Reflexión 263 , octubre 17 2013, Quadragesimo anno (IV)

 

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Sigamos estudiando la Qudragesimo anno

En la reflexión anterior empezamos a estudiar la encíclica Quadragesimo anno, Año cuadragésimo, del papa Pío XI,  después de haber dedicado varios programas a comprender los acontecimientos por los que pasaba la humanidad por el año 1931, – es decir el contexto histórico, –  cuando Pío XI ofreció su encíclica en el cuadragésimo aniversario de la publicación de Rerum novarum, de León XIII.

 Hay una frase muy citada del filósofo y poeta Jorge Santayana   aquella que dice: “Aquellos que no recuerdan el pasado están condenados a repetirlo.” Claro que se refiere a que uno puede repetir los errores del pasado si no conoce la historia. Hay otro pensamiento, éste del historiador francés Marc Bloch, que complementa el pensamiento de Santayana y dice: “La incapacidad de comprender el presente nace fatalmente de la ignorancia del pasado. Pero tal vez no sea menos vano empeñarse en comprender el pasado si no se sabe nada del presente…” Estos pensamientos nos ayudan a comprender la importancia de conocer la historia y de tratar de analizar y ser muy conscientes de lo que pasa en el presente; una invitación a no pasar la vida sin reflexionar sobre lo que sucede todos los días. Por estas razones procuramos entender el momento en que fue escrita cada encíclica, partiendo de nuestra experiencia del presente. Así se espera que podremos entenderla mejor.

Presentamos antes el esquema general de Quadragesimo anno. Vimos que está formada por una introducción y tres partes que desarrollan la temática. Vale la pena repetir de qué tratan esas partes.

Introducción: se refiere al cuadragésimo aniversario de la Rerum novarum (1-6), el alcance de la encíclica de León XIII (7-11), reacciones posteriores (12-14), necesidad de una nueva encíclica y finalidad de ella (15).

Parte primera: bienes que se han seguido de la Rerum novarum, la obra de la Iglesia (17-24), la obra del estado (25-28), la obra de las partes interesadas (29-38), Conveniencia de una nueva encíclica.

Parte segunda: ulteriores aclaraciones y desarrollos de la doctrina económica y social de la Iglesia, derecho de la Iglesia a intervenir en estas cuestiones (41-43).

a.   Principales puntos que se desarrollarán: la propiedad privada (44-52); relaciones entre capital y trabajo para llegar a una justa distribución de la riqueza (53-58), la superación del proletariado (59.62), el salario justo (63-75).

b.   La restauración del orden social (76). Reforma de las instituciones: organización de la sociedad y el estado que supere el individualismo (77-80), las profesiones como alternativa a las clase sociales (81-87), justicia social y caridad social como motor de la vida económica (88-90). La organización corporativa (91-96). Necesidad de la reforma de las costumbres (97-98).

Parte tercera: la raíz del actual desorden y su solución

a.   Ni la transformación del sistema reinante, el capitalismo ni el socialismo, (111-126) ofrecen una solución a ese desorden.

b.   Puesto que la raíz del problema está en las pasiones del alma (8127-135), el verdadero remedio sólo puede venir de la enmienda de las costumbres y de una racionalización cristiana de la economía basada en dos virtudes: la moderación y la caridad (136-137). Los principales protagonistas, los obreros y patronos cristianos.

¿Qué pretendía Pío XI con esta encíclica?

Pío XI no solo pretendía analizar la situación por la que el mundo entonces pasaba ni tampoco solo criticarla, sino que quería ofrecer alternativas, sugerir o recomendar planes de acción. Por eso ser refiere en la encíclica Quadragesimo anno a la necesidad de restaurar el orden social y lo que sería necesario para conseguirlo, a saber, reformar las instituciones y enmendar las costumbres. De manera que no solo se requerían reformas de las instituciones sino que el Papa planteaba la necesidad de  reformar las costumbres. Como lo hemos visto a lo largo de los programas de la DSI, los cambios en las costumbres políticas y económicas requieren un cambio de actitudes; y hablando en lenguaje del evangelio, eso significa que se requiere una permanente conversión.

Esa conversión no es fácil y por eso después de siglos de la intervención de la Palabra en el mundo, es necesario seguir hablando de los mismos temas, seguir orando, seguir dando a conocer las enseñanzas de Jesucristo que se siguen ignorando a pesar de los modernos medios de comunicación. Es que es indispensable el cambio de corazón y esa esa una labor difícil.

Vimos también ya que la elaboración de Quadragesimo anno no fue obra del Romano Pontífice solo. Él pidió la asesoría de un grupo de expertos que presentaron varios esquemas y finalmente se integraron en lo que llegó a ser la encíclica Quadragesimo anno. Y los asesores de la Santa Sede no fueron solo tres o cuatro; esos expertos, como ya vimos, en la preparación no solo se basaron en teorías económicas sino en los documentos sociales de la Santa Sede y en los del episcopado, publicados en esa época.

¿Doctrina o sencillamente enseñanzas?

 

En la introducción y en la primera parte, la encíclica de Pío XI se refirió a los frutos de la Rerum novarum. El primer fruto fue en la misma Iglesia, un efecto doble: doctrinal y práctico. En el campo doctrinal, tuvo mayor impulso la actividad del magisterio del mismo Papa y de los obispos, secundados por muchos estudiosos que contribuyeron a que se fuera formando un conjunto de enseñanzas que llamamos la doctrina social de la Iglesia. Al comienzo no se hablaba todavía de “Doctrina” sino de enseñanzas o disciplina social de la Iglesia. Así las llama la misma Quadragesimo anno en el N° 20, en el texto latino, aunque en la traducción al español se lee: …”mostrando el camino y llevando la luz que trajo la encíclica de León XIII, surgió una verdadera doctrina social de la Iglesia”… ( en latín: vera quaedam disciplina socialis catholica exorta est…).

Menciono esto porque aún hoy, no faltan quienes sostienen que no está bien hablar de “doctrina social”. En otras lenguas, en inglés, por ejemplo, he visto que hablan de “enseñanzas católicas en lo social”, “catholic social teachings”. No está mal que digamos algo al respecto para que tengamos claridad en lo que sostenemos y seamos exactos en los términos que utilicemos. Ya Pío XI en el  N° 19 de Quadragesimo anno justifica que se llame Doctrina al conjunto estructurado de enseñanzas sociales de la Iglesia, cuando dice:

Nada de extraño, por consiguiente, que, bajo la dirección y el magisterio de la Iglesia, muchos doctos varones, así eclesiásticos como seglares, se hayan consagrado con todo empeño al estudio de la ciencia social y económica, conforme a las exigencias de nuestro tiempo, impulsados sobre todo por el anhelo de que la doctrina inalterada y absolutamente inalterable de la Iglesia saliera eficazmente al paso a las nuevas necesidades.

No se ve por qué no llamar” “doctrina”, a un conjunto estructurado de enseñanzas sobre una materia. Quizás quienes pretenden que no se utilice el término doctrina, lo hagan por la inquietud de que se puedan confundir los términos “doctrina”, y “dogma”. Pero no, sabemos que un dogma es una verdad revelada y declarada como “revelada”, por el magisterio extraordinario de la Iglesia: el que emplea el Sumo Pontífice  en virtud del don de la infalibilidad o un Concilio en unión con el Papa. El conjunto de enseñanzas sobre lo social no se presenta como verdad revelada.

No todos los documentos de la Iglesia tienen el mismo valor vinculante

Para terminar este punto transcribo el comentario del P. Alberto Ramírez, de la UPB, sobre el valor doctrinal del Compendio:en el caso de los documentos del Magisterio no todo tiene igual valor ni es vinculante (es decir obligatorio), en el mismo sentido. Los documentos que producen los organismos por medio de los cuales el Papa orienta a la comunidad cristiana, como es el caso del Compendio de la D.S.I. –que es nuestro guía en este programa,- aunque no son dogmáticos en un sentido estricto, constituyen el pensamiento oficial del Magisterio de la Iglesia. Podemos pues decir, que el Compendio de la D.S.I. contiene la doctrina oficial de la Iglesia. El criterio que tenemos para valorar estos documentos es que deben ser tenidos en cuenta como el criterio más seguro para formarse los juicios de conciencia.

Hoy hay quienes pasan  por alto las enseñanzas del Magisterio de la Iglesia, como si no tuvieran valor. Yo creo que nos hace falta profundizar en lo que es la Iglesia y nuestra relación con ella, que cuando recitamos el Credo decimos Creo en la Iglesia, Una, Santa, Católica y Apostólica. ¿Vivimos nuestra relación con la Iglesia de manera consecuente con lo que profesamos creer?, o a veces tiene más autoridad para nosotros el pensamiento de algunos teólogos particulares, aunque se aparten de las enseñanzas oficiales de la Iglesia?

 

Efectos doctrinales y prácticos de las encíclicas sociales


El efecto de las encícicas Rerum novarum y Quadragesimo anno fue el de despertar un inmenso interés por el estudio de la doctrina social de la Iglesia. Pío XI señala como ejemplo en su encíclica las llamadas Semanas Sociales, que comenzaron en Francia y se extendieron a otros países.

Desde el punto de vista doctrinal, se aclaró la posición de la Iglesia en los temas sociales que inquietaban en ese momento, inclusive la posición católica frente a los movimientos nuevos como el socialismo, el capitalismo liberal y el fascismo y se despertó el interés por su estudio (de la DSI), no solo entre los intelectuales sino entre el pueblo de Dios.

¿Enseñar la Iglesia sobre las ideologías políticas?

 

 Si el Señor nos dio, tanto a los apóstoles y a sus sucesores como a todos los bautizados, la misión de enseñar su doctrina, de ordenar lo creado según los planes de Dios, por lo tanto también de ordenar la sociedad, de acuerdo con los planes de Dios, es obvio que el magisterio nos debe orientar sobre las ideologías: si en su pensamiento sobre el ser humano, sus derechos y deberes, sobre instituciones esenciales como la familia y la educación, si esas ideologías persiguen el bien de la sociedad o están descarriadas.

También en los Estados, la doctrina social de la Iglesia ha tenido efectos, y en particular la Rerum novarum, a lo cual se refería Pío XI. Sobre los efectos en el estado, el P. Ildefonso Camacho opina así en su libro tantas veces citado, Doctrina social de la Iglesia, una aproximación histórica (Pg 126):

En cuanto al Estado, lo que más relieve adquiere en los párrafos que se le dedican es la superación del modelo liberal, que lo limitaba (al estado) a «mero guardián del derecho y del recto orden» (QA N° 25). Ello ha permitido poner en marcha una verdadera política social (Q 27)  y una nueva rama del derecho, el derecho laboral, para la defensa del trabajador; su vida, su salud, sus fuerzas, su familia, las condiciones de trabajo, el salario, los accidentes laborales, etc (QA 28). Evidentemente, todos estos avances no pueden atribuirse a influjo de la Iglesia en exclusiva. La propia clase obrera, a través de una lucha constante protagonizada por los sindicatos, fue quien llevó la iniciativa principal. Pero como Pío XI indica – fueron también muchos los católicos que, en los parlamentos o desde otras tribunas públicas, contribuyeron a esta evolución imbuidos por la doctrina de León XIII (QA 27).

Hay otro aspecto del influjo de las encíclicas sociales, además del efecto del estudio y desarrollo ulterior de la doctrina misma y su efecto en el estado. Además de la reacción de la clase obrera por medio de los sindicatos, no se puede ignorar la formación de otros tipos de asociaciones, además de los sindicatos, organizaciones que respondieron a la dificultad que encontraron los trabajadores católicos para participar en sindicatos orientados por ideologías no creyentes.

Uno de nuestros oyentes nos recordaba en uno de los programas anteriores, que él como trabajador, vivió la época en que en Colombia había tres centrales obreras: la CUT, la CTC y la UTC, me arece que hubo otra cuyas siglas eran CSTC. Ése oyente distinguía claramente que la CUT representaba a la extrema izquierda; yo recuerdo que la CTC era moderada, seguía más bien las orientaciones del partido liberal y la UTC, que fue impulsada por la Iglesia, él la recordaba como poco activa en la defensa de los trabajadores frente a las empresas. José Raquel Mercado fue el presidente de la CTC asesinado por la guerrilla del M19 porque lo calificaban de “gobiernista”. Eran momentos muy complicados.

Quiero aportar lo que pude conocer sobre la UTC. Recuerdo que los señores obispos encargaron a la Compañía de Jesús la formación de líderes sociales católicos. En esa tarea trabajaron especialmente los PP. Vicente Andrade Valderrama y Francisco Javier Mejía. Más tarde el P. Adán Londoño colaboró en la organización de la JTC (Juventud Obrera Colombiana). El trabajo de estos jesuitas y sus colaboradores iba dirigido a formar a los sindicalistas en la doctrina social de la Iglesia y a darles una sólida formación cristiana y humana. Hubo importantes presidentes de la UTC, entre ellos uno, Antonio Díaz García, que llegó a ser ministro de estado, me parece que en el gobierno de Lleras Restrepo.

No podía faltar también alguna oveja negra. Hubo uno que se retiró de UTC y colaboró en el fracasado intento del General Rojas Pinilla, de organizar un central obrera oficialista por el estilo de la manejada por Perón en la Argentina.

A pesar del esfuerzo de los padres Andrade y Mejía por mantener a los dirigentes sindicalistas apartados de la política de partidos y guiarse por la doctrina social católica, pudo más la flaqueza humana. No sé qué quede de esos esfuerzos. Si algún oyente quiere ayudarnos con información será bienvenido al micrófono.

En todo caso la Iglesia colombiana trató de seguir la orientación de los Papas, sobre la formación de asociaciones de trabajadores cristianos para defender sus derechos y al mismo tiempo salvaguardar sus necesidades espirituales. En la próximo reflexión desarrollaremos este punto algo más, pues Pío XI en Quadragesimo anno expone su preocupación por ese tema y sus ideas al respecto. 

Reflexión 262 octubre 3 2013 Quadragesimo anno (III)

 

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Recordemos el contexto en que se presentó la Quadragesimo anno

En la reflexión anterior continuamos el estudio de la encíclica Quadragesimo anno, Año cuadragésimo, del papa Pío XI. Hemos dedicado ya dos programas a comprender el contexto en que se ofreció a la Iglesia esta encíclica. ¿Por qué es importante tener claro el momento histórico en que se entrega una encíclica a la Iglesia? Si no comprendemos la situación del mundo cuando se publica una encíclica social, no estamos en condiciones de comprender bien su mensaje. Como hemos insistido siempre, con la doctrina social, la Iglesia presenta al mundo las enseñanzas del Señor sobre su plan con la sociedad. Jesucristo en su vida y en su palabra dejó claro cómo quiere Dios que sea la sociedad de los seres humanos por Él creados. Y nadie puede hacer un plan mejor para el mundo. Cuando hay dudas, desvíos, el magisterio debe iluminar el camino.

Por esta razón hemos estudiado en qué andaba la humanidad por el año 1931, cuando Pío XI ofreció su encíclica Quadragesimo anno, en el cuadragésimo aniversario de la encíclica Rerum novarum, de su antecesor León XIII. ¿A qué inquietudes o situaciones del momento, respondían las enseñanzas de la encíclica de Pïo XI?

Como recordamos, en la época en que apareció la Quadragesimo anno, el mundo estaba en ebullición: el comunismo soviético había inundado un tercio del mundo, el capitalismo liberal seguía gobernando sobre todo el mundo occidental, aunque en su avance iba revelando sus fallas especialmente por lo inaplicable de la completa libertad de mercados sin que al mismo tiempo no empezaran a surgir problemas que hacían imposible la competencia perfecta. Todavía hoy nos encontramos con la seria situación del dominio del mercado por grandes empresas monopolísticas, que impiden el desarrollo armónico y equitativo de la economía. Por otra parte, a fines de la década del 20 y comienzos del 30 surgía el fascismo con Hitler en Alemania, y en Italia con Benito Mussolini. Y en 1929 había estallado la llamada Gran Depresión, esa quiebra de la Bolsa de Nueva York que repercutió en el mundo. Esa fue otra consecuencia de lo imperfecto del sistema capitalista liberal. Y como vimos ya, esas crisis financieras se han repetido, como es el mundo testigo en nuestros días.

En esos mismos años se incubaba la segunda guerra mundial, que el papa Pío XI trató inútilmente de evitar con su diplomacia y debió sufrir en todo su rigor, su sucesor Pío XII.

En esa misma época habíamos quedado en la reflexión pasada. Como podemos ver, la Iglesia tuvo que vivir en un mundo convulsionado, confundido, que necesitaba de las enseñanzas del Evangelio y de la acción de la Iglesia en defensa de los débiles.

El comunismo parecía triunfante, luego del régimen del terror instaurado por Stalin, al asumir el poder en 1928, y dada su extensión territorial, parecía destinado a sustituir al capitalismo que por su crisis parecía agonizante. Sin embargo el capitalismo tuvo la capacidad de corregir en alguna forma sus errores. Ante los malos efectos de la absoluta libertad de mercados, que no pudo auto controlarse, para impedir los abusos, cambió su política de no intervención a un Estado más intervencionista. Así se acababa uno de los postulados básicos del capitalismo liberal, del de la libertad absoluta de los mercados. El P. Camacho en el libro que he mencionado en programas anteriores, Doctrina social de la Iglesia, una aproximación histórica, señala que con el presidente Roosevelt, en los Estados Unidos, el estado asumió funciones que antes parecían impensables.

Entre estas funciones señala (Pg 120, nota 4) medidas económicas que incluían ayudas a los arruinados y sin empleo, reformas a las instituciones, especialmente a la banca, limitación a la producción de ciertos sectores agrícolas como el trigo, la leche, el algodón, control salarial y limitación a la jornada laboral. Es que achacaban la crisis financiera entre otros factores, a la superproducción después de la primera guerra mundial. La economía mundial no tenía capacidad económica para una demanda suficiente de la gran producción a que se había llegado, y los salarios se habían estancado.

¿Se parece ese mundo a nuestro mundo?

