Reflexión 233 Caritas in veritate Cap. V (2)

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En las relaciones con los demás crecemos como personas

En el programa pasado empezamos el estudio del capítulo quinto de la encíclica Caritas in veritate, Caridad en la verdad, de Benedicto XVI. Este capítulo quinto lleva por título La Colaboración de la Familia Humana. Como esta encíclica actualiza la DSI sobre el desarrollo integral de los pueblos, podemos pensar que se refiere a la colaboración de la familia humana en el desarrollo. Por el momento que estamos viviendo, en el que de manera antes inconcebible, se enfilan las baterías contra la familia, es un asunto de la mayor importancia que no podemos pasar por alto.

En el programa anterior comenzamos a presentar un resumen del capítulo quinto y alcanzamos a leer algo de las palabras del Santo Padre. Nos dice que una de las pobrezas humanas más profundas es la soledad; como ser espiritual, la criatura humana se define por sus relaciones interpersonales. Es decir, que ser capaz de relacionarse con las demás personas es una característica propia del ser humano, que no poseen los demás seres vivos en la tierra. Su identidad va madurando en la relación con los demás, si esa es relación es auténtica, sin mentiras, sin manipulaciones, sin segundas intenciones. En las relaciones interpersonales  transparentes, para utilizar una expresión muy común ahora, es decir, en las relaciones interpersonales vividas con verdad,  las personas crecen, desarrollan su potencial humano.

Añade la encíclica que la comunidad familiar, cuando es verdadera comunidad, no esconde, no camufla a las personas, sino que más bien, respetando su diversidad, facilita las relaciones de sus integrantes de forma más sincera, más transparente.

Podemos decir que los individuos se desarrollan gracias a la inclusión de todos en esa red de relaciones de las personas y de los pueblos, que constituyen así una única familia humana. Esa familia humana hay que construirla en la solidaridad y basados en la justicia y la paz. Los mejores modelos de esa comunidad son, ante todo, la vida perfecta de la Trinidad y a imitación suya, la vida de los esposos, vivida en el amor sacramental.

El cristianismo enseña entonces, que la capacidad de relacionarse con los demás es un elemento esencial del ser humano. Esa capacidad de relacionarse los individuos y los pueblos es muy importante en el desarrollo humano integral.

Es indispensable que Dios tenga un lugar en la esfera pública

Nos repite también Benedicto XVI que para contribuir al desarrollo de los pueblos es indispensable que Dios tenga un lugar en la esfera pública. Los políticos que se prestan para sacar a Dios de la vida de su pueblo no trabajan por su desarrollo, se oponen al encuentro entre las personas y al progreso de la humanidad. Si sacamos a Dios de nuestras relaciones humanas, y lo sacamos cuando sacamos de ellas la caridad y con ella la solidaridad, la verdad, la justicia, ¿es posible el desarrollo?

En palabras del Papa en la encíclica Caritas in veritate, Caridad en la verdad, en el número 53, las pobrezas materiales y la pobreza de la soledad, con frecuencia son provocadas por el rechazo del amor de Dios, por una tragedia original de cerrazón del hombre en sí mismo, pensando ser autosuficiente, o bien un mero hecho insignificante y pasajero, un «extranjero» en un universo que se ha formado por casualidad. El hombre está alienado cuando vive solo o se aleja de la realidad, cuando renuncia a pensar y creer en un Fundamento[1]. Toda la humanidad está alienada cuando se entrega a proyectos exclusivamente humanos, a ideologías y utopías falsas.

¿Qué significa alienarse?

Recordábamos que alienarse quiere decir perder la propia identidad, de manera que el ser humano se aliena cuando se aísla  de sus semejantes, porque renuncia a su capacidad de relacionarse con los demás y su capacidad de relación con los otros es esencial en su identidad de ser humano. Lo mismo sucede cuando la persona humana se encierra en sí mismo y rechaza la realidad de su Fundamento, que es Dios que lo creó, y obra como si fuera autosuficiente. Nos dice Benedicto XVI que El hombre se valoriza no aislándose  sino poniéndose en relación con los otros y con Dios. Por tanto, la importancia de dichas relaciones es fundamental.

El modelo de la relación perfecta

No es raro que cuando los sociólogos, los antropólogos y los políticos no creyentes presentan a la humanidad como independiente de un ser superior, completamente autónoma y autosuficiente, piensen que están engrandeciendo a la persona  humana; pero aunque se presenten como profundos pensadores, su pensamiento se queda sólo en la superficie del ser humano, que es hasta donde alcanzan los sentidos.  Se requiere el aporte de la filosofía y de la teología para abarcar al ser humano en su ser completo. Los que aíslan de Dios a la persona humana, no pueden comprender el modelo perfecto de la relación, es decir, cómo relacionarse de manera perfecta según el modelo que es la Trinidad, a cuya imagen estamos creados los seres humanos. Según ese modelo perfecto, debemos esforzarnos para que nuestras relaciones sean en amor y en verdad.

La alegría de ser imagen más viva y más hermosa del Creador

No temamos defender la dignidad de la persona humana, frente a las campañas de moda, que pretenden dignificarla, negando precisamente el origen de su dignidad. Tengamos presentes las palabras de Juan Pablo II, cuando dijo a las Academias Pontificias, el 8 de noviembre de 2001: Es preciso vencer todo temor y afrontar estos desafíos históricos, confiando en la luz y en la fuerza del Espíritu que el Señor resucitado sigue dando a su Iglesia. “Duc in altum, remad mar adentro”, repetí muchas veces en la carta apostólica Novo millennio ineunte. Hoy os confío también a vosotros esta invitación de Cristo, para que afrontéis con valentía y competencia los múltiples y complejos problemas de nuestro tiempo, a fin de sostener un humanismo en el que el hombre pueda reencontrar la alegría de ser imagen más viva y más hermosa del Creador. 

Sigamos ahora con el N° 55 de Caritas in veritate.

Formas de «religión» que alejan a las personas unas de otras, en vez de hacer que se encuentren, y las apartan de la realidad

 

La revelación cristiana sobre la unidad del género humano presupone una interpretación metafísica del humanum (de lo que significa ser humano), en la que la relacionalidad es elemento esencial. También otras culturas y otras religiones enseñan la fraternidad y la paz y, por tanto, son de gran importancia para el desarrollo humano integral. Sin embargo, no faltan actitudes religiosas y culturales en las que no se asume plenamente el principio del amor y de la verdad, terminando así por frenar el verdadero desarrollo humano e incluso por impedirlo. El mundo de hoy está siendo atravesado por algunas culturas de trasfondo religioso, que no llevan al hombre a la comunión, sino que lo aíslan en la búsqueda del bienestar individual, limitándose a gratificar las expectativas psicológicas. También una cierta proliferación de itinerarios religiosos de pequeños grupos, e incluso de personas individuales, así como el sincretismo religioso, pueden ser factores de dispersión y de falta de compromiso. Un posible efecto negativo del proceso de globalización es la tendencia a favorecer dicho sincretismo[2], alimentando formas de «religión» que alejan a las personas unas de otras, en vez de hacer que se encuentren, y las apartan de la realidad. Al mismo tiempo, persisten a veces parcelas culturales y religiosas que encasillan la sociedad en castas sociales estáticas, en creencias mágicas que no respetan la dignidad de la persona, en actitudes de sumisión a fuerzas ocultas. En esos contextos, el amor y la verdad encuentran dificultad para afianzarse, perjudicando el auténtico desarrollo.

Es muy importante que estemos atentos a lo que ahora se oye por los medios de comunicación y se defiende tranquilamente en reuniones sociales por personas ingenuas que se dejan contagiar por la aparente espiritualidad de movimientos a los que se refiere el Papa cuando menciona que

El mundo de hoy está siendo atravesado por algunas culturas de trasfondo religioso, que no llevan al hombre a la comunión, sino que lo aíslan en la búsqueda del bienestar individual, limitándose a gratificar las expectativas psicológicas.

No confundamos la meditación católica que es oración

Con frecuencia se da el nombre de meditación a unos ejercicios mentales que no tienen nada que ver con la oración, que es entrar en relación con lo espiritual, con Dios, especialmente a través de la consideración de su Palabra. La meditación católica no es simplemente un ejercicio mental que algunos definen como un estado de concentración en el momento presente, una focalización de la mente en un objeto, como puede ser en la respiración o la recitación constante y repetitiva de una palabra.[3]

Puede ser que algunos de esos ejercicios mentales y físicos sean una ayuda psicológica para ordenar la mente, para calmar la ansiedad, para aprender técnicas de relajación del cuerpo y de la mente, de manera que no se pueden condenar, y aun pueden servir de ejercicio previo a la meditación; pero no los confundamos con la meditación católica que nos enseñan los maestros espirituales y que se refieren siempre a Dios.  

Siguiendo con el N° 55 de Caritas in veritate, luego de mencionar que Un posible efecto negativo del proceso de globalización es la tendencia a favorecer el (…) sincretismo, alimentando formas de «religión» que alejan a las personas unas de otras, en vez de hacer que se encuentren, y las apartan de la realidad  el Papa dice:

También una cierta proliferación de itinerarios religiosos de pequeños grupos, e incluso de personas individuales, así como el sincretismo religioso, pueden ser factores de dispersión y de falta de compromiso. Un posible efecto negativo del proceso de globalización es la tendencia a favorecer dicho sincretismo[4], alimentando formas de «religión» que alejan a las personas unas de otras, en vez de hacer que se encuentren, y las apartan de la realidad.

¿Qué es el sincretismo religioso?

¿Qué es el sincretismo religioso? Por sincretismo religioso se entiende la pretensión de conciliar doctrinas o religiones diferentes, por ejemplo entre judíos, musulmanes, cristianos, religiones de oriente como el budismo y otros movimientos, en particular algunos originarios de la India. Algunas personas, buenas e ingenuas, conservan su amor a Jesucristo, pero aceptan los cuentos de que después de su crucifixión, Jesús apareció en la India y allá siguió su predicación. A otros les parece que todas las religiones son iguales; sólo les parece importante creer en Dios. Lo demás les parece que son inventos de los hombres. Los católicos creemos que la Iglesia la fundó Jesucristo, Dios y Hombre y que su Espíritu la guía y la acompaña. Para nosotros, Jesucristo es Hijo de Dios, Dios como el Padre y el Espíritu Santo. Jesucristo es Dios hecho hombre, que nos permite tener con Él,  el conocimiento de Dios.

¿Cómo es Dios?

El Cardenal Ratzinger, ahora Benedicto XVI, a la observación de un periodista, quien le dijo que su hijo pequeño, a veces le preguntaba cómo es Dios, el Cardenal respondió: Yo le contestaría diciendo que uno se puede imaginar a Dios tal como lo conocemos a través de Jesucristo . Cristo dijo una vez: «Quien me ve a mí, ve al Padre.»

La libertad religiosa no significa indiferentismo religioso y no comporta que todas las religiones sean iguales

Leamos la última parte del N° 55 de Caritas in veritate:

Por este motivo, aunque es verdad que, por un lado, el desarrollo necesita de las religiones y de las culturas de los diversos pueblos, por otro lado, sigue siendo verdad también que es necesario un adecuado discernimiento. La libertad religiosa no significa indiferentismo religioso y no comporta que todas las religiones sean iguales[5]. El discernimiento sobre la contribución de las culturas y de las religiones es necesario para la construcción de la comunidad social en el respeto del bien común, sobre todo para quien ejerce el poder político. Dicho discernimiento deberá basarse en el criterio de la caridad y de la verdad. Puesto que está en juego el desarrollo de las personas y de los pueblos, tendrá en cuenta la posibilidad de emancipación y de inclusión en la óptica de una comunidad humana verdaderamente universal. El criterio para evaluar las culturas y las religiones es también «todo el hombre y todos los hombres». El cristianismo, religión del «Dios que tiene un rostro humano»[6], lleva en sí mismo un criterio similar.

El corazón del capítulo quinto de Caridad en la verdad, es la colaboración de la familia humana al desarrollo. Pone de relieve el Santo Padre que el desarrollo de los pueblos depende sobre todo del reconocimiento de ser todos una sola familia. Para los cristianos es fácil entender el fundamento de esa afirmación, porque creemos en la Paternidad universal del Creador. La consecuencia es obvia: la religión cristiana puede contribuir al desarrollo solo si Dios encuentra un puesto también en la esfera pública.

Hay varios asuntos que nos invitan a reflexionar sin pasar por encima de ellos, porque podemos perder la comprensión de la encíclica en temas importantes.

El desarrollo necesita de las religiones y de las culturas de los diversos pueblos

Nos dice el Papa claramente que el desarrollo necesita de las religiones y de las culturas de los diversos pueblos. Esta afirmación manifiesta respeto por otras religiones y otras culturas distintas de las nuestras y defensa de la libertad religiosa. Al mismo tiempo el Papa advierte que es necesario un adecuado discernimiento, porque La libertad religiosa no significa indiferentismo religioso y no comporta que todas las religiones sean iguales.

Antes había diferenciado la encíclica Caridad en la verdad entre el cristianismo y otras religiones que ayudan al desarrollo por una parte, y otras que no ayudan al desarrollo, cuando afirma que no faltan actitudes religiosas y culturales en las que no se asume plenamente el principio del amor y de la verdad, terminando así por frenar el verdadero desarrollo humano e incluso por impedirlo. Se refería a los grupos humanos extremistas que defienden un aparente punto de vista segregacionista de las personas que no piensan como ellas y llegan a acudir a la violencia. No pueden promover a la familia humana si utilizan contra ella la violencia.

 

 

Y como la libertad religiosa no es lo mismo que el indiferentismo religioso ni todas las religiones son iguales, el Papa invita al discernimiento, a diferenciar, a tener cuenta la contribución de las culturas y de las religiones en la construcción de la comunidad social en el respeto del bien común. Criterios importantes en ese discernimiento, además del respeto al bien común son además la caridad y  la verdad. El Papa solicita este discernimiento especialmente a los que ejercen el poder público.



[1] Cf. Juan Pablo II, Carta Enc. Centesimus annus, 41

[2] Cf. Juan Pablo II, Discurso a la VI sesión pública de las Academias Pontificias (8 noviembre 2001), 3: L’Osservatore Romano, ed. en lengua española (16 noviembre 2001), p. 7.

[3] Una descripción de las diversas maneras de meditar se puede encontrar en Wikipedia.

[4] Cf. Juan Pablo II, Discurso a la VI sesión pública de las Academias Pontificias (8 noviembre 2001), 3: L’Osservatore Romano, ed. en lengua española (16 noviembre 2001), p. 7.

[5]  Cf. Congregación para la Doctrina de la Fe, Declaración Dominus Iesus, sobre la unicidad y la universalidad salvífica de Jesucristo y de la Iglesia (6 agosto 2000), 22: AAS 92 (2000), 763-764; Id., Nota doctrinal sobre algunas cuestiones relativas al compromiso y la conducta de los católicos en la vida política (24 noviembre 2002), 8: AAS 96 (2004), 369-370.

[6]  Carta Enc. Spe salvi, 31: l.c., 1010; cf. Discurso a los participantes en la IV Asamblea Eclesial Nacional Italiana (19 octubre 2006): l.c., 8-10.

Reflexión 232 Caritas in veritate Cap.V

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Capítulo quinto: La Colaboración de la Familia Humana

La semana pasada terminamos el estudio del capítulo cuarto de Caritas in veritate, en español Caridad en la verdad, la encíclica social de Benedicto XVI. Vamos a empezar hoy el capítulo quinto. El título del capítulo quinto de Caritas in veritate es La Colaboración de la Familia Humana. Por el asunto que trata la encíclica, que es el desarrollo integral, es muy llamativo adentrarnos en el papel de la familia en el desarrollo del los pueblos. Ocupa este capítulo  del N° 53 al 67. Es un espacio considerable. Comencemos por presentar un resumen de este capítulo; así sabremos de qué se trata.

La soledad una de las pobrezas humanas más profundas

Comienza este capítulo con la presentación de una situación que se advierte cada vez más preocupante, y que  no es una amenaza, sino una realidad presente: nos dice Benedicto XVI que la soledad es una de las formas más profundas de pobreza que el ser humano puede experimentar;  y todos sabemos que la soledad se está convirtiendo en una característica de esta época, que de modo paradójico, se distingue por sus progresos en los medios de comunicación.

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 Añade la encíclica que el desarrollo se apoya en el reconocimiento de que la raza humana es una familia única, que trabaja en verdadera comunión.[1] Si el desarrollo presupone que la raza humana funcione como una familia, estamos lejos de conseguirlo.

Conectividad pero no comunicación

Es verdad que en nuestra época hay más facilidades para la comunicación de los seres humanos, sin que importen las enormes distancias que nos separen. Sin embargo, como decía en estos días alguien, hay mucha conectividad, pero no por eso hay mayor comunicación. Hay más medios para comunicarnos, gracias, especialmente al desarrollo de internet, pero no por eso el ser humano está mejor comunicado. Tenemos muchos vecinos, pero con frecuencia ni siquiera conocemos sus nombres. Hay comunicación física, pero incompleta: estamos conectados por teléfonos que nunca suenan. Sucede  que a veces falla el que transmite sus pensamientos, sus deseos, sus intereses; no sabe cómo hacerlo; otras veces falla el que recibe esos mensajes, porque no se abre para comprenderlos. También, con frecuencia, fallan los dos.

Una de las pobrezas humanas más profundas es la soledad; como ser espiritual, la criatura humana se define por sus relaciones interpersonales. Su identidad va madurando en la relación con los demás, si esa es relación es auténtica, sin mentiras, sin manipulaciones, sin segundas intenciones. En las relaciones interpersonales vividas con verdad, con franqueza,  utilizando una expresión muy común ahora, en las relaciones interpersonales transparentes, las personas crecen, desarrollan su potencial humano.

La comunidad familiar, cuando es real, de verdad comunidad, no esconde la identidad de los individuos, no camufla a las personas ni a las culturas, sino que más bien, respetando su diversidad, facilita las relaciones de sus integrantes de forma más sincera, más transparente.

Modelos de comunidad perfecta

Podemos decir que los individuos se desarrollan gracias a la inclusión de todos en esa red de relaciones de las personas y de los pueblos, que constituyen así una única familia humana. Esa familia humana hay que construirla en la solidaridad y basados en la justicia y la paz. Los mejores modelos de esa comunidad son, ante todo, la vida perfecta de la Trinidad, y a imitación suya, el amor sacramental de los esposos. Qué lejos están de construir una sociedad solidaria y justa, los que pretenden hacerlo con el uso de la lucha de clases, del odio que incita a la violencia y a la muerte.

 El cristianismo enseña que la capacidad de relacionarse con los demás es un elemento esencial del ser humano.

Otras religiones que promueven las relaciones entre las personas y los pueblos son importantes también para el desarrollo humano integral. Por el contrario, las religiones que dividen a la sociedad en grupos sociales rígidos y así la osifican, la vuelven inflexible, impiden su desarrollo.

Las personas que ostentan poder político necesitan utilizar el discernimiento, es decir la capacidad de distinguir en medio de situaciones confusas, si desean promover la emancipación, la liberación y la inclusión de todos en una verdadera comunidad humana universal.

La capacidad de relacionarse, elemento esencial del ser humano

De manera que, según la encíclica Caritas in veritate,  el cristianismo enseña que la capacidad de relacionarse con los demás es un elemento esencial del ser humano.

