Reflexión 171 – Caritas in veritate (9)

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Creados a imagen y semejanza der Dios

 

 

Terminamos ya nuestra reflexión sobre los N° 3 y 4 de Caritas in veritate, la encíclica social de Benedicto XVI. El Papa ha insistido en que el amor cristiano tiene que ir unido a la verdad. Nos dijo que Un cristianismo de caridad sin verdad se puede confundir fácilmente con una reserva de buenos sentimientos, provechosos para la convivencia social, pero marginales (es decir, de poca importancia) y que, de este modo, en el mundo no habría un verdadero y propio lugar para Dios.

 

Benedicto XVI quiere que tengamos claro de qué amor nos habla y por eso su insistencia en explicarlo.

 

Recordemos que el fundamento de la DSI es la dignidad de la persona humana, creada a imagen y semejanza de Dios (Compendio de la DSI N° 160)  y que Dios es amor, de manera que la persona humana  es creada a imagen y semejanza del amor. Podemos entonces comprender que cuando se nos pide que amemos al prójimo, no nos están solicitando que manifestemos solamente un sentimiento superficial ni reduzcamos el amor a una limosna ni menos aún que nos apeguemos a los demás con el amor erótico. La persona humana que ame con el amor de verdad, que es el amor que el Creador nos comunica al darnos el ser, estará reflejando en su vida la imagen del ser humano como Dios lo diseñó. La persona humana que ame a semejanza de, como Dios ama, se acercará a la imagen del ser diseñada originalmente por Dios. El odio, al contrario nos aleja de parecernos a Dios. Un rostro que expresa odio está lejos de asemejarse al rostro de Dios…

 

 

El rostro de Dios

 

 

El amor cristiano genuino, como lo tenemos que expresar, es como Dios lo manifiesta. Parece un ideal imposible porque es pedir que amemos como Dios ama; pero ¿no es acaso esa la medida de la vida cristiana? El Evangelio nos señala el camino que debemos andar y como lo debemos andar y Cristo Jesús es el Evangelio vivo. En una de sus catequesis al comenzar la Cuaresma, Benedicto XVI llamó a la persona de Jesús el camino sobre el que estamos llamados a caminar en la vida, dejándonos iluminar por su luz y sostener por su fuerza que mueve nuestros pasos (Catequesis 17 de febrero 2010).

 

 

Amar es dar sin medida

 

 

Nos da miedo que nos pongan una meta tan alta; nos sentimos incapaces, pero, si con la ayuda de la gracia no lo intentamos, nos quedaremos en la mediocridad. Es cierto que cuando pensamos en cómo ama Dios, nos perdemos en la grandeza, en la profundidad de la acción amorosa de Dios, que es entrega, que es darse sin límites. El mejor ejemplo del verdadero amor es Jesús y también los santos que lo han imitado (San Maximiliano Kolbe, San Damián, apóstol de los leprosos, San Pedro Claver, el esclavo de los esclavos…), nos demuestran que los seres humanos podemos, con la gracia de Dios, amar sin medida. Según palabras atribuidas a San Bernardo, amar es dar sin medida. Si queremos saber cuánto amamos al prójimo preguntémonos qué o cuánto estamos dispuestos a entregar por él.

 

 

El modelo ejemplar que supera los límites humanos

 

 

Que nos pidan que nos parezcamos a Jesús, con razón nos puede asustar. Pero esa es la realidad a la que estamos llamados. El Cardenal Ratzinger entre sus muchas obras, escribió un libro titulado Introducción al Cristianismo. No es una introducción elemental, no es fácil, porque es muy profunda; voy sin embargo a copiar algunas ideas sobre Jesús de Nazaret, el hombre ejemplar, para que las pensemos…[1] Ratzinger nos pone a pensar siempre que escribe o habla. Tiene mucho qué decir. Hagamos el esfuerzo de entenderlas, vale la pena…

 

Hablando de Jesús, Dios encarnado, dice que, precisamente por ser el hombre ejemplar y normativo (es decir, el modelo que debemos seguir), supera los límites del ser humano; sólo así y sólo por eso es el auténtico hombre ejemplar (…)  Y como estudiamos la DSI, la doctrina sobre nuestra relación con los demás según la fe cristiana, pensemos en la frase siguiente:  precisamente por ser el hombre ejemplar y normativo (el modelo que debemos seguir), supera los límites del ser humano; sólo así y sólo por eso es el auténtico hombre ejemplar, ya que el hombre tanto más está en sí cuanto más está en los otros. El hombre sólo llega a sí mismo cuando sale de sí mismo. Sólo accede a sí mismo a través de los demás y estando con los demás.