 

Cuando uno escucha de esa crisis, se extraña de que de todos modos, el mundo de la economía no ha aprendido a comportarse de manera justa e inteligente… Hoy en Europa en crisis, han resuelto resolverla disminuyendo o quitando la intervención del estado para ayudar a su población en la seguridad social, en la educación y en la salud. Llaman austeridad a la disminución del aporte económico a la población. En los Estados Unidos en estos días luchan los partidos políticos en una discusión sobre la aprobación de una ley que mejore la atención en salud para las clases menos favorecidas. En Colombia se prefiere ayudar a las empresas a ganar más, quitándoles los aportes al SENA, es decir a la educación técnica y al Bienestar Familiar. Esos aportes ya no serán una carga para ellos, saldrán de otra parte y si es necesario, del presupuesto general de la nación; es decir del bolsillo de todos los contribuyentes. Ya antes se les había favorecido a costa de los trabajadores, corriendo los horarios, para pagar menos horas extras y nocturnas y con contratos laborales que desfavorecen a los trabajadores.

Hoy el DANE pretende que ha disminuido el desempleo, sin explicar que ya no llaman desempleado al trabajador informal que vive del llamado “rebusque”. Se bajan los índices de desempleo, no creando fuentes de empleo, sino cambiando los criterios estadísticos, es decir hablando un nuevo idioma: ya desempleado no se llama al que no tiene un empleo formal. Si ha aumentado el empleo que informen en qué áreas de la economía y cómo se ha producido ese milagro.

Comprendidas en cuanto podemos, las circunstancias en que se produjo la encíclica Quadragesimo anno, entremos a su estudio.

Estructura general de la Quadragesimo anno

 

Demos primero un vistazo a la estructura general de la encíclica para que comprendamos sus grandes lineamientos y su mensaje central. Recordemos que León XIII en la Rerum novarum trató sobre la situación de injusticia de los trabajadores en la industria, especialmente en Inglaterra. El objetivo de Pío XI es más amplio con su encíclica; se pronuncia sobre «la restauración del orden social y su perfeccionamiento de conformidad con la ley evangélica». Como lo habíamos anotado en la reflexión anterior, el momento que vivía entonces el mundo era de una sociedad en desintegración. Por eso la encíclica plantea que el orden social exige una reforma a fondo. Veamos de forma esquemática, la composición de Quadragesimo anno, Año cuadragésimo (Cfr Ildefonso Camacho, opus cit., Pg. 1219). La encíclica está compuesta de una introducción y tres partes:

Introducción: se refiere al cuadragésimo aniversario de la Rerum novarum (1-6), el alcance de la encíclica de León XIII (7-11), reacciones posteriores (12-14), necesidad de una nueva encíclica y finalidad de ella (15).

Parte primera: bienes que se han seguido de la Rerum novarum, la obra de la Iglesia (17-24), la obra del estado (25-28), la obra de las partes interesadas (29-38), Conveniencia de una nueva encíclica.

Parte segunda: ulteriores aclaraciones y desarrollos de la doctrina económica y social de la Iglesia, derecho de la Iglesia a intervenir en estas cuestiones (41-43).

a.   Principales puntos que se desarrollarán: la propiedad privada (44-52); relaciones entre capital y trabajo para llegar a una justa distribución de la riqueza (53-58), la superación del proletariado (59.62), el salario justo (63-75).

b.   La restauración del orden social (76). Reforma de las instituciones: organización de la sociedad y el estado que supere el individualismo (77-80), las profesiones como alternativa a las clase sociales (81-87), justicia social y caridad social como motor de la vida económica (88-90). La organización corporativa (91-96). Necesidad de la reforma de las costumbres (97-98).

Parte tercera: la raíz del actual desorden y su solución

a.   Ni la transformación del sistema reinante, el capitalismo ni el socialismo, (111-126) ofrecen una solución a ese desorden.

b.   Puesto que la raíz del problema está en las pasiones del alma (8127-135), el verdadero remedio sólo puede venir de la enmienda de las costumbres y de una racionalización cristiana de la economía basada en dos virtudes: la moderación y la caridad (136-137). Los principales protagonistas, los obreros y patronos cristianos.

Restaurar el orden social

 

Como podemos ver, Pío XI no solo pretende analizar la situación por la que el mundo entonces pasaba ni tampoco solo criticarla, sino que se refiere en la encíclica Quadragesimo anno a la necesidad de restaurar el orden social y lo que sería necesario para conseguirlo, a saber, reformar las instituciones y enmendar las costumbres. De manera que además de las reformas de instituciones se necesita reformar las costumbres. Como lo hemos visto a lo largo de los programas de la DSI, los cambios en las costumbres políticas y económicas requieren de cambio de actitudes; y hablando en lenguaje del evangelio, se requiere una permanente conversión.

Esa conversión no es fácil y por eso después de siglos de la intervención de la Palabra en el mundo, es necesario seguir hablando de los mismos temas, seguir orando, seguir dando a conocer las enseñanzas de Jesucristo que se siguen ignorando a pesar de los modernos medios de comunicación. Es que es indispensable el cambio de corazón.


Como lo he comentado en otras reflexiones, Benedicto XVI presentó un verdadero reto a los teóricos de la economía, al afirmar una vez más, que no solo el comunismo sino también el sistema capitalista habían fallado al no conseguir desterrar el hambre del mundo y la necesidad de pensar en correcciones a ese sistema. Los teóricos de la economía no proponen algo que realmente responda a ese reto. Yo pienso que eso se debe al poder del dinero. No se atreven ni los economistas ni los gobiernos, a poner el dedo en la llaga: en la idolatría del dinero. Es que eso no es solo cuestión de teorías económicas sino de vivir el evangelio. Es cuestión del corazón, no solo del cerebro. Y ¿cómo conseguir que los economistas a quienes escuchan los empresarios, lleguen también al corazón?

¿Cómo convencer a los poderosos de ganar menos?, porque no se trata de que acepten perder, sino de disminuir las ganancias, para que se distribuya mejor el dinero que ellos no necesitan, entre los que no tienen ni para lo indispensable. El periódico del miércoles 2 de octubre (2013), afirma que la pobreza en el mundo ha disminuido. El gran titular reza: Hay 26 millones menos de hambrientos en el mundo. Creo que vale la pena dedicar un momento a esa cifra (El Tiempo, 2.10.2013, Pg. 9).

Los datos son de la FAO, la Organización de la ONU para la alimentación y la agricultura y el Programa mundial de alimentos. Tengamos en cuenta algunos datos de esa noticia no despreciable: es muy bueno que haya 26 millones de personas menos con hambre en el mundo, pero queda tanto por hacer. Según la misma información de la ONU, la mayor parte de las personas que sufren de  hambre crónica, viven en países en vías de desarrollo, pero 15,7 millones viven en países desarrollados. ¿Es eso aceptable? 842 millones de personas sufren de hambre crónica en el mundo. En África  es donde más personas sufren de hambre: el 24,8 %, es decir, uno de cada cuatro africanos sufre de hambre crónica  ¿Qué nos hace pensar esa cifra? ¿Es  exitoso un sistema económico en el mundo, que no es capaz de garantizar una alimentación suficiente para vivir una vida activa, es decir con fuerzas para trabajar, a tantos millones de personas? ¿No hay que hacer algo? El comunismo fracasó, el capitalismo está fallando también.

El evangelio del domingo XXVI del tiempo litúrgico ordinario nos traía la parábola llamada del rico Epulón y el pobre Lázaro. Ya desde el tiempo de Jesucristo, el mundo es injusto y  ha sido sordo a las voces de Moisés, de los profetas antiguos y de los modernos. No pensemos en lo que otros deben hacer. Pensemos si nosotros, cada uno, es justo. Si cumplimos con nuestras obligaciones con los demás, y no solo eso. Pensemos en, si somos generosos.

La Iglesia no ha cesado de predicar el sermón del monte, de recordarnos que no debemos acumular riquezas, que acumulemos esas riquezas espirituales que no corroe ni la polilla ni se oxidan, que no podemos llevarnos las riquezas materiales a la otra vida, pero el mundo no parece entender. No deja la Iglesia de traer a nuestra memoria que el juicio definitivo que nos hará el Señor será si dimos de comer al hambriento, de beber al sediento, si cobijamos al desnudo y al sin techo. ¿Cómo nos encontrará el Señor? A cada uno de nosotros, no a las otras personas…Siempre es más fácil predicar a otros que a nosotros mismos.

¿Cómo se preparó la encíclica Quadragesimo anno?

Es interesante conocer algo del proceso de elaboración de la encíclica Quadragesimo anno. Hoy que tenemos un Papa jesuita, que es claramente amante de los pobres, no deja de llamar la atención que Pío XI acudió al Superior General de la Compañía de Jesús para que encargara a algún jesuita que asesorara a la Santa Sede en la preparación de esta encíclica Quadragesimo anno. Se conoce que hizo ese encargo a varios jesuitas alemanes que prepararon hasta ocho redacciones sucesivas. El primer borrador no satisfizo por ser demasiado abstracto y se pidió a un jesuita belga que interviniera y a un francés. Ellos propusieron un texto más concreto que estudiaba el paso del capitalismo de libre competencia a una alternativa inspirada en el espíritu cristiano. Esta presentación es la que se presenta en la tercera parte de la encíclica (Cfr Camacho, obra citada, Pgs 124s).

Este plan de acción lo encontraremos en la encíclica cuando estudiemos la necesidad de reforma de las instituciones y la enmienda de las costumbres. Los asesores de la Santa Sede no fueron solo tres o cuatro. Hubo un buen número de expertos que ayudaron en la preparación y se basaron no solo enteorías económicas sino en los documentos sociales de la Santa Sede y del episcopado publicados en esa época.

Para el texto definitivo de la encíclica se integraron las diversas propuestas.

 

 

Escríbanos a:

Fernando Díaz del Castillo Z.

reflexionesdsi@gmail.com

Reflexión 261 septiembre 26 2013 Quadragesimo anno (II)

 

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¿Por qué tratar estos temas de historia?

 

En la reflexión anterior comenzamos el estudio de la encíclica Quadragesimo anno, Año cuadragésimo, del papa Pío XI, a los cuarenta años de publicación de la Rerum novarum, de León XIII.

Como introducción a la Quadragesimo anno, comenzamos una presentación de las circunstancias históricas en que Pío XI entregó a la iglesia ese importante documento. Las encíclicas responden con las enseñanzas del evangelio, a la satisfacción de necesidades que se manifiestan en el mundo. Así como León XIII apoyó las denuncias de los trabajadores maltratados en la era industrial, Pío XI debía detectar la evolución del capitalismo y del socialismo que surgió como reacción al comportamiento del capitalismo liberal naciente y manifestarse frente a esos sucesos. ¿Qué sucedía  en 1931, año de publicación de Quadragesimo anno, diferente a los sucesos que inspiraron la Rerum novarum en 1891?

Vimos que en 1931 había disminuido en intensidad la lucha de clases que se exacerbó con la revolución rusa encabezada por Lenin en 1917, aunque no había desparecido. La revolución comunista, llamada la revolución de octubre, tuvo una rápida expansión que suelen comparar con las conquistas del islam en su primer siglo de existencia. Solo 30 años después de la revolución de Lenin, un tercio de la humanidad era gobernado por regímenes que seguían el modelo comunista (Cfr Eric Hobsbawn, Historia del Siglo XX, Pg 63). Es que Lenin y sus compañeros de ideología no pensaron en la revolución de octubre solo como una revolución rusa sino como el comienzo de una revolución mundial que llevaría al sistema comunista a sustituir al capitalismo. Para 1931, por lo menos la lucha de clases no era tan a muerte como durante la revolución, pero la sociedad sufría además algo peor, junto con la expansión del comunismo: su desintegración, como veremos que lo expone el Papa en la encíclica.

La ebullición en el mundo continuaría hasta explotar la segunda guerra mundial en 1939. Esta guerra se puede considerar, no como el resultado de una confrontación entre estados sino como una guerra ideológica internacional, por eso se aliaron países contra la dictadura del nacional-socialismo, el nazismo,- que buscaba un dominio universal (Hobsbawn, Pg, 150) con la toma del poder por Hitler en Alemania en 1933. Pío XI sin duda sufrió al ver cómo se incubaba esa terrible guerra durante su pontificado, guerra que no logró evitar.

La valiente encíclica a la Iglesia de Alemania

 

En Alemania tenía la Iglesia un inmejorable nuncio, monseñor Eugenio Pacelli, quien luego sería cardenal secretario de estado y sucesor de Pío XI, con el nombre de Pío XII. Al aporte de Pacelli se atribuye esa magistral carta pastoral de Pío XI a los fieles de Alemania, en plena persecución nazi. Lograron el Papa y el nuncio Pacelli, hacer llegar la carta encíclica Mit Brenender Sorge, Con viva preocupación, del papa a la Iglesia en Alemania y que se leyera el mismo domingo en todas parroquias, sin que la Gestapo lograra detectarla para impedir su difusión (Véase el texto de la encíclica entre los enlaces de este blog) .

Para comprender el tenor de esa carta a los obispos y fieles alemanes leamos solo unas líneas. Dice en el N° 8 sobre el fin de su misiva:

Como vosotros nos visitasteis amablemente durante nuestra enfermedad, así ahora nos dirigimos a vosotros, y por vuestro conducto, a los fieles católicos de Alemania, los cuales, como todos los hijos que sufren y son perseguidos, están muy cerca del corazón del Padre común. En esta hora en que su fe está siendo probada, como oro de ley, en el fuego de la tribulación y de la persecución, insidiosa o manifiesta, y en que están rodeados por mil formas de una opresión organizada de la libertad religiosa, viviendo angustiados por la imposibilidad de tener noticias fidedignas y de poder defenderse con medios normales, tienen un doble derecho a una palabra de verdad y de estímulo moral por parte de Aquel a cuyo primer predecesor dirigió el Salvador aquella palabra llena de significado: Yo he rogado por ti para que no desfallezca tu fe, y tú, una vez convertido, confirma a tus hermanos (Lc 22,32).

                                                                          

 

                                                                                       Pío XI                                                        

Mientras el comunismo crecía, ¿que pasaba con el capitalismo liberal?

 

Para comprender la encíclica Quadragesimo anno, no es suficiente pensar en la revolución comunista y en las circunstancias en que se fue incubando la segunda guerra mundial; es necesario mirar lo que había pasado con el capitalismo liberal que había empezado su desarrollo con el crecimiento de la industria, en Inglaterra. Veremos luego también algo sobre lo que sucedió con el fascismo en Italia y con el nacional-socialismo, en Alemania.


Habíamos mencionado la semana pasada que el capitalismo liberal mostró inicialmente un desarrollo rápido, basado en el acelerado crecimiento económico, pero mostró pronto sus propias contradicciones. Basado en sus ideas de una libertad absoluta, originadas en la revolución francesa, esa libertad, en la práctica se aplicó en sus leyes a los dueños del capital, en los cuales se confió que estarían en condiciones de controlarse a sí mismos y por eso les dio independencia completa en el manejo de la economía y de los mercados. Según la ideología capitalista liberal, el estado no debía poner obstáculos a las leyes de la oferta y la demanda. Eso ha llevado a descalabros como la crisis financiera mundial, especialmente grave en los EE.UU. y Europa. Ya mencionamos cómo esta manera de pensar se sigue aplicando en nuestro sistema especialmente con los bancos y el manejo de las relaciones laborales.

La libertad en el manejo de los negocios se aplicó y se aplica unilateralmente para favorecer a los más fuertes, sean individuos, gremios o naciones y por eso ellos salen siempre favorecidos en los contratos de trabajo y en los tratados de comercio. Es la ley del más fuerte la que manda, si se siguen las reglas del mercado como se conciben a favor de los fuertes y con detrimento de los más débiles.

Como era lógico, los más débiles no podían defender individualmente sus intereses; de allí surgió la necesidad de asociarse para defenderse y en consecuencia no solo surgieron las asociaciones de trabajadores sino también las de los patronos.

Esos desarrollos eran en detrimento del capitalismo liberal, que se basaba sobre todo en la libertad de mercados. Y han tenido los estados que seguir creando normas para controlar los abusos. Como vemos, si se siguiera la norma de la absoluta libertad de mercados, sería lícito, por ejemplo, el convenio entre industrias para repartirse el mercado e impedir la entrada de nuevos competidores, pero eso lo han tenido que prohibir. Es lo que llaman los carteles. En estos días se habla de la ilegalidad de tres cementeras en Colombia, que se pusieron de acuerdo en rebajar los precios del saco de cemento  para quebrar a una firma nueva y cuando esa firma se vio obligada a vender su negocio a los dominantes, éstos subieron  los  precios de manera escandalosa.

El P. Camacho en el libro ya mencionado Doctrina Social de la Iglesia, una aproximación histórica, afirma que además de las contradicciones mencionadas del sistema capitalista liberal, la libertad que se confiaba a los empresarios acabó volviéndose contra ellos mismos y

Aunque el Estado asumiría pronto la función de combatir la competencia desleal, unas veces burlando su normativa legal y otras como libre juego del mercado, se produjeron grandes diferencias entre las empresas: mientras unas crecían en volumen y en poder sobre el control del mercado, otras se veían en condiciones cada vez más precarias, hasta desaparecer o quedar a merced de las grandes. De nuevo aquí el modelo teórico de mercado quedaba negado por la concentración del poder empresarial y la falta de una real libertad de actuación.

  Y así fueron las consecuencias…

No resisto citar la explicación del mismo P. Camacho sobre las consecuencias de esta mal entendida libertad de las empresas, porque vemos que ha seguido sucediendo y que una crisis financiera sigue a otra porque  no se da el paso de pensar en un nuevo modelo económico luego del fracaso del comunismo y del capitalismo, como se sigue manejando. Dice el P. Camacho en la página 117 y siguiente:

La consecuencia de este deterioro en los mecanismos de funcionamiento son las crisis económicas, cada vez más frecuentes y sobre todo más agudas. El sistema pierde su capacidad de mantener el equilibrio mediante la corrección automática de las situaciones de desequilibrio transitorio. Y es que ha dejado de funcionar el instrumento encargado de estas correcciones: la absoluta libertad de los individuos dispersos y la imposibilidad de que las decisiones de algunos de ellos condicionen las de los demás. El sistema económico ha dejado de responder al modelo de competencia perfecta.

Nos dice el P. Camacho que los autores clásicos de la teoría capitalista liberal concebían que existiría una multitud de productores y consumidores autónomos que podrían obrar libremente, pero sucedió en cambio, y sigue sucediendo, que el mercado lo dominan grandes unidades de producción, grandes empresas productoras y podemos añadir, gigantes distribuidores, por ejemplo las grandes superficies que sustituyen a las tiendas tradicionales, y entre ellos manejan precios y distribución. Los consumidores encontramos lo que ellos quieren y a los precios que ellos fijan. La concentración de fuerzas es cada vez más evidente y esto se ve también en el origen de las importaciones. ¿No es de países asiáticos de donde nos llega casi todo lo importado?  Y esos países no son modelo de justicia social. China es una país comunista y capitalista al mismo tiempo; comunista en el manejo dictatorial de su política y capitalista en el manejo de la economía.

