Reflexión 51 15 DE MARZO 2007

Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, Nº 49

Usted encuentra en este ’blog’ una serie de reflexiones sobre la Doctrina Social de la Iglesia, en el orden y según la numeración del Compendio preparado por la Santa Sede. Estas reflexiones se transmitieron por Radio María de Colombia. Todas las reflexiones, en su orden,  las encuentra en la columna de la derecha; con un clic entra a la que desee.

Designio de Dios y Misión de la Iglesia

 

Antes de comenzar, recojámonos un momento; agradezcamos al Señor que nos da esta oportunidad de estudiar su doctrina. Ofrezcámosele este rato de reflexión y pidamos al Espíritu Santo, por intercesión de la Virgen María, que ilumine nuestro entendimiento y mueva nuestra voluntad, para que comprendamos y amemos su doctrina, y pidámosle que nos dé su gracia para vivir de acuerdo con ella.

En la reflexión anterior comenzamos el estudio de la última parte del primer capítulo del Compendio de la D.S.I., que tiene como título Designio de Dios y Misión de la Iglesia. Comienza con el tema: La Iglesia, signo y salvaguardia de la trascendencia de la persona humana.

 

Cimientos sobre los que descansa la doctrina social de la Iglesia

 

Recordemos que el Compendio de la D.S.I. pone en la primera parte los cimientos sobre los que descansa la doctrina social, que luego desarrolla a lo largo del libro. Es importante tener esto en cuenta. No nos extrañemos de estar estudiando temas de teología. Sobre ellos se levanta la doctrina social. Como hemos visto, la doctrina social católica no es filosofía ni política ni sociología; es doctrina católica, es parte de nuestra fe sobre el ser humano, y sobre las relaciones entre las personas humanas y con Dios. Los creyentes nos basamos en lo que la fe nos enseña, antes que en declaraciones de organismos internacionales sobre derechos humanos. Los fundamentos de la doctrina social de la Iglesia son anteriores a cualquier organismo internacional que se preocupe por este tema. Nuestros fundamentos empiezan ya en el Génesis, en la creación del ser humano por Dios. Sus bases tienen que estar cimentadas en la Sagrada Escritura y en la Tradición.

Misión de la Iglesia en los planes de Dios sobre el hombre

Hecha esta aclaración, vamos a estudiar ahora cuál es la misión de la Iglesia en los planes de Dios sobre el hombre. Porque Dios fundó la Iglesia para el hombre, por medio de Jesucristo.

Comenzamos en la reflexión anterior a estudiar cuál es la misión de la Iglesia, en los planes de Dios sobre el hombre. Leímos el Nº 49, que presenta en pocas palabras, una descripción magnífica de lo que es la Iglesia y su misión. Utiliza el Compendio las palabras de dos constituciones del Vaticano II: la Constitución Pastoral Gaudium et spes, y la Constitución Dogmática Lumen gentium. Leamos entonces de nuevo el Nº 49, del Compendio de la D.S.I. Dice así:

La Iglesia, comunidad de los que son convocados por Jesucristo Resucitado y lo siguen, es «signo y salvaguardia del carácter trascendente de la persona humana »[1]

 

¿Para qué existe la comunidad política?

 

Vimos que estas palabras del Compendio están tomadas de Nº 76 de la Constitución pastoral Gaudium et spes, que, en el capítulo IV trata sobre la Vida en la Comunidad Política. En el Nº 74 había explicado cuál es la naturaleza y el fin de la comunidad política. Para comprender bien el papel de la Iglesia, a diferencia del papel de la comunidad política o comunidad civil, dedicamos un rato en la Reflexión 50, a ese texto de la Gaudium et spes. Resumamos las conclusiones a las que llegamos, de acuerdo con el mencionado texto del Vaticano II.

En resumen, vimos que las personas y las familias forman la comunidad política o comunidad civil con el fin de lograr mejor el bien común; de manera que la necesidad de la unión de las personas para un logro común, es el origen de la comunidad política. Ahora bien, es natural que en la comunidad se presenten diferentes puntos de vista sobre cómo solucionar las situaciones que se presenten, de manera que se hace indispensable una autoridad, un gobierno que dirija la acción de todos, y lo haga, no de manera despótica, sino como una fuerza moral, con base en la libertad y el sentido de responsabilidad de todos.

