Reflexión 253 , julio 11, 2013, Papel de la Iglesia y el estado

 

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La vocación del laico católico en el servicio público

 

Dedicamos las tres  reflexiones anteriores a explicar en qué consiste la objeción de conciencia, un derecho fundamental, declarado así por la Constitución política de Colombia en su artículo 18. Hoy vamos a continuar el estudio del Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, que habíamos interrumpido por la importancia que en este momento tiene la claridad sobre la objeción de conciencia.

Antes de continuar recordemos que el manejo de la política es un asunto que concierne al campo de la doctrina social, porque la política se refiere a la administración del bien común, a la conducción de las naciones por el camino que conviene a la sociedad en su correcto desarrollo. Para el católico su intervención en la política activa implica una obligación, que consiste en contribuir a que se ordene lo creado al bien del hombre, es decir que la porción que corresponda al político, sea una región o el país,  se ordene al bien del hombre. Ese es el papel del laico, según Christifideles laici o como dice el concilio Vaticano II en Gaudium et spes en el N° 43: la vocación del laico se extiende a ser testigo de Cristo en todo momento en medio de la sociedad humana.

Ser testigos de Cristo es ser testigos de la verdad, y un testigo de la verdad está presto a dar la cara en todo momento, es decir siempre, en todas las actividades a que se dedique, nunca se esconde. Infortunadamente la falta de coherencia entre fe y vida hace olvidar a algunos católicos con vocación al servicio público, que en las decisiones que tome en esas actividades o en la vida empresarial, la posición indeclinable del católico debe estar del lado de la verdad y no desviarse para favorecer intereses ideológicos ni personales.

La Iglesia y el estado

 

Esta aclaración conviene hacerla antes de continuar tratando la intervención del papa León XIII en la vida de la Iglesia, que no fue únicamente en la cuestión social por medio de la encíclica Rerum novarumSin duda la cuestión política, que corresponde también a la DSI era más urgente que la cuestión social antes de 1891, año de publicación de la Rerum novarum, (Cfr P. Ildefonso Camacho, obra citada, Pgs 56ss), pues en el siglo XIX y los comienzos del XX la Iglesia se vio enfrentada a unos modernos estados, inspirados en la ideología liberal, que tocaban en su misión a la Iglesia católica y le coartaban su libertad para desarrollar sus actividades en la sociedad.

Recordemos que en tiempo de León XIII no se había resuelto todavía la situación de los Estados Pontificios, la llamada “Cuestión romana” y el papa era acosado para que dejara a Roma. Solo en los pontificados siguientes se puso punto final a ese difícil asunto de Italia y los Estados Pontificios, que terminó con la unificación de Italia, primero en una monarquía y luego en la república italiana, mientras que la Santa Sede reducía su poder temporal al pequeño Estado Vaticano, lo apenas necesario para conservar su independencia y libertad de acción.

En el ambiente actual la presentación de la situación parece ser distinta, pero no lo es del todo; se pretende aislar a la Iglesia, volver a la pretensión de reconocerle solo el derecho de intervenir en la sociedad en los aspectos puramente espirituales y reducida su acción al ámbito de los templos; como mucho se le quiere dejar colaborar en la asistencia social con obras de misericordia que considerarían altruismo. En este cambio de época del siglo XXI no todo es nuevo, las ideologías del siglo XIX siguen vivas de diversas maneras y se muestran en el rostro del laicismo, del relativismo, del agnosticismo que trata de imponerse.

Es importante por eso, que los católicos conozcamos mejor la doctrina social de la Iglesia sobre su papel en la sociedad y el papel del Estado. En el liberalismo filosófico, político se reduce al mínimo el papel del estado aun en las relaciones laborales, que considera asunto privado, por lo tanto son asuntos que deben quedar fuera de ámbito de su intervención. Claro que con el tiempo esta posición ha tenido que cambiar, obligados por las circunstancias y el estado interviene por medio de leyes laborales que, no siempre benefician a los trabajadores como lo hemos vivido en Colombia donde se sigue la orientación del mundo capitalista, que es la de favorecer más al capital que al trabajo. También hoy la Iglesia se distancia de la visión liberal del siglo XIX sobre el estado, al que esa ideología marginaba de la vida social.