Las sucesivas crisis económicas

 

Sigamos con el análisis del economista y experto en Doctrina Social el P. Camacho. A continuación él nos comenta las crisis económicas que sucedieron en la época de la encíclica Quadragesimo anno.

Todo esto explica que el sistema encuentre cada vez más dificultades para superar los períodos de fuertes crisis, cuando los precios se hunden, muchas empresas quiebran y el paro (es decir el desempleo) se generaliza. La miseria afecta con  más  intensidad a las clases más indefensas, entre las que se generaliza el malestar social, amenazado con derrumbar todo el orden vigente.

Naturalmente el P. Camacho no estaba pensando en lo que empezamos ya a ver en Colombia. No podía conocer la crisis que hoy agobia al campo de nuestro país, situación que se trató de desconocer por las autoridades hasta que fue demasiado evidente. Sin embargo según el DANE en su último informe sobre la economía en el segundo trimestre de este año 2013, el sector más dinámico fue el constituido por  la agricultura, la ganadería, la caza, silvicultura y pesca. Esa fue la conclusión de ese departamento encargado de las estadísticas, también había afirmado que en el campo aumenta el empleo y el gobierno se declara satisfecho. ¿Es esa la realidad, o hay miopía…

Esa declaración sobre el progreso del campo mientras allí se gestaba un movimiento nacional de protesta, por el abandono en que se encontraba, me recordó una experiencia personal: hace ya bastantes años, cuando viajé a estudiar, al día siguiente de mi llegada a Chicago, cayó una nevada tal que paralizó a esa ciudad por quince días. Esa tormenta no la habían anunciado los encargados de predecir el estado del tiempo y recuerdo un comentario irónico de un hombre de la TV. Dijo que lo que no habían hecho los meteorólogos y les hubiera bastado para cumplir bien su tarea, era mirar por la ventana. Quizás al DANE le falta asomarse  más al campo.

Y llegó el “crack” de 1929

 

Volviendo al comentario sobre las consecuencias de la libertad sin controles para respetar la ley de la oferta y la demanda, el P. Camacho comenta sobre la peor crisis, que fue la de 1929. Dice así:

De todas las crisis, la más espectacular fue la que estalló en 1929. La alarma se produjo con el «crack»de la bolsa neyorquina (el día 19 de octubre). Entre mayo de 1930 y la primavera de 1932 se asistió a un hundimiento general de los precios, disminución de la producción y aumento del paro (es decir del desempleo), que alcanzó la cifra de 12 millones en Estados Unidos y 5,5 millones en Alemania.

La situación del mundo occidental entre las dos guerras mundiales, la que tocó a Pío XI, fue grave por la crisis económica que se extendió rápidamente con los consiguientes sufrimientos por falta de alimentación y de trabajo. Es interesante escuchar la voz del conocido historiador marxista Eric Hobsbawm, en su libro Historia del Siglo XX, en el capítulo que titula El abismo económico, sobre este período. Oigamos:

…si no se hubiera producido la crisis económica, no habría existido Hitler y, casi  con toda seguridad, tampoco Roosevelt. Además, difícilmente el sistema soviético habría sido considerado como un antagonista económico del capitalismo mundial y una alternativa al mismo. La consecuencias de la crisis económica en el mundo no europeo, o no occidental, …fueron verdaderamente dramáticas. Por decirlo en pocas palabras, el mundo en la segunda mitad del siglo XX es incomprensible sin entender el impacto de esta catástrofe económica.

(…) la primera guerra mundial fue seguida de un derrumbamiento de carácter planetario, al menos en aquellos lugares en los que los hombres y mujeres participaban en un tipo de transacciones  comerciales de carácter impersonal (…) los Estados Unidos no solo no quedaron a salvo de las convulsiones que sufrían otros continentes menos afortunados, sino que fueron el epicentro del mayor terremoto mundial que ha sido medido nunca en la escala de Richter de los historiadores de la economía: la Gran Depresión que se registró entre las dos guerras mundiales. En otras palabras, la economía capitalista mundial pareció derrumbarse en el período entreguerras y nadie sabía cómo recuperarse.

Dejemos aquí hoy, dejando claro que a Pío XI le tocó un período tremendamente difícil y cuando se produjo la Quadragesimo anno, en 1931, la crisis llevaba 2 años y el mundo bullía…faltaba mucho todavía y esa situación le habría de tocar a Pío XII.

Reflexión 260 septiembre 19, 2013, Quadragesimo anno

 

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Recordemos el recorrido ya hecho en la historia de la DSI

En nuestro estudio de la DSI, objetivo de estas reflexiones, seguimos de guía el Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, el libro que preparó un equipo formado por el papa Juan Pablo II. Es una obra excelente que reúne de manera organizada, estructurada, las enseñanzas de la Iglesia en materia social; es decir toma el pensamiento social católico, basado en primer lugar en la Sagrada Escritura y en la Tradición desde la Iglesia primitiva, y en las enseñanzas del Magisterio, que ha ido aplicando esas enseñanzas a las necesidades de cada época. Siguiendo ese derrotero habíamos llegado al N° 87, donde trata  sobre la Misión de la Iglesia y la Doctrina Social y comienza con un recuento histórico del camino que ha seguido el Magisterio en materias de importancia social.

Tengamos presente que, como su nombre lo indica, el libro que seguimos contiene la doctrina social oficial de la Iglesia, pero es solo un compendio, es decir un sumario, una exposición breve de lo más importante de la DSI. Los temas que expone son  muy amplios, de manera que en nuestro estudio procuramos ampliarlos acudiendo a las fuentes, y procuro explicarlos en profundidad, en la medida de mis conocimientos.

El N° 89, el Compendio comienza su recorrido histórico con la encíclica Rerum novarum, de León XIII. A este documento le dedicamos varios programas, lo mismo que a otros del mismo papa León XIII; encíclicas que se refieren al papel de la Iglesia y de los ciudadanos católicos en la conducción del estado; porque, como hemos visto, los católicos, como ciudadanos tenemos la misión de colaborar en la construcción, no solo de la ciudad terrena, sino también del reino de Dios que se va haciendo desde esta vida. Uno de nuestros deberes es armonizar las relaciones entre la ciudad terrena y el reino de Dios.

En este recorrido estudiamos de León XIII, además de la encíclica Rerum novarum, la Immortale Dei, sobre la constitución cristiana del estado, Libertas prestantissimum sobre la libertad y la ideología del liberalismo filosófico y finalmente Sapientiae christianae, sobre los deberes del ciudadano cristiano.

¿Amar a la Iglesia es deber ciudadano?

En la reflexión anterior terminamos el estudio de las enseñanzas del papa León XIII sobre los deberes del ciudadano cristiano, en su encíclica Sapientiae christianae, de la Sabiduría cristiana.

 Es conveniente tener presente que los deberes del ciudadano cristiano (en conjunto forman la que podríamos llamar la cívica cristiana), hacen parte de la DSI, porque la DSI se ocupa de las enseñanzas del evangelio sobre la forma como se debe conducir a la sociedad, de acuerdo con los planes de Dios; es decir, de las enseñanzas de la Iglesia sobre los caminos que debe llevar la ciudad terrena, que es la ciudad de Dios en construcción, porque la ciudad futura, a la que estamos llamados en la eternidad, – donde viviremos la vida de Dios, – la vamos haciendo realidad en nuestra vida en la ciudad terrena. Aquí construimos la vida futura del pueblo de Dios; si vivimos nuestra vida en sociedad con amor, con justicia, en paz, empezamos a vivir  como será  la vida futura, en la ciudad de Dios.

Después de estudiar algunos de los documentos sociales del papa León XIII, hoy avanzaremos un paso más en nuestro recorrido, con el estudio de la encíclica Quadragesimo anno, Año cuadragésimo, del papa Pío XI, que, como lo indica su nombre, se presentó a los cuarenta años de la Rerum novarum, de León XIII.

Contexto histórico

Para que comprendamos la encíclica es importante que nos pongamos en contexto. Veamos qué sucedía en el mundo después de los denuncias de León XIII, en defensa de los trabajadores, maltratados en la era industrial, maltrato tolerado y de esa manera alentado por el capitalismo liberal. ¿Cuál fue el panorama que encontró el Papa Pío XI, elegido el 6 de febrero de 1922, a los pocos años de haber concluido la primera guerra mundial y quien murió poco antes de estallar la segunda guerra mundial? Hacia la mitad de su pontificado publicó su más importante documento en materia social, la encíclica que ahora nos ocupa, la Quadragesimo anno.

El pontificado de Pío XI ocupó prácticamente todo el tiempo transcurrido entre las dos guerras mundiales. La primera guerra mundial, que se suele llamar La Gran Guerra, se desarrolló entre los años 1914 y 1918 y la segunda, la más cruenta que se haya conocido, entre 1939 y 1945.

En el siguiente comentario sobre el momento en que apareció la encíclica de Pío XI, me apoyaré en la introducción a la Quadragesimo anno del libro 11 Grandes Mensajes, publicado por la Biblioteca de Autores cristianos (16 ed., 2 BAC minor).

Las circunstancias sociales y económicas habían cambiado en el mundo si se comparan con las que dominaban cuando se publicó la encíclica Rerum novarum. Recordemos que esa encíclica de León XIII se publicó el 15 de mayo de 1891 y la Quadragesimo anno de Pío XI, cuarenta años después, el 15 de mayo de 1931. Las circunstancias sociales y económicas no eran las mismas.

Veamos en qué forma habían cambiado las circunstancias sociales y económicas en 1931. En 1891, la sociedad padecía el mal de la lucha de clases, entendida no solo como una diferencia de intereses entre las diversas clases sociales sino como una verdadera lucha, vital, es decir, a muerte. En 1931 esa lucha había disminuido en intensidad, aunque no había desparecido del todo, pero la sociedad sufría además algo peor: su desintegración, como veremos que lo expone el Papa en la encíclica.

En segundo término, en el inicio de la llamada era industrial,  el capitalismo liberal estaba formado por pequeñas unidades económicas, y en cambio para 1931, ya los capitalistas no eran dueños de pequeñas empresas sino que éstas se habían transformado en grandes monopolios, muy poderosos. Estas nuevas condiciones significaban también una organización nueva de la sociedad: el poder económico se concentraba en pocas y poderosas manos y a los demás ciudadanos, se les relegaban funciones de servir a esos poderes. Antes, los conflictos que se presentaban eran entre personas o grupos pequeños y eso era menos difícil de resolver, pero cuando una de las partes en conflicto lo formaban los grandes monopolios, era mucho más complicado, porque ellos tenían el poder para dominar el campo.

Los otros socialismos . La encíclica, una nueva luz

 

Por otro lado, también sucedían cambios en el socialismo; el socialismo de 1891 era una cosa y en 1931 aparecían otras formas de pensamiento social y político que se llamaban también socialistas. El socialismo anterior era un socialismo clara y  fundamentalmente materialista y antirreligioso. Si antes de 1931 asomaba alguna otra forma de socialismo era ahogado por el socialismo dominante. En 1931, seguía existiendo el socialismo materialista y antirreligioso, pero aparecían ya movimientos que se atribuían el nombre de socialistas, porque defendían medidas económicas que favorecían a los más débiles, medidas contra las que ni entonces ni ahora se ha opuesto la Iglesia, y esos movimientos que se llamaban y llaman a sí mismos socialistas, no eran más materialistas ni antirreligiosas de lo que era y es también ahora el capitalismo.

La encíclica Quadragesimo anno no podía dejar de tratar los temas que suscitaba esta nueva situación. El libro de la BAC que compila los 11 mensajes sociales de la Iglesia que considera más importantes, anota también para diferenciar a estas dos encíclicas sociales, que mientras la Rerum novarum se refiere específicamente al problema obrero, de los trabajadores maltratados en sus relaciones obrero-patronales, que era algo que apareció con mayor intensidad con la llegada de la era industrial, la Quadragesimo anno abarca el problema social en general. Y se puede señalar una tercera diferencia y es que la Quadragesimo anno trata sobre la evolución del socialismo.

Como hemos visto en ocasiones anteriores, la doctrina social de la Iglesia tiene que ir respondiendo en las nuevas circunstancias a los nuevos interrogantes que la humanidad se va planteando a medida que avanza en la construcción de su camino.

La Rerum novarum había sido el faro al que los católicos acudían en la oscuridad, pero ahora aparecían nuevos escollos a los que esa luz no alcanzaba o no era suficiente. El evangelio, la Palabra, tiene sin embargo, las respuestas, es la luz verdadera, poderosa, que ilumina a todo hombre (Jn 1, 9) y la Iglesia tiene el encargo de, como dice el mismo el Evangelio (Mt 13,52), administrar la riqueza doctrinal y sacar de lo que tiene, de lo nuevo y de lo antiguo.

Continuemos con el contexto histórico en el que vio la luz la encíclica Quadragesimo anno, Año cuadragésimo (Cfr Ildefonso Camacho, S.J., Doctrina social de la Iglesia, una aproximación histórica). Dos acontecimientos de importancia mundial forman el marco de la historia del mundo en lo social y en lo económico en el principio del siglo XX: la evolución del capitalismo y la instauración del comunismo en Rusia.

Dice el P. Camacho en el libro sobre Doctrina social, una aproximación histórica, el libro varias veces mencionado, que el capitalismo sorprendió por su capacidad de promover un crecimiento económico ininterrumpido, pero al mismo tiempo por ir con el tiempo demostrando sus contradicciones. El capitalismo introdujo otra manera de entender el “progreso”, el desarrollo; se limita a la comprensión del desarrollo solo como crecimiento económico, lo que Pablo VI vendría a corregir definitivamente desde el punto de vista de la DSI, en Populorum progressio, al explicar que el desarrollo tiene que ser integral y no basta el solo un crecimiento material.  El ser humano no es más desarrollado por  la posesión de más o mejores bienes, porque la persona humana es más que eso, como lo entiende la antropología cristiana, es decir como la fe entiende al ser humano, un ser afectivo, un ser intelectual y espiritual además de un compuesto de materia.

La libertad aplicada al manejo de la economía

Una característica del capitalismo en el manejo de la economía, con fundamento en la ideología liberal, es la estrategia de dar a los dueños del capital, plena libertad en el manejo de la industria y del comercio. Según esa manera de pensar, a quienes manejan las relaciones comerciales no se les deben poner trabas legales ni limitaciones en ese manejo. Los efectos negativos de esa manera de entender la libertad, los seguimos padeciendo hoy, cuando los gobiernos se niegan o se resisten a la aprobación de normas que controlen los precios y las ganancias exageradas, como vemos claramente que sucede con las entidades financieras a quienes se permiten exagerados cobros de intereses y altos costos en los servicios para sus usuarios. Quizás podríamos ver otras huellas de esa filosofía en el manejo inequitativo de los tratados de libre comercio. Se antepone el derecho al lucro, se favorece a la codicia, antes que a las naciones menos fuertes económicamente.

Así en la práctica comprobamos, que la libertad que pregona el capitalismo liberal se aplica de manera preferencial a los poderosos, sea a los países fuertes en sus negociaciones internacionales o a los particulares en su trato a los trabajadores.

Quizás llame la atención que diga esto, pero pensemos ¿qué ha sucedido con los costos que los agricultores tienen que pagar por los fertilizantes importados, para producir los alimentos y por el transporte de sus productos? y a su vez los transportadores por los altos costos de los combustibles  y los peajes, para someter sus vehículos a las pésimas condiciones de las carreteras nacionales.

Y ¿qué sucede todos los días con los contratos de trabajo en nuestro país? Los miembros más débiles de la sociedad tienen que doblegarse ante las ofertas insuficientes de salario y de condiciones de trabajo, por la situación económica insostenible de su familia. ¿No es acaso diaria la frase de: si no le sirve lo que le ofrecemos, en la fila esperan muchos dispuestos a aceptarla? ¿No es ahora excepcional el conseguir un contrato laboral decente, un trabajo de calidad? También a los trabajadores se les aplica la ley de la oferta y la demanda. Si hay pocos puestos de trabajo disponibles y muchas personas buscando trabajo, se abusa de su necesidad y se les ofrece una baja remuneración. No se tiene en cuenta que los seres humanos no son objetos, se rebaja su dignidad.

Ante la inequidad reinante en el mundo, la experiencia debería pedir a los teóricos de la economía que piensen en la necesidad de replantear el sistema económico capitalista; el Papa Benedicto XVI se lo dijo claramente en su encíclica Caridad en la verdad, pero los poderosos siguen dominando el mundo y pareciera que se les cerrara el horizonte intelectual a los grandes teóricos de la economía , que no se permiten ver sino ese estrecho panorama del mundo dominado por el capitalismo liberal y no están dispuestos a pensar en otras alternativas.

Sobre la situación dominante en la economía y el mercado, incluyendo el “mercado laboral” en 1931, el P. Camacho expone  en su libro por qué se fortalecieron los sindicatos:

La conciencia creciente de que el mercado de trabajo los explotaba cuando acudían a él como individuos aislados llevó a la casa obrera a organizarse cada vez más y a agruparse para defender sus intereses. Unidos eran más fuertes para negociar: podían imponer sus condiciones, contrarrestando las imposiciones de que habían sido víctimas en otros tiempos. Pero esta estrategia vulnera, en el fondo, los principios del mercado en la medida en que limita la libertad en el juego de la oferta y la demanda. En otras palabras, cuando la libertad se reduce – y no es que falten razones en este caso – es todo el modelo del capitalismo liberal el que se resiente. Cuando se niega el que es su resorte principal, el sistema deja de funcionar: el modelo teórico va alejándose cada vez más de lo que ocurre en la vida real.

Esto es lo que sucede en el capitalismo, y precisamente en una época en que los economistas teóricos están llegando a las más acabadas formulaciones de lo que es el modelo de mercado y de sus mecanismos de funcionamiento (Pgs 116s).

