Reflexión 14 Jueves 11 de mayo, 2006

Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia Nº 30-31

Vamos a continuar el estudio de la Doctrina Social para lo cual seguimos el Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, que nos enseña la doctrina social católica oficial. Vamos a comenzar Nº 30, después de un repaso de los últimos programas.

Dios constituye la razón de ser del hombre y de la creación

“La comunión de amor con Dios y con los semejantes y con todas las criaturas es el objetivo primero y último de Dios en el Universo y por tanto constituye el sentido de la vida

Estudiamos ya que los 10 Mandamientos son una ética básica universal, que nos indica el camino para vivir una vida de acuerdo con los planes de Dios. Sabemos ya que el diseño del hombre es de Dios; Él nos creó a su imagen y semejanza, y practicar los 10 Mandamientos es hacer realidad esos planes divinos, es defender nuestra imagen original y nuestra libertad. Al cumplir los 10 Mandamientos defendemos al ser humano original, como Dios lo hizo, y Dios hizo al hombre un ser libre. Defendemos nuestra libertad, tanto del daño que nosotros mismos podemos hacerle, si nos volvemos esclavos de nuestras pasiones, -como también los 10 Mandamiento pretenden defendernos del daño que, si no los cumplen, pueden hacernos los demás. En los mandamientos de la segunda tabla hay no son solamente prohibiciones para que nosotros no hagamos daño,- a nosotros mismos o a los demás, – sino para que los demás tampoco nos hagan daño a nosotros.

En el Nº 27 del Compendio estudiamos que, lamentablemente, la imagen original del hombre está distorsionada, por efecto del pecado original. El hombre, haciendo un mal uso del don de la libertad, se quiso independizar de Dios y vivir de acuerdo con sus propios planes. Nos dice el Compendio que en esta ruptura (la del pecado original) se debe buscar la raíz más profunda de todos los males que acechan a las relaciones sociales entre las personas humanas, de todas las situaciones que en la vida económica y política atentan contra la dignidad de la persona, contra la justicia y contra la solidaridad. Añade este documento, que La ruptura de la relación de comunión (del hombre) con Dios  provoca la ruptura de la unidad interior de la persona humana, de la relación de comunión entre el hombre y la mujer y de la relación armoniosa entre los hombres y las demás criaturas. De manera que la ruptura de la relación del hombre con Dios desató una cadena de rupturas de las demás relaciones del hombre con sus semejantes y con la naturaleza.

La ruptura del hombre con Dios tuvo, entonces, tremendas consecuencias: explica el desorden en el mundo, el desorden en las relaciones entre los seres humanos y con la creación. Por eso es necesaria la conversión interior, – volver a la relación con Dios, – para que encontremos nuestra armonía interior y la armonía que debería regir el mundo. Sin conversión el mundo seguirá mandado por el egoísmo. Cada uno seguirá buscando sólo su propio beneficio. Nos quejamos de los desastres naturales, pero los pueblos no toman medidas efectivas para controlar la contaminación, la tala de los bosques, la destrucción de la capa de ozono. Ni qué decir de las actuales guerras y de las amenazas de más guerras futuras. El ser humano destruye a sus hermanos y su entorno. Todo por intereses egoístas.

Después de comprender que Dios constituye la razón de ser del hombre y de la creación, estudiamos en los Nº 28 y 29 cómo  en Jesucristo se cumple el acontecimiento decisivo de la historia de Dios con los hombres. Dios no se contentó con hablar al hombre, con ir revelando su amor a través de Abraham, de Moisés, de los profetas. Como hemos dicho, Dios se metió personalmente en nuestra historia: Jesucristo, Hijo de Dios, vino a comunicarnos su propia experiencia de vida con el Padre, y esa experiencia es de amor.

El Hijo vino a contarnos cómo es Dios

“La única cara de Dios accesible realmente al hombre es la del hombre Jesús”

El P. Carlos Bravo, quien fuera profesor de Sagrada Escritura en la Universidad Javeriana de Bogotá durante 40 años, expresa esta idea bellamente así, en su obra “El Fundamento de la Fe de Pascua”:

“La única cara de Dios accesible realmente al hombre es la del hombre Jesús. Dios se nos dio a conocer en Jesús como criatura (tomando condición de siervo nació como hombre, Fil 2,17). Dios se nos da a conocer en Jesús como el amigo que ofrece su amistad gratuitamente, incondicionalmente, sin la menor traza de poder y majestad. En todo igual a nosotros menos en la negación de su humanidad: el pecado (Jn 15,14-16)

“Con esta forma de presentación, Dios nos da en Jesús la (…) posibilidad de lo más específico y profundamente humano que es el encuentro en el amor, la amistad, el compromiso y el riesgo compartidos, en la máxima intimidad. Con Cristo resucitado se establece la unión más íntima posible con Dios Padre por el Espíritu, de modo que Pablo puede afirmar: «en Él vivimos, nos movemos y existimos» (He 17,28). Dios es el Tú de mi propio yo. “[1]

Más adelante añade el mismo escriturista:

El misterio inefable de Dios se nos manifiesta de un modo perceptible únicamente en la figura de un hombre: el hombre Jesús (…) Cristo crucificado y resucitado pasa a ser el paradigma de la fe cristiana, es la clave para conocer la realidad de Dios con relación al hombre y a su mundo.”

Y lo que sigue tiene especial interés en nuestra reflexión de la Doctrina Social de la Iglesia:

(…) “Sólo la resurrección de Jesús crucificado manifiesta que el vivir para Dios y para los otros tiene un sentido indestructible, que la comunión de amor con Dios y con los semejantes y con todas las criaturas es el objetivo primero y último de Dios en el Universo y por tanto constituye el sentido de la vida.”[2]

Qué tal estas palabras, que: la comunión de amor con Dios y con los semejantes y con todas las criaturas es el objetivo primero y último de Dios en el Universo y por tanto constituye el sentido de la vida. Hasta allí las palabras del P. Bravo.

Los cristianos amamos tanto a Jesucristo porque lo que comunica Jesucristo es amor, porque Dios es Amor. Es eso lo que nos comunica con su vida, con su Palabra, con su muerte y resurrección, y con el bautismo, la Eucaristía y los demás sacramentos. Nos enseña Jesús en el Evangelio, que el Hijo ha recibido todo, y gratuitamente, del Padre: “Todo lo que tiene el Padre es mío” (Jn 16, 15); y que Él, a su vez,- (Jesús)- tiene la misión de hacer partícipes de este don y de esta relación filial a todos los hombres. De manera que lo que el Hijo de Dios hecho hombre vino a comunicarnos es el amor del Padre.

El Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia afirma que nosotros estamos llamados, igual que los discípulos de Jesús, a vivir como Él, – con la ayuda del Espíritu Santo que interioriza en los corazones,- a vivir el estilo de vida de Cristo mismo. Vivir el estilo de vida de Cristo, ¿qué es, sino vivir una vida de entrega, de amor?

La revelación del amor trinitario

Los números siguientes que vamos a seguir ahora estudiando, nos aclararán aún más el estilo de vida a que estamos llamados. El título de estos números es: La revelación del amor trinitario.El estilo de vida de Jesucristo, que es la segunda persona de la Trinidad, tiene que ser la vida propia de la Trinidad. Veamos qué significa esto, que es lo que nos da fundamento suficiente para comprender por qué la solución de los problemas sociales, de los problemas entre los hijos de Dios, que somos todos, se tiene que buscar en la fraternidad, en el amor, es decir, en Dios. Leamos primero el Nº30 completo y luego lo vamos comentando por partes. Dice así:

El testimonio del Nuevo Testamento, con el asombro siempre nuevo de quien ha quedado deslumbrado por el inefable amor de Dios (cf Rm 8,26), capta en la luz de la revelación plena del Amor trinitario ofrecida por la Pascua de Jesucristo, el significado último de la Encarnación del Hijo y de su misión entre los hombres. San Pablo escribe: “Si Dios está por nosotros ¿quién contra nosotros? El que no perdonó ni a su propio Hijo, antes bien lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará con él  graciosamente  todas las cosas? (Rm 8,31-32).

Un lenguaje semejante usa también San Juan: “En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó y nos envió a su Hijo como propiciación[3] por nuestros pecados” (1 Jn 4,10). Y continúa el Nº 31:

El Rostro de Dios, revelado progresivamente en la historia de la salvación, resplandece plenamente en el Rostro de Jesucristo Crucificado y Resucitado. Dios es trinidad: Padre, Hijo y Espíritu Santo, realmente distintos y realmente uno, porque son comunión infinita de amor. El amor gratuito de Dios por la humanidad se revela, ante todo, como un amor fontal del Padre de quien todo proviene (un amor fontal: es decir, un amor de parte de quien es la fuente, el origen del amor);- Volvamos a leer: El amor gratuito de Dios por la humanidad se revela, ante todo, como un amor fontal del Padre de quien todo proviene como comunicación gratuita que el Hijo hace de este amor, volviéndose a entregar al Padre y entregándose a los hombres; como fecundidad siempre nueva del amor divino  que el Espíritu Santo infunde en el corazón de los hombres.

Esas palabras que acabamos de leer las debemos releer, saborear, nos deben conducir a que oremos con ellas, para prepararnos a siquiera asomarnos a esa profundidad, anchura y longitud del amor de Dios, del que dice San Pablo que excede todo conocimiento (Ef 3,19).

Realmente, el amor de Dios, como aparece en el Nuevo Testamento, es inefable, es decir no se puede explicar con palabras humanas. Que el amor de Dios es insondable, nos dice San Pablo, es decir, es tan profundo, que si se lanzara una sonda para encontrar hasta dónde llega,la sonda no tocaría fondo. Por eso nuestra incapacidad para comprender el amor de Dios, porque excede todo conocimiento,

Ante nuestra flaqueza, dice el mismo San Pablo en Rom 8,26, que el Espíritu Santo viene en nuestro auxilio. Nuestro entendimiento y nuestras palabras son demasiado pobres, para explicar el amor de Dios, pero intentemos con la ayuda del Espíritu Santo, captar en lo posible el significado del amor de Dios que se manifiesta en la Encarnación del Hijo y cuál fue su misión entre los hombres. Como nos dice el Compendio, En la luz de la revelación plena del Amor trinitario ofrecida por la Pascua de Jesucristo, podemos comprender lo que significa que el Hijo se haya hecho hombre, y a qué vino, cuál era su encargo, su misión.

En la Pascua de Jesucristo; es decir en el Señor Resucitado, se nos ilumina todo, como se iluminó el mundo, la vida, para los discípulos que no habían entendido que el Señor tenía que morir y resucitar de entre los muertos. Podemos ver la ceguera de los discípulos antes de la Pascua, por ejemplo en Jn 20,9, y en Lc 18, 31 b – 33.[4] Leamos estos últimos versículos de Lucas:

Mirad que subimos a Jerusalén – (les dijo Jesús)– y se cumplirá todo lo que los profetas escribieron para el Hijo del Hombre; pues será entregado a los gentiles, y será objeto de burlas, insultado y escupido; y después de azotarlo lo matarán, y al tercer día resucitará. Ellos nada de esto comprendieron; estas palabras les quedaban ocultas y no entendían lo que decía. Hasta allí las palabras del Evangelio.

En más de una ocasión Jesús les previno sobre lo que pasaría, pero los discípulos se ponían tristes: lo querían vivo, triunfante, no entendían el mundo con un Jesús azotado, crucificado, muerto… No les cabía en la cabeza semejante destino de Jesús, por eso Pedro, en Mt 16, 22 se atrevió a decirle: ¡Lejos de ti, Señor! ¡De ningún modo te sucederá eso! Y la reacción de Jesús fue enérgica: ¡Quítate de mi vista, Satanás! ¡Escándalo eres para mí, porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres!

Los pensamientos de Pedro, antes ser iluminado por la luz de la Pascua, eran como los nuestros, seres limitados, que no comprendemos el amor insondable de Dios; no sabemos pensar en grande. Pero, ¿qué pasó a los discípulos con la presencia de Jesús Resucitado? Recordamos el cambio en los Discípulos de Emaús: cómo se les iluminó el mundo, y su vida, que era triste y oscura, dominados por los pensamientos de la muerte. Ante la presencia del Resucitado comentaban entusiasmados: ¿No estaba ardiendo nuestro corazón dentro de nosotros cuando nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras? (Lc 24,32). Y recordemos también la reacción de Pedro, cuando reconoció que era Jesús Resucitado el que les hablaba desde la orilla, en ese bellísimo pasaje de Juan 21,8: Pedro no pudo esperar a que la barca llegara a la orilla y se lanzó al agua para llegar cuanto antes donde estaba Jesús.