Esta observación nos hace caer en la cuenta de la importancia del conocimiento de la historia de la Iglesia, que no se puede reducir a una simple narración de hechos, sin ahondar, por ejemplo, en las ideologías que motivaban los acontecimientos y moldeaban  la sociedad de cada época. Es necesario conocer el contexto para comprender la historia. Así se puede entender el desenfoque de quienes critican a la Iglesia por haber canonizado a San Ezequiel Moreno Díaz, agustino que fuera obispo de Pasto, y lo critican y rechazan por una frase suya que dice: “el liberalismo es pecado”. ¿Los críticos de la Iglesia han estudiado a qué liberalismo condenaba San Ezequiel? ¿Cuál era la ideología de ese liberalismo en relación con la Iglesia? En la vida de Santa Laura Montoya podemos encontrar algunos de los vicios de ese liberalismo que sufrió la Iglesia de su tiempo y con ella, su propia familia. No hace  falta recordar por  ej. el destierro del arzobispo de Bogotá Monseñor Mosquera por José Hilario López, la confiscación de bienes eclesiásticos, la expulsión de los jesuitas, para comprender el ambiente de la época.

Los ciudadanos católicos y sus obligaciones con el estado

 

¿Por qué dedicamos tiempo a estudiar nuestras obligaciones de católicos con el estado? ¿También esto es doctrina social católica? Sí, es parte importante. Como lo hemos afirmado, la política es parte y muy importante del manejo de la sociedad; de la orientación ideológica con que se la gobierne puede depender la libertad religiosa y el reconocimiento de nuestros derechos ciudadanos para vivir conforme nuestra fe nos exige. Tengamos presente que somos ciudadanos de nuestro país terreno y también ciudadanos que tenemos como misión colaborar en la construcción del reino de Dios. Somos ciudadanos de la ciudad terrena y de la ciudad de Dios y debemos armonizar las relaciones entre las dos.

Volvamos a la encíclica Rerum novarum. Esta encíclica hace frente a ideologías que pretendían dar forma a la sociedad según su pensamiento político. La encíclica Rerum novarum no trata solo de las injusticias cometidas por el capitalismo de la revolución industrial; como la Iglesia fue testigo, no solo de la visión liberal de la sociedad sino  también de las equivocadas respuestas marxistas a esas injusticias,  la Iglesia, por la Rerum novarum, se alejó de los dos extremos, del capitalismo liberal que pretendía un estado que no interviniera y del marxismo que con su poder invadía todos los ámbitos de la vida en sociedad. Presenta la encíclica, la visión cristiana de la sociedad.

Rerum novarum y función del estado en la sociedad

 

Si revisamos los números 23, 26, 32, 35 y 36 de la Rerum novarum, encontraremos la posición de la Iglesia en cuanto a la función del estado en la sociedad. La encíclica deja claro en primer lugar, que pocos estados de su tiempo podrían reclamar que su papel en la sociedad respondía a la doctrina social católica. La encíclica enumera en el n° 23 los deberes generales del estado y se refiere a una serie de tareas en las cuales el estado no debe reducir su intervención a vigilar que se obre de acuerdo con ciertos principios, como lo reclamaba el modelo liberal (al que algunos llamaban el estado gendarme), sino que el estado debe intervenir de tal manera, que los que gobiernan deben cooperar…con toda la fuerza de las leyes e instituciones …haciendo que de la ordenación y administración misma del estado brote espontáneamente la prosperidad tanto de la sociedad como de los individuos., ya que este es el cometido de la política y el deber inexcusable de los gobernantes.

La doctrina de la Iglesia deja claramente sentado entonces, que el cometido de la política y deber inexcusable de los gobernantes, es ordenar y administrar de tal manera que brote espontáneamente la prosperidad. Pocas líneas más adelante afirma que la misión propia del estado es velar por el bien común. Esa es por lo tanto la misión del político; no es buscar solo su propia prosperidad.

