Reflexión 56 Abri 26 2007

Compendio de la D.S.I. Nº 52-53

 

Las Reflexiones que se publican aquí son originalmente programas transmitidos por Radio María de Colombia. Son reflexiones sobre la Doctrina Social de la Iglesia, expuesta en el Compendio, publicado por la Santa Sede. Usted puede escucharlos los jueves a las 9:00 a.m., hora de Colombia. También puede sintonizar la radio por internet en www.radiomariacol.org

En la columna azul, a la derecha, en “Categorías”, encuentra en orden todos los programas, según la numeración del libro “Compendio de la D.S.I.” Con un clic usted elige.

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La Doctrina Social de la Iglesia es la doctrina sobre las relaciones entre los seres humanos, según el Evangelio.

La Iglesia de Dios y la renovación de las relaciones sociales (III)

La reflexión anterior la dedicamos a repasar el N° 52 del Compendio de la D.S.I., que empieza el tema sobre la Iglesia y su papel en la renovación de las relaciones sociales. Hoy vamos a retomar el N° 53, que sigue el desarrollo de esta materia y que ya habíamos empezado a comentar. Todo esto hace parte del tema de la misión de la Iglesia  de acuerdo con los planes de Dios, su fundador, que se encuentra bajo el título: Designio de Dios y Misión de la Iglesia. Hagamos entonces nuestro repaso. El N° 53 del Compendio, dice así:

La transformación de las relaciones sociales, según las exigencias del Reino de Dios, no está establecida de una vez por todas, en sus determinaciones concretas. Se trata, más bien, de una tarea confiada a la comunidad cristiana, que la debe elaborar y realizar a través de la reflexión y la praxis / inspiradas en el Evangelio.

Es el mismo Espíritu del Señor, que conduce al pueblo de Dios y a la vez llena el universo, el que inspira, en cada momento, soluciones nuevas y actuales a la creatividad responsable de los hombres, a la comunidad de los cristianos inserta en el mundo y en la historia y por ello abierta al diálogo con todas las personas de buena voluntad, en la búsqueda común de los gérmenes de verdad y de libertad  diseminados en el vasto campo de la humanidad. La dinámica de esta renovación  debe anclarse en los principios inmutables de la ley natural, impresa por Dios Creador en todas y cada una de sus criaturas (cf. Rm 2,14-15) e iluminada escatológicamente por Jesucristo.

 

Va  Vamos entonces por partes. La vida cristiana se realiza plenamente en la acción y se nos confían tareas muy claras en el desarrollo del Reino de Dios. Nos dice la Iglesia que La transformación de las relaciones sociales, según las exigencias del Reino de Dios, no está establecida de una vez por todas, en sus determinaciones concretas. Se trata, más bien,- dice – de una tarea confiada a la comunidad cristiana, que la debe elaborar y realizar a través de la reflexión y la praxis inspiradas en el Evangelio.

 

El criterio que nos debe guiar en nuestras relaciones sociales

 

Ten Temos pues tareas que hacer: nos encargan nada menos que la transformación de las relaciones sociales según las exigencias del Reino de Dios. Esta trasformación de las relaciones sociales, es mucho más que aprender a comportarnos según los libros de urbanidad y las conveniencias humanas. La tarea es transformar las relaciones sociales según las exigencias del Reino de Dios. Ese es el criterio que nos debe guiar en las relaciones con los demás: las exigencias del Reino de Dios. Se trata de una transformaciónmás difícil, porque exige más de nosotros, requiere humildad, disposición al perdón, en una palabra: amor cristiano. Y nos dice la Iglesia que esa transformación, no está establecida de una vez por todas, en sus determinaciones concretas; añade enseguida, que esa es nuestra tarea, pues dice: Se trata, más bien, de una tarea confiada a la comunidad cristiana, que la debe elaborar y realizar a través de la reflexión y la praxis inspiradas en el Evangelio.