El significado último de la Encarnación del Hijo y su misión entre los hombres se nos ilumina en la revelación plena del Amor trinitario, en la Pascua de Jesucristo, nos dice el Compendio de la D.S.I. en el Nº 30 que estamos comentando. Empezamos a comprender el hondo significado de Jesucristo, a la luz de la Pascua, de su Resurrección. El Compendio nos remite a San Pablo y a San Juan para que nos ayudena entender este misterio. San Pablo, en Rm 8, 31s nos dice cómo podemos contar con el amor infinito de Dios: El que no perdonó ni a su propio Hijo, antes bien lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará con él graciosamente todas las cosas? Y sigue el Compendio: Un lenguaje semejante usa también San Juan: En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó y nos envió a su Hijo como propiciación por nuestros pecados (1 Jn 4,10).

Tomemos de nuevo el Nº 31 leámoslo despacio y por partes. Dice: El Rostro de Dios, revelado progresivamente en la historia de salvación…Como hemos visto, Dios se fue mostrando a la humanidad progresivamente. Primero a través de las obras de sus manos: en la belleza de la creación, que es resplandor de la belleza de Dios.

Los Salmos están llenos del asombro de la criatura ante el rostro de Dios, que va como corriendo un velo para que podamos contemplarlo. El Salmo 19 dice:

Los cielos cuentan la gloria de Dios, la obra de sus manos anuncia el firmamento; el día  al día comunica su mensaje, y la noche a la noche transmite la noticia. No es un mensaje, no palabras, ni su voz se puede oír, mas por toda la tierra se adivinan los rasgos, y sus giros hasta el confín del mundo.

El hombre se asombra de la grandeza de Dios y de su amor por la criatura, que es tan insignificante…Por eso exclama en el Salmo 8, 4-7:

Al ver el cielo, hechura de tus dedos, la luna y las estrellas, que fijaste tú, ¿Qué es el hombre para que de él te acuerdes, el hijo de Adán para que de él te cuides?

En los efectos de la naturaleza el hombre va descubriendo el poder y la majestad de Dios, como lo dice el Salmo 29,3:

Voz de Yahvéh sobre las aguas: el Dios de la gloria truena, es Yahvéh sobre las inmensas aguas.

Ese poder de Dios asombra a la criatura pero no para temerle, porque comprende que Dios lo ama a pesar de su pequeñez, y en su poder más bien encuentra refugio y seguridad. Por eso le canta en el Salmo 46, 1-4:

Dios es para nosotros refugio y fortaleza, un socorro en la angustia siempre a punto. Por eso no tememos si se altera la tierra, si los montes se conmueven en el fondo de los mares, aunque sus aguas bramen y borboten, y los montes retiemblen a su ímpetu.

Así fue descubriendo el hombre el rostro de Dios, un Dios del que exclama: en el Salmo 104, 1b:

¡Yahvéh, Dios mío qué grande eres! Vestido de esplendor y majestad.

Y lo ve como un Dios que, siendo tan poderoso, es su refugio, porque Dios es amor. El Salmo 103 es por eso un canto al Dios compasivo y misericordioso (103,8):

Clemente y compasivo Yahvéh, tardo a la cólera y lleno de amor; no se querella eternamente ni para siempre guarda rencor; no nos trata según nuestros pecados ni nos paga conforme a nuestras culpas.

(13-18) Cual la ternura de un padre para con sus hijos, así de tierno es Yahvéh para quienes le temen; que él sabe de qué estamos plasmados, se acuerda de que somos polvo.

¡El hombre! Como la hierba sus días, como la flor del campo, así florece; pasa por él un soplo, y ya no existe, ni el lugar donde estuvo le vuelve a conocer.

Mas el amor de Yahvéh desde siempre hasta siempre para los que le temen, y su justicia para los hijos de sus hijos, para aquellos que guardan su alianza, y se acuerdan de cumplir sus ordenanzas.

Finalmente, en varios salmos, por ejemplo en los Salmos 106 y 136 se canta a Yahvéh porque es Bueno, porque es eterno su amor.

El Rostro de Dios resplandece plenamente en el Rostro de Jesucristo

Ya hemos leído las primeras palabras del Nº 31 del Compendio. Leamos ahora la frase completa: El Rostro de Dios, revelado progresivamente en la historia de salvación resplandece plenamente en el Rostro de Jesucristo Crucificado y Resucitado.

Dios, que el hombre había conocido por sus obras, aparece ahora sí, visible, en el Rostro humano de Jesucristo, Dios hecho Hombre. Jesucristo, el Verbo, la Palabra, la Expresión de Dios, nos dio a conocer algo que antes de su venida se vislumbraba apenas: que Dios es Trinidad: Padre, Hijo y Espíritu Santo, realmente distintos y realmente uno, porque son comunión infinita de amor.

Esta última frase sobre Dios, que es Trinidad, es muy importante para comprender la Doctrina Social de la Iglesia: Dios es Trinidad: Padre, Hijo y Espíritu Santo, realmente distintos y realmente uno, porque son comunión infinita de amor.

Es oportuno aclarar que este programa no pretende estudiar la doctrina católica completa, como lo hace el Catecismo, sino solamente lo que se refiere a la Doctrina social. Como la Doctrina Social Católica no es sociología ni política, sino doctrina católica, y por lo tanto debe tener bases sólidas en la Escritura y en la Tradición, hay que tocar puntos teológicos,- sin la amplitud del Catecismo, – pero con la profundidad que requiere quien está interesado en conocer bien su fe en lo tocante a la doctrina social. Tengamos presente, entonces, que la Doctrina Social es doctrina, pertenece al campo de la fe. Tengamos esto presente para entender por qué el Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia habla del Amor Trinitario.

Lo importante en este punto es que comprendamos que la Doctrina Social de la Iglesia se basa en Dios como se nos reveló en la Historia de la Salvación. Volvamos a leer en el Nº 31: El amor gratuito de Dios por la humanidad se revela, ante todo, como amor fontal del Padre de quien todo proviene; como comunicación gratuita que el Hijo hace de este amor, volviéndose a entregar al Padre y entregándose a los hombres; como fecundidad siempre nueva del amor divino que el Espíritu Santo infunde en el corazón de los hombres.

La Trinidad es un misterio que nunca podremos comprender con nuestra inteligencia limitada. Ni siquiera los teólogos más inteligentes pueden hacerlo. Lo importante es saber que la doctrina de la Trinidad surgió de la presencia de Jesucristo, de su palabra y de su vida: Del hecho de que él llamaba Padre a Dios y se calificaba a sí mismo de Hijo – porque Cristo no se autocalifica de «un hijo de Dios»sino de el Hijo,-pues era idéntico a Dios. (…) A esto se añade que Cristo mismo habla del Espíritu del Padre, que al mismo tiempo es su espíritu (…) Pero cuando Jesús habla del Espíritu Santo como (…) el abogado que nos da, como el Consolador, entonces es evidente que tiene el mismo rango y que esa esencia relacional de Dios se expresa en el triple entramado Padre-Hijo-Espíritu Santo. Esta es una explicación de Benedicto XVI en el libro Dios y el Mundo, que hemos citado varias veces.[5]

La Sagrada Escritura no sólo nos revela la obra maravillosa de Dios en favor de los hombres, sino que el Nuevo Testamento nos revela algo, -hasta donde nuestro entendimiento puede captar,- del misterio de Dios en sí mismo, de la vida misma de Dios. Al descubrir el misterio de la persona de Cristo, Hijo de Dios, el mismo Cristo nos reveló al Padre y al Espíritu Santo.[6]

¿A dónde nos dirigimos con esta reflexión? A meditar en que si la vida íntima de Dios, como aparece en la revelación, es una relación de amor de las Tres Personas, y lo que Jesús vino a comunicarnos fue esa experiencia, nosotros estamos llamados también, como hijos de Dios, criados a su imagen y semejanza, a una vida de amor en nuestra comunidad de hermanos.

Los nombres de Padre y de Hijo, hablan por sí mismos de Amor: amor de Padre, amor filial. Cual la ternura de un padre para con sus hijos, así de tierno es Yahvéh, leímos del Salmo 103. Y lo propio del Espíritu Santo es ser “comunión”, ser “amor”. Juan Pablo Ien su encíclica Dominum et vivificantem, sobre el Espíritu Santo, basándose en San Agustín y en Santo Tomás, dice que el Espíritu Santo es persona-amor. Amor es el nombre propio del E.S. dice el Papa.[7] Y añade: Dios, en su vida íntima ‘es amor´ (cf 1 Jn, 4, 8-16), amor esencial, común a las tres personas divinas.

Terminemos nuestra consideración con la lectura del último párrafo del Nº 31: Con las palabras y con las obras y, de forma plena y definitiva, con su muerte y resurrección,[8]Jesucristo revela a la humanidad que Dios es Padre y que todos estamos llamados por gracia a hacernos hijos suyos en el Espíritu (Cf Rm 8,15; Ga 4,6), y por tanto hermanos y hermanas entre nosotros. Por esta razón la Iglesia cree firmemente “que la clave, el centro y el fin de toda la historia humana se halla en su Señor y Maestro”. (Gaudium et Spes, 10).

Y por hoy es suficiente. Nos vendrá bien repasar tan profunda doctrina.


[1]Carlos Bravo L., S.J., El Fundamento de la Fe de Pascua, Centro Editorial Javeriano, Colección Iglesia Hoy, Nº 1, Pg. 147

[2]Ibidem, Pgs. 149 y 150 En el último párrafo el P. Bravo cita a Kessler, Hans, La resurrección…, pp. 256ss

[3]Propiciación: 1. Acción agradable a Dios, con que se le mueve a piedad y misericordia 2. Sacrificio que se ofrecía en la ley antigua para aplacar la justicia divina y tener a Dios propicio. DRAE

[4]Cfr también Mc 10, 32-34;Mt 16,21; 17, 12-22-23

[5]Pg. 250s

[6]Tomo esta explicación y lo que sigue de: Cuestiones Actuales de Cristología y Eclesiología, Curso de Actualización Teológica, Secretariado del Episcopado Colombiano, Bogotá, 1990, La Teología del Espíritu Santo, por P. José Arturo Domínguez Asensio. En este curso participó el Cardenal Ratzinger.

[7]Ibidem, Pg. 272

[8] Concilio Vaticano II, Const. Dogm. Dei Verbum, 4

Reflexión 13 Jueves 4 de mayo, 2006

Compendio de la D.S.I. (Repaso y Nº 30)

El plan para nuestra reflexión de hoy

Terminamos el estudio de los números 26 y 27 de nuestro libro de texto, el Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia. Tratan sobre nuestra relación con Dios Creador, y comenzamos a reflexionar sobre Jesucristo, en quien se cumple el acontecimiento decisivo de la historia de Dios con los hombres. Alcanzamos a estudiar losNº 28 y 29. Continuaremos ahora con el tema de Dios: haremos nuestro acostumbrado repaso, y continuando la misma metodología, en el repaso incluiremos ampliación o profundización del tema tratado.

Hoy reflexionaremos sobre algunas circunstancias actuales, en las que se observa claramente una corriente empeñada en promover, especialmente a través de los medios de comunicación, el agnosticismo, que en la práctica se confunde con el ateismo. Estamos tratando temas fundamentales, pues estamos descubriendo los cimientos sobre los que descansa la Doctrina Social de la Iglesia. Nos tienen que quedar muy firmes estos cimientos, porque sobre ellos descansa el edificio; por eso es bueno revisarlos, antes de seguir adelante.

Empecemos por repasar los Nos 26 y 27: Principios de la creación y acción gratuita de Dios

De acuerdo con nuestra fe, los problemas que surgen de las relaciones entre las personas, no se pueden resolver teniendo en cuenta sólo las ciencias humanas; es decir, con sólo la ayuda de ciencias como la economía, la sociología, la psicología. Todas esas ciencias contemplan al hombre desde su dimensión puramente material. Es indispensable tener en cuenta además, la dimensión trascendental del hombre, es decir su conexión con Dios. ¿Por qué? Porque el hombre no es sólo materia, pues participa del modo de ser de Dios. Recordemos que, como leemos en el Génesis, [1] Dios infunde su aliento, su espíritu, en el hombre. Por eso tenemos una conexión especial con Él. No podemos construir un mundo de relaciones, prescindiendo de la relación más importante, con el Creador, que a su vez debe ser modelo de nuestras relaciones entre los seres humanos, hechura de sus manos.