Nos enseña también que el cristianismo y las otras religiones  que promueven las relaciones entre las personas y los pueblos son importantes para el desarrollo humano integral y que por el contrario, las religiones que dividen a la sociedad en grupos sociales rígidos, la vuelven inflexible e impiden su desarrollo.

Y, ¿es suficiente que las religiones promuevan las relaciones entre las personas para contribuir al desarrollo? O ¿qué más se requiere? Es indispensable que Dios tenga un lugar en la esfera pública. Hoy no pocos le niegan ese lugar; se esconden tras la afirmación de que el país es un país laico, y para ellos eso significa un país sin Dios, cuando pretenden implantar leyes como el aborto. Se pretende eliminar a Dios de en medio, les estorba. Pretenden tomar decisiones que afectan a todo el país, sin tener en cuenta las bases que lo fundamentan desde los mismos comienzos de la república. Es verdad que en un campo así, en esa oscuridad, las religiones no pueden contribuir al desarrollo. Dios es de la esencia de la religión; las religiones no pueden dejar de ser lo que son.

La exclusión de la religión, por una parte, y el fundamentalismo religioso por otra, son obstáculos para el encuentro entre las personas y su colaboración para el progreso de la humanidad.

La razón necesita ser purificada por la fe y la fe por la razón

No se trata de prescindir tampoco de la razón. Así como la razón necesita siempre ser purificada por la fe, la religión necesita ser purificada por la razón. No puede haber un divorcio entre la fe y a razón.

Leamos las palabras mismas del Papa en los cuatro primeros números de la encíclica.

53. Una de las pobrezas más hondas que el hombre puede experimentar es la soledad. Ciertamente, también las otras pobrezas, incluidas las materiales, nacen del aislamiento, del no ser amados o de la dificultad de amar. Con frecuencia, son provocadas por el rechazo del amor de Dios, por una tragedia original de cerrazón del hombre en sí mismo, pensando ser autosuficiente, o bien un mero hecho insignificante y pasajero, un «extranjero» en un universo que se ha formado por casualidad. El hombre está alienado cuando vive solo o se aleja de la realidad, cuando renuncia a pensar y creer en un Fundamento[2]. Toda la humanidad está alienada cuando se entrega a proyectos exclusivamente humanos, a ideologías y utopías falsas[3].

Recordemos que alienarse es perder la propia identidad. Nos dice el Papa que el ser humano está alienado cuando vive solo,  aislándose de los demás, porque si renuncia a la capacidad de relacionarse con los demás, renuncia a un elemento esencial de su identidad como ser humano, como lo vimos antes.

 Hoy la humanidad aparece mucho más interactiva que antes: esa mayor vecindad debe transformarse en verdadera comunión. El desarrollo de los pueblos depende sobre todo de que se reconozcan como parte de una sola familia, que colabora con verdadera comunión y está integrada por seres que no viven simplemente uno junto al otro[4].

Pablo VI señalaba que «el mundo se encuentra en un lamentable vacío de ideas»[5]. La afirmación contiene una constatación, pero sobre todo una aspiración: es preciso un nuevo impulso del pensamiento para comprender mejor lo que implica ser una familia; la interacción entre los pueblos del planeta nos urge a dar ese impulso, para que la integración se desarrolle bajo el signo de la solidaridad[6] en vez del de la marginación. Dicho pensamiento obliga a una profundización crítica y valorativa de la categoría de la relación. Es un compromiso que no puede llevarse a cabo sólo con las ciencias sociales, dado que requiere la aportación de saberes como la metafísica y la teología, para captar con claridad la dignidad trascendente del hombre.

La criatura humana, en cuanto de naturaleza espiritual, se realiza en las relaciones interpersonales. Cuanto más las vive de manera auténtica, tanto más madura también en la propia identidad personal. El hombre se valoriza no aislándose  / sino poniéndose en relación con los otros y con Dios. Por tanto, la importancia de dichas relaciones es fundamental. Esto vale también para los pueblos. Consiguientemente, resulta muy útil para su desarrollo una visión metafísica de la relación entre las personas. A este respecto, la razón encuentra inspiración y orientación en la revelación cristiana, según la cual la comunidad de los hombres no absorbe en sí a la persona anulando su autonomía, como ocurre en las diversas formas del totalitarismo, sino que la valoriza más aún porque la relación entre persona y comunidad es la de un todo hacia otro todo[7]. De la misma manera que la comunidad familiar no anula en su seno a las personas que la componen, y la Iglesia misma valora plenamente la «criatura nueva» (Ga 6,15; 2 Co 5,17), que por el bautismo se inserta en su Cuerpo vivo, así también la unidad de la familia humana no anula de por sí a las personas, los pueblos o las culturas, sino que los hace más transparentes los unos con los otros, más unidos en su legítima diversidad.

¿Para qué una visión metafísica de la persona?

¿Qué quiere decir eso de que resulta muy útil para su desarrollo una visión metafísica de la relación entre las personas? Quiere decir que cuando tratamos obre la relación entre las personas, no nos quedemos en lo superficial, sino que caigamos en cuenta de que la relación entre dos personas no se reduce al gusto pasajero de palabras amables, sino a la conexión de personas que va más allá de palabras amables.

 Este es un tema muy atrayente para los amigos de la filosofía. Cuando se trate de la relación entre las personas, el Papa nos invita a tener una visión metafísica, es decir que vaya más allá de lo físico, de lo material de las personas. Para comprender a la persona humana y a la familia en toda su profundidad, necesitamos de la filosofía y de la teología. No es comparable la relación entre las personas, con la conexión entre dos aparatos, dos teléfonos, los computadores en red, por ejemplo. Ese tipo de conexión la entienden muy bien los ingenieros. Una auténtica relación entre seres humanos involucra no sólo la voz, el tacto, la vista. La auténtica relación humana es más rica que  una agradable conversación  alrededor de un vino o de un café; comunica a dos personas que piensan, que sienten, que aman y comparten lo que piensan, lo que sienten, que comparten lo que son. Una auténtica relación humana va más hondo que la piel.

Continuemos la lectura del N° 54 de Caritas in veritate, Caridad en la verdad

 El tema del desarrollo coincide con el de la inclusión relacional de todas las personas y de todos los pueblos en la única comunidad de la familia humana, que se construye en la solidaridad sobre la base de los valores fundamentales de la justicia y la paz. Esta perspectiva se ve iluminada de manera decisiva por la relación entre las Personas de la Trinidad en la única Sustancia divina. La Trinidad es absoluta unidad, en cuanto las tres Personas divinas son relacionalidad pura. La transparencia recíproca entre las Personas divinas es plena y el vínculo de una con otra total, porque constituyen una absoluta unidad y unicidad. Dios nos quiere también asociar a esa realidad de comunión: «para que sean uno, como nosotros somos uno» (Jn 17,22). La Iglesia es signo e instrumento de esta unidad[8]. También las relaciones entre los hombres a lo largo de la historia se han beneficiado de la referencia a este Modelo divino. En particular, a la luz del misterio revelado de la Trinidad, se comprende que la verdadera apertura no significa dispersión centrífuga, sino compenetración profunda. Esto se manifiesta también en las experiencias humanas comunes del amor y de la verdad. Como el amor sacramental une a los esposos espiritualmente en «una sola carne» (Gn 2,24; Mt 19,5; Ef 5,31), y de dos que eran hace de ellos una unidad relacional y real, de manera análoga la verdad une los espíritus entre sí y los hace pensar al unísono, atrayéndolos y uniéndolos en ella.

 


[1] Este resumen está basado en el trabajo del Center of Concern www.coc.org, traducido al español por el Instituto Social León XIII www.instituto-social-leonxiii.org

[2] Cf. Juan Pablo II, Carta Enc. Centesimus annus, 41

[3] Ibíd.

[4] Cf. Id., Carta Enc. Evangelium vitae, 20

[5] Carta Enc. Populorum progressio, 85

[6] Cf. Juan Pablo II, Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 1998, 3 ; Id., Discurso a los Miembros de la Fundación «Centesimus Annus» pro Pontífice (9 mayo 1998), 2: L’Osservatore Romano, ed. en lengua española (22 mayo 1998), p. 6; Id., Discurso a las autoridades y al Cuerpo diplomático durante el encuentro en el «Wiener Hofburg» (20 junio 1998), 8: L’Osservatore Romano, ed. en lengua española (26 junio 1998), p. 10; Id., Mensaje al Rector Magnífico de la Universidad Católica del Sagrado Corazón (5 mayo 2000), 6: L’Osservatore Romano, ed. en lengua española (26 mayo 2000), p. 3.

[7] Según Santo Tomás «ratio partis contrariatur rationi personae» en III Sent d. 5, 3, 2; también: «Homo non ordinatur ad communitatem politicam secundum se totum et secundum omnia sua» en Summa  Theologiae, I-II, q. 21, a. 4., ad 3um.

[8] Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. Lumen gentium, sobre la Iglesia, 1.

Reflexión 231 Caritas in veritate, Ecología Humana (2)

La Ecología abarca el cuidado de los seres humanos

En el programa anterior terminamos nuestra reflexión sobre el capítulo cuarto de la encíclica  Caritas in veritate, Caridad en la verdad, de Benedicto XVI; el Santo Padre dedica ese capítulo cuarto a nuestros deberes y derechos con el medio ambiente. Quizás antes de que estudiáramos este capítulo, alguien se pudo preguntar si la ecología tenía algo que ver con la DSI. Ahora vemos que sí, y tiene mucho que ver. Comprendimos también que los alcances de la ecología van más allá de la defensa del aire, de los animales, de las plantas, del agua. Descubrimos que la ecología abarca también el cuidado de los seres humanos. Nos hicimos conscientes también, de que, como católicos, tenemos una grave responsabilidad de hacernos oír en defensa de la naturaleza y que en la defensa de la naturaleza se incluye el ser humano según los planes de Dios.

A este respecto recordamos las palabras del Papa en Caritas in veritate:

La Iglesia tiene una responsabilidad respecto a la creación y la debe hacer valer en público. Y, al hacerlo, no sólo debe defender la tierra, el agua y el aire como dones de la creación que pertenecen a todos. Debe proteger sobre todo al hombre contra la destrucción de sí mismo. Es necesario que exista una especie de ecología del hombre bien entendida. En efecto, la degradación de la naturaleza está estrechamente unida a la cultura que modela la convivencia humana: cuando se respeta la «ecología humana» en la sociedad, también la ecología ambiental se beneficia.

Es una contradicción pedir a las nuevas generaciones el respeto al ambiente natural, cuando la educación y las leyes no las ayudan a respetarse a sí mismas. El libro de la naturaleza es uno e indivisible, tanto en lo que concierne a la vida, la sexualidad, el matrimonio, la familia, las relaciones sociales, en una palabra, el desarrollo humano integral. Los deberes que tenemos con el ambiente están relacionados con los que tenemos para con la persona considerada en sí misma y en su relación con los otros. No se pueden exigir unos y conculcar otros. Es una grave antinomia de la mentalidad y de la praxis actual, que envilece a la persona, trastorna el ambiente y daña a la sociedad.

Juan Pablo II dijo que incluso el hombre es para sí mismo un don de Dios

Mientras nos preocupamos justamente, aunque mucho menos de lo necesario, de preservar los «habitat» naturales de las diversas especies animales amenazadas de extinción, porque nos damos cuenta de que cada una de ellas aporta su propia contribución al equilibrio general de la tierra, nos esforzamos muy poco por salvaguardar las condiciones morales de una auténtica «ecología humana». No sólo la tierra ha sido dada por Dios al hombre, el cual debe usarla respetando la intención originaria de que es un bien, según la cual le ha sido dada; incluso el hombre es para sí mismo un don de Dios y, por tanto, debe respetar la estructura natural y moral de la que ha sido dotado. Hay que mencionar en este contexto los graves problemas de la moderna urbanización, la necesidad de un urbanismo preocupado por la vida de las personas, así como la debida atención a una «ecología social» del trabajo.

Las enseñanzas de los pontífices son maravillosas. Pero, en materia de ecología, nos debe preocupar nuestra falta de coherencia entre lo que pensamos, lo que decimos y lo que hacemos. Hay tantas encíclicas que desconocemos, aunque sabemos que existen; conocemos y tenemos conciencia de que la doctrina católica, que se basa en las Sagradas Escrituras, en la tradición y el Magisterio, es muy bien fundada y clara. Creemos que la doctrina católica abarca toda la vida y que necesitamos su guía en el recorrido que hacemos hasta llegar a la meta, que es la unión con Dios en la vida eterna.

Muchas veces sabemos lo que debemos hacer, pero no se nos ocurre el cómo

No siempre se obra contra las enseñanzas de la Iglesia por ignorancia; a veces sí, nuestra ignorancia en materia religiosa nos puede llevar por caminos equivocados; por eso es necesario que conozcamos nuestra fe, que la estudiemos. Sin embargo muchas veces sí sabemos lo que debemos hacer, pero no se nos ocurre el cómo, y permanecemos inactivos. Entonces, aunque hablemos maravillas sobre la fe, fallamos en la acción equivocada o en la inacción y la fe sin obras es muerta.

Por eso los directores espirituales recomiendan el examen de conciencia, si queremos avanzar en la vida espiritual. Y  la Iglesia recomienda el método VER-JUZGAR-ACTUAR para no equivocarnos en la acción apostólica. Debemos conocer la situación, las circunstancias; compararlas con lo que deberían ser de acuerdo con el Evangelio y actuar en consecuencia. No creo que examinemos con frecuencia nuestra conducta en lo que se refiere al cuidado de la naturaleza.

Hoy voy a presentar un ejemplo de las acciones que en materia de ecología realiza la Iglesia, en una orden religiosa,  de manera que podemos ver que la Iglesia hace más que enseñarnos la teoría  sobre nuestros derechos y nuestros deberes en el cuidado de la naturaleza. Esto nos puede ayudar a reflexionar sobre nuestra actitud y nuestra acción en el cuidado de la naturaleza, que no se debe quedar en palabras.

¿Les importa la ecología a los jesuitas?

La Iglesia no sólo nos enseña la doctrina social, sino también cómo se puede actuar en defensa de la naturaleza.

La Compañía de Jesús, una de las órdenes religiosas que se distingue por su apostolado social en todo el mundo, ha tomado la ecología como uno de los campos de apostolado de mayor importancia en el tiempo actual. La información que voy a presentar la he tomado en internet, de documentos que los jesuitas ofrecen al público libremente.

El año 2008, se reunió en Roma la 35 Congregación General, compuesta por 225 jesuitas delegados de todo el mundo. Su tarea consistía, primero en elegir al nuevo Superior General de la orden y luego se dedicaron a estudiar, a revisar, se puede decir, temas que tenían que ver con la identidad, la vida y la misión de los jesuitas, con el fin de orientar su trabajo apostólico. Antes de cumplir con su tarea, los delegados escucharon al Santo Padre Benedicto XVI, quien los recibió en audiencia. El Papa dibujó ate lo ojos de los presentes, con profundo afecto, una visión dinámica de la misión y servicio a la Iglesia, de parte de la Compañía de Jesús y los invitó a volver la mirada hacia el futuro, para, en sus palabras, “responder a las expectativas que la Iglesia tiene puestas en vosotros”.

El servicio a la fe y la promoción de la justicia no pueden ser para ellos un ministerio entre otros muchos, sino el factor integrador de todos sus ministerios

La Congregación General de los jesuitas, en las reflexiones sobre su identidad y su misión en la Iglesia, encontró con claridad que el servicio a la fe y la promoción de la justicia no pueden ser para ellos un ministerio entre otros muchos, sino el factor integrador de todos sus ministerios y de su vida personal y de comunidad extendida por el mundo.

En este panorama, ¿dónde aparece la ecología? El Papa Benedicto XVI en su alocución a los miembros de la Congregación General de los jesuitas, les dijo que estaban ellos reunidos en un momento de profundos cambios y problemas que constituyen un reto importante para la Iglesia católica y para su capacidad de anunciar a nuestros contemporáneos la Palabra de esperanza y de salvación.  Entre los problemas que constituyen un reto para la misión de la Iglesia, el Santo Padre señaló los “acuciantes problemas medioambientales”.

La respuesta de los jesuitas al llamado de la Iglesia la orientaron a trabajar, según se lee en el Decreto 3°, 18 “Como siervos de la misión de Cristo, invitados a trabajar con Él en el restablecimiento de nuestra relación con Dios, con los demás y con la creación” . Es una magnífica síntesis de la labor apostólica a la que son enviados: “Como siervos de la misión de Cristo, invitados a trabajar con Él en el restablecimiento de nuestra relación con Dios, con los demás y con la creación”. Los medios para cumplir esta misión la definieron también: por el ministerio de la Palabra, la celebración  y dispensación de la gracia por los sacramentos y el ejercicio del ministerio de la caridad. Esos medios pueden ser muy extensos y son múltiples en sus modalidades.

El mundo es el campo de acción

Son tareas universales, las de trabajar en el restablecimiento de la relación del mundo con Dios, con los demás y con la creación. El campo es el mundo. Sobre la reconciliación de unos con otros, afirman en el Decreto 3, 27: Nuestro compromiso de ayudar a establecer relaciones justas nos invita a mirar el mundo desde la perspectiva de los pobres y marginados, aprendiendo de ellos, actuando con ellos y a su favor.” Y tienen en cuenta  que el Santo Padre les recordó que, la opción preferencial por los pobres “está implícita en la fe cristológica en un Dios que se ha hecho pobre por nosotros, para enriquecernos con su pobreza (2 Cor 8,9) y que el Santo Padre, Con una mirada profética, los invitó a renovar su misión entre los pobres y por los pobres” (discurso N° 8).

Si conocemos algo del enfoque que la Compañía de Jesús da a la ecología, podemos entender mejor su relación, la de la ecología, con la DSI y por lo tanto la necesidad de adherir como creyentes al trabajo por la reconciliación del mundo con la creación, es decir con la naturaleza.  Intentémoslo.

La reconciliación con la creación una dimensión apostólica

A propósito de la reconciliación con la creación,  los N° 31-36 del Decreto 3° de la Congregación 35 de la Compañía de Jesús, se dedican a esta dimensión apostólica. Voy a transcribir los N° 33 a 36 que nos pueden enriquecer la comprensión de la ecología en el contexto de la DSI. Dicen así:

33.- El modo de acceder y explotar las fuentes de energía y otros recursos naturales está rápidamente aumentando el daño al suelo, al aire, al agua y a todo el medioambiente hasta el punto de ser una amenaza para el futuro del planeta. Agua insalubre, aire contaminado, deforestación masiva, residuos atómicos y desechos tóxicos están causando muerte e indecible sufrimiento, particularmente a los pobres. Muchas comunidades pobres han sido desplazadas y los pueblos indígenas han sido los más afectados.

 34.- Para escuchar, una vez más, el llamamiento a promover relaciones justas con la creación, hemos sido movidos por el clamor de los que sufren las consecuencias de la destrucción medioambiental (por los numerosos postulados recibidos)[1] y por las recientes enseñanzas del Santo Padre y de muchas Conferencias Episcopales sobre este asunto.