 

(…) El hombre está orientado al otro…es plenamente él mismo (…) cuando no se encierra en sí mismo (…)  Repitámoslo una vez más: el hombre, el hombre verdadero es el que más se des-encierra, el que no sólo toca el infinito -¡el infinito! -, sino que es uno con él, con Jesucristo.

 

Esa afirmación sobre Jesús, el modelo que supera los límites humanos nos puede puede parecer incomprensible, pero uno no busca un modelo para seguir si es igual o menos virtuoso o perfecto; buscamos a alguien que nos supere. Jesucristo es nuestro modelo ejemplar precisamente porque como Dios-Hombre, supera los límites del ser humano. Y qué interesante para comprender el papel del amor en la DSI, la afirmación de que  El hombre está orientado al otro…es plenamente él mismo (…) cuando no se encierra en sí mismo.

 

El ser humano caído es un pálido reflejo del modelo original

 

 

Nos diremos con razón, y también para justificar nuestra flojera, que la imagen de Dios en nosotros, que debería ser reflejo del amor, sufrió por el pecado original; el ser humano caído es un pálido reflejo del modelo original. Sí, así es…, por eso nuestras faltas de caridad, de amor; por eso nuestras incongruencias, nuestro pecado, la violencia en el mundo; pero el ser humano no está del todo perdido. Jesús ofreció el sacrificio de  sí mismo para, por medio de su amor que llega hasta el extremo (Jn 13,1), reconciliarnos con el Padre.[2]… Como el Catecismo nos enseña (1987ss), por el poder del Espíritu Santo participamos en la Pasión de Cristo, muriendo al pecado, y en su Resurrección hemos nacido a una nueva vida. Si estamos llamados a seguir a Jesucristo, el nuevo Adán, estamos llamados a ser los hombres nuevos de los que habla San Pablo en su carta a los Efesios (2.15).

 

La llamada que podemos rechazar

 

 

No podemos eludir responsabilidades. Si es verdad que nuestra justificación es obra de Dios, es también verdad que cuando Dios toca el corazón del hombre y lo llama a la conversión mediante la iluminación del Espíritu Santo, el ser humano puede rechazar la llamada divina. La libre iniciativa de Dios exige la respuesta libre del hombre, porque Dios creó al hombre a su imagen concediéndole con la libertad, el poder de conocerlo y amarlo (Catecismo 2002).

 

Hay dos realidades que no podemos ignorar: las consecuencias del pecado original y de todos los pecados personales de los hombres, que confieren al mundo en su conjunto una condición pecadora … que hacen la vida del hombre un combate…contra los poderes de las tinieblas… y al mismo tiempo que el ser humano, como consecuencia del pecado original no quedó radicalmente pervertido ni perdió su libertad (Catecismo, 402ss). Por iniciativa de Dios, la Pasión de Cristo nos mereció la justificación, el perdón, y con la gracia del Espíritu Santo recibimos la fe, la esperanza y la caridad.

 

 

La Iglesia, instrumento del Espíritu Santo para comunicarnos el amor

 

 

Terminemos esta parte sobre el amor en la vida del cristiano con una breve consideración sobre la Iglesia, instrumento del Espíritu Santo para comunicarnos el amor. Hoy, como ha pasado a lo largo de los siglos, se ataca a la Iglesia por ser pecadora. Se espera de ella la absoluta santidad de Dios, pero a pesar de la frustración de los que sufren por el rostro deformado de la Madre Iglesia, no puede ser de otra manera, porque no confesamos en el Credo que la Iglesia sea santa ni por la santidad de sus ministros ni la santidad de sus fieles. Veremos que a pesar de esos lunares la Iglesia es santa y es también pecadora.

 

El Cardenal Ratzinger, en la Introducción al Cristianismo tiene estas palabras que podrían escandalizar a alguien: (…) el Vaticano II se vio constreñido a hablar no sólo de la Iglesia santa, sino también de la Iglesia pecadora. Estamos tan convencidos del pecado de la Iglesia, que si de algo hubiéramos de acusar al Vaticano II es justamente de haber sido demasiado suave en este tema. 

