Reflexión 224 Caritas in veritate N° 48, Agosto 25 2011

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Jornada Mundial de la Juventud

Firmes en la fe

La semana pasada gozamos de unos días de inmensa alegría y entusiasmo siguiendo el desarrollo de la JMJ, la Jornada Mundial de la Juventud, en Madrid, España. De verdad que en medio de tantas dificultades como vive la Iglesia, perseguida por su fidelidad al Evangelio, ver en la TV a millón y medio de jóvenes acompañando al Santo Padre con el grito entusiasta: “Esta es la juventud el Papa”, nos llenó de paz y optimismo y no podíamos menos que agradecer a Dios por su don inestimable de la fe. Eran contagiosas las palabras del himno de la JMJ, que sintetizaban su tema: «Arraigados y edificados en Cristo, firmes en la fe», con palabras tomadas de San Pablo en Col 2, 7. “Firmes en la fe”, es la actitud que con la gracia de Dios nos debe acompañar siempre, porque estamos arraigados, fundados en quien no falla, edificados en Jesucristo que es el Camino, la Verdad, la Vida, la roca que no cede, que no se resquebraja.

La orquesta, el coro de jóvenes

 

Según información de los organizadores, la orquesta sinfónica y el coro que acompañaron los actos de la JMJ estuvieron conformados por 250 voluntarios: un coro de casi 170 cantantes y una orquesta de poco menos de 80 músicos, estudiantes y profesionales de diferentes lugares de España seleccionados en febrero de este año 2011 de entre un total de más de 700 músicos que se reunieron los sábados para preparar el repertorio y a través de la música transmitir los grandes ideales de la fe. Esta formación musical constituyó una de las novedades de la jornada celebrada en Madrid: en su preparación  colaboró un equipo muy importante de músicos profesionales.

 

Los presencia de los medios de comunicación católicos y la ausencia de los medios comerciales

 

Ante unas España sacudida por la intolerancia de los no creyentes y un mundo que pretende ignorar a Dios, el entusiasmo de los jóvenes por la fe mitiga la tristeza y abre el camino a la esperanza. Debemos agradecer la presencia de los medios de comunicación católicos que nos permiten acercarnos a estos maravillosos acontecimientos, porque los medios de comunicación laicos no dieron importancia a la JMJ. Tienen mucho tiempo para lo trivial, para lo frívolo, pero no para lo trascendente.

 

Repasemos lo visto en el capítulo 4° de Caritas in veritate

 

Y vayamos ya a nuestro tema: la DSI, como la presenta Benedicto XVI en su encíclica Caritas in veritate, Caridad en la verdad.  Recordemos que estamos estudiando el capítulo cuarto, que trata sobre el Desarrollo de los Pueblos, Derechos y Deberes,  el medio Ambiente.

 

Derechos y Deberes

 

Vimos que aunque en la sociedad se habla mucho de derechos y se habla menos  de deberes, los derechos y los deberes deben ir siempre juntos. Comprendimos que los derechos no son ilimitados, tienen límites y no nos conceden licencia para hacer con ellos lo que queramos. Aprendimos que precisamente los deberes refuerzan los derechos al defenderlos y promoverlos.

 

Ser solidarios ¿un deber?

 

También nos quedó claro  que la solidaridad humana impone deberes, de manera que, por ejemplo, los países económicamente poderosos no pueden ignorar las necesidades urgentes de pueblos pobres, cuando se trata de necesidades que constituyen  derechos fundamentales, como son el acceso a la alimentación y al agua. Los países económicamente poderosos, antes que gastar sus recursos en caprichos o bienes superfluos, deben acudir primero a colaborar en la satisfacción de las necesidades fundamentales de los pobres del mundo. La solidaridad no es, entonces, si uno quiere…

Es importante comprender que los países poderosos tienen derecho a poseer y a disfrutar de sus bienes, pero esos derechos se fundan en principios éticos y no pueden defenderlos, por encima de los derechos fundamentales de los demás. Lo mismo que decimos de los derechos de los países de altos ingresos, que tienen obligación de ser solidarios, es aplicable, en sus debidas proporciones, a los derechos de las personas, a nuestros derechos, de acuerdo con nuestras posibilidades. No es raro escuchar a algunas personas, que pueden hacer con su dinero lo que le plazca porque es “su” dinero; sí pero su derecho se funda en principios éticos y no podemos ignorar las necesidades básicas, fundamentales de nuestros prójimos. Si hay gente que pasa hambre, no podemos ignorarla.

 

Fundamento de los derechos humanos

Aprendimos ya qué significa que los derechos humanos se fundamenten en la naturaleza humana y que no existen porque
los conceda la voluntad de los legisladores o gobernantes. Cuando la ONU proclamó los derechos humanos, lo que hizo fue reconocer  su obligatoriedad universal; no fue la ONU la que los concedió. Se trata de derechos de toda persona por ser persona humana, es decir, por su naturaleza humana, no porque una autoridad los reconozca.