Se urge a todos los jesuitas

 35.- Esta Congregación urge a todos los jesuitas y a quienes comparten la misma misión, en particular a las universidades y centros de investigación, a promover estudios y prácticas orientadas a enfrentar las causas de la pobreza y a mejorar el medio ambiente. Debemos encontrar caminos en los cuales nuestra experiencia con los refugiados y los desplazados por una parte, y con las personas que trabajan en la protección del medio ambiente por otra, interactúen con aquellas instituciones, de forma tal / que los resultados de la investigación y la incidencia política[2] consigan beneficios prácticos para la sociedad y el medio ambiente. Esta incidencia política e investigación deberían estar al servicio de los pobres y de quienes trabajan en la protección medioambiental. Con ello se daría una nueva luz a la llamada del Santo Padre a compartir de una forma justa los costos, “teniendo en cuenta el desarrollo de los diversos países”.

 Como respuesta a lo ordenado por la Congregación General, la Compañía de Jesús ha intensificado su apostolado en defensa de la naturaleza, o, como dice la Congregación General, el restablecimiento de la relación con la naturaleza, porque la relación del mundo con la naturaleza se ha deteriorado mucho. Una de las maneras de hacerlo esta orden religiosa, ha sido la creación de un Secretariado para la Justicia Social y la Ecología, con ramas en todos los continentes. Se puede encontrar información sobre sus actividades en internet.[3]

 Como ejemplo de la labor del Secretariado para la Justicia Social y Ecología, es interesante tener en cuenta el documento producido por el grupo de trabajo al que le encargaron la tarea de analizar la misión de la Compañía de Jesús y la ecología. En ese documento ofrecen la visión general, el análisis y las recomendaciones, siguiendo la metodología del VER-JUZGAR-ACTUAR. Profundiza por eso en las características del contexto actual del mundo, la Iglesia y la Compañía y en las relaciones existentes entre la ‘reconciliación’ con la creación‟, por un lado, y la fe, la justicia y el diálogo –tanto interreligioso como cultural- por otro; para terminar, el documento propone un conjunto de recomendaciones finales .[4]

 Miembro de ese grupo de trabajo fue el jesuita colombiano P. José Alejandro Aguilar, quien dirige el proyecto Susuyama, en el departamento de Nariño.

Este documento es la conclusión de un serio trabajo para definir la misión de la reconciliación con la naturaleza, de parte de una orden religiosa que aceptó con entusiasmo la misión a la que la llamó el Sumo Pontífice. Nosotros, católicos laicos podríamos hacer el esfuerzo de definir nuestra misión como creyentes, en el trabajo por la ecología, por la reconciliación con la naturaleza.

Ecología en ambiente espiritual

Es  interesante observar el ambiente espiritual con el que se trata en el documento, el tema de la ecología. Dice en su presentación:

El presente documento pretende ser una ayuda más en este largo camino, que necesita de un compromiso sincero de nuestra parte. El texto trata con rigor una temática compleja. Ayuda a comprender la situación actual, nos permite profundizar en nuestra misión y ofrece una serie de recomendaciones valiosas, ponderadas para que las consideremos en nuestras instituciones, comunidades y provincias.

 Sin embargo, el mensaje que nos lanza es de esperanza: estamos a tiempo de salvaguardar esta creación herida. A nosotros nos corresponde aportar nuestro pequeño granito de arena.

 Confío que la lectura y oración del texto y el diálogo sobre esta temática entre compañeros y en nuestras comunidades e instituciones, nos ayuden a seguir avanzando en nuestro camino de reconciliación con una creación herida.    

 El análisis que hace de las tendencias globales actuales, en el punto primero como corresponde en la metodología VER-JUZGAR-ACTUAR, concluye con estas observaciones, después de examinar la situación de África, Asia, Europa, América del Norte y del Sur:

 –      Hay una  presión continuada sobre los recursos naturales.

–      Se presenta una degradación creciente del medio ambiente debido a sistemas agrícolas inadecuados y a la explotación insostenible de los recursos naturales.

–      Hay grandes diferencias de ingresos entre ricos y pobres.

En segundo lugar la visión del estudio observa:

 –      Ausencia de acceso a servicios básicos, como educación, salud, etc.

–      Una rápida urbanización que genera un gran número de personas pobres y sin techo en las ciudades.

–      Un consumismo creciente dentro de un paradigma económico que no paga los costos del deterioro ecológico.

 Observa también el análisis que:

 -Los intereses corporativos (los intereses de los grandes grupos empresariales) se sitúan por encima de los intereses públicos, influyendo sobre las políticas del medioambiente.

-Aumento de conflictos interreligiosos e interétnicos debido al contexto socio-económico.

 En el paso JUZGAR, utilizan el modo ignaciano de mirar el mundo. Es decir los principios de San Ignacio de Loyola.

 Aceptan que el cuidado de la creación es una dimensión de su misión como orden religiosa. Esa dimensión de la misión la tratan con una reflexión bíblica sobre la Creación y el Misterio pascual. Ven que la respuesta de la Iglesia es la Doctrina Social y se adentran en la espiritualidad de su Fundador San Ignacio, en el cuidado de la creación.

 Vínculos entre reconciliación y justicia, los diferentes actores en la crisis ecológica, la mitigación, adaptación y contrato social

Se  detienen luego a estudiar la dimensión de justicia en su misión apostólica: los vínculos entre reconciliación y justicia, los diferentes actores en la crisis ecológica, la mitigación, adaptación y contrato social.

 Finalmente analizan la situación y el diálogo con las culturas y las religiones: el asunto de la cultura y la identidad, la sociedad civil y el movimiento verde, las religiones del mundo y la ecología, los pueblos indígenas y las sociedades tradicionales.

 La última parte del documento se refiere a ACTUAR y la titula Recomendaciones. Se trata de una invitación a actuar ofrecida a quienes se hayan sentido interpelados por los retos que se han descrito en VER y JUZGAR. Las recomendaciones se dirigen a los distintos apostolados de la comunidad religiosa y a los diferentes niveles de gobierno. Más adelante, en el capítulo 8, se pueden encontrar sugerencias prácticas para la vida cotidiana de las comunidades y de las instituciones. A modo de introducción del capítulo 5, se han añadido algunas orientaciones que guiaron la reflexión.

 Reflexión bíblica sobre la creación y el misterio pascual

 Quiero terminar con una consideración que este grupo de trabajo del Secretariado para la Justicia Social y la Ecología, de la Compañía de Jesús, hace sobre la reconciliación con la creación y la dimensión de fe de nuestra misión. Se refiere a la reflexión bíblica sobre la creación y el misterio pascual. Leo sólo el primer párrafo:

         De acuerdo con la tradición del Antiguo Testamento, la creación es siempre un objeto de alabanza (Sal 104, 24), porque la naturaleza, la obra de la acción creadora de Dios, “era muy buena” (Gn 1, 4.10.12.18.21.25). La creación es el don de Dios a los seres humanos; pero, herido por el pecado, el mundo entero es llamado a experimentar una radical purificación (2 Pe 3, 10). El misterio de la encarnación, la entrada de Jesucristo en la historia del mundo, culmina en el misterio pascual, en el que Cristo renueva la relación entre Dios, los seres humanos y el mundo creado. Ni la “pretensión de ejercer un dominio incondicional sobre las cosas”, ni una ideología reduccionista y utilitarista que vea el mundo natural como un objeto de inacabable consumo, ni una concepción del medio ambiente basada en la supresión de “la diferencia ontológica y axiológica entre el hombre y otros seres vivos” pueden ser aceptadas.(Compendio DSI, 463)

 Lo que quiere decir, al final de lo leído, sobre que no se puede aceptar una concepción del medio ambiente basada en la supresión de “la diferencia ontológica y axiológica entre el hombre y otros seres vivos”, se refiere a que no se puede suprimir la diferencia ontológica, es decir en su mismo ser, entre el ser humano y los demás seres vivos. La diferencia axiológica se refiere a los valores que representa el ser humano en contraposición a los valores de los demás seres vivos. Esto lo encontramos en el Compendio de la DSI en el N° 463 y lo habíamos tratado en otro programa. No se puede equiparar la superior dignidad de ser humano con  la de los demás seres vivos.[5]

 El documento tiene 72 páginas.

 


[1] Se refiere la Congregación General a las solicitudes que le fueron enviadas por jesuitas de todo el mundo, sobre asuntos que pedían se trataran en la reunión. 

[2] Incidencia política: de acuerdo con el traductor de los decretos de la Congregación General 35, el término  inglés advocacy  se traduce como incidencia política, el cual significa los esfuerzos por influir y alterar las políticas de los estados y organismos internacionales de manera que favorezcan a las poblaciones  desfavorecidas.

[3] www.sjweb.info/sjs/PJnew

[4] Cf Introducción del documento

[5] Cfr . Cf., por ejemplo, Consejo Pontificio de la Cultura – Consejo Pontificio para el Diálogo Interreligioso, Jesucristo, Portador del agua de la vida. Una reflexión cristiana sobre la ‘‘Nueva Era”, Librería Editrice Vaticana, Ciudad del Vaticano 2003, p. 35.

Juan Pablo II, Discurso a los participantes en un Congreso Internacional sobre « Ambiente y salud » (24 de marzo de 1997), 5: L’Osservatore Romano, edición española, 11 de abril de 1997, p. 7.

 

Reflexión 230, Caritas in veritate, Ecología humana

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Principios fundamentales

En la reflexión anterior terminamos el estudio del capítulo cuarto de Caritas in veritate, Caridad en la verdad, la encíclica de Benedicto XVI sobre el desarrollo integral de los pueblos. La última parte de ese capítulo se dedicó a explicar nuestros derechos y deberes con el medio ambiente. Fue muy interesante entender que, como creyentes, somos especialmente responsables de conseguir que los planes de Dios con la naturaleza se cumplan.

Hoy haremos una reflexión sobre las razones que desde la fe sostienen el buen cuidado que debemos tener de la naturaleza. No es suficiente hablar y esperar que los demás hagan. La responsabilidad es personal, familiar y comunitaria. Todos nos deberíamos preguntar si con nuestro cuidado de la naturaleza colaboramos en la realización los planes del Creador.

¿Ecología basada en la fe?

Que se enfoque la ecología desde la fe puede parecer algo nuevo; para mí fue, en cierto modo, un descubrimiento. Algunos sostienen que la ecología sólo puede basarse en la razón. ¿No puede la fe ser también una base firme para los creyentes? Generalmente estamos acostumbrados a enterarnos de campañas ecologistas organizadas por grupos que no tienen relación con la fe. Sin embargo, Dios cabe allí con todo derecho. Como católicos confesamos que creemos en Dios creador del cielo y de la tierra; que los animales, las plantas y los minerales son obras admirables de su amor omnipotente y que la cumbre de su obra creadora es el ser humano. Al ser humano entregó Dios el mundo que creó, para que lo cuidara. De manera poética dice el libro del Génesis, 2,15: Tomó, pues, Yahvé Dios al hombre y lo dejó en el jardín de Edén, para que lo labrase y cuidase (Gen, 2,15) y es el mismo ser humano la primera creatura que necesita cuidado. Tenemos la misión de cuidar la naturaleza y también de cuidar de nosotros mismos: cada uno tiene la misión de cuidar de sí mismo y todos tenemos la misión de cuidar a los demás.

Recordemos algunas ideas de San Ignacio de Loyola, cuando en los Ejercicios Espirituales, pone frente al ejercitante las ideas fundamentales sobre cómo ordenar la propia vida. A esas ideas las llama San Ignacio Principio y Fundamento, porque son las verdades primeras de donde se derivan las demás verdades. Esas verdades deben estar presentes en todo el desarrollo de nuestra fe.[1] Si nuestras actitudes y decisiones frente a temas éticos y religiosos tuvieran estas verdades primeras como sustento, dudaríamos menos en nuestros razonamientos y seríamos más firmes en la defensa de la verdad.

 

¿En qué basamos nuestras decisiones?

 

Hoy se duda de todo lo que tenga la aureola de sobrenatural, pero en cambio, el ser humano confía cada vez más en que todo lo que se sostiene como científico, así sus bases sólo sean teorías no comprobadas. ¿En qué basamos los creyentes, – como creyentes, – las decisiones que comprometen nuestra propia vida y las relaciones con los demás y con la naturaleza? Partamos de un hecho: lo primero es que gozamos del maravilloso regalo de la fe; creemos en Dios, Uno y Trino: Padre, Hijo y Espíritu Santo; creemos en Dios Creador, que es Amor, creemos en Jesucristo, el Hijo de Dios, que se encarnó por obra del Espíritu Santo, de la Virgen María, se hizo hombre y nos redimió, muriendo en la cruz; resucitó  y subió al cielo. Creemos en el Espíritu Santo, que  ilumina, vivifica y protege a la Iglesia.[3] Esas son las primeras verdades de nuestra fe, que confesamos en la Eucaristía todos los domingos, cuando recitamos el Credo. Si no partimos del hecho de que somos criaturas, dependientes de nuestro  Creador, es comprensible que nos sintamos absolutamente independientes, que interpretemos el mundo según nuestro deseo y nos creamos libres de tomar
decisiones según sólo nuestro interés y nuestra voluntad, sin preguntarnos si esas decisiones están de acuerdo con lo que Dios quiere de nosotros. Si olvidamos nuestro estado de criaturas, dependientes de un Ser supremo, no tendrán importancia los planes de Dios con el universo que Él creó, con la naturaleza que nos entregó para su cuidado.

La premisa fundamental en la toma de decisiones

Basados en esos cimientos de fe, podemos entender la ideas que plantea San Ignacio cuando dice que en toda buena elección, debemos tener siempre en cuenta el fin para el que fuimos creados. De manera que no podemos sacar a Dios de en medio, cuando vayamos a tomar una decisión que afecte nuestra vida. La premisa fundamental y sustancial es para qué nos creó Dios, el fin para el que fuimos creados, el fin para el que Dios creó el universo. Debemos tener esto en cuenta para que nuestra decisión no nos aparte del fin para el que fuimos creados. El fin general para el que fue creado el ser humano, según lo plantea San Ignacio, es alabar, hacer reverencia y servir a Dios Nuestro Señor, y mediante esto, salvar su alma. El fin, es pues salvar el alma.

Las demás creaturas, ¿para qué fueron creadas? Para que ayuden a las personas humanas a conseguir el fin para el que fueron creadas. De manera que el fin del ser humano es llegar a compartir la vida divina, – eso es salvarse, – las demás creaturas son medios para que el ser humano consiga su fin. Claro que aquí no podemos tratar esto con la profundidad y amplitud necesarias  en nuestro estudio de la DSI, pues tendríamos que entrar a considerar el trabajo del ser humano en la administración de la
naturaleza, en lo que consiste nuestro papel de colaboradores de Dios en la construcción de su reino en la tierra. Lo
fundamental en este momento es que tengamos muy bien cimentado el principio de nuestra dependencia de Dios, como creaturas que somos. No nos debe dar miedo ceñirnos a los planes de Dios; ¿quién puede hacer mejores planes para el ser humano que Dios que lo diseñó desde el principio?

Dios creó el universo, a nosotros, según un plan

 

No olvidemos que como católicos tenemos una especial obligación de cuidar el medio ambiente y esa obligación se basa en argumentos sólidos de fe, en la Sagrada Escritura, en los principios básicos que fundamentan nuestra posición de
creaturas, dependientes de Dios que nos creó con un plan maravilloso que culmina en la vida eterna con Él.

Lo que el Creador quiere para nosotros empieza en la tierra; aquí comienza la construcción del Reino de Dios. En el camino se atravesó el orgullo de la creatura que pretendió ser como Dios; ese fue el pecado de origen. Dios sin embargo, nos ama tanto, que mandó a su propio Hijo para pagar por las creaturas. Es que las creaturas no podían pagar una falta tan grande contra Dios. Jesús, Dios encarnado en el seno de la Virgen María, asumió la culpa y con su muerte y resurrección nos redimió, nos salvó.  El camino está abierto, pero tenemos que hacer nuestra parte del camino, para llegar a nuestro destino final. Dios nos da los medios, la  gracia, por medio de los sacramentos. Los tenemos en la Iglesia.  El camino es la Iglesia.

 

Las relaciones humanas y su conexión con la ecología

 

El horizonte que abarca el respeto a la naturaleza es amplio. Las relaciones entre los seres humanos ayudan a cumplir la misión de cuidar la naturaleza, pero el deterioro de las relaciones entre los humanos contribuye al deterioro de la naturaleza. Como vimos en nuestra reflexión anterior, hay conductas que no parece que  tuvieran que ver con la  ecología, pero que sí pueden atentar  contra ella.

Nos previene la encíclica Caritas in veritate, que cualquier deterioro de la solidaridad y del civismo produce daños ambientales, y de la misma manera la degradación ambiental provoca insatisfacción en las relaciones sociales. Es claro que la falta de civismo de las personas que arrojan desperdicios  a la calle daña el ambiente, hace menos agradable el barrio o la ciudad. La falta de
solidaridad de los que no saben vivir en comunidad y hacen fiestas ruidosas que impiden el sueño a los vecinos, causa insatisfacción en la relación con esas personas. Las relaciones con el ambiente ayudan o perjudican las relaciones entre vecinos.

Mencionamos en la reflexión anterior el empobrecimiento de las tierras, que las convierte en verdaderos desiertos improductivos, por el mal uso de la tierra misma y del agua;  recordamos la tala de los bosques, que en nuestro país se reemplazan por siembras de coca. Decíamos que las consecuencias de ese crimen ecológico las viven ya los campesinos que son desplazados, como también lo son los animales que pierden su refugio natural.

Otra consecuencia grave de la pérdida de los bosques es el aumento de la temperatura de la tierra, y en la salud humana el aumento del cáncer de piel a consecuencia de la penetración de los rayos infrarrojos de la luz solar. La guerrilla y los narcotraficantes, que son graves infractores contra la naturaleza, parecen ignorar las consecuencias de sus acciones violentas. Por eso el Papa nos dice en Caritas in veritate que muchos recursos naturales quedan devastados con las guerras. La paz de los pueblos y entre los pueblos permitiría también una mayor salvaguardia de la naturaleza.

 

Defensa del ser humano y ecología: ecología humana

 

Los alcances de la ecología van más allá de la defensa del aire, de los animales, de las plantas, del agua. La ecología abarca también  la defensa del ser humano. Somos parte de la naturaleza creada por Dios. Como católicos tenemos la grave responsabilidad de hacernos oír, para defender la naturaleza y en la defensa de la naturaleza está la defensa del ser humano, según los planes de Dios.

Recordemos las palabras del Papa en Caritas in veritate: La Iglesia tiene una responsabilidad respecto a la creación y la debe hacer valer en público. Y, al hacerlo, no sólo debe defender la tierra, el agua y el aire como dones de la creación que pertenecen a todos. Debe proteger sobre todo al hombre contra la destrucción de sí mismo. Es necesario que exista una especie de ecología del hombre bien entendida. En efecto, la degradación de la naturaleza está estrechamente unida a la cultura que modela la convivencia humana: cuando se respeta la «ecología humana»(2) en la sociedad, también la ecología ambiental se beneficia.

La comisión primera del senado y el aborto

En la Comisión Primera del Senado se negó el proyecto de ley por el cual se prohibía el aborto. La Constitución colombiana es tajante al respecto, en el artículo 11: El derecho a la vida es inviolable. La Corte Constitucional acepta tres excepciones en que sí se puede violar la vida por medio del aborto. El proyecto de ley pretendía aclarar que la vida es siempre inviolable: desde la concepción hasta la muerte natural.

