Reflexión 4 Jueves 2 de febrero de 2006

Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia Nº 10-12

Objetivos del libro y del estudio del Compendio de la D.S.I.

En nuestro estudio estamos siguiendo como guía el Compendio de la D.S.I., un libro que nos ofrece la reflexión que, sobre el mensaje social de la Sagrada Escritura ha ido haciendo la Iglesia a lo largo del tiempo; es la reflexión del Magisterio y de los Padres y doctores de la Iglesia, sintetizada en un libro de un poco más de 500 páginas. En esta obra basamos nuestra propia reflexión. Es nuestro libro de texto.

Seguir la orientación del Compendio, del Catecismo Social, -como lo podemos llamar, – es muy importante, porque se asegura la comunión de la Iglesia en asuntos fundamentales de la fe cristiana, como es lo que la Revelación nos enseña sobre el hombre y su dignidad y sus relaciones con los demás. También constituye una orientación segura para nuestra conciencia, cuando tengamos que tomar decisiones que comprometan normas y principios que regulan nuestra vida social y económica. Es una gran ayuda tener un documento que nos ofrezca principios firmes y claros.

¿Qué podemos esperar encontrar en este libro?

La Iglesia, a través de los documentos en que expone su doctrina social, nos ofrece principios de reflexión, nos enseña criterios, normas de juicio, directrices, para orientar nuestra acción en nuestras relaciones con los demás. Si es verdad que todos necesitamos de la ayuda de un libro como éste, sí que es verdad que puede servir de firmísimo apoyo a los laicos que consagran su vida al servicio público. Si tienen amigos o parientes dedicados a la política, por ejemplo, les harán un gran regalo si les obsequian el Compendio de la D.S.I. y les cuentan que es una excelente obra de consulta, para conocer el pensamiento de la Iglesia en asuntos que se relacionan con sus actividades.

Hemos dedicado los dos programas anteriores a comentar la Introducción del Compendio. Vamos a seguir ahora con el Nº 10.

Este número continúa la explicación sobre el objetivo que persigue la obra. Nos dice que, se nos propone como un instrumento para el discernimiento moral y pastoralde los acontecimientos que son tan complejos y caracterizan a nuestro tiempo; que pretende ser como una guía para inspirar, en el ámbito individual y colectivo, los comportamientos y opciones que permitan mirar al futuro con confianza y esperanza; como una ayuda para los fieles sobre la enseñanza de la moral social.

De acuerdo con estos propósitos del Compendio, se expone a continuación lo que se espera del estudio de la D.S.I. Les propongo que sea ese también nuestro propósito, al estudiar la D.S.I. a través de estas reflexiones. Nos plantea el Compendio que de nuestro estudio deberá surgir un compromiso nuevo, capaz de responder a las exigencias de nuestro tiempo, adaptado a las necesidades del hombre y a nuestros propios recursos; y sobretodo, deberá surgir el anhelo de valorar, en una nueva perspectiva, la vocación propia de nosotros como laicos. El fruto de nuestro estudio debería ser entonces, un compromiso con nuestra vocación como laicos, y los sacerdotes y religiosos, un compromiso con su propio llamamiento a anunciar el Evangelio al mundo, particularmente enlo social.

Papel de los laicos

Esta invitación no está dirigida sólo a los laicos. A los sacerdotes y religiosos que estudien la D.S.I. también les deberá surgir el deseo de valorar desde una nueva perspectiva su propia vocación, con vistas a la evangelización del mundo en lo social, porque como dice Juan Pablo II en su exhortación apostólica Christifideles laici, “todos los miembros de la Iglesia son partícipes de su dimensión secular”. Es decir todos, sacerdotes, religiosos y laicos somos miembros de la Iglesia, que tiene la misión de llevar la salvación al mundo en que está inmersa. Esa es la misión de la Iglesia, metida en medio del mundo: comunicarle, impregnarle el Evangelio. Vale la pena oír la voz del mismo Juan Pablo II a este respecto, para aclarar bien esta idea.

En esa bellísima exhortación de Juan Pablo II sobre la vocación y misión de los laicos en la Iglesia-, [1] dice que: En razón de la común dignidad bautismal, el fiel laico es corresponsable, junto con los ministros ordenados y con los religiosos y las religiosas, de la misión de la Iglesia.

