Reflexión 53 Marzo 29 2007

Las Reflexiones que se publican aquí son originalmente programas transmitidos por Radio María. Usted puede escucharlos los jueves a las 9:00 a.m., hora de Colombia. También puede sintonizar la radio por internet en www.radiomariacol.org

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Compendio de la D.S.I. Nº 51

 

El testimonio en la Misión de la Iglesia

Pidamos ayuda

 

Antes de comenzar, recojámonos un momento y oremos: Te agradecemos, Señor por esta oportunidad que nos das para estudiar tu doctrina. Te ofrecemos este rato de reflexión; y a ti Espíritu Santo, por intercesión de la Virgen María, te suplicamos que ilumines nuestro entendimiento y muevas nuestra voluntad, para que comprendamos rectamente y amemos la doctrina social de tu Iglesia, y danos la gracia que necesitamos tanto para vivir de acuerdo con ella.

Anunciar y comunicar el Evangelio y sus valores

En la reflexión anterior terminamos el estudio del N° 50 del Compendio, que nos explicó la misión de la Iglesia, al servicio del Reino de Dios. Vimos que la Iglesia tiene la misión de anunciar y comunicar el Evangelio de salvación  y de difundir en el mundo los valores evangélicos. Nos podríamos aprender esa frase tan corta y de tanto contenido. Quizás, si nos preguntan cuál es la misión de la Iglesia no la tengamos muy clara. Es una buena ayuda tener presente, que la Iglesia tiene la misión de anunciar y comunicar el Evangelio de salvación y difundir en el mundo los valores evangélicos. El mensaje de salvación, de la redención, el mensaje del Resucitado, los valores evangélicos.

La dimensión temporal, incompleta sin la Iglesia

Hay una frase en el N° 50 que merece especial atención, y que podríamos pasar por alto. Dediquémosle por eso, un rato. Dice que la dimensión temporal del Reino es incompleta, si no está en coordinación con el Reino de Cristo, presente en la Iglesia y en tensión hacia la plenitud escatológica. Tengamos presentes estas palabras claves: Dimensión temporal del Reino, – incompleta, -sin la Iglesia – y finalmente: tensión hacia la plenitud escatológica. Es decir que estamos en tensión mientras vamos en camino, que estamos sometidos a la acción de fuerzas opuestas que nos atraen.

El Reino de Dios, que como vimos es lo mismo que la salvación, tiene una dimensión temporal, porque se trata de la salvación de nosotros, los seres humanos que peregrinamos en la tierra, que vivimos en este momento histórico, en un lugar, con sus límites geográficos, su propia historia y su cultura. Somos parte de un país con su geografía particular, sus riquezas materiales, su gente, que es una amalgama de razas con sus propias historias, sus amores y sus odios, sus virtudes y sus defectos. Y además nos ha tocado vivir en un nuevo milenio, que marca un cambio de época, con todo lo que eso está significando: la confrontación del hombre consigo mismo, con los demás, con la creación, con la ciencia y aun con Dios.

¿Y qué tiene esto que ver con el Reino de Dios, con la salvación?

Tiene mucho que ver, porque el hombre que hay que salvar, es el hombre concreto de hoy, que conoce el progreso material que parece sin límites, que se deslumbra con lo que, con la ciencia, va descubriendo, que crece en conocimientos y desarrolla habilidades antes insospechadas, y que al mismo tiempo se debate en medio de las dificultades, la enfermedad, la pobreza, los interrogantes que no acierta a resolver, las dudas, el pecado de hoy. Por eso, en su dimensión temporal, El Reino está en tensión mientras está en desarrollo, mientras llega a la plenitud escatológica, que es el encuentro definitivo con Dios.

El Reino está pues, en construcción. Para construir la obra del Reino, que es divina y también es humana, necesitamos herramientas; algo así como andamios, cables, soportes. Y en la construcción del Reino de Dios hay una misión confiada a nosotros, seres humanos, limitados, imperfectos.Precisamente por eso, no son suficientes los medios materiales; para realizar nuestra parte como bautizados, no basta nuestra limitada inteligencia ni los medios de la ciencia y la tecnología; se trata de la construcción de un Reino que no es de este mundo. Aunque, porque tenemos que trabajar en el campo concreto del mundo terrenal, en el mundo como realmente es, tenemos que usar también medios materiales. Pero sin los medios sobrenaturales no podremos edificar. Como dice el Salmo 127: Si Yahvé no construye la casa, en vano se afanan los constructores. Tiene que intervenir la mano de Dios que nos proporciona los necesarios medios sobrenaturales.

Nuestra propia historia desde la perspectiva de la fe

Si miramos nuestra propia historia desde la perspectiva de la fe, tenemos que reconocer que los acontecimientos que estamos viviendo, no son sólo portadores de significación humana, sino que lo son también de significación divina; que aunque no lo veamos directamente, Dios está presente en ellos, que se manifiesta a través de ellos, -a eso los creyentes lo conocemos como los signos de los tiempos,– y tenemos que reconocer, aun en medio de la niebla, que Él va conduciendo con su sabiduría y su amor infinito la historia de los hombres.[1]

Dice el Compendio, citando a Juan Pablo II[2], que la dimensión temporal del Reino es incompleta, si no la consideramos unida, coordinada con la Iglesia. Porque se trata de una obra que no es sólo humana. Por eso los medios que utilicemos no pueden ser sólo humanos. A eso se refiere el Papa, en su mención del Reino de Cristo, presente en la Iglesia. Los obreros tenemos que utilizar los medios para la construcción del Reino: los andamios, los soportes adecuados, para participar en esta gigantesca obra de ingeniería sobrenatural, que es nuestra propia salvación y la de los demás. Esos medios sobrenaturales no los podemos comprar en los depósitos ni almacenes especializados de materiales de construcción, ni tampoco en las librerías, ni en los almacenes de electrónica; la entidad que los dispensa es la Iglesia; los recibimos a través de la Iglesia. Ese fue el camino que Dios escogió, con la fundación de la Iglesia, por medio de Jesucristo.

 

Compañera para toda la vida

 

En la Iglesia nos dejó el Señor el conducto para comunicarnos la Redención, para recibir al Espíritu Santo por medio de los sacramentos. Nuestra Madre la Iglesia, nos recibe como hijos de Dios en el bautismo y nos acompaña en todo el camino, hasta el momento en que encomienda al Padre nuestro espíritu, cuando terminamos el recorrido terrenal hacia Él.

Por medio de la Iglesia se nos comunica la vida divina en el bautismo, y se nos continúa dando el Señor por medio de los demás sacramentos, de manera muy especial en la Eucaristía. Recordemos las palabras de la Exhortación apostólica Sacramentum caritatis, en la cual Benedicto XVI nos entrega las conclusiones del Sínodo sobre la Eucaristía, y afirma: En el pan y en el vino, bajo cuya apariencia Cristo se nos entrega en la cena pascual (cf. Lc 22,14-20; 1 Co 11,23-26), nos llega toda la vida divina y se comparte con nosotros en la forma del Sacramento.[3] Con la Eucaristía, nos dice, nos llega toda la vida divina.

En la Iglesia aprendemos a orar, oramos con Ella, de manera especial en la Eucaristía, y de diversas maneras, con la Biblia. A través de la Iglesia se nos anuncia la Palabra, que es el Camino que señaló Jesús para llegar al Padre. A veces la Palabra no se nos comunica con la elocuencia y la sabiduría que merece, pero esa es la contribución humana nuestra. La palabra humana no alcanza. Es más importante, por eso, la transmisión de la Palabra con el ejemplo, con el testimonio.

La primera forma de evangelización es el testimonio

 

En la encíclica Redemptoris missio, Juan Pablo II nos dice que La primera forma de evangelización es el testimonio.[4] Y desarrolla así este pensamiento:

El hombre contemporáneo cree más a los testigos que a los maestros;[5] cree más en la experiencia que en la doctrina, en la vida y los hechos que en las teorías. El testimonio de vida cristiana es la primera e insustituible forma de la misión: Cristo, de cuya misión somos continuadores, es el «Testigo» por excelencia (Ap 1, 5; 3, 14) y el modelo del testimonio cristiano. El Espíritu Santo acompaña el camino de la Iglesia y la asocia al testimonio que él da de Cristo (cf. Jn 15, 26-27).

Y continúa con estas palabras:

La primera forma de testimonio es la vida misma del misionero, la de la familia cristiana y de la comunidad eclesial, que hace visible un nuevo modo de comportarse. El misionero que, aun con todos los límites y defectos humanos, vive con sencillez según el modelo de Cristo, es un signo de Dios y de las realidades trascendentales. Pero todos en la Iglesia, esforzándose por imitar al divino Maestro, pueden y deben dar este testimonio,[6] que en muchos casos es el único modo posible de ser misioneros.

El testimonio evangélico, al que el mundo es más sensible, es el de la atención a las personas y el de la caridad para con los pobres y los pequeños, con los que sufren. La gratuidad de esta actitud y de estas acciones, que contrastan profundamente con el egoísmo presente en el hombre, hace surgir unas preguntas precisas que orientan hacia Dios y el Evangelio. Incluso el trabajar por la paz, la justicia, los derechos del hombre, la promoción humana, es un testimonio del Evangelio, si es un signo de atención a las personas y está ordenado al desarrollo integral del hombre.[7] EL cristiano y las comunidades cristianas viven profundamente insertados en la vida de sus pueblos respectivos y son signo del Evangelio incluso por la fidelidad a su patria, a su pueblo, a la cultura nacional, pero siempre con la libertad que Cristo ha traído. El cristianismo está abierto a la fraternidad universal, porque todos los hombres son hijos del mismo Padre y hermanos en Cristo.

La Iglesia está llamada a dar su testimonio de Cristo, asumiendo posiciones valientes y proféticas ante la corrupción del poder político o económico; no buscando la gloria o bienes materiales; usando sus bienes para el servicio de los más pobres e imitando la sencillez de vida de Cristo. La Iglesia y los misioneros deben dar también testimonio de humildad, ante todo en sí mismos, lo cual se traduce en la capacidad de un examen de conciencia, a nivel personal y comunitario, para corregir en los propios comportamientos lo que es antievangélico y desfigura el rostro de Cristo.

El Reino de Dios está en tensión

 

Tengamos presente que el Reino de Dios está en tensión, mientras se construye en la tierra. Comprendamos que los obreros somos humanos, débiles, con muchas limitaciones. La Iglesia de la tierra es perfecta en su dimensión sobrenatural, pero no nos escandalicemos de sus imperfecciones humanas. Su dimensión terrena, su parte humana, tiene las imperfecciones de los seres humanos. Por eso debemos orar por la Iglesia, orar unos por otros.

Aunque el Evangelio nos señala el camino de la felicidad, hay que andar ese camino, y hay que hacerlo por llanos pero también por cuestas, al sol y a la lluvia. Y llevamos la carga del pecado original que nos inclina a lo fácil y placentero. San Agustín vivió esa tensión, la atracción del bien y del mal. Con la razón comprendía el camino que debía andar, pero se dejaba cautivar por lo agradable que le ofrecía el placer. En el libro de las Confesiones describe su lucha cuando dice: Esta verdad vencía, pero los placeres del mundo cautivaban.[8]

Nos ponen de ejemplo a los santos, porque ellos lograron acercarse mejor al Señor, siguiendo su Evangelio; pero como ellos, mientras estemos en camino tenemos muchas imperfecciones. Las peores son las que atentan contra el amor, que precisamente debería ser la característica del cristiano. Lo grave sería aceptar sí, que somos imperfectos, pero conformarnos con las imperfecciones, y no hacer nada para mejorar. Por eso nos tienen que predicar permanentemente la conversión, que es indispensable para alcanzar el Reino, para alcanzar la salvación. Nos vienen muy bien a todos las palabras que leímos unas líneas arriba, de la encíclica Redemptoris missio:

La Iglesia y los misioneros deben dar también testimonio de humildad, ante todo en sí mismos, lo cual se traduce en la capacidad de un examen de conciencia, a nivel personal y comunitario, para corregir en los propios comportamientos lo que es antievangélico y desfigura el rostro de Cristo.

 

Lo divino y lo humano de la Iglesia

Es conveniente que insistamos en este punto, sobre la dimensión temporal del Reino, que es incompleta, si no está en coordinación con el Reino de Cristo, presente en la Iglesia y en tensión hacia la plenitud escatológica, no sólo porque es importante que nos ubiquemos en nuestra realidad personal, como miembros humanos, imperfectos, de la Iglesia, sino también porque creo que hoy se juzga a la Iglesia y con Ella al Papa, con mucho rigor, sin tener en cuenta, al mismo tiempo, sus dimensiones sobrenatural y humana. Hay extremos: a veces se olvida lo humano del Santo Padre y se piensa en él sólo como una figura sobrenatural, y otras sólo se miran sus limitaciones humanas, y no se tiene en cuenta que sin duda, por lo que se conoce, es un hombre que se esfuerza por seguir el Evangelio en su vida, y que cuenta con la asistencia que recibe del Espíritu Santo, en razón de su misión.

No siempre se reconoce en la Iglesia, nuestra Madre, toda su riqueza sobrenatural, por la presencia del Espíritu Santo en Ella. Esta riqueza se la da el Señor para que nos la comunique a quienes ha llamado, si aceptamos su llamamiento y lo seguimos. No siempre se comprende la riqueza espiritual que nos dejó el Señor, a través de su Representante, el Sucesor de San Pedro, y en general del Magisterio. El Papa, es un ser humano como nosotros, con limitaciones humanas, pero es el sucesor de Pedro, el Apóstol, que también era tan humano, que llegó a negarlo, en el momento crítico, cuando Jesús más necesitaba a sus amigos. En la Última Cena Jesús previno a Pedro de su cercana traición, y le añadió que había rogado por él, para que su fe no desfalleciera, y para que cuando volviera, – cuando se convirtiera, – confirmara en la fe a sus hermanos.[9] Arrepentido Pedro, el Señor lo confirmó en su misión, y sus compañeros apóstoles y la Iglesia desde su inicio, así lo reconocieron. Recordemos esa bella escena, cuando el Resucitado preguntó tres veces a Pedro, si lo amaba, y luego de su respuesta: Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te amo, el Señor le confirmó su misión: “Apacienta mis ovejas”.[10]

Sí, la Iglesia está conformada por seres humanos, que debemos luchar por seguir el Evangelio, pero que no siempre lo seguimos. El remedio no es la crítica, la desesperanza, ni menos el abandono; es la oración de unos por los otros, la recepción de los sacramentos, y el trabajo personal por nuestra conversión. Y podemos estar seguros, porque el Señor lo dijo, que Él está y estará siempre con nosotros, con su Iglesia, hasta el fin de los tiempos.

 

La Iglesia, nacida del amor del Padre

 

Terminamos así el estudio del Nº 50 del Compendio de la D.S.I., que trata sobre la misión de la Iglesia. Continuemos ahora con el estudio del Nº 51, que sigue desarrollando el tema del papel de la iglesia en la salvación, en el Reino de Dios. Leamos la primera parte:

A la identidad y misión de la Iglesia en el mundo, según el proyecto de Dios realizado en Cristo, corresponde «una finalidad escatológica y de salvación, que sólo en el siglo futuro podrá alcanzar plenamente».[11]

Esta idea está tomada de la Constitución Pastoral Gaudium et Spes; leamos algunas líneas más de esa Constitución,que nos dicen bellamente lo que es la Iglesia:

Nacida del amor del Padre Eterno (Tit, 3,4), fundada en el tiempo por Cristo Redentor, reunida en el Espíritu Santo (Eph, 1,3; 5,6, 13-14,23), la Iglesia tiene una finalidad escatológica y de salvación, que sólo en el siglo futuro podrá alcanzar plenamente. Está presente ya aquí en la tierra, formada por hombres, es decir, por miembros de la ciudad terrena  que tienen la vocación de formar en la propia historia del género humano la familia de los hijos de Dios (…). Sigamos ahora con el texto del Compendio:

Precisamente por esto, la Iglesia ofrece una contribución original e insustituible con la solicitud que la impulsa a hacer más humana la familia de los hombres y su historia y a ponerse como baluarte contra toda tentación totalitaria, mostrando al hombre su vocación integral y definitiva.[12]

En este número, parecen insistirnos, para que no nos queden dudas sobre lo que es la Iglesia, sobre su identidad y su misión, de acuerdo con los planes de Dios, su fundador. ¿Cuál es la finalidad de la Iglesia, para qué quiere el Señor la Iglesia? Nos lo dice muy claro y concuerda con la respuesta de Jesús a Pilato cuando le dijo “Mi Reino no es de este mundo” (Juan, 18,36):

a la identidad y misión de la Iglesia en el mundo, según el proyecto de Dios realizado en Cristo, corresponde «una finalidad escatológica y de salvación, que sólo en el siglo futuro podrá alcanzar plenamente», dice el Compendio.

 

¿Qué hace la Iglesia por los hombres?

Ahora bien, como la Iglesia está en este mundo, ¿qué hace por los hombres, para que en el presente se empiece a construir el Reino de Dios, que se alcanzará plenamente en el futuro, al final de los tiempos? La respuesta nos la ofrece la Iglesia en el Compendio en el mismo N° 51, para que entendamos bien la misión de la Iglesia  y no confundamos lo que le corresponde, a diferencia de la misión de la sociedad civil. Ésta tiene a su cargo la sociedad terrena, que es importante; la Iglesia se preocupa por hacer más humana la familia de los hombres y su historia y se pone como baluarte contra toda tentación totalitaria, mostrando al hombre su vocación integral y definitiva. Por eso con frecuencia nos tiene que recordar la Iglesia, que, en las decisiones de la sociedad civil, se debe considerar al hombre de manera integral.

La contribución original e insustituible de la Iglesia la describe así el N° 51:

Con la predicación del Evangelio, la gracia de los sacramentos y la experiencia de la comunión fraterna, la Iglesia «cura y eleva la dignidad de la persona, consolida la firmeza de la sociedad y concede a la actividad diaria de la humanidad un sentido y una significación mucho más profundos».[13] En el plano de las dinámicas históricas concretas, la llegada del Reino de Dios no se puede captar desde la perspectiva de una organización social, económica y política definida y definitiva. El Reino se manifiesta, más bien, en el desarrollo de una sociabilidad humana que sea para los hombres levadura de realización integral, de justicia y de solidaridad, abierta al Trascendente como término de referencia para el propio y definitivo cumplimiento personal.

Así debe aparecer el Reino, así se debe manifestar. No como un Reino terrenal. Si vivimos el Evangelio, en el cual se fundamenta la Doctrina Social, si recibimos los sacramentos, si nuestra comunidad está animada por la caridad fraterna, no hay duda de que se consolida la sociedad en la justicia y el amor, y encontraremos en nuestra actividad diaria una significación mucho mas profunda.

Seguir el Evangelio es seguir a Jesucristo, que nos dejó en su Palabra el mejor camino posible para buscar la perfección. Como se tiende a olvidar la ética divina, la moral, que en ninguna parte está mejor que en el Evangelio, y el mundo anda descarriado, para incluir a los no creyentes en la búsqueda de lo correcto, se propone desde hace varios años, una ética civil, que por lo menos cubra lo más esencial, lo fundamental para poder vivir en paz. Sería un avance para el mundo, aunque no se llegara a la perfección de la ética cristiana. Las exigencias del Evangelio para nosotros los cristianos son mayores.

 

Sucedió en Harvard, en un ambiente secular

 

En la Universidad de Harvard vivieron una experiencia interesante.[14] Las autoridades de esa famosa universidad, se encontraron con una realidad embarazosa. Siendo los formadores de tantas personalidades de la sociedad norteamericana y de muchos países, tuvieron que preguntarse en algún momento, por qué también de sus aulas habían salido profesionales de conducta poco ética: personas que hacían uso ilegal de información privilegiada, abogados que se conocían luego por sus prácticas legales turbias, médicos que estaban más interesados en las ganancias que en sus pacientes, y científicos que acomodaban los datos para presentar los resultados de su investigación. Y se hicieron la pregunta: “¿Falta algo en la educación que damos a nuestros estudiantes?” Porque estaban seguros de proporcionar una buena educación, en lo que se refiere a las humanidades y a las ciencias. En esos campos eran sobresalientes, pero empezaron a comprender que sus estudiantes, prácticamente no recibían preparación, en cómo aplicar luego sus conocimientos, de una manera moralmente responsable.

Hubo muchas dudas sobre lo que se debía hacer, pero finalmente resolvieron dar un pequeño paso inicial: todos los estudiantes de pregrado debían tomar por lo menos un curso de ética. Para nuestra reflexión, quizás lo más interesante de esa experiencia, es que las autoridades de Harvard, pidieron a un ministro bautista, profesor de la facultad de teología, que dictara un curso sobre Jesús y la Vida Moral. El doctor Harvey Cox, así se llama el profesor, dudó mucho en aceptar semejante reto, en una universidad muy secularizada, y a la cual asisten, no sólo estudiantes que, por lo menos tienen una tradición cristiana en su familia, sino también hindúes, mahometanos, budistas, agnósticos y de países diversos de África, de Europa, de Asia y Latinoamérica. Personas que no tienen la menor idea sobre la Biblia y menos sobre la persona de Jesús. Cuenta el doctor Cox, que hasta tuvo de alumno a un individuo que había fundado su propia religión.

Lo que sucedió fue sorprendente. Los estudiantes tenían que inscribirse al curso, y hubo tántas solicitudes, y tuvo tanto éxito en sus clases el doctor Cox, hablando sobre la actualidad de Jesús, un personaje que vivió hace más de 20 siglos, en nuestro mundo de hoy, que la universidad tuvo que trasladar el curso de un salón de clase al teatro donde se escuchan los conciertos de la orquesta sinfónica de Boston y las bandas de rock. Es que la persona de Jesús sigue atrayendo multitudes. El problema es que quizás no lo sabemos presentar. El doctor Cox llevó a un libro la experiencia de sus clases sobre Jesús y la moral. El Libro se llama: “When Jesus Came to Harvard”, Cuando Jesús vino a Harvard.

¡Cómo nos hace de falta que Jesús llegue a nuestros colegios y universidades, y al Congreso, y a las Cortes y a los Ministerios!…

Fernando Díaz del Castillo Z.

Escríbanos a: reflexionesdsi@gmail.com



[1]Cfr. Testigos de Esperanza, documento de la LXXIX Asamblea Plenaria Ordinaria del Episcopado de Colombia, Bogotá, 4-8 de julio de 2005

[2]Juan Pablo II, Redemptoris missio, 20

[3]Benedicto XVI, Sacramentum caritatis, 8

4. Juan Pablo II, Redemptoris missio, 42,43

5.Pablo VI, Exh. Ap. Evangelii nuntiandi, 41

[6]Cf. Conc Ecum. Vat. II, Const. dogm. Lumen gentium, sobre la Iglesia, 28. 35. 38; Const. past. Gaudium et spes, sobre la Iglesia en el mundo actual, 43; Decr. Ad gentes, sobre la actividad misionera de la Iglesia, 11-12

[7] Pablo VI, Enc. Populorum progressio, 21-42

[8]San Agustin, Confesiones, VIII, 5, N° 12

[9] Cfr Lc 22, 31-33

[10] Cfr Jn 21, 15-17

[11]Concilio Vaticano II, Gaudium et spes, 40

[12]Cfr Catecismo de la Iglesia Católica, 2244

[13]Concilio Vaticano II, Gaudium et spes, 40

[14] Harvey Cox, “When Jesús CAME to Harvard”, Making moral choices today, A Mariner Book, Houghton Mifflin Company, Boston, New York, 2006

Reflexión 52 Marzo 22 2007

Compendio de la D.S.I. Nº 50

 

Misión de la Iglesia y el Reino de Dios

 

Antes de comenzar, recojámonos un momento; agradezcamos al Señor que nos da esta oportunidad de estudiar y conocer así mejor su doctrina. Ofrezcámosele este rato de estudio y reflexión, y pidamos al Espíritu Santo, por intercesión de la Virgen María, que ilumine nuestro entendimiento y mueva nuestra voluntad, para que comprendamos y amemos su doctrina, y pidámosle que nos dé su gracia para vivir de acuerdo con ella.

Designio de Dios y Misión de la Iglesia

La Iglesia, signo y salvaguardia de la trascendencia de la persona humana

 

En la reflexión anterior continuamos el estudio de la cuarta y última parte del primer capítulo del Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, que tiene como título Designio de Dios y Misión de la Iglesia y que comienza con el tema: La Iglesia, signo y salvaguardia de la trascendencia de la persona humana. De manera que estamos estudiando el papel de la Iglesia según los planes de Dios, y en particular cómo nos ayuda a vivir de acuerdo con el fin para el cual fuimos creados: para la vida eterna, con Dios.

Terminamos ya la reflexión sobre el Nº 49, que vamos a leer antes de continuar con el número 50 y nos detendremos sólo en algunos puntos, que pueden requerir ampliación. Los que no pudieron escuchar por la radio el programa anterior o no han leído la reflexión 51, podrán leerla con provecho, antes de continuar, para comprender mejor lo que sigue. Leamos entonces el Nº 49 del Compendio de la D.S.I.:

La Iglesia, comunidad de los que son convocados por Jesucristo Resucitado y lo siguen, es «signo y salvaguardia  del carácter trascendente de la persona humana». La Iglesia «es en Cristo como un sacramento, o sea signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano». Su misión es anunciar y comunicar la salvación realizada en Jesucristo, que Él llama «Reino de Dios» (Mc 1,15), es decir la comunión con Dios y entre los hombres. El fin de la salvación, el Reino de Dios, incluye a todos los hombres y se realizará plenamente más allá de la historia, en Dios. La Iglesia ha recibido «la misión de anunciar el reino de Cristo y de Diose instaurarlo en todos los pueblos, y constituye en la tierra el germen y el principio de ese reino».

Es interesante resaltar la frase: la Misión de la Iglesia es anunciar y comunicar la salvación realizada en Jesucristo, que Él llama «Reino de Dios» (Mc 1,15), es decir la comunión con Dios y entre los hombres. Detengámonos aquí.

¿Qué es el Reino de Dios?

 

 

Nos dice la Iglesia que anunciar la salvación, es lo mismo que anunciar el Reino de Dios; que Jesucristo llama a la salvación «Reino de Dios». De manera que afirmar que ha llegado el reino de Dios [1] es lo mismo que afirmar que ha llegado la salvación. Y fijémonos con atención en la última parte de la frase, que explica lo que significa el Reino de Dios: Reino de Dios » (Mc 1,15)[2], es decir la comunión con Dios y entre los hombres.

Grabémonos entonces, que la salvación, que es lo mismo que el Reino de Dios, es también lo mismo que la comunión con Dios y entre los hombres. La salvación, el Reino de Dios y la comunión con Dios y entre los hombres son lo mismo. Ahora entendemos cómo, la construcción del Reino, un Reino de comunión, de unidad, de amor, de justicia, en lo que tenemos que trabajar durante nuestra vida en la tierra, no es sólo la comunión con Dios, que empieza cuando recibimos la vida divina en el bautismo, y que llegará a su plenitud en el cielo, sino que tenemos que construir también la comunión con nuestros hermanos. El Reino de Dios, nos dice la Iglesia, es la comunión con Dios y entre los hombres. Lo que hagamos por construir la comunión entre los hombres, es una colaboración en la construcción del Reino de Dios. Y al contrario; también lo que hagamos contra la comunión entre los hombres es impedir o retrasar el Reino…

Cuando estudiamos estas maravillas de nuestra fe, tan coherente por donde se mire, tenemos que quedar admirados con la riqueza de nuestra doctrina católica, con lo maravilloso que es ser cristianos, y así mismo nos tenemos que hacer conscientes de la tarea enorme que tenemos que hacer, para que el Reino de Dios sea una realidad en nosotros mismos y en el mundo. A eso se refieren las últimas líneas del Nº 49. Leámoslas:

El fin de la salvación, el Reino de Dios, incluye a todos los hombres y se realizará plenamente más allá de la historia, en Dios. La Iglesia ha recibido «la misión de anunciar el reino de Cristo y de Dios e instaurarlo en todos los pueblos, y constituye en la tierra el germen y el principio de ese reino». Estas últimas palabras son de la Constitución dogmática Lumen Gentium, del Concilio Vaticano II, en el Nº 5.

Algo más sobre el Reino: Jesús nos enseñó en el Padre Nuestro el significado del Reino, cuando nos enseñó a pedir “Venga a nosotros tu reino, hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo”. Es decir que pidamos que el cielo empiece aquí en la tierra y eso sucederá si hacemos la voluntad de Dios aquí como se hace en el cielo, donde se vive la vida divina, que es una vida de Amor.