 

Lo cavernícolas del senador Cristo

 

Hubo dos  defensores más de la pena de muerte que de la vida en la Comisión Primera. Esos dos, que hicieron la mayoría de los defensores del aborto no respetaron los 5 millones de firmas de ciudadanos que apoyaban el proyecto de ley. Entre los que votaron contra el proyecto de ley que defendía la vida, el Senador Juan Fernando Cristo tachó a los defensores de la vida de los bebés, de cavernícolas, pues dijo que aprobar esa ley hubiera sido volver a las cavernas. Defender la vida, para él es volver a las cavernas. Yo preguntaría al senador Cristo si para mayor avance de la civilización, en el próximo paso se debería aprobar la muerte de los niños que nacieron con defectos físicos.

La disculpa del senador Velasco

El senador Luis Fernando Velasco afirmó que no se trataba de un asunto religioso sino de salud pública. Yo preguntaría al Senador Velasco, si la salud pública no se debe  administrar de acuerdo con la ética. El aborto no es sólo un problema religioso, es un problema ético. La ética se debe aplicar a toda acción humana. Los economistas  del capitalismo neoliberal  prescindían de la ética porque se  excusaban en que se trataba de asuntos técnicos, no de moral, y ya el mundo experimentó la crisis económica y financiera que no se acaba de solucionar en Europa y los Estados Unidos.

 

El senador Barreras cita a un obispo en el infierno

 

Según algunos medios, el Secretario de la Conferencia Episcopal afirmó que los que habían votado a favor del aborto no habían estado del lado de Jesús; la respuesta del senador Roy Barreras fue que, “a ver si se encontraban en el infierno, él por haber defendido a las mujeres y Monseñor Córdoba por mandarlas a la cárcel”. Al senador Barrera le observo que la Iglesia no pide cárcel para las mujeres, pide que se respete la vida a los no nacidos. No se debe tergiversar las palabras de los contradictores. Se
ha utilizado la defensa de las mujeres para camuflar la defensa del asesinato de bebés.

No están todos los que son

Tengamos presentes para el futuro los nombres de los senadores que votaron a favor del aborto: Luis Carlos Avellaneda, Roy Barreras, Juan Fernando Cristo, Parmenio Cuéllar, Jesús Ignacio García, Jorge Eduardo Londoño, Karime Mota, Carlos
Eduardo Soto, Luis Fernando Velasco. Igualmente se manifestaron en contra del proyecto y por tanto defensores del aborto, Germán Vargas Lleras ministro del interior y el senador Benedetti. También el expresidente Pastrana, contra lo que pensaron los miembros de su partido, salió con el exabrupto de que está de acuerdo con lo aprobado por la Corte Constitucional.

Si a esos políticos se les pregunta qué es la ecología humana, es muy probable que no sepan de qué se habla o quizás lo saben pero no la defienden a sabiendas de lo que se trata. Tengamos presente que uno de los argumentos contra el proyecto de ley que defendía la vida desde la concepción hasta la muerte natural, era que así se prohibía la concepción “in vitro”, es decir la  concepción artificial.

 

¿Qué es la ecología humana?

 

Recordemos de qué se trata la ecología humana en palabras de Benedicto XVI en Caritas in veritate. Después de afirmar que el
problema decisivo en la defensa de la naturaleza es la capacidad moral global de la sociedad, añade:

Si no se respeta el derecho a la vida y a la muerte natural, si se hace artificial la concepción, la gestación y el nacimiento del
hombre, si se sacrifican embriones humanos a la investigación, la conciencia común acaba perdiendo el concepto de ecología humana y con ello de la ecología ambiental.
Es una contradicción pedir a las nuevas generaciones el respeto al ambiente natural, cuando la educación y las leyes no las ayudan a respetarse a sí mismas. El libro de la naturaleza es uno e indivisible, tanto en lo que concierne a la vida, la sexualidad, el matrimonio, la familia, las relaciones sociales, en una palabra, el desarrollo humano integral. Los deberes que tenemos con el ambiente están relacionados con los que tenemos para con la persona considerada en sí misma y en su relación con los otros. No se pueden exigir unos y conculcar otros. Es una grave antinomia de la mentalidad y de la praxis actual, que envilece a la persona, trastorna el ambiente y daña a la sociedad.

Recordemos las palabras de Juan Pablo II en su encíclica Centesimus annus, también sobre ecología humana:

Mientras nos preocupamos justamente, aunque mucho menos de lo necesario, de preservar los «habitat» naturales de las diversas especies animales amenazadas de extinción, porque nos damos cuenta de que cada una de ellas aporta su propia contribución al equilibrio general de la tierra, nos esforzamos muy poco por salvaguardar las condiciones morales de una auténtica «ecología humana». No sólo la tierra ha sido dada por Dios al hombre, el cual debe usarla respetando la intención originaria de que es un bien, según la cual le ha sido dada; incluso el hombre es para sí mismo un don de Dios y, por tanto, debe respetar la estructura natural y moral de la que ha sido dotado. Hay que mencionar en este contexto los graves problemas de la moderna urbanización, la necesidad de un urbanismo preocupado por la vida de las personas, así como la debida atención a una «ecología social» del trabajo.

Ahora comprendemos por qué comenzamos nuestra reflexión tratando sobre el Principio y Fundamento que no es otro que el
reconocimiento de nuestra condición de creaturas, dependientes de Dios nuestro Creador. Completemos esas ideas con estas palabras del mismo Benedicto XVI en el N° 51 de Caritas in veritate:

El hombre recibe de Dios su dignidad esencial y con ella la capacidad de trascender todo ordenamiento de la sociedad hacia la verdad y el bien. Sin embargo, está condicionado por la estructura social en que vive, por la educación recibida y por el  ambiente. Estos elementos pueden facilitar u obstaculizar su vivir según la verdad. Las decisiones, gracias a las cuales se constituye un ambiente humano, pueden crear estructuras concretas de pecado, impidiendo la plena realización de quienes son oprimidos de diversas maneras por las mismas.

De manera que estamos condicionados por la educación recibida, por el ambiente, por la estructura social en la cual vivimos; y ¿cuáles son la educación, el ambiente, las estructuras que imponen ahora a la sociedad, los legisladores, los medios de  comunicación, el ambiente? Infortunadamente no se pretende  el fin que para el ser humano quiere el Creador, que es el logro de la felicidad temporal y eterna, sino exclusivamente el bien terreno, material, por lo tanto deleznable, efímero, pasajero. Quieren
lo fácil, lo que no requiere esfuerzo.

 ______________________________________________________________

 

[1] Cf Carlo María Martini, S.J., Ordenar la Propia Vida, Meditaciones con los “Ejercicios Espirituales de San Ignacio, 2ª edición,  Narcea, S.A. Ediciones, Madrid

 

[2] Cf Centesimus annus, 38; Benedict XVI, Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 2007, 8


[3] Cf Pablo VI, Credo del Pueblo de Dios, www.vatican.va/holy_father/paul_vi/homilies/1968/documents/hf_p-vi_hom_19680630_sp.html
– 34k – 2009-01-14

Reflexión 229 Caritas in veritate N° 51-52

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Responsabilidad de los católicos con el medio ambiente

 

En nuestro estudio de la DSI estamos en el capítulo cuarto de Caritas in veritate, Caridad en la verdad, la encíclica de Benedicto XVI. Se dedica ese capítulo a los derechos y deberes en el cuidado del medio ambiente. Vimos que en los números 50 y 51 el Papa se refiere al uso de los bienes que Dios nos ha dado en materia energética y nos pone a reflexionar sobre nuestra especial responsabilidad como católicos, en el uso de esos bienes y en el cuidado del medio ambiente.

De modo que como católicos tenemos una especial obligación en el cuidado del medio ambiente. Nuestra vida de fe se debe manifestar en un cambio de comportamiento cuando sea necesario, en el uso del agua, en el trato de los desperdicios y la utilización de los recursos naturales, en particular de los recursos energéticos no renovables.

La encíclica nos dice bellamente que se debe fortalecer la alianza del ser humano y del medio ambiente, que ha de ser reflejo del amor creador de Dios y nos exhorta a que dejemos la tierra a las nuevas generaciones en un estado en que puedan habitarla dignamente y seguir cultivándola. Una motivación para cuidar del medio ambiente es pensar en las generaciones futuras, en la tierra amable o devastada, que encontrarán nuestros descendientes, por el trato que nuestras generaciones dan al ambiente

 

Su beneficio económico no puede ser el único criterio

 

A propósito de la utilización de los recursos energéticos, en particular de los no renovables, como es el petróleo, el Santo Padre recuerda a los economistas que su tarea es el uso más eficaz de esos recursos, pero no el abuso de ellos. Esta llamada de atención viene muy bien al caso ahora, cuando la minería y la exploración de las zonas ricas en petróleo y en carbón son las receptoras de las mayores inversiones nacionales y extranjeras. La exploración, la extracción y el uso de esos recursos debe tener en cuenta la ecología y los derechos de la población. No se pueden explotar esos recursos con perjuicio de la gente, pensando sólo en el dinero que se podrá ganar; ese solo no sería un buen criterio para definir el uso eficiente sino por el contrario, un abuso.

El Papa Benedicto XVI, en Caritas in veritate, como Juan Pablo II en su encíclica Centesimus annus, nos instruyen sobre el necesario cambio del estilo de vida para ser respetuosos de la ecología, en nuestra época marcada por el consumismo. No es que se critique el deseo de mejorar la calidad de vida, lo cual es perfectamente lícito, sino que nos recuerdan nuestras responsabilidades y los peligros del consumismo, que induce, no sólo a satisfacer las necesidades sino a seguir los instintos que buscan sólo la satisfacción de los sentidos y a tener más, aunque eso nos aleje del objetivo de ser más y de alcanzar las más altas dimensiones del ser humano, que son interiores y espirituales. El verdadero desarrollo de la personalidad es el que tiende a ser más, que se mueve impulsado por valores que hacen a la persona más libre, no esclavizada por intereses sólo materiales.

 

Crecimiento integral

 

Esas reflexiones nos llevaron a comprender que la calidad de vida espiritual que nos pide el Evangelio busca impulsarnos a ser ayudantes del Creador en la construcción de la ciudad de Dios, un mundo de justicia, de amor, de entrega a los demás, de desarrollo integral de cada uno, que busque no simplemente el crecimiento material sino el intelectual y el espiritual.

Oigamos cómo sigue el N° 51, que se refiere a ese cambio de estilo de vida, que supone acción de cada uno de nosotros, lo mismo que del estado y de los que manejan la economía:

Cualquier menoscabo de la solidaridad y del civismo produce daños ambientales, así como la degradación ambiental, a su vez, provoca insatisfacción en las relaciones sociales. La naturaleza, especialmente en nuestra época, está tan integrada en la dinámica social y cultural que prácticamente ya no constituye una variable independiente. La desertización y el empobrecimiento productivo de algunas áreas agrícolas son también fruto del empobrecimiento de sus habitantes y de su atraso. Cuando se promueve el desarrollo económico y cultural de estas poblaciones, se tutela también la naturaleza. Además, muchos recursos naturales quedan devastados con las guerras. La paz de los pueblos y entre los pueblos permitiría también una mayor salvaguardia de la naturaleza. El acaparamiento de los recursos, especialmente del agua, puede provocar graves conflictos entre las poblaciones afectadas. Un acuerdo pacífico sobre el uso de los recursos puede salvaguardar la naturaleza y, al mismo tiempo, el bienestar de las sociedades interesadas.

Integración de las relaciones sociales con la ecología

Para que no nos quedemos en palabras y teorías, veamos algunos ejemplos de la vida cotidiana que nos aclaran hasta dónde llega la integración de las relaciones sociales con la ecología.

 Nos previene la encíclica Caritas in veritate que cualquier deterioro de la solidaridad y del civismo produce daños ambientales, y de la misma manera la degradación ambiental provoca insatisfacción en las relaciones sociales. Es claro que la falta de civismo de las personas que arrojan la basura a la calle daña el ambiente, hace menos agradable el barrio o la ciudad. La falta de solidaridad de los que no saben vivir en comunidad y hacen fiestas ruidosas que impiden el sueño a los vecinos, causa insatisfacción en la relación con esas personas. Las relaciones con el ambiente ayudan o perjudican las relaciones entre vecinos.

En el campo se viven situaciones no solo desagradables sino de daño directo a la comunidad, causado por el mal manejo de la ecología. El Santo Padre menciona la desertización y el empobrecimiento de zonas agrícolas; especialmente en otras áreas de la tierra entienden muy bien ese término desertización,  es decir, que una zona se transforme en un desierto improductivo por el mal uso de la tierra y del agua. Un fenómeno grave que sí se presenta en nuestro país es la tala de bosques; la frontera de bosques se va corriendo cada vez más, por la ambición que lleva a cambiar los bosques nativos por la planta dañina de la coca. 

La destrucción de los bosques

Las consecuencias de ese crimen ecológico ya lo viven los campesinos y se agravará con el tiempo. Esos bosques que desaparecen son el hábitat, el refugio de especies de aves y otra clase animales que van encontrando cada vez más reducidos sus espacios vitales. Se nos pide que sembremos árboles, para disminuir el CO2 (dióxido de carbono) de la atmósfera. Los bosques disminuyen y en consecuencia la temperatura en la tierra aumenta y aumenta también el cáncer de piel a consecuencia de la penetración de los rayos infrarrojos de la luz solar.

Esa situación de nuestro campo asolado por la guerrilla y los narcotraficantes se puede asociar a las palabras del Papa, cuando afirma que muchos recursos naturales quedan devastados con las guerras. La paz de los pueblos y entre los pueblos permitiría también una mayor salvaguardia de la naturaleza.

Al contrario se experimenta también el beneficio a la naturaleza y a la sociedad, cuando se promueven el desarrollo económico y cultural en la población y cuando se promueve la paz.

 

El respeto de la vida y el respeto del medio ambiente van de la mano

 

La última parte del N° 51 se refiere a la responsabilidad de la Iglesia, es decir de todos los católicos, respecto de la creación y cómo debe hacer valer esa responsabilidad; nos dice la encíclica Caridad en la verdad que la degradación de la naturaleza está estrechamente ligada a la cultura que es la que modela, la que configura la forma como se relacionan las personas. Y afirma que el respeto por la vida y el respeto del medio ambiente van de la mano.

La Iglesia tiene una responsabilidad respecto a la creación y la debe hacer valer en público. Y, al hacerlo, no sólo debe defender la tierra, el agua y el aire como dones de la creación que pertenecen a todos. Debe proteger sobre todo al hombre contra la destrucción de sí mismo. Es necesario que exista una especie de ecología del hombre bien entendida. En efecto, la degradación de la naturaleza está estrechamente unida a la cultura que modela la convivencia humana: cuando se respeta la «ecología humana»[1] en la sociedad, también la ecología ambiental se beneficia. Así como las virtudes humanas están interrelacionadas, de modo que el debilitamiento de una pone en peligro también a las otras, así también el sistema ecológico se apoya en un proyecto que abarca tanto la sana convivencia social como la buena relación con la naturaleza.

Para salvaguardar la naturaleza no basta intervenir con incentivos o desincentivos económicos, y ni siquiera basta con una instrucción adecuada. Éstos son instrumentos importantes, pero el problema decisivo es la capacidad moral global de la sociedad. Si no se respeta el derecho a la vida y a la muerte natural, si se hace artificial la concepción, la gestación y el nacimiento del hombre, si se sacrifican embriones humanos a la investigación, la conciencia común acaba perdiendo el concepto de ecología humana y con ello de la ecología ambiental. Es una contradicción pedir a las nuevas generaciones el respeto al ambiente natural, cuando la educación y las leyes no las ayudan a respetarse a sí mismas. El libro de la naturaleza es uno e indivisible, tanto en lo que concierne a la vida, la sexualidad, el matrimonio, la familia, las relaciones sociales, en una palabra, el desarrollo humano integral. Los deberes que tenemos con el ambiente están relacionados con los que tenemos para con la persona considerada en sí misma y en su relación con los otros. No se pueden exigir unos y conculcar otros. Es una grave antinomia de la mentalidad y de la praxis actual, que envilece a la persona, trastorna el ambiente y daña a la sociedad.

La ecología humana

Qué reflexión tan interesante y profunda a la que nos invita Caridad en la verdad. Cuando se pide respeto a la naturaleza, se suele pensar sólo en el respeto al aire, al agua, al reino vegetal, hasta cierto punto en respeto al reino animal, cuando se incluye a los animales entre los damnificados por el deterioro de la naturaleza, pero se pasa por alto la ecología humana. Nos dice Caritas in veritate que el libro de la naturaleza es uno e indivisible en lo que concierne a la vida, la sexualidad, el matrimonio, la familia, las relaciones sociales.

Sobre la ecología humana había instruido ya Juan Pablo II en su encíclica Centesimus annus. Leamos el N° 38, que nos va a aclarar el pensamiento de Benedicto XVI en el párrafo que acabamos de leer en el N° 51 de Caridad en la verdad. Dice el N° 38 de Centesimus annus:

Además de la destrucción irracional del ambiente natural hay que recordar aquí la más grave aún del ambiente humano, al que, sin embargo, se está lejos de prestar la necesaria atención. Mientras nos preocupamos justamente, aunque mucho menos de lo necesario, de preservar los «habitat» naturales de las diversas especies animales amenazadas de extinción, porque nos damos cuenta de que cada una de ellas aporta su propia contribución al equilibrio general de la tierra, nos esforzamos muy poco por salvaguardar las condiciones morales de una auténtica «ecología humana». No sólo la tierra ha sido dada por Dios al hombre, el cual debe usarla respetando la intención originaria de que es un bien, según la cual le ha sido dada; incluso el hombre es para sí mismo un don de Dios y, por tanto, debe respetar la estructura natural y moral de la que ha sido dotado. Hay que mencionar en este contexto los graves problemas de la moderna urbanización, la necesidad de un urbanismo preocupado por la vida de las personas, así como la debida atención a una «ecología social» del trabajo.

El hombre recibe de Dios su dignidad esencial y con ella la capacidad de trascender todo ordenamiento de la sociedad hacia la verdad y el bien. Sin embargo, está condicionado por la estructura social en que vive, por la educación recibida y por el ambiente. Estos elementos pueden facilitar u obstaculizar su vivir según la verdad. Las decisiones, gracias a las cuales se constituye un ambiente humano, pueden crear estructuras concretas de pecado, impidiendo la plena realización de quienes son oprimidos de diversas maneras por las mismas. Demoler tales estructuras y sustituirlas con formas más auténticas de convivencia es un cometido que exige valentía y paciencia [2].

 

¿Para qué ha sido instituida la sociedad humana?

 

¿Dónde está la raíz de esta desorientación sobre el ser humano? Pío XI, hablando de la ideología del socialismo, que concibe la sociedad y la naturaleza humana de un modo contrario a la verdad cristiana, nos lo explica. En el N° 118 de la encíclica

118. El hombre, en efecto, dotado de naturaleza social según la doctrina cristiana, es colocado en la tierra para que, viviendo en sociedad y bajo una autoridad ordenada por Dios (cf Rom 13,1), cultive y desarrolle plenamente todas sus facultades para alabanza y gloria del Creador y, desempeñando fielmente los deberes de su profesión o de cualquiera vocación que sea la suya, logre para sí juntamente la felicidad temporal y la eterna.

El socialismo, en cambio, ignorante y despreocupado en absoluto de este sublime fin tanto del hombre como de la sociedad, pretende que la sociedad humana ha sido instituida exclusivamente para el bien terreno.