¿En qué consiste el bien común universal?

 

También nos enseñó el Papa, siguiendo a Juan XXIII en su encíclica Pacem in terris, Paz en la tierra, el concepto de bien común universal.  Generalmente nos referimos al bien común cuando se trata de asuntos locales y nacionales, por ejemplo cuando por el bien común se construye una carretera o una calle y los particulares deben vender una parte de su propiedad. Ya en 1963, el Beato Juan XXIII llamó la atención sobre la interdependencia de los Estados en lo social, lo político y lo económico, de manera que (…) la prosperidad o el progreso de cada país son en parte efecto y en parte causa de la prosperidad y del progreso de los demás pueblos (Pacem in terris, 131). Por eso debemos cuidar del bien común universal, que el mismo Papa Juan XXIII define como el que afecta a toda la familia humana. De manera que el bien común universal es el que afecta a toda la familia humana.

 

El bien común es la medida de la economía

 

Entre la escasa información publicada por El Tiempo sobre la JMJ  está esta frase de Benedicto XVI: “La economía no se puede medir por el máximo beneficio, sino por el bien común.” (El Tiempo, domingo 21 de agosto. 2011, sección Debes leer, 3). Sabiendo que el bien común es el que afecta a toda la familia humana, comprendemos que no es suficiente que la economía crezca, que se produzcan enormes ganancias económicas para decir que la economía está bien, si esas ganancias sólo benefician a una pequeña parte de la población y por el contrario el manejo de la economía afecta al resto de la familia humana.  Eso significa la frase del Papa: “La economía no se puede medir por el máximo beneficio, sino por el bien común.”

 

Desarrollo del ser humano, en el mundo

 

Otro punto muy interesante que hemos ido reforzando en nuestra comprensión de la economía según la DSI, es que para entender el desarrollo desde nuestra fe, tenemos que tener en cuenta dos elementos esenciales: que se trata 1. del desarrollo del ser humano y 2. en el mundo. Como el ser humano es creado a imagen y semejanza de Dios, no es solo material y si se busca su desarrollo integral no se puede buscar solamente su desarrollo material, porque el ser humano es también espiritual y tiene un destino sobrenatural. Si se buscara solo un desarrollo material, se buscaría entonces un desarrollo recortado, incompleto, de solo una parte del ser humano.

En segundo lugar, se trata del desarrollo de la persona humana en este mundo material que Dios nos dio para que lo administremos para todos, para que lo hagamos crecer y mejorar para bien de todos. No es el mundo la hacienda de propiedad, únicamente, de los países más avanzados.

 

La economía necesita el enfoque cristiano

 

De manera que para comprender las enseñanzas sociales de la Iglesia, hay temas fundamentales que debemos tener en cuenta, y el primero es el enfoque de fe. Sin Dios de por medio, no puede haber desarrollo integral de los pueblos y no habrá justicia ni paz.

La economía necesita el enfoque cristiano. Es el enfoque que tiene en cuenta el bien del ser humano comprendido en todas sus dimensiones. Y es que los creyentes entendemos al ser humano de manera diferente a como lo entienden los no creyentes. Para nosotros, creyentes, el ser humano es la obra cumbre del mayor artista posible: del Creador de las maravillas del universo. A esta obra cumbre, la persona humana,  la dotó Dios de capacidad de amar, no  sólo de sentir y de entender intelectualmente, porque Dios es Amor y somos hechos a su imagen.

 

El ser humano está dotado para administrar el mundo

 

Renunciar al amor es por eso una monstruosidad; eso es la violencia;  a ninguna otra creatura sino a la persona humana la dotó el Creador de inteligencia, y de capacidad de amar, no sólo de instinto. Por eso el ser humano tiene la capacidad, si la usa bien, de administrar el mundo. A la persona humana así diseñada, la preparó para que un día pudiera recibir a la Segunda Persona de la Trinidad, que se encarnaría en ella y así el Dios invisible se haría, en alguna forma, visible a nuestros ojos.

No podemos equivocarnos, pensando que el único desarrollo por el que debemos esforzarnos es el desarrollo material. Hay que buscarlo, claro, y por eso es importante el crecimiento económico;  pero no es suficiente si no alcanza a todos y si no es parte de un crecimiento integral, que tenga en cuenta al ser humano espiritual, intelectual, moral. Cuando se habla de antropología cristiana nos referimos al modo de concebir al ser humano  completo, con un destino sobrenatural, que no termina en polvo y que es capaz de relacionarse con el Ser Absoluto, su Creador y Señor.

 

La corrupción es una afrenta a la dignidad humana

 

El Papa ha dejado clara la necesidad de la ética en el manejo de la economía; ética que se basa en la dignidad del ser humano que no puede ser violada; normas morales que deben extenderse, que deben impregnar la vida social toda y por lo tanto también la economía, porque es una actividad humana. La  extensión de las normas morales a toda la actividad humana se desprende de la dignidad de la persona humana. Son los pilares de todo sistema ético o moral. Como nos damos cuenta, la corrupción de la que se habla todos los días es una afrenta a la dignidad humana.

 

Nuestra responsabilidad con el medio ambiente

Sigamos ahora con el N° 48 de Caridad en la verdad; el primer párrafo dice:

El tema del desarrollo está también muy unido hoy a los deberes que nacen de la relación del hombre con el ambiente natural. Éste es un don de Dios para todos, y su uso representa para nosotros una responsabilidad para con los pobres, las generaciones futuras y toda la humanidad. Cuando se considera la naturaleza, y en primer lugar al ser humano, fruto del azar o del determinismo evolutivo, disminuye el sentido de la responsabilidad en las conciencias. El creyente reconoce en la naturaleza el maravilloso resultado de la intervención creadora de Dios, que el hombre puede utilizar responsablemente para satisfacer sus legítimas necesidades —materiales e inmateriales— respetando el equilibrio inherente a la creación misma. Si se desvanece esta visión, se acaba por considerar la naturaleza como un tabú intocable o, al contrario, por abusar de ella. Ambas posturas no son conformes con la visión cristiana de la naturaleza, fruto de la creación de Dios.

En resumen, este número 48 nos enseña los deberes que se originan en nuestra relación con el ambiente natural; el N° 49 se refiere al problema energético, el 50 nos explica que se trata de una responsabilidad global. El 51 nos dice que el modo como el ser humano trata al ambiente influye en la manera como se trata a sí mismo y termina este tema con el N° 52 en que nos enseña que la verdad y el amor sólo pueden recibirse como un don de Dios.

 

El ambiente natural es un don de Dios para todos

 

El N° 48, sobre los deberes que nacen en nuestra relación con el ambiente natural dice que el ambiente natural es un don de Dios para todos y su uso representa para nosotros una responsabilidad con toda la humanidad. Cita en particular la responsabilidad con los pobres y con las futuras generaciones.

Nos enseña Benedicto XVI que a este ambiente natural, Dios le dio un orden intrínseco, un orden propio, esencial  y que de ese orden propio de la naturaleza, podemos extraer principios sobre su uso, principios sobre el cuidado con que debemos manejarlo y basados en la naturaleza misma podemos guiarnos en la formación de la cultura y en la manera de interactuar con ella. Esto es muy interesante e importante: no hay que inventar principios sobre el manejo de la naturaleza; los podemos deducir de ella misma.

 

La naturaleza no está por encima del bien de la humanidad

 

Nos previene la encíclica Caridad en la verdad que el ambiente no es más importante que la propia persona humana. Algunas personas parecen preferir a la naturaleza antes que al bien de la humanidad. No, la naturaleza es un don de Dios para uso, el uso correcto, de la humanidad. Dice algo que tenemos que entender más adelante: que tampoco debemos perseguir dominar totalmente el ambiente natural de forma técnica.

Finalmente, nos dice en este N° 48, que los proyectos de desarrollo humano integral deben basarse en la solidaridad y en la justicia entre generaciones y también considerar muchos contextos: ecológico, jurídico, económico, político y cultural.[1]

El 8 de julio de 2009, en la audiencia general al día siguiente de la presentación de Caridad en la verdad, el Santo Padre se refirió muy sintéticamente a cada parte de la encíclica y sobre el medio ambiente dijo: Es necesario un estilo de vida distinto por parte de toda la humanidad, en el que los deberes de cada uno con respecto al ambiente se entrelacen con los de la persona considerada en sí misma y en relación con los demás.

 

La conversión también se refiere al comportamiento con el ambiente

 

Esa reflexión del Papa sobre la necesidad de que cambiemos, de que llevemos un estilo de vida distinto en relación con el medio ambiente, es indispensable a lo largo de todas nuestras reflexiones sobre la DSI. El mundo no va a cambiar, no va a ser más justo, más vivible en caridad, sin una conversión general. No  podremos conseguir construir un mundo mejor, sólo con más y mejores leyes, con mejor armamento. Pensando en la situación de injusticia del mundo, Juan Pablo II en su encíclica Redemptor hominis, en el N° 16, dice: No se avanzará en este camino difícil de las indispensables transformaciones de las estructuras de la vida económica, si no se realiza una verdadera conversión de las mentalidades y de los corazones. La tarea requiere el compromiso decidido de hombres y de pueblos libres y solidarios.

Nuestro examen de conciencia tiene que llegar también a nuestro comportamiento con el medio ambiente. ¿En qué debemos cambiar? ¿Hacemos algo? ¿Por lo menos colaboramos en la entrega de la basura de manera ordenada y separamos los desperdicios según sean o no reciclables? Esto hace parte de nuestra vida cristiana. También aquí debemos hablar de conversión.



[1] Cfr. Resumen de la encíclica Caritas in veritate, Instituto Social León XIII, http:/www.instituto-social-leonxiii.org