Reflexión 106 – Julio 31 de 2008

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Compendio Doctrina Social de la Iglesia N° 75

Naturaleza de la Doctrina Social

Un conocimiento iluminado por la Fe

En nuestro estudio sobre la naturaleza de la Doctrina Social hemos visto que se trata de un conocimiento iluminado por la fe; que la D.S.I. pertenece al campo de la teología moral y que en ella se conjugan la fe y la razón. Hoy vamos a comenzar por estudiar el N° 75 del Compendio, que termina el tema de la fe y la razón en la Doctrina Social.

Leamos entonces el N° 75:

La fe y la razón constituyen las dos vías cognoscitivas de la doctrina social, siendo dos las fuentes de las que se nutre: la Revelación y la naturaleza humana. El conocimiento de fe comprende y dirige la vida del hombre / a la luz del misterio histórico-salvífico, del revelarse y donarse de Dios en Cristo por nosotros los hombres. La inteligencia de la fe incluye la razón, mediante la cual ésta, dentro de sus límites, explica y comprende la verdad revelada / y la integra con la verdad de la naturaleza humana, según el proyecto divino expresado por la creación,[1] / es–decir,–la verdad integral de la persona en cuanto ser espiritual y corpóreo, en relación con Dios, con los demás seres humanos y con las demás criaturas.[2]

La centralidad del misterio de Cristo, por tanto, no debilita ni excluye el papel de la razón / y por lo mismo / no priva a la doctrina social de la Iglesia de plausibilidad racional y, por tanto, de su destinación universal. Ya que el misterio de Cristo ilumina el misterio del hombre, la razón da plenitud de sentido a la comprensión de la dignidad humana / y de las exigencias morales que la tutelan. La doctrina social es un conocimiento iluminado por la fe, que —precisamente porque es tal— expresa una mayor capacidad de entendimiento. Da razón a todos de las verdades que afirma / y de los deberes que comporta: puede hallar acogida y ser compartida por todos.

Teología: la fe reflexiva

Cuando estudiamos el N° 72 del Compendio nos detuvimos a considerar la relación de la fe y de la teología con la Doctrina Social. Vimos entonces que la teología es la fe reflexiva, es un esfuerzo de la persona humana por penetrar con la razón en la experiencia de la fe. Por eso se habla de la reflexión teológica. Que hayamos recibido la fe como un regalo de Dios, que ha revelado las profundidades de su misterio de amor a los sencillos, no nos exime a los creyentes de la responsabilidad de profundizar en estas maravillas, en la medida de nuestras posibilidades. Por eso se dedica un esfuerzo grande a la evangelización.

Los que hemos recibido el don de la fe gozamos de dos caminos que nos conducen a la comprensión integral de la D.S.: tenemos la capacidad de interpretar la realidad con la razón, como todos los seres humanos, y somos ayudados, además, por la luz de la fe. La fe y la razón se complementan. No nos podemos cansar de agradecer a Dios que nos ha dado el don de la fe, que nadie puede adquirir por sus propias fuerzas. Y la tenemos que cuidar, porque la fe no la podemos conseguir solos, pero por nuestro descuido sí la podemos perder.

Elementos que superan la razón humana

El ser humano utiliza la razón, sus capacidades intelectuales, para comprender la realidad; con esos medios abarca el universo: el ser humano, la naturaleza toda. Se vale de su capacidad de discurrir, de pensar, y se apoya en disciplinas como la historia y la filosofía, la física, la química o las matemáticas, según sea el caso; pero resulta que en la realidad hay elementos que superan la capacidad limitada de la razón.

¿Cuáles son esos elementos de nuestra realidad que superan la capacidad de la inteligencia humana? Los que conocemos porque Dios nos los ha dado a conocer, los que nos ha revelado, y que podemos conocer sólo por el don de la fe. Podemos conocer esos datos, esos elementos, únicamente si Dios los ha puesto a nuestro alcance por la fe. Este es un regalo de Dios del que no siempre somos conscientes.