Ahora volvamos a leer las palabras de Benedicto XVI en el N° 51 de Caridad en la verdad:

El hombre recibe de Dios su dignidad esencial y con ella la capacidad de trascender todo ordenamiento de la sociedad hacia la verdad y el bien. Sin embargo, está condicionado por la estructura social en que vive, por la educación recibida y por el ambiente. Estos elementos pueden facilitar u obstaculizar su vivir según la verdad. Las decisiones, gracias a las cuales se constituye un ambiente humano, pueden crear estructuras concretas de pecado, impidiendo la plena realización de quienes son oprimidos de diversas maneras por las mismas.

¿Cuál es el modelo ideado por Dios?

Vemos cómo la estructura de la sociedad se trastorna, en un ambiente en que especialmente los medios de comunicación apoyan la nueva cultura que no se atiene precisamente al modelo de familia establecido por Dios. El papel de la Iglesia, nuestro papel como católicos, es exigente, como lo leímos antes en este mismo N° 51: La Iglesia tiene una responsabilidad respecto a la creación y la debe hacer valer en público. Y, al hacerlo, no sólo debe defender la tierra, el agua y el aire como dones de la creación que pertenecen a todos. Debe proteger sobre todo al hombre contra la destrucción de sí mismo.

El último párrafo del N° 51 de Caridad en la verdad es muy explícito en el significado de la ecología humana. Oigamos lo que dice Benedicto XVI:

Para salvaguardar la naturaleza no basta intervenir con incentivos o desincentivos económicos, y ni siquiera basta con una instrucción adecuada. Éstos son instrumentos importantes, pero el problema decisivo es la capacidad moral global de la sociedad. Si no se respeta el derecho a la vida y a la muerte natural, si se hace artificial la concepción, la gestación y el nacimiento del hombre, si se sacrifican embriones humanos a la investigación, la conciencia común acaba perdiendo el concepto de ecología humana y con ello de la ecología ambiental.

 Es una contradicción pedir a las nuevas generaciones el respeto al ambiente natural, cuando la educación y las leyes no las ayudan a respetarse a sí mismas. El libro de la naturaleza es uno e indivisible, tanto en lo que concierne a la vida, la sexualidad, el matrimonio, la familia, las relaciones sociales, en una palabra, el desarrollo humano integral. Los deberes que tenemos con el ambiente están relacionados con los que tenemos para con la persona considerada en sí misma y en su relación con los otros. No se pueden exigir unos y conculcar otros. Es una grave antinomia de la mentalidad y de la praxis actual, que envilece a la persona, trastorna el ambiente y daña a la sociedad.

Una grave antinomia, es decir una grave contradicción entre principios. La mentalidad actual envilece a la persona, trastorna el ambiente y daña a la sociedad.



[1] Cf Centesimus annus, 38; Benedict XVI, Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 2007, 8

[2] Cf Exhortación apostólica Reconciliatio et paenitentia (2 diciembre 1984); Pío XI, enc. Quadragesimo anno, III, 219

 

Refexión 228 Caritas in veritate N° 50,51

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¿Por qué es  la caridad es la vía
maestra de la DSI?

 

Estamos estudiando la encíclica social de Benedicto XVI llamada Caridad en la verdad, Caritas in veritate, dedicada al Desarrollo Integral de los Pueblos y publicada un poco después de conmemorar los cuarenta años de la encíclica Populorum progressioEl Desarrollo de los pueblos, del Papa Pablo VI.

La encíclica Caritas in veritate, de Benedicto XVI, tiene como centro la caridad y la verdad, como lo indica su nombre, porque, como dice el Papa, al comienzo de la encíclica, en el N° 2, La caridad es la vía maestra de la doctrina social de la Iglesia. Guiados por la caridad viviremos la D.S.I. Todas las responsabilidades y compromisos trazados por esta doctrina provienen de la caridad que, según la enseñanza de Jesús, es la síntesis de toda la Ley (cf. Mt. 22, 36-40). Luego afirma el Santo Padre que la caridad da verdadera sustancia a la relación personal con Dios y con el prójimo, y añade que la caridad no es sólo el principio de las micro-relaciones, es decir de las relaciones entre amigos, en el grupo familiar, el pequeño grupo, el de los vecinos, los compañeros de
trabajo,
sino también las macro-relaciones, como las relaciones sociales, económicas y políticas. Para la Iglesia – aleccionada por el Evangelio-, la caridad es todo, porque, como enseña San Juan (cf 1 Jn 4,8.16) y como él (Benedicto XVI) lo ha recordado en su primera Carta encíclica Dios es caridad (Deus caritas est):   todo proviene de la caridad de Dios, todo adquiere forma por ella, y a ella tiende todo. La caridad es el don más grande que Dios ha dado a los hombres, es su promesa y nuestra esperanza.

Nuestra vida cristiana tiene que estar informada de la caridad o se puede quedar sólo en palabras. La caridad da verdadera sustancia a nuestra relación personal con Dios y con el prójimo.

 

De la caridad se desprenden los principios

 

Es importante tener esto presente a lo largo de nuestro estudio de la DSI, para no desenfocarnos. La caridad en la verdad es el principio sobre el que gira la doctrina social de la Iglesia, como insiste el Papa, y de este principio se desprenden los criterios que nos orientan en nuestro comportamiento. El Papa recuerda que hay en particular dos criterios que es necesario seguir en el compromiso para el desarrollo de la sociedad, en un mundo en vías de globalización; esos dos criterios son la justicia y el bien común.

 

No estudiamos aquí ni sociología ni política

 

A medida que hemos avanzado en el estudio de Caridad en la verdad hemos podido ver que todas las orientaciones sociales de la Iglesia, en este caso, bajo la dirección de Benedicto XVI, se basan en el Evangelio, en la caridad y en la verdad. No perdamos esto de visita: lo que estudiamos no es sociología ni política, es la doctrina de la Iglesia sobre la sociedad, con base en el Evangelio. No aprendemos aquí lo que una corriente política u otra pretende en su idea de sociedad. La sociedad que el Evangelio quiere construyamos se basa en la caridad y en la verdad, enmarcada en la justicia y el bien común. Los idearios políticos no son así de claros. Es que nuestro ideario se funda en Jesucristo, la Palabra de Dios, en Dios que es Amor, Verdad y Vida.

Se supone que los políticos también quieren el bien común, infortunadamente cuando  prescinden de Dios, acaban por luchar por su bien personal  o grupal, por encima del bien común. Eso es caldo de cultivo para el desvío doctrinal y aun para la corrupción.

 

El compromiso inspirado por el amor tiene más fuerza que el compromiso
político

El Papa observa que el compromiso por el bien común, inspirado por la caridad, tiene un valor, una fuerza, superior al compromiso meramente político (N° 7). Desafortunadamente, no pocos políticos que se llaman católicos, en su comportamiento ponen el compromiso político por encima del  compromiso por el bien común. Su fervor político de grupo marca mayor temperatura que el fervor de su caridad, de su adhesión a la doctrina del Evangelio.

Ojalá los políticos católicos, asumiendo su misión como laicos, tuvieran presente que la acción de la persona humana sobre la tierra, cuando está inspirada y alimentada por la caridad, contribuye a la edificación de la ciudad de Dios hacia la cual avanza la historia de la familia humana, como lo dice Benedicto XVI en el N° 7 de Caridad en la verdad. Esa es nuestra misión: ser obreros en la construcción de la Ciudad de Dios.

 

No importa si parecemos invisibles

 

No importa que nuestro trabajo no lo vean o no lo reconozcan  los hombres. Las madres de familia son experimentadas en que su trabajo no se vea, no se reconozca; pero qué importante es esa labor callada. Ayer me llegó uno de esos correos por internet, que son muy oportunos. Cuenta en él, una ama de casa, que se dio cuenta de que en su familia, con frecuencia ni siquiera le respondían cuando hablaba, como si fuera invisible. Eso la hizo reflexionar y recordó de un obrero que trabajaba en la construcción de una catedral y hacía con mucho cuidado una figura que iría en la parte alta del techo, donde apenas se vería. Alguien se acercó y le preguntó por qué dedicaba tanto tiempo y cuidado a una figura que no sería  casi visible. El obrero respondió: Porque la hago para Dios y Él sí la ve. Puede ser que los seres humanos no vean nuestro trabajo, pero a Dios no se le pasa nada.

Nos dedicamos ahora al capítulo cuarto, de la encíclica Caridad en la verdad, de Benedicto XVI, que lleva por título Desarrollo de los Pueblos, Derechos y Deberes, Ambiente. 

 

¿Cómo sería el mundo si se atendiera al Evangelio?

Después de considerar en el programa anterior lo que Benedicto XVI nos enseña sobre el uso de los recursos energéticos, comprendemos mejor que el mundo sería mejor si atendiera al Evangelio; que si vivimos de acuerdo con la ética, con la justicia, en el amor que el Señor nos enseña, viviremos en un mundo de paz, sin los sobresaltos en el presente y las angustias frente a las incertidumbres del futuro.

 Nuestra responsabilidad
como católicos en la ecología

 

Hoy vamos a continuar con este tema tan importante sobre el uso de los bienes que Dios nos ha encargado en materia energética. En los números 51 y 52 el Santo Padre nos pone a reflexionar sobre nuestra responsabilidad como católicos y lo que eso implica
en nuestro modo de vivir. Tengamos siempre presente que como creyentes las responsabilidades en relación con la ecología son más exigentes, si queremos ser coherentes, es decir si queremos ser creyentes de verdad y no sólo de palabra. Es que la vida de fe lo abarca todo, no sólo los momentos de oración.

Nuestra vida en la fe es una vida optimista, no predica la guerra, sino la solidaridad, la justicia, el espíritu de trabajo, el amor. Volvamos a leer algunas de las palabras de Benedicto XVI: el Papa ve al ser humano  capaz de gobernar responsablemente la naturaleza para custodiarla, hacerla productiva y cultivarla también con métodos nuevos y tecnologías avanzadas, de modo que pueda acoger y alimentar dignamente a la población que la habita. Nos dice que En nuestra tierra hay lugar para todos: en ella toda la familia humana debe encontrar los recursos necesarios para vivir dignamente, con la ayuda de la naturaleza misma, don de Dios a sus hijos, con el tesón del propio trabajo y de la propia inventiva.

 No nos sentemos sólo a rezar y esperar

Nos advierte el Santo Padre que tenemos los recursos en la tierra, pero que se necesita el tesón del propio trabajo y de la propia inventiva. Popularmente se dice: A Dios rogando y con el mazo dando. Hay que poner de nuestra parte, no nos sentemos sólo a rezar y esperar. Hay que hacer lo que se debe hacer y nos habla el Papa del trabajo y de la propia inventiva. En Colombia se habla del rebusque: bien entendido quiere decir que no nos debemos contentar con hacer lo fácil y lo primero que se nos ocurra; se necesita el esfuerzo y para eso nos sirve de gran compañía la oración: pedir al Señor que nos ilumine qué más podemos hacer y hacerlo.

 ¿Cómo queremos
que nuestros descendientes encuentren el jardín que estuvo a nuestro cuidado?

 

Las palabras de  Benedicto XVI nos deben repicar en los oídos todos los días, cuando manejamos los desperdicios, cuando utilizamos el agua, cuando administramos lo que tenemos a cargo: debemos considerar un deber muy grave el dejar la tierra a las nuevas generaciones en un estado en el que puedan habitarla dignamente y seguir cultivándola. Y sigue así en el último párrafo del N° 50, donde dice:

Eso comporta «el compromiso de decidir juntos después de haber ponderado responsablemente la vía que se debe seguir, con el objetivo de fortalecer esa alianza entre ser humano y medio ambiente que ha de ser reflejo del amor creador de Dios, del cual procedemos y hacia el cual caminamos»[1]. Es de desear que la comunidad internacional y cada gobierno sepan contrarrestar eficazmente los modos de utilizar el ambiente que le sean nocivos. Y también las autoridades competentes han de hacer los esfuerzos necesarios para que los costes económicos y sociales que se derivan del uso de los recursos ambientales comunes se reconozcan de manera transparente y sean sufragados totalmente por aquellos que se benefician, y no por otros o por las futuras generaciones. La protección del entorno, de los recursos y del clima requiere que todos los responsables
internacionales actúen conjuntamente y demuestren prontitud para obrar de buena fe, en el respeto de la ley y la solidaridad con las regiones más débiles del planeta[2]. Una de las mayores tareas de la economía es precisamente el uso más eficaz de los recursos, no el abuso, teniendo siempre presente que el concepto de eficiencia no es axiológicamente neutral.

 

El concepto de eficiencia y la axiología

 

 El concepto de eficiencia no es axiológicamente neutral. ¿De qué se trata la eficiencia y qué quiere decir que ese concepto de eficiencia no es axiológicamente neutral? Se dice de alguien que es muy eficiente cuando hace las cosas de manera ordenada y
rápida. No siempre una persona eficiente consigue lo que se pretende. Precisamente la diferencia entre una persona eficiente y una persona eficaz, consiste en que la eficaz  consigue lo que se pretende. A veces de la carrera del eficiente solo queda el cansancio. El eficiente que no es eficaz hace rápidamente las cosas, pero a medias. Si hace lo que se debe hacer, de manera  ordenada y con rapidez, esa persona es eficiente y eficaz.

 

La tarea de la economía no es el abuso de los recursos

 

El Papa se refiere a la tarea de la economía, que es, dice, el uso más eficaz de los recursos, no el abuso, porque el concepto de eficiencia no siempre es axiológicamente neutral, es decir, no siempre la eficiencia es valiosa. El manejo de la economía no debe ser sólo eficiente; por ejemplo, el presupuesto del país se puede preparar a tiempo, según todas las reglas técnicas, pero su
distribución puede ser equivocada, puede dejar grandes lagunas en sectores prioritarios, puede ser injusta.  De la misma manera, una de las más importantes tareas de la economía es que el uso de los recursos sea eficaz, que no se abuse en su distribución, que sea justo y se atienda lo importante.

 

El trato al medio ambiente nos pide un cambio de conducta

 

El N° 51 de Caritas in veritate nos enseña que el modo como el ser humano trata el medio ambiente influye en la
manera como se trata a sí mismo y viceversa. ¿Qué implicaciones tiene esto?   
En primer lugar, implica una disposición al cambio y este cambio supone que se revisen y si es necesario, se adopten nuevos estilos de vida. A eso nos referimos también, cuando hablamos de la necesidad de conversión. El Papa nos dice que en este caso, el cambio de vida pide que cuando vayamos a decidir si consumimos algo, en qué vamos a ahorrar o donde vamos a invertir, tengamos presente, la búsqueda de la verdad, de la belleza y del bien, así como la comunión con los demás para un crecimiento común, es decir un crecimiento de todos. Se nos pide
que vivamos de verdad según la fe y no nos dejemos arrastrar por el deseo del consumo, por el hedonismo, como si el placer fuera el fin de nuestra vida, sin tener en cuenta los daños que a los demás pueda ocasionar nuestro comportamiento. Vamos a ahondar en esto.

Caritas in veritate cita la encíclica Centesimus annus, de Juan Pablo II, en el N° 36, que nos da una maravillosa lección sobre el cambio de estilo de vida al que nos insta Benedicto XVI, en este mundo que se caracteriza por el consumismo. Nos aclara que es lícito pretender una vida más satisfactoria, de mejor calidad, pero nos advierte de los peligros en esta época. Nos habla también de las responsabilidades de los productores, de los medios de comunicación y de las autoridades, en la educación de los
consumidores. Leamos el N° 36 de
Centesimus annus, que es la mejor explicación también del pensamiento de Caritas in veritate:

 

Derecho
legítimo a aspirar a mejor calidad de vida

(…) En las precedentes fases de desarrollo, el hombre ha vivido siempre condicionado bajo el peso de la necesidad. Las cosas
necesarias eran pocas, ya fijadas de alguna manera por las estructuras objetivas de su constitución corpórea, y la actividad económica estaba orientada a satisfacerlas. Está claro, sin embargo, que hoy el problema no es sólo ofrecer una cantidad de bienes suficientes, sino el de responder a un demanda de calidad: calidad de la mercancía que se produce y se consume;
calidad de los servicios que se disfrutan; calidad del ambiente y de la vida en general.

La demanda de una existencia cualitativamente más satisfactoria y más rica es algo en sí legítimo; sin embargo hay que poner de relieve las nuevas responsabilidades y peligros anejos a esta fase histórica. En el mundo, donde surgen y se delimitan nuevas necesidades, se da siempre una concepción más o menos adecuada del hombre y de su verdadero bien.

¿De dónde nace el consumismo?

 

A través de las opciones de producción y de consumo se pone de manifiesto una determinada cultura, como concepción global de la vida. De ahí nace el fenómeno del consumismo. Al descubrir nuevas necesidades y nuevas modalidades para su satisfacción, es necesario dejarse guiar por una imagen integral del hombre, que respete todas las dimensiones de su ser y que subordine las materiales e instintivas a las interiores y espirituales. Por el contrario, al dirigirse directamente a sus instintos, prescindiendo en uno u otro modo de su realidad personal, consciente y libre, se pueden crear hábitos de consumo y estilos de vida objetivamente ilícitos y con frecuencia incluso perjudiciales para su salud física y espiritual. El sistema económico no posee
en sí mismo criterios que permitan distinguir correctamente las nuevas y más elevadas formas de satisfacción de las nuevas necesidades humanas, que son un obstáculo para la formación de una personalidad madura. Es, pues, necesaria y
urgente una gran obra educativa y cultural, que comprenda la educación de los consumidores para un uso responsable de su capacidad de elección, la formación de un profundo sentido de responsabilidad en los productores y sobre todo en
los profesionales de los medios de comunicación social, además de la necesaria intervención de las autoridades públicas.

 

¿Llenar el vacío espiritual con el consumo?

 

Un ejemplo llamativo de consumismo, contrario a la salud y a la dignidad del hombre y que ciertamente no es fácil controlar, es el de la droga. Su difusión es índice de una grave disfunción del sistema social, que supone una visión materialista y, en cierto sentido, destructiva de las necesidades humanas. De este modo la capacidad innovadora de la economía libre termina por realizarse de manera unilateral e inadecuada. La droga, así como la pornografía y otras formas de consumismo, al explotar la fragilidad de los débiles, pretenden llenar el vacío espiritual que se ha venido a crear. No es malo el deseo de vivir mejor, pero es
equivocado el estilo de vida que se presume como mejor, cuando está orientado a tener y no a ser, y que quiere tener más no para ser más, sino para consumir la existencia en un goce que se propone como fin en sí mismo [3]. Por esto, es necesario esforzarse por implantar estilos de vida, a tenor de los cuales la búsqueda de la verdad, de la belleza y del bien, así como la comunión con los demás hombres para un crecimiento común sean los elementos que determinen las opciones del consumo,
de los ahorros y de las inversiones. A este respecto, no puedo limitarme a recordar el deber de la caridad, esto es, el deber de ayudar con lo propio «superfluo» y, a veces, incluso con lo propio «necesario», para dar al pobre lo indispensable para vivir. Me refiero al hecho de que también la opción de invertir en un lugar y no en otro, en un sector productivo en vez de otro, es
siempre una opción moral y cultural. Dadas ciertas condiciones económicas y de estabilidad política absolutamente imprescindibles, la decisión de invertir, esto es, de ofrecer a un pueblo la ocasión de dar valor al propio trabajo, está
asimismo determinada por una actitud de querer ayudar y por la confianza en la Providencia, lo cual muestra las cualidades humanas de quien decide.

