Usted encuentra en este ’blog’ una serie de reflexiones sobre la Doctrina Social de la Iglesia, en el orden y según la numeración del Compendio preparado por la Santa Sede, originalmente transmitidas por Radio María de Colombia. Todas las reflexiones las encuentra en la columna de la derecha; con un clic entra a la que desee.
Reflexión 48 Jueves 22 de febrero 2007
Compendio de la D.S.I. Nº 45-48
Autonomía de las realidades terrenas (2)
¿En qué consiste la autonomía de las realidades terrenas?
Pues no se puede separar del todo a las criaturas de su Creador
En las anteriores reflexiones hemos estado considerando un tema que, por el momento por el que pasa el mundo, es de especial importancia, y es el de la autonomía de las realidades terrenas. Nos hemos preguntado si es posible la separación completa entre lo trascendental, es decir lo religioso, y las realidades terrenas, pues ahora se proclama por todas partes esa pretendida independencia. Un caso claro es, por ejemplo, la negativa a considerar las implicaciones morales del aborto, con el argumento de que se trata de un problema de salud pública. Pero ¿acaso no se trata de un problema de salud de seres humanos? ¿Y es que los actos humanos no tienen nada que ver con la moral y con Dios?
Encontramos en nuestro estudio que, según la doctrina de la Iglesia, es verdad que existe una autonomía legítima de lo terreno, de las cosas creadas y de la sociedad misma. Y nos preguntábamos en qué consiste esa autonomía, pues no se puede separar del todo a las criaturas de su Creador. El Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia nos enseña que esta autonomía, perfectamente aceptable, consiste en que lo terreno tiene sus propias leyes y valores, y añade que el papel del hombre es descubrir, emplear y ordenar esas leyes y valores. Ahora bien, decíamos, que si el hombre tiene que empezar por descubrir esas leyes, es porque ya están, ya existen, no las tiene que inventar y una vez conocidas no las puede conculcar.
Aclara mucho esta afirmación, el Concilio Vaticano II en la Constitución Gaudium et spes, en el Nº 36, donde dice que por la propia naturaleza de la creación, todas las cosas están dotadas de consistencia, verdad y bondad propias y de un propio orden regulado, que el hombre debe respetar con el reconocimiento de la metodología particular de cada ciencia o arte ».
Esto entendido, concluíamos que las cosas creadas tienen su consistencia, su verdad y su bondad propias, lo cual quiere decir que las cosas al ser ideadas por Dios, fueron creadas con una coherencia interna; hay una razón para que estén constituidas como están. No existen como son por el azar; no fueron creadas como la unión de elementos disparatados que se unieron por casualidad. Tienen un orden interno propio con que el Creador las diseñó.
Como las cosas creadas por Dios vienen con su propio diseño, y en el caso de los seres humanos, llevan impresa, nada menos, que la imagen de quien los creó, el hombre tiene que descubrir y emplear esas leyes y esos valores que les son propios, respetando la metodología propia de cada ciencia o arte. La medicina tiene que respetar las leyes de la física, de la química, y de la organización del cuerpo humano, que funciona de acuerdo con ellas. Igual podemos decir de la botánica, de la zoología, del universo estelar. El hombre obra mal, si quiere inventar leyes en contra de las que, lo creado, lleva ya impresas ¿Cómo cambiar el diseño, cuyo autor es Dios, el mejor diseñador posible?
Eso de descubrir las leyes que ya las cosas creadas llevan en su misma esencia, supone un profundo respeto por ellas, para conservarlas como el Creador las quiso y como las quiere conservar.
Ser como Dios: dueños de la vida y de la muerte, de la familia, del universo…
Este asunto tiene mucho que ver con la crisis por la que pasa el mundo actual, que está empeñado en aprobar leyes como la del aborto, de la eutanasia, del matrimonio entre personas del mismo sexo, sin temor de pasar la raya, repitiendo la equivocación del pecado original. Hay quienes hoy quieren ser como Dios, dueños absolutos de la vida, de la muerte, de la familia, del universo. Quieren inventar un código de leyes independiente del que llevan impreso las cosas creadas. Esto es algo que los no creyentes no aceptan, claro está. Si no creen en el Creador, tampoco creen en que pueda haber una ley impresa por Él en las criaturas.
Laicismo, secularización, desclericalización
La situación que estamos viviendo, está conectada con el proceso de secularización total, en el que se pretende que el hombre es absolutamente autónomo, y por lo tanto quieren cortar su relación con la vida trascendente, es decir con Dios. Es lógico que eso pretendan los agnósticos, pues desconocen a Dios y la divinidad de Jesucristo.
Los que defienden ese proceso de secularización, separan de manera radical el orden natural y el sobrenatural, el poder político y el espiritual. Ese es el movimiento que se entiende como laicizante.
Es importante diferenciar ese movimiento laicista, que es anticristiano, de la toma de conciencia cristiana, de la autonomía relativa de lo temporal, que está de acuerdo con la enseñanza del Concilio Vaticano II que leímos en la Gaudium et Spes. Algunos se refieren a esta toma de conciencia de la autonomía relativa de lo temporal, como a un proceso de «desclericalización».
Es perfectamente aceptable, distinguir entre el orden natural y el sobrenatural, según las enseñanzas de la Iglesia. Se trata de establecer la distinción –no la separación radical– entre el orden natural y el sobrenatural, y entre el poder político y el espiritual. En otras palabras, es ser coherentes con el «Dar al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios».[1]
Una crisis de la verdad sobre el hombre
Sobre este tema, entrevistó en estos días la Agencia Zenit al historiador y filósofo Mariano Fazio, y él opina que la crisis actual de occidente es una crisis de la verdad sobre el hombre. De manera que se trata nada menos que de una crisis antropológica. Podemos decir, si aceptamos ese punto de vista, que los que quieren separar completamente al ser humano de lo trascendente, no le hacen un favor, al contrario, le hacen daño pues lo van a desfigurar de su diseño original. Se quiere un hombre a la medida pequeña del hombre, a imagen y semejanza, no de Dios, sino del hombre caído.
En vez de considerar al hombre de modo integral, materia y espíritu, es decir, en vez de aceptar la conexión del hombre con Dios, al separarlo radicalmente de su Creador, lo empequeñecen, lo reducen a la sola materia.
Opina el académico Fazio, sobre las enseñanzas de Juan Pablo II, acerca de este asunto, que se puede presentar su magisterio como un intento de poner de manifiesto la belleza de la verdad sobre el hombre.
En efecto, la carta apostólica sobre las relaciones entre la fe y la razón, la Fides et Ratio, enseña que Dios ha puesto en el corazón del hombre el deseo de conocer la verdad y, en definitiva, de conocerlo a Él (a Dios), para que, conociéndolo y amándolo, pueda alcanzar también la plena verdad sobre sí mismo. Con esas palabras empieza el documento.
Cuando nos acercamos al conocimiento de Dios, nos adentramos también en el conocimiento del hombre, porque somos hechos a su imagen. Según esto, cuando se niega a Dios, se niega también la posibilidad de conocer plenamente al hombre.
Conocer a Dios para conocer plenamente al hombre