Por no comprender lo que está más allá de capacidad intelectual, algunos científicos del sistema nervioso se asombran de no encontrar el alma con su escalpelo, cuando exploran las circunvoluciones del cerebro. Es que trabajan sólo con sus capacidades humanas que no son suficientes. Usando esta comparación, – con las limitaciones obvias, – es como si un astrónomo quisiera ver las profundidades del espacio sólo con sus ojos, sin ayuda del telescopio. El neurocirujano no puede encontrar el alma en el cerebro, utilizando sólo su inteligencia, sin la ayuda de la fe.

La Fe no nos pide que creamos lo absurdo

Cuando conversamos sobre estos temas con no creyentes, nos damos cuenta de que para ellos hablar de Dios o interpretar los acontecimientos y las realidades del mundo a la luz de la fe no tiene sentido. A ellos, cuando escuchan hablar sobre las realidades del mundo iluminadas por la fe, les pasa como a los que no somos expertos en matemáticas, si escuchamos una disertación sobre temas de altas matemáticas, o quizás como si escuchamos una conversación en un idioma que desconocemos. Claro que si los no creyentes se despojan de prejuicios, se pueden aproximar a comprender, en alguna forma, con la sola razón, las verdades de la fe, porque el proyecto de Dios para el hombre, la naturaleza humana explicada por la fe, es perfectamente coherente y por eso comprensible y aceptable a la razón. La fe no nos pide que creamos cosas absurdas.

Es oportuno que recordemos la explicación que presentamos en un programa anterior sobre diversos campos del conocimiento. Así nos va a quedar claro que, para comprender y aceptar la Doctrina Social de la Iglesia y sus exigencias se requiere la ayuda de la fe.

Distintas clases de conocimiento

Nos preguntábamos qué significa que haya distintas clases de conocimiento, porque se habla del conocimiento con la razón y del conocimiento iluminado por la fe. Decíamos que hay distintas maneras de conocer las cosas. Usamos el ejemplo del modo como los seres humanos podemos conocer el color. El artista, el físico, el químico, conocen el color desde una especie de mundos distintos: el pintor artista conoce y utiliza el color con unas capacidades propias que le permiten descubrir la belleza en el color, en sus combinaciones, en sus tonalidades más suaves o más intensas. El artista está dotado de una capacidad especial para captar el color, como generador de belleza, -por eso es artista,- y lo utiliza, por ejemplo, para hacer realidad y darnos a conocer en un lienzo, lo que sólo él ha creado internamente. Los que no somos artistas, a veces no vemos tantas tonalidades en un color como las encuentra el artista, y no logramos descubrir la belleza en obras ante las cuales otros quedan cautivados.

Les cuento una experiencia personal. Hace años, cuando las Hermanas de la Presentación tenían un colegio en Bogotá, en la carrera 9ª con la Avenida de Chile, en una puerta metálica ancha, – la de entrada de vehículos, – había una pintura moderna cuyo significado yo no lograba descifrar. Algún día le comenté mi duda a un artista, que por cierto era chileno. Le dije que no entendía qué era lo que habían pintado allí. Él, muy extrañado, me dijo: ¡Pero si es bellísima. Es la Dolorosa transfixa! Es decir la Dolorosa traspasada. Él tenía una capacidad de ver lo que yo no veía. En el arte hay un campo del conocimiento que no es propiamente de la inteligencia, sino más bien del corazón, del sentimiento, de un sentido que no todos tenemos. Algo parecido sucede con la música. Por eso hay gustos tan distintos. Y hay personas que pueden aprender muy bien, mecánicamente, los pasos de un baile, pero no tienen la habilidad de llevar el ritmo… Eso se lleva adentro.

El mundo del físico es muy distinto al del artista; como científico, el físico puede abordar el tema del color desde el campo de la óptica, que es una parte de la física que estudia las leyes y los fenómenos de la luz. Como los colores que el ojo humano puede ver pertenecen a lo que llaman espectro electromagnético, – porque los colores son ondas de luz, – el físico estudia en el color el comportamiento de la luz como onda. Es un campo del conocimiento muy distinto al del arte. En el caso del color, el campo del conocimiento del físico tiene que ver con la interacción de los electrones con la materia; porque el color se produce cuando la luz interactúa con la materia. El físico puede conocer en profundidad el color como fenómeno físico, pero puede ser que no tenga la capacidad de disfrutar de la belleza de un atardecer o de un cuadro de un artista reconocido.