El trabajo una mercancia sujeta a la oferta y la demanda

 

Observemos que el trabajo humano, con el nacimiento del enfoque capitalista liberal, se convirtió en una mercancía, regido por las leyes del mercado, de la oferta y la demanda, lo mismo que son las mercancías. Pero el trabajo no se debe considerar una mercancía. Tratar el tema del trabajo nos llevaría muchos programas. Ya, antes de empezar la serie de programas sobre la DSI ofrecimos por Radio María una serie de más de 40 programas dedicados a esta importante materia. La DSI la trata desde hace mucho tiempo; León XIII le dio énfasis y lo mismo han hecho los papas siguientes; como recordamos, Juan Pablo II dedicó una encíclica (Laborem exercens) al trabajo humano y el Papa Francisco ha defendido el derecho al trabajo en varias de sus intervenciones.

La dignidad del ser humano en juego

Precisamente voy a terminar hoy con una cita del entonces Cardenal Bergoglio, en una entrevista en Buenos Aires, sobre la dignidad del trabajo. El periodista lo interrogó sobre su experiencia pastoral con desocupados. Bergoglio respondió:

Son gente que no se siente persona. Y que por más que sus familias y sus amigos los ayuden, quieren trabajar, quieren ganarse el pan con el sudor de su frente. Es que, en última instancia, el trabajo unge de dignidad a una persona. La dignidad no la otorga ni el abolengo, ni la formación familiar, ni la educación. La dignidad como tal solo viene por trabajo. Comemos lo que ganamos, mantenemos a nuestra familia con lo que ganamos. No interesa si es mucho o poco. Si es más, mejor. Podemos tener una fortuna, pero si no trabajamos, la dignidad se viene abajo… (El Jesuita, La historia de Francisco el Papa argentino, VERGARA, Pg 34s).

Habla enseguida de la tragedia de quienes quieren trabajar y no pueden y trata también el problema del exceso de trabajo. En la próxima entrega empezaremos a estudiar el contenido de Quadragesimo anno.

Fernando Díaz del Castillo Z.

Escríbanos a: www.reflexionesdsi.org


        

Reflexión 259 , septiembre 5, 2013 Amar a nuestra madre la Iglesia

 


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¿Amar a la Iglesia deber ciudadano?

 

En la reflexión anterior seguimos estudiando las enseñanzas del papa León XIII sobre los deberes del ciudadano cristiano, en su encíclica Sapientiae christianae, de la Sabiduría cristiana.

 

¿Por qué los deberes del ciudadano cristiano hacen parte de la DSI? Porque la DSI se ocupa de las enseñanzas del evangelio sobre la administración de la sociedad, de acuerdo con los planes de Dios para la humanidad; es decir, de las enseñanzas de la Iglesia sobre la ciudad terrena, a la que podemos llamar la ciudad de Dios en construcción, pues la ciudad futura, a la que estamos llamados en la eternidad, – donde viviremos la vida de Dios, – la vamos haciendo realidad en nuestra vida en la ciudad terrena. Aquí construimos la vida futura del pueblo de Dios, si vivimos nuestra vida en sociedad con amor, con justicia, en paz, que son elementos indispensables para que nuestra vida en sociedad empiece a ser como será  la vida futura, en la ciudad de Dios.

 

 Vamos hoy a ampliar lo que nos enseña León XIII sobre nuestra obligación de amar a la Iglesia, nuestra madre. Nos enseñó el Papa que si es un deber amar a la patria terrena, también lo es amar a la patria espiritual. Entendamos lo que esto significa y por qué amar a la Iglesia como a madre. Recordemos las palabras de León XIII:

 

…se ha de amar a la patria donde recibimos esta vida mortal, pero más entrañable amor debemos a la Iglesia, de la cual recibimos la vida del alma, que ha de durar eternamente; por lo tanto, es muy justo anteponer a los bienes del cuerpo los del espíritu, y frente a nuestros deberes para con los hombres son incomparablemente más sagrados los que tenemos para con Dios.

 

Nos dijo León XIII que si debemos estar preparados hasta para dar la vida por la patria terrena, con mayor razón debemos tener esa actitud con la Iglesia. Sus palabras en Sapientiae christianae son:

 

…estamos obligados a amar especialmente y defender a la sociedad en que nacimos, de manera que todo buen ciudadano está dispuesto a arrostrar aun la misma muerte por su patria, deber es, y mucho más apremiante en los cristianos, hallarse en igual disposición de ánimo con la Iglesia.

 

La historia conserva el recuerdo de numerosos cristianos que han dado su vida por amor a la fe, pero hoy, a veces oye uno a católicos hablar sin respeto de la Iglesia, su madre. No es que no se puedan reconocer los pecados de los miembros de la Iglesia; todos reconocemos las virtudes y fallas humanas de nuestras madres aunque les tengamos inmenso amor y respeto. En el caso de la Iglesia, nos hace falta conocerla más para respetarla como merece esta madre santa. Es que nadie ama lo que no conoce. De la madre terrena nadie habla mal aunque reconozca las limitaciones humanas que tiene, como todos los humanos las tenemos. A la madre la amamos y la respetamos; ella nos dio la vida y se sacrificó por nosotros.

 

Vamos a pensar un poco en la naturaleza de la Iglesia, en lo que es, para que comprendamos por qué la debemos amar, aunque, con  razón, no nos gusten sus defectos.

La Iglesia, una, santa…

 

Cuando pronunciamos el Credo, en el que hacemos una confesión pública de nuestra fe, decimos en el artículo 9: Creo en la Santa Iglesia Católica. Llama santa a la Iglesia, ¿cómo nos explica el Catecismo este artículo de nuestra fe? No voy a detenerme mucho en esto porque es materia en el programa sobre el Catecismo, que el P. Germán  Acosta dirige con profundo conocimiento. Sin embargo quisiera poner un granito de arena porque soy consciente de la inmensa gracia que el Señor nos ha concedido al darnos la fe en la Iglesia Católica y con frecuencia no apreciamos en toda su dimensión este valioso regalo. Hay muchos que han abandonado a la madre. De esos, no pocos regresan cuando llegan a comprender lo que perdieron y añoran lo mucho que dejaron; otros, tristemente se olvidan de ella.

 

Si queremos profundizar en el conocimiento de la Iglesia, el Catecismo nos da la oportunidad de hacerlo desde el N° 748 hasta el 945. Son muchos números porque el misterio de la Iglesia es una de las verdades  que profesamos los católicos y es importante que sepamos lo que creemos.

Como la luna refleja la luz del sol

 

El Catecismo menciona las enseñanzas del II Concilio Vaticano  sobre la Iglesia, en la Constitución dogmática Lumen gentium, Luz de los pueblos. Nuestra madre la Iglesia es luz, porque recibe esa luz de Cristo y como la luna, es reflejo de la luz del sol. La Iglesia es santa porque el Espíritu Santo la ha dotado de santidad, Él que es quien comunica la santidad. No es santa porque todos sus miembros sean santos. Muchos somos pecadores. Nos enseña también el Catecismo que la Iglesia es el Pueblo de Dios, es el Cuerpo de Cristo, es nuestra madre, la esposa inmaculada del Cordero. Somos miembros de la gran familia de Dios, que conforma lo que es el Pueblo de Dios. Ese Pueblo, la Iglesia, es una, santa, católica y apostólica. Si no entendemos qué significa esto que profesamos, corremos el peligro de no entender lo que creemos y la importancia de cada característica de la Iglesia nuestra madre. Ampliemos esta explicación sobre las características de la Iglesia. El cardenal Henri de Lubac, quien participó como perito en la Comisión Teológica preparatoria del Vaticano II, luego como perito en el mismo concilio, entre sus obras escribió un bellísimo libro que se titula Meditación sobre la Iglesia. Es una obra muy profunda y muy bien documentada. En su meditación sobre el artículo 9 del Credo, Creo en la Iglesia, De Lubac se detiene a reflexionar sobre la diferencia entre Creer en Dios y creer en la Iglesia. Creemos en la Iglesia de Dios, dice. Ella es su Esposa inseparable, es la Casa de Dios y Él nos acoge en ella. En esta Iglesia, “columna y firmamento de la verdad, nosotros creemos en Dios, en ella le damos gloria” (Pg 61). Es decir que lo que nosotros creemos, lo creemos en la Iglesia; ella nos transmitió la vida sobrenatural en el bautismo y con sus enseñanzas nos mantiene viva esa fe. Por eso decimos que si nuestra madre de la tierra nos dio la vida, la Iglesia nos comunicó la vida divina, la gracia, en el bautismo. En ella recibimos el regalo del conocimiento de Dios, la fe.

 

Es lo grandioso de pertenecer a la Iglesia. No es raro escuchar a algunas personas que no quieren saber de la Iglesia; piensan que  pueden relacionarse directamente con Dios y ellos solo se bastan. Les parece que no necesitan a la Iglesia. Bueno, La Iglesia es la Madre en la cual nacemos por el bautismo; en ella somos regenerados, perdonados, en ella recibimos al Espíritu Santo por los sacramentos; gracias a Ella recibimos el Cuerpo y la Sangre de Cristo en la Eucaristía. Ella, la Iglesia, porque así lo quiso el Señor, por medio del sacerdocio hace posible que tengamos la presencia permanente del Señor en el Sagrario. En fin, Ella es santa porque nos proporciona los medios de santificación (Cfr Carlo María Martini, La Iglesia, una, santa, católica y apostólica, Pg. 33ss).

Es tema de nunca acabar

 

 Hablar de la Iglesia parece un tema de nunca acabar. Según de Lubac (Pg 71), con las siguientes palabras expresaba  san Agustín la imposibilidad de ponderar lo suficiente a la Iglesia: “Cuando hablo de ella, no sé acabar”. Y compara esas palabras con la frase de San Bernardo sobre la Virgen María: “De María, nunca suficiente” (Pg. 71, cita 115).  Es que, cuando uno habla de alguien a quien quiere, no encuentra palabras ni tiempo suficiente. 

 

Es natural que a veces nos sintamos desconcertados ante la Iglesia. La Iglesia, nuestra madre, no deja de ser un misterio. Es que de modo semejante a lo que acontece con la persona de Jesucristo, la Iglesia tiene características divinas por ser el Cuerpo de Cristo, el Pueblo de Dios, y tiene también características humanas con las debilidades, las imperfecciones del ser humano. ¿Podemos dejar de amarla por eso? Dediquemos unos minutos a meditar en este misterio de la Iglesia, a quien debemos amar.

 

De Lubac nos ofrece una bella reflexión en su Meditación sobre la Iglesia. Nos habla primero del misterio de la encarnación y  luego del misterio de la Iglesia. Voy a leer unas líneas de De Lubac, mejor que resumirlas. Dice en la páginas 71ss / que estamos preparados a que los misterios de Dios nos desconcierten, porque:

 

¿No está Él siempre por encima de todo lo que podemos comprender? ¿Cada vez que observamos alguna semejanza entre Él y nosotros, no nos damos cuenta inmediatamente  de que la desemejanza es mayor?  (Concilio de Letrán, 1215). ¿Qué puede ser más ridículo que pedir un Dios a nuestra medida?… Y dice de Lubac que, si los misterios de Dios nos desconciertan, los misterios del Verbo encarnado son ya más difíciles de creer…

 

El misterio de la Iglesia y el misterio de la Encarnación


 

De modo que el misterio de Dios hecho hombre es desconcertante. Nos muestra De Lubac, cómo esa mezcla de Dios y Hombre es una mezcla incomprensible, es inaudita, es decir nunca oída, paradójica, porque, en sus palabras ¡El que es, deviene, es decir,  el que siempre es, el que no empezó una vez a ser, en la persona de Cristo nace en el tiempo, en un lugar, en Belén. Y sigue el cardenal De Lubac:

 

…el Infinito es creado, está contenido en el espacio…El Verbo se hace sensible, el Invisible es visto, el Intocable es tocado, el Intemporal entra en el tiempo, el Hijo de Dios se convierte en hijo del hombre! (Cfr Padres citados en nota 120).

 

De Lubac hace estas consideraciones tomándolas de Padres de la Iglesia. Dice:

 

¡Cómo! “¡El que es propio Poder y la propia Sabiduría de Dios, en quien todas las cosas, visibles e invisibles, han sido creadas, hay que creerlo estrechamente circunscrito en los límites de este hombre aparecido en otro tiempo en Judea, engendrado en el seno de una mujer, nacido niño, llorando como todos los recién nacidos! “… Y el anuncio de la Cruz acaba por ahuyentarlo. Dios “nacido y crucificado”. “¡Misterio santamente estremecedor!”.  Y recordando las palabras de San Pablo añade: “¡Escándalo para los Judíos y locura para los Griegos!” ((1 Cor 1,23, Flp 2,7).

 

Y de Lubac se pregunta si nosotros, hoy, no sentimos el impacto de lo que significa la Encarnación, no será porque nuestra fe, por muy sincera y sólida que sea, sin duda se ha debilitado.

 

Y nosotros, ¿qué tanto meditamos en el misterio de la Iglesia?  Quizás no lo suficiente. Sigamos con esta reflexión sobre nuestra madre la Iglesia.

 

Si este creer en el Verbo Encarnado, Dios hecho hombre, nos desconcierta, con cuánta mayor razón nos puede hacer tambalear creer en una Iglesia con manifestaciones muy humanas, con miembros suyos imperfectos, más aún, pecadores, con sacerdotes indignos que traicionan su vocación. En una de las entrevistas al Papa Francisco cuando era arzobispo de Buenos Aires, el periodista comentó al entonces cardenal: -…mucha gente dice que cree en Dios pero no en los curas. Bergoglio respondió: -“Y…está bien. Muchos curas no merecemos que crean en nosotros.

 

Por lo que acabamos de ver, los católicos: sacerdotes, religiosos o laicos, porque todos somos seres humanos débiles, cuando nos portamos mal, damos mal ejemplo, y nos convertimos en la parte oscura de la Iglesia, no representamos la belleza de la madre Iglesia. Somos lo humano, que necesita estar en permanente estado de conversión. No podemos negar esta realidad. Al mismo tiempo sabemos que Dios es misericordioso, que nos espera para recibirnos con amor y perdonarnos; eso sí, es necesario acudir a Él y arrepentirnos de la conducta anterior.

 

Antes de ser elegido Papa el cardenal Ratzinger, el año 2005, el Beato Juan Pablo II le encargó escribir el vía crucis que el viernes santo se reza en el Coliseo de Roma. Ese día se leyeron estas palabras del cardenal Ratzinger, quien sería Benedicto XVI:

 

“También en tu trigal vemos más cizaña que trigo. Un vestido y cara tan sucios nos apesadumbran. Pero somos nosotros quienes los manchamos. Somos nosotros mismos los que te traicionamos cada vez, tras todas nuestras grandes palabras, nuestros gestos (…). ¡Cuánta suciedad hay en la Iglesia, y justamente incluso entre aquellos que, entre el sacerdocio, le deberían pertenecer completamente a Él.” (Saverio Gaeta, “Papa Francisco, su vida y sus desafíos”, San Pablo, Argentina, Pg. 116).

 


 Sí, la Iglesia es un misterio que, de manera semejante al misterio de la Encarnación, nos permite descubrir esos aspectos oscuros, manchados, que portamos los seres humanos, miembros de ella. Y aun así, ¿creemos en la Iglesia y debemos amarla? Sí. Veamos; lo mejor es leer este final magistral del capítulo I de la Meditación sobre la Iglesia del Cardenal de Lubac, sobre el misterio de la Iglesia (Pg 73s):

 

¡…cuánto más «escandalosa» todavía, cuánto más «loca», esta creencia en una Iglesia en la que no solo lo divino y lo humano están unidos, sino también en la que lo divino se ofrece obligatoriamente a nosotros a través de lo «demasiado humano»! … Verdaderamente, en la Iglesia más que en Cristo, todo es contraste y paradoja. Si podemos decir de la Iglesia, como de Cristo, gran misterio y admirable sacramento (Liturgia romana de Navidad) estamos más obligados a decir de ella que de Cristo: ¡distracción para el espíritu, no apoyo! (San Agustín, 1 carta de San Juan, PL 35, 1980), y ¡piedra de tropiezo y piedra de escándalo!  El primero de estos gritos es el de la fe triunfante; él supone la victoria conseguida sobre el asombro del hombre natural y sobre el hastío del sabio… ¡Cuánto más que para Cristo será preciso, pues, contemplar la Iglesia sin escándalo, que la mirada se purifique y se transforme! ¡Cuánto más necesario será, para obtener una cierta comprensión, «alejar la oscuridad de los «razonamientos terrestres» y el humo de la sabiduría según el mundo! (San León, sermón de la Navidad, PL 54,126C).

 

Y escuchemos este maravilloso párrafo final del capítulo I:

 

Tenemos que confesar también que nuestra ceguera es tal / que podemos, si no pensar realmente, al menos imaginar algunas veces, que la creencia en Dios no nos compromete. No encontramos a Dios en las plazas públicas. No encontramos en ellas a Cristo. Pero la Iglesia está siempre ahí. ¡Cuántos estarían preparados, a pesar de todos los defectos que le reprochan, a admirarla en ciertos aspectos, cuántos estarían preparados para «colaborar», como dicen, con ella, si no fueralo que es!  Ella es el testigo permanente de Cristo. Es la Mensajera del Dios vivo. Es la presencia urgente, la presencia inoportuna de este Dios entre nosotros. ¡Que nosotros que estamos en la Iglesia, que nos decimos Iglesia, podamos comprenderla, tanto como la imaginan quienes la temen o huyen de ella!

 

 

 

Reflexión 258 , León XIII, Deberes del ciudadano cristiano (II)

 

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¿Son distintos los deberes del ciudadano cristiano en nuestros días?

 

En la reflexión anterior empezamos a estudiar los deberes del ciudadano cristiano, como los expone el Papa León XIII en su encíclica Sapientae christianae, De la sabiduría cristiana. Hoy continuaremos nuestro estudio de esta importante encíclica, después de hacer un repaso de lo esencial de la presentación pasada.

 

León XIII debió orientar a la Iglesia en una sociedad que se organizaba desde la política, como corresponde, pero lo hacían algunos gobiernos con criterios diferentes a los de la doctrina católica. En esa situación, los católicos que por su misión personal, incursionaban en la política, se encontraban en situaciones en las que debían tomar partido entre ser fieles a Dios o a la orientación de los gobernantes del momento. También ahora, en nuestro medio, los políticos que toman parte en el gobierno, bien sea desde el poder ejecutivo o como magistrados de las altas Cortes o parlamentarios en el Congreso, antes de tomar algunas decisiones se deben hacer la pregunta: ¿obedezco la doctrina de la Iglesia sobre el aborto o la eutanasia o sigo la orientación que sugiere u ordena la política?, cuando ésta defiende políticas de muerte.

