Reflexión 7 Jueves 16 de marzo, 2006

Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia Nº 20 y 21

¿Qué es y qué no es este libro?

Es bueno recordar que el Compendio no es una especie de Código de Leyes. La Iglesia en diálogo con nosotros, nos expone en este libro el mensaje social que el Señor nos dejó en la Escritura, como nos lo han explicado a través del tiempo la Tradición y el Magisterio. Es Doctrina Social. Decíamos que seguir las orientaciones que la Iglesia nos ofrece en el Compendio es muy importante, porque se asegura así la comunión de la Iglesia universal en asuntos fundamentales de la fe cristiana, como es lo que la Revelación nos enseña sobre el hombre y su dignidad, y sus relaciones con los demás. El Compendio recoge de modo sintético toda la doctrina que constituye una orientación segura para nuestra conciencia, cuando tengamos que tomar decisiones que comprometan normas y principios que regulan nuestra vida social y económica. Es una gran ayuda tener un documento como éste, que nos ofrece principios firmes y claros.

De manera que si alguien nos pregunta qué es el Compendio de la D.S.I. le podemos decir que es como el Catecismo de la Doctrina Social de la iglesia; que allí encontramos: principios de reflexión, nos enseña criterios, normas de juicio, directrices para orientar nuestra acción en lo que se relaciona con nuestra vida en sociedad. Y recordemos que lo que nos proponemos en nuestro estudio de la D.S.I., es conseguir el mismo resultado que se propone el Compendio: y es que de este estudio resulte un compromiso con nuestra vocación, – como laicos o como religiosos o sacerdotes, según el estado de cada uno, – un compromiso con el llamamiento que el Señor nos ha hecho, de anunciar el Evangelio al mundo, en especial en lo social. A este respecto recordamos las palabras de Juan Pablo II en su exhortación apostólica Christifideles Laici (Los fieles laicos), quien nos aclara así nuestra vocación: En razón de la común dignidad bautismal el fiel laico es corresponsable, junto con los ministros ordenados y con los religiosos y las religiosas, de la misión de la iglesia. Sabemos bien cuál es la misión de la Iglesia: comunicar la buena nueva.

Nuestro papel particular como laicos en la misión de la Iglesia

Repasemos lo que, sobre el papel particular del laico, nos aclara el Santo Padre Juan Pablo II; dice él, que la dignidad bautismal asume en el fiel laico una modalidad que lo distingue, sin separarlo, del presbítero, del religioso y de la religiosa. Esa modalidad que marca al laico, que lo diferencia del sacerdote y del religioso, es el carácter secular que es propio y peculiar de los laicos. Recordemos lo que habíamos comentado sobre nuestra misión, como instrumentos en la construcción del Reino en el mundo, o utilizando la terminología de Juan Pablo II en Christifideles laici, nuestra misión de ser instrumentos en la obra redentora de Jesucristo, que abarca también la restauración de todo el orden temporal. Como los laicos vivimos en medio del mundo, tenemos el deber especial de influir para que el mensaje llegue al medio en que vivimos. Somos parte de esa viña a la cual nos ha llamado el Señor a trabajar.

Hemos visto que nuestra vocación como laicos, está claramente definida por Juan Pablo II: los fieles laicos,-dice el Papa en Christifideles laici,- «son llamados por Dios para contribuir, desde dentro, a modo de fermento, a la santificación del mundo mediante el ejercicio de sus propias tareas, guiados por el espíritu evangélico, y así manifiestan a Cristo ante los demás, principalmente con el testimonio de su vida y con el fulgor de su fe, esperanza y caridad».(37) De este modo, el ser y el actuar en el mundo  son para los fieles laicos  no sólo una realidad antropológica y sociológica, sino también, y específicamente, una realidad teológica y eclesial. En efecto, Dios les manifiesta su designio en su situación intramundana, y les comunica la particular vocación de «buscar el Reino de Dios  tratando las realidades temporales y ordenándolas según Dios». Por eso los fieles laicos tenemos que intervenir en política, por ejemplo, porque tenemos que ser instrumentos en la instauración del reino de Dios, ordenando las realidades temporales según los planes de Dios.

Como decíamos en un programa anterior, poco reflexionamos sobre la responsabilidad que nos cabe a los laicos en la restauración del orden temporal, es decir en la construcción del Reino. A veces pareciera que los católicos olvidáramos nuestro deber de ordenar las realidades temporales según Dios, cuando ejercemos nuestro derecho a intervenir en política o a ejercer la profesión, cualquiera ella sea o a vivir nuestra vida de familia. Nuestra tarea es ordenar, -en lo que nos toca,- esas realidades del trabajo, de la familia, de la vida en sociedad, según los planes de Dios.

Con frecuencia hacemos comentarios que indican que en lo que se refiere a ordenar las realidades temporales, todo lo esperamos de la Jerarquía. Y resulta que los obispos no están en el Congreso ni son Magistrados de las Cortes ni dirigen la nación desde el poder ejecutivo ni participan en las Juntas Directivas de las empresas ni dirigen los sindicatos. Todos esos cargos los ocupan laicos. Si los laicos no somos sal y luz y levadura, en el medio temporal en el que nos desempeñamos, cómo esperamos que las leyes y las empresas se orienten por la verdad, y sean justas, que las familias sean modelos, que la educación forme en un humanismo integral; en fin, ¿cómo esperamos que lo creado se ordene al verdadero bien del hombre?, en palabras de Juan Pablo II. (Christifideles Laici, 14) Decíamos que, ¿cómo puede el Evangelio iluminar las actividades y las instituciones humanas, si los que las dirigen o las ejecutan no llevan esa luz? Siendo prácticos, por ejemplo: con nuestro voto en las elecciones contribuimos para que nuestra sociedad sea justa o no, para que en ella se defienda a los más débiles, se respete la vida desde la concepción hasta que el Señor quiera, se respete a la familia, como célula vital de la sociedad.

Si no se siguen los designios de Dios, el resultado es la deshumanización del hombre

Como nos enseña el Compendio, la orientación que se imprima a la vida y a la sociedad, depende en gran parte, de las respuestas que se den a los interrogantes, sobre el lugar del hombre en la naturaleza y en la sociedad. Si Dios está ausente de la relación entre los hombres, en el Estado es decir, en el Congreso, en las Cortes, en el Poder Ejecutivo, esa sociedad será muy distinta a una sociedad que se oriente con base en los planes de Dios, que están en la misma moral natural.

Reflexionamos antes sobre el Nº 20 del Compendio, que pone los cimientos teológicos de todo lo que nos explicará luego. Y como son los cimientos, tienen que ser muy firmes. Por eso comienza presentándonos a Dios metido en la historia del hombre. Dios es nuestro principio y nuestro fin, la roca sobre la cual se funda nuestra fe, nuestra doctrina. No podemos prescindir de Él. Algo tan importante como la Doctrina Social, tiene que estar cimentada en Dios. Si se trata del hombre, de las relaciones entre los hombres, de la sociedad, no se puede prescindir de Dios, el Creador del hombre. Dios creó al hombre según unos planes, que si se siguen, conducen al logro de la perfección. Si no se siguen los designios de Dios, el resultado es la deshumanización del hombre. En un programa anterior comentábamos que los agnósticos tratan los problemas del hombre teniendo en cuenta a un hombre incompleto, porque sólo atienden su aspecto biológico y social, y se les olvida el trascendental, que es el que más dignifica al hombre, porque es nada menos que su procedencia divina.

Recordemos una vez más algo que decíamos en una reflexión anterior: «Para conocer al hombre, el hombre verdadero, el hombre integral, hay que conocer a Dios», decía Pablo VI, citando a Santa Catalina de Siena, que en una oración expresaba la misma idea: «En la naturaleza divina, deidad eterna, conoceré la naturaleza mía». Esta cita de Pablo VI es de su Homilía en la última sesión pública del Concilio Vaticano II, el 7 de diciembre de 1969. De manera que no es posible llegar a una comprensión completa del hombre, si no se tiene en cuenta su origen en el Creador, su origen divino y no sólo material.

Decíamos que los creyentes sabemos que Dios está presente y activo en cada momento, en todas las criaturas. De modo que una persona, de cualquier cultura, puede tener una intuición de la divinidad, a través de la creación que lo rodea. Como el ser humano es creado a imagen de Dios, tenemos una especie de conexión con lo divino, porque, como nos explica el Génesis, en la creación del hombre, Dios le insufló su espíritu; le insufló aliento de vida, dice la Escritura. El Cardenal Ratzinger, en el libro “Dios y el Mundo”, dice que: El ser humano lleva el aliento de Dios. Ha sido creado a imagen y semejanza de Dios… Es único. Está en los ojos de Dios y unido a Él de manera especial.”[1]

Si Dios está en todas partes, y el hombre está unido a Él de una manera especial,- porque lleva su aliento, su espíritu,- tiene que ser posible para cualquier persona esa intuición, ese encuentro, con un rasgo de Dios.

Para todo ser humano es posible encontrarse en alguna forma con Dios, que está en todas partes, en toda la creación. No sólo en las maravillas del paisaje aparece en alguna forma el rostro de Dios. Algunas personas alcanzan a verlo en la sonrisa de un niño, en el enfermo a quien ayudan, en el pobre que extiende la mano, en la persona que nos socorre en el momento oportuno. Al fin y al cabo toda persona es imagen de Dios.

El rasgo cracterístico de Dios es la bondad. ¿Lo pueden ver en nosotros?

Vale la pena repetir porque es muy ilustrativa, la explicación que el Cardenal Ratzinger dio al periodista alemán Peter Seewald, sobre la imagen de Dios, en una respuesta a la pregunta ¿Cómo es Dios? El hoy Papa Benedicto XVI, dijo entonces, queél respondería a esa pregunta, diciendo que uno se puede imaginar a Dios, tal como lo conocemos a través de Jesucristo. Cristo dijo una vez: “quien me ve a mí, ve al Padre”. Y explicó:

“… si después analiza la historia de Jesús, empezando por el pesebre, por su actuación pública, por sus grandes y conmovedoras palabras, hasta llegar a la última cena, a la cruz, a la resurrección y a la misión del apostolado (…) entonces uno puede atisbar el rostro de Dios. Un rostro por una parte serio y grande. Que desborda con creces nuestra medida. Pero, en última instancia, el rasgo característico de Él es la bondad; Él nos acepta y nos quiere. Hasta allí la explicación del Cardenal Ratzinger. De modo que si queremos parecernos a Dios, parecernos en algo a Jesucristo, su rasgo característico es la bondad.

El Compendio nos explica en el Nº 20, qué alcanza el hombre a captar en ese encuentro con Dios, en una auténtica experiencia religiosa. Decíamos que cuando el hombre entra en ese contacto, que puede ser fugaz, en una rápida intuición del Ser Trascendente,- de Dios,- alcanza a captar que ha recibido gratuitamente la existencia. Es decir que existe, porque ese Otro, Dios, le ha comunicado el ser. Y como experimenta que él vive con otros que también han recibido el mismo don, alcanza a ver que la creación que lo rodea, no es un don para él solo, y que por lo tanto tiene que administrarla responsablemente, teniendo en cuenta a los demás. Tiene que administrar la creación, en comunión, – de manera convivial -. Es decir como el anfitrión en un convite al que todos están invitados.

Otro punto que nos explica el Nº 20 del Compendio, es que la solidaridad, la comunión en que deberíamos vivir, es algo que todos deseamos y esperamos de los demás, en lo más íntimo, y la aceptación universal de esa actitud hacia los demás, se refleja en la llamada Regla de Oro, tomada en el cristianismo del Evangelio según San Mateo 7,12 y que dice: Todo cuanto queráis que os hagan los hombres, hacédselo también vosotros a ellos. Nos dice el Compendio que es tan universal esta regla, que se encuentra en todas las culturas, aunque no se exprese exactamente con las mismas palabras. De todos modos, el sentido que se da a la frase coincide en todas. Como prueba, leímos la formulación de la Regla de Oro, en 6 grandes religiones además del cristianismo.[2]

Finalmente, reflexionábamos con el Compendio, que lo normal, entonces, debería ser que nos tratáramos bien unos a otros. Eso es lo que está en lo íntimo de todo ser humano; pero hay una contradicción en la forma como nos comportamos. Por una parte buscamos la solidaridad, y estamos dispuestos a ofrecerla cuando los demás nos necesitan. Pero por otra parte, miramos sólo lo que nos conviene, aunque perjudique a los demás. El mundo vive en continuas guerras y la pobreza no cede en el mundo. Si de verdad fuéramos solidarios no habría tantos pobres.

Todos necesitamos sentirnos parte de algún grupo

Vivimos en permanente contradicción: a pesar de esa conducta poco coherente con lo que deseamos, es notoria la necesidad que todos sentimos de ser parte de algo mayor que nosotros. Por eso tenemos un sentido de unión desde niños: entre compañeros de curso, en el colegio y a través de toda la época de estudios, y después, con la organización de asociaciones de exalumnos, por ejemplo. Nos unimos alrededor de un equipo de fútbol, las señoras en reuniones de amigas, todos nos sentimos parte de alguna organización política, de la acción comunal o colaboramos en los grupos apostólicos, cantamos con entusiasmo el himno nacional y buscamos a nuestros compatriotas si estamos en el extranjero. Podríamos decir que nos amparamos detrás de cualquier disculpa para sentirnos parte de una comunidad, pero al mismo tiempo nos destrozamos como si fuéramos enemigos. Recordemos esta reflexión porque es fundamental.

Somos contradictorios. Decíamos que tenemos dentro ese gusano, cuya acción describió San Pablo en Rom. 7, 15, donde dice: Realmente, mi proceder no lo comprendo; pues no hago lo que quiero, sino que hago lo que aborrezco. Es que el plan de Dios para el hombre se rompió con el pecado. Por eso el desequilibrio, por eso nuestra contradicción. Y por eso vino Dios en la persona de Jesucristo a recomponer ese plan.

Estamos en un mundo en crisis, en el cual vivimos en contra de lo que el hombre íntimamente desea, que es la unidad. En lo más hondo del ser humano, parece estar muy arraigada la necesidad de unidad, de integración en todo, empezando por nosotros mismos como personas: quisiéramos que hubiera coherencia entre nuestros pensamientos, creencias y acciones; pero no actuamos conforme a lo que decimos creer; predicamos una cosa y hacemos lo contrario. De nosotros muchas veces podrían decir, lo que Jesucristo dijo de los fariseos: que los demás hagan lo que decimos que se debe hacer, pero que no obren como obramos nosotros. Quisiéramos que también entre nuestras emociones y nuestras creencias hubiera integración; y que esa unión reinara con los demás, en la familia, en el trabajo, en la lucha por lograr el bien común. Pero en la práctica podemos ser disociadores, criticones, que vemos la paja en el ojo ajeno, pero no la viga en el propio. Y si falla la integración las cosas salen mal. Parece que la integración, la unidad de todos y finalmente en Dios, es algo que tiene que darse para que haya finalmente perfección. Mientras llega ese día vivimos en la lucha.

La existencia humana no es como salió de las manos del Creador

Volvimos también al pensamiento del Cardenal Ratzinger, quien expone magistralmente esta situación de contradicción en que vivimos, y leímos unos párrafos de Dios y el Mundo (Joseph Ratzinger, Dios y el Mundo, Galaxia Gutenberg, Círculo de Lectores, Pg. 72s), el libro que hemos citado varias veces. Leamos de nuevo esas líneas porque nadie lo dice mejor que él:

La fe cristiana está convencida de que hay una perturbación en la creación, dice el Cardenal, ahora Benedicto XVI. La existencia humana no es como salió realmente de las manos del Creador. Está lastrada (es decir sobrecargada) con un factor que, además de la tendencia…hacia Dios, también dicta otra, la de apartarse de Dios. En este sentido, el ser humano se siente desgarrado entre la adaptación original a la creación y su legado histórico.

Esta posibilidad, ya existente en la esencia de lo finito, de lo creado, se ha conformado en el curso de la historia. Por una parte el ser humano ha sido creado para el amor. Está aquí para perderse a sí mismo, para darse. Pero también le es propio negarse, querer ser solamente él mismo. Esta tendencia se acrecienta hasta el punto de que – por un lado – puede amar a Dios, pero también enfadarse con él y decir: “En realidad me gustaría ser independiente, ser únicamente yo mismo.”

Continúa así el hoy Benedicto XVI: Si nos examinamos con atención, también observaremos esta paradoja, esta tensión interna de nuestra existencia. Por una parte consideramos correcto lo que dicen los diez mandamientos. Es algo a lo que aspiramos y que nos gusta. Concretamente ser buenos con los demás, ser agradecidos, respetar la propiedad ajena, encontrar el gran amor en la relación entre los sexos  que implicará una responsabilidad mutua que durará toda la vida, decir la verdad, no mentir…

Más adelante dice: esta paradoja muestra una cierta perturbación interna en el ser humano que, lisa y llanamente, le impide ser lo que querría ser. Hasta allí el Cardenal Ratzinger.

Esa desintegración que empieza en cada uno de nosotros, se refleja en las familias, en los grupos en los que trabajamos, se manifiesta en los países, basta ver la violencia entre compatriotas, -se observa en las políticas internacionales, por ejemplo: se proclaman las bondades de la globalización, de los tratados comerciales, de la integración, pero en esos procesos no se tiene en cuenta la equidad, que es tener en cuenta a los otros. Es el individualismo el que se trata de imponer. Afortunadamente, como dice Juan Pablo II en Veritatis Splendor (El Esplendor de la Verdad), las tinieblas del error o del pecado no pueden eliminar totalmente en el hombre la luz de Dios Creador. Por esto, siempre permanece en lo más profundo de su corazón la nostalgia de la verdad absoluta y la sed de alcanzar la plenitud del conocimiento.

La realización del plan de Dios con el hombre, -como ya vimos en una reflexión anterior, y lo encontramos en Efesios, 1, 3-23, – será en la plenitud de los tiempos, cuando se dará la unión del mundo entero, de toda la creación, en Cristo, primogénito de toda criatura y centro de la historia. Pero eso no quiere decir que podemos sentarnos cruzados de brazos, esperando que llegue el Reino de Dios. Ya hemos visto lo que se espera de nosotros, laicos, sacerdotes y religiosos, como instrumentos en la construcción del Reino, que será un Reino de amor.

La iniciativa de Dios para acercarse al hombre

Vamos a seguir ahora con el estudio del Nº 21. Vimos ya queel hombre es capaz de aproximarse a Dios; de llegar a experimentar en alguna forma la presencia de Dios, gracias a que, por ser creado, tiene una conexión especial con el Ser que lo trajo a la existencia, que insufló su espíritu. Ahora en el Nº 21, el Compendio nos muestra, cómo Dios toma la iniciativa para entrar en contacto con el hombre. Recordábamos que Abraham probablemente llegó a un primer conocimiento de Dios por la contemplación del cielo estrellado. Más adelante, Dios se comunicó con él, como podemos leer en el capítulo 12 del Génesis. Y más tarde, el encuentro de Dios con Moisés, fue empezar a hacer realidad la promesa a Abraham,“de ti haré una nación grande y te bendeciré” (Gen 12,2) escogiendo a un Pueblo para meterse en la humanidad. Leamos el Nº 21 del Compendio, que dice así:

Sobre el fondo de la experiencia religiosa universal (…), se destaca la Revelación que Dios hace progresivamente de Sí mismo al pueblo de Israel. Esta Revelación responde de un modo inesperado y sorprendente a la búsqueda humana de lo divino, gracias a las acciones históricas (…), en las que se manifiesta el amor de Dios por el hombre.

De manera que es Dios mismo quien en la historia se va revelando progresivamente al hombre, con hechos concretos, a través del pueblo de Israel. Responde así a la búsqueda incesante de lo divino, de parte del hombre. Dios no se esconde, le responde con amor, escogiendo a un pueblo afligido, para ayudarle en su aflicción y a través de él meterse en historia de la humanidad. Esa misteriosa elección no la hace Dios porque Israel sea un pueblo poderoso y grande. Uno se puede preguntar ¿Por qué escogió Dios ese pueblo y no otro? No estamos en capacidad de saberlo, pero Él nos dice en la Escritura, que la razón fue el amor: el Señor le dijo a Moisés: No os he elegido porque seáis un pueblo especialmente grande. O especialmente importante, ni porque tengáis esta o aquella cualidad, sino porque os amo, por libre elección.”[4] (Deut., 7,7)

Y en el libro del Éxodo, 3,7-8, se lee: Bien vista tengo la aflicción de mi pueblo en Egipto, y he escuchado su clamor en presencia de sus opresores; pues ya conozco sus sufrimientos. He bajado para librarle de la mano de los egipcios y para subirle de esta tierra a una tierra buena y espaciosa; a una tierra que mana leche y miel.

 Dios se acerca gratuitamente a Israel que sufre la esclavitud, porque Él lo quiere. Y, ¿cómo se hace presente Dios? Su presencia se manifiesta por la liberación de la esclavitud. Dios conduce al pueblo a la libertad. La presencia de Dios en medio de su pueblo era permanente, pero se la tenían que recordar con frecuencia a los Israelitas, porque a pesar de sentir de manera palpable que Dios estaba con ellos, que los acompañaba, que los defendía, que los socorría, se olvidaban de Él. Recordemos cómo el Señor ordenó que le fabricaran una tienda, para hacer visible su presencia a los Israelitas.

En el Libro del Éxodo, desde el capítulo 35 en adelante, está la descripción de la fabricación de la que se llama La Morada, la habitación de Dios. Y en el capítulo 40, 34ss se describe cómo Dios tomó posesión de ella: La Nube cubrió entonces la Tienda de Reunión y la gloria de Yahvéh llenó la Morada, dice. Y más adelante continúa: En todas las marchas, cuando la Nube se elevaba de encima de la Morada, los hijos de Israel levantaban el campamento. Pero si la Nube no se elevaba ellos no levantaban el campamento, en espera del día en que se elevara. Porque durante el día la Nube de Yahvéh estaba sobre la Morada y durante la noche había fuego a la vista de toda la casa de Israel. Así sucedía en todas sus marchas.

Es tan amigable la presencia de Dios en medio de su Pueblo. De manera que cuando la Nube se elevaba encima de la tienda, era la señal de que había que continuar la marcha y el Señor seguía con ellos. “Era como si el Señor les dijera: Arriba, levanten el campamento que nos vamos. La nube y el fuego indicaban que Yahvé estaba allí. Como la lamparita del Sagrario, nos recuerda que el Señor está allí realmente presente.

Esa cercanía gratuita de Dios se manifestó, entonces, en la liberación y en la promesa de una tierra que Él les donaba. Son acciones históricas, que manifiestan que Dios está allí, cercano, con su Pueblo.

 


(2)  Cf Reflexión Nº 6

[3]Ratzinger, Dios y el Mundo, Pg. 43

[4]Cita de Ratzinger, ibidem, Pg. 137 Cfr. Deut. 7, 7

Reflexión 6 Nº 20 Jueves 2 de febrero, 2006

Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia Nº 20

 

En estas Reflexiones estudiamos la Doctrina Social de la Iglesia, tomando como libro de texto Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, preparado por el Pontificio Consejo Justicia y Paz. Se ofrece allí una síntesis de las enseñanzas de la Iglesia en materia social, basadas en la Sagrada Escritura, la Tradición y el Magisterio. Es la doctrina oficial.

 

En la reflexión anterior terminamos de estudiar la Introducción del Compendio de la D.S.I., que lleva por título: Un Humanismo Integral y Solidario. Sabemos ahora qué es el Compendio, por qué fue preparado, cómo, por quién y para qué, qué contiene, qué fruto se espera que obtengamos del estudio de la D.S.I. Sobre el cómo y el para qué fue preparada esta obra, hay que destacar, que se presenta por la Iglesia en un espíritu de diálogo; que no es un código le leyes sino que el Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia nos ofrece principios de reflexión, criterios de juicio y directrices de acción, que sirvan de base para promover en nuestras actividades, un humanismo integral y solidario.

 

Bases teológicas de la D.S.I.

 

Empezamos hoy el estudio de la Primera Parte del Compendio. Como primer paso vamos a reflexionar sobre la razón por la cual el Compendio comienza por sentar unas firmes bases teológicas, que es lo que hace este primer capítulo. Veamos:

Los problemas de la convivencia humana, que son un asunto que directamente toca a la doctrina social, no se resuelven teniendo en cuenta solamente las dimensiones biológica y psicológica, del hombre. Hay que tener en cuenta también su dimensión divina. No son suficientes las ciencias como la fisiología y la química, ni tampoco bastan la filosofía ni la sociología ni la psicología ni la economía ni todas ellas sumadas, para encontrar soluciones completas, integrales, a los problemas de la convivencia humana.

Como vimos ya en el ser humano hay una dimensión que trasciende inclusive la de la razón, y es la dimensión en la que el hombre se encuentra con Dios. Creado el hombre a su imagen, y encarnado Dios en la humanidad, -en la persona de Jesucristo,- las relaciones entre los hombres, necesariamente tienen que tener en cuenta el plan de Dios, que se nos ha manifestado por medio de su Palabra, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento. No se puede prescindir de Dios. Por eso, la 1ª Parte del Compendio de la D.S.I., comienza con una cita de Juan Pablo II en la Centesimus Annus, Nº 55, que dice: La dimensión teológica se hace necesaria para interpretar y resolver los actuales problemas de la convivencia humana; y el primer capítulo del Compendio se intitula: El Designio de Amor de Dios para la Humanidad. Designio es lo mismo que propósito, plan. De manera que este primer capítulo nos habla del plan de Dios para el hombre, que, como veremos, es un plan de amor.

 

Se trata de un asunto de enorme alcance. Si alguno piensa que la Doctrina Social de la Iglesia es una cuestión política o sociológica, tiene que ir cambiando de enfoque. La D.S.I. está enmarcada en el campo de la teología moral social, y eso es distinto. Sus fundamentos, porque se trata de doctrina, hay que buscarlos en la Escritura. Por eso aclarábamos desde el principio, que la D.S.I. es la reflexión de la misma Iglesia, a través del tiempo, sobre lo que nos enseña la Palabra, acerca del hombre y de su relación con Dios y con sus hermanos. Esa reflexión de la Iglesia, sobre la doctrina que aparece en la Sagrada Escritura, se nos ha ido haciendo explícita en los escritos y predicación de los Padres y doctores de la Iglesia, en los documentos de los Concilios y de los Papas.

 

Hemos visto también, que, como nos enseña el Compendio, la orientación que se imprima a la existencia, a la convivencia social y a la historia, es decir la orientación que se imprima a la vida y a la sociedad, depende en gran parte, de las respuestas que se den a los interrogantes sobre el lugar del hombre en la naturaleza y en la sociedad. Si Dios está ausente de la relación entre los hombres, esa sociedad será muy distinta a la sociedad que se oriente con base en los planes de Dios.

Empecemos entonces el capítulo 1, que se encabeza con el título El Designio[1] de Amor de Dios para la Humanidad, y se divide en 4 partes. Vamos a ver la 1ª que se llama La acción liberadora de Dios en la historia de Israel.

Como vemos, la doctrina social se fundamenta y se enmarca desde el principio, en el amor de Dios al hombre, como lo encontramos en la Sagrada Escritura. La Iglesia nos ofrece su patrimonio invaluable, que es la Revelación, la Palabra, y en este caso, nos entrega lo que nos dice la Sagrada Escritura sobre el hombre y su relación con Dios y con sus hermanos.

 

Esta primera parte del Compendio es el fundamento de lo que seguirá más adelante. Los cimientos tienen que ser fuertes, de roca, no de arena. Tenemos que acostumbrarnos a entrar a fondo en nuestra doctrina.

Nuestro principal alimento en la vida espiritual es la doctrina. No podemos acostumbrarnos sólo a recetas sencillas. Recuerdo que un jesuita español, nos decía en el colegio,- yo era entonces un niño de primaria,- que a los bebés se empieza por darles alimentos suaves, pero que ha medida que van creciendo, hay que ir dándoles alimentos sólidos. “Tienen que aprender a comer pan con corteza”, decía él[2]; no sólo la parte blandita del pan. En la vida espiritual pasa lo mismo si queremos crecer. No nos dé miedo entrar a lo fundamental de la doctrina, porque si tenemos cimientos sólidos, no nos moverán de allí con palabras necias, ni con aparente sabiduría. No nos dé miedo, que el Espíritu Santo estará allí en nuestra ayuda. Pidámosle que nos acompañe mientras estudiamos la Doctrina Social de la Iglesia, que visite nuestras mentes y las ilumine.

Nuestro Dios es un Dios cercano

¿Cómo llegó Abraham a conocerlo?

 

Empecemos entonces a estudiar el Nº 20 del Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia. La primera parte del primer capítulo, comienza hablándonos de la cercanía de Dios. Nuestro Dios es un Dios cercano; por cierto así nos lo presenta la Escritura. Vamos a leer despacio el Nº 20 del Compendio; es muy bello, pero es denso, no desperdicia palabras. Dice así:

Cualquier experiencia religiosa auténtica, en todas las tradiciones culturales, comporta una intuición del Misterio que, no pocas veces, logra captar algún rasgo del rostro de Dios.

 

Tomemos los elementos esenciales de estas líneas. Vamos a ir despacio, paso a paso, no tenemos prisa. Nos dice el libro que, en cualquier experiencia religiosa auténtica, hay una intuición del Misterio; es decir de Dios. En una experiencia religiosa auténtica, se logra captar algún rasgo del rostro de Dios.

Experiencia religiosa auténtica: Estamos hablando en serio. No se trata de pseudo experiencias religiosas, como tantas que se presentan ahora, y que son sólo un negocio. Una experiencia religiosa auténtica es una vivencia real, no ficticia, en que en alguna forma se siente la presencia de la divinidad. Menciona el Compendio, que esto pude suceder en todas las tradiciones culturales. No sólo se habla de las experiencias religiosas en las tradiciones culturales judías y cristianas. Veíamos hace una semana, que la humanidad a través de la historia, ha expresado por medio de la filosofía, de la literatura, del arte, su preocupación por conocer a fondo quién es y su papel en el universo. Ha tratado siempre de encontrar un sentido a la existencia y al misterio que la envuelve.

 

Parece que así llegó Abraham al conocimiento de Dios. Nuestro Padre en la fe, Abraham, venía de un ambiente religioso enfermo, corrompido-, el mismo de Sodoma y Gomorra-, ambiente difícil, en palabras del Cardenal Martini[3], quien añade que según algunos rabinos, Abraham llegó al conocimiento de Dios mirando el cielo estrellado. Así vivió una profunda experiencia religiosa: comprendió claramente que no son los astros los que deben ser servidos, sino el Dueño de los astros, el que los hizo. Fue una experiencia religiosa de carácter natural, (una) intuición (…) de la trascendencia, de la causalidad, del límite de las cosas, la que lo abrió al sentimiento de Dios.[4]

En la búsqueda de su razón de ser y de su papel en el universo, el hombre es capaz de tener una intuición del Misterio, nos dice el Compendio. Misterio es aquello que no estamos en capacidad de comprender, porque es superior a nuestra inteligencia. Pero nos dicen que puede el hombre tener una intuición del Misterio…

 

Tal vez una comparación nos ayude a entender la magnitud de lo que estamos hablando: cuando uno contempla por primera vez el mar, – esa inmensidad que se pierde en el horizonte, – suele sentir no sólo admiración, sino cierto estupor y hasta miedo, ante la experiencia nueva de no alcanzar a abarcarlo todo con la vista. Con la mirada escudriña uno la lejanía; trata de encontrarle límites, pero se pierde en esa enorme distancia, y en la profundidad que desaparece, porque es insondable a la vista. Un náufrago debe sentir pánico, en alta mar. Uno, habitante de la tierra firme, desde la orilla se asombra ante tanta grandeza, y entra en él con cierta reverencia.

 

Tiene el mar en su inmensidad apenas una lejana semejanza con el Misterio que es Dios, pero en alguna forma nos ayuda a comprender lo que, de lo incomprensible, puede captar nuestra inteligencia. Las comparaciones fallan siempre por algo, no son la realidad, pero es la única manera de imaginarnos en alguna forma a Dios. De esa contemplación natural de la inmensidad del mar, en el hombre puede saltar una chispa, que le permita aproximarse al Hacedor del mar.

 

El Salmo 104, en pura poesía, describe así la acción de Dios

 

¡Yahvé, Dios mío, qué grande eres!

Vestido de esplendor y majestad,

arropado de luz como de un manto,

tú despliegas los cielos lo mismo que una tienda,

levantas sobre las aguas tus altas moradas;-

haciendo de las nubes carro tuyo, -sobre las alas del viento te deslizas,

tomas por mensajeros a los vientos, a las llamas del fuego por ministros.

Sobre sus bases asentaste la tierra, -Inconmovible para siempre jamás.

Del océano, cual vestido, la cubriste,

Sobre los montes persistían las aguas; – Al increparlas tú, emprenden la huída,

De tu trueno a la voz se precipitan,- Y saltan por las montañas, descienden por los valles, -hasta el lugar que tú les asignaste;

un término les pones que no crucen, – porque no vuelvan a cubrir la tierra.

 

En ninguna parte, si no en la Biblia, podemos encontrar descripciones más bellas de los esplendores de la creación,  un reflejo de lo que es Dios. No leímos sino 9 versículos y son 35, del Salmo 104. Leámoslo luego todo, oremos con él.

 

La intuición de Dios en una experiencia religiosa auténtica

 

Y volvamos al Compendio. Nos dice que Cualquier experiencia religiosa auténtica, en todas las tradiciones culturales, comporta una intuición del Misterio, de manera que, no pocas veces, el ser humano logra captar algún rasgo del rostro de Dios.

 

En su búsqueda del sentido de la existencia, el hombre puede llegar a tener una intuición del misterio de la divinidad, porque Dios nos dio esa capacidad de aproximarnos a Él. La intuición de la que hablamos, es como un fogonazo en medio de la noche, una iluminación repentina, instantánea, en la cual, sin necesidad de razonamiento, alcanza el ser humano a captar algún rasgo de Dios. Nos dice el Compendio que en su búsqueda del sentido de la existencia, el hombre puede llegar a tener una intuición del misterio de la divinidad.

Los creyentes sabemos que Dios está presente y activo en cada momento en todas las criaturas. De modo que no es raro que una persona, de cualquier cultura, pueda tener una intuición de la divinidad a través de la creación que lo rodea. Como el ser humano es creado a imagen de Dios, tenemos una especie de conexión con lo divino, porque, como nos explica el Génesis, en la creación del hombre, Dios le insufló su espíritu; le insufló aliento de vida, dice la Escritura. El Cardenal Ratzinger, en el libro “Dios y el Mundo”, dice que: El ser humano lleva el aliento de Dios. Ha sido creado a imagen y semejanza de Dios… Es único. Está en los ojos de Dios y unido a Él de manera especial.”[5]

Si Dios está en todas partes, y el hombre está unido a él de una manera especial, porque lleva su aliento, su espíritu, tiene que ser posible esa intuición, ese encuentro, con un rasgo de Dios. En el salmo 139, 7s se lee:

¿A dónde podré ir –¿ lejos de tu espíritu? – ¿dónde podré huir lejos de tu presencia? Si subo a las alturas allí estás, si bajo a los abismos de la muerte, allí también estás…si tomo las alas de la aurora, si voy a parar a lo último del mar, también allí tu mano meconduce, tu mano me aprehende.

Encuentro con Dios en Jesucristo y en los otros seres humanos

 

No sólo en las maravillas del paisaje aparece en alguna forma el rostro de Dios. Algunas personas alcanzan a verlo en la sonrisa de un niño, en el enfermo a quien asisten, en el pobre que extiende la mano, en la persona que nos da la mano en el momento oportuno. Al fin y al cabo toda persona es imagen de Dios.

Quizás ni es necesario decirlo, pero de todos modos aclaremos, que cuando el Compendio menciona que se logra captar algún rasgo del rostro de Dios, lo dice de una manera figurada. Dios no tiene un rostro como el nuestro. Por eso, para dársenos a conocer, se encarnó y tomó nuestra figura en Jesucristo.

Es muy ilustrativa la explicación que el Cardenal Ratzinger dio al periodista alemán Peter Seewald, sobre la imagen de Dios, en una respuesta a la pregunta ¿Cómo es Dios? El hoy Papa Benedicto XVI, dijo entonces que él respondería a esa pregunta diciendo que uno se puede imaginar a Dios, tal como lo conocemos a través de Jesucristo. Cristo dijo una vez: “quien me ve a mí, ve al Padre”. Y explicó:

(…)” si después analiza la historia de Jesús, empezando por el pesebre, por su actuación pública, por sus grandes y conmovedoras palabras, hasta llegar a la última cena, a la cruz, a la resurrección y a la misión del apostolado (…) entonces uno puede atisbar el rostro de Dios. Un rostro por una parte serio y grande. Que desborda con creces nuestra medida. Pero, en última instancia, el rasgo característico de Él es la bondad; Él nos acepta y nos quiere.

Con esto podemos dejar ya la frase del Compendio sobre la posibilidad de que en todas las culturas, en una auténtica experiencia religiosa, se puede captar algún rasgo del rostro de Dios, que por lo que acabamos de leer del Cardenal Ratzinger, se caracteriza sobre todo por la bondad. Por lo visto el Santo Padre, que es un gran teólogo, tiene muy presente en todo momento que Dios es bondad, que Dios es amor.

¿Qué rasgos de Dios podemos imaginar?

Sabiendo entonces, como creyentes, que uno se puede imaginar a Dios a través de Jesucristo, ¿qué rasgos podemos captar del rostro de Dios? Bien puede ser por la contemplación de la naturaleza, o por la bondad de Dios conocida a través de la bondad de los hombres, de una Madre Teresa, por ejemplo.

De todos modos, será sólo algún rasgo, o algunos rasgos, porque a Dios no lo podemos abarcar del todo. El Compendio nos dice en el Nº 20, que Dios aparece, por una parte, como origen de lo que es, (es decir origen de todo lo que existe), también como presencia que garantiza, a los hombres, las condiciones fundamentales de vida, poniendo a su disposición los bienes necesarios; por otra parte aparece también como medida de lo que debe ser, como presencia que interpela la acción humana,- tanto en el plano personal como en el plano social,-, acerca del uso de esos mismos bienes en la relación con los demás hombres.

Es muy interesante e importante esto. Veamos: en esa intuición de Dios, el hombre puede captar que ese Ser es el origen de lo que es, es decir, que es el origen de él mismo y de todo lo que lo existe. También alcanza a ver que Dios garantiza a los hombres las condiciones fundamentales de la vida, poniendo a su disposición los bienes necesarios. De manera que al tener esa intuición de que fuimos creados por ese Ser, Dios, es posible barruntar también, que no fuimos dejados solos en medio de un desierto. Tenemos toda la creación para nuestra ayuda. Y algo más, nos es posible ver que, Él, Dios, es la medida de lo que debemos ser, tanto en el plano personal como en nuestras relaciones con los demás, acerca del uso de los bienes que pone a nuestra disposición.

Y concluye el Compendio en el mismo Nº 20: En toda experiencia religiosa, por tanto, se revelan como elementos importantes, tanto la dimensión del don y de la gratuidad, captada como algo que subyace a la experiencia que la persona humana hace de su existir junto con los demás en el mundo, como las repercusiones de esta dimensión sobre la conciencia del hombre, que se siente interpelado, – es decir requerido – a administrar convivial y responsablemente el don recibido.

Miremos esto despacio: cuando el hombre entra en ese contacto, que puede ser fugaz, en una rápida intuición del Ser Trascendente,- Dios,- alcanza a captar que ha recibido gratuitamente la existencia. Existe porque ese Otro, Dios, le ha comunicado el ser. Y como experimenta que él vive con otros, que también han recibido el mismo don, alcanza a ver que la creación que lo rodea, no es un don para él solo, y que por lo tanto tiene que administrarla responsablemente, teniendo en cuenta a los demás. Tiene que administrar la creación en comunión, – de manera convivial, – es la palabra que usa el Compendio. Es decir como en un convite al que todos están invitados.

La “Regla de Oro”

Termina el Nº 20 diciendo que hay un testimonio universal de este trato amable, de amigos, que todos esperamos de los demás, y es la aceptación general de la llamada Regla de Oro, que está formulada en el Evangelio de San Mateo, 7,12 y se aplica siempre en las relaciones humanas: Todo cuanto queráis que os hagan los hombres, hacédselo también vosotros a ellos. Esa es la formulación de la Regla de Oro en el Cristianismo.

Es tan universal esta regla, que se encuentra en todas las culturas, aunque no se exprese exactamente con las mismas palabras. De todos modos, el sentido que se da a la frase coincide en todas. Veamos algunos ejemplos: [6]

En el Confucianismo dicen: “No hagas a los demás lo que no quieres que te hagan a ti.”

En el Budismo: Busca para los demás la felicidad que deseas para ti. No hagas daño a los otros con aquello que te hace sufrir a ti.

En el Hinduismo: Todas tus obligaciones están incluidas en esto: No hagas a los demás nada que te haría sufrir a ti si te lo hicieran.

En el Judaísmo: No hagas a los demás lo que te ofende a ti.

En el Islam: Que ninguno de ustedes trate a su hermano como él mismo no quisiera ser tratado. Ninguno de ustedes es un creyente hasta cuando ame para su hermano lo que ama para sí mismo.

En el Taoismo: Mira la ganancia de tu vecino como tu propia ganancia, y la pérdida de tu vecino como tu propia pérdida.

Como vemos, lo normal debería ser que nos tratáramos bien unos a otros. Eso es lo que está en lo íntimo de todo ser humano; pero hay una contradicción en la forma como nos comportamos. Por una parte buscamos la solidaridad y estamos dispuestos a ofrecerla cuando los demás nos necesitan. Pero por otra parte, miramos sólo lo que nos conviene, aunque perjudique a los demás. El mundo vive en continuas guerras.

Es sin embargo notoria la necesidad que todos sentimos, de ser parte de algo mayor que nosotros. De allí el sentido de unión que tenemos desde niños: entre compañeros de curso, en el colegio y a través de toda la época de estudios, y después, con la organización de asociaciones de ex alumnos. Nos unimos alrededor de un equipo de fútbol, de un partido político, de la acción comunal, en los grupos apostólicos, cantamos con entusiasmo el himno nacional y buscamos a nuestros compatriotas si estamos en el extranjero. Podríamos decir que buscamos cualquier disculpa, para sentirnos parte de una comunidad, pero al mismo tiempo nos destrozamos como si fuéramos enemigos.

Somos contradictorios. Sin duda tenemos dentro ese gusano, cuya acción describió San Pablo en Rom. 7, 15, donde dice: Realmente, mi proceder no lo comprendo; pues no hago lo que quiero, sino que hago lo que aborrezco. Es que el plan de Dios para el hombre se rompió con el pecado. Por eso el desequilibrio. Y por eso vino Dios en la persona de Jesucristo a recomponer ese plan.

Estamos en un mundo en crisis, en el cual vivimos en contra de lo que el hombre íntimamente desea, que es la unidad. En lo más hondo del ser humano, parece estar muy arraigada la necesidad de unidad, de integración, en todo, empezando por nosotros mismos como personas: quisiéramos que hubiera coherencia entre nuestros pensamientos, creencias y acciones; pero no actuamos conforme a lo que decimos creer; de nosotros muchas veces podrían decir lo que Jesucristo dijo de los fariseos: que los demás hagan lo que decimos que se debe hacer, pero que no obren como obramos nosotros. Quisiéramos que también entre nuestras emociones y nuestras creencias hubiera integración; y que esa unión reinara con los demás, en la familia, en el trabajo, en la lucha por lograr el bien común. Y si falla la integración las cosas salen mal. Parece que la integración, la unidad de todos y finalmente en Dios, es algo que tiene que darse para que últimamente se llegue a la perfección. Mientras llega el día vivimos en la lucha.

El Cardenal Ratzinger expone magistralmente esta situación de contradicción en que vivimos. Voy a leer unos párrafos de Dios y el Mundo[7], que he citado ya.

La fe cristiana está convencida de que hay una perturbación en la creación, dice el Cardenal. La existencia humana no es como salió realmente de las manos del creador. Está lastrada (es decir sobrecargada) con un factor que, además de la tendencia (…) hacia Dios, también dicta otra, la de apartarse de Dios. En este sentido, el ser humano se siente desgarrado entre la adaptación original a la creación y su legado histórico.

Esta posibilidad, ya existente en la esencia de lo finito, de lo creado, se ha conformado en el curso de la historia. Por una parte el ser humano ha sido creado para el amor. Está aquí para perderse a sí mismo, para darse. Pero también le es propio negarse, querer ser solamente él mismo. Esta tendencia se acrecienta hasta el punto de que por un lado puede amar a Dios, pero también enfadarse con él y decir: “En realidad me gustaría ser independiente, ser únicamente yo mismo.”

Continúa así el hoy Benedicto XVI: Si nos examinamos con atención, también observaremos esta paradoja, esta tensión interna de nuestra existencia. Por una parte consideramos correcto lo que dicen los diez mandamientos. Es algo a lo que aspiramos y que nos gusta. Concretamente ser buenos con los demás, ser agradecidos, respetar la propiedad ajena, encontrar el gran amor en la relación entre los sexos que implicará una responsabilidad mutua que durará toda la vida, decir la verdad, no mentir…

Más adelante dice: esta paradoja muestra una cierta perturbación interna en el ser humano que, lisa y llanamente, le impide ser lo que querría ser.

Esa desintegración que empieza en cada uno de nosotros, se refleja en las familias, en los grupos en los que trabajamos, se manifiesta en los países, basta ver la violencia entre compatriotas; se observa en las políticas internacionales: se quiere globalización, tratados comerciales, integración, pero no se tiene en cuenta la equidad, que es tener en cuenta a los otros. Es el individualismo el que se trata de imponer.

El plan de Dios con el hombre, como hemos visto, y lo encontramos en Efesios, 1, 3-23, se realizará completamente en la plenitud de los tiempos, cuando se dará la unión del mundo entero, de toda la creación, en Cristo, primogénito de toda criatura y centro de la historia. Ya vimos antes lo que se espera de nosotros, laicos, sacerdotes y religiosos, como instrumentos en la construcción del Reino, que será un Reino de amor. Algunos nos acusan equivocadamente a los creyentes, de esperar pasivamente la felicidad sólo en la otra vida. Es verdad que la felicidad completa, eterna, sólo será realidad cuando vivamos la vida definitiva.

Como dice el Catecismo (1024): El cielo es el fin último y la realización de las aspiraciones más profundas del hombre, el estado supremo y definitivo de dicha. Pero mientras tanto tenemos una tarea muy importante en la tierra. El ConcilioVaticano II nos enseña en la Constitución Gaudium et spes, que Cristo Resucitado no sólo despierta el deseo del mundo futuro, sino también el propósito de hacer más humana la vida presente.[8]

Oremos con las líneas finales de la plegaria a la Virgen María, con que Juan Pablo II terminó la exhortación Christifideles laici:

Virgen Madre, guíanos y sosténnos para que vivamos siempre como auténticos hijos e hijas de la Iglesia de tu Hijo y podamos contribuir a establecer sobre la tierrala civilización de la verdad y del amor, según el deseo de Dios y para su gloria. Amén.

 

Fernando Díaz del Castillo Z.

reflexionesdsi@gmail.com


    (1) Diseño: es lo mismo que proyecto, plan, concepción 0riginal de un objeto, es decir es el pensamiento o propósito del entendimiento, según el DRAE

[2] El H. Dimas Huidobro, S.J., en el Colegio de San Francisco Javier, en Pasto

[3]  Carlo María Martini, “Vivir con la Biblia“, Planeta Testimonio, Pg. 19

[4] Ibidem

[5] Joseph Ratzinger, “Dios y el Mundo“, Galaxia Gutenmerg,  Círculo de Lectores, Pg. 72s

[6] Estas formulaciones la he tomado y traducido de Tom Morris, “If Aristotle Ran General Motors”, Henry Holt and Company, New York, Pg.146s

  [7] Ratzinger, “Dios y el Mundo“, Pg. 43

[8] “Gaudium et spes“, 38

Reflexión 5- 09-02-2006

Compendio de la D.S.I. (Nº 13-19)

Objetivos de nuestro estudio

 

Hace una semana vimos lo que se espera como fruto del estudio de la D.S.I., tal como lo propone el Compendio de la D.S.I. a todos los fieles; y le dedicamos un amplio espacio a reflexionar sobre el papel que nos corresponde a los laicos, en la evangelización de lo social. Propusimos que también nosotros asumamos como objetivo de nuestro estudio, el mismo que se propone en el Compendio de la D.S.I.

Y ¿qué es lo que propone? El Compendio dice que de nuestro estudio de la D.S.I. deberá surgir un compromiso nuevo, capaz de responder a las exigencias de nuestro tiempo, adaptado a las necesidades del hombre y a nuestros propios recursos; y sobretodo, deberá surgir el anhelo de valorar, en una nueva perspectiva, la vocación propia de nosotros como laicos. Ese es el planteamiento del Compendio.

En síntesis, el fruto de nuestro estudio debe ser entonces, un compromiso con nuestra vocación como laicos; eso significa buscar el Reino de los Cielos en el manejo de los asuntos temporales, ordenándolos según Dios; y para los sacerdotes y religiosos, un compromiso con su propio llamamiento a anunciar el Evangelio al mundo, particularmente en este caso, en cuanto se refiere a su mensaje social.

 

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 Al servicio de la verdad plena del hombre

 

Continuemos ahora con la lectura del Nº 13, que empieza el título: Al servicio de la verdad plena del hombre. De manera muy bella aclara la Iglesia, que con el Compendio de la Doctrina Social quiere llegar a nosotros en actitud de servicio:

 Este documento es un acto de servicio de la Iglesia a los hombres y mujeres de nuestro tiempo, a quienes ofrece el patrimonio de su doctrina social, según el estilo de diálogo con que Dios mismo, en su Hijo unigénito hecho hombre, “habla a los hombres como amigos, y trata con ellos”.

 

De manera que la entrega de esta obra es un acto de servicio de la Iglesia; y nos entrega ese patrimonio invaluable de su doctrina social, en actitudde diálogo. Toma esas palabras, sobre la actitud de diálogo, de la Constitución Dogmática Dei Verbum del Concilio Vaticano II en el Nº 2; este documento nos recuerda a su vez al Libro del Éxodo, y al Evangelio de San Juan y al profeta Baruc. En esos pasajes nos cuenta la Escritura, en Éxodo 33, 3,11 que Dios hablaba con Moisés cara a cara, como un hombre con su amigo, que Jesús llamó a los apóstoles sus amigos,– en Juan 15, 14s,- que el Verbo,- la Palabra,- se hizo carne, y puso su morada entre nosotros, como dice San Juan en. 1,14 de su Evangelio. Y el profeta Baruc, 3,38 habla de la ciencia, que luego en el Cap. 4 identifica como la Ley, los preceptos, la Palabra de Dios, y dice que apareció en la tierra y entre los hombres convivió. Es que, como nos enseña la primera encíclica de Benedicto XVI, tomando la frase también de San Juan, Dios es amor. Y su Palabra, su doctrina, es amor; el modo de comunicarla, es el de un diálogo entre amigos. El Verbo puso su morada entre nosotros y entró en diálogo con el hombre.

 

Este es el espíritu con que la Iglesia nos ofrece su Doctrina Social. No nos presenta un Código, un listado de normas que debemos cumplir, dictado por legisladores o jueces. La D.S.I. no es otra cosa que su reflexión sobre lo que nos enseña la Palabra acerca del hombre, y sobre su relación con Dios, con sus hermanos y con la naturaleza.

 

Papel de los no católicos y de los no creyentes

 

La Iglesia propone su Doctrina Social a cuantos hombres y mujeres de buena voluntad, están comprometidos en el servicio del bien común, eincluye allí también como destinatarios de su mensaje a los no católicos, y aun a los no creyentes. La Iglesia no hace otra cosa que comunicar el mensaje, la Buena Nueva, que es su patrimonio, a todos los hombres, según el mandato del Señor: Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes... enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado[1]. Ojalá escucharan la Palabra también los no creyentes. Dios nos habló a todos; amplió su pueblo escogido, al hacer extensivo su amor también a los gentiles. Si escuchan la palabra y la ponen por obra, se realizará en ellos el encuentro maravilloso con Jesucristo, por el milagro de la fe.

 

Cierra el Compendio la idea con estas palabras: Inspirándose en la Constitución Gaudium et Spes, también este documento coloca como eje de toda la exposición al hombre “todo entero, cuerpo y alma, corazón y conciencia, inteligencia y voluntad”. En esta tarea, no impulsa a la Iglesia ambición terrena alguna. Sólo desea una cosa: continuar, bajo la guía del Espíritu, la obra misma de Cristo, quien vino al mundo para dar testimonio de la verdad, para salvar y no para juzgar, para servir y no para ser servido (Gaudium et Spes, Nº 3). Sigamos ahora con el Nº 14 del Compendio.

Encontramos en este número una bella presentación de, cómo la doctrina de la Iglesia se orienta a la persona humana, reconociendo todo el valor que Dios ha puesto en ella. Leamos este número completo:

Con el presente documento, la Iglesia quiere ofrecer una contribución (…) a la cuestión del lugar que ocupa el hombre en la naturaleza y en la sociedad, (inquietud ésta) escrutada por las civilizaciones y culturas en las que se expresa la sabiduría de la humanidad.

Sí, la humanidad a través de la historia, como se manifiesta en la filosofía, en la literatura y en el arte, ha estado siempre preocupada por conocer más a fondo ¿quién es, para qué existe?, su papel en el universo. ¿Qué camino debe tomar en las mil encrucijadas que se le van presentando en su vida? El Compendio sigue así:

Hundiendo sus raíces en el pasado con frecuencia milenario, (…) (las civilizaciones y las culturas) se manifiestan en la religión, la filosofía y el genio poético de todo tiempo y de todo Pueblo, ofreciendo interpretaciones del universo y de la convivencia humana, tratando de dar un sentido a la existencia y al misterio que la envuelve. ¿Quién soy yo? ¿Por qué la presencia del dolor, del mal, de la muerte, a pesar de tanto progreso? ¿De qué valen tantas conquistassi su precio es, no raras veces, insoportable? ¿Qué hay después de esta vida? Estas preguntas de fondo caracterizan el recorrido de la existencia humana. A este propósito, se puede recordar la exhortación Conócete a ti mismoesculpida sobre el arquitrabe del templo de Delfos, como testimonio de la verdad fundamental según la cual el hombre, llamado a distinguirse entre todos los seres creados, se califica como hombreprecisamente en cuanto constitutivamente orientadoa conocerse a sí mismo.

 

Esas preguntas se las ha hecho siempre y se las sigue haciendo la humanidad. Y el hombre busca y busca y sigue buscando y preguntando. Es el único ser sobre la tierra capaz de reflexionar, de hacerse preguntas. Y nuestro corazón seguirá inquieto mientras no descanse en Dios, en palabras de San Agustín.

Volvamos sobre la frase que se encontraba en el arquitrabe del templo de Delfos, y que menciona el Compendio. Recordemos que el arquitrabe, es esa franja que queda encima y a lo largo de la hilera de columnas, en el frente de los edificios griegos. Delfos la ciudad de la antigua Grecia, era famosa precisamente por el templo que habían construido en honor de Apolo. Los griegos consideraban a ese templo el centro del mundo. Allí llegaba la gente en peregrinación, a preguntar a una pitonisa lo que se suponía era el mensaje del dios Apolo. Y allí, en el frente del templo, estaba grabada la frase famosa: Conócete a ti mismo.

 

Como nos dice el Compendio, esa frase nos recuerda que el hombre está orientado a conocerse a sí mismo. No es otra cosa lo que hacen las ciencias que llaman humanas, porque el centro de su estudio es el hombre: no es otra cosa lo que hace la filosofía que, con cada nueva escuela o movimiento filosófico se vuelve a plantear los problemas que siempre han preocupado al hombre pensante, y trata de encontrar una respuesta personal a sus interrogantes, porque no lo convencen las que han dado los demás.[2]

 

Podríamos decir, que siempre estamos haciéndonos preguntas sobre nosotros, sobre la existencia, sobre lo que nos rodea. Es una de las características del ser humano desde niño, que precisamente muestra su inteligencia, porque busca entenderlo todo: no sólo desbarata los juguetes, que es una manera de ir descubriendo el mundo, sino que pregunta: Papá, o mamá, ¿por qué esto, por qué aquello, hasta que llega a esa frase desconcertante: Papá, y ¿por qué por qué? Todos los niños lo dicen en algún momento.

Parece que las únicas respuestas que nos satisfacen, son aquellas a las que llegamos por nosotros mismos. Necesitamos hacernos nuestras propias preguntas, y queremos encontrar respuestas propias, porque sólo ellas llegan hasta el fondo de lo que realmente buscamos.[3]

 Los que tenemos fe, – por regalo de Dios, – no buscamos respuestas a nuestras inquietudes sólo en la filosofía, ni sólo en las ciencias. Allí no están todas las respuestas. El campo de la filosofía y de las ciencias es limitado, porque abarca sólo hasta donde la razón alcanza a entender. Por el regalo de la fe, en cambio, tenemos la experiencia del encuentro con el Ser Trascendente, Dios, con la persona de Jesucristo. Y nos sentimos amados por Él, orientados hacia Dios, como la brújula, siempre orientada hacia el Norte. Tenemos la vivencia de que por Él fuimos creados, a su imagen, nos dice la Escritura; y comprendemos que por Él seguimos existiendo, y que hacia Él vamos.

 Los que se llaman agnósticos no se atreven a negar propiamente la existencia de Dios, sino que afirman que sólo aceptan lo que pueden comprender con la razón; limitan así su propio conocimiento, porque no aceptan la dimensión de la fe. Víctor Frankl, el famoso fundador de la logoterapia, compara la dimensión trascendente, la de Dios, a la que se llega por la fe, con la superioridad del mundo intelectual del ser humano, frente al mundo del animal. Al mono, por ejemplo, le resulta totalmente imposible seguir las reflexiones del hombre (…) porque el mundo humano es inaccesible para él.[4] De manera parecida, sin fe, no se puede entrar a la dimensión de lo divino. Pero todo ser humano, así sea inconscientemente, está inquieto mientras no encuentra sentido a la vida, y un sentido que advierte que está fuera de él, que no puede encontrar simplemente en el darse gusto; que está fuera y por encima de él. Los creyentes sabemos que ese sentido que nos llena, lo encontramos sólo en Dios.

 

 A veces nos sentimos impotentes, cuando un no creyente nos plantea sus objeciones frente a Dios, frente a la religión. Es que hablamos no sólo en idiomas distintos, sino que nos situamos en dimensiones distintas, y así no podemos encontrarnos. Para pasar de la dimensión puramente racional a la dimensión de lo divino, se necesita la fe. Es imposible convencer con argumentos de fe a quien carece de ese don. Y sin la gracia de Dios, no hay cómo llegar a la fe. Lo que sucede con frecuencia, y es muy triste, es que se ponen obstáculos a la gracia; Dios trata de entrar, pero se le cierra la puerta, porque el hombre es libre, y aunque Dios esté a su puerta y llame, no se lo deja entrar…Ese es otro problema…

 

 Sigamos con Nº 15 del Compendio, que continúa por la misma línea de lo que venimos comentando

 

 La orientación que se imprime a la existencia, a la convivencia social y a la historia, depende, en gran parte, de las respuestas dadas a los interrogantes sobre el lugar del hombre en la naturaleza y en la sociedad, cuestiones a las que (…) la Doctrina social de la Iglesia trata de ofrecer su contribución.

 

Escuchando las reflexiones que hemos estado haciendo hoy, quizás alguien se pregunte: ¿eso qué tiene que ver con la D.S.I.? Bueno, en las frases anteriores, del Nº 15 del Compendio está la respuesta: La orientación que se imprime a la existencia, a la convivencia social y a la historia, depende, en gran parte, de las respuestas dadas a los interrogantes sobre el lugar del hombre en la naturaleza y en la sociedad.

 Entonces, la doctrina que nos enseña que la dignidad del hombre se origina en que somos hijos de Dios, criados a su imagen, que el amor es el primer mandamiento, que nuestra existencia y el mundo en que vivimos tienen sentido, sólo si se orientan a su último fin,  todo esto, y más, tiene que marcar nuestra conducta, nuestro estilo de vida, nuestros objetivos, nuestros deseos.

 

 Oía en esto días a un obispo, que hablaba sobre el cambio de época que nos ha tocado vivir. No es, decía él, una época de cambio, sino un cambio de época. Es decir, dejamos atrás la época que en la historia llaman la edad moderna, que comenzó después de la Edad media, el año 1500, aproximadamente. Con el siglo XXI comenzó otra época, una edad nueva, que por ahora llaman postmoderna, porque siguió a la edad moderna, que fue la era de la razón. [5]

 

 Cómo llamarán los historiadores del futuro a nuestra época no sabemos. Depende del camino que siga la humanidad. La era de la globalización, ¿quizás? ¿de la oscuridad, porque se nos fueron las luces?, ¿de la técnica, del sentimiento, de las emociones, de la violencia? ¿Quién sabe? No sabemos con seguridad el camino que va a tomar la humanidad. Lo que sí es cierto es que, como dice el Compendio, la orientación que se imprima a la existencia, a la convivencia social y a la historia, va a depender, en gran parte, de las respuestas que nuestros contemporáneos den a los interrogantes sobre el lugar del hombre en la naturaleza y en la sociedad.[6]

 

Ahora en Europa sobre todo, están ensayando su independencia de Dios. Yo creo que, como afirma el Compendio, el ser humano seguirá siempre buscando el significado profundo de su existencia. No se contenta sólo con disfrutar unos minutos hoy, porque mañana va a volver a sentir el vacío. Y como el hombre es inteligente y es libre, va a seguir buscando una verdad que lo llene, que sea capaz de ofrecerle dirección y plenitud permanentes a su vida.

Los interrogantes que se hace el hombre de hoy, no son sólo los interrogantes frívolos que le plantean algunos medios, ni sobre los temas intrascendentes de ciertos columnistas, a quienes inflan la farándula y los adoradores de lo perecedero. No, la mayoría de la gente vuela más alto, y hace preguntas que, – en palabras del Compendio, – expresan la naturaleza humana en su nivel más alto, porque involucran a la personaen una respuesta que mide la profundidad de su empeño con la propia existencia. Se trata, además, de interrogantes esencialmente religiosos. A este respecto, el Compendio cita estas palabras de Juan Pablo II:

Cuando se indaga “el porqué de las cosas” con totalidad en la búsqueda de la respuesta última y más exhaustiva, entonces la razón humana toca su culmen y se abre a la religiosidad. En efecto, la religiosidad representa la expresión más elevada de la persona humana,-sigue el Papa, – porque es el culmen de su naturaleza racional. Brota de la aspiración profunda del hombre a la verdad y está en la base de la búsqueda libre y personal que el hombre realiza sobre lo divino. [7]

 

La época que nos ha tocado vivir nos enfrenta a circunstancias que nos exigen seamos personas de convicciones, conscientes de nuestra responsabilidad ante Dios y ante la historia. Por eso el Nº 16 dice así: Los interrogantes radicales que acompañan desde el inicio el camino de los hombres, adquieren en nuestro tiempo importancia aún mayor, por la amplitud de los desafíos, la novedad de los escenarios y las opciones decisivas que las generaciones actuales están llamadas a realizar.

Y a continuación el Compendio nos habla de tres desafíos en particular: El primero de los grandes desafíos, que la humanidad enfrenta hoy, es el de la verdad misma del ser-hombre.

 

Lo que quiere decir que el primer desafío es comenzar por el principio: aceptar las implicaciones que tiene el ser humano, por el hecho de ser persona humana. Es un llamamiento a vivir de acuerdo con lo fundamental, con la ética. Por eso enseguida comenta que en las relaciones del hombre con la naturaleza y con la técnica, que son asuntos que interpelan fuertemente la responsabilidad, tanto personal como colectiva, tiene cabida la moral, pues el hombre tiene que comportarse de acuerdo con lo que es, con lo que puede hacer, y con lo que debe ser.

No por el hecho de que la ciencia y la técnica modernas hagan posible algo, quiere decir que sea lícito hacerlo. La ciencia puede conseguir resultados antes inimaginables con los procesos de clonación y el uso de embriones, por ejemplo, pero el científico tiene que preguntarse si su comportamiento está de acuerdo con lo que es y con lo que debe ser, como ser humano. Uno es responsable ante Dios, no sólo frente a sí mismo.

 

Un segundo desafío es el de la comprensión y el manejo del pluralismo y de las diferencias en todos los ámbitos. Y cita el Compendio en qué campos tenemos que ser comprensivos y saber manejar el pluralismo; como lo acaba de decir, en todos los ámbitos: en el del pensamiento, de opción moral, de cultura, de adhesión religiosa, de filosofía del desarrollo humano y social. Es un desafío el ser tolerantes, comprensivos con los que no creen o no piensan como nosotros. Debemos tener presente el punto de los falsos moralismos y aquel mandamiento del Señor: No juzguéis.

 

El tercer desafío es la globalización, que tiene un significado más amplio y más profundo que el simplemente económico, porque en la historia se ha abierto una nueva época, que atañe al destino de la humanidad, dice el Compendio.

 

Nuestra posición frente al mundo, en todos estos temas, no puede ser la misma que adopte un no creyente. No podemos separar la fe de la vida. Algunos se dicen católicos, pero no practicantes… Y no me refiero a la práctica de oír misa o de rezar el rosario. Porque algunos, cuando dicen que no son practicantes, mencionan que poco van a la iglesia o que no rezan. El vivir la fe no sólo se refiere a la vida de oración, a la vida sacramental o de prácticas devotas. Se refiere también a vivir la vida de trabajo, de familia, de actividades políticas, de negocios etc., de acuerdo con la fe. Dice el Nº 17 del Compendio:

Los discípulos de Jesucristo se saben interrogados por estas cuestiones, las llevan también dentro de su corazón y quieren comprometerse, junto con todos los hombres, en la búsqueda de la verdad y del sentido de la existencia personal y social.

 

Enseguida nos dice cómo contribuyen los discípulos de Jesucristo en la búsqueda de la verdad y del sentido de la existencia personal y social; dice que Contribuyen a esta búsqueda con su testimonio generoso del don que la humanidad ha recibido: Dios le ha dirigido su Palabra a lo largo de la historia, más aún, Él mismo ha entrado en ella para dialogar con la humanidad y para revelarle su plan de salvación, de justicia y de fraternidad. En su Hijo, Jesucristo, hecho hombre, Dios nos ha liberado del pecado y nos ha indicado el camino que debemos recorrer y la meta hacia la cual dirigirse.

 

En los números 18 y 19, los dos últimos de la introducción, el Compendio vuelve sobre la Iglesia en el mundo, con base en las enseñanzas del Vaticano II en la Gaudium et Spes y la Lumen Gentium. El Nº 18 dice:

La Iglesia camina junto a toda la humanidad por los senderos de la historia. Vive en el mundo y, sin ser del mundo (Cf Jn, 17,14-16), está llamada a servirlo siguiendo su propia e íntima vocación. Esta actitud – que se puede hallar también en el presente documento – está sostenida por la convicción profunda de que para el mundo es importante reconocer a la Iglesia como realidad y fermento de la historia, así como para la Iglesia lo es no ignorar lo mucho que ha recibido de la historia y de la evolución (histórica) del género humano.[8]

Se refiere allí a lo que dijo el Concilio Vaticano en la Constitución Gaudium et Spes, en el Nº 44: a La experiencia del pasado, el progreso científico, los tesoros escondidos en las diversas culturas, que permiten conocer más a fondo la naturaleza humana, abren nuevos caminos para la verdad y aprovechan también a la Iglesia. Y continúa el Concilio diciendo, – en ese mismo número de la Gaudium et Spes, – que desde el comienzo de la historia, la Iglesia aprendió a expresar el mensaje cristiano con los conceptos y en la lengua de cada pueblo y procuró ilustrarlo además con el saber filosófico. Procedió así a fin de adaptar el Evangelio al nivel del saber popular y a las exigencias de los sabios en cuanto era posible. Y añade que Esta adaptación de la predicación de la palabra revelada debe mantenerse como ley de toda evangelización.

 

De manera que la Iglesia se ha manifestado siempre solidaria y respetuosa de la familia humana, y se ha relacionado con ella con amor, instaurando con ella un diálogo, porque, en palabras del mismo Concilio, (G. et S. Nº 3), el género humano, admirado de sus propios descubrimientos y de su propio poder, se formula con frecuencia preguntas angustiosas sobre la evolución presente del mundo, sobre el puesto y la misión del hombre en el universo, sobre el sentido de sus esfuerzos individuales y colectivos, sobre el destino último de las cosas y de la humanidad (…) Y la Iglesia no puede dar prueba mayor de solidaridad, respeto y amor a toda la familia humana que la de dialogar con ellaacerca de todos estos problemas, aclarárselos a la luz del Evangelio y poner a disposición del género humano el poder salvador que la Iglesia,conducida por el Espíritu Santo,ha recibido de su Fundador. Y sigue una frase que condensa la misión de la Iglesia en el mundo, dice: Es la persona del hombre la que hay que salvar. Es la sociedad humana la que hay que renovar.

 

El último número de la introducción del Compendio de la D.S., el Nº 19, acaba de explicar lo que la Iglesia pretende con este documento:

La Iglesia, signo en la historia del amor de Dios por los hombres y de la vocación de todo el género humano a la unidad en la filiación del único Padre,[9] con este documento sobre su doctrina social busca también proponer a todos los hombres un humanismo a la altura del designio de amor de Dios sobre la historia, un humanismo integral y solidario, que pueda animar un nuevo orden social, económico y político, fundado sobre la dignidad y la libertad de toda persona humana, –un orden – que se actúa en la paz, la justicia, y la solidaridad. Este humanismo podrá ser realizado si cada hombre y mujer y sus comunidades saben cultivar en sí mismos las virtudes morales y sociales y difundirlas en la sociedad, “de forma que se conviertan verdaderamente en hombres nuevos y en creadores de una nueva humanidad con el auxilio necesario de la divina gracia.”[10]

 

Esa idea final, está tomada, una vez más, del Vaticano II en la constitución Gaudium et Spes, que ya entonces, hace 30 años, veía la transformación que estaba ocurriendo en el mundo. Allí la Gaudium et Spes dice que, La aceptación de las relaciones sociales y su observancia deben ser consideradas por todos como uno de los principales deberes del hombre contemporáneo. Porque cuanto más se unifica el mundo-, pensemos lo que pasa con la globalización-, tanto más los deberes del hombre rebasan los límites de los grupos particulares y se extienden al universo entero.

 

Cada día hay nuevos elementos de unión en el mundo, pero parece que sólo importaran los elementos comerciales, los que favorecen la economía, pero sin tener en cuenta la solidaridad ni la equidad. Por eso Juan Pablo II salió al paso de la globalización, cuando se entiende sólo como un proceso económico, con su exhortación a la globalización de la solidaridad. Hoy más que nunca, es indispensable la práctica de las virtudes morales y sociales.

 

 

Fernando Díaz del Castillo Z.

Escríbanos a:

reflexionesdsi@gmail.com

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[1] Mt. 28,19

(2) W. Luypen, Fenomenología existencial, Ediciones Carlos Lohlé, Pg. 10

[3] Ibidem, Pg. 14

[4] Víctor Frankl, Ante el Vacío Existencial, Herder, Barcelona, 1986, Pg.110

[5]  La Edad Antigua fue hasta el año 500, en que terminó el Imperio Romano. La Edad Media empezó en el 500 hasta el 1500 y la Moderna hasta el año 2000.

[6] Esta reflexión-, no las palabras textuales-, es de una homilía de Mons. Juan Vicente Córdoba  Villota, S.J.

[7] Juan Pablo II, Audiencia general (19 de octubre de 1983), Compendio Nota 18, Pg. 24

[8]  Gaudium et Spes, 44

[9]  Lumen Gentium, 1

[10]  G et S, 30

Reflexión 4 Jueves 2 de febrero de 2006

Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia Nº 10-12

Objetivos del libro y del estudio del Compendio de la D.S.I.

En nuestro estudio estamos siguiendo como guía el Compendio de la D.S.I., un libro que nos ofrece la reflexión que, sobre el mensaje social de la Sagrada Escritura ha ido haciendo la Iglesia a lo largo del tiempo; es la reflexión del Magisterio y de los Padres y doctores de la Iglesia, sintetizada en un libro de un poco más de 500 páginas. En esta obra basamos nuestra propia reflexión. Es nuestro libro de texto.

Seguir la orientación del Compendio, del Catecismo Social, -como lo podemos llamar, – es muy importante, porque se asegura la comunión de la Iglesia en asuntos fundamentales de la fe cristiana, como es lo que la Revelación nos enseña sobre el hombre y su dignidad y sus relaciones con los demás. También constituye una orientación segura para nuestra conciencia, cuando tengamos que tomar decisiones que comprometan normas y principios que regulan nuestra vida social y económica. Es una gran ayuda tener un documento que nos ofrezca principios firmes y claros.

¿Qué podemos esperar encontrar en este libro?

La Iglesia, a través de los documentos en que expone su doctrina social, nos ofrece principios de reflexión, nos enseña criterios, normas de juicio, directrices, para orientar nuestra acción en nuestras relaciones con los demás. Si es verdad que todos necesitamos de la ayuda de un libro como éste, sí que es verdad que puede servir de firmísimo apoyo a los laicos que consagran su vida al servicio público. Si tienen amigos o parientes dedicados a la política, por ejemplo, les harán un gran regalo si les obsequian el Compendio de la D.S.I. y les cuentan que es una excelente obra de consulta, para conocer el pensamiento de la Iglesia en asuntos que se relacionan con sus actividades.

Hemos dedicado los dos programas anteriores a comentar la Introducción del Compendio. Vamos a seguir ahora con el Nº 10.

Este número continúa la explicación sobre el objetivo que persigue la obra. Nos dice que, se nos propone como un instrumento para el discernimiento moral y pastoralde los acontecimientos que son tan complejos y caracterizan a nuestro tiempo; que pretende ser como una guía para inspirar, en el ámbito individual y colectivo, los comportamientos y opciones que permitan mirar al futuro con confianza y esperanza; como una ayuda para los fieles sobre la enseñanza de la moral social.

De acuerdo con estos propósitos del Compendio, se expone a continuación lo que se espera del estudio de la D.S.I. Les propongo que sea ese también nuestro propósito, al estudiar la D.S.I. a través de estas reflexiones. Nos plantea el Compendio que de nuestro estudio deberá surgir un compromiso nuevo, capaz de responder a las exigencias de nuestro tiempo, adaptado a las necesidades del hombre y a nuestros propios recursos; y sobretodo, deberá surgir el anhelo de valorar, en una nueva perspectiva, la vocación propia de nosotros como laicos. El fruto de nuestro estudio debería ser entonces, un compromiso con nuestra vocación como laicos, y los sacerdotes y religiosos, un compromiso con su propio llamamiento a anunciar el Evangelio al mundo, particularmente enlo social.

Papel de los laicos

Esta invitación no está dirigida sólo a los laicos. A los sacerdotes y religiosos que estudien la D.S.I. también les deberá surgir el deseo de valorar desde una nueva perspectiva su propia vocación, con vistas a la evangelización del mundo en lo social, porque como dice Juan Pablo II en su exhortación apostólica Christifideles laici, “todos los miembros de la Iglesia son partícipes de su dimensión secular”. Es decir todos, sacerdotes, religiosos y laicos somos miembros de la Iglesia, que tiene la misión de llevar la salvación al mundo en que está inmersa. Esa es la misión de la Iglesia, metida en medio del mundo: comunicarle, impregnarle el Evangelio. Vale la pena oír la voz del mismo Juan Pablo II a este respecto, para aclarar bien esta idea.

En esa bellísima exhortación de Juan Pablo II sobre la vocación y misión de los laicos en la Iglesia-, [1] dice que: En razón de la común dignidad bautismal, el fiel laico es corresponsable, junto con los ministros ordenados y con los religiosos y las religiosas, de la misión de la Iglesia.

De manera que la misión de la Iglesia está encomendada también a los laicos. Y nos aclara el Santo Padre, que la dignidad bautismal asume en el fiel laico una modalidad que lo distingue, sin separarlo del presbítero, del religioso y de la religiosa. Esa modalidad que lo marca, es el carácter secular que es propio y peculiar de los laicos. Recordemos lo que habíamos comentado sobre nuestra misión, como instrumentos en la construcción del Reino en el mundo, o utilizando la terminología de Juan Pablo II, en Christifideles laici, nuestra misión de ser instrumentos en la obra redentora de Jesucristo, que abarca también la restauración de todo el orden temporal. Como los laicos vivimos en medio del mundo, tenemos el deber especial de influir para que el mensaje llegue al medio en que vivimos. Somos parte de esa viña a la cual nos ha llamado el Señor a trabajar.

¿Quiénes somos laicos?

El Compendio está dirigido en primer lugar a los Obispos y también a los sacerdotes y religiosos, sin excluir a los fieles laicos. En nuestro caso, empecemos por mirar hacia dentro, en nuestro “gremio”, el de los laicos, y leamos dos párrafos de la Exhortación Apostólica Christifideles laici, de Juan Pablo II, que nos ayudará a comprender mejor nuestro papel en la Iglesia.

En el Nº 15 de esa exhortación, el Papa nos recuerda lo que a este respecto dice el Concilio Vaticano, en la Constitución Dogmática Lumen Gentium, sobre la Iglesia. El Capítulo IV de esa Constitución está dedicado a los laicos. Allí, en el Nº 31, el Concilio define qué se entiende por laicos, con estas palabras:

Con el nombre de laicos, se designan aquí todos los fieles cristianos, a excepción de los miembros del orden sagrado y los del estado religioso aprobado por la Iglesia. Esto nos aclara que los religiosos, aunque no hayan recibido el sacramento del orden no son laicos. Según el Concilio, Laicos son todos los fieles cristianos, a excepción de los que han recibido el orden sagrado y los del estado religioso. Una vez aclarado esto sigamos con las palabras de Juan Pablo II, en el Nº 15:

(…) el Concilio describe la condición secular de los fieles laicos indicándola, primero, como el lugar en que les es dirigida la llamada de Dios: «Allí son llamados por Dios», dice en el Nº 33. Se trata de un «lugar»…: los fieles laicos «viven en el mundo, esto es, implicados en todas y cada una de las ocupaciones y trabajos del mundo y en las condiciones ordinarias de la vida familiar y social, de la que su existencia se encuentra como entretejida».(34) Ellos son personas que viven la vida normal en el mundo, estudian, trabajan, entablan relaciones de amistad, sociales, profesionales, culturales, etc. El Concilio considera su condición no como un dato exterior y ambiental, sino como una realidad destinada a obtener en Jesucristo la plenitud de su significado.(35) Es más, afirma que «el mismo Verbo encarnado quiso participar de la convivencia humana (…). Santificó los vínculos humanos, en primer lugar los familiares, donde tienen su origen las relaciones sociales, sometiéndose voluntariamente a las leyes de su patria. Quiso llevar la vida de un trabajador de su tiempo y de su región».(36)

Así describe el Concilio nuestra vida de fieles laicos. De manera que una característica del laico es el ser secular, en el sentido de vivir en medio del mundo, e indica que el campo de trabajo del laico es precisamente el medio en que vive, es decir el mundo. Ese es el lugar de nuestra vocación. Allí fuimos llamados. Oigamos cómo sigue Juan Pablo II, en el mismo Nº 15 de la exhortación Christifideles laici:

De este modo, el «mundo» se convierte en el ámbito y el medio de la vocación cristiana de los fieles laicos, porque él mismo está destinado a dar gloria a Dios Padre en Cristo. El Concilio puede indicar entonces cuál es el sentido propio y peculiar de la vocación divina dirigida a los fieles laicos. No han sido llamados a abandonar el lugar que ocupan en el mundo. El Bautismo no los quita del mundo, tal como lo señala el apóstol Pablo: «Hermanos, permanezca cada cual ante Dios en la condición en que se encontraba cuando fue llamado» (1 Co 7, 24); sino que les confía una vocación que afecta precisamente a su situación intramundana.

¿A qué estamos llamados los  laicos?

Y ¿qué es lo que tenemos que hacer en el mundo secular? ¿A qué nos llamó el Señor, sin sacarnos del mundo? Sigue el Santo Padre: (…) los fieles laicos, «son llamados por Dios para contribuir, desde dentro a modo de fermento, a la santificación del mundo mediante el ejercicio de sus propias tareas, guiados por el espíritu evangélico, y así manifiestan a Cristo ante los demás, principalmente con el testimonio de su vida y con el fulgor de su fe, esperanza y caridad».(37) De este modo, el ser y el actuar en el mundo son para los fieles laicos no sólo una realidad antropológica y sociológica, sino también, y específicamente, una realidad teológica y eclesial. En efecto, Dios les manifiesta su designio en su situación intramundana, y les comunica la particular vocación de «buscar el Reino de Dios tratando las realidades temporales y ordenándolas según Dios».(38)

Y continúa el Papa explicándonos el alcance de la vocación del laico, como la entendieron los Padres Conciliares. Dice así: «La índole secular del fiel laico no debe ser definida solamente en sentido sociológico, sino sobre todo en sentido teológico. El carácter secular debe ser entendido a la luz del acto creador y redentor de Dios, que ha confiado el mundo a los hombres y a las mujeres, para que participen en la obra de la creación, la liberen del influjo del pecado y se santifiquen en el matrimonio o en el celibato, en la familia, en la profesión y en las diversas actividades sociales».(39)

Yo creo que poco reflexionamos sobre la responsabilidad que nos cabe a los laicos en la restauración del orden temporal, es decir en la construcción del Reino. Con frecuencia se hacen comentarios que indican que todo lo esperamos de la Jerarquía. Y resulta que los obispos no están en el Congreso, ni son Magistrados de las Cortes, ni dirigen la nación desde el poder ejecutivo, ni participan en las Juntas Directivas de las empresas. Todos esos cargos los ocupan laicos… ¿Qué espera el Señor de los cristianos laicos, al llamarlos a restaurar el orden temporal? Aunque sobre nuestra condición de laicos en la Iglesia tendremos que volver muchas veces, dejemos unas bases firmes desde el principio. Dijo Juan Pablo II:

La condición eclesial de los fieles laicos se encuentra radicalmente definida por su novedad cristiana y caracterizada por su índole secular.(40)

Las imágenes evangélicas de la sal, de la luz y de la levadura, aunque se refieren indistintamente a todos los discípulos de Jesús, tienen también una aplicación específica a los fieles laicos. Se trata de imágenes espléndidamente significativas, porque no sólo expresan la plena participación y la profunda inserción de los fieles laicos en la tierra, en el mundo, en la comunidad humana; sino que también, y sobre todo, expresan la novedad y la originalidad de esta inserción y de esta participación, destinadas como están a la difusión del Evangelio que salva.

Hay mucha tela para cortar, si pensamos en nuestro deber de ser sal y luz y levadura, en el medio temporal en que nos desempeñamos. Yo no creo que la mayoría de los políticos, de los ejecutivos, de los magistrados, se pregunten cómo deben cumplir con su deber de evangelizadores, de restauradores del orden temporal, desde el puesto que ocupan. No, generalmente se separa la actividad profesional de la vida de fe. Pero resulta que estamos llamados a “ordenar lo creado al verdadero bien del hombre”, (ChristifidelesLaici 14). Claro, eso no aparece en la descripción de las funciones de un político o de un ejecutivo, pero ¿cuál debe ser su punto de vista en una junta, y cuál su decisión, cuando de su posición o de su voto dependa que lo temporal que maneja siga o no los planes de Dios? Es bueno meditar estas palabras de Juan Pablo II en el mismo número 14: Son igualmente llamados a hacer que resplandezca la novedad y la fuerza del Evangelio en su vida cotidiana, familiar y social, como a expresar, con paciencia y valentía, en medio de las contradicciones de la época presente, su esperanza en la gloria «también a través de las estructuras de la vida secular» [2]

Es que nos hemos acostumbrado a separar la fe de la vida práctica. La misma Exhortación Apostólica Christifideles Laici, en el Nº 2, nos previene sobre las que llama “tentaciones“ de separar las responsabilidades específicas en el mundo profesional, social, económico, cultural y político, de la práctica de la fe; y la tentación de legitimar la indebida separación entre fe y vida, entre la acogida del Evangelio y la acción concreta en las más diversas realidades temporales y terrenas. ¿No creen ustedes que es verdad este planteamiento? Que a veces en la política y en la empresa se toman decisiones no de acuerdo con el Evangelio, pero luego en la Misa se recita tranquilamente el Credo, sin caer en la cuenta de lo que implica decir “Yo creo”?

Terminemos esta breve introducción al papel del laico en la Iglesia, reflexionando algo más sobre nuestro papel según el Nº 36 de la Constitución Dogmática Lumen Gentium. Dice el Concilio que los laicos, con su competencia en los asuntos profanos, es decir en los asuntos de la vida ordinaria, en los asuntos no religiosos, y con su actividad elevada por la gracia de Cristo, contribuyen eficazmente a que los bienes creados sean promovidos, mediante el trabajo humano, la técnica y la cultura civil, para utilidad de todos los hombres sin excepción; para que sean más convenientemente distribuidos entre ellos; (…) Y añade que así, Cristo, a través de los miembros de la Iglesia, iluminará más y más con su luz salvadora a toda la sociedad humana.

El párrafo que sigue, tomado del mismo Nº 36 de la Constitución Lumen Gentium sobre la Iglesia, es una aclaración excelente de lo que se espera del laico, que debe impregnar del Evangelio al mundo en que vive. Leo textualmente:

(…) coordinen los laicos sus fuerzas, para sanear las estructuras y los ambientes del mundo cuando inciten al pecado, de manera que todas estas cosas sean conformes a las normas de la justicia y más bien favorezcan que obstaculicen la práctica de las virtudes. Obrando de este modo, impregnarán de valor moral la cultura y las realizaciones humanas. Con este proceder simultáneamente se prepara mejor el campo del mundo para la siembra de la palabra divina, y a la Iglesia se le abren más de par en par las puertaspor las que introducir en el mundo el mensaje de paz.

Puede parecer muy general esa descripción de lo que se espera del laico: coordinar las fuerzas para sanear las estructuras y los ambientes del mundo. Se puede considerar muy general o quizás más bien, muy amplia y exigente, la descripción de la acción que se espera del laico. Y como el Concilio no podía descender a particularidades de lo que debe hacer cada persona, cada uno de nosotros debe aplicar a su vida esta orientación general. Lo que en la práctica nos dicen es que en nuestro trabajo, con mayor razón si en él nuestro punto de vista puede influir en las decisiones, debemos dejar oír nuestra voz para sanear las estructuras y los ambientes, en favor de la justicia y la práctica de las virtudes. En otras palabras, ser sal, ser luz, ser levadura en la masa…

El Compendio de la D.S.I., no está dirigido sólo a los sacerdotes y religiosos ni tampoco sólo a los laicos. Como veíamos, la intención del Santo Padre fue más lejos. Las últimas palabras del Nº 10 lo indican, pues dice que: El texto se propone, por último, como ocasión de diálogo con todos aquellos que desean sinceramente el bien del hombre. Como veremos, más adelante el libro nos dice que se propone este documento también a los hermanos de otras Iglesias y Comunidades Eclesiales. Ya lo veremos. Ahora pasemos al número siguiente.

Destinatarios del Compendio de la D.S.I.

El Nº 11 nos indica que los primeros destinatarios de este Compendio son los Obispos, que deben encontrar las formas más apropiadas para su difusión y su correcta interpretación, porque es propio de su deber de maestros, enseñar que

según el designio de Dios Creador, las mismas cosas terrenas y las instituciones humanas se ordenan también a la salvación de los hombres, y por ende, pueden contribuir no poco a la edificación del Cuerpo de Cristo.

Estas últimas palabras están tomadas del Decreto Christus Dominus, del Concilio Vaticano II, sobre el oficio pastoral de los obispos en la Iglesia. (12)

El Concilio enumera allí asuntos que tienen que ver mucho con la D.S.I. y sobre los cuales los Obispos deben exponer la doctrina cristiana. Los laicos no nos detenemos mucho a pensar en lo que dice el Concilio sobre los temas que debe cubrir la enseñanza de los Obispos, y por eso a veces los criticamos sin razón. En el Nº 12 del Decreto Christus Dominus, el Concilio dice a los Obispos:

Enseñen…hasta qué punto, según la doctrina de la Iglesia, haya de ser estimada la persona humana con su libertad y la vida misma del cuerpo; la familia y su unidad y estabilidad y la procreación y educación de la prole; la sociedad civil con sus leyes y profesiones; el trabajo y el descanso, las artes e inventos técnicos; la pobreza y la abundancia de riquezas; expongan, finalmente, los modos como hayan de resolverse los gravísimos problemas acerca de la posesión, incremento y recta distribución de los bienes materiales, sobre la guerra y la paz y la fraterna convivencia de todos los pueblos.

Podemos darnos cuenta allí, que nada que tenga que ver con la vida en sociedad escapa al Evangelio, pues como acabamos de oír al Concilio, las mismas cosas terrenas y las instituciones humanas se ordenan también a la salvación de los hombres.

San Ignacio de Loyola en el Principio y Fundamento, en sus Ejercicios Espirituales, afirma que las demás cosas sobre la haz de la tierra, fueron criadas para que ayuden al hombre en la prosecución del fin para el que es criado. Luego San Ignacio nos pone a meditar en la consecuencia de ese principio, es decir, en cómo usar las demás cosas, si son medios que nos deben ayudar a nuestra salvación.

Conviene recordar una vez más, – porque es fundamental, – que Jesús vino a traer la salvación integral, que abarca al hombre entero y a todos los hombres; y cuando se habla de la salvación integral del hombre, en la salvación se incluye también a este mundo, donde vive y se desarrolla el hombre; es decir, incluye a los ámbitos de la economía y del trabajo, de la técnica y de la comunicación, de la sociedad y de la política, de la comunidad internacional y de las relaciones entre las culturas y los pueblos. Esta afirmación que vimos en el primer número del Compendio se repetirá más adelante.

Insisto en este punto, porque con frecuencia se oyen comentarios contra la injerencia de la Iglesia en asuntos que supuestamente corresponden sólo al mundo civil, al mundo secular. Y resulta que nada humano escapa a Cristo, Cabeza del Universo.

No dejemos de meditar en ese bello texto de la Carta de San Pablo a los Efesios, 1, 3-14, en la que el Apóstol habla del plan divino de salvación; del fin del hombre y de la historia, que será la unión del mundo entero, de toda la creación, de lo material y lo inmaterial; no sólo de las personas, por lo tanto, sino también de las instituciones que ellas forman, – su unión en Cristo, primogénito de toda criatura, el centro de la historia. Cristo, salvador, que regenera y reagrupa bajo su autoridad el mundo creado y que el pecado había trastornado.

El papel de la Iglesia, nuestro compromiso en ella, por llamamiento del Señor en el bautismo, es poner en marcha el Reino de Dios en la historia humana. Es colaborar con Dios en la conducción del mundo hacia su salvación. Nuestra tarea como creyentes, es enderezar el rumbo de la historia humana, cuando ella pierde su norte. [3]

Estamos comentando el Nº 11 del Compendio. En esa labor de evangelización, naturalmente ocupan un lugar primordial los sacerdotes, los religiosos y religiosas. El Compendio dice que ellos, y, en general, los formadores encontrarán en esta obra una guía para su enseñanza y un instrumento de servicio pastoral. Y en particular sobre los laicos añade: Los fieles laicos, que buscan el Reino de los Cielos gestionando los asuntos temporales y ordenándolos según Dios, encontrarán luces para su compromiso específico. Y también las “comunidades cristianas” tienen sus palabras en el Compendio. A ellas les dice que podrán utilizar este documento para analizar objetivamente las situaciones, clarificarlas a la luz de las palabras inmutables del Evangelio, pueden encontrar principios de reflexión, criterios de juicio y orientación para la acción. Estas últimas palabras que toma el Compendio de la Carta Apostólica Octogesima Adveniens (4) valen para todos.

Finalmente, como decíamos, el Compendio no se ha preparado sólo para los católicos y nos da argumentos para comprender por qué los no católicospueden encontrarlo útil. En el Nº 12 se lee:

Este documento se propone también a los hermanos de otras Iglesias y Comunidades Eclesiales, a los seguidores de otras religiones, así como a cuantos, hombres y mujeres de buena voluntad, están comprometidos en el servicio del bien común: quieran recibirlo como el fruto de una experiencia humana universal, colmada de innumerables signos de la presencia del Espíritu de Dios. Es un tesoro de cosas nuevas y antiguas (cf Mt 13,52), que la Iglesia quiere compartir, para agradecer a Dios, de quien “desciende toda dádiva buena y todo don perfecto” (Santiago 1,17). Constituye un signo de esperanza el hecho (de) que hoy las religionesy las culturas manifiesten disponibilidad al diálogo y adviertan la urgencia de unir los propios esfuerzos para favorecer la justicia, la fraternidad, la paz y el crecimiento de la persona humana.

En una labor como la divulgación y aplicación de la D.S.I. no podemos excluir a nadie. Ese es el espíritu de la Iglesia, como se manifestó en particular en la Constitución Gaudium et Spes, en donde encontramos una orientación clara. Dice allí en el Nº 92, sobre el diálogo entre todos los hombres:

Nuestro espíritu abraza al mismo tiempo a los hermanos que todavía no viven unidos a nosotros en la plenitud de comunión y abraza también a sus comunidades. Con todos ellos nos sentimos unidos por la confesión del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo y por el vínculo de la caridad, conscientes de que la unidad de los cristianos es objeto de esperanzas y deseos hoy, incluso por muchos que no creen en Cristo. Luego dice que ajustándonos cada vez más al Evangelio, procuremos cooperar fraternalmente para servir a la familia humana, que está llamada en Cristo Jesús a ser la familia de los hijos de Dios.

Y va más allá la Iglesia: no excluye del diálogo a los no creyentes, pues continúa en la misma Gaudium et Spes: el deseo de este coloquio, que se siente movido hacia la verdad por impulso exclusivo de la caridad, salvando siempre la necesaria prudencia, no excluye a nadie por parte nuestra, ni siquiera a los que cultivan los bienes esclarecidos del espíritu humano, pero no reconocen todavía al Autor de todos ellos. Ni tampoco excluye a aquellos que se oponen a la Iglesia y la persiguen de varias maneras.

Podemos interpretar que, como dice el Compendio, la D.S.I. se propone a cuantos hombres y mujeres de buena voluntad, están comprometidos en el servicio del bien común. En la práctica los que se oponen a la Iglesia y la persiguen, no acudirán a sus enseñanzas, pero ojalá lo hicieran. Sobre las demás comunidades cristianas, al final del Nº 11, dice el Compendio que Con ellas, la Iglesia Católica está convencida que de la herencia común de las enseñanzas sociales custodiadas por la tradición viva del pueblo de Dios derivan estímulos y orientaciones para una colaboración cada vez más estrechaen la promoción de la justicia y de la paz.

 

Terminemos con las líneas finales de la oración a la Virgen, con que Juan Pablo II terminó la exhortación Christifideles laici: Virgen Madre, guíanos y sosténnos para que vivamos siempre como auténticos hijos e hijas de la Iglesia de tu Hijo y podamos contribuir a establecer sobre la tierrala civilización de la verdad y del amor, según el deseo de Dios y para su gloria. Amén.

Fernando Díaz del Castillo Z.

reflexionesdsi@gmail.com



(1) Juan Pablo II, Christifideles laici, Nº 15

[2] Lumen Gentium, 26

[3]Cfr. Ejercicios Espirituales Nº 23, Cardenal Carlo Maria Martini, Ordenar la Propia Vida, Nancea, S.A. de ediciones, Pg. 35s,

Reflexión 3. Jueves 26 de enero de 2006

Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia Nº 8-9

Este año estamos siguiendo como guía de nuestro estudio, el Compendio de la D.S.I.,- que como hemos comentado, – fue preparado para toda la Iglesia, por el Pontificio Consejo Justicia y Paz. Terminamos el programa pasado, comentando el Nº 8 de la Introducción de este libro. Allí se nosexplica lo que es y se pretende con esta obra. De manera resumida, nos dice que Este documento pretende presentar, de manera completa y sistemática, aunque sintética, la enseñanza social. Y añade que esta doctrina es el resultado de la sabia reflexión del magisterio, que la Iglesia nos ha venido ofreciendo de manera constante, en su amorosa solicitud por la suerte dela humanidad.

En el Compendio de la D.S.I., podemos esperar encontrar la enseñanza social de manera completa y organizada. Vimos que las fuentesde las que se han valido en la preparación de esta obra, empiezan, como debe ser, con la Sagrada Escritura, siguen luego los Concilios Ecuménicos, los documentos pontificios, desde el Papa León XIII hasta Juan Pablo II, pasando por Benedicto XV, Pío XI, Pío XII, Juan XXIII y Pablo VI. Otra fuente doctrinal son los documentos eclesiales, como, en particular, el Catecismo de la Iglesia Católica, lo mismo que instrucciones de las Congregaciones de la Sede Apostólica, el Derecho Canónico y los Consejos Pontificios. Naturalmente en la formación de la D.S.I. tienen mucha importancia también los escritores eclesiásticos, comenzando por los Padres de la Iglesia y los doctores como Santo Tomás de Aquino y Santa Teresita del Niño Jesús. Nos ofrece pues, esta obra, la reflexión de la Iglesia, a lo largo del tiempo, sobre el mensaje social que se encuentra en la Sagrada Escritura, sintetizada en un libro de un poco más de 500 páginas. Eso es el Compendio de la D.S.I.

Si alguien nos pregunta de dónde toma la Iglesia su doctrina social, podemos decirle que no la toma de sociólogos ni de políticos. La doctrina social de la Iglesia tiene su origen en la meditación de la Escritura; es decir en la consideración de los problemas del hombre en la sociedad, a la luz del Evangelio y de la tradición. De esa reflexión del hombre y sus problemas en la sociedad, a la luz del Evangelio, obtenemos los criterios que nos señalan cómo vivir en sociedad, de acuerdo con nuestra fe, de acuerdo con el Evangelio. Nuestra conciencia social se forma a la luz de esos criterios, emanados de la Escritura.

¿Cuál es la autoridad de este libro?

En el estudio del Compendio convendrá tener presente, que las citas de los textos del Magisterio, pertenecen a documentos de diversa autoridad. Porque junto a los documentos de los Concilios Ecuménicos y a las encíclicas, figuran también discursos de los Pontífices, o documentos elaborados por las Congregaciones de la Santa Sede. Es importante que tengamos esto en cuenta, pues alguien se puede preguntar cuál es la autoridad del Compendio.

A este respecto el Compendio mismo dice: Como es sabido, pero parece oportuno subrayarlo, el lector debe ser consciente que se trata de diferentes grados de enseñanza. El documento, que se limita a ofrecer una exposición de las líneas fundamentales de la doctrina social, deja a las Conferencias Episcopales  la responsabilidad de hacer las oportunas aplicaciones requeridas por las diversas situaciones locales.

De modo parecido el Catecismo de la Iglesia Católica,en los Nº 23 y 24 de esa obra, explica que el énfasis lo pone en la exposición doctrinal, y añade, que corresponden a los catecismos propios de cada lugar, las respuestas adaptadas a las exigencias que se originan en diferentes culturas, edades, vida espiritual, situaciones sociales de las personas a quienes se dirija la catequesis. De modo parecido, en el Compendio de la D.S.I. no podemos esperar encontrar respuestas concretas a situaciones sociales particulares de cada país. Por eso son tan importantes las instrucciones que nos ofrecen las Conferencias Episcopales.

Sigamos nuestro estudio en el Nº 9. Empieza este número explicando que el Compendio presenta un cuadro de conjunto de las líneas fundamentales del corpus doctrinal de la enseñanza social católica.

Formación del “corpus doctrinal”. Visión de conjunto

Recordemos que las enseñanzas sociales de la Iglesia se han ido concretando, han ido tomando forma, a lo largo del tiempo, hasta conformar un cuerpo doctrinal, –corpus doctrinal – como empezó a llamarlo Juan Pablo II en la encíclica Sollicitudo rei socialis(1).  Es decir, que la preocupación social de la Iglesia, se ha ido manifestando en la reflexión sobre las realidades de la vida del hombre en sociedad, a la luz de la fe y de la tradición. En esa reflexión se encuentran los problemas del hombre en la vida en sociedad, con el mensaje evangélico ysus exigencias.

La reflexión sobre la vida del hombre en sociedad, iluminada por la fe, es una reflexión que considera al hombre real, concreto, en su momento histórico. Por eso la doctrina social va respondiendo a las situaciones de cada momento histórico. Como hemos visto, vivimos en unas realidades cambiantes. Precisamente por esta circunstancia, el Papa Pablo VI habló deperseguir” nuestra realidad, en su rápido y continuo cambio, para analizarla y responder adecuadamente a ella. Porque vivimos en una sociedad cambiante, en la cual todos los días se dan elementos de juicio nuevos.

Para que nuestra realidad, es decir, para que las cuestiones sociales de nuestro tiempo, se afronten adecuadamente,  se deben considerar con una visión de conjunto, porque esos problemas sociales se caracterizan por estar interconectados, cada vez más, unos con otros; (…) se condicionan mutuamente, y conciernen cada vez más a toda la familia humana.

Eso quiere decir, que no se trata de ir respondiendo a problemitas aquí y allá. La Iglesia pretende con su doctrina social, sugerir un método orgánico, en la búsqueda de soluciones a los problemas, para que el discernimiento, el juicio y las opciones respondan a la realidad. Son palabras del Compendio. Es decir que, a una realidad compleja, como la que está viviendo el mundo, no le podemos encontrar soluciones a pedazos. Como hemos venido observando, en el centro de estas situaciones complicadas está el hombre, y las soluciones tienen que considerar al hombre integral. No caben, por ejemplo soluciones, que aparentemente arreglen un problema material de las personas, si esa solución va en deterioro de un aspecto espiritual o ético del mismo hombre. En últimas no se beneficiaría al hombre; se le haría daño. Por ejemplo, cuando se presentan soluciones que atentan contra la vida o la libertad, como es el caso del aborto o de la violencia política, no sólo se destruyen bienes materiales sino vidas humanas.

En las soluciones a los problemas del hombre, espera la Iglesia que la solidaridad y la esperanza puedan incidir eficazmente en las complejas situaciones actuales. Como veremos en su momento, los principios permanentes de la D.S.I., en que se fundamentan las soluciones, se exigen y se iluminan mutuamente. Es decir, no puede haber contradicción entre ellos, ya que son una expresión de la antropología cristiana, fruto de la Revelación del amor que Dios tiene por la persona humana. En esta afirmación el Compendio está recordando la encíclica Centesimus Annus, de Juan Pablo II.[2]

¿Qué es eso de la antropología cristiana?

Si buscamos en el diccionario el significado de antropología, encontramos sólo una definición general. Nos dice que es el estudio de la realidad humana y añade solamente, que trata de los aspectos biológicos y sociales del hombre. (DRAE). Sí, la antropología estudia la realidad humana, pero la realidad humana no es solamente biológica y social. Además de una antropología filosófica, que trata de comprender al hombre teniendo en cuenta no sólo su dimensión material, biológica, sino también otras dimensiones humanas como la intelectual, la social y la cultural, existe la antropología teológica o cristiana, que toma al hombre en su dimensión trascendente. En el Nº 55 de la encíclica Centesimus Annus, Juan Pablo II nos explica esto muy bien. Dice así el Papa:

La Iglesia conoce el «sentido del hombre» gracias a la Revelación divina. «Para conocer al hombre, el hombre verdadero, el hombre integral, hay que conocer a Dios», decía Pablo VI, citando luego a Santa Catalina de Siena, que en una oración expresaba la misma idea: «En la naturaleza divina, deidad eterna, conoceré la naturaleza mía». Esta cita de Pablo VI es de su Homilía en la última sesión pública del Concilio Vaticano II, el 7 de diciembre de 1969. De manera que no es posible llegar a una comprensión completa del hombre, si no se tiene en cuenta su origen en el Creador, su origen divino y no sólo material.

Continúa Juan Pablo II: Por eso la antropología cristiana es en realidad un capítulo de la teología, y por esa misma razón la doctrina social de la Iglesia, preocupándose del hombre, interesándose por él y por su modo de comportarse en el mundo, «pertenece […] al campo de la teología, especialmente de la teología moral.[3]

La D.S.I., se orienta, entonces, a la búsqueda de soluciones que tengan en cuenta al hombre integral. Vemos lo diferente que es el enfoque, por ejemplo de los que se llaman “agnósticos”. Para ellos, no tiene importancia la dignidad del hombre basada en su origen divino, el cual no reconocen. Las soluciones que buscan pueden ir contra la vida, como en el caso del aborto o la eutanasia. Se basan sólo en las dimensiones materiales del hombre, y bueno, les tiene que importar también la dimensión intelectual, pues se consideran intelectuales, profundos filósofos, a veces, pero se quedan cortos en su concepción del hombre, y por eso proponen soluciones inaceptables, para los que consideramos al hombre completo, en todas sus dimensiones, y por lo tanto también en su dimensión divina.

En algún programa citábamos a Francis Fukuyama[4], quien refiriéndose a la Europa secularizada de nuestros días, dice que, Aunque los europeos continúan utilizando términos como ´derechos humanos´ y ‘dignidad humana’ enraizados en los valores cristianos de su civilización, muy pocos podrían ofrecer una explicación coherente de por qué creen todavía en tales cosas.[5]

A nuestros agnósticos criollos, sería interesante preguntarles en qué basan ellos los derechos humanos y la dignidad de la persona. ¿Sólo en el derecho? ¿En las declaraciones de las Naciones Unidas? Esas normas las cambian de acuerdo con las creencias de los legisladores, como están haciendo con la aprobación del matrimonio de los homosexuales y del aborto. Pero la naturaleza del hombre no cambia.

Entonces, nos dice la D.S.I., que los principios en que se basa, son una expresión de la antropología cristiana, fruto de la Revelación del amor que Dios tiene a la persona humana. ¿Quiere eso decir que la D.S.I. es inmutable? Los principios sí, pero en sus aplicaciones, se debe tener en cuenta la realidad cambiante, como hemos visto. Por eso el Nº 9 termina con estas palabras: Considérese debidamente,…que el transcurso del tiempo y el cambio de los contextos sociales  requerirán una reflexión constante y actualizada sobre los diversos temas aquí expuestos, para interpretar los nuevos signos de los tiempos. Sobre este tema continúa el Nº 9.

Criterios para la interpretación de la Doctrina Social de la Iglesia

Es conveniente recordar algo de nuestro estudio previo. Al comenzar la serie anterior sobre la D.S.I., veíamos que la interpretación de un documento Social de la Iglesia exige tener en cuenta algunos criterios, necesarios para su correcta interpretación.Recordemos entonces, algunos criterios muy importantes en la interpretación de la D.S.I.

1. Hay que tener en cuenta el Contexto Histórico, lo cual significa que cuando estudiamos un documento, por ejemplo una encíclica, una carta apostólica o una carta pastoral, debemos tener presente que se trata de documentos escritos en circunstancias concretas, con el fin de orientar a los cristianos en su acción. Por lo tanto es esencial considerar el contexto histórico, para entender el significado y las implicaciones de las afirmaciones que se hacen en el documento que se estudia.

Como es muy importante tener claridad sobre lo que significa el criterio del contexto histórico, vamos a ver algunos ejemplos sobre cómo se ha ido desarrollando la D.S.I. La Rerum Novarum, la primera gran encíclica social, fue una respuesta de la Iglesia a la situación de injusticia en que vivían los trabajadores, después de la revolución industrial, y una demostración de que la solución propuesta por el socialismo comunista, estaba equivocada. Más adelante, Pío XI en la Quadragesimo Anno, debió enfrentar al fascismo, que surgió como reacción al comunismo. Los últimos Pontífices, Juan XXIII, Pablo VI y Juan Pablo II, han escrito encíclicas para enseñarnos el recto camino frente al capitalismo salvaje, los problemas de la paz, el desarrollo económico, el trabajo. Todos problemas acuciantes de nuestra época.

Un ejemplo fresco es la primera encíclica de Benedicto XVI, que tiene como tema el amor, pues como lo dijo el Sumo Pontífice, la palabra «amor» está tan deslucida, tan ajada y se abusa tanto de ella, que casi da miedo pronunciarla…Y, sin embargo, es una palabra primordial, expresión de la realidad primordial; no podemos simplemente abandonarla, tenemos que retomarla, purificarla y volverle a dar su esplendor original para que pueda iluminar nuestra vida y llevarla por la senda recta.

Otro ejemplo de unas situación cercana a nosotros es la del caso chileno. Detengámonos en reflexionar sobre él. Miremos el contexto: la nueva presidenta de Chile, durante su campaña, se presentó como agnóstica y en el programa de gobierno propuso defender el aborto y legitimar jurídicamente los matrimonios entre personas del mismo sexo. Conocido el triunfo de la candidata socialista, el episcopado chileno creyó conveniente fijar su posición, antes de comenzar el nuevo gobierno. Leamos algunos apartes de la carta de Monseñor Juan Ignacio González Errázuriz, distribuida por la Conferencia Episcopal chilena. Comienza con una invitación a la unión por el bien común. Dice así:

La Iglesia, por medio de la palabra de sus pastores, expresó su voz manifestando los puntos esenciales que los católicos hemos de tener en cuenta a la hora de elegir a nuestros representantes y a quienes conducen a la nación. Cada uno es responsable ante Dios y ante sus hermanos de las decisiones que se hayan adoptado. Viene ahora el tiempo de mirar hacia el futuro y sobretodo de trabajar seriamente, cada uno desde el lugar que tiene en nuestra sociedad, dejando de lado divisiones, para buscar el bien común, es decir, aquella forma de organizar y relacionarnos en la sociedad para permitir así que todos puedan progresar no sólo en lo material, sino también en el desarrollo del espíritu, de la fraternidad entre los hijos de una misma tierra, con un destino común y herederos de un pasado común, teniendo en cuenta que los más desposeídos deben estar en el centro de nuestras preocupaciones.

Más adelante la carta fija las prioridades en el pensamiento de la Iglesia:

Los temas de fondo que interesan a la Iglesia, – son aquellos que tienen que ver con las concepciones del hombre, su visión de un desarrollo centrado en la persona que “es y debe ser principio, sujeto y fin de todas las instituciones sociales” (CCIC n. 401) y al que se le deben dar las condiciones para poder vivir la primera de todas sus obligaciones; reconocer a Dios como su creador y su vocación a la bienaventuranza divina, pues como enseña la Iglesia “todos los hombres están llamados a un idéntico fin, que es el mismo Dios”. “Una auténtica convivencia humana requiere respetar la justicia y la recta jerarquía de valores, así como subordinar las dimensiones materiales e instintivas a las interiores y espirituales”…

(… ) elegida democráticamente una de las opciones en juego, (es decir la opción socialista), es plenamente lícito hacer un juicio moral acerca de algunas de sus propuestas programáticas que en el futuro se pondrán en ejecución y que apuntan a aspectos medulares de la enseñanza moral de la Iglesia sobre la persona humana. Entre los temas ocupa un lugar esencial…el pleno respeto a la vida humana desde el momento de la concepción hasta la muerte, lo que implica que cualquier tipo de aborto es contrario a la dignidad de la persona humana, aun el mal llamado terapéutico, que actualmente está presentado como proyecto de ley en nuestro parlamento. Así mismo, la regulación de las llamadas uniones civiles – en imitación al matrimonio – de personas del mismo o distinto sexo, como explícitamente se señala en el programa de gobierno de la coalición electa…

Sobre las consecuencias de la aprobación del proyecto de ley, que considera equiparar la familia y las uniones de hecho, continúa la carta de la Iglesia chilena, luego de afirmar que el matrimonio es la columna vertebral de una sociedad verdaderamente respetuosa de la dignidad humana:

La eventual equiparación legislativa de la familia y las «uniones de hecho» se traduciría en un descrédito del modelo de la familia, porque resulta incongruente atribuir una realidad conyugal a uniones de personas del mismo sexo. (Cfr. Compendio de la D.S.I. Nº 228). Establecer- como se propone – que todas las políticas de no discriminación – de por sí necesarias y justas – tienen como base fundamental una visión de la persona fundada en el género, es decir, en que cada cual puede elegir ser heterosexual, homosexual, bisexual o lesbiana y equiparar dicha decisión dándole el mismo tratamiento jurídico y sociales contrario a la antropología y a la verdad sobre el hombre y la mujer, sin perjuicio del respeto irrestricto que siempre se debe a toda persona humana.

Si leemos los documentos de la Iglesia antes de esta fiebre del género, que es de nuestros días, no encontraremos alusiones a estas situaciones que se presentan sólo ahora. La Iglesia va respondiendo a la realidad cambiante, con principios permanentes que defienden la dignidad de la persona humana que no es cambiante. Las circunstancias en que tiene que defender su dignidad son las que cambian. 

(2) Un segundo criterio que se debe tener en cuenta en el estudio de la D.S.I. es el Contexto Global. La interpretación de un documento social de la Iglesia, debe tener en cuenta el conjunto completo de documentos sociales de la Iglesia, para no aplicar alguna frase fuera de contexto, a una situación particular. La ayuda del Compendio de la D.S.I. en este sentido es inmensa. Allí encontramos, como acabamos de ver, un cuadro de conjunto, de las líneas fundamentales del cuerpo doctrinal de la enseñanza social católica. Si leemos sólo un documento, no podemos esperar encontrar en él toda la doctrina, como es obvio.

3. Un tercer criterio es tener en cuenta el Contexto Evolutivo: la enseñanza social de la Iglesia no se reduce simplemente a un proceso acumulativo, es decir a añadir contenidos en el transcurrir del tiempo, sino que responde a un proceso evolutivo, que se basa en la lectura crítica de la realidad social, que va haciendo la Iglesia, a partir de las grandes verdades de la fe cristiana, que iluminan las situaciones que van surgiendo a lo largo del tiempo.

La enseñanza social de la Iglesia no es un cuerpo definitivo y cerrado, que estaría tanto más distante de la realidad social, cuanto más acelerado fuese el ritmo de evolución de esa realidad. A este respecto dice el P. Pierre Bigo, del Instituto Latinoamericano de Estudios Sociales en Santiago de Chile, que La Doctrina Social de la Iglesia es una secuencia siempre abierta, nunca definitivamente acabada, de concepciones que se refieren a lo social en toda la amplitud del término[6].

En la reflexión, en la meditación del mensaje evangélico en lo que se refiere a la vida social del hombre, va apareciendo la doctrina permanente, los principios que no cambian por las circunstancias, y se consideran parte del patrimonio aceptado por la conciencia de la humanidad. Esa doctrina social, con sus principios permanentes se incorpora al magisterio oficial de la Iglesia. En la primera parte del Compendio, el subtítulo IV se llama precisamente “Los principios de la D.S.I.”, que estudiaremos en su momento.

Repitamos lo que nos enseña el Compendio de la D.S.I. en su introducción, y que estamos ampliando dada su importancia: como vimos, los principios en que se basa la D.S.I., son una expresión de la antropología cristiana, fruto de la Revelación del amor que Dios tiene a la persona humana. Nos preguntábamos, hace un momento, si eso quiere eso decir que la D.S.I. es inmutable. Y respondíamos que los principios sí, pero en sus aplicaciones se debe tener en cuenta la realidad que cambia.

Autoridad del Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia

Vimos que en el Nº 8, el Compendio nos advierte que convendrá tener presente que las citas de los textos del Magisterio, pertenecen a documentos de diversa autoridad. Junto a los documentos conciliares y a las encíclicas, figuran…por ejemplo, discursos de los Pontífices o documentos elaborados por las Congregaciones de la Santa Sede. Dice el Compendio: Como es sabido, pero parece oportuno subrayarlo, el lector debe ser consciente que se trata de diferentes grados de enseñanza. El documento, que se limita a ofrecer una exposición de las líneas fundamentales de la doctrina social, deja a las Conferencias Episcopales / la responsabilidad de hacer las oportunas aplicaciones requeridas por las diversas situaciones locales. Ya vimos a qué se refiere lo de las situaciones locales.

Para que no dejemos cabos sueltos, ampliemos el criterio sobre la autoridad de los diversos documentos de la D.S.I. Para esta explicación, he contado con la ayuda del P. Alberto Ramírez, teólogo de la Universidad Pontificia Bolivariana de Medellín:[7]

(…) en el caso de los documentos del Magisterio no todo tiene igual valor ni es vinculante (es decir obligatorio), en el mismo sentido. Los documentos que producen los organismos por medio de los cuales el Papa orienta a la comunidad cristiana, como es el caso del Compendio de la D.S.I. –que es nuestro guía en este programa,- aunque no son dogmáticos en un sentido estricto, constituyen el pensamiento oficial del Magisterio de la Iglesia. Podemos pues decir, que el Compendio de la D.S.I. contiene la doctrina oficial de la Iglesia. El criterio que tenemos para valorar estos documentos es que deben ser tenidos en cuenta como el criterio más seguro para formarse los juicios de conciencia.

A este respecto, me decía el P. Ramírez, que recordaba lo que sucedió con la llamada Nota Previa Explicativa que se añadió a la Constitución Lumen Gentium por voluntad del Papa Paulo VI, ante la pregunta por el valor de los documentos del Concilio  (Recordemos que Juan XXIII había decidido que no hubiera dogmas en el Concilio): según esa Nota Explicativa, aunque lo que se propone en la Constitución no son dogmas de fe, se trata de una doctrina que debe ser acogida con asentimiento sincero de inteligencia y de voluntad porque se trata de una doctrina que asegura la comunión de la Iglesia y es una orientación segura para la conciencia de los fieles (en el caso por ejemplo de comportamientos—morales).

Siempre es algo valioso que haya principios firmes y claros, lo que no significa que la orientación del Magisterio de la Iglesia tenga que ser excesivamente radical. Gracias P. Ramírez por su esclarecedora ayuda.

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[1] Nº 1 de la encíclica citada.

[2] Compendio, cita 8, Juan Pablo II, enc. Centesimus Annus, 55

[3] Enc. Sollicitudo rei socialis 41

[4]  Autor de El Fin de la Historia, profesor en John Hopkins School

[5]Artículo publicado en El Tiempo, Lecturas Fin de Semana, [5] y traducido de The New York Times por Diego Echeverri

[6] En su ponencia en el 1er Congreso Latinoamericano de la D.S.I., Santiago de Chile, octubre 14-19-1991, el P. Bigo, S.J. afirmó: (…) la Doctrina Social de la Iglesia en el campo social es una doctrina en situación. No digamos de situación, porque ninguna situación modifica los criterios cristianos. Pero sí, los acentos, las expresiones, las orientaciones pueden, deben ser distintos según los lugares y los momentos. Entonces la Doctrina Social no es sólo un conjunto de principios. Contiene principios permanentes, pero también afirmaciones provisorias e incluso caducas. Tiene que renovarse en forma continua según las épocas y regiones. Cfr. Memorias del Congreso, Pg. 727

[7] Respuesta del P. Ramírez, al autor de estos programas, vía internet

Reflexión 2. Jueves 19 de enero de 2006

Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia Nº 2-7

¿Qué es el Compendio de la D.S.I.?, objetivos, contenido, organización

En la Reflexión 1 comenzamos una serie de programas sobre la D.S.I. Seguiremos como texto el libro que tiene portítulo Compendio de la D.S.I. que fue preparado por el Pontificio Consejo Justicia y Paz para la Iglesia Universal, por encargo de Juan Pablo II. A este libro lo podríamos llamar familiarmente, el Catecismo de la Doctrina Social, porque es una exposición breve, organizada, de lo más importante que, en los documentos de la Iglesia sobre la doctrina social, se ha presentado hasta ahora. Es al mismo tiempo un instrumento de evangelización muy seguro, pues presenta el pensamiento oficial de la Iglesia, no simplemente las opiniones de algunos estudiosos sobre la doctrina social. Sobre el alcance que tiene el Compendio, como autoridad doctrinal, lo veremos más adelante. Como esta obra se basa en documentos de diverso origen, por ejemplo en la Sagrada Escritura, en las encíclicas, etc., hay que tener en cuenta su procedencia para entender el grado de autoridad con que se presentan los diversos temas.

En el programa anterior dimos un vistazo a los contenidos del libro, para que tengamos una idea general de las materias que trataremos en el programa. Continuemos ahora con el Nº 2 del Compendio. Lo vamos a leer sin comentarios, pues con lo dicho hasta ahora queda muy claro. Dice así:

En esta alba del tercer milenio, la Iglesia no se cansa de anunciar el Evangelio que dona salvación y libertad auténtica también en las cosas temporales, recordando la solemne recomendación dirigida por San Pablo a su discípulo Timoteo:

Proclama la Palabra, insiste a tiempo y a destiempo, reprende, amenaza, exhorta con toda paciencia y doctrina. Porque vendrá un tiempo en que los hombres no soportarán la doctrina sana, sino que, arrastrados por sus propias pasiones, se harán con un montón de maestros por el prurito de oír novedades; apartarán sus oídos de la verdad y se volverán a las fábulas. Tú en cambio, pórtate en todo con prudencia, soporta los sufrimientos, realiza la función de evangelizador, desempeña a la perfección tu ministerio. (2 Tim 4, 2-5)

Parece que San Pablo nos hubiera dirigido esta carta a nosotros, porque hoy sí que es verdad que mucha gente no soporta la sana doctrina, y busca a los que le ofrecen una doctrina acomodada a sus intereses. La doctrina de la Iglesia les parece muy estricta, y quisieran unas normas que les hicieran la vida más fácil.

El Nº 3 del Compendio, de manera muy resumida, nos dice qué es lo que la iglesia nos enseña en su doctrina social. Dice así:

A los hombres y mujeres de nuestro tiempo, sus compañeros de viaje, la Iglesia ofrece… su doctrina social. Y cita al respecto el Catecismo en su número 2419.Dice que, en efecto cuando la Iglesia cumple su misión de anunciar el Evangelio, enseña al hombre, en nombre de Cristo, su dignidad propia y su vocación a la comunión de las personas; y le descubre las exigencias de la justicia y de la paz, conformes a la sabiduría divina.

Difícil hacer un mejor resumen de lo que el Evangelio nos enseña en materia social; de manera que según el Catecismo, la Iglesia en su evangelización nos enseña nuestra propia dignidad de hijos de Dios, criados a su imagen; nos recuerda que todo ser humano está llamado a vivir en comunión con los demás y nos descubre lo que son la justicia y la paz que deben reinar en nuestras relaciones, de acuerdo con la sabiduría divina.

Y continúa diciendo que Esta doctrina tiene una profunda unidad, que brota de la Fe en una salvación integral, (ya vimos que una salvación integral quiere decir: que la salvación del hombre hay que tomarla no sólo para la vida eterna, sino también en el mundo terrenal en el que está de viaje…) Entonces: Esta doctrina tiene una profunda unidad, que brota de la Fe en una salvación integral, de la Esperanza en una justicia plena, de la Caridad que hace verdaderamente hermanos a todos los hombres en Cristo: es una expresión del amor de Dios por el mundo, que Él ha amado tanto “que dio a su Hijo único” (Jn 3,16). La ley nueva del amor abarca a la humanidad entera y no conoce fronteras, porque el anuncio de la salvación en Cristo se extiende “hasta los confines de la tierra” (Hch, 1,8)

En el Nº 4, nos explica el Compendio cómo se puede transformar el mundo, si se vive su doctrina social, que es lo que enseña el Evangelio. Ese es el trabajo que nos toca, como colaboradores en la construcción del Reino. Leamos:

Descubriéndose amado por Dios, el hombre comprende la propia dignidad trascendente, aprende a no contentarse consigo mismo y a salir al encuentro del otro en una red de relaciones cada vez más auténticamente humanas.

¿Será que podemos cambiar así, hacia unas relaciones auténticamente humanas? Porque es fácil decir: “unas relaciones auténticamente humanas”, pero esas palabras tienen muchas implicaciones. Bueno, el Compendio es optimista en cuanto a lo que es capaz de hacer el verdadero amor, pues dice que: Los hombres renovados por el amor de Dios son capaces de cambiar las reglas, la calidad de las relaciones y las estructuras sociales: son personas capaces de llevar paz donde hay conflictos, de construir y cultivar relaciones fraternas donde hay odio, de buscar la justicia donde domina la explotación del hombre por el hombre. Sólo el amor es capaz de transformar de modo radical las relaciones que los seres humanos tienen entre sí. Desde esta perspectiva, todo hombre de buena voluntad puede entrever los vastos horizontes de la justicia y del desarrollo humano en la verdad y en el bien.

De todos estos cambios debe ser capaz el hombre renovado por el amor de Dios. El trabajo que nos espera es urgente y la doctrina social debe guiarnos en este camino. En el Nº 5 el Compendio nos presenta ese inmenso campo de acción al que estamos llamados. Dice así:

5. El amor tiene por delante un vasto trabajo al que la Iglesia quiere contribuir también con su doctrina social, que concierne a todo hombre y se dirige a todos los hombres. Existen muchos hermanos necesitados que esperan ayuda, muchos oprimidos que esperan justicia, muchos desocupados que esperan trabajo, muchos pueblos que esperan respeto. A continuación cita el Compendio a Juan Pablo II, en su Carta Apostólica Novo millenio ineunte, Nº 50-51. El panorama que presenta Juan Pablo II es muy realista y presenta el campo inmenso en el que tiene que trabajar el hombre, para cambiar su mundo. Dice así:

¿Cómo es posible que, en nuestro tiempo, haya todavía quien se muere de hambre; quien está condenado al analfabetismo; quien carece de la asistencia médica más elemental; quien no tiene techo donde cobijarse? El panorama de la pobreza puede extenderse indefinidamente, si a las antiguas añadimos las nuevas pobrezas, que afectan a menudo a ambientes y grupos no carentes de recursos económicos, pero expuestos a la desesperación del sin sentido, a la insidia de la droga, al abandono en la edad avanzada o en la enfermedad, a la marginación o a la discriminación social… ¿Podemos quedar al margen ante las perspectivas de un desequilibrio ecológico, que hace inhabitables y enemigas del hombre vastas áreas del planeta? ¿O ante los problemas de la paz, amenazada a menudo por la pesadilla de guerras catastróficas? ¿O frente al vilipendio de los derechos humanos fundamentales de tantas personas, especialmente de los niños?[1]

La voz de Juan Pablo II se pregunta cómo es posible que en nuestro tiempo haya tanta injusticia, tanta pobreza, que la gente muera de hambre, que haya tanta gente sin techo, y tantas personas víctimas de esas otras que él llama “nuevas pobrezas”, como son la insidia de la droga, la desesperanza de una vida sin sentido, el abandono de los ancianos y de los enfermos, la marginación y discriminación… Y menciona también Juan Pablo II las perspectivas de los desequilibrios en la ecología, la paz amenazada por guerras catastróficas… (en nuestros días vuelve preocupar la posibilidad de una guerra con armas atómicas…), y ¿cómo es posible que se desprecie como ahora se hace, los derechos humanos, especialmente de los niños?

Si ciertas personas se hicieran un examen de conciencia, a ver qué responsabilidad les cabe en esas desgracias enumeradas por Juan Pablo II, creo que habría muchos supuestamente defensores de los pobres, y otros muchos defensores de la libertad de mercados y de muchas otras libertades, que tendrían que dar cuenta de todas estas desgracias, que hacen sufrir a gran parte de la humanidad.

El Nº 6 del Compendio, nos ilustra sobre el papel del cristiano antes esta situación. Leámoslo:

6. El amor cristiano impulsa a la denuncia, a la propuesta y al compromiso con proyección cultural y social, a una laboriosidad eficaz, que apremia a cuantos sienten en su corazón una sincera preocupación por la suerte del hombre a ofrecer su propia contribución.

De manera que la Iglesia nos invita a denunciar las injusticias, pero va más allá: nos pide propuestas y compromiso y una laboriosidad eficaz. A medida que avancemos en el estudio de la D.S.I. veremos en concreto qué se espera de nosotros, porque la Iglesia es clara en cuanto al papel del laico, como ya lo hemos visto. Nos dice la Iglesia que (…) los fieles laicos estamos llamados, como recuerda el Concilio Ecuménico Vaticano II, a ocuparnos de las realidades temporales ordenándolas según Dios. (Lumen Gentium, 31).

La Iglesia insiste mucho en la necesidad de la solidaridad. Y es que ¿cómo podemos afirmar que practicamos la caridad, si no somos solidarios con los que sufren? El Compendio dice en el mismo Nº 6:

La humanidad comprende cada vez con mayor claridad que se halla ligada por un destino único que exige asumir la responsabilidad en común, inspirada por un humanismo integral y solidario: ve que esta unidad de destino con frecuencia está condicionada e incluso impuesta por la técnica o por la economíay percibe la necesidad de una mayor conciencia moral que oriente el camino común. Estupefactos ante las múltiples innovaciones tecnológicas, los hombres de nuestro tiempo desean ardientemente que el progreso esté orientado al verdadero bien de la humanidad de hoy y del mañana.

Cada párrafo del Compendio nos lleva a reflexionar sobre lo que implican sus afirmaciones. Es cada vez más claro que los hombres tenemos un destino común, no importa qué tan distantes vivamos y qué tan diferentes sean nuestras culturas. Tenemos entonces que asumir la responsabilidad que nos corresponda, para que la técnica y la economía, se orienten de acuerdo con una conciencia moral. Sin moral, la técnica y la economía, en vez de servir al hombre pueden destruirlo. La economía y la técnica tienen que repensarse como instrumentos para el progreso del hombre, de todos los hombres. No de unos pocos privilegiados. La orientación correcta de la economía y de la técnica debe tener en cuenta que su fin es el beneficio del hombre. El hombre no se puede convertir en un simple instrumento de la economía y de la técnica.

Significado de este documento: nos enseña principios de reflexión, criterios de juicio y directrices de acción

Del Nº 7 al 13, el Compendio de la D.S.I. se dedica a explicar el significado de este documento.

El Nº 7 nos indica que el cristiano puede encontrar en la doctrina social de la Iglesia, los principios de reflexión, los criterios de juicio y las directrices de acción como base para promover un humanismo integral y solidario.

A lo largo del estudio iremos viendo a qué se refiere el humanismo integral y solidario. Digamos por ahora, que el cristianismo contempla al hombre completo, íntegro, en todas sus dimensiones, físicas, intelectuales, emocionales y espirituales y con las consecuencias de tender, por la forma como está hecho, a vivir en relación con los demás. No estamos hechos para que todos los seres humanos vivan aislados, cada uno independiente, arreglándoselas solo, como pueda. En la D.S.I. podemos encontrar principios que orienten nuestra reflexión, criterios de juicio y directrices para saber con seguridad el camino correcto que debemos tomar, para trabajar por el logro de una sociedad solidaria, que viva de acuerdo con los valores humanos.

La difusión de la D.S.I. es por eso una prioridad pastoral, para que las personas, iluminadas por ella, sean capaces de interpretar la realidad de hoy y de buscar caminos apropiados para la acción. Ya veíamos que para Juan Pablo II, como lo dice en la encíclica Sollicitudo rei socialis, en el Nº 41, La enseñanza y la difusión de esta doctrina social forma parte de la misión evangelizadora de la Iglesia.

Hemos visto que es necesario que conozcamos la realidad en que vivimos. El Concilio Vaticano II sintió la necesidad de acercarse, de penetrar…la sociedad circundante para captarla, para comprenderla, casi de perseguirla en su rápido y continuo cambio. Nosotros como Iglesia, tenemos que sentir la necesidad permanente de conocer el mundo en que vivimos, la sociedad en que vivimos; de acercarnos a ella, de comprenderla. El Papa Pablo VI usó el verbo penetrarla, es decir ser capaces de meternos profundamente dentro de la realidad, para captarla, para conocerla. Y el Papa usó además la expresión “perseguirla” en su rápido y continuo cambio. Porque vivimos en una sociedad cambiante, en la cual todos los días se dan elementos de juicio nuevos; por lo tanto nunca podemos decir que hemos hecho ya un análisis suficiente de la realidad.[2]

La doctrina social de la Iglesia nos da elementos muy importantes para interpretar la realidad, y tomar el camino correcto, en nuestra labor de participar en la construcción del reino, es decir de una sociedad justa y en paz.

Nos dice el Compendio en el mismo Nº 7, que se consideró útil la publicación de este documento, para ilustrar las líneas fundamentales de la doctrina social de la Iglesia, y la relación que existe entre esta doctrina y la nueva evangelización. Deja claro también, que este libro fue elaborado por el Pontificio Consejo “Justicia y Paz” y que asume plenamente la responsabilidad. Nos informa que en su elaboración, ese Consejo hizo una amplia consulta, no sólo a sus propios consultores, – como es de rigor, -sino también a algunas Congregaciones de la Curia Romana, a las Conferencias Episcopales de varios países, a Obispos y expertos en las cuestiones tratadas.

En el Nº 8, el Compendio continúa explicándonos lo que es y se pretende con esta obra. Es un muy buen resumen que nos dice que Este documento pretende presentar, de manera completa y sistemática, aunque sintética, la enseñanza social, que es fruto de la sabia reflexión magisterial y expresión constante de la Iglesia, fiel a la Gracia de la salvación de Cristo y a la amorosa solicitud por la suerte dela humanidad.

Fuentes de la Doctrina Social de la Iglesia

De manera que en el Compendio de la D.S.I., podemos esperar encontrar la enseñanza social de manera completa y organizada.¿De dónde se han tomado esas enseñanzas, es decir cuáles son las fuentes de las que se han valido en la preparación de esta obra? Es muy importante tener esto en cuenta: las fuentes, si vemos en el índice de las referencias o citas a lo largo del libro, empiezan con la Sagrada Escritura, siguen luego los Concilios Ecuménicos, luego los documentos pontificios, desde el Papa León XIII hasta Juan Pablo II, pasando por Benedicto XV, Pío XI, Pío XII, Juan XXIII y Pablo VI. Otra fuente doctrinal son los documentos eclesiales, en particular el Catecismo de la Iglesia Católica, lo mismo que instrucciones de las Congregaciones de la Sede Apostólica, el Derecho Canónico y los Consejos Pontificios. Naturalmente tienen mucha importancia también los escritores eclesiásticos, comenzando por los Padres de la Iglesia y los doctores como Santo Tomás de Aquino y Santa Teresita del Niño Jesús.

Puede llamar la atención que se cite también a las Naciones Unidas, en documentos como la Declaración universal de los derechos del hombre y la Convención de los derechos de los niños. Esto se comprende pues a,demás de tratar el contenido teológico de la D.S.I. y los aspectos pastorales y morales se deben incluir también aspectos filosóficos y culturales. Recordemos que se trata de la salvación integral del hombre. Como dice el mismo Compendio, De este modo se atestigua la fecundidad del encuentro entre el Evangelio y los problemas que el hombre afronta en su camino histórico.

La doctrina social tiene su origen en la Iglesia, en la meditación de la Escritura, es decir en la consideración de los problemas del hombre en la sociedad, a la luz del Evangelio y de la tradición. De esa reflexión del hombre en la sociedad, a la luz del Evangelio, obtenemos los criterios que nos señalan cómo vivir en sociedad de acuerdo con nuestra fe, de acuerdo con el Evangelio. Nuestra conciencia social se forma a la luz de esos criterios, emanados del Evangelio.

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[1] Juan Pablo II, Carta ap. Novo millenio ineunte, 50-51: AAS 93 (2001) 303-304

[2] Esta explicación sobre el conocimiento de la realidad esta tomada de Mons. Rubén Isaza Restrepo, arzobispo de Barranquilla, en Encuentro de Formación “Testigos de Esperanza”, Secretariado de Pastoral Social, Conferencia Episcopal de Colombia, noviembre 2005.

Reflexión 1. Jueves 12 de enero de 2006

Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, Introducción, Nº 1

 

Vamos a comenzar el estudio de la doctrina social de la Iglesia, basados en un texto oficial, el Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, presentado por la Santa Sede el 29 de junio de 2004, traducido al español y editado por el Consejo Episcopal Latinoamericano, CELAM, el año 2005.

¿Qué es el Compendio de la D.S.I.?

Para comprender lo que se puede esperar de este libro seguiremos la explicación de los Cardenales Ángelo Sodano, Secretario de Estado del Vaticano, y Rafaele Martino, Presidente del Pontificio Consejo “Justicia y Paz”.

La Iglesia ha presentado desde siempre su doctrina social, – la que se refiere a las relaciones entre los hombres, – teniendo como base, tanto las enseñanzas de la Palabra de Dios en el Antiguo Testamento, como el riquísimo horizonte doctrinal que su fundador, Jesucristo, abrió en la presentación del amor como el mandamiento fundamental, y la inagotable fuente de verdad y de vida que es su Evangelio. La piedra angular de la doctrina de la Iglesia en lo social, es el amor, que a su vez nace de la realidad de ser todos hijos de Dios, creados a su imagen, con todas sus implicaciones. Fuimos creados a imagen y semejanza del AMOR, porque Dios es AMOR.

Los Papas, especialmente desde León XIII, en cada momento histórico han venido aplicando en sus enseñanzas la Doctrina Social, a las nuevas circunstancias. Se suele hablar de los 11 grandes documentos sociales, entre Encíclicas y Constituciones, y a esos 11 habría que añadir muchos otros documentos, como por ejemplo los numerosos mensajes de Pío XII.

Los documentos más conocidos y sus autores son:

  1. Encíclica Rerum Novarum,León XIII, 1891

  2. Encíclica Quadragesimo Anno, Pío XI, 1931

  3. Encíclica Mater et Magistra, Juan XXIII, 1961

  4. Encíclica Pacem in Terris, Juan XXIII, 1963

  5. Encíclica Eccesiam Suam, Pablo VI, 1964

  6. Constitución Pastoral Gaudium et Spes, Concilio Vaticano II, 1965

  7. Encíclica Populorum Progressio, Pablo VI, 1967

  8. Carta Apostólica Octogesima Adveniens, Pablo VI, 1971

  9. Encíclica Laborem Exercens, Juan Pablo II, 1981

  10. Encíclica Sollicitudo Rei Socialis, Juan Pablo II, 1987

  11. Encíclica Centesimus Annus, Juan Pablo II, 1991

  12. Encíclica Deus Caritas Est, Benedicto XVI, 2005

  13. Encíclica Caritas in veritate, Benedicto XVI, 2009

Por su parte, los obispos han profundizado en la doctrina social de la Iglesia, aplicándola a las circunstancias particulares de sus diócesis y países, y la han dado a conocer por medio de sus mensajes y cartas pastorales.Nosotros estudiamos en este programa algunos de esos documentos. El año  (2005), estudiamos el mensaje del episcopado colombiano, llamado “Testigos de Esperanza”.

 

Objetivo del Compendio de la Doctrina Social de la iglesia

 

Como la Iglesia ha producido tantos documentos importantes, en una excelente decisión, Juan Pablo II encargó al Consejo Pontificio “Justicia y Paz”, la elaboración de un compendio de toda la materia, que presente de modo sistemático los puntos esenciales de la doctrina social católica. El libro que seguiremos es un compendio, una exposición breve, organizada, de los documentos más importantes que sobre la doctrina social católica se han presentado hasta el momento de la culminación de este libro. No es un resumen de los documentos, sino una exposición breve de toda la doctrina social, con base en los documentos. Tiene esta obra una gran ventaja: presenta el pensamiento oficial de la Iglesia, no simplemente las opiniones de algunos estudiosos del asunto.

El Compendio de la D.S.I. es también un instrumento de evangelización, porque pone en relación a la persona humana y a la sociedad con la luz del Evangelio. Los principios de la doctrina social de la Iglesia, que se apoyan en la ley natural, resultan (…) a su vez confirmados y valorizados en la fe de la Iglesia, por el Evangelio de Jesucristo.

Con esta luz del Evangelio se invita al hombre, ante todo, a descubrirse como ser trascendente, en todas las dimensiones de su vida, incluida la que se refiere a los ámbitos sociales, económicos y políticos. De manera que nos invita la Iglesia a descubrir nuestro ser trascendente: es decir, a ser conscientes de lo que somos, no seres temporales, destinados sólo a una vida temporal en la tierra y nada después…

Trata este compendio asuntos tan importantes como la familia: La fe lleva a su plenitud el significado de la familia que, fundada en el matrimonio entre un hombre y una mujer, constituye la célula primera y vital de la sociedad. En el tema del trabajo, nos muestra el Compendio que la fe ilumina (…) la dignidad (…) del trabajo, en cuanto actividad del hombre destinada a su realización (…) a su perfección.

Como vimos en la serie sobre La Alegría de trabajar, y nos lo enseña la Doctrina Social, el trabajo es la oportunidad que tenemos todos de crecer como personas. Leamos esas palabras de nuevo: la fe ilumina la dignidad del trabajo, en cuanto actividad del hombre destinada a su realización, a su perfección , y añade la Doctrina Social, que el trabajo tiene la prioridad sobre el capital y constituye un título de participación en los frutos que produce.

El párrafo que sigue es tomado textualmente de la presentación que hace del Compendio el Cardenal Sodano. Dice así:

El presente texto resalta (…) la importancia de los valores morales, fundados en la ley natural escrita en la conciencia de cada ser humano, que por ello está obligado a reconocerla y respetarla. La humanidad reclama actualmente una mayor justicia al afrontar el vasto fenómeno de la globalización; siente viva la preocupación por la ecología y por una correcta gestión de las funciones públicas; advierte la necesidad de salvaguardar la identidad nacional, [2] sin perder de vista el camino del derecho, y la conciencia de la unidad de la familia humana.

El mundo del trabajo, profundamente modificado por las modernas conquistas, ha alcanzado niveles extraordinarios de calidad, pero desafortunadamente registra también formas inéditas de precariedad, de explotación e incluso de esclavitud, en las mismas sociedades “opulentas”. En diversas áreas del planeta, el nivel de bienestar sigue creciendo, pero también aumenta peligrosamente el número de los nuevos pobres y se amplía, por diversas razones, la distancia entre los países menos desarrollados y los países ricos. El libre mercado, que es un proceso económico con aspectos positivos, manifiesta sin embargo sus limitaciones. Por otra parte, el amor preferencial por los pobres representa una opción fundamental de la Iglesia, y Ella la propone a todos los hombres de buena voluntad. Eran palabras del Cardenal Sodano.

De manera que podemos esperar mucho de este Compendio de la D.S.I.: como vemos por la rápida enumeración de algunos de los temas importantes que trata. Nos va a enseñar el pensamiento católico sobre los asuntos que más preocupan en nuestro tiempo. Y no lo hará una Iglesia contaminada por ideologías de partidos. Su fin es llevar el pensamiento del Evangelio a nuestro tiempo, con la invitación a que se trabaje por una civilización orientada a la búsqueda de un desarrollo humano integral y solidario.

Por eso la Doctrina Social de la Iglesia nos habla del fenómeno innegable de la globalización, de la cual reclama mayor justicia; nos orienta en la comprensión de ese fenómeno, que pareciera buscar la integración de la gran familia humana, pero que debe al mismo tiempo, salvaguardar los derechos de la identidad nacional. La Iglesia manifiesta la preocupación por la ecología, pues el hombre tiene a su cargo el cuidado de la creación; y ante la corrupción que parece invadirlo todo, nos llama la atención sobre la correcta gestión de las funciones públicas.

Trata el tema tan importante del trabajo, que se ha modificado profundamente por los avances tecnológicos, pero al mismo tiempo se ha degradado por la explotación a través de costumbres, permitidas con frecuencia por leyes injustas. Y nos volverá a repetir la Iglesia su permanente denuncia, de que así el bienestar crezca en algunas regiones, aumenta sin embargo la pobrezay la distancia entre los países menos desarrollados y los países ricos. Y nos hace claridad sobre el libre mercado, tan alabado ahora, porque tiene aspectos positivos, pero que es importante reconocer también sus limitaciones.

Sobre el papel de los laicos y la ayuda que podemos encontrar en este Compendio de la D.S.I. dice el Cardenal Secretario de Estado: Las actuales cuestiones culturales y sociales atañen sobre todo a los fieles laicos, llamados, como recuerda el Concilio Ecuménico Vaticano II, a ocuparse de las realidades temporales ordenándolas según Dios. (Lumen Gentium, 31). Se comprende así, la importancia fundamental de la formación de los laicos, para que con la santidad de su vida y con la fuerza de su testimonio, contribuyan al progreso de la humanidad. Este documento – (el Compendio)- quiere ayudarles en su misión cotidiana.

Hace notar el Cardenal Sodano, que este libro ha sido elaborado de manera que pueda ser aprovechado, no sólo por los católicos, sino también por los cristianos de otras confesiones y por todos los hombres de buena voluntad, que pueden encontrar allí inspiración para una reflexión profunda y un impulso común para el desarrollo de todos los hombres.

Hay algo más que es bueno resaltar al comenzar nuestro estudio de la D.S.I.: y es que tenemos la bendición de Juan Pablo II, pues al terminar su presentación del Compendio, dice el Cardenal Sodano: El Santo Padre confía que el presente documento ayude a la humanidad en la búsqueda diligente del bien común, e invoca las bendiciones de Dios sobre cuantos se detendrán a reflexionar en las enseñanzas de esta publicación. De modo que podemos acometer nuestro estudio con la seguridad de que Juan Pablo II nos bendice desde el cielo.

El Cardenal Martino, Presidente del Pontificio Consejo “Justicia y Paz” nos cuenta que el Compendio tuvo la guía sabia, constante y clarividente del Cardenal Francisco Javier Nguyen Van Thuân, a quien sólo la enfermedad impidió concluir la publicación. De seguro que podemos contar también con la bendición de este santo Cardenal vietnamita, mártir de la fe.

Contenido y organización del Compendio de la D.S.I.

 

Este libro está compuesto por una Introducción de 9 páginas, que lleva por titulo Un Humanismo Integral Solidario y, por Tres partes. En la primera parte se tratan los fundamentos de la Doctrina Social y se subdivide en 4 temas:

El primero se llama El Designio de Amor de Dios para la Humanidad, el segundo Misión de la Iglesia y Doctrina Social, el tercero La Persona Humana y sus Derechos, y la cuarta Los Principios de la Doctrina Social de la Iglesia.

La segunda parte del compendio comprende la reflexión sobre 7 temas de vital importancia en nuestra época, y siempre: El primero lleva por título La Familia, Célula Vital de la Sociedad, el segundo El Trabajo Humano, el tercero La Vida Económica, el cuarto La Comunidad Política, el quinto La Comunidad Internacional, el sexto Salvaguardar el Medio Ambiente y el séptimo La Promoción de la Paz.

La tercera parte se dirige a la acción pastoral en el ámbito social, al compromiso de los fieles laicos, tema que nos interesa pues nos pone a pensar en la espiritualidad del laico, en el servicio a la persona humana, a la cultura, a la economía y a la política.

Termina el Compendio con una conclusión que titula: Hacia una Civilización del Amor.

Como podemos ver, el Compendio de la D.S.I. debe ser un texto de consulta permanente de todos los católicos, y en particular de los que participan activamente en el manejo de nuestra sociedad. No hay excusa para que ignoremos nuestros derechos y obligaciones y en el Compendio tendremos suficiente ilustración al respecto. En esta obra encontraremos una guía luminosa, para que nuestra toma de decisiones en materia social, sea consecuente con lo que decimos creer como católicos. Yo creo que es un libro obligatorio para los comunicadores sociales católicos, quienes pueden encontrar una orientación clara y segura en temas sobre la D.S.I., y ni se diga la importancia que tiene para los profesionales del derecho y de la política, quienes no pueden desconocer esta obra.

Ofrece además el Compendio tres excelentes índices que ayudan mucho a encontrar la información que podamos necesitar: Un índice de referencias con las citas de la Sagrada Escritura, de los Concilios, de los documentos de los Papas desde León XIII hasta Juan Pablo II, de los Documentos de la Iglesia como el Catecismo, las Congregaciones de la Curia Romana, los Pontificios Consejos, como el de las Comunicaciones Sociales y Justicia y Paz, las Comisiones Pontificias, el Derecho Canónico, los Escritores Católicos, empezando por los Santos Padres y los Doctores de la Iglesia, y algunas referencias al Derecho Internacional. Las exposiciones de esta obra están basadas en fuentes muy sólidas.

Nos ofrece también el Compendio de la D.S.I. un completo índice analítico. Es decir una lista, en orden alfabético, de los temas tratados y la indicación de las páginas en que se encuentran. En este caso el índice analítico empieza con la palabra Aborto y termina con la palabra Vocación.

Finalmente está el Índice General, en el que se puede ver de un vistazo el contenido de cada parte y de cada capítulo. Es un libro de 557 páginas, en un formato parecido en su tamaño y presentación al Catecismo, con una numeración continua que facilita su estudio. Lo pueden conseguir en las librerías católicas. Considerando la importancia de este libro y la calidad de su edición, tiene un precio adecuado. Los invito a conseguirlo y estudiarlo.

INTRODUCCIÓN (Nº 1-6)

La Introducción comprende 4 partes. El título de la primera es Al alba del tercer milenio y va del número 1 al 6. Comienza situándonos en la nueva época que nos ha tocado inaugurar: el siglo XXI, el papel que nos toca desempeñar en él y nos explica por qué la Iglesia interviene en el campo social.

En el Nº 1 nos dice, que Juan Pablo II nos introdujo en el Tercer Milenio de la era cristiana, reafirmando que la Iglesia, pueblo peregrino, se adelanta guiada por Cristo, el “gran Pastor” (Hebr 13,20)… como lo dijo en su Carta Apostólica “Novo millenio ineunte” (Al comenzar el Nuevo Milenio). A Juan Pablo II le gustaba recordarnos que debemos estar en movimiento: la Iglesia, pueblo peregrino, se adelanta guiada por Cristo, el “gran Pastor”. Recordemos esa otra frase célebre suya, con la cual nos invitaba a “remar mar adentro”.

La explicación de por qué la Iglesia tiene qué decir en lo social es teológica y muy profunda. Dice el Compendio, que el Señor Jesús pagó un alto precio por nuestra salvación, y que los justos alcanzarán esa salvación después de la muerte, pero que Jesús vino a traer la salvación integral, que abarca al hombre entero y a todos los hombres, y cuando se habla de la salvación del hombre, así considerada la salvación, -de modo integral, – se incluye también la salvación de este mundo, donde vive y se desarrolla el hombre; en los ámbitos de la economía y del trabajo, de la técnica y de la comunicación, de la sociedad y de la política, de la comunidad internacional y de las relaciones entre las culturas y los pueblos. Fijémonos bien en esta explicación, que nos aclara por qué la Iglesia hace este esfuerzo de llevar el Evangelio a esos campos aparentemente neutros en materia de religión, como son la economía, la política y la cultura.

Es bien importante situarnos como nos toca, entre los peregrinos del Pueblo de Dios, sí, – pero comprendiendo bien, que, si es verdad que caminamos hacia nuestra patria en el cielo, tenemos también el encargo de colaborar en la construcción del Reino de Dios en la tierra. Porque, como acabamos de ver, Dios vino a salvar al hombre de manera integral, en esta tierra. Y como en el mundo en el que vivimos intervienen la economía y el trabajo, la técnica, las comunicaciones, la política, la comunidad internacional, la cultura, la familia, en fin, todo lo que constituye la vida de la sociedad, allí tiene que estar la Iglesia llevando a Jesucristo, a ese mundo, que sólo impregnado del Evangelio puede llegar a ser el mundo como Dios, su Creador, lo quiere, un mundo de justicia, de amor y de paz (En  el prefacio de la fiesta de Cristo Rey dice: un reino eterno y universal: el reino de la verdad y la vida, el reino de la santidad y la gracia, el reino de la justicia, el amor y la paz). El plan de Dios, cuando creó el mundo, no fue hacer un mundo desgraciado. Nuestro encargo, nuestra vocación, de acuerdo con el plan de Dios, es ser instrumentos en la construcción del Reino, es decir de una Sociedad justa y fraterna, una sociedad que viva una vida lo más parecida a la vida de Dios.

No pensamos mucho en este aspecto de un mundo “divinizado”. No hemos entendido que el verdadero progreso del mundo está en seguir los planes de Dios. Que apartarnos de él, no es hacer un mundo mejor, sino al contrario, hacer las cosas al revés de lo que Dios quiere, sólo trae oscuridad, sufrimiento, destrucción, lágrimas…

Un mundo “divinizado”… ¿Qué quiere decir esto? La clave está en que la divinidad se metió en el mundo, en el hombre, al encarnarse en Jesucristo. Oigamos esta explicación del Santo Padre que espero nos aclare este punto.

En su primera audiencia del nuevo año 2006, el Papa comentó el himno cristológico contenido en la Carta de San Pablo a los Colosenses, y explicó que el Apóstol nos indica una cosa muy importante: que la historia tiene una meta, tiene una dirección, la historia va hacia la humanidad unida en Cristo, va así hacia el hombre perfecto, va hacia el humanismo perfecto, hacia la humanidad divinizada, y por lo tanto realmente humanizada.

Eran palabras textuales de Benedicto XVI, quien continuó así: (…) con otras palabras san Pablo nos dice que hay verdaderamente progreso en la historia, que hay una evolución en la historia. El progreso es todo lo que nos acerca a Cristo y nos acerca de esta manera a la humanidad unida al verdadero humanismo. Detrás de estas indicaciones se esconde además un imperativo para nosotros: trabajar por el progreso, cosa en la que creemos todos. Todos podemos trabajar por el acercamiento de los hombres a Cristo, podemos hacerlo conformándonos personalmente a Cristo y de esta manera caminar en la línea del verdadero progreso.

Cuando nos tachan de oscurantistas, de retrógrados, los que defienden la nueva sociedad sin moral, no han comprendido lo equivocados que están, que es al contrario: lo que la verdad de Cristo trajo al mundo fue el progreso, el ascenso de lo puramente humano a la participación de la vida divina. La sociedad va hacia el progreso, hacia la perfección, si va hacia Cristo.

Recordemos de nuevo lo que nos explicaron nuestros obispos en su mensaje “Testigos de esperanza: Los acontecimientos de la historia, además de tener significación humana, tienen también una significación divina. Dios va conduciendo con su sabiduría y su amor infinito la historia de los hombres, y su manifestación plena se ha dado en la persona y en la historia concreta de Jesús de Nazareth. Las leyes humanas, la conducta de violencia y de egoísmo de los hombres, no deja muchas veces que se manifieste la acción de Dios, que es de verdad, de amor, de justicia. Esas fuerzas de la violencia y el egoísmo son las que retrasan el progreso, que es la instauración del Reino.

La Doctrina Social de la Iglesia nos enseña que nosotros, como cristianos, tenemos que hacer que sea realidad la esperanza de un mundo justo, de amor y de paz. Eso es ser instrumentos de la construcción del reino. No se trata de que construyamos un reino político, de llegar al poder para dominar. El reino es interior, espiritual, y se manifiesta en el comportamiento justo, solidario, de amor. El papel de la Iglesia, nuestro compromiso como laicos, es poner en marcha el Reino de Dios en la historia humana. Es colaborar con Dios en la conducción del mundo. Nuestra tarea como creyentes, es enderezar el rumbo de la historia humana, cuando ella pierde su norte.

Este primer planteamiento del Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia deja asentado firmemente, que cuando la Iglesia manifiesta su pensamiento en lo social, no se está inmiscuyendo en algo que está fuera de su competencia. Nada que sea humano, es ajeno a la Iglesia. Los que insisten en mandar a la Iglesia a la sacristía, y pretenden callarla, están errados: quieren callar el Evangelio, y llevar la verdad del Evangelio es la misión esencial de la Iglesia, para bien de la humanidad.

En ese maravilloso documento Testigos de Esperanza, los obispos nos recordaban que los cristianos tenemos que asumir el compromiso de tomar como propio el proyecto de Jesús: anunciar la buena noticia del Reino de Dios, y poner en marcha este mismo Reino en la historia humana. Nos decía ese mensaje que si se realizara el proyecto de Dios, el horizonte de la humanidad sería de una humanidad nueva, la utopía que comenzó, en cierto sentido, desde los orígenes de la historia, de la cual nos hablan los primeros capítulos del Génesis; la que habrá de encontrar su culminación, cuando toda la creación esté plenamente reconciliada en Cristo.

Fernando Díaz del Castillo Z.

Escríbanos a: reflexionesdsi@gmail.com

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(1) Compendio de la D.S.I., Pg. 8, Nº 3

[2] Concepto muy importante cuando se trata la “globalización”

[3] Compendio, Pg. 9 Nº 4

[4] Cfr. Programa 72