El conocimiento de la Doctrina Social requiere la ayuda de la Fe

De manera que hay diversos campos del conocimiento y se llega a ellos por diversos caminos. El campo en el cual se ubica la D.S.I. es un campo propio suyo; no se trata de un campo del conocimiento puramente humano, como el de la economía, la política o la filosofía, y para su comprensión se necesita la ayuda de la fe, que recibimos de Dios.

La Doctrina Social nos enseña a encontrar el proyecto de Dios para el hombre y el proyecto de Dios no lo podemos conocer solamente por medio de la razón ni de los sentidos; ese conocimiento necesita la fe.

Los científicos de la economía, de la sociología y de la política ven la sociedad como el campo donde aplicar sus teorías económicas y políticas. Los creyentes tratamos de encontrar en la doctrina social católica, lo que Dios nos dice sobre cómo deben ser nuestras relaciones con nuestros semejantes y con el universo, de acuerdo con su proyecto. Buscamos cuál es el proyecto divino de la sociedad, para colaborar en su realización. En nuestro estudio nos deberíamos preguntar: ¿cuál es el modelo de sociedad, como Dios la diseñó y cómo puedo contribuir en la ejecución de ese proyecto? Los no creyentes ignoran y no aceptan que exista un proyecto de Dios. Si son ateos, no aceptan la existencia de Dios, de manera que no pueden aceptar que el ser humano tenga que ver con un Ser Superior.

Luego del rápido repaso sobre el campo del conocimiento iluminado por la fe, que acabamos de hacer, podemos comprender mejor el N° 75 del Compendio que leímos hace un momento. Volvamos a leerlo:

La fe y la razón constituyen las dos vías cognoscitivas de la doctrina social, siendo dos las fuentes de las que se nutre: la Revelación y la naturaleza humana. El conocimiento de fe comprende y dirige la vida del hombre a la luz del misterio histórico-salvífico, del revelarse y donarse de Dios en Cristo por nosotros los hombres. La inteligencia de la fe incluye la razón, mediante la cual ésta, dentro de sus límites, explica y comprende la verdad revelada y la integra con la verdad de la naturaleza humana, según el proyecto divino expresado por la creación,[3] es–decir,–la verdad integral de la persona en cuanto ser espiritual y corpóreo, en relación con Dios, con los demás seres humanos y con las demás criaturas.

Las ciencias naturales se pueden conocer naturalmente…

De manera que para comprender la D.S.I. necesitamos la razón, la inteligencia de que ha dotado Dios a todos los seres humanos. La razón nos permite conocer a la persona humana y al universo en su nivel natural: nos ayudan en este conocimiento las leyes físicas y químicas que los constituyen y gobiernan. Un médico puede ser un sabio médico, perfecto conocedor del cuerpo humano en sus tejidos, desde una célula, que es visible sólo al ojo humano por medio del microscopio, hasta el funcionamiento del órgano más complicado. De todos modos, el organismo humano es tan complejo, encierra tantas maravillas, que todavía la ciencia no ha logrado descubrirlas ni comprenderlas todas. Pero el conocimiento que se requiere para abarcar todo el organismo humano no es un conocimiento sobrenatural. Lo mismo puede decirse de los demás campos de la ciencia.

Sucede, sin embargo, que la naturaleza humana tiene una conexión con Dios, su Creador y autor de todo un proyecto para su felicidad. Las implicaciones de esa relación del ser humano con Dios no se entienden sólo con la razón; se requiere conocerlas y aceptarlas por la fe. El conocimiento de fe comprende y dirige la vida del hombre a la luz del misterio histórico-salvífico, del revelarse y donarse de Dios en Cristo por nosotros los hombres, acabamos de leer en el Compendio de la D.S.