 

Hay una enseñanza clara de León XIII y es que los cristianos tenemos que actuar; no podemos resignarnos a ser observadores, meros espectadores, cuando  está en juego el bien frente al mal, cuando se decide si la sociedad se organiza rechazando la presencia de los planes de Dios en ella.

 

Debemos partir de una premisa, según nos dice León XIII en la encíclica Sapientiae christianae: solo volviendo a los principios de la sabiduría cristiana, se puede salvar la sociedad.

 

Hoy, como en tiempos de León XIII, nos encontramos en una situación en la que, para algunos, la Iglesia no tiene lugar en la organización de la sociedad. Como un acto de benevolencia, se acepta que la Iglesia puede ayudar a calmar los ánimos en los conflictos, pero nada más. La Iglesia en Colombia es respetuosa, no pretende intervenir, por ejemplo en los diálogos de paz, si no es llamada. sigue defendiendo su derecho de predicar el evangelio y no se lo pueden impedir.

 

León XIII sienta un principio muy importante sobre los fines para los cuales se crea la sociedad. No basta sostener que la sociedad se crea para, con los aportes de todos, buscar el bien común; en la encíclica sobre la sabiduría cristiana Sapientiae christianae, el Papa León XIII nos enseña que la sociedad se forma para que en ella y por su medio, la persona humana encuentre los recursos adecuados para su propia perfección. Podemos ver que recursos   para que el ser humano pueda conseguir su perfección son, por ejemplo, la educación, lo es también el trabajo, es la libertad; la DSI desarrolla en otros documentos su doctrina sobre estos recursos. Por citar solo un documento, por ejemplo la encíclica de Juan Pablo II sobre el trabajo, Laborem exercens. Hace poco estudiamos Libertas prestantissimum, sobre la excelencia de la libertad, de León XIII.

 

En Sapientiae christianae, León XIII presenta las consecuencias para la sociedad, si sus conductores se desvían del fin para el cual se funda, haciendo a Dios a un lado, y si no son solícitos en el respeto y la defensa de la ley moral. Este Papa León XIII  afirma que los conductores de una sociedad a la que alejan de Dios, se apartan de modo deplorable del camino recto y de los mandatos de la naturaleza y que esa sociedad es solo una engañosa imitación o apariencia de sociedad.

¿Debo obedecer a una ley injusta antes que a Dios?

 

Presenta también en Sapientiae christianae una respuesta del evangelio, a la pregunta que políticos católicos de todos los tiempos, en algún momento se pueden formular: ¿debo obedecer a la autoridad humana o a lo que Dios ordena, en asuntos como la eutanasia, el aborto, la constitución de la familia?

 

León XIII cita en Sapientiae christianae dos situaciones de las que Jesús advirtió; en Mateo 6, 24, dice el Señor: “Nadie puede servir a dos señores”.  La lección es que si al cristiano se le presenta una situación en la que deba elegir si sirve a Dios o a una ideología, tiene que escoger partido, no puede ser neutral, y como es obvio, debe escoger obedecer a la autoridad divina. Y es que la fe es exigente, no podemos ser medias tintas; León XIII va lejos, nos dice que en una necesidad extrema de defensa de la fe, el cristiano debe estar preparado para sufrirlo todo, hasta la misma muerte, antes que abandonar la causa de Dios o de la Iglesia. Son palabras de León XIII en Sapientiae christianae.

 

La segunda situación que nos presenta León XIII se refiere a las primeras experiencias de los apóstoles en la propagación del evangelio, cuando, como refieren los Hechos en 4,18,  Pedro y otros apóstoles respondieron a las autoridades que les prohibían que hablasen o enseñasen en el nombre de Jesús. Pedro y Juan les contestaron: “Juzgad si es justo delante de Dios obedeceros a vosotros más que a Dios”. En otra ocasión respondieron al Sanedrín con palabras casi idénticas: “Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres” (Hechos, 5,29)

 

Para defender la fe hay que conocer la doctrina cristiana


 

Para poder defender la fe es necesario conocer bien la doctrina. Eso nos advierte León XIII en Sapientiae christianae, donde enseña que por las condiciones de la época, cada creyente, en medida de su capacidad e inteligencia deba estudiar en profundidad la doctrina cristiana…y aquellas materias que se cruzan con la religión y están dentro del ámbito de la razón. Los papas Juan Pablo II y Benedicto XVI nos instruyeron sobre la fe y la razón. Estamos en una época en que los intelectuales no creyentes son muy aceptados en la sociedad y tienen audiencia numerosa en libros, medios de comunicación y en la academia. Los católicos no podemos quedarnos en la mediocridad intelectual.

El deber de defender la fe públicamente

 

 

Otro punto importante de la encíclica Sapientiae christianae, de León XIII, es que es deber del cristiano, no solo estudiar en profundidad la doctrina, para conservarla y acrecentarla, sino que es deber suyo defenderla públicamente. Comentábamos que para conservar y acrecentar la fe, junto con el estudio, es indispensable la oración, pedir la fe. Los apóstoles pidieron al Señor: “Señor auméntanos la fe”. Y el padre del muchacho endemoniado, rogó al Señor: ¡Creo, Señor, pero ayuda a mi poca fe (Mc 9,24). Deberían ser nuestras jaculatorias permanentes…

Educación cívica cristiana

 

 Sobre los deberes del cristiano como ciudadano, el Papa León XIII trata en su encíclica Sapientiae christianae de varios deberes del ciudadano amante de su patria, y del ciudadano como cristiano. Alcanzamos en la reflexión pasada a citar a León XIII  cuando nos enseña nuestro deber de amar a la patria; el Papa nos habla del amor que debemos, tanto a la patria terrena como a la patria celestial. Recordemos el argumento de León XIII para enseñarnos cómo se conjugan estos dos amores. Dice que al abrazar el ser humano la fe cristiana, por el mismo acto se constituye en súbdito de la Iglesia, como engendrado por ella, se hace miembro de esta sociedad que él llama amplísima y santísima sociedad, cuya cabeza visible, es en razón de su oficio y con potestad suprema, el Romano Pontífice.

 

Añade el Papa, que si por ley natural estamos obligados a amar especialmente y defender a la sociedad en que nacimos, de manera que todo buen ciudadano está dispuesto a arrostrar aun la misma muerte por su patria, deber es, y mucho más apremiante en los cristianos, hallarse en igual disposición de ánimo con la Iglesia. Pocas líneas adelante concluye: se ha de amar a la patria donde recibimos esta vida mortal, pero más entrañable amor debemos a la Iglesia, de la cual recibimos la vida del alma, que ha de durar eternamente; por lo tanto, es muy justo anteponer a los bienes del cuerpo los del espíritu, y frente a nuestros deberes para con los hombres son incomparablemente más sagrados los que tenemos para con Dios.

 

Antes nos enseñaban  cívica; por lo que oigo, ahora no se enseña cívica en los colegios. Bien, esta clase de cívica es también parte de la doctrina cristiana y me parece que no la tenemos tan clara siempre. Nos viene bien tenerla presente, porque a veces se habla con ligereza y poco respeto de la Iglesia y eso es manifestar poco respeto por nuestra madre en el espíritu.

 

El párrafo que vamos a leer, también de Sapientiae christianae, completa la idea:

 

Impiedad es, por agradar a los hombres dejar el servicio de Dios; ilícito quebrantar las leyes de Jesucristo por obedecer a los magistrados, o bajo color de conservar un derecho civil, infringir los derechos de la Iglesia…: “Conviene obedecer a Dios antes que a los hombres” ; y lo que en otro tiempo San Pedro y los demás Apóstoles respondían a los magistrados cuando les mandaban cosas ilícitas, eso mismo en igualdad de circunstancias se ha de responder sin vacilar. No hay, así en la paz como en la guerra, quien aventaje al cristiano consciente de sus deberes; pero debe arrostrar y preferir todo, aun la misma muerte, antes que abandonar, como un desertor, la causa de Dios y la Iglesia.


Cuando la resistencia es un deber y la obediencia un crimen


 

Y lo que sigue a continuación no se tiene siempre hoy en cuenta por quienes detectan los poderes de estado. Oigamos:

 

Sagrado es, por cierto, para los cristianos el nombre del poder público, en el cual, aun cuando sea indigno el que lo ejerce, reconocen cierta imagen y representación de la majestad divina; justa es y obligatoria la reverencia a las leyes, no por la fuerza o amenazas, sino por la persuasión de que se cumple con un deber, “porque el Señor no nos ha dado espíritu de temor” (2 Tim 1, 7) ; pero si las leyes de los Estados están en abierta oposición al derecho divino, si con ellas se ofende a la Iglesia o si contradice a los deberes religiosos, o violan la autoridad de Jesucristo en el Pontífice supremo, entonces la resistencia es un deber, la obediencia es un crimen, que por otra parte envuelve una ofensa a la misma sociedad, pues pecar contra la religión es delinquir también contra el Estado.

 

Y si se acusa de rebelión a quien rehúsa obedecer una ley injusta,  opina León XIII en la misma encíclica Sapientiae christianae, que se apartan de la voluntad de la autoridad únicamente en aquellos preceptos para los cuales no tienen autoridad alguna, porque las leyes hechas con ofensa de Dios son injustas, y cualquier otra cosa podrán ser menos leyes.

 

Algunas de estas enseñanzas de León XIII pueden parecer extrañas en el mundo actual y me parece que, más bien, son tan aplicables hoy como eran en siglo XIX cuando fueron promulgadas. Es que la incredulidad, el racionalismo y el materialismo han asumido desde entonces, posiciones de mando en los estados de los que pareciera tienen el control. Es que se ha venido haciendo realidad esta advertencia de León XIII, también en Sapientiae christianae:

Desde el poder se combate la fe con astucia

 

Ambicionan y por todos los medios posibles procuran apoderarse de los cargos públicos y tomar las riendas en el gobierno de los Estados, para poder así más fácilmente, según tales principios, arreglar las leyes y educar a los pueblos. Y así vemos la gran frecuencia con que o claramente se declara la guerra a la religión católica, o se la combate con astucia; mientras conceden amplias facultades para propagar toda clase de errores y se ponen fortísimas trabas a la pública profesión de las verdades religiosas.

La cobardía de los buenos fomenta la audacia de los malos

 

Luego León XIII se refiere a los deberes de los creyentes frente a los enemigos de la Iglesia. Se refiere a la defensa de la verdad y afirma:

 

Ceder el puesto al enemigo, o callar cuando de todas partes se levanta incesante clamoreo para oprimir a la verdad, propio es, o de hombre cobarde o de quien duda estar en posesión de las verdades que profesa. Lo uno y lo otro es vergonzoso e injurioso a Dios; lo uno y lo otro, contrario a la salvación del individuo y de la sociedad: ello aprovecha únicamente a los enemigos del nombre cristiano, porque la cobardía de los buenos fomenta la audacia de los malos.


Esa última frase se ha vuelto inmortal: la cobardía de los buenos fomenta la audacia de los malos. Remata su argumento León XIII con una frase de Jesucristo semejante a la que usó Juan Pablo II en el inicio de su pontificado: “No tengáis miedo. Confiad: yo he vencido al mundo”.

Propagar el evangelio, deber de todos

 

 Entre los deberes del ciudadano cristiano que presenta León XIII en Sapientiae christianae, además del  amor a la patria, tanto la terrena como la patria celestial, la defensa de la fe frente a los enemigos de la Iglesia y el conocimiento de la doctrina, tiene especial importancia el deber de propagar el evangelio.  

 

León XIII es muy claro dice:

 

Lo primero que ese deber nos impone es profesar abierta y constantemente la doctrina católica y propagarla, cada uno según sus fuerzas. Porque, como repetidas veces se ha dicho, y con muchísima verdad, nada daña tanto a la doctrina cristiana como el no ser conocida; pues, siendo bien entendida, basta ella sola para rechazar todos los errores, y si se propone a un entendimiento sincero y libre de falsos prejuicios, la razón dicta el deber de adherirse a ella. Ahora bien: la virtud de la fe es un gran don de la gracia y bondad divina; pero las cosas a que se ha de dar fe no se conocen de otro modo que oyéndolas.

 

Los sumos pontífices, especialmente desde el Concilio Vaticano II han insistido en el papel, también de los laicos, en la evangeliación. El Papa Francisco insistió a los jóvenes en la Jornada Mundial de la Juventud, que la Iglesia necesita a los jóvenes, los necesita el Papa y se refirió a las palabras del Señor en Lc 28, 16ss. En el próximo programa seguiré con este tema; hoy terminemos con estas palabras de Francisco a los jóvenes:

 

 En estos días aquí en Río, han podido experimentar la belleza de encontrar a Jesús y de encontrarlo juntos, han sentido la alegría de la fe. Pero la experiencia de este encuentro no puede quedar encerrada en su vida o en el pequeño grupo de la parroquia, del movimiento o de su comunidad. Sería como quitarle el oxígeno a una llama que arde. La fe es una llama que se hace más viva cuanto más se comparte, se transmite, para que todos conozcan, amen y profesen a Jesucristo, que es el Señor de la vida y de la historia (cf. Rm 10,9).

 

Pero ¡cuidado! Jesús no ha dicho: si quieren, si tienen tiempo vayan, sino que dijo: «Vayan y hagan discípulos a todos los pueblos». Compartir la experiencia de la fe, dar testimonio de la fe, anunciar el evangelio es el mandato que el Señor confía a toda la Iglesia, también a ti; es un mandato que no nace de la voluntad de dominio, de la voluntadde poder, sino de la fuerza del amor, del hecho que Jesús ha venido antes a nosotros y nos ha dado, no nos dioalgo de sí, sinose nos dio todo él, élha dado su vida para salvarnos y mostrarnos el amor y la misericordia de Dios. Jesús no nos trata como a esclavos, sino como apersonas libres, amigos, hermanos; y no sólo nos envía, sino que nos acompaña, está siempre a nuestro lado en esta misión de amor.

¿Adónde nos envía Jesús? No hay fronteras, no hay límites: nos envía a todos. El evangelio no es para algunos sino para todos.

Reflexión 257 agosto 15, 2013 León XIII, Sapientiae christianae

Los católicos no podemos ser solo espectadores sino actores en la sociedad

 

La semana pasada terminamos de estudiar la encíclica Libertas prestantissimum, del papa León XIII, sobre la libertad. Hoy vamos a comentar una última encíclica del mismo León XIII antes de seguir con la encíclica Quadragesimo anno, Año cuadragésimo, del papa Pío XI, escrita en el aniversario cuarenta de la Rerum novarum. La encíclica de León XIII, que comentaremos enseguida, lleva por nombre Sapientiae christianae, De la sabiduría cristiana, y trata sobre los deberes del ciudadano cristiano.

Me apoyaré en algunos pasajes, en el libro Doctrina social de la Iglesia, una aproximación histórica, del jesuita español P. Ildefonso Camacho.

Después de haber estudiado en las encíclicas anteriores, Immortale Dei, y Libertas prestantissimun, el papel de la Iglesia en sus relaciones con el estado, es de perfecta lógica, estudiar el papel de los laicos católicos en esas relaciones Iglesia-Estado, porque los laicos somos Iglesia y tenemos una misión que cumplir en la vida social y por lo tanto en la política. De manera que necesariamente hay que estudiar el papel de los laicos católicos en la política. Veremos qué nos enseña León XIII. Es este un tema que lo vuelven a tocar otros pontífices, habrá que estudiar en otra oportunidad lo que Juan Pablo II nos dejó en su exhortación apostólica Christifideles laici, Los laicos católicos, y en otros documentos.

Como siempre, con León XIII, la Iglesia se pone al día con su doctrina social, según lo piden las necesidades de la sociedad en esa época. A León XIII le correspondió orientar a la Iglesia en una sociedad que se organizaba según criterios diferentes a los de la doctrina católica y los católicos se encontraban ante una situación que en oportunidades los obligaba a tomar partido entre ser fieles a Dios o a la orientación de los gobernantes del momento. En cierto sentido eso también sucede ahora en nuestro medio. El político en el congreso y en las cortes se deberá preguntar en algunas oportunidades, para tomar sus decisiones: ¿Sigo la doctrina católica o la orientación que sugiere u ordena la política?  

Algo muy claro nos deja León XIII: los cristianos tienen que actuar; no se pueden hacer a un lado y resignarse  simplemente a comentar, a mostrar su desacuerdo en reuniones de amigos o en medio de su familia. El papel del cristiano no puede pasar de ser  actor a ser espectador, en un escenario en que se juegan el bien y el mal, en el que se decide organizar la sociedad rechazando la presencia de Dios en ella, pudiendo intervenir los católicos para que la vida social se ordene según los planes de Dios.

Las palabras con que comienza esta encíclica de León XIII, Sapientae christianae, De la sabiduría cristiana, nos muestran que solo volviendo a los principios de la sabiduría cristiana se puede salvar la sociedad. La encíclica tiene dos partes principales: en la primera  sobre la defensa de la fe frente al rechazo de la religión y la segunda,sobre la relaciones Iglesia-Estado. Finalmente sigue una conclusión y las exhortaciones finales.

El P Camacho comenta así la primera parte de la encíclica Sapientae christianae: “Tal como se presenta la situación en la primera parte, habría que decir que la fe ha perdido la razón de ser ante el avance de la ciencia: en la naturaleza está el origen y la norma de la verdad; basta con su instancia; ya no es necesaria la revelación ni, consiguientemente la Iglesia, la cual ha perdido su puesto entre las instituciones civiles.”

¿La Iglesia no tiene papel en la sociedad de hoy?

 

Esa situación nos parece conocida hoy también. Cuando se escucha a algunos políticos y periodistas de hoy, parece que volviéramos al siglo XIX; ¿no es eso mismo lo que repiten hoy, con leves cambios de matiz? También hoy para algunos, la Iglesia no tiene lugar en la organización de la sociedad. A veces les parece que la Iglesia puede desempeñar algún papel para calmar los ánimos en los conflictos, pero como árbitro de la verdad no le encuentran lugar, porque no aceptan que exista la verdad, sino la que acepte cada uno. En la defensa de la vida, por ejemplo, no aceptan los argumentos de la Iglesia porque ellos, los que ahora se llaman agnósticos o algunos abiertamente, ateos, rechazan los argumentos en que pueda aparecer Dios. ¿Y cuál debe ser la posición de los católicos en situaciones así? Desde el año 1890 nos lo recuerda León XIII.