De manera que la misión de la Iglesia está encomendada también a los laicos. Y nos aclara el Santo Padre, que la dignidad bautismal asume en el fiel laico una modalidad que lo distingue, sin separarlo del presbítero, del religioso y de la religiosa. Esa modalidad que lo marca, es el carácter secular que es propio y peculiar de los laicos. Recordemos lo que habíamos comentado sobre nuestra misión, como instrumentos en la construcción del Reino en el mundo, o utilizando la terminología de Juan Pablo II, en Christifideles laici, nuestra misión de ser instrumentos en la obra redentora de Jesucristo, que abarca también la restauración de todo el orden temporal. Como los laicos vivimos en medio del mundo, tenemos el deber especial de influir para que el mensaje llegue al medio en que vivimos. Somos parte de esa viña a la cual nos ha llamado el Señor a trabajar.

¿Quiénes somos laicos?

El Compendio está dirigido en primer lugar a los Obispos y también a los sacerdotes y religiosos, sin excluir a los fieles laicos. En nuestro caso, empecemos por mirar hacia dentro, en nuestro “gremio”, el de los laicos, y leamos dos párrafos de la Exhortación Apostólica Christifideles laici, de Juan Pablo II, que nos ayudará a comprender mejor nuestro papel en la Iglesia.

En el Nº 15 de esa exhortación, el Papa nos recuerda lo que a este respecto dice el Concilio Vaticano, en la Constitución Dogmática Lumen Gentium, sobre la Iglesia. El Capítulo IV de esa Constitución está dedicado a los laicos. Allí, en el Nº 31, el Concilio define qué se entiende por laicos, con estas palabras:

Con el nombre de laicos, se designan aquí todos los fieles cristianos, a excepción de los miembros del orden sagrado y los del estado religioso aprobado por la Iglesia. Esto nos aclara que los religiosos, aunque no hayan recibido el sacramento del orden no son laicos. Según el Concilio, Laicos son todos los fieles cristianos, a excepción de los que han recibido el orden sagrado y los del estado religioso. Una vez aclarado esto sigamos con las palabras de Juan Pablo II, en el Nº 15:

(…) el Concilio describe la condición secular de los fieles laicos indicándola, primero, como el lugar en que les es dirigida la llamada de Dios: «Allí son llamados por Dios», dice en el Nº 33. Se trata de un «lugar»…: los fieles laicos «viven en el mundo, esto es, implicados en todas y cada una de las ocupaciones y trabajos del mundo y en las condiciones ordinarias de la vida familiar y social, de la que su existencia se encuentra como entretejida».(34) Ellos son personas que viven la vida normal en el mundo, estudian, trabajan, entablan relaciones de amistad, sociales, profesionales, culturales, etc. El Concilio considera su condición no como un dato exterior y ambiental, sino como una realidad destinada a obtener en Jesucristo la plenitud de su significado.(35) Es más, afirma que «el mismo Verbo encarnado quiso participar de la convivencia humana (…). Santificó los vínculos humanos, en primer lugar los familiares, donde tienen su origen las relaciones sociales, sometiéndose voluntariamente a las leyes de su patria. Quiso llevar la vida de un trabajador de su tiempo y de su región».(36)

Así describe el Concilio nuestra vida de fieles laicos. De manera que una característica del laico es el ser secular, en el sentido de vivir en medio del mundo, e indica que el campo de trabajo del laico es precisamente el medio en que vive, es decir el mundo. Ese es el lugar de nuestra vocación. Allí fuimos llamados. Oigamos cómo sigue Juan Pablo II, en el mismo Nº 15 de la exhortación Christifideles laici:

De este modo, el «mundo» se convierte en el ámbito y el medio de la vocación cristiana de los fieles laicos, porque él mismo está destinado a dar gloria a Dios Padre en Cristo. El Concilio puede indicar entonces cuál es el sentido propio y peculiar de la vocación divina dirigida a los fieles laicos. No han sido llamados a abandonar el lugar que ocupan en el mundo. El Bautismo no los quita del mundo, tal como lo señala el apóstol Pablo: «Hermanos, permanezca cada cual ante Dios en la condición en que se encontraba cuando fue llamado» (1 Co 7, 24); sino que les confía una vocación que afecta precisamente a su situación intramundana.