La ciudad de Dios en construcción

 

 Sin duda es muy alta la calidad de vida espiritual que nos pide la Iglesia siguiendo al Evangelio. Y sin duda también, muchos se conforman con ella y hacen que el mundo sea más justo, más agradable para vivir, una ciudad de Dios en construcción, una comunidad de personas que están dispuestas a ayudar, a darse a los demás. ¡Qué bello sería vivir en un mundo en el que se viviera el Evangelio! Tenemos una tarea que cumplir, cada uno. Necesitamos la ayuda de la gracia, porque solos no somos capaces, ni
remotamente.


[1] Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 2008, 7

[2] Cf Discurso a los miembros de la Asamblea General de las Naciones Unidas (18 de abril 2008).

[3] Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Const. past. Gaudium et spes, sobre la Iglesia en el mundo actual, 35; Pablo VI, Enc. Populorum progressio, 19: l. c., 266 s.

Reflexión 227, Caritas in veritate N° 49

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Nuestra relación con el medio ambiente

 

Vamos a continuar nuestro estudio de la encíclica Caridad en la verdad, Caritas in veritate, de Benedicto XVI. – Sigamos hoy con el N° 49, del capítulo cuarto, que se titula Desarrollo de los Pueblos, Derechos y Deberes, Ambiente. Ya estudiamos lo concerniente a Derechos y Deberes; vamos a seguir ahora con lo que se refiere a nuestra relación con el medio ambiente y hoy en particular dedicaremos este rato a reflexionar sobre el uso de los recursos energéticos. Leamos el primer párrafo del N° 49: 49.


Hoy, las cuestiones relacionadas con el cuidado y salvaguardia del ambiente han de tener debidamente en cuenta los problemas
energéticos. En efecto, el acaparamiento por parte de algunos estados, grupos de poder y empresas de recursos energéticos no renovables, es un grave obstáculo para el desarrollo de los países pobres. Éstos no tienen medios económicos ni para acceder a las fuentes energéticas no renovables ya existentes ni para financiar la búsqueda de fuentes nuevas y alternativas. La
acumulación de recursos naturales, que en muchos casos se encuentran precisamente en países pobres, causa explotación y conflictos frecuentes entre las naciones y en su interior. Dichos conflictos se producen con frecuencia precisamente en el territorio de esos países, con graves consecuencias de muertes, destrucción y mayor degradación aún. La comunidad internacional tiene el deber imprescindible de encontrar los modos institucionales para ordenar el aprovechamiento de los recursos no renovables, con la participación también de los países pobres, y planificar así conjuntamente el futuro.
El uso de las fuentes de energía no renovables no podía pasarse por alto en la encíclica Caritas in veritate, que trata sobre el desarrollo integral. Las fuentes de energía no renovables son parte de los bienes dados por Dios a la humanidad. En el proceso de desarrollo humano integral se necesita utilizar la energía y la energía no renovable tiene ese nombre porque es limitada, en algún momento se acaba.

 ¿Cuáles son las fuentes de energía no renovables?

Por ser una energía  necesaria  y no ser renovable, la comunidadinternacional tiene el deber  apremiantede encontrar formas equitativas de regular el uso de esas fuentes, de esos recursos que necesitamos todos y que una vez consumidos no se pueden
reproducir. En agricultura podemos sembrar trigo y papas una y otra vez, el ganado se reproduce;  en cambio el petróleo no se reproduce, no se puede sembrar; una vez extraído todo el petróleo de un pozo, simplemente se agotó; hay que buscarlo en otra parte.

Tener petróleo u otros recursos energéticos o no tenerlos, hace una gran diferenciaen la capacidad de desarrollo de los países, y esto es de modo particular preocupante tratándose de los países pobres. Si estos países tienen petróleo, por ejemplo, carecen de tecnología y de suficientes recursos económicos para encontrarlo y extraerlo. Necesitan la intervención de empresas poderosas, de
países ricos. Los países que no tienen petróleo tienen que pagar por él; se ven obligados a vender mucho de lo demás que poseen, – alimentos, por ejemplo y otros bienes materiales, para suplir la necesidad de energía. 
La responsabilidad de los países ricos es grande; se les pide que bajen el consumo de energía, que no la derrochen, que hagan esfuerzos en la investigación de nuevas fuentes de energía renovable. También se les debe pedir que paguen sin tacañería los productos básicos que importan de los países pobres. Los países industrializados utilizan mucha más energía, petróleo y carbón y tienen los medios para acudir a la energía nuclear que reemplaza a la energía renovable aunque con serias limitaciones de otro tipo.

Ventajas y desventajas de la energía nuclear

 El Japón tiene una triste historia: es el único país que ha sufrido los destrozos de la bomba atómica, al final de la II Guerra Mundial, y a pesar de esa historia, debido a la escasez de recursos energéticos no renovables, prefirió no tener en cuenta los sufrimientos que siguieron a la destrucción de sus ciudades Hiroshima y Nagasaki con la bomba atómica, y optó por la construcción de plantas nucleares, no con fines bélicos sino para la producción de la energía necesaria para su desarrollo; tiene ahora el Japón algo así como 50 plantas nucleares para producir energía.  El Japón quería transformarse en una potencia mundial y no tenía petróleo ni suficiente carbón. Éste no es el único país que ha optado por el riesgo nuclear. Hasta nuestro vecino  Venezuela, que es tan rico en petróleo, andaba con ese embeleco con la ayuda de Irán. Dicen que Venezuela tiene las mayores reservas de petróleo del mundo.

Chernóbil, Fukushima

Lo que significan los riesgos de las plantas de energía nuclear lo probó primerola Unión Soviética, con la explosión de la planta de Chernóbil, en la región  que hoy hace parte de Ucrania. Ese accidente nuclear sucedido el 26 de abril de 1986, ha sido considerado el accidente nuclear más grave y el mayor de los  desastres medioambientales de la historia. También el Japón ha sufrido las consecuencias de un accidente nuclear, cuando su planta de  Fukushima, fue afectada en marzo de este año 2011, por un terremoto y el consiguiente tsunami.

En un interesantecomentario en finanzas.com [1], que se encuentra en internet,  hay interesantes observaciones sobre la situación del Japón por el terremoto y el accidente de la planta nuclear. Dice que el terremoto en Japón ha reabierto un doloroso debate sobre la energía nuclear. El tsunami que se produjo como consecuencia del terremoto dañó, además de otras centrales nucleares, la de Fukushima. Tres explosiones y un incendio provocaron un alto riesgo radiactivo que pone a los habitantes del país en peligro. Y como era de esperar, los gobernantes de países que tienen plantas nucleares se alarmaron; así por ejemplo, la canciller alemana, Angela Merkel anunció la paralización de las centrales atómicas más antiguas de Alemania, mientras se verifica la seguridad de las centrales nucleares de ese país. Como observa la autora del comentario en finanzas.com, Estos episodios dañan aún más la deteriorada imagen que tiene este tipo de energía. Japón es el tercer productor de energía nuclear, por detrás de Estados Unidos y Francia. De hecho, el 80% de la energía que produce (Francia) provienen de las 59 centrales nucleares y es el principal exportador de energía en Europa.

¿Por qué se insiste en la energía nuclear?

Nos podemos preguntar por qué se insiste en la energía nuclear conociendo sus peligros. Es que los argumentos económicos dominan nuestro mundo. Se quiere progresar materialmente y para eso el uso de la energía es indispensable. No hay ningún interés en hacer un alto, en contentarnos con menos, en aceptar una vida más sencilla. Sólo la voz de la Iglesia clama en ese sentido;  no pide que se paralice el desarrollo, sino que nos llama a reflexionar si lo más conveniente no es ir más despacio, no intentar dar saltos gigantescos, cuando se pone en peligro a la humanidad.

Los economistas saben bien que el uso de la energía nuclear reduce la dependencia del petróleo, que con menos uso del petróleo se disminuye el riesgo de la inflación, porque el petróleo no aumentaría demasiado su precio, lo cual incrementa a su vez el precio de los demás productos manufacturados. Ese es un lado positivo del uso de la energía nuclear, desde el punto de vista económico. Pero, si la economía se utiliza, no como un instrumento para el bien común, sino que se considera un bien en sí misma, que beneficia a quienes la manejan, a los dueños del mercado, que son la minoría, se pone a lo que es un instrumento para uso de todos, por encima de bienes superiores. Es entonces la economía, vestida de codicia, la que manda, es el lucro, el ansia de ganar más para tener más.  s verdad que la energía nuclear es más limpia: no emite carbono a la atmósfera, pero a pesar de sus ventajas, la energía  nuclear genera muchas críticas y miedos motivados por el almacenamiento de los residuos nucleares y por posibles accidentes.  (…) Chérnobil en 1986 se llevó la palma. Las imágenes de la destrucción siguen en la retina de medio mundo y han despertado con la difícil situación de Fukushima.[2]

 ¿Dónde centrar el debate sobre el uso de la energía nuclear?

 Dado el riesgo que representa, la pregunta que nos debemos hacer no es necesariamente, si usar o no la energía nuclear; el debate se podría centrar más bien,  en la necesidad de que haya garantías de seguridad de la construcción y en el mantenimiento de las plantas productoras de esa clase de energía, que deben ser resistentes a catástrofes naturales. Este planteamiento abre un nuevo interrogante sobre la utilización de la energía nuclear por los países pobres. Si se nos ofreciera instalar plantas nucleares, ¿estarían nuestros países en capacidad de garantizar la seguridad de su población y la de los países vecinos?

Los  países pobres tienen derecho a acceder a las fuentes de energía. No olvidemos  que Dios entregó los bienes de la tierra para el uso de todos. En cuanto a  Colombia, aunque no se nos cuente entre los países poderosos, nos podemos  considerar bendecidos en recursos naturales que tenemos que aprender a  administrar: tenemos petróleo en cantidad que por ahora no nos obliga a  importarlo y somos un país rico en carbón, nuestro país es rico en agua, el más  precioso de los bienes. No olvidemos que somos responsables del buen uso que  hagamos de los bienes que Dios nos ha dado.

Tener petróleo y administrarlo en favor de todos

 La encíclica advierte que los países pobres no tienen medios económicos ni para acceder a las fuentes energéticas no renovables ya existentes ni para financiar la búsqueda de fuentes nuevas y alternativas y que La acumulación de recursos naturales, que en muchos casos se encuentran precisamente en países pobres, causa explotación y conflictos frecuentes entre las naciones y en su
interior.
Se atribuyen muchos problemas bélicos, a la abundancia de petróleo en un país o en un área geográfica. Es un hecho que el tener abundancia de petróleo con frecuencia provoca situaciones de explotación y de conflicto en los países pobres que tienen petróleo en abundancia, provocados por el comportamiento de los países poderosos y de sus también poderosas empresas. En algunos países, de las ventajas económicas de sus riquezas naturales se apropian sólo algunos, mientras la población sigue en la pobreza.

La comunidad internacional tiene el deber de encontrar los medios para que los países regulen la explotación de los recursos no renovables; debe incluir en las decisiones a los países pobres y planificar conjuntamente con ellos el futuro.  Es verdad que se trata de un deseo que supone dejar de lado el egoísmo y la ambición. Son actitudes que implican la conversión profunda de la que hemos hablado en otras oportunidades, para que sea posible vivir en la justicia y el amor. Infortunadamente, lo que vemos hoy no es  precisamente esa actitud. Quien tiene petróleo aprovecha la situación para tomar posiciones geopolíticas de dominio de esos territorios y se arma para supuestamente defenderse o para amedrentar a sus vecinos.

 Tendremos que dar cuenta de los recursos que hemos recibido gratuitamente

Todos debemos reconocer el impacto que tendrá en las futuras generaciones la mala administración de los recursos naturales no renovables en nuestro tiempo. La parábola de los talentos tiene plena aplicación: hemos recibido muchos recursos y tendremos que dar cuenta de su administración.

 En la segunda parte del N° 49 y en el siguiente número, Benedicto XVI insiste en la necesidad de practicar la solidaridad en el uso de los recursos energéticos. Se trata de una justicia que la encíclica llama intergeneracional, es decir, que debemos practicar con los que vienen detrás de nosotros. ¿Vamos a dejar la casa vacía, depredada, a las futuras generaciones? Seremos malos administradores? Otros pueblos y las futuras generaciones no se deben ver obligadas a cargar con las consecuencias de nuestra incapacidad de manejar con visión los bienes que el Señor nos entregó.

Veamos  lo que nos enseña la encíclica sobre el uso de la energía y la solidaridad:

En  este sentido, hay también una urgente  necesidad moral de una renovada solidaridad, especialmente en las  relaciones entre países en vías de desarrollo y países altamente  industrializados[3]. Las sociedades tecnológicamente  avanzadas pueden y deben disminuir el propio gasto energético, bien porque las  actividades manufactureras evolucionan, bien porque entre sus ciudadanos se  difunde una mayor sensibilidad ecológica. Además, se debe añadir que hoy se  puede mejorar la eficacia energética y al mismo tiempo progresar en la búsqueda  de energías alternativas. Pero es también necesaria una redistribución  planetaria de los recursos energéticos, de manera que también los países que no  los tienen puedan acceder a ellos. Su destino no puede dejarse en manos del  primero que llega o depender de la lógica del más fuerte. Se trata de  problemas relevantes que, para ser afrontados de manera adecuada, requieren por  parte de todos una responsable toma de conciencia de las consecuencias que  afectarán a las nuevas generaciones, y sobre todo a los numerosos jóvenes que  viven en los pueblos pobres, los cuales «reclaman tener su parte activa en la  construcción de un mundo mejor»[4]

50.  Esta responsabilidad es global, porque no concierne sólo a la energía, sino a  toda la creación, para no dejarla a las nuevas generaciones empobrecida en sus  recursos. Es lícito que el hombre gobierne  responsablemente la naturaleza para custodiarla, hacerla productiva y  cultivarla también con métodos nuevos y tecnologías avanzadas, de modo que  pueda acoger y alimentar dignamente a la población que la habita. En nuestra  tierra hay lugar para todos: en ella toda la familia humana debe encontrar los  recursos necesarios para vivir dignamente, con la ayuda de la naturaleza misma,  don de Dios a sus hijos, con el tesón del propio trabajo y de la propia  inventiva. Pero debemos considerar un deber muy grave el dejar la tierra a las  nuevas generaciones en un estado en el que puedan habitarla dignamente y seguir  cultivándola.

Después de leer estas  consideraciones de Benedicto XVI sobre el uso de los recursos energéticos,  comprendemos mejor que el mundo será mejor si atiende al Evangelio; que si  vivimos de acuerdo con la ética, con la justicia, en el amor que el Señor nos  enseña, viviremos en un mundo de paz, sin los sobresaltos en el presente y las  angustias frente a las incertidumbres del futuro.


[1] http://www.finanzas.com/noticias/economia/opinion/2011-03-16/447376_riesgo-energia-nuclear-japon-estaba.html

[2] Cf
http://www.finanzas.com/noticias/economia/opinion/2011-03-16/447376_riesgo-energia-nuclear-japon-estaba.html

[3] Cf. Juan  Pablo II, Mensaje para la Jornada Mundial  de la Paz,  1990, 10

[4] Pablo VI,  Carta encic. Populorum progressio, 65

Reflexión 226, Caritas in veritate N° 48 (3) Septiembre 8, 2011

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Vamos a continuar el estudio del N° 48 de la Encíclica Caridad en la verdad, Caritas in veritate, de Benedicto XVI.  Este número hace parte del capítulo 4°, que se titula Desarrollo de los Pueblos, Derechos y Deberes, Ambiente.

Lo que de Dios se ve en la naturaleza

 

Como vimos antes,  la naturaleza es expresión, manifestación de un proyecto de Dios, que es un proyecto de amor y de verdad; vimos que Dios nos dio  la naturaleza, la tierra por casa y la queremos como a nuestra casa. Decíamos que la naturaleza nos habla de Dios, su Creador, de su sabiduría, de su poder  y de su amor por la humanidad, y recordábamos las palabras de San Pablo, citadas en la encíclica, quien en su carta a los Romanos, 1,20, dice que (…) lo invisible de Dios, desde la creación del mundo, se deja ver a la inteligencia a través de sus obras: su poder eterno y su divinidad (…)  

San Juan de la Cruz describe poéticamente la creación como el paso de Dios Creador por los campos y cómo con sola su mirada los dejó vestidos de su hermosura. Comentamos también, que San Ignacio de Loyola en sus Ejercicios Espirituales, nos lleva a meditar que el amor con amor se paga, y que al contemplar los seres creados, que son regalos de Dios, no podemos menos que corresponderle con nuestra entrega y servicio. Por eso nos invita a entregar al Señor nuestro ser completo: nuestra libertad,  nuestra memoria, nuestro entendimiento y toda nuestra voluntad y decimos al Señor que todo eso nos lo dio Él y a Él se lo entregamos, pues sólo con su amor y su gracia nos basta.

Esa es la reflexión que los creyentes hacemos al contemplar la naturaleza, el medio ambiente, sin necesidad de acudir a ritos paganos de veneración a creaturas que Dios creó para que nos ayuden a hacer el camino hacia la eternidad.  A continuación el Papa nos recuerda en Caridad en la verdad, que la naturaleza está destinada encontrar la «plenitud» en Cristo al final de los tiempos (Ef 1,9s; Col 1, 19s).

 

El trato a la naturaleza según la Iglesia

 

En el N° 463 del Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia se nos clarifica esta posición de la Iglesia sobre el trato a la naturaleza. Dice:

Una correcta concepción del medio ambiente, si por una parte no puede reducir utilitariamente la naturaleza a un mero objeto de manipulación y explotación, por otra parte, tampoco debe absolutizarla y colocarla, en dignidad, por encima de la misma persona humana. En este último caso, se llega a divinizar la naturaleza o la tierra, como puede fácilmente verse en algunos movimientos ecologistas que piden se otorgue un reconocimiento institucional internacionalmente garantizado a sus ideas.[1]

 

Vocación de la naturaleza

 

Volvamos a leer esa parte del N° 48 de la encíclica Caridad en la verdad que no alcanzamos a comentar en el programa anterior y comienza con la afirmación de la vocación de la naturaleza dice:

         También ella, por tanto, es una «vocación»[2]. La naturaleza está a nuestra disposición no como un «montón de desechos esparcidos al azar»,[3] sino como un don del Creador que ha diseñado sus estructuras intrínsecas para que el hombre descubra las orientaciones que se deben seguir para «guardarla y cultivarla» (cf. Gn 2,15). Pero se ha de subrayar que es contrario al verdadero desarrollo considerar la naturaleza como más importante que la persona humana misma. Esta postura conduce a actitudes neopaganas o de nuevo panteísmo: la salvación del hombre no puede venir únicamente de la naturaleza, entendida en sentido puramente naturalista. 