 

Ya desde el principio, la encíclica Sapientiae christianae, nos habla sobre los fines para los cuales se crea la sociedad, de una manera como no siempre se presenta ahora, cuando generalmente se piensa de una manera simplificada, que el fin de la sociedad es, entre todos buscar el bien común. La pregunta que nos podríamos hacer enseguida, es ¿y cuál se considera que es el bien común?

 León XIII nos presenta ese bien común teniendo en cuenta en él a Dios; dice que no se forma la sociedad para que el ser humano encuentre en ella su último fin, sino para que en la sociedad y por su medio encuentre la persona humanalos recursos adecuados para conseguir su propia perfección. Por lo tanto, afirma el Papa, que si un gobierno encamina la administración pública solo a lograr ventajas externas, materiales, a conseguir la prosperidad  y la cultura para sus ciudadanos, haciendo a Dios a un lado, y no es solícito en el respeto y la defensa de la ley moral, se aparta de modo deplorable del camino recto y de los mandatos de la naturaleza. Afirma León XIII que una sociedad así, no se debe tener por sociedad o por una comunidad de seres humanos, pues son solo como una engañosa imitación o apariencia de sociedad. 

Se refiere luego León XIII a cómo estaba desapareciendo en su tiempo el respeto y la estima de los preceptos cristianos. Yo me atrevo a preguntar: ¿No se repite o se prolonga esta situación en nuestro tiempo? La forma como hoy se ridiculiza públicamente a la Iglesia por su defensa de la vida y de la institución de la familia, se puede comparar con la situación en tiempos de León XIII, de la que afirma: “Una sorprendente prueba de la disminución y del debilitamiento de la fe cristiana se ve en los insultos contra la Iglesia Católica, abierta y públicamente, insultos que ciertamente no se habrían tolerado en una época en que se estimaba la religión. 

Deberes ante la fe amenazada

 

En Sapientae christianae, De  la sabiduría cristiana, el papa León XIII nos dice lo que se espera de los creyentes en defensa de la fe amenazada. Nos había observado  que el conflicto en que puede estar un ciudadano, ante la disyuntiva de si obedecer una ley humana o a lo que Dios ordena, nos remite al evangelio, cuando Jesús nos enseña que “Nadie puede servir a dos señores”, en Mat 6,24. Esta reflexión nos advierte que en un caso así, en que hay que escoger entre la autoridad humana y la divina, hay que escoger a uno de los dos, hay que tomar partido, no se puede ser neutral. Entonces, qué debe escoger el creyente; es obvio que tiene que escoger a Dios y en una necesidad extrema de defensa de la fe, el cristiano debe estar preparado para sufrirlo todo, hasta la misma muerte, antes que abandonar la causa de Dios o de la Iglesia. Son palabras de León XIII en Sapientiae christianae.  Y el Evangelio es claro al respecto, nos recuerda León XIII la respuesta de Pedro y otros apóstoles a las autoridades que los conminaban a obedecer un mandato injusto: en Hechos 4,18 y 5,29: “Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres”.

Esta enseñanza sigue siendo actual. Hemos oído muchas veces a ciertas autoridades de la justicia, pretender que los médicos practiquen el aborto porque deben obedecer a la Corte Constitucional. Lo mismo hoy, cuando se pretende obligar a notarios y jueces que presencien “matrimonios” entre personas del mismo sexo.

Añade León XIII  que las órdenes que sean adversas al honor debido a Dios y que por lo tanto sobrepasan el ámbito de la justicia, deben considerarse cualquier cosa, menos leyes. Y añade esta frase tajante: “si leyes humanas contienen órdenes judiciales contrarias a la ley eterna de Dios, es correcto no obedecerles” (Sapientiae christianae).

Deber de estudiar en profundidad la doctrina

 

El papa León XIII aborda en su encíclica Sapientiae christianae un asunto que tiene tanta vigencia hoy, como la tuvo en su tiempo. Se refiere el Papa a la obligación del creyente de conservar y hacer crecer su fe por el conocimiento de la doctrina. Dice el Papa: “Para salvaguardar esta virtud de la fe en su integridad,  declaramos que es muy provechoso y de acuerdo con lo que pide la época, que cada uno, en medida de su capacidad e inteligencia, deba estudiar en profundidad la doctrina cristiana, y llenar su mente de un conocimiento tan perfecto como sea posible en aquellas materias que se cruzan con la religión y están dentro del ámbito de la razón.

El Papa nos pide esto, en la medida de las posibilidades de cada uno. Me preocupa que hoy se ve este interés por mejorar en el conocimiento de la doctrina, solo en algunos medios, no es algo generalizado y hay personas que no consideran necesario este estudio o no encuentran cuándo ni dónde hacerlo.  

Pero la ciencia ha progresado tanto que muchos de nuestros fieles están desamparados para ir a ese mismo paso en el conocimiento de la doctrina. Creo que esto lo causan distintas situaciones. Algunas personas no tienen realmente tiempo. El trabajo los copa. Otros no tienen interés; se rebuscan el tiempo para el gimnasio, pero estudiar es demasiado duro para añadirlo a la jornada. Otra causa es la falta de vocaciones sacerdotales y religiosas, y como no hay suficientes misioneros, tampoco aparecen discípulos dispuestos a aprender. Añádase que la carga de trabajo de muchos párrocos no les permite dedicar tiempo a prepararse ni a atender grupos interesados en estudiar la doctrina;  tampoco hay suficientes religiosos ni religiosas que puedan darles una mano.

 

León XIII nos instruye en Sapientiae christianae, que es deber del cristiano, no solo conservar y acrecentar su fe, que es el primer deber, sino que es deber suyo también defenderla públicamente. Y para saber defender nuestra fe, necesitamos conocerla bien. Qué importante es dedicarle tiempo a estudiarla. La Radio María nos da una oportunidad de hacerlo.

Me parece que algunas personas tienen más necesidad de profundizar en su fe, por su profesión, por el medio en donde se desenvuelven, porque corren mayor peligro de encontrarse intelectualmente desarmados ante las incursiones contra la fe de sus colegas y amigos. La obligación de defender la fe no desaparece, sino que se hace más evidente la necesidad de estudiarla y pedirla en la oración. Como los apóstoles que pidieron al Señor: “Señor auméntanos la fe” Lc 17,5s.

El santo padre León XIII afirma que por la descristianización de la sociedad, una increíble multitud de seres humanos tienen el peligro de no alcanzar la salvación y dice que naciones enteras no pueden permanecer ya incólumes, pues cuando declinan las instituciones cristianas y la moralidad, los mismos fundamentos de la sociedad desaparecen con ellas.

¿Y cuáles son los deberes del cristiano, como ciudadano, para defender a la sociedad en este momento de peligro? nos podemos preguntar hoy nosotros. León XIII respondió a los cristianos de todos los tiempos en su encíclica Sapientiae christianae, De la sabiduría cristiana, y presenta por partes los deberes del ciudadano cristiano: el deber de amor a la patria, tanto la terrena como la patria celestial, los deberes frente a los enemigos de la Iglesia, el deber de propagar el evangelio, la necesidad de la unidad y la disciplina de los creyentes en esta lucha, la Iglesia y los partidos políticos, el deber de la caridad, los derechos de los padres. Habría que dedicar demasiados programas para tratar todos estos temas. En lo que queda de esta reflexióny en las próximas, vamos a tomar solo los que se refieren más directamente a las obligaciones del católico en la parte política de organización de la sociedad.

Deberes del cristiano con la patria y la sociedad

 

Empecemos por los deberes de los cristianos con la patria y con la Iglesia. Es muy importante que refresquemos estas enseñanzas en una época en que se tiene poco conocimiento de lo que es la Iglesia y nuestros deberes con ella. Basta leer lo que nos dice León XIII en Sapientiae christianae: empieza con el amor a la patria:

No puede dudarse de que en la vida práctica son mayores en número y gravedad los deberes de los cristianos que los de quienes, o tienen de la religión católica ideas falsas, o la desconocen por completo. Cuando, redimido el linaje humano, Jesucristo mandó a los Apóstoles predicar el Evangelio a toda criatura, impuso también a todos los hombres la obligación de aprender y creer lo que les enseñasen; y al cumplimiento de este deber va estrechamente unida la salvación eterna. “El que creyere y fuere bautizado será salvo, pero el que no creyere se condenará” (Mc 16,16). Pero al abrazar el hombre, como es deber suyo, la fe cristiana, por el mismo acto se constituye en súbdito de la Iglesia, como engendrado por ella, y se hace miembro de aquella amplísima y santísima sociedad, cuyo régimen, bajo su cabeza visible, Jesucristo, pertenece, por deber de oficio y con potestad suprema, al Romano Pontífice.

Ahora bien: si por ley natural estamos obligados a amar especialmente y defender la sociedad en que nacimos, de tal manera que todo buen ciudadano esté pronto a arrostrar aun la misma muerte por su patria, deber es, y mucho más apremiante en los cristianos, hallarse en igual disposición de ánimo para con la Iglesia. Porque la Iglesia es la ciudad santa del Dios vivo, fundada por Dios, y por El mismo establecida, la cual, aunque peregrina sobre la tierra, llama a todos los hombres, y los instruye y los guía a la felicidad eterna allá en el cielo. Por consiguiente, se ha de amar la patria donde recibimos esta vida mortal, pero más entrañable amor debemos a la Iglesia, de la cual recibimos la vida del alma, que ha de durar eternamente; por lo tanto, es muy justo anteponer a los bienes del cuerpo los del espíritu, y frente a nuestros deberes para con los hombres son incomparablemente más sagrados los que tenemos para con Dios.

Reflexión 256 , agosto 8, 2013, León XIII, La libertad (II)

 

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¿Somos libres en nuestras decisiones?

En el programa anterior continuamos el estudio de la encíclica Libertas prestantissimum, de León XIII, sobre la libertad, que terminaré hoy. En esa encíclica León XIII nos explica cuál es la esencia de la libertad, en qué consiste. Porque se habla mucho de libertad pero no siempre se comprende lo que es este don de la naturaleza con que nacemos los seres humanos. Veíamos que para ser libres es necesario gozar de la razón, atributo que nos regaló Dios a los seres humanos y del que carecen los animales. La razón nos permite distinguir entre el bien y el mal y con esa claridad, la voluntad puede elegir.

Esta comprensión filosófica de la libertad es la que explica cómo tomamos nuestras decisiones: si obráramos racionalmente, siempre escogeríamos el bien y no el mal, pero el ser humano tiene debilidades por su misma naturaleza que no es perfecta y por la carga del pecado original. Por eso hay crímenes que  no tienen justificación racional y conductas diarias que se apartan del bien. Necesitamos de la gracia de Dios para mantenernos firmes en el buen camino. Por eso también hay leyes injustas que se expiden contrariando a la razón, cuando por el contrario, las leyes deberían señalar el camino recto para que el ciudadano obre correctamente, de acuerdo con la razón suprema y eterna que es la autoridad de Dios.

La razón del ser humano no es perfecta, no es pura y está obnubilada, interfieren en su raciocinio, tanto el peso del pecado original y por eso no sigue el bien sino lo que le agrada, como intervienen también principios filosóficos que se basan en el naturalismo, es decir el materialismo, o el racionalismo. La sociedad no siempre está regida por personas creyentes, sino por personas que no quieren saber de Dios. Eso pasa con el liberalismo llamado librepensador, que aplica al terreno moral y a la política los principios del naturalismo y del racionalismo. Para ellos es la razón humana la soberana, no aceptan una autoridad venida de lo alto, su filosofía de la vida es de absoluta independencia de Dios. No siempre las leyes que ellos hacen aprobar son justas ni siguen la orientación de Dios.

¿Por qué la Iglesia es tolerante?

 

Mencionamos al liberalismo librepensador, porque que hay diversas clases de liberalismo, unas radicales, que se rigen por las ideas librepensadoras de atender a la razón humana antes que a Dios, otras formas mitigadas que aceptan a Dios, limitando esa aceptación al contenido de la ley natural y otras formas que  tienen la aceptación de la autoridad divina plena.  Como se supone que los partidos políticos tienen una base filosófica, unos principios, depende de esa base filosófica y sus principios, que los sitúa frente a Dios, el que los haga aceptables o no frente a la doctrina de la Iglesia, que es la del evangelio.

En el desarrollo de la DSI se ve claramente que la Iglesia ha ido  respondiendo a los tiempos con la doctrina del evangelio, sin renunciar a sus principios inmodificables pero sí adaptándose a las exigencias de su misión evangelizadora. El mundo que vivió León XIII y las necesidades espirituales que surgían entonces no eran las que la Iglesia vive desde el siglo XX. En este sentido de la respuesta de la Iglesia al mundo moderno, el documento clave es la constitución pastoral Gaudium et spes, Gozo y esperanza, del Concilio Vaticano II.

No olvidemos que hay que distinguir las épocas para comprender el desarrollo de la DSI. Era necesario que en el siglo XIX, León XIII  clarificara, como lo hizo, cuáles eran las concepciones cristianas y cuáles las laicas, de la sociedad y del estado, y de lo que debemos entender por libertad. En cuanto a la política, el estado y la Iglesia se mueven en ámbitos distintos; de allí que dependiendo de los países, a la Iglesia se le hayan reconocido plenos derechos o derechos restringidos. Lo que la Iglesia no puede aceptar es que le impidan cumplir con la misión para la que fue fundada y seguirá luchando porque la sociedad siga los planes de Dios.

En el N° 6 de Immortale Dei León XIII expone clarísimamente su pensamiento sobre la separación Iglesia-Estado. 

A lo largo del tiempo la Iglesia ha asumido una, quizás mayor tolerancia, en ciertas decisiones de los estados con las que no puede estar plenamente de acuerdo, por ejemplo con la libertad de cultos que nuestra constitución dejó consignada, cuando añadió que Todas las confesiones religiosas e iglesias son igualmente libres ante la ley. Ante la ley son iguales, pero, ¿de veras lo son, incluyendo algunas de las que se podría dudar si de veras son confesiones religiosas o más bien negocios con fachada de iglesias? En la práctica, todas se defienden con la Constitución.

¿Es la religión católica la de la nación?

 

En Colombia las cosas no eran así antes de la Constitución del 91. La constitución anterior afirmaba que la religión católica es la de la nación, con estas palabras de su artículo 38: “La Religión Católica, Apostólica, Romana, es la de la Nación; los poderes públicos la protegerán y harán que sea respetada como esencial elemento del orden social (…)”.

Y en cuanto a la educación, el artículo 41 de la Constitución anterior regulaba que “La educación pública será organizada y dirigida en concordancia con la Religión Católica.”…

Se puede uno preguntar cómo tomar esos cambios. En el N° 23 de Libertas prestantissimum, la encíclica sobre la libertad humana, el papa León XIII explica por qué la Iglesia tolera  cambios como el del  artículo que 40 estableció: “Es permitido el ejercicio de todos los cultos que no sean contrarios a la moral cristiana ni a las leyes. Los actos contrarios a la moral cristiana o subversivos del orden público, que se ejecuten con ocasión o pretexto del ejercicio de un culto, quedan sometidos al derecho común”.

Era clara la preferencia por la religión católica, porque se consideraba la de la nación; lo cual cambió con la constitución del 91. La pregunta puede ser, ¿por qué la Iglesia toleró esos cambios, si se considera la religión verdadera? El papa León XIII lo explica en el N° 23 de Libertas prestantissimum: esta tolerancia es conveniente por el bien público. La tolerancia no supone aprobación, se trata de “un postulado propio de la prudencia política”. No tiene nada que ver con la tolerancia sin límites que concede el liberalismo filosófico extremo por el que coloca en un mismo plano de igualdad jurídica la verdad y la virtud con el error y el vicio,” afirma Libertas prestantissimum en el mismo N° 23.

 Leamos parte de ese número 23 de la encíclica, que es un elogio de la Iglesia por su tolerancia maternal:

…la Iglesia se hace cargo maternalmente del grave peso de las debilidades humanas. No ignora la Iglesia la trayectoria que describe la historia espiritual y política de nuestros tiempos. Por esta causa, aun concediendo derechos sola y exclusivamente a la verdad y a la virtud no se opone la Iglesia, sin embargo, a la tolerancia por parte de los poderes públicos de algunas situaciones contrarias a la verdad y a la justicia para evitar un mal mayor o para adquirir o conservar un mayor bien. Dios mismo, en su providencia, aun siendo infinitamente bueno y todopoderoso, permite, sin embargo, la existencia de algunos males en el mundo, en parte para que no se impidan mayores bienes y en parte para que no se sigan mayores males. Justo es imitar en el gobierno político al que gobierna el mundo. Más aún: no pudiendo la autoridad humana impedir todos los males, debe «permitir y dejar impunes muchas cosas que son, sin embargo, castigadas justamente por la divina Providencia»

 

Lo inquietante de los partidos políticos

Al papa León XIII le inquietaba sobre todo, el modo como el liberalismo filosófico extremo concebía y organizaba la sociedad, de acuerdo con su orientación filosófica. El papa descubre detrás de esa concepción de la sociedad, una concepción del ser humano, es decir, una antropología, y una comprensión de la libertad, fundadas en el naturalismo y el racionalismo que en últimas se originan en la reforma protestante. Allí se originan las divergencias que fueron cada vez más numerosas y profundas. Este pensamiento ya lo había expresado León XIII en la otra encíclica, Immortale Dei, que ya comentamos en refexiones anteriores.

De manera que el papa descubre detrás de la ideas del liberalismo filosófico extremo, una antropología, es decir una concepción del ser humano, fundadas en el naturalismo y el racionalismo. Recordemos que el naturalismo rechaza lo sobrenatural; para esa corriente filosófica solo existe lo físico, la naturaleza que puede estudiar la ciencia. El racionalismo es el sistema que sitúa  por encima del todo el papel de la razón humana en la búsqueda de la verdad y llega a negar la revelación, de manera que se llega a rechazar cualquier creencia religiosa.