¿A qué estamos llamados los  laicos?

Y ¿qué es lo que tenemos que hacer en el mundo secular? ¿A qué nos llamó el Señor, sin sacarnos del mundo? Sigue el Santo Padre: (…) los fieles laicos, «son llamados por Dios para contribuir, desde dentro a modo de fermento, a la santificación del mundo mediante el ejercicio de sus propias tareas, guiados por el espíritu evangélico, y así manifiestan a Cristo ante los demás, principalmente con el testimonio de su vida y con el fulgor de su fe, esperanza y caridad».(37) De este modo, el ser y el actuar en el mundo son para los fieles laicos no sólo una realidad antropológica y sociológica, sino también, y específicamente, una realidad teológica y eclesial. En efecto, Dios les manifiesta su designio en su situación intramundana, y les comunica la particular vocación de «buscar el Reino de Dios tratando las realidades temporales y ordenándolas según Dios».(38)

Y continúa el Papa explicándonos el alcance de la vocación del laico, como la entendieron los Padres Conciliares. Dice así: «La índole secular del fiel laico no debe ser definida solamente en sentido sociológico, sino sobre todo en sentido teológico. El carácter secular debe ser entendido a la luz del acto creador y redentor de Dios, que ha confiado el mundo a los hombres y a las mujeres, para que participen en la obra de la creación, la liberen del influjo del pecado y se santifiquen en el matrimonio o en el celibato, en la familia, en la profesión y en las diversas actividades sociales».(39)

Yo creo que poco reflexionamos sobre la responsabilidad que nos cabe a los laicos en la restauración del orden temporal, es decir en la construcción del Reino. Con frecuencia se hacen comentarios que indican que todo lo esperamos de la Jerarquía. Y resulta que los obispos no están en el Congreso, ni son Magistrados de las Cortes, ni dirigen la nación desde el poder ejecutivo, ni participan en las Juntas Directivas de las empresas. Todos esos cargos los ocupan laicos… ¿Qué espera el Señor de los cristianos laicos, al llamarlos a restaurar el orden temporal? Aunque sobre nuestra condición de laicos en la Iglesia tendremos que volver muchas veces, dejemos unas bases firmes desde el principio. Dijo Juan Pablo II:

La condición eclesial de los fieles laicos se encuentra radicalmente definida por su novedad cristiana y caracterizada por su índole secular.(40)

Las imágenes evangélicas de la sal, de la luz y de la levadura, aunque se refieren indistintamente a todos los discípulos de Jesús, tienen también una aplicación específica a los fieles laicos. Se trata de imágenes espléndidamente significativas, porque no sólo expresan la plena participación y la profunda inserción de los fieles laicos en la tierra, en el mundo, en la comunidad humana; sino que también, y sobre todo, expresan la novedad y la originalidad de esta inserción y de esta participación, destinadas como están a la difusión del Evangelio que salva.

Hay mucha tela para cortar, si pensamos en nuestro deber de ser sal y luz y levadura, en el medio temporal en que nos desempeñamos. Yo no creo que la mayoría de los políticos, de los ejecutivos, de los magistrados, se pregunten cómo deben cumplir con su deber de evangelizadores, de restauradores del orden temporal, desde el puesto que ocupan. No, generalmente se separa la actividad profesional de la vida de fe. Pero resulta que estamos llamados a “ordenar lo creado al verdadero bien del hombre”, (ChristifidelesLaici 14). Claro, eso no aparece en la descripción de las funciones de un político o de un ejecutivo, pero ¿cuál debe ser su punto de vista en una junta, y cuál su decisión, cuando de su posición o de su voto dependa que lo temporal que maneja siga o no los planes de Dios? Es bueno meditar estas palabras de Juan Pablo II en el mismo número 14: Son igualmente llamados a hacer que resplandezca la novedad y la fuerza del Evangelio en su vida cotidiana, familiar y social, como a expresar, con paciencia y valentía, en medio de las contradicciones de la época presente, su esperanza en la gloria «también a través de las estructuras de la vida secular» [2]

Es que nos hemos acostumbrado a separar la fe de la vida práctica. La misma Exhortación Apostólica Christifideles Laici, en el Nº 2, nos previene sobre las que llama “tentaciones“ de separar las responsabilidades específicas en el mundo profesional, social, económico, cultural y político, de la práctica de la fe; y la tentación de legitimar la indebida separación entre fe y vida, entre la acogida del Evangelio y la acción concreta en las más diversas realidades temporales y terrenas. ¿No creen ustedes que es verdad este planteamiento? Que a veces en la política y en la empresa se toman decisiones no de acuerdo con el Evangelio, pero luego en la Misa se recita tranquilamente el Credo, sin caer en la cuenta de lo que implica decir “Yo creo”?

Terminemos esta breve introducción al papel del laico en la Iglesia, reflexionando algo más sobre nuestro papel según el Nº 36 de la Constitución Dogmática Lumen Gentium. Dice el Concilio que los laicos, con su competencia en los asuntos profanos, es decir en los asuntos de la vida ordinaria, en los asuntos no religiosos, y con su actividad elevada por la gracia de Cristo, contribuyen eficazmente a que los bienes creados sean promovidos, mediante el trabajo humano, la técnica y la cultura civil, para utilidad de todos los hombres sin excepción; para que sean más convenientemente distribuidos entre ellos; (…) Y añade que así, Cristo, a través de los miembros de la Iglesia, iluminará más y más con su luz salvadora a toda la sociedad humana.

El párrafo que sigue, tomado del mismo Nº 36 de la Constitución Lumen Gentium sobre la Iglesia, es una aclaración excelente de lo que se espera del laico, que debe impregnar del Evangelio al mundo en que vive. Leo textualmente:

(…) coordinen los laicos sus fuerzas, para sanear las estructuras y los ambientes del mundo cuando inciten al pecado, de manera que todas estas cosas sean conformes a las normas de la justicia y más bien favorezcan que obstaculicen la práctica de las virtudes. Obrando de este modo, impregnarán de valor moral la cultura y las realizaciones humanas. Con este proceder simultáneamente se prepara mejor el campo del mundo para la siembra de la palabra divina, y a la Iglesia se le abren más de par en par las puertaspor las que introducir en el mundo el mensaje de paz.

Puede parecer muy general esa descripción de lo que se espera del laico: coordinar las fuerzas para sanear las estructuras y los ambientes del mundo. Se puede considerar muy general o quizás más bien, muy amplia y exigente, la descripción de la acción que se espera del laico. Y como el Concilio no podía descender a particularidades de lo que debe hacer cada persona, cada uno de nosotros debe aplicar a su vida esta orientación general. Lo que en la práctica nos dicen es que en nuestro trabajo, con mayor razón si en él nuestro punto de vista puede influir en las decisiones, debemos dejar oír nuestra voz para sanear las estructuras y los ambientes, en favor de la justicia y la práctica de las virtudes. En otras palabras, ser sal, ser luz, ser levadura en la masa…

El Compendio de la D.S.I., no está dirigido sólo a los sacerdotes y religiosos ni tampoco sólo a los laicos. Como veíamos, la intención del Santo Padre fue más lejos. Las últimas palabras del Nº 10 lo indican, pues dice que: El texto se propone, por último, como ocasión de diálogo con todos aquellos que desean sinceramente el bien del hombre. Como veremos, más adelante el libro nos dice que se propone este documento también a los hermanos de otras Iglesias y Comunidades Eclesiales. Ya lo veremos. Ahora pasemos al número siguiente.

Destinatarios del Compendio de la D.S.I.

El Nº 11 nos indica que los primeros destinatarios de este Compendio son los Obispos, que deben encontrar las formas más apropiadas para su difusión y su correcta interpretación, porque es propio de su deber de maestros, enseñar que

según el designio de Dios Creador, las mismas cosas terrenas y las instituciones humanas se ordenan también a la salvación de los hombres, y por ende, pueden contribuir no poco a la edificación del Cuerpo de Cristo.

Estas últimas palabras están tomadas del Decreto Christus Dominus, del Concilio Vaticano II, sobre el oficio pastoral de los obispos en la Iglesia. (12)

El Concilio enumera allí asuntos que tienen que ver mucho con la D.S.I. y sobre los cuales los Obispos deben exponer la doctrina cristiana. Los laicos no nos detenemos mucho a pensar en lo que dice el Concilio sobre los temas que debe cubrir la enseñanza de los Obispos, y por eso a veces los criticamos sin razón. En el Nº 12 del Decreto Christus Dominus, el Concilio dice a los Obispos:

Enseñen…hasta qué punto, según la doctrina de la Iglesia, haya de ser estimada la persona humana con su libertad y la vida misma del cuerpo; la familia y su unidad y estabilidad y la procreación y educación de la prole; la sociedad civil con sus leyes y profesiones; el trabajo y el descanso, las artes e inventos técnicos; la pobreza y la abundancia de riquezas; expongan, finalmente, los modos como hayan de resolverse los gravísimos problemas acerca de la posesión, incremento y recta distribución de los bienes materiales, sobre la guerra y la paz y la fraterna convivencia de todos los pueblos.

Podemos darnos cuenta allí, que nada que tenga que ver con la vida en sociedad escapa al Evangelio, pues como acabamos de oír al Concilio, las mismas cosas terrenas y las instituciones humanas se ordenan también a la salvación de los hombres.

San Ignacio de Loyola en el Principio y Fundamento, en sus Ejercicios Espirituales, afirma que las demás cosas sobre la haz de la tierra, fueron criadas para que ayuden al hombre en la prosecución del fin para el que es criado. Luego San Ignacio nos pone a meditar en la consecuencia de ese principio, es decir, en cómo usar las demás cosas, si son medios que nos deben ayudar a nuestra salvación.

Conviene recordar una vez más, – porque es fundamental, – que Jesús vino a traer la salvación integral, que abarca al hombre entero y a todos los hombres; y cuando se habla de la salvación integral del hombre, en la salvación se incluye también a este mundo, donde vive y se desarrolla el hombre; es decir, incluye a los ámbitos de la economía y del trabajo, de la técnica y de la comunicación, de la sociedad y de la política, de la comunidad internacional y de las relaciones entre las culturas y los pueblos. Esta afirmación que vimos en el primer número del Compendio se repetirá más adelante.

Insisto en este punto, porque con frecuencia se oyen comentarios contra la injerencia de la Iglesia en asuntos que supuestamente corresponden sólo al mundo civil, al mundo secular. Y resulta que nada humano escapa a Cristo, Cabeza del Universo.

No dejemos de meditar en ese bello texto de la Carta de San Pablo a los Efesios, 1, 3-14, en la que el Apóstol habla del plan divino de salvación; del fin del hombre y de la historia, que será la unión del mundo entero, de toda la creación, de lo material y lo inmaterial; no sólo de las personas, por lo tanto, sino también de las instituciones que ellas forman, – su unión en Cristo, primogénito de toda criatura, el centro de la historia. Cristo, salvador, que regenera y reagrupa bajo su autoridad el mundo creado y que el pecado había trastornado.

El papel de la Iglesia, nuestro compromiso en ella, por llamamiento del Señor en el bautismo, es poner en marcha el Reino de Dios en la historia humana. Es colaborar con Dios en la conducción del mundo hacia su salvación. Nuestra tarea como creyentes, es enderezar el rumbo de la historia humana, cuando ella pierde su norte. [3]

Estamos comentando el Nº 11 del Compendio. En esa labor de evangelización, naturalmente ocupan un lugar primordial los sacerdotes, los religiosos y religiosas. El Compendio dice que ellos, y, en general, los formadores encontrarán en esta obra una guía para su enseñanza y un instrumento de servicio pastoral. Y en particular sobre los laicos añade: Los fieles laicos, que buscan el Reino de los Cielos gestionando los asuntos temporales y ordenándolos según Dios, encontrarán luces para su compromiso específico. Y también las “comunidades cristianas” tienen sus palabras en el Compendio. A ellas les dice que podrán utilizar este documento para analizar objetivamente las situaciones, clarificarlas a la luz de las palabras inmutables del Evangelio, pueden encontrar principios de reflexión, criterios de juicio y orientación para la acción. Estas últimas palabras que toma el Compendio de la Carta Apostólica Octogesima Adveniens (4) valen para todos.