 

Entonces, si no es por sus ministros ni sus fieles, ¿por qué podemos confesar que creemos en la santidad de la Iglesia? Oigamos al mismo Ratzinger[3]: La santidad de la Iglesia consiste en que, por pecador que sea el hombre, Dios tiene el poder para hacerla santa. El signo característico de la “nueva alianza” es que, en Cristo, Dios se ha unido a los hombres, se ha dejado atar por ellos. La nueva alianza (…) es un don de Dios, una gracia que sigue ahí a pesar de que el hombre sea infiel. Muestra cómo es el amor de Dios, un amor que no se deja vencer por la incapacidad del hombre, sino que es siempre bueno con él, lo acepta continuamente como pecador, lo transforma, lo santifica y lo ama.

 

La Iglesia, continuación de la encarnación de Dios en la miseria humana

 

La Iglesia es santa porque en ella se hace presente la santidad del Señor entre nosotros. En su bondad permite que manos sucias de hombres sean recipientes de su presencia y nos la comuniquen por medio de los sacramentos. Las siguientes palabras son también del libro Introducción al Cristianismo, del Cardenal Ratzinger:

 

La santidad del Señor (….) resplandece en medio de los pecados de la Iglesia. Por eso la figura paradójica de la Iglesia, en la que unas manos indignas nos ofrecen a menudo lo divino, en la que lo divino siempre y sólo está presente como “pero” (…) un signo del más grande  amor de Dios.

 

Terminemos con las siguientes consideraciones sobre la Iglesia en el mundo, también de Ratzinger, en el mismo libro: nos recuerda cómo los contemporáneos de Jesús se escandalizaban de que a su santidad le faltaba el aspecto judicial, el del castigo, pues no hacía caer fuego sobre los indignos, ni daba permiso para que arrancaran las malas hierbas que veían crecer. Al contrario, su santidad se mostraba acercándose a los pecadores que venían a él. Atrajo a los pecadores, les mostró que santidad no es separación, sino reunión; no condena, sino amor redentor. Y se pregunta Ratzinger:

 

¿No es acaso la Iglesia la continuación de esta encarnación de Dios en la miseria humana?¿No es la continuación de la participación de Jesús en la misma mesa con los pecadores? …

 

 

Si nos rigiéramos por el principio y criterio del amor

 

  

Nos ha enseñado también el Papa que el amor es principio y criterio supremo de la ética social, es decir del comportamiento con los demás. Sólo imaginemos cómo sería nuestra sociedad y cómo sería el mundo, si se rigiera por el principio del amor en la verdad. No vayamos tan lejos; imaginemos a nuestra familia o a nuestro barrio, a nuestra ciudad y a nuestro país, si su principio y criterio en las relaciones de unos con otros fuera el amor. Allí no cabrían la impaciencia, ni la indiferencia, ni la descortesía, ni los celos, ni la arrogancia; allí no se buscaría sólo el propio interés; no reinaría la codicia, la gente no sería rencorosa, no se dejaría vencer por la ira ni la envidia; no se alegraría del mal de los demás ni de la injusticia; se alegraría, más bien, con la verdad, sería justa. Todo lo excusaría, todo lo soportaría con paciencia.

 

Tampoco podemos confundir el amor en la verdad con sólo una parte de su expresión: con sólo la limosna que demos para suplir las deficiencias de las instituciones que deberían velar por los pobres o que nosotros damos con buenos sentimientos, contribuciones que ayudan a solucionar una necesidad inmediata y a la convivencia social, pero nada más… La asistencia es importante, pero no lo es todo ni es suficiente. La construcción de una sociedad según el corazón de Dios necesita los ingredientes de la justicia y del amor de verdad    

 

El N° 5 de Caritas in veritate

 

 

Nos dice Benedicto XVI en el N° 5, que La caridad es amor recibido y ofrecido. La caridad es un don que nos viene de Dios y que debemos difundir a los demás.

La caridad es amor recibido y ofrecido. Es «gracia» (xáris). Su origen es el amor que brota del Padre por el Hijo, en el Espíritu Santo. Es amor que desde el Hijo desciende sobre nosotros. Es amor creador, por el que nosotros somos; es amor redentor, por el cual somos recreados. Es el Amor revelado, puesto en práctica por Cristo (cf. Jn 13,1) y «derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo» (Rm 5,5). Los hombres, destinatarios del amor de Dios, se convierten en sujetos de caridad, llamados a hacerse ellos mismos instrumentos de la gracia para difundir la caridad de Dios y para tejer redes de caridad.

Pongamos atención a las palabras; no sobra ninguna: La caridad es amor recibido y ofrecido. De manera que la caridad es el amor de doble vía: lo recibimos y lo ofrecemos.

 

Algunos comentaristas, por el interés en la exactitud, dedican tiempo a discurrir si el amor del que habla Benedicto XVI es la virtud de la caridad o no y si escribió la encíclica en alemán, porque en alemán se desconoce el término caridad, de manera que la encíclica se publicó con el nombre de El amor en la verdad,[4] mientras que en español, en inglés, en italiano, en portugués se tituló Caridad en la verdad y en francés, en cambio se tituló  l’amour dans la vérité, el amor en la verdad, aunque en esa lengua, como en español, sí existen las dos palabras: caridad (charité) y amor. Para las necesidades de nuestra vida cristiana me parece que el Santo Padre explica lo suficiente de qué amor nos habla. Para un estudio semántico y quizás para los teólogos sea importante descender a esos detalles. Creo que para nosotros no sea necesario. Lo comento para quien le pueda interesar profundizar en esa materia.

 

La encíclica nos describe las características de la caridad o amor cristiano: nos dice que el amor es un don que recibimos, es una gracia, y para mayor abundancia de qué amor se trata, añade la palabra xaris en griego, que quiere decir gracia, regalo de Dios; La caridad es amor recibido y ofrecido. Es «gracia» (xáris), continúa, y enseguida dice que Su origen es el amor que brota del Padre por el Hijo, en el Espíritu Santo. Como decíamos en la Reflexión 165, el amor cristiano, – viene de Dios,  es un don de Dios, no lo alcanzamos por nuestra voluntad, su origen es Dios y a Él se lo pedimos: “Señor, que te ame cada vez más y que ame a mis hermanos.”  

 

De manera que el amor cristiano no lo conseguimos con nuestro esfuerzo, ni se origina en nuestra naturaleza humana; no es una característica o virtud de nuestra personalidad; el amor se origina en Dios. Ya en el N° 1 de Caritas in veritate nos enseña Benedicto XVI que el amor Es una fuerza que tiene su origen en Dios, Amor eterno y Verdad absoluta. Como vimos, Dios, el Amor eterno, se nos comunica cuando por amor nos crea a su imagen y semejanza. Ahora, en el N° 5, la encíclica profundiza en lo que  significa el amor, que se origina en Dios y que como instrumentos debemos difundirlo entre los demás, en redes de caridad. Entre todos formamos una red y por ella debe circular el amor que es vida; es una red viva. Podemos recordar aquí como ayuda, la figura de la viña. Si no amamos de verdad, esa parte de la red, o de la planta de la cual somos parte, tiende a romperse o a secarse.

 

En la próxima reflexión, Dios mediante, veremos la dinámica, es decir la forma como se mueve esa fuerza que viene de Dios y se llama amor. No trataremos de profundizar en la explicación de cómo funciona la dinámica del amor de Dios en la Trinidad, porque sería pretender entrar en el Misterio. Los grandes teólogos, como San Agustín, lo han intentado, tomando analogías de la filosofía y de la experiencia humana, pero sería una pretensión mía entrar en ese campo; más bien tomaremos la palabras de Benedicto XVI en el N° 5 de Caritas in veritate que acabamos de leer; me parece que nos aclara un poco la doctrina porque nos señala las manifestaciones, lo que podemos comprender del amor infinito de Dios.

 

 

Fernando Díaz del Castillo Z.

Escríbanos a: reflexionesdsi@gmail.com

 

 


[1] Cfr Pgs 197s

[2] Cfr Joseph Ratzinger, Introducción Cristianismo, Ediciones Sígueme, Salamanca, 2005, 2 El desarrollo de la confesión cristiana de fe en los artículos de fe cristológica, 2, a), b) y c).

[3] Cf Ib Pgs 281ss

[4] die Liebe in der Wahrheit