De modo que la vocación de la naturaleza, el fin para el que fue creada, es de un don para el ser humano, que debe guardarla y cultivarla. Es oportuno continuar unas líneas más. Después de afirmar que es contrario al desarrollo considerar a  la naturaleza más importante que la persona humana, continúa:

 

La naturaleza y su gramática para entenderla

 

Por otra parte, también es necesario refutar la posición contraria, que mira a su completa tecnificación, porque el ambiente natural no es sólo materia disponible a nuestro gusto, sino obra admirable del Creador y que lleva en sí una «gramática» que indica finalidad y criterios para un uso inteligente, no instrumental y arbitrario. Hoy, muchos perjuicios al desarrollo provienen en realidad de estas maneras de pensar distorsionadas. Reducir completamente la naturaleza a un conjunto de simples datos fácticos acaba siendo fuente de violencia para con el ambiente, provocando además conductas que no respetan la naturaleza del hombre mismo. Ésta, en cuanto se compone no sólo de materia sino también de espíritu, y  la cual es orientada a su vez por la libertad responsable, atenta a los dictámenes de la ley moral. Por tanto, los proyectos para un desarrollo humano integral no pueden ignorar a las generaciones sucesivas, sino que han de caracterizarse por la solidaridad y la justicia inter-gene-racional, teniendo en cuenta múltiples aspectos, como el ecológico, el jurídico, el económico, el político y el cultural. [4]

El párrafo anterior es muy importante porque nos clarifica la posición de la Iglesia frente  a la naturaleza, frente a la ecología. No podemos descuidar a la naturaleza, tenemos una responsabilidad seria en su conservación. La debemos tratar como un don de Dios; no como un montón de desechos, no como basura. Génesis 2,15, que cita el Papa, dice que Dios dejó al hombre en el jardín de Edén, para que lo labrase y cuidase. Dejó al ser humano de jardinero. Cómo cuidar la naturaleza nos lo enseña la naturaleza misma, porque, como añade Benedicto XVI, en el interior de la naturaleza, en sus estructuras, es decir, en la distribución y orden con que están dispuestas todas las partes de estas obras maravillosas de Dios, podemos descubrir las orientaciones que se deben seguir para «guardarla(s) y cultivarla(s)» .

El conocimiento de la naturaleza es la contribución a que están llamados los científicos: los biólogos, cuando se trata de conocer las maravillas de los seres vivos, los físicos, los químicos, los botánicos, en fin, todos los que dedican su vida al estudio de la naturaleza.

Esos secretos que esconden las estructuras de los seres creados las entiende el campesino que aprende a manejar la agricultura por su observación; esos secretos los entendió bien en su estudio del ser humano, el científico Francis S. Collins, de quien ya hemos hablado; el que descifró el genoma humano, el código hereditario de la vida. El día del anuncio de ese descubrimiento, dice él, que se ofreció al mundo el escrito que contenía las instrucciones para la construcción del ser humano. El presidente Clinton, de los EE.UU., quien hizo el anuncio, dijo que ese día, se estaba conociendo el lenguaje en el cual Dios creó la vida (Today we are learning the language in which God created life). [5] 

 

La naturaleza nos enseña cómo tratarla

 

La encíclica advierte que cuando el ser humano descubre esos secretos de la estructura de la naturaleza debe utilizarlos según la finalidad para la que fueron creados, y no utilizarlos como instrumentos, para satisfacer su antojo. Los principios éticos para el manejo inteligente de la naturaleza se encuentran en su interior. Cuando se utiliza la naturaleza arbitrariamente, – hoy se hace así en algunos casos, – inclusive sin respeto por la naturaleza del mismo ser humano, – se hace violencia a la misma naturaleza. No porque algo sea posible hacerlo es siempre lícito. Hoy los avances de la ciencia hacen posible la manipulación de la naturaleza humana violentándola. Se ignora que la naturaleza humana está compuesta de materia y de espíritu, que Dios le imprimió un destino y que el uso de la libertad debe ser responsable y debe seguir los dictámenes de la ley moral. El ser humano no es sólo un conjunto de tejidos, aunque el espíritu que Dios le infunde no se descubra con el bisturí.

 

Si quieres promover la paz, protege la creación

 

Nadie puede comentar mejor la encíclica Caridad en la verdad, que el mismo Benedicto XVI. En su mensaje para la Jornada Mundial de la Paz en 2010, el Santo Padre dijo: Si quieres promover la paz, protege la creación. Es muy oportuno dedicar hoy un rato a recordar ese mensaje; hagámoslo, será muy bien empleado el tiempo.

Comenzó el Papa recordándonos que, como enseña el Catecismo, en el N° 198, El respeto a lo que ha sido creado tiene gran importancia, puesto que «la creación es el comienzo y el fundamento de todas las obras de Dios», y su salvaguardia se ha hecho hoy esencial para la convivencia pacífica de la humanidad. Luego continuó:

En efecto, aunque es cierto que, a causa de la crueldad del hombre con el hombre, hay muchas amenazas a la paz y al auténtico desarrollo humano integral – guerras, conflictos internacionales y regionales, atentados terroristas y violaciones de los derechos humanos–, no son menos preocupantes los peligros causados por el descuido, e incluso por el abuso que se hace de la tierra y de los bienes naturales que Dios nos ha dado. Por este motivo, es indispensable que la humanidad renueve y refuerce «esa alianza entre  ser humano y medio ambiente que ha de ser reflejo del amor creador de Dios, del cual procedemos y hacia el cual caminamos».[6] 

 

Responsabilidad con los pobres y las futuras generaciones

 

Y alude a sus enseñanzas de Caritas in veritate en el N° 48, que ahora estudiamos. Dice:

En la Encíclica Caritas in veritate he subrayado que el desarrollo humano integral está estrechamente relacionado con los deberes que se derivan de la relación del hombre con el entorno natural, considerado como un don de Dios para todos, cuyo uso comporta una responsabilidad común respecto a toda la humanidad, especialmente a los pobres y a las generaciones futuras. He señalado, además, que cuando se considera a la naturaleza, y al ser humano en primer lugar, simplemente como fruto del azar o del determinismo evolutivo, se corre el riesgo de que disminuya en las personas la conciencia de la responsabilidad.

 En cambio, valorar la creación como un don de Dios a la humanidad nos ayuda a comprender la vocación y el valor del hombre. En efecto, podemos proclamar llenos de asombro con el Salmista: «Cuando contemplo el cielo, obra de tus dedos, la luna y las estrellas que has creado, ¿qué es el hombre, para que te acuerdes de él, el ser humano, para darle poder?» (Sal 8,4-5). Contemplar la belleza de la creación es un estímulo para reconocer el amor del Creador, ese amor que «mueve el sol y las demás estrellas» ( Dante Alighieri, Divina Comedia, Paraíso, XXXIII, 145).

Alude luego Benedicto XVI al pensamiento de Juan Pablo II y de Pablo VI sobre nuestra relación con el medio ambiente:

 Hace veinte años, al dedicar el Mensaje de la Jornada Mundial de la Paz al tema Paz con Dios creador, paz con toda la creación, el Papa Juan Pablo II llamó la atención sobre la relación que nosotros, como criaturas de Dios, tenemos con el universo que nos circunda. «En nuestros días aumenta cada vez más la convicción –escribía– de que la paz mundial está amenazada, también […] por la falta del debido respeto a la naturaleza», añadiendo que la conciencia ecológica «no debe ser obstaculizada, sino más bien favorecida, de manera que se desarrolle y madure encontrando una adecuada expresión en programas e iniciativas concretas».[7] También otros Predecesores míos habían hecho referencia anteriormente a la relación entre el hombre y el medio ambiente. Pablo VI, por ejemplo, con ocasión del octogésimo aniversario de la Encíclica Rerum Novarum de León XIII, en 1971, señaló que «debido a una explotación inconsiderada de la naturaleza, [el hombre] corre el riesgo de destruirla y de ser a su vez víctima de esta degradación». Y añadió también que, en este caso, «no sólo el ambiente físico constituye una amenaza permanente: contaminaciones y desechos, nuevas enfermedades, poder destructor absoluto; es el propio consorcio humano el que el hombre no domina ya, creando de esta manera para el mañana un ambiente que podría resultarle intolerable. Problema social de envergadura que incumbe a la familia humana toda entera».[8]

 

¿Hasta dónde modificar la naturaleza?

Los avances de las ciencias naturales hacen posible la injerencia de la mano del hombre para modificar las estructuras de los seres creados, no sólo por descuido en el manejo de desechos o en la explotación inconsiderada de la naturaleza, que puede tener consecuencias graves por la contaminación de los ríos y del aire, sino que se llega a producir modificaciones en vegetales y animales, algunas modificaciones buscadas para mejorar especies y en  bien de la humanidad, otras consecuencia de malos manejos; lo mismo puede suceder cuando se  buscan cambios en el mismo organismo humano.

 En el manejo de la naturaleza, el único límite que el ser humano tiene no es la posibilidad de hacer algo; la dimensión ética nunca se puede ignorar.

Ante la imposibilidad de agotar el tema de la ecología en este espacio, les sugiero estudiar el capítulo X del Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, que se titula Salvaguardar el Medio Ambiente, y tiene estos importantes apartes:

I-             Aspectos Bíblicos

II-           El Hombre y el Universo de las Cosas. Se refiere a las actitudes de los cristianos con respecto al uso de la tierra, y al desarrollo de la ciencia y de la técnica.

III-         La crisis en la relación entre el hombre y el medio ambiente

IV-        Una responsabilidad Común, a) El ambiente, un bien colectivo, b) El uso de las biotecnologías, c) Medio ambiente  y distribución de los bienes. Se trata fundamentalmente de impedir la injusticia de un acaparamiento de los recursos: la avidez, ya sea individual o colectiva es contraria al orden de la creación,[9] d) Nuevos estilos de vida requeridos.

 Habíamos citado ya apartes del mensaje de Benedicto XVI para la Jornada Mundial de la Paz en 2010. Sobre la ética en el manejo de la naturaleza tuvo palabras importantes.

 



[1] Cf, por ejemplo, Consejo Pontificio de la Cultura-Consejo Pontificio para el Diálogo Interreligioso, Jesucristo, Portador del agua de la vida. Una reflexión cristiana sobre la “Nueva Era”, Librería  Editrice Vaticana, Ciudad del Vaticano, 2003, p.35

[2] Cf Juan Pablo II, Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 1990, 6

[3] Heráclito de Éfeso (Éfeso 535 a.C. ca. — 475 a.C. ca.), Fragmento 22B124, en: H. Diels — W. Kranz,  Die Fragmente der Vorsokratiker, Weidmann, Berlín 19526.

[4] Cf Consejo Pontificio Justicia y Paz, Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, 451-487

[5] Cf Francis S. Collins, The Language of God, a scientist presents evidence por bilief, Free Press a división of Simon & Schuster, Inc, 2006, Introcution, Pg. 2

[6] Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 2008, 7.

[7]Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 1990, 1.

 

[8]Carta ap. Octogesima adveniens, 21

[9] Cf Concilio Vaticano II, Gaudiumt spes, 69,  Pablo VI, Populorum progresio,22

 

Reflexión 225 Caritas in veritate N° 48, Septiembre 1, 2011

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El ser humano no es fruto del azar

Estamos estudiando el capítulo 4° de la encíclica Caritas in veritate, Caridad en la verdad, de Benedicto XVI. En el programa anterior comenzamos el N° 48, que  trata sobre nuestra responsabilidad con el medio ambiente. Nos enseña la encíclica que el ambiente natural, es decir la naturaleza,  es un don de Dios para todos y su uso representa para nosotros una responsabilidad con toda la humanidad. Cita en particular nuestra responsabilidad con los pobres y con las futuras generaciones.

Aprendimos que en la naturaleza, obra de Dios, podemos encontrar un orden que el Creador le imprimió y que en ese mismo orden natural podemos descubrir los principios sobre cómo manejar la naturaleza, cómo conservarla y utilizarla en beneficio del ser humano. La naturaleza es un don de Dios y debemos  utilizarla responsablemente para satisfacer las necesidades del género humano, respetando el equilibrio inherente a la naturaleza misma. 

Algo que no podemos pasar por alto al leer este N° 48, es que el ser humano no es fruto del azar, de la simple evolución de la naturaleza, sino que Dios intervino en su creación, hizo al ser humano a su imagen y semejanza, como nos lo enseña la Biblia; Dios lo creó superior a los demás seres,  a la persona humana la puso como centro de la naturaleza.

Para comprender el papel de la persona humana y las demás cosas creadas, nos puede ayudar el punto de partida de San Ignacio de Loyola en sus Ejercicios Espirituales, que comienza sus reflexiones con lo que llamó Principio y Fundamento; nos invita a reflexionar sobre nuestra posición frente a la naturaleza, cuando dice que “las otras cosas sobre la haz de la tierra son criadas para el hombre, y para que le ayuden en la prosecución del fin para el que es criado. De donde se sigue, que el hombre tanto ha de usar de ellas (dellas) cuanto le ayudan para su fin, y tanto debe apartarse (quitarse) de ellas (dellas) cuanto para ello le impiden” (Ejercicios Espirituales, 23, 3s) .  

 Comprensión de la naturaleza con la luz de la fe

Si queremos ordenar nuestra vida según el fin para el que Dios nos creó, no podemos ignorar lo que las demás creaturas representan para nosotros y cómo debe ser nuestra relación con ellas.

Como creyentes, nuestro modo de entender la naturaleza está cargado del sentido que le da su comprensión con la luz de  la fe. Como el Papa lo advierte en este número 48, los creyentes no consideramos a la naturaleza como algo tabú, es decir algo intocable ni tampoco como algo que nos fue dado con el derecho de hacer con ella lo que queramos, aun abusando de ella. En nuestra visión cristiana de la naturaleza, la comprendemos como obra de Dios, la naturaleza está conformada por creaturas, obras de la mano amorosa de Dios, en el universo que es el jardín del Edén. La persona humana fue encargada de su custodia. Tiene libertad para vivir en este jardín, alimentarse de sus frutos, pero tiene límites. Es decir, el ser humano puede servirse de la naturaleza, pero tiene límites en su uso.

 

La ciencia del bien y del mal

 

Los límites que Dios puso al ser humano al encargarlo de la naturaleza que había creado se expresan metafóricamente  en Gen 2, 16: De cualquier ‘árbol del jardín puedes comer, más del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás, porque el día que comieres de él, morirás sin remedio”. La Biblia de Jerusalén nos explica esas palabras; dice que la ciencia del bien y del mal se refiere a la facultad de decidir lo que es bueno o malo. Al usurpar  el ser humano el derecho a decidir lo que es bueno y lo que es malo, el hombre reniega de su estado de creatura, se independiza de Dios.

La figura de comer de la fruta prohibida expresa la rebeldía orgullosa contra Dios. ¿No es eso lo que la humanidad hace hoy? La rebeldía, por la cual se considera dueño absoluto de su voluntad, de hacer lo que quiera negándose a aceptar la voluntad de Dios. El hombre, por la carga del pecado original de soberbia, quiere hacer siempre lo que él quiere,  ignorando su condición de creatura y que Dios es el Señor, un Señor que lo ama, que tiene un plan para él, y que desea sólo su bien.

Hasta dónde llega la soberbia humana lo experimentamos con la posición de los que se creen dueños de la vida propia y de la vida de los demás. Cortes que pretenden obligar a que se acepte el aborto y la eutanasia; magistrados soberbios, que consideran que destruir la propia salud  con el uso de estupefacientes es un derecho de la persona y a eso lo llaman libre desarrollo de la personalidad. Es decir, conceden al ciudadano el derecho a decidir si progresan, si crecen  o limitan  su desarrollo o hasta si se autodestruyen. Deciden lo que es bueno o malo, independientemente de los planes de Dios. Se creen dueños absolutos.

 

El ser humano ideado por Dios

 

Y comprendamos que aceptar nuestro ser de creaturas, con límites, no nos disminuye; aceptar los planes de Dios para la humanidad es lo inteligente. Si Él es el inventor del ser humano, ¿pretendemos modificar su obra? ¿el modelo ideado solo por la mente humana, podrá ser superior al ideado por Dios, su inventor? 

Dentro de nuestros límites estamos dotados de tantas maravillas, rodeados de tantos bienes, todo dado por nuestro Padre, que sólo tenemos motivos de agradecer. No desprecia Dios la naturaleza humana; la ama tanto, que la tomó en su Hijo que se hizo uno de nosotros, igual en todo a nosotros, menos en el pecado (Heb 4,15).

Uso de la naturaleza respetando el equilibrio

 

La encíclica sintetiza maravillosamente estas enseñanzas sobre el uso de la naturaleza con estas palabras: El creyente reconoce en la naturaleza el maravilloso resultado de la intervención creadora de Dios, que el hombre puede utilizar responsablemente para satisfacer sus legítimas necesidades —materiales e inmateriales— respetando el equilibrio inherente a la creación misma.

Si aceptamos por la fe la intervención de Dios creador en la existencia de la naturaleza y del ser humano, nuestra relación con los demás seres creados y la aceptación de nuestra responsabilidad en su manejo, en su administración, tiene una perspectiva distinta, optimista y entusiasta para desempeñar nuestro papel de colaboradores de Dios en el desarrollo de su obra, que continúa; la creación continúa y nosotros somos los ayudantes del Creador. 

 

La naturaleza es expresión de un proyecto de amor y de verdad

 

Después de reflexionar sobre nuestros deberes con la naturaleza, con el medio ambiente, avancemos un paso más en el estudio del N° 48. Las primeras palabras del párrafo siguiente siguen por el mismo camino optimista y motivador:

La naturaleza es expresión de un proyecto de amor y de verdad. Ella nos precede y nos ha sido dada por Dios como ámbito de vida. Nos habla del Creador (cf. Rm 1,20) y de su amor a la humanidad. Está destinada a encontrar la «plenitud» en Cristo al final de los tiempos (cf. Ef 1,9-10; Col 1,19-20). También ella, por tanto, es una «vocación»[1]. La naturaleza está a nuestra disposición no como un «montón de desechos esparcidos al azar»,[2] sino como un don del Creador que ha diseñado sus estructuras intrínsecas para que el hombre descubra las orientaciones que se deben seguir para «guardarla y cultivarla» (cf. Gn 2,15). Pero se ha de subrayar que es contrario al verdadero desarrollo considerar la naturaleza como más importante que la persona humana misma. Esta postura conduce a actitudes neopaganas o de nuevo panteísmo: la salvación del hombre no puede venir únicamente de la naturaleza, entendida en sentido puramente naturalista. 

La naturaleza es expresión de un proyecto de amor y de verdad. Nos la dio Dios por casa, la queremos como nuestra casa; la naturaleza nos habla de Dios, su Creador y de su amor por la humanidad. Cita el Santo Padre a San Pablo, Rm 1,20: Porque lo invisible de Dios, desde la creación del mundo, se deja ver a la inteligencia a través de sus obras: su poder eterno y su divinidad (…) En la más sencilla flor, lo mismo que en lo más complejo del sistema nervioso del cerebro humano o en la magnitud del universo que se pierde en la profundidad del espacio aún por explorar, aparece el amor de Dios plasmado en un proyecto que continúa su desarrollo y nos encarga cuidar y hacer progresar.

 

El canto del Salmo 104

 

El salmista reconoce el amor de Dios en la naturaleza, de modo poético, en el Salmo 104. Leamos un fragmento. Los invito a meditarlo todo, e su casa.

01 Bendice al Señor, alma mía: ¡Señor, Dios mío, qué grande eres! Estás vestido de esplendor y majestad

02 y te envuelves con un manto de luz. Tú extendiste el cielo como un toldo

03 y construiste tu mansión sobre las aguas. Las nubes te sirven de carruaje y avanzas en alas del viento.

04 Usas como mensajeros a los vientos, y a los relámpagos, como ministros.

05 Afirmaste la tierra sobre sus cimientos: ¡no se moverá jamás!

06 El océano la cubría como un manto, las aguas tapaban las montañas;

07 pero tú las amenazaste y huyeron, escaparon ante el fragor del trueno.

08 Subieron a las montañas, bajaron por los valles, hasta el lugar que les habías señalado:

09 les fijaste un límite que no pasarán, ya no volverán a cubrir la tierra.