En Jesucristo podemos conocer a Dios y al hombre

La Encarnación del Hijo de Dios nos completó la revelación de los planes de Dios para el ser humano, – que se hacen realidad en la Historia de la Salvación, – la que el Señor había comenzado a darnos a conocer en la Sagrada Escritura, en el Antiguo Testamento. En el Nuevo Testamento se nos da la luz que nos permite conocer que Dios se nos entregó en su Hijo, se donó a la humanidad para redimirnos y mostrarnos el camino para llegar a nuestro destino final, el Reino de Dios. Sin Jesucristo no se puede conocer del todo al ser humano ni cómo debe ser su vida. Él es la conexión Dios-hombre. Con Jesucristo todo es claro; es que Él es la Luz. Él nos dio a conocer cómo es Dios, y su vida de amor. En Jesús podemos ver al Padre; lo dijo Jesús a Felipe, como leemos en San Juan en 14,9.[4] Jesucristo nos reveló al Espíritu Santo y nos anunció su venida. En Jesucristo podemos ver el rostro humano de Dios y el rostro divino del hombre.[5] Lo que tenemos de divino, lo conocemos por medio de Jesucristo.

Volvamos a leer las líneas siguientes del N° 75:

La inteligencia de la fe incluye la razón, mediante la cual ésta, – dentro de sus límites, – explica y comprende la verdad revelada y la integra con la verdad de la naturaleza humana, según el proyecto divino expresado por la creación, es decir, la verdad integral de la persona en cuanto ser espiritual y corpóreo, en relación con Dios, con los demás seres humanos y con las demás criaturas.

Necesitamos tanto de la fe como de la razón para comprender íntegramente al ser humano, como ser espiritual y corpóreo, que está en relación no sólo con los demás seres humanos y con todo el universo, sino con Dios. La fe nos descubre la relación que tenemos con Dios, nos da a conocer la historia de la salvación, nos permite encontrarnos con Jesucristo, el Dios hecho carne; Dios y Hombre.

Volvamos ahora al último párrafo del N° 75 del Compendio de la D.S.

La centralidad del misterio de Cristo, por tanto, no debilita ni excluye el papel de la razón y por lo mismo no priva a la doctrina social de la Iglesia de plausibilidad racional (es decir que por el papel central del misterio de Cristo en la vida del ser humano, la doctrina social no deja de ser admisible racionalmente) y, por tanto, de su destinación universal (la D.S.I. no está destinada sólo a los creyentes). Ya que el misterio de Cristo ilumina el misterio del hombre, la razón da plenitud de sentido a la comprensión de la dignidad humana y de las exigencias morales que la tutelan. La doctrina social es un conocimiento iluminado por la fe, que —precisamente porque es tal— expresa una mayor capacidad de entendimiento. Da razón a todos de las verdades que afirma y de los deberes que comporta: puede hallar acogida y ser compartida por todos.

La Doctrina Social de la Iglesia puede ser acogida por creyentes y no creyentes

El Compendio de la D.S.I. en su introducción, en el N° 13 y siguientes, expone que ese documento está al servicio de la verdad plena del hombre. Añade que la publicación de este libro es un acto de servicio de la Iglesia a los hombres y mujeres de nuestro tiempo, a quienes ofrece el patrimonio de su doctrina social, según el estilo de diálogo con que Dios mismo, en su Hijo unigénito hecho hombre, “habla a los hombres como amigos, y trata con ellos”.[6]

Con su doctrina social, la Iglesia entrega a la humanidad su reflexión sobre lo que nos enseña la revelación acerca del hombre y sobre su relación con Dios, con sus hermanos y con la naturaleza.

Les sugiero que vuelvan a leer la Reflexión 005, en este ‘blog’, donde se explica cómo la Iglesia entrega su doctrina social al servicio de la verdad plena del hombre. Y la entrega a todos, no sólo a los católicos. Volvamos sobre algunas de esas ideas.