Hasta dónde se debe extender la tolerancia en la organización de la sociedad, nos lo explica León XIII en el mismo N° 23, pues  tolerancia no significa aprobación sin más. Leamos:

Tolerancia no significa aprobación

Pero en tales circunstancias, si por causa del bien común, y únicamente por ella, puede y aun debe la ley humana tolerar el mal, no puede, sin embargo, ni debe jamás aprobarlo ni quererlo en sí mismo. Porque siendo el mal por su misma esencia privación de un bien, es contrario al bien común, el cual el legislador debe buscar y debe defender en la medida de todas sus posibilidades. También en este punto la ley humana debe proponerse la imitación de Dios, quien al permitir la existencia del mal en el mundo, «ni quiere que se haga el mal ni quiere que no se haga; lo que quiere es permitir que se haga, y esto es bueno». Sentencia del Doctor Angélico, que encierra en pocas palabras toda la doctrina sobre la tolerancia del mal. Pero hay que reconocer, si queremos mantenernos dentro de la verdad, que cuanto mayor es el mal que a la fuerza debe ser tolerado en un Estado, tanto mayor es la distancia que separa a este Estado del mejor régimen político. De la misma manera, al ser la tolerancia del mal un postulado propio de la prudencia política, debe quedar estrictamente circunscrita a los límites requeridos por la razón de esa tolerancia, esto es, el bien público. Por este motivo, si la tolerancia daña al bien público o causa al Estado mayores males, la consecuencia es su ilicitud, porque en tales circunstancias la tolerancia deja de ser un bien. Y si por las condiciones particulares en que se encuentra la Iglesia permite ésta algunas de las libertades modernas, lo hace no porque las prefiera en sí mismas, sino porque juzga conveniente su tolerancia; y una vez que la situación haya mejorado, la Iglesia usará su libertad, y con la persuasión, las exhortaciones y la oración procurará, como debe, cumplir la misión que Dios le ha encomendado de procurar la salvación eterna de los hombres.

Pareciera que estas enseñanzas no se tuvieran muy en cuenta en nuestros días, de parte de algunos políticos. Es importante tener presente que los no creyentes sí trabajan por la organización de la sociedad como ellos la conciben, de acuerdo con su filosofía. Esto debemos tenerlo presente cuando elegimos a los legisladores.

Podemos darnos cuenta de la importancia de que los católicos que tengan vocación a la política, intervengan en ella. En un régimen democrático las leyes tienen que ser aprobadas en el Congreso, y allí, si los parlamentarios se rigen por principios, o por la ley de bancadas, lo hacen de acuerdo con la filosofía de su partido. Parece que a algunos católicos eso se les olvidara y pensaran que en política ellos no tienen armas para defender la verdad. Sí las tienen en su inteligencia y en sus conocimientos. Algunos personajes de nuestra vida nacional así lo demuestran a pesar de un medio hostil.

No podemos terminar este estudio sobre la vida política y la DSI sin sintetizar el pensamiento de León XIII sobre las diversas clases de liberalismo.

El capítulo V de la encíclica Libertas prestantissimum, lo titula el papa:

 V. JUICIO CRÍTICO SOBRE LAS DISTINTAS
FORMAS DE LIBERALISMO

 

24. Para mayor claridad, recapitularemos brevemente la exposición hecha y deduciremos las consecuencias prácticas. El núcleo esencial es el siguiente: es absolutamente necesario que el hombre quede todo entero bajo la dependencia efectiva y constante de Dios. Por consiguiente, es totalmente inconcebible una libertad humana que no esté sumisa a Dios y sujeta a su voluntad. Negar a Dios este dominio supremo o negarse a aceptarlo no es libertad, sino abuso de la libertad y rebelión contra Dios. Es ésta precisamente la disposición de espíritu que origina y constituye el mal fundamental del liberalismo. Sin embargo, son varias las formas que éste presenta, porque la voluntad puede separarse de la obediencia debida a Dios o de la obediencia debida a los que participan de la autoridad divina, de muchas formas y en grados muy diversos.

25. La perversión mayor de la libertad, que constituye al mismo tiempo la especie peor de liberalismo, consiste en rechazar por completo la suprema autoridad de Dios y rehusarle toda obediencia, tanto en la vida pública como en la vida privada y doméstica. Todo lo que Nos hemos expuesto hasta aquí se refiere a esta especie de liberalismo.

26. La segunda clase es el sistema de aquellos liberales que, por una parte, reconocen la necesidad de someterse a Dios, creador, señor del mundo y gobernador providente de la naturaleza; pero, por otra parte, rechazan audazmente las normas de dogma y de moral que, superando la naturaleza, son comunicadas por el mismo Dios, o pretenden por lo menos que no hay razón alguna para tenerlas en cuenta sobre todo en la vida política del Estado.

………………………………………

27. Dos opiniones específicamente distintas caben dentro de este error genérico. Muchos pretenden la separación total y absoluta entre la Iglesia y el Estado, de tal forma que todo el ordenamiento jurídico, las instituciones, las costumbres, las leyes, los cargos del Estado, la educación de la juventud, queden al margen de la Iglesia, como si ésta no existiera. Conceden a los ciudadanos, todo lo más, la facultad, si quieren, de ejercitar la religión en privado.

…………………………………………………………………

28. Otros admiten la existencia de la Iglesia negarla sería imposible, pero le niegan la naturaleza y los derechos propios de una sociedad perfecta y afirman que la Iglesia carece del poder legislativo, judicial y coactivo, y que sólo le corresponde la función exhortativa, persuasiva y rectora respecto de los que espontánea y voluntariamente se le sujetan. Esta teoría falsea la naturaleza de esta sociedad divina, debilita y restringe su autoridad, su magisterio; en una palabra: toda su eficacia, exagerando al mismo tiempo de tal manera la influencia y el poder del Estado, que la Iglesia de Dios queda sometida a la jurisdicción y al poder del Estado como si fuera una mera asociación civil. Los argumentos usados por los apologistas, que Nos hemos recordado singularmente en la encíclica Immortale Dei, son más que suficientes para demostrar el error de esta teoría. La apologética demuestra que por voluntad de Dios la Iglesia posee todos los caracteres y todos los derechos propios de una sociedad legítima, suprema y totalmente perfecta.

29. Por último, son muchos los que no aprueban la separación entre la Iglesia y el Estado, pero juzgan que la Iglesia debe amoldarse a los tiempos, cediendo y acomodándose a las exigencias de la moderna prudencia en la administración pública del Estado. Esta opinión es recta si se refiere a una condescendencia razonable que pueda conciliarse con la verdad y con la justicia; es decir, que la Iglesia, con la esperanza comprobada de un bien muy notable, se muestre indulgente y conceda a las circunstancias lo que puede concederles sin violar la santidad de su misión. Pero la cosa cambia por completo cuando se trata de prácticas y doctrinas introducidas contra todo derecho por la decadencia de la moral y por la aberración intelectual de los espíritus. Ningún período histórico puede vivir sin religión, sin verdad, sin justicia. Y como estas supremas realidades sagradas han sido encomendadas por el mismo Dios a la tutela de la Iglesia, nada hay tan contrario a la Iglesia como pretender de ella que tolere con disimulo el error y la injusticia o favorezca con su connivencia lo que perjudica a la religión.

Fernando Díaz del Castillo Z.

Escríbanos a: reflexionesdsi@gmail.com

 

Reflexión 255 agosto 1 2013, León XIII, la libertad

 

 

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Repasemos la doctrina católica sobre el estado y la autoridad

 

En el programa anterior continuamos el estudio de la encíclica Immortale Dei, de León XIII, que nos dejó ideas claras sobre el pensamiento cristiano acerca del estado y la autoridad: lo que son y su origen. Hoy, después de repasar rápidamente los temas tratados, vamos a empezar el estudio, de la encíclica Libertas prestantissimum, sobre la libertad, también de León XIII. Su primera frase nos explica de qué trata la encíclica; dice así: La libertad, don excelente de la Naturaleza, propio y exclusivo de los seres racionales, confiere al hombre la dignidad de estar en manos de su albedrío y de ser dueño de sus acciones.

 

Muchos hablan de la libertad y la elogian, pero hay distintas maneras de entender este don maravilloso de que hemos sido dotados los seres humanos. ¿Cómo entendemos los creyentes la libertad? Lo veremos en la encíclica Libertas prestantissimum.

 

Repasemos lo que estudiamos ya de  la encíclica Immortale Dei, sobre el estado y la autoridad. El santo padre León XIII nos explicó con claridad el origen del estado; nos enseña que el ser humano, viviendo solo, aislado,  no puede procurarse lo que la vida le exige para satisfacer sus necesidades materiales ni tampoco las espirituales y por eso nace inclinado a asociarse, a vivir en comunidad. La ideología de los librepensadores, por el contrario, sostiene que los seres humanos no se asocian por una inclinación natural sino porque así lo deciden, por un libre acuerdo de voluntades, por el que llaman, “contrato social”.

 

Como vemos, hay una diferencia grande en la concepción cristiana  de la sociedad y la concebida por el liberalismo nacido de la revolución francesa. Con la concepción de la autoridad, nos señala León XIII que sucede algo parecido: mientras que para el cristiano la autoridad es necesaria y proviene de Dios, el derecho nacido en la revolución francesa sostiene que, la autoridad no se funda en Dios, sino en la voluntad del pueblo que la delega en la persona que el pueblo escoja.

 

Con esta explicación de León XIII, podemos entender qué ideología inspiró a los constituyentes del 91 a quitar de nuestra constitución política la frase con que se iniciaba y decía: En nombre de Dios, suprema autoridad… y la sustituyeron con una clara alusión a que la autoridad se deriva del pueblo y no de Dios;en el artículo 3 de su preámbulo dice ahora la Constitución del 91: La soberanía reside exclusivamente en el pueblo, del cual emana el poder público.  Claro que no se atrevieron los constituyentes a quitar a Dios del todo; de reconocerlo como suprema autoridad, pasan a una tibia mención en el preámbulo, una  frase; después de afirmar que promulgan la constitución en representación del  pueblo de Colombia, en ejercicio de su poder soberano, añaden la frase: “invocando  la protección de Dios”.

 

Sigamos con la encíclica Immortale Dei.  Además de tratar sobre el estado y la autoridad, esta encíclica trata también sobre la relación Iglesia-Estado. Como estudiamos, la Iglesia ha vivido a través de su historia experiencias muy diversas en cuanto a sus relaciones con los estados. Ha conocido desde las persecuciones de parte de las autoridades judías y romanas, cuando apenas empezaba su labor de evangelización, hasta la aceptación completa, en naciones que le concedieron inclusive autoridad civil y militar, como sucedió en lo que fue el imperio romano, después  de la conversión del emperador Constantino, quien cedió al obispo de Roma el poder en los territorios de Italia. Esos territorios se transformaron en los Estados pontificios, de los que el papa era, no solo jefe religioso sino jefe civil y militar. En esas condiciones, las relaciones del Sumo Pontífice con los demás monarcas europeos eran de tú a tú y no siempre fueron relaciones solo espirituales sino políticas y algunas veces llevaron a los Estados Pontificios a involucrarse en conflictos bélicos. Esa situación no era sana como lo mostró la historia.

 

Por esos plenos poderes civiles y militares pasó la Iglesia;  probó también una época en que apenas la toleraban para sobrevivir como institución, y también ese ingrato tiempo en que la intromisión de los príncipes en el gobierno de la Iglesia llegó a veces a intervenir no solo en el nombramiento de los obispos sino aun en la elección del Papa. En algunos casos, en la tolerancia se escondía un  soterrado hostigamiento. Esas diversas condiciones de hostigamiento, de persecución, de intolerancia, se viven aún hoy en distintas regiones del mundo, de diversas maneras. También hoy hay mártires de la fe. En algunos países como actualmente en China, han intentado inclusive crear  Iglesias católicas oficiales, cismáticas, para desorientar a los fieles, privándolos de la comunidad con el papa.

 

Como la razón de existir la Iglesia es llevar al mundo la doctrina de Jesucristo muerto y resucitado, con su mensaje de amor y esperanza, necesariamente debe entablar relaciones con los estados, que organizan y administran la sociedad. Sin la libertad religiosa, que la Iglesia ha defendido siempre, no le sería posible cumplir con la misión que Jesucristo le encomendó.

 

La doctrina católica, como ya el papa Bonifacio VIII nos enseña en la bula Unam sanctam, desde la edad media, parte de principios muy sabios; nos dice que  Dios ha repartido … el gobierno del género humano entre dos poderes: el poder eclesiástico y el poder civil. El poder eclesiástico, puesto al frente de los intereses divinos. El poder civil, encargado de los intereses humanos. Ambas potestades son soberanas en su género. 

 

El ser humano necesita vivir en comunidad


 

Desde la antigüedad, por inclinación natural, el ser humano se organiza en comunidades, porque necesita de los demás. Para trabajar unidos por el bien común también requiere el ser humano la intervención de la autoridad civil; no que cada cual trate de hacer las cosas según su conveniencia, sin tener en cuenta el bien común. La DSI nos enseña que la autoridad también se origina en Dios, quien es el supremo gobernador del universo.

 

Sin embargo ese claro reconocimiento de la legitimidad de la existencia del estado y de la autoridad, no implica que la Iglesia reconozca más legitimidad en un sistema de gobierno que en otro; no escoge como mejor un sistema político u otro, sino que La elección de una u otra forma política es posible y lícita, con tal de que esta forma garantice eficazmente el bien común y la utilidad de todos (León XIII, Immortale Dei, 2). Tengamos esto en cuenta: la  iglesia en ningún momento manifiesta por ejemplo, que la monarquía sea mejor o peor que otro sistema de gobierno; sin embargo, en el desarrollo de la DSI sí encontraremos que la Iglesia prefiere los gobiernos democráticos a las dictaduras que no respetan la libertad ni los derechos de los ciudadanos.

 

No olvidemos  que la Iglesia reclama también la libertad religiosa, sin la cual no podría cumplir su misión. El estado colombiano garantiza esta libertad en al artículo 19 de la constitución, que reza:

 

Se garantiza la libertad de cultos. Toda persona tiene derecho a profesar libremente su religión y a difundirla en forma individual o colectiva.

 

Todas las confesiones religiosas e iglesias son igualmente libres ante la ley.

 

Hasta aquí nuestro repaso del programa anterior. Continuemos con la encíclica Libertas prestantissimum, de León XIII, sobre la libertad.

 

La encíclica Libertas pestantissmum


 

Como dijimos ya, la encíclica Libertas prestantissimum, es sobre la libertad humana, y comienza: La libertad, don excelente de la Naturaleza, propio y exclusivo de los seres racionales, confiere al hombre la dignidad de estar en manos de su albedrío y de ser dueño de sus acciones.Esta encíclica fue publicada por León XIII en 1888, y aunque su título nos dice que es en general sobre la libertad, en realidad es una toma de posición sobre la esencia del liberalismo librepensador y estudia su esencia, sus formas y las llamadas libertades modernas. Es muy de actualidad.

 

En la presentación de estas ideas me baso en el libro muchas veces citado del P. Ildefonso Camacho, S.J., Doctrina social de la Iglesia, una aproximación histórica (Pgs 98ss).

 

De verdad, ¿tiene este tema alguna importancia en nuestros días? Sí la tiene, no solo para comprender nuestra pasada historia religiosa, sino para entender el pensamiento de los que hoy se ufanan de llamarse a sí mismos librepensadores, como si fuera un timbre de honor. Sí, permanecen vivas las huellas de la ideología librepensadora. Sin ir lejos, el martes por la mañana 23 de julio (2013), escuché en una entrevista radial al rector de la universidad Externado de Colombia, el doctor Juan Carlos Henao, exmagistrado de la Corte Constitucional, quien destacaba lo humano de su universidaddesde su origen, porque según su interpretación, había sido fundada por librepensadores. Si ser librepensador significara solo ser un ser humano libre, libre de prejuicios, abierto a las ideas, defensor del ser humano, sería un título honorífico. Estudiemos la encíclica Libertas pestantissimum,  para entender cuál era la esencia de esa clase de liberalismo librepensador.

Dos pensamientos contrapuestos sobre la libertad

 

La encíclica está dividida en tres partes; en las dos primeras expone que hay dos concepciones contrapuestas sobre la libertad y en la tercera presenta las consecuencias prácticas de esas dos concepciones de la libertad. Claramente se verá que son incompatibles las dos concepciones de la libertad. En la misma encíclica se aclara que una es la concepción de la Iglesia sobre la libertad y otra la del liberalismo extremo (N° 25, en la numeración de Actae Sanctae Saedis XX). Al final del estudio de la encíclica Libertas prestantissimum espero podamos ver las distintas formas de liberalismo, como lo presenta León XIII.

 

Nos explica el santo padre en la encíclica cuál es la esencia de la libertad. Esta parte está basada en la filosofía y nos dice que es en su concepción filosófica de la libertad donde radica la desviación del liberalismo extremo: en la concepción esencial de lo que es la libertad.

 

Tomo del citado libro del P. Ildefonso Camacho, en la página 99, la siguiente explicación de la enseñanza de la encíclica; primero nos habla de la libertad natural (N° 3) y luego menciona la libertad moral (N° 5):

 

La verdadera libertad deriva de la naturaleza específica del hombre como ser dotado de inteligencia, lo que le permite adherirse al bien a través de la voluntad (libertad moral) (Lpr, 5). La voluntad sigue a la razón. Y la razón queda ordenada por la ley: ante todo por la ley natural, “escrita y grabada en el corazón del hombre (Lpr,6), por quien tiene autoridad para establecer obligaciones, atribuir derechos e imponer sanciones. Es evidente, pues, que la verdadera libertad “incluye la necesidad de obedecer a una razón suprema y eterna, que no es otra que la autoridad de Dios” (Lpr 8).

 

Como es perfectamente comprensible, esta concepción filosófica de lo que es la libertad, tiene consecuencias en la vida de la sociedad que se organiza y maneja por medio de las leyes, y la encíclica nos explica que la libertad nos es dada porque estamos dotados de inteligencia, la cual nos permite elegir entre el bien y el mal o entre dos bienes; y la voluntad adhiere a lo que la inteligencia señala como lo correcto. De manera que somos libres porque estamos dotados de inteligencia y gracias a ese don, podemos ver qué es correcto hacer. En el siguiente paso, se supone que decidimos lo correcto.

 

Ahora bien, en la sociedad, regida por leyes, se espera que las leyes dictadas por la autoridad hagan el papel de señalar lo correcto que debe hacer el ciudadano, y además tiene de guía  la ley natural, que el estado tiene obligación de reconocer y exigir que se respete.

 

Queda claro que la ley y la libertad no se oponen. La ley se supone que es una ayuda a la inteligencia para elegir lo conveniente; la libertad no se puede entender como una licencia para acatar o rechazar la ley, sea la  natural o la positiva. Las leyes positivas son las dictadas por la autoridad competente, en el caso de las leyes, las autoridades humanas encargadas de legislar.

