Reflexión 65 Julio 19 2007

 

Compendio de la D.S.I. Nº 57 (IV)

 

La Fraternidad, un Bien del Reino

¿Cómo será la vida después de la muerte?

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Las Reflexiones que se publican aquí son originalmente programas transmitidos por Radio María. Usted puede escucharlos los jueves a las 9:00 a.m., hora de Colombia. Puede sintonizar la radio por internet en www.radiomariacol.org

 

 

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Estamos estudiando en el capítulo 1° del Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, el tema que se titula Cielos nuevos y tierra nueva, y que ocupa los números 56 a 59 Recordemos que hemos estado reflexionando sobre el Reino de Dios, que será una perfecta realidad en el cielo, y que debemos ayudar a construir desde ahora, en esta vida.

 

Las dos reflexiones anteriores las dedicamos a los Bienes del Reino, de que nos habla el N° 57 del Compendio, y nos detuvimos a pensar en el don invaluable de la vida, –  regalo de Dios –  y en la dignidad de que viene adornada nuestra existencia, por ser creados a imagen y semejanza de Dios.

 

Los Bienes de la Vida y la Dignidad

 

La vida y la dignidad de la persona humana son bienes propios del Reino de Dios. Porque existimos a imagen y semejanza de Dios, somos capaces, – claro no sólo con nuestras fuerzas, sino con la intervención de la gracia, – de poseer el Reino. En palabras sencillas, somos capaces de gozar un día, plenamente, del Reino de los cielos. Los bienes del Reino, de los cuales nos habla el Compendio en el N° 57, son entre otros, la vida, la dignidad, que son regalos del Creador y que NO nos pueden arrebatar legítimamente los demás.

 

Con nuestra dignidad personal tampoco podemos jugar; decíamos que no la podemos feriar, no la podemos cambiar por dinero, como se hace, por ejemplo, en la prostitución, en el negocio del narcotráfico, y ahora hasta en programas de TV, como  en algunos ´realities´ y como se hizo en ese programa llamado “Nada más que la verdad”, en el cual se entraba a saco en la intimidad de las familias, para satisfacer el morbo de la teleaudiencia y la necesidad de “rating”, es decir de dinero, de la programadora.

 

Es verdad que se ha avanzado en el mundo en cuanto a que hay más conciencia del valor de las personas, que no pueden tratarse como mercancías, que no son mensurables en dinero; se combate la trata de blancas, se rechaza el secuestro, la discriminación por razones de raza, de género o de origen geográfico, y se condenan universalmente la esclavitud y el maltrato a los niños. Sin embargo, se permiten acciones como la mencionada del programa de Caracol TV, que seguramente tolera la sociedad como un ejercicio de la libertad de expresión. La comunidad internacional tampoco es lo suficientemente enérgica con los secuestradores que violan la libertad y con ella la dignidad de las personas. Los condena con energía según los intereses políticos, como sucede con los  secuestros en Irak.

 

Bien, es suficiente, por ahora, lo que hemos tratado sobre la dignidad de la persona, el derecho a la vida desde la concepción hasta la muerte natural y el derecho a la intimidad. Son éstos, bienes que gozaremos a plenitud en el Reino de Dios y cuyo respeto tenemos que defender y colaborar para que se vivan ya en nuestra vida terrenal, en camino hacia el Reino definitivo. Es parte de nuestro trabajo en la construcción del Reino de Dios.

 

La Fraternidad y la libertad

 

El Compendio de la D.S.I menciona además, otros bienes del Reino; nos habla de la fraternidad y la libertad; menciona todos los frutos buenos de la naturaleza y de nuestra laboriosidad, difundidos por la tierra en el Espíritu del Señor  y según su precepto, purificados de toda mancha, iluminados y transfigurados.

 

Tengamos siempre presente nuestra misión de colaborar en la construcción del Reino, mientras vamos en camino, en esta peregrinación hacia la eternidad. Tenemos por eso que defender la vida, la dignidad de la persona humana, el don de la libertad. Tenemos también que cuidar nuestra propia vida, nuestra salud, y en cuanto esté en nuestra manos, cuidar de la salud del prójimo.

 

Sobre la fraternidad, otro bien del Reino, se habla mucho, nos damos la mano para comunicarnos la paz en la Eucaristía, decimos cantando que vamos “Juntos como hermanos, miembros de una Iglesia”, pero debemos cuidar que no se nos quede ese valor sólo en el canto.

 

Los invito a que hagamos un examen sincero de conciencia, sobre cómo va nuestra colaboración en la construcción del Reino, en  lo que tiene que ver con la fraternidad. Si miramos en el espejo retrovisor los meses que van corridos este año, ¿qué hemos hecho para sembrar fraternidad, que nos haga sentir contentos con nosotros mismos? No nos detengamos tanto en pensar qué no hemos hecho. Cambiemos el ejercicio y pensemos qué hemos hecho, acciones positivas, reales, que sean un aporte a la implantación de la fraternidad, en el medio en que nos movemos.

 

¿Podemos decir que hemos crecido espiritualmente, en el manejo de nuestras relaciones con los demás? O ¿será ese uno de los campos de nuestra vida, en los cuales se necesita arrancar la maleza, abonar, regar, para que produzcamos buenos frutos? Sería maravilloso que nos pudiéramos sentir tranquilos delante de Dios, porque nuestra vida, como la de los primeros cristianos,[1] la podemos considerar, sinceramente, un vivo testimonio de fraternidad. Eso sería maravilloso, quizás excepcional.

 

En los primeros siglos, los cristianos se amaban aun antes de conocerse

 

Tenemos en la Iglesia ejemplos admirables de amor al prójimo. La Beata Madre Teresa de Calcuta debió llegar tranquila al encuentro definitivo con el Señor, quien sin duda alguna la recibió con un abrazo: “Ven, bendita de mi Padre, recibe la herencia del Reino preparado para personas como tú, desde la creación del mundo.”

 

De personas como la Madre Teresa podemos decir que ayudaron a construir el Reino de Dios, porque sembraron amor, sembraron comprensión y misericordia, sus vidas fueron promotoras de la fraternidad.

 

Un librito de la Beata Madre Teresa de Calcuta, que se llama “El Amor Más Grande”, puede ser una buena ayuda para reflexionar sobre el amor cristiano, a imitación del amor de Jesús. Tiene un capítulo que se titula: “El Dar”. De él vamos a leer unas pocas líneas.

El poder de una sonrisa

 

Hay una cosa que siempre nos asegurará el cielo: los actos de caridad y bondad con los que llenamos nuestra vida. Jamás sabremos cuánto bien puede hacer una simple sonrisa.

 

Quisiera hacer una anotación: si jamás sabremos cuánto bien puede hacer una simple sonrisa, también podemos decir que jamás sabremos cuánto daño puede hacer una mala cara o una cara de indiferencia…- Sigamos con el texto de la Beata Madre Teresa:

 

Le decimos a la gente lo bueno, clemente y comprensivo que es Dios, pero, ¿somos pruebas vivientes de ello?    ¿Pueden estas personas ver esa bondad, ese amor, esa comprensión vivas en nosotros?

 

Lo que sigue nos puede ayudar mucho. Dice Teresa de Calcuta:

 

Seamos muy sinceros en nuestra forma de tratarnos y tengamos la valentía de aceptarnos mutuamente tal y como somos. No nos sorprendamos ni nos obsesionemos por los defectos o fallos de los demás; veamos  y encontremos lo bueno que hay en cada uno, porque cada uno de nosotros fue creado a imagen de Dios. Tengamos presente que nuestra comunidad no está formada por aquellos que ya son santos sino por los que estamos tratando de serlo. Por lo tanto, en nuestro trato mutuo tengamos muchísima paciencia con los defectos y faltas de los demás y de nosotros mismos.

 

Usemos la lengua para hablar de lo bueno de los demás, porque de la abundancia del corazón habla la boca. Para dar tenemos primero que poseer[2].

 

¿Aburrirse en el cielo?

 

No olvidemos que estamos reflexionando sobre el Reino de Dios que un día gozaremos plenamente, confiando en la misericordia de Dios. El Reino, que es el Reino de verdad y de vida, de santidad y de gracia, de justicia, de amor y de paz. Ese mismo Reino que tenemos que ayudar a establecer desde ahora, en esta vida. A veces la gente hace chistes de la vida en el cielo. Se preguntan algunos, cómo será la vida allá, con la Trinidad, con María, la Madre de Jesús, los santos y los ángeles. Algunos hacen mofa de la vida eterna, que les parece debe ser aburrida.

 

Es interesante observar que, cuando se quiere expresar lo terrible de una situación, en particular por la maledicencia de la gente, por el maltrato a que es sometida, se suele decir que la vida en esas condiciones es un infierno. Juan Pablo II nos aclaró que el cielo y el infierno no son lugares, sino estados. La gente se ha imaginado más fácilmente el estado del infierno: ese estado de maldad, de odio, de soledad… Pero también nos podemos imaginar el cielo, el Reino: ese estado en el cual no se conoce siquiera la maledicencia, en el cual no hay mala fe, no hay violencia ni resentimiento, un estado que, por el contrario, es de comprensión, de bondad, de amor.

 

La enfermedad incurable de no sentirse amado

 

La Madre Teresa, en el libro que citamos más arriba menciona la terrible enfermedad de no sentirse amado. Podemos decir que ese es el infierno. También la llama  La enfermedad incurable de no sentirse amado. En cambio, el estado en que, confiando en Dios, viviremos un día, será el estado de sentirnos plenamente amados, y sin ningún temor de dejar de ser amados. Ese sí será un estado de amor eterno, sin fisuras, sin la más pequeña infidelidad.

 

Acudiendo a las catequesis de Juan Pablo II sobre el Credo, encontramos una valiosa explicación del cielo y del infierno. Es bueno que tengamos esto claro, para saber cuál es el Reino del que hablamos, para que tengamos conciencia de que bien vale la pena el esfuerzo que hacemos por la obtención de un bien tan grande, y por evitar la eterna desgracia de perderlo.

 

Empecemos por lo que tratamos de conseguir, con la ayuda de la gracia. ¿Qué vida es esa que nos ofrecen en el Reino de Dios?  Juan Pablo II en su catequesis sobre el cielo[3] tiene estas frases que nos aclaran la vida futura:

 

1. Cuando haya pasado la figura de este mundo, los que hayan acogido a Dios en su vida y se hayan abierto sinceramente a su amor, por lo menos en el momento de la muerte, podrán gozar de la plenitud de comunión con Dios, que constituye la meta de la existencia humana.

Como enseña el Catecismo de la Iglesia católica, «esta vida perfecta con la santísima Trinidad, esta comunión de vida y de amor con ella, con la Virgen María, los ángeles y todos los bienaventurados se llama “el cielo”. El cielo es el fin último y la realización de las aspiraciones más profundas del hombre, el estado supremo y definitivo de dicha» (n. 1024).

 

Nos hiciste Señor para Ti

 

Destaquemos algunas de esas palabras sobre lo que es el cielo al que estamos invitados:

 

-la plenitud de comunión con Dios, que constituye la meta de la existencia humana. Recordemos la frase de San Agustín: Nos hiciste, Señor para Ti, e inquieto está nuestro corazón, hasta que descanse en Ti.[4] Estamos hechos para Dios y mientras no lleguemos a Él estamos inquietos, como la aguja de la brújula que se mueve de un lado para otro y llega a la quietud sólo cuando descansa sobre el norte.

 

Nos dijo también el Papa Juan Pablo II que

 

         (una)  vida perfecta con la santísima Trinidad, esta comunión de vida y de amor con ella, con la Virgen María, los ángeles y todos los bienaventurados se llama “el cielo”. Una vida perfecta de comunión, de amor.

 

– la realización de las aspiraciones más profundas del hombre, el estado supremo y definitivo de dicha» (Catecismo  1024).

 

Más adelante, en el N° 4 de la misma catequesis, Juan Pablo II nos habla del cielo como la participación en la completa intimidad con el Padre, después del recorrido de nuestra vida terrena, y más adelante añade:

 

-En el marco de la Revelación sabemos que el «cielo» o la «bienaventuranza» en la que nos encontraremos  no es una abstracción, ni tampoco un lugar físico entre las nubes, sino una relación viva y personal con la santísima Trinidad. Es el encuentro con el Padre, que se realiza en Cristo resucitado gracias a la comunión del Espíritu Santo.

Es preciso mantener siempre cierta sobriedad al describir estas realidades ÚLTIMAS, ya que su representación resulta siempre inadecuada. Hoy el lenguaje personalista logra reflejar de una forma menos impropia  la situación de felicidad y paz en que nos situará la comunión definitiva con Dios.

 

Vida de enamorados

 

De modo que el Reino, el cielo, será un estado de felicidad, de unión, de intimidad con el Padre, el encuentro con Dios que es Amor,  el encuentro definitivo con el Amor. Cuando dos personas se enamoran se transforman. Oyen música en el aire, todo brilla, el mundo es bello. ¿Cómo será el Reino donde sólo hay amor y no hay en absoluto posibilidad de que ese amor se marchite?

 

Lo contrario se parece a lo que nos decía la Madre Teresa, que leímos hace un momento. Nos hablaba de La enfermedad incurable de no sentirse amado,  la terrible enfermedad de no sentirse amado.

 

Veamos entonces también lo que sobre el infierno, ese estado de enfermedad incurable, de no sentirse amado, explicó Juan Pablo II en su catequesis:

 

1.     Las imágenes con las que la sagrada Escritura nos presenta el infierno deben interpretarse correctamente. Expresan la completa frustración y vaciedad de una vida sin Dios. El infierno, más que un lugar, indica la situación en que llega a encontrarse quien libre y definitivamente se aleja de Dios, manantial de vida y alegría. Así resume los datos de la fe sobre este tema el Catecismo de la Iglesia católica: «Morir en pecado mortal sin estar arrepentidos ni acoger el amor misericordioso de Dios, significa permanecer separados de él para siempre  por nuestra propia y libre elección. Este estado de autoexclusión definitiva de la comunión con Dios y con los bienaventurados es lo que se designa con la palabra infierno» (n. 1033).

Por eso, la «condenación», no se ha de atribuir a la iniciativa de Dios, dado que en su amor misericordioso él no puede querer sino la salvación de los seres que ha creado. En realidad, es la criatura la que se cierra a su amor. La «condenación», consiste precisamente en que el hombre se aleja definitivamente de Dios por elección libre y confirmada con la muerte, que sella para siempre esa opción. La sentencia de Dios ratifica ese estado.

 

Escoger libremente la completa frustración,  vaciedad, soledad

 

 

Destaquemos también algunas de las frases que acabamos de leer sobre el infierno, que es lo contrario del Reino de Dios:

 

– las imágenes con que la Sagrada Escritura nos presenta el infierno, dijo el Papa, Expresan la completa frustración y vaciedad de una vida sin Dios.

indica la situación en que llega a encontrarse  quien libre y definitivamente se aleja de Dios, manantial de vida y alegría.

significa permanecer separados de Dios para siempre por nuestra propia y libre elección

– La autoexclusión definitiva de la comunión con Dios y con los bienaventurados.

– Es cerrarse al amor de Dios, es alejarse definitivamente de Dios por elección libre. Nos dice el Catecismo que Dios no condena sino que ratifica la elección libre del hombre.

 

Si reflexionamos sobre nuestra misión, de colaborar en la construcción del Reino, vemos que estamos invitados a una empresa maravillosa, en la cual se trata de implementar los valores del Evangelio que son todos positivos, que conducen a la felicidad, a la vida de todos en comunión de amor, en fraternidad, en el disfrute pleno, dentro de un orden querido por Dios, de los bienes que nos ha regalado. Oigamos estas frases de Juan Pablo II, que nos explica cómo ese estado definitivo de felicidad, al que estamos invitados en el cielo, se puede empezar a gozar, en cierta forma, desde ahora. Dijo Juan Pablo II:

 

         5. (…) esta situación final se puede anticipar de alguna manera hoy, tanto en la vida sacramental, cuyo centro es la Eucaristía, como en el don de sí mismo mediante la caridad fraterna. Si sabemos gozar ordenadamente de los bienes que el Señor nos regala cada día, experimentaremos ya la alegría y la paz de que un día gozaremos plenamente. Sabemos que en esta fase terrena todo tiene límite; sin embargo, el pensamiento de las realidades últimas nos ayuda a vivir bien las realidades penúltimas. Somos conscientes de que mientras caminamos en este mundo estamos llamados a buscar «las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios» (Col 3, 1), para estar con él en el cumplimiento escatológico, cuando en el Espíritu él reconcilie totalmente con el Padre «lo que hay en la tierra y en los cielos» (Col 1, 20).

 

Entonces, colaborar en la construcción del Reino es ser parte de la construcción de un mundo en el que los bienes que se disfruten plenamente sean, entre otros valores evangélicos,  el respeto a la vida desde la concepción hasta la muerte natural, el respeto a la dignidad de la persona humana creada a imagen de Dios y la más perfecta fraternidad.

 

En la próxima reflexión seguiremos tratando sobre otros Bienes del Reino.

Fernando Díaz del Castillo Z.

 Escríbanos a: reflexionesdsi@gmail.com


[1] Hechos, 2,44-45: Todos los creyentes vivían unidos y tenían todo en común; vendían sus posesiones y sus bienes y repartían el precio entre todos, según la necesidad de cada uno. 4, 32 La multitud de los creyentes no tenía sino un solo corazón y una sola alma. Nadie llamaba suyos a sus bienes, sino que todo lo tenían en común. Es también muy conocida la frase de Tertuliano “Mirad cómo se aman”, referida al comentario de los paganos sobre los cristianos. Del filósofo  y apologista cristiano Marco Minucio Félix, del siglo II,  citan el comentario de los paganos: “Se aman aun antes de conocerse”.

[2] Madre Teresa, “EL AMOR MÁS GRANDE”, Prólogo de Thomas Moore, URANO, Pgs. 63-64

[3] Catequesis del 21 de julio de 1999 Cfr.  http://es.catholic.net/conocetufe

 [4] San Agustín, Confesiones, I,1

Reflexión 64 Julio 12 2007

Compendio de la D.S.I. Nº 57 (III)

 

 

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Estamos estudiando la Doctrina Social de la Iglesia (D.S.I.), como la presenta el Compendio de la DSI, publicado por el Pontificio Consejo Justicia y Paz. Es la doctrina social oficial de la Iglesia.

 

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Los Bienes del Reino

En la entrega anterior continuamos el estudio del N° 57 del Compendio de la D.S.I. Hoy vamos a repasarlo y ampliarlo. Para ubicarnos y recordar en dónde estamos, recordemos lo más importante. Empezamos por presentar cuál es el Reino de Dios y cuáles los bienes propios del Reino, que a diferencia de los bienes de los reinos terrenales no son solo materiales. Se trata de estos bienes, como lo señala el Compendio:


Los bienes, como la dignidad del hombre, la fraternidad y la libertad, todos los frutos buenos de la naturaleza y de nuestra laboriosidad, difundidos por la tierra en el Espíritu del Señor y según su precepto, purificados de toda mancha, iluminados y transfigurados, pertenecen al Reino de verdad y de vida, de santidad y de gracia, de justicia, de amor y de paz  que Cristo entregará al Padre y donde nosotros los volveremos a encontrar. Entonces resonarán para todos, con toda su solemne verdad, las palabras de Cristo:

 

«Venid, benditos de mi Padre, recibid la herencia del Reino preparado para vosotros desde la creación del mundo. Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; era forastero, y me acogisteis; estaba desnudo, y me vestisteis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a verme … en verdad os digo que cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis» (Mt 25, 34-36.40).

 

Recordemos que, como nos había explicado la Iglesia, en el N° 56 del Compendio, el Reino de Dios que gozaremos un día, por la misericordia del Señor, lo tenemos que empezar a construir en nuestra sociedad, y por lo tanto en esta vida. No podemos esperar que nos llegue mientras estamos cruzados de brazos. La esperanza de los cielos nuevos y la tierra nueva, de los cuales nos habla la Sagrada Escritura, y que gozaremos al final, cuando resucitemos en Cristo, nos deben estimular a trabajar desde ahora, en la construcción del Reino.

 

El mensaje final de nuestros obispos en la Conferencia de Aparecida nos ilumina sobre nuestro papel de creyentes en la construcción del Reino, como nos corresponde. Termina con una serie de frases llenas de esperanza. Las dos primeras fueron:

 

Esperamos ser una Iglesia viva, fiel y creíble  que se alimenta en la Palabra de Dios y en la Eucaristía.

 

Esperamos vivir nuestro ser cristiano con alegría y convicción como discípulos-misioneros de Jesucristo.

 

Discípulos y misioneros: de manera que debemos nutrirnos de su Palabra y llevarla a los demás. Y esta otra frase tiene mucho que ver con el tema que tratamos hoy. Dice:

 

Esperamos Trabajar con todas las personas de buena voluntad en la construcción del Reino.

 

El Reino que estamos llamados a construir

 

¿Qué clase de Reino es el que estamos llamados a ayudar a construir? Se trata del Reino cuya presencia se empezó a sentir   con la aparición terrenal del Hijo de Dios. Así nos lo repite el Evangelio. Recordemos algunos de estos pasajes:  En Mt. 3,2 leemos: Convertíos porque ha llegado el Reino de los Cielos; Lc 4,43 nos dice que Jesús vino a predicar el Reino de Dios, que Él llamó La Buena Nueva del Reino de Dios; Mc 1,14-15: [14] Después que Juan fue entregado, marchó Jesús a Galilea; y proclamaba la Buena Nueva de Dios: [15]«El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca; convertíos y creed en la Buena Nueva.»

 

¿En qué consiste entonces el Reino de Dios, que Jesús llamó La Buena Nueva del Reino de Dios, sino en los valores del Evangelio, en los valores que rigieron la vida terrenal de Jesús y nos enseñó  que deben también gobernar nuestra propia vida y la de nuestra sociedad? La Buena Nueva del Reino, – el Evangelio – entraña el pensamiento de Jesús, enseña cómo debe ser el mundo según la sabiduría de Dios. La vida de Jesús fue un compromiso completo, perfecto, con el pensamiento del Padre, con lo que Dios, en su infinita sabiduría, quería que fuera la vida de los hombres en la tierra.[1]

 

Desde el pecado original el mundo ha estado desquiciado, siguiendo sus propios caminos y no los caminos de Dios,[2] sus propios pensamientos y no los pensamientos de Dios, y el Señor no ha cesado de llamarnos a seguir sus caminos, hasta que mandó a su Hijo a mostrarnos el Camino, que es Él mismo (Yo soy el Camino…), su pensamiento, los valores que Él encarna.

 

Nos enseña la Iglesia que no debemos quedarnos inmóviles, esperando que el Reino definitivo de Dios llegue, sin hacer nuestra parte.

 

Nos preguntamos cuáles son los beneficios, o también, cuáles son los bienes del Reino de Dios, así como se habla de los bienes y de los beneficios, de las ventajas, de vivir en un país. Se piensa  en las ventajas de los países llamados desarrollados, y vemos que esas ventajas están constituidas, casi siempre, sólo por bienes materiales, terrenales, los que producen riqueza: el dinero, la producción de los bienes que se consumen, que se exportan, o los servicios de los que gozan sus ciudadanos. Sus ventajas son generalmente, aunque no sólo, riquezas materiales.

Los bienes superiores que no se acaban

 

Y ¿qué es lo que nos ofrece el Reino de Dios? ¿Cuáles son sus bienes? Los bienes de los reinos terrenales en que más se piensa, son los de la comodidad, los que facilitan la vida. A la pregunta sobre los bienes del Reino de Dios, la Iglesia responde en el N° 57 del Compendio, con la presentación de unos bienes, superiores a los bienes terrenales que duran poco. Los bienes que pertenecen al Reino de Cristo, el Reino que debemos construir desde aquí, en la tierra, no son como los bienes temporales en que se apoyan los imperios terrenales: el petróleo algún día se acabará, el oro también, la naturaleza empieza también a preocuparnos por el deterioro que sufre, el dinero está en una larga crisis que sufren los países más poderosos.

Como vimos hace un momento, el Reino de Dios y la Buena Nueva, son lo mismo, de manera que los bienes del Reino de Dios son de otra clase, son los que produce la semilla del Evangelio. Son bienes basados en los valores del Evangelio, y como veremos algunos son también bienes materiales.

 

Sí, entre estos bienes del Reino hay unos bienes espirituales, como vamos a ver, y otros son bienes materiales, pues menciona el Compendio los frutos buenos de la naturaleza y de nuestra laboriosidad purificados de toda mancha, iluminados y transfigurados.De manera que se trata también de bienes producidos por la naturaleza, a nuestro servicio, y de bienes producidos por nuestro trabajo. Eso nos dice el N° 57.

 

De acuerdo con este planteamiento sobre el Reino de Dios, si ya en esta vida gozamos de los bienes propios del Reino, en alguna forma empezamos, desde ahora, a gozar de ese Reino; podríamos decir, que si esos bienes están presentes en nuestra vida, en nuestra sociedad, podemos disfrutar desde ya, en alguna forma, de los beneficios del Reino de Dios. Y estudiamos cuáles son esos bienes maravillosos que hace presentes el Reino desde ahora.

Lo que nos hace superiores en la creación

 

El primer bien que menciona el N° 57, es el de la dignidad del hombre. Decíamos que la dignidad del hombre se basa en que Dios nos regaló la existencia, la vida, que no es una vida cualquiera. No es una vida como la de las plantas o los animales, pues al hombre lo creó Dios a su imagen y semejanza. Sobre el lugar del hombre en la creación, leímos la afirmación del Compendio del Catecismo en el N° 63. Dice allí que El hombre es la cumbre de la Creación visible, pues ha sido creado a imagen y semejanza de Dios, y en el N° 358 explica lo que quiere decir, haber sido creados a imagen y semejanza de Dios, con estas palabras:

 

Dotada de alma espiritual e inmortal, de inteligencia y de voluntad libre, la persona humana está ordenada a Dios y llamada, con alma y cuerpo, a la bienaventuranza eterna.

 

Y leímos también lo que nos enseña el Catecismo en su edición completa, que trata más extensamente sobre la dignidad de la persona humana, del N° 1700 en adelante. Nos dice que el hombre

 

Es la única criatura sobre la tierra a la que Dios ama por sí misma, y a la que llama a compartir su vida divina, en el conocimiento y en el amor. El hombre, en cuanto creado a imagen de Dios, tiene la dignidad de persona: no es solamente algo, sino alguien capaz de conocerse, de darse libremente y de entrar en comunión con Dios y con las otras personas.

 

Nos detuvimos ya a reflexionar en que, en esta presentación que hace el Catecismo, de la dignidad de la persona, hay unas características que son propias de cada persona, individualmente: Dios nos ama personalmente, a cada uno de nosotros. Cada uno de nosotros puede decir “Dios me ama a mí”, porque me creó individualmente, pensó en mí, me llamó desde el vientre de mi madre a compartir su vida divina por el bautismo, y plenamente un día, en el cielo; Dios me creó dotado de entendimiento, de voluntad, de libertad. Me dio la razón, capaz de reconocer la voz de Dios, que me impulsa a hacer el bien y evitar el mal (Cfr Catecismo 1705-1706). Ninguna otra persona es  igual a nosotros. Cada uno de nosotros es único. Dios nos creó y nos ama individualmente. Del don de la libertad se sigue que Dios no me maneja como a una marioneta; y como me hizo libre, puedo no escuchar su voz, no seguir sus caminos sino los míos, y abusar así de mi libertad.

 

Capaces de amar y ser amados

 

Ser imágenes de Dios significa todo eso y más. Como Dios es Uno y Trino, Un Dios y Tres Personas que viven en perfecta comunicación, en perfecta comunión de amor, a nosotros, por habernos creado a su imagen y semejanza, nos creó capaces también de entrar en comunión con Él y con las demás personas, es decir capaces de comunicarnos con los demás, capaces de amar y de ser amados. Tenemos conciencia de quiénes somos, nos reconocemos distintos de los demás, y compartimos con otros la capacidad de razonar, de intercambiar ideas, de debatir distintos puntos de vista sobre la misma realidad que vivimos. Podemos comunicarnos, organizarnos en comunidad, en la pequeña comunidad de la familia y en la más grande de la sociedad.

 

¿De quién depende  que podamos gozar del bien de la vida y de la dignidad que es propia de toda persona humana? La dignidad la tenemos; Dios nos creó con ella y nunca la perdemos. Que se nos respete y respetemos, depende de nosotros mismos y de las demás personas con quienes compartimos la vida. Es el hombre el que respeta o irrespeta a los demás, el que dice la verdad de los otros o los calumnia, el que respeta o el que viola el santuario de la intimidad, el que sana o el que hiere en el alma o en el cuerpo, el que comparte y respeta o el que quita los bienes a otros, el que  honra la libertad de las otras personas o el que las priva de la libertad por el secuestro; es el ser humano el que cura y vela por la salud del prójimo, y también el que asesina.

Podemos construir o destruir

 

Es la persona humana que no acoge los pensamientos de Dios sobre la sociedad, la que no permite la presencia del Reino en la tierra, que es un Reino de verdad y de vida, de santidad y de gracia, de justicia, de amor y de paz. Es la persona humana la que puede hacernos vislumbrar ya en este mundo, cómo será el mundo futuro que nos ha preparado Dios desde la eternidad, y también el que tiene la capacidad de convertir a este mundo en un imperio, donde dominen el egoísmo, la discriminación, la injusticia, el resentimiento, el odio, la violencia. Somos nosotros los capaces de causar el sufrimiento de los demás, o también de ser  constructores de alegría, de amor y de paz.

Derecho a la intimidad

 

Al reflexionar sobre la dignidad de la persona humana, y los derechos que esta dignidad comporta, naturalmente se debe mencionar ante todo el derecho a la vida, desde la concepción hasta la muerte natural y el derecho a la libertad. Tampoco podemos dejar de mencionar el derecho a la intimidad. Por cierto es un derecho que reconoce también la Constitución colombiana. El artículo 15 dice:

 

Todas las personas tienen derecho a su intimidad personal y familiar y a su buen nombre, y el Estado debe respetarlos y hacerlos respetar…

 

Por su parte el Artículo 42, que trata sobre los derechos sociales, establece:

 

La honra, la dignidad y la intimidad de la familia son inviolables. Y añade en ese mismo artículo que, El Estado y la sociedad garantizan la protección integral de la familia.

 

Vidas vueltas añicos

Se habló mucho en su momento, del programa de Caracol TV que se llamó “Nada más que la verdad”. Columnistas de prestigio criticaron ese programa, porque su conductor, siguiendo seguramente un guión preestablecido, ponía a los participantes contra la pared, con preguntas que se referían a su vida íntima personal, y cuyas respuestas, a cambio de dinero, podían tener graves implicaciones negativas, en las relaciones entre las parejas y con los hijos. Hoy la libertad de expresión se antepone a todos los demás derechos. Y el derecho a hacer dinero, así sea  a costa de los demás, se practica y se defiende con asombrosa frescura.

Como ejemplo de la reacción general frente a ese programa, veamos lo que la columnista de El Tiempo, Yolanda Reyes escribió a propósito en su columna  ¿Esto es normal? Hizo estas consideraciones que comparto. Dice lo que pasa después de ver ese programa:

 

Me desvelo: pienso en lo que quedó de esa pareja  después de pasar por el banquillo de ´Nada más que la verdad’.  Más adelante describe así lo que sucede con una participante de ese programa :

 

Una mujer, atada con cables al mecanismo que mide sus latidos (se refiere al famoso “polígrafo”), acepta por voluntad expresa, exhibir sus trapos en pública subasta, después de haberlos coleccionado y custodiado celosamente a lo largo de la vida.

 

También en ese mismo periódico había hecho antes una acertada crítica a ese programa, la conocida guionista Martha Bossio.

 

Algún tipo de necesidad es seguramente la que mueve a las personas que se prestan a abrir su intimidad  a cambio de unos millones de pesos, para contribuir con sus miserias a hacer mejorar el ´rating´ de esa cadena, con la colaboración del morbo de la teleaudiencia.  Así nos presenta su consideración Yolanda Reyes, de lo que pasa después del programa:

 

Lo que les pase después del corte de comerciales ya no es asunto nuestro y lo olvidamos. Allá ellos, con su vida vuelta añicos y con el chequecito en mano. El show ha terminado para dar paso a las noticias de la noche, que son narradas por el mismo presentador de “toda la verdad”, quien a su vez conducirá el programa de medianoche[3]

Todo se permite por ganar ´rating

 

 

De manera que, entrando a saco en la intimidad de las personas para ganar unos puntos de ‘rating’, que significan millones de pesos que atrae la publicidad, se vuelve añicos la vida de familias, víctimas de la ambición o de la acuciante necesidad de alguno o algunos de sus miembros. Y no pasa nada, aunque, según la Constitución, El Estado y la sociedad garantizan la protección integral de la familia.

 

La Programadora se defiende poniendo siempre de presente, que las personas responden voluntariamente, que nadie las obliga. ¿Las obligará la necesidad? Quizás aquí también vale la pregunta de quién es mayor pecador, el que peca por la paga o el que paga por pecar. ¿Quién es más culpable: el que por la paga revela su intimidad, aunque haga añicos su vida y la de su familia o el que paga para que le abran la puerta de esa intimidad?

 

Nuestra dignidad es un don de Dios, un don inalienable que no podemos feriar ni nos pueden los demás arrebatar.

 

Bien, amables lectores, los invito a que pensemos, si con el manejo de nuestra vida en las relaciones con los demás, contribuimos a hacer presente en nuestra sociedad el Reino de Dios; a que nuestro mundo, nuestra familia, nuestro grupo de trabajo, nuestra sociedad, se manejen de acuerdo con la amorosa e infinita sabiduría de Dios. Que de nosotros no se pueda decir nunca, que hicimos añicos la vida de nadie. Que sembremos más bien semillas de comprensión, de respeto, de paz, de amor.

 

En la próxima reflexión, si Dios quiere, seguiremos con nuestro estudio sobre los bienes del Reino.

 

 Fernando Díaz del Castillo Z.

Escríbanos a: reflexionesdsi@gmail.com


[1]  Véase la entrevista de Roger Haight, S.J., con Gerry McCarthy, en  The Social Edge.com/articles, May 2007: 

[2] Is 55, 8: Porque no son mis pensamientos vuestros pensamientos, ni vuestros caminos son mis caminos –oráculo de Yahvéh.

[3] El Tiempo, 8 de julio de 2007, 1-23

Reflexión 63 Junio 28 2007

Compendio de la D.S.I. Nº 57 (II)

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Las Reflexiones que se publican aquí son originalmente programas transmitidos por Radio María. Usted puede escucharlos los jueves a las 9:00 a.m., hora de Colombia. También puede sintonizar la radio por internet en www.radiomariacol.org

Estamos estudiando ahora la Doctrina Social de la Iglesia como se presenta en el libro Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, preparado por el Pontificio Consejo Justicia y Paz.

 

En la columna azul, a la derecha, en “Categorías”, encuentra en orden todos los programas, según la numeración del libro “Compendio de la D.S.I.” Con un clic usted elige. Encuentra usted también enlaces a documentos muy importantes como la Sagrada Biblia, el Compendio de la Doctrina Social, el Catecismo y su Compendio, algunas encíclicas, la Constitución Gaudium et Spes y también agencias de noticias y publicaciones católicas.

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La Dignidad del Hombre

 

 

En la reflexión anterior comenzamos el estudio del N° 57 del Compendio de la D.S.I. Leámoslo, dice así:

 

Los bienes, como la dignidad del hombre, la fraternidad y la libertad, todos los frutos buenos de la naturaleza y de nuestra laboriosidad, difundidos por la tierra en el Espíritu del Señor y según su precepto, purificados de toda mancha, iluminados y transfigurados, pertenecen al Reino de verdad y de vida, de santidad y de gracia, de justicia, de amor y de paz  que Cristo entregará al Padre y donde nosotros los volveremos a encontrar.Entonces resonarán para todos, con toda su solemne verdad, las palabras de Cristo:

«Venid, benditos de mi Padre, recibid la herencia del Reino preparado para vosotros desde la creación del mundo. Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; era forastero, y me acogisteis; estaba desnudo, y me vestisteis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a verme … en verdad os digo / que cuanto hicisteis a unos de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis» (Mt 25, 34-36.40).

Nos había explicado la Iglesia, en el N° 56 del Compendio, que el Reino de Dios que gozaremos un día, por la misericordia del Señor, lo tenemos que empezar a construir en esta vida. La esperanza de los cielos nuevos y la tierra nueva, que gozaremos al final, cuando resucitemos en Cristo, nos deben estimular a trabajar desde ahora, en la construcción del Reino, que empezó a estar presente, con la aparición terrenal del Hijo de Dios.[1] No debemos quedarnos inmóviles, esperando que el Reino definitivo de Dios llegue, sin hacer nuestra parte.

 

Sabemos cuáles son los bienes materiales de nuestro país, pero ¿cuáles son “Los Bienes del Reino”?

 

Cuando se habla de los bienes de un país, se piensa sólo en los bienes materiales, terrenales, los que producen riqueza: el dinero, la producción de los bienes que se consumen, que se exportan…. Y si se piensa en el Reino de Dios, ¿cuáles son sus bienes? En el N° 57 que estudiamos ahora, la Iglesia responde a esa pregunta con la presentación de unos bienes muy distintos de los bienes terrenales. Los bienes que pertenecen al Reino de Cristo, que debemos construir desde aquí, en la tierra, no son como los bienes corruptibles en que se apoyan los reinos terrenales. Como el Reino de Dios y la Buena Nueva son lo mismo, como acabamos de ver, los bienes del Reino de Dios son los bienes basados en los valores del Evangelio.

 

Bienes espirituales y bienes materiales

 

 

Entre estos bienes del Reino hay unos bienes espirituales, como la dignidad del ser humano, y otros son bienes materiales: los frutos buenos de la naturaleza y de nuestra laboriosidad purificados de toda mancha, iluminados y transfigurados, nos dice este N° 57.

Reflexionábamos la semana pasada, que si ya en esta vida tenemos los bienes propios del Reino de Cristo, empezamos, en alguna forma, a gozar del Reino desde ahora; podríamos decir, que si esos bienes están presentes, está presente el Reino de Dios. Veamos entonces cuáles son esos bienes.

 

La Cumbre de la Creación

 

El primer bien que menciona el N° 57, es el de la dignidad del hombre. Decíamos que la dignidad del hombre se basa en que Dios nos regaló la existencia, la vida, que no es una vida cualquiera. No es una vida como la de las plantas o los animales. Al hombre, Dios lo creó a su imagen y semejanza. Sobre el lugar del hombre en la creación, afirma el Compendio del Catecismo en el N° 63, que El hombre es la cumbre de la Creación visible, pues ha sido creado a imagen y semejanza de Dios, y en el N° 358 explica lo que quiere decir haber sido creados a imagen y semejanza de Dios, con estas palabras:

 

Dotada de alma espiritual e inmortal, de inteligencia y de voluntad libre, la persona humana está ordenada a Dios y llamada, con alma y cuerpo, a la bienaventuranza eterna.

La única criatura sobre la tierra a la que Dios ama por sí misma

 

 

Por su parte, el Catecismo en su edición completa, (recordemos que el Compendio del Catecismo es la obra resumida), trata más extensamente la dignidad de la persona humana del N° 1700 en adelante. Nos dice que el hombre

 

Es la única criatura sobre la tierra a la que Dios ama por sí misma, y a la que llama a compartir su vida divina, en el conocimiento y en el amor. El hombre, en cuanto creado a imagen de Dios, tiene la dignidad de persona: no es solamente algo, sino alguien capaz de conocerse, de darse libremente y de entrar en comunión con Dios y las otras personas.

 

Quisiera destacar que en esta presentación de la dignidad de la persona, hay unas características que son propias de cada persona, individualmente: Dios nos ama personalmente, a cada uno de nosotros. Cada uno de nosotros puede decir “Dios me ama a mí”, porque me creó individualmente, pensó en mí, me llamó desde el vientre de mi madre a compartir su vida divina por el bautismo, y plenamente un día en el cielo; Dios me creó dotado de entendimiento, de voluntad, de libertad. Me dio una razón, capaz de reconocer la voz de Dios, que me impulsa a hacer el bien y evitar el mal. [2] Ahora bien, porque me hizo libre puedo abusar de mi libertad y no escuchar su voz. Y nuestra naturaleza humana, herida por el pecado original lo hace…

 

Capaces de amar y ser amados

 

 

Ser imágenes de Dios significa todo eso y más. Como Dios es Uno y Trino, Un Dios y Tres Personas, a nosotros nos creó capaces de entrar en comunión con Él y con los demás, es decir capaces de amar y de ser amados.

Con esta reflexión podemos entender un poquito lo que significa el Reino de Dios: un Reino de amor y por lo tanto también de verdad y de paz. Ese es el Reino que tenemos que ayudar a construir. Ese es el mayor bien del Reino: el del amor, que se basa en que Dios es Amor y nosotros fuimos creados a su imagen, es decir a imagen del amor. Donde hay odio, resentimiento, violencia, no está el Reino de Dios. Si queremos ser constructores del Reino, no podemos sembrar odio, ni resentimiento, ni violencia. El reino del hombre caído, herido por el pecado original es el reino de la mentira, del odio, de la violencia, de la muerte.

 

Hemos reflexionado largamente sobre lo que significa para el hombre haber sido llamado a la vida a imagen y semejanza de Dios, y podemos decir con profunda convicción, que la vida es el mayor bien del hombre y es un don inviolable; si nos lo quitan, sólo Dios nos lo puede devolver. A este propósito, en la reflexión pasada leímos algunos párrafos de la carta que Juan Pablo II dirigió a los obispos, sobre la crítica situación del respeto a la vida, en todo el mundo, y la posición que debe asumir la Iglesia.

 

 

La dignidad del hombre no la otorga la ley, que sólo reconoce lo que ya es un derecho

 

La dignidad del hombre es un bien con el que nacemos todos los seres humanos, sin distingo de procedencia geográfica, de raza, de familia. Se trata de una dignidad que no tenemos porque nos la otorgue la ley de ningún país, ninguna norma constitucional, ninguna decisión de las Naciones Unidas. Fuimos creados a imagen y semejanza de Dios, libremente, por su Amor. Y gracias a su amor infinito fuimos redimidos por la pasión, muerte y resurrección de su Hijo Jesucristo; por decisión del Creador somos todos, hijosdel mismo Padre, somos del mismo linaje. Esa es nuestra dignidad.

 

La Mayor Incoherencia

 

Los cristianos no necesitamos que nos expliquen mucho en qué consiste la dignidad del hombre; la razón de la dignidad del hombre es clarísima para nosotros los cristianos, y aceptamos sin dificultad, que el don de la vida, recibido de Dios, es el más sagrado. De la vida se desprenden los demás. El valor de la vida es una verdad que nadie discute. Está en los Derechos del Hombre de la ONU, está en nuestra Constitución,[3] pero también tenemos que aceptar que la vida es un bien contra el que se atenta todos los días, en todos los países del mundo. No hay mayor incoherencia que ésta.

Los Sumos Pontífices han insistido, y el actual Papa Benedicto XVI sigue insistiendo, en el valor de vida humana y clama por su respeto. Juan Pablo II defendió muchas veces la vida, de modo particular la vida de los inocentes, que mueren en las guerras permanentes que azotan la tierra, y con gran energía denunció la eliminación de muchas vidas humanas nacientes o cercanas a su final, por medio del aborto y la eutanasia. Hay algo muy preocupante, como lo denunció también Juan Pablo II en su carta a los obispos, el 19 de mayo de 1991, solemnidad de Pentecostés, sobre «el valor de la vida humana y su intangibilidad, en relación con las actuales circunstancias y los atentados que la amenazan. En palabras del Papa:

Es sobre todo (…) preocupante el hecho de que la conciencia moral parece ofuscarse terriblemente y encontrar cada vez mayor dificultad para darse cuenta de la distinción clara y precisa entre el bien y el mal en lo que se refiere al valor fundamental de la vida humana.

La Conciencia Moral se apaga…

 

En esa carta el Santo Padre habló del apagarse de la sensibilidad moral en las conciencias, y se quejaba con tristeza de, cómo

Las leyes y las normativas civiles no sólo ponen de manifiesto este oscurecimiento, sino que contribuyen a reforzarlo.

Son palabras textuales de Juan Pablo II. Veamos cómo, también algunas de las leyes de nuestro país, contribuyen a reforzar el oscurecimiento de la conciencia moral, es decir, a dificultar que la gente distinga entre el bien y el mal. Con estas palabras sigue Juan Pablo II:

 

En efecto, cuando unos parlamentos votan leyes que autorizan el matar a inocentes y unos Estados ponen sus recursos y estructuras al servicio de estos crímenes, las conciencias individuales con frecuencia poco formadas son inducidas más fácilmente a error. Para romper este círculo vicioso, parece más urgente que nunca el reafirmar con fuerza nuestro común magisterio, fundamentado en la Sagrada Escritura y en la Tradición, sobre la intangibilidad de la vida humana inocente.

 

El caso de Colombia es triste: los médicos de los hospitales públicos, construidos y sostenidos con nuestros impuestos, son obligados a practicar abortos, y si en el futuro aprueban la eutanasia, también serán obligados a matar ancianos y enfermos por ese medio. Y las autoridades: el Procurador General de la Nación (se escribe en 2007), el Ministro de Protección Social Diego Palacio, el Defensor del Pueblo, algunos Magistrados de la Corte Constitucional, el Secretario de Salud del Distrito, públicamente manifiestan la obligación de los médicos que trabajen en los hospitales públicos, de obedecer una ley contra la Ley de Dios, llevándose por delante el derecho a la objeción de conciencia, que está garantizado en nuestra Constitución.

Nos hace falta más fuerza en el parlamento, en el gobierno, en las Altas Cortes, en los medios de comunicación. Se aprueban las leyes anticristianas con facilidad, como si viviéramos en un país pagano. Los medios de comunicación, en los que supuestamente hay comunicadores que se confiesan católicos, son pasmosamente débiles. No se atreven a pronunciarse en defensa del pensamiento de la Iglesia. En cambio los defensores de la vida llamada “light” no tienen vergüenza para defender sus puntos de vista.

Imponen leyes contra las mayorías creyentes

 

 

Poco a poco van ganando terreno los que quieren un mundo sin Dios, regido sólo por los intereses terrenales, por la vida fácil. Quieren callar a los que levantan la voz para defender los valores cristianos, con el argumento de que la fe es una cuestión personal, de la conciencia íntima, que no tiene por qué inmiscuirse en la legislación. ¿No? Y ¿por qué ellos sí pueden legislar de acuerdo con sus propias creencias o posiciones anticristianas? ¿La posición de ellos no debería ser también sólo de su fuero interno? Si los creyentes somos la mayoría, ¿por qué ellos sí nos pueden imponer leyes contra nuestra fe?

 

Volvamos a leer las palabras de Juan Pablo II:

 

Es sobre todo (…) preocupante el hecho de que la conciencia moral parece ofuscarse terriblemente y encontrar cada vez mayor dificultad para darse cuenta de la distinción clara y precisa entre[4] el bien y el mal en lo que se refiere al valor fundamental de la vida humana.

 

Formación de la conciencia individual y de la conciencia pública

 

Hay una conciencia individual, por la cual nos damos cuenta de si lo que hacemos está bien o está mal, pero en su formación no sólo obra la razón, sino también los sentimientos, los afectos. Por eso somos influenciables por el medio: por lo que nos dicen los amigos, lo que claman los medios de comunicación, lo que pretenden las autoridades civiles. Por eso el Papa dice, como leímos hace un momento, que

 

Las leyes y las normativas civiles no sólo ponen de manifiesto el oscurecimiento de la conciencia moral, sino que contribuyen a reforzarlo. En efecto,  cuando unos parlamentos votan leyes que autorizan el matar a inocentes y unos Estados ponen sus recursos y estructuras al servicio de estos crímenes, las conciencias individuales —con frecuencia poco formadas— son inducidas más fácilmente a error.

 

El filósofo español Jaime Balmes, ofrece una interesante reflexión sobre la sociedad europea de su tiempo y la formación de la que llama conciencia pública. Dice él que si bien la conciencia pública es, en cierto modo, la suma de las conciencias privadas, está sujeta a las mismas influencias a que lo están éstas. ¿Y qué está pasando en nuestro país, y podemos decir que en todo el mundo? Lo escuchamos todos los días en la radio, lo vemos en la TV, lo leemos en la prensa: las ideas que bombardean de modo incansable la razón y el corazón de la gente, son las que promueven la vida fácil y la cultura de la muerte; se trata de destruir la familia, aunque según nuestra Constitución, en el artículo 5, el Estado ampara la familia como institución básica de la sociedad. Los juristas promotores de la nueva sociedad sin Dios, deben estar preparando su estrategia para debilitar el concepto de familia, como prepararon la aprobación del aborto.

Nuestro papel no puede ser callar

 

Nos preguntábamos hace una semana, ¿cuál debe ser el papel de la Iglesia y por lo tanto nuestro papel como miembros suyos? Ciertamente no puede ser callar. A veces nos podemos sentir pesimistas, pues la Iglesia ha predicado el Evangelio desde hace más de 20 siglos y el mundo no parece mejorar. Bueno, si pensamos eso, es porque no conocemos la corrupción y el libertinaje de las sociedades paganas antiguas. Algo del desenfreno de la sociedad romana antes del cristianismo, se aprecia en la serie de TV llamada Roma. En esa época, antes del cristianismo, no había quien levantara la voz para protestar por la inmoralidad, en todos los campos. Cuando los Apóstoles y sus sucesores empezaron a predicar el Evangelio, encontraron la oposición sangrienta que los llevó al martirio.

 

Los primeros cristianos eran gente fuera de lo común, en las sociedades paganas.[5] No eran parte del ambiente, se destacaban por sus creencias tan distintas a las de la sociedad contemporánea; los miraban como algo raro, los trataban con hostilidad. Para los cristianos, el Evangelio era realmente una revelación, algo desconocido, completamente nuevo. La Buena Nueva invitaba, y hoy nos invita, a una vida nueva. La experiencia de vida según los valores del Evangelio fue para los primeros cristianos una experiencia de cambio extremo. Los cielos nuevos y la tierra nueva del Evangelio, son muy distintos a los cielos de los dioses paganos de la lujuria y de la guerra. Los valores del Evangelio eran muy diferentes a los valores de la sociedad, ante la cual ellos aparecieron como testigos. Los valores de la sociedad pagana eran los de la codicia, de la lujuria, de la glotonería. En su defensa se robaba, se asesinaba, se esclavizaba a los más débiles y era lo normal…

 

¿No se está repitiendo, en cierta forma, la historia en nuestra sociedad paganizada? En nuestra época, ser cristiano, vivir como cristiano, va siendo algo por lo menos no común, y en algunos ambientes empieza a ser visto como algo extraordinario. Y sí, es algo extraordinario, porque se trata de una gracia de Dios, y la fe nos hace comprender que, por ser cristianos, debemos sentirnos agradecidos, alegres, y aceptar que esta gracia implica una responsabilidad, y también puede acarrear peligros; la responsabilidad de quien recibió el don de la fe, y el peligro del testigo que debemos ser.

 

Hace poco celebramos la festividad del Nacimiento de San Juan Bautista. Ese día, después del Ángelus, el Papa Benedicto XVI dijo:

 

Como un auténtico profeta, Juan dio testimonio de la verdad sin compromisos. Denunció las transgresiones a los mandamientos de Dios, incluso cuando sus protagonistas eran los potentes. De este modo, pagó con la vida la acusación de adulterio a Herodes y Herodías, sellando con el martirio su servicio a Cristo, que es la Verdad en persona.

Invoquemos su intercesión, junto con la de María santísima, para que también en nuestros días la Iglesia sepa mantenerse siempre fiel a Cristo y testimoniar con valentía su verdad y su amor a todos.[6]

 

Fernando Díaz del Castillo Z.

Escríbanos a :reflexionesdsi@gmail.com


[1]Mt. 3,2: Convertíos porque ha llegado el Reino de de los Cielos; Lc 4,43 nos dice que Jesús vino a predicar la Buena Nueva del Reino de Dios, que Él llamó La Buena Nueva del Reino de Dios; Mc 1,14-15: [14] Después que Juan fue entregado, marchó Jesús a Galilea; y proclamaba la Buena Nueva de Dios: [15]«El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca; convertíos y creed en la Buena Nueva.»

[2]Cfr Catecismo 1705-1706

[3]Entre los Principios Fundamentales en el Artículo 1, dice nuestra Constitución que Colombia está fundada en el respeto de la dignidad humana y el Artículo 11 deja sentado que El derecho a la vida es inviolable.

[4] Véase la interesante reflexión de Jaime Balmes en El Protestantismo comparado con el Catolicismo en sus relaciones con la civilización europea. En las obras completas publicadas por Biblioteca PERENNE,Barcelona, Tomo I, Pgs.1129-1568,especialmente el capítulo 33, sobre la conciencia pública, Pgs. 1278ss.

[5] Esta reflexión se basa en la que ofrece Sacred Space, en la meditación para el 26 de junio, Something to think and pray about this week. La encuentra entre los enlaces de este ‘blog’ en “Orar frente al computador”.

[6] Radio Vaticano 24/06/200715.16.20, ZENIT,ZS07062406 – 24-06-2007

Reflexión 62 Junio 21 2007

Compendio de la D.S.I. Nº 57

Los Bienes del Reino, los Bienes del Hombre

La Dignidad del ser humano, el derecho inviolable a la vida

 

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Las Reflexiones que se publican aquí son originalmente programas transmitidos por Radio María. Usted puede escucharlos los jueves a las 9:00 a.m., hora de Colombia. También puede sintonizar la radio por internet en www.radiomariacol.org.

Estos son programas que estudian la doctrina social de la Iglesia según se explica en el Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia.

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El Solsticio de Verano

Antes de comenzar el tema que nos corresponde hoy, vamos a compartir un pensamiento que nos puede inspirar la fecha en que se presenta este programa, el 21 de junio. En el hemisferio norte, esta semana incluye el día más largo del año, el llamado solsticio de verano. Como sabemos, la Tierra no solo gira sobre su eje, como un trompo, por lo cual se producen el día y la noche y viaja alrededor del sol durante un año, sino que nuestro planeta Tierra mientras viaja por el espacio va “cabeceando”, no permanece completamente perpendicular; tiene una inclinación sobre su eje y esta inclinación cambia; mientras va rotando y trasladándose alrededor del sol, la Tierra se inclina hacia el sur o hacia el norte, hacia la derecha y hacia la izquierda. Por esta razón, durante el año, el día es más largo o más corto en la tierra, según su inclinación hacia el sol. Entre el 20 y el 22 de junio, en el círculo polar ártico, es decir en el Polo norte, el sol permanece visible por 24 horas y hacia el sur va disminuyendo la duración del día.

Hoy es el día más largo del año, desde el Polo norte hasta la línea ecuatorial. Como Colombia está casi toda entre el Ecuador y el Trópico de Cáncer, no es tan claro el fenómeno, como lo es en los países de la zona templada. Este fenómeno del solsticio,se debe, entonces, a que a lo largo del año, la posición del Sol, visto desde la Tierra, se desplaza hacia el Norte y hacia el Sur. En nuestra casa nos podemos dar cuenta de que el sol no entra siempre por la misma dirección; cambia un poquito a lo largo del año.

Los solsticios son los momentos del año en los que el Sol alcanza sus posiciones más al norte o más al sur; ese día es el solsticio de verano, o el solsticio de invierno. Antes del cristianismo, en Europa saludaban el solsticio de verano con fiestas y hogueras. Entiendo que en algunos países lo hacen todavía, y como está de moda volver al paganismo en muchas cosas, hay personas que celebran el solsticio a lo pagano. Otras lo celebran con actos culturales como conciertos al aire libre.

Desde nuestro punto de vista cristiano ¿qué reflexión podemos hacer? Es el solsticio un día que invita a los habitantes del norte de la tierra a mirar hacia atrás y despedir a los días del invierno que pasaron; días cortos y fríos, y a mirar con alegría hacia delante el verano que comienza y les permite gozar del sol. Es un día central, el día más largo, porque volverán luego los días cada vez más cortos a medida que se acerque el invierno.

Aunque para nosotros, que vivimos cerca de la línea ecuatorial, este día más largo pasa prácticamente imperceptible, aprovechemos la oportunidad que este fenómeno astronómico nos da, para recordar que vamos caminando hacia la luz eterna, vamos dejando atrás días alegres y otros días tristes, días de nuestra vida en que sembramos, en que dejamos huella o quizás ni sembramos ni dejamos huella y es el momento en que podemos rectificar y empezar la siembra para mañana poder recoger…Los jóvenes están en la primera etapa de su vida, y sienten que tienen muchos veranos e inviernos por delante, otros están en la mitad, nosotros estamos más cerca del final… Es siempre bueno mirar hacia atrás, para rectificar el camino y sobre todo, con esperanza mirar hacia adelante, caminando con el sol, con el Señor, que siempre nos acompaña. Con Él siempre hay Luz, porque Él es la Luz.

El Dante comenzó su Divina Comedia cuando pensaba era la mitad de su vida, a los 35 años. En realidad no alcanzó a doblar esa edad, pues murió bastante más joven, a los 56 años. Dante empezó el Canto 1 con las palabras: “Nel mezzo del camin di nostra vita.” “A la mitad del camino de la vida, en una selva oscura me encontraba”.[1] En la Sagrada Escritura, el Salmo 90, 10 dice:

Nuestra vida dura apenas setenta años,
y ochenta, si tenemos más vigor:
en su mayor parte son fatiga y miseria,
porque pasan pronto, y nosotros nos vamos
.

La vida ahora suele ser más larga para muchos. Lo importante es que caminemos con el Señor y así, bien acompañados, no tomaremos por los atajos que nos pueden llevar a las sombras.

Conviene que Él crezca y yo disminuya”

 

Volviendo al solsticio de verano, es interesante observar que la Iglesia señaló la festividad del Nacimiento de San Juan Bautista para el 24 de junio, apenas pasado el día más largo. Recordemos las palabras del Bautista, como las relata el Evangelio de San Juan en 3,30: “Conviene que Él crezca y yo disminuya”. Es decir como crece o disminuye la sombra con el movimiento del sol. Fue la respuesta de Juan a algunos de sus discípulos, que se quejaban porque la gente se iba detrás de Jesús. Ese debería ser nuestro programa de vida, sobre todo con los años que van pasando; no importa que disminuyamos, que perdamos poco a poco la agudeza de nuestros sentidos, que nuestros movimientos sean ahora más lentos, si logramos que nuestro ego, nuestro amor propio también disminuyan, y al mismo tiempo crezcamos en la entrega a Dios, el Sol eterno, con quien esperamos un día gozar de la plenitud de la vida que no disminuirá jamás.[2]

 

Comencemos nuestros estudio con una pequeña plegaria:

 

Te agradecemos, Señor, por esta oportunidad que nos das de dedicarnos a conocer tu doctrina. Acompáñanos en este rato de reflexión; y a ti Espíritu Santo, por intercesión de la Virgen María, te suplicamos que ilumines nuestro entendimiento y muevas nuestra voluntad, para que comprendamos rectamente y amemos la doctrina social de tu Iglesia, y danos la gracia que necesitamos para vivir de acuerdo con ella.

 

En el programa anterior terminamos el estudio del N° 56 del Compendio, que empieza con el título Cielos nuevos y tierra nueva. La Iglesia nos recuerda que después de esta tierra en que vivimos,  nos esperan unos cielos y una tierra nueva, donde habitan la justicia y el amor, y que mientras hacemos el camino hacia esa patria definitiva, no debemos descuidar la construcción del Reino de Cristo, que empieza aquí, en nuestro tiempo, en nuestro espacio, y en esa construcción tenemos responsabilidad.


El propósito de hacer más humana la vida presente

 

 

Nos enseña la Iglesia que al final de los tiempos serán restaurados el nuevo cielo y la nueva tierra; pero que los hombres no nos debemos cruzar de brazos esperando la llegada de esa tierra nueva, pues en esta vida tenemos trabajo que hacer. Nos dice el Compendio que Cristo resucitado no sólo despierta el deseo del mundo futuro, sino también el propósito de hacer más humana la vida presente[3]. El N° 56 del Compendio termina con estas palabras:

 

Esta esperanza, en vez de debilitar, debe más bien estimular la solicitud en el trabajo relativo a la realidad presente.

 

Estas palabras se basan en el N° 39 de la Gaudium et Spes, donde dice el Concilio Vaticano II que, aunque Se nos advierte que de nada le sirve al hombre ganar todo el mundo si se pierde a sí mismo (Lc 9,25), no obstante, la espera de una tierra nueva no debe amortiguar, sino más bien avivar la preocupación de perfeccionar esta tierra, donde crece el cuerpo de la nueva familia humana, el cual puede de alguna manera vislumbrar el siglo nuevo. De manera que debemos ser diligentes obreros del Reino, que trabajemos por un mundo mejor, de justicia, de amor y de paz, que nos deje entrever lo que será la tierra nueva y los cielos nuevos, nuestra patria definitiva.

Los Bienes del Hombre que pertenecen al Reino

 

 

Continuemos ahora nuestra reflexión con el N° 57 del Compendio de la D.S.I. que dice así:

 

Los bienes, como la dignidad del hombre, la fraternidad y la libertad, todos los frutos buenos de la naturaleza y de nuestra laboriosidad, difundidos por la tierra en el Espíritu del Señor y según su precepto, purificados de toda mancha, iluminados y transfigurados, pertenecen al Reino de verdad y de vida, de santidad y de gracia, de justicia, de amor y de paz que Cristo entregará al Padre y donde nosotros los volveremos a encontrar. Entonces resonarán para todos, con toda su solemne verdad, las palabras de Cristo:

«Venid, benditos de mi Padre, recibid la herencia del Reino preparado para vosotros desde la creación del mundo. Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; era forastero, y me acogisteis; estaba desnudo, y me vestisteis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a verme … en verdad os digo que cuanto hicisteis a unos de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis» (Mt 25,34-36.40).

 

Es bellísimo este N° 57; como para leerlo despacio y volverlo a leer. Empecemos por volver a leer, – para identificarlos bien, – los bienes que la Iglesia menciona, y nos dice que pertenecen al Reino: hoy sólo vamos a alcanzar a reflexionar sobre el primer bien que menciona: la dignidad del hombre. ¡Qué don maravilloso es la dignidad con que nacemos todas las personas humanas, sin distingo de procedencia geográfica, de raza, de familia! Es una dignidad que no tenemos porque nos la otorgue la ley de ningún país, ninguna norma constitucional, ninguna decisión de las Naciones Unidas. Fuimos creados a imagen y semejanza de Dios, fuimos redimidos por la pasión, muerte y resurrección de su Hijo Jesucristo, somos todos, hijos del mismo Padre, somos del mismo linaje. La razón de la dignidad del hombre es clarísima para nosotros los cristianos.

 

La mayor incoherencia: un derecho que se reconoce en todas las leyes pero en todas las naciones se irrespeta

 

El primer don recibido de Dios es el de la vida, de la existencia. Es el primer regalo de Dios y por eso el más sagrado. De la vida se desprenden los demás. El valor de la vida es una verdad que nadie discute. Está en los Derechos del Hombre de la ONU, está en nuestra Constitución. Y sin embargo es un bien contra el que se atenta todos los días, en todos los países del mundo. No hay mayor incoherencia que ésta. Como Juan Pablo II y Benedicto XVI han sido Maestros inigualables, y sus enseñanzas, gracias a Dios, nos han quedado por escrito, vamos a leer algunos párrafos de documentos en que nos enseñan sobre el valor de la vida. Empecemos por la carta que Juan Pablo II escribió a los obispos el 19 de mayo de 1991, solemnidad de Pentecostés, sobre «el valor de la vida humana y su intangibilidad, en relación con las actuales circunstancias y los atentados que la amenazan». No es más alentador el panorama, 16 años después de esta carta.

 

El inquietante apagarse de la conciencia moral

Estas son palabras del Santo Padre Juan Pablo II:

 

los datos estadísticos presentan una verdadera y auténtica «matanza de los inocentes», a nivel mundial, pero sobre todo es preocupante el hecho de que la conciencia moral parece ofuscarse terriblemente y encontrar cada vez mayor dificultad para darse cuenta  de la distinción clara y precisa entre el bien y el mal  en lo que se refiere al valor fundamental de la vida humana.

 

En realidad, si es muy grave e inquietante el fenómeno tan extendido de la eliminación de muchas vidas humanas nacientes o cercanas a su final, no menos grave e inquietante  es el apagarse de la sensibilidad moral en las conciencias. Las leyes y las normativas civiles no sólo ponen de manifiesto este oscurecimiento, sino que contribuyen a reforzarlo. En efecto, cuando unos parlamentos votan leyes que autorizan el matar a inocentes y unos Estados ponen sus recursos y estructuras al servicio de estos crímenes, las conciencias individuales —con frecuencia poco formadas— son inducidas más fácilmente a error. Para romper este círculo vicioso, parece más urgente que nunca el reafirmar con fuerza nuestro común magisterio, fundamentado en la Sagrada Escritura y en la Tradición, sobre la intangibilidad de la vida humana inocente.

 

Nos había explicado la Iglesia, que el Reino de Dios que gozaremos un día, por la misericordia del Señor, lo tenemos que empezar a construir en esta vida. Estamos acostumbrados a pensar sólo en bienes terrenales, y aquí la Iglesia nos habla de otros bienes que pertenecen al Reino de Cristo, que debemos construir desde aquí, en la tierra. Si tenemos esos bienes en esta vida, empezamos, en alguna forma, a gozar del Reino desde ahora; podemos decir que si esos bienes están presentes, está presente el Reino.

 

El primer bien que menciona el N° 57, es el de la dignidad del hombre. Decíamos que la dignidad del hombre se basa en que Dios nos regaló el don de la vida, de la existencia, al crearnos a su imagen y semejanza. El don de la vida es inviolable. Por su parte, El Compendio del Catecismo, en el N° 358, nos enseña:

 

La dignidad de la persona humana está arraigada en su creación a imagen y semejanza de Dios. Dotada de alma espiritual e inmortal, de inteligencia y de voluntad libre, la persona humana está ordenada a Dios y llamada, con alma y cuerpo, a la bienaventuranza eterna. Ese es el fundamento de la dignidad de la persona humana.

 

La cumbre de la Creación visible

 

Sobre el lugar del hombre en la creación, afirma el mismo Compendio del Catecismo en el N° 63, que El hombre es la cumbre de la Creación visible, pues ha sido creado a imagen y semejanza de Dios.

 

Si uno busca en la Declaración de los Derechos del Hombre de la ONU, en qué se basan esos derechos, que son iguales para todos, no encuentra el fundamento espiritual. Como los Derechos del Hombre están promulgados por esa organización para creyentes y no creyentes, Dios no aparece allí. La Constitución de Colombia, en el Preámbulo invoca la protección de Dios, y dice que es el Pueblo en ejercicio de su poder soberano, el que promulga la que se llama Norma de normas (Art. 4). Entre los Principios Fundamentales en el Artículo 1, dice nuestra Constitución, que Colombia está fundada en el respeto de la dignidad humana, y el Artículo 11 deja sentado que El derecho a la vida es inviolable. Y que No habrá pena de muerte. Reconoce pues, nuestra Constitución algo que para el cristiano es obvio. La falta de coherencia e enorme cuando se defiende el aborto provocado, directo.

Para nosotros, cristianos, ¿qué importancia tiene el haber sido creados a imagen de Dios? El Catecismo no dice que el hombre

 

Es la única criatura sobre la tierra a la que Dios ama por sí misma, y a la que llama a compartir su vida divina, en el conocimiento y en el amor. El hombre, en cuanto creado a imagen de Dios, tiene la dignidad de persona: no es solamente algo, sino alguien capaz de conocerse, de darse libremente y de entrar en comunión con Dios y las otras personas.

 

La conciencia moral es un juicio de la razón que impulsa a la persona a hacer el bien y evitar el mal

 

Volvamos a las palabras de Juan Pablo II en su carta a los obispos, pues es bueno que destaquemos algunas cosas que se aplican plenamente a la situación de nuestra patria: dice Juan Pablo II que si es muy grave e inquietante el fenómeno de la eliminación de muchas vidas humanas nacientes o cercanas a su final, es decir mediante el aborto y la eutanasia, no menos grave e inquietante es el apagarse de la sensibilidad moral en las conciencias. Dice el Papa que parece que la conciencia moral encuentra cada vez mayor dificultad  para darse cuenta de la distinción clara y precisa entre el bien y el mal en lo que se refiere al valor fundamental de la vida humana.

 

Sí, uno se pregunta qué se hizo la conciencia moral de algunas autoridades que aparecen como defensoras de la cultura de la muerte. Por sus declaraciones públicas, es claro que algunos de nuestros parlamentarios y otras autoridades, que por su cargo deberían ser los primeros defensores de la vida, tienen dificultad para comprender la distinción entre el bien y el mal, en lo que se refiere a la vida humana, y por eso hablan con tanto desparpajo en defensa de la muerte de los no nacidos y de los que se acercan al final, y se lo quieren acelerar por la eutanasia.

 

Razón tenía el Papa en su discurso de inauguración de la V Conferencia Episcopal de Aparecida, cuando manifestaba que en un continente de bautizados como América Latina era notable la ausencia de católicos coherentes con su fe en la vida pública. Recordemos sus palabras:

 

Por tratarse de un Continente de bautizados, conviene colmar la notable ausencia, en el ámbito político, comunicativo y universitario, de voces e iniciativas de líderes católicos de fuerte personalidad y de vocación abnegada, que sean coherentes con sus convicciones éticas y religiosas. Los movimientos eclesiales tienen aquí un amplio campo para recordar a los laicos su responsabilidad y su misión de llevar la luz del Evangelio a la vida pública, cultural, económica y política.

 

Los invito a estudiar sobre el tema de la conciencia moral, el Compendio del Catecismo, del N° 372 en adelante. De modo más amplio se encuentra este tema en la edición grande del Catecismo, del N° 1776 en adelante. Recordemos solamente, que la conciencia moral es un juicio de la razón que impulsa a la persona a hacer el bien y evitar el mal. Gracias a la conciencia, la persona comprende si el acto que va a realizar o ha realizado es bueno o malo y asume la responsabilidad de él. También nos enseña el Catecismo que la dignidad de la persona humana  supone la rectitud de la conciencia moral, es decir que ésta se halle de acuerdo con lo que es justo y bueno según la razón y la ley de Dios. De modo que por su dignidad, la persona humana debe actuar de acuerdo con lo que es justo y bueno según la razón y la ley de Dios.

 

¿Cómo se forma la conciencia moral?

 

Esto dice el Catecismo:

 

La conciencia recta y veraz se forma con la educación, con la asimilación de la Palabra de Dios y las enseñanzas de la Iglesia. Se ve asistida por los dones del Espíritu Santo y ayudada con los consejos de personas prudentes. Además, favorecen mucho la formación moral  tanto la oración como el examen de conciencia.

 

Esto quiere decir, a mi juicio, que la educación ética deficiente, que la ignorancia religiosa y el desconocimiento de la Palabra de Dios, se notan en muchos de nuestros dirigentes que se dicen católicos, porque de los católicos tenemos derecho a esperar más cuando exponen su pensamiento sobre temas tan importantes como la inviolabilidad del derecho a la vida. De los no creyentes poco podemos esperar. Su educación no tiene en cuenta a Dios, ni las enseñanzas de la Iglesia. Pero sí deberían regirse por una moral universal…[4]

 

Hay un aspecto muy grave que resalta el Santo Padre y es que

Las leyes y las normativas civiles no sólo ponen de manifiesto este oscurecimiento de la conciencia moral, sino que contribuyen a reforzarlo. En efecto, cuando unos parlamentos votan leyes que autorizan el matar a inocentes y unos Estados ponen sus recursos y estructuras al servicio de estos crímenes, las conciencias individuales —con frecuencia poco formadas— son inducidas más fácilmente a error.

 

Los que promueven y apoyan las leyes contra la vida, demuestran lo oscurecida que se encuentra su conciencia moral, pero además, los parlamentarios y las autoridadesque apoyan las leyes contra la vida, tendrán que dar cuenta del daño que hacen a las conciencias poco formadas, a las que inducen al error. En estas circunstancias, Juan Pablo II deja claramente establecido el papel que debemos asumir como Iglesia. En la próxima reflexión seguiremos con el desarrollo de este tema.

 

Fernando Díaz del Castillo Z.

Escríbanos a: reflexionesdsi@gmail.com


[1] Cfr. Dante Conv., IV, XXIII, donde considera la mitad de la vida a los 35 años.

[2]Las ideas para esta reflexión sobre el solsticio de verano las he tomado de http://www.sacredspace.ie Entre los enlaces (Blogroll) de este ‘blog’ se encuentra bajo el nombre “Orar frente al computador”.

[3]Once grandes mensajes, BAC, Madrid, MCMXCIX, Pg. 376

[4] En el discurso de Benedicto XVI al inaugurar la V Conferencia de los Obispos, en Aparecida, 4. “Para que en Él tengan vida”, Los problemas sociales y políticos, dijo: “Donde Dios está ausente – el Dios del rostro humano de Jesucristo – estos valores no se muestran con toda su fuerza, ni se produce un consenso sobre ellos. No quiero decir que los no creyentes no puedan vivir una moralidad elevada y ejemplar; digo solamente que en una sociedad en la que Dios está ausente no encuentra el consenso necesario sobre los valores morales y la fuerza para vivir según la pauta de estos valores, aun contra los propios intereses.

Reflexión 61 Junio 14 2007

Compendio de la D.S.I. Nº 56

 


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Las Reflexiones que se publican aquí son originalmente programas transmitidos por Radio Maríade Colombia. Usted puede escucharlos los jueves a las 9:00 a.m., hora de Colombia. También puede sintonizar la radio por internet en www.radiomariacol.org

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Nuevos Cielos y Nueva Tierra

La ley fundamental de la perfección humana

En la reflexión anterior comenzamos el estudio del N° 56 del Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, que empieza con el título Cielos nuevos y tierra nueva. Repasemos lo que alcanzamos a ver la semana pasada.

 

El Compendio, en los números anteriores nos hablaba de la renovación de las relaciones sociales que requiere el mundo, para que se rija por la ley que el Compendio (N° 54) llama La ley fundamental de la perfección humana, la ley que puede transformar el mundo, y es el mandamiento nuevo del amor. Los números anteriores, del 52 al 55, trataban sobre nuestra sociedad, vista a la luz de la fe. Nos ponía de presente la necesidad de la transformación del mundo y de sus estructuras de injusticia. Ahora nos recuerda que esta tierra en que vivimos, esta realidad del mundo material, no es nuestra morada definitiva. Relaciona el mundo actual con el cielo, para que no perdamos la perspectiva de eternidad. Leamos el N° 56 del Compendio de la D.S.I.

 

La promesa de Dios y la resurrección de Jesucristo suscitan en los cristianos la esperanza fundada  que para todas las personas humanas está preparada una morada nueva y eterna, una tierra en la que habita la justicia (cf. 2 Co 5,1-2; 2 P 3,13).

 

Si aquí vivimos en un mundo donde campean la inequidad y la injusticia, nos espera un destino final donde reina la justicia:una morada nueva y eterna, una tierra en la que habita la justicia.

 

Mirar nuestra morada terrestre sin perder la perspectiva de la eternidad

 

Cita allí el Compendio la 2a Carta de San Pablo a los Corintios, 5,1-2. El Apóstol hablaba en los versículos anteriores, de las razones por las cuales no debemos desfallecer ante el deterioro de lo material, ante el deterioro de nuestro cuerpo, y nos invita aque miremos lo espiritual, lo que no se ve, porque lo que se ve es pasajero, mientras que las cosas que no se ven son eternas (4, 16-18). A continuación dice San Pablo: Porque sabemos que si esta tienda, que es nuestra morada terrestre, se desmorona, tenemos un edificio que es de Dios: una morada eterna, no hecha por mano humana, que está en los cielos. Y así gemimos en este estado, deseando ardientemente ser revestidos de nuestra habitación celeste.

 

Cita también aquí el Compendio la 2a Carta de San Pedro, 3,13, de la cual toma las palabras sobre la nueva morada donde habita la justicia. Textualmente dice la Carta de San Pedro: esperamos, según nos lo tiene prometido, nuevos cielos y nueva tierra, en los que habite la justicia.”

 

Es muy importante que como personas de fe, veamos la tierra como es: Dios nos la entregó como nuestra morada; nos la entregó en administración, no como a dueños absolutos, de manera que tenemos que administrarla bien. Es la tierra para cada uno de nosotros, la casa en la cual nacemos, crecemos, nos desarrollamos como personas, donde formamos una familia, donde hacemos parte de una sociedad. De nosotros depende cómo sea esta casa; de nosotros depende que el agua sea limpia y suficiente para todos, que el aire que respiramos sea también limpio, que sus campos produzcan alimentos para todos. Que nuestras leyes sean justas, que transcurra una vida en paz, que las estructuras que conforman nuestras naciones no discriminen, y distribuyan sus bienes para todos con equidad, que sean estructuras justas, donde no quede lugar para la pobreza y el hambre. Es responsabilidad de todos que esta morada terrenal, nuestra casa, aunque sea una vivienda transitoria, sea una morada donde se pueda vivir con alegría.

 

El mundo que nosotros fabricamos

 

Desafortunadamente estamos lejos de esa tierra ideal. En enero de este año 2007, Benedicto XVI presentó al cuerpo diplomático el estado del planeta alcomenzar el nuevo año. La visión que presentó el Santo Padre no es muy alentadora. Oigamos solamente unos apartes deesa intervención del Papa:

 

Al inicio del año se nos invita a mirar la situación internacional para examinar los retos que debemos afrontar juntos. Entre las cuestiones esenciales, ¿cómo no pensar en los millones de personas, especialmente mujeres y niños, que carecen de agua, comida y vivienda? El escándalo del hambre, que tiende a agravarse, es inaceptable en un mundo que dispone de bienes, de conocimientos y de medios para subsanarlo. Esto nos impulsa a cambiar nuestros modos de vida y nos recuerda la urgencia de eliminar las causas estructurales de las disfunciones de la economía mundial, y corregir los modelos de crecimiento que parecen incapaces de garantizar el respeto del medio ambiente y un desarrollo humano integral para hoy y sobre todo para el futuro. Invito de nuevo a los Responsables de las Naciones más ricas a tomar las iniciativas necesarias para que los países pobres, que a menudo poseen muchas riquezas naturales, puedan beneficiarse de los frutos de sus propios bienes. Desde este punto de vista, es también motivo de preocupación el retraso en el cumplimiento de los compromisos asumidos por la comunidad internacional en los años recientes.

 

En esa intervención del Santo Padre en el Año Nuevo, ante el Cuerpo Diplomático, tuvo algunas palabras sobre la situación particular de Colombia. Dijo el Papa:

 

Mi atención se dirige muy especialmente hacia algunos países, en particular Colombia, donde el largo conflicto interno ha provocado una crisis humanitaria, sobre todo por lo que se refiere a las personas desplazadas. Se deben hacer todos los esfuerzos necesarios para pacificar el país, para devolver las personas secuestradas a sus familias, para volver a dar seguridad y una vida normal a millones de personas. Tales señales darían confianza a todos, incluso a los que han estado implicados en la lucha armada.

 

Dirijo mi afligido llamamiento a los autores de tales actos execrables

 

 

El crimen del secuestro que entristece a tantas familias, fue de nuevo mencionado por Benedicto XVI el  domingo 10 junio de 2007, solemnidad del Corpus Christi. El Santo Padre dirigió su pensamiento, al finalizar el rezo mariano del Ángelus, a todas las personas que se encuentran secuestradas en todo el mundo, y principalmente en Colombia:

 

“Por desgracia a menudo me llegan peticiones de interés en relación a personas, entre las cuales muchos sacerdotes católicos, que se encuentran secuestradas por motivos diversos en diferentes partes del mundo. Llevo a todos en mi corazón y tengo a todos presentes en mis oraciones, pensando, entre otros casos, en el tan doloroso caso de Colombia. Dirijo mi afligido llamamiento a los autores de tales actos execrables, para que tomen conciencia del mal cumplido y restituyan lo antes posible al afecto de sus seres queridos, a cuantos tienen prisioneros. Confío las víctimas a la materna protección de María Santísima, madre de todos los hombres”.[1]

 

Esa es la realidad del mundo en que vivimos. No es el mundo que Dios quiere, sino el mundo que los seres humanos fabricamos. Los nuevos cielos y la nueva tierra, de modo definitivo los tendremos en la vida futura, pero el Reino de Dios, de justicia, de amor y de paz lo debemos empezar a construir aquí, en esta vida terrenal; es nuestra responsabilidad.

 

El Reino se empieza a construir en nosotros mismos y en nuestra casa

 

Y no dejemos la construcción del Reino de Dios para sólo los grandes temas, que fácilmente podemos pensar que es responsabilidad de otros. El Reino se empieza a construir en nosotros mismos y en nuestra casa. Para el cristiano, la existencia que vivimos en la tierra, a pesar de toda su diversidad de situaciones, es una sola. El puente que une todas las partes diversas de que está compuesta nuestra vida diaria, la vida material, con sus dificultades, las tragedias o también las situaciones triviales que nos mortifican, – lo que integra nuestra vida toda, – es nuestra relación con Dios. Son la fe, la esperanza cristiana, nuestra vida espiritual, las que hacen comprensible y llevadera la vida. Sin Dios en medio de tantas miserias, nos sentiríamos completamente desamparados.

 

Vivir como cristiano no implica cortar con la realidad como es. No es cerrar los ojos a la realidad. Ser cristiano es estar involucrado en todo lo que importa al ser humano en su vida terrenal: en la familia, en el trabajo, la justicia, la guerra, la paz, el medio ambiente, lo mismo que la vida de oración, la vida sacramental. [2] Es precisamente la relación con Dios, lo que da sentido a la existencia, en sus momentos de alegría o de tristeza, en la intimidad del hogar, como también en el campo de lo público en la vida social y política.

 

Como nos enseña la Iglesia, los cristianos no podemos vivir dos vidas paralelas: una vida espiritual regida por sus propios valores y sus exigencias, circunscrita sólo a nuestra intimidad y otra, la vida secular, la vida de familia, la vida del trabajo, la vida de las relaciones sociales, la vida pública con su actividad cultural y política. A veces parece que se pusiera límites a la vida espiritual, a la vida religiosa, como si su terreno fuera exclusivamente el del templo y de nuestra vida íntima y no se le permitiera entrar a nuestras casas ni al sitio de trabajo ni a los restaurantes y lugares de descanso y menos aún al parlamento y a las Altas Cortes…Tenemos que abrir todas nuestras puertas a Dios.

 

De acuerdo con la doctrina social de la Iglesia, tenemos que trabajar por un mundo mejor, que se rija por valores fundamentales como la verdad, la justicia, el amor, la libertad. Un mundo de verdad; hoy no se sabe quién dice la verdad en la vida pública. Como a hijos de Dios, la Iglesia nos llama a hacer realidad el plan original del Creador, que es de un mundo de verdad, de justicia, de amor y de paz. Nos debemos preguntar si nuestro comportamiento es de obreros del Reino que siembran justicia, paz, amor y verdad.

Respeto a los bienes temporales

 

 

Ese mundo que debemos construir, respeta los bienes materiales, entregados por Dios para que se administren con justicia y equidad, teniendo también muy claro, que el paraíso no será en esta tierra, que nuestro corazón ansía lo que no se desmorona, lo que no se acaba. No queda satisfecho con los bienes que no perduran. Es lo que las naciones ricas de la tierra no comprenden, y por eso orientan todo su poder a aumentar la riqueza perecedera, que administran con egoísmo, como si fuera la riqueza material su último fin.

 

La Iglesia no cesa de exhortar a los países dominantes en la esfera de lo político y lo económico, para que cumplan con su deber. Con estos sentimientos se dirigió el Papa a los Jefes de Gobierno de las grandes potencias, reunidas en Alemania en la cumbre del G 8.[3] De igual manera los obispos reunidos en Aparecida enviaron un claro y terminante mensaje a esos jefes de Estado.  Con estas palabras Radio Vaticano informó sobre esos mensajes:

En nombre de la Asamblea Episcopal, los presidentes de la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe, subrayan junto con el Papa, en su carta a la canciller alemana Angela Merkel, su convicción de que una de las tareas más urgentes de nuestro tiempo es eliminar la extrema pobreza y poner a disposición los recursos necesarios, porque de ello depende la paz y la seguridad mundial.

 

La carta del Santo Padre a la que los obispos hacen referencia fue enviada en diciembre de 2006 a la canciller alemana tras el anuncio de su presidencia para la cumbre del G-8. El Papa se congratulaba de que el tema de la “pobreza”, con referencia explícita a África, se encuentre en el orden del día de las reuniones, pues “merece la máxima atención y prioridad, tanto en beneficio de los países pobres como de los ricos”.

 

En este sentido Benedicto XVI recordaba las innumerables ocasiones en las que la Santa Sede ha puesto de relieve que, a la vez que los Gobiernos de los países más pobres tienen la responsabilidad de gobernar bien y de eliminar la pobreza, es indispensable una activa colaboración internacional. Aquí no se trata de una tarea extraordinaria o de concesiones que podrían posponerse a causa de urgentes intereses nacionales. Más bien, se trata de un deber moral grave e incondicional, basado en la pertenencia común a la familia humana, así como en la dignidad y el destino comunes de los países pobres y de los países ricos que, por el proceso de globalización, se desarrollan cada vez con mayor interdependencia.

 

Asimismo el Papa hablaba de la necesidad de amplias inversiones en el campo de la investigación y del desarrollo de medicinas para el tratamiento del sida, la tuberculosis, la malaria y otras enfermedades tropicales. A este respecto, los países industrializados deben afrontar la urgente tarea científica de crear por fin una vacuna contra la malaria. Del mismo modo, es necesario poner a disposición tecnologías médicas y farmacéuticas, así como conocimientos derivados de la experiencia en el campo de la salud, sin imponer en cambio exigencias jurídicas o económicas.[4]

 

La observación del Santo Padre acerca de la obligación de los países industrializados, de poner a disposición del mundo tecnologías médicas y farmacéuticas y conocimientos en el campo de la salud, sin imponer en cambio exigencias jurídicas o económicas, es un criterio que deberían tener en cuenta los negociadores de los tratados de libre comercio, pues parece que al derecho a la salud y a la vida, anteponen los derechos de lucro de las farmacéuticas internacionales.

 

Como podemos ver, si recorremos el mundo encontramos que no es ésta la morada terrenal que, aunque sea sólo transitoria, Dios quiere para sus hijos los hombres. Esta situación de pobreza, de enfermedad, de injusticia, de desorden no nos debe acobardar ni entristecer hasta el desconsuelo; debemos hacer nuestra parte, lo que nos corresponde en la construcción del Reino de Dios, en la transformación de las relaciones sociales y sabiendo que si actuamos  con justicia, si vivimos en el amor, siendo testimonio, nos espera la morada definitiva donde, allá sí, reinan la justicia y el amor.

                

                El siguiente párrafo del Compendio continúa así, en el mismo N° 56 que estamos estudiando:
La

«Entonces, vencida la muerte, los hijos de Dios resucitarán en Cristo, y lo que fue sembrado bajo el signo de la debilidad y de la corrupción, se revestirá de incorruptibilidad, y, permaneciendo la caridad y sus obras, se verán libres de la servidumbre de la vanidad todas las criaturas que Dios creó pensando en el hombre».[5]

 

Este último párrafo que acabamos de leer está tomado de la Gaudium et spes, del Vaticano II, que nos instruye allí sobre la tierra nueva y el cielo nuevo que nos esperan. Unas líneas antes dice esta Constitución Pastoral:

 

39. Ignoramos el tiempo en que se hará la consumación de la tierra y de la humanidad. Tampoco conocemos de qué manera se transformará el universo. La figura de este mundo, afeada por el pecado, pasa, pero Dios nos enseña que nos prepara una nueva morada y una nueva tierra donde habita la justicia, y cuya bienaventuranza es capaz de saciar y rebasar todos los anhelos de paz que surgen en el corazón humano.

 

 

Cristo resucitado despierta el propósito de hacer más humana la vida presente

 

 

De manera que al final de los tiempos serán restaurados el nuevo cielo y la nueva tierra; pero tiene hoy en esta vida presente una responsabilidad la actividad humana, considerada a la luz de Jesucristo resucitado, pues Cristo resucitado no sólo despierta el deseo del mundo futuro, sino también el propósito de hacer más humana la vida presente[6]. El N° 56 del Compendio termina con estas palabras:

 

Esta esperanza, en vez de debilitar, debe más bien estimular la solicitud en el trabajo relativo a la realidad presente.

 

Estas palabras se basan en el mismo N° 39 de la Gaudium et Spes, cuando dice que aunque Se nos advierte que de nada le sirve al hombre ganar todo el mundo si se pierde a sí mismo (Lc 9,25), no obstante, la espera de una tierra nueva no debe amortiguar, sino más bien avivar, la preocupación de perfeccionar esta tierra, donde crece el cuerpo de la nueva familia humana, el cual puedede alguna manera anticipar un vislumbre del siglo nuevo.

 

Se equivocan los cristianos que, pretextando que no tenemos aquí ciudad permanente, pues buscamos la futura, consideran que pueden descuidar las tareas temporales

En el N° 43, la Gaudium et Spes, del Concilio Vaticano II, exhorta a los cristianos al cumplimiento de sus deberes temporales, y lamenta la conducta de quienes, con el pretexto de la espera de los bienes celestiales, descuidan las tareas temporales. De la misma manera reprueba también a aquellos que se sumergen en los negocios terrenales, sin referencia alguna a la vida espiritual. Los dos extremos están mal. Estas son las palabras enérgicas del Concilio:

 

43. El Concilio exhorta a los cristianos, ciudadanos de la ciudad temporal y de la ciudad eterna, a cumplir con fidelidad sus deberes temporales, guiados siempre por el espíritu evangélico. Se equivocan los cristianos que, pretextando que no tenemos aquí ciudad permanente, pues buscamos la futura, consideran que pueden descuidar las tareas temporales, sin darse cuenta de que la propia fe es un motivo que les obliga al más perfecto cumplimiento de todas ellas según la vocación personal de cada uno. Pero no es menos grave el error de quienes, por el contrario, piensan que pueden entregarse del todo a los asuntos temporales, como si éstos fuesen ajenos del todo a la vida religiosa, pensando que ésta se reduce meramente a ciertos actos de culto y al cumplimiento de determinadas obligaciones morales. El divorcio entre la fe y la vida diaria de muchos debe ser considerado como uno de los más graves errores de nuestra época. Ya en el Antiguo Testamento los profetas reprendían con vehemencia semejante escándalo. Y en el Nuevo Testamento sobre todo, Jesucristo personalmente conminaba graves penas contra él. No se creen, por consiguiente, oposiciones artificiales entre las ocupaciones profesionales y sociales, por una parte, y la vida religiosa por otra. El cristiano que falta a sus obligaciones temporales, falta a sus deberes con el prójimo; falta, sobre todo, a sus obligaciones para con Dios y pone en peligro su eterna salvación. Siguiendo el ejemplo de Cristo, quien ejerció el artesanado, alégrense los cristianos de poder ejercer todas sus actividades temporales haciendo una síntesis vital del esfuerzo humano, familiar, profesional, científico o técnico, con los valores religiosos, bajo cuya altísima jerarquía todo coopera a la gloria de Dios.

 

Con esa reflexión profunda de la iglesia, sobre nuestras obligaciones terrenales, terminamos el N°56 del Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia. La semana entrante, Dios mediante, seguiremos con el N° 57, que nos instruye sobre el uso de los bienes de la tierra, y si nos alcanza el tiempo, continuaremos con el tema de la realización plena de la persona humana.

Fernando Díaz del Castillo Z.

Escríbanos a: reflexionesdsi@gmail.com


[1]Información de Radio Vaticano, Junio 10, 2007

[2] GerryO’Hanlon, S.J., Concerning Everyone, Toward a Civilization of Love, The Sacred Heart Messenger, Dublín, edición en internet.

[3] Cfr. Agencia Zenit, Código: ZS07060510, Fecha publicación: 2007-06-05, El Papa pone la lucha contra la pobreza en el centro de la cumbre del G8, en una carta dirigida a la canciller alemana, Angela Merkel.

[4]La Iglesia insta a los miembros del G-8 a actuar con responsabilidad, Jueves, 7 jun (RV).

5. Gaudium et spes, 39

[6]Once grandes mensajes, BAC, Pg. 376

Reflexión 60 7 de junio 2007

Después de “Aparecida

Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, Nº 56

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Las Reflexiones que se publican aquí son originalmente programas transmitidos por Radio María de Colombia. Usted puede escucharlos los jueves a las 9:00 a.m., hora de Colombia. También puede sintonizar la radio por internet en www.radiomariacol.org

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La reflexión anterior la dedicamos a la V Conferencia General del Episcopado de América Latina y del Caribe, cuya clausura se realizó el jueves 31 de mayo de 2007. Podemos tener confianza en que el Espíritu Santo acompañó a nuestros obispos, reunidos bajo el amparo de Nuestra Señora, en su reflexión sobre la situación de nuestro continente. Bajo su inspiración, nuestros pastores habrán encontrado las respuestas que la Iglesia necesita, para enfrentar los múltiples y complejos problemas por los que atraviesan nuestros pueblos. El documento final  orientará la acción de la Iglesia en América Latina y el Caribe.

Después de Aparecida es también nuestro turno

 

Antes de continuar el estudio del Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, dediquemos unos minutos a comentar sobre nuestra responsabilidad, consecuencia de la Conferencia de los Obispos en Aparecida.

 

Los laicos, y en particular los medios de comunicación católica, tenemos que estar preparados para actuar de acuerdo con nuestras responsabilidades y estar dispuestos a cambiar en lo que debamos cambiar, para llevar el Evangelio a donde ahora no está llegando. Una oyente que llamó al aire desde Arabia Saudita (estaba escuchando el programa anterior por internet), nos compartió sus inquietudes con una reflexión muy sincera. Decía ella, que lo que estaba pasando en el Brasil era maravilloso; pero añadió: Tan poca gente sabe de esto, tan poca gente oye o escucha esto. Y nos hizo una pregunta directa, que nos muestra lo que los oyentes de Radio María esperan de este medio. Nos preguntó Ángela, nuestra oyente colombiana desde Arabia Saudita: ¿Cómo van a hacer ustedes,- dijo – para poder llevar esto a la gente que está creciendo, a la juventud? Sobre Benedicto XVI, añadía nuestra radioescucha, que parece haber un vacío en la gente que sólo oye los comentarios negativos de los medios de comunicación sobre el Papa, que casi nadie sabe nada profundo sobre lo que está pasando. “¿Cómo van a hacer Uds.,- decía Ángela, – para romper eso y abrir un camino hacia la gente que no tiene conocimientos, que no comprende a un Papa tan maravilloso y tan profundo como éste?”

 

Claro que el reto no es sólo para los medios de comunicación católicos; es para todos los católicos, y en particular para los que directamente trabajamos en alguna forma, en la evangelización. Ahora bien, de todos modos tenemos que escuchar a los que siguen este medio, Radio María. Sus comentarios son recibidos con gusto y respeto.

 

El reto que nos planteó esta oyente es muy importante, muy difícil, si consideramos las limitaciones humanas nuestras y de los medios con que contamos, en cuanto se refiere a las posibilidades técnicas de esta Radio; pero aunque no es un reto sólo para Radio María, es bueno que pensemos que no nos podemos sentir satisfechos con lo que actualmente se ha conseguido. La Iglesia se reunió en Aparecida a pensar con humildad, con apertura, cuál es su situación en nuestros países, para responder adecuadamente a las necesidades de sus fieles, de manera que todos los que colaboramos en la Evangelización, nos debemos plantear la necesidad de una evaluación, con sinceridad, con humildad, porque es obvio que tenemos muchas cosas en que podemos y debemos mejorar. Considero que nos hacen una llamada a evaluar lo que se hace en la evangelización en general, por todos los medios, incluyendo la predicación, la catequesis, la educación en los colegios y universidades de la Iglesia. Hay que hacer un esfuerzo grande, el que se necesite, para que la labor de evangelización llegue a donde no está llegando y a donde llega, llegue como debe llegar.

 

El domingo antepasado fui testigo de un hecho ilustrativo. En mi parroquia, antes de la misa dominical, el Diácono está instruyendo a la comunidad sobre la liturgia de la Eucaristía. En medio de su instrucción, mencionó al Diácono y una persona preguntó en voz alta: “Por favor, ¿“Qué es un Diácono”? Nuestro Diácono, que estaba dando la instrucción, le respondió brevemente. La persona que hizo la pregunta, comentó a su vecino de banca: “Yo lo único que sé es rezar y pedirle a Dios. No sé qué es un Diácono, por eso pregunté. Y lo que explicó ya se me olvidó”.

 

El reto de cambiar

 

Este episodio me dejó pensando. Nuestra pedagogía necesita más desarrollo. A veces damos por sabidas verdades que los fieles no conocen. Y con frecuencia los instruimos con palabras que los fieles no entienden. Un problema muy grave es el poco tiempo que los fieles dedican a su vida religiosa. Los que vamos a misa, por lo menos tenemos la oportunidad de escuchar la homilía, que es un tiempo corto que el evangelizador tiene que aprovechar muy bien. Y hay un reto mayor: ¿Cómo llegar a los que ni siquiera se acercan a la Iglesia una vez por semana? Y también a ellos hay que Evangelizar.

 

Es justo reconocer que se hacen esfuerzos por mejorar la calidad de la evangelización; que hay, por ejemplo, escuelas para preparar a los catequistas, que hay instituciones dedicadas a buscar e idear nuevos caminos; pero parece que las necesidades son mayores que nuestras respuestas. Tenemos que aprovechar la creatividad de los jóvenes para llegar a sus compañeros y, ¿cómo llegar a los adultos que creen saberlo todo, aunque su instrucción religiosa sea muy elemental, sin descuidar a los adultos que necesitamos que nos confirmen en la fe?

 

Sin duda estas preocupaciones estuvieron en el corazón de nuestros Obispos en Aparecida. Eso nos indican intervenciones como la de la homilía del Obispo Carlos Aguiar Retes, el lunes 28 de mayo, en una homilía por cierto muy mariana, en que se refirió a la Visita de Nuestra Señora a Santa Isabel, y también a la Virgen de Guadalupe. Entre otras cosas dijo:

 

Con María, discípula y maestra, seamos una Iglesia que presurosa vaya al encuentro, tanto de quienes como Isabel, reconocen las maravillas que obra el Señor, como de quienes, como San Juan Diego, atraviesan por la aflicción, el desconcierto, la incertidumbre, o la desesperanza. Seamos una Iglesia en estado permanente de misión.

Seamos una Iglesia que redescubra y valore la eucaristía dominical. Seamos una Iglesia que sea casa para todos y escuela donde se aprenda, por el testimonio de quienes la forman, la caridad, el amor.

Los que se encuentran en desconcierto

 

 

Esas palabras nos indican la apertura que debemos tener hacia todos y el esfuerzo para llevar el Evangelio a quienes, – en palabras del obispo, – se encuentran en desconcierto, en incertidumbre, en desesperanza, y nos indican un camino que todos podemos seguir como evangelizadores: enseñar con nuestro testimonio de vida. Si es verdad, como dicen los publicistas, que una imagen vale más que mil palabras, también podemos decir que en la evangelización, el buen ejemplo vale más que mil conferencias. No olvidemos nunca las palabras de Juan Pablo II en su encíclica Redemptoris missio, donde dice, en el N° 42, que La primera forma de evangelización es el testimonio. Estas son sus palabras:

 

El hombre contemporáneo cree más a los testigos que a los maestros; cree más en la experiencia que en la doctrina, en la vida y los hechos que en las teorías. El testimonio de vida cristiana es la primera e insustituible forma de la misión: Cristo, de cuya misión somos continuadores, es el « Testigo » por excelencia (Ap 1, 5; 3, 14) y el modelo del testimonio cristiano. El Espíritu Santo acompaña el camino de la Iglesia y la asocia al testimonio que él da de Cristo (cf. Jn 15, 26-27).[1]

 

Al testigo del Evangelio se le exige ser fiel en cada circunstancia a la misión que se le ha confiado

 

 

Las reflexiones sobre la necesaria renovación en la Iglesia, estuvieron en el corazón de los obispos en la V Conferencia de Aparecida. En la rueda de prensa del lunes 28 de mayo, Monseñor Angélico Sândalo Bernardino, Obispo de Blumenau (Brasil) explicó las perspectivas desde las que se trabajaba en la elaboración del Documento y el Mensaje Final. Esto dice elinforme del CELAM, en lo que toca a nuestro tema:

(…) destacó (el citado obispo) que el documento (…) habla muy bien de los esfuerzos y trabajos de muchos cristianos. Sin embargo, subrayó que el actual modelo de Parroquia tiene que renovarse, integrando a las comunidades, a los laicos y laicas en la toma de decisiones y en las responsabilidades pastorales. Estas palabras pueden hacer fruncir más de un ceño: integrar a los laicos y laicas en la toma de decisiones y en las responsabilidades pastorales. No fue un laico el que lo dijo. Fue un obispo.

 

A su vez, enfatizó que la misión estará orientada fundamentalmente a los bautizados que están lejos de la Iglesia y no participan en las comunidades, como también hacia aquellos otros que nunca conocieron a Jesús.

 

 

Misión de la Iglesia, de acuerdo con los planes de Dios

 

 

Sigamos ahora con nuestro estudio del Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia. Recordemos que estamos reflexionando sobre el tema Designio de Dios y Misión de la Iglesia. Es decir, sobre la misión de la Iglesia, de acuerdo con los planes de Dios. En ese apartado vimos que la misión de la Iglesia es anunciar y comunicar la salvación realizada en Jesucristo, que Él llama “Reino de Dios” (Mc 1,15). A la salvación, al Reino de Dios, los equipara el Compendio a la comunión con Dios y entre los hombres. Así nos enseña nuestro libro de texto en el N° 49. De modo que podríamos decir que, instaurar el Reino de Dios, es instaurar en el mundo una relación de comunión con Dios y entre los hombres. Es claro para nosotros los creyentes, que si en el mundo hubiera una comunión, una relación de comunidad, de amor, con Dios y entre nosotros, estaríamos viviendo en el Reino de Dios, un Reino de amor, de justicia y de paz.[2]

 

Son éstos, puntos fundamentales que debemos tener en cuenta. El Evangelio nos habla muchas veces del Reino de Dios y quizás no comprendemos bien de qué se trata. No se trata de un Reino terreno, de un feudo político ni de un imperio económico ni tecnológico. Jesús lo dijo muy claramente, en Jn 18, 33-37: “Mi Reino no es de este mundo”[3] . El Reino de Dios se trata del mundo regido por valores espirituales, por los valores del Evangelio. Si queremos recordar cuáles son los valores del Evangelio, podemos empezar por leer las Bienaventuranzas.

Una tarea confiada a la comunidad cristiana

 

 

En la instauración del Reino de Dios, ocupa un lugar esencial la renovación de las relaciones sociales, según nos explica el Compendio. Y añade que la transformación de las relaciones sociales, de las relaciones de unos con otros, es una tarea confiada a la comunidad cristiana, y que esta tarea la debe elaborar y realizar a través de la reflexión y la práctica, inspiradas en el Evangelio. Nos invita así la Iglesia, a utilizar el método VER-JUZGAR-ACTUAR: conocer la realidad de las relaciones sociales, reflexionar sobre esa realidad a la luz del Evangelio y actuar en la vida práctica de acuerdo con las luces recibidas del Evangelio.

 

Vimos también que, según la doctrina de la Iglesia, la ley fundamental de la perfección humana, y por lo tanto de la transformación del mundo es el amor. Nos dice la Iglesia (N° 54), que la ley del mandamiento nuevo del amor está llamada a convertirse en medida y regla última de todas las dinámicas conforme a las que se desarrollan las relaciones humanas. De modo que cuando revisemos nuestra relación con los demás: en la familia, en el trabajo, en la sociedad, en la comunidad parroquial o en el grupo apostólico del que hagamos parte, la medida para saber cómo vamos es si nos regimos por la ley del amor. Si nos dejamos gobernar por sentimientos como la arrogancia, el desprecio, el resentimiento, el ánimo vengativo, la insensibilidad, la discriminación, hay algo urgente que corregir. La transformación tiene que empezar por nosotros.

 

Finalmente, nos enseñó la Iglesia que el progreso temporal tiene una relación con el reino de Cristo: no se puede entender que el Reino de Cristo prevalezca en el mundo, si no es en una sociedad ordenada y por lo tanto justa. En el Reino de Dios tiene que prevalecer la Ley del Amor, y ¿cómo se podría afirmar con verdad, que vivimos en una sociedad cristiana, si esa sociedad es injusta, si la mayoría de sus habitantes viven en pobreza? La transformación de la sociedad, en una sociedad justa, puede requerir la transformación de las estructuras, de las instituciones, de los sistemas económicos. Si las estructuras son injustas, se necesita un cambio de fondo.

La necesaria transformación de las estructuras injustas

 

 

Sobre la necesaria transformación de las estructuras injustas de la sociedad, dijo esto Benedicto XVI en Aparecida:[4]

(…) podemos preguntarnos ¿cómo puede contribuir la Iglesia a la solución de los urgentes problemas sociales y políticos, y responder al gran desafío de la pobreza y de la miseria? Los problemas de América Latina y del Caribe, así como del mundo de hoy, son múltiples y complejos, y no se pueden afrontar con programas generales. Sin embargo, la cuestión fundamental sobre el modo cómo la Iglesia, iluminada por la fe en Cristo, deba reaccionar ante estos desafíos, nos concierne a todos. En este contexto es inevitable hablar del problema de las estructuras, sobre todo de las que crean injusticia. En realidad, las estructuras justas son una condición sin la cual no es posible un orden justo en la sociedad. Pero, ¿cómo nacen?, ¿cómo funcionan? Tanto el capitalismo como el marxismo prometieron encontrar el camino para la creación de estructuras justas y afirmaron que éstas, una vez establecidas, funcionarían por sí mismas; afirmaron que no sólo no habrían tenido necesidad de una precedente moralidad individual, sino que ellas fomentarían la moralidad común. Y esta promesa ideológica se ha demostrado que es falsa. Los hechos lo ponen de manifiesto. El sistema marxista, donde ha gobernado, no sólo ha dejado una triste herencia de destrucciones económicas y ecológicas, sino también una dolorosa destrucción del espíritu. Y lo mismo vemos también en occidente, donde crece constantemente la distancia entre pobres y ricos y se produce una inquietante degradación de la dignidad personal con la droga, el alcohol y los sutiles espejismos de felicidad.

 

 

Papel de la Iglesia en la transformación de las estructuras

 

 

Y ¿cuál es el papel de la Iglesia en esta necesaria transformación de las estructuras, que tiene implicaciones políticas? El Papa aclaró que la parte política de esta transformación no es de la competencia de la Iglesia. Dijo que:

 

(…) las estructuras justas han de buscarse y elaborarse a la luz de los valores fundamentales, que son una cuetión de la recta razón y no provienen de ideologías ni de sus promesas, que (…) en situaciones culturales y políticas diversas, y en el cambio progresivo (…) de la realidad histórica mundial, se han de buscar de manera racional las respuestas adecuadas y debe crearse – con los compromisos indispensables – el consenso sobre las estructuras que se han de establecer.

De manera que hay que encontrar soluciones racionales, teniendo en cuenta las diversas situaciones culturales. Entonces, no necesariamente hay que buscar soluciones idénticas para todos, en todos los pueblos y se debe tener en cuenta el cambio progresivo de la realidad mundial. Como podemos ver se necesita amplitud de pensamiento y no tratar de aplicar soluciones iguales en todos los países. Dijo también el Santo Padre, – como acabamos de leer, – que será necesario llegar a los compromisos que sean indispensables y que se deben buscar soluciones por consenso, es decir no imponer soluciones. Las ideologías pretenden imponer su pensamiento, y no raras veces con la ley democrática de las mayorías, se atropella a los que no están de acuerdo, aunque objetivamente tengan la razón. Sobre estas situaciones y el papel de la Iglesia, muy claramente añadió el Papa:

 

Este trabajo político no es competencia inmediata de la Iglesia. El respeto de una sana laicidad – incluso con la pluralidad de las posiciones políticas – es esencial en la tradición cristiana auténtica. Si la Iglesia comenzara a transformarse directamente en sujeto político, no haría más por los pobres y por la justicia, sino que haría menos, porque perdería su independencia y su autoridad moral, identificándose con una única vía política y con posiciones parciales opinables. La Iglesia es abogada de la justicia y de los pobres, precisamente al no identificarse con los políticos ni con los intereses de partido. Sólo siendo independiente puede enseñar los grandes criterios y los valores inderogables, orientar las conciencias y ofrecer una opción de vida que va más allá del ámbito político. Formar las conciencias, ser abogada de la justicia y de la verdad, educar en las virtudes individuales y políticas, es la vocación fundamental de la Iglesia en este sector.

Nos queda claro, una vez más, que la Iglesia como institución, no debe intervenir en política partidista, pero para los laicos, la intervención en política no es sólo potestativa, sino que es un deber; la política es una responsabilidad nuestra. Oigamos las siguientes palabras del Papa en el mismo discurso de inauguración de la Conferencia en Aparecida:

 

Y los laicos católicos deben ser conscientes de su responsabilidad en la vida pública; deben estar presentes en la formación de los consensos necesarios y en la oposición contra las injusticias.

Más adelante añadió estas palabras que suenan como una queja por la ausencia de los laicos católicos en la política y una invitación a suplir esa carencia:

 

Por tratarse de un Continente de bautizados, conviene colmar la notable ausencia, en el ámbito político, comunicativo y universitario, de voces e iniciativas de líderes católicos de fuerte personalidad y de vocación abnegada, que sean coherentes con sus convicciones éticas y religiosas. Los movimientos eclesiales tienen aquí un amplio campo para recordar a los laicos su responsabilidad y su misión de llevar la luz del Evangelio a la vida pública, cultural, económica y política.

Repitamos con el Papa, que es notable la ausencia de líderes católicos de fuerte personalidad y de vocación abnegada, coherentes con sus convicciones éticas y religiosas, en la política, en los medios de comunicación, en la cátedra universitaria. Es triste pero es la verdad. Así lo vemos en nuestro parlamento, en la radio, en la TV, en la universidad.

 

Continuemos ahora con el N° 56 del Compendio, que empieza el título

 

Cielos nuevos y tierra nueva

Hace aquí el Compendio una transición muy interesante. Nos estaba hablando de la renovación de las relaciones sociales que requiere el mundo. Eran temas sobre nuestra sociedad, vista a la luz de la fe. Nos ponía de presente la necesidad de la transformación del mundo y de sus estructuras de injusticia. Ahora nos recuerda que esta tierra en que vivimos, esta realidad del mundo material, no es nuestra morada definitiva. Relaciona al mundo actual con el cielo, para que no perdamos la perspectiva. Leamos el N° 56 del Compendio de la D.S.I.

 

La promesa de Dios y la resurrección de Jesucristo suscitan en los cristianos la esperanza fundada que para todas las personas humanas está preparada una morada nueva y eterna, una tierra en la que habita la justicia (cf. 2 Co 5,1-2; 2 P 3,13).

 

Si aquí vivimos en un mundo donde campean la inequidad y la injusticia, nos espera un destino final donde reina la justicia: una morada nueva y eterna, una tierra en la que habita la justicia. Cita allí el Compendio la 2 Carta de San Pablo a los Corintios, 5,1-2. El Apóstol hablaba en los versículos anteriores, de las razones por las que no debemos desfallecer ante el deterioro de lo material, por el deterioro de nuestro cuerpo, y nos invita aque miremos lo espiritual, lo que no se ve, porque lo que se ve es pasajero, mientras que las cosas que no se ven son eternas. (4, 16-18) A continuación dice San Pablo: Porque sabemos que si esta tienda, que es nuestra morada terrestre, se desmorona, tenemos un edificio que es de Dios: una morada eterna, no hecha por mano humana, que está en los cielos. Y así gemimos en este estado, deseando ardientemente ser revestidos de nuestra habitación celeste.

 

Cita también aquí el Compendio la 2 Carta de San Pedro, 3,13, de la cual toma las palabras sobre la nueva morada donde habita la justicia. Textualmente dice la Carta de San Pedro: esperamos, según nos lo tiene prometido, nuevos cielos y nueva tierra, en los que habite la justicia.”

 

La casa que Dios nos dio

 

Es muy importante que como personas de fe, veamos la tierra como es: Dios nos la entregó como nuestra morada; nos la entregó en administración, no como a dueños absolutos, de manera que tenemos que administrarla bien. Es la tierra, para cada uno de nosotros, la casa en la cual nacemos, crecemos, nos desarrollamos como personas, donde formamos una familia, integramos una sociedad. De todos nosotros depende cómo sea esta casa: de nosotros depende que el agua sea limpia y suficiente para todos, que el aire que respiramos sea también limpio, que sus campos produzcan alimentos para todos. Que nuestras leyes sean justas, que transcurra una vida en paz, que las estructuras que conforman nuestras naciones no discriminen, y distribuyan sus bienes y sus cargas para todos con equidad, que sean estructuras justas, donde no quede lugar para la pobreza y el hambre. Es responsabilidad de todos que esta morada terrenal, nuestra casa, aunque sea transitoria, sea una morada donde se pueda vivir con felicidad.

 

Desafortunadamente estamos lejos de esa tierra ideal. Benedicto XVI presentó al cuerpo diplomático el estado del planeta a inicios de 2007, y esa visión no es muy alentadora. Antes de terminar por hoy, leamos sólo algunos apartes de esa intervención del Santo Padre:

 

Al inicio del año se nos invita a mirar la situación internacional para examinar los retos que debemos afrontar juntos. Entre las cuestiones esenciales, ¿cómo no pensar en los millones de personas, especialmente mujeres y niños, que carecen de agua, comida y vivienda? El escándalo del hambre, que tiende a agravarse, es inaceptable en un mundo que dispone de bienes, de conocimientos y de medios para subsanarlo. Esto nos impulsa a cambiar nuestros modos de vida y nos recuerda la urgencia de eliminar las causas estructurales de las disfunciones de la economía mundial, y corregir los modelos de crecimiento que parecen incapaces de garantizar el respeto del medio ambiente y un desarrollo humano integral para hoy y sobre todo para el futuro. Invito de nuevo a los Responsables de las Naciones más ricas a tomar las iniciativas necesarias para que los países pobres, que a menudo poseen muchas riquezas naturales, puedan beneficiarse de los frutos de sus propios bienes. Desde este punto de vista, es también motivo de preocupación el retraso en el cumplimiento de los compromisos asumidos por la comunidad internacional en los años recientes.

 

Tuvo el Papa algunas palabras sobre la situación particular de Colombia. Dijo el Santo Padre:

Mi atención se dirige muy especialmente hacia algunos países, en particular Colombia, donde el largo conflicto interno ha provocado una crisis humanitaria, sobre todo por lo que se refiere a las personas desplazadas. Se deben hacer todos los esfuerzos necesarios para pacificar el país, para devolver las personas secuestradas a sus familias, para volver a dar seguridad y una vida normal a millones de personas. Tales señales darían confianza a todos, incluso a los que han estado implicados en la lucha armada.

Fernando Díaz del Castillo Z.

Escríbanos a: reflexionesdsi@gmail.com


[1]Véanse también las palabras de Benedicto XVI a los alumnos de la Pontificia Academia Eclesiástica, donde se preparan los futuros diplomáticos de la Santa Sede, el sábado 2 de junio de 2007. El Papa hizo ver a estos futuros Nuncios, que el diplomático al servicio de la Santa Sedetiene que ser ante todo un “pastor” y un testigo del Evangelio. Estas fueron algunas de sus palabras: “Al testigo del Evangelio se le exige ser fiel en cada circunstancia a la misión que se le ha confiado. Esto supone, en primer lugar, una experiencia personal y profunda del Dios encarnado, una amistad íntima con Jesús, en cuyo nombre os envía la Iglesia para una especial tarea apostólica. Sabéis que la fe cristiana no se puede reducir a un mero conocimiento intelectual de Cristo y de su doctrina; también debe expresarse en la imitación de los ejemplos que Cristo nos ha dado como Hijo del Padre y como Hijo del hombre”. Quien colabora con el Papa debe ser “un verdadero pastor, dispuesto a dar la vida, como Jesús Buen Pastor, por sus ovejas.”…Más adelante añadió esta frase aplicable a todos los sacerdotes: “cuantos se os acerquen descubrirán siempre al “sacerdote” que se encuentre en vosotros.” Tomado del VIS (Vatican Information Service), 070604 (420)

[2]Juan Pablo II, en Redemptoris missio, N° 15, dice: Por tanto la naturaleza del Reino es la comunión de todos los seres humanos entre sí y con Dios.

[3]Juan 18, 33-37, Entonces Pilato entró de nuevo al pretorio y llamó a Jesús y le dijo: «¿Eres tú el rey de los judíos?» Jesús le contestó: «¿Dices eso por tu cuenta o te lo han dicho otros de mí?» Pilato le respondió: «¿Acaso soy yo judío? Tu pueblo y los sumos sacerdotes te han entregado a mí. ¿Qué has hecho?» Jesús le contestó: «Mi Reino no es de este mundo. Si mi Reino fuera de este mundo, mis seguidores habrían luchado para que no cayera en manos de los judíos. Pero no, mi Reino no es de aquí». Pilato le dijo: Conque ¿tú eres rey? Jesús le contestó:«Tú lo dices: soy Rey. Yo nací y vine al mundo para ser testigo de la verdad. Todo el que es de la verdad, escucha mi voz».

[4]Discurso de Benedicto XVI en la sesión inaugural de la Conferencia de Aparecida, N° 4: Los problemas sociales y políticos.

Reflexión 59 24 de mayo 2007

V Conferencia Episcopado de América Latina y del Caribe

Aparecida, Brasil

Las Reflexiones que se publican aquí son originalmente programas transmitidos por Radio María de Colombia. Usted puede escucharlos los jueves a las 9:00 a.m., hora de Colombia. También puede sintonizar la radio por internet en www.radiomariacol.org

Estas reflexiones comentan la Doctrina Social de la Iglesia, como se presenta en el Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, preparado por el Pontificio Consejo Justicia y Paz.  En la columna azul, a la derecha, en “Categorías”, encuentra en orden todos los programas, según la numeración de ese libro. Con un clic usted elige.

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La vida cristiana no se expresa solamente en las virtudes personales, sino también en las virtudes sociales y políticas

En nuestra reflexión de hoy nos vamos a referir a la V Conferencia General del Episcopado de América Latina y el Caribe en Aparecida, Brasil. Nos viene muy bien leer las palabras del Santo Padre Benedicto XVI, sobre la necesidad de la catequesis social. El Papa en su discurso inaugural de la V Conferencia, en el N° 3, que tiene como título Discípulos y misioneros, dijo:

“En este esfuerzo por conocer el mensaje de Cristo y hacerlo guía de la propia vida, hay que recordar que la evangelización ha ido unida siempre a la promoción humana y a la auténtica liberación cristiana. “Amor a Dios y amor al prójimo se funden entre sí: en el más humilde encontramos a Jesús mismo y en Jesús encontramos a Dios“ (Deus caritas est, 15). Por lo mismo, será también necesaria una catequesis social y una adecuada formación en la doctrina social de la Iglesia, siendo muy útil para ello el Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia”. La vida cristiana no se expresa solamente en las virtudes personales, sino también en las virtudes sociales y políticas.”

No pasemos por alto esta última frase de Benedicto XVI. Repitámosla, a ver si nos mueve a meditar sobre nuestra actitud y nuestro comportamiento. Dijo el Papa: La vida cristiana no se expresa solamente en las virtudes personales, sino también en las virtudes sociales y políticas. De modo que la vida cristiana no se manifiesta sólo, por ejemplo en la piedad personal, en la fe, en la esperanza, en la fortaleza, en la templanza… Se manifiesta también en las virtudes sociales y políticas. Una virtud política es sin duda el amor a la patria. La primera virtud social, el fundamento de todas, es el amor al prójimo. Si amamos seremos pacientes, seremos generosos con los demás, cumpliremos con el mandamiento nuevo: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Mc 12,31),” como Yo os he amado”(Jn 15, 12). ¿Qué otra virtud puede expresar mejor la vida cristiana, que la caridad, que el amor; si el Señor dijo que por el amor al prójimo se conocerán sus discípulos? (Jn 13,35)

 

 

Todas las formas positivas del amor humano se asemejan a cuanto nosotros expresamos con el término «caridad»

 

 

El Cardenal Carlo María Martini en su libro Las Virtudes del Cristiano que Vigila, tiene esta bella reflexión, que nos puede ayudar a comprender el papel del amor al prójimo en nuestra vida cristiana. Al preguntarse cuál es la relación entre el amor cristiano y el amor en general, especialmente ese amor contradictorio que nos venden los medios masivos de comunicación, dice el Cardenal:

 

“En parte, podemos decir que todas las formas positivas del amor humano se asemejan a cuanto nosotros expresamos con el término «caridad», en el sentido de amor para con el prójimo; por lo tanto, la caridad como don de Dios, como virtud, como planteamiento teológico, entra de hecho, para vivificarlas, en las diversas formas del amor humano auténtico. [1]

 

De manera que cuando se habla de amor, si se trata de un amor auténtico, ese amor es por lo menos semejante a la caridad. Y la virtud de la caridad, que es un don de Dios, entra en ese amor humano auténtico, para vivificarlo, para elevarlo, para purificarlo. Después de esa reflexión sobre el amor humano auténtico, sigue así el Cardenal Martini:

 

“Al contrario, el amor que nace de Dios en Jesucristo, que nace de la contemplación del Crucifijo y está puesto en nuestro corazón por el Espíritu Santo, llena de sí todos los comportamientos positivos del hombre: la fe, la esperanza, la prudencia, la justicia, la fortaleza, la templanza, la honestidad, la solicitud hacia los demás, la paciencia, el equilibrio de los afectos, la diligencia. Esto es, la Caridad tiene algo que hacer con todas las experiencias de amor humano; pero también, con cada expresión positiva y auténtica del ser del hombre y de la mujer.”

 

Así de maravillosa es la virtud de la caridad, – llena de sí, es decir de amor, todos los comportamientos positivos del hombre. Y cita el Cardenal esas virtudes maravillosas, empezando por la fe y la esperanza. La Caridad, que es gracia, que es un don de Dios, transforma al hombre, la caridad que supera al afecto natural humano, sobre todo cuando se trata de amar al enemigo. Cuando se piensa en perdonar, en amar al enemigo, a los que nos persiguen y calumnian, es necesaria la gracia, ese amor nace de la cruz de Cristo. En ese caso el sólo amor humano no es suficiente.

 

En estos días escuché a una persona en una radio comercial, que manifestaba con dolor, que ella, aunque lo intentaba, no había podido perdonar a alguien que le había hecho un daño grave. Sí, el perdón al enemigo, el amor al enemigo, requiere la ayuda de Dios. Solos no podemos; si nos encontramos en esa situación, es necesario que pidamos al Señor que venga en nuestra ayuda.

 

La caridad cristiana se ejercita en las cosas más sencillas

 

 

A veces, cuando pensamos en la santidad a que estamos todos llamados, se nos ocurre que hay que ejercitar virtudes heroicas de penitencia, y quizás lo que Dios nos pide sea la práctica de la caridad en la vida diaria, en nuestra casa, con nuestros seres queridos o en el trabajo, con las personas de trato difícil. El Cardenal Martini en el mismo libro Las Virtudes del Cristiano que Vigila, nos transmite estos pensamientos:

 

“La caridad cristiana se ejercita en las cosas más sencillas. No debemos esperar ni las grandes ocasiones ni los grandes sentimientos, como si la caridad fuese una especie de aparición divina en el alma. Está en nosotros invisible y cada pequeña circunstancia es buena para ejercerla. Concretamente, podemos hacer pequeños actos de amor de Dios, de amor hacia Jesús: «Oh Jesús, quiero amarte siempre más»; «Padre te ofrezco mi corazón, mi amor», «Espiritu Santo, ven a mí y acrecienta mi amor». De este modo, nos ejercitamos en la caridad sobrenatural, divina”

 

 

Esa es la sugerencia del Cardenal Martini sobre cómo manifestar nuestro amor a Dios en las cosas sencillas, cómo practicar el amor a Dios, por ejemplo con jaculatorias, que son una especie de alabanza, son piropos, declaraciones de amor, que decimos al Señor, como las decimos a quien queremos. Pero, y ¿cómo expresar nuestro amor al prójimo? Porque no siempre es adecuada la alabanza, ni la lisonja; a veces hasta puede ser inconveniente. El Cardenal Martini observa a este respecto:

 

(…)” existen actos de amor al prójimo: una sonrisa gratuita, un gesto de comprensión, de paciencia, de benevolencia; la caridad es excelsa por sí misma y hace sublimes las cosas más pequeñas, más sencillas.”

Hasta allí el Cardenal Martini. Más que una lisonja, se reconoce como sincera la actitud de respeto, la ayuda en un momento en que el prójimo la necesita; el hacer sentir a la otra persona, en una situación difícil, de enfermedad, de pérdida del trabajo, del fallecimiento de un ser querido, que uno está allí, que pueden contar con uno. Recordemos que, por ejemplo, visitar a los enfermos es una obra de misericordia; pero hay que hacerlo con discreción, sin volverse incómodo.

 

La virtud social por excelencia

 

 

Terminemos esta reflexión sobre la caridad, la virtud social por excelencia, con estas palabras del mismo Cardenal Martini:

 

“La caridad, (…) nace de Dios y, ante todo, se le solicita a Dios como un don: «Dios mío, te amo con todo mi corazón sobre todas las cosas, porque eres el Bien infinito y nuestra eterna felicidad; y por amor tuyo amo al prójimo como a mí mismo, y perdono las ofensas recibidas. Señor: que yo te ame siempre más».”

 

Y continúa más adelante el Cardenal Martini:

“La caridad en nosotros se dilata en la medida en que comprendemos cómo Jesús nos ha amado y nos ama, cómo Jesús ha amado y trata a los pequeños, a los pobres, a los leprosos, los enfermos, las personas molestas, lejanas, los enemigos.”

¿Cómo amar al que no nos hace favores, al que no nos apoya, al que no es incondicional con nosotros?

 

El amor cristiano no ama porque el otro le cae bien, porque le hizo un favor, porque lo apoya, porque puede contar con él de modo incondicional. Esos son motivos humanos, que están bien, pero si esa fuera la motivación cristiana, entonces ¿cómo amar al que no nos hace favores, al que no nos apoya, al que no es incondicional con nosotros? Y el amor cristiano llega hasta el amor al enemigo.

El amor cristiano exige ese MÁS, del que hablamos en la reflexión anterior, el que nos plantea San Ignacio, si nos queremos acercar más a Cristo, si nos queremos distinguir como cristianos de verdad. Pensemos que si no nos decidimos por la opción cristiana radical, – claro, con la ayuda de Dios, – nos podemos quedar en la mediocridad del que dice amar a Dios y le dice bellas palabras, pero olvida que ese amor se expresa en el amor al prójimo.

 

 

El amor a Dios se manifiesta en el amor al prójimo

A

   A veces se nos pasa por alto lo más importante; tratamos de ser perfectos con la práctica de virtudes personales, sin tener en cuenta, que el amor a Dios se manifiesta en el amor al prójimo. San Juan es muy claro. Las palabras de su Primera Carta, que más se suelen citar son: Hijos míos, no amemos de palabras ni de boca, sino con obras y según la verdad. Y quizás se citan más todavía, estas otras: Si alguno dice: «Amo a Dios», y aborrece a su hermano, es un mentiroso; pues quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve.[2]


Nos hemos estado refiriendo a la V Conferencia del Episcopado en Aparecida. Sigamos pidiendo insistentemente al Señor, que ilumine a nuestros Obispos.
Esta reunión tiene una enorme importancia para el futuro de la Iglesia en el Continente que reúne el mayor número de católicos. Recordemos algunas palabras del Cardenal Óscar Andrés Rodríguez Maradiaga, arzobispo de Tegucigalpa, Honduras, sobre la trascendencia de esta conferencia de nuestros obispos, en entrevista que publicó la agencia Zenit el 10 de mayo. En la reflexión anterior las citamos. Hoy vamos a repetir solo una pequeña parte.

Dijo el Cardenal que frente a los desafíos del mundo actual a la Iglesia,

 

«el modelo pastoral que estamos aplicando está agotado y por consiguiente estamos un poco desorientados. Necesitamos un nuevo fuego, un nuevo impulso, y creo que la Conferencia de Aparecida lo puede dar. Al menos la preparación ha sido muy intensiva». «Ahora, esperamos no defraudarlos»


«Cuando se pierde el ímpetu misionero empezamos a envejecer y a morir, porque la Iglesia es misionera por constitución: ser misionera es un elemento indispensable de su identidad». «De hecho, la palabra del Señor es clara: “Id”. Cuando se nos olvida que somos enviados nos instalamos y entonces es ya muy poco lo que tenemos que decir a un mundo que necesita siempre el fermento evangélico»

 

Según el cardenal, la Iglesia ha perdido impulso en América Latina «por acostumbrarnos a un modelo pastoral y querer hacer más de lo mismo».

«Pero el Espíritu Santo ni está de vacaciones ni duerme. Nos falta apertura al discernimiento de los signos de los tiempos cuando los tenemos muy provocadores hoy día: uno de ellos es la opción por los pobres, pero ya requiere respuesta».


«Para mí la opción por los pobres está tomando un cariz muy evidente y se llama reducir la desigualdad, porque América Latina es el continente más desigual del mundo y reducir estas desigualdades es lo que tenemos que hacer; cómo hacerlo es otro desafío enorme»


Por su parte, Monseñor Castro Quiroga, arzobispo de Tunja, refiriéndose al cambio de época en que estamos, usó un símil muy interesante. Dijo que en estas circunstancias en que estamos viviendo, las medidas que hay que tomar no son como cuando en la casa se mejoran las cosas pintando las paredes o cambiando los tapetes; lo que ahora sucede es que estamos cambiando de casa. Es que estamos en un cambio de época y los retos son enormes. Estamos viviendo en un mundo distinto. Ya no es el mismo. Nos hicieron cambiar de casa.

Preparados para asumir nuestra parte

 

La respuesta de la Iglesia tiene que ser ir al fondo de los problemas y tenemos que estar preparados para asumir nuestra parte. Como ya no necesariamente funcionan las recetas a que estamos acostumbrados, tenemos que tener una mentalidad abierta, desinstalarnos, no aferrarnos a nuestro modo de hacer las cosas, salir de la zona de seguridad en la que nos refugiamos; y pedir y aceptar, que el Espíritu Santo inspire, indique nuevos caminos.

 

Creo que los movimientos apostólicos, todos, incluyendo los medios de comunicación católicos, tenemos que aceptar con humildad nuestra responsabilidad en la evangelización, hacer un examen de conciencia humilde, sin poner condiciones a lo que el Señor indique. Si debemos cambiar, tenemos que estar dispuestos al cambio. Los obispos han hablado de la necesidad de una conversión pastoral. Estamos llamados a la conversión, a hacer lo que el Señor nos diga.

 

No será suficiente que los señores obispos hagan un excelente trabajo en el estudio y presentación de la situación de la Iglesia, que analicen esa situación a la luz del Evangelio, y decidan las líneas de acción que se deberán seguir en el futuro: VER, JUZGAR, ACTUAR. Hay muchos documentos de la Iglesia, análisis exhaustivos, decisiones sobre tareas que se deben realizar, pero ¿cuánto de eso se ejecuta? Y los laicos tendremos nuestra parte en esa tarea. Los medios de comunicación tenemos una exigente tarea por delante. Esa tarea no se puede quedar esperando a que otros la realicen.

 

Parece una tarea demasiado grande la que espera a la Iglesia; pero Juan Pablo II nos recordó que, siguiendo las palabras del Señor, “No debemos tener miedo”. En la Eucaristía del 22 de mayo, en Aparecida, Monseñor Leopoldo Brenes Solórzano, Arzobispo de Managua, Nicaragua, tuvo unas iluminadoras palabras a este propósito. Voy a leer sólo algunas.[3] Dijo:

Todos nosotros miembros de esta Iglesia Católica que peregrina por el mundo  gozamos de algo especial de parte de Dios: Somos llamados. Y el mismo Señor se encarga de decírnoslo: No son ustedes los que me han escogido soy yo quien los he escogido”.

 

(…) no hay duda el Señor nos llama, para estar con él y enviarnos a compartir con los otros su mensaje y su persona. La celebración de su Ascensión a los cielos es muy clara, tal como nos la narra San Marcos: Id pues… a todas las gentes enseñándoles a observar todo cuanto yo os he mandado.

El estar con él nos compromete a no quedarnos callados, sino a ir por el mundo y compartir las maravillas que él esta haciendo y quiere hacer con nosotros, con nuestras vidas y con el mundo.

Más adelante continuó:

 

Pero también mis buenos hermanos, en esta obra no estamos solos, su compañía nos ha sido prometida: Yo estaré con vosotros siempre hasta la consumación del mundo. Si, él y el Espíritu Santo son nuestra permanente compañía, no estamos solos, no caminamos solos. Quizá nos puede suceder en algunos momentos como a los discípulos de Emaús, que se sintieron abandonados, pero allí iba él a su lado caminando en silencio.

 

Y la preocupación del Señor: Yo ruego por ellos… Padre Santo, cuida en tu nombre a aquellos que me diste, para que sean uno, como nosotros.

El papa Paulo VI, en una ocasión dijo: “Después de Pentecostés, la Iglesia está en manos del Espíritu Santo”. No dudo que si somos dóciles instrumentos del Espíritu Santo, esta Iglesia que peregrina en nuestro continente de la esperanza y del amor, llegará feliz a la meta trazada por su fundador.

 

La gente busca a Dios y necesita respuestas

La Iglesia tiene que ofrecer respuestas, porque las tiene en el Evangelio

Nuestros países, que se distinguieron antes por su fe católica, están ahora acosados por campañas antirreligiosas que promueven una vida materialista, sin Dios, dirigida por el relativismo moral. Pero la gente busca a Dios y necesita respuestas a sus inquietudes, a sus angustias. La Iglesia tiene que ofrecer respuestas, porque las tiene en el Evangelio. Su misión es llevarlas a todo el mundo, y necesita encontrar el medio adecuado para hacerlo. Unámonos todos en oración al Espíritu Santo, para que acompañe a nuestra Iglesia.


Sobre este asunto, la página del CELAM in internet trajo esta información el miércoles 23 de mayo:

 

En América Latina la Iglesia se enfrenta ante la realidad de que “muchos de los creyentes ya no participan en la vida dominical; (…) bautizados sin verdadera conversión”. Ante esta situación, el Arzobispo de Antequera-Oaxaca hace evidente el reto que tienen los Obispos y la Iglesia Católica en Latinoamérica: “o educamos en la fe  poniendo realmente en contacto y en el seguimiento de Jesucristo o nuestros pueblos dejarán de ser católicos”.



Mons. Chávez Botello, también responsable de la Sección de catequesis del CELAM, propone diseñar un proceso guía de Iniciación cristiana, la manera básica y fundamental para educar en la fe, cuyo cimiento sea el encuentro con Jesucristo vivo en el Kerygma.

 

Para diseñar este proceso es necesario definir el perfil del católico de hoy, los criterios, contenidos, espiritualidad y crear centros de formación y una instancia que promueva, anime y acompañe este proceso, esa será una tarea para esta V Conferencia General, aseguró el Arzobispo mexicano.

 

Bien, mis amables lectores. Hoy hicimos un alto en el estudio del Compendio de la Doctrina Social, pero sin salirnos del tema. Es muy importante estar a tono con la V Conferencia General del Episcopado de América Latina y del Caribe. Es un suceso trascendental para la fe de nuestros pueblos. Sirvamos de eco a lo que va pasando en Aparecida. Los no oyentes de Radio María o que no siguen la EWTN en la televisión, o quizás en otros medios católicos, como internet, apenas se enteran de que los obispos están en una reunión y el Papa estuvo allí. Comentémosles, eso también es Evangelizar. Que todos los católicos estén enterados de la importancia de este suceso, que nos llena de esperanza.

 

Si algunos de ustedes quieren conocer lo que sucedió en Aparecida los invito a entrar en internet a la página del CELAM. Allí encontramos los documentos más importantes: entre ellos el discurso de inauguración del Santo Padre, las homilías y muchos otros documentos. La dirección e internet es muy sencilla: www.celam.info/

 

Fernando Díaz del Castillo Z.

Escríbanos a: reflexionesdsi@gmail.com


[1] Carlo María Martini, S.J., Las Virtudes del Cristiano que Vigila, EDICEP, Pg 115ss

[2] 1 Jn3,18 y 4, 20

[3]Los documentos de la V Conferencia del Episcopado en Aparecida, que se citan este programa están tomados de la página del CELAM en internet.

Reflexión 58 Mayo 17 2007

Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia Nº 55

El cristiano frente a los bienes materiales

 

 

Las Reflexiones que se publican aquí son originalmente programas transmitidos por Radio María de Colombia. Usted puede escucharlos los jueves a las 9:00 a.m., hora de Colombia. También puede sintonizar la radio por internet en www.radiomariacol.org

En la columna azul, a la derecha, en “Categorías”, encuentra en orden todos los programas, según la numeración del libro “Compendio de la D.S.I.” Con un clic usted elige.

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El instrumento más potente de cambio

Vamos a terminar nuestra reflexión sobre el N° 55 del Compendio de la D.S.I. que empezamos en la reflexión anterior. Concluye así el tema de la transformación de las relaciones sociales:

La transformación del mundo se presenta también como una instancia fundamental de nuestro tiempo. A esta exigencia, la doctrina social de la Iglesia quiere ofrecer las respuestas  que los signos de los tiempos reclaman, indicando ante todo en el amor recíproco entre los hombres, bajo la mirada de Dios, el instrumento más potente de cambio, a nivel personal y social. El amor recíproco, en efecto, en la participación del amor infinito de Dios, es el auténtico fin, histórico y trascendente, de la humanidad. Por tanto,«aunque hay que distinguir cuidadosamente progreso temporal y crecimiento del reino de Cristo, sin embargo, el primero, (es decir el progreso temporal) en cuanto puede contribuir a ordenar mejor la sociedad humana, interesa en gran medida al reino de Dios».

De acuerdo con estas palabras, para la transformación del mundo, que se presenta (…) como una instancia fundamental de nuestro tiempo, la Iglesia presenta el amor recíproco entre los hombres, bajo la mirada de Dios, como el instrumento más potente de cambio, a nivel personal y social.

Es una manera de decir que para la transformación del mundo, el instrumento más potente de cambio es el amor. Eso nos dice la Iglesia y realmente el amor lo puede cambiar todo.

El crecimiento temporal interesa al reino de Dios

Dice también el Compendio en ese mismo N° 55, que el amor recíproco, es decir, el amor cristiano de unos a otros, es el auténtico fin, histórico y trascendente de la humanidad. Es una afirmación que no podemos pasar por alto; que existimos aquí en la tierra y un día, en la eternidad, para amar. Dice la Iglesia que el amor cristiano de unos a otros, es el auténtico fin, histórico y trascendente de la humanidad.

En esto nos detuvimos lo suficiente en las reflexiones anteriores. Observemos ahora las últimas palabras, que dicen: que hay que distinguir entre progreso temporal y crecimiento del reino de Cristo, pero que el crecimiento temporal interesa en gran medida al reino de Dios, en cuanto puede ayudar a ordenar mejor la sociedad humana. Es interesante esa afirmación: el progreso de lo temporal interesa también al reino de Dios, porque puede ayudar a ordenar mejor la sociedad. Quizás podríamos decir, que interesa al reino de Dios cuando, si, ayuda a orenar mejor a la sociedad. Cuando el progreso material no contribuye a ordenar mejor…, cuando sólo favorece a algunos, cuando es inequitativo, injusto,  no interesa al reino de Dios.

 

Ni socialismo marxista ni fascismo ni capitalismo

 

 

Vimos en la reflexión anterior, que en este tema cita el Compendio la encíclica Quadragesimo anno, y nos detuvimos a recordar el contexto en que el Papa Pío XI publicó esta encíclica, a los 40 años de la Rerum novarum, de León XIII. Cuando Pío XI publicó su encíclica Quadragesimo anno, en 1931, vivía el mundo un momento crítico, en que para responder a la situación social de injusticia que se agudizó con la llamada revolución industrial, las fuerzas políticas habían reaccionado básicamente con tres respuestas: con el socialismo marxista, con el fascismo y con el capitalismo liberal. Sin embargo, el fracaso de esos sistemas fue demostrando que ninguno de ellos tenía la respuesta acertada. Los pueblos en los que ensayaron el socialismo marxista o comunismo, y el fascismo, especialmente como se practicó en el nazismo en Alemania, fueron víctimas de un totalitarismo cruel e inhumano. Afortunadamente para la humanidad los dos sistemas, que resultaron peores que los males que pretendían remediar, se acabaron. El capitalismo, que es el sistema todavía vigente hoy, tampoco ha sido la solución, porque la economía crece pero no disminuye la pobreza que sigue siendo, en palabras de Juan Pablo II, un escándalo.[1] La transformación del mundo en lo social sigue siendo una prioridad que se sigue aplazando, a costa de los más débiles.

Por cierto Benedicto XVI en su discurso de inauguración de la V Conferencia del Episcopado, en Aparecida, dijo a este respecto:

 

Tanto el capitalismo como el marxismo prometieron encontrar el camino para la creación de estructuras justas y afirmaron que éstas, una vez establecidas, funcionarían por sí mismas; afirmaron que no sólo no habría necesidad de una precedente moralidad individual, sino que ellas fomentarían la moralidad común. Y esta promesa ideológica se ha demostrado que es falsa. Los hechos lo ponen de manifiesto. El sistema marxista, donde ha gobernado, no sólo ha dejado la triste herencia de destrucciones económicas y ecológicas, sino también una dolorosa destrucción del espíritu. Y lo mismo vemos también en occidente, donde crece constantemente la distancia entre pobres y ricos y se produce una inquietante degradación de la dignidad personal con la droga, el alcohol y los sutiles espejismos de felicidad.[2]

Necesidad de un cambio de estructuras

Volviendo al texto del N° 55 del Compendio, podemos entender por qué el progreso temporal tiene una relación con el reino de Cristo: no se puede entender que el Reino de Cristo prevalezca en el mundo, si no es en una sociedad ordenada y por lo tanto justa. En el Reino de Dios tiene que prevalecer la Ley del Amor, y ¿cómo se podría afirmar con verdad que vivimos en una sociedad cristiana, si esa sociedad es injusta, si la mayoría de sus habitantes viven en pobreza?

 

Pío XI, dedicó la parte central de su encíclica Quadragesimo anno a la restauración social y la reforma de las instituciones.[3] El Papa plantea allí, que la transformación de la sociedad exige la reforma de las instituciones, es decir del Estado mismo, de las asociaciones, del sistema económico, y demuestra que ni el socialismo ni el capitalismo han realizado esa transformación (QA 110-126). La razón la encuentra Pío XI en que la situación crítica del mundo tiene sus raíces más profundas en el egoísmo y el deterioro de las costumbres (QA 97), y por eso es necesaria una reforma basada en las virtudes cristianas de la moderación y la caridad (QA 136,137).[4]

Como vemos, lo que la Quadragesimo anno plantea no es simplemente una reforma de la sociedad de acuerdo con teorías políticas, sociológicas o económicas, sino la transformación del orden social de acuerdo con la ley evangélica. A la religión la quieren desterrar de los Estados, pero sin la visión del Evangelio, con sólo teorías económicas no se logra la transformación de la sociedad en una sociedad justa y en la que se ame y se dé prioridad a las necesidades de los más pobres. El propio provecho es la prioridad que orienta la actividad económica y política cuando falta el amor cristiano.

 

 

Las estructuras justas son una condición sin la cual no es posible un orden justo en la sociedad

 

Es importante leer el discurso de Benedicto XVI en la inauguración de la V Conferencia del Episcopado en Aparecida, en el N° 4, donde trata sobre los problemas sociales y políticos. Allí trata sobre la necesidad de cambiar las estructuras que crean injusticia. Afirma: (…) las estructuras justas son una condición sin la cual no es posible un orden justo en la sociedad. Más adelante, en el mismo N° 4 afirma que las estructuras justas no nacen ni funcionan sin un consenso moral de la sociedad sobre los valores fundamentales y sobre la necesidad de vivir estos valores con las necesarias renuncias, incluso contra el interés personal. El párrafo siguiente del discurso de Benedicto XVI es igualmente importante:

 

Donde Dios está ausente – el Dios del rostro humano de Jesucristo – estos valores no se muestran con toda su fuerza, ni se produce un consenso sobre ellos. No quiero decir que los no creyentes no puedan vivir una moralidad elevada y ejemplar; digo solamente que una sociedad en la que Dios está ausente no encuentra el consenso necesario sobre los valores morales y la fuerza para vivir según la pauta de estos valores, aun contra los propios intereses.

 

Este tema de la necesidad del cambio de estructuras, del cual ya habló Pío XI en la Quadragesimo anno, es mencionado nuevamente en este momento por Benedicto XVI. Dice claramente, en el mismo N° 4 de su discurso de inauguración de Aparecida, que en este necesario cambio de estructuras el trabajo político no es competencia inmediata de la Iglesia. Explica el Papa que Si la Iglesia comenzara a transformarse directamente en sujeto político, no haría más por los pobres y por la justicia, sino que haría menos, porque perdería su independencia y su autoridad moral identificándose con una única vía política y con posiciones parciales opinables.

 

 

El trabajo político no es competencia inmediata de la Iglesia

 

 

El papel de la Iglesia lo describe claramente el Papa unas líneas más adelante:

Sólo siendo independiente puede enseñar (la Iglesia) los grandes criterios y los valores inderogables, orientar las conciencias y ofrecer una opción de vida que va más allá del ámbito político. Formar las conciencias, ser abogada de la justicia y de la verdad, educar en las virtudes individuales y políticas, es la vocación fundamental de la Iglesia en este sector. Las palabras que siguen las debemos tener muy presentes los laicos: Y los laicos católicos deben ser concientes de su responsabilidad en la vida pública; deben estar presentes en la formación de los consensos necesarios y en la oposición contra las injusticias.

 

¿Dónde están los políticos católicos?

 

 

El Cardenal Rodríguez Maradiaga, Arzobispo de Tegucigalpa, en entrevista anterior a la V Conferencia, se refirió a este tema con palabras que reflejan el mismo pensamiento del Papa (la Agencia Zenit publicó esta entrevista el 10 de mayo):

Otro de los desafíos que tiene la Iglesia en Latinoamérica, según el cardenal, es el de la evangelización de la política. «La Iglesia no se debe meter en política. Al contrario, la Iglesia debe evangelizar a los políticos y el mundo de la política»

 

«¿Por qué será –se pregunta el Cardenal Rodríguez Maradiaga que muchos católicos cuando entran en la política se olvidan de Cristo y del Evangelio y se acercan más al Príncipe de Maquiavelo?». «Porque no hay esa raíz y se piensa que lo espiritual es algo privatizado, se quiere privatizar la fe y la misma práctica religiosa y eso es un error porque la fe cristiana básicamente es comunitaria y si nos olvidamos del bien común y de la Iglesia como comunidad, estamos transmitiendo un mensaje equivocado».

Las palabras del Papa, en la misma alocución, sobre el papel de los laicos en la política fueron también como un reproche:

 

Por tratarse de un Continente de bautizados, conviene colmar la notable ausencia, en el ámbito político, comunicativo y universitario, de voces e iniciativas de líderes católicos de fuerte personalidad y de vocación abnegada, que sean coherentes con sus convicciones éticas y religiosas. Los movimientos eclesiales tienen aquí un amplio campo para recordar a los laicos su responsabilidad y su misión de llevar la luz del Evangelio a la vida pública, cultural, económica y política.

 

 

Vivir el Evangelio. No sólo pensar con el Evangelio

 

 

Este regreso a vivir de acuerdo con el Evangelio, que plantea el Papa Pío XI, no es una invitación a un moralismo inoperante; vivir el Evangelio, como tanto insistimos, es vivir, es actuar, no es sólo pensar de acuerdo con el Evangelio. Hay políticos que citan el Evangelio y dicen que piensan con Él, pero no actúan como el Evangelio lo pide. Propone la encíclica Quadragesimo anno, como la manera concreta de vivir de acuerdo con el Evangelio, la práctica de la moderación cristiana y de la caridad. Hemos tratado ampliamente sobre el amor cristiano; veamos ahora a qué se refiere la moderación cristiana, y cómo podemos practicarla.

Veamos dos enfoques de la moderación. La práctica de la moderación se puede entender desde el punto de vista del cristiano que no quiere apartarse del Evangelio, pero tampoco busca la perfección ni se quiere exigir demasiado. Esa sería una moderación como la que alababa el poeta latino, Horacio, claro pagano él. La moderación que él llamaba ’aurea mediocritas’, y que se podría traducir como la “moderación dorada”, y que ese poeta presenta como la moderación del navegante que sale al mar, pero “no se adentra en alta mar por miedo a las tormentas ni tampoco se aproxima demasiado a las costas” para alejarse de los peligros que pueda encontrar allí, en los arrecifes. [5]

 

Si la moderación cristiana no es la temerosa “aurea mediocritas”

entoces ¿qué es?

 

Juan Pablo II, a diferencia del poeta Horacio, con visión cristiana, nos invitó a remar mar adentro; no a no arriesgarnos, no a quedarnos cerca de la orilla. Desde el comienzo de su pontificado nos invitó a no tener miedo. Al inicio de su carta apostólica «Novo millennio ineunte», al terminar el Jubileo del año 2000,Juan Pablo II citó las palabras Duc in altum, Remad mar adentro, las palabras con que animó Jesús a sus primeros discípulos a echar las redes en una noche oscura e improductiva para la pesca » (Lc 5, 4-7). Juan Pablo II repitió esa misma invitación en el lema que escogió más tarde para la Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones del 17 de abril de 2005. Por su parte, Benedicto XVI,en la oración por la V Conferencia General del Episcopado de Latinoamérica nos invita a decir al Señor que queremos remar mar adentro. De modo que la moderación cristiana a que nos llama Pío XI en su encíclica Quadragesimo anno y a la que nos sigue invitando la Iglesia no es la temerosa ’aurea mediocritas’ del poeta latino.

Esa “aurea mediocritas” si se aplicara a la vida cristiana, sería la moderación del que, en la práctica del Evangelio en su vida, prefiere volar bajo, quizás para que, en caso de una caída, el golpe sea más suave. Porque, como el mismo poeta Horacio dice:

 

Al pino muy alto el viento lo sacude más;
la torre elevada se derrumba con estruendo;
el rayo alcanza las cumbres más altas de las montañas.

Entonces, la moderación así entendida es la del que desea ser un buen cristiano, pero no se siente con fuerza para contarse entre los que se quieren distinguir de manera especial. Ese bajo perfil en la vida cristiana, cuando se decide no esforzarse demasiado para buscar la santidad a la que estamos llamados todos, sería en realidad un perfil mediocre. Es la opción del que trata de hacer lo necesario para salvarse, pero sin exigirse mucho; del que no busca lo que más lo acerque al fin para el que fue creado; le parece suficiente buscar la salvación, pero siguiendo la que llaman ley del menor esfuerzo. Siente que eso de “toma tu cruz y sígueme” no va con él. Esa manera de ver el camino de la salvación puede ser peligrosa. Es una actitud parecida a la del estudiante que se contenta con pasar el examen raspando

Recordemos que de acuerdo con las enseñanzas de la Iglesia (Compendio55) El amor recíproco, el amor al prójimo – es el auténtico fin, histórico y trascendente, de la humanidad. Eso quiere decir que fuimos criados para amar a Dios y al prójimo. De modo que si en el amor seguimos sólo la moderación, habiendo sido criados para el amor, amaremos al prójimo sin demasiado entusiasmo, sin demasiado esfuerzo ni sacrificio, no le haremos daño, pero tampoco nos distinguiremos por nuestra caridad.

 

Moderación cristiana: justo equilibrio entre medios y fin

 

No es esa la moderación cristiana de la que habla Pío XI en la encíclica Quadragesimo anno, como la virtud necesaria para, junto con la práctica de la caridad, reformar la sociedad de acuerdo con el Evangelio. El significado de la moderación cristiana es muy distinto. Hagamos un esfuerzo para comprenderla bien: con la práctica de la moderación cristiana  se trata de establecer un justo equilibrio entre los medios y los fines, subordinando todo lo creado al único fin último, que es Dios. La moderación cristiana busca que tratemos los bienes materiales y económicos como medios y no como fines. No se trata pues, de vivir mediocremente el Evangelio. Es una cuestión de tratar como fin último sólo a Dios y lo demás como medio que nos ayude a lograr nuestro fin último.

 

Tratan los bienes materiales como fines, los que buscan la riqueza como si fuera su objetivo supremo. Porque hay personas que tratan los bienes creados, especialmente el dinero, como su fin supremo, por eso se habla del dios de la riqueza. Orientan todos los esfuerzos de su vida a conseguir dinero. Puede haber otros bienes, no materiales, a los que nos apeguemos demasiado, como si fueran fines. Pero enfoquemos ahora nuestra reflexión a los bienes materiales.

 

Si entendemos bien la moderación cristiana, comprendemos que la Iglesia no prohíbe que se trate de conseguir o aumentar los bienes materiales. Nos dice que lo malo está en aferrarse a ellos como a un bien supremo. ¡Porque, hace tanto daño el dios dinero, cuando se convierte en el fin!

 

Mirar el mundo con ojos cristianos

 

La descripción que de la situación de la sociedad en 1931 hace Pío XI en la Quadragesimo anno se acerca a la de nuestra sociedad de comienzos del siglo XXI. Oigamos las palabras de Pío XI, quien en el N° 130 de esta encíclica describe la situación de su tiempo así:

 

Los ánimos de todos (…) se dejan impresionar exclusivamente por las perturbaciones, por los desastres y por las ruinas temporales. Y ¿qué es todo eso, si miramos las cosas con los ojos cristianos, como debe ser, comparado con la ruina de las almas? Y, sin embargo, puede afirmarse sin temeridad que son tales en la actualidad las condiciones de la vida social y económica, que crean a muchos hombres las mayores dificultades para preocuparse de lo único necesario, esto es, de la salvación eterna.

 

Más adelante, en el N° 131 continúa:

Pues ¿qué les aprovecharía a los hombres hacerse capaces (…), de conquistar aun el mundo entero si con ello padecen daño de su alma? (cf. Mt 15,26) ¿De qué sirve enseñarles los seguros principios de la economía, si por una sórdida y desenfrenada codicia se dejan arrastrar de tal manera por la pasión de sus riquezas, que, oyendo los mandatos del Señor, hacen todo lo contrario? (cf. Jue 2, 17)[6]

 

Y analiza así Pío XI las causas del mal, en el N° 132:

 

Raíz y origen de esta descristianización del orden social y económico, así como de la apostasía de gran parte de los trabajadores que de ella se deriva, son las desordenadas pasiones del alma, triste consecuencia del pecado original, el cual ha perturbado de tal manera la admirable armonía de las facultades, que el hombre, fácilmente arrastrado por los perversos instintos, se siente vehementemente incitado a preferir los bienes de este mundo a los celestiales y permanentes.

 

De aquí esa sed insaciable de riquezas y de bienes temporales, que en todos los tiempos inclinó a los hombres a quebrantar las leyes de Dios y a conculcar los derechos del prójimo, pero que por medio de la actual organización de la economía tiende lazos mucho más numerosos a la fragilidad humana.

Como la inestabilidad de la economía y, sobre todo, su complejidad exigen, de quienes se consagran a ella, una máxima y constante tensión de ánimo, en algunos se han embotado de tal modo los estímulos de la conciencia, que han llegado a tener la persuasión de que les es lícito no sólo sus ganancias como quiera que sea, sino también defender unas riquezas ganadas con tanto empeño y trabajo, contra los reveses de la fortuna, sin reparar en medios.

 

También en la época en que nos ha tocado vivir vemos todos los días cómo se ama la riqueza, el dinero, como bien supremo y por conseguirlo, en nuestra sociedad se sacrifican todos los valores. Además se trata de conseguirlo de manera fácil, de la manera más fácil posible. Si algo produce dinero se aprueba y se busca. Como productos de esa visión equivocada de la vida tenemos el narcotráfico y la corrupción. Se apropian los bienes públicos de manera descarada, como si no fueran de nadie. Y productos o subproductos terribles son el asesinato y el secuestro. Los medios de comunicación han caído también en la idolatría del dinero, pues se inclinan ante él ofreciéndole su tiempo, sus habilidades y su tecnología para arrastrar a la sociedad a vivir una vida frívola, sin valores y sin Dios, a cambio de dinero. Se supone que todos los negocios son buenos, si con ellos se consigue dinero.

El tratar los medios como si fueran fines desencadena una cascada de desórdenes. Repitamos el significado de la moderación cristiana. Con la práctica de la moderación cristiana se trata de establecer un justo equilibrio entre los medios y los fines, subordinando todo lo creado al único fin último, que es Dios. Cuando se orienta la vida toda a obtener los bienes materiales y se hace a un lado a Dios, nuestro fin último, se pone en grave riesgo lo único importante: la salvación.

 

Principio y Fundamento para Ordenar la Propia Vida

 

San Ignacio de Loyola, en sus Ejercicios Espirituales, es un maestro incomparable en este tema de los medios y los fines, y lo trata porque los Ejercicios están precisamente ideados para ordenar la propia vida, y los bienes creados, mal manejados, nos desordenan la vida. Veamos qué dice San Ignacio.

 

El N° 23 de los Ejercicios Espirituales tiene como título: Principio y Fundamento; no es una meditación propiamente; lo que presenta allí San Ignacio es un presupuesto, un fundamento que no es necesario discutir, algo que es evidente y necesario. Si queremos orientar nuestra vida, si queremos tomar decisiones importantes, este principio tenemos que tenerlo presente para no equivocarnos. Si queremos construir nuestra vida, tenemos que hundir sus cimientos en esta verdad. ¿Cuál ese principio y fundamento? [7] San Ignacio lo plantea en estas 5 partes:

 

1. Comienza por definir el fin general del hombre, que es criado –dice San Ignacio«para alabar, hacer reverencia y servir a Dios nuestro Señor y, mediante esto, salvar su ánima». Esta es la premisa fundamental, sustancial: fuimos criados para Dios.

 

2. En segundo lugar nos presenta el fin de las demás realidades creadas, con estas palabras: «las otras cosas sobre la haz de la tierra son criadas para el hombre, y para que le ayuden en la prosecución del fin para que es criado.» Nos presenta así la relación fin/medios. Dios el fin, las cosas criadas son medios para llegar a Dios, nuestro fin último.

 

3. La tercera parte nos presenta una consecuencia lógica: si el fin último del hombre es Dios y las cosas criadas son medios para alcanzar nuestro fin último, dice San Ignacio:«De donde se sigue, que el hombre tanto ha de usar dellas, quanto le ayudan para su fin, y tanto debe quitarse dellas, quanto para ello le impiden.»En español de nuestro tiempo, quiere decir que el hombre debe usar las criaturas tanto cuanto le sirven para llegar a Dios, que es su último fin, y debe alejarse de ellas cuando le son o le ponen un obstáculo para alcanzar su fin.

 

4. La cuarta parte es muy interesante; nos plantea la necesidad de la libertad interior, con estas palabras: «Por lo qual es menester hacernos indiferentes a todas las cosas criadas, en todo lo que es concedido a la libertad de nuestro libre albedrío, y no le está prohibido; en tal manera, que no queramos de nuestra parte más salud que enfermedad, riqueza que pobreza, honor que deshonor, vida larga que corta, y por consiguiente en todo lo demás.» El sentido de la indiferencia, (hacernos indiferentes a las cosas criadas, dice San Ignacio), como lo entiende el autor de los Ejercicios, no es que no nos importen las cosas, sino el de tener la libertad interior de no apegarnos, no sólo a lo que es pecaminoso, pues eso está considerado en el trato que debemos dar a las criaturas si nos alejan del último fin, sino que ni siquiera nos debemos apegar a bienes como vivir una vida larga o corta, a la salud, a la riqueza, al honor. En realidad, es una vida de perfección la que nos plantea.

No sólo lo suficiente, sino lo MÁS

 

5. El quinto punto nos invita a llegar aún más lejos, pues termina con estas palabras:«solamente deseando y eligiendo lo que más nos conduce para el fin que somos criados.» La moderación de que hemos hablado no llega tan lejos. La moderación nos diría que, para conseguir nuestro último fin, es suficiente poner de nuestra parte el esfuerzo que se necesite para lograrlo con seguridad, sin arriesgarnos a no alcanzarlo, pero no más allá. San Ignacio plantea al cristiano una opción más radical: si te quieres distinguir, si te quieres acercar más a Cristo, si lo quieres servir de manera especial, prepárate para hacer oblaciones de mayor estima y momento, como lo dice en una meditación sobre la vocación.[8] Esa expresión: MÁS, MAYOR, que es muy distinta a la simple “moderación”, la dejó San Ignacio impresa en el lema que se presenta en la abreviatura A.M.D.G., que quiere decir Ad Maiorem Dei gloriam. San Ignacio insistía en que en todas nuestras acciones buscáramos la Mayor Gloria de Dios; nos invita a que en nuestras decisiones nos decidamos por la opción que conduzca a la Mayor Gloria de Dios.

 

Ese sería el ideal; si no nos sentimos con fuerzas para eso, que por lo menos sigamos en nuestra vida la moderación cristiana, según la cual, establecemos en nuestras acciones un justo equilibrio entre los medios y los fines, subordinando todo lo creado al único fin último, que es Dios. Por lo menos adoptemos como plan de vida la moderación, que nos impedirá convertir los medios en fines, desviándonos del camino a Dios, nuestro destino final. Pero si nos queremos distinguir en el servicio a nuestro Señor, entonces estemos listos para ir más lejos, a lo que sea la mayor gloria de Dios.

 

Fernando Díaz del Castillo Z.

Escríbanos a: reflexionesdsi@gmail.com


[1]Juan Pablo II, mensaje para la Cuaresma, 1998

[2] Benedicto XVI, en la sesión inaugural de la V Conferencia del Episcopado de América Latina, N° 4, Los problemas sociales y políticos.

[3] Cf. Ildefonso Camacho, Doctrina Social de la Iglesia, una aproximación histórica, 3a edición, San Pablo, Pgs. 134ss

[4] Cfr. P. Ildefonso Camacho en su citado libro, Pg. 144ss, donde, sobre el significado de “moderación”, explica en la nota 38, Pg. 145 que traduce “moderatio” por “moderación” y no por “templanza”, como la versión oficial, porque le parece más adecuado para referirse a una actitud que debe inspirar todos los comportamientos económicos.

[5] Cfr. en www.lafabulaciencia.com la oda deHoracio y una traducción libre, de la cual copio un fragmento en latín, lo mismo que algunos versos de la traducción.

Rectius vives, Licini, neque altum– semper urgendo neque, dum procellas
cautus horrescis, nimium premendo — litus iniquum.

Vivirás mejor, Licinio, si no te adentras
siempre en alta mar ni, por miedo a las tormentas,
te aproximas demasiado a la costa.

[6] La Cita completa de Jueces 2,17 dice: Pero los israelitas no escuchaban a sus jueces, sino que se prostituían, yendo detrás de otros dioses y postrándose delante de ellos. Se desviaban muy pronto del camino seguido por sus padres, que habían obedecido los mandamientos del Señor. Ellos, en cambio, no hacían lo mismo.

[7] Esta explicación la tomo de: Carlo M. Martini, S.J., Ordenar la Propia Vida, Meditaciones con los Ejercicios de San Ignacio, Nercea, S.A. de Ediciones, Pgs. 27ss

[8]Cfr. N° 97 y 98 , El llamamiento del Rey temporal: los que más se querrán affectar y señalar en todo servicio de su rey eterno y Señor vniversal, no solamente offrescerán sus personas al trabajo, mas aun haciendo contra su propia sensualidad y contra su amor carnal y mundano, harán oblaciones de mayor estima y mayor momento, diciendo:
Eterno Señor de todas las cosas, yo hago mi oblación, con vuestro favor y ayuda, delante vuestra infinita bondad, y delante vuestra Madre gloriosa, y de todos los sanctos y sanctas de la corte celestial, que yo quiero y deseo y es mi determinación deliberada, sólo que sea vuestro mayor servicio y alabanza, de imitaros en pasar todas injurias y todo vituperio y toda pobreza, así actual como spiritual, queriéndome vuestra sanctísima majestad elegir y rescibir en tal vida y estado.

Reflexión 57 Mayo 3 2007

Compendio de la D.S.I. Nº 54-55

La Transformación de la humanidad según el Evangelio

La Doctrina Social de la Iglesia como respuesta a cada época

 

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La ley fundamental de la perfección humana

 

En la reflexión pasada repasamos y ampliamos el N° 53 del Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia y avanzamos en el N° 54; los dos tratan sobre la transformación de las relaciones sociales según las exigencias del Reino de Dios. Repasemos el N° 54:

 

Jesucristo revela que «Dios es amor» (1 Jn 4,8) y nos enseña que la ley fundamental de la perfección humana, y, por tanto, de la transformación del mundo, es el mandamiento nuevo del amor. Así, pues, a los que creen en la caridad divina les da la certeza de que abrir a todos los hombres los caminos del amor y esforzarse por instaurar la fraternidad universal no son cosas inútiles ».[1]Y continúa así:

 

Esta ley – (el mandamiento del amor) está llamada a convertirse en medida y regla última de todas las dinámicas conforme a las que se desarrollan las relaciones humanas. En síntesis, es el mismo misterio de Dios, el Amor trinitario, que funda el significado y el valor de la persona, de la sociabilidad y del actuar del hombre en el mundo, en cuanto que ha sido revelado y participado a la humanidad, por medio de Jesucristo, en su Espíritu.

 

El significado y el valor de la persona

 

De manera que, la Iglesia insiste en que es el amor la ley fundamental de la transformación del mundo. No hay estrategia para cambiar al mundo, que pueda superar al amor. Fijémonos en esas palabras terminantes, contundentes, sobre el valor del amor cristiano, en este N° 54; nos dice que la ley fundamental de la perfección humana, y, por tanto, de la transformación del mundo, es el mandamiento nuevo del amor.Yo no recuerdo haber leído ni oído palabras iguales sobre el amor, fuera de éstas tomadas de la Gaudium et spes: la ley fundamental de la perfección humana, y, por tanto, de la transformación del mundo, es el mandamiento nuevo del amor. Y añade que el amor está llamado a convertirse en medida y regla última de todas las dinámicas conforme a las que se desarrollan las relaciones humanas.Y continúa que el significado y el valor de la persona, de la sociabilidad y del actuar del hombre en el mundo es el Amor trinitario.

Un modelo que parece inalcanzable

 

Hay que leer y releer estas palabras: el amor está llamado a convertirse en medida y regla última de todas las dinámicas conforme a las que se desarrollan las relaciones humanas. Y nos pone la Iglesia un modelo que parece inalcanzable: el amor trinitario, que es el que se da en las relaciones entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo en cuanto ha sido revelado y participado a la humanidad, por medio de Jesucristo, en su Espíritu.Nuestro modelo es Jesucristo. Él nos enseñó cómo es el amor trinitario, y siendo hombre también, nos enseñó cómo vivirlo.

Repitamos esto que es inalcanzable sin la gracia: estamos llamados a una vida de amor, que no se entiende sino a la luz de la revelación, del Evangelio, de Jesucristo que dio la vida por nosotros y nos enseñó que no hay mayor amor que dar la vida por los amigos[2]. Una vida marcada por esta clase de amor no se puede vivir, sino en unión con Dios por la oración y los sacramentos. Es tan extraordinario lo que la doctrina de la Iglesia nos propone, que es necesario repetirlo, para que se nos grabe y para que no pasemos por encima, como huyendo de algo que nuestra naturaleza rechaza. La medida y regla en las relaciones humanas, la medida del actuar del hombre en el mundo, es el Amor de Dios, como se revela en la relación del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Como nos enseñó Jesucristo:

 

“Os doy un mandamiento nuevo: que os améis los unos a los otros. Que, como yo os he amado, así os améis también vosotros los unos a los otros. En esto conocerán todos que sois discípulos míos: si os tenéis amor los unos a los otros.” [3]

 

¿Miedo de aceptar el reto?

 

 

Es tan alta esta meta del amor cristiano, que nos podemos sentir tentados a ni siquiera intentarlo. Somos tan débiles, tan poco humildes, tan sensibles a las ofensas de parte de los demás, que nos da miedo aceptar el reto. Es cierto que ese amor ha hecho a los santos que se distinguieron por su entrega al prójimo, como es el caso de la Beata Teresa de Calcuta, en su amoroso cuidado de los enfermos y de los más pobres; o el caso de los que han dado su vida para salvar la de otros, como san Maximiliano Kolbe que enfermo y débil por la tuberculosis, daba de sus escasas raciones de pan a sus compañeros en el campo de concentración nazi de Auschwitz y por solicitud suya, murió a cambio de otro prisionero condenado a muerte, que era esposo y padre de familia.

 

 

No esperemos momentos de heroísmo; empecemos ya

 

 

No esperemos que se nos presenten esos momentos heroicos, para entonces practicar el amor cristiano. Es poco probable que algún día nos encontremos en circunstancias de heroísmo como esas; nos piden menos, pero bien puede ser que para amar con verdadero amor cristiano a ciertas personas que nos pueden parecer desagradables o que hacen daño o nos han hecho daño, tengamos que superar con un esfuerzo grande la resistencia de nuestro amor propio. Pareciera que perdonar una falta de respeto, o lo que podamos considerar una ingratitud o una falta de consideración o una deslealtad, fuera más difícil para nosotros, que atender a un leproso, como lo hacía la Madre Teresa. Con frecuencia, en nuestra propia casa o en el trabajo hay personas que necesitan nuestro cuidado, y allí tenemos la oportunidad de probar nuestro amor cristiano.

Hay heroísmos que bien podrían ser argumentos valiosos para novelas y películas: bomberos, soldados, policías, médicos, enfermeras, voluntarios que arriesgan y están dispuestos a dar su vida por otros. Misioneros que lo dejan todo, para que, quienes no conocen a Dios compartan la gracia de la fe. Los sucesos de nuestra vida diaria en el trabajo, en el apostolado, en la familia, se ven tan pequeños, al lado de esos que exigen actos de heroísmo, que nos obligan a ser más humildes y aceptar, por lo menos la necesidad de un examen de conciencia sobre nuestra práctica del amor cristiano; ese amor, que si todos viviéramos como nos pide el Señor, transformaría el mundo, porque no hay duda, si se transformaran las relaciones sociales según las exigencias del Reino de Dios, se transformaría el mundo.

El Compendio de la D.S.I. se basa una vez más, en este N° 54, en la Gaudium et spes, para explicar la doctrina sobre la transformación de las relaciones sociales. Leamos el N° 38 de esa Constitución pastoral, que luego de la reflexión que acabamos de hacer, vamos a poder seguir sin dificultad:

 

El Verbo de Dios, por quien fueron hechas todas las cosas, hecho El mismo carne y habitando en la tierra, entró como hombre perfecto en la historia del mundo, asumiéndola y recapitulándola en sí mismo. Él es quien nos revela que Dios es amor (1 Io 4,8), a la vez que nos enseña que la ley fundamental de la perfección humana, es el mandamiento nuevo del amor. Así, pues, a los que creen en la caridad divina les da la certeza de que abrir a todos los hombres los caminos del amor y esforzarse por instaurar la fraternidad universal no son cosas inútiles. Al mismo tiempo advierte que esta caridad no hay que buscarla únicamente en los acontecimientos importantes, sino, ante todo, en la vida ordinaria. Él, sufriendo la muerte por todos nosotros, pecadores, nos enseña con su ejemplo a llevar la cruz que la carne y el mundo echan sobre los hombros de los que buscan la paz y la justicia. Constituido Señor por su resurrección, Cristo, al que le ha sido dada toda potestad en el cielo y en la tierra, obra ya por la virtud de su Espíritu en el corazón del hombre, no sólo despertando el anhelo del siglo futuro, sino alentando, purificando y robusteciendo también con ese deseo aquellos generosos propósitos con los que la familia humana intenta hacer más llevadera su propia vida y someter la tierra a este fin. Mas los dones del Espíritu Santo son diversos: si a unos llama a dar testimonio manifiesto con el anhelo de la morada celestial y a mantenerlo vivo en la familia humana, a otros los llama para que se entreguen al servicio temporal de los hombres, y así preparen la materia del reino de los cielos. Pero a todos los libera, para que, con la abnegación propia y el empleo de todas las energías terrenas en pro de la vida, se proyecten hacia las realidades futuras, cuando la propia humanidad se convertirá en oblación acepta a Dios.

La Ley del amor: ¿blandengue, sentimental, inútil?

 

 

Repitamos algunas frases de ese párrafo maravilloso de la Gaudium et spes. Nos dice que es Jesucristo quien nos revela que Dios es amor (1 Io 4,8), a la vez que nos enseña que la ley fundamental de la perfección humana, es el mandamiento nuevo del amor. Y añade que, abrir a todos los hombres los caminos del amor y esforzarse por instaurar la fraternidad universal no son cosas inútiles.

¿Por qué dirá esto: que instaurar la fraternidad universal no es algo inútil? ¿Es que alguien piensa así? No sé; a algunas personas he oído que la prédica de la Iglesia se refuce al amor, pero, ¿es que aunque sea esencial el amor en la vida cristiana, no se debe mencionar mucho? Yo diría más bien, que  no se habla lo suficiente de él, y quizás no sea porque sea innecesario, sino porque a algunos les puede parecer que esta es una doctrina blandengue, sentimental; pero si fuera blandengue no nos costaría practicarla; y vemos que la Iglesia le da la importancia de algo esencial, no de algo superfluo ni mucho menos de algo inútil. Si alguna vez se nos pasa por la cabeza ese pensamiento, no es sino que leamos el Evangelio, a ver qué dice el Señor, y que examinemos cómo lo entendió San Juan, por lo que nos transmite en su Primera Carta. Y acabamos de ver que según la Iglesia, el amor es la ley fundamental de la transformación del mundo.Y es muy interesante tener en cuenta, que al mismo tiempo advierte que esta caridad no hay que buscarla únicamente en los acontecimientos importantes, sino, ante todo, en la vida ordinaria. ¿Qué tal si hacemos un examen de conciencia sobre nuestra práctica del amor, empezando por la casa y el trabajo?

 

Encontrarnos con nosotros mismos

 

 

 

¿Será eso lo que nos molesta: que la Iglesia nos pida que examinemos nuestra vida ordinaria, y veamos cómo anda nuestro amor cristiano allí, en la vida diaria? ¿Nos da miedo encontrarnos con nosotros mismos? ¿Será que para examinar nuestras relaciones con los demás, nos tenemos que salir de nuestra zona de comodidad, y preferimos distraer nuestra atención en lo que consideramos que es la verdadera perfección, con los ojos en la cumbre a la que quisiéramos llegar, pero sin pensar en los pedruscos, en las subidas y bajadas que tenemos que superar en el camino? A esa cumbre no se puede llegar sin recorrer el camino, como llevados por el aire en manos de los ángeles. Es bueno un examen de conciencia sobre nuestras relaciones con los que nos rodean. Vemos que es un asunto de importancia grande en la vida cristiana. Precisamente por la dificultad que puede significar para nosotros la vida ordinaria, el Señor nos dejó el remedio en algo aparentemente sencillo: en el pan y el vino de la Eucaristía. El sencillo fruto del trabajo del hombre, se convierte en pan de vida. Por eso termina así el N° 38 de la Gaudium et spes:

 

El Señor dejó a los suyos prenda de tal esperanza y alimento para el camino en aquel sacramento de la fe en el que los elementos de la naturaleza, cultivados por el hombre, se convierten en el cuerpo y sangre gloriosos con la cena de la comunión fraterna y la degustación del banquete celestial.

 

La cena de la comunión fraterna. Eso es la Eucaristía. No nos quedemos entonces, sólo en el símbolo externo del saludo de paz, en la cena de la comunión fraterna. Ese saludo de paz, puede ser una invitación a que cambiemos en la relación con nuestros hermanos. Puede ser que nuestro saludo de paz en la Eucaristía, sea a una persona que ni siquiera conozcamos, sino que resultó nuestro vecino en la banca ese día. Pero en el fondo de nuestro corazón, mientras damos la paz al vecino, ¿no debería golpearnos un latido de paz hacia alguien, que no está allí, pero es muy cercano, en nuestra casa o en el trabajo?

Hay otras palabras que no debemos pasar por alto. Nos dice el Concilio en la Gaudium et spes, que los dones del Espíritu Santo son diversos: si a unos llama a dar testimonio manifiesto con el anhelo de la morada celestial y a mantenerlo vivo en la familia humana, a otros los llama para que se entreguen al servicio temporal de los hombres, y así preparen la materia del reino de los cielos.

 

Es una clara alusión a las vocaciones diversas: la vocación a la perfección en la vida religiosa y al sacerdocio, de los que son llamados en especial, a dar un testimonio manifiesto con el seguimiento de los consejos evangélicos, y la vocación de los seglares, que nos debemos entregar al servicio temporal de los hombres, para preparar la materia del reino de los cielos. No olvidemos esta alusión a la transformación de las realidades terrenas, que tenemos como tarea.

El amor: fin histórico y trascendente de la humanidad

 

 

El N° 55 del Compendio termina el tema de la transformación de las relaciones sociales con estas palabras:

 

La transformación del mundo se presenta también como una instancia fundamental de nuestro tiempo. A esta exigencia, la doctrina social de la Iglesia quiere ofrecer las respuestas que los signos de los tiempos reclaman, indicando ante todo en el amor recíproco entre los hombres, bajo la mirada de Dios, el instrumento más potente de cambio, a nivel personal y social. El amor recíproco, en efecto, en la participación del amor infinito de Dios, es el auténtico fin, histórico y trascendente, de la humanidad. Por tanto, «aunque hay que distinguir cuidadosamente progreso temporal y crecimiento del reino de Cristo, sin embargo, el primero, (es decir el progreso temporal) en cuanto puede contribuir a ordenar mejor la sociedad humana, interesa en gran medida al reino de Dios».

 

El crecimiento temporal y el reino de Dios

 

 

Esas palabras no hacen sino confirmar lo que decía antes el Compendio: El amor recíproco, es decir, el amor cristiano de unos a otros, es el auténtico fin, histórico y trascendente de la humanidad. De manera que existimos aquí en la tierra y un día, en la eternidad, para amar. Fijémonos también en las últimas palabras, que dicen: que hay que distinguir entre progreso temporal y crecimiento del reino de Cristo, pero que el crecimiento temporal interesa en gran medida al reino de Dios, en cuanto puede ayudar a ordenar mejor la sociedad humana.

 

Cuánta profundidad en cada línea. No nos podemos desentender del progreso temporal, y recordemos que nuestro papel en el progreso temporal es ordenarlo según los planes de Dios, de manera que conduzca a una sociedad humana ordenada y por lo tanto justa. Un mundo injusto es necesariamente un mundo desordenado.

 

La constitución Gaudium et spes, se refiere en esta consideración sobre el ordenar mejor la sociedad humana, al pensamiento de Pío XI en su encíclica Quadragesimo anno. Para comprender esta idea, debemos dedicar un espacio a esta encíclica. Fue la segunda gran encíclica social, publicada a los 40 años de la Rerum novarum, de León XIII; por eso su nombre, que significa Año cuarenta. La Iglesia tiene que ir respondiendo a las circunstancias cambiantes de la historia, en permanente diálogo con el mundo. León XIII abordó en 1891, temas que antes no habían parecido tan importantes en la teología moral, que sí se había ocupado, en particular con Santo Tomás, sobre todo de los temas que tienen que ver con la justicia, pero no había parecido necesario aún, tratar con la misma profundidad los temas sociales, políticos y económicos.[4]

 

El mundo cambió y necesitaba respuestas nuevas

 

 

El mundo cambió. Los problemas de la justicia se volvieron más complejos. Cuando Pío XI escribió la Quadragesimo anno, en 1931, eran distintas las condiciones de vida en el mundo. Ya no se trataba sólo de una sociedad de agricultores, de comerciantes y de artesanos y del comienzo de la era industrial. Con los procesos de industrialización, las estructuras de la sociedad cambiaron. La injusticia con los trabajadores creció, pues eran tratados como instrumentos, no como personas que con su trabajo, eran parte esencial del proceso industrial. La gente empezó a organizarse para defender sus derechos, y fueron tomando más envergadura las fuerzas políticas. Hoy no hay ninguna duda sobre la importancia de estos temas para la Iglesia, y mucho menos después del Concilio Vaticano II, que nos hizo comprender mejor, que el hombre que hay que salvar es el hombre concreto, que vive hoy, en este mundo material.[5]

 

León XIII marcó el inicio de una doctrina social de la Iglesia, presente en este campo nuevo, de un modo estructurado, con documentos tan importantes como su encíclica Rerum novarum, en la que fijó el pensamiento de la Iglesia frente a las condiciones injustas en que vivía la clase obrera, como consecuencia de la evolución de la economía, que siguió a la revolución industrial, y a la respuesta inadecuada del socialismo materialista. La Iglesia desde entonces ha tenido que seguir ayudándonos con sus enseñanzas, para comprender cómo aportar desde el Evangelio a la solución de los problemas que sigue planteando a la sociedad de nuestro tiempo la industrialización, con su hija la globalización, por ejemplo, el capitalismo, y las ideologías que nacen del mismo capitalismo o como reacción a sus excesos.

 

Pío XI, como cabeza de la Iglesia, tenía que orientar a la sociedad en condiciones que habían cambiado desde la Rerum novarum: el capitalismo occidental había evolucionado, y el comunismo se había consolidado en Rusia. El capitalismo había mostrado su capacidad de crecimiento, pero al mismo tiempo habían aflorado sus contradicciones, que lo llevaron a la inmensa crisis, que desembocó en la quiebra de empresas y la consecuente desocupación. La crisis mayor llegó con el llamado ‘crack’ o quiebra de la Bolsa de Nueva York, el 19 de octubre de 1929. En esa crisis, los desempleados en los EE.UU. llegaron a 12 millones y a 5 millones y medio en Alemania.[6] Fue la época de la llamada Gran Depresión, que alcanzó a todo el mundo dependiente de la economía de los países capitalistas. Seconsidera a la Gran Depresión, como el episodio “más traumático en la historia del capitalismo”[7].

 

La Gran Depresión no sólo tuvo consecuencias económicas. Ante esa catástrofe, “La Gran Depresión confirmó tanto a los intelectuales, como a los activistas y a los ciudadanos comunes (…) que algo funcionaba muy mal en el mundo en que vivían[8] Los políticos y los economistas, empezaron a señalar caminos para salir de la crisis: unos veían en el comunismo marxista la solución, pues parecía que la Unión Soviética había quedado inmune a la crisis, por su política de planificación e industrialización acelerada. Otros pensaban en una opción capitalista, corrigiéndole los errores que había terminado por producir la Gran Depresión, y el tercer camino que empezó a abrirse, fue el del fascismo. El tiempo demostraría, con el desplome de la Unión Soviética, que no era solución el comunismo marxista, con sus iniciales éxitos económicos, obtenidos a costa del sufrimiento de la gente, especialmente del campo, y el régimen de terror para tener el control absoluto de la sociedad, que llegó a su máximo nivel con Stalin.Tampoco el fascismo fue solución, aunque tuvo también al principio éxitos en la reducción del desempleo, especialmente en Alemania, pero precipitó al mundo a la guerra, que ha sido quizás la más cruel de la historia. Y el capitalismo, que se ha impuesto, lo estamos viviendo también como una solución incompleta, porque la economía crece, pero no disminuye la pobreza. La ya larga crisis económica y financiera en los países más industrializados recuerda la Gran Depresión. El capitalismo no acepta cambiar; ¿tendrá que hacerlo a la fuerza?


La Iglesia denuncia esta situación en todas las formas a su alcance. Esta situación la podemos resumir en las palabras de Juan Pablo II, en su mensaje para la Cuaresma de 1998, que sigue igualmente actual en nuestros días:

 

Esta pobreza, que para muchos de nuestros hermanos llega hasta la miseria, constituye un escándalo. Se manifiesta de múltiples formas y está en conexión con muchos y dolorosos fenómenos: la carencia del necesario sustento y de la asistencia sanitaria indispensable; la falta o la penuria de vivienda, con las consecuentes situaciones de promiscuidad; la marginación social para los más débiles y de los procesos productivos para los desocupados; la soledad de quien no tiene a nadie con quien contar; la condición de prófugo de la propia patria y de quien sufre la guerra o sus heridas; la desproporción en los salarios; la falta de una familia, con las graves secuelas que se pueden derivar, como la droga y la violencia. La privación de lo necesario para vivir humilla al hombre: es un drama ante el cual la conciencia de quien tiene la posibilidad de intervenir  no puede permanecer indiferente.

 

Seguiremos en la próxima reflexión, si Dios quiere. Veremos que la solución a esta grave situación, no parece estar en la ciencias económicas, si se olvidan del hombre.

Fernando Díaz del Castillo Z.

Escríbanos a: reflexionesdsi@gmail.com


[1] Concilio Vaticano II, Const. Past. Gaudium et spes, 38

[2] Jn 15, 13

[3]Jn. 13, 34-35

[4]Cfr. Ildefonso Camacho, Doctrina social de la Iglesia, un aproximación histórica, San Pablo, Capítulos 2, El Siglo XIX: La Consolidación de la Sociedad Industrial Moderna y 5, Pío XI y el Orden Social: La Quadragesimo anno.

[5] Concilio Vaticano II, Gaudium et spes, 3 En nuestros días, el género humano, admirado de sus propios descubrimientos y de su propio poder, se formula con frecuencia preguntas angustiosas sobre la evolución presente del mundo, sobre el puesto y la misión del hombre en el universo, sobre el sentido de sus esfuerzos individuales y colectivos, sobre el destino último de las cosas y de la humanidad. El Concilio, testigo y expositor de la fe de todo el Pueblo de Dios congregado por Cristo, no puede dar prueba mayor de solidaridad, respeto y amor a toda la familia humana que la de dialogar con ella acerca de todos estos problemas, aclarárselos a la luz del Evangelio y poner a disposición del género humano el poder salvador que la Iglesia, conducida por el Espíritu Santo, ha recibido de su Fundador. Es la persona del hombre la que hay que salvar. Es la sociedad humana la que hay que renovar. Es, por consiguiente, el hombre; pero el hombre todo entero, cuerpo y alma, corazón y conciencia, inteligencia y voluntad, quien será el objeto central de las explicaciones que van a seguir.

[6] Cfr. Ildefonso Camacho, Ib. 118

[7] Cfr. Eric Hobsbawm, Historia del Siglo XX, Crítica, Barcelona, Cap. III, El Abismo Económico

[8] Ib. Pg. 109

Reflexión 56 Abri 26 2007

Compendio de la D.S.I. Nº 52-53

 

Las Reflexiones que se publican aquí son originalmente programas transmitidos por Radio María de Colombia. Son reflexiones sobre la Doctrina Social de la Iglesia, expuesta en el Compendio, publicado por la Santa Sede. Usted puede escucharlos los jueves a las 9:00 a.m., hora de Colombia. También puede sintonizar la radio por internet en www.radiomariacol.org

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La Doctrina Social de la Iglesia es la doctrina sobre las relaciones entre los seres humanos, según el Evangelio.

La Iglesia de Dios y la renovación de las relaciones sociales (III)

La reflexión anterior la dedicamos a repasar el N° 52 del Compendio de la D.S.I., que empieza el tema sobre la Iglesia y su papel en la renovación de las relaciones sociales. Hoy vamos a retomar el N° 53, que sigue el desarrollo de esta materia y que ya habíamos empezado a comentar. Todo esto hace parte del tema de la misión de la Iglesia  de acuerdo con los planes de Dios, su fundador, que se encuentra bajo el título: Designio de Dios y Misión de la Iglesia. Hagamos entonces nuestro repaso. El N° 53 del Compendio, dice así:

La transformación de las relaciones sociales, según las exigencias del Reino de Dios, no está establecida de una vez por todas, en sus determinaciones concretas. Se trata, más bien, de una tarea confiada a la comunidad cristiana, que la debe elaborar y realizar a través de la reflexión y la praxis / inspiradas en el Evangelio.

Es el mismo Espíritu del Señor, que conduce al pueblo de Dios y a la vez llena el universo, el que inspira, en cada momento, soluciones nuevas y actuales a la creatividad responsable de los hombres, a la comunidad de los cristianos inserta en el mundo y en la historia y por ello abierta al diálogo con todas las personas de buena voluntad, en la búsqueda común de los gérmenes de verdad y de libertad  diseminados en el vasto campo de la humanidad. La dinámica de esta renovación  debe anclarse en los principios inmutables de la ley natural, impresa por Dios Creador en todas y cada una de sus criaturas (cf. Rm 2,14-15) e iluminada escatológicamente por Jesucristo.

 

Va  Vamos entonces por partes. La vida cristiana se realiza plenamente en la acción y se nos confían tareas muy claras en el desarrollo del Reino de Dios. Nos dice la Iglesia que La transformación de las relaciones sociales, según las exigencias del Reino de Dios, no está establecida de una vez por todas, en sus determinaciones concretas. Se trata, más bien,- dice – de una tarea confiada a la comunidad cristiana, que la debe elaborar y realizar a través de la reflexión y la praxis inspiradas en el Evangelio.

 

El criterio que nos debe guiar en nuestras relaciones sociales

 

Ten Temos pues tareas que hacer: nos encargan nada menos que la transformación de las relaciones sociales según las exigencias del Reino de Dios. Esta trasformación de las relaciones sociales, es mucho más que aprender a comportarnos según los libros de urbanidad y las conveniencias humanas. La tarea es transformar las relaciones sociales según las exigencias del Reino de Dios. Ese es el criterio que nos debe guiar en las relaciones con los demás: las exigencias del Reino de Dios. Se trata de una transformaciónmás difícil, porque exige más de nosotros, requiere humildad, disposición al perdón, en una palabra: amor cristiano. Y nos dice la Iglesia que esa transformación, no está establecida de una vez por todas, en sus determinaciones concretas; añade enseguida, que esa es nuestra tarea, pues dice: Se trata, más bien, de una tarea confiada a la comunidad cristiana, que la debe elaborar y realizar a través de la reflexión y la praxis inspiradas en el Evangelio.

 

Ten Temos que transformar las relaciones sociales. ¿Las de los demás? Bueno, es obvio que tenemos que empezar por transformar nuestras propias relaciones sociales. El mundo no cambia, si no empieza, cada uno de nosotros, por cambiar primero.

 

El trato a los demás es tan importante en la sociedad, que a las relaciones con los demás se les pone cada vez más atención, – por lo menos en teoría, – en las organizaciones civiles, y de modo particular en la vida empresarial. Claro que hay tántas cosas importantes, cuya trascendencia se reconoce sólo en la teoría, en la palabra, que se defiende en discursos y sólo eso no cambia nada. Yo creo que no hay gerente que en público no defienda las buenas relaciones que reinan en su empresa, aunque la realidad que vivan sus trabajadores, sea muchas veces distinta.

 

¿Qué es la Inteligencia Emocional?

 

Los psicólogos organizacionales acuñaron un nombre llamativo, para la habilidad en el manejo de las relaciones con los demás; la llaman Inteligencia Emocional. Hasta han elaborado escalas para medir el Cuociente de inteligencia emocional (E.Q), así como desde hace tiempos miden el cuociente intelectual (I.Q.).

 

Como en el mundo se respeta mucho al que se considera inteligente, con el nombre de Inteligencia Emocional quieren llamar la atención sobre personas que se respetan por sus conocimientos científicos, porque son expertos en áreas como las matemáticas y la física, muy hábiles en el manejo de términos y teorías económicas, pero que son muy poco hábiles en el manejo de las relaciones humanas. Y esas personas sufren y hacen sufrir a los demás, porque en la vida no podemos prescindir del trato con otras personas. Tenemos que interactuar permanentemente con otros.

 

En su vecindad siempre es clima frío

 

 

Hay varios libros con el título de Inteligencia Emocional, que venden millares de ejemplares; se realizan seminarios y talleres empresariales que pretenden cambiar, sobre todo, las relaciones entre los jefes y los colaboradores, porque la vida es más sana, más feliz, más productiva, si las relaciones entre la gente son humanas, son amables. Hay gente de trato frío, que seguramente en su interior también siente frío y necesita el calor de una mano amistosa para entrar en calor humano. En estos días, el escritor Eduardo Escobar, dedicó su columna en El Tiempo a un político de nuestro país y dijo algo que me estremeció; describió así en su columna un encuentro con ese personaje: “Me pareció una de esas personas en cuya vecindad siempre es clima frío. Y uno está contento de no contarlas entre sus amigos.”[1]

Para el cristiano la regla de oro

 

Antes de acuñar la terminología de la inteligencia emocional se hablaba de inteligencia social. Para los cristianos estas nuevas ideas deberían ser tan viejas como el Evangelio, pero su fundamento no es la conveniencia humana de llevarnos bien con los otros. La Regla de Oro, que expresa el deseo universal de comunión y solidaridad, [2] es una norma práctica que puede guiar la conducta del inteligente emocional de todas las culturas, pero su fundamento más profundo o su máxima expresión está en el amor cristiano, el del Mandamiento Nuevo que nos dio Jesús en la Última Cena. A los cristianos no nos debería ser necesario asistir a talleres para desarrollar la inteligencia emocional, sin embargo en la práctica los necesitamos, porque sabemos de memoria textos del Evangelio, tenemos a flor de labio las bienaventuranzas y las palabras del Señor en el Juicio Final sobre el trato a los demás, que Él toma como un trato, bueno o malo a Él mismo, pero no siempre aplicamos el Evangelio en nuestra vida. Reflexionamos sobre eso para los otros, no para nosotros mismos. Como si eso no fuera con nosotros, como si nosotros viviéramos en otra dimensión…

A la gente que se mueve en el mundo de la empresa, la motiva más a cambiar sus relaciones humanas, si se le dice que si mejora su inteligencia emocional va a tener más éxito, va a ser mejor vendedor, va a ser un jefe más respetado, se va a sentir más satisfecha y va a obtener mejores ascensos y eso se reflejará en mejores resultados económicos.

 

 

El abrazo puñalada

 

 

Ante esas perspectivas, algunos se predisponen para entender mejor y aceptar que es importante en un buen jefe tener en cuenta los sentimientos de los demás: las alegrías, las tristezas, los miedos; que tienen que controlar sus impulsos, su impaciencia, su agresividad y su mal genio, que tienen que ser cuidadosos en el uso del lenguaje, porque a veces hieren; que tienen que examinar cómo es su trato a los demás; entienden entonces qué es eso de la empatía, de la compasión; hasta se asesoran de expertos en relaciones públicas y se empiezan a interesar por la delicadeza y a entender lo esencial de la justicia y la equidad. Lo malo es que si esos cambios son sólo superficiales, si son sólo por conveniencia, los demás perciben que allí no hay sinceridad, que los cimientos son falsos, y se cae el tinglado.

Recuerdo que algún personaje de quien estuve cerca, en alguno de mis trabajos, tenía la costumbre de recibir a su gente echándole el brazo al hombro, en un aparente afectuoso abrazo, pero la gente que lo conocía, y había sufrido su maltrato, decía que su abrazo era el de la puñalada por la espalda. Es triste, pero a veces sucede…

 

Un cambio de actitud tiene que ser de adentro. Por eso la Iglesia nos propone la tarea de transformar las relaciones sociales según las exigencias del Reino de Dios, no según las exigencias del mundo de los negocios. Esta transformación, según las exigencias del Reino de Dios, es más difícil y toma tiempo. Y la Iglesia nos orienta sobre el criterio que debe guiar esa transformación, cuando nos dice que se debe elaborar y realizar a través de la reflexión y la praxis inspiradas en el Evangelio.

Siempre que nos mencionan la palabra praxis, recordemos que es lo mismo que práctica, en oposición a teoría. De manera que tenemos que reflexionar, o mejor, meditar, porque se trata de una reflexión inspirada en el Evangelio. Y no nos debemos quedar en la meditación para nosotros solos, tenemos que aterrizar, bajar de las alturas de la meditación a la práctica, a la acción que el Evangelio nos inspire.

 

VER, JUZGAR, ACTUAR

 

 

Hace muchos años, el Cardenal belga Joseph Cardijn, fundador del Movimiento de Jóvenes Trabajadores, ideó una metodología que se convirtió en la preferida de los movimientos de Acción Católica. Es una metodología que todavía la Iglesia propone.[3] Recuerdo que la utilizábamos en nuestras reuniones de la Congregación Mariana a la que pertenecí en mi juventud. Es el método de Ver, Juzgar, Actuar, que permite examinar con cuidado las situaciones, analizarlas a la luz del Evangelio y proponer acciones para solucionar los problemas o mejorar las condiciones de que se trate. En nuestro caso, llevábamos a la reunión las situaciones que vivíamos en la familia, en el colegio, con nuestros amigos; tratábamos de clarificarlas para tener una visión objetiva de ellas, y las examinábamos a la luz del Evangelio. Para no quedarnos sólo en la reflexión personal, proponíamos un plan de acción para vivir la Palabra de Dios. Ese plan se evaluaba en una reunión posterior, para ver sus resultados.

 

Ver, Juzgar, Actuar es un buen método, sencillo, práctico, que nos ayuda a organizar nuestro pensamiento y procura que no nos quedemos sólo en buenas intenciones. Después de Actuar tiene que haber un examen para ver los resultados de las acciones decididas, y corregir el rumbo si es necesario. Si no examinamos para dónde vamos, si vamos bien o mal, podemos acabar llegando a donde no queremos ir. Hay que tener claro el destino e ir examinando si llevamos el camino que nos conduce a él.

 

Tra Tratamos hoy nada menos que de nuestra tarea de realizar la transformación de las relaciones sociales, pero no una transformación superficial, que apenas maquille la piel. Se trata de cambiar en profundidad, de cambiar el corazón de piedra por un corazón de carne. Por eso, este tema no permite que nos quedemos en las palabras, ni sólo un poquito más adentro, en una reflexión pasiva, sino que por la meditación a la luz del Evangelio, tenemos que aprender a amar de verdad, como Cristo nos ama, y eso implica llegar a la práctica, inspirada por el Evangelio, que no es sólo frases: es Palabra en el sentido de Verbo, que nos indica acción, movimiento. El verbo, nos decían en las clases de lenguaje, indica lo que alguien hace, dice, piensa. Cuando consideramos la función del verbo en nuestro idioma, pensamos en acción. En ese sentido podemos decir que el Evangelio, la Palabra, es acción. Nadie ha sido más acción que El Verbo encarnado en Jesucristo.

 

Y, ¿cómo deben ser las relaciones sociales inspiradas en el Evangelio? Es fácil decirlo, es fácil leerlo en el texto sagrado, pero sin la gracia de Dios, las relaciones sociales a lo cristiano son muy difíciles o imposibles de realizar, porque implican el amor de verdad, el perdón a los enemigos, la misericordia, y eso supone profunda humildad, para aceptar nuestras equivocaciones y nuestra necesidad de cambiar. Es indispensable por eso, permanecer unidos a Cristo con la oración y una intensa vida sacramental. Si permanecemos unidos a Él, cobra sentido la pregunta en nuestra vida diaria: ¿qué haría Jesús? o también, ¿qué quiere Jesús que haga en estas circunstancias? Porque estaremos de verdad dispuestos a escucharlo y a actuar en consecuencia.

 

Gérmenes de verdad y de libertad diseminados en el vasto campo de la humanidad

 

En esta labor necesitamos que actúe en nosotros el Espíritu Santo. Por eso, la segunda parte del N° 53 del Compendio, que estamos estudiando, continúa así:

Es el mismo Espíritu del Señor, que conduce al pueblo de Dios y a la vez llena el universo,[4] el que inspira, en cada momento, soluciones nuevas y actuales a la creatividad responsable de los hombres,[5] a la comunidad de los cristianos inserta en el mundo y en la historia y por ello abierta al diálogo con todas las personas de buena voluntad, en la búsqueda común de los gérmenes de verdad y de libertad diseminados en el vasto campo de la humanidad. La dinámica de esta renovación debe anclarse en los principios inmutables de la ley natural, impresa por Dios Creador en todas y cada una de sus criaturas (cf. Rm 2,14-15) e iluminada escatológicamente por Jesucristo.

 

En esas densas líneas, la Iglesia cita una vez más la Constitución Pastoral Gaudium et spes, que nos habla de la Iglesia en el mundo actual, y también de la vocación del hombre en el mundo. Una vocación, una misión, que se comprende a la luz de la fe. La fe nos hace comprender que la vocación del hombre es religiosa, y por lo mismo plenamente humana. Lo religioso no nos hace menos humanos; al contrario, como lo religioso se refiere a la relación del hombre con su Creador, que lo hizo a su imagen y semejanza, el hombre se considera en su integridad, si se tiene en cuenta su origen divino; – el hombre se realiza con más plenitud como hombre, si actúa en su vida social como debe ser: como debe hacerlo alguien, que es imagen de Dios.

Se quiere quitar a Dios de en medio

 

 

Vivimos aparentemente en permanente contradicción: somos polvo, materia, pero también espíritu. Ser humano es ser las dos cosas. Y somos caídos, pero redimidos. Y si el pecado nos incita a obrar como el hombre viejo, el Espíritu nos anima a vivir como el hombre nuevo, renovado en Cristo.

El mundo en que vivimos es complicado, a veces nos sentimos confundidos ante los acontecimientos. Parece que se quisiera quitar a Dios de en medio. ¿Quién se hubiera imaginado que en Colombia, en pleno siglo XXI, un juez se atrevería a ordenar la detención de un Obispo, porque no daba una explicación sobre la exclusión de su seminario, de un estudiante no apto para el sacerdocio?[6] Pareciera que Dios estuviera perdiendo en este juego de fuerzas. El Compendio nos remite aquí, a la Carta Apostólica Octogesima Adveniens, de Pablo VI, un documento que tiene características de acento práctico, como guía de nuestro comportamiento en la sociedad contemporánea. Nos dice, como acabamos de leer, que el Espíritu Santo inspira, en cada momento, soluciones nuevas y actuales a la creatividad responsable de los hombres.

 

 

El renacimiento de las utopías: un mundo imaginario en el que

se puede ignorar la responsabilidad

Pablo VI habla en su carta del renacimiento de las utopías. El mundo, desilusionado de las ideologías como el socialismo y el capitalismo, se refugia en un mundo imaginario, para no responder a las responsabilidades inmediatas que tiene que enfrentar. Los medios de comunicación venden ese mundo imaginario, en el cual las dificultades no se deben resolver sino ignorar, obrar como si no existieran y como si nuestras acciones no tuvieran consecuencias después.

 

En este mundo complejo estamos insertos los cristianos y tenemos una misión; para cumplirla, necesitamos, – nos dice la Iglesia, – que el Espíritu inspire soluciones nuevas y actuales a la creatividad responsable de los hombres, a la comunidad de los cristianos inserta en el mundo y en la historia y por ello abierta al diálogo con todas las personas de buena voluntad, en la búsqueda común de los gérmenes de verdad y de libertad diseminados en el vasto campo de la humanidad.

 

Para la transformación de la sociedad se necesita la unión de todas las personas de buena voluntad. Hay gérmenes de verdad y libertad diseminados en el vasto campo de la humanidad, nos dice la Iglesia. A veces se escuchan voces contra el ecumenismo, y ese no es el sentir de la Iglesia. A este respecto, nos ayuda tener en cuenta esa cita que el Compendio trae de Juan Pablo II, quien en la encíclica Redemptor hominis en el N° 11 dice:

« Justamente los Padres de la Iglesia veían en las distintas religiones como otros tantos reflejos de una única verdad “como gérmenes del Verbo”, los cuales testimonian que, aunque por diversos caminos, está dirigida sin embargo en una única dirección la más profunda aspiración del espíritu humano ».

 

También, a veces, quisiéramos unanimismo en la política y no es posible. Tenemos que leer la Octogesima adveniens, de Pablo VI, para orientarnos de modo conveniente. Lo importante, – cada vez más importante, – es que, como dice Pablo VI en el N° 26 de esa carta Octogesima adveniens: El cristiano que quiere vivir su fe en una acción política concebida como servicio, no puede adherirse, sin contradecirse a sí mismo, a sistemas ideológicos que se oponen, radicalmente o en puntos sustanciales, a su fe y a su concepción del hombre. Son palabras textuales de Pablo VI.

 

Nuestro papel en la renovación de la sociedad, en la renovación de las relaciones sociales, no es sencillo, tenemos que prepararnos y pedir la ayuda del Espíritu Santo, para no dar pasos en falso. Cuando sigamos algún movimiento político, estemos atentos a ver si sus ideas, sus políticas, sus caminos, se oponen o no a puntos esenciales de nuestra fe y a la concepción cristiana del hombre. Finalmente, si la renovación de la sociedad que proponen, está fundada en los principios inmutables de la ley natural, impresa por Dios Creador en todas y cada una de sus criaturas (cf. Rm 2,14-15) e iluminada por Jesucristo. Hasta allí nuestra reflexión sobre el N° 53.

 

 

La medida y regla de las relaciones humanas

 

 

Ahora sigamos con el N° 54, que dice así:

Jesucristo revela que « Dios es amor » (1 Jn 4,8) y nos enseña que « la ley fundamental de la perfección humana, y, por tanto, de la transformación del mundo, es el mandamiento nuevo del amor. Así, pues, a los que creen en la caridad divina les da la certeza de que abrir a todos los hombres los caminos del amor y esforzarse por instaurar la fraternidad universal no son cosas inútiles ».[7]

Esta ley está llamada a convertirse en medida y regla última de todas las dinámicas conforme a las que se desarrollan las relaciones humanas. En síntesis, es el mismo misterio de Dios, el Amor trinitario, que funda el significado y el valor de la persona, de la sociabilidad y del actuar del hombre en el mundo, en cuanto que ha sido revelado y participado a la humanidad, por medio de Jesucristo, en su Espíritu.

 

Estas palabras del Compendio, son la mejor conclusión para nuestra reflexión de hoy. La Iglesia insiste en que es el amor la ley fundamental de la transformación del mundo. No hay estrategia que pueda superar al amor. Leamos de nuevo ese último párrafo del N° 54; nos dice que el amor está llamado a convertirse en medida y regla última de todas las dinámicas conforme a las que se desarrollan las relaciones humanas.Y añade que el significado y el valor de la persona, de la sociabilidad y del actuar del hombre en el mundo es el Amor trinitario, ese es el amor que se da en las relaciones entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo en cuanto que ha sido revelado y participado a la humanidad, por medio de Jesucristo, en su Espíritu.

 

Estamos llamados a una vida de amor, que no se entiende sino a la luz del Evangelio. Que no se puede vivir, sino en unión con Dios por la oración y los sacramentos.

 

Fernando Díaz del Castillo Z.

ESCRÍBANOS A: reflexionesdsi@gmail.com



[1]Eduardo Escobar, en su columna Contravía, “Un error de cálculo”, refiriéndose a Gustavo Petro, El Tiempo, martes 24 de abril de 2007, 1-23

[2]En las Reflexiones6  y 7, de marzo de 2006 decíamos: Otro punto que nos explica el Nº 20 del Compendio, es que (…) la comunión en que deberíamos vivir, es algo que todos deseamos y esperamos de los demás, en lo más íntimo, y la aceptación universal de esa actitud hacia los demás, se refleja en la llamada Regla de Oro, tomada en el cristianismo del Evangelio según San Mateo 7,12 y que dice: Todo cuanto queráis que os hagan los hombres, hacédselo también vosotros a ellos. Nos dice el Compendio que es tan universal esta regla, que se encuentra en todas las culturas, aunque no se exprese exactamente con las mismas palabras. De todos modos, el sentido que se da a la frase coincide en todas. Como prueba, leímos en la Reflexión 6 la formulación de la Regla de Oro, en 6 grandes religiones además del cristianismo.

[3]VER, JUZGAR, ACTUAR es la metodología  utiizada en muchos documentos del magisterio. Véase por ejemplo Octogesima adveniens, de Pablo VI, en el N° 4, o el documento “Testigos de Esperanza”,de la Conferencia Episcopal de Colombia, de julio de 2005; es también la misma  metodología, aunque no se mencione, de la Constitución Pastoral Gaudium et spes y la de los documentos de Medellín y Puebla. Esta metodología busca comprender la realidad de manera objetiva, analizarla o “juzgarla” a la luz del Evangelio y actuar de acuerdo con lo que indique el análisis a la luz del Evangelio.

[4] Concilio Vaticano II, Gaudium et spes, 11

[5]Pablo VI, Octogesima adveniens, 37

[6] Una juez de Manizales aceptó una tutela de un ex seminarista y ordenó tres días de arresto del Arzobispo por no haber explicado a ese estudiante por qué lo había excluido del seminario.

[7] Concilio Vaticano II, Const. Past. Gaudium et spes, 38