Finalmente, como decíamos, el Compendio no se ha preparado sólo para los católicos y nos da argumentos para comprender por qué los no católicospueden encontrarlo útil. En el Nº 12 se lee:

Este documento se propone también a los hermanos de otras Iglesias y Comunidades Eclesiales, a los seguidores de otras religiones, así como a cuantos, hombres y mujeres de buena voluntad, están comprometidos en el servicio del bien común: quieran recibirlo como el fruto de una experiencia humana universal, colmada de innumerables signos de la presencia del Espíritu de Dios. Es un tesoro de cosas nuevas y antiguas (cf Mt 13,52), que la Iglesia quiere compartir, para agradecer a Dios, de quien “desciende toda dádiva buena y todo don perfecto” (Santiago 1,17). Constituye un signo de esperanza el hecho (de) que hoy las religionesy las culturas manifiesten disponibilidad al diálogo y adviertan la urgencia de unir los propios esfuerzos para favorecer la justicia, la fraternidad, la paz y el crecimiento de la persona humana.

En una labor como la divulgación y aplicación de la D.S.I. no podemos excluir a nadie. Ese es el espíritu de la Iglesia, como se manifestó en particular en la Constitución Gaudium et Spes, en donde encontramos una orientación clara. Dice allí en el Nº 92, sobre el diálogo entre todos los hombres:

Nuestro espíritu abraza al mismo tiempo a los hermanos que todavía no viven unidos a nosotros en la plenitud de comunión y abraza también a sus comunidades. Con todos ellos nos sentimos unidos por la confesión del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo y por el vínculo de la caridad, conscientes de que la unidad de los cristianos es objeto de esperanzas y deseos hoy, incluso por muchos que no creen en Cristo. Luego dice que ajustándonos cada vez más al Evangelio, procuremos cooperar fraternalmente para servir a la familia humana, que está llamada en Cristo Jesús a ser la familia de los hijos de Dios.

Y va más allá la Iglesia: no excluye del diálogo a los no creyentes, pues continúa en la misma Gaudium et Spes: el deseo de este coloquio, que se siente movido hacia la verdad por impulso exclusivo de la caridad, salvando siempre la necesaria prudencia, no excluye a nadie por parte nuestra, ni siquiera a los que cultivan los bienes esclarecidos del espíritu humano, pero no reconocen todavía al Autor de todos ellos. Ni tampoco excluye a aquellos que se oponen a la Iglesia y la persiguen de varias maneras.

Podemos interpretar que, como dice el Compendio, la D.S.I. se propone a cuantos hombres y mujeres de buena voluntad, están comprometidos en el servicio del bien común. En la práctica los que se oponen a la Iglesia y la persiguen, no acudirán a sus enseñanzas, pero ojalá lo hicieran. Sobre las demás comunidades cristianas, al final del Nº 11, dice el Compendio que Con ellas, la Iglesia Católica está convencida que de la herencia común de las enseñanzas sociales custodiadas por la tradición viva del pueblo de Dios derivan estímulos y orientaciones para una colaboración cada vez más estrechaen la promoción de la justicia y de la paz.

 

Terminemos con las líneas finales de la oración a la Virgen, con que Juan Pablo II terminó la exhortación Christifideles laici: Virgen Madre, guíanos y sosténnos para que vivamos siempre como auténticos hijos e hijas de la Iglesia de tu Hijo y podamos contribuir a establecer sobre la tierrala civilización de la verdad y del amor, según el deseo de Dios y para su gloria. Amén.

Fernando Díaz del Castillo Z.

reflexionesdsi@gmail.com



(1) Juan Pablo II, Christifideles laici, Nº 15

[2] Lumen Gentium, 26

[3]Cfr. Ejercicios Espirituales Nº 23, Cardenal Carlo Maria Martini, Ordenar la Propia Vida, Nancea, S.A. de ediciones, Pg. 35s,