El Reino de Dios incluye a todos los hombres

 

 

Para ahondar en este punto, acerca de la misión de la Iglesia, de anunciar el reino de Cristo y de Dios e instaurarlo en todos los pueblos, podemos acudir con provecho, a la encíclica Redemptoris missio, de Juan Pablo II, sobre la permanente validez del mandato misionero. Acabamos de leer que El fin de la salvación, el Reino de Dios, incluye a todos los hombres. A este propósito, la carta encíclica Redemptoris missio dice en el Nº 14:

El Reino está destinado a todos los hombres, dado que todos son llamados a ser sus miembros. Para subrayar este aspecto, Jesús se ha acercado sobre todo a aquellos que estaban al margen de la sociedad, dándoles su preferencia, cuando anuncia la «Buena Nueva». Al comienzo de su ministerio proclama que ha sido «enviado a anunciar a los pobres la Buena Nueva» (Lc 4, 18). A todas las víctimas del rechazo y del desprecio Jesús les dice:«Bienaventurados los pobres» (Lc 6, 20). Además, hace vivir ya a estos marginados una experiencia de liberación, estando con ellos y yendo a comer con ellos (cf. Lc 5, 30; 15, 2) [3], tratándolos como a iguales y amigos (cf. Lc 7, 34), haciéndolos sentirse amados por Dios y manifestando así su inmensa ternura hacia los necesitados y los pecadores (cf. Lc 15, 1-32).

Los marginados de que habla aquí la Iglesia no son sólo los marginados por la pobreza material, sino también los necesitados de la misericordia de Dios por ser pecadores. Jesús manifestó su inmensa ternura por los pecadores. Recordemos, si no, el pasaje de la mujer adúltera. Y los fariseos le preguntaban: ¿Por qué coméis y bebéis con los publicanos y pecadores?

Sobre la afirmación de que el Reino de Dios es (…) la comunión con Dios y entre los hombres, la misma encíclica Redemptoris missio dice en el Nº 15:

El Reino tiende a transformar las relaciones humanas y se realiza progresivamente, a medida que los hombres aprenden a amarse, a perdonarse y a servirse mutuamente. Jesús se refiere a toda la ley, centrándola en el mandamiento del amor (cf. Mt 22, 34-40)[4] ; Lc 10, 25-28). Antes de dejar a los suyos les da un «mandamiento nuevo»: «Que os améis los unos a los otros como yo os he amado» (Jn 15, 12; cf. 13, 34). El amor con el que Jesús ha amado al mundo halla su expresión suprema en el don de su vida por los hombres (cf. Jn 15, 13), manifestando así el amor que el Padre tiene por el mundo (cf. Jn 3, 16). Por tanto la naturaleza del Reino es la comunión de todos los seres humanos entre sí y con Dios.

Fijémonos en las últimas palabras, que son de Juan Pablo II: la naturaleza del Reino  es la comunión de todos los seres humanos entre sí y con Dios. Y continúa el Santo Padre explicándonos lo que es el Reino de Dios y lo que significa para el mundo:

El Reino interesa a todos: a las personas, a la sociedad, al mundo entero. Trabajar por el Reino quiere decir reconocer y favorecer el dinamismo divino, que está presente en la historia humana y la transforma. Construir el Reino significa trabajar por la liberación del mal en todas sus formas. En resumen, el Reino de Dios es la manifestación y la realización de su designio de salvación en toda su plenitud. 

No olvidemos tampoco esta frase: Construir el Reino significa trabajar por la liberación del mal en todas sus formas. Más adelante veremos el alcance que tiene.

Continuemos ahora con el estudio del Nº 50 del Compendio de la D.S.I., que sigue desarrollando el tema del papel de la iglesia en la salvación, en el Reino de Dios. Leamos la primera parte:

La Iglesia se pone concretamente al servicio del Reino de Dios, ante todo anunciando y comunicando el Evangelio de la salvación y constituyendo nuevas comunidades cristianas. Además, sirve al Reino difundiendo en el mundo los “valores evangélicos”, que son expresión de ese Reino y ayudan a los hombres a acoger el designio de Dios.

¿Cómo sirve la Iglesia al Reino de Dios?

Ante todo anunciando y comunicando el Evangelio de la salvación, constituyendo nuevas comunidades cristianas,esa es la labor misionera entre los que no han oído todavía hablar de Dios.  La otra manera de estar al servicio del Reino de Dios es difundiendo en el mundo los “valores evangélicos”, que son expresión de ese Reino y ayudan a los hombres a acoger el designio de Dios. De manera que si aceptamos los valores evangélicos y vivimos de acuerdo con ellos, hacemos realidad en nosotros los designios, los planes de Dios, su Reino.

Hay mucho para meditar en esta parte. ¿A qué se refiere el Compendio cuando habla de los valores evangélicos, que la Iglesia difunde y son expresión del Reino de Dios? Ante todo no se pueden ignorar los valores evangélicos señalados por Jesús en las Bienaventuranzas y que encontramos en Mateo 5, 1-12. Ese es todo un plan de vida de acuerdo con los designios de Dios. Para no hablar por nosotros mismos, lo mejor es acudir al Maestro, al Santo Padre Juan Pablo II, quien trata este asunto también en la encíclica Redemptoris missio. El Papa nos previene frente a ciertas tendencias, en el anuncio del Reino, que se apartan del sentir de la Iglesia. Dice así en el Nº17 de su encíclica:

Hoy se habla mucho del Reino, pero no siempre en sintonía con el sentir de la Iglesia. En efecto, se dan concepciones de la salvación y de la misión que podemos llamar «antropocéntricas», en el sentido reductivo del término, al estar centradas en torno a las necesidades terrenas del hombre.

(Concepciones del Reino en sentido reductivo, es decir que reducen el Reino a sólo las necesidades terrenas del hombre). – Continúa Juan Pablo II:

En esta perspectiva el Reino tiende a convertirse en una realidad plenamente humana y secularizada, en la que sólo cuentan los programas y luchas por la liberación socioeconómica, política y también cultural, pero con unos horizontes cerrados a lo trascendente. Aun no negando que también en ese nivel haya valores por promover, sin embargo tal concepción se reduce a los confines de un reino del hombre, amputado en sus dimensiones auténticas y profundas, y se traduce fácilmente en una de las ideologías que miran a un progreso meramente terreno. El Reino de Dios, en cambio, «no es de este mundo, no es de aquí» (Jn 18, 36).

Esto es muy importante: el Reino de Dios que se debe instaurar, que debemos ayudar a construir en la tierra, no lo podemos reducir sólo a la solución o más bien, sólo a la satisfacción, de las necesidades terrenas del hombre. ¿Por qué? Porque si el Reino se reduce sólo a lo terreno, se cierra el horizonte de lo importante, que es lo trascendente, y se puede acudir a soluciones que encierran una contradicción con los valores del Evangelio, como pueden ser los medios violentos. Siguiendo esa corriente, el Evangelio lo podemos convertir en política, en una ideología, como sucede en algunos seguidores de la llamada “teología de la liberación”.

Volvamos a leer las palabras del Papa: En esta perspectiva el Reino tiende a convertirse en una realidad plenamente humana y secularizada, en la que sólo cuentan los programas y luchas por la liberación socioeconómica, política y también cultural, pero con unos horizontes cerrados a lo trascendente.

Nos dice el Papa muchas veces, en diversas ocasiones, que hay que trabajar por mejorar las condiciones económicas, que hay que luchar contra la pobreza y la injusticia social, por la libertad política y cultural, pero sin cerrar el horizonte de lo trascendente. El Reino de Dios no es el reino de la abundancia material. Hoy se quiere enfocar todo por el lado del bienestar material, por las satisfacciones puramente humanas, y se quiere prescindir del sacrificio, del esfuerzo. Por eso se promueven prácticas como el divorcio, como el aborto, como la eutanasia. Se pretende que eso es lo actual, lo moderno, lo humano, lo que el mundo exige, para hacer la vida más fácil. Se quiere cambiar el mundo sin que el hombre cambie por dentro.

La liberación que anuncia el Evangelio

 

 

Pablo VI en la exhortación apostólica Evangelii nuntiandi, en el Nº 33, refiriéndose a la liberación que anuncia el Evangelio, dice que debe abarcar al hombre entero, en todas sus dimensiones, incluida su apertura al Absoluto, que es Dios. Y más adelante, en el Nº 36, añade:

La Iglesia considera ciertamente importante y urgente la edificación de estructuras más humanas, más justas, más respetuosas de los derechos de la persona, menos opresivas y menos avasalladoras; pero es consciente de que aun las mejores estructuras, los sistemas más idealizados se convierten pronto en inhumanos  si las inclinaciones inhumanas del hombre no son saneadas, si no hay conversión de corazón y de mente  por parte de quienes viven en estas estructuras o las rigen.

Esto nos indica que nuestra conversión es indispensable, para que el Reino de Dios pueda ser una realidad. Una sociedad que se oriente sólo a los cambios materiales: al cambio de estructuras sociales, políticas y económicas, sin el cambio interior del hombre, ara sobre el mar. La injusticia, la discriminación, el resentimiento, que lleva también a la violencia y al odio, son consecuencias del pecado. Jesucristo nos ofrece la salvación completa del hombre; no sólo nos libera del pecado como realidad nuestra, íntima, personal, sino que vino a liberarnos de las consecuencias del pecado en el orden social, estructural, político, comunitario.[5] Es decir, Jesucristo nos libera de nuestras injusticias, de nuestro odio, de nuestra violencia, que impiden que el Reino se instaure en la tierra. Ser injustos es impedir el Reino, que es de justicia. Nuestros pecados personales contra la caridad tienen un alcance social, que dañan a la comunidad. Por eso, el cambio social requiere nuestra conversión.

Recordemos que la naturaleza del Reino es la comunión de todos los seres humanos entre sí y con Dios, como acabamos de leer en Redemptoris missio.

Valores del Reino y Valores del Evangelio

Finalmente, cuando se pretende un Reino sólo terrenal, se llega a negar a Jesucristo junto con el Reino que Él anunció. Oigamos estas palabras de Juan Pablo II, en la misma encíclica Redemptoris missio, que nos aclaran muchas actitudes, inclusive de católicos, que piden un Reino distinto del que encontramos en el Evangelio, que piensan en un Reino sólo circunscrito a lo terrenal. Dice el Papa que se presentan algunas concepciones equivocadas sobre la Iglesia. Estas son sus palabras, en el Nº 17 de la encíclica Redemptoris missio:

Se describe el cometido de la Iglesia, como si debiera proceder en una doble dirección; por un lado, promoviendo los llamados «valores del Reino», cuales son la paz, la justicia, la libertad, la fraternidad; por otro, favoreciendo el diálogo entre los pueblos, las culturas, las religiones, para que, enriqueciéndose mutuamente, ayuden al mundo a renovarse y a caminar cada vez más hacia el Reino.

De los que llaman Valores del Reino: la paz, la justicia, la libertad, la fraternidad, nos dice el Papa que son positivos. Lo negativo es reducir sólo a esos los valores del Reino y olvidar a Cristo y al Reino como Él lo anunció. Así dice el Papa:

Junto a unos aspectos positivos, estas concepciones manifiestan a menudo otros negativos. Nos dice el Papa que los defensores de esa concepción del Reino dejan en silencio a Cristo, con la excusa de que Cristo no puede ser comprendido por quien no profesa la fe cristiana, mientras que pueblos, culturas y religiones diversas pueden coincidir en la única realidad divina, cualquiera que sea su nombre. Por el mismo motivo, conceden privilegio al misterio de la creación, que se refleja en la diversidad de culturas y creencias, pero no dicen nada sobre el misterio de la redención. Además el Reino, tal como lo entienden, termina por marginar o menospreciar a la Iglesia, como reacción a un supuesto «eclesiocentrismo» del pasado y porque consideran a la Iglesia misma sólo un signo, por lo demás no exento de ambigüedad.[6]

Juan Pablo II nos explica enseguida, que ese Reino, sin Cristo, sin la Iglesia, no es el que conocemos por la revelación. Esto dice en el Nº 18 de la encíclica Redemptoris missio:

Ahora bien, no es éste el Reino de Dios que conocemos por la Revelación, el cual no puede ser separado ni de Cristo ni de la Iglesia.

El Reino de Dios no es un cocepto ni una doctrina ni un programa, es una persona que tiene el rostro y el nombre de Jesús de Nazaret, imagen del Dios invisible

 

 

Como ya queda dicho, Cristo no sólo ha anunciado el Reino, sino que en él el Reino mismo se ha hecho presente y ha llegado a su cumplimiento: «Sobre todo, el Reino se manifiesta en la persona misma de Cristo, Hijo de Dios e Hijo del hombre, quien vino “a servir y a dar su vida para la redención de muchos” (Mc 10, 45) ».El Reino de Dios no es un concepto, una doctrina o un programa sujeto a libre elaboración, sino que es ante todo una persona que tiene el rostro y el nombre de Jesús de Nazaret, imagen del Dios invisible. Si se separa el Reino de la persona de Jesús, no existe ya el reino de Dios revelado por él, y se termina por distorsionar tanto el significado del Reino —que corre el riesgo de transformarse en un objetivo puramente humano o ideológico— como la identidad de Cristo, que no aparece ya como el Señor, al cual debe someterse todo (cf. 1 Cor l5,27).

Asimismo, –continúa el Papa, – el Reino no puede ser separado de la Iglesia. Ciertamente, ésta no es fin para sí misma, ya que está ordenada al Reino de Dios, del cual es germen, signo e instrumento. Sin embargo, a la vez que se distingue de Cristo y del Reino, está indisolublemente unida a ambos. Cristo ha dotado a la Iglesia, su Cuerpo, de la plenitud de los bienes y medios de salvación; el Espíritu Santo mora en ella, la vivifica con sus dones y carismas, la santifica, la guía y la renueva sin cesar. De ahí deriva una relación singular y única que, aunque no excluya la obra de Cristo y del Espíritu Santo fuera de los confines visibles de la Iglesia, le confiere un papel específico y necesario. De ahí también el vínculo especial de la Iglesia con el Reino de Dios y de Cristo, dado que tiene «la misión de anunciarlo e instaurarlo en todos los pueblos».

Volvamos al texto del Nº 50 del Compendio, que estamos estudiando y que dice:

La Iglesia se pone concretamente al servicio del Reino de Dios, ante todo anunciando y comunicando el Evangelio de la salvación y constituyendo nuevas comunidades cristianas. Además, sirve al Reino difundiendo en el mundo los “valores evangélicos”, que son expresión de ese Reino y ayudan a los hombres a acoger el designio de Dios.

Es verdad, pues, que la realidad incipiente del Reino puede hallarse también fuera de los confines de la Iglesia, en la humanidad entera, siempre que ésta viva los “valores evangélicos” y esté abierta a la acción del Espíritu, que sopla donde y como quiere (cf. Jn 3,8); pero además hay que decir que esta dimensión temporal del Reino es incompleta si no está en coordinación con el Reino de Cristo, presente en la Iglesia y en tensión hacia la plenitud escatológica.[7]

Fijémonos en la afirmación: la realidad incipiente del Reino puede hallarse también fuera de los confines de la Iglesia, en la humanidad entera, siempre que ésta viva los “valores evangélicos” y esté abierta a la acción del Espíritu, que sopla donde y como quiere.

El mejor comentario sobre este asunto de la salvación fuera de la Iglesia lo encontramos en la encíclica Redemptoris missio. Esto dice en el Nº 10:

La salvación es ofrecida a todos los hombres

 

 

La universalidad de la salvación no significa que se conceda solamente a los que, de modo explícito, creen en Cristo y han entrado en la Iglesia. Si es destinada a todos, la salvación debe estar en verdad a disposición de todos. Pero es evidente que, tanto hoy como en el pasado, muchos hombres no tienen la posibilidad de conocer o aceptar la revelación del Evangelio y de entrar en la Iglesia. Viven en condiciones socioculturales que no se lo permiten y, en muchos casos, han sido educados en otras tradiciones religiosas. Para ellos, la salvación de Cristo es accesible en virtud de la gracia que, aun teniendo una misteriosa relación con la Iglesia, no les introduce formalmente en ella, sino que los ilumina de manera adecuada en su situación interior y ambiental. Esta gracia proviene de Cristo; es fruto de su sacrificio y es comunicada por el Espíritu Santo: ella permite a cada uno llegar a la salvación mediante su libre colaboración.

Por esto mismo, el Concilio, después de haber afirmado la centralidad del misterio pascual, afirma: «Esto vale no solamente para los cristianos, sino también para todos los hombres de buena voluntad, en cuyo corazón obra la gracia de modo invisible. Cristo murió por todos, y la vocación suprema del hombre en realidad es una sola, es decir, divina. En consecuencia, debemos creer que el Espíritu Santo ofrece a todos la posibilidad de que, en la forma de sólo Dios conocida, se asocien a este misterio pascual ».[8]

Como vimos, otro asunto que menciona el Nº 50 y que merece toda nuestra atención, es que la dimensión temporal del Reino es incompleta, si no está en coordinación con el Reino de Cristo, presente en la Iglesia y en tensión hacia la plenitud escatológica.

Ya antes tratamos este punto. El Reino de Dios que nos anuncia el Evangelio no es temporal, como dice la encíclica Redemptoris missio, en el Nº 18, que leímos antes: el Reino de Dios no puede ser separado ni de Cristo ni de la Iglesia.

Para terminar hoy, leamos el último párrafo del Nº 50 del Compendio de la D.S.I. que cierra muy bien la reflexión sobre la misión de la Iglesia en el Reino. Dice así:

De ahí deriva, en concreto, que la Iglesia no se confunda con la comunidad política y no esté ligada a ningún sistema político.[9] Efectivamente, la comunidad política y la Iglesia, en su propio campo, son independientes y autónomas, aunque ambas estén, a título diverso, «al servicio de la vocación personal y social del hombre».[10] Más aún, se puede afirmar que la distinción entre religión y política y el principio de la libertad religiosa —que gozan de una gran importancia en el plano histórico y cultural— constituyen una conquista específica del cristianismo.

Fernando Díaz del Castillo Z.

Eacríbanos a: reflexionesdsi@gmail.com

 


[1]Lc 11,20; Mt 12,28

[2] Mc 1,15: El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca; convertíos y creed en la Buena Nueva

[3 ]Lc 5,30: ¿Por qué coméis y bebéis con los publicanos y pecadores?

[4] En Mt.: Maestro, ¿cuál es el mandamiento mayor de la Ley?, etc.; En Lc.: Maestro, ¿qué he de hacer para tener en herencia vida eterna?, etc.

[5] Este punto nos hace pensar necesariamente en la teología de la liberación. Para ahondar en él podemos ir al discurso del Santo Padre en la inauguración de la Conferencia de Puebla. Nos ayuda también: Carlos Ignacio González, S.J., La Teología de la Liberación a la luz del magisterio de Juan Pablo II en América Latina, en “Cuestiones Actuales de Cristología y Eclesiología”, Curso de actualización teológica organizado por el Episcopado Colombiano, Secretariado Permanente del Episcopado Colombiano, Bogotá, 1990

[6] Redemptoris missio, 17

[7] Juan Pablo II, Redemptoris missio, 20

[8] Concilio Vaticano II, Gaudium et spes, 22

[9] Gaudium et spes, 58; Catecismo de la Iglesia Católica, 2245

[10] Gaudium et spes, 76

Reflexión 51 15 DE MARZO 2007

Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, Nº 49

Usted encuentra en este ’blog’ una serie de reflexiones sobre la Doctrina Social de la Iglesia, en el orden y según la numeración del Compendio preparado por la Santa Sede. Estas reflexiones se transmitieron por Radio María de Colombia. Todas las reflexiones, en su orden,  las encuentra en la columna de la derecha; con un clic entra a la que desee.

Designio de Dios y Misión de la Iglesia

 

Antes de comenzar, recojámonos un momento; agradezcamos al Señor que nos da esta oportunidad de estudiar su doctrina. Ofrezcámosele este rato de reflexión y pidamos al Espíritu Santo, por intercesión de la Virgen María, que ilumine nuestro entendimiento y mueva nuestra voluntad, para que comprendamos y amemos su doctrina, y pidámosle que nos dé su gracia para vivir de acuerdo con ella.

En la reflexión anterior comenzamos el estudio de la última parte del primer capítulo del Compendio de la D.S.I., que tiene como título Designio de Dios y Misión de la Iglesia. Comienza con el tema: La Iglesia, signo y salvaguardia de la trascendencia de la persona humana.

 

Cimientos sobre los que descansa la doctrina social de la Iglesia

 

Recordemos que el Compendio de la D.S.I. pone en la primera parte los cimientos sobre los que descansa la doctrina social, que luego desarrolla a lo largo del libro. Es importante tener esto en cuenta. No nos extrañemos de estar estudiando temas de teología. Sobre ellos se levanta la doctrina social. Como hemos visto, la doctrina social católica no es filosofía ni política ni sociología; es doctrina católica, es parte de nuestra fe sobre el ser humano, y sobre las relaciones entre las personas humanas y con Dios. Los creyentes nos basamos en lo que la fe nos enseña, antes que en declaraciones de organismos internacionales sobre derechos humanos. Los fundamentos de la doctrina social de la Iglesia son anteriores a cualquier organismo internacional que se preocupe por este tema. Nuestros fundamentos empiezan ya en el Génesis, en la creación del ser humano por Dios. Sus bases tienen que estar cimentadas en la Sagrada Escritura y en la Tradición.

Misión de la Iglesia en los planes de Dios sobre el hombre

Hecha esta aclaración, vamos a estudiar ahora cuál es la misión de la Iglesia en los planes de Dios sobre el hombre. Porque Dios fundó la Iglesia para el hombre, por medio de Jesucristo.

Comenzamos en la reflexión anterior a estudiar cuál es la misión de la Iglesia, en los planes de Dios sobre el hombre. Leímos el Nº 49, que presenta en pocas palabras, una descripción magnífica de lo que es la Iglesia y su misión. Utiliza el Compendio las palabras de dos constituciones del Vaticano II: la Constitución Pastoral Gaudium et spes, y la Constitución Dogmática Lumen gentium. Leamos entonces de nuevo el Nº 49, del Compendio de la D.S.I. Dice así:

La Iglesia, comunidad de los que son convocados por Jesucristo Resucitado y lo siguen, es «signo y salvaguardia del carácter trascendente de la persona humana »[1]

 

¿Para qué existe la comunidad política?

 

Vimos que estas palabras del Compendio están tomadas de Nº 76 de la Constitución pastoral Gaudium et spes, que, en el capítulo IV trata sobre la Vida en la Comunidad Política. En el Nº 74 había explicado cuál es la naturaleza y el fin de la comunidad política. Para comprender bien el papel de la Iglesia, a diferencia del papel de la comunidad política o comunidad civil, dedicamos un rato en la Reflexión 50, a ese texto de la Gaudium et spes. Resumamos las conclusiones a las que llegamos, de acuerdo con el mencionado texto del Vaticano II.

En resumen, vimos que las personas y las familias forman la comunidad política o comunidad civil con el fin de lograr mejor el bien común; de manera que la necesidad de la unión de las personas para un logro común, es el origen de la comunidad política. Ahora bien, es natural que en la comunidad se presenten diferentes puntos de vista sobre cómo solucionar las situaciones que se presenten, de manera que se hace indispensable una autoridad, un gobierno que dirija la acción de todos, y lo haga, no de manera despótica, sino como una fuerza moral, con base en la libertad y el sentido de responsabilidad de todos.

Según esto, la democracia responde mejor a esa descripción de la autoridad, en la comunidad civil; pero la Iglesia no propone un sistema de gobierno específico.

¿Hasta donde llega la autoridad de los gobernantes?

 

 

Recordemos también algunos puntos muy importantes que sobre la autoridad nos enseña la Iglesia. Por ejemplo, es importante saber hasta dónde llega la autoridad de los gobernantes. Es conveniente repasar lo que sobre este punto dice la Constitución Gaudium et spes, que en el mismo número 74 continúa:

Síguese también que el ejercicio de la autoridad política, así en la comunidad en cuanto tal como en las instituciones representativas, debe realizarse siempre dentro de los límites del orden moral para procurar el bien común concebido dinámicamente según el orden jurídico legítimamente establecido o por establecer. Es entonces cuando los ciudadanos están obligados en conciencia a obedecer. De todo lo cual se deducen la responsabilidad, la dignidad y la importancia de los gobernantes.

Las autoridades deben, según esto, ejercer su autoridad política dentro de los límites del orden moral, para procurar el bien común. Y añade que Es entonces cuando los ciudadanos están obligados en conciencia a obedecer. Según esto, se entiende que no estamos obligados a obedecer, si nos ordenan algo contra el orden moral.

Pareciera que en el mundo actual nos faltara a veces la valentía que tenían los antiguos cristianos, para defender la fe frente a las autoridades. En el Antiguo Testamento fue admirable la entereza de los 7 Hermanos Macabeos y de su madre, que prefirieron la muerte antes que desobedecer a Dios[2]. Recordemos también el episodio que nos trae el capítulo 4º de Hechos, cuando prohibieron a los Apóstoles predicar en nombre de Jesús, y Pedro y Juan respondieron al Sanedrín: “Juzgad si es justo delante de Dios obedeceros a vosotros más que a Dios”. El cielo está lleno de mártires, así llamados porque defendieron la fe con su vida.

En el estado actual de las cosas, si es verdad que por no perder el trabajo se teme a veces utilizar el derecho constitucional a la objeción de conciencia que autoridades jurisdiccionales no tienen en cuenta o hasta llegan a negar, también es justo reconocer que en el difícil momento que vivimos hay médicos valientes, hay jueces valerosos, en fin, cristianos que ponen en riesgo su trabajo, antes que acatar órdenes por fuera de la moral. A este respecto comentamos el caso del doctor Stefano Ojetti, el médico italiano que renunció como consejero del Colegio de Médicos, para manifestar su oposición a la decisión de sus colegas, de no tomar medidas disciplinarias contra el doctor Mario Riccio, quien se prestó a colaborar en la eutanasia de un enfermo / que había pedido que se acabara con su vida. El Dr. Ojetti en su carta de renuncia, califica la muerte de Welbi, el paciente fallecido, como una «triste y oscura página de historia de nuestra medicina».[3]

La Iglesia, comunidad de los que son convocados por Jesucristo Resucitado y lo siguen

 

Ahora continuemos con el estudio del Nº 49 del Compendio, que dice así:

La Iglesia, comunidad de los que son convocados por Jesucristo Resucitado y lo siguen, es «signo y salvaguardia del carácter trascendente de la persona humana »[4] Resaltemos algunas palabras: Comunidad – Convocados por Jesucristo – los que lo siguen – Signo –

Esas palabras nos tienen que tocar muy hondo: nos dicen que por ser miembros de la Iglesia  pertenecemos a la comunidad de los convocados por Jesucristo Resucitado. Fuimos convocados por Jesucristo Resucitado. Fijémonos en las palabras siguientes, porque nos hablan de nuestra responsabilidad ante ese llamamiento, al decir: La Iglesia, comunidad de los que son convocados por Jesucristo Resucitado y lo siguen.

Ya sabemos que seguir a Jesucristo es seguir el Evangelio. “Sígueme” fue una invitación que aceptaron los Apóstoles y les cambió su vida. La invitación a tomar su cruz y seguirlo ha cambiado la vida de muchos que llegaron a ser santos. Nosotros también estamos llamados a seguirlo. Si lo hacemos, también nos puede cambiar la vida. Seguir a Jesucristo es seguir el Evangelio, seguir su Palabra. No podemos seguir al Señor sin que cambie nada en nosotros.

Leamos una vez más la frase completa: La Iglesia, comunidad de los que son convocados por Jesucristo Resucitado y lo siguen, es «signo y salvaguardia del carácter trascendente de la persona humana».

La Iglesia, como un Sacramento

 

Luego continúa: La Iglesia «es en Cristo como un sacramento, o sea signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano ».[5] La Iglesia es un signo, una señal de la unión con Dios. Un signo que, no sólo representa la unión con Dios, sino que es un signo eficaz, que realiza la unión con Dios. La Iglesia entonces es un signo y un instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano. La Iglesia es como un sacramento, dice la Gaudium et spes.

Ya en otra oportunidad, cuando estudiamos el mensaje de la Conferencia episcopal, llamado “Testigos de Esperanza[6], estudiamos lo que significa que la Iglesia sea “como un sacramento”.  Recordemos que en el Catecismo tenemos un tesoro para conocer nuestra fe. Allí, en el Artículo del Credo “Creo en la Santa Iglesia Católica”, en el Nº 770 y siguientes, podemos encontrar una explicación amplia sobre el Misterio de la Iglesia. Y, tengamos presente que el documento quizás más importante sobre la Iglesia, es la Constitución Dogmática Lumen gentium, del Concilio Vaticano II. Es un documento para leer y releer con cuidado.

Este párrafo del Compendio, que empezamos a estudiar, hay que tomarlo por partes. Empecemos por las que hemos repetido: La Iglesia, comunidad de los que son convocados por Jesucristo Resucitado y que siguen…

Comunidad de fieles, Pueblo de Dios

Realidad visible y Realidad Espiritual

La Iglesia, comunidad, es una comunidad muy diferente de la comunidad civil o política. La Iglesia es una realidad visible, una comunidad de fieles, que constituye el Pueblo de Dios, y como veremos, es también una realidad espiritual, portadora de la vida divina. La dimensión visible de la Iglesia la componemos los hombres, convocados por Jesucristo Resucitado. Nosotros llegamos a la Iglesia por la gracia de Dios, porque Él nos concedió ese don de convocarnos. Como dice el Catecismo Astete: somos cristianos por la gracia de Dios. No es por nuestros méritos.

Somos el Pueblo de Dios que camina. Esta realidad de la Iglesia, comunidad de hombres, tiene toda la carga de ser humanos, con nuestras debilidades, con nuestro cansancio en el camino, con el hambre, la sed, la enfermedad, la necesidad…Con el desánimo, a veces, con la tentación de no seguir caminando… No nos escandalicemos entonces, de las fallas humanas en la Iglesia. Tal vez, considerar a la Iglesia como el Cuerpo Místico de Cristo, Dios y hombre, nos da a entender bien lo que significa este aspecto humano de la Iglesia. Somos un Pueblo y somos el Cuerpo visible de la Iglesia. Somos un Pueblo, el Pueblo de Dios, con sus fortalezas y sus debilidades humanas, pero con la fortaleza de la gracia, porque es al mismo tiempo divina y  un pueblo peregrino que no camina solo. Vamos en comunidad, y vamos con la gracia de Dios que Jesucristo ha encargado a su Iglesia administrar.

No somos un grupo humano cualquiera

 

Las palabras Pueblo de Dios, nos indican que no somos un grupo humano cualquiera. No somos un grupo social solamente, no somos los miembros de un club, ni un grupo de trabajo para obtener resultados económicos, ni un equipo deportivo, ni una junta de acción comunal. Somos más que todo eso. La unión entre personas, en la comunidad que es la Iglesia, nos hace fuertes, no sólo porque la unión hace la fuerza, como se suele decir; es que la fortaleza nos viene de arriba, de una característica única del Pueblo de Dios; nos viene de su realidad espiritual, de su dimensión divina. Esta dimensión divina no es una característica puramente externa de nuestra comunidad de creyentes, no es un título otorgado por el hecho de tener a Dios como fundador, lo cual ya es grande. La dimensión divina de la Iglesia no es algo externo, es parte de su esencia; porque la Iglesia es Cuerpo Místico de Cristo. Él es su cabeza. Por eso la Iglesia es instrumento de redención universal; Dios la envía como Luz del mundo y sal de la tierra.[7]

Cuando comprendemos lo que es la Iglesia a la cual pertenecemos por la gracia de Dios, la amamos más, agradecemos más por haber sido llamados a ella, comprendemos mejor nuestra misión, de llevar la Buena Nueva a los demás.

Es siempre alentador recordar las palabras de Benedicto XVI a los jóvenes, antes de la Jornada Mundial en Colonia, cuando en Radio Vaticano le preguntaron cuál sería su mensaje a los jóvenes de todo el mundo, y dijo entonces que quería mostrarles lo hermoso que es ser cristianos. Esta experiencia, les dijo, nos da amplitud, pero sobre todo nos da comunidad, el saber que, como cristianos, no estamos jamás solos: en primer lugar encontramos a Dios, que está siempre con nosotros, formamos siempre una gran comunidad, una comunidad en camino, que tiene un proyecto de futuro: todo esto hace que vivamos una vida que vale la pena vivir. El gozo de ser cristianos, que es también bello y justo creer. Eran palabras de Benedicto XVI.

Dos dimensiones, dos realidades

En la Iglesia podemos distinguir, entonces, dos dimensiones, dos realidades: una visible, otra espiritual, que no vemos. Recordemos esto. La Constitución dogmática Lumen Gentium, en el Nº 8, compara la realidad invisible, la realidad divina de la Iglesia, con el misterio del Verbo Encarnado, que asume la naturaleza humana como instrumento vivo de salvación, unido indisolublemente a Él. A Dios lo pudieron ver en el rostro humano de Jesucristo. Dios se manifestó a través del Verbo encarnado. Nos explica el Concilio que de modo parecido, la Iglesia visible, compuesta por hombres, -la comunidad, el Pueblo de Dios, – sirve al Espíritu Santo que la vivifica.

La realidad invisible de la Iglesia nos la explica también el Catecismo en el Nº 774, donde añade que los 7 sacramentos son los signos y los instrumentos, mediante los cuales el Espíritu Santo distribuye la gracia de Cristo,  que es la Cabeza, en la Iglesia, que es su Cuerpo. De manera que, entonces, la Iglesia contiene la gracia que Ella significa, porque la recibe del Espíritu Santo, y la comunica por medio de los sacramentos. En este sentido la Iglesia es llamada “Sacramento”. El Espíritu Santo está en la Iglesia y se nos da por medio de los sacramentos. La dimensión divina de la Iglesia tiene su origen en Dios que está en Ella.

En la Exhortación apostólica Sacramentum Caritatis, Sacramento de la Caridad, del Santo Padre Benedicto XVI  se propone retomar la riqueza que contienen las reflexiones y propuestas surgidas en la Asamblea General del Sínodo de los Obispos, dedicado a la Eucaristía, que se celebró en Roma del 2 al 23 de octubre de 2005. Recordemos que ese sínodo fue convocado por Su Santidad el Papa Juan Pablo II, y confirmado por Benedicto XVI. Como dijeron los obispos en su mensaje al término del Sínodo, llegaron desde los cinco continentes, para rezar y reflexionar juntos sobre la Eucaristía, fuente y cumbre de la vida y de la misión de la Iglesia. La finalidad del Sínodo fue ofrecer al Santo Padre algunas propuestas útiles para actualizar la pastoral eucarística de la Iglesia. Dijeron los obispos participantes, que en el Sínodo pudieron experimentar lo que la sagrada Eucaristía significa desde los orígenes: una sola fe y una sola Iglesia, alimentada por un mismo Pan de vida y en comunión visible con el sucesor de Pedro.

Es tan importante la Exhortación Apostólica Sacramento de la Caridad, o Sacramento del amor, que es muy oportuno traer unas líneas que se refieren al tema de la Iglesia como Sacramento, que estamos estudiando. Al referirse a los objetivos de su exhortación, dice el Papa que el Amor (el agapé) se ha convertido también en un nombre de la Eucaristía, porque en ella el Amor de Dios nos llega corporalmente para seguir actuando en nosotros y por nosotros». Como vemos, la Eucaristía ocupa un puesto centralen la realidad divina de la Iglesia.

La Eucaristía, Fuente y Culmen de la Vida y de la Misión de la iglesia

La Eucaristía, según este mensaje del Papa, y como era el título del Sínodo, es Fuente y Culmen de la Vida y de la Misión de la iglesia. De modo que la Eucaristía es la fuente, el origen y el culmen, la cumbre, de la vida de la Iglesia y de su Misión.Vamos a leer un párrafo que nos habla precisamente sobre la Eucaristía y la Sacramentalidad de la Iglesia, en el Nº 16. Esto nos ayuda a comprender lo que la Eucaristía es en la Iglesia, en su dimensión divina, lo que debe significar en nuestra vida y nos permite comprender mejor el significado de la Iglesia como sacramento. Dice así la exhortación del Santo Padre:

El Concilio Vaticano II ha recordado que «los demás sacramentos, como también todos los ministerios eclesiales y las obras de apostolado, están unidos a la Eucaristía y a ella se ordenan. La sagrada Eucaristía, en efecto, contiene todo el bien espiritual de la Iglesia, es decir, Cristo mismo, nuestra Pascua y Pan de Vida, que da la vida a los hombres por medio del Espíritu Santo.

La sagrada Eucaristía contiene todo el bien espiritual de la Iglesia, es decir, Cristo mismo

Repitamos esa frase: La sagrada Eucaristía, (…) contiene todo el bien espiritual de la Iglesia, es decir, Cristo mismo, nuestra Pascua y Pan de Vida, que da la vida a los hombres por medio del Espíritu Santo.[8] Estas verdades las oímos sin duda con frecuencia, o las leemos, pero quizás no nos detenemos lo suficiente a meditarlas. Lo que sucede también, es que cada documento doctrinal tiene tanto contenido, y tan profundo, que casi cada frase daría para un libro. Bien, entonces, nos dice el Santo Padre que La Sagrada Eucaristía contiene todo el bien espiritual de la Iglesia, porque contiene a Cristo mismo, que nos da la vida, por medio del Espíritu Santo. Claro, si la Eucaristía contiene a Cristo mismo, contiene todo el bien espiritual de la Iglesia. Lo que tenemos en la Eucaristía, y no siempre aprovechamos… Y sobre la Iglesia como sacramento, continúa el Papa:

Así, los hombres son invitados y llevados a ofrecerse a sí mismos, sus trabajos y todas las cosas creadas junto con Cristo». Esta relación íntima de la Eucaristía con los otros sacramentos y con la existencia cristiana se comprende en su raíz cuando se contempla el misterio de la Iglesia como sacramento. A este propósito, el Concilio Vaticano II afirma que «La Iglesia es en Cristo como un sacramento o signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano». Ella, como dice san Cipriano, en cuanto «pueblo convocado por la unidad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, es sacramento de la comunión trinitaria.

El párrafo anterior nos podría dar materia para una larga meditación. Veamos solamente lo que se refiere a la Eucaristía y la Unidad del género humano. No son sólo palabras bonitas, simbólicas, cuando hablamos de la Eucaristía comunión, comunidad, banquete de unidad. Estas palabras de Benedicto XVI nos lo explican. Veamos, cómo la vida de la Trinidad tiene qué ver con esta realidad. Esto de la Iglesia sacramento nos lleva lejos. Ojalá lo vivamos. Leamos de nuevo esas líneas: el Concilio Vaticano II afirma que «La Iglesia es en Cristo como un sacramento o signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano». Ella, como dice san Cipriano, en cuanto «pueblo convocado por la unidad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, es sacramento de la comunión trinitaria.

De manera que la Iglesia tiene mucho que ver con nuestra unión con Dios y con la unidad de todo el género humano. Unión con Dios, que es Trinidad,- vida de amor de la Trinidad, – que es Amor. La unión, no la división, tiene que ser característica del Pueblo de Dios  y esta unión se funda nada menos que en la Trinidad.

En la Eucaristía, Dios que es Amor, se une plenamente a nuestra condición humana

Veamos lo que nos dice Benedicto XVI en esta exhortación, en el Nº 8, en el que nos habla de la Eucaristía como Don gratuito de la Santísima Trinidad:

En la Eucaristía se revela el designio de amor que guía toda la historia de la salvación (cf. Ef 1,10; 3,8-11). En ella, el Deus Trinitas, (el Dios Trinidad)- que en sí mismo es amor (cf. 1 Jn 4,7-8), se une plenamente a nuestra condición humana. En el pan y en el vino, bajo cuya apariencia Cristo se nos entrega en la cena pascual (cf. Lc 22,14-20; 1 Co 11,23-26), nos llega toda la vida divina y se comparte con nosotros en la forma del Sacramento.

Estas palabras, que son maravillosas, las creemos, pero a veces no las vivimos. Nos dicen que en la Eucaristía, Dios que es Amor, se une plenamente a nuestra condición humana. Bajo las apariencias del pan y el vino, se nos entrega Cristo, nos llega toda la vida divina que se comparte con nosotros…Continúa así la exhortación de Benedicto XVI:

Dios es comunión perfecta de amor entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Ya en la creación, el hombre fue llamado a compartir en cierta medida el aliento vital de Dios (cf. Gn 2,7). Pero es en Cristo muerto y resucitado, y en la efusión del Espíritu Santo como se nos da sin medida (cf. Jn 3,34), donde nos convertimos en verdaderos partícipes de la intimidad divina. Jesucristo, pues, «que, en virtud del Espíritu eterno, se ha ofrecido a Dios como sacrificio sin mancha» (Hb 9,14), nos comunica la misma vida divina en el don eucarístico. Se trata de un don absolutamente gratuito, que se debe sólo a las promesas de Dios, cumplidas por encima de toda medida. La Iglesia, con obediencia fiel, acoge, celebra y adora este don. El «misterio de la fe» es misterio del amor trinitario, en el cual, por gracia, estamos llamados a participar. Por tanto, también nosotros hemos de exclamar con san Agustín: «Ves la Trinidad si ves el amor ».

La Iglesia Santa por medio de la cual el Espíritu Santo se hace presente y se nos comunica

Volvamos a leer unas líneas: (…) es en Cristo muerto y resucitado, y en la efusión del Espíritu Santo como (Dios) se nos da sin medida (cf. Jn 3,34), donde nos convertimos en verdaderos partícipes de la intimidad divina. Jesucristo, pues, «que, en virtud del Espíritu eterno, se ha ofrecido a Dios como sacrificio sin mancha» (Hb 9,14), nos comunica la misma vida divina en el don eucarístico.

Después de estas explicaciones maravillosas del Santo Padre, basadas en la Sagrada Escritura, en los Concilios y en los Padres y Doctores de la Iglesia podemos comprender mejor lo que es la Iglesia a la cual fuimos llamados, el Pueblo de Dios al cual pertenecemos, la Iglesia Santa por medio de la cual el Espíritu Santo se hace presente y se nos comunica. Por todo eso, la Iglesia es también signo y salvaguardia del carácter trascendente de la persona humana, como enseña el Compendio de la D.S.I. en el Nº 49, que estamos estudiando.

 Además de explicarnos el Santo Padre la relación de la Eucaristía y la Trinidad, continúa explicándonos que El hecho de que la Iglesia sea «sacramento universal de salvación» nos muestra cómo Cristo, único Salvador, mediante el Espíritu llega a nuestra existencia por medio de los sacramentos. La Iglesia se recibe y al mismo tiempo se expresa, dice el Papa, en los siete sacramentos, mediante los cuales la gracia de Dios influye concretamente en los fieles para que toda su vida, redimida por Cristo, se convierta en culto agradable a Dios.

Cristo, mediante el Espíritu llega a nosotros por medio de los sacramentos. La gracia de Dios nos llega por medio de los sacramentos e influye en nuestra vida, para que se convierta en culto agradable a Dios. De manera que para que nuestra vida sea lo que Dios quiere, para que nuestra vida le sea agradable, nos tenemos que acercar a los sacramentos. Son el medio escogido por Dios para llegar a nosotros.

Después de la catequesis del Santo Padre, y lo que hemos leído del Concilio Vaticano, será suficiente sólo leer con cuidado, despacio, lo que nos falta del Nº 49 del Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia. Lo haremos, Dios mediante, dentro de una semana.

Fernando Díaz del Castillo Z.

ESCRÍBANOS A: reflexionesdsi@gmail.com

 


 

[1]Concilio Vaticano II, Constitución pastoral Gaudium et spes, 76

[2]II Macab, capítulo 7

[3]Cfr. Reflexión 50 y «L’Osservatore Romano», 4 de marzo 2007

[4]Concilio Vaticano II, Constitución pastoral Gaudium et spes, 76

[5]Concilio Vaticano II, Constitución dogmática Lumen gentium, 1

[6]Testigos de Esperanza”, LXXIX Asamblea Plenaria Ordinaria del Episcopado, Bogotá, 4-8 de julio de 2005, y comentarios en varios Programas en Radio María , sobre la D.S.I. desde el 21 de julio de 2005.

[7] Lumen gentium, 9

[8] Concilio Vaticano II, Decreto Presbyterorum ordinis, 5

Reflexión 50 Jueves 8 de marzo 2007

En este blog encuentra una serie de reflexiones sobre la Doctrina Social que fueron transmitidos por Radio María de Colombia preparadas por Fernando Díaz del Castillo Z. Se sigue estrictamente el Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, libro publicado por el Pontificio Consejo Justicia y Paz; se puede afirmar que es la Doctrina Social oficial, de la Iglesia Católica. En la columna de la derecha encuentra usted todos los programas. Con un clic entra al que desee.

Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, Nº 48-49

Designio de Dios y Misión de la Iglesia

En esto vamos

 

Dedicamos los últimos programas al tema de la autonomía de las realidades terrenas, que se desarrolla del Nº 45 al 48, en el Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, nuestro libro guía. Vimos la importancia que para nuestra vida personal y para la sociedad tiene la correcta comprensión de la autonomía de las realidades terrenas. Hoy vamos a seguir con el Nº 48, que trata el tema de la instrumentalización de la persona humana, es decir del mal uso de las personas como medios, como instrumentos.

Un vistazo atrás para no perder el hilo

 

Antes de continuar demos un vistazo a lo anterior, para no perder el hilo conductor. Vimos que según la doctrina católica, las diversas ciencias y las artes  tienen sus propias leyes y valores que hay que respetar, y es papel del hombre hacerlas progresar, siguiendo siempre el camino que les es propio, es decir, respetando el diseño original del Creador. De modo que la autonomía de las realidades terrenas no significa una separación radical de las realidades terrenas de Dios su Creador. Las realidades terrenas llevan impreso por Dios un orden que hay que reconocer y respetar. Podríamos decir que tenemos impreso el plano con que fuimos hechos. Sería un error apartarnos de él.

Sin embargo, debemos entender que es perfectamente aceptable distinguir entre el orden natural y el sobrenatural, sin establecer una separación radical entre estos dos órdenes; y es lícito hacer la distinción entre el poder político y el espiritual. Esto es ser coherentes con «Dar al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios. [1]

 

Si creo en una vida futura, no es razonable vivir como si sólo existiera la vida temporal

Decíamos que la persona humana en sí misma, como fue creada por Dios, y por su vocación, por su destino final, que es Dios mismo, la persona humana trasciende, está más allá del universo creado, de la sociedad y de la historia. No tiene el hombre como fin sólo una vida temporal, que se terminará del todo un día; sino que su destino es eterno y por eso, su vida en la sociedad terrena, en la historia, tiene que vivirla de manera consecuente con esas realidades. Eso es ser coherente. Si yo creo en una vida futura, no es razonable vivir como si sólo existiera la vida temporal, la terrena.

Como vimos, estas enseñanzas están conectadas también con la importancia de la ley natural, y leímos algunas líneas del discurso que pronunció Benedicto XVI el 12 de febrero de 2007 en la Pontificia Universidad Lateranense de Roma, sobre la ley natural, fuente de los derechos y deberes.[2]

En ese discurso el Santo Padre llamó a la ley natural único baluarte contra el arbitrio del poder y de la manipulación ideológica, en particular «en el actual momento histórico que vivimos». Se refería el Papa al progreso actual del mundo, gracias a la capacidad del hombre para descifrar las reglas y las estructuras de la materia; y al mismo tiempo nos puso en guardia frente a las amenazas de una destrucción del don de la vida, de la familia y de la naturaleza, debido a los métodos jurídicos y científicos que se emplean sin tener en cuenta la ética de la ley moral natural». Bien podemos nosotros entender a qué se refiere el Papa, porque en Colombia, como en otros países, somos testigos de la manipulación ideológica y el uso del poder para defender con aparentes argumentos jurídicos el aborto, la eutanasia, el matrimonio entre parejas del mismo sexo, la utilización de embriones con fines de investigación. Se pretende, de modo ilícito, que todo lo que es científicamente posible, es al mismo tiempo lícito, y eso no es verdad. La ley puede permitir algo posible de hacer, pero eso  no quiere decir que ese comportamiento, aunque esté permitido por la ley, sea lícito; puede ser inmoral.


La autonomía relativa de lo temporal

 

Aclaramos en los programas anteriores, que es importante diferenciar el movimiento laicista, – que es un movimiento anticristiano,  que quiere apartar al mundo de Dios, – de la toma de conciencia cristiana sobre la autonomía relativa de lo temporal, la cual que está de acuerdo con la enseñanza del Concilio Vaticano II, como leímos en la Gaudium et Spes[3]. Algunos se refieren a esta toma de conciencia legítima de la autonomía relativa de lo temporal, como a un proceso de «desclericalización». Como acabamos de decir, aceptar la autonomía relativa de lo temporal es ser coherentes con: «Dar al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios.

E l movimiento de laicización promueve la separación completa del mundo, de Dios su Creador

 

Otra cosa diferente es el movimiento de laicización, el de promover cada vez más la separación completa del mundo, de Dios su Creador, su Señor y Padre. Como lo han dicho voces autorizadas, y entre ellas nada menos que la de Juan Pablo II, estamos atravesando por Una crisis de la verdad sobre el hombre. Es un enorme daño el que se hace a la humanidad, pues los que quieren separar completamente al ser humano de lo trascendente, al reducirlo a sólo la materia, no le hacen un favor, al contrario, le hacen daño pues lo desfiguran de su diseño original. Quieren ellos un hombre disminuido, fabricado a la medida pequeña del hombre, a imagen y semejanza, no de Dios, sino del hombre caído.

En vez de considerar al hombre de modo integral, – materia y espíritu, – es decir, en vez de aceptar la conexión del hombre con Dios, al separarlo radicalmente de su Creador, lo empequeñecen, lo reducen a la sola materia corruptible.

Vimos otra cosa maravillosa: si queremos conocer de verdad al hombre, nos tenemos que acercar a Dios. Tenemos que conocer más a Dios. Cuando nos acercamos al conocimiento de Dios, nos adentramos también en el conocimiento del hombre, porque somos hechos a su imagen. Según esto, cuando el hombre se aparta de Dios, cuando se niega a Dios, se niega también la posibilidad de conocer plenamente al hombre.

 

Y ahora, sigamos adelante: el hombre instrumentalizado

 

Pasemos ahora al Nº 48 del Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia. Leámoslo. Dice así:

La persona humana no puede y no debe ser instrumentalizada por las estructuras sociales, económicas y políticas, porque todo hombre posee la libertad de orientarse hacia su fin último. Por otra parte, toda realización cultural, social, económica y política, en la que se actúa históricamente la sociabilidad de la persona y su actividad transformadora del universo, debe considerarse siempre en su aspecto de realidad relativa y provisional, porque « la apariencia de este mundo pasa » (1 Co 7,31).

¿Qué es eso de la instrumentalización del hombre? Vimos en los programas anteriores, que Juan Pablo II, en el Nº 41 de la encíclica Centesimus annus, trata el tema de la alienación del hombre en el marxismo y el capitalismo. Recordemos que alienarse es lo mismo que perder la propia identidad, perder la manera natural de ser. El marxismo utilizaba mucho esa palabra, -la alienación, -porque sostenía que sólo en una sociedad de tipo colectivista, estatizada, se podría erradicar la alienación. Juan Pablo II en esta encíclica Centesimus annus, demostró que el comunismo con su sociedad colectivizada, no sólo no erradicó la alienación, sino que más bien la incrementó. Bien sabemos que el hombre en esa sociedad comunista, era tratado inhumanamente. Además, demostró el Papa que en la sociedades occidentales de tipo capitalista, tampoco se ha erradicado la alienación; – para entender mejor el término, llamémosla “deshumanización”, – porque también en las sociedades capitalistas existen muchas formas de explotación de la persona humana. Se trata a las personas como medios, – es decir, se trata al hombre como un mero instrumento, -se pretende que sea la economía de mercados la única norma, sin considerar que la economía y los mercados deben servir al hombre y no a la inversa.

La Iglesia no propone modelos económicos

Y ¿cuál es la posición de la Iglesia en esta coyuntura? Juan Pablo II es claro: La Iglesia no tiene modelos económicos que proponer[4]; esa no es su misión, pero sí ofrece su orientación por medio de su doctrina social. La Iglesia reconoce la validez del mercado y de la empresa, pero orientados al bien común. La Iglesia proclama que la empresa no puede considerarse sólo como una sociedad de capitales, sino que debe entenderse también como una sociedad de personas.

Cómo entiende la Iglesia a la empresa, al trabajador y al trabajo, lo encontramos en el Nº 43 de la encíclica Centesimus annus (en la columna de la derecha encuentra el enlace a ese documento). Por nuestra cuenta podemos leer el texto completo, aquí entresaquemos algunos párrafos que nos orienten:

la Iglesia ofrece, como orientación ideal e indispensable, la propia doctrina social, la cual (…) reconoce la positividad del mercado y de la empresa, pero al mismo tiempo indica que éstos han de estar orientados hacia el bien común.

La doctrina social de la Iglesia reconoce también la legitimidad de los esfuerzos de los trabajadores por conseguir el pleno respeto de su dignidad y espacios más amplios de participación en la vida de la empresa, de manera que, aun trabajando juntamente con otros  y bajo la dirección de otros, puedan considerar en cierto sentido que «trabajan en algo propio», al ejercitar su inteligencia y libertad. – Las siguientesson textualmente palabras de Juan Pablo II:

La empresa no puede considerarse únicamente como una «sociedad de capitales»; es, al mismo tiempo, una «sociedad de personas», en la que entran a formar parte de manera diversa y con responsabilidades específicas los que aportan el capital necesario para su actividad y los que colaboran con su trabajo. Para conseguir estos fines, sigue siendo necesario todavía un gran movimiento asociativo de los trabajadores, cuyo objetivo es la liberación y la promoción integral de la persona. Vemos allí la clara posición de la Iglesia a favor de las asociaciones de trabajadores.

– El hombre se realiza a sí mismo por medio de su inteligencia y su libertad y, obrando así, asume como objeto e instrumento  las cosas del mundo, a la vez que se apropia de ellas. En este modo de actuar  se encuentra el fundamento del derecho a la iniciativa y a la propiedad individual. Mediante su trabajo el hombre se compromete no sólo en favor suyo, sino también en favor de los demás y con los demás:  cada uno colabora en el trabajo y en el bien de los otros. El hombre trabaja para cubrir las necesidades de su familia, de la comunidad de la que forma parte, de la nación y, en definitiva, de toda la humanidad

La obligación de ganar el pan con el sudor de la propia frente supone, al mismo tiempo, un derecho (el derecho al trabajo). Una sociedad en la que este derecho se niegue sistemáticamente y las medidas de política económica no permitan a los trabajadores alcanzar niveles satisfactorios de ocupación, no puede conseguir su legitimación ética ni la justa paz social. Así como la persona se realiza plenamente en la libre donación de sí misma, así también la propiedad se justifica moralmente cuando crea, en los debidos modos y circunstancias, oportunidades de trabajo y crecimiento humano para todos.

Eran palabras de Juan Pablo II. Leamos de nuevo unas líneas que deberían estar grabadas, y muy a la vista de todos, en el llamado Ministerio de Protección social y también en el Ministerio de Hacienda: Una sociedad en la que (…) las medidas de política económica no permitan a los trabajadores alcanzar niveles satisfactorios de ocupación, no puede conseguir su legitimación ética ni la justa paz social.

 

Una realidad relativa y provisional

Volvamos al Nº 48 del Compendio:

Nos dice que, toda realización cultural, social, económica y política, en la que se actúa históricamente la sociabilidad de la persona y su actividad transformadora del universo, debe considerarse siempre en su aspecto de realidad relativa y provisional, porque « la apariencia de este mundo pasa » (1 Co 7,31). Veamos qué significa esto.

Acabamos de leer que todas las acciones humanas, en lo cultural, en la vida económica, en la política, en la ciencia; todas esas obras humanas en que se trabaja en la transformación del universo tienen que considerarse como realidades provisionales, de valor relativo. ¿Por qué? Porque somos transitorios, porque este mundo pasa.

 

Una relatividad escatológica

Al decir que esas acciones del ser humano en la sociedad y en transformación del universo, son relativas y provisionales, no se despoja a nuestra acción de valor, sino que se le da el que realmente tiene. Qué quiere decir que nuestra acción tenga un valor relativo, lo explica enseguida el Compendio con estas palabras: Se trata de una relatividad escatológica, en el sentido de que el hombre y el mundo  se dirigen hacia una meta, que es el cumplimiento de su destino en Dios.  Hay personas que toman el término escatológico como algo trágico. No hay por qué; cuando se habla de la escatología, se trata de nuestro destino final que es Dios, se habla de estar en camino hacia la eterna felicidad. Estamos aquí de excursión, hay que caminar, trepar, hay que esforzarse para llegar a la cumbre de nuestro destino final. Cuando se habla de la relatividad de nuestras acciones en el mundo, se habla de algo importante, que hay que hacer en el camino, para llegar al destino final, aunque esas acciones no sean permanentes, no se extiendan por toda la eternidad. Eso no les quita la importancia que puedan tener. Son acciones importantes para la vida en la tierra y que siembran eternidad…

Una relatividad teológica

Se está hablando, nos dice también el Compendio, de una relatividad teológica, en cuanto el don de Dios, a través del cual se cumplirá el destino definitivo de la humanidad y de la creación, supera infinitamente las posibilidades y las aspiraciones del hombre. Cualquier visión totalitaria de la sociedad y del Estado y cualquier ideología puramente intramundana del progreso son contrarias a la verdad integral de la persona humana y al designio de Dios sobre la historia.

Es una afirmación muy interesante, esta de la relatividad teológica de nuestras acciones. Veíamos en otra reflexión, hablando sobre las virtudes teologales, – fe, esperanza y caridad, – que se llaman teologales, porque se refieren a Dios, y es Dios el que las hace posibles, el que nos da la gracia de creer, esperar y amar.[5] Podemos guiarnos por esa explicación, para comprender qué quiere decir esto de la relatividad teológica de nuestras acciones, de la cual habla el Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia.

Acabamos de ver que el valor de nuestras acciones es de una relatividad escatológica, porque son acciones pasajeras, pero orientadas a la eternidad, al destino final que es Dios, y se trata de una relatividad teológica, también por su relación con Dios; como dice el Compendio: en cuanto el don de Dios, a través del cual se cumplirá el destino definitivo de la humanidad y de la creación, supera infinitamente las posibilidades y las aspiraciones del hombre. Nuestras acciones si se relacionan con Dios, crecen, se vuelven más valiosas, con su ayuda superan las aspiraciones puramente humanas.

Y leamos de nuevo las líneas finales del Nº 48: Cualquier visión totalitaria de la sociedad y del Estado y cualquier ideología puramente intramundana del progreso son contrarias a la verdad integral de la persona humana y al designio de Dios sobre la historia.

Las naciones que se han gobernado y se gobiernan con sistemas totalitarios, han sido y son víctimas del despotismo, del irrespeto a la libertad, a la dignidad de la persona humana. Los gobiernos que se orientan por una visión puramente intramundana, materialista, que niega la trascendencia, desfiguran la verdad sobre el hombre, y se empeñan en impedir que los designios de Dios sobre el hombre y su mundo, se hagan realidad. ¡Qué daño hacen y se hacen a sí mismos!

 

IV Designio de Dios y Misión de la Iglesia

Vamos a comenzar ahora un tema grande, nuevo, con el cual termina el primer capítulo del Compendio de la D.S.I. El título es Designio de Dios y Misión de la Iglesia, y los subtítulos son muy sugestivos de la riqueza que entrañan. Son éstos: a) La Iglesia, signo y salvaguardia de la trascendencia de la persona humana, b) Iglesia, reino de Dios y renovación de las relaciones sociales, c) Cielos nuevos y tierra nueva, y finalmente, un tema que no podía faltar: d) María y su fiat al designio de amor de Dios.

Veamos entonces cuál es la misión de la Iglesia en el designio, en los planes de Dios sobre el hombre. Leamos el Nº 49, que es bellísimo. Tenemos allí en pocas palabras, una descripción magnífica de lo que es la Iglesia y de su misión. Utiliza el Compendio las palabras del Vaticano II en dos constituciones: la Constitución Pastoral Gaudium et spes, y la Constitución dogmática Lumen gentium. Dice así:

a) La Iglesia, signo y salvaguardia de la trascendencia de la persona humana

49 La Iglesia, comunidad de los que son convocados por Jesucristo Resucitado y lo siguen, es «signo y salvaguardia del carácter trascendente de la persona humana »[6] La Iglesia « es en Cristo como un sacramento, o sea signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano ».[7] Su misión es anunciar y comunicar la salvación realizada en Jesucristo, que Él llama « Reino de Dios » (Mc 1,15), es decir la comunión con Dios y entre los hombres. El fin de la salvación, el Reino de Dios, incluye a todos los hombres y se realizará plenamente más allá de la historia, en Dios. La Iglesia ha recibido « la misión de anunciar el reino de Cristo y de Dios e instaurarlo en todos los pueblos, y constituye en la tierra el germen y el principio de ese reino». Hasta allí el Nº 49 Compendio. Vayamos entonces por partes:

La Iglesia, comunidad de los que son convocados por Jesucristo Resucitado y lo siguen, es «signo y salvaguardia del carácter trascendente de la persona humana».

Estas palabras del Compendio están tomadas de Nº 76 de la Constitución pastoral Gaudium et spes, que en el capítulo IV, trata sobre la Vida en la Comunidad Política. En el Nº 74 había explicado cuál es la naturaleza y el fin de la comunidad política. Es oportuno que leamos esa parte; es muy clara y nos ayuda a comprender el papel de la Iglesia, a diferencia del papel de la comunidad política, de la comunidad civil (También el enlace a esta Constitución lo encuentra en la columna de la derecha). Dice así:

Los hombres, las familias y los diversos grupos que constituyen la comunidad civil son conscientes de su propia insuficiencia para lograr una vida plenamente humana y perciben la necesidad de una comunidad más amplia, en la cual todos conjuguen a diario sus energías en orden a una mejor procuración del bien común. Por ello forman comunidad política según tipos institucionales varios. La comunidad política nace, pues, para buscar el bien común, en el que encuentra su justificación plena y su sentido y del que deriva su legitimidad primigenia y propia. El bien común  abarca el conjunto de aquellas condiciones de vida social con las cuales los hombres, las familias y las asociaciones pueden lograr con mayor plenitud y facilidad su propia perfección (La cursiva es nuestra).

De manera que la razón por la cual existe la comunidad política, es la necesidad de unión de las personas, de las familias, para poder lograr el bien común. Y nos describe el bien común, como el conjunto de condiciones de vida social, con las cuales los miembros de la comunidad pueden lograr su perfección. Luego la Constitución pastoral Gaudium et spes, explica que como una comunidad política está formada por muchas y diferentes personas, se pueden ofrecer diversos pareceres sobre las soluciones más convenientes, para las situaciones que se presenten, por lo cual es indispensable una autoridad que dirija la acción de todos hacia el bien común no mecánica o despóticamente, sino obrando principalmente como una fuerza moral, que se basa en la libertad y en el sentido de responsabilidad de cada uno.

De allí concluye la Gaudium et spes, que Es, pues, evidente que la comunidad política y la autoridad pública se fundan en la naturaleza humana, y, por lo mismo, pertenecen al orden previsto por Dios, aun cuando la determinación del régimen político y la designación de los gobernantes se dejen a la libre designación de los ciudadanos.

En resumen, las personas y las familias forman la comunidad política o comunidad civil, con el fin de lograr mejor el bien común; de manera que la necesidad de la unión para un logro común, es el origen de la comunidad política. Ahora bien, es natural que en la comunidad se presenten diferentes puntos de vista sobre cómo solucionar las situaciones que se presenten, de manera que se hace indispensable una autoridad, un gobierno, que dirija la acción de todos, y lo haga, no de manera despótica, sino como una fuerza moral, con base en la libertad y el sentido de responsabilidad de todos.

 

¿Hasta dónde llega la autoridad de los gobernantes?

 

Como podemos ver, la democracia, responde mejor a esa descripción de la autoridad, en la comunidad civil; pero la Iglesia no aboga por un sistema de gobierno específico. Sí dice claramente que se necesita una autoridad que dirija la acción de todos hacia el bien común no mecánica o despóticamente, sino obrando principalmente como una fuerza moral, que se basa en la libertad y en el sentido de responsabilidad de cada uno.

Sobre esa autoridad nos enseña la Iglesia algunos puntos muy importantes. Tengámoslos presentes, porque debemos saber hasta donde llega la autoridad de los gobernantes. Continúa así la Constitución Gaudium et spes:

Síguese también que el ejercicio de la autoridad política, así en la comunidad en cuanto tal como en las instituciones representativas, debe realizarse siempre dentro de los límites del orden moral para procurar el bien común -concebido dinámicamente- según el orden jurídico legítimamente establecido o por establecer. Es entonces cuando los ciudadanos están obligados en conciencia a obedecer. De todo lo cual se deducen la responsabilidad, la dignidad y la importancia de los gobernantes.

De manera que las autoridades deben ejercer su autoridad política dentro de los límites del orden moral, para procurar el bien común. Y añade que Es entonces cuando los ciudadanos están obligados en conciencia a obedecer. Según esto, se entiende que no estamos obligados a obedecer, si nos ordenan algo fuera de los límites del orden moral para procurar el bien común.

 

“Juzgad si es justo delante de Dios obedeceros a vosotros más que a Dios”.

 

En los comienzos de la Iglesia, los Apóstoles nos dieron ejemplo de hablar claro, en situaciones en que la autoridad ordena algo por fuera de los límites del orden moral. Recordemos el episodio, cuando les prohibieron predicar en nombre de Jesús, que nos trae el capítulo 4º de Hechos, cuando Pedro y Juan respondieron al Sanedrín: “Juzgad si es justo delante de Dios obedeceros a vosotros más que a Dios”. Y las historias de los mártires están llenas de respuestas valientes, cuando prefirieron perder la vida antes que doblegarse a leyes impías. También en el difícil momento que vivimos, hay médicos valientes, jueces valerosos, cristianos valientes que ponen en juego su trabajo, antes que acatar órdenes por fuera del orden moral.

«L’Osservatore Romano», el diario de la Santa Sede, en su edición del 4 de marzo pasado, (2007) alabó como gesto ejemplar, la renuncia de un médico italiano, como consejero del Colegio de Médicos, para manifestar su oposición a la decisión de sus colegas, de no emprender medidas disciplinares contra el doctor Mario Riccio, el anestesiólogo que el 20 de diciembre, desconectó el respirador mecánico que permitía vivir a Piergiorgio Welby, un enfermo que había pedido que se acabara con su vida.[8] El Dr. Stefano Ojetti, en su carta de renuncia califica la muerte de Welbi como una «triste y oscura página de historia de nuestra medicina» (También en este blog encuentra el enlace a L’Osservatore Romano).

Fernando Díaz del Castillo Z.

Escríbanos a:  reflexionesdsi@gmail.com


[1] Cfr. Entrevista de Zenit a Mariano Fazio, Rector de la Pontificia Universidad de la Santa Cruz, el 18 de enero, 2007, sobre la secularización, y nuestro comentario en la Reflexión 48 del 22 de febrero de 2007.

[2] Noticia y texto publicados por la agencia Zenit, en internet, el 16 de febrero, 2007

[3] Gaudium et spes, 36

[4]Juan Pablo II, Centesimus annus, 43

[5]Carlo María Martini, Cardenal Arzobispo de Milán, “Las Virtudes del Cristiano que Vigila, EDICEP C.B.

[6]Concilio Vaticano II, Constitución pastoral Gaudium et spes, 76

[7]Concilio Vaticano II, Constitución dogmática Lumen gentium, 1

[8] Cfr. ZENIT, Fecha publicación: 2007-03-04

Reflexión 49 Jueves 1 de marzo 2007

Usted encuentra en este ’blog’ una serie de reflexiones sobre la Doctrina Social de la Iglesia, transmitidas por Radio María de Colombia, en el orden y según la numeración del Compendio preparado por la Santa Sede.  En la columna de la derecha encuentra todas las reflexiones; con un clic entra a la que desee.

 

Reflexión 49 ¿Un mundo sin Dios?

 

En los últimas reflexiones hemos estado estudiando el tema de la autonomía de las realidades terrenas, que se desarrolla del Nº 45 al 48, en el Compendio de la Docrina Social de la Iglesia, nuestro libro guía.

Para terminar la reflexión anterior leímos el Nº 47, del Compendio de la D.S.I., que nos sintetiza las conclusiones sobre la autonomía de lo terreno frente a Dios. Vamos a continuar con el mismo tema, porque si no nos queda muy claro y firme, podemos estar construyendo sobre arena. Veamos los puntos más importantes. Dice así el Nº 47:

 

La persona humana está más allá del universo creado, de la sociedad y de la historia

 

-La persona humana, en sí misma y en su vocación, trasciende el horizonte del universo creado, de la sociedad y de la historia: su fin último es Dios mismo, que se ha revelado a los hombres  para invitarlos y admitirlos a la comunión con Él.

De manera que la persona humana en sí misma, como es ,- como fue creada por Dios,- y por su vocación, es decir, por su destino final, que es Dios mismo, la persona humana está más allá del universo creado, de la sociedad y de la historia. No tiene el hombre como fin una vida temporal, que se terminará del todo un día; su destino es eterno, y por eso, su vida en la sociedad terrena, en la historia, tiene que vivirla de manera consecuente con esas realidades. Dios que se nos reveló en Jesucristo, nos invitó a seguir su camino, para llegar finalmente a la comunión con Él. Mientras tanto hay que hacer el camino, es un camino temporal que hay que andar, y que nos lleva a Él, a Dios.

La TV, en general, y algunas radios comerciales, nos tratan mal, como si sólo nos interesara la vida intrascendente, que hoy es y mañana desaparece, la que es flor de un día. A los temas sin importancia les dedican horas y horas, y los temas serios los tratan con una superficialidad, que delata a los que preparan esos contenidos; a algunos, los hace ver como a sembradores de cizaña y a otros como simples ventarrones pasajeros que arrastran el polvo; y de ese polvo hay que cubrirse, para que no nos entre a los ojos.

Tengamos en cuenta que la vida terrena pasa, sí, pero queda una huella, queda un fruto, bueno o malo. No podemos decir que no queda nada de nosotros en el mundo. Depende de lo que hagamos con nuestra vida. Si la dedicamos a lo intrascendente, desaparecerá cuando desaparezca nuestra presencia material. Sin embargo, si producimos frutos malos, pueden hacer un daño que permanecerá en otros. El Señor nos enseñó, que Cada árbol se conoce por su fruto (Lc 6, 4, Mt.7,20).

De la fragilidad de lo terreno nos habla la Escritura. Por ejemplo el Salmo 90,4, dice: Porque mil años son a tus ojos como un día, un ayer que se va, una vigilia en la noche. También el mismo Salmo 90, sobre lo pasajero del hombre dice en el verso 5b y 6: como la hierba que a la mañana brota; por la mañana brota y florece, por la tarde se amustia y se seca.

 

La Flor de un Día

 

Sobre la flor de un día hay muchos versos y canciones. Se habla del amor que es flor de un día, de la prosperidad material se dice también que es como flor de un día. Hay una flor, que se llama Flor de Jara. Dicen los que la conocen, que nace de madrugada y, al atardecer del mismo día, deja caer sus pétalos y se cierra sobre sí misma. Pero añaden que En unas semanas se habrá convertido en fruto.[1]Así es nuestra vida: florece, se ajan y se caen sus pétalos, pero queda un fruto. Depende de nosotros la huella o el fruto que permanezca cuando nos hayamos ido.

Lo importante es que seamos conscientes de que en esta vida vamos de camino; si, con la ayuda de la gracia, lo recorremos sin desviarnos, sin buscar atajos a pesar de las subidas, de las bajadas, del mal tiempo, – en fin, – de la fatiga,  llegaremos algún día a nuestro destino final, al encuentro con el Señor que describió San Pablo con las palabras:«Ni ojo vio, ni oído oyó, ni pasó al hombre por el pensamiento cuáles cosas tiene Dios preparadas para aquellos que lo aman» (1 Cor. 2, 9).

Volviendo al texto del Nº 47 del Compendio que leímos antes, se cita a continuación a Juan Pablo II en la encíclica Centesimus annus, en el Nº 41, donde dice que el hombre no puede entregarse a un proyecto solamente humano de la realidad, a un ideal abstracto, ni a falsas utopías. Y es que hay personas que se entregan sólo a grandes proyectos terrenos, con unas ansias como si construyeran otra torre de Babel, donde no los alcance la mano de Dios… Se les olvida que lo sólo terreno es deleznable, se acaba. Recordemos aquella parábola en Lc 12,16-21, la de aquel hombre codicioso, que pensó que sus campos habían producido tanto, que tenía reservas para muchos años y se podía dedicar a la comida y a la bebida; pero Dios le dijo: ¡Necio! Esta misma noche te reclamarán el alma; las cosas que preparaste, ¿para quién serán? Esas palabras nos recuerdan también al Salmo 39,6 y 7, que sobre la pequeñez del hombre exclama: Oh, sí, te bastan palmos para contar mis días, mi existencia cual nada es ante ti; sólo un soplo, todo hombre que se yergue. Pero a pesar de nuestra pequeñez, somos obra de las manos de Dios y sabemos que nos ama tanto, que por nosotros entregó a su Hijo.

Entonces, ¿a qué debemos dedicar nuestra vida para que no la malgastemos? ¿Qué nos aconseja la Iglesia? Así continúa Juan Pablo II en el mismo número 41 de la encíclica Centesimus annus:

En cuanto persona, (el ser humano) puede darse a otra persona o a otras personas y, por último, a Dios, que es el autor de su ser  y el único que puede acoger plenamente su donación».

Darnos a los demás. Darnos a Dios, el único que puede acoger plenamente nuestra donación. ¿Y es que lo que hacemos vale la pena, si no se orienta al bien de los demás? Si nuestro interés es sólo nuestro propio beneficio, nos volvemos mezquinos. Y el mezquino es falto de nobleza de espíritu, es pequeño, es diminuto, y en últimas, desdichado, amargado. Y el hombre no fue creado para ser desgraciado; en su ser lleva la semilla de la eternidad, de la vida de Dios que es felicidad y a esa felicidad está llamado. Si el hombre se dedica sólo a sí mismo se autodestruye, porque está creado para el amor, a imagen y semejanza de Dios, y Dios es amor, y el amor es comunicar, es dar, es darse, no es acumular sólo en propio beneficio. Por eso sigue así la cita de Juan Pablo II en la Centesimus annus:

Por ello

« se aliena el hombre que rechaza trascenderse a sí mismo y vivir la experiencia de la autodonación y de la formación de una auténtica comunidad humana, orientada a su destino último que es Dios. Está alienada una sociedad que, en sus formas de organización social, de producción y consumo, hace más difícil la realización de esta donación y la formación de esa solidaridad interhumana ». Hasta allí Juan Pablo II.

 

¿Qué es alienarse?

 

A esto entonces, estamos llamados: a amar, a darnos a los demás, para encontrarnos con Dios. Para eso existimos. Recordemos que alienarse es lo mismo que perder la propia identidad, perder nuestra manera natural de ser.

Nosotros nos alienamos, dejamos de ser lo que somos o debemos ser, si nos encerramos en nosotros mismos; la sociedad se aliena, si olvida que su fin es hacer comunidad, vivir en comunidad. Y vivir en comunidad no es solamente vivir físicamente con otros. Es compartir la vida con los otros. Es comunicarse con los demás, es darse a los demás. Por eso, para mencionar algo de lo que todo el mundo habla, – de la globalización, – tan mencionada ahora, para criticarla o para alabarla, sería muy buena, si se entendiera como un borrar límites para que los hombres sean solidarios, para que todos seamos una gran familia, para compartir lo que tenemos; para dar de lo que tenemos y recibir lo que necesitamos. A veces se habla mucho de la familia: la familia latinoamericana, la familia bolivariana, y eso de llegar a ser o llamarnos una familia, se reduce a meras palabras que se lleva el viento, porque no se ve en el sacrificio por los demás, en el darse, en el aprender a dar, sin egoísmo.

Mi intención era pasar ya al Nº 48. El Nº 48 del Compendio, nos habla de la Instrumentalización de la persona humana, a la cual se refiere Juan Pablo II en el Nº 41, de la encíclica Centesimus Annus: la alienación del hombre cuando es tratado como un medio y no como un fin. Pero este tema de la realidad del mundo con, o sin Dios, es tan importante, que antes de pasar al tema del hombre considerado como medio, como instrumento… echemos una miradita atrás. Si no aterrizamos, de pronto nos quedamos en ideas y palabras bonitas.

¿Nos damos cuenta de las implicaciones que tiene para la vida de la sociedad, el enfoque sobre las realidades terrenas con Dios o sin Dios? Yo creo que no nos damos cuenta del todo. Y resulta que las naciones se están orientando cada vez, hacia un destino sin Dios, y eso es lo mismo que ir hacia la autodestrucción. Con mucha tranquilidad se acepta que nuestros legisladores, nuestros magistrados que imparten justicia, legislen y fallen, ignorando la relación indisoluble del hombre con Dios… Y es bueno que pensemos en lo que debemos hacer y no quedarnos pasivos.

 

¿Qué país desean para nosotros los agnósticos?

Detrás de la orientación política de una persona está su concepción del mundo

 

Invito a los amables lectores, que en política siguen a personajes que se declaran públicamente agnósticos, a pensar qué clase de país quieren para ellos y para sus hijos. Porque detrás de la orientación política de una persona, está su concepción del mundo, y su acción política y legislativa, se dirige a que las cosas vayan en esa dirección, en la del mundo como ellos lo conciben. ¿Nosotros para dónde queremos ir? ¿Qué clase de país queremos para nosotros y para nuestros hijos? ¿Un país con Dios, o sin Dios?

Para conocer un poco el camino que está tomando nuestro país, tenemos que poner atención al pensamiento de los que tratan de orientar su destino. Los comunicadores de la prensa hablada y escrita se consideran orientadores de opinión. Parece que son ellos quienes determinan el camino que el gobierno y los ciudadanos debemos seguir. Ellos califican lo que está bien y lo que está mal. Y es aún más importante conocer la concepción que del hombre y del mundo tienen, los que nos gobiernan, los que legislan, los que deben hacer justicia.

 

Concepción del hombre en documento del Ministerio de Educación

 

¿Tienen los que dirigen el Estado una concepción de un mundo con Dios o sin Dios? ¿Cuál es su concepción del hombre? Son materialistas o aceptan la relación del hombre con un Ser Superior, su Creador? Busqué en la página del Ministerio de Educación Nacional de Colombia, en internet, a ver si tienen ellos, para nosotros ciudadanos, destinatarios de su trabajo, alguna manifestación de su concepción del hombre a quien deben servir, a quien pretenden educar. Porque es importante que sepamos para dónde nos quieren llevar. Lo que encontré, no me dejó del todo tranquilo. En algunas cosas sí, en otras, no.

En la página del Ministerio de Educación llamada Revolución Educativa Colombia aprende[2], encontré un documento que es conveniente considerar. En el apartado titulado:

Desarrollo humano como base de los indicadores de logros, dice: Lo humano y la humanización. Todo proceso educativo se fundamenta en una concepción del Hombre, una concepción de la sociedad, una concepción psíquica y del desarrollo del pensamiento, una concepción del conocimiento y una concepción de lo educativo. Estas concepciones se fusionan en la práctica y constituyen los pilares desde los cuales el conocimiento pedagógico construye su propio sentido y da significación a la función educativa.

Lo educativo surge de una comprensión profunda del ser del hombre, comprensión que define los criterios y finalidades  mediante los cuales se asume la función de enseñar y formar a las nuevas generaciones.

Es muy interesante esta declaración. Fijémonos en estos planteamientos, que están de acuerdo con nuestra afirmación, de que la orientación que se dé al país, depende de lo que creamos sobre el hombre. Esto es particularmente cierto en lo tocante a la educación. Leamos de nuevo:

 

Todo proceso educativo se fundamenta en una concepción del Hombre

 

Todo proceso educativo se fundamenta en una concepción del Hombre, una concepción de la sociedad, una concepción psíquica y del desarrollo del pensamiento. Y más adelante: Lo educativo surge de una comprensión profunda del ser del hombre, comprensión que define los criterios y finalidades mediante los cuales se asume la función de enseñar y formar / a las nuevas generaciones

De manera que la educación de las nuevas generaciones se orienta de acuerdo con la comprensión que se tenga del hombre. Nos parece bien a los creyentes, si la formación de las nuevas generaciones se basa en la concepción del ser humano de manera integral, creado como un ser que trasciende lo temporal, lo material. Y, ¿es esa la concepción del hombre que orienta la acción de nuestro Ministerio de Educación? Me quedan dudas, después de leer algunos apartes del documento sobre lineamientos curriculares, por lo menos en la redacción del tema Lo humano y la humanización y sus principios y fundamentos. Quizás en la práctica no se sigan esos derroteros, pero allí están escritos. Veamos:

Esto dice el documento sobre la persona humana. No es una redacción fácil, pero tratemos de seguirla:

La persona humana es un ser incorporado

La existencia incorporada de la persona humana nos presenta una expresión concreta y comprometida de lo humano, su realidad natural y su participación material en el orden físico de la naturaleza.

Lo que sigue parece un himno a la materia, como si el ser humano fuera solo cuerpo y sólo gracias a la materia se hiciera presente en el mundo, en la comunidad. Claro que gracias a nuestro cuerpo, vemos y nos ven, hablamos y nos escuchan, nos hablan y escuchamos; podemos sentir, percibir, ¿pero ese inmenso paso, del sentido al conocimiento, al afecto, al amor, y el inmenso salto a lo espiritual? Eso no lo encuentro en esta parte, sobre la concepción del hombre, en el escrito del Ministerio de Educación. Así continúa más adelante:

Por el cuerpo participamos de las dinámicas de crecimiento, reproducción y muerte que corresponden a los seres vivos, por él y en él, la naturaleza nos hace presentes, nos hace perceptibles, nos permite percibir y percibirnos, nos permite crear interacciones, formar parte del cosmos y de su ordenamiento con arreglo a leyes. Yo me pregunto: ¿De todo eso somos capaces, sólo porque tenemos cuerpo?

La siguiente afirmación, unas líneas más adelante, me parece que clarifican el pensamiento materialista, de quien eso escribió. Dice:

 (…) existimos subjetivamente porque existimos corporalmente, no podemos pensar sin ser, ni mucho menos ser sin el cuerpo.

¿De manera que cuando el cuerpo se desintegra, se desintegra el ser? ¿No podemos ser sin el cuerpo? Yo no puedo aceptar esa concepción del ser del hombre.

Para ser justos, no se puede criticar todo este documento del Ministerio de Educación. Tiene partes valiosas. Es interesante esta idea del hombre como un ser singular, debido a su capacidad de relación con los demás.

(…) no se realiza (el ser humano) como ser singular, volviéndose sobre sí en un movimiento permanente hacia dentro; por el contrario, sólo se encuentra como persona en la medida en que se torna disponible y transparente para sí misma y para los demás, en un acto de amor que empezando por ser amor a sí mismo, progresivamente se convierte en entrega permanente de su propia mis-mi-dad a los demás, haciendo de esta fuerza un hecho transitivo que lo hace crecer. El amor crece en la medida en que se entrega a los demás y decrece en la medida en que se encierra en sí mismo; igual acontece con el conocimiento, si alguien entrega lo que sabe no pierde el saber, por el contrario lo fortalece como conocimiento apropiado.

No nos alcanza el tiempo para estudiar las afirmaciones del documento del Ministerio de Educación sobre la autonomía y la libertad, que están más adelante, pero leamos algo de ellas.

Libertad y autonomía hacen al hombre dueño de sí mismo, de su interioridad, de su dignidad, de su propio destino y colaborador en la construcción del destino común de la sociedad a la cual pertenece (…) Bien entendido, con matices, podemos aceptar esa afirmación, pero qué pretende cuando continúa así sobre la libertad y la autonomía: Le permiten entender que no podemos atribuir a otros o a fuerzas inexistentes lo que es producto de nuestra incapacidad para definir lo que queremos lograr y lo que tenemos que hacer para lograrlo. ¿A qué fuerzas inexistentes se refiere? Cada uno lo puede aplicar a lo que quiera…

Parecen palabras muy bien escritas, pero lastimosamente, por lo menos en la concepción del hombre y de su mundo, como se presenta en los principios y fundamentos, en el documento del Ministerio de Educación, no se encuentra ni un resquicio para pensar en el hombre como un ser que tiene algo de espiritual, algo que ver con Dios. Y se supone que estas ideas sobre el hombre son los fundamentos sobre los que debe descansar el trabajo de educar. De verdad, como decíamos hace una semana, el mundo está en una crisis de la verdad sobre el hombre. Juan Pablo II fue un gran maestro, para enseñarnos cuál es nuestra verdadera dignidad. En cuanto al documento del Ministerio de Educación que comentamos, vamos a ver que, afortunadamente, el panorama puede mejorar.

Aunque parezca contradictorio, en el título Dimensiones del desarrollo humano / e indicadores de logros curriculares, se tiene en cuenta la Dimensión espiritual. En el comienzo de esa parte del documento, pareciera se hiciera una confesión de que en la educación no se da la importancia que debería darse a la dimensión espiritual, porque dice:

Esta dimensión se menciona muy poco en los documentos autorizados sobre educación y desarrollo integral humano / y en algunos casos no forma parte de la caracterización de dicho desarrollo integral. Esto no quiere decir / que tanto padres de familia como maestros y alumnos no esperen, no sueñen con que la educación, a través de sus procesos, los abra a los valores espirituales y entre éstos a los valores trascendentes con base en las respectivas culturas.

Me parece que este documento fue preparado por diversas personas, con distinta concepción del hombre y de la educación del hombre, porque no es coherente con lo que antes leímos sobre la persona humana. Y es que el Ministerio no se puede apartar de lo ordenado por la Ley General de Educación que obliga a tratar la dimensión espiritual en el desarrollo de la personalidad. Así lo expresa este documento que comentamos:

 El artículo 5o. de la Ley General, que se refiere al “pleno desarrollo de la personalidad… dentro de un proceso de formación integral” como primer fin de la educación, explicita entre los componentes de este desarrollo el componente ESPIRITUAL, tal como se ha mencionado antes.

Y ¿cómo se interpreta ese componente espiritual? Esto nos dice el documento del Ministerio de Educación, que pareciera quiere contradecir lo que antes había expuesto, sobre su concepción del ser humano, pura corporeidad, pues dice:

El hecho de que el ser humano sólo pueda existir por la cultura creando y renovando las culturas, es la evidencia de que su naturaleza es en su integralidad espiritual y que la dimensión corporal que hace presente su espíritu en el mundo y por tanto en la historia, es su expresión tangible y su medio de comunicación.

¡Qué bien! El cuerpo es la expresión del espíritu. Eso, sí. Y continúa:

Todas las dimensiones del desarrollo humano que se explicitan en documentos autorizados de orden educativo (corporal, ético, cognitivo, estético, por ejemplo), tienen la impronta del espíritu humano y están estructuradas por él mismo.

Y ¿qué es lo que caracteriza en general el espíritu humano?- continúa – Lo que caracteriza al espíritu humano es la subjetividad, la interioridad y la conciencia, que se manifiestan en su inteligencia y en su voluntad  que determinan su sensibilidad por la verdad, la belleza y la bondad. Y fijémonos en lo que sigue:

En la propuesta de lineamientos para el área de ética y valores humanos  hay un párrafo que puede resultar útil para caracterizar la naturaleza de la condición humana  en cuanto humana, o sea en cuanto espiritual.