 

Ten Temos que transformar las relaciones sociales. ¿Las de los demás? Bueno, es obvio que tenemos que empezar por transformar nuestras propias relaciones sociales. El mundo no cambia, si no empieza, cada uno de nosotros, por cambiar primero.

 

El trato a los demás es tan importante en la sociedad, que a las relaciones con los demás se les pone cada vez más atención, – por lo menos en teoría, – en las organizaciones civiles, y de modo particular en la vida empresarial. Claro que hay tántas cosas importantes, cuya trascendencia se reconoce sólo en la teoría, en la palabra, que se defiende en discursos y sólo eso no cambia nada. Yo creo que no hay gerente que en público no defienda las buenas relaciones que reinan en su empresa, aunque la realidad que vivan sus trabajadores, sea muchas veces distinta.

 

¿Qué es la Inteligencia Emocional?

 

Los psicólogos organizacionales acuñaron un nombre llamativo, para la habilidad en el manejo de las relaciones con los demás; la llaman Inteligencia Emocional. Hasta han elaborado escalas para medir el Cuociente de inteligencia emocional (E.Q), así como desde hace tiempos miden el cuociente intelectual (I.Q.).

 

Como en el mundo se respeta mucho al que se considera inteligente, con el nombre de Inteligencia Emocional quieren llamar la atención sobre personas que se respetan por sus conocimientos científicos, porque son expertos en áreas como las matemáticas y la física, muy hábiles en el manejo de términos y teorías económicas, pero que son muy poco hábiles en el manejo de las relaciones humanas. Y esas personas sufren y hacen sufrir a los demás, porque en la vida no podemos prescindir del trato con otras personas. Tenemos que interactuar permanentemente con otros.

 

En su vecindad siempre es clima frío

 

 

Hay varios libros con el título de Inteligencia Emocional, que venden millares de ejemplares; se realizan seminarios y talleres empresariales que pretenden cambiar, sobre todo, las relaciones entre los jefes y los colaboradores, porque la vida es más sana, más feliz, más productiva, si las relaciones entre la gente son humanas, son amables. Hay gente de trato frío, que seguramente en su interior también siente frío y necesita el calor de una mano amistosa para entrar en calor humano. En estos días, el escritor Eduardo Escobar, dedicó su columna en El Tiempo a un político de nuestro país y dijo algo que me estremeció; describió así en su columna un encuentro con ese personaje: “Me pareció una de esas personas en cuya vecindad siempre es clima frío. Y uno está contento de no contarlas entre sus amigos.”[1]

Para el cristiano la regla de oro

 

Antes de acuñar la terminología de la inteligencia emocional se hablaba de inteligencia social. Para los cristianos estas nuevas ideas deberían ser tan viejas como el Evangelio, pero su fundamento no es la conveniencia humana de llevarnos bien con los otros. La Regla de Oro, que expresa el deseo universal de comunión y solidaridad, [2] es una norma práctica que puede guiar la conducta del inteligente emocional de todas las culturas, pero su fundamento más profundo o su máxima expresión está en el amor cristiano, el del Mandamiento Nuevo que nos dio Jesús en la Última Cena. A los cristianos no nos debería ser necesario asistir a talleres para desarrollar la inteligencia emocional, sin embargo en la práctica los necesitamos, porque sabemos de memoria textos del Evangelio, tenemos a flor de labio las bienaventuranzas y las palabras del Señor en el Juicio Final sobre el trato a los demás, que Él toma como un trato, bueno o malo a Él mismo, pero no siempre aplicamos el Evangelio en nuestra vida. Reflexionamos sobre eso para los otros, no para nosotros mismos. Como si eso no fuera con nosotros, como si nosotros viviéramos en otra dimensión…

A la gente que se mueve en el mundo de la empresa, la motiva más a cambiar sus relaciones humanas, si se le dice que si mejora su inteligencia emocional va a tener más éxito, va a ser mejor vendedor, va a ser un jefe más respetado, se va a sentir más satisfecha y va a obtener mejores ascensos y eso se reflejará en mejores resultados económicos.