10 Haces brotar fuentes en los valles, y corren sus aguas por las quebradas.

11 Allí beben los animales del campo, los asnos salvajes apagan su sed.

12 Las aves del cielo habitan junto a ellas y hacen oír su canto entre las ramas.

13 Desde lo alto riegas las montañas,  y la tierra se sacia con el fruto de tus obras.

14 Haces brotar la hierba para el ganado y las plantas que el hombre cultiva, para sacar de la tierra el pan

15 y el vino que alegra el corazón del hombre, para que él haga brillar su rostro con el aceite y el pan reconforte su corazón.

16 Se llenan de savia los árboles del Señor, los cedros del Líbano que él plantó;

17 allí ponen su nido los pájaros, la cigüeña tiene su casa en los abetos;

19 Hiciste la luna para medir el tiempo, señalaste al sol el momento de su ocaso;

 

 

Con sola su figura

      Vestidos los dejó de su hermosura

 

Los creyentes a lo largo del tiempo han visto siempre a la naturaleza como expresión del amor de Dios. El místico extraordinario que fue San Juan de la Cruz escribió una de las páginas más bellas sobre este tema en la quinta canción de su Cántico Espiritual. En esos versos, las criaturas dan testimonio de la grandeza de Dios que las creó y dejó en ellas el rastro de lo que Él es, de su grandeza, de su poder y sabiduría. Utiliza allí el santo una palabra no muy utilizada en nuestros países; la palabra soto. Según el diccionario, soto es un sitio que en las riberas o vegas está poblado de árboles o arbustos. Ahora entenderemos todo el verso. Pregunta el Santo a la naturaleza, si Dios, su amado, ha pasado por allí:

 

         ¡Oh bosques y espesuras,

      Plantadas por la mano del amado!

      ¡Oh prado de verduras,

      De flores esmaltado,

      Decid si por vosotros ha pasado!

 

Y las criaturas responden:

 

         Mil gracias derramando,

      Pasó por estos sotos con presura,

      Y yéndolos mirando,

      Con sola su figura

      Vestidos los dejó de su hermosura.

 

Nos imaginamos al Creador recorriendo la tierra vacía y a su paso la va dejando vestida de hermosura.

 

Amor con amor se paga

 

Otro místico extraordinario, San Ignacio de Loyola, termina sus Ejercicios Espirituales con una reflexión que llama Contemplación para alcanzar amor y es precisamente una contemplación  de los bienes recibidos de Dios, entre los cuales figuran la creación y la redención, además de los dones que en particular Dios nos ha dado. A través de la contemplación de la naturaleza, como lo hacía San Francisco de Asís, también San Ignacio nos enseña que podemos acercarnos a Dios, comprender su inmenso amor por nosotros, en la contemplación de la naturaleza, y nos hace poner los pies sobre la tierra y reflexionar sobre cuál debe ser la respuesta práctica nuestra a tanto amor.

En todas las meditaciones según el método de San Ignacio, al comenzar se hace una petición al Señor, de acuerdo con la materia que se va a meditar. En la Contemplación para alcanzar amor, nos sugiere San Ignacio que pidamos conocimiento interno de tanto bien recibido, para que al reconocerlo, podamos en todo amar y servir a su divina majestad. La correspondencia al amor de Dios, que San Ignacio propone es en todo amar y servir a su divina majestad.

San Ignacio es muy consecuente con lo que propone: nos lleva a meditar en el amor de Dios por nosotros, trayendo a la memoria los bienes que Dios, nuestro Amante, nos ha dado, y nos lleva a decidir cómo vamos a responder de modo congruente. Y puesto que el amor se debe poner más en obras que en palabras, nos propone como respuesta, amar y servir a Dios. En todo amar y servir a su divina majestad, en palabras de San Ignacio. Es darle de lo que tenemos y podemos: nuestro servicio…

 

Todo es de Dios

 

San Ignacio va lejos; de esta misma Contemplación para alcanzar amor hace parte esa oración que nos compromete a entregarlo todo, la libertad, la memoria, el entendimiento y toda mi voluntad, todo mi haber y poseer y que termina con el reconocimiento del origen de todos esos dones: Vos me lo disteis; a Vos, Señor, lo torno, todo es vuestro, disponed a toda vuestra voluntad; dadme vuestro amor y gracia, que ésta me basta. (Ejercicios Espirituales, 234)

Quizás alguien piense que esta manera de aproximarnos al medio ambiente, a la ecología, es poco científico. Sí, es una reflexión espiritual, desde la fe, sobre el medio ambiente; es una reflexión sobre nuestra respuesta al cuidado de la naturaleza, el regalo de Dios a la humanidad. Los regalos de las personas que queremos, hechos con amor, los cuidamos, los conservamos. Utilicemos la ciencia para comprender la naturaleza y saber cuidarla, pero no hay mejor motivación que la que nace de la fe y el amor.



[1] Cf Juan Pablo II, Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 1990, 6

[2] Heráclito de Éfeso (Éfeso 535 a.C. ca. — 475 a.C. ca.), Fragmento 22B124, en: H. Diels — W. Kranz,  Die Fragmente der Vorsokratiker, Weidmann, Berlín 19526.

Reflexión 224 Caritas in veritate N° 48, Agosto 25 2011

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Jornada Mundial de la Juventud

Firmes en la fe

La semana pasada gozamos de unos días de inmensa alegría y entusiasmo siguiendo el desarrollo de la JMJ, la Jornada Mundial de la Juventud, en Madrid, España. De verdad que en medio de tantas dificultades como vive la Iglesia, perseguida por su fidelidad al Evangelio, ver en la TV a millón y medio de jóvenes acompañando al Santo Padre con el grito entusiasta: “Esta es la juventud el Papa”, nos llenó de paz y optimismo y no podíamos menos que agradecer a Dios por su don inestimable de la fe. Eran contagiosas las palabras del himno de la JMJ, que sintetizaban su tema: «Arraigados y edificados en Cristo, firmes en la fe», con palabras tomadas de San Pablo en Col 2, 7. “Firmes en la fe”, es la actitud que con la gracia de Dios nos debe acompañar siempre, porque estamos arraigados, fundados en quien no falla, edificados en Jesucristo que es el Camino, la Verdad, la Vida, la roca que no cede, que no se resquebraja.

La orquesta, el coro de jóvenes

 

Según información de los organizadores, la orquesta sinfónica y el coro que acompañaron los actos de la JMJ estuvieron conformados por 250 voluntarios: un coro de casi 170 cantantes y una orquesta de poco menos de 80 músicos, estudiantes y profesionales de diferentes lugares de España seleccionados en febrero de este año 2011 de entre un total de más de 700 músicos que se reunieron los sábados para preparar el repertorio y a través de la música transmitir los grandes ideales de la fe. Esta formación musical constituyó una de las novedades de la jornada celebrada en Madrid: en su preparación  colaboró un equipo muy importante de músicos profesionales.

 

Los presencia de los medios de comunicación católicos y la ausencia de los medios comerciales

 

Ante unas España sacudida por la intolerancia de los no creyentes y un mundo que pretende ignorar a Dios, el entusiasmo de los jóvenes por la fe mitiga la tristeza y abre el camino a la esperanza. Debemos agradecer la presencia de los medios de comunicación católicos que nos permiten acercarnos a estos maravillosos acontecimientos, porque los medios de comunicación laicos no dieron importancia a la JMJ. Tienen mucho tiempo para lo trivial, para lo frívolo, pero no para lo trascendente.

 

Repasemos lo visto en el capítulo 4° de Caritas in veritate

 

Y vayamos ya a nuestro tema: la DSI, como la presenta Benedicto XVI en su encíclica Caritas in veritate, Caridad en la verdad.  Recordemos que estamos estudiando el capítulo cuarto, que trata sobre el Desarrollo de los Pueblos, Derechos y Deberes,  el medio Ambiente.

 

Derechos y Deberes

 

Vimos que aunque en la sociedad se habla mucho de derechos y se habla menos  de deberes, los derechos y los deberes deben ir siempre juntos. Comprendimos que los derechos no son ilimitados, tienen límites y no nos conceden licencia para hacer con ellos lo que queramos. Aprendimos que precisamente los deberes refuerzan los derechos al defenderlos y promoverlos.

 

Ser solidarios ¿un deber?

 

También nos quedó claro  que la solidaridad humana impone deberes, de manera que, por ejemplo, los países económicamente poderosos no pueden ignorar las necesidades urgentes de pueblos pobres, cuando se trata de necesidades que constituyen  derechos fundamentales, como son el acceso a la alimentación y al agua. Los países económicamente poderosos, antes que gastar sus recursos en caprichos o bienes superfluos, deben acudir primero a colaborar en la satisfacción de las necesidades fundamentales de los pobres del mundo. La solidaridad no es, entonces, si uno quiere…

Es importante comprender que los países poderosos tienen derecho a poseer y a disfrutar de sus bienes, pero esos derechos se fundan en principios éticos y no pueden defenderlos, por encima de los derechos fundamentales de los demás. Lo mismo que decimos de los derechos de los países de altos ingresos, que tienen obligación de ser solidarios, es aplicable, en sus debidas proporciones, a los derechos de las personas, a nuestros derechos, de acuerdo con nuestras posibilidades. No es raro escuchar a algunas personas, que pueden hacer con su dinero lo que le plazca porque es “su” dinero; sí pero su derecho se funda en principios éticos y no podemos ignorar las necesidades básicas, fundamentales de nuestros prójimos. Si hay gente que pasa hambre, no podemos ignorarla.

 

Fundamento de los derechos humanos

Aprendimos ya qué significa que los derechos humanos se fundamenten en la naturaleza humana y que no existen porque
los conceda la voluntad de los legisladores o gobernantes. Cuando la ONU proclamó los derechos humanos, lo que hizo fue reconocer  su obligatoriedad universal; no fue la ONU la que los concedió. Se trata de derechos de toda persona por ser persona humana, es decir, por su naturaleza humana, no porque una autoridad los reconozca.

¿En qué consiste el bien común universal?

 

También nos enseñó el Papa, siguiendo a Juan XXIII en su encíclica Pacem in terris, Paz en la tierra, el concepto de bien común universal.  Generalmente nos referimos al bien común cuando se trata de asuntos locales y nacionales, por ejemplo cuando por el bien común se construye una carretera o una calle y los particulares deben vender una parte de su propiedad. Ya en 1963, el Beato Juan XXIII llamó la atención sobre la interdependencia de los Estados en lo social, lo político y lo económico, de manera que (…) la prosperidad o el progreso de cada país son en parte efecto y en parte causa de la prosperidad y del progreso de los demás pueblos (Pacem in terris, 131). Por eso debemos cuidar del bien común universal, que el mismo Papa Juan XXIII define como el que afecta a toda la familia humana. De manera que el bien común universal es el que afecta a toda la familia humana.

 

El bien común es la medida de la economía

 

Entre la escasa información publicada por El Tiempo sobre la JMJ  está esta frase de Benedicto XVI: “La economía no se puede medir por el máximo beneficio, sino por el bien común.” (El Tiempo, domingo 21 de agosto. 2011, sección Debes leer, 3). Sabiendo que el bien común es el que afecta a toda la familia humana, comprendemos que no es suficiente que la economía crezca, que se produzcan enormes ganancias económicas para decir que la economía está bien, si esas ganancias sólo benefician a una pequeña parte de la población y por el contrario el manejo de la economía afecta al resto de la familia humana.  Eso significa la frase del Papa: “La economía no se puede medir por el máximo beneficio, sino por el bien común.”

 

Desarrollo del ser humano, en el mundo

 

Otro punto muy interesante que hemos ido reforzando en nuestra comprensión de la economía según la DSI, es que para entender el desarrollo desde nuestra fe, tenemos que tener en cuenta dos elementos esenciales: que se trata 1. del desarrollo del ser humano y 2. en el mundo. Como el ser humano es creado a imagen y semejanza de Dios, no es solo material y si se busca su desarrollo integral no se puede buscar solamente su desarrollo material, porque el ser humano es también espiritual y tiene un destino sobrenatural. Si se buscara solo un desarrollo material, se buscaría entonces un desarrollo recortado, incompleto, de solo una parte del ser humano.

En segundo lugar, se trata del desarrollo de la persona humana en este mundo material que Dios nos dio para que lo administremos para todos, para que lo hagamos crecer y mejorar para bien de todos. No es el mundo la hacienda de propiedad, únicamente, de los países más avanzados.

 

La economía necesita el enfoque cristiano

 

De manera que para comprender las enseñanzas sociales de la Iglesia, hay temas fundamentales que debemos tener en cuenta, y el primero es el enfoque de fe. Sin Dios de por medio, no puede haber desarrollo integral de los pueblos y no habrá justicia ni paz.

La economía necesita el enfoque cristiano. Es el enfoque que tiene en cuenta el bien del ser humano comprendido en todas sus dimensiones. Y es que los creyentes entendemos al ser humano de manera diferente a como lo entienden los no creyentes. Para nosotros, creyentes, el ser humano es la obra cumbre del mayor artista posible: del Creador de las maravillas del universo. A esta obra cumbre, la persona humana,  la dotó Dios de capacidad de amar, no  sólo de sentir y de entender intelectualmente, porque Dios es Amor y somos hechos a su imagen.

 

El ser humano está dotado para administrar el mundo

 

Renunciar al amor es por eso una monstruosidad; eso es la violencia;  a ninguna otra creatura sino a la persona humana la dotó el Creador de inteligencia, y de capacidad de amar, no sólo de instinto. Por eso el ser humano tiene la capacidad, si la usa bien, de administrar el mundo. A la persona humana así diseñada, la preparó para que un día pudiera recibir a la Segunda Persona de la Trinidad, que se encarnaría en ella y así el Dios invisible se haría, en alguna forma, visible a nuestros ojos.

No podemos equivocarnos, pensando que el único desarrollo por el que debemos esforzarnos es el desarrollo material. Hay que buscarlo, claro, y por eso es importante el crecimiento económico;  pero no es suficiente si no alcanza a todos y si no es parte de un crecimiento integral, que tenga en cuenta al ser humano espiritual, intelectual, moral. Cuando se habla de antropología cristiana nos referimos al modo de concebir al ser humano  completo, con un destino sobrenatural, que no termina en polvo y que es capaz de relacionarse con el Ser Absoluto, su Creador y Señor.

 

La corrupción es una afrenta a la dignidad humana

 

El Papa ha dejado clara la necesidad de la ética en el manejo de la economía; ética que se basa en la dignidad del ser humano que no puede ser violada; normas morales que deben extenderse, que deben impregnar la vida social toda y por lo tanto también la economía, porque es una actividad humana. La  extensión de las normas morales a toda la actividad humana se desprende de la dignidad de la persona humana. Son los pilares de todo sistema ético o moral. Como nos damos cuenta, la corrupción de la que se habla todos los días es una afrenta a la dignidad humana.

 

Nuestra responsabilidad con el medio ambiente

Sigamos ahora con el N° 48 de Caridad en la verdad; el primer párrafo dice:

El tema del desarrollo está también muy unido hoy a los deberes que nacen de la relación del hombre con el ambiente natural. Éste es un don de Dios para todos, y su uso representa para nosotros una responsabilidad para con los pobres, las generaciones futuras y toda la humanidad. Cuando se considera la naturaleza, y en primer lugar al ser humano, fruto del azar o del determinismo evolutivo, disminuye el sentido de la responsabilidad en las conciencias. El creyente reconoce en la naturaleza el maravilloso resultado de la intervención creadora de Dios, que el hombre puede utilizar responsablemente para satisfacer sus legítimas necesidades —materiales e inmateriales— respetando el equilibrio inherente a la creación misma. Si se desvanece esta visión, se acaba por considerar la naturaleza como un tabú intocable o, al contrario, por abusar de ella. Ambas posturas no son conformes con la visión cristiana de la naturaleza, fruto de la creación de Dios.

En resumen, este número 48 nos enseña los deberes que se originan en nuestra relación con el ambiente natural; el N° 49 se refiere al problema energético, el 50 nos explica que se trata de una responsabilidad global. El 51 nos dice que el modo como el ser humano trata al ambiente influye en la manera como se trata a sí mismo y termina este tema con el N° 52 en que nos enseña que la verdad y el amor sólo pueden recibirse como un don de Dios.

 

El ambiente natural es un don de Dios para todos

 

El N° 48, sobre los deberes que nacen en nuestra relación con el ambiente natural dice que el ambiente natural es un don de Dios para todos y su uso representa para nosotros una responsabilidad con toda la humanidad. Cita en particular la responsabilidad con los pobres y con las futuras generaciones.

Nos enseña Benedicto XVI que a este ambiente natural, Dios le dio un orden intrínseco, un orden propio, esencial  y que de ese orden propio de la naturaleza, podemos extraer principios sobre su uso, principios sobre el cuidado con que debemos manejarlo y basados en la naturaleza misma podemos guiarnos en la formación de la cultura y en la manera de interactuar con ella. Esto es muy interesante e importante: no hay que inventar principios sobre el manejo de la naturaleza; los podemos deducir de ella misma.

 

La naturaleza no está por encima del bien de la humanidad

 

Nos previene la encíclica Caridad en la verdad que el ambiente no es más importante que la propia persona humana. Algunas personas parecen preferir a la naturaleza antes que al bien de la humanidad. No, la naturaleza es un don de Dios para uso, el uso correcto, de la humanidad. Dice algo que tenemos que entender más adelante: que tampoco debemos perseguir dominar totalmente el ambiente natural de forma técnica.

Finalmente, nos dice en este N° 48, que los proyectos de desarrollo humano integral deben basarse en la solidaridad y en la justicia entre generaciones y también considerar muchos contextos: ecológico, jurídico, económico, político y cultural.[1]

El 8 de julio de 2009, en la audiencia general al día siguiente de la presentación de Caridad en la verdad, el Santo Padre se refirió muy sintéticamente a cada parte de la encíclica y sobre el medio ambiente dijo: Es necesario un estilo de vida distinto por parte de toda la humanidad, en el que los deberes de cada uno con respecto al ambiente se entrelacen con los de la persona considerada en sí misma y en relación con los demás.

 

La conversión también se refiere al comportamiento con el ambiente

 

Esa reflexión del Papa sobre la necesidad de que cambiemos, de que llevemos un estilo de vida distinto en relación con el medio ambiente, es indispensable a lo largo de todas nuestras reflexiones sobre la DSI. El mundo no va a cambiar, no va a ser más justo, más vivible en caridad, sin una conversión general. No  podremos conseguir construir un mundo mejor, sólo con más y mejores leyes, con mejor armamento. Pensando en la situación de injusticia del mundo, Juan Pablo II en su encíclica Redemptor hominis, en el N° 16, dice: No se avanzará en este camino difícil de las indispensables transformaciones de las estructuras de la vida económica, si no se realiza una verdadera conversión de las mentalidades y de los corazones. La tarea requiere el compromiso decidido de hombres y de pueblos libres y solidarios.

Nuestro examen de conciencia tiene que llegar también a nuestro comportamiento con el medio ambiente. ¿En qué debemos cambiar? ¿Hacemos algo? ¿Por lo menos colaboramos en la entrega de la basura de manera ordenada y separamos los desperdicios según sean o no reciclables? Esto hace parte de nuestra vida cristiana. También aquí debemos hablar de conversión.



[1] Cfr. Resumen de la encíclica Caritas in veritate, Instituto Social León XIII, http:/www.instituto-social-leonxiii.org