En el N° 26, León XIII se refiere al respeto que el estado debe observar por el individuo y la familia a quienes no debe absorber, sino dejar a cada uno la facultad de obrar con libertad, sin hacer daño a otros ni perjudicar el bien común, pues el estado debe defender a la comunidad y a sus miembros. La razón total del poder es la conservación de la comunidad, su salud, es decir su bienestar, nos enseña Rerum  novarum. El estado y los políticos deben cuidar,  no utilizar a quienes se le confían, es decir debe cuidar a los ciudadanos, no usarlos como herramientas para construir su personal bienestar.

Como vemos, desde la Rerum novarum quedó claro, en blanco y negro, lo que del evangelio y de la misma filosofía se establece como papel de los gobernantes. Al mismo tiempo la encíclica fija límites a la intervención del estado por el bien común, cuando dice que las leyes no deberán abarcar ni ir más allá de lo que requieren el remedio de los males o la evitación del peligro. La Iglesia defiende la libertad y no los abusos de estados dictatoriales. Presenta un equilibrio según las necesidades de la sociedad.

La visión que la Iglesia presenta del estado muestra claramente su preocupación por la cuestión social, la situación de los trabajadores, pero abarca los derechos de todos, a la sociedad completa. Si es verdad que reclama la iniciativa del estado para actuar en casos como el abuso contra los trabajadores en largos horarios de trabajo y en salarios insuficientes, también reclama que se defienda la propiedad privada, frente a abusos del marxismo (28), previniendo las huelgas, removiendo a tiempo las causas que las originan. Las relaciones que la encíclica Rerum novarum defiende entre patronos y trabajadores no son de confrontación sino de colaboración; lejos de apoyar la lucha de clases, que no puede estar de acuerdo con el Evangelio, que predica la armonía que solo se consigue con el amor fraterno.

Las encíclicas de León XIII sobre la función del estado


Si en la encíclica Rerum novarum encontramos doctrina sobre el estado, sobre los gobiernos, no es la única vez que la Iglesia ha abordado estos temas. Antes de esta encíclica, dirigida específicamente a responder a los problemas sociales originados en la revolución industrial, León XIII había publicado cinco encíclicas sobre cuestiones políticas, necesarias en el momento de ebullición de los gobiernos europeos y que tocaban directamente a la Iglesia. Esas cinco encíclicas fueron: Diuturnum illud en 1881, que empieza en español La prologada y terrible guerra contra la autoridad de la Iglesia, que trata sobre el origen del poder, Humanum genus (1884), La raza humana, sobre la fransmasonería, Immortale Dei (1885), (Obra inmortal de Dios misericordioso), sobre la constitución cristiana del estado, Libertas prestantissimum (1888,) La libertad , don excelente de la naturaleza…) sobre la libertad humana y el liberalismo,  y Sapientiae christianae (1890), sobre los deberes del ciudadano cristiano.

Solo la enumeración de esas encíclicas de León XIII me hace pensar que tenemos que admitir la limitación humana que no nos permite abarcar todo lo que quisiéramos. Qué temas tan interesantes y cómo debemos aprovechar el tiempo de que disponemos para no malgastarlo. Podríamos pasar por alto estos temas y seguir con el estudio de la encíclica Quadragesimum annum, de Pío XI, pero no sería apropiado. Dediquemos algún tiempo a conocer el pensamiento de la Iglesia sobre el manejo del estado; necesitamos este estudio en nuestra formación de ciudadanos católicos para actuar en armonía con nuestra fe.

Me parece que debemos hacer frente a estos asuntos, que algunos pueden considerar espinosos, con la intención de entender el pensamiento de la Iglesia y también entender el espíritu moderno, para no condenarlo sin más y tender puentes que nos den acceso a la comprensión de diferentes modos de pensar que encontramos en nuestra sociedad. Me ayudaré de la obra citada en otras oportunidades, Doctrina social de la Iglesia, una aproximación histórica, del jesuita español doctor en teología y licenciado en ciencias económicas, el P. Ildefonso Camacho.

Es imposible estudiar todos los documentos de León XIII sobre el asunto del estado y su relación con la religión y la Iglesia, pero tampoco podemos ignorarlos como si no fueran parte de la DSI.  Que no se hable mucho de estas encíclicas parece indicar que la Rerum novarum, por su oportunidad y su profundidad, hubiera eclipsado las otras. Intentemos una síntesis sin recorrer los documentos uno por uno.

La encíclica Immortale Dei

 

Empecemos por la encíclica Immortale Dei, de 1885, sobre la constitución cristiana del estado. Es el primer gran documento sobre este tema. En su estructura aparecen las dos concepciones de estado: la cristiana y la que llaman “del derecho nuevo”. Las dos primeras partes de la encíclica desarrollan la concepción cristiana y luego su contraparte, la llamada concepción moderna del estado. En la tercera parte se sacan algunas conclusiones prácticas y sobre los consiguientes deberes de los católicos. En la introducción de la Immortale Dei dice León XIII que confía en que la verdad expuesta disipará con su resplandor todos los motivos de error y de duda y podremos ver con facilidad las normas de vida que debemos seguir.

Hay que destacar la exposición de la encíclica Immortale Dei sobre el papel que la Iglesia ha desempeñado en bien de la sociedad, la seguridad en su exposición que muestra que  conoce bien su papel en esa oportunidad y en el futuro, lo mismo que el análisis y denuncia de las dificultades que encuentra la Iglesia en los obstáculos que presenta el estado moderno. El primer obstáculo es claramente, la concepción del papel que el estado moderno atribuye a la Iglesia.

Se llamaba estado moderno a ese nuevo estado concebido según la filosofía de la libertad, que empezó con el libre examen del protestantismo y que se trasladó de la libertad de conciencia a la falsa idea de una libertad absoluta, no reglada por ninguna autoridad sino solo por la propia razón y que rigió la revolución francesa.

La comunidad política ordenada por la naturalez y el “contrato social”

 

La Immortale Dei fija los cimientos de su presentación en el contraste entre la concepción cristiana de la sociedad y la concepción nueva. En el N° 2 afirma que el ser humano está ordenado naturalmente a vivir en comunidad política, a asociarse con sus semejantes. El derecho nuevo parte, no de un ordenamiento natural, sino de un acuerdo de voluntades entre los individuos, por el llamado “contrato social”. Recordemos este punto cuando nos hablan de “contrato social”; según esa concepción la persona humana no es naturalmente comunitaria, sino que resuelve serlo por su libre voluntad.

Dice Immortale Dei:

El hombre está ordenado por la Naturaleza a vivir en comunidad política. El hombre no puede procurarse en la soledad todo aquello que la necesidad y la utilidad de la vida corporal exigen, como tampoco lo conducente a la perfección de su espíritu. Por esto la providencia de Dios ha dispuesto que el hombre nazca inclinado a la unión y asociación con sus semejantes, tanto doméstica como civil, la cual es la única que puede proporcionarle la perfecta suficiencia para la vida.

La autoridad viene de Dios

El siguiente punto se refiere a la naturaleza y la función de la autoridad. “Para el cristiano la autoridad es necesaria a la sociedad y proviene de Dios, que es el verdadero Señor de todas las cosas”, mientas que según el derecho nuevo, la autoridad es la voluntad del pueblo que transmite una delegación para mandar. Ahora entendemos por qué en la Constitución del 91 se cambió su preámbulo que reconocía la suprema utoridad de Dios. Dice Immortale Dei  (Cfr 2 y 10):

Ahora bien: ninguna sociedad puede conservarse sin un jefe supremo que mueva a todos y cada uno con un mismo impulso eficaz, encaminado al bien común. Por consiguiente, es necesaria en toda sociedad humana una autoridad que la dirija. Autoridad que, como la misma sociedad, surge y deriva de la Naturaleza, y, por tanto, del mismo Dios, que es su autor. De donde se sigue que el poder público, en sí mismo considerado, no proviene sino de Dios. Sólo Dios es el verdadero y supremo Señor de las cosas. Todo lo existente ha de someterse y obedecer necesariamente a Dios. Hasta tal punto, que todos los que tienen el derecho de mandar, de ningún otro reciben este derecho si no es de Dios, Príncipe supremo de todos. «No hay autoridad sino pos Dios» (Rom 13,1).