La Iglesia propone su Doctrina Social a cuantos hombres y mujeres de buena voluntad están comprometidos en el servicio del bien común, e incluye allí también como destinatarios de su mensaje a los no católicos, y aun a los no creyentes. La Iglesia no hace otra cosa que comunicar el mensaje, la Buena Nueva, que es su patrimonio, a todos los hombres, según el mandato del Señor: Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes... enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado.[7]

Ojalá escucharan la Palabra también los no creyentes. Dios nos habló a todos; amplió su pueblo escogido, al hacer extensivo su amor también a los gentiles. Si escuchan la palabra y la ponen por obra, se realizará en ellos el encuentro maravilloso con Jesucristo, por el milagro de la fe.

Inspirándose en la Constitución Gaudium et spes, en el N° 3, el Compendio de la D.S. dice que también este documento coloca como eje de toda la exposición al hombre “todo entero, cuerpo y alma, corazón y conciencia, inteligencia y voluntad”. En esta tarea, no impulsa a la Iglesia ambición terrena alguna. Sólo desea una cosa: continuar, bajo la guía del Espíritu, la obra misma de Cristo, quien vino al mundo para dar testimonio de la verdad, para salvar y no para juzgar, para servir y no para ser servido.

Las eternas preguntas del ser humano

En el N° 14, el Compendio nos ilustra bellamente cómo la doctrina de la Iglesia se orienta a la persona humana, reconociendo todo el valor que Dios ha puesto en ella. Nos dice que la Iglesia quiere ofrecer una contribución (…) a la cuestión del lugar que ocupa el hombre en la naturaleza y en la sociedad, (inquietud ésta) escrutada por las civilizaciones y culturas en las que se expresa la sabiduría de la humanidad.

Tiene en cuenta la Iglesia que la humanidad a través de la historia, como se manifiesta en la filosofía, en la literatura y en el arte, ha estado siempre preocupada por conocer más a fondo ¿quién es, para qué existe?, su papel en el universo. ¿Qué camino debe tomar en las mil encrucijadas que se le van presentando en su vida?

El ser humano se sigue preguntando ¿Quién soy yo? ¿Por qué la presencia del dolor, del mal, de la muerte, a pesar de tanto progreso? ¿De qué valen tantas conquistas si su precio es, no raras veces, insoportable? ¿Qué hay después de esta vida? Estas preguntas de fondo caracterizan el recorrido de la existencia humana.

El único ser sobre la tierra capaz de hacerse preguntas

Esas preguntas se las ha hecho siempre y se las sigue haciendo la humanidad. Y el hombre busca y busca y sigue buscando y preguntando. Es el único ser sobre la tierra capaz de reflexionar, de hacerse preguntas. Y nuestro corazón seguirá inquieto, mientras no descanse en Dios, en palabras de San Agustín.

Podríamos decir, que siempre estamos haciéndonos preguntas sobre nosotros, sobre la existencia, sobre lo que nos rodea. Es una de las características del ser humano desde niño, que precisamente muestra su inteligencia porque busca entenderlo todo: no sólo desbarata los juguetes, que es una manera de ir descubriendo el mundo, sino que pregunta: “Papá, o mamá, ¿por qué esto, por qué aquello”, hasta cuando llega a esa frase desconcertante: “Papá, y ¿por qué por qué?” Todos los niños lo dicen en algún momento.

Respuestas propias para preguntas propias

Parece que las únicas respuestas que nos satisfacen, son aquellas a las que llegamos por nosotros mismos. Necesitamos hacernos nuestras propias preguntas, y queremos encontrar respuestas propias, porque sólo ellas llegan hasta el fondo de lo que realmente buscamos. [8]

En las ciencias humanas no están todas las respuestas

Los que tenemos fe, – por regalo de Dios, – no buscamos respuestas a nuestras inquietudes sólo en la filosofía, ni sólo en las ciencias. Allí no están todas las respuestas. El campo de la filosofía y de las ciencias es limitado, porque abarca sólo hasta donde la razón alcanza a entender. Por el regalo de la fe, en cambio, tenemos la experiencia del encuentro con el Ser Trascendente, con Dios, con la persona de Jesucristo. Y nos sentimos amados por Él, orientados hacia Dios, como la brújula, siempre orientada hacia el Norte. Tenemos la vivencia de que por Él fuimos creados-, a su imagen-, nos dice la Escritura; y comprendemos que por Él seguimos existiendo, y que hacia Él vamos.