Si en las relaciones entre las personas no se tiene en cuenta que somos hijos del mismo Padre, Dios, y que nuestra relación entre nosotros los seres humanos se debe basar en el amor, como es la relación de Dios con nosotros, entonces, las relaciones entre los hombres se regirán sólo por factores de interés individual, egoísta, por criterios según los cuales es uno y la propia conveniencia lo que importa, prescindiendo de las necesidades de los demás. Si a los otros no los consideramos hermanos, se convierten en extraños y en competidores frente a nuestros intereses; y entonces, la ley que rige en esas relaciones entre personas y entre pueblos es la del más fuerte.

¿No es eso precisamente lo que pasa en nuestro mundo? los demás no cuentan, por eso las injusticias y la indiferencia ante el sufrimiento de los demás, por eso la pobreza se extiende ante la despreocupación de los individuos y de los gobiernos. Eso es lo que pasa, porque no se tiene en cuenta a Dios, Creador, Padre, con todo lo que eso implica. No se vive la fe con sus consecuencias.

Debería ser distinta la actitud y el comportamiento del hombre con los demás y con la naturaleza, si reconociera que fue creado por Dios y que Dios le entregó la vida y la creación, la naturaleza, – las plantas, los animales, – para que cuidara de ella como un administrador, y se sirviera de ella, pero no de manera exclusiva, sino compartiéndola con los demás y conservándola para todos. El mundo sin Dios renuncia al argumento más fuerte de la solidaridad humana, como es el de la fraternidad. Tenemos el mismo Padre, Dios. Debería ser diferente el comportamiento del creyente, del comportamiento que caracteriza aquien se siente dueño absoluto de sí mismo, y que por lo tanto puede diseñar su vida y su mundo con autonomía absoluta, según sus deseos y sus propios planes, sin tener en cuenta,que los mejores planes para él y para la creación, son los diseñados por su Hacedor, por el Autor de la creación.

El libre desarrollo de la personalidad

Vayamos a un punto concreto del que se habla mucho hoy; uno de los derechos fundamentales de la Constitución de Colombia es el libre desarrollo de la personalidad. [2] Como a ese derecho sólo le ponen como límite, el que no se perjudique a otros y el orden jurídico, se está presuponiendo, que tenemos una libertad ilimitada para hacer con nosotros, con nuestro cuerpo, con nuestra mente, inclusive con nuestra vida, lo que deseemos. Por eso, en esa misma línea de pensamiento, se defienden el consumo de la dosis personal de estupefacientes, la eutanasia, y sin tener que hilar muy delgado, se llega a aceptar la licitud del suicidio.

A eso llega la sociedad sin Dios. Lo que es grave y peligroso, es que algunos de los que defienden esas posiciones son muy hábiles en el uso de la palabra, se presentan como muy humanos, muy respetuosos, muy simpáticos, si se quiere; son astutos y van llevando a la gente a pensar como ellos, como si la autodestrucción fuera muy humana, y el pensamiento de avanzada, y cuentan con el respaldo de poderosos medios de comunicación, que se encargan de difundir ese pensamiento como el que hay que respaldar, y se las ingenian para inflar a los personajes que lo representan.

El libre desarrollo de la personalidad… Sobre este concepto, – el desarrollo,- puede haber discusiones desde el punto de vista psicológico, pero es de sentido común, que desarrollo significa, por lo menos, crecimiento armónico. No cualquier crecimiento, porque un tumor, por ejemplo, no se puede tomar como desarrollo. Una manera aceptable de ver el desarrollo de la personalidad, es por ejemplo, la de considerar el desarrollo como un proceso, en el cual, libremente, la persona va escogiendo cómo vivir una vida plena, poniendo a funcionar sus potencialidades, viviendo en armonía consigo mismo y con los demás. [3] Yo no entiendo cómo la dosis personal de la marihuana o la cocaína, que se defiende en algunos círculos políticos, -basados en su concepción del libre desarrollo de la personalidad, – puede aportar al libre desarrollo de la persona, cuando los mismos adictos que logran con un gran esfuerzo dejar la adicción a las drogas, dicen que la sola prueba, por ensayar algo nuevo, puede ser el camino para la adicción. Y ser adicto no es ser más libre, más autónomo, más dueño de sí mismo; no es mejorar la capacidad de asociarse y comunicarse; ser adicto no favorece vivir en armonía con el medio, no es contribuir al crecimiento, al desarrollo de las propias potencialidades. Pero claro, esto lo entendemos los que tenemos una idea del hombre como criatura de Dios, con un diseño del ser humano a semejanza de Dios, con una libertad de hijos de Dios. Los no creyentes pretenden tener libertad también para no desarrollarse y aun para autodestruirse.

Nos detenemos en estas consideraciones, porque estamos poniendo las bases de nuestro conocimiento de la Doctrina Social de la Iglesia y nos tiene que quedar muy claro que esta doctrina se basa en Dios, en nuestra relación con Él como criaturas y con los demás, como hermanos. Como vimos en la reflexión anterior, la fe en Dios es lo fundamental, por eso la confesamos de primera, en el primer artículo del Credo: Creo en Dios, empieza nuestra profesión de fe. Y nuestra fe no se puede limitar a la vida privada, a nuestra oración particular, a nuestra relación individual con Dios. Dios tiene que ser el eje de nuestras decisiones, de nuestra vida privada y pública. Y por nuestra misión como laicos tenemos el encargo ineludible de ordenar lo temporal según los planes de Dios. No puede haber un divorcio entre nuestra fe y nuestra vida.

 El mayor desafíos de nuestro tiempo consiste en, frente al secularismo,  hacer que Dios esté nuevamente presente en nuestras sociedades

Volver vida nuestra fe no es fácil, en el mundo que vivimos. Nos ayuda leer las palabras de Benedicto XVI, en diálogo con jóvenes de Roma, el 6 de abril de 2006, en un encuentro de preparación de la XXI Jornada Mundial de la Juventud, que se celebraría en Australia. El Santo Padre respondió interrogantes de los jóvenes. Una joven de 17 años, hizo al Santo Padre una pregunta que nos hacemos nosotros también y que tiene que ver mucho con la situación que estamos comentando. La respuesta del Papa nos va a ayudar mucho.

Esta fue la pregunta de la joven a Benedicto XVI:

En su Mensaje para la XXI Jornada mundial de la juventud, usted nos dijo que “es urgente que surja una nueva generación de apóstoles arraigados en la palabra de Cristo”. Son palabras tan fuertes y comprometedoras que casi dan miedo. Ciertamente, también nosotros quisiéramos ser nuevos apóstoles, pero ¿quiere explicarnos con más detalle cuáles son, según usted, los mayores desafíos de nuestro tiempo, y cómo sueña usted que deben ser estos nuevos apóstoles? En otras palabras, ¿qué espera de nosotros, Santidad?

Benedicto XVI respondió:

Todos nos preguntamos qué espera el Señor de nosotros. Me parece que el gran desafío de nuestro tiempo (…) es el secularismo, es decir, un modo de vivir y presentar el mundo como “si Deus non daretur”, es decir, un modo de vivir y presentar el mundo comosi Dios no existiera”. Se quiere relegar a Dios a la esfera privada, a un sentimiento, como si Él no fuera una realidad objetiva; y así cada uno se forja su propio proyecto de vida. Pero esta visión, que se presenta como si fuera científica, sólo acepta como válido lo que se puede verificar con experimentos. Con un Dios que no se presta al experimento de lo inmediato, esta visión acaba por perjudicar también a la sociedad, pues de ahí se sigue que cada uno se forja su propio proyecto y al final cada uno se sitúa contra el otro. Como se ve, una situación en la que realmente no se puede vivir.

Debemos hacer que Dios esté nuevamente presente en nuestras sociedades. Esta me parece la primera necesidad: que Dios esté de nuevo presente en nuestra vida, que no vivamos como si fuéramos autónomos, autorizados a inventar lo que son la libertad y la vida. Debemos tomar conciencia de que somos criaturas, constatar que Dios nos ha creado y que seguir su voluntad no es dependencia sino un don de amor que nos da vida.

Por tanto, el primer punto es conocer a Dios, conocerlo cada vez más, reconocer en mi vida que Dios existe y que Dios cuenta para mí. El segundo punto es el siguiente: si reconocemos que Dios existe, que nuestra libertad es una libertad compartida con los demás y que por tanto debe haber un parámetro común para construir una realidad común, surge la pregunta: ¿qué Dios? (Es decir, ¿Cuál Dios?) En efecto, hay muchas imágenes falsas de Dios: un Dios violento, etc. La siguiente cuestión, por consiguiente, es reconocer al Dios que nos mostró su rostro en Jesús, que sufrió por nosotros, que nos amó hasta la muerte y así venció la violencia.

Y sigue la respuesta del Santo Padre:

Hay que hacer presente, ante todo en nuestra “propia” vida, al Dios vivo, al Dios que no es un desconocido, un Dios inventado, un Dios sólo pensado, sino un Dios que se ha manifestado, que se reveló a sí mismo y su rostro. Sólo así nuestra vida llega a ser verdadera, auténticamente humana; y sólo así tambiénlos criterios del verdadero humanismo se hacen presentes en la sociedad. También aquí, (…) es verdad que no podemos construir solos esta vida justa y recta, sino que debemos caminar en compañía de amigos justos y rectos, de compañeros con los que podamos hacer la experiencia de que Dios existe y que es hermoso caminar con Dios. Y caminar en la gran compañía de la Iglesia, que nos presenta a lo largo de los siglos la presencia del Dios que habla, que actúa, que nos acompaña. Por tanto, podría decir: encontrar a Dios, encontrar al Dios que se reveló en Jesucristo, caminar en compañía de su gran familia, con nuestros hermanos y hermanas que forman la familia de Dios, esto me parece el contenido social de este apostolado (…) Hasta allí las palabras del Santo Padre.

Volvamos a leer algunas frases de Benedicto XVI: “Debemos hacer que Dios esté nuevamente presente en nuestras sociedades. Esta me parece la primera necesidad: que Dios esté de nuevo presente en nuestra vida, que no vivamos como si fuéramos autónomos, autorizados a inventar lo que son la libertad y la vida. Debemos tomar conciencia de que somos criaturas, constatar que Dios nos ha creado y que seguir su voluntad no es dependencia sino un don de amor que nos da vida.

Y estas otras palabras: Hay que hacer presente, ante todo en nuestra “propia” vida, al Dios vivo, al Dios que no es un desconocido, un Dios inventado, un Dios sólo pensado, sino un Dios que se ha manifestado, que se reveló a sí mismo y su rostro. Sólo así nuestra vida llega a ser verdadera, auténticamente humana; y sólo así también los criterios del verdadero humanismo se hacen presentes en la sociedad.

Y este último pensamiento: …caminar en la gran compañía de la Iglesia, que nos presenta a lo largo de los siglos  la presencia del Dios que habla, que actúa, que nos acompaña. Por tanto, podría decir: encontrar a Dios, encontrar al Dios que se reveló en Jesucristo, caminar en compañía de su gran familia, con nuestros hermanos y hermanas que forman la familia de Dios, esto me parece el contenido social de este apostolado

Debemos hacer a Dios presente en nuestra sociedad, un Dios vivo, que se nos dio a conocer a través de su Palabra y del rostro de Jesús. Vivimos en una sociedad creyente, pero acosada por todas partes, con todas las armas, con toda la tecnología posible, para confundirla, para crearle dudas sobre la mayor certeza que tenemos gracias a la fe: quieren quitar a nuestra sociedad su fe en Dios, nuestro Padre, en la divinidad de Jesucristo, el mayor don que Dios podía hacer a la humanidad: hacerse como uno de nosotros, en todo, menos en el pecado. Jesucristo, Dios y Hombre, nuestro Dios y nuestro Hermano, nuestro Redentor, que murió y resucitó, de quien escribió San Pablo a los Colosenses [4] que:

Él es imagen de Dios invisible, Primogénito de toda la creación, porque en él fueron creadas todas las cosas, en los cielos y en la tierra, las visibles y las invisibles, los Tronos, las Dominaciones, los Principados, las Potestades: todo fue creado por él y para él, él existe con anterioridad a todo, y todo en él tiene su consistencia. Él es también la Cabeza del Cuerpo, de la Iglesia: Él es el Principio, el Primogénito de entre los muertos, para que sea él el primero en todo, pues Dios tuvo a bien hacer residir en él toda la Plenitud y reconciliar por él y para él todas las cosas, pacificando, mediante la sangre de su cruz, lo que hay en la tierra y en los cielos.