 

 

El abrazo puñalada

 

 

Ante esas perspectivas, algunos se predisponen para entender mejor y aceptar que es importante en un buen jefe tener en cuenta los sentimientos de los demás: las alegrías, las tristezas, los miedos; que tienen que controlar sus impulsos, su impaciencia, su agresividad y su mal genio, que tienen que ser cuidadosos en el uso del lenguaje, porque a veces hieren; que tienen que examinar cómo es su trato a los demás; entienden entonces qué es eso de la empatía, de la compasión; hasta se asesoran de expertos en relaciones públicas y se empiezan a interesar por la delicadeza y a entender lo esencial de la justicia y la equidad. Lo malo es que si esos cambios son sólo superficiales, si son sólo por conveniencia, los demás perciben que allí no hay sinceridad, que los cimientos son falsos, y se cae el tinglado.

Recuerdo que algún personaje de quien estuve cerca, en alguno de mis trabajos, tenía la costumbre de recibir a su gente echándole el brazo al hombro, en un aparente afectuoso abrazo, pero la gente que lo conocía, y había sufrido su maltrato, decía que su abrazo era el de la puñalada por la espalda. Es triste, pero a veces sucede…

 

Un cambio de actitud tiene que ser de adentro. Por eso la Iglesia nos propone la tarea de transformar las relaciones sociales según las exigencias del Reino de Dios, no según las exigencias del mundo de los negocios. Esta transformación, según las exigencias del Reino de Dios, es más difícil y toma tiempo. Y la Iglesia nos orienta sobre el criterio que debe guiar esa transformación, cuando nos dice que se debe elaborar y realizar a través de la reflexión y la praxis inspiradas en el Evangelio.

Siempre que nos mencionan la palabra praxis, recordemos que es lo mismo que práctica, en oposición a teoría. De manera que tenemos que reflexionar, o mejor, meditar, porque se trata de una reflexión inspirada en el Evangelio. Y no nos debemos quedar en la meditación para nosotros solos, tenemos que aterrizar, bajar de las alturas de la meditación a la práctica, a la acción que el Evangelio nos inspire.

 

VER, JUZGAR, ACTUAR

 

 

Hace muchos años, el Cardenal belga Joseph Cardijn, fundador del Movimiento de Jóvenes Trabajadores, ideó una metodología que se convirtió en la preferida de los movimientos de Acción Católica. Es una metodología que todavía la Iglesia propone.[3] Recuerdo que la utilizábamos en nuestras reuniones de la Congregación Mariana a la que pertenecí en mi juventud. Es el método de Ver, Juzgar, Actuar, que permite examinar con cuidado las situaciones, analizarlas a la luz del Evangelio y proponer acciones para solucionar los problemas o mejorar las condiciones de que se trate. En nuestro caso, llevábamos a la reunión las situaciones que vivíamos en la familia, en el colegio, con nuestros amigos; tratábamos de clarificarlas para tener una visión objetiva de ellas, y las examinábamos a la luz del Evangelio. Para no quedarnos sólo en la reflexión personal, proponíamos un plan de acción para vivir la Palabra de Dios. Ese plan se evaluaba en una reunión posterior, para ver sus resultados.

 

Ver, Juzgar, Actuar es un buen método, sencillo, práctico, que nos ayuda a organizar nuestro pensamiento y procura que no nos quedemos sólo en buenas intenciones. Después de Actuar tiene que haber un examen para ver los resultados de las acciones decididas, y corregir el rumbo si es necesario. Si no examinamos para dónde vamos, si vamos bien o mal, podemos acabar llegando a donde no queremos ir. Hay que tener claro el destino e ir examinando si llevamos el camino que nos conduce a él.

 

Tra Tratamos hoy nada menos que de nuestra tarea de realizar la transformación de las relaciones sociales, pero no una transformación superficial, que apenas maquille la piel. Se trata de cambiar en profundidad, de cambiar el corazón de piedra por un corazón de carne. Por eso, este tema no permite que nos quedemos en las palabras, ni sólo un poquito más adentro, en una reflexión pasiva, sino que por la meditación a la luz del Evangelio, tenemos que aprender a amar de verdad, como Cristo nos ama, y eso implica llegar a la práctica, inspirada por el Evangelio, que no es sólo frases: es Palabra en el sentido de Verbo, que nos indica acción, movimiento. El verbo, nos decían en las clases de lenguaje, indica lo que alguien hace, dice, piensa. Cuando consideramos la función del verbo en nuestro idioma, pensamos en acción. En ese sentido podemos decir que el Evangelio, la Palabra, es acción. Nadie ha sido más acción que El Verbo encarnado en Jesucristo.

 

Y, ¿cómo deben ser las relaciones sociales inspiradas en el Evangelio? Es fácil decirlo, es fácil leerlo en el texto sagrado, pero sin la gracia de Dios, las relaciones sociales a lo cristiano son muy difíciles o imposibles de realizar, porque implican el amor de verdad, el perdón a los enemigos, la misericordia, y eso supone profunda humildad, para aceptar nuestras equivocaciones y nuestra necesidad de cambiar. Es indispensable por eso, permanecer unidos a Cristo con la oración y una intensa vida sacramental. Si permanecemos unidos a Él, cobra sentido la pregunta en nuestra vida diaria: ¿qué haría Jesús? o también, ¿qué quiere Jesús que haga en estas circunstancias? Porque estaremos de verdad dispuestos a escucharlo y a actuar en consecuencia.

 

Gérmenes de verdad y de libertad diseminados en el vasto campo de la humanidad

 

En esta labor necesitamos que actúe en nosotros el Espíritu Santo. Por eso, la segunda parte del N° 53 del Compendio, que estamos estudiando, continúa así:

Es el mismo Espíritu del Señor, que conduce al pueblo de Dios y a la vez llena el universo,[4] el que inspira, en cada momento, soluciones nuevas y actuales a la creatividad responsable de los hombres,[5] a la comunidad de los cristianos inserta en el mundo y en la historia y por ello abierta al diálogo con todas las personas de buena voluntad, en la búsqueda común de los gérmenes de verdad y de libertad diseminados en el vasto campo de la humanidad. La dinámica de esta renovación debe anclarse en los principios inmutables de la ley natural, impresa por Dios Creador en todas y cada una de sus criaturas (cf. Rm 2,14-15) e iluminada escatológicamente por Jesucristo.

 

En esas densas líneas, la Iglesia cita una vez más la Constitución Pastoral Gaudium et spes, que nos habla de la Iglesia en el mundo actual, y también de la vocación del hombre en el mundo. Una vocación, una misión, que se comprende a la luz de la fe. La fe nos hace comprender que la vocación del hombre es religiosa, y por lo mismo plenamente humana. Lo religioso no nos hace menos humanos; al contrario, como lo religioso se refiere a la relación del hombre con su Creador, que lo hizo a su imagen y semejanza, el hombre se considera en su integridad, si se tiene en cuenta su origen divino; – el hombre se realiza con más plenitud como hombre, si actúa en su vida social como debe ser: como debe hacerlo alguien, que es imagen de Dios.

Se quiere quitar a Dios de en medio

 

 

Vivimos aparentemente en permanente contradicción: somos polvo, materia, pero también espíritu. Ser humano es ser las dos cosas. Y somos caídos, pero redimidos. Y si el pecado nos incita a obrar como el hombre viejo, el Espíritu nos anima a vivir como el hombre nuevo, renovado en Cristo.

El mundo en que vivimos es complicado, a veces nos sentimos confundidos ante los acontecimientos. Parece que se quisiera quitar a Dios de en medio. ¿Quién se hubiera imaginado que en Colombia, en pleno siglo XXI, un juez se atrevería a ordenar la detención de un Obispo, porque no daba una explicación sobre la exclusión de su seminario, de un estudiante no apto para el sacerdocio?[6] Pareciera que Dios estuviera perdiendo en este juego de fuerzas. El Compendio nos remite aquí, a la Carta Apostólica Octogesima Adveniens, de Pablo VI, un documento que tiene características de acento práctico, como guía de nuestro comportamiento en la sociedad contemporánea. Nos dice, como acabamos de leer, que el Espíritu Santo inspira, en cada momento, soluciones nuevas y actuales a la creatividad responsable de los hombres.

 

 

El renacimiento de las utopías: un mundo imaginario en el que

se puede ignorar la responsabilidad

Pablo VI habla en su carta del renacimiento de las utopías. El mundo, desilusionado de las ideologías como el socialismo y el capitalismo, se refugia en un mundo imaginario, para no responder a las responsabilidades inmediatas que tiene que enfrentar. Los medios de comunicación venden ese mundo imaginario, en el cual las dificultades no se deben resolver sino ignorar, obrar como si no existieran y como si nuestras acciones no tuvieran consecuencias después.

 

En este mundo complejo estamos insertos los cristianos y tenemos una misión; para cumplirla, necesitamos, – nos dice la Iglesia, – que el Espíritu inspire soluciones nuevas y actuales a la creatividad responsable de los hombres, a la comunidad de los cristianos inserta en el mundo y en la historia y por ello abierta al diálogo con todas las personas de buena voluntad, en la búsqueda común de los gérmenes de verdad y de libertad diseminados en el vasto campo de la humanidad.

 

Para la transformación de la sociedad se necesita la unión de todas las personas de buena voluntad. Hay gérmenes de verdad y libertad diseminados en el vasto campo de la humanidad, nos dice la Iglesia. A veces se escuchan voces contra el ecumenismo, y ese no es el sentir de la Iglesia. A este respecto, nos ayuda tener en cuenta esa cita que el Compendio trae de Juan Pablo II, quien en la encíclica Redemptor hominis en el N° 11 dice:

« Justamente los Padres de la Iglesia veían en las distintas religiones como otros tantos reflejos de una única verdad “como gérmenes del Verbo”, los cuales testimonian que, aunque por diversos caminos, está dirigida sin embargo en una única dirección la más profunda aspiración del espíritu humano ».

 

También, a veces, quisiéramos unanimismo en la política y no es posible. Tenemos que leer la Octogesima adveniens, de Pablo VI, para orientarnos de modo conveniente. Lo importante, – cada vez más importante, – es que, como dice Pablo VI en el N° 26 de esa carta Octogesima adveniens: El cristiano que quiere vivir su fe en una acción política concebida como servicio, no puede adherirse, sin contradecirse a sí mismo, a sistemas ideológicos que se oponen, radicalmente o en puntos sustanciales, a su fe y a su concepción del hombre. Son palabras textuales de Pablo VI.

 

Nuestro papel en la renovación de la sociedad, en la renovación de las relaciones sociales, no es sencillo, tenemos que prepararnos y pedir la ayuda del Espíritu Santo, para no dar pasos en falso. Cuando sigamos algún movimiento político, estemos atentos a ver si sus ideas, sus políticas, sus caminos, se oponen o no a puntos esenciales de nuestra fe y a la concepción cristiana del hombre. Finalmente, si la renovación de la sociedad que proponen, está fundada en los principios inmutables de la ley natural, impresa por Dios Creador en todas y cada una de sus criaturas (cf. Rm 2,14-15) e iluminada por Jesucristo. Hasta allí nuestra reflexión sobre el N° 53.

 

 

La medida y regla de las relaciones humanas

 

 

Ahora sigamos con el N° 54, que dice así:

Jesucristo revela que « Dios es amor » (1 Jn 4,8) y nos enseña que « la ley fundamental de la perfección humana, y, por tanto, de la transformación del mundo, es el mandamiento nuevo del amor. Así, pues, a los que creen en la caridad divina les da la certeza de que abrir a todos los hombres los caminos del amor y esforzarse por instaurar la fraternidad universal no son cosas inútiles ».[7]

Esta ley está llamada a convertirse en medida y regla última de todas las dinámicas conforme a las que se desarrollan las relaciones humanas. En síntesis, es el mismo misterio de Dios, el Amor trinitario, que funda el significado y el valor de la persona, de la sociabilidad y del actuar del hombre en el mundo, en cuanto que ha sido revelado y participado a la humanidad, por medio de Jesucristo, en su Espíritu.

 

Estas palabras del Compendio, son la mejor conclusión para nuestra reflexión de hoy. La Iglesia insiste en que es el amor la ley fundamental de la transformación del mundo. No hay estrategia que pueda superar al amor. Leamos de nuevo ese último párrafo del N° 54; nos dice que el amor está llamado a convertirse en medida y regla última de todas las dinámicas conforme a las que se desarrollan las relaciones humanas.Y añade que el significado y el valor de la persona, de la sociabilidad y del actuar del hombre en el mundo es el Amor trinitario, ese es el amor que se da en las relaciones entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo en cuanto que ha sido revelado y participado a la humanidad, por medio de Jesucristo, en su Espíritu.

 

Estamos llamados a una vida de amor, que no se entiende sino a la luz del Evangelio. Que no se puede vivir, sino en unión con Dios por la oración y los sacramentos.

 

Fernando Díaz del Castillo Z.

ESCRÍBANOS A: reflexionesdsi@gmail.com



[1]Eduardo Escobar, en su columna Contravía, “Un error de cálculo”, refiriéndose a Gustavo Petro, El Tiempo, martes 24 de abril de 2007, 1-23

[2]En las Reflexiones6  y 7, de marzo de 2006 decíamos: Otro punto que nos explica el Nº 20 del Compendio, es que (…) la comunión en que deberíamos vivir, es algo que todos deseamos y esperamos de los demás, en lo más íntimo, y la aceptación universal de esa actitud hacia los demás, se refleja en la llamada Regla de Oro, tomada en el cristianismo del Evangelio según San Mateo 7,12 y que dice: Todo cuanto queráis que os hagan los hombres, hacédselo también vosotros a ellos. Nos dice el Compendio que es tan universal esta regla, que se encuentra en todas las culturas, aunque no se exprese exactamente con las mismas palabras. De todos modos, el sentido que se da a la frase coincide en todas. Como prueba, leímos en la Reflexión 6 la formulación de la Regla de Oro, en 6 grandes religiones además del cristianismo.

[3]VER, JUZGAR, ACTUAR es la metodología  utiizada en muchos documentos del magisterio. Véase por ejemplo Octogesima adveniens, de Pablo VI, en el N° 4, o el documento “Testigos de Esperanza”,de la Conferencia Episcopal de Colombia, de julio de 2005; es también la misma  metodología, aunque no se mencione, de la Constitución Pastoral Gaudium et spes y la de los documentos de Medellín y Puebla. Esta metodología busca comprender la realidad de manera objetiva, analizarla o “juzgarla” a la luz del Evangelio y actuar de acuerdo con lo que indique el análisis a la luz del Evangelio.

[4] Concilio Vaticano II, Gaudium et spes, 11

[5]Pablo VI, Octogesima adveniens, 37

[6] Una juez de Manizales aceptó una tutela de un ex seminarista y ordenó tres días de arresto del Arzobispo por no haber explicado a ese estudiante por qué lo había excluido del seminario.

[7] Concilio Vaticano II, Const. Past. Gaudium et spes, 38