Terminemos hoy con la lectura de parte del N° 14 de la Declaración Dignitatis humanae, del Concilio Vaticano II, sobre la libertad religiosa, en lo que se refiere a la obligación de la Iglesia, – a nuestra obligación, – de dar a conocer la verdad que por la gracia de Dios hemos llegado a conocer. Dice así:

14. La Iglesia católica, para cumplir el mandato divino: “enseñad a todas las gentes” (Mt., 18, 19-20), debe emplearse denodadamente “para que la palabra de Dios sea difundida y glorificada” (2 Tes., 3, 1).

Ruega, pues, encarecidamente a todos sus hijos que ante todo eleven “peticiones, súplicas, plegarias y acciones de gracias por todos los hombres… Porque esto es bueno y grato a Dios nuestro Salvador, el cual quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad” (1 Tim., 2, 1-4).

Por su parte, los fieles, en la formación de su conciencia, deben prestar diligente atención a la doctrina sagrada y cierta de la Iglesia. Pues por voluntad de Cristo la Iglesia católica es la maestra de la verdad, y su misión consiste en anunciar y enseñar auténticamente la verdad, que es Cristo, y al mismo tiempo declarar y confirmar con su autoridad los principios de orden moral que fluyen de la misma naturaleza humana. Procuren además los fieles cristianos, comportándose con sabiduría con los que no creen, difundir “en el Espíritu Santo, en caridad no fingida, en palabras de verdad” (2 Cor., 6, 6-7) la luz de la vida, con toda confianza y fortaleza apostólica, incluso hasta el derramamiento de sangre. )[9]

Se refiere el Concilio a la valentía con que los apóstoles predicaban a Jesucristo, a pesar de la persecución del Sanedrín, como puede leerse en Hch, capítulo 4.

Porque el discípulo tiene la obligación grave para con Cristo Maestro de conocer cada día mejor la verdad que de El ha recibido, de anunciarla fielmente y de defenderla con valentía, excluyendo los medios contrarios al espíritu evangélico. Al mismo tiempo, sin embargo, la caridad de Cristo le acucia para que trate con amor, prudencia y paciencia a los hombres que viven en el error o en la ignorancia de la fe. Deben, pues, tenerse en cuenta tanto los deberes para con Cristo, el Verbo vivificante que hay que predicar, como los derechos de la persona humana y la medida de la gracia que Dios por Cristo ha concedido al hombre, que es invitado a recibir y profesar voluntariamente la fe.

Con esto terminamos el estudio de la naturaleza de la D.S., en cuanto es un conocimiento iluminado por la fe. Dios mediante continuaremos con el tema de la doctrina social en diálogo con todos los saberes.

Escríbanos a: reflexionesdsi@gmail.com


[1] Cf. Concilio Vaticano II, Decl. Dignitatis humanae, 14: AAS 58 (1966) 940

[2] Cf. Juan Pablo II, Carta enc. Veritatis splendor, 13.50.79: AAS 85 (1993) 1143-1144. 1173-1174. 1197

[3] Cf. Concilio Vaticano II, Decl. Dignitatis humanae, 14: AAS 58 (1966) 940

[4] Jn 14,8s: Le dice Felipe: “Señor, muéstranos al Padre y nos basta.”
9 Le dice Jesús: “¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros y no me conoces Felipe? El que me ha visto a mí, ha visto al Padre. ¿Cómo dices tú: “Muéstranos al Padre”?

[5] De la oración por la V Conferencia de Aparecida, compuesta por Benedicto XVI.

[6] Cf Reflexión 005, del 9 de febrero de 2006

[7] Cf Mt. 28,19

[8] Cf W. Luypen, Fenomenología existencial, Ediciones Carlos Lohlé, Pg. 10 y 14

[9] Cf Hch, 4, nos narra la predicación “con valentía”, de los apóstoles, a pesar de las amenazas del sanedrín: