Reflexión 170 – Caritas in veritate (8)

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Los 5 principios permanentes de la Doctrina Social de la Iglesia y el criterio supremo

 

En la reflexión anterior terminamos de estudiar los N° 2 y 3 de Caritas in veritate, la encíclica social de Benedicto XVI.

Como el Santo Padre afirma que el amor es el principio y criterio supremo y universal de la ética social, recordamos qué es la ética social y vimos que se refiere a los comportamientos de los individuos que tienen consecuencias importantes en la sociedad; también repasamos brevemente cuáles son los principios de la doctrina social católica. Siguiendo las enseñanzas de la Iglesia en el Compendio de la DS, vimos que los 5 principios permanentes de la DS son: la dignidad de la persona humana, el bien común, el destino universal de los bienes y la propiedad privada, el principio de subsidiaridad y finalmente el de solidaridad. A estos 5 principios hay que anteponerles el amor, como principio y criterio supremo y universal.

¿Qué importancia tienen esos 5 principios, y de dónde y cómo se obtuvieron? Nos enseña la Iglesia[1] que esos principios son expresión de la verdad íntegra sobre el hombre conocida a través de la razón y de la fe y que en el primer principio, el de la dignidad de la persona humana, encuentra fundamento cualquier otro principio y contenido de la DSI .

¿Quién inventó los principios de la doctrina social?

 

Preguntar sobre el origen de los principios permanentes de la DSI es preguntar sobre el origen de la doctrina social católica. De manera sintética se puede responder que la DSI y sus principios brotan de la Sagrada Escritura, de la Tradición y del Magisterio. En la formulación de los 5 principios intervinieron la razón y la fe; estos principios de la DSI brotan « del encuentro del ser humano real, con el mensaje evangélico y sus exigencias. El ser humano, al reflexionar sobre su vida en sociedad, encuentra que el Evangelio le plantea exigencias que están comprendidas en el Mandamiento supremo del amor a Dios y al prójimo y en la Justicia[2]. (Instrucción Libertatis conscientia (Consciencia de la libertad), de la Congregación para la doctrina de la fe, del 22 de marzo de 1986, sobre la libertad cristiana y la liberación).

El cardenal Renato Raffaele Martino, entonces presidente del Consejo Justicia y Paz, citó esas palabras en la presentación del Compendio de la DSI a la prensa. Explicaba allí el cardenal, que la Iglesia presenta su doctrina social como una enseñanza que nace del discernimiento y que se orienta a favorecer el discernimiento que necesitamos para afrontar los difíciles momentos que caracterizan a nuestro tiempo. Vamos a ver que quiere decir que la DS nace del discernimiento y favorece el discernimiento.

Discernir es distinguir una cosa de otra. Que la DSI nace del discernimiento, quiere decir que se origina en la reflexión sobre el ser humano frente a las exigencias del Evangelio. La DSI nace de la reflexión, de la comparación de las enseñanzas del Evangelio, con la realidad que se vive en la sociedad. Nuestro patrón de comportamiento es el Evangelio. Cuando dudemos sobre qué camino tomar en materia de fe y de moral / no nos equivocaremos si nos preguntamos qué nos dice el Evangelio, qué nos dice Jesucristo que debemos hacer, y si actuamos de manera coherente con su respuesta.

¿Está de acuerdo el comportamiento de la sociedad con lo que el Evangelio enseña?

 

Nuestra medida, como seres humanos, imágenes de Dios, son las exigencias del Evangelio. Lo que se espera de la persona humana es que viva de acuerdo con lo que es, como imagen de Dios. ¿Es mucho pedirnos? Sin duda es una meta difícil, exigente, que sería imposible de conseguir si Dios no nos diera su gracia; pero el Señor no nos pide que hagamos algo imposible; Él no nos falta; más aún, nos alentó a que seamos perfectos como el Padre Celestial es perfecto (Mt 5,48). Nos da los medios para la difícil tarea: la oración, los sacramentos, la Iglesia, que a pesar de sus deficiencias humanas, recibió de Jesucristo la tarea de dispensar la gracia por medio de los sacramentos. El Catecismo nos recuerda que Para llevar a cabo una obra tan grande (…) Cristo está siempre presente en la Iglesia (1087s).

Con la luz del Espíritu, a lo largo de la historia, se han ido configurando los principios

 

Entonces, que los principios y la DS nacen del discernimiento significa que se originan en la reflexión de la Iglesia sobre el ser humano frente a las exigencias del Evangelio. La Iglesia, en el curso de la historia y a la luz del Espíritu, reflexionando sabiamente sobre la propia tradición de fe, ha podido dar a tales principios permanentes de la doctrina social una fundación y configuración cada vez más exactas, clarificándolos progresivamente, en el esfuerzo de responder con coherencia a las exigencias de los tiempos y a los continuos desarrollos de la vida social. ( Compendio de la DSI, N° 160)

Una exigencia de la fe y con la ayuda de la razón…

En el programa anterior vimos que el Santo Padre, en Caritas in veritate, dice sobre la caridad que, acompañada de la verdad, la caridad está libre de un fideísmo que mutila su horizonte humano y universal. El fideísmo es una tendencia o un movimiento, que desconfía del poder de la razón y lo limita en su capacidad de conocer las verdades de orden moral y religioso. El Papa nos aclara que si es verdad que el amor es una exigencia de la fe, por la que creemos en Jesucristo, que nos pide lo encontremos en nuestros hermanos necesitados de nuestra ayuda, también la razón nos puede conducir a entender la necesidad de un amor universal. [3]

 

La Iglesia nos dice que la fe es la base, pero que Dios nos dio la razón para que la utilicemos, y la DSI se nos da como ayuda, para que discernamos, distingamos, entre el buen y el mal camino, entre la verdad y la mentira, entre lo justo y lo injusto; para que comparemos nuestro comportamiento con las exigencias del Evangelio y corrijamos el camino. En eso consiste la conversión, en vivir según el Evangelio.

Conversión significa revertir la marcha

 

Al comenzar la cuaresma, en su catequesis del miércoles 17 de febrero (2010), Benedicto XVI nos explica magistralmente estas enseñanzas. Leamos algunas líneas:

Convertirse significa cambiar de dirección en el camino de la vida: pero no para un pequeño ajuste, sino con una verdadera y total inversión de la marcha. Conversión es ir contracorriente, donde la “corriente” es el estilo de vida superficial, incoherente e ilusorio, que a menudo nos arrastra, nos domina y nos hace esclavos del mal o en todo caso prisioneros de la mediocridad moral. Con la conversión, en cambio, se apunta a la medida alta de la vida cristiana, se nos confía al Evangelio vivo y personal, que es Cristo Jesús. Su persona es la meta final y el sentido profundo de la conversión, él es el camino sobre el que estamos llamados a caminar en la vida, dejándonos iluminar por su luz y sostener por su fuerza que mueve nuestros pasos. De esta forma / la conversión manifiesta su rostro más espléndido y fascinante: no es una simple decisión moral, de rectificar nuestra conducta de vida, sino que es una decisión de fe, que nos implica enteramente en la comunión íntima con la persona viva y concreta de Jesús. Convertirse y creer en el Evangelio no son dos cosas distintas o de alguna forma sólo cercanas entre sí, sino que expresan la misma realidad. La conversión es el “sí” total de quien entrega su propia existencia al Evangelio, respondiendo libremente a Cristo, que primero se ofreció al hombre como camino, verdad y vida, como aquel que lo libera y lo salva. Precisamente este es el sentido de las primeras palabras con las que, según el evangelista Marcos, Jesús abre la predicación del “Evangelio de Dios”: “”El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca; convertíos y creed en la Buena Nueva” (Mc 1,15).

(…)

Cada día es un momento favorable de gracia (…) aun cuando no faltan las dificultades y las fatigas, los cansancios y las caídas, aun cuando estamos tentados de abandonar el camino de seguimiento de Cristo y de cerrarnos en nosotros mismos, en nuestro egoísmo, sin darnos cuenta de la necesidad que tenemos de abrirnos al amor de Dios en Cristo, para vivir la misma lógica de justicia y de amor. En el reciente Mensaje para la Cuaresma he querido recordar que “se necesita humildad para aceptar tener necesidad de Otro que me libere de lo ‘mío’, para darme gratuitamente lo ’suyo’. Esto sucede particularmente en los sacramentos de la Penitencia y de la Eucaristía. Gracias al amor de Cristo, podemos entrar en la justicia ‘más grande’, que es la del amor (cfr Rm 13,8-10), la justicia de quien se siente en todo momento más deudor que acreedor, porque ha recibido más de cuanto podía esperar”[4]

La razón y la fe se unen para ayudarnos en el camino del Evangelio

 

El amor en la verdad se encuentran con la ayuda de la fe y de la razón. El ser humano está dotado de una naturaleza racional y libre, que le permiten conocer la verdad sobre la vocación a su desarrollo. Pablo VI en Populorum progressio (15), habla de la vocación del hombre a promover su propio progreso, su propio desarrollo. Añade que Dotado de inteligencia y de libertad, el hombre es responsable de su crecimiento, lo mismo que de su salvación.