El Dios que quisieran ver desaparecer

Esa Persona, a quien amamos y adoramos los cristianos, es la que atacan, la que les estorba, la que quisieran ver desaparecer. Es Cristo, a quien siguen vendiendo, no ya por 30 monedas, sino por ejemplo, por los millones que entran a las arcas del autor y los cómplices, -editores, productores y actores,- del novelón y la película del Código Da Vinci[5]. Y claro, atacan también a su Iglesia, de la que Él es Cabeza.

En medio de su soberbia, son tan ingenuos algunos medios de comunicación, que El Tiempo [6] anunció el domingo 30 de abril, que, en sus palabras textuales: la Iglesia y el Opus Dei se enfrentan en pocos días a un nuevo huracán, quizás más demoledor, cuando llegue a conocerse (en la pantalla grande) masivamente esa historia (se refiere a las imaginaciones, que no son historia- de la novela El Código Da Vinci). Ataque demoledor…, escriben. La Iglesia recibe ataques demoledores desde su fundación por Cristo, quien le anunció que las puertas del infierno no prevalecerán contra ella. ¿Dónde quedaron los ataques demoledores de perseguidores de la Iglesia como Nerón, Hitler, Stalin… y tantos más?…Y Cristo Resucitado, Vivo, nos acompaña hasta el fin del mundo.

Pero es clara la lucha. La revista Semana en su edición 1.252, en una sección que llama Filosofía, dedica tres páginas a quien la misma revista da los títulos de ateo, anarquista y hedonista, el francés Michel Onfray, y anuncia que dos de sus libros “más importantes”, ya están en Colombia. Los títulos de los dos libros lo dicen todo. Uno se llama Antimanual de Filosofía y el otro Tratado de Ateo/logía. A este autor, según la misma revista, lo califican de provocador. Ha publicado 30 libros en los que plantea una ética atea y cínica. A este autor, la revista Semana le hace publicidad

No es extraño que haya en nuestra época enemigos de Dios. Lo triste es que tengan seguidores y les hagan publicidad. Las librerías, si pertenecen a católicos, se deberían avergonzar de exhibir libros como ése. Según Semana, este “filósofo” fundó una universidad en la cual filosofa en pantuflas y todos los martes les habla a unas 600 personas. Una emisora pública transmite sus clases y una casa disquera se puso en la tarea de editar 144 horas de discursos filosóficos. De los dos libros, ha vendido 200.000 ejemplares del Tratado de Ateo/ logía y 500.000 copias del Antimanual de filosofía. ¿Y saben a quién está dirigido el Antimanual de Filosofía? En principio estaba escrito para estudiantes del bachillerato francés, dice SEMANA. ¿Para qué todo el esfuerzo de este ateo? Copio de la revista lo que viene al caso: Para Onfray el ateismo tiene un fin práctico (…) sabe que Dios no ha muerto. De hecho, la historia de los últimos años demuestra que sigue más vivo que nunca (…) Las intenciones de Onfray, son destructivas. Dice que es urgente una deconstrucción de los tres monoteísmos: el judaísmo, el cristianismo y el islamismo… Y en particular, del cristianismo.

Anota la revista Semana, que para el filósofo de marras, también es urgente una deconstrucción del cristianismo, la religión más extendida en Occidente. “Deconstrucción”. ¿Qué cosa es deconstruir? Según el diccionario, “deconstruir” es deshacer analíticamente los elementos que constituyen una estructura conceptual. [7] Es que para este ateo “deconstructor”, el cristianismo está construido sobre una ficción y hay que desmantelar esa ficción. Según esa persona, a la teología hay que anteponer el sentido del humor, el materialismo y la sensualidad. Lo que hay que fundar, es una nueva moral sin Dios. Parece que está de acuerdo con esa propuesta, de anteponer el sentido del humor a la teología, el caricaturista de El Tiempo que utiliza a veces la figura de Jesucristo, en un claro e intolerable irrespeto.

Nos ha tocado una época difícil, pero no nueva para la Iglesia. Por eso tenemos una constelación de mártires y santos. Y nosotros no podemos ser inferiores a ellos, nuestros antecesores en la fe. No nos dé miedo hablar de lo que creemos y sobre todo, lo más importante, no temamos expresar con nuestro modo de vivir lo que creemos. La fe no se expresa sólo en las oraciones comunitarias, que son una gran ayuda, sino en la vida, practicando lo que creemos.

Y entonces, ¿dónde vamos? Hagamos una síntesis

Ahora, para encarrilarnos, recordemos una vez más el camino recorrido: hemos visto que la doctrina social de la Iglesia se basa en la Escritura, que nos enseña cómo se relaciona Dios con nosotros y cómo debemos relacionarnos entre nosotros, los seres humanos. Vimos que Dios se fue revelando progresivamente al hombre. El hombre ha buscado siempre, a Dios. Y Dios se le presentó y se fue dando a conocer; nos dejó su palabra en la Biblia, – hasta que un día, se metió del todo en nuestra historia: se hizo hombre, naciendo de una mujer, María. La Encarnación es el encuentro más maravilloso de Dios con el hombre.

Y vimos también que para revelarse a la humanidad, Dios escogió, por puro amor, al pueblo de Israel. A este pueblo le ofreció su Alianza y le dio los 10 Mandamientos. El cumplimiento del Decálogo sería la expresión de aceptación de la Alianza, del compromiso de pertenecer a Dios, de ser su Pueblo, en un compromiso, semejante a la entrega amorosa en la alianza matrimonial, que implica compartir los esposos la vida en fidelidad, hasta que la muerte los separe.

Comprendimos que los 10 Mandamientos son un maravilloso código, una ética básica universal, que nos indica el camino para vivir una vida de acuerdo con los planes de Dios. Porque el diseño del hombre es de Dios; Él nos creó a su imagen y semejanza. De manera que practicar los 10 Mandamientos, es hacer realidad esos planes divinos, es defender nuestra imagen original y nuestra libertad. Al cumplir los 10 Mandamientos, defendemos nuestra libertad y la imagen humana original, como Dios la hizo. La defendemos tanto del daño que nosotros mismos podemos hacerle, si nos volvemos esclavos de nuestras pasiones, como también la defendemos del daño que pueden hacernos los malvados.

En el Nº 27 del Compendio estudiamos, que la imagen del hombre está distorsionada por la experiencia del pecado original. El hombre se quiso independizar de Dios y vivir de acuerdo con sus propios planes. Nos dice el Compendio que en esta ruptura originaria (en el pecado original) se debe buscar la raíz más profunda de todos los males  que acechan a las relaciones sociales entre las personas humanas, de todas las situaciones que en la vida económica y política atentan contra la dignidad de la persona, contra la justicia y contra la solidaridad. Dice que La ruptura de la relación de comunión con Dios provoca la ruptura de la unidad interior de la persona humana, de la relación de comunión entre el hombre y la mujer y de la relación armoniosa entre los hombres y las demás criaturas.

Hemos visto  que esa ruptura del hombre con Dios, explica el desorden en el mundo, en las relaciones entre los seres humanos y con la naturaleza, y que sin una conversión interior es muy difícil, es imposible, contribuir a que encontremos la armonía que debería regir el mundo.

En los Nº 28 y 29 vimos cómo en Jesucristo se cumple el acontecimiento decisivo de la historia de Dios con los hombres. Jesucristo, Hijo de Dios, vino a comunicarnos su propia experiencia de vida con el Padre, y esa experiencia es de amor. Lo que comunica Jesucristo es por eso amor, porque Dios es Amor. Y eso es lo que nos comunica con su Palabra, que es vida, y con la Eucaristía y los demás sacramentos. Nos enseña Jesús en el Evangelio, que el Hijo ha recibido todo, y gratuitamente, del Padre: “Todo lo que tiene el Padre es mío” (Jn 16, 15); y que Él, a su vez,- (Jesús)- tiene la misión de hacen partícipes de este don y de esta relación filial a todos los hombres: “No os llamo ya siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su amo; a vosotros os he llamado amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer.” (Jn 15,15).

Terminamos la reflexión anterior con la comprometedora afirmación de la Iglesia, en el Compendio de la D.S.I., según la cual nosotros estamos llamados, igual que los discípulos de Jesús, a vivir como Él, con la ayuda del Espíritu Santo, que interioriza en los corazones el estilo de vida de Cristo mismo. Los números siguientes, nos aclararán el estilo de vida a que estamos llamados. Los números que siguen tratan sobre la revelación del Amor Trinitario. Y podemos suponer que el estilo de vida de Cristo es el de la Trinidad.


[1] Gn, 2,7

[2] Constitución de Colombia, Artículo 16: “Todas las personas tienen derecho al libre desarrollo de su personalidad sin más limitaciones que las que imponen los derechos de los demás y el orden jurídico.”

[3]Véanse por ejemplo las obras de Carl R. Rogers, en particular El Proceso de Convertirse en Persona, Paidós,

[4] Col 1, 15-20

[5] Según El Tiempo, el P. Cantalamessa, predicador de la Casa Pontificia, dijo: Cristo todavía es vendido, pero ya no por 30 monedas. Los editores (lo comercializan) por miles de millones.

[6] El Tiempo, domingo 30 de abril,  2006,C3-1

[7] DRAE

Reflexión 12 Jueves 27 de abril, 2006

Compendio de la D.S.I. (Nº 26-29)

Vamos a continuar el estudio de los números 26 y 27, que comenzamos en la reflexión anterior y que tienen como título: Principio de la creación y acción gratuita de Dios.

La verdadera solución de los problemas sociales no puede prescindir de Dios

La doctrina de la Iglesia, – en nuestro caso en lo que toca a lo social, – debe necesariamente tener firmes bases teológicas, en la Sagrada Escritura y en la Tradición. Como se trata de doctrina sobre el ser humano en su relación con los demás, hay que considerar al hombre de manera integral, y no como si el ser humano fuera sólo un organismo biológico y social. Hay que considerar al ser humano como es: como un ser social sí, pero no sólo por su relación con los demás seres humanos, sino además, como una persona necesariamente en relación con Dios, su Creador. Por eso es indispensable tener en cuenta los planes, los designios de Dios sobre el hombre.

Prescindir de Dios en la solución de los problemas de la convivencia humana, sería algo así, como si en la solución de problemas de una red de computadores, se pretendiera ignorar el diseño de los fabricantes y se pretendiera hacerlos funcionar sin conexión a la fuente de electricidad. Por eso este inicio del Compendio empieza por sentar muy firmes bases teológicas y de la Sagrada Escritura.

Llos problemas de la convivencia humana, – que son un asunto que toca directamente la doctrina social, – no se resuelven teniendo en cuenta solamente las dimensiones biológica y psicológica del hombre; que hay que tener en cuenta también la dimensión divina, la trascendente. Nunca serán suficientes, en la solución de los problemas sociales, sólo la fisiología ni la química ni tampoco bastan la filosofía ni la sociología ni la economía ni bastan todas ellas sumadas, para encontrar soluciones completas, integrales, a los problemas de la convivencia humana.

Por eso han fracasado las soluciones marxistas y capitalistas: han pretendido implantar soluciones prescindiendo de Dios y de sus planes. Y ¿qué sucede entonces? pues que en vez de buscar cómo estrechar la relación y el buen trato entre los hombres, se buscan soluciones que favorecen sólo a unos, aun a costa de otros. Se presenta el problema como una lucha entre dos grupos, alineados en dos campos en que se compite, a ver quién gana, quién se queda con la mejor porción. La ley que manda en esas relaciones sin Dios, es el egoísmo, es el interés individual. La ley cristiana es, por el contrario, la Ley de Amor es la que llama a compartir, a la solidaridad, no sólo a dar, sino a darse. Si seguimos el Evangelio, consideramos que los demás son nuestros hermanos, porque todos somos hijos del mismo Padre, que nos creó a su imagen y semejanza.

¿Qué razones invocan los que desconocen a Dios, para que el hombre ceda de sus intereses individuales en favor de los demás? Solamente la razón de fuerza que quiera imponer el gobernante de turno. Las ideologías pasan con los hombres que las formulan. Las razones que se fundamentan en la roca del Evangelio no pasarán jamás.