Según esto, la democracia responde mejor a esa descripción de la autoridad, en la comunidad civil; pero la Iglesia no propone un sistema de gobierno específico.

¿Hasta donde llega la autoridad de los gobernantes?

 

 

Recordemos también algunos puntos muy importantes que sobre la autoridad nos enseña la Iglesia. Por ejemplo, es importante saber hasta dónde llega la autoridad de los gobernantes. Es conveniente repasar lo que sobre este punto dice la Constitución Gaudium et spes, que en el mismo número 74 continúa:

Síguese también que el ejercicio de la autoridad política, así en la comunidad en cuanto tal como en las instituciones representativas, debe realizarse siempre dentro de los límites del orden moral para procurar el bien común concebido dinámicamente según el orden jurídico legítimamente establecido o por establecer. Es entonces cuando los ciudadanos están obligados en conciencia a obedecer. De todo lo cual se deducen la responsabilidad, la dignidad y la importancia de los gobernantes.

Las autoridades deben, según esto, ejercer su autoridad política dentro de los límites del orden moral, para procurar el bien común. Y añade que Es entonces cuando los ciudadanos están obligados en conciencia a obedecer. Según esto, se entiende que no estamos obligados a obedecer, si nos ordenan algo contra el orden moral.

Pareciera que en el mundo actual nos faltara a veces la valentía que tenían los antiguos cristianos, para defender la fe frente a las autoridades. En el Antiguo Testamento fue admirable la entereza de los 7 Hermanos Macabeos y de su madre, que prefirieron la muerte antes que desobedecer a Dios[2]. Recordemos también el episodio que nos trae el capítulo 4º de Hechos, cuando prohibieron a los Apóstoles predicar en nombre de Jesús, y Pedro y Juan respondieron al Sanedrín: “Juzgad si es justo delante de Dios obedeceros a vosotros más que a Dios”. El cielo está lleno de mártires, así llamados porque defendieron la fe con su vida.

En el estado actual de las cosas, si es verdad que por no perder el trabajo se teme a veces utilizar el derecho constitucional a la objeción de conciencia que autoridades jurisdiccionales no tienen en cuenta o hasta llegan a negar, también es justo reconocer que en el difícil momento que vivimos hay médicos valientes, hay jueces valerosos, en fin, cristianos que ponen en riesgo su trabajo, antes que acatar órdenes por fuera de la moral. A este respecto comentamos el caso del doctor Stefano Ojetti, el médico italiano que renunció como consejero del Colegio de Médicos, para manifestar su oposición a la decisión de sus colegas, de no tomar medidas disciplinarias contra el doctor Mario Riccio, quien se prestó a colaborar en la eutanasia de un enfermo / que había pedido que se acabara con su vida. El Dr. Ojetti en su carta de renuncia, califica la muerte de Welbi, el paciente fallecido, como una «triste y oscura página de historia de nuestra medicina».[3]

La Iglesia, comunidad de los que son convocados por Jesucristo Resucitado y lo siguen

 

Ahora continuemos con el estudio del Nº 49 del Compendio, que dice así:

La Iglesia, comunidad de los que son convocados por Jesucristo Resucitado y lo siguen, es «signo y salvaguardia del carácter trascendente de la persona humana »[4] Resaltemos algunas palabras: Comunidad – Convocados por Jesucristo – los que lo siguen – Signo –

Esas palabras nos tienen que tocar muy hondo: nos dicen que por ser miembros de la Iglesia  pertenecemos a la comunidad de los convocados por Jesucristo Resucitado. Fuimos convocados por Jesucristo Resucitado. Fijémonos en las palabras siguientes, porque nos hablan de nuestra responsabilidad ante ese llamamiento, al decir: La Iglesia, comunidad de los que son convocados por Jesucristo Resucitado y lo siguen.

Ya sabemos que seguir a Jesucristo es seguir el Evangelio. “Sígueme” fue una invitación que aceptaron los Apóstoles y les cambió su vida. La invitación a tomar su cruz y seguirlo ha cambiado la vida de muchos que llegaron a ser santos. Nosotros también estamos llamados a seguirlo. Si lo hacemos, también nos puede cambiar la vida. Seguir a Jesucristo es seguir el Evangelio, seguir su Palabra. No podemos seguir al Señor sin que cambie nada en nosotros.

Leamos una vez más la frase completa: La Iglesia, comunidad de los que son convocados por Jesucristo Resucitado y lo siguen, es «signo y salvaguardia del carácter trascendente de la persona humana».

La Iglesia, como un Sacramento

 

Luego continúa: La Iglesia «es en Cristo como un sacramento, o sea signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano ».[5] La Iglesia es un signo, una señal de la unión con Dios. Un signo que, no sólo representa la unión con Dios, sino que es un signo eficaz, que realiza la unión con Dios. La Iglesia entonces es un signo y un instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano. La Iglesia es como un sacramento, dice la Gaudium et spes.

Ya en otra oportunidad, cuando estudiamos el mensaje de la Conferencia episcopal, llamado “Testigos de Esperanza[6], estudiamos lo que significa que la Iglesia sea “como un sacramento”.  Recordemos que en el Catecismo tenemos un tesoro para conocer nuestra fe. Allí, en el Artículo del Credo “Creo en la Santa Iglesia Católica”, en el Nº 770 y siguientes, podemos encontrar una explicación amplia sobre el Misterio de la Iglesia. Y, tengamos presente que el documento quizás más importante sobre la Iglesia, es la Constitución Dogmática Lumen gentium, del Concilio Vaticano II. Es un documento para leer y releer con cuidado.

Este párrafo del Compendio, que empezamos a estudiar, hay que tomarlo por partes. Empecemos por las que hemos repetido: La Iglesia, comunidad de los que son convocados por Jesucristo Resucitado y que siguen…

Comunidad de fieles, Pueblo de Dios

Realidad visible y Realidad Espiritual

La Iglesia, comunidad, es una comunidad muy diferente de la comunidad civil o política. La Iglesia es una realidad visible, una comunidad de fieles, que constituye el Pueblo de Dios, y como veremos, es también una realidad espiritual, portadora de la vida divina. La dimensión visible de la Iglesia la componemos los hombres, convocados por Jesucristo Resucitado. Nosotros llegamos a la Iglesia por la gracia de Dios, porque Él nos concedió ese don de convocarnos. Como dice el Catecismo Astete: somos cristianos por la gracia de Dios. No es por nuestros méritos.

Somos el Pueblo de Dios que camina. Esta realidad de la Iglesia, comunidad de hombres, tiene toda la carga de ser humanos, con nuestras debilidades, con nuestro cansancio en el camino, con el hambre, la sed, la enfermedad, la necesidad…Con el desánimo, a veces, con la tentación de no seguir caminando… No nos escandalicemos entonces, de las fallas humanas en la Iglesia. Tal vez, considerar a la Iglesia como el Cuerpo Místico de Cristo, Dios y hombre, nos da a entender bien lo que significa este aspecto humano de la Iglesia. Somos un Pueblo y somos el Cuerpo visible de la Iglesia. Somos un Pueblo, el Pueblo de Dios, con sus fortalezas y sus debilidades humanas, pero con la fortaleza de la gracia, porque es al mismo tiempo divina y  un pueblo peregrino que no camina solo. Vamos en comunidad, y vamos con la gracia de Dios que Jesucristo ha encargado a su Iglesia administrar.

No somos un grupo humano cualquiera

 

Las palabras Pueblo de Dios, nos indican que no somos un grupo humano cualquiera. No somos un grupo social solamente, no somos los miembros de un club, ni un grupo de trabajo para obtener resultados económicos, ni un equipo deportivo, ni una junta de acción comunal. Somos más que todo eso. La unión entre personas, en la comunidad que es la Iglesia, nos hace fuertes, no sólo porque la unión hace la fuerza, como se suele decir; es que la fortaleza nos viene de arriba, de una característica única del Pueblo de Dios; nos viene de su realidad espiritual, de su dimensión divina. Esta dimensión divina no es una característica puramente externa de nuestra comunidad de creyentes, no es un título otorgado por el hecho de tener a Dios como fundador, lo cual ya es grande. La dimensión divina de la Iglesia no es algo externo, es parte de su esencia; porque la Iglesia es Cuerpo Místico de Cristo. Él es su cabeza. Por eso la Iglesia es instrumento de redención universal; Dios la envía como Luz del mundo y sal de la tierra.[7]

Cuando comprendemos lo que es la Iglesia a la cual pertenecemos por la gracia de Dios, la amamos más, agradecemos más por haber sido llamados a ella, comprendemos mejor nuestra misión, de llevar la Buena Nueva a los demás.

Es siempre alentador recordar las palabras de Benedicto XVI a los jóvenes, antes de la Jornada Mundial en Colonia, cuando en Radio Vaticano le preguntaron cuál sería su mensaje a los jóvenes de todo el mundo, y dijo entonces que quería mostrarles lo hermoso que es ser cristianos. Esta experiencia, les dijo, nos da amplitud, pero sobre todo nos da comunidad, el saber que, como cristianos, no estamos jamás solos: en primer lugar encontramos a Dios, que está siempre con nosotros, formamos siempre una gran comunidad, una comunidad en camino, que tiene un proyecto de futuro: todo esto hace que vivamos una vida que vale la pena vivir. El gozo de ser cristianos, que es también bello y justo creer. Eran palabras de Benedicto XVI.

Dos dimensiones, dos realidades

En la Iglesia podemos distinguir, entonces, dos dimensiones, dos realidades: una visible, otra espiritual, que no vemos. Recordemos esto. La Constitución dogmática Lumen Gentium, en el Nº 8, compara la realidad invisible, la realidad divina de la Iglesia, con el misterio del Verbo Encarnado, que asume la naturaleza humana como instrumento vivo de salvación, unido indisolublemente a Él. A Dios lo pudieron ver en el rostro humano de Jesucristo. Dios se manifestó a través del Verbo encarnado. Nos explica el Concilio que de modo parecido, la Iglesia visible, compuesta por hombres, -la comunidad, el Pueblo de Dios, – sirve al Espíritu Santo que la vivifica.

La realidad invisible de la Iglesia nos la explica también el Catecismo en el Nº 774, donde añade que los 7 sacramentos son los signos y los instrumentos, mediante los cuales el Espíritu Santo distribuye la gracia de Cristo,  que es la Cabeza, en la Iglesia, que es su Cuerpo. De manera que, entonces, la Iglesia contiene la gracia que Ella significa, porque la recibe del Espíritu Santo, y la comunica por medio de los sacramentos. En este sentido la Iglesia es llamada “Sacramento”. El Espíritu Santo está en la Iglesia y se nos da por medio de los sacramentos. La dimensión divina de la Iglesia tiene su origen en Dios que está en Ella.

En la Exhortación apostólica Sacramentum Caritatis, Sacramento de la Caridad, del Santo Padre Benedicto XVI  se propone retomar la riqueza que contienen las reflexiones y propuestas surgidas en la Asamblea General del Sínodo de los Obispos, dedicado a la Eucaristía, que se celebró en Roma del 2 al 23 de octubre de 2005. Recordemos que ese sínodo fue convocado por Su Santidad el Papa Juan Pablo II, y confirmado por Benedicto XVI. Como dijeron los obispos en su mensaje al término del Sínodo, llegaron desde los cinco continentes, para rezar y reflexionar juntos sobre la Eucaristía, fuente y cumbre de la vida y de la misión de la Iglesia. La finalidad del Sínodo fue ofrecer al Santo Padre algunas propuestas útiles para actualizar la pastoral eucarística de la Iglesia. Dijeron los obispos participantes, que en el Sínodo pudieron experimentar lo que la sagrada Eucaristía significa desde los orígenes: una sola fe y una sola Iglesia, alimentada por un mismo Pan de vida y en comunión visible con el sucesor de Pedro.

Es tan importante la Exhortación Apostólica Sacramento de la Caridad, o Sacramento del amor, que es muy oportuno traer unas líneas que se refieren al tema de la Iglesia como Sacramento, que estamos estudiando. Al referirse a los objetivos de su exhortación, dice el Papa que el Amor (el agapé) se ha convertido también en un nombre de la Eucaristía, porque en ella el Amor de Dios nos llega corporalmente para seguir actuando en nosotros y por nosotros». Como vemos, la Eucaristía ocupa un puesto centralen la realidad divina de la Iglesia.