Esas palabras afirman la espiritualidad del hombre, cuando dicen que la naturaleza de la condición humana, en cuanto humana, se caracteriza por ser espiritual. De modo que si se quita lo espiritual al hombre, se lo deshumaniza. Antes nos había dicho que no podemos ser, sin el cuerpo. Así continúa:

¿Qué se ha de entender por dimensión espiritual dentro de las dimensiones del desarrollo humano para la formación integral del educando como propósito de la educación – según la Ley 115? Se intenta una caracterización que se expresa en los siguientes enunciados:

  • La dimensión espiritual del ser humano es aquella que se expresa por la necesidad de y por la apertura a valores universales, a creencias, doctrinas, ritos, convicciones para dar sentido global y profundo  a la experiencia de la propia vida  y desde ella a la del mundo, a la de la historia, a la de la cultura. Se trata de valores y convicciones no negociables  y por las cuales se puede estar dispuesto a dar  inclusive la propia vida.

Bueno, mis amables lectores, ¿por qué hemos intentado entrar un poquito, a ver lo que piensan en el Ministerio de Educación sobre el desarrollo de nuestra juventud, en un mundo que parece orientado sólo a lo terreno, a lo material? Porque debemos saber a dónde nos quieren llevar en medio de la crisis mundial, en particular en occidente, sobre la verdad del hombre. Y debemos conocer qué podemos exigir, en la educación de nuestros jóvenes.

Hay algo sobre lo que debemos permanecer alerta siempre, y es el uso que los enemigos de la Iglesia hacen de la ley, en beneficio de sus fines. Son muy hábiles, utilizan la ley que existe o consiguen que se aprueben nuevas leyes que les abran el camino. Los fallos en la Corte Constitucional nos lo demuestran. Donde hay que poner especial cuidado es en la aprobación de la ley. Aunque a veces, algunos magistrados saben cómo aprovechar su conocimiento de la Constitución, para llevar el agua a su molino. El trato que dieron al manejo de la objeción de conciencia es una muestra. En Colombia, según la Constitución, en su artículo 18, se garantiza la libertad de conciencia, pero lo Corte se las ingenió para poner límites a esa libertad de conciencia.

Debemos estar alerta también, para exigir que se cumpla la ley. Si la ley general de educación concede importancia a la formación de los valores espirituales, los padres de familia tienen derecho a exigir, que a sus hijos se les dé esa formación. No es una tarea fácil. El Ministerio es consciente de la dificultad que presenta, para señalar indicadores de logros para la dimensión espiritual. Le parece, y creo que tiene razón, que en este caso, indicadores son los comportamientos, la manera de relacionarse consigo mismo y con los demás, con la naturaleza, con la ciencia y la cultura.

Es verdad que se trata de un tema difícil. ¿Cómo saber si uno aprovecha lo que le enseñan? ¿Cómo saber si los alumnos aprenden o no para su vida, lo que es su dimensión espiritual? En matemáticas puede ser fácil, en idiomas también, pero en religión, en lo que llaman dimensión espiritual, sólo nuestro comportamiento indica qué tanto aprovechamos.

Fernando Díaz del Castillo Z.

Escríbanos a: reflexionesdsi@gmail.com


[1]Véase la información en http://www.infojardin.net/foro_jardineria/viewtopic.php?t=16068

[2] http://www.mineducacion.gov.co/1621/channel.html

Reflexión 48 Febrero 22 2007

Usted encuentra en este ’blog’ una serie de reflexiones sobre la Doctrina Social de la Iglesia, en el orden y según la numeración del Compendio preparado por la Santa Sede, originalmente transmitidas por Radio María de Colombia. Todas las reflexiones las encuentra en la columna de la derecha; con un clic entra a la que desee.


Reflexión 48 Jueves 22 de febrero 2007

Compendio de la D.S.I. Nº 45-48

Autonomía de las realidades terrenas (2)

¿En qué consiste la autonomía de las realidades terrenas?

Pues no se puede separar del todo a las criaturas de su Creador

 

En las anteriores reflexiones hemos estado considerando un tema que, por el momento por el que pasa el mundo, es de especial importancia, y es el de la autonomía de las realidades terrenas. Nos hemos preguntado si es posible la separación completa entre lo trascendental,  es decir lo religioso,  y las realidades terrenas, pues ahora se proclama por todas partes esa pretendida independencia. Un caso claro es, por ejemplo, la negativa a considerar las implicaciones morales del aborto, con el argumento de que se trata de un problema de salud pública. Pero ¿acaso no se trata de un problema de salud de seres humanos? ¿Y es que los actos humanos no tienen nada que ver con la moral y con Dios?

Encontramos en nuestro estudio que, según la doctrina de la Iglesia, es verdad que existe una autonomía legítima de lo terreno, de las cosas creadas y de la sociedad misma. Y nos preguntábamos en qué consiste esa autonomía, pues no se puede separar del todo a las criaturas de su Creador. El Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia nos enseña que esta autonomía, perfectamente aceptable, consiste en que lo terreno tiene sus propias leyes y valores, y añade que el papel del hombre es descubrir, emplear y ordenar esas leyes y valores. Ahora bien, decíamos, que si el hombre tiene que empezar por descubrir esas leyes, es porque ya están, ya existen, no las tiene que inventar y una vez conocidas no las puede conculcar.

Aclara mucho esta afirmación, el Concilio Vaticano II en la Constitución Gaudium et spes, en el Nº 36, donde dice que por la propia naturaleza de la creación, todas las cosas están dotadas de consistencia, verdad y bondad propias y de un propio orden regulado, que el hombre debe respetar con el reconocimiento de la metodología particular de cada ciencia o arte ».

Esto entendido, concluíamos que las cosas creadas tienen su consistencia, su verdad y su bondad propias, lo cual quiere decir que las cosas al ser ideadas por Dios, fueron creadas con una coherencia interna; hay una razón para que estén constituidas como están. No existen como son por el azar; no fueron creadas como la unión de elementos disparatados que se unieron por casualidad. Tienen un orden interno propio con que el Creador las diseñó.

Como las cosas creadas por Dios vienen con su propio diseño, y en el caso de los seres humanos, llevan impresa, nada menos, que la imagen de quien los creó, el hombre tiene que descubrir y emplear esas leyes y esos valores que les son propios, respetando la metodología propia de cada ciencia o arte. La medicina tiene que respetar las leyes de la física, de la química, y de la organización del cuerpo humano, que funciona de acuerdo con ellas. Igual podemos decir de la botánica, de la zoología, del universo estelar. El hombre obra mal, si quiere inventar leyes en contra de las que, lo creado, lleva ya impresas ¿Cómo cambiar el diseño, cuyo autor es Dios, el mejor diseñador posible?

Eso de descubrir las leyes que ya las cosas creadas llevan en su misma esencia, supone un profundo respeto por ellas, para conservarlas como el Creador las quiso y como las quiere conservar.

 

Ser como Dios: dueños de la vida y de la muerte, de la familia, del universo…

Este asunto tiene mucho que ver con la crisis por la que pasa el mundo actual, que está empeñado en aprobar leyes como la del aborto, de la eutanasia, del matrimonio entre personas del mismo sexo, sin temor de pasar la raya, repitiendo la equivocación del pecado original. Hay quienes hoy quieren ser como Dios, dueños absolutos de la vida, de la muerte, de la familia, del universo. Quieren inventar un código de leyes independiente del que llevan impreso las cosas creadas. Esto es algo que los no creyentes no aceptan, claro está. Si no creen en el Creador, tampoco creen en que pueda haber una ley impresa por Él en las criaturas.

Laicismo, secularización, desclericalización

 

La situación que estamos viviendo, está conectada con el proceso de secularización total, en el que se pretende que el hombre es absolutamente autónomo, y por lo tanto quieren cortar su relación con la vida trascendente, es decir con Dios. Es lógico que eso pretendan los agnósticos, pues desconocen a Dios y la divinidad de Jesucristo.

Los que defienden ese proceso de secularización, separan de manera radical el orden natural y el sobrenatural, el poder político y el espiritual. Ese es el movimiento que se entiende como laicizante.

Es importante diferenciar ese movimiento laicista, que es anticristiano, de la toma de conciencia cristiana, de la autonomía relativa de lo temporal, que está de acuerdo con la enseñanza del Concilio Vaticano II que leímos en la Gaudium et Spes. Algunos se refieren a esta toma de conciencia de la autonomía relativa de lo temporal, como a un proceso de «desclericalización».

Es perfectamente aceptable, distinguir entre el orden natural y el sobrenatural, según las enseñanzas de la Iglesia. Se trata de establecer la distinción –no la separación radical– entre el orden natural y el sobrenatural, y entre el poder político y el espiritual. En otras palabras, es ser coherentes con el «Dar al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios».[1]

Una crisis de la verdad sobre el hombre

 

Sobre este tema, entrevistó en estos días la Agencia Zenit al historiador y filósofo Mariano Fazio, y él opina que la crisis actual de occidente es una crisis de la verdad sobre el hombre. De manera que se trata nada menos que de una crisis antropológica. Podemos decir, si aceptamos ese punto de vista, que los que quieren separar completamente al ser humano de lo trascendente, no le hacen un favor, al contrario, le hacen daño pues lo van a desfigurar de su diseño original. Se quiere un hombre a la medida pequeña del hombre, a imagen y semejanza, no de Dios, sino del hombre caído.

En vez de considerar al hombre de modo integral,  materia y espíritu,  es decir, en vez de aceptar la conexión del hombre con Dios, al separarlo radicalmente de su Creador, lo empequeñecen, lo reducen a la sola materia.

Opina el académico Fazio, sobre las enseñanzas de Juan Pablo II, acerca de este asunto, que se puede presentar su magisterio como un intento de poner de manifiesto la belleza de la verdad sobre el hombre.

En efecto, la carta apostólica sobre las relaciones entre la fe y la razón, la Fides et Ratio, enseña que Dios ha puesto en el corazón del hombre el deseo de conocer la verdad y, en definitiva, de conocerlo a Él (a Dios), para que, conociéndolo y amándolo, pueda alcanzar también la plena verdad sobre sí mismo. Con esas palabras empieza el documento.

Cuando nos acercamos al conocimiento de Dios, nos adentramos también en el conocimiento del hombre, porque somos hechos a su imagen. Según esto, cuando se niega a Dios, se niega también la posibilidad de conocer plenamente al hombre.

Conocer a Dios para conocer plenamente al hombre

 

En la carta apostólica Fides et Ratio, Juan Pablo II nos enseña que es posible conocer la verdad; por otra parte, en la encíclica El Esplendor de la Verdad, la enseñanza de Juan Pablo II es que la verdad se puede vivir, y empieza diciendo que El Esplendor de la verdad brilla en todas las obras del Creador, y de modo particular en el hombre, creado a semejanza de Dios. Esa verdad que existe en el orden natural, es el que menciona la constitución Gaudium et spes, en el párrafo que leímos más arriba, donde dice: que por la propia naturaleza de la creación, todas las cosas están dotadas de consistencia, verdad y bondad propias  y de un propio orden regulado, que el hombre debe respetar.

Finalmente, en Redemptoris missio (La misión del Redentor), Juan Pablo II expresa con energía que la verdad se debe difundir. Le preocupaba mucho el estado del mundo y por eso dice:

La misión de Cristo Redentor, confiada a la Iglesia, está aún lejos de cumplirse. A finales del segundo milenio después de su venida, una mirada global a la humanidad  demuestra que esta misión se halla todavía en los comienzos  y que debemos comprometernos con todas nuestras energías en su servicio. Es el Espíritu Santo quien impulsa a anunciar las grandes obras de Dios: « Predicar el Evangelio no es para mí ningún motivo de gloria; es más bien un deber que me incumbe: Y ¡ay de mi si no predicara el Evangelio! »(1 Cor 9, 16). En nombre de toda la Iglesia, siento imperioso el deber de repetir este grito de san Pablo. Eran las palabras de Juan Pablo II.

Leamos este otro párrafo de la encíclica Redemptoris missio, en que nos explica lo que significa para la humanidad  conocer la verdad del Evangelio:

(…) lo que más me mueve a proclamar la urgencia de la evangelización misionera es que ésta constituye el primer servicio que la Iglesia puede prestar a cada hombre  y a la humanidad entera en el mundo actual, el cual está conociendo grandes conquistas, pero parece haber perdido el sentido de las realidades últimas y de la misma existencia. « Cristo Redentor, – he escrito en mi primera Encíclica, – revela plenamente el hombre al mismo hombre. El hombre que quiere comprenderse hasta el fondo a sí mismo … debe … acercarse a Cristo. La Redención llevada a cabo por medio de la cruz ha vuelto a dar definitivamente al hombre la dignidad y el sentido de su existencia en el mundo »

Eso en cuanto a Juan Pablo II y el conocimiento de la verdad sobre el hombre: conocer la verdad, vivir la verdad, difundir la verdad.

La ley natural, fuente de los derechos y deberes

Sobre la predicación de Benedicto XVI, en este mismo contexto, el académico Fazio opina que el Santo Padre está haciendo un gran esfuerzo para que redescubramos la ley natural, que arroja luz sobre los principales problemas de la cultura contemporánea (familia, vida, paz, diálogo–intercultural, etc.).

Precisamente el 12 de febrero de 2007, Benedicto XVI pronunció un discurso sobre la ley natural, fuente de los derechos y deberes, en un congreso sobre este tema de la ley natural, organizado por la Pontificia Universidad Lateranense, de Roma.[2]

La agencia de noticias Zenit dice que en su discurso Benedicto XVI puso de relieve (…), «la importancia de la Ley moral natural – único baluarte contra el arbitrio del poder y de la manipulación ideológica», en particular «en el actual momento histórico en que vivimos». Poniendo en guardia contra «los peligros inquietantes» que se presentan ante el desarrollo legítimo de la capacidad del ser humano de descifrar las reglas y las estructuras de la materia y el consiguiente dominio del hombre sobre la naturaleza, el Santo Padre ha señalando que vemos grandes ventajas gracias a este mismo progreso, pero ha recordado que, al mismo tiempo, vemos también «cada vez más amenazas de una destrucción del don de la vida, de la familia y de la naturaleza, debido a la fuerza de los métodos jurídicos y científicos que se emplean sin tener en cuenta la ética de la ley moral natural».

Las palabras que siguen, son tomadas textualmente discurso del Santo Padre, quien dijo:

«Ninguna ley hecha por los hombres puede, pues, subvertir aquella norma establecida por el Creador sin que la sociedad quede dramáticamente herida en aquello que es su cimiento basilar. Olvidarlo significaría debilitar a la familia. Significa penalizar a los hijos y hacer precario el futuro de la sociedad. Al respecto, siento el deber de afirmar, una vez más, que no todo lo que es científicamente factible es también éticamente lícito. La técnica cuando reduce al ser humano a objeto de experimentación termina con abandonar al sujeto débil al arbitrio del más fuerte. Confiar ciegamente en que la técnica es capaz de garantizar el progreso, sin afirmar al mismo tiempo un código ético que se arraiga en esa misma realidad que se estudia y desarrolla  equivaldría a usar violencia contra la naturaleza humana con consecuencias devastadoras para todos».

El Papa ha exhortado, dice la noticia, a «hacer el bien y evitar el mal» y ha recordado la responsabilidad de los legisladores y de los juristas, reiterando el deber de buscar la verdad. Con el fin de garantizar la auténtica libertad de todo ser humano, desarrollando la conciencia moral. De buscar la justicia y de impulsar la solidaridad hacia los más necesitados e indefensos. El Pontífice ha invitado a «un fecundo diálogo» entre creyentes y no creyentes y entre juristas, teólogos y científicos  y ha señalado que hacer que «algunos intereses privados se pongan por encima de la ética moral natural  lleva a la desorientación, en especial a las jóvenes generaciones».

Para terminar este punto, leamos despacio el Nº 47 del Compendio, que nos va a ayudar mucho a sintetizar esta materia. Dice así, citando la Constitución dogmática Dei Verbum (2), del Concilio Vaticano II:

La persona humana, en sí misma y en su vocación, trasciende el horizonte del universo creado, de la sociedad y de la historia: su fin último es Dios mismo, que se ha revelado a los hombres  para invitarlos y admitirlos a la comunión con Él:

«El hombre no puede darse a un proyecto solamente humano de la realidad, a un ideal abstracto, ni a falsas utopías. En cuanto persona, puede darse a otra persona o a otras personas y, por último, a Dios, que es el autor de su ser y el único que puede acoger plenamente su donación».[3]

Por ello

« se aliena el hombre que rechaza trascenderse a sí mismo y vivir la experiencia de la autodonación y de la formación de una auténtica comunidad humana, orientada a su destino último que es Dios. Está alienada una sociedad que, en sus formas de organización social, de producción y consumo, hace más difícil la realización de esta donación y la formación de esa solidaridad interhumana ».[4]

Ese término: alienación, se refiere a la pérdida de la propia identidad. De manera que el hombre pierde su propia identidad, -se aliena, – cuando pretende separarse de Dios. Pierde su identidad, la que le corresponde por su naturaleza, la sociedad que se organiza de manera tal, que no permite la formación de una verdadera comunidad solidaria, de hermanos, orientada hacia Dios.

Juan Pablo II trató este punto de la alienación en el marxismo y en el capitalismo, en los Nº 41 y siguientes de la encíclica Centesimus Annus. Demuestra allí el Papa, que el colectivismo marxista no acaba con la alienación de la existencia humana, que achacaba a la sociedad capitalista, sino que por el contrario la incrementa. A su vez, Juan Pablo II nos explica que también la alienación es una realidad en las sociedades occidentales, -podemos decir, de la sociedad capitalista, – junto con la pérdida del sentido auténtico de la existencia.

En la próxima reflexión, si Dios quiere, terminaremos este tema de la autonomía de las realidades terrenas. Precisamente el Nº 48 del Compendio nos habla de la instrumentalización de la persona humana, a la cual se refiere Juan Pablo II en el Nº 41 de la misma encíclica Centesimus Annus: la alienación del hombre cuando es tratado como un medio y no como un fin. Terminado este tema de la autonomía de lo temporal, comenzaremos un nuevo tema: el Designio de Dios y la Misión de la Iglesia. La misión de la Iglesia como signo y salvaguardia, de la trascendencia de la persona humana.

Fernando Díaz del Castillo Z.

Escríbanos sus comentarios a: reflexionesdsi@gmail.com



[1] Cfr. Entrevista de Zenit a Mariano Fazio, Rector de la Pontificia Universidad de la Santa Cruz, el 18 de enero, 2007, sobre la secularización. De él he tomado algunas de estas ideas.

[2] Noticia y texto publicados por la agencia Zenit, en internet, el 16 de febrero, 2007

[3]Juan Pablo II, Centesimus annus, 41

[4]Juan Pablo II, ibidem

Reflexión 47 Febrero 15 2007

Usted encuentra en este ’blog’ una serie de reflexiones sobre la Doctrina Social de la Iglesia, en el orden y según la numeración del Compendio preparado por la Santa Sede. Todas las reflexiones, desde la primera se  encuentran en la columna de la derecha; con un clic entra a la que desee.

Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, Nº 45-48

 

En la reflexión anterior seguimos estudiando el Capítulo I del Compendio de la D.S.I., que tiene como título El designio de Amor de Dios para la Humanidad, es decir los planes amorosos de Dios para la humanidad.

Se refirió nuestro estudio pasado a la Trascendencia de la salvación y la autonomía de las realidades terrenas. Veamos de qué se trata. Nos había explicado la Iglesia que el ser humano se comprende en toda su dimensión, si secontempla a la luz de los designios de Dios y a la luz de Jesucristo, el Hijo de Dios que asumió en Él la naturaleza humana, elevando así de manera inmensa, la dignidad del género humano. El hombre no se puede comprender en toda su grandeza, sin tener en cuenta su relación con Dios, sin tener en cuenta a Jesucristo. Los planes o designios de Dios no se pueden ignorar cuando se quiere comprender al ser humano; como no se pueden ignorar  los diseños los planos del arqiitecto si se estudia un edificio.

Continuó luego el Compendio un tema nuevo, que es el nos ocupa ahora: el de la autonomía de las realidades terrenas. Esto lo encontramos en los números 45 a 48. Después de estudiar la dignidad del hombre, contemplado desde los planes de Dios; el paso siguiente es volvernos a las realidades terrenas, obras de Dios, y reflexionar sobre su autonomía.

 

¿Las realidades terrenas no dependen para nada de Dios?

 

¿Estas realidades son autónomas?, – es decir – ¿no dependen de nadie? Es un punto muy importante, porque hoy se tratan muchos asuntos fundamentales, con la pretensión de que Dios no tiene nada que ver en ellos. Por ejemplo, cuando tratan sobre el aborto, dicen: este es un asunto de salud pública, no le meta moral. O en temas económicos, pretenden manejarlos como si los mercados mandaran sin ninguna limitación. Veamos entonces esto de la autonomía de las realidades terrenas.

Según la Iglesia el hombre y el mundo se comprenden, si se contemplan a la luz de los planes amorosos de Dios y de la Encarnación del Hijo en la humanidad. El Compendio sigue así, en el mismo Nº 45 que estudiamos ya:

Esta perspectiva orienta hacia una visión correcta de las realidades terrenas y de su autonomía, como bien señaló la enseñanza del Concilio Vaticano II.

¿Hay entonces una autonomía de lo terreno frente a Dios? Para explicarnos lo que significa la autonomía de las realidades terrenas, el Compendio cita el Nº 36 de la Constitución pastoral Gaudium et Spes y el Nº 7 del Decreto Apostolicam actuositatem, sobre el Apostolado de los Seglares. Recordemos las palabras de la Constitución Gaudium et spes, que dice:

« Si por autonomía de la realidad terrena se quiere decir que las cosas creadas y la sociedad misma gozan de propias leyes y valores, que el hombre ha de descubrir, emplear y ordenar poco a poco, es absolutamente legítima esta exigencia de autonomía… y responde a la voluntad del Creador. Pues, por la propia naturaleza de la creación, todas las cosas están dotadas de consistencia, verdad y bondad propias y de un propio orden regulado, que el hombre debe respetar con el reconocimiento de la metodología particular de cada ciencia o arte ».[1]

Es muy importante que comprendamos en qué consiste la autonomía de lo terrenal, -que la Iglesia reconoce como legítima – de manera que repasemos lo que alcanzamos a estudiar en la reflexión anterior.

Partamos de un hecho: al hablar de la autonomía de lo terrenal, no podemos cerrar los ojos e ignorar a Dios; la autonomía de lo terrenal la tenemos que ver necesariamente, desde la perspectiva del hombre unido a Dios, su Creador, de modo indefectible, pues como San Pablo explicó a los griegos en su discurso en el Areópago, en Dios vivimos, nos movemos y existimos. Recordemos ese famoso discurso de San Pablo, cuando les fue a predicar a los griegos al Dios desconocido que ellos buscaban, y que encontramos en Hechos, en el capítulo 17, desde el v. 22 en adelante.

La autonomía de lo terreno no se puede entender en el sentido de que se rija de modo independiente, sin tener en cuenta su relación con el Creador. Ese no puede ser el caso. La Iglesia, con palabras del Concilio Vaticano II, nos enseña en qué consiste esa autonomía de las realidades terrenas. Afirma que es una autonomía legítima y que está de acuerdo con la voluntad del Creador, que las cosas creadas y la sociedad misma gocen de propias leyes y valores, que el hombre ha de descubrir, emplear y ordenar poco a poco.

La autonomía legítima de lo terreno

No se niega que exista una autonomía; sí existe una autonomía legítima de lo terreno, de las cosas creadas y de la sociedad misma; una autonomía que consiste en que lo terreno tenga sus propias leyes y valores. El papel del hombre es descubrir, emplear y ordenar esas leyes y valores. El hombre no tiene que inventar esas leyes, pues ya existen. Lo que tiene que hacer es descubrirlas, emplearlas, ordenarlas.

Y nos explica Ia Iglesia esa afirmación, en el Nº 36 de la Gaudium et spes, que acabamos de leer. Nos dice que por la propia naturaleza de la creación, todas las cosas están dotadas de consistencia, verdad y bondad propias y de un propio orden regulado, que el hombre debe respetar  con el reconocimiento de la metodología particular de cada ciencia o arte ».

Las cosas creadas tienen, entonces, su consistencia, su verdad y su bondad propias. Esto quiere decir que las cosas, al ser ideadas por Dios, fueron creadas con una coherencia interna; que hay una razón para que estén constituidas como están. No existen como son por el azar; no fueron creadas como la unión de elementos disparatados, que se unieron por casualidad. Tienen un orden interno propio con que el Creador las diseñó.

 

El papel del hombre frente a las leyes y valores de las cosas creadas

 

El papel del hombre frente a las leyes y valores de las cosas creadas lo señala el Concilio al decir que: el hombre ha de descubrir(las), emplear(las) y ordenar(las) poco a poco. Las cosas creadas por Dios vienen con su propio diseño y en el caso de los seres humanos, llevan impresa, nada menos, que la imagen de quien los creó. El hombre tiene que descubrir y emplear esas leyes y esos valores que les son propios, respetando la metodología propia de cada ciencia o arte. El hombre obra mal, si quiere inventar leyes en contra de las que lleva impresas lo creado. ¿Cómo cambiar el diseño del mejor diseñador posible?

Y ¿por qué hay conflicto entre Dios y sus criaturas, entre Dios y el hombre? Porque hoy, cada vez más, se defienden leyes abiertamente opuestas a los designios de Dios. Basta ver cómo se imponen leyes a favor del aborto y de la eutanasia o cómo se quiere utilizar embriones humanos, seres humanos vivos, como si fueran material desechable de laboratorio. Se pretende dar al hombre un poder que no puede tener, sobre la vida y la muerte.

No debería existir ese conflicto, porque lo que Dios ha impreso en la creación es en bien del hombre. Las expresiones de Dios en su relación con el hombre son manifestaciones de amor. Por eso en el Nº 46 dice el Compendio:

No existe conflictividad entre Dios y el hombre, sino una relación de amor en la que el mundo y los frutos de la acción del hombre en el mundo son objeto de un don recíproco entre el Padre y los hijos, y de los hijos entre sí, en Cristo Jesús: en Él, y gracias a Él, el mundo y el hombre alcanzan su significado auténtico y originario. En una visión universal del amor de Dios que alcanza todo cuanto existe, Dios mismo se nos ha revelado en Cristo como Padre y dador de vida, y el hombre como aquel que, en Cristo, lo recibe todo de Dios como don, con humildad y libertad, y todo verdaderamente lo posee como suyo, cuando sabe y vive todas las cosas como venidas de Dios, por Dios creadas y a Dios destinadas.

Así entendemos los creyentes la relación de Dios, nuestro Padre, con sus criaturas. En estos días, una oyente de este programa de Radio María, que ha vivido ya más de 80 años, bien vividos, y que la semana pasada tuvo que pasar unos días en una cínica, comentaba que se había puesto a reflexionar, cómo su corazón no ha dejado de latir en todos estos largos años y sus pulmones no han dejado de respirar ni un día, y que esto no se podría entender sino porque Dios está actuando en ella. Sí, como dijo San Pablo: en Dios vivimos, nos movemos y existimos.

 

La criatura sin el Creador desparece

 

Para los creyentes esto es muy sencillo; como nos enseñó el Concilio Vaticano en el mismo Nº 36 de la Gaudium et spes, que hemos citado, «si autonomía de lo temporal quiere decir que la realidad creada es independiente de Dios y que los hombres pueden usarla sin referencia al Creador, no hay creyente alguno a quien se le escape la falsedad envuelta en tales palabras. La criatura sin el Creador desaparece».

Las leyes fundamentales de las cosas creadas vienen ya impresas en su misma naturaleza. Tenemos que descubrir esas leyes, ordenarlas y emplearlas, respetando, claro está, su diseño original, que tiene características propias, según de qué seres creados se trate. Las diversas ciencias y las artes, tienen su propia manera de ser que hay que respetar, y es papel del hombre hacerlas progresar, siguiendo el camino que les es propio.

Es bueno repasar en qué consiste el papel del hombre en el mundo creado, como nos lo enseña el Concilio Vaticano II en el Decreto “Apostolicam actuositatem”, sobre el apostolado de los seglares, en el Nº 7. Recordémoslo:

Está en el plan de Dios sobre el mundo, que los hombres restauren concordemente el orden de las cosas temporales y lo perfeccionen sin cesar.

Todo lo que constituye el orden temporal, a saber, los bienes de la vida y de la familia, la cultura, la economía, las artes y profesiones, las instituciones de la comunidad política, las relaciones internacionales, y otras cosas semejantes, y su evolución y progreso, no solamente son subsidios para el último fin del hombre, sino que tienen un valor propio, que Dios les ha dado, considerados en sí mismos, o como partes del orden temporal: “Y vio Dios todo lo que había hecho y era muy bueno” (Gén., 1,31). Esta bondad natural de las cosas recibe una cierta dignidad especial de su relación con la persona humana, para cuyo servicio fueron creadas.

Dignidad de las cosas creadas

 

Ese es el punto de vista de la Iglesia sobre las cosas creadas. Existen para el bien del hombre, deben ayudar al hombre para la consecución de su fin último, tienen un valor propio que Dios les ha dado, o porque Dios las creó o porque son parte del orden temporal, que en todo su conjunto tiene los mismos fines. De modo que la economía, los mercados, las artes, la comunidad política, son parte del orden temporal que debe ayudar al hombre a conseguir el fin para el cual fue creado. Las cosas creadas tienen una dignidad especial por su relación con la persona humana, por existir para su servicio.

A veces se presenta a nuestra fe como si fuera enemiga del progreso. Es un enorme desenfoque, porque se desconoce la fe. ¿Quién reconoce mayor dignidad al orden temporal, que la fe cristiana? Volvamos a leer algunas de las palabras que acabamos de citar del decreto sobre el apostolado de los seglares:

Todo lo que constituye el orden temporal, a saber, los bienes de la vida y de la familia, la cultura, la economía, las artes y profesiones, las instituciones de la comunidad política, las relaciones internacionales, y otras cosas semejantes, y su evolución y progreso, no solamente son subsidios para el último fin del hombre, sino que tienen un valor propio, que Dios les ha dado, considerados en sí mismos, o como partes del orden temporal

De manera que por haber sido destinado para servicio del hombre, todo lo que constituye el orden temporal tiene una bondad natural, goza de mayor dignidad por su relación con la persona humana, y más todavía: la creación se dignificó de manera aún mayor, con la entrada del Hijo de Dios en el mundo, al encarnarse en Jesucristo y convertirse en uno de nosotros.

De modo que en sí mismo el orden material tiene una bondad natural. ¿De dónde resulta el desorden, entonces? No de las cosas en sí mismas, sino del uso que hacemos de ellas. Por eso frente a lo terreno, los creyentes tenemos una misión que cumplir. Ni la economía ni las técnicas de mercadeo son malas en sí. Se convierten en dañinas, si en vez de estar al servicio del hombre, se pone más bien el hombre al servicio de la economía y de los mercados.

El mundo parece no haber entendido los planes de Dios, pues hoy no los tiene en cuenta en su desarrollo; parece que el mundo siguiera planes distintos a los de Creador. Lo sentimos más ahora, cuando se habla con insistencia, de los desastres que pueden ocurrir por el calentamiento global, y cuando se reconoce que la pobreza sigue aumentando en el mundo, a pesar del crecimiento de la economía.

¿Cuál debe ser nuestra posición y nuestra acción como creyentes, frente a las realidades terrenas, que como hemos visto fueron por Dios creadas y a Dios destinadas, y para el bien de los hombres. El Concilio, en el documento sobre el apostolado de los seglares, el decreto Apostolicam actuositatem (7),- que se podría traducir como El dinamismo apostólico, nos explica el papel de los laicos frente a las realidades temporales. Volvamos a leer algo de este documento tan importante, y que poco conocemos. Empieza por ubicar las realidades terrenas frente al hombre y la primacía de Jesucristo sobre ellas. Dice así:

Plugo, por fin, a Dios el aunar todas las cosas, tanto naturales, como sobrenaturales, en Cristo Jesús “para que tenga El la primacía sobre todas las cosas” (Col., 1,18). No obstante, este destino no sólo no priva al orden temporal de su autonomía, de sus propios fines, leyes, ayudas e importancia para el bien de los hombres, sino que más bien lo perfecciona en su valor e importancia propia y, al mismo tiempo, lo equipara y lo integra a la vocación del hombre sobre la tierra.

 

Integración de las cosas creadas y la vocación del hombre

 

De manera que las cosas creadas las debemos considerar integradas con la vocación del hombre; pero históricamente lo que ha ocurrido no es precisamente eso. Parecieran divorciados el hombre y las realidades terrenas. ¿Cuál es la explicación? Nos dice el Concilio Vaticano II, que el mal manejo de las realidades temporales ha estado históricamente marcado por nuestro comportamiento, contaminado por el pecado original. Estas son sus palabras:

 

En el decurso de la historia, el uso de los bienes temporales ha sido desfigurado con graves defectos, porque los hombres, afectados por el pecado original, cayeron frecuentemente en muchos errores acerca del verdadero Dios, de la naturaleza, del hombre y de los principios de la ley moral, de donde se siguió la corrupción de las costumbres e instituciones humanas y la no rara conculcación de la persona del hombre. Incluso en nuestros días, no pocos, confiando más de lo debido, en los progresos de las ciencias naturales y de la técnica, caen como en una idolatría de los bienes materiales, haciéndose más bien siervos que señores de ellos.

Y ante esta situación, ¿cuál es la misión de toda la Iglesia, en el ordenamiento de las cosas temporales? Porque si las cosas temporales no están en orden, sin duda frente a esta situación tenemos en la Iglesia una responsabilidad. Esto dice el Concilio Vaticano II, en el mismo decreto sobre el apostolado de los seglares:

Es obligación de toda la Iglesia el trabajar para que los hombres se vuelvan capaces de restablecer rectamente el orden de los bienes temporales y de ordenarlos hacia Dios por Jesucristo. A los pastores atañe el manifestar claramente los principios sobre el fin de la creación y el uso del mundo, y prestar los auxilios morales y espirituales para instaurar en Cristo el orden de las cosas temporales.

Y la Iglesia se manifiesta públicamente, claramente; lo hace el Papa de modo permanente y lo hacen los obispos, pero no se escucha su voz.

 

Guiarnos en nuestra misión por la luz del Evangelio y por la mente de la Iglesia

Muchos ignoran la voz de la Iglesia y otros tratan de callarla. Y es su papel guiarnos, enseñarnos el camino, auxiliarnos espiritual y moralmente. La prensa laicizante y los enemigos de la Iglesia se molestan, si los pastores se pronuncian, cuando los que manejan el orden temporal van por un mal camino; pero nuestros pastores tienen que hacerlo, esa es su misión. Nosotros, los laicos, como nos dice también el Concilio, tenemos que guiarnos en nuestra misión por la luz del Evangelio y por la mente de la Iglesia. La mente de la Iglesia y la luz del Evangelio nos llegan por medio de nuestros pastores.

Veíamos en la reflexión pasada, que no es misión de los Pastores, en cambio, entrar directamente a manejar las realidades temporales. Ese es el campo de los laicos. Sobre este punto no es necesario insistir.

Al concluir en Bogotá la Octogésima Segunda Asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopal, los señores Obispos dijeron: “los Obispos unimos nuestras voces en un solo llamado: ¡Reconciliación!, con Dios, con nosotros mismos, con los demás y con la creación.” En esa dirección va ese mensaje que desde sus palabras iniciales, tiene un profundo sentido de misión. [2]Así empieza ese documento:

Proclamar con nuestra vida su mensaje de salvación

 

Los Obispos de la Iglesia Católica en Colombia, reunidos en la Octogésima Segunda Asamblea Plenaria, para tratar el tema de la “Acción Misionera de la Iglesia”, nos dirigimos a todos los colombianos para expresarles que habiendo recibido la Palabra de Dios que nos presenta a Jesucristo como el Misionero del Padre, Él nos envía al mundo para proclamar con nuestra vida su mensaje de salvación. Tengamos en cuenta estas palabras: Proclamar con nuestra vida…, no sólo con nuestra palabra.

Recordemos que cuando se habla de las realidades temporales, no se piensa sólo en la naturaleza, la tierra, los animales, las plantas. El decreto sobre el apostolado de los seglares enumera así las realidades temporales:

Todo lo que constituye el orden temporal, a saber, los bienes de la vida y de la familia, la cultura, la economía, las artes y profesiones, las instituciones de la comunidad política, las relaciones internacionales, y otras cosas semejantes,…

A todo ese orden temporal en Colombia, se refirieron los señores obispos en su mensaje. Leamos algunos párrafos. Sobre la violencia y sobre la paz, dijeron:

Desde la reconciliación como propósito y principio, leemos y acompañamos el caminar del pueblo colombiano, para que las víctimas, los victimarios y la sociedad en general conozcan la experiencia profunda del perdón, de manera que se instaure un escenario de paz que denote más que la simple ausencia de guerra, la“plenitud de vida”, vida digna y en abundancia para todos (Juan 10,10).

Si queremos paz, tenemos que estar preparados para el perdón, para la reconciliación. Y los obispos hablan aquí de la mentira, una de las causas de todo conflicto:

La mentira es una de las causas de todo conflicto y principal obstáculo a cualquier esfuerzo de negociación política.- Dicen – Es necesario adentrarnos en el camino de la verdad para re-dignificar a las víctimas, actores centrales de la reconciliación y poseedoras privilegiadas de la gracia del perdón, que sólo puede y debe nacer en ellas si queremos romper el ciclo del rencor, del resentimiento y de la venganza que en ocasiones se convierten en una carga imposible de llevar.

Nos dicen que son las víctimas las que poseen la gracia del perdón. Sólo si hay perdón se puede romper ese ciclo que se conforma con el rencor, con el resentimiento y el deseo de venganza.

El resentimiento nos hace daño a nosotros, pues nos amargamos la vida

 

No traslademos estas palabras sólo al problema de la violencia de la guerrilla y el narcotráfico. A eso somos muy dados. Los problemas los vemos sólo fuera de nosotros, lejos, donde no nos incomoden personalmente. ¿No necesitamos quizás nosotros también perdonar, romper el ciclo del resentimiento, del rencor? Hace tanto daño el resentimiento en la familia, en el trabajo, en el círculo de nuestras amistades… Nos hace daño a nosotros mismos, porque nos amargamos la vida, y hacemos daño a los otros, amargándoles la vida… El remedio es el perdón, la reconciliación. Se necesita humildad de las dos partes. Ser coherentes con la petición del Padre nuestro que decimos todos los días: Perdónanos, como nosotros perdonamos…

Refiriéndose a la violencia en nuestro país, los señores Obispos explican cuál debe ser la actitud y el comportamiento de los victimarios, para que haya perdón de las víctimas. Dicen:

Verdad para cerrar las heridas provocadas por la violencia, de manera que exista en quienes han causado daño, un reconocimiento sincero del pecado cometido al atentar contra la vida y la libertad de otros hermanos, como paso necesario para el encuentro con la paz.

En estos tiempos en los que unos y otros se acusan por la denominada“para-política”y por su pasado violento, nosotros los Obispos pedimos a todos la calma, y sin dejar de buscar y decir la verdad, los llamamos a atender también otros problemas que afectan a Colombia. Los intereses proselitistas por encima de los del país confunden a la opinión y conducen al caos.

Todos los estamentos necesitan conversión

 

Sin temor, con valentía, nuestros pastores ponen el dedo en la llaga: todos los estamentos necesitan conversión; pues dicen:

Escuchamos un lamento en nuestras comunidades: Las instituciones, el Legislativo, el Ejecutivo, la Administración de Justicia, la Corte Constitucional, las Fuerzas Armadas y los Organismos de control, evidencian una grave crisis. Porque estamos con la institucionalidad, todo ello nos duele y preocupa. Animamos los esfuerzos que se adelantan por develar los hechos que han restado legitimidad a las instituciones del Estado y por diseñar e implementar los correctivos pertinentes.

Y este párrafo que sigue, pone a las claras la solapada persecución a las ideas del cristianismo:

Exigimos verdad también para clarificar los signos de una sistemática persecución desde diversos sectores, grupos y personas hacia los valores que la Iglesia defiende, que nacen del Evangelio y tienen sustento en el respeto por la vida, la dignidad humana y la familia.

Se refirieron los obispos al papel de los medios de comunicación en esta crisis. Yo hubiera querido más claridad en esas palabras, porque sin duda alguna, desde los medios, sobre todo desde algunos, se desarrolla una sistemática persecución de los valores del Evangelio. A ese respecto esta es la paternal invitación del episcopado:

 

Obrar con honestidad y equidad

 

Llamamos a los medios de comunicación para que aporten a la construcción de una sociedad que se precie de la verdad. Ello requiere obrar con honestidad y equidad. Seguiremos nuestro compromiso de valorar a los comunicadores como portadores de noticias que construyan una nueva patria y los acompañaremos para que utilicen los medios con sentido humano como valor central. Los invitamos a aportarle al país debates serenos, sin encender hogueras.

El documento del episcopado no entra en detalles, pero el P. Héctor de los Ríos López, nos informaba el martes pasado en el noticiero de Radio María, que Monseñor Luis Augusto Castro, presidente de la Conferencia Episcopal, en declaraciones en el Valle del Cauca,fue muy claro al señalar la persecución a la Iglesia desde los medios de comunicación, y nombró en particular a los medios que han sido adquiridos por empresas extranjeras. Sabemos bien cuáles son. Dijo que esa era una posición que nos venía de fuera, que no era colombiana. Qué triste que los comunicadores colombianos, sin duda por conservar sus puestos, se presten para esa persecución a las ideas católicas, desde los medios donde trabajan.

Continuemos con otros apartes del mensaje de la Conferencia Episcopal. Tocaron también el tema de la educación. Sobre él dijeron:

Reconocemos los esfuerzos gubernamentales por ampliar la cobertura en la educación. Sin embargo, las dinámicas globalizadoras imponen superiores niveles de calidad.Animamos la educación para la conciencia y la paz en la familia, en la escuela y en los diversos espacios de la Iglesia y la sociedad.

 

Establecer condiciones de justicia, sabiendo que el horizonte está en la caridad

No podemos esperar completa reconciliación y paz sin tener en cuenta la justicia y la caridad. A este respecto los obispos se dirigieron al gobierno, a los gremios, a todos los colombianos, incluyendo a la guerrilla y a las llamadas autodefensas o paramilitares. Todos esos grupos son parte de la realidad de nuestra patria. Estas son las palabras de los señores obispos:

El llamado a la reconciliación comprende a su vez un esfuerzo nacional por establecer condiciones de justicia, sabiendo que el horizonte está en la caridad.

Las cifras revelan un crecimiento de la economía, sin embargo constatamos con dolor que se agudiza la pobreza. Llamamos a la banca, a la industria y a los gremios, a que no olviden que la economía debe estar al servicio del hombre, y orientada a la solución de los problemas del desempleo, a la erradicación del hambre y a la satisfacción de las necesidades del pueblo. Llamamos a todos en el país a no olvidar a los campesinos, que no encuentran suficientes alicientes para permanecer en el campo, y a los desplazados, que no encuentran ni razones ni condiciones para volver a sus tierras.

El conflicto armado, cuyas causas no son enfrentadas en su integralidad, sigue golpeando a amplios sectores de la población; sus actores amenazan a la institucionalidad y extorsionan a la sociedad.

Los Obispos en Colombia sentimos que pesa sobre nuestra conciencia la destrucción de los hermanos que injustamente permanecen privados de su libertad, sometidos al secuestro. No acallaremos nuestra voz, ni cejaremos en nuestros esfuerzos hasta tanto el Gobierno Nacional y las FARC – EP posibiliten a través de un acuerdo humanitario la libertad de todos ellos.

Abogaremos por otros acuerdos humanitarios que conduzcan a la erradicación en Colombia del secuestro extorsivo, de las minas antipersonas, de la agresión de la sociedad civil, del desplazamiento.

Estamos dispuestos a acompañar todos los procesos que conduzcan a la construcción de una Colombia reconciliada y en paz. Exhortamos a las FARC a facilitar espacios para la negociación y para el diálogo. Expresamos nuestra voz de ánimo al proceso que se adelanta entre el Gobierno Nacional y el ELN e invitamos a los desmovilizados de los grupos de autodefensa a proseguir con valentía y transparencia el proceso iniciado, siendo coherentes con el compromiso de aportar a la verdad, a la justicia y a la reparación. Denunciamos con preocupación y rechazamos la configuración de grupos armados emergentes (Ese documento se suscribió el año 2007).

Mas adelante continúan:

Mantendremos un compromiso de apoyo irrestricto a las víctimas y las acompañaremos en la defensa de sus derechos a la reparación y a la memoria, pero animando a la grandeza del perdón.

Los señores obispos comprometieron a toda la Iglesia, incluyendo a los laicos, a hacer sentir nuestra voz profética de la verdad del Evangelio, con estas palabras:

La Iglesia, laicos, religiosos, sacerdotes y obispos, reconociendo nuestras limitaciones y falencias, nos comprometemos a hacer sentir nuestra voz profética que denuncia la mentira y la corrupción y que anuncia la verdad, que no es otra cosa que la defensa de la vida, desde la concepción hasta la muerte natural, la dignidad de las personas, la igualdad de oportunidades  y la honestidad  para construir entre todos un país en el que todos quepamos y en el que no haya marginados.

La Iglesia seguirá anunciando un mensaje de esperanza y convoca a un acuerdo nacional por la paz y la reconciliación y a que cada uno dé su aporte para implementar un proyecto de nación en el que todos tengamos un espacio digno y unas posibilidades de realización como ciudadanos y como hijos de Dios.

Termina el mensaje episcopal con una instancia a la oración para pedir fortaleza y sabiduría y la intercesión de la Santísima Virgen:

Elevamos nuestra plegaria a Dios para que envíe su espíritu  y habite en el corazón de cada colombiano  dándonos la fortaleza y la sabiduría  para discernir los signos de vida y de muerte  y tomar las decisiones para la construcción de una sociedad justa.

Que María Santísima, Reina y madre de Colombiaterceda por nosotros ante su Hijo, rico en misericordia y Señor de la Paz.

——————

Fernando Díaz del Castillo Z.

Escríbanos a: reflexionesdsi@gmail.com


[1]Const. Gaudium et Spes, 36 y Decreto Apostolicam actuositatem, 7

[2] EL COMPROMISO DE LA IGLESIA ANTE LOS DESAFÍOS DE LA REALIDAD NACIONAL, mensaje firmado por Luis Augusto Castro Quiroga, Arzobispo de Tunja, Presidente de la Conferencia Episcopal,9de febrerode 2007

Reflexión 46 Febrero 8 2007

En este blog se publican las reflexiones basadas en el estudio del Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, presentadas originalmente en Radio María de Colombia.

A continuación encuentra la última reflexión publicada en este blog. Las anteriores las encuentra en la columna de la derecha. Con un clic entra en la que desee.

Compendio de la D.S.I. Nº 46-48

Trascendencia de la salvación y autonomía de las realidades terrenas

 

En la reflexión anterior terminamos la consideración sobre la libertad, que es uno de los temas que trata el Nº 45 del Compendio de la Doctrina Social. Recordemos que estamos estudiando el Capítulo I, que tiene como título El designio de Amor de Dios para la Humanidad; como quien dice: los amorosos planes de Dios para la humanidad.

Estamos estudiando los fundamentos de la Doctrina Social de la Iglesia. Los temas específicos que se desarrollan desde la segunda parte del libro se construyen sobre estos cimientos.

El tema que nos ocupa ahora es la Trascendencia de la salvación y la autonomía de las realidades terrenas. Comienza el Nº 45 afirmando que Jesucristo es el Hijo de Dios hecho hombre en el cual y gracias al cual el mundo y el hombre alcanzan su auténtica y plena verdad. Vimos allí que el hombre y el mundo sólo se comprenden plenamente, considerados a la luz de los designios de Dios. En nuestra reflexión de esa parte del Nº 45, aprendimos que el hombre está llamado a la santidad y que se comprende en toda su dimensión, si se contempla a la luz de los designios de Dios, a la luz de Jesucristo, el Hijo de Dios que, con su encarnación, elevó la dignidad del género humano. El hombre no es menos, el hombre crece, es más, si se considera unido a Dios, como en realidad lo está.

Sigue así el Compendio:

Esta perspectiva  orienta hacia una visión correcta de las realidades terrenas y de su autonomía, como bien señaló la enseñanza del Concilio Vaticano II:

Para explicar lo que significa la autonomía de las realidades terrenas cita allí el Compendio el Nº 36 de la Constitución pastoral Gaudium et Spes y el Nº 7 del Decreto Apostolicam actuositatem, sobre el Apostolado de los Seglares. Las que siguen son palabras de la Constitución Gaudium et spes:

 

Las cosas creadas y la sociedad misma gozan de propias leyes y valores

« Si por autonomía de la realidad terrena se quiere decir que las cosas creadas y la sociedad misma gozan de propias leyes y valores, que el hombre ha de descubrir, emplear y ordenar poco a poco, es absolutamente legítima esta exigencia de autonomía… y responde a la voluntad del Creador. Pues, por la propia naturaleza de la creación, todas las cosas están dotadas de consistencia, verdad y bondad propias y de un propio orden regulado, que el hombre debe respetar con el reconocimiento de la metodología particular de cada ciencia o arte ».[1]

Para comprender este número sobre la autonomía de las realidades terrenas, es necesario continuar con el Nº 46 del Compendio. Así podemos comprender en su contexto lo que acabamos de leer. Es muy importante tener claridad sobre el alcance de la autonomía de lo terrenal, vista desde la perspectiva del hombre unido a Dios, su Creador de modo indefectible, pues como San Pablo explicó a los griegos en su discurso en el Areópago, en Dios vivimos, nos movemos y existimos. Por cierto nos vendría bien leer una vez más ese discurso de San Pablo que se encuentra en Hechos, en el capítulo 17, desde el v. 22 en adelante. Así podemos tener una visión correcta de las realidades terrenas. Continuemos, entonces, sin prisa:

En primer lugar, vimos ya que el hombre se comprende bien en lo que es, si se mira a la luz de los designios o planes de Dios. Como el Compendio menciona luego la autonomía de la realidad terrena, puede quedar la impresión de que existe una realidad terrena autónoma, que se rige de modo independiente, sin tener en cuenta los designios o planes de Dios, y ese no puede ser el caso. Por eso explica la Iglesia a continuación, con palabras del Concilio Vaticano II, en qué consiste esa autonomía de las realidades terrenas. Nos dice que es una autonomía legítima y que está de acuerdo con la voluntad del Creador, que las cosas creadas y la sociedad misma gocen de propias leyes y valores, que el hombre ha de descubrir, emplear y ordenar poco a poco.

De manera que sí existe una autonomía legítima de lo terreno, de las cosas creadas y de la sociedad misma; una autonomía que consiste en que lo terreno tenga sus propias leyes y valores. El hombre tiene que descubrir, emplear y ordenar esas leyes y valores.

Y nos explica Iglesia esa afirmación. Nos dice que por la propia naturaleza de la creación, todas las cosas están dotadas de consistencia, verdad y bondad propias y de un propio orden regulado, que el hombre debe respetar con el reconocimiento de la metodología particular de cada ciencia o arte ».

 

Las cosas al ser ideadas por Dios, fueron creadas con una coherencia interna

 

De modo que las cosas creadas, tienen su consistencia, su verdad y su bondad propias. Esto quiere decir que las cosas al ser ideadas por Dios, fueron creadas con una coherencia interna; que hay una razón para que estén constituidas como están. No existen como son por el azar; no fueron creadas como la unión de elementos disparatados que se unieron por casualidad. Tienen un orden interno propio. El papel del hombre frente a las leyes y valores de las cosas creadas lo señala el Concilio con las palabras: el hombre ha de descubrir(las), emplear(las) y ordenar(las) poco a poco. Podemos concluir utilizando las palabras del Compendio, que el hombre no tiene que inventar las leyes fundamentales para las cosas creadas, pues ya existen, están impresas en ellas. Las cosas creadas por Dios vienen con su propio diseño y en el caso de los seres humanos, llevan impresa, nada menos, que la imagen de quien los creó. El hombre tiene que descubrir y emplear esas leyes y esos valores que les son propios, respetando la metodología propia de cada ciencia o arte.

¿Será que hay conflicto entre Dios y sus criaturas y en particular entre Dios y el hombre? El Nº 46 del Compendio nos responde así a esta posible duda:

No existe conflictividad entre Dios y el hombre, sino una relación de amor en la que el mundo y los frutos de la acción del hombre en el mundo son objeto de un don recíproco entre el Padre y los hijos, y de los hijos entre sí, en Cristo Jesús: en Él, y gracias a Él, el mundo y el hombre alcanzan su significado auténtico y originario. En una visión universal del amor de Dios que alcanza todo cuanto existe, Dios mismo se nos ha revelado en Cristo como Padre y dador de vida, y el hombre como aquel que, en Cristo, lo recibe todo de Dios como don, con humildad y libertad, y todo verdaderamente lo posee como suyo, cuando sabe y vive todas las cosas como venidas de Dios, por Dios creadas y a Dios destinadas. A este propósito, el Concilio Vaticano II enseña: « Pero si autonomía de lo temporal quiere decir que la realidad creada es independiente de Dios y que los hombres pueden usarla sin referencia al Creador, no hay creyente alguno a quien se le escape la falsedad envuelta en tales palabras. La criatura sin el Creador desaparece ».[2]

Impresas en su misma naturaleza

 

Las leyes fundamentales de las cosas creadas vienen entonces ya impresas en su misma naturaleza. Tenemos que descubrir esas leyes, ordenarlas y emplearlas, claro está, respetando su diseño original, que tiene características propias, según de qué seres creados se trate. Las diversas ciencias y las artes, tienen su propia manera de ser que hay que respetar, y es papel del hombre hacerlas progresar, siguiendo el camino que les es propio.

El papel del hombre en el mundo creado nos lo aclara muy bien el Concilio Vaticano II en el Decreto “Apostolicam actuositatem”, sobre el apostolado de los seglares, en el Nº 7. Dice así:

Está en el plan de Dios sobre el mundo, que los hombres restauren concordemente el orden de las cosas temporales y lo perfeccionen sin cesar.

Todo lo que constituye el orden temporal, a saber, los bienes de la vida y de la familia, la cultura, la economía, las artes y profesiones, las instituciones de la comunidad política, las relaciones internacionales, y otras cosas semejantes, y su evolución y progreso, no solamente son subsidios para el último fin del hombre, sino que tienen un valor propio, que Dios les ha dado, considerados en sí mismos, o como partes del orden temporal: “Y vio Dios todo lo que había hecho y era muy bueno” (Gén., 1,31). Esta bondad natural de las cosas recibe una cierta dignidad especial de su relación con la persona humana, para cuyo servicio fueron creadas.

Creadas en servicio del hombre

 

Entresaquemos algunas ideas claves de ese párrafo que acabamos de leer, del decreto Apostolicam actuositatem, del Concilio Vaticano II, y que cita el Compendio:

Todo lo que constituye el orden temporal tiene un valor propio, que Dios le ha dado.

Todas esas cosas fueron creadas en servicio del hombre.

Por el hecho de haber sido creadas en servicio del hombre, la bondad natural de las cosas recibe cierta dignidad especial. Y menciona luego el libro, el papel de Jesucristo, al cual conduce toda la creación. De manera que en sí mismas las cosas tienen una dignidad por ser creadas por Dios; el haber sido destinadas para servicio del hombre les da mayor dignidad, y con la entrada del Hijo en el mundo, al encarnarse en Jesucristo, la creación se dignifica aún más.

Sigue así el Decreto sobre el apostolado de los seglares, para explicarnos nuestra misión frente a las realidades terrenas:

Plugo, por fin, a Dios el aunar todas las cosas, tanto naturales, como sobrenaturales, en Cristo Jesús “para que tenga El la primacía sobre todas las cosas” (Col., 1,18). No obstante, este destino no sólo no priva al orden temporal de su autonomía, de sus propios fines, leyes, ayudas e importancia para el bien de los hombres, sino que más bien lo perfecciona en su valor e importancia propia y, al mismo tiempo, lo equipara y lo integra a la vocación del hombre sobre la tierra.

Enseguida se nos ocurre que el mundo, parece no haber entendido su fin, los planes de Dios, porque no los ha tenido en cuenta en su desarrollo; parece más bien que el mundo estuviera desquiciado. Hasta la naturaleza, ahora que se habla todos los días de los desastres que pueden ocurrir por el calentamiento global. Veíamos hace un momento que todas las cosas fueron por Dios creadas y a Dios destinadas, y para el bien de los hombres. Esto nos dice el Concilio, a continuación, en el mismo documento sobre el apostolado de los seglares. Recordemos que este documento es el decreto Apostolicam actuositatem. En español se podría traducir como El dinamismo apostólico.

Nos dice allí el Concilio lo que ha pasado históricamente, en el manejo de las cosas creadas, de los bienes materiales, como consecuencia del pecado original: En el decurso de la historia, el uso de los bienes temporales ha sido desfigurado con graves defectos.

En el decurso de la historia, el uso de los bienes temporales ha sido desfigurado con graves defectos, porque los hombres, afectados por el pecado original, cayeron frecuentemente en muchos errores acerca del verdadero Dios, de la naturaleza, del hombre y de los principios de la ley moral, de donde se siguió la corrupción de las costumbres e instituciones humanas y la no rara conculcación de la persona del hombre. Incluso en nuestros días, no pocos, confiando más de lo debido, en los progresos de las ciencias naturales y de la técnica, caen como en una idolatría de los bienes materiales, haciéndose más bien siervos que señores de ellos.

 

Misión de toda la Iglesia en el ordenamiento de las cosas temporales:

Misión de los pastores, misión de los laicos

A continuación señala la misión de toda la Iglesia en el ordenamiento de las cosas temporales y especifica cuál es el papel de los pastores y cuál el de los laicos. Dice así:

Es obligación de toda la Iglesia el trabajar para que los hombres se vuelvan capaces de restablecer rectamente el orden de los bienes temporales y de ordenarlos hacia Dios por Jesucristo. A los pastores atañe el manifestar claramente los principios sobre el fin de la creación y el uso del mundo, y prestar los auxilios morales y espirituales para instaurar en Cristo el orden de las cosas temporales.

De manera que nuestros pastores cumplen con su deber, cuando nos enseñan los principios sobre el uso de la creación y del mundo y cuando nos prestan los auxilios morales y espirituales para instaurar en Cristo el orden temporal. Su papel es guiarnos, enseñarnos el camino, auxiliarnos espiritual y moralmente. Los enemigos de la Iglesia se molestan, si los pastores se manifiestan cuando los que manejan el orden temporal nos dirigen por un mal camino. Tienen que hacerlo nuestros pastores, es su misión. Más adelante, nos va a decir el Concilio que los laicos nos tenemos que guiar en nuestra misión, por la luz del Evangelio y por la mente de la Iglesia.

No es misión de los Pastores, en cambio, entrar directamente a manejar las realidades temporales. Por eso en estos días, la Santa Sede advirtió a un obispo paraguayo, que no debía presentarse como candidato a la presidencia de su país. El obispo insistió en presentarse, y la Santa Sede, con dolor, le suspendió el derecho de ejercer sus funciones de sacerdote y de obispo.[3] Hay otro caso interesante, con un final distinto:

El 28 de enero (2007) murió en un hospital de Washington, a la edad de 86 años, el Padre Roberto Drinan. El Padre Drinan fue uno de los pocos sacerdotes católicos elegido al Congreso, y reelegido cinco veces. Siempre asistía a la sesiones del Congreso con el traje talar. (Es decir, de sotana) “Nuestro Padre que está en el Congreso” era una alusión humorista que se oía en los corredores del Congreso. Drinan fue un miembro prominente del movimiento pacifista en los Estados Unidos, y cobró relieve nacional durante el proceso de destitución del Presidente Nixon. Antes de presentarse a las elecciones, el Padre Drinan fue Decano en la Facultad de Derecho de la Universidad jesuita de Boston, y después enseñó durante 26 años ética social en Georgetown (…) él siempre mantuvo que su actividad política era una extensión de su vocación jurídica y religiosa. Cuando en 1980 el Vaticano le conminó a que eligiera entre el sacerdocio y su vida política, Drinan respondió que para él era impensable renunciar al sacerdocio, y se retiró de la carrera política. Entre el sacerdocio y la política, el P. Drinan escogió el sacerdocio.

Y sobre nuestro papel como laicos qué dice el decreto Apostolicam actuositatem, que estamos citando. Estas son sus palabras:

 

Es obligación de los laicos la restauración del orden temporal

 

Es preciso, con todo, que los laicos tomen como obligación suya la restauración del orden temporal, y que, conducidos por la luz del Evangelio y por la mente de la Iglesia, y movidos por la caridad cristiana, obren directamente y en forma concreta en dicho orden; que cooperen unos ciudadanos con otros, con sus conocimientos especiales y su responsabilidad propia; y que busquen en todas partes y en todo la justicia del reino de Dios. Hay que establecer el orden temporal de forma que, observando íntegramente sus propias leyes, esté conforme con los últimos principios de la vida cristiana, adaptándose a las variadas circunstancias de lugares, tiempos y pueblos. Entre las obras de este apostolado  sobresale la acción social de los cristianos, que desea el Santo Concilio se extienda hoy a todo el ámbito temporal, incluso a la cultura.

De lo que acabamos de leer nos queda claro que los laicos tenemos como misión, obrar directamente y en forma concreta, en la restauración del orden temporal y en la búsqueda en todo de la justicia del reino de Dios.

Estos principios sobre la restauración del orden temporal, que nos enseña la Iglesia, tienen unos alcances enormes. Tenemos que buscar en todas partes y en todo, la justicia del reino de Dios. Nos dice que hay que establecer el orden temporal de forma que, observando íntegramente sus propias leyes, esté conforme con los últimos principios de la vida cristiana, adaptándose a las variadas circunstancias de lugares, tiempos y pueblos. El Compendio nos irá instruyendo sobre estos alcances; sin embargo, tengamos desde ahora presente, que cuando la iglesia defiende la familia, por ejemplo, y se opone al matrimonio entre homosexuales; cuando defiende la vida contra el aborto y la pena de muerte, cuando defiende la justicia social, esta siendo consecuente con lo que enseña sobre los designios de Dios para el hombre. No puede haber una contradicción interna entre lo que Dios ha impreso en la naturaleza y las leyes que el hombre aprueba. El hombre no se dignifica ni mejora, cambiando el diseño original…

 

El hombre no puede darse a un proyecto solamente humano

La persona humana trasciende el horizonte del mundo creado

Los números 47 y 48 del Compendio, que siguen a continuación, nos explican estas ideas en profundidad. Leámoslas y las comentamos después. Si no alcanzamos en esta reflexión lo haremos en las siguientes. Dice así el Nº 47:

La persona humana, en sí misma y en su vocación, trasciende el horizonte del universo creado, de la sociedad y de la historia: su fin último es Dios mismo,[4] que se ha revelado a los hombres para invitarlos y admitirlos a la comunión con Él:[5]« El hombre no puede darse a un proyecto solamente humano de la realidad, a un ideal abstracto, ni a falsas utopías. En cuanto persona, puede darse a otra persona o a otras personas y, por último, a Dios, que es el autor de su ser y el único que puede acoger plenamente su donación ».[6] Por ello « se aliena el hombre que rechaza trascenderse a sí mismo y vivir la experiencia de la autodonación y de la formación de una auténtica comunidad humana, orientada a su destino último que es Dios. Está alienada[7] una sociedad que, en sus formas de organización social, de producción y consumo, hace más difícil la realización de esta donación y la formación de esa solidaridad interhumana ».[8]

 

La persona humana no puede ser instrumentalizada

Todo hombre es libre de orientarse hacia su fin último

 

El Nº 48 continúa así:

La persona humana no puede y no debe ser instrumentalizada por las estructuras sociales, económicas y políticas, porque todo hombre posee la libertad de orientarse hacia su fin último. Por otra parte, toda realización cultural, social, económica y política, en la que se actúa históricamente la sociabilidad de la persona y su actividad transformadora del universo, debe considerarse siempre en su aspecto de realidad relativa y provisional, porque « la apariencia de este mundo pasa » (1 Co 7,31). Se trata de una relatividad escatológica, en el sentido de que el hombre y el mundo se dirigen hacia una meta, que es el cumplimiento de su destino en Dios; y de una relatividad teológica, en cuanto el don de Dios, a través del cual se cumplirá el destino definitivo de la humanidad y de la creación, supera infinitamente las posibilidades y las aspiraciones del hombre. Cualquier visión totalitaria de la sociedad y del Estado y cualquier ideología puramente intramundana del progreso son contrarias a la verdad integral de la persona humana y al designio de Dios sobre la historia.

Hasta aquí llega la presentación que hace el Compendio, de la Trascendencia de la salvación y la autonomía de las realidades terrenas. La parte que sigue tiene como título Designio de Dios y Misión de la Iglesia. Comencemos a dejar claros algunos de los puntos principales de nuestra reflexión de hoy. Es importante que nos quede muy claro lo esencial.

-Vimos que las realidades terrenas tienen su propias leyes y valores y por lo tanto gozan de autonomía.

Nos enseña la Iglesia que esa es una autonomía legítima y que está de acuerdo con la voluntad del Creador, que las cosas creadas y la sociedad misma gocen de propias leyes y valores.

-Nos dice también que el papel del hombre es descubrir, emplear y ordenar poco a poco, las realidades terrenas, respetando la metodología propia de cada ciencia o arte.

– Esas propias leyes y valores de las realidades terrenas, se basan en el designio divino con que fueron creadas.

-La autonomía de que gozan, entonces, las realidades terrenas, no puede estar en conflicto con los designios de Dios. El Vaticano II nos enseña que «si autonomía de lo temporal quiere decir que la realidad creada es independiente de Dios  y que los hombres pueden usarla sin referencia al Creador, no hay creyente alguno a quien se le escape la falsedad envuelta en tales palabras. La criatura sin el Creador desaparece » (Gaudium et spes, 36)

-El conflicto en el manejo de las realidades terrenas por el hombre, cuando se aparta de los designios de Dios, tiene su origen en el pecado original, como leímos en las palabras del Concilio Vaticano II, en su decreto sobre el apostolado de los seglares. Volvamos a leer esas líneas: el uso de los bienes temporales ha sido desfigurado con graves defectos, -dice el Concilio,- porque los hombres, afectados por el pecado original, cayeron frecuentemente en muchos errores acerca del verdadero Dios, de la naturaleza, del hombre y de los principios de la ley moral.

En la reflexión 45 mencionamos al Abbé Pierre, el sacerdote francés, apóstol de los sin techo. En su pequeña obra “Dios mío…¿por qué?, se lamenta porque no se da una importancia mayor al tema del pecado original, al que él prefiere considerar como una “herida hereditaria[9] Comprendemos mejor el desorden con que los hombres manejamos el mundo, cuando tenemos en cuenta el pecado original y sus consecuencias.

– En esta situación del mundo, mal manejado por nosotros, nos dice el Concilio Vaticano II que tenemos una misión como Iglesia. Volvamos a leer unas líneas:

Es obligación de toda la Iglesia el trabajar para que los hombres se vuelvan capaces de restablecer rectamente el orden de los bienes temporales y de ordenarlos hacia Dios por Jesucristo.

Y     Sobre el papel de los laicos en el restablecimiento del orden temporal vimos un muy claro pronunciamiento del C   Concilio Vaticano II. Volvámoslo a leer:

Es preciso, con todo, que los laicos tomen como obligación suya la restauración del orden temporal, y que, conducidos por la luz del Evangelio y por la mente de la Iglesia, y movidos por la caridad cristiana, obren directamente y en forma concreta en dicho orden; que cooperen unos ciudadanos con otros, con sus conocimientos especiales y su responsabilidad propia; y que busquen en todas partes y en todo la justicia del reino de Dios. Hay que establecer el orden temporal de forma que, observando íntegramente sus propias leyes, esté conforme con los últimos principios de la vida cristiana, adaptándose a las variadas circunstancias de lugares, tiempos y pueblos. Entre las obras de este apostolado sobresale la acción social de los cristianos, que desea el Santo Concilio se extienda hoy a todo el ámbito temporal, incluso a la cultura.

Es preocupante la falta de coherencia de nosotros los católicos, y en particular de los que manejan la realidad temporal desde la justicia y la política. Dicen no pocos que son católicos, pero no tienen ningún inconveniente en votar a favor de normas contra el orden querido por Dios y por candidatos que promueven ese camino. No todo es malo, sin embargo. Hoy serán las exequias del senador Luis Guillermo Vélez. Así como nos pronunciamos sobre comportamientos equivocados de algunos políticos, debemos reconocer las buenas acciones. Me llamó la atención que uno de los colegas del doctor Luis Guillermo Vélez, quien fuera su compañero en la universidad y luego en el ejercicio de la vida pública,[10] dijo ayer en entrevista para una de las cadenas radiales, que le había llamado la atención que el doctor Vélez era una católico convencido y practicante. Por cierto, a pesar de pertenecer a la bancada del gobierno, lo pudimos oír en el senado cuestionar al Ministro de Hacienda sobre el manejo de la economía, por los malos resultados sociales.[11] Que el Señor lo haya recibido en la paz y el amor.

Dios mediante, en la próxima reflexión continuaremos con este tema sobre el ordenamiento de las realidades temporales, de acuerdo con los designios de Dios.

 

Fernando Díaz del Castillo Z.

Escríbanos a: reflexionesdsi@gmail.com


[1] Const. Gaudium et Spes, 36 y Decreto Apostolicam actuositatem, 7

[2] Gaudum et Spes, 36

[3] Cfr Agencia de noticias Zenit, 2007-02-01: Suspendido «a divinis» el obispo paraguayo candidato político. En la columna de la derecha, en que está la lista de algunos enlaces importantes en nuestras reflexiones, se encuentra el enlace de Zenit, para consultar la noticia completa. El caso del jesuita estadounidense P. Drinam que sigue, está tomado de la página de internet de la la Curia generalicia de la Compañía de Jesús.

[4]  Catecismo de la Iglesia Católica, 2244

[5]  Concilio Vaticano II, Constitución dogmática Dei Verbum, 2

[6]  Juan Pablo II, Centesimus annus, 41

[7] “alienar” = Producir alienación o la pérdida de la propia identidad. Alienación: Pérdida de la propia identidad de una persona cuando adopta una actitud distinta a la que en ella resultaría natural. Cfr http://forum.wordreference.com

[8] Juan Pablo II, locus cit.

[9]Cfr. 14, Frente a la ciencia: ¿cómo reflexionar mejor sobre el pecado original?, Pg.59

[10] El doctor Luis Guillermo Giraldo

[11]Cfr. Reflexión 39, del 23 de noviembre 2006

La siguiente es la foto del P. Drinan publicada en Newsweek y parte del artículo sobre su actividad de sacerdote y de político, con motivo de su muerte.

The Priest on the Hill

Father Robert Drinan waged war for peace, from the podium and the pulpit.

Father Robert Drinan

J. Scott Applewhite / AP

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By Eleanor Clift

Newsweek

Updated: 6:01 p.m. CT Jan 29, 2007

Jan. 29, 2007 – On the same day that tens of thousands of people marched in Washington against the Iraq war, the country lost one of its most principled and dedicated antiwar voices. Rev. Robert F. Drinan, the first Roman Catholic priest to serve as a voting member of Congress, died in the nation’s capital at age 86.

Elected in Massachusetts in 1970 during the height of opposition to the Vietnam War, Father Drinan left his seat 10 years later out of deference to a papal order that said no clergy should hold public office. In perhaps his last public appearance, he celebrated mass on Jan. 3 for Nancy Pelosi at her alma mater, Trinity College, an all-women’s Catholic college.

Reflexión 45 Jueves 1 de febrero 2007

Compendio de la D.S.I. Nº 45: La libertad

Usted encentra aquí la última reflexión publicada; en la columna azul, a la derecha encuentra las demás reflexiones en el orden de numeración del Compendio de la Doctrina Social. Con un clic entra a la que usted desee.


Después del llamamiento a la santidad, ahora el don de la libertad

 

En la reflexión pasada terminamos el estudio de la primera parte del Nº 45 del Compendio de la D.S.I., la repasamos y ampliamos, en lo correspondiente al llamamiento de todos los cristianos a la santidad. Nos faltó estudiar la parte que nos habla de la libertad, cuando dice que, cuanto más se contempla lo humano a la luz del designio de Dios, y se vive en comunión con Él, tanto más se potencia y libera en su identidad  y en la misma libertad que le es propia.

Las limitaciones físicas pueden impedir el movimiento físico, pero no la libertad

El hombre se potencia en su identidad, es decir que el ser humano se incrementa, crece y es más libre, si se contempla a la luz de los planes de Dios. El hombre crece, no disminuye por creer en Dios y entrar en comunicación con Él y seguir sus pasos. Quizás por eso vemos a los santos como unos gigantes. ¡Qué pequeñita, físicamente, era la Madre Teresa de Calcuta!, ¡qué débil Juan Pablo II en su enfermedad!, pero el mundo los contempla como gigantes, capaces de reconocimiento y admiración universal.

Sin duda los santos no sólo son grandes por las obras que realizan, sino que son más libres, en la libertad propia del ser humano como Dios lo creó. ¿Quién puede dudar de la libertad que sentía la Madre Teresa, de la libertad de Juan Pablo II, a pesar de sus limitaciones físicas? Las limitaciones físicas no quitan la libertad; impiden el movimiento físico, pero no la libertad. A los seres humanos comunes y corrientes, aunque tengamos salud, nos atan muchas cosas. Nuestro amor propio, nuestra soberbia, nuestra vanidad nos atan a la tierra, nos apegan a lo que satisface nuestra soberbia, nuestro gusto y nuestro amor propio y por eso somos menos libres.

Detengámonos un poco en estos pensamientos. A veces la gente se siente más poderosa, más dueña del mundo, más libre, si se lleva por delante las normas, los reglamentos, las leyes. Quisiéramos sentir que nadie nos manda. Hay quienes se expresan así: “A mí no me manda nadie”. En nuestros países somos especialistas en burlar las normas, en inventar el modo de esquivar la ley. Se dictan leyes, pero no se cumplen. Dicen que “Hecha la ley, hecha la trampa”.

 

No es lo mismo ser independiente que ser libre

 

Nos parece que si nadie nos controla, somos más libres. ¿Dónde está el origen de esa actitud que nos lleva por igual, a algunos a faltar a la obediencia en la pequeña orden de algún superior a quien se ignora o a incumplir una norma de un reglamento de trabajo o a lo establecido en un estatuto o a infringir una norma de tránsito o a obrar contra una ley, y hasta llevarnos por delante los mandamientos de la Ley de Dios? El origen, en todos esos casos, la raíz de esta mal entendida libertad, es la misma de la desobediencia de los primeros padres en el paraíso: la soberbia del padre de la mentira con su “seréis como Dios”.

Las consecuencias de esa libertad mal entendida las conocemos bien. Seguramente todos recordamos alguna representación, algún cuadro en que aparecen Adán y Eva saliendo expulsados del paraíso. Es interesante pensar en lo que sucede cuando nos da por borrar los límites que señalan el Creadoren el paraíso, o la autoridad en la tierra. Quisiéramos no tener límites, poseerlo todo y ser omnipotentes, como Dios… ¿Y qué encuentra esa pretendida libertad? No el jardín del Edén, que desde dentro podría parecer demasiado pequeño, para lo que podríamos hacer sin cortapisas, sino un mundo de dificultades que nosotros mismos nos creamos. Un mundo, inmenso, quizás, pero desordenado, a lo mejor desierto o lleno de abrojos…

Cuando en la vida ordinaria nos llevamos por delante la norma, no nos sentimos como Dios, pero sí por encima de la autoridad que promulga la norma. Nos sentimos libres de ataduras. Quisiéramos ser absolutamente independientes, pero nos amarramos como esclavos de nuestra soberbia o de nuestra vanidad, y nos volvemos más dependientes de lo externo, de lo que ya necesariamente somos. Nos hacemos daño, porque entonces, la felicidad no depende ya de nuestra vida interior, sino de otros o de otras cosas. Ahondemos en esto un poco más.

No es lo mismo ser independiente que ser libre. Aunque no nos guste, no podemos ser completamente independientes. Para vivir dependemos de otros, que manejan el mundo fuera de nosotros. Es lo normal: existen autoridades, porque no somos dueños del mundo; cada persona no puede organizar la vida de los demás a su antojo. Dependemos de otros para el alimento: del que siembra, cosecha, lleva los alimentos al mercado y por una cadena de personas de las que también dependemos, nos llega finalmente a la mesa. Dependemos de otros, de modo parecido, para el vestido, de otros dependemos en nuestra salud, en nuestra educación. Dependemos de otros en nuestra vida espiritual. Sin sacerdotes no hay Eucaristía, sin obispo no hay sacerdotes. Pero por esa dependencia de otros no dejamos de ser interiormente libres. Deberíamos dar gracias a Dios porque hay otros que nos hacen posible vivir sin tener que hacerlo todo nosotros solos. Deberíamos dar gracias a Dios porque nos ayudan otros a hacer las cosas, a crecer como personas. Menos mal que no tenemos que hacerlo todo, porque el mundo que nos rodea sería aún más imperfecto; no tenemos el poder de Dios para hacerlo todo bien, nosotros solos.

Y algo muy interesante sucede en este mundo de relaciones, de dependencia. Veamos, para que se nos aclare aún mejor eso de que podemos depender de otros, sin perder la libertad. Dependemos de otros en muchas actividades que, o no nos corresponden, o pueden otras personas ejecutar mejor que nosotros. Con la edad, por ejemplo, nos cuesta aceptar dejar de hacer ciertas cosas que hacíamos muy bien, pero que ahora nos exigen un esfuerzo mayor del que la salud nos permite. Con el tiempo que pasa, necesariamente vamos siendo más dependientes de otros, pero seguimos siendo libres.

De manera que en ciertas actividades dependemos de otros. Así, aunque a veces nos cueste aceptarlo, las cosas se hacen mejor, porque nuestras capacidades, como seres humanos que somos, son limitadas. Es conveniente, sin embargo, tener presente en esta consideración, que si otros manejan ciertas actividades y situaciones que debemos vivir, nuestra reacción frente a esas situaciones, frente a la acción de otros, sí la manejamos nosotros.

Es decir que nuestras reacciones frente a lo que encontramos en nuestra vida diaria, no las manejan los demás; nuestras reacciones las manejamos nosotros, con libertad. Por ejemplo, frente al semáforo en rojo que nos indica que debemos detenernos, somos libres de, como personas civilizadas, detenernos y luego continuar cuando el semáforo esté en verde, o podemos reaccionar enfureciéndonos, podemos perder el control y cometer una infracción que nos puede acarrear una multa. Dependemos de la norma, pero nuestra reacción es independiente. [1] Somos libres de atenernos a lo que ordena la norma o de obrar contra ella, de comportarnos bien o comportarnos mal.

Los ejemplos son infinitos: podemos pasar por encima de una norma o libremente acatarla, cumplirla. Y no por eso dejamos de ser libres. Más bien al acatarla, contribuimos a que el mundo que nos rodea sea más apto para vivir en comunidad. Si cumpliéramos las normas, en nuestros países habría más orden, menos corrupción. Los responsables de los bienes públicos no los manejarían como propiedad privada, sino ateniéndose a las normas.

De manera que por el hecho de ser libres, no somos completamente autónomos, ni podemos hacer lo que deseemos, sin considerar a los demás, sus derechos y los derechos de la comunidad. Podemos ser libres y al mismo tiempo dependientes. Las limitaciones que nos impone el simple hecho de ser humanos, y de ser miembros de una comunidad, no menoscaban nuestra dignidad ni nuestra libertad.

Dios nos hizo libres porque nos dio la facultad de elegir. Y para estar en capacidad de elegir, se necesita estar en capacidad de razonar. Un animal no puede razonar, aunque pueda correr por el campo, pastar o quedarse echado en la hierba. La capacidad de razonar, supone que uno está en condiciones de reflexionar, de considerar las distintas opciones, de valorarlas y decidir. Sin esa capacidad de elegir, como es el caso del animal, se realizan las cosas simplemente por deseo, por capricho, por instinto. No se trata en ese caso de un acto humano.

A veces hacemos cosas con la mente obnubilada por la situación que nos rodea, por la enfermedad o también por la pasión. En esos casos, si se llega hasta perder la capacidad de razonar, no se obra con completa libertad.

 

El pensamiento del Abbé Pierre

Antes de oír la voz de Juan Pablo II sobre la libertad, voy a leer unas líneas del pensamiento del Abbé Pierre, ese sacerdote francés que falleció el lunes 22 de enero a los 94 años. Fue el Padre Pierre apóstol de los pobres, en particular de los sin techo. Fue uno de las personas más amadas en Francia. Reflexionando sobre la redención que nos mereció Jesucristo, el Abbé Pierre decía que Cristo vino a liberarnos de nosotros mismos. Decía que el ser humano tiende a rechazar su dependencia de la autoridad divina. Quiere ser su propio amo. Hablando sobre el pecado original y sus consecuencias estas son sus reflexiones:

Queriendo bastarse a sí mismo, el hombre se esconde del Padre y se convierte en rehén de sí mismo. Está libre de toda dependencia en relación al Padre, pero de este modo se convierte en cautivo de sí mismo. Es prisionero del egoísmo, de sus pasiones, de sus pulsiones. Al no querer seguir siendo el servidor del Eterno, el hombre se ha convertido en esclavo de sí mismo.

Cuando el ser humano es a la vez verdugo y víctima, es rescate y es rehén

Más adelante  el Padre Pierre se refiere a la esclavitud a la que se someten, por ejemplo los drogadictos, a quienes conocía bien por su trabajo con ellos. Dice del drogadicto, que es a la vez su propio verdugo y su víctima. Es quien paga el rescate y es el rehén. Partiendo de esta observación – continúa – me dije que en cualquier ser humano ocurría exactamente lo mismo. Desconectados de nuestra verdadera fuente divina, nos hemos convertido en verdugos de nosotros mismos. Somos esclavos de nuestros deseos desordenados, de nuestro egoísmo.[2] Hasta allí las palabras del Abbé Pierre.

De manera que cuando nos quitamos los límites puestos por Dios, nos limitamos más. Cuando renunciamos a servir, porque queremos que los demás nos sirvan, acabamos de esclavos de nosotros mismos y de las circunstancias.

 

La verdad os hará libres

 

En los programas anteriores leímos algunas frases de Juan Pablo II, con ocasión del V Encuentro Mundial de la Juventud. Y allí, claro, como se dirigía a los jóvenes, les habló también de la libertad. Leamos algunos párrafos. Dijo Juan Pablo II:

Prerrogativa de los hijos de Dios es, (luego), la libertad: también ésta es parte de su herencia. Aquí se toca un tema al cual vosotros, jóvenes, sois particularmente sensibles, ya que se trata de un don inmenso que el Creador ha puesto en nuestras manos. Pero es un don que se debe usar bien. ¡Cuántas formas falsas de libertad conducen a la esclavitud!

Recordó luego el Papa las palabras del Señor: ‘Conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres’ (Jn 8, 32). Y aclaró que: Estas palabras encierran una exigencia fundamental y al mismo tiempo una advertencia: la exigencia de una relación honesta con respecto a la verdad, como condición de una auténtica libertad; y la advertencia, además, de que se evite cualquier libertad aparente, cualquier libertad superficial y unilateral, cualquier libertad que no profundiza en toda la verdad sobre el hombre y sobre el mundo. También hoy, después de dos mil años, Cristo aparece a nosotros como Aquel que trae al hombre la libertad basada sobre la verdad…” (n. 12). Hasta allí Juan Pablo II.

 

La verdad tiene un sentido personal, pues Jesucristo es la verdad

De manera que una auténtica libertad exige como condición, una relación honesta con respecto a la verdad.La verdad os hará libres”, dijo el Señor. Sin duda todos los predicadores, y naturalmente todos los escrituristas, tienen palabras autorizadas para comentar estas palabras del Evangelio de Juan, 8, 31-32: Si os mantenéis fieles a mi Palabra, seréis verdaderamente mis discípulos y conoceréis la verdad y la verdad os hará libres. La interpretación del P. Juan Leal en sus comentarios al Evangelio de San Juan, nos aclara mucho el sentido de la verdad que nos hará libres.[3]

Sobre las palabras: Si os mantenéis fieles a mi Palabra, seréis verdaderamente mis discípulos nos explica, que ser verdaderamente discípulos de Cristo, implica más que simplemente una adhesión racional a una doctrina; se trata de una adhesión vital, una unión a la Persona de Cristo. Y aún más; el conocimiento de la verdad, implica también amor a la verdad, y la verdad tiene un sentido personal, pues Cristo es la verdad, como le explica a Tomás en Juan 14,6: Yo soy el camino, la verdad y la vida. Esta explicación sobre la verdad, que tiene un sentido personal, – Cristo es la verdad – está de acuerdo con la explicación de Benedicto XVI sobre el encuentro con Dios por la fe. No se trata de un encuentro con una doctrina sino con una persona. Vivir la doctrina es vivir el modo de vida que Jesús enseñó con su palabra y su acción. Vivir de acuerdo con la verdad, es vivir de acuerdo con Cristo y ese modo de vida es el que nos hace libres.

La explicación sobre lo que significa ser discípulos de Cristo, que no puede ser simplemente una aceptación intelectual de su doctrina, sino vivir de acuerdo con ella, tiene especial importancia cuando nos acercamos a la V Conferencia del Episcopado Latinoamericano y del Caribe. Recordemos que su tema será Discípulos y misioneros de Jesucristo para que nuestros pueblos en Él tengan vida“. Evangelizar no puede ser solamente llevar doctrina, tenemos que llevar vida, que eso es llevar a Jesucristo. Será muy interesante el desarrollo de este tema en la Conferencia del CELAM en el Brasil.

Volviendo a las palabras de Juan Pablo II sobre la libertad, un gran error puede acarrear la defensa de una libertad que es sólo una libertad aparente, superficial, porque es una libertad que, como hemos visto, mal utilizada, no nos hace más libres sino que nos esclaviza.

 

Una libertad superficial y unilateral

Se refirió también Juan Pablo II en el mensaje a los jóvenes, a una libertad superficial y unilateral. Algo es unilateral cuando se refiere o se circunscribe solamente a una parte o a un aspecto de algo.[4] El Papa se refiere a una libertad superficial y unilateral. Explica así su pensamiento sobre una libertad unilateral: una libertad que no profundiza en toda la verdad sobre el hombre y sobre el mundo. Hay muchos que defienden la libertad absoluta del hombre, considerándolo sólo como un ser transitorio, sin trascendencia, como si no llevara en sí la impronta de Dios, que lo creó a su imagen y semejanza; que tiene impreso su designio.

El hombre no es un ser creado sólo para vivir unos años en la tierra y desaparecer del todo…A veces se elogia una libertad unilateral, es decir para el hombre considerado de modo incompleto, sólo desde el punto de vista de criatura terrenal, sin vínculo con Dios, con sus designios, y por lo tanto con la vida trascendente.

Habló Juan Pablo II de una verdad superficial, porque no profundiza en toda la verdad sobre el hombre y el mundo. Y se refirió a una libertad unilateral, porque sólo considera al hombre terrenal, sin vínculo con Dios. Sabemos que al hombre y al mundo no se los puede separar de Dios, su Creador. Eso es considerar a un ser recortado de toda la potencialidad de que es capaz según los planes de Dios. Es considerar al hombre de un modo unilateral. Hemos visto que tratar de reducir al hombre y a su mundo a la vida terrena, ignorando los planes de Dios, es disminuirlos, es hacerles daño, es destruirlos.

Y veamos ejemplos. Los defensores del aborto, por ejemplo, mencionan el derecho de la mujer sobre su cuerpo. Basados en ese argumento, le dan la libertad de destruir una vida. ¿La mujer es más, es mejor cuando destruye una vida? Y en este comienzo de año tuvimos un muy mal ejemplo. Según El periódico El Tiempo, en su edición virtual, el Ministro de Protección Social se puso públicamente de ejemplo, sobre una libertad mal entendida que él utilizó, de mutilarse por medio de la vasectomía, que se hizo practicar, como medio de control natal. La noticia dice textualmente que escogió la vasectomía como método de planificación para dar ejemplo a las familias colombianas.[5]Ejemplo de libertad para mutilarse. Libertad para ser menos, para dañarse.

No sé cómo puede continuar en el cargo de Ministro de Protección Social después de tamaña equivocación. Si su intención no era dar ese público mal ejemplo, debería haber rectificado la noticia.

En su Encíclica Humanae vitae, en el número 14, el Papa Pablo VI reiteró la enseñanza de la Iglesia, que condena la esterilización directa, tanto perpetua como temporal. Precisamente la esterilización de la que se ufana el Ministro.[6]

 

Los laicos tenemos como misión ordenar lo terreno según los planes de Dios

 

Los católicos tenemos especial responsabilidad con la sociedad, por el ejemplo que damos con nuestro comportamiento; mayor responsabilidad todavía, tienen los católicos que desempeñan cargos públicos. Los laicos tenemos como misión, ordenar lo terreno según los planes de Dios. El Ministro debe sentirse católico porque en la revista Cromos del 31 de enero de 2007 le preguntan: ¿Quién lo protege a usted? Y el Ministro responde: La Virgen. [7]Por lo menos, su posición frente al aborto y la esterilización nos da pie para dudar de su calidad de católico practicante.[8] ¿Seguir su ejemplo? (En ese momento el ministro de salud era el doctor Diego Palacio).

Somos libres, pero nuestra libertad tiene límites. Límites son, por ejemplo los que han señalado los designios de Dios sobre el hombre. Las leyes grabadas por Dios en nuestra naturaleza, de que hablaba el Papa. No nos podemos apartar lícitamente de los planes de Dios sobre el hombre y el mundo.

Siguiendo con las palabras de Juan Pablo II sobre la libertad, añadió: la libertad exterior -aun siendo tan preciosa- por sí sola no basta. En sus raíces debe estar siempre la libertad interior, propia de los hijos de Dios que viven según el Espíritu (cf. Ga 5, 16), (…)

Ved, pues, cuán grande y comprometedora es la herencia de los hijos de Dios, a la cual sois llamados. Acogedla con gratitud y responsabilidad. ¡No la malgastéis! Tened el coraje de vivirla cada día de modo coherente y anunciadla a los demás. Así el mundo llegará a ser, cada vez más, la gran familia de los hijos de Dios.

 

La valentía de ser coherentes para vivir la herencia de hijos de Dios y anunciarla a los demás

Cómo nos hace de falta la valentía de ser coherentes, de la que hablaba Juan Pablo II, para vivir la herencia de hijos de Dios y anunciarla a los demás. Ser coherentes amando la verdad, no solo como la amaban los griegos, por su conformidad con la realidad; ellos amaban la verdad sólo con la razón. El amor cristiano por la verdad es diferente, porque entiende que la verdad es Jesucristo. Vimos que Jesús mismo nos enseñó, que para ser de veras sus discípulos, no es suficiente aceptar con la razón su doctrina, es necesario vivirla, andar su camino, vivir su vida. Eso es vivir la verdad que nos hace libres. Y aquí de nuevo, deberíamos conectar a la verdad con el amor, porque Dios es la Verdad y Dios también es Amor.

Dediquemos unas líneas a ese personaje de la Iglesia, el francés Abbé Pierre, que murió el lunes 22 de enero de 2007. Tuvo tres nombres, el Abbé Pierre. El nombre de pila de este sacerdote admirable era Henri Grouès. Después de repartir sus bienes entre obras de caridad y de renunciar a su herencia, ingresó a la comunidad de los Capuchinos, en la cual tomó el nombre de Hermano Philippe. Por problemas de salud se retiró de la comunidad y fue ordenado sacerdote diocesano. Durante la 2ª Guerra Mundial participó en la resistencia contra los nazis. Allí cambió su nombre por el de Abbé Pierre, que es el nombre con el que fue conocido en todo el mundo. Terminada la guerra se dedicó a trabajar por los sin techo. Convirtió la casa en que vivía en un albergue para jóvenes sin hogar.

 

Una razón para vivir

 

Un día lo llamaron para que atendiera a un hombre que pretendía suicidarse. El Abbé Pierre contaba que, como no tenía qué dar a aquel hombre, se le ocurrió invitarlo a que fuera con él para que le ayudara a construir viviendas para las familias que no tenían donde vivir. Fue éste señor, George, el suicida frustrado, el primer Compañero del que sería el Movimiento de Emaús, que se extiende ahora por 50 países. En Colombia hace presencia en Buenaventura y en Pereira. George encontró, gracias al Abbé Pierre, no con qué vivir, sino una razón para vivir: trabajar por los pobres sin techo.

Se necesitaría un espacio largo para hablar del Padre Piérre. Para terminar recordemos que él y sus compañeros inventaron el reciclaje de modo organizado, con el nombre de los Traperos de Emaús. Se pusieron ellos como norma “Jamás aceptaremos que nuestra subsistencia dependa de otra cosa que no sea nuestro trabajo.”[9]

El 4 de ocubre de 2005, el Padre Pierre, escribió una Carta a Dios, que empezaba: Padre: Os amo más que a nada.

Como dijimos, el P. Pierre murió a los 94 años. Por eso, en su Carta a Dios decía: Sí, sois mi amor. No soportaría vivir tanto tiempo si no fuera por esta certeza mía: morir, créase o no, es Reencuentro. Os amo más que a nada.

Las últimas palabras de su carta fueron: Padre, hace tanto tiempo que espero vivir en vuestra PRESENCIA total, que es, no lo he dudado nunca, a pesar de todo, AMOR.[10]

Confiando en la misericordia del Señor, eso será nuestro reencuentro con Dios: un encuentro con el amor.

                                 

Fernando Díaz del Castillo Z.

Escríbanos sus comentarios a: reflexionesdsi@gmail.com

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[1]Cfr. Víctor E. Frankl, El Hombre Doliente, Herder, 1987, IV el Problema de la Voluntad Libre, Pg. 173: Lo que subrayamos es el hecho de que el hombre como ser espiritual no sólo se contrapone al mundo –tanto el exterior como el interior-, sino que toma postura frente a él, adopta un «comportamiento» y este comportarse es libre. El hombre toma postura en cada instante de su existencia tanto ante el entorno natural y social, el medio ambiente externo, como ante el mundo interno psicofísico, el medio ambiente interno. En la Pg. 255 véase el pensamiento de Frankl sobre la libertad de adoptar una actitud en casos de extrema dependencia, como la de los campos de concentración. Él fue víctima de un campo de concentración nazi.

[2] Abbé Pierre, con la colaboración de Fréderic Lenoir, “Dios mío…¿por qué?, Ediciones B, 16: Jesús, el salvador de la humanidad.

[3] La Sagrada Escritura, Texto y Comentario, Nuevo Testamento, I, Evangelios, BAC 207

[4] Cfr Real Academia de la Lengua Española, Diccionario de la Lengua Española, 22ª edición

[5]La edición virtual de El Tiempo dice: Enero 10 de 2007 – 9:13 pm: Ministro de Protección Social se practicó la vasectomía. Y añade que lo hizo para dar ejemplo a las familias colombianas.

[6]Dice la encíclica en el Nº 14: Vías ilícitas para la regulación de los nacimientos

(…) debemos una vez más declarar que hay que excluir absolutamente, como vía lícita para la regulación de los nacimientos, la interrupción directa del proceso generador ya iniciado, y sobre todo el aborto directamente querido y procurado, aunque sea por razones terapéuticas (14). Hay que excluir igualmente, como el Magisterio de la Iglesia ha declarado muchas veces, la esterilización directa, perpetua o temporal, tanto del hombre como de la mujer (15)

[7] El Ministro de Protección Social es en esta fecha, el señor Diego Palacio Betancourt. Cfr. www.cromos.com.co/cromos/Secciones/Articulo.aspx?idn=1433

[8]Al terminar la encíclica Humane vitae, el Papa Pablo VI exhortó así, en particular a los esposos:

Venerables hermanos, amadísimos hijos y todos vosotros, hombres de buena voluntad: (…) Es grande la obra de educación, de progreso y de amor a la cual os llamamos, (…) Obra grande de verdad, estamos convencidos de ello, tanto para el mundo como para la Iglesia, ya que el hombre no puede hallar la verdadera felicidad, a la que aspira con todo su ser, más que en el respeto de las leyes grabadas por Dios en su naturaleza y que debe observar con inteligencia y amor.

[9]Información obtenida en www.emmaus-international.org y enwww.traperoseamus.cl/abbe.htm

[10]Abbé Pierre, Dios mío… ¿por qué?, Epílogo, Carta a Dios, Pgs 99ss

Reflexión 44 Jueves 25 de enero 2007

Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia Nº 45

 

El mundo y el hombre alcanzan su auténtica y plena verdad, contemplados a la luz de Jesucristo

 

La semana pasada terminamos nuestra reflexión sobre la primera parte del Nº 45 del Compendio de la D.S.I. Leámoslo y repasemos las principales conclusiones. Luego avanzamos. Dice así:

 

Jesucristo es el Hijo de Dios hecho hombre en el cual y gracias al cual el mundo y el hombre alcanzan su auténtica y plena verdad. El misterio de la infinita cercanía de Dios al hombre —realizado en la Encarnación de Jesucristo, que llega hasta el abandono de la cruz y la muerte— muestra que lo humano  cuanto más se contempla a la luz del designio de Dios y se vive en comunión con Él, tanto más se potencia y libera en su identidad y en la misma libertad que le es propia. La participación en la vida filial de Cristo, hecha posible por la Encarnación y por el don pascual del Espíritu, lejos de mortificar, tiene el efecto de liberar la verdadera identidad  y la consistencia autónoma de los seres humanos, en todas sus expresiones.

De manera que el mundo y el hombre alcanzan su auténtica y plena verdad, contemplados a la luz de Jesucristo, el Hijo de Dios hecho hombre, muerto y resucitado. Eso, dicho en palabras simples quiere decir que para comprender al hombre en toda su dimensión, hay que verlo a la luz de Jesucristo. Es que el hombre y el mundo alcanzan su realización plena, gracias a la Encarnación del Hijo de Dios. La encarnación del Hijo fue el camino que Dios escogió para redimirnos, luego del pecado original. Si Dios no hubiera intervenido en nuestro favor y hubiera dejado el hombre solo, confiado únicamente a su limitada capacidad, por causa del pecado original no habría podido nunca lograr su realización plena. Habría quedado un ser mutilado, reducido.

Veíamos que de acuerdo con estas consideraciones, para comprender al hombre en toda su dimensión, hay que tener en cuenta los efectos que en él tuvo la Encarnación del Hijo de Dios. El mundo y el hombre no se comprenden plenamente, si no se tiene en cuenta a Jesucristo, el Dios encarnado. Jesucristo es necesario para comprender plenamente al mundo y al hombre. Es algo maravilloso, que nos hace comprender mejor la obra que en nuestro beneficio realizó Jesucristo, muerto y resucitado. Al meterse Dios en la humanidad, al hacerse hombre en las entrañas de la Virgen María, y luego por la muerte y resurrección de Jesucristo, la humanidad caída no fue ya más la misma; fue elevada a una dignidad inimaginable para nuestro limitado entendimiento.

Según la explicación del Compendio, el hombre se conoce mejor en el misterio de la Encarnación del Hijo de Dios. En este misterio conocemos los designios, los planes de Dios sobre el hombre. Podemos comprender bien al ser humano, sólo si nos adentramos en los designios de Dios sobre él.

 

En Jesucristo, la naturaleza humana asumida ha sido elevada también en nosotros a dignidad sin igual. El Hijo de Dios con su encarnación se ha unido, en cierto modo, con todo el hombre

Nos enseña, entonces la Iglesia, que la identidad y la libertad del hombre, es decir todo lo que es el ser humano y la libertad de que está dotado, se comprenden en toda su dimensión, a la luz del misterio de la Encarnación. Si sacamos a Jesucristo de nuestro medio nos quedamos sin comprender al hombre y al mundo en toda su dimensión. No nos cansemos de repetirlo; al encarnarse el Hijo de Dios, elevó a la humanidad a una dignidad más allá de la que le era propia.El Compendio utiliza las palabras: El misterio de la infinita cercanía de Dios al hombre —realizado en la Encarnación de Jesucristo. – El misterio de la infinita cercanía de Dios al hombre. El hombre solo, por su cuenta, no podía acercarse así a la divinidad. Fue Dios el se acercó por esa acción de su misericordia: El misterio de la infinita cercanía de Dios al hombre. La encarnación es un misterio del amor de Dios, que es más grande de lo que puede nuestra comprensión.

Recordábamos la semana pasada, que el Concilio Vaticano II nos había hablado sobre el efecto que en el hombre tiene la encarnación del Hijo de Dios, en el Nº 22 de la Constitución Pastoral Gaudium et Spes, donde dice: El que es imagen del Dios invisible (Col 1,15), es también el hombre perfecto, que ha devuelto a la descendencia de Adán la semejanza divina, deformada por el primer pecado. En él, la naturaleza humana asumida, (…), ha sido elevada también en nosotros a dignidad sin igual. El Hijo de Dios con su encarnación se ha unido, en cierto modo, con todo el hombre.

Veíamos también que la santidad a la cual nos invita El Evangelio, es una consecuencia de esta cercanía de Dios con nosotros, por la encarnación. No es otra cosa la invitación a la santidad, que el llamamiento a ser perfectos como el Padre Celestial. Esa es la meta que el Señor nos propone y que parece humanamente imposible de alcanzar, si no fuera porque el mismo Señor nos da los medios, por la acción del Espíritu Santo. Sí, la meta que nos pone la encarnación, por el misterio de la infinita cercanía de Dios al hombre, es nada menos que la santidad. Al acercarse Dios tanto a nosotros, haciéndose un hombre como nosotros, elevó a la humanidad a una inmensa dignidad y así también las exigencias para el cristiano.

 

La acción del Espíritu Santo antecede a nuestra acción, pero no obra contra nuestra voluntad. Y los sacramentos no actúan como magia

Comentábamos que este reto no nos debería asustar; porque para ayudarnos en este difícil camino recibimos al Espíritu Santo, que actúa en nosotros por los sacramentos. No nos dé miedo esa invitación a la perfección, intentémoslo. Y tengamos claro también, que sin nuestra colaboración con la gracia, no podemos avanzar en el camino de la perfección. Se necesita nuestra voluntad, nuestra acción para lograrlo. La acción del Espíritu Santo antecede a nuestra acción, pero no obra contra nuestra voluntad. Y los sacramentos no actúan como magia. No es cuestión de orar sólo con los labios, de recibir la Eucaristía con aparente gran devoción y suponer que de modo automático todo lo que hagamos es obra del Espíritu. Podemos ser muy imperfectos, así oremos con los labios y recibamos la Eucaristía, si no ayudamos poniendo nuestra parte con nuestro comportamiento [1] y si ponemos obstáculos a la obra del Señor en nosotros.

La semana pasada acudimos a las palabras de Juan Pablo II, quien nos señaló el camino con frases del Evangelio como: “No tengáis miedo”, para comprender mejor nuestra vocación a la perfección, a la que estamos todos llamados.

 

Ser hijos de Dios significa dejarse guiar por el Espíritu Santo, estar abiertos a su acción en nuestra historia personal y en la historia del mundo

 

Las palabras de Juan Pablo II en su mensaje a los jóvenes, con ocasión de la VI Jornada Mundial de la Juventud nos ayudan mucho a comprender la invitación a la santidad, que nos hace el Señor a todos los cristianos.Decía el Papa:

¿Qué implica, en la vida del cristiano, ser hijos de Dios? (…) Ser hijos de Dios significa, (…), acoger al Espíritu Santo, dejarse guiar por él, estar abiertos a su acción en nuestra historia personal y en la historia del mundo.

Y ¿qué significa la santidad en nuestra vida, eso de estar abiertos a la acción del Espíritu Santo, en nuestra historia personal? No creamos que se trata de una invitación a que seamos santos de aureola y con un nicho en nuestro templo parroquial. La santidad, – dijo Juan Pablo II en ese mensaje a los jóvenes, – es la esencial herencia de los hijos de Dios. Cristo dice: “Sed perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial” (Mt 5, 48). La santidad consiste en cumplir la voluntad del Padre en cada circunstancia de la vida. Es el camino maestro que Jesús mismo nos ha indicado: “No todo el que me diga: ‘Señor, Señor’, entrará en el reino de los cielos, sino el que haga la voluntad de mi Padre celestial” (Mt 7, 21).

Estas otras palabras de Juan Pablo II complementan la idea sobre la santidad a la que estamos llamados: La herencia de los hijos de Dios – dijo el Papa – exige también el amor fraterno a ejemplo de Jesús, primogénito entre muchos hermanos (cf. Rm 8, 29): “Que os améis los unos a los otros, como yo os he amado” (Jn 15, 12). Invocando a Dios como “Padre” es imposible no reconocer en el prójimo -quienquiera que él fuere- a un hermano que tiene derecho a nuestro amor Y el amor al prójimo no puede ser solamente de palabras. Es muy fácil decir “Los quiero mucho”, como permanentemente dicen algunos locutores y actores en la TV. O decirle a alguien: “Te estimo mucho”, pero actuar con esa persona sin caridad.

A este propósito, ese sabio librito “La Imitación de Cristo”, dedica el capítulo quinto a “Reflexionar acerca de uno mismo”, y dice: A menudo obramos mal y nos disculpamos peor. A veces nos mueve la pasión y creemos que es celo por bien de los demás.

Reprendemos y criticamos las pequeñas faltas de otros y pasamos por alto nuestras enormidades sin advertir que son más graves que las faltas de ellos.

Con facilidad y prontitud nos resentimos y hablamos de lo que nos hacen sufrir los demás, pero no nos damos cuenta de cuánto los hacemos nosotros sufrir a ellos.

Nos vendría bien, dedicar de vez en cuando un rato a meditar en las verdades que nos trae ese librito tan estimado por santos como San Ignacio de Loyola y San Juan Bosco y también por el Beato Juan XXIII. La Imitación de Cristo es el libro católico más editado, después de la Biblia.

Al final de la reflexión pasada dejamos algunas de las ideas de Juan Pablo II, para que las sigamos meditando, porque son esenciales en nuestra vida cristiana. Recordémoslas brevemente. Nos dijo Juan Pablo II que:

Ser hijos de Dios significa (…) dejarse guiar por el Espíritu Santo, estar abiertos a su acción en nuestra historia personal y en la historia del mundo. De manera que deberíamos preguntarnos siempre, qué quiere el Señor que hagamos; si el camino que estamos siguiendo es Su camino o es el de nuestro capricho, el de nuestro apego. Estar abiertos a la acción del Espíritu, es saber escuchar, es cuestionarnos a nosotros mismos. Pidamos al Señor que nos enseñe a escucharlo con humildad. Él habla de muchas maneras y ¿por qué no?, a través de diversas personas.

Ojalá, entonces, se nos grabe muy hondo este otro pensamiento de Juan Pablo II, que: La santidad consiste en cumplir la voluntad del Padre en cada circunstancia de la vida.

Y otra enseñanza, que tiene mucho que ver con la Doctrina Social de la Iglesia (DSI): La herencia de los hijos de Dios –añadió Juan Pablo II – exige también el amor fraterno a ejemplo de Jesús, “primogénito entre muchos hermanos” (cf. Rm 8, 29): “Que os améis los unos a los otros, como yo os he amado” (Jn 15, 12). Invocando a Dios como “Padre” es imposible no reconocer en el prójimo -quienquiera que él fuere- un hermano que tiene derecho a nuestro amor.

Recordemos también que el amor a los demás, como Cristo nos lo enseñó, es sin límites. Alcanza también a los enemigos. Trajimos a cuento, la semana pasada, algunas palabras del predicador pontificio, el P. Cantalamessa, en su predicación sobre la pasión del Señor, el Viernes Santo del año 2006. Sobre el amor a los enemigos el P. Cantalamessa hizo esta reflexión muy esclarecedora:

«Nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos», había dicho Jesús en el cenáculo (Jn 15,13). Se desearía exclamar: Sí que existe, oh Cristo, un amor mayor que dar la vida por los amigos. ¡El tuyo! . (…) Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió por nosotros»; «Cristo murió por los impíos en el tiempo señalado» (Rm 5,6-8).

Sin embargo no se tarda en descubrir que el contraste es sólo aparente. La palabra «amigos» en sentido activo indica aquellos que te aman, pero en sentido pasivo indica aquellos que son amados por ti. Jesús llama a Judas «amigo» (Mt 26,50) no porque Judas lo amara, ¡sino porque Él lo amaba! [2] No hay mayor amor que dar la propia vida por los enemigos, considerándolos amigos: he aquí el sentido de la frase de Jesús. Los hombres pueden ser, o dárselas, de enemigos de Dios; Dios nunca podrá ser enemigo del hombre. Es la terrible ventaja de los hijos sobre los padres (y sobre las madres).

Volvamos a nuestro libro de texto. Continuemos la lectura del Nº 45 del Compendio de la D.S.I., que estamos comentando. Dice:

El misterio de la infinita cercanía de Dios al hombre —realizado en la Encarnación de Jesucristo, que llega hasta el abandono de la cruz y la muerte— muestra que lo humano cuanto más se contempla a la luz del designio de Dios y se vive en comunión con Él, tanto más se potencia y libera en su identidad y en la misma libertad que le es propia. La participación en la vida filial de Cristo, hecha posible por la Encarnación y por el don pascual del Espíritu, lejos de mortificar, tiene el efecto de liberar la verdadera identidad y la consistencia autónoma de los seres humanos, en todas sus expresiones.

 

Diversos caminos a la santidad

No es posible terminar estas consideraciones sobre el modo de participar en la vida de Cristo que libera nuestra verdadera identidad, – que es la de los planes originales de Dios, – sin una última mención al camino de perfección al que estamos llamados. Participar en la vida filial de Cristo, decíamos, es participar en la vida de Cristo como Hijo de Dios Padre, encarnado. Vivir la vida como Él la vivió. Ese camino de vida nos lo indica el Evangelio, que es su palabra. Jesucristo es el Camino y seguirlo es seguir el Evangelio, que nos hace más libres, más auténticos, más humanos.

En ese seguir el camino de Cristo, cada uno encuentra su propio senderito, si está atento a la voluntad que le indique el Señor. Por eso es tan importante la oración que no sólo habla, con plegarias, sino que está también atenta para escuchar respuestas…

Y hablando de senderito, ¿cómo no recordar a Santa Teresita del Niño Jesús, que hablaba de su “caminito”? Las palabras de Juan Pablo II: La santidad consiste en cumplir la voluntad del Padre en cada circunstancia de la vida, las había comprendido muy bien Santa Teresita, que en la Historia de un Alma escribió: “La perfección consiste en hacer su voluntad, en ser lo que él quiere que seamos…”[3] A veces nos empeñamos en ser lo que nosotros queremos ser, y no lo que Él quiere que seamos.

 

Teresita sentía vocación a muchas cosas a la vez, pero…

 

Y también nos inquieta descubrir el camino de la santidad al que estamos llamados porque somos tan poca cosa, que nos asustamos ante las solas palabras: santidad, perfección… También Santa Teresita pasó por esas preocupaciones, porque ella, en su inmensa generosidad aspiraba a las grandes alturas. Antes de descubrir el camino de la “infancia espiritual”, Santa Teresita sentía muchas vocaciones al tiempo: de Carmelita, de Esposa y Madre, – todas como religiosa, – pero además sentía las vocaciones de Guerrero (de Dios, claro), de Sacerdote, de Apóstol, de Doctor, de Mártir. “Siento, – escribió, – en una palabra, la necesidad, el deseo de realizar, por ti, Jesús, todas las obras más heroicas…”

Sus aspiraciones eran heroicas, y si no, oigámoslas:

A pesar de mi pequeñez, querría iluminar las almas como los Profetas y los Doctores; tengo la vocación de ser Apóstol… querría recorrer la tierra, predicar tu nombre y plantar tu Cruz gloriosa en tierra de infieles. Pero, Amado mío, una sola misión no me bastaría: querría anunciar el Evangelio al mismo tiempo en las cinco partes del mundo y hasta en las islas más remotas. Querría ser misionera, no sólo durante algunos años, sino haberlo sido desde la creación del mundo y serlo hasta la consumación de los siglos. Pero sobre todo, querría, mi Amado Salvador, derramar mi sangre hasta la última gota.[4]

 

El caminito espiritual de Teresita

Teresita, descubrió en la oración que lo que Dios quería de ella era una vida sencilla: como religiosa de clausura no iba a tener la oportunidad de ser misionera para predicar el Evangelio en tierras de infieles, ni iba a morir mártir, confesando la fe ante sus perseguidores. Leamos algo de esa bella Historia de un Alma.

…”siempre he deseado ser santa, pero ¡ay! Siempre he constatado, cuando me he comparado a los santos, que entre ellos y yo existe la misma diferencia que entre una montaña cuya cima se pierde en las alturas y el oscuro granito de arena pisoteado por los caminantes. En vez de desalentarme, me dije: Dios no podría inspirar deseos irrealizables, por lo tanto, a pesar de mi pequeñez, puedo aspirar a la santidad. Agrandarme es imposible. Debo soportarme tal como soy, con todas mis imperfecciones; pero quiero buscar el medio de ir al cielo por un camino muy derecho, muy corto, un caminito enteramente nuevo.”[5]

En su transparente sencillez, comenta luego Santa Teresita que quiere subir el camino de la perfección en ascensor y no tomarse el trabajo de trepar por una escalera, porque se considera muy pequeña para ese esfuerzo. Y buscó ese ascensor en la Sagrada Escritura y encontró la solución en Proverbios 9,4, que dice: Si alguno es pequeñito, que venga a mí. Y dirigiéndose al Señor, le dice: El ascensor que ha de elevarme hasta el cielo son tus brazos, Jesús mío.

La solución que encontró Teresita para alcanzar la santidad, fue aceptar su vida ordinaria y vivirla cumpliendo la voluntad de Dios; el camino de la infancia espiritual, el camino de la pobreza espiritual, de la confianza sin limites y de la entrega al amor misericordioso.

No le fue fácil. Lo sencillo no siempre es fácil, puede ser difícil y heroico. Su vida religiosa, acompañada a veces de incomprensión, de una enfermedad dolorosa que la condujo a la muerte a los 24 años de edad, su entrega a las demás con amor sacrificado, fue el camino de la perfección. Pero no tuvo que realizar actividades reconocidas públicamente como heroicas. Tan fue así, que, una religiosa, compañera de Teresita, comentó antes de su muerte, que su vida había sido tan común y corriente que sus superioras no encontrarían qué destacar de ella cuando muriera.

Terminemos esta consideración sobre la santidad de Teresita de Lisieux, con las siguientes líneas tomadas de la introducción a la Historia de un Alma de la Editorial San Pablo: Todo santo tiene la virtud de ser “muy particular”. Dios no estandariza a los hombres; Dios no estandariza su relación de amor con nadie, y menos con los más santos. Cada santo hace visible a Cristo y hace experiencia el amor de Dios por la humanidad. Pero cada santo lo hace desde su propio contexto humano, histórico, sicológico, ambiental, familiar… En cada santo tenemos un amigo diferente que de múltiples maneras nos ilumina el camino de seguimiento de Cristo… ¡para que cada uno de nosotros haga su propio camino!

 

Fernando Díaz del Castillo Z.

Escríbanos a: reflexionesdsi@gmail.com

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[1] Sobre la necesidad de nuestra colaboración libre en el camino de la santidad, véase la Reflexión 26, del 24 de agosto 2006, sobre el Nº 39 del Compendio.

[2] Cfr. Mt, 26,50: El P. Severiano del Páramo, S.J. en su comentario al Evangelio de Mateo en BAC 207, Pg. 330, comenta: Jesucristo contesta a aquel saludo traidor con unas palabras llenas de mansedumbre. Con la palabra ‘amigo’ le recuerda los estrechos lazos que con élle han unido hasta aquel momento y le insinúa que por su parte está dispuesto a admitirle de nuevo en su amistad si hiciera penitencia por su pecado.

[3] Teresa de Lisieux, Historia de un Alma, San Pablo, Cap. I, Pg. 15

[4] Teresa de Lisieux, Historia de un Alma, San Pablo, Ibidem, Cap. IX, Pgs 310s

[5] Ibidem, Pg 335