La libertad de elegir, en la práctica

 

 

En la vida práctica ¿qué sucede? Si utilizamos la luz de la razón para elegir y la voluntad la sigue, como sería lo correcto, todo marcha en orden. Pero sabemos que el ser humano no siempre obra correctamente: su razón está obnubilada, no es pura, interfieren, o el peso del pecado original y no sigue el bien sino lo que le agrada, o principios filosóficos que se basan en el naturalismo, entendamos el materialismo, o el racionalismo. La sociedad no siempre está regida por personas creyentes, sino por personas que no quieren saber de Dios. Eso pasa con el liberalismo librepensador que aplica al terreno moral y a la política los principios del naturalismo y del racionalismo. Para ellos es la razón humana la soberana, no aceptan una autoridad venida de lo alto, su filosofía de la vida es de absoluta independencia de Dios. No siempre las leyes que ellos hacen aprobar son justas ni siguen la orientación de Dios.

Como ya lo he manifestado, cuando hablamos de liberalismo librepensador no nos referimos al partido político colombiano. Es importante aclarar esto porque no puede quedar la sensación de que en este blog se hace política. Considero al mismo tiempo, que si estudiamos la DSI tenemos que estudiarla completa y no omitir asuntos porque puedan parecer espinosos; tenemos que estudiar la DSI como es y en este asunto del liberalismo, vemos que León XIII y otros papas lo han tratado desde el punto de vista de sus bases filosóficas. Es claro que hay diversas clases de liberalismo, unas radicales, que se rigen por las ideas librepensadoras de atender a la razón humana antes que a Dios, otras formas mitigadas que aceptan a Dios, limitando esa aceptación al contenido de la ley natural y otras formas que  tienen la aceptación de la autoridad divina plena.  Como se supone que los partidos tienen una base filosófica, unos principios, depende de esa base filosófica y sus principios, que los sitúa frente a Dios, el que los haga aceptables o no frente a la doctrina de la Iglesia, que es la del evangelio.

 

Podríamos decir que por sus frutos los conoceréis: los gobiernos que llaman radicales y se fundan en esa filosofía sobre la libertad, el origen de la sociedad y de la autoridad,  han dejado huellas de su alejamiento de Dios en nuestra historia. No solo en nuestro país; si repasamos historias como la de México o del Ecuador, tenemos ejemplos claros. Personajes como Calles en México o Eloy Alfaro en el Ecuador fueron practicantes del sectarismo contra la Iglesia.

Hacia Gaudium et spes

 

En el desarrollo de la DSI iremos viendo que la Iglesia va  respondiendo a los tiempos con la doctrina del evangelio, conservando sus principios inmodificables y adaptándose a las exigencias de su misión evangelizadora. El mundo que vivió León XIII y las necesidades espirituales que surgían entonces no eran las que la Iglesia vive desde el siglo XX. En este sentido de la respuesta de la Iglesia al mundo moderno, el documento clave es Gaudium et spes, del Vaticano II.

 

León XIII tenía que clarificar, como lo hizo, las concepciones cristianas y laicas de la sociedad y del estado y lo que debemos entender por libertad. En cuanto a la política, el estado y la Iglesia se mueven en ámbitos distintos; de allí que dependiendo de los países, a la Iglesia se le han reconocido plenos derechos o derechos restringidos. Lo que la Iglesia no puede aceptar es que le impidan cumplir con la misión para la que fue fundada y seguirá luchando porque la sociedad siga los planes de Dios.

 

En el N° 6 de Immortale Dei León XIII expone clarísimamente su pensamiento sobre la separación Iglesia-Estado. No alcanzamos a verlo hoy. Dios mediante lo haremos en la siguiente entrega.

 

Reflexión 254 , julio 18, 2013, Relación Iglesia-Estado

 La concepción cristiana del estado

 

En el programa anterior estudiamos las enseñanzas del papa León XIII en la encíclica Immortale Dei sobre la constitución cristiana del estado, en la que el santo padre presenta las dos concepciones del estado: la cristiana y la que estaba en boga y se imponía en su tiempo, y que llamaban un “derecho nuevo”, porque presentaba una concepción nueva del estado. Esta nueva idea sobre el estado presentaba un obstáculo serio a la labor de la Iglesia en el mundo, porque le atribuía un papel muy limitante para la evangelización, que es su razón de existir.

Este es un asunto que tiene que ver con la DSI, porque se trata de la organización de la sociedad influida fuertemente por la idea que se tenga de lo que es el estado y de las funciones que le corresponden. Por eso la política se trata en la DSI.

La concepción del estado, que se abrió camino especialmente desde la revolución francesa, tenía como fundamento la filosofía de la libertad absoluta que no aceptaba ninguna autoridad que la reglamentara sino a su propia razón.

 Como ya vimos, en las consecuencias prácticas de la concepción del estado que desde el siglo XIX llaman el estado liberal, se aprecian claras diferencias con la doctrina católica, desde la comprensión misma de la comunidad formada por seres humanos, porque según la doctrina católica, estamos ordenados naturalmente a asociarnos con nuestros semejantes. Las razones nos las da León XIII con estas palabras en el N° 2 de Immortale Dei:

El hombre no puede procurarse en la soledad todo aquello que la necesidad y la utilidad de la vida corporal exigen, como tampoco lo conducente a la perfección de su espíritu. Por esto la providencia de Dios ha dispuesto que el hombre nazca inclinado a la unión y asociación con sus semejantes, tanto doméstica como civil, la cual es la única que puede proporcionarle la perfecta suficiencia para la vida.

 

Una persona desprevenida que lea esas palabras de León XIII, las encontrará perfectamente lógicas; la experiencia nos muestra todos los días que necesitamos de los demás, que la única manera de progresar es uniéndonos, es algo que brota de la manera de ser los seres humanos, necesitamos vivir juntos. Y si observamos en l naturaleza, hasta los animales se juntan en manadas para ayudarse. A diferencia de esa concepción cristiana de la sociedad, el derecho nuevo sostiene que los seres humanos de asocian en una comunidad política, no porque tengan necesidad de hacerlo, sino por un acuerdo libre entre voluntades que se concreta por lo que llamaron “contrato social”. Son consecuencias de la concepción de la libertad absoluta.

Esa concepción de la que he venido hablando como de algo del pasado, realmente sigue vigente entre muchos políticos que se guían por la filosofía de la libertad absoluta. Por eso ahora en no pocas situaciones, esas personas defienden posiciones contrarias a la doctrina católica;  arguyen, por ejemplo, que defienden el aborto en defensa de la libertad de la mujer con su propio cuerpo. El martes 16 de julio, el columnista de El Tiempo Sergio Muñoz Bata, en un artículo sobre la posición de los republicanos en cuanto a varias situaciones en los EE.UU. (Pg. 19) utiliza ese conocido lenguaje equívoco a propósito del aborto, cuando afirma que los republicanos no atiende a la mayoría de mujeres porque… siguen “legislando” las “dolorosas decisiones que las mujeres tienen que hacer con su cuerpo y con su espíritu”. Parece a él no preocuparle el derecho a la vida de la criatura que llevan en su seno las mujeres embarazadas, vida que es independiente, no la misma vida de la madre y que tiene sus propios derechos. Sin embargo, el señor Muñoz Bata parece dejar un resquicio para las consecuencias dolorosas que el aborto suscita en la psicología y en el espíritu de la mujer abortista, al utilizar la expresión “las dolorosas decisiones que las mujeres tienen que hacer con su cuerpo y con su espíritu”.

Argumentos con que defienden el aborto y la eutanasia

Origen y necesidad de la autoridad

 

Esas mismas personas que defienden el aborto basados en su filosofía de la libertad absoluta defienden la eutanasia, en consonancia con esa misma filosofía de la absoluta libertad, porque apoyan la eutanasia basados en la autonomía de la persona para disponer de su vida.

Por lo que hemos expuesto se comprende que la forma como se conciba el estado  en cuanto a su origen y a sus funciones, tiene serias consecuencias en la vida diaria de la sociedad. Recordemos que esa concepción del estado, del que depende su organización y su funcionamiento, tiene también consecuencias en la interpretación de la función de la autoridad en la sociedad. Veamos lo que opinan los librepensadores sobre el origen de la autoridad a diferencia de la doctrina católica presentada por León XIII:

León XIII nos enseña en la Immortale Dei, que  “Para el cristiano la autoridad es necesaria a la sociedad y proviene de Dios, que es el verdadero Señor de todas las cosas”. Por su parte,según el llamado “derecho nuevo”, la autoridad no se funda en Dios sino en la voluntad del pueblo que transmite una delegación para mandar. Ahora entendemos por qué en la Constitución del 91 se cambió su preámbulo que reconocía la suprema autoridad de Dios y empezaba con las palabras: En nombre de Dios, suprema autoridad. La constitución del 91  dice en el artículo 3 de su preámbulo: La soberanía reside exclusivamente en el pueblo, del cual emana el poder público. El pueblo la ejerce en forma directa o por medio de sus representantes, en los términos que la Constitución establece.

La mención de Dios de la Constitución del 86 se cambia en la del 91 por la afirmación de que el poder soberano tiene su origen en el pueblo de Colombia, y el reconocimiento del poder de Dios lo cambia por un tibio: “invoca la protección de Dios” y concluye que, en ejercicio del poder soberano del pueblo, la Asamblea Nacional Constituyente sanciona y promulga la nueva Constitución política.

La encíclica Immortale Dei  afirma la necesidad de la autoridad que surge y se deriva de la misma naturaleza y por lo tanto de Dios, autor de la naturaleza. Leamos en los números  2 y 10:

… ninguna sociedad puede conservarse sin un jefe supremo que mueva a todos y cada uno con un mismo impulso eficaz, encaminado al bien común. Por consiguiente, es necesaria en toda sociedad humana una autoridad que la dirija. Autoridad que, como la misma sociedad, surge y deriva de la Naturaleza, y, por tanto, del mismo Dios, que es su autor. De donde se sigue que el poder público, en sí mismo considerado, no proviene sino de Dios. Sólo Dios es el verdadero y supremo Señor de las cosas. Todo lo existente ha de someterse y obedecer necesariamente a Dios. Hasta tal punto, que todos los que tienen el derecho de mandar, de ningún otro reciben este derecho si no es de Dios, Príncipe supremo de todos. «No hay autoridad sino pos Dios» (Rom 13,1).

Es suficiente el anterior repaso y ampliación de nuestra reflexión anterior. Continuemos con la Immortale Dei.

Relación Iglesia-Estado

 

Era inevitable que la encíclica como consecuencia lógica, tocara lo referente a la relación entre la Iglesia y el estado, después de tratar sobre la diferencia entre la concepción del cristianismo y la de la filosofía de la libertad absoluta sobre el estado y sobre la autoridad. Y es también lógico, que esas concepciones distintas tuvieran efectos en el manejo de la sociedad y de instituciones como la educación. Si repasamos la historia de Colombia encontramos hechos interesantes: el presidente José Hilario López trajo protestantes para reemplazar a los maestros católicos en las escuelas públicas, fue él quien desterró al arzobispo de Bogotá, Monseñor Mosquera. Observemos qué filosofía tenían los presidentes que expulsaron a los jesuitas, que confiscaron los bienes de la Iglesia, que laicizaron las escuelas. Es que la filosofía que defiende la libertad absoluta se manifiesta en la vida y organización de la sociedad.

La Iglesia debe cumplir con la misión universal que Jesucristo le encomendó y según las palabras del Señor: “Vayan y hagan discípulos entre todos los pueblos… y enséñenles todo lo que yo les he mandado.”Esa misión se debe cumplir entre todos los pueblos y es normal que para cumplirla, la Iglesia deba entablar relaciones con los estados y desde el principio encontró que habría de encontrar oposición, inclusive sangrienta, como fue el caso del imperio romano.

A lo largo de la historia se  han presentado diversas reacciones ante la presencia del cristianismo y la Iglesia ha ido adaptando sus métodos de evangelización. La relación de la Iglesia con el imperio chino, por ejemplo en una época de aislamiento total del mundo occidental de esa inmensa nación, se logró por el acercamiento con sus costumbres y a través de las matemáticas y de la astronomía. Es conocida la labor del padre Ricci, jesuita italiano. Su intensa labor en China supuso el mayor intercambio cultural entre Europa y China hasta aquel momento. Gracias a Ricci, los conocimientos técnicos, matemáticos y cartográficos de Europa entraron en China, y fue él quien fundó las primeras comunidades católicas en el país (Wikipedia).

Con esos métodos el P. Ricci logró dar a conocer el evangelio de manera que penetró profundamente en el pueblo chino y ha logrado mantenerse a pesar de las persecuciones de distinta clase de dictaduras, que han utilizado para atacarla, desde la cárcel en tiempos del comunismo maoísta, hasta el intento de dividir a la Iglesia con una jerarquía de obispos cismáticos aprobados por el gobierno, y contra una iglesia auténtica, fiel, que tiene que actuar en la clandestinidad.

Como vemos  la posición de la Iglesia sobre esta relación Iglesia-Estado ha estaba condicionada por el pasado, por sus experiencias con distintos gobiernos; ha debido reaccionar frente a actitudes muy hostiles a la Iglesia, unas, y otras  benevolentes, a medida que el evangelio fue transformando a esos pueblos.

Matteo Ricci (a la izquierda) y Xu Guangqi (徐光啟) (a la derecha) en la edición china de los Elementos de Euclides (幾何原本).

 

Miniatura que representa a Matteo Ricci. Imágenes de Wikipedia)


Kunyu Wanguo Quantu, Mapa del mundo elaborado por Giulio Aleni, basado en el precedente de Matteo Ricci en China.

                                                                                                                    

Sin la libertad religiosa, que la Iglesia ha defendido siempre, no le sería posible cumplir la misión universal que Jesús le encomendó. No siempre la ha conseguido, y aun ahora, en pleno siglo XXI, hay regiones extensas donde se procura entorpecer y en algunos lugares impedir, que el evangelio se predique. En Europa, que llegó a ser cristiana, hoy en algunos países se impide el uso público del crucifijo.

La Iglesia tiene una misión divina, porque Jesucristo se la encomendó, y como institución divina y humana está al mismo tiempo compuesta por seres humanos imperfectos encargados de esa misión, y aunque ayudados por la gracia, cargamos con las imperfecciones, herencia del pecado original; por eso la Iglesia ha tenido imperfecciones que debe corregir para ser fiel. Por esta razón, en su camino de construcción del reino, la Iglesia ha experimentado la conducción de personas admirables y también de personajes que llegaron a las altas dignidades eclesiásticas, con frecuencia no por sus virtudes sino por las influencias políticas del estado que se inmiscuyó en el gobierno de la Iglesia.

Como nos damos cuenta, de la historia de la Iglesia no conocemos lo suficiente. Es muy importante que recordemos que todavía en el tiempo de ese gran pontífice León XIII, el obispo de Roma  cargaba sobre sus hombros no solo la dignidad de cabeza de la Iglesia católica sino la de jefe del estado vaticano con un territorio amplio, que le cedió el emperador Constantino después de su conversión. Esa herencia terrena solo terminó en tiempos modernos, cuando el 11 de febrero de 1929, el secretario de estado cardenal Pietro Gasparri en representación del papa Pío XI, y Benito Mussolini en representación del rey de Italia Víctor Manuel III, firmaron el Tratado de Letrán.  Por ese tratado a la Santa Sede le fue reconocida una extensión de 44 hectáreas con la categoría de estado soberano y así, con la anexión definitiva del resto del territorio italiano al reino de Italia terminó  la unificación de ese reino y terminó la soberanía civil del papa sobre ese territorio.

                                     

     Firma del Tratado de Letrán (tomada de Wikipedia)

                                                                                                                                                                                                                           

La Iglesia no ha pretendido usurpar su puesto a las autoridades públicas sino una sincera concordia en que cada cual debe cumplir con las funciones que le corresponden. No siempre ha tenido éxito este deseo de concordia, sobre todo en épocas en que los poderes eclesiásticos y civiles entraban en conflictos políticos. Cuando el papa fungía como soberano civil de los Estados Pontificios, entraba a veces en conflictos con los demás soberanos de Europa.

El papa Bonifacio VIII, en la edad media, quien gobernó a la Iglesia entre 1204 y 1303 puede servirnos de ejemplo de algunas intervenciones en la política de los estados. Así  como consiguió que solucionaran sus diferencias el rey de Aragón y el rey de Sicilia, no tuvo suerte con el rey de Francia Felipe IV el Hermoso. Algunos historiadores consideran un fracaso su pontificado desde el punto de vista de relaciones con los soberanos de Europa.

Sin embargo desde el punto de vista doctrinal, su bula Unam sanctam  nos muestra un pontífice centrado en la verdad. Leamos unas líneas que se refieren a las relaciones de la Iglesia y el Estado ya en la Edad Media:

Dios ha repartido … el gobierno del género humano entre dos poderes: el poder eclesiástico y el poder civil. El poder eclesiástico, puesto al frente de los intereses divinos. El poder civil, encargado de los intereses humanos. Ambas potestades son soberanas en su género.

Es importante tener presente el reconocimiento de que la autoridad viene de Dios, como lo expone León XIII, tiene como consecuencia la obediencia debida a esa autoridad pero no se matricula la Iglesia en una forma particular de gobierno; cualquier forma de gobierno es lícita con tal de que la autoridad se ejerza a favor del bien común. Dice así en el N° 2 de Immortale Dei:

Por otra parte, el derecho de mandar no está necesariamente vinculado a una u otra forma de gobierno. La elección de una u otra forma política es posible y lícita, con tal que esta forma garantice eficazmente el bien común y la utilidad de todos. Pero en toda forma de gobierno los jefes del Estado deben poner totalmente la mirada en Dios, supremo gobernador del universo, y tomarlo como modelo y norma en el gobierno del Estado.

Según el pensamiento cristiano, el modelo del gobernante debe ser Dios, y leamos la advertencia a los malos gobernantes a continuación:

Por tanto, el poder debe ser justo, no despótico, sino paterno, porque el poder justísimo que Dios tiene sobre los hombres está unido a su bondad de Padre. Pero, además, el poder ha de ejercitarse en provecho de los ciudadanos, porque la única razón legitimadora del poder es precisamente asegurar el bienestar público. No se puede permitir en modo alguno que la autoridad civil sirva al interés de uno o de pocos, porque está constituida para el bien común de la totalidad social. Si las autoridades degeneran en un gobierno injusto, si incurren en abusos de poder o en el pecado de soberbia y si no miran por los intereses del pueblo, sepan que deberán dar estrecha cuenta a Dios. Y esta cuenta será tanto más rigurosa cuanto más sagrado haya sido el cargo o más alta la dignidad que hayan poseído.