La Eucaristía, Fuente y Culmen de la Vida y de la Misión de la iglesia

La Eucaristía, según este mensaje del Papa, y como era el título del Sínodo, es Fuente y Culmen de la Vida y de la Misión de la iglesia. De modo que la Eucaristía es la fuente, el origen y el culmen, la cumbre, de la vida de la Iglesia y de su Misión.Vamos a leer un párrafo que nos habla precisamente sobre la Eucaristía y la Sacramentalidad de la Iglesia, en el Nº 16. Esto nos ayuda a comprender lo que la Eucaristía es en la Iglesia, en su dimensión divina, lo que debe significar en nuestra vida y nos permite comprender mejor el significado de la Iglesia como sacramento. Dice así la exhortación del Santo Padre:

El Concilio Vaticano II ha recordado que «los demás sacramentos, como también todos los ministerios eclesiales y las obras de apostolado, están unidos a la Eucaristía y a ella se ordenan. La sagrada Eucaristía, en efecto, contiene todo el bien espiritual de la Iglesia, es decir, Cristo mismo, nuestra Pascua y Pan de Vida, que da la vida a los hombres por medio del Espíritu Santo.

La sagrada Eucaristía contiene todo el bien espiritual de la Iglesia, es decir, Cristo mismo

Repitamos esa frase: La sagrada Eucaristía, (…) contiene todo el bien espiritual de la Iglesia, es decir, Cristo mismo, nuestra Pascua y Pan de Vida, que da la vida a los hombres por medio del Espíritu Santo.[8] Estas verdades las oímos sin duda con frecuencia, o las leemos, pero quizás no nos detenemos lo suficiente a meditarlas. Lo que sucede también, es que cada documento doctrinal tiene tanto contenido, y tan profundo, que casi cada frase daría para un libro. Bien, entonces, nos dice el Santo Padre que La Sagrada Eucaristía contiene todo el bien espiritual de la Iglesia, porque contiene a Cristo mismo, que nos da la vida, por medio del Espíritu Santo. Claro, si la Eucaristía contiene a Cristo mismo, contiene todo el bien espiritual de la Iglesia. Lo que tenemos en la Eucaristía, y no siempre aprovechamos… Y sobre la Iglesia como sacramento, continúa el Papa:

Así, los hombres son invitados y llevados a ofrecerse a sí mismos, sus trabajos y todas las cosas creadas junto con Cristo». Esta relación íntima de la Eucaristía con los otros sacramentos y con la existencia cristiana se comprende en su raíz cuando se contempla el misterio de la Iglesia como sacramento. A este propósito, el Concilio Vaticano II afirma que «La Iglesia es en Cristo como un sacramento o signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano». Ella, como dice san Cipriano, en cuanto «pueblo convocado por la unidad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, es sacramento de la comunión trinitaria.

El párrafo anterior nos podría dar materia para una larga meditación. Veamos solamente lo que se refiere a la Eucaristía y la Unidad del género humano. No son sólo palabras bonitas, simbólicas, cuando hablamos de la Eucaristía comunión, comunidad, banquete de unidad. Estas palabras de Benedicto XVI nos lo explican. Veamos, cómo la vida de la Trinidad tiene qué ver con esta realidad. Esto de la Iglesia sacramento nos lleva lejos. Ojalá lo vivamos. Leamos de nuevo esas líneas: el Concilio Vaticano II afirma que «La Iglesia es en Cristo como un sacramento o signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano». Ella, como dice san Cipriano, en cuanto «pueblo convocado por la unidad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, es sacramento de la comunión trinitaria.

De manera que la Iglesia tiene mucho que ver con nuestra unión con Dios y con la unidad de todo el género humano. Unión con Dios, que es Trinidad,- vida de amor de la Trinidad, – que es Amor. La unión, no la división, tiene que ser característica del Pueblo de Dios  y esta unión se funda nada menos que en la Trinidad.

En la Eucaristía, Dios que es Amor, se une plenamente a nuestra condición humana

Veamos lo que nos dice Benedicto XVI en esta exhortación, en el Nº 8, en el que nos habla de la Eucaristía como Don gratuito de la Santísima Trinidad:

En la Eucaristía se revela el designio de amor que guía toda la historia de la salvación (cf. Ef 1,10; 3,8-11). En ella, el Deus Trinitas, (el Dios Trinidad)- que en sí mismo es amor (cf. 1 Jn 4,7-8), se une plenamente a nuestra condición humana. En el pan y en el vino, bajo cuya apariencia Cristo se nos entrega en la cena pascual (cf. Lc 22,14-20; 1 Co 11,23-26), nos llega toda la vida divina y se comparte con nosotros en la forma del Sacramento.

Estas palabras, que son maravillosas, las creemos, pero a veces no las vivimos. Nos dicen que en la Eucaristía, Dios que es Amor, se une plenamente a nuestra condición humana. Bajo las apariencias del pan y el vino, se nos entrega Cristo, nos llega toda la vida divina que se comparte con nosotros…Continúa así la exhortación de Benedicto XVI:

Dios es comunión perfecta de amor entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Ya en la creación, el hombre fue llamado a compartir en cierta medida el aliento vital de Dios (cf. Gn 2,7). Pero es en Cristo muerto y resucitado, y en la efusión del Espíritu Santo como se nos da sin medida (cf. Jn 3,34), donde nos convertimos en verdaderos partícipes de la intimidad divina. Jesucristo, pues, «que, en virtud del Espíritu eterno, se ha ofrecido a Dios como sacrificio sin mancha» (Hb 9,14), nos comunica la misma vida divina en el don eucarístico. Se trata de un don absolutamente gratuito, que se debe sólo a las promesas de Dios, cumplidas por encima de toda medida. La Iglesia, con obediencia fiel, acoge, celebra y adora este don. El «misterio de la fe» es misterio del amor trinitario, en el cual, por gracia, estamos llamados a participar. Por tanto, también nosotros hemos de exclamar con san Agustín: «Ves la Trinidad si ves el amor ».

La Iglesia Santa por medio de la cual el Espíritu Santo se hace presente y se nos comunica

Volvamos a leer unas líneas: (…) es en Cristo muerto y resucitado, y en la efusión del Espíritu Santo como (Dios) se nos da sin medida (cf. Jn 3,34), donde nos convertimos en verdaderos partícipes de la intimidad divina. Jesucristo, pues, «que, en virtud del Espíritu eterno, se ha ofrecido a Dios como sacrificio sin mancha» (Hb 9,14), nos comunica la misma vida divina en el don eucarístico.

Después de estas explicaciones maravillosas del Santo Padre, basadas en la Sagrada Escritura, en los Concilios y en los Padres y Doctores de la Iglesia podemos comprender mejor lo que es la Iglesia a la cual fuimos llamados, el Pueblo de Dios al cual pertenecemos, la Iglesia Santa por medio de la cual el Espíritu Santo se hace presente y se nos comunica. Por todo eso, la Iglesia es también signo y salvaguardia del carácter trascendente de la persona humana, como enseña el Compendio de la D.S.I. en el Nº 49, que estamos estudiando.

 Además de explicarnos el Santo Padre la relación de la Eucaristía y la Trinidad, continúa explicándonos que El hecho de que la Iglesia sea «sacramento universal de salvación» nos muestra cómo Cristo, único Salvador, mediante el Espíritu llega a nuestra existencia por medio de los sacramentos. La Iglesia se recibe y al mismo tiempo se expresa, dice el Papa, en los siete sacramentos, mediante los cuales la gracia de Dios influye concretamente en los fieles para que toda su vida, redimida por Cristo, se convierta en culto agradable a Dios.

Cristo, mediante el Espíritu llega a nosotros por medio de los sacramentos. La gracia de Dios nos llega por medio de los sacramentos e influye en nuestra vida, para que se convierta en culto agradable a Dios. De manera que para que nuestra vida sea lo que Dios quiere, para que nuestra vida le sea agradable, nos tenemos que acercar a los sacramentos. Son el medio escogido por Dios para llegar a nosotros.

Después de la catequesis del Santo Padre, y lo que hemos leído del Concilio Vaticano, será suficiente sólo leer con cuidado, despacio, lo que nos falta del Nº 49 del Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia. Lo haremos, Dios mediante, dentro de una semana.

Fernando Díaz del Castillo Z.

ESCRÍBANOS A: reflexionesdsi@gmail.com

 


 

[1]Concilio Vaticano II, Constitución pastoral Gaudium et spes, 76

[2]II Macab, capítulo 7

[3]Cfr. Reflexión 50 y «L’Osservatore Romano», 4 de marzo 2007

[4]Concilio Vaticano II, Constitución pastoral Gaudium et spes, 76

[5]Concilio Vaticano II, Constitución dogmática Lumen gentium, 1

[6]Testigos de Esperanza”, LXXIX Asamblea Plenaria Ordinaria del Episcopado, Bogotá, 4-8 de julio de 2005, y comentarios en varios Programas en Radio María , sobre la D.S.I. desde el 21 de julio de 2005.

[7] Lumen gentium, 9

[8] Concilio Vaticano II, Decreto Presbyterorum ordinis, 5