo rei socialis en el N° 38. Nos dice allí que

La solidaridad es también una verdadera y propia virtud moral, no « un sentimiento superficial por los males de tantas personas, cercanas o lejanas. Al contrario, es la determinación firme y perseverante de empeñarse por el bien común; es decir, por el bien de todos y cada uno, para que todos seamos verdaderamente responsables de todos ». La solidaridad se eleva al rango de virtud social fundamental, ya que se coloca en la dimensión de la justicia, virtud orientada por excelencia al bien común, y en « la entrega por el bien del prójimo, que está dispuesto a “perderse”, en sentido evangélico, por el otro en lugar de explotarlo, y a “servirlo” en lugar de oprimirlo para el propio provecho (cf. Mt 10,40-42; 20, 25; Mc 10,42-45; Lc 22,25-27) ».[7]

 

Todos los principios de la DSI presuponen la caridad

 

Hemos aprendido en estas reflexiones sobre la DSI en Caritas in veritate, la estrecha relación de la caridad con la verdad, la justicia y la libertad y acabamos de ver que los principios permanentes de la DSI presuponen todos, la caridad, el amor, para que no sean letra muerta; y una caridad actuante, no sólo de palabra.

Esto lo hemos entendido mejor con la explicación de que la caridad da forma, articula entre sí, a las demás virtudes. Sin la caridad todo se convierte en palabrería sin substancia o mejor, sin verdad.

Como la caridad es indispensable para articular toda nuestra vida, aprendimos que son necesarias la caridad social y  la caridad política, como lo leímos en el N° 207 del Compendio de la DSI, donde nos dice que para edificar la paz, en el contexto de un mundo cada vez más complejo

es necesario que se muestre la caridad no sólo como inspiradora de la acción individual, sino también como fuerza capaz de suscitar vías nuevas para afrontar los problemas del mundo de hoy y para renovar profundamente desde su interior las estructuras, organizaciones sociales y ordenamientos jurídicos.

Recordamos así que, la DSI tiene qué decir en la política, ante la necesidad de renovar profundamente desde su interior las estructuras, organizaciones sociales y ordenamientos jurídicos y esto hay que hacerlo desde la política.

A todos estos principios les da forma, el principio y criterio supremo y universal de la ética social, que es la caridad, el amor. Sin amor no se ve cómo se pueden volver principios vivos, actuantes. Su práctica nos va a exigir siempre el amor, que depone toda clase de egoísmos.    

El amor, hace creíble la fe que decimos profesar

 

Repasemos otros asuntos muy importantes que hemos aprendido en Caritas in veritate:

Nos explica Benedicto XVI que el Amor es el más grande regalo que nos ha hecho Dios. Él nos ama con amor infinito, como se demuestra al crearnos a su imagen y semejanza, y nos dotó de la capacidad de amar y de ser amados. No hay nada más grande.

También nos ha quedado claro, que la práctica de la caridad, del amor, hace creíble la fe que decimos profesar. No hay mejor testimonio de nuestra fe, que la práctica de la caridad en la verdad. Si amamos en la verdad, – es decir, de verdad, hay coherencia entre nuestras creencias y nuestra vida.

Comprendimos también ya, a qué se refiere el término de la “economía” de la caridad: que es la manera como Dios entiende que debe ser la práctica del amor, en el plan de Dios para la humanidad. La historia de la salvación es la historia del amor misericordioso de Dios; Jesucristo en su predicación, y especialmente con su vida, nos enseñó cómo debemos amar, y cumplir su mandamiento nuevo, por cuya práctica el mundo reconocerá a sus seguidores. Esa es la caridad que debemos practicar como cristianos, un amor capaz de comprometerse, de entregarse, como el amor de Dios, expresado en la creación y la encarnación, la vida, pasión, muerte y resurrección de Jesucristo; no una caridad reducida a sentimentalismos y apenas expresada en palabras.

El Papa nos dice que en la práctica de la caridad se debe expresar la verdad, y añade que a su vez, se ha de entender, valorar y practicar la caridad a la luz de la verdad. Quizás nos ayude a comprender qué es el amor sin verdad, el beso de Judas. En estas explicaciones el Papa, como profundo teólogo, integra la fe y la razón.

Continuemos con la lectura de la encíclica Caritas in veritate, que nos amplia estas maravillosas ideas de la DSI.

 

El número 3 de Caritas in veritate

 

En el N° 2 el Santo Padre nos había advertido de las desviaciones y la pérdida de sentido que ha sufrido y sufre la caridad (…). De aquí la necesidad de unir no sólo la caridad con la verdad (…) tanto en el sentido de verdad en la caridad, como en el sentido complementario de caridad en la verdad. Termina el número 2 Benedicto XVI, afirmando que esto no es algo de poca importancia hoy, en un contexto social y cultural, que con frecuencia relativiza la verdad, bien desentendiéndose de ella, bien rechazándola. Cada día parece que se da menos importancia a la verdad.

Leamos ahora  el N° 3:

Por esta estrecha relación con la verdad, se puede reconocer a la caridad como expresión auténtica de humanidad / y como elemento de importancia fundamental en las relaciones humanas, también las de carácter público. Sólo en la verdad resplandece la caridad y puede ser vivida auténticamente. La verdad es luz que da sentido y valor a la caridad. Esta luz es simultáneamente la de la razón y la de la fe, por medio de la cual la inteligencia llega a la verdad natural y sobrenatural de la caridad, percibiendo su significado de entrega, acogida y comunión. Sin verdad, la caridad cae en mero sentimentalismo. El amor se convierte en un envoltorio vacío que se rellena arbitrariamente. Éste es el riesgo fatal del amor / en una cultura sin verdad. Es presa fácil de las emociones y las opiniones contingentes de los sujetos, una palabra de la que se abusa y que se distorsiona, terminando por significar lo contrario. La verdad libera a la caridad / de la estrechez de una emotividad que la priva de contenidos relacionales y sociales, así como de un fideísmo que mutila su horizonte humano y universal. En la verdad, la caridad refleja la dimensión personal y al mismo tiempo pública de la fe en el Dios bíblico, que es a la vez «Agapé» y «Lógos»: Caridad y Verdad, Amor y Palabra.

La caridad practicada de verdad, una expresión auténtica de humanidad, fundamental en las relaciones humanas

La caridad practicada de verdad, es una expresión auténtica de humanidad y es fundamental en las relaciones humanas tanto privadas, personales, como públicas. Hoy se habla mucho de humanidad, de derechos humanos, pero a veces son palabras, que esconden tras su fachada un mero sentimentalismo o un envoltorio vacío / que se rellena arbitrariamente, en palabras de Benedicto XVI.

Se presentan algunos como defensores de los derechos humanos, cuando en realidad buscan con sus palabras que se abra el camino a sus propósitos políticos, ideológicos, que están lejos de la práctica de los derechos humanos. Esa es una caridad sin verdad, una palabra de la que se abusa y que se distorsiona, terminando por significar lo contrario.

La verdad libera a la caridad de una emotividad estrecha, egoísta si no se  tienen en cuenta las relaciones con los demás. El amor verdadero tiene un horizonte universal, no estrecho y limitado sólo a los intereses personales.

 

El amor en la fe y en la razón

 

La caridad, acompañada de la verdad, está libre de un fideísmo que mutila su horizonte humano y universal. Es que detrás de las palabras caridad, amor, si no son amor, caridad, en la verdad, se pueden esconder falacias, engaños. La verdad, la razón y la fe se apoyan entre sí. El amor cabe en la fe y en la razón; lo aceptamos los creyentes en Dios Amor y los no creyentes tienen también la capacidad de amar. Hay no creyentes que se sacrifican por los demás. Es que el amor tiene un horizonte humano y universal, nos dice el Papa.

El fideísmo es una tendencia o un movimiento, que limita el poder de la razón en el conocimiento de las verdades de orden moral y religioso. El Papa parece decirnos que, si el amor es una exigencia de la fe[8], por la que creemos en Jesucristo, que nos pide lo encontremos en nuestros hermanos que necesitan nuestra ayuda, también la razón nos puede conducir a entender la necesidad de un amor universal.

Las palabras de Benedicto XVI son una invitación a que ahondemos en el conocimiento de nuestra fe, cuando dice que el Dios bíblico en el que creemos es a la vez «Agapé» y «Lógos», es decir Amor (eso significa agapé) y Lógos, que significa Verdad y también Palabra.

Estos conceptos: amor o agapé, verdad o logos o palabra, razón, verdad, todos aplicables a Dios, son un indicio de la infinitud de Dios que no alcanzamos a abarcar y nos indican que en nuestra propia vida tenemos que tender a integrarlos, para en alguna forma conseguir obrar como imágenes de Dios. Nuestra vida tiene que expresar la verdad y el amor que sintetizan lo que es Dios.

 

El amor  ve lo que permanece inaccesible para la razón

 

En su catequesis del miércoles 17 de marzo de 2010, al comparar la teología de Santo Tomás de Aquino y la de San Buenaventura, explicaba Benedicto XVI, que el pensamiento de Santo Tomás sigue más la línea de la razón, de la búsqueda de la verdad; el ser humano quiere por medio de la teología, conocer a Dios cada vez más y luego actuar según Dios. Según San Buenaventura el camino es inverso: quien ama quiere conocer más y mejor al amado. La acción es una respuesta al amor.

Santo Tomás sigue más la línea de la razón, San Buenaventura la línea del afecto, pero los dos se encuentran.

Santo Tomás y San Buenaventura definen de modo distinto el destino último del hombre, su felicidad plena: para santo Tomás el fin supremo, al que se dirige nuestro deseo, es ver a Dios. En este sencillo acto de ver a Dios encuentran solución todos los problemas: somos felices, no necesitamos nada más.

Para san Buenaventura el destino último del hombre es en cambio: amar a Dios, el encuentro y la unión de su amor y del nuestro. Ésta es para él la definición más adecuada de nuestra felicidad.

El amor y la verdad, si son genuinos, se encuentran. Recordemos la frase que se atribuye a Blas Pascal El corazón tiene razones que la razón no comprende. En esa misma catequesis, explica Benedicto XVI que para San Agustín, la última categoría del conocimiento es ver con la razón y el corazón, pero San Buenaventura encontró en Dionisio, un teólogo sirio del siglo VI, una visión que le pareció más importante:

en la subida hacia Dios se puede llegar a un punto en que la razón ya no ve más. Pero en la noche del intelecto  el amor ve aún – ve lo que permanece inaccesible para la razón. El amor se extiende más allá de la razón, ve más, entra más profundamente en el misterio de Dios.

Fernando Díaz del Castillo Z.

 

Escríbanos a:

reflexionesdsi@gmail.com


[1] Congregación para la Doctrina de la Fe, Instr. Libertatis conscientia, 72: AAS 79 (1987) 585

[2] Concilio Vaticano II, Gaudium et spes, 71; León XIII Rerum novarum, 103-104; Pío XII, Radiomensaje por el 50°  aniversario de Rerum novarum, AAS 33 (1941) 199; Id., Radiomensaje de Navidad (24 dic. 1942): AAS 35 (1943) 17; Radiomensaje (1 sept. 1944): AAS 36 (1944); Juan XXIII, Carta enc. Mater et magistra: AAS 53 (1961) 428s

[3] Cfr Compendio de la DSI, N° 185ss

[4] En la Constitución colombiana Cfr Art. 2, 79, 49, 45, 342

[5] Cf Juan XXIII, Carta enc. Pacem in terris, 278

[6] Cf Juan Pablo II, Carta enc. Centesimus annus, 46

[7] Cfr Compendio de la DSI, 193

[8] Cfr Joseph Ratzinger, Introducción al cristianismo, Ediciones Sígueme, Salamanca, 2005, Pg.176s

Reeflexión 168 – Caritas in veritate (6)

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La caridad criterio supremo y universal de toda la ética social

Repasemos lo que hemos aprendido del número 2 de Caritas in veritate.

La caridad está en el corazón de la DSI, en torno al principio caridad en la verdad gira toda la doctrina de la Iglesia sobre la justicia y la sociedad, es decir sobre nuestras relaciones personales y sociales, sobre nuestras relaciones individuales con otras personas y con los grupos e instituciones que conforman la sociedad. Si esto lo llevamos a la práctica tiene implicaciones muy importantes. Si nuestras relaciones con los demás giran en torno a la caridad, a la justicia y a la verdad viviremos en armonía, en paz.

Es importante que consultemos lo que el Compendio de la DSI nos enseña sobre el papel de la práctica de la caridad según la DSI. Podremos así confirmar que la DSI se caracteriza por la continuidad y al mismo tiempo la renovación; ha estado siempre orientada por la luz perenne del Evangelio y está constantemente atenta a la evolución de la sociedad.[1] Después de presentar los principios de la DSI,[2] el Compendio trata sobre los valores fundamentales de la vida social: la verdad, la libertad y la justicia, y explica la relación que hay entre los principios y los valores.[3] Allí podemos ver la importancia primordial de la caridad.

En el N° 204 nos enseña el Compendio de la DSI:

Entre las virtudes en su conjunto y, especialmente entre las virtudes, los valores sociales y la caridad, existe un vínculo profundo que debe ser reconocido cada vez más profundamente. La caridad, a menudo limitada al ámbito de las relaciones de proximidad, o circunscrita únicamente a los aspectos meramente subjetivos de la actuación en favor del otro, debe ser reconsiderada en su auténtico valor de criterio supremo y universal de toda la ética social. De todas las vías, incluidas las que se buscan y recorren para afrontar las formas siempre nuevas de la actual cuestión social, la « más excelente » (1 Co 12,31) es la vía trazada por la caridad.

No podemos pasar por alto la afirmación de la DSI, según la cual, la caridad es el criterio supremo y universal de toda la ética social.

Relación de la caridad con la verdad, la justicia y la libertad

Dice el Compendio en los Nos 205-207:

205. Los valores de la verdad, de la justicia y de la libertad, nacen y se desarrollan de la fuente interior de la caridad

Qué bien concuerda esta afirmación con la unión íntima de la caridad y la verdad, como la presenta Benedicto XVI. Fijémonos bien en esta afirmación: la fuente de los valores de la verdad, de la justicia y de la libertad, dice el Compendio, es la caridad

la convivencia humana resulta ordenada, fecunda en el bien y apropiada a la dignidad del hombre, cuando se funda en la verdad; cuando se realiza según la justicia, es decir, en el efectivo respeto de los derechos y en el leal cumplimiento de los respectivos deberes; cuando es realizada en la libertad que corresponde a la dignidad de los hombres, impulsados por su misma naturaleza racional a asumir la responsabilidad de sus propias acciones; cuando es vivificada por el amor, que hace sentir como propias las necesidades y las exigencias de los demás e intensifica cada vez más la comunión en los valores espirituales y la solicitud por las necesidades materiales.[4] Estos valores constituyen los pilares que dan solidez y consistencia al edificio del vivir y del actuar: son valores que determinan la cualidad de toda acción e institución social.

Relación de la caridad con la justicia

La relación de la caridad con la justicia la explica el Compendio de la DSI en el 206:

La caridad presupone y trasciende la justicia: (no puede haber caridad si no está acompañada de la justicia) esta última « ha de complementarse con la caridad ».[5] Si la justicia es « de por sí apta para servir de “árbitro” entre los hombres en la recíproca repartición de los bienes objetivos según una medida adecuada, el amor en cambio, y solamente el amor (también ese amor benigno que llamamos “misericordia”), es capaz de restituir el hombre a sí mismo ».[6] Estas últimas son palabras de Juan Pablo II en Dives in misericordia. Dice en esta encíclica, en el N° 14, que La auténtica misericordia es por decirlo así la fuente más profunda de la justicia. El N° 206 del Compendio, que estamos leyendo, continúa así:

No se pueden regular las relaciones humanas únicamente con la medida de la justicia: « La experiencia del pasado y de nuestros tiempos demuestra que la justicia por sí sola no es suficiente y que, más aún, puede conducir a la negación y al aniquilamiento de sí misma… Ha sido ni más ni menos la experiencia histórica la que entre otras cosas ha llevado a formular esta aserción: summum ius, summa iniuria ».[7]

Esa frase del orador latino Marco Tulio Cicerón, summum ius, summa iniuria, que se ha convertido en una regla del derecho, quiere decir que la justicia llevada al extremo se puede convertir en una gran injusticia. En cristiano significa que, la aplicación de la justicia tiene que estar moderada por la misericordia. Así continúa el Compendio de la DSI:

La justicia, en efecto, « en todas las esferas de las relaciones interhumanas, debe experimentar, por decirlo así, una notable “corrección” por parte del amor que —como proclama San Pablo— “es paciente” y “benigno”, o dicho en otras palabras, lleva en sí los caracteres del amor misericordioso, tan esenciales al evangelio y al cristianismo ».[8]

Con mucho provecho podemos complementar nuestro estudio sobre la relación del amor y la justicia, con la lectura de la encíclica Dives in misericordia, de Juan Pablo II. Les sugiero leer desde el N° 12, que lleva por título ¿ Basta la justicia ?

La caridad da forma, articula entre sí a las demás virtudes

El Compendio se extiende en la explicación de la relación de la caridad con la justicia en el 207:

Ninguna legislación, ningún sistema de reglas o de estipulaciones lograrán persuadir a hombres y pueblos a vivir en la unidad, en la fraternidad y en la paz; ningún argumento podrá superar la llamada de la caridad. Sólo la caridad, en su calidad de « forma virtutum »,[9] puede animar y plasmar la actuación social para edificar la paz, en el contexto de un mundo cada vez más complejo.

Sólo la caridad, en su calidad de forma virtutum… El Catecismo en el N° 1827 nos explica qué significa que la caridad sea forma virtutum, la forma de las virtudes, la que da forma a las demás virtudes, cuando dice que la caridad articula, ordena entre sí a todas las virtudes, que la caridad asegura y purifica nuestra facultad de amar, la eleva a la perfección sobrenatural del amor divino.

Estas enseñanzas nos convencen cada día más de que, si el Evangelio, con su mensaje central del amor no llega a los que manejan la política y la economía, los problemas de pobreza y de inequidad en el mundo no se van a resolver. Leamos cómo sigue el Compendio en el mismo N° 207:

Para que todo esto suceda – (edificar la paz, en el contexto de un mundo cada vez más complejo) – es necesario que se muestre la caridad no sólo como inspiradora de la acción individual, sino también como fuerza capaz de suscitar vías nuevas para afrontar los problemas del mundo de hoy y para renovar profundamente desde su interior las estructuras, organizaciones sociales y ordenamientos jurídicos. En esta perspectiva la caridad se convierte en caridad social y política: la caridad social nos hace amar el bien común [10] y nos lleva a buscar efectivamente el bien de todas las personas, consideradas no sólo individualmente, sino también en la dimensión social que las une.

La caridad social y la caridad política

En su momento veremos la enorme importancia que el tema del bien común tiene en la encíclica Caridad en la verdad. Terminemos esta reflexión del Compendio con la lectura del N° 208, que nos ayudará a comprender por qué la DSI tiene qué decir en la política, ante la necesidad de renovar profundamente desde su interior las estructuras, organizaciones sociales y ordenamientos jurídicos. Nos viene muy bien tener esto claro en vísperas de las elecciones:

La caridad social y política no se agota en las relaciones entre las personas, sino que se despliega en la red en la que estas relaciones se insertan, que es precisamente la comunidad social y política, e interviene sobre ésta, procurando el bien posible para la comunidad en su conjunto. En muchos aspectos, el prójimo que tenemos que amar se presenta « en sociedad », de modo que amarlo realmente, socorrer su necesidad o su indigencia, puede significar algo distinto del bien que se le puede desear en el plano puramente individual: amarlo en el plano social significa, según las situaciones, servirse de las mediaciones sociales para mejorar su vida, o bien eliminar los factores sociales que causan su indigencia. La obra de misericordia con la que se responde aquí y ahora a una necesidad real y urgente del prójimo es, indudablemente, un acto de caridad; pero es un acto de caridad igualmente indispensable el esfuerzo dirigido a organizar y estructurar la sociedad de modo que el prójimo no tenga que padecer la miseria, sobre todo cuando ésta se convierte / en la situación en que se debate un inmenso número de personas y hasta de pueblos enteros, situación que asume, hoy, las proporciones de una verdadera y propia cuestión social mundial.

Me parece muy interesante y digno de ahondar en esta idea de que intervenir en política en procura de del bien de la comunidad puede constituir un acto de caridad. Habla la doctrina social de caridad social y política. Y esto de que es un acto de caridad igualmente indispensable el esfuerzo dirigido a organizar y estructurar la sociedad de modo que el prójimo no tenga que padecer la miseria…

El más grande regalo que nos ha hecho Dios

Otra lección que hemos aprendido en la introducción de la encíclica Caridad en la verdad es que el Amor es el más grande regalo que nos ha hecho Dios. Él nos ama con amor infinito al crearnos a su imagen y semejanza nos dotó de la capacidad de amar y de ser amados. No hay nada más grande.

Nos enseña también la encíclica desde su introducción, que toda nuestra vida debe estar dirigida por la Caridad, por el Amor: toda nuestra vida quiere decir toda, sin excusas para dejar resquicios a nuestro egoísmo: nuestra vida personal, familiar, de trabajo, en el cumplimiento de nuestros deberes comunitarios y con la sociedad debe estar dirigida por el amor. No sólo debemos practicar el amor en lo grande; también en las pequeñas cosas. No sólo el asesinato y el secuestro son faltas contra el amor; el irrespeto a los demás y a sus bienes, por ejemplo, es una señal de que no se practica la caridad. Y se falta al respeto de mil maneras…

El amor hace creíble nuestra fe

En el contexto social y cultural en que se desenvuelve nuestra sociedad, – en el que se pretende relativizar la verdad, – la práctica de la Caridad, – nuestro Amor, adquiere una enorme dimensión, porque hace creíble nuestra verdad. Ahora cada quien quiere construir su propia verdad. Hoy les encantan frases como que no hay verdades absolutas, que nadie es dueño de la verdad…Aquella frase del Evangelio: Por sus frutos los conoceréis, va muy bien con esta idea de Caridad en la verdad: nuestra caridad, nuestro amor hace creíble la fe que decimos profesar. No hay mejor testimonio de nuestra fe que la práctica de la caridad en la verdad. Si amamos en la verdad, – es decir, de verdad, – quiere decir que hay coherencia entre nuestras creencias y nuestra vida.

San Juan en el capítulo 4, versículo 20 de su primera carta, advierte que si alguien dice que ama a Dios y no ama a sus hermanos es un mentiroso: Si alguno dice: “Amo a Dios”, y aborrece a su hermano, es un mentiroso; pues quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve. Un amor sólo de palabra es una fe apenas de fachada. También en su primera carta, 3,18 nos exhorta San Juan: Hijos míos, no amemos de palabra ni de boca, sino con obras y según la verdad.

La “economía” de la caridad

Continuemos la lectura del N° 2 de la Introducción de Caritas in veritate. Dice así Benedicto XVI:

Soy consciente de las desviaciones y la pérdida de sentido que ha sufrido y sufre la caridad, con el consiguiente riesgo de ser mal entendida, o excluida de la ética vivida y, en cualquier caso, de impedir su correcta valoración. En el ámbito social, jurídico, cultural, político y económico, es decir, en los contextos más expuestos a dicho peligro, se afirma fácilmente su irrelevancia para interpretar y orientar las responsabilidades morales. De aquí la necesidad de unir no sólo la caridad con la verdad, en el sentido señalado por San Pablo de la «veritas in caritate» (Ef 4,15), sino también en el sentido inverso y complementario, de «caritas in veritate». Se ha de buscar, encontrar y expresar la verdad en la «economía» de la caridad, pero, a su vez, se ha de entender, valorar y practicar la caridad a la luz de la verdad. De este modo, no sólo prestaremos un servicio a la caridad, iluminada por la verdad, sino que contribuiremos a dar fuerza a la verdad, mostrando su capacidad de autentificar y persuadir en la concreción de la vida social. Y esto no es algo de poca importancia hoy, en un contexto social y cultural, que con frecuencia relativiza la verdad, bien desentendiéndose de ella, bien rechazándola.

El Papa nos advierte que, cuando se habla de caridad, de amor, no todos entienden lo mismo; hay desviaciones en el modo de comprender el amor, desviaciones que conducen a que pierda su verdadero sentido, a que el amor se entienda mal, se valore mal y aun se excluya de la práctica en lo social, lo jurídico, lo cultural, lo político y lo económico.

A veces nos quedamos en la teoría, de manera que veamos algunos casos particulares sobre una comprensión del amor cuando se aleja de la verdad.

Caridad sin justicia es caridad sin verdad

Es perfectamente lícito que en las empresas se busquen ganancias legítimas y justas, pero eso no excluye la práctica de la caridad y de la justicia en la administración de esas empresas. Caridad sin justicia es un contrasentido; sería una caridad sin verdad. Aun en el extremo de tener que prescindir justamente de los servicios de un trabajador, ese proceso no sólo debe manejarse con justicia sino también con caridad. Hay jefes no sólo fríos en la administración del personal sino déspotas; pareciera que para su satisfacción como jefes necesitaran humillar a los demás. En los demás ámbitos señalados por el Papa: el social, el jurídico, el cultural, el político y el económico se podrían citar casos prácticos parecidos. En todos ellos, se trata a la caridad como si fuera irrelevante, sin importancia para interpretar y orientar las responsabilidades morales. Como si en la administración de lo privado y de lo público y aun en la misma administración de la Iglesia, sólo se debieran tener en cuenta las normas, y la caridad estuviera en el lugar equivocado…

Caridad en el chiste social…

En otro campo, pensemos en algo que se podría pensar que es trivial, cuando se trata del ambiente de la cultura: sin duda el campo de la comedia y de la caricatura pertenecen al ambiente cultural; bien, en esas actividades, como en la práctica del chiste social, también se debe practicar la caridad, el amor, porque con frecuencia los que practican esas actividades, amparados en la libertad de expresión, se llevan por delante los sentimientos de los demás; parece que el criterio para que una expresión considerada artística, cómica o literaria se considere aceptable, es que sea capaz de hacer reír a los demás, sin tener en cuenta si se ofende a otro.

La práctica de la caridad, del amor, no se puede circunscribir solamente a la ayuda a nuestros hermanos necesitados; esa caridad es muy importante y es el “tiquete” para entrar al reino de los cielos (Venid benditos de mi Padre, porque tuve hambre…), pero el amor tiene que penetrar toda nuestra vida, sea social, política, económica, o de trabajo o, hasta nuestra vida religiosa. No es suficiente ni coherente, dar una limosna ocasional y en la empresa o en la casa tratar con injusticia o irrespeto a quien nos presta un servicio, como sucede con frecuencia.

Volvamos a leer el párrafo de la encíclica Caritas in veritate en el que Benedicto XVI nos invita a ahondar en el sentido de caridad en la verdad:

Se ha de buscar, encontrar y expresar la verdad en la «economía» de la caridad, pero, a su vez, se ha de entender, valorar y practicar la caridad a la luz de la verdad. De este modo, no sólo prestaremos un servicio a la caridad, iluminada por la verdad, sino que contribuiremos a dar fuerza a la verdad, mostrando su capacidad de autentificar y persuadir en la concreción de la vida social.

Hagamos un esfuerzo por comprender estas palabras: Se ha de buscar, encontrar y expresar la verdad en la «economía» de la caridad, pero, a su vez, se ha de entender, valorar y practicar la caridad a la luz de la verdad.

De manera que debemos esforzarnos en la búsqueda y expresión de la verdad en la práctica de la caridad. Menciona el Papa la “economía” de la caridad.

¿Qué es la economía de la caridad?

En el lenguaje de la teología, cuando se utiliza el término “economía”, por ejemplo economía de la salvación, se refiere al plan salvífico de Dios para los seres humanos, revelado especialmente en Jesucristo. Cuando se habla de la economía de un país, se trata de la administración de los bienes, de los recursos que tiene y puede conseguir para su desarrollo y la satisfacción de las necesidades de sus habitantes. Podemos decir que la economía de la salvación es la manera como se desarrolla el plan salvífico de Dios, como se manifiesta en la historia de la salvación, en la cual aparece la sabiduría y bondad de Dios guiando a su pueblo y proporcionándole los medios para llegar a la meta final.

Entonces, la economía de la caridad es la manera como Dios entiende la práctica del amor, en su plan para la humanidad. Podemos decir que la historia de la salvación es la historia del amor misericordioso de Dios. Jesucristo en su predicación, y especialmente con su vida nos enseñó cómo debemos entender el amor, que proclamó como su mandamiento nuevo, por cuya práctica el mundo reconocerá a sus seguidores. Esa es la caridad que debemos practicar como cristianos, la caridad, el amor capaz de comprometerse, de entregarse, como el amor de Dios, expresado en la creación y la encarnación, la vida, pasión, muerte y resurrección de Jesucristo; no una caridad reducida solo a un sentimentalismo y apenas expresada en palabras.

El Papa nos dice que en la práctica de la caridad se debe expresar la verdad, es decir que la práctica de la caridad tiene que estar de acuerdo con la verdad. Y añade que a su vez, se ha de entender, valorar y practicar la caridad a la luz de la verdad. No es un juego de palabras; el Papa como profundo teólogo, integra la fe y la razón. En los números siguientes amplía la encíclica estas ideas.

Fernando Díaz del Castillo Z.

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[1] Cf Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia N° 85

[2] Los principios de la DSI son: el destino universal de los bienes, el de subsidiaridad, el deber y derecho de la participación en la comunidad civil, el principio de solidaridad

[3] Los valores esenciales son: la verdad, la libertad, la justicia, el amor. Cf Compendio de la DSI, N° 197

[4] Cf Juan XXIII, Carta enc. Pacem in terris, 265-266

[5] Juan Pablo II, Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 2004, N° 10

[6] Juan Pablo II, Carta enc. Dives in misericordia, 14

[7] Juan Pablo II, ibídem, 12 y Cicerón, De officiis, 1.10.33

[8] Juan Pablo II, Dives in misericordia, 14; Catecismo de Iglesia Católica, 2212

[9] Santo Tomás de Aquino, Summa theologiae, II-II, q.23, a 8, Catecismo de la Iglesia Católica, 1827

[10] Cf Pablo VI, Discurso en la sede de la FAO, en el XXV aniversario de la institución (16 de noviembre de 1970)

Reflexión 167 – Caritas in veritate (5)

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Marco teológico de Caritas in veritate

 

Antes de continuar con la segunda parte de la introducción de la encíclica – Caridad en la verdad, Caritas in veritate,- repasemos sus puntos principales. Tengamos presente que en su introducción encontramos los fundamentos teológicos de la encíclica o si se prefiere, el marco teológico básico:

 

1.   “La caridad en la verdad es la principal fuerza propulsora para el verdadero desarrollo de cada persona y de toda la humanidad”.  Según Benedicto XVI, la principal fuerza que impulsa al verdadero desarrollo de cada persona y de toda la humanidad es el amor, la caridad. No cualquier amor, sino un amor de verdad, no de palabras: Caridad en la verdad. Este es el pensamiento principal; de él se desprenden las siguientes consideraciones:

 

A.  No se trata de un amor cualquiera, sino de uno que mueve a las personas a comprometerse con la justicia y la paz. Se trata de un amor activo, que es capaz de comprometerse. Eso es un amor en la verdad.

 

B.  Este amor tiene su origen en Dios, que es Amor Eterno, Verdad absoluta. No se trata de un amor humano, que hasta se podría considerar como una característica de nuestra personalidad. Se trata de un amor cristiano que se origina en Dios, que es Amor, que nos comunica Dios.

 

Dios tiene un plan de desarrollo integral y global

 

 

Un siguiente punto se refiere al plan que Dios tiene para cada uno de los seres humanos y por consiguiente para el mundo. Se puede resumir en las siguientes ideas:

 

C.  Dios tiene un plan para cada persona; en él encontramos nuestra propia verdad y nuestro bien. De manera que si seguimos el plan de Dios para nosotros, conseguimos nuestra verdad y nuestro bien; nos realizarnos plenamente como personas; es el plan de desarrollo diseñado por Dios. Dios quiere un desarrollo integral: de todo el hombre, en todas sus dimensiones, y de todos los hombres, de toda la sociedad: un desarrollo integral y global. Se trata de un desarrollo fundado en la caridad y en la verdad.  

 

C.  Nos puede ayudar a comprender las implicaciones de esta verdad, la semejanza con la obra de un gran ingeniero, de un gran arquitecto o un genial escultor. Si ellos crean el diseño de una gran obra y lo entregan para que lo realicen otras personas, el éxito en la ejecución de esa obra estará en que los constructores sigan fielmente el diseño original. Si en vez de seguir ese diseño, esos planos, se apartan y siguen su propio capricho, lo que pudo ser una bellísima obra puede convertirse en un trabajo final, por lo menos, mediocre.

 

El origen de la crisis económica mundial

 

 

De esta reflexión nos surge la consideración de que el origen de la crisis económica y financiera por la que pasa el mundo, está en que la humanidad se quiere salir del proyecto de Dios para la sociedad y hacer un proyecto nuevo, impulsado por la codicia de tener cada vez más, y por el egoísmo frente a las necesidades de los demás. Ese mundo, regido por la codicia no es el del plan divino. Las entidades financieras parecen seguir su propio plan y les resultó no sólo mediocre, funesto.

 

Otra consideración es que, si en el plan que Dios ha diseñado para nosotros, encontramos nuestra propia verdad, es decir la realización plena de lo que podemos llegar a ser, – en otras palabras nuestro pleno desarrollo, en todas las dimensiones – estamos llamados a buscar cuál es ese plan y seguirlo, y si nos damos cuenta de que vamos equivocados, debemos corregir a tiempo el camino.

 

 

Nuestra vocación es al amor

 

 

Y, ¿en que consiste nuestra vocación? ¿A qué nos llama Dios? La llamada que nos hace Dios es a amar de verdad,  amar en la verdad.

 

Y, ¿cómo podemos encontrar una guía para no equivocarnos en nuestra respuesta a la llamada que nos hace Dios a la verdad y al amor, para no tomar el camino equivocado? La respuesta la encontramos en Jesucristo, que es el camino, que es la verdad y que amó hasta el extremo.

 

           En Jesús, que con su vida dio testimonio de la caridad y de la verdad, encontramos el ejemplo y la fuerza para responder a la llamada  al amor y a la verdad. Jesucristo es la revelación de Dios, el rostro humano de Dios, y nuestro modelo de vida. A través de Él nos ha dado Dios el modelo de una vida humana plena en este mundo y encaminada a su  destino eterno.[1] Esa es nuestra vocación. Las siguientes líneas de la encíclica resumen el papel de Jesucristo en nuestra vocación:

 

La caridad en la verdad, de la que Jesucristo se ha hecho testigo con su vida terrenal y, sobre todo, con su muerte y resurrección, es la principal fuerza impulsora del auténtico desarrollo de cada persona y de toda la humanidad.

 

Escuchar las palabras de Jesus  y ver sus obras

 

 

Seguir la llamada al amor como nos lo enseña Jesucristo con su vida, requiere su fuerza, es decir su gracia, y también nuestra disposición a responder. Es muy revelador encontrar en el Evangelio cómo fue el testimonio de su vida terrenal, de la que nos habla Benedicto XVI.  Recordémoslo:

 

Jesús decía a sus discípulos que miraran más allá de las palabras, el testimonio de su vida. Cuando le preguntaron: Si tú eres el Mesías dínoslo claramente, Él respondió: Yo se lo he dicho y ustedes no me creen. Las obras que yo hago en nombre de mi Padre dan testimonio de mí. (Jn 10, 24s).

 

Recordemos también que, cuando desde la cárcel, el Bautista le mandó a hacer una pregunta parecida, también Jesús se refirió a sus obras. Leámoslo en el capítulo 11 de Mt.

 

2. Juan el Bautista oyó hablar en la cárcel de las obras de Cristo, y mandó a dos de sus discípulos para preguntarle: 3 “¿Eres tú el que ha de venir o debemos esperar a otro?”.

4. Jesús les respondió: “Vayan a contar a Juan lo que ustedes oyen y ven: 5. los ciegos ven y los paralíticos caminan; los leprosos son purificados y los sordos oyen; los muertos resucitan y la Buena Noticia es anunciada a los pobres.

 

Nos conviene observar que según el Evangelio, lo que a Juan Bautista llamó especialmente la atención fueron las obras de Jesús; no nos dice el evangelista que Juan se hubiera maravillado de las palabras de Jesús, que, claro eran pura sabiduría y anunciaban la Buena Noticia a los pobres,  sino que cuando oyó hablar en la cárcel de las obras de Cristo…le mandó a preguntar si Él era el Mesías anunciado por los profetas. Jesús nos hizo notar claramente que en su vida había coherencia entre sus palabras y sus obras; su respuesta a los discípulos del Bautista fue: “Vayan a contar a Juan lo que ustedes oyen y ven”… Las palabras se oyen, las obras se ven.

 

Mientras estudiamos la Caridad en la verdad, nos viene bien en esta cuaresma, reflexionar sobre nuestra vida cristiana, llena de regalos del amor de Dios. Jesús quiere que nos detengamos y miremos para adentro, a nuestro corazón y que examinemos si por nuestra vida, – no sólo por nuestras palabras, – nos pueden reconocer como seguidores suyos. Y es que, si Dios nos ama, debemos pagar el amor con amor y el amor va más allá de las palabras. Cuando decimos que Dios nos ama sabemos muy bien a qué nos referimos: no es que Él simplemente lo diga de palabra, sino que lo ha demostrado desde el momento en que nos dio el ser a su imagen. Nuestra existencia está, todos los días, llena de pruebas del amor de Dios. ¿Cuál debe ser nuestra respuesta?

 

En esta cuaresma, mirar hacia adentro, reflexionar sobre la justicia

 

Nuestra vivencia de la DSI tiene que ser perfectamente coherente con el momento que vivimos. En cuaresma  insistimos en la oración, en la penitencia y la limosna, como preparación a la celebración de la Pasión, Muerte y Resurrección del Señor y allí caben muy bien los temas de la justicia, de la verdad y del amor.

 

En el  mensaje de Benedicto XVI con motivo de la cuaresma, podemos ver  que nuestra fe no está formada, como una “colcha de retazos”, de creencias incoherentes, cuando nos propone que hagamos en este tiempo una revisión sincera de nuestra vida a la luz de las enseñanzas evangélicas; y nos pone a reflexionar sobre la justicia.

 

Además del pan  y más que el pan, el ser humano necesita a Dios

 

Nos enseña el Santo Padre, que la justicia no consiste solamente en dar a cada cual lo suyo, – a cada cual lo que le corresponde, – si por dar a cada cual lo suyo, – lo que le corresponde, – se entiende solamente distribuir equitativamente los bienes terrenales; porque no es sólo eso lo que el ser humano necesita; además del pan  y más que el pan, –dice Benedicto XVI, – necesita a Dios… Para gozar de una existencia en plenitud, necesita algo más que se le puede conceder sólo gratuitamente: podríamos decir que el hombre vive del amor que sólo Dios, que lo ha creado a su imagen y semejanza, puede comunicarle. [2]

 

Nos dice el Papa que para que reine la justicia no es suficiente con eliminar las causas que impiden su puesta en práctica. La injusticia, fruto del mal, dice el Papa, tiene su origen en el corazón humano, donde se encuentra el germen de una misteriosa convivencia con el mal. Se refiere el Papa a las consecuencias del pecado original que vuelven frágil al hombre y lo limitan en su capacidad de entrar en comunión con el prójimo. Nos recuerda el Santo Padre que el ser humano es abierto por naturaleza a  compartir, pero siente dentro de sí una fuerza de gravedad que lo lleva a replegarse en sí mismo, a imponerse por encima de los demás y contra ellos, consecuencia del pecado original.

 

Necesitamos una liberación del corazón y encontrarnos con Jesucristo

 

 

Se pregunta Benedicto XVI ¿Cómo puede el hombre librarse de este impulso egoísta y abrirse al amor? La respuesta, – me parece, – es que necesitamos una profunda conversión, un cambio, porque dice que para entrar en la justicia, es necesario un “éxodo” más profundo que el que Dios obró con Moisés, una liberación del corazón…  De manera que nosotros, como Moisés y el Pueblo de Israel, tenemos la oportunidad de aceptar las pruebas durante nuestro éxodo, a medida que hacemos nuestro camino hacia el Padre; nuestra condición es de peregrinos; somos peregrinos.

 

Estas reflexiones nos confirman que para salir, no sólo de la actual crisis económica, sino para poder construir un mundo de justicia, de amor y de verdad, – es decir, el Reino de Dios, – es necesario el encuentro con Jesucristo, con el Evangelio, y adoptar el estilo de vida que nos enseña con su propia vida. Por eso la evangelización es indispensable. Con la evangelización se pone a las personas en presencia del Evangelio y se provoca así el encuentro con Jesucristo.[3] Sabemos ya que la fe es el encuentro con la persona de Jesucristo.

 

Si se entra más a fondo en las causas de la crisis mundial, nos podemos dar cuenta de que se esconde allí una crisis de principios y valores que se origina en las personas y afecta, no a un mundo compuesto sólo por edificios y maquinarias, sino al mundo de los seres humanos. Son personas humanas las que causan y las que sufren la crisis económica. Las causas de la crisis están en las personas que manejan la economía y los mercados. Si las personas no cambiamos, no serán suficientes las medidas técnicas que se adopten.

 

 

Un libre mercado sin codicia

 

 

Como en el Paraíso el hombre pretendió salirse del proyecto de Dios y crear el suyo para manejarlo él, y ese proyecto basado en la soberbia resultó autodestructivo, también ahora de modo semejante, el origen de la crisis mundial está en que la humanidad se quiere salir del proyecto de Dios y hacer uno nuevo, impulsado por la codicia de tener cada vez más, y por el egoísmo que lo enceguece frente a las necesidades de los demás. Los teóricos de la economía no parecen estar dispuestos a buscar un nuevo modelo, distinto del fracasado del comunismo y del poco exitoso del capitalismo y el libre mercado. Quizás funcionaría un prooyecto basado en esos mismos principios técnicos del libre mercado, si le introdujera una fuerte dosis de humanismo cristiano. Un libre mercado sin codicia…

 

 

Breve resumen del N° 2 de Caritas in veritate[4]

 

Este número nos enseña que:

 

La caridad es el corazón de la DSI (“en torno al principio caridad en la verdad gira toda la DSI”). Esto significa que

a.   Toda la responsabilidad de nuestras relaciones personales y sociales fluye de la caridad, del amor.

b.    Dios es Amor; el Amor es el más grande regalo que nos ha hecho Dios.

c.   La Caridad/el Amor deben dar dirección a la responsabilidad moral en todas las áreas.

d.     Nuestra Caridad/Amor hace creíble nuestra verdad en un contexto social y cultural en el que se relativiza la verdad. Ahora cada quien quiere construir su propia verdad. Aquella frase del Evangelio: Por sus frutos los conoceréis, va muy bien con esta idea de Caridad en la verdad: la verdad, la fe que decimos profesar la hace creíble nuestra caridad, nuestro amor.

 

Leamos el texto mismo del N° 2 de Caridad en la verdad:

2.     La caridad es la vía maestra de la doctrina social de la Iglesia. Todas las responsabilidades y compromisos trazados por esta doctrina provienen de la caridad que, según la enseñanza de Jesús, es la síntesis de toda la Ley (cf. Mt 22,36-40). Ella da verdadera sustancia a la relación personal con Dios y con el prójimo; no es sólo el principio de las micro-relaciones, como en las amistades, la familia, el pequeño grupo, sino también de las macro-relaciones, como las relaciones sociales, económicas y políticas. Para la Iglesia —aleccionada por el Evangelio—, la caridad es todo porque, como enseña San Juan (cf. 1 Jn 4,8.16) y como he recordado en mi primera Carta encíclica «Dios es caridad» (Deus caritas est): todo proviene de la caridad de Dios, todo adquiere forma por ella, y a ella tiende todo. La caridad es el don más grande que Dios ha dado a los hombres, es su promesa y nuestra esperanza.

El amor cristiano da verdadera sustancia a nuestra relación con Dios y con el prójimo

Podemos decir  que en torno a la caridad gira toda la vida cristiana. Nos lo enseñó San Pablo: sin caridad no somos nada. Todas las responsabilidades y compromisos cristianos que asumamos tienen que fundarse en el amor, o de lo contrario sus frutos serán vanos. Es muy interesante observar que, según Benedicto XVI, el amor cristiano no es una virtud para practicar de vez en cuando, en circunstancias especiales; el amor cristiano es el que da verdadera sustancia a nuestra relación con Dios y con el prójimo.

El amor es el principio, la norma, la guía, en las verdaderas relaciones personales, en nuestra relación con los amigos, en los lazos que nos unen con nuestra familia, con los pequeños grupos del trabajo, de la vida en comunidad y también en las grandes relaciones con la comunidad grande de nuestro país, en las relaciones internacionales, en las relaciones sociales, políticas y económicas.

Si las personas, individualmente o reunidas en la pequeña o en la gran sociedad de las naciones tuviéramos al amor cristiano como ley de leyes, como principio soberano, las pequeñas o grandes dificultades que se presenten en las familias y en la gran sociedad, se arreglarían en el ambiente cálido del amor cristiano, que estaría por encima del egoísmo y la ambición.

 Terminemos hoy con la última frase del N° 2 de Caritas in veritate que acabamos de leer: La caridad es el don más grande que Dios ha dado a los hombres, es su promesa y nuestra esperanza.

 

Fernando Díaz del Castillo Z.

 

Escríbanos a:

reflexionesdsi@gmail.com

 

 


[1] Cf. P. Adolfo Nicolás, superior general de la Compañía de Jesús, quien en Limerick, Irlanda dijo el 10 de septiembre de 2009: We understand the person as created in the image of Jesus Christ. He is God’s revelation and the model of human living. We are gifted through Him  with an everlasting destiny. (Web)

[2] www.vatican.va, Benedicto XVI, 08 de febrero, 2010

[3] Veáse A. Decourtray, ¿Qué es Evangelizar?  Evangelización y Catequesis, CELAM-CLAF, Marova, Madrid- 1968, Pgs 23-36.–WEB

[4] Cfr  resumen elaborado por “Center of Concern”, www.coc.org, traducido al español y publicado por el Instituto Social León XIII, http://www.instituto-social-leonxiii.org

Reflexión 166 – Caritas in veritate (4)

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Síntesis de “Caritas in veritate”

La anterior reflexión la dedicamos al N° 1, de la encíclica Caridad en la verdad, Caritas in veritate, de Benedicto XVI. La introducción de la encíclica es extensa, ocupa 9 números. En ella el Papa explica el sentido del documento y lo relaciona con su encíclica Deus caritas est, Dios es amor. Es una introducción que no se puede pasar por alto, porque Benedicto XVI pone en ella los cimientos teológicos de su nueva encíclica. Volvamos a leer las primeras tres líneas con que comienza la nueva encíclica Caridad en la verdad, porque en ellas está contenida una corta y apretada síntesis de toda ella.

 

 

La caridad en la verdad, de la que Jesucristo se ha hecho testigo con su vida terrenal y, sobre todo, con su muerte y resurrección, es la principal fuerza impulsora del auténtico desarrollo de cada persona y de toda la humanidad.

El mismo Benedicto XVI resumió aún más, – en dos líneas, – el contenido de su encíclica, en la presentación que hizo de ella en la audiencia general del 8 de julio, 2009, con estas palabras:

 

“La caridad en la verdad es la principal fuerza propulsora para el verdadero desarrollo de cada persona y de toda la humanidad.”

 

Destaquemos algunas ideas que vimos ya en la reflexión anterior:

 

 

Nos dice la carta que el amor mueve a las personas a comprometerse con la justicia y la paz.

Otro punto esencial que trata sobre la caridad, -es decir, sobre el amor cristiano, – es que su origen está en Dios, que es Amor Eterno, Verdad absoluta. De manera que el amor viene de Dios, Amor Eterno, Verdad absoluta.

 

 

Entonces, repitamos: “La caridad en la verdad es la principal fuerza propulsora para el verdadero desarrollo de cada persona y de toda la humanidad.”

El amor mueve a las personas a comprometerse con la justicia y la paz.

 

Y el origen del amor cristiano,- la caridad, – está en Dios, que es Amor Eterno, Verdad absoluta.

 

Relación de la caridad con la Doctrina Social de la Iglesia

 

Las palabras de Benedicto XVI sobre la caridad cristiana, como la principal fuerza propulsora para el verdadero desarrollo de cada persona y de toda la humanidad nos hacen comprender mejor la relación de la caridad con la DSI; el amor es el fundamento de la DSI.

 

 

 

Cuando estudiamos las enseñanzas de la Iglesia en lo social, encontramos que esas enseñanzas giran en torno a la dignidad de la persona humana. Nuestra relación con los demás, -el trato que les damos, – tiene que tener presente, siempre, su dignidad de hijos de Dios. Los demás merecen un profundo respeto porque, ellos, – como nosotros, – son creados a imagen y semejanza de Dios. Pero, entonces, ¿no es el amor el fundamento de la DSI? Veamos que no hay contradicción si se dice que la dignidad de la persona humana o el amor son fundamento de la DSI.

 

 

 

¿En qué se basa la dignidad de la persona humana?

 

Se basa en que Dios nos creó a su imagen y semejanza; somos obra de sus manos. ¡Con cuánto cuidado se trata a las obras de los grandes artistas! Pensemos por ejemplo en La Piedad, – la Pietá, – esa maravillosa obra de Miguel Ángel; – con cuánto esmero la cuidan, porque tiene un valor incalculable. Cuando un enajenado mental, – que se proclamaba mesías, – el 21 de mayo de 1972 irrumpió en la catedral de San Pedro armado de un martillo y desfiguró la imagen de la Pietá, hubo consternación mundial. Es triste ver las fotografías del brazo roto de la Virgen, de su mano, de sus dedos, su nariz. Gracias a Dios la restauración de la imagen fue excelente.

 

 

 

Los seres humanos somos obras de las manos del mayor Artista que pueda existir. Y hay más, nos moldeó según su imagen, por amor. No nos hizo en serie; pensó en cada uno de nosotros, nos hizo a cada uno de nosotros único e irrepetible.

 

 

 

Leamos dos textos de la Sagrada Escritura que nos hablan de nuestra creación por amor. El Salmo 139, de los vv.13 a 15:

 

 

Tú creaste mis entrañas,
me plasmaste en el seno de mi madre:
te doy gracias porque fui formado
de manera tan admirable.
¡Qué maravillosas son tus obras!
Tú conocías hasta el fondo de mi alma
y nada de mi ser se te ocultaba,
cuando yo era formado en lo secreto,
cuando era tejido en lo profundo de la tierra.

Cuando Dios llamó al profeta Jeremías a su servicio le dijo algo que igual puede ir dirigido a nosotros:

 

 

“Antes de formarte en el vientre materno, yo te conocía;
antes de que salieras del seno, yo te había consagrado,
te había constituido profeta para las naciones”.( Jer 1,5)

Meditar o hablar sobre el amor de Dios a sus creaturas sería tema de nunca acabar. De eso estamos convencidos: nos basta mirar la imagen de Jesús en el pesebre o en la cruz. Por eso los creyentes no encontramos ninguna dificultad en comprender que la dignidad de la persona humana tiene su origen en el amor. Al crear al ser humano a su imagen y semejanza, Dios lo crea a imagen del Amor; porque Dios es amor.

 

 

El pesebre y la cruz en nuestra cultura

 

Es interesante observar que en su catequesis del miércoles, (10,02,2010), Benedicto XVI se refirió a San Antonio de Padua, quien en su vida y en su predicación tenía muy presentes las imágenes de Jesús en el pesebre y en la cruz. Dijo el Santo Padre:

 

 

“La visión del Crucifijo le inspira pensamientos de gratitud hacia Dios y de estima por la dignidad de la persona humana, de forma que todos, creyentes y no creyentes, encuentren un significado que enriquezca la vida”. De ahí, señaló, “la importancia del crucifijo para nuestra cultura y nuestro humanismo, nacido de la fe cristiana, (…) porque Dios nos ve tan importantes que somos dignos de su sufrimiento“.

Ahora comprendemos mejor que el origen y fundamento de la dignidad del ser humano es el amor; no un amor puramente humano, sino el amor sobrenatural, el que viene de Dios, el que nos comunicó el Creador cuando nos hizo a su imagen y semejanza y de manera muy especial, el que nos comparte con su vida divina por la gracia del bautismo. El amor cristiano viene de Dios.

 

 

La profundidad de esta doctrina de Caridad en la verdad nos deja anonadados: el Papa habla del amor en la verdad. Dios es amor, Dios es la Verdad, Dios, Amor eterno y Verdad absoluta, nos recuerda el Papa.

 

 

 

¿Cómo es el amor con que debemos amar al prójimo?

Benedicto XVI nos pone en frente el amor con que debemos amar al prójimo; ese amor que es nada menos que lo que identifica a Dios: Dios ES Amor. ¿Hasta dónde, entonces, tiene que llegar nuestro amor al prójimo? Santos como San Damián, el apóstol de los leprosos, la Beata Madre Teresa de Calcuta, San Maximiliano Kolbe, mártir de la caridad en el campo de concentración de Auschwitz, por nombrar sólo algunos, lo entendieron y vivieron el amor cristiano en toda su dimensión.

 

 

 

Es que, como Dios, que es Amor, es también Verdad absoluta, el amor que nos debe mover es un amor de verdad, no sólo un sentimiento, no sólo palabras, sino también acción, como Dios. No se trata del amor mal entendido, el de las experiencias posesivas de la otra persona, que son experiencias egoístas, en las que se busca a la otra persona para que se nos dé, no para darnos, y son experiencias transitorias, fugaces, las que proponen hoy por todas partes.

 

 

 

No es un amor humano ni una característica de nuestra personalidad

 

Algo más para pensar: el impulso del amor que nos conduce a comprometernos con valentía y generosidad en el campo de la justicia y de la paz, del que habla la encíclica Caritas in veritate, es una fuerza poderosa que infunde Dios en nuestros corazones y en nuestra mente; el amor cristiano es obra de Dios, por el Espíritu Santo y se nos da gratuitamente; no es una característica de nuestra personalidad ni la conseguimos por nuestros méritos; esa fuerza del amor tenemos que pedirla. Tengamos presente esa pequeña jaculatoria: “Señor, que te ame cada vez más y que ame a mis hermanos.”

Nuestra vocación: impulso hacia la verdad y el amor

Después de exponer el Papa la doctrina sobre el amor en la verdad, como principal fuerza propulsora para el verdadero desarrollo de cada persona y de toda la humanidad, Benedicto XVI nos dice que Dios tiene un plan para cada persona; que en ese plan encontramos nuestra propia verdad y bien y que el impulso hacia la verdad y el amor en cada persona constituye nuestra vocación.

 

 

 

Leamos las palabras textuales de la encíclica en el mismo N° 1 de la introducción:

 

 

 

Cada uno encuentra su propio bien asumiendo el proyecto que Dios tiene sobre él, para realizarlo plenamente: en efecto, encuentra en dicho proyecto su verdad y, aceptando esta verdad, se hace libre (cf. Jn 8,32). Por tanto, defender la verdad, proponerla con humildad y convicción y testimoniarla en la vida son formas exigentes e insustituibles de caridad. Ésta «goza con la verdad» (1 Co 13,6). Todos los hombres perciben el impulso interior de amar de manera auténtica; amor y verdad nunca los abandonan completamente, porque son la vocación que Dios ha puesto en el corazón y en la mente de cada ser humano.

 

De manera que la maravilla del ser humano va muy lejos; no sólo es creado a imagen y semejanza del amor eterno y verdad absoluta, sino que Dios tiene un plan para cada uno de nosotros; en ese plan encontramos nuestra verdad y nuestro bien; es nuestra vocación, que consiste en el amor que Dios ha puesto en nuestro corazón y en nuestra mente. Nuestra vocación, la llamada de Dios, es al amor y a la verdad.

 

 

 

Amor, verdad, vocación, ¿temas ante una crisis económica?

 

¿Qué importancia puede tener hablar de caridad, de verdad y del proyecto de Dios para cada individuo, en una encíclica que quiere dar respuestas desde la fe, a los interrogantes que se abren ante la crisis económica mundial?

 

 

 

La crisis económica sólo se puede considerar un problema de índole técnica, cuya solución está en disciplinas como las matemáticas, la economía, la mercadotecnia, si se considera en su superficie. Pero si se entra más a fondo en las causas de esa crisis, nos daremos cuenta de que se esconde allí una crisis de principios y valores que se origina en personas y afecta, no a un mundo compuesto sólo por edificios y maquinarias, sino al mundo de los seres humanos. Son personas humanas las que causan y las que sufren la crisis económica. Las causas de la crisis están en las personas que manejan la economía y los mercados. Los seres humanos nos tenemos que hacer preguntas cuya respuesta no está en programas de computador. Si las personas no cambiamos, no serán suficientes las medidas técnicas que se adopten.

 

El origen de la crisis está en que la humanidad se quiere salir del proyecto

de Dios y hacer uno nuevo, impulsado por la codicia de tener cada vez más, y el egoísmo frente a las necesidades de los demás.

 

 

Caritas in veritate nos pone a pensar en el proyecto de Dios para cada uno de nosotros y para toda la humanidad, porque nuestro propio bien lo vamos a encontrar si asumimos y realizamos ese proyecto de Dios, plenamente. En él podremos encontrar nuestra verdad y si la aceptamos seremos libres.

 

 

 

El verdadero desarrollo es la realización de los planes de Dios

 

La verdad de cada uno de nosotros, nuestro pleno desarrollo, nuestra realización completa, es la realización del proyecto que Dios nos diseñó. Cuando se pretende ignorar a Dios, no se alcanza la plenitud sino la limitación humana; no se hace uno libre, sino esclavo de su propio invento. El verdadero desarrollo se contiene en los planes de la Divina Providencia; los planes humanos, por la carga del pecado original, encierran injusticia, codicia que se acompaña de violencia y por eso de autodestrucción. El proyecto de Dios, amor y verdad absoluta, es perfecto. Los planes humanos tienen las limitaciones, las imperfecciones propias de la creatura marcada por el pecado original. El Reino, del cual Jesucristo nos llama a ser parte, se caracteriza por lo contrario: por justicia, por amor y por paz. Ese el desarrollo que deberíamos ayudar a conseguir.

 

 

De estas líneas de Caritas in veritate, que hemos recorrido hasta ahora, podemos concluir también, que si en el mundo hay injusticias y desorden no es por fallas del Creador, sino porque no hemos asumido su plan en el amor y en la verdad. En resumen: un mundo de justicia sólo se conseguirá si seguimos la Palabra de Dios en nuestra vida.

 

 

Como lo hizo Juan Pablo II en Sollicitudo rei socialis, la argumentación de Benedicto XVI abarcará también, en su momento, las bases éticas que pueden ser aceptadas igualmente por los no creyentes. Las bases teológicas son para los creyentes y no puede haber contradicción entre unas y otras: entre las bases teológicas y las de la ética natural. A esta última tampoco pueden contradecir las técnicas y estrategias de la economía, de la mercadotecnia ni de la política.

 

Qué bueno sería que cuando nuestros gobernantes y legisladores, que se dicen creyentes, preparen y firmen un decreto o una ley tuvieran presentes estas palabras de Caridad en la verdad:

(…) defender la verdad, proponerla con humildad y convicción y testimoniarla en la vida son formas exigentes e insustituibles de caridad. Ésta «goza con la verdad» (1 Co 13,6).

Cuando elijamos a nuestros legisladores y gobernantes escojamos a personas que no se avergüencen de testimoniar su fe en su vida pública y privada, no sólo de palabra sino de verdad.

 

 

Jesucristo en el desarrollo integral

 

Leamos ahora la última parte del N° 1 de la introducción de la encíclica Caridad en la verdad:

 

 

Jesucristo purifica y libera de nuestras limitaciones humanas la búsqueda del amor y la verdad, y nos desvela plenamente la iniciativa de amor y el proyecto de vida verdadera que Dios ha preparado para nosotros. En Cristo, la caridad en la verdad se convierte en el Rostro de su Persona, en una vocación a amar a nuestros hermanos en la verdad de su proyecto. En efecto, Él mismo es la Verdad (cf. Jn 14,6).

La afirmación que se repite una y otra vez en los documentos sociales de la Iglesia, de que su doctrina no ofrece soluciones técnicas, no es una limitación para su defensa del desarrollo integral: de todo el hombre y de todos los hombres. Nuestra fe no es limitante, al contrario, tiene la profundidad y amplitud del Evangelio de Jesucristo. Con la encarnación, en la persona de Jesús Dios irrumpió en la historia. El cristianismo es el Acontecimiento que se caracteriza, con su cabeza Jesucristo, por ser Amor y Verdad absoluta y eterna.

 

Aquí podemos muy bien recordar las palabras de San Pablo a los Efesios en el capítulo 3, 17-19, cuando pide al Padre nos conceda

 

que Cristo habite por la fe en vuestros corazones, para que, arraigados y cimentados en el amor, podáis comprender con todos los santos cuál es la anchura y la longitud, la altura y la profundidad, y conocer el amor de Cristo, que excede a todo conocimiento, para que os vayáis llenando hasta la total Plenitud de Dios.

El cristianismo no es un hecho marginal en la vida del mundo

La acción de Jesucristo en el mundo, a través de los seres humanos es inmensa. El cristianismo no es un hecho marginal en la vida del mundo; al contrario su influencia positiva en el desarrollo humano es innegable. Con frecuencia los pesimistas reducen su visión del cristianismo a las también innegables deficiencias humanas de sus miembros, pero la presencia de la Palabra de Jesucristo ha sido benéfica, es salvadora. Desde el punto de vista del desarrollo, Benedicto XVI nos dirá en el N° 4, que

 

En el contexto social y cultural actual, en el que está difundida la tendencia a relativizar lo verdadero, vivir la caridad en la verdad lleva a comprender que la adhesión a los valores del cristianismo no es sólo un elemento útil, sino indispensable para la construcción de una buena sociedad y un verdadero desarrollo integral.

En otras breves palabras, el Papa nos dice en Caridad en la verdad que vivir el Evangelio de Jesucristo, adherir a los valores del Evangelio, – es decir que, la presencia de Jesucristo en la sociedad, es un elemento decisivo, indispensable para que sea posible un verdadero desarrollo.

 

 

Hemos visto que nuestra sociedad necesita un nuevo estilo de vida que esté de acuerdo con los planes de Dios. Los estilos de vida se fundamentan en principios, en valores. Preguntémonos ¿qué principios deben regir a nuestra sociedad, para que sea posible el proyecto de Dios?

 

Pongámonos de acuerdo en que aquí, principios son las reglas o normas de conducta que orientan y regulan la vida en sociedad.

 

 

Fernando Díaz del Castillo Z.

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reflexionesdsi@gmail.com

Reflexión 165 – Caritas in veritate 2010 (3)

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Busquemos la solución de la crisis más allá de las disciplinas económicas

 

Continuemos el estudio de Caritas in veritate, Caridad en la verdad, la nueva encíclica de Benedicto XVI.  La voz del Papa es la voz de la Iglesia, que se hace presente una vez más, para orientarnos en estos momentos de dificultad, en la crisis económica. El Santo Padre nos ofrece la mirada de la Iglesia a la situación, desde la perspectiva de la ética y de la fe.

 

La actual crisis económica mundial nos ha dado la oportunidad de descubrir que, bajo la superficie que encubre una crisis sólo técnica, se esconde una profunda crisis de valores, y por eso la solución a esa crisis no se encuentra sólo en la aplicación de las ciencias económicas.

 

En Caritas in veritate esperamos encontrar respuestas a las preguntas que en situaciones difíciles nos inquietan a los creyentes y también confiamos que encuentren, por lo menos motivos de reflexión, los no creyentes que están sintiendo también los efectos de esa crisis económica y de valores.

 

 La encíclica nos pone a pensar a todos. A veces nos acostumbramos a lanzar comentarios y preguntas sólo sobre lo que los demás deben hacer, como mirando a los toros desde la barrera o jugando a directores técnicos desde las graderías, en un partido de fútbol, donde somos simples espectadores.

 

 

Hay preguntas de orden técnico, pero también las hay de orden ético y de fe

 

 

Aceptemos que todos tenemos algo que ver con la situación del mundo; los creyentes tenemos la  responsabilidad de preguntarnos si desde la fe podemos ofrecer respuestas a esta crisis, que no se origina solamente en fallas técnicas. Es cierto que ante el fracaso de los sistemas hay preguntas de orden técnico, pero también las hay de orden ético y de fe.

 

Hay defectos en las leyes humanas que organizan el mundo de la economía y de los mercados, hay fallas en quienes administran la justicia, y también las hay, cuando en el desempeño de nuestras obligaciones, nuestra conducta no es coherente con lo que el Evangelio nos enseña y decimos creer. Un cuidadoso examen se deben hacer los legisladores, los gobernantes, los jueces, los empresarios y administradores que se confiesan cristianos, pero pareciera que se les olvidaran las exigencias del Evangelio cuando ejercen su oficio.

  

Los cristianos no nos podemos desentender del mundo en que vivimos, como si no fuera problema nuestro. Las dificultades de las personas sin trabajo, sin techo, de los pobres con hambre, de los enfermos sin acceso a los programas de salud, de los desplazados, deben ser también nuestros problemas. No es poca la ayuda que podemos ofrecerles con la oración y no pocas veces podemos también darles una mano. Algunas personas tienen el poder de solucionar no pocas de esas situaciones.

 

 

La indiferencia comienza a desaparecer cuando el peligro se acerca a nuestras familias

La indiferencia suele empezar a desaparecer cuando nosotros mismos nos sentimos en peligro; cuando una crisis ser acerca a nuestras familias nos ponemos alerta y entonces pedimos la ayude de Dios, oramos y si nos es posible, actuamos… Sintámonos miembros de la familia humana, pues todos somos hermanos, hijos del mismo Padre, nuestro Creador.

 

Continuemos el estudio de Caritas in veritate

 

Recordemos que la encíclica Caritas in veritate, Caridad en la verdad, consta de una introducción, 6 capítulos y la conclusión. Toda la encíclica está organizada en total en 79 números. 

 

Empecemos por la introducción, que tiene 9 números. Es una introducción más bien extensa; en ella el Papa explica el sentido de la carta y la relaciona con su encíclica Deus caritas est, Dios es amor. En la introducción Benedicto XVI pone los cimientos teológicos del documento. La primera frase de la nueva encíclica es una corta y apretada síntesis de toda la encíclica. La síntesis de toda la encíclica está resaltada en azul.  Leamos el N° 1 completo:

1.     La caridad en la verdad, de la que Jesucristo se ha hecho testigo con su vida terrenal y, sobre todo, con su muerte y resurrección, es la principal fuerza impulsora del auténtico desarrollo de cada persona y de toda la humanidad.  El amor —«caritas»— es una fuerza extraordinaria, que mueve a las personas a comprometerse con valentía y generosidad en el campo de la justicia y de la paz.  Es una fuerza que tiene su origen en Dios, Amor eterno y Verdad absoluta. Cada uno encuentra su propio bien asumiendo el proyecto que Dios tiene sobre él, para realizarlo plenamente: en efecto, encuentra en dicho proyecto su verdad y, aceptando esta verdad, se hace libre (cf. Jn 8,32). Por tanto, defender la verdad, proponerla con humildad y convicción y testimoniarla en la vida son formas exigentes e insus-ti-tui-bles de caridad. Ésta «goza con la verdad» (1 Co 13,6). Todos los hombres perciben el impulso interior de amar de manera auténtica; amor y verdad nunca los abandonan completamente, porque son la vocación que Dios ha puesto en el corazón y en la mente de cada ser humano. Jesucristo purifica y libera de nuestras limitaciones humanas la búsqueda del amor y la verdad, y nos desvela plenamente la iniciativa de amor y el proyecto de vida verdadera que Dios ha preparado para nosotros. En Cristo, la caridad en la verdad se convierte en el Rostro de su Persona, en una vocación a amar a nuestros hermanos en la verdad de su proyecto. En efecto, Él mismo es la Verdad (cf. Jn 14,6).

 

Esto tiene el sello Ratzinger

Dicen algunos comentaristas que en la profundidad teológica de este primer número de Caritas in veritate se reconoce la autoría personal de Benedicto XVI. Puede ser que cuando toque asuntos técnicos se note el cambio de estilo, pero en la introducción se identifica la pluma del Papa teólogo. Volvamos a leer la primera frase:

 

La caridad en la verdad, de la que Jesucristo se ha hecho testigo con su vida terrenal y, sobre todo, con su muerte y resurrección, es la principal fuerza impulsora del auténtico desarrollo de cada persona y de toda la humanidad.

 

 

Las características de la caridad

 

 

 Cómo es esa caridad, principal fuerza impulsora del auténtico desarrollo, lo explica inmediatamente Benedicto XVI: es la caridad como Jesucristo la practicó, de la que dio testimonio con su vida terrenal, sobre todo con su muerte y resurrección. De manera que se trata de una caridad viva, actuante, no sólo de un sentimiento vacío, que puede ser útil para la convivencia social, pero sin substancia, como nos va a explicar enseguida. Se trata de una caridad en la verdad.

 

Las características de la caridad las sigue desarrollando el Papa. Nos dice que  El amor «caritas» es una fuerza extraordinaria, que mueve a las personas a comprometerse con valentía y generosidad en el campo de la justicia y de la paz.

 

Eso quiere decir una caridad actuante, de verdad: es impulsora, mueve al compromiso valiente y generoso con la justicia y con la paz. La siguiente característica, fundamental, de la caridad, la describe el Papa con estas palabras:

 

Es una fuerza que tiene su origen en Dios, Amor eterno y Verdad absoluta.

 

No se trata entonces de un sentimiento humano solamente. La caridad viene de Dios, que es Amor. Es una fuerza que tiene su origen en Dios, Amor eterno y Verdad absoluta.

 

Cómo conseguir amar con amor cristiano

 

Como la caridad, – el amor cristiano, – viene de Dios,  es un don de Dios, no lo alcanzamos por nuestra voluntad, se lo pedimos: “Señor, que te ame cada vez más y que ame a mis hermanos.”  El Cardenal Martini nos enseña que “La caridad nace de la fe, de la proclamación del amor de Dios para con nosotros; y la fe, a su vez, nace de la palabra de Dios, que la cultiva y la acrecienta. Es un medio maravilloso e importantísimo el leer y meditar los libros de la Escritura, leer y meditar los Evangelios, entender el gran amor  que Jesús nos ha mostrado en su vida, pasión y muerte”.[1]

 

De manera que el amor cristiano no lo conseguimos con nuestro esfuerzo, ni se origina en nuestra naturaleza humana; no es una característica o virtud de nuestra personalidad; el amor se origina en Dios. Entonces ¿cómo conseguir la virtud de la caridad, del amor, si es un don?  Nos dice Benedicto XVI en Caritas in veritate, que el amor Es una fuerza que tiene su origen en Dios, Amor eterno y Verdad absoluta.  Dios, el Amor eterno, la comunica;  la caridad, el amor es un regalo de Dios. Estas no son palabras de adorno. Dios se nos comunica cuando por amor nos crea a su imagen y semejanza y de manera muy especial, además, se comunica a los que llama a participar de su vida divina por la gracia en el bautismo.

 

La dignidad de la persona humana tiene su origen en el amor

 

 

Dios se nos comunica cuando por amor nos crea a su imagen y semejanza y de manera muy especial, además, se comunica a los que llama a participar de su vida divina por la gracia en el bautismo. La dignidad de la persona humana tiene su origen, entonces, en el amor.

 

Cuando estudiamos la DSI nos damos cuenta de que ella gira en torno a la dignidad de la persona humana. Ahora comprendemos mejor que el origen y fundamento de la dignidad del ser humano es el amor; no un amor puramente humano, sino el amor sobrenatural, el que viene de Dios, el que nos comunicó el Creador cuando nos hizo a su imagen y semejanza. Como Dios, que es Amor, es además Verdad absoluta, el amor que nos debe mover es un amor de verdad, no sólo un sentimiento, no sólo palabras, sino también acción, como Dios.  No se habla de un amor mal entendido, como el  de las experiencias transitorias, posesivas de la otra persona, que proponen hoy por todas partes.

 

A medida que avancemos iremos aprendiendo más a cerca de la virtud cristiana por excelencia. Sobre el significado de la verdad en el nombre de la encíclica, Caridad en la verdad, ya habíamos reflexionado en programas anteriores. Los que siguen estas reflexiones en este ‘blog’ pueden volver, si les parece, a la Reflexión 144.

 

¿Por qué van juntas la caridad y la verdad?

 

Vamos a recordar algunas ideas sobre la verdad en el Evangelio, para que comprendamos por qué el Santo Padre une en su encíclica  la Caridad y la verdad. Tengamos presente que a su primera carta la tituló Dios es Amor. Vayamos entonces a la verdad. 

 

Los teólogos y los escrituristas estudian profundamente el significado de la verdad en el Evangelio, en particular en San Juan y en San Pablo. Según el P. Juan Leal, traductor y comentarista de San Juan, la verdad aplicada a las cosas, expresa que algo es real, mi carne es verdadera comida, mi sangre es verdadera bebida, como leemos en el capítulo 6° de San Juan, el capítulo eucarístico, allí, verdadero quiere decir real, no fingido, no figurativo.[2] De manera que ese sentido de verdad como algo real, no fingido, nos aclara el sentido de caridad en la verdad: es amar sin fingir que se ama, no de palabras, sino realmente, de verdad.

 

Nos dice el mismo comentarista, el P. Leal, que en San Juan y en San Pablo, la verdad tiene fundamentalmente un sentido vital y moral. ¿Qué significa que la palabra verdad tiene un sentido vital? Ese significado parece tener aún más qué ver con el nombre de la encíclica Caritas in veritate. Cuando Cristo se identifica con la verdad, lo hace también identificándose con la vida (Jn 14,6): “Yo soy el camino, la verdad y la vida”. Como la verdad es vida, es operante y activa. Caridad en la verdad significa que la caridad es viva, es activa. Si la caridad es de verdad no puede ser pasiva, como la de quienes esperan que otros hagan; la de los que se contentan con ser espectadores.

 

 Juan 3, 21 nos ayuda a entender el significado de la verdad, al lado de la caridad verdadera, que es necesariamente activa. Dice San Juan: …el que obra la verdad, va a la luz, para que quede de manifiesto que sus obras están hechas según Dios. En el Evangelio encontramos frases en que las obras malas se identifican con la mentira, con el error, y el bien con la luz, con la verdad.[3]

 

Es oportuno recordar también la exhortación de San Juan en su primera carta  (3,18): Hijos míos, no amemos de palabra ni de boca, sino con obras y según la verdad.

 

Como veremos, Benedicto XVI menciona en el N° 2 de Caritas in veritate, la necesidad de unir no sólo la caridad con la verdad, en el sentido señalado por San Pablo en Ef 4,15, de, verdad en la caridad,  sino también en el sentido complementario de Caridad en la verdad. Verdad en la caridad. Nos dice el Apóstol que vivamos sinceramente, según las normas de la verdad, oponiéndose así a la astucia y malas artes de los sembradores del error.[4] En la práctica de la caridad se debe practicar la verdad.

 

El proyecto de Dios para cada uno de nosotros

 

 

Después de afirmar que el amor Es una fuerza que tiene su origen en Dios, Amor eterno y Verdad absoluta, Benedicto XVI continúa en su carta encíclica:

 

Cada uno encuentra su propio bien asumiendo el proyecto que Dios tiene sobre él, para realizarlo plenamente: en efecto, encuentra en dicho proyecto su verdad y, aceptando esta verdad, se hace libre (cf. Jn 8,32). Por tanto, defender la verdad, proponerla con humildad y convicción y testimoniarla en la vida son formas exigentes e insustituibles de caridad. Ésta «goza con la verdad» (1 Co 13,6).

 

Vimos que el amor nos fue comunicado por Dios, que es Amor, al crearnos a su imagen y semejanza. Sentimos el impulso del amor que nos conduce a comprometernos con valentía y generosidad en el campo de la justicia y de la paz,  porque esa fuerza poderosa del amor fue infundida por Dios en nuestros corazones y en nuestra mente. Esto es obra de Dios, por el Espíritu Santo.

 

Continuemos nuestra reflexión del siguiente párrafo que acabamos de leer y comienza con esta frase: Cada uno encuentra su propio bien  asumiendo el proyecto que Dios tiene sobre él, para realizarlo plenamente: en efecto, encuentra en dicho proyecto su verdad y, aceptando esta verdad, se hace libre (cf. Jn 8,32).

 

 

Son personas humanas las que causan y las que sufren la crisis económica

 

Uno se podría preguntar por qué en una encíclica social, que es respuesta de la Iglesia a los interrogantes que despierta una crisis económica mundial, el Papa se detiene a hablar de caridad, de verdad y ahora del proyecto de Dios para cada individuo. Es que, como veíamos al comienzo, la crisis económica se puede considerar un problema de índole técnica, cuya solución está en disciplinas como las matemáticas, la economía, la mercadotecnia, si se considera solamente  su superficie. Sin embargo, en el fondo se esconde una crisis de principios y valores que se origina en  personas y afecta, no a un mundo compuesto sólo por estructuras materiales, sino al mundo de los seres humanos. Son personas humanas las que causan y las que sufren la crisis económica. Los seres humanos nos tenemos que hacer preguntas cuya respuesta no está en programas de computador.   

 

Qué interesante entonces, que Caritas in veritate nos ponga a pensar en el proyecto de Dios para cada uno de nosotros y para toda la humanidad, porque nuestro propio bien lo vamos a encontrar si asumimos y realizamos  ese proyecto de Dios, plenamente. En él podremos encontrar nuestra verdad y si la aceptamos seremos libres.

 

¿Cuál es nuestra verdad personal?

 

 

No es raro oír a personas que hablan de “su” verdad. La verdad de cada uno de nosotros, que se alcanza en nuestro pleno desarrollo, es el proyecto que Dios nos diseñó. Cuando se pretende ignorar a Dios, no se alcanza la plenitud sino la limitación humana, no se hace uno libre, sino esclavo de su propio invento. El verdadero desarrollo se contiene en los planes de la Divina Providencia; los planes humanos, por la carga del pecado original, encierran injusticia, egoísmo, codicia que se acompaña de violencia y por eso de autodestrucción. El Reino, del cual Jesucristo nos llama a ser parte se caracteriza por lo contrario: por justicia, por amor y por paz. Es ese el desarrollo que deberíamos ayudar a construir.

 

Preguntas que nos hacemos hoy

 

Les propongo que con las ideas de Caritas in veritate nos hagamos  preguntas. Preguntas, no para que respondan los demás, sino cada uno de nosotros, preguntas que nos ayudarán a profundizar nuestra reflexión, a medida que conozcamos más de Caritas in veritate.

 

Por ejemplo: vimos al principio que nuestra sociedad necesita un nuevo estilo de vida. Preguntémonos ¿qué principios, que valores, qué cultura deben regir a nuestra sociedad, para que hagamos posible el proyecto de Dios? Una segunda pregunta podría ser: ¿Cuál puede ser nuestra contribución personal para que se haga realidad el proyecto de Dios?

 

 

Fernando Díaz del Castillo Z.

 

 

Escríbanos a:

 

reflexionesdsi@gmail.com


[1] Carlo María Martini, LAS VIRTUDES DEL CRISTIANO QUE VIGILA, EDICEP, Pg 115ss

[2] Cf La Sagrada Escritura, Texto y Comentario, Nuevo Testamento, I Evangelios, BAC 207, Pg 842ss

[3] Sería muy interesante profundizar en el significado de verdad en Jn 1,14: cuando dice del Verbo que viene del Padre, lleno de gracia y de verdad. La verdad, aquí, es propiedad del Logos. Cristo es vida y es verdad. Igualmente estudiar el significado de verdad en Jn 18,37,b: …para esto he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. Todo el que es de la verdad, oye mi voz. Jesús es el gran testigo de la verdad, es decir del Padre, del amor de Dios, probado en su encarnación, vida, muerte y resurrección.

[4] Cf La Sagrada Escritura, Texto y Comentario, Nuevo Testamento I I, Cartas de San Pablo, BAC 211, Pg 709