Este es un asunto definitivo, que toca también a la política, entendida como la ciencia del gobierno de las naciones. Si los gobernantes no son creyentes, buscarán dar a su sociedad una orientación que prescinda de Dios. Ya habíamos observado que la orientación que se imprima a una sociedad, depende en gran parte, de las respuestas que se den a interrogantes como el lugar del hombre en la creación y en la sociedad. Si Dios está ausente de la relación entre los hombres, esa sociedad será muy distinta a la sociedad que se oriente con base en los planes de Dios. Eso se está viendo en el mundo, en los países donde se eligen gobernantes no creyentes. Se están formando sociedades sin Dios, en donde el centro del interés es cada uno, sus intereses y deseos, con todas las implicaciones que esto tiene en la educación de la juventud, en la clara intención de disolver la familia, de favorecer una libertad egoísta y sin límites y de imponer la cultura de la muerte.

Creer en Dios debería cambiar nuestra visión de la vida

Es necesario tener en cuenta estos pensamientos para que comprendamos la Doctrina Social de la Iglesia. En la reflexión anterior comenzamos a estudiar los Nº 26 y 27 del Compendio, que nos invitan a reflexionar sobre el don gratuito de la creación. Recordábamos que en el primer artículo del Credo, confesamos que Creemos en Dios. El Catecismo (199) nos dice que esta primera afirmación de nuestra profesión de fe es la fundamental. Todos los artículos del Credo hablan de Dios, y cuando hablan del hombre o del mundo, lo hacen por su relación con Dios. Creo en un solo Dios, Padre todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra; así comienza el Símbolo de Nicea Constantinopla, y Creo en Dios, Padre Todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra, decimos en el Símbolo de los Apóstoles.[1]

Creer en Dios, es una gracia que hemos recibido. ¡Hay tantos que no gozan de este regalo! Decíamos que algunos nos envidian a los que tenemos este don de la fe, porque se dan cuenta de que nosotros sentimos la seguridad que nos da un Padre amoroso, que es refugio y fortaleza, un amigo que es consuelo y compañía, alguien que nos ama y nunca falla ni puede fallar. Es muy triste la situación de los que ni siquiera alcanzan a comprenderlo lo que significa este don inapreciable de la fe, pues viven en la oscuridad y se han acostumbrado a ella. No saben lo que es la luz, viven en el vacío y están como anestesiados en él.

Si nosotros fuéramos consecuentes, creer en Dios debería cambiar radicalmente nuestra vida: a todo lo que vivimos, si tenemos fe, tendríamos que encontrarle un sentido, muy distinto del que viven el agnóstico o el ateo. No siempre es así. Con frecuencia, en nuestra vida práctica no somos capaces de confesar en público lo que en teoría decimos que creemos, y todavía peor, no lo traducimos en actos de vida. En la vida real, Dios no nos es tan familiar como debería serlo.

El Dios en quien creemos es el Dios, Padre, Creador de todas las cosas. La creencia de Israel en Dios, como aparece en el Génesis y en los profetas, no es sólo la expresión de una idea teórica, sin implicaciones para la vida práctica. La explicación de este hecho de la creación y su significado la encontramos, y muy profunda, en el Compendio. Nos dice que el hombre comprende, -así aparece en la Sagrada Escritura,- que Dios le dio el ser a él, y a todo lo que existe; le dio el ser gratuitamente y por su misericordia. Por ser el hombre y la mujer creados a imagen y semejanza de Dios, tienen como vocación, por una parte ser signos visibles e instrumentos de la eficaz gratuidad de Dios, y por otra, el hombre tiene la misión de ser cultivador y guardián de los bienes de la creación. ¿No les parece que tenemos un Dios grande y misericordioso, y que nuestra vocación de ser signos visibles suyos, y de ser guardianes de la creación, tiene implicaciones enormes en nuestra vida?

Ese es el Dios en quien creemos; nuestra fe no es el descubrimiento de una filosofía, ni de una fórmula matemática ni la ahesión a unas ideas etéreas; Dios no es como las musas de los griegos, en palabras irrespetuosas del expresidente de la Corte Constitucional colombiana  Carlos Gaviria Díaz sobre el Espíritu Santo, en su respuesta sobre Dios, en entrevista que comentamos en el programa anterior. El Dios en quien creemos nosotros los cristianos, es una Persona que ama tanto que es Amor, que ama tanto, que no sólo crea al hombre y se pone en comunicación directa con él para compartir con él su obra[2], la creación, sino que llega al extremo de hacerse también hombre, encarnado en Jesucristo. Y Jesucristo no sólo es una persona maravillosa, sino que es Dios, como lo confesó Tomás, y lo escuchamos en su profesión de fe, en el Evangelio: “Señor mío y Dios mío”. Todos los días deberíamos repetir esa plegaría por nosotros, por nuestros hijos y por nuestros amigos: “Señor mío y Dios mío”, Señor, creo en ti, aumenta mi fe. Y dado el ambiente adverso contra la fe, en que nos ha tocado vivir,deberíamos pedir también:”Señor, conserva y aumenta mi fe”.

Al negarse a reconocer a Dios como su principio, rompe el hombre la subordinación a su fin último, y su ordenación por lo que toca a su propia persona y a las relaciones con los demás y con el resto de la creación

Sigamos ahora con el Nº 27 del Compendio.  En palabras del Cardenal Ratzinger, La existencia humana no es ahora como salió realmente de las manos del Creador…hay una perturbación en la creación… [3] Esa perturbación se debe al pecado original. La Iglesia ha dicho siempre –son palabras también del Cardenal Ratzinger, – que la alteración que supone el pecado original influye (también) en la creación. La creación ya no refleja la pura voluntad de Dios, el conjunto está, en cierto modo, deformado. [4] En la Constitución Gaudium et Spes, en el Nº 13, el Concilio Vaticano II nos explica las consecuencias del pecado original. Vamos a leer esos dos párrafos y luego completamos con las palabras del Compendio. Dice así el Concilio. Estemos atentos, a ver qué tiene que ver la situación de rebeldía contra Dios, por el pecado original, con la Doctrina Social de la Iglesia.

Creado por Dios en la justicia, el hombre, sin embargo, por instigación del demonio, en el propio exordio de la historia, abusó de su libertad, levantándose contra Dios y pretendiendo alcanzar su propio fin al margen de Dios. Conocieron a Dios, pero no lo glorificaron como a Dios. Oscurecieron su estúpido corazón y prefirieron servir a la criatura, no al Creador. – Estas últimas palabras las toma el Concilio de la Carta de San Pablo a Los Romanos. Es muy oportuno leerlas, porque nos muestra la Escritura lo que sucede a la sabiduría humana, cuando la soberbia la enceguece. En 1,20ss de su Carta a los Romanos, dice el Apóstol: Porque lo invisible de Dios, desde la creación del mundo, se deja ver a la inteligencia a través de sus obras: su poder eterno y su divinidad, de forma que son inexcusables; porque, habiendo conocido a Dios, no le glorificaron como a Dios, ni le dieron gracias, antes bien se ofuscaron en sus razonamientos y su insensato corazón se entenebreció: Jactándose de sabios se volvieron estúpidos…

Ahora continuemos con la doctrina de la Gaudium et Spes: Lo que la Revelación Divina nos dice coincide con la experiencia. Dice el Concilio: El hombre, en efecto, cuando examina su corazón, comprueba su inclinación al mal y se siente anegado por muchos males, que no pueden tener origen en su santo Creador. Al negarse con frecuencia a reconocer a Dios como su principio, rompe el hombre la debida subordinación a su fin último, y también toda su ordenación tanto por lo que toca a su propia persona como a las relaciones con los demás y con el resto de la creación. Volvamos a leer esta última parte, porque nos explica el origen de las malas relaciones entre los hombres…y con la naturaleza creada,

De manera que la inclinación nuestra a buscar nuestro propio interés, aun a costa del mal que hagamos al prójimo, tiene su explicación en el pecado original. Por eso, es necesaria la conversión interior, para que reine la justicia social. Oigamos estas últimas líneas de la Gaudium et Spes: Toda la vida humana, la individual y la colectiva, se presenta como lucha, y por cierto dramática, entre el bien y el mal, entre la luz y las tinieblas. Hasta allí el Concilio.

Esta situación no nos puede desanimar. Comprendiendo dónde está el origen del mal, de la injusticia, sabemos ya dónde está el remedio: el mal no se remedia con otro mal como es la lucha armada: si queremos atacar el mal de manera eficaz, hay que hacerlo en su origen, que es de orden espiritual. El mismo Concilio, unas líneas adelante, nos dice dónde podemos poner nuestra esperanza de vencer este mal, y es en el hecho de que, el Señor vino en persona para vigorizar al hombre, renovándolo interiormente. Por eso es indispensable llevar a todos a Jesucristo, a su Palabra, que enseña el camino de la paz, de la verdad y de la vida, que nos enseña que debemos amar a los demás como a nosotros mismos, y no a nosotros mismos por encima de los demás.

Para terminar nuestra reflexión de este punto, lo mejor es leer el Nº27 del Compendio, que nos explica claramente esta doctrina. Dice así:

La narración del pecado de los orígenes (cf Gn 3,1-24), (…) describe la tentación permanente y, al mismo tiempo, la situación de desorden en que la humanidad se encuentra tras la caída de nuestros primeros padres. Desobedecer a Dios significa apartarse de su mirada de amor y querer administrar por cuenta propia la existencia y el actuar en el mundo.

Es lo que hemos meditado antes: sobre el mal que nos hacemos a nosotros mismos si nos apartamos del designio de Dios y queremos vivir no de acuerdo con los planes de Dios sino según los nuestros… Sigue el Compendio: La ruptura de la relación de comunión con Dios provoca la ruptura de la unidad interior de la persona humana, de la relación de comunión entre el hombre y la mujer y de la relación armoniosa entre los hombres y las demás criaturas.

Tenemos que llevar esta reflexión a la vida diaria, no dejarla sólo en la teoría. Si alguna vez nuestro comportamiento origina división, si mete ruido en las relaciones en la familia, o en el grupo apostólico o de trabajo en que nos movamos, tenemos que estar muy atentos a ver el origen de ese ruido. Dios no crea discordias. Y en cuanto a la violencia física, que con frecuencia llega hasta el horrendo crimen del asesinato,- la eliminación del otro, – no puede ser el camino querido por Dios para resolver la injusticia social.

Leamos las últimas líneas del Nº 27 del Compendio: En esta ruptura originaria (el pecado original) se debe buscar la raíz más profunda de todos los males que acechan a las relaciones sociales entre las personas humanas, de todas las situaciones que en la vida económica y política atentan contra la dignidad de la persona, contra la justicia y contra la solidaridad.

Terminamos así los Nº 26 y 27, que tratan sobre el Principio de la creación y la acción gratuita de Dios.Todo esto es parte del primer capítulo del Compendio de la D.S.I. que se titula El Designio de Amor de Dios para la Humanidad. Vimos la primera parte sobre La Acción Liberadora de Dios en la Historia de Israel.Esta fue la primera piedra de los cimientos que estamos poniendo en nuestro estudio, para sobre ellos ir descubriendo la estructura de la doctrina social.

Empezamos por comprender que la historia de la humanidad está indisolublemente ligada a Dios, su Creador, que se fue dando a conocer progresivamente al hombre, a través de Israel, el Pueblo que escogió para entrar en nuestra historia, haciendo de ella una historia de salvación. La relación de Dios con el hombre fue haciéndose tan cercana, que no se contentó con hablarle, con mostrarle el camino para hacer realidad sus designios, por medio del Decálogo, y con sus mensajes a través de sus enviados, sino que en una acción que sólo cabe en la mente creadora de Dios, se hizo hombre y vivió entre nosotros, haciendo así visible la imagen de Dios invisible.

Reflexionamos sobre la cercanía gratuita de Dios, y sobre su acción generosa en la creación; y acabamos de ver lo que sucede a la humanidad, como consecuencia de su ruptura con Dios, por el pecado original: se provoca la ruptura interior de la persona humana. Estamos internamente rotos: por eso nuestra intención de hacer el bien va por un lado y nuestra acción, que hace el mal, va por otro. Vivimos una contradicción interior. Y la ruptura con Dios provocó, además de nuestra ruptura interior, la ruptura de la relación armónica entre los hombres y entre el hombre y las demás criaturas.

Es tan trágica esta ruptura de las relaciones armónicas entre los hombres, que, refiriéndonos sólo a nuestro tiempo, en el siglo XX hubo 2 guerras mundiales, además de innumerables guerras entre pueblos vecinos y guerras internas. Y deberíamos ser guardianes de la creación, pero el hombre la destruye, así conozca el desastre que le espera con la tala de los bosques, con la contaminación del agua y del medio ambiente.

En Jesucristo se cumple el acontecimiento decisivode la historia de Dios con los hombres

Después de haber reflexionado sobre la acción de Dios a través del Pueblo de Israel, es decir como la encontramos en la Sagrada Escritura, en el Antiguo Testamento, en la segunda parte del primer capítulo, el Compendio nos ofrece la visión de la historia de salvación, desde Jesucristo. Por eso esta parte del capítulo tiene como título: Jesucristo, cumplimiento del Designio de amor del Padre.

Ya nos habíamos adelantado un poco en este tema, ahora veremos más detenidamente cómo En Jesucristo se cumple el acontecimiento decisivode la historia de Dios con los hombres. Esto lo encontramos en los números 28 a 33 del Compendio de la D.S.I.

El Nº 28 es muy claro. Lo vamos a leer despacio, sin comentarios, pues con las reflexiones anteriores, estamos ya preparados para entenderlo bien. Dice así:

La benevolencia y la misericordia, que inspiran el actuar de Dios y ofrecen su clave de interpretación, se vuelven tan cercanas al hombre que asumen los rasgos del hombre Jesús, el Verbo hecho carne. En la narración de Lucas, Jesús describe su ministerio mesiánico con las palabras de Isaías que reclaman el significado profético del jubileo:

El Espíritu del Señor sobre mí, porque me ha ungido para anunciar a los pobres la Buena Nueva, me ha enviado a proclamar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, para dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor. (Lc 4,18-19; c.f Is 61,1-2).

Y sigue el Compendio:Jesús se sitúa, pues, en la línea del cumplimiento, no sólo porque lleva a cabo lo que había sido prometido y era esperado por Israel, sino también, en un sentido más profundo, porque en Él se cumple el evento decisivo de la historia de Dios con los hombres. Jesús, en efecto, proclama: “El que me ha visto a mí, ha visto al Padre” (Jn 14,9). Expresado con otras palabras, Jesús manifiesta tangiblemente y de modo definitivo quién es Dios y cómo se comporta con los hombres.

Con toda razón nos dice el Cardenal Ratzinger,- ahora Benedicto XVI,-  que a la pregunta “¿Cómo es Dios?” podríamos contestar diciendo que uno se puede imaginar a Dios, tal como lo conocemos a través de Jesucristo. [5]

Sigamos ahora con el Nº 29, que comienza con estas palabras: El amor que anima el ministerio de Jesús entre los hombres es el que el Hijo experimenta en la unión íntima con el Padre.

Tengamos presente este pensamiento, que se repite de diversas maneras: la relación de Jesús con nosotros los hombres, está animada con el mismo amor que alimenta la relación del Hijo, la segunda persona de la Trinidad, con Dios Padre. En las palabras del Compendio, que acabamos de leer: El amor que anima el ministerio de Jesús entre los hombres es el que el Hijo experimenta en la unión íntima con el Padre. Por eso en la vida del cristiano es tan importante su relación de amor con los demás. Lo que sigue eneste Nº 29 nos aclara aún más esta idea. Lo podemos leer despacio, y no requiere explicación. Leámoslo:

El Nuevo Testamento nos permite penetrar en la experiencia que Jesús mismo vive y comunica del amor de Dios su Padre –Abbá [6] y, por tanto, en el corazón mismo de la vida divina. Jesús anuncia la misericordia liberadora de Dios en relación con aquellos que encuentra en su camino, comenzando por los pobres, los marginados, los pecadores, e invita a seguirlo porque Él es el primero que, de modo totalmente único, obedece al designio de amor de Dios como su enviado en el mundo.

De modo que el Evangelio no es otra cosa que la transmisión, la comunicación, de parte de Jesús, de su propia experiencia del amor del Padre. Lo que comunica es por eso amor,- su relación con el Padre es una relación de amor, – porque Dios es Amor. Eso es lo que nos comunica con su Palabra, que es vida, con la Eucaristía y los demás sacramentos.

Sigamos leyendo en el Nº 29, que es muy profundo. Continúa así: La conciencia que Jesús tiene de ser el Hijo, expresa precisamente esta experiencia originaria. El Hijo ha recibido todo, y gratuitamente, del Padre: “Todo lo que tiene el Padre es mío” (Jn 16, 15); Él, a su vez,- (Jesús)- tiene la misión de hacer partícipes de este don y de esta relación filial a todos los hombres: “No os llamo ya siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su amo; a vosotros os he llamado amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer.” (Jn 15,15).

El último párrafo del Nº 29 del Compendio es igualmente profundo y bello. Leámoslo:

Reconocer el amor del Padre significa para Jesús inspirar su acción en la misma gratuidad y misericordia de Dios, generadoras de vida nueva, y convertirse así, con su misma existencia, en ejemplo y modelo para sus discípulos. Éstos están llamados a vivir como Él y, después de su Pascua de muerte y resurrección, a vivir en Él y de Él, gracias al don sobreabundante del Espíritu Santo, el Consolador que interioriza en los corazones el estilo de vida de Cristo mismo.

Vemos que el Compendio de la D.S.I. no es libro para leer de corrido. Es para meditarlo e ir sacando conclusiones para nuestra propia vida. Los últimos renglones que acabamos de leer, nos indican el camino: así como Jesús inspiró su acción en la misma gratuidad y misericordia de Dios, generadoras de vida nueva, y se convirtieron así, en su misma existencia en ejemplo y modelo para sus discípulos, también nosotros estamos llamados a vivir como Él y, después de su Pascua de muerte y resurrección, a vivir en Él y de Él, gracias al don sobreabundante del Espíritu Santo, el Consolador que interioriza en los corazones el estilo de vida de Cristo mismo.

Esa es nuestra vocación de cristianos. ¿Difícil? sí, muy difícil para las solas fuerzas humanas, pero Jesucristo nos dejó los sacramentos, nos dejó al Espíritu Santo, que se nos da por medio de la Iglesia. Nos enseñó a orar, para que, cuando sintamos que nuestra carne es débil, aunque creamos que nuestro espíritu está presto, acudamos a la oración.


 [1] El Símbolo de Nicea Constantinopla es fruto de los dos primeros Concilios ecuménicos (años 321 y 328) y el de los Apóstoles es el antiguo símbolo bautismal de la Iglesia de Roma, la que fue sede de San Pedro. Cfr. Catecismo 194-196

[2]   Dios y el Mundo, Pg. 73

[3]  Ibidem, Pg. 43

[4] Ibidem Pg. 75

[5]  Obra citada: Dios y el Mundo, Pg. 17

[6]  La palabra Abbá era y sigue siendo la expresión cariñosa con que el hijo se dirige al padre. Algo como “papacito”, “papito” en español, y en ingles, “Daddy”

Reflexión 11 Jueves 20 de abril 2006

Compendio de la D.S.I. (Nº 24-27)

Hoy vamos a terminar el estudio de los números 24 y 25 y comenzaremos el 26 y el 27. Estamos estudiando el primer capítulo, que tiene como título: El Designio de Amor de Dios para la Humanidad. Hemos visto que la doctrina social de la Iglesia se basa en la Escritura, que nos enseña cómo se relaciona Dios con sus criaturas y cómo debemos relacionarnos los seres humanos entre nosotros. Vimos que Dios tomó la iniciativa de acercarse al hombre, a quien se le fue revelando progresivamente, para responder a la búsqueda que, de su origen, ha tenido siempre el hombre, en todas las culturas, en todas las épocas. El hombre ha buscado siempre, de una manera u otra, a Dios. Y Dios se presentó al hombre, y se fue dando a conocer; le habló, -su palabra la tenemos en la Biblia, – hasta que un día se metió del todo en nuestra historia haciéndose hombre, naciendo de una mujer, María.

 La Encarnación es el encuentro más maravilloso de Dios con el hombre. ¿Qué más se puede pedir? Recordamos ya, que para revelarse al hombre, empezó Dios por escoger a un pueblo, a Israel. A este pueblo, -que escogió por amor, como le explicó a Moisés, – le ofreció su Alianza y le dio los 10 Mandamientos. El cumplimiento del Decálogo será la expresión de aceptación de la Alianza, del compromiso de pertenecer a Dios, de ser su Pueblo. Comparábamos este compromiso de la Alianza, entre Dios y su Pueblo, y el dondel Decálogo, con la entrega amorosa en la alianza matrimonial, que implica compartir los esposos la vida en fidelidad, hasta que la muerte los separe.Y veíamos que los 10 Mandamientos son un maravilloso código, una ética básica universal, que nos indica el camino para vivir una vida verdaderamente humana, de acuerdo con los planes de Dios. Porque el diseño del hombrees de Dios;Él nos creó a su imagen y semejanza. De manera que practicar los 10 Mandamientos, es hacer realidad esos planes divinos, es defender nuestra imagen original y nuestra libertad. Porque Dios nos creó libres; y es necesario defender esa libertad, tanto del daño que nosotros mismos podemos hacerle; si nos volvemos esclavos de nuestras pasiones, -como también tenemos que defender nuestra libertad de los abusos externos de los malvados.

Por cierto, cuando preparaba este programa encontré una explicación muy interesante, sobre el hombre creado a imagen y semejanza de Dios, que vale la pena que compartamos. Es una explicación de un profesor de teología y de antropología cristiana, en la universidad de Navarra, en España, el doctor Juan Luis Lorda. Expone él una idea que hemos repetido varias veces en el programa, y que es necesario grabar muy hondo; por eso insistimos en ella.

Recordemos las palabras del Cardenal Ratzinger, en su libro Dios y el Mundo, donde dice que uno se puede imaginar a Dios, tal como lo conocemos a través de Jesucristo, quien dijo “quien me ve a mí, ve al Padre”.(1) Jesucristo es nuestro modelo, la imagen perfecta del hombre, pues su vida expresó la imagen original del hombre, como el Creador la diseñó.

¿Son también los pecadores imagen de Dios?

El problema es que los seres humanos comunes y corrientes estamos tan lejos de la imagen original… y ni qué decir los criminales. ¿Cómo pensar que los secuestradores, los asesinos de niños, los violadores, son imagen de Dios? Y tampoco se parecen a Él los mentirosos, ni los arrogantes, que se aman sólo así mismos, ni los corruptos. Bueno, es que, como veíamos, el Decálogo nos enseña cómo llevar a cabo en nosotros los planes, el diseño de Dios; de manera que, si nos comportamos de acuerdo con esos planes, es decir con el Decálogo, lograremos ir acercándonos al plan original. Pero resulta que Dios nos hizo libres, y podemos apartarnos de ese modelo y seguir otro, diseñado según nuestros deseos. Algunos lo logran, y claro, acaban haciendo de ellos mismos unos monstruos…Qué tal que un aficionado resolviera cambiar la idea original de Miguel Ángel, creador de la incomparable imagen de la “Pietá”, tomara un cincel y un martillo y quisiera modificarla para hacer su propia “Pietá”… Algo así, y peor sucede, cuando nos apartamos de los planes de Dios; para seguir nuestros propios caminos; pero de todos modos, aun los malvados, fueron creados a imagen de Dios y así como usaron mal su libertad y dañaron la imagen original, con la gracia y por la misericordia divina, pueden recuperarla.

Al doctor Lorda le hicieron esta observación: El hombre y la mujer son imagen de Dios. De acuerdo,- le observaron – pero ¿Qué ocurre con los hombres y mujeres malvados? La respuesta del teólogo y antropólogo fue, que los hombres y las mujeres malvados son imágenes deterioradas, pero que la imagen no se pierde nunca. Y continuó: Es bonito pensarlo. Los cristianos tenemos que procurar mirar a los demás hombres con los ojos de Dios. Sabemos que todo hombre es, en el fondo, una imagen de Dios. Quizás él se ha perdido o se ha estropeado, pero en el fondo tiene esa bondad. Y la puede recuperar con la gracia de Dios.

De manera que tenemos que mirar a los demás con los ojos con que Dios nos mira; también a los malvados: a los secuestradores, a los ladrones, a los mentirosos, a los asesinos… Y Dios, como es amor, nos mira siempre con bondad, con misericordia, con amor. Volvamos a las palabras del doctor Lorda:

Una madre puede darse cuenta de que su hijo se ha echado a perder. Pero, si lo ha querido como madre, siempre pensará que, en el fondo, es bueno. Es lo mismo que pensamos los cristianos. Puede que sea una persona peligrosa o violenta y quizás haya que tener mucho cuidado con él. Pero esa violencia es como un mal caparazón. Algo artificial y extraño. En el fondo es bueno, ha sido hecho a imagen de Dios. Y nos gustaría que se rompiera el caparazón y se manifestara y desarrollara ese fondo. Ese es el punto de vista cristiano, que refleja el amor de Dios, paterno y materno a la vez.(2)

Hasta allí las palabras del doctor Lorda. Es una explicación alentadora, que nos da esperanza, cuando por nuestra debilidad nos alejamos de Dios, o cuando vemos que alguien, a quien queremos, se desvía en alguna forma, del camino de Dios. Y por eso no debemos desmayar en nuestra petición al Señor, por nosotros, para que volvamos al buen camino si nos hemos apartado de Él, o para que no nos desviemos de sus caminos. Y por nuestros familiares y amigos que fallan, y también por los malvados que con su violencia, destrozan a tantas familias. Cómo tiene de sentido la oración, tomada del profeta Ezequiel, en la que pedimos que a esas personas, Dios les cambie el corazón de piedra, por un corazón de carne… Es decir, por un corazón según el corazón de Dios.

Con esta reflexión sobre el hombre, imagen de Dios, y el sentido de los 10 Mandamientos, como el camino que nos ayuda a hacer realidad en nosotros esa imagen, podemos concluir la explicación sobre la Alianza y el Decálogo, para continuar ahora con el significado social de los Mandamientos de la segunda tabla. Del 4º al 10º mandamiento.

El Amor, herencia cristiana desde el Antiguo Testamento

Recordemos que los mandamientos de la 1ª tabla, es decir los 3 primeros, nos indican cómo debe ser nuestra relación amorosa, de fidelidad, con Dios, y los de la 2ª tabla, es decir del 4º al 10º mandamiento, señalan el alcance social del Decálogo. Podemos decir que los Mandamientos de la segunda tabla son los Mandamientos sociales. Decíamos también, que no sólo con la entrega del Decálogo, Dios señaló el camino que Israel debía seguir, sino que continuó la formación de su Pueblo; que sus enviados continuaron enseñando, complementando, a Israel, lo que quería de ellos su Señor. Uno de los temas en que insistieron los profetas en su predicación fue el trato de amor y de justicia a los pobres, que debía ser un distintivo de Israel. Así por ejemplo, en la predicación de los profetas, Dios explicó el sentido de los mandamientos sociales, con la llamada ley del pobre, que mostraba el amor y el cuidado que el Pueblo de Dios debe tener por el pobre, y también por el forastero.

Estudiamos igualmente, que la práctica de la justicia y de la caridad que los profetas predicaron a Israel, es una herencia que recibimos los cristianos, que somos el nuevo Pueblo de Dios. Y Jesús en su Evangelio nos enseñóque los 10 mandamientos se resumen en dos:Amar a Dios y amar al prójimo. De manera que los 10 mandamientos se sintetizan en un verbo: AMAR. La característica que debe identificar a los cristianos es el amor. Por el amor deben conocer que somos seguidores de Jesús. Y Jesús nos enseñó que el amor al prójimo es tan importante, que nuestro destino, el día que Dios nos juzgue, va a depender del trato que hayamos dado al hambriento, al sediento, al desnudo: es decir, al pobre: Venid benditos, porque tuve hambre y me disteis de comer, dirá a los que cuidaron del pobre… Nos dijo enfáticamente, que lo que hagamos a los demás, se lo hacemos a Él, sea que les hagamos el bien o les hagamos el mal.

Comprendimos entonces, que el amor y la defensa del pobre hacen parte de las características del cristianismo, de la esencia misma de la cultura cristiana. Así lo ha entendido la Iglesia desde los primeros siglos, como nos lo muestran por ejemplo los Hechos de los Apóstoles, en su descripción de las primeras comunidades cristianas, la predicación de los Padres de la Iglesia y la permanente práctica de la caridad y la defensa de la justicia en la Iglesia.

En el programa anterior comenzamos a explicar en qué consistían las leyes del año sabático y del jubileo, mencionadas en los Nº 24 y 25 del Compendio de la D.S.I., leyes que se basaban en una motivación religiosa, pero tenían un carácter social, porque se orientaban a una distribución más justa de la riqueza, y hacia la libertad como valor supremo, en una época en que la esclavitud era práctica aceptada. La explicación que sigue, la tomo de un artículo de Santiago Guijarro Oporto, en Pliego Vida Nueva.[3] Antes es conveniente que refresquemos lo que habíamos visto ya sobre esas leyes del año sabático y del jubileo.

Finalidad social del Año sabático y del Año jubilar

El Nº 24 del Compendio de la D.S.I. menciona algunas de las Leyes de Israel, que eran orientaciones para que la vida social y económica del Pueblo escogido, se inspirara en la generosidad y en la justicia de Dios. Como decíamos, Dios es nuestro modelo. Entre esas leyes estaba la del año sabático, que se celebraba cada siete años y el año jubilar, cada cincuenta años. Veamos de qué se trata.

El año sabático se refería al perdón de las deudas.[4] Dice el libro sagrado: Al cabo de siete años harás remisión (remisión es lo mismo que perdón). En esto consiste la Remisión. Todo acreedor que posea una prenda personal hará remisión de lo que haya prestado a su prójimo; no apremiará a su prójimo ni a su hermano ni a su hermana, si se invoca la remisión en honor de Yahvéh.

La ley del año sabático no sólo prescribe el perdón de las deudas, sino que ordena que se dejen descansar los campos, y se prescribe una liberación general de las personas y de los bienes: cada uno puede regresar a su familia de origen y recuperar su patrimonio, si lo había perdido. Recordemos que Israel era un pueblo en formación, -Dios era su formador, – en una época en que era común tener esclavos. En Éxodo 23, 10 y 11[5] se lee: Seis años sembrarás tu tierra y recogerás su producto; el séptimo lo dejarás descansar y en barbecho[6], para que coman los pobres de tu pueblo, y lo que quede lo comerán los animales del campo. Harás lo mismo con tu viña y tu olivar.

De manera que el año sabático, cada siete años, era un año de perdón y también de descanso. En este mundo moderno sólo se suele mencionar el año sabático, en el sentido de tomar un año de descanso.

La explicación del año del jubileo se encuentra en el capítulo 25 del Levítico. En el versículo 10se lee: Declararéis santo el año cincuenta, y proclamaréis en la tierra liberación para todos sus habitantes. Será para vosotros un jubileo; cada uno recobrará su propiedad, y cada uno regresará a su familia.

Estas medidas tenían una finalidad social: garantizar la estabilidad de una sociedad fundada sobre la familia y el patrimonio familiar.[7] Después de regalar Dios al Pueblo escogido los 10 Mandamientos, que, como vimos, expresan los principios éticos y religiosos universales, una ética básica, una orientación para llevar una vida verdaderamente humana, Dios siguió educando a su pueblo en lo social.

El Compendio de la D.S.I. nos enseña que la legislación que Dios fue dictando al Pueblo de Israel, – indica que el acontecimiento salvífico del éxodo y la fidelidad a la Alianza representan no sólo el principio que sirve de fundamento a la vida social, política y económica de Israel, sino también el principio regulador de las cuestiones relativas a la pobreza económica y a la injusticia social. Se trata de un principio, que se invoca para transformar continuamente y desde dentro, la vida del pueblo de la Alianza, para que esa vida se haga conforme al designio de Dios. Dios, a través de sus enviados, los profetas, iba formando a su Pueblo. Era un pueblo recalcitrante, de “dura cerviz”, como lo llama la Biblia, por eso le tenían que llamar con frecuencia la atención cuando se apartaba del buen camino. Bueno, nosotros no podemos decir que somos modelos en el seguimiento de las enseñanzas de Dios. También necesitamos que nos llamen la atención y nos recuerden nuestros compromisos.

Continúa luego el Compendio que, Para eliminar las discriminaciones y las desigualdades provocadas por la evolución socioeconómica, cada siete años la memoria del éxodo y de la Alianza se traduce en términos sociales y jurídicos, de modo que las cuestiones de la propiedad, de las deudas, de los servicios y de los bienes, adquirieran su significado más profundo.

Podemos entonces darnos cuenta, de que estas leyes del año sabático y del jubileo,tienen un carácter social: se basan en una motivación religiosa[8], pero se orientan hacia una distribución más justa de la riqueza y hacia la libertad como valor supremo.

Veamos en qué consistían las normas sobre La devolución de la tierra, el perdón de las deudas, y la liberación de los esclavos, en las leyes del Año Sabático y del Jubileo, que encontramos en la Sagrada Escritura.

La tierra ocupa un lugar privilegiado en la ley sobre el jubileo. En el Deuteronomio, se prescribía el perdón de las deudas cada siete años (Dt 15,1-6), pero este perdón no se refería a la propiedad de la tierra, de modo que si alguien había perdido sus tierras no las recuperaba. El jubileo,- en cambio,cada cincuenta años, -otorgaba este privilegio, de recobrar la tierra perdida.

El perdón de las deudas es el tema central de las leyes que se encuentran en el Deuteronomio. El enunciado básico de la ley es éste: “Cada siete años perdonarás las deudas. Este perdón consistirá en lo siguiente: todo acreedor perdonará a su prójimo lo que le haya prestado; dejará de reclamárselo a su prójimo o a su hermano, porque ha sido proclamada la remisión en honor del Señor” (Dt 15,1-2). El objetivo de esta norma era favorecer a los más necesitados y erradicar la pobreza: “Así no habrá pobres entre los tuyos, pues el Señor te bendecirá generosamente en la tierra que el Señor tu Dios te va a dar en herencia, para que la poseas” (Dt 15,4). Y aunque se reconoce la dificultad de erradicar la pobreza del todo, los israelitas debían hacer lo posible por favorecer a los indigentes: “Nunca faltarán pobres en la tierra. Por eso te ordeno: Sé generoso con tu hermano, con el indigente y con el pobre de tu tierra” (Dt 15,11).

Quiero aclarar: que la frase “nunca faltarán los pobres sobre la tierra”, no expresa el deseo de Dios de que así sea; como tampoco era ese el significado de las palabras de Jesús, cuando en la unción en Betania dijo: pobres tendréis siempre con vosotros, pero a mí no me tendréis siempre (Mt. 26, 11: Los dos son comentarios de que esa es la triste realidad: somos tan egoístas, que siempre habrá pobres. Pero la voluntad de Dios se manifiesta precisamente en las leyes a favor de los pobres, que, dada la dureza de nuestro corazón no ponemos por obra.

Veamos ahora la ley sobre la liberación de los esclavos. La ley más antigua sobre la liberación de los esclavos, se encuentra en el “Código de la Alianza” (Ex 21,2-7) y dice así: “Si compras un esclavo hebreo, te servirá durante seis años, pero el séptimo quedará libre sin pagar nada. Si vino solo, solo saldrá; si estaba casado, su mujer saldrá con él”. A los lectores del siglo XXI nos llama mucho la atención en esta ley la existencia misma de la esclavitud. En esa remota época (…) era algo muy normal. La causa más común por la que un hombre se vendía a sí mismo como esclavo, con toda su familia, o a alguno de sus miembros, eran las deudas. Era frecuente que los campesinos pidieran (un préstamo) para comprar semilla, o para poder comer hasta que llegase la cosecha, y bastaba cualquier contratiempo para que se vieran obligados a vender la tierra e incluso a sí mismos para pagar la deuda contraída. Con sus leyes de liberación de los esclavos, Dios fue enseñando a su Pueblo el camino justo

En el Nº 25 del Compendio, que continúa la explicación sobre el año sabático y el año jubilar, se cita a Juan Pablo II en su Carta apostólica Tertio millenio adveniente. El Santo Padre, – especialmente en los números 11 a 15, de esa carta- relaciona con el jubileo del Pueblo de Israel, el Jubileo que anunciaba a la Iglesia, por la inminente llegada del tercer milenio.Explica allí el Papa, que la celebración de los jubileos comenzó en el Antiguo Testamento, y continúa en la historia de la Iglesia, y cómo el jubileo adquirió su significado más pleno, en la vida y en la predicación de Jesús. Recordemos la intervención de Jesús en la sinagoga de Nazareth, cuando proclamó que en Él se había cumplido la profecía, en la cual Isaías anunciaba la llegada de un “año de gracia del Señor” (Lc 4,16-30). Jesús tomó el rollo de las Escrituras, y ante la expectativa de todos los presentes, leyó a Isaías 61, 1 y 2 donde el profeta proclama: “Me ha enviado a anunciar a los pobres la Buena Nueva, a proclamar la liberación de los cautivos y la vista a los ciegos, para dar libertad a los oprimidos y proclamar la gracia del Señor.” De manera que el año del Jubileo es un año de gracia, y la venida de Jesucristo, el Señor, inauguró ya no un año de gracia, sino una historia de gracia.

Esa es la clave para entender en profundidad, el sentido que el jubileo tenía en Israel. Este ideal, que no siempre se llevó a la práctica, constituye, sin embargo, una profecía que ha inspirado la doctrina social de la Iglesia. [9]

El Nº 25 del Compendio termina diciendo que, estos principios que se inculcan en las leyes sociales de Israel, se convierten en el fulcro (fulcro es el punto de apoyo de una palanca, es decir que) esos principios, se convierten en el punto central en que se apoyaba… la predicación profética. Los profetas buscaron que, en el corazón de los israelitas, se arraigaran los mismos sentimientos de justicia y de misericordia, que moran en el corazón del Señor. Por eso Yahvé dice a través de Jeremías, 31,33, refiriéndose a su Alianza: pondré mi Ley en su interior y sobre sus corazones la escribiré. Y en Ezequiel, 36, 26s., encontramos ese bello texto que leemos con frecuencia: os daré un corazón nuevo, infundiré en vosotros un espíritu nuevo, quitaré de vuestra carne el corazón de piedra y os daré un corazón de carne. Ezequiel, 36, 26s

Tenemos que pedir mucho a Dios que nos infunda su Espíritu, principio de una renovación interior, que nos ayude a observar su Ley de amor. En la reflexión anterior, una de nuestros oyentes expresaba con cierta tristeza, que por más que la Iglesia predique la doctrina social, va a ser muy difícil cambiar el corazón de los poderosos de la tierra. Es verdad, pero es el único camino, el de la conversión… Tenemos mucho camino que andar y tenemos que empezar por cambiar cada uno de nosotros. No esperemos que los demás cambien, si nosotros no damos el primer paso.

Vamos a empezar ahora, los Nº 26 y 27 del Compendio de la D.S.I., que tienen como título: Principio de la creación y acción gratuita de Dios.

Estos números 26 y 27 nos invitan a reflexionar sobre el don gratuito de la creación. En el primer artículo del Credo confesamos que Creemos en Dios. El Catecismo (Nº 199) nos dice que esta primera afirmación de nuestra profesión de fe es la fundamental. Todos los artículos del Credo hablan de Dios, y cuando hablan del hombre o del mundo, lo hacen por su relación con Dios. Creo en un solo Dios, Padre todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra comienza el Símbolo de Nicea Constantinopla, y Creo en Dios, Padre Todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra, decimos en el Símbolo de los Apóstoles. [10]

Puede ser que repitamos estas palabras como una rutina, sin prestar mucha atención a todo su significado. Creer en Dios es una gracia que hemos recibido. ¡Hay tantos que no gozan de este regalo! Algunos llegan a decir que nos envidian a los que tenemos este don de la fe, porque se dan cuenta de que nosotros sentimos la seguridad que nos da un amigo, que es refugio, que es consuelo, fortaleza, alguien que nos ama y nunca falla ni puede fallar. Otras personas ni siquiera alcanzan a comprender lo que significa este don: viven en la oscuridad y se han acostumbrado a ella. Es la situación más triste, porque viven en el vacío y están como anestesiados en él.

Creer en Dios debería cambiar todo en nuestra vida: a todo lo que vivimos, si tenemos fe, tendríamos que encontrarle un sentido muy distinto del que viven el agnóstico o el ateo. No siempre es así. No traducimos en actos de vida lo que creemos o no somos capaces de expresarlo en palabras. En la vida real, Dios no nos es tan familiar como debería serlo.

En Semana Santa de 2006, hicieron a los candidatos a la presidencia algunas preguntas acerca de sus creencias en Dios. Si el cronista de El Tiempo[11] les comprendió bien, y resumió de modo acertado sus palabras, esto respondieron a la pregunta “¿Quién es su Dios? El presidente Uribe dijo que Dios es un referente de bondad que le ayuda a matizar sus pecados, falencias y limitaciones. Y del Espíritu Santo afirmó que Es una manera de invocar la luz de Dios. Carlos Gaviria Díaz, el candidato agnóstico, dijo que “Ni la razón ni la experiencia dan testimonio de la existencia de Dios. Pero tampoco dan garantía de que no exista”, y del Espíritu Santo afirmó que “Es una metáfora muy bella, es como la musa de los griegos”. Es decir que para él, el Espíritu Santo es una ficción. Y de Jesucristo añadió Carlos Gaviria: “Jesús es un hombre maravilloso, pero de allí a decir que era dios…” Horacio Serpa dijo que Dios “Es una dimensión superior a la que se profesa amor, respeto, confianza y temor”y sobre el Espíritu Santo, su respuesta fue que es “Difícil de explicarlo, porque es un asunto de fe”. Antanas Mockus dijo de Dios que lo representa ”como la humanidad en sus mejores expresiones tratando de saberlo todo y estando presente en todo.” Su respuesta sobre el Espíritu Santo es también muy “mockusiana”. Dijo esto: “El Espíritu Santo es un misterio, es algo así como ir rodando por la autopista de la razón en el 99 por ciento de los casos y cuando llegas al kilómetro 100  tienes una cosa rarísima y se asume así porque es difícil de entender.” Álvaro Leyva dijo que Dios “Es un ser infinitamente grande, justo y digno de ser amado.” Al leer esta respuesta pensé que no se la ha olvidado algo de lo que aprendió en el catecismo. Y del Espíritu Santo dijo, que es “Una lengua de fuego que lo ilumina.”

A veces parece que no comprendiéramos lo grandioso del don de la fe, del que gozamos gratuitamente, y de la bendición de haber nacido y crecido en una familia cristiana, que nos enseñó desde niños a amar a Dios nuestro Padre. Y otras veces, en vez de manifestar nuestra alegría de ser cristianos por la gracia de Dios, callamos nuestra fe cuando deberíamos manifestarla, como si nos avergonzara tenerla.

No es muy clara la idea que de Dios tienen todos nuestros candidatos, o por lo menos no encontraron palabras adecuadas para expresarla. Nos hace tanta falta conocer mejor el más grande tesoro que poseemos, que es nuestra fe…

En cambio, la fe produce en el apóstol una alegría tal, que quisiera compartirla con todos, gritándola a los cuatro vientos. Como Benedicto XVI nos ha hecho comprender, el encuentro con la fe no es el descubrimiento de una filosofía, de una ética, de una idea, sino de una Persona. Si llegamos a sentir la fe como un encuentro con esa maravillosa persona que es Amor, no renunciaremos a ella jamás.

Eso debió sentir San Francisco Javier, en su deseo incontenible de hacer conocer a Dios de los paganos. Cuando recorría la India, ansioso por la inmensidad de la tarea, ante millones de personas que no conocían a Dios, y la escasez de predicadores de la Buena Nueva, escribió a sus hermanos de Roma: “Muchas veces me vienen ganas de recorrer las universidades de Europa, principalmente la de París (donde él había estudiado), y de ponerme a gritar por doquiera, como quien ha perdido el juicio, para impulsar a los que poseen más letras que voluntad, con estas palabras: “¡Ay, cuantas almas, por vuestra desidia, quedan excluidas del cielo…[12] Por cierto, en este mes de abril de 2006 se celebraron 500 años del nacimiento de San Francisco Javier.


[1]  Cfr. Cardenal Ratzinger, Dios y el Mundo, Pg 72s.

[2] Tomado de Zenit, publicado 2006-04-05: La antropologia bíblica: de Adán a Cristo

[3] Cfr. Las Raíces Bíblicas del Jubileo. Santiago Guijarro Oporto, Publicado originalmente por Pliego Vida Nueva (4 Diciembre 1999) . Tomado de internet.

[4]  Tony Mifsud, Moral Social, Pg. 156

[5] Lo mismo se lee en Lv 25,3ss

[6]  En barbecho: Tierra de labranza que no se siembra durante un tiempo para que descanse.

[7] Biblia de Jerusalén, Lev 25, nota al pie de Pg. 133

[8]  Es interesante ver que la conmemoración de la Alianza y del Éxodo se orientaban a lo social: Yo te amo, ama tú a tus hermanos…

[9] LAS RAÍCES BÍBLICAS DEL JUBILEO. Santiago Guijarro Oporto, [Publicado originalmente en Pliego Vida Nueva (14 Diciembre 1999), tomado de internet.]

[10]  El Símbolo de Nicea Constantinopla es fruto de los dos primeros Concilios ecuménicos (años 321 y 328) y el de los Apóstoles es el antiguo símbolo bautismal de la Iglesia de Roma, la que fue sede de San Pedro. Cfr. Catecismo 194-196

[11] El Tiempo, jueves 13 de abril de 2006, 1 y 1-2

[12] José María Recondo, S.J., San Francisco Javier, Biblioteca de Autores Cristianos, 1999, Pg. 106

Reflexión 10, Dios ama al que da con alegría

Jueves 6 de abril de 2006

Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, 23

Vivir el Decálogo significa libertad, el derecho del pobre, la labor de Caritas

La semana pasada estudiamos los números 23 y 24 del Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia que es nuestro libro de texto. Es una obra densa, llena de doctrina, y lo que hacemos en este programa es explicarlo, basándonos, ante todo, en los documentos que el mismo Compendio utiliza como fundamento. Los números 23 y 24 nos explican que los 10 Mandamientos, son el camino para hacer realidadlos planes que el Creador se propuso con nosotros. ¿Cómo así? Pues, como sabemos, Dios nos creó a imagen suya, pero esa imagen se puede desvanecer y borrar, porque el Creador nos hizo libres; el ser humano, puede comportarse de manera distinta a como una imagen de Dios debería. A veces se comenta sobre alguien, que es igualito a su papá, en su modo de hacer las cosas; o al revés, se puede decir de alguien que no se parece en nada al papá… Eso puede pasar con la imagen que somos de Dios… Nuestros rasgos de hijos de Dios se pueden conservar o no…

Es que como hemos visto en nuestro estudio, y lo explica el Cardenal Ratzinger, – hoy Benedicto XVI, – por el pecado original hay una perturbación en la creación. La existencia humana no es como salió realmente de las manos del Creador. Además de tender hacia Dios, hay en nosotros en nuestra naturaleza humana finita, imperfecta, existe una tendencia a apartarnos de Dios. Sentimos una contradicción interna en nosotros; queremos guardar nuestra imagen original, pero al mismo tiempo hacemos las cosas como si quisiéramos romperla.[1] Bueno, Dios nos dejó una ayuda, que nos dice cuál debe ser el camino que debemos tomar, para seguir siendo libres como Él nos hizo. Esa ayuda es el Decálogo. Recordemos nuestra reflexión anterior.

Esto quiere decir que si viviéramos de acuerdo con el Decálogo, seríamos de verdad libres. No estaríamos sometidos a nuestras malas inclinaciones: no habría infidelidades nuestras, ni tendríamos tampoco que temer de parte de los demás: ni asesinatos, ni robos, ni mentiras. También vimos que los mandamientos de la segunda tabla, es decir desde el 4º hasta el 10° mandamiento, señalan el alcance social de Decálogo. Es decir, el compromiso del Pueblo Escogido con sus semejantes. Podemos decir que los 7 mandamientos de la segunda tabla son los mandamientos sociales. Y recordamos, que como Jesús nos enseñó, los 10 Mandamientos se sintetizan en 2: Amar a Dios y amar al prójimo como a nosotros mismos, de manera que el Decálogo se puede condensar en una palabra: Amar.

 

El Derecho del Pobre

 

Encontramos además que, según la Escritura, Dios fue educando a su pueblo, siendo más específico en cuanto al camino que debía seguir, de manera que le enseñó que las relaciones sociales se debían regular, no sólo por el Decálogo, sino además por las normas que siguió enseñándole por medio de sus enviados, en particular a través de los profetas[2]. Así surgió lo que ha sido llamado el “derecho del pobre”, como leímos en Deuteronomio 15,7s. Volvamos a leer estos dos versículos: Si hay junto a ti algún pobre de entre tus hermanos…no endurecerás tu corazón ni cerrarás tu mano a tu hermano pobre, sino que le abrirás tu manoy le prestarás lo que necesite para remediar su indigencia. Y la Ley cobijaba también al forastero, como se lee en Lv 19,33s: Cuando un forastero resida junto a ti, en vuestra tierra, no lo molestéis. Al forastero que reside junto a vosotros, lo miraréis como a uno de vuