Reflexión 5- 09-02-2006

Compendio de la D.S.I. (Nº 13-19)

Objetivos de nuestro estudio

 

Hace una semana vimos lo que se espera como fruto del estudio de la D.S.I., tal como lo propone el Compendio de la D.S.I. a todos los fieles; y le dedicamos un amplio espacio a reflexionar sobre el papel que nos corresponde a los laicos, en la evangelización de lo social. Propusimos que también nosotros asumamos como objetivo de nuestro estudio, el mismo que se propone en el Compendio de la D.S.I.

Y ¿qué es lo que propone? El Compendio dice que de nuestro estudio de la D.S.I. deberá surgir un compromiso nuevo, capaz de responder a las exigencias de nuestro tiempo, adaptado a las necesidades del hombre y a nuestros propios recursos; y sobretodo, deberá surgir el anhelo de valorar, en una nueva perspectiva, la vocación propia de nosotros como laicos. Ese es el planteamiento del Compendio.

En síntesis, el fruto de nuestro estudio debe ser entonces, un compromiso con nuestra vocación como laicos; eso significa buscar el Reino de los Cielos en el manejo de los asuntos temporales, ordenándolos según Dios; y para los sacerdotes y religiosos, un compromiso con su propio llamamiento a anunciar el Evangelio al mundo, particularmente en este caso, en cuanto se refiere a su mensaje social.

 

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 Al servicio de la verdad plena del hombre

 

Continuemos ahora con la lectura del Nº 13, que empieza el título: Al servicio de la verdad plena del hombre. De manera muy bella aclara la Iglesia, que con el Compendio de la Doctrina Social quiere llegar a nosotros en actitud de servicio:

 Este documento es un acto de servicio de la Iglesia a los hombres y mujeres de nuestro tiempo, a quienes ofrece el patrimonio de su doctrina social, según el estilo de diálogo con que Dios mismo, en su Hijo unigénito hecho hombre, “habla a los hombres como amigos, y trata con ellos”.

 

De manera que la entrega de esta obra es un acto de servicio de la Iglesia; y nos entrega ese patrimonio invaluable de su doctrina social, en actitudde diálogo. Toma esas palabras, sobre la actitud de diálogo, de la Constitución Dogmática Dei Verbum del Concilio Vaticano II en el Nº 2; este documento nos recuerda a su vez al Libro del Éxodo, y al Evangelio de San Juan y al profeta Baruc. En esos pasajes nos cuenta la Escritura, en Éxodo 33, 3,11 que Dios hablaba con Moisés cara a cara, como un hombre con su amigo, que Jesús llamó a los apóstoles sus amigos,– en Juan 15, 14s,- que el Verbo,- la Palabra,- se hizo carne, y puso su morada entre nosotros, como dice San Juan en. 1,14 de su Evangelio. Y el profeta Baruc, 3,38 habla de la ciencia, que luego en el Cap. 4 identifica como la Ley, los preceptos, la Palabra de Dios, y dice que apareció en la tierra y entre los hombres convivió. Es que, como nos enseña la primera encíclica de Benedicto XVI, tomando la frase también de San Juan, Dios es amor. Y su Palabra, su doctrina, es amor; el modo de comunicarla, es el de un diálogo entre amigos. El Verbo puso su morada entre nosotros y entró en diálogo con el hombre.

 

Este es el espíritu con que la Iglesia nos ofrece su Doctrina Social. No nos presenta un Código, un listado de normas que debemos cumplir, dictado por legisladores o jueces. La D.S.I. no es otra cosa que su reflexión sobre lo que nos enseña la Palabra acerca del hombre, y sobre su relación con Dios, con sus hermanos y con la naturaleza.

 

Papel de los no católicos y de los no creyentes

 

La Iglesia propone su Doctrina Social a cuantos hombres y mujeres de buena voluntad, están comprometidos en el servicio del bien común, eincluye allí también como destinatarios de su mensaje a los no católicos, y aun a los no creyentes. La Iglesia no hace otra cosa que comunicar el mensaje, la Buena Nueva, que es su patrimonio, a todos los hombres, según el mandato del Señor: Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes... enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado[1]. Ojalá escucharan la Palabra también los no creyentes. Dios nos habló a todos; amplió su pueblo escogido, al hacer extensivo su amor también a los gentiles. Si escuchan la palabra y la ponen por obra, se realizará en ellos el encuentro maravilloso con Jesucristo, por el milagro de la fe.

 

Cierra el Compendio la idea con estas palabras: Inspirándose en la Constitución Gaudium et Spes, también este documento coloca como eje de toda la exposición al hombre “todo entero, cuerpo y alma, corazón y conciencia, inteligencia y voluntad”. En esta tarea, no impulsa a la Iglesia ambición terrena alguna. Sólo desea una cosa: continuar, bajo la guía del Espíritu, la obra misma de Cristo, quien vino al mundo para dar testimonio de la verdad, para salvar y no para juzgar, para servir y no para ser servido (Gaudium et Spes, Nº 3). Sigamos ahora con el Nº 14 del Compendio.

Encontramos en este número una bella presentación de, cómo la doctrina de la Iglesia se orienta a la persona humana, reconociendo todo el valor que Dios ha puesto en ella. Leamos este número completo:

Con el presente documento, la Iglesia quiere ofrecer una contribución (…) a la cuestión del lugar que ocupa el hombre en la naturaleza y en la sociedad, (inquietud ésta) escrutada por las civilizaciones y culturas en las que se expresa la sabiduría de la humanidad.

Sí, la humanidad a través de la historia, como se manifiesta en la filosofía, en la literatura y en el arte, ha estado siempre preocupada por conocer más a fondo ¿quién es, para qué existe?, su papel en el universo. ¿Qué camino debe tomar en las mil encrucijadas que se le van presentando en su vida? El Compendio sigue así:

Hundiendo sus raíces en el pasado con frecuencia milenario, (…) (las civilizaciones y las culturas) se manifiestan en la religión, la filosofía y el genio poético de todo tiempo y de todo Pueblo, ofreciendo interpretaciones del universo y de la convivencia humana, tratando de dar un sentido a la existencia y al misterio que la envuelve. ¿Quién soy yo? ¿Por qué la presencia del dolor, del mal, de la muerte, a pesar de tanto progreso? ¿De qué valen tantas conquistassi su precio es, no raras veces, insoportable? ¿Qué hay después de esta vida? Estas preguntas de fondo caracterizan el recorrido de la existencia humana. A este propósito, se puede recordar la exhortación Conócete a ti mismoesculpida sobre el arquitrabe del templo de Delfos, como testimonio de la verdad fundamental según la cual el hombre, llamado a distinguirse entre todos los seres creados, se califica como hombreprecisamente en cuanto constitutivamente orientadoa conocerse a sí mismo.

 

Esas preguntas se las ha hecho siempre y se las sigue haciendo la humanidad. Y el hombre busca y busca y sigue buscando y preguntando. Es el único ser sobre la tierra capaz de reflexionar, de hacerse preguntas. Y nuestro corazón seguirá inquieto mientras no descanse en Dios, en palabras de San Agustín.

Volvamos sobre la frase que se encontraba en el arquitrabe del templo de Delfos, y que menciona el Compendio. Recordemos que el arquitrabe, es esa franja que queda encima y a lo largo de la hilera de columnas, en el frente de los edificios griegos. Delfos la ciudad de la antigua Grecia, era famosa precisamente por el templo que habían construido en honor de Apolo. Los griegos consideraban a ese templo el centro del mundo. Allí llegaba la gente en peregrinación, a preguntar a una pitonisa lo que se suponía era el mensaje del dios Apolo. Y allí, en el frente del templo, estaba grabada la frase famosa: Conócete a ti mismo.

 

Como nos dice el Compendio, esa frase nos recuerda que el hombre está orientado a conocerse a sí mismo. No es otra cosa lo que hacen las ciencias que llaman humanas, porque el centro de su estudio es el hombre: no es otra cosa lo que hace la filosofía que, con cada nueva escuela o movimiento filosófico se vuelve a plantear los problemas que siempre han preocupado al hombre pensante, y trata de encontrar una respuesta personal a sus interrogantes, porque no lo convencen las que han dado los demás.[2]

 

Podríamos decir, que siempre estamos haciéndonos preguntas sobre nosotros, sobre la existencia, sobre lo que nos rodea. Es una de las características del ser humano desde niño, que precisamente muestra su inteligencia, porque busca entenderlo todo: no sólo desbarata los juguetes, que es una manera de ir descubriendo el mundo, sino que pregunta: Papá, o mamá, ¿por qué esto, por qué aquello, hasta que llega a esa frase desconcertante: Papá, y ¿por qué por qué? Todos los niños lo dicen en algún momento.

Parece que las únicas respuestas que nos satisfacen, son aquellas a las que llegamos por nosotros mismos. Necesitamos hacernos nuestras propias preguntas, y queremos encontrar respuestas propias, porque sólo ellas llegan hasta el fondo de lo que realmente buscamos.[3]

 Los que tenemos fe, – por regalo de Dios, – no buscamos respuestas a nuestras inquietudes sólo en la filosofía, ni sólo en las ciencias. Allí no están todas las respuestas. El campo de la filosofía y de las ciencias es limitado, porque abarca sólo hasta donde la razón alcanza a entender. Por el regalo de la fe, en cambio, tenemos la experiencia del encuentro con el Ser Trascendente, Dios, con la persona de Jesucristo. Y nos sentimos amados por Él, orientados hacia Dios, como la brújula, siempre orientada hacia el Norte. Tenemos la vivencia de que por Él fuimos creados, a su imagen, nos dice la Escritura; y comprendemos que por Él seguimos existiendo, y que hacia Él vamos.

 Los que se llaman agnósticos no se atreven a negar propiamente la existencia de Dios, sino que afirman que sólo aceptan lo que pueden comprender con la razón; limitan así su propio conocimiento, porque no aceptan la dimensión de la fe. Víctor Frankl, el famoso fundador de la logoterapia, compara la dimensión trascendente, la de Dios, a la que se llega por la fe, con la superioridad del mundo intelectual del ser humano, frente al mundo del animal. Al mono, por ejemplo, le resulta totalmente imposible seguir las reflexiones del hombre (…) porque el mundo humano es inaccesible para él.[4] De manera parecida, sin fe, no se puede entrar a la dimensión de lo divino. Pero todo ser humano, así sea inconscientemente, está inquieto mientras no encuentra sentido a la vida, y un sentido que advierte que está fuera de él, que no puede encontrar simplemente en el darse gusto; que está fuera y por encima de él. Los creyentes sabemos que ese sentido que nos llena, lo encontramos sólo en Dios.

 

 A veces nos sentimos impotentes, cuando un no creyente nos plantea sus objeciones frente a Dios, frente a la religión. Es que hablamos no sólo en idiomas distintos, sino que nos situamos en dimensiones distintas, y así no podemos encontrarnos. Para pasar de la dimensión puramente racional a la dimensión de lo divino, se necesita la fe. Es imposible convencer con argumentos de fe a quien carece de ese don. Y sin la gracia de Dios, no hay cómo llegar a la fe. Lo que sucede con frecuencia, y es muy triste, es que se ponen obstáculos a la gracia; Dios trata de entrar, pero se le cierra la puerta, porque el hombre es libre, y aunque Dios esté a su puerta y llame, no se lo deja entrar…Ese es otro problema…

 

 Sigamos con Nº 15 del Compendio, que continúa por la misma línea de lo que venimos comentando

 

 La orientación que se imprime a la existencia, a la convivencia social y a la historia, depende, en gran parte, de las respuestas dadas a los interrogantes sobre el lugar del hombre en la naturaleza y en la sociedad, cuestiones a las que (…) la Doctrina social de la Iglesia trata de ofrecer su contribución.

 

Escuchando las reflexiones que hemos estado haciendo hoy, quizás alguien se pregunte: ¿eso qué tiene que ver con la D.S.I.? Bueno, en las frases anteriores, del Nº 15 del Compendio está la respuesta: La orientación que se imprime a la existencia, a la convivencia social y a la historia, depende, en gran parte, de las respuestas dadas a los interrogantes sobre el lugar del hombre en la naturaleza y en la sociedad.

 Entonces, la doctrina que nos enseña que la dignidad del hombre se origina en que somos hijos de Dios, criados a su imagen, que el amor es el primer mandamiento, que nuestra existencia y el mundo en que vivimos tienen sentido, sólo si se orientan a su último fin,  todo esto, y más, tiene que marcar nuestra conducta, nuestro estilo de vida, nuestros objetivos, nuestros deseos.

 

 Oía en esto días a un obispo, que hablaba sobre el cambio de época que nos ha tocado vivir. No es, decía él, una época de cambio, sino un cambio de época. Es decir, dejamos atrás la época que en la historia llaman la edad moderna, que comenzó después de la Edad media, el año 1500, aproximadamente. Con el siglo XXI comenzó otra época, una edad nueva, que por ahora llaman postmoderna, porque siguió a la edad moderna, que fue la era de la razón. [5]

 

 Cómo llamarán los historiadores del futuro a nuestra época no sabemos. Depende del camino que siga la humanidad. La era de la globalización, ¿quizás? ¿de la oscuridad, porque se nos fueron las luces?, ¿de la técnica, del sentimiento, de las emociones, de la violencia? ¿Quién sabe? No sabemos con seguridad el camino que va a tomar la humanidad. Lo que sí es cierto es que, como dice el Compendio, la orientación que se imprima a la existencia, a la convivencia social y a la historia, va a depender, en gran parte, de las respuestas que nuestros contemporáneos den a los interrogantes sobre el lugar del hombre en la naturaleza y en la sociedad.[6]

 

Ahora en Europa sobre todo, están ensayando su independencia de Dios. Yo creo que, como afirma el Compendio, el ser humano seguirá siempre buscando el significado profundo de su existencia. No se contenta sólo con disfrutar unos minutos hoy, porque mañana va a volver a sentir el vacío. Y como el hombre es inteligente y es libre, va a seguir buscando una verdad que lo llene, que sea capaz de ofrecerle dirección y plenitud permanentes a su vida.

Los interrogantes que se hace el hombre de hoy, no son sólo los interrogantes frívolos que le plantean algunos medios, ni sobre los temas intrascendentes de ciertos columnistas, a quienes inflan la farándula y los adoradores de lo perecedero. No, la mayoría de la gente vuela más alto, y hace preguntas que, – en palabras del Compendio, – expresan la naturaleza humana en su nivel más alto, porque involucran a la personaen una respuesta que mide la profundidad de su empeño con la propia existencia. Se trata, además, de interrogantes esencialmente religiosos. A este respecto, el Compendio cita estas palabras de Juan Pablo II:

Cuando se indaga “el porqué de las cosas” con totalidad en la búsqueda de la respuesta última y más exhaustiva, entonces la razón humana toca su culmen y se abre a la religiosidad. En efecto, la religiosidad representa la expresión más elevada de la persona humana,-sigue el Papa, – porque es el culmen de su naturaleza racional. Brota de la aspiración profunda del hombre a la verdad y está en la base de la búsqueda libre y personal que el hombre realiza sobre lo divino. [7]

 

La época que nos ha tocado vivir nos enfrenta a circunstancias que nos exigen seamos personas de convicciones, conscientes de nuestra responsabilidad ante Dios y ante la historia. Por eso el Nº 16 dice así: Los interrogantes radicales que acompañan desde el inicio el camino de los hombres, adquieren en nuestro tiempo importancia aún mayor, por la amplitud de los desafíos, la novedad de los escenarios y las opciones decisivas que las generaciones actuales están llamadas a realizar.

Y a continuación el Compendio nos habla de tres desafíos en particular: El primero de los grandes desafíos, que la humanidad enfrenta hoy, es el de la verdad misma del ser-hombre.

 

Lo que quiere decir que el primer desafío es comenzar por el principio: aceptar las implicaciones que tiene el ser humano, por el hecho de ser persona humana. Es un llamamiento a vivir de acuerdo con lo fundamental, con la ética. Por eso enseguida comenta que en las relaciones del hombre con la naturaleza y con la técnica, que son asuntos que interpelan fuertemente la responsabilidad, tanto personal como colectiva, tiene cabida la moral, pues el hombre tiene que comportarse de acuerdo con lo que es, con lo que puede hacer, y con lo que debe ser.

No por el hecho de que la ciencia y la técnica modernas hagan posible algo, quiere decir que sea lícito hacerlo. La ciencia puede conseguir resultados antes inimaginables con los procesos de clonación y el uso de embriones, por ejemplo, pero el científico tiene que preguntarse si su comportamiento está de acuerdo con lo que es y con lo que debe ser, como ser humano. Uno es responsable ante Dios, no sólo frente a sí mismo.

 

Un segundo desafío es el de la comprensión y el manejo del pluralismo y de las diferencias en todos los ámbitos. Y cita el Compendio en qué campos tenemos que ser comprensivos y saber manejar el pluralismo; como lo acaba de decir, en todos los ámbitos: en el del pensamiento, de opción moral, de cultura, de adhesión religiosa, de filosofía del desarrollo humano y social. Es un desafío el ser tolerantes, comprensivos con los que no creen o no piensan como nosotros. Debemos tener presente el punto de los falsos moralismos y aquel mandamiento del Señor: No juzguéis.

 

El tercer desafío es la globalización, que tiene un significado más amplio y más profundo que el simplemente económico, porque en la historia se ha abierto una nueva época, que atañe al destino de la humanidad, dice el Compendio.

 

Nuestra posición frente al mundo, en todos estos temas, no puede ser la misma que adopte un no creyente. No podemos separar la fe de la vida. Algunos se dicen católicos, pero no practicantes… Y no me refiero a la práctica de oír misa o de rezar el rosario. Porque algunos, cuando dicen que no son practicantes, mencionan que poco van a la iglesia o que no rezan. El vivir la fe no sólo se refiere a la vida de oración, a la vida sacramental o de prácticas devotas. Se refiere también a vivir la vida de trabajo, de familia, de actividades políticas, de negocios etc., de acuerdo con la fe. Dice el Nº 17 del Compendio:

Los discípulos de Jesucristo se saben interrogados por estas cuestiones, las llevan también dentro de su corazón y quieren comprometerse, junto con todos los hombres, en la búsqueda de la verdad y del sentido de la existencia personal y social.

 

Enseguida nos dice cómo contribuyen los discípulos de Jesucristo en la búsqueda de la verdad y del sentido de la existencia personal y social; dice que Contribuyen a esta búsqueda con su testimonio generoso del don que la humanidad ha recibido: Dios le ha dirigido su Palabra a lo largo de la historia, más aún, Él mismo ha entrado en ella para dialogar con la humanidad y para revelarle su plan de salvación, de justicia y de fraternidad. En su Hijo, Jesucristo, hecho hombre, Dios nos ha liberado del pecado y nos ha indicado el camino que debemos recorrer y la meta hacia la cual dirigirse.

 

En los números 18 y 19, los dos últimos de la introducción, el Compendio vuelve sobre la Iglesia en el mundo, con base en las enseñanzas del Vaticano II en la Gaudium et Spes y la Lumen Gentium. El Nº 18 dice:

La Iglesia camina junto a toda la humanidad por los senderos de la historia. Vive en el mundo y, sin ser del mundo (Cf Jn, 17,14-16), está llamada a servirlo siguiendo su propia e íntima vocación. Esta actitud – que se puede hallar también en el presente documento – está sostenida por la convicción profunda de que para el mundo es importante reconocer a la Iglesia como realidad y fermento de la historia, así como para la Iglesia lo es no ignorar lo mucho que ha recibido de la historia y de la evolución (histórica) del género humano.[8]

Se refiere allí a lo que dijo el Concilio Vaticano en la Constitución Gaudium et Spes, en el Nº 44: a La experiencia del pasado, el progreso científico, los tesoros escondidos en las diversas culturas, que permiten conocer más a fondo la naturaleza humana, abren nuevos caminos para la verdad y aprovechan también a la Iglesia. Y continúa el Concilio diciendo, – en ese mismo número de la Gaudium et Spes, – que desde el comienzo de la historia, la Iglesia aprendió a expresar el mensaje cristiano con los conceptos y en la lengua de cada pueblo y procuró ilustrarlo además con el saber filosófico. Procedió así a fin de adaptar el Evangelio al nivel del saber popular y a las exigencias de los sabios en cuanto era posible. Y añade que Esta adaptación de la predicación de la palabra revelada debe mantenerse como ley de toda evangelización.

 

De manera que la Iglesia se ha manifestado siempre solidaria y respetuosa de la familia humana, y se ha relacionado con ella con amor, instaurando con ella un diálogo, porque, en palabras del mismo Concilio, (G. et S. Nº 3), el género humano, admirado de sus propios descubrimientos y de su propio poder, se formula con frecuencia preguntas angustiosas sobre la evolución presente del mundo, sobre el puesto y la misión del hombre en el universo, sobre el sentido de sus esfuerzos individuales y colectivos, sobre el destino último de las cosas y de la humanidad (…) Y la Iglesia no puede dar prueba mayor de solidaridad, respeto y amor a toda la familia humana que la de dialogar con ellaacerca de todos estos problemas, aclarárselos a la luz del Evangelio y poner a disposición del género humano el poder salvador que la Iglesia,conducida por el Espíritu Santo,ha recibido de su Fundador. Y sigue una frase que condensa la misión de la Iglesia en el mundo, dice: Es la persona del hombre la que hay que salvar. Es la sociedad humana la que hay que renovar.

 

El último número de la introducción del Compendio de la D.S., el Nº 19, acaba de explicar lo que la Iglesia pretende con este documento:

La Iglesia, signo en la historia del amor de Dios por los hombres y de la vocación de todo el género humano a la unidad en la filiación del único Padre,[9] con este documento sobre su doctrina social busca también proponer a todos los hombres un humanismo a la altura del designio de amor de Dios sobre la historia, un humanismo integral y solidario, que pueda animar un nuevo orden social, económico y político, fundado sobre la dignidad y la libertad de toda persona humana, –un orden – que se actúa en la paz, la justicia, y la solidaridad. Este humanismo podrá ser realizado si cada hombre y mujer y sus comunidades saben cultivar en sí mismos las virtudes morales y sociales y difundirlas en la sociedad, “de forma que se conviertan verdaderamente en hombres nuevos y en creadores de una nueva humanidad con el auxilio necesario de la divina gracia.”[10]

 

Esa idea final, está tomada, una vez más, del Vaticano II en la constitución Gaudium et Spes, que ya entonces, hace 30 años, veía la transformación que estaba ocurriendo en el mundo. Allí la Gaudium et Spes dice que, La aceptación de las relaciones sociales y su observancia deben ser consideradas por todos como uno de los principales deberes del hombre contemporáneo. Porque cuanto más se unifica el mundo-, pensemos lo que pasa con la globalización-, tanto más los deberes del hombre rebasan los límites de los grupos particulares y se extienden al universo entero.

 

Cada día hay nuevos elementos de unión en el mundo, pero parece que sólo importaran los elementos comerciales, los que favorecen la economía, pero sin tener en cuenta la solidaridad ni la equidad. Por eso Juan Pablo II salió al paso de la globalización, cuando se entiende sólo como un proceso económico, con su exhortación a la globalización de la solidaridad. Hoy más que nunca, es indispensable la práctica de las virtudes morales y sociales.

 

 

Fernando Díaz del Castillo Z.

Escríbanos a:

reflexionesdsi@gmail.com

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[1] Mt. 28,19

(2) W. Luypen, Fenomenología existencial, Ediciones Carlos Lohlé, Pg. 10

[3] Ibidem, Pg. 14

[4] Víctor Frankl, Ante el Vacío Existencial, Herder, Barcelona, 1986, Pg.110

[5]  La Edad Antigua fue hasta el año 500, en que terminó el Imperio Romano. La Edad Media empezó en el 500 hasta el 1500 y la Moderna hasta el año 2000.

[6] Esta reflexión-, no las palabras textuales-, es de una homilía de Mons. Juan Vicente Córdoba  Villota, S.J.

[7] Juan Pablo II, Audiencia general (19 de octubre de 1983), Compendio Nota 18, Pg. 24

[8]  Gaudium et Spes, 44

[9]  Lumen Gentium, 1

[10]  G et S, 30