El amor y la verdad tienen mucho qué ver: son la expresión de la humanidad como Dios la diseñó. La caridad practicada de verdad, es una expresión auténtica de humanidad y es fundamental en las relaciones humanas tanto privadas, personales, como públicas. Sin verdad, el amor se queda en sentimientos o como dice Benedicto XVI en Caritas in veritate, en el N° 3, “Sin verdad, la caridad cae en mero sentimentalismo. El amor se convierte en un envoltorio vacío que se rellena arbitrariamente. Éste es el riesgo”.

Relativizar la verdad: cada cual inventa su propia verdad

 

 

 

Continuemos ahora con el N° 4 de Caritas in veritate. Veremos allí que la Verdad (el logos) hace posible el diálogo, la comunicación, la comunión. Nos dice el Santo Padre que, en el actual contexto social y cultural, en el que hay una tendencia general a relativizar la verdad,- es decir, a que cada cual invente su propia verdad, – la práctica de la caridad en la verdad ayuda a comprender que la adhesión a los valores cristianos no es simplemente útil sino indispensable para la construcción de una buena sociedad y de un verdadero desarrollo integral.[5]

 

Cuando se habla de la adhesión a los valores cristianos, como indispensable para la construcción de una buena sociedad y un verdadero desarrollo integral, no se exige la adhesión a la fe católica, sino a sus valores, porque la encíclica Caritas in veritate no está dirigida sólo a los fieles católicos sino también a todos los hombres de buena voluntad.

Dice el N° 4:

 

 

Puesto que está llena de verdad, la caridad puede ser comprendida por el hombre en toda su riqueza de valores, compartida y comunicada. En efecto, la verdad es «lógos» que crea «diá-logos» y, por tanto, crea comunicación y comunión. La verdad, rescatando a los hombres de las opiniones y de las sensaciones subjetivas, les permite llegar más allá de las determinaciones culturales e históricas y apreciar el valor y la sustancia de las cosas. La verdad abre y une el intelecto de los seres humanos en el lógos del amor: éste es el anuncio y el testimonio cristiano de la caridad.

En el contexto social y cultural actual, en el que está difundida la tendencia a relativizar lo verdadero, vivir la caridad en la verdad lleva a comprender que la adhesión a los valores del cristianismo no es sólo un elemento útil, sino indispensable para la construcción de una buena sociedad y un verdadero desarrollo humano integral. Un cristianismo de caridad sin verdad se puede confundir fácilmente con una reserva de buenos sentimientos, provechosos para la convivencia social, pero marginales. De este modo, en el mundo no habría un verdadero y propio lugar para Dios. Sin la verdad, la caridad es relegada a un ámbito de relaciones reducido y privado. Queda excluida de los proyectos y procesos/ para construir un desarrollo humano de alcance universal, en el diálogo entre saberes y operatividad.

Es necesario que la caridad y la verdad vayan juntas y, ¿qué es un valor?

 

 

 

La caridad que está llena de verdad, – la caridad que no es sólo un disfraz de amor,- la podemos comprender en toda su riqueza de valores. La caridad que no podemos comprender es la que no está de acuerdo con la verdad, la caridad que no es verdad.

 

 

¿Cómo puedo apropiarme un valor?

 

 

 

El concepto valor se refiere a una cualidad que se considera deseable porque es valiosa, porque tiene mucho sentido. Un valor atrae y uno trata de conseguirlo para sí. ¿Cómo? Viviendo de acuerdo con ese valor; así lo hace uno propio.[6]

Si tomamos la descripción que San Pablo hace de la caridad, en el capítulo 14 de su primera carta a los Corintios, podemos comprender algo de la riqueza de que está lleno el amor: el amor es paciente, es servicial; el amor no es celoso ni arrogante o descortés; no busca su interés, no se irrita, ni es rencoroso; no se alegra de la injusticia; se alegra con la verdad. Todo lo excusa. Todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta.

¡Cómo nos gustaría apropiarnos, así fuera en un grado menor, de algunos de esos valores, que conforman la riqueza del amor!

 

 

 

 

Podemos hablar solos, pero no conversar solos

 

 

Fijémonos en algunas afirmaciones más de Benedicto XVI sobre el amor en la verdad. Dice que la verdad es «lógos» que crea «diá-logos» y, por tanto, comunicación y comunión. Diálogo significa conversación. Uno conversa con otros; a veces hablamos solos, pero no conversamos solos. Cuando no hay verdad se rompe la conversación, la comunicación, la comunión. En las parejas, en las familias, en todos los grupos humanos, el don de la palabra, del logos, puede unir, cuando hay verdad, o desbaratar las relaciones y enfriar o apagar el amor si falla la verdad.

 

 

 

Dice el Papa: La verdad abre y une el intelecto de los seres humanos en el lógos del amor: éste es el anuncio y el testimonio cristiano de la caridad.

 

También en Caritas in veritate dice Benedicto XVI que Un cristianismo de caridad sin verdad se puede confundir fácilmente con una reserva de buenos sentimientos, provechosos para la convivencia social, pero marginales (es decir, de poca importancia). De este modo, en el mundo no habría un verdadero y propio lugar para Dios.”

 

No se niega que los no creyentes puedan hacer una labor humanitaria. Las desgracias ajenas conmueven a los seres humanos. Lo podemos ver en la reacción a las tragedias de Haití y de Chile. Cuando no se busca el bien propio sino el de los demás, ese puede ser un camino para llegar a Dios a través de los hermanos, o se puede quedar en sólo la utilización de buenos sentimientos, provechosos para la convivencia social y nada más. Si las labores humanitarias y el desarrollo que se pretende para los pueblos más pobres, no se realizan con el espíritu que impregna el amor cristiano, no se conseguirá el desarrollo integral de todo el ser humano y de todos los seres humanos.

 

 

  

Sin Dios no es posible un desarrollo integral

 

Si del desarrollo se separa a Dios y con Él a lo espiritual, no se busca un desarrollo integral, que por definición, tiene que ser de todo el hombre. Esto es importante, porque se oye a veces citar de manera incompleta la famosa frase de Pablo VI, quien dijo que el desarrollo es el nuevo nombre de la paz. He oído esa cita fuera de contexto, como si el Papa hubiera afirmado que el desarrollo económico es el nuevo nombre de la paz. Un desarrollo económico conduce a la paz si es integral; si no es sólo económico, si es de todo el hombre y de todos los hombres.[7]

 

 

 

El que “sí” es libre desarrollo de la personalidad

 

La encíclica Caritas in veritate seguirá tratando el tema del desarrollo integral, ese derecho y deber del hombre (es la vocación a la que Dios lo llama y a la cual debe responder), a llegar a ser el ser humano pleno, en cada una y todas las dimensiones de que Dios lo dotó en su plan creador. El derecho del ser humano al desarrollo integral se deriva de la concepción cristiana de la persona humana, que requiere vivir en condiciones materiales y espirituales que le favorezcan ese, que sí es, libre desarrollo de su personalidad.

 

 

 

Fernando Díaz del Castillo Z.

 

Escríbanos a:

reflexionesdsi@gmail.com

 

 


[1] Compendio de la DSI, N° 160

[2] Congregación para la Doctrina de la Fe, Instr. Libertatis conscientia, 72: AAS 79 (1987) 585; Véase el enlace en este blog y también en el Compendio de la DSI, N° 160.

[3] Cfr Joseph Ratzinger, Introducción al cristianismo, Ediciones Sígueme, Salamanca, 2005, Pg.176s

[4] L’Oss. Rom. 5 de febrero de 2010, p. 8

 

[5] Cfr Resumen elaborado por “Center of Concern”, publicada en español en la WEB, Instituto Social León XIII, http://www.Instituto-social-leonXIII.org

[6] Cf Manuel García Morente, Lecciones Preliminares de Filosofía, Grupo Editorial Tomo S.S., de C.V., México D.F., Lección XXIV, Ontología de los Valores

[7] Recordemos que Pablo VI se refirió al desarrollo como nuevo nombre de la paz en Populorum progressio, 76-77 y Juan Pablo II la repitió en sus mensajes, por ej. En el Mensaje a la XXXI Conferencia de la FAO, celebrado en Roma, del 2 al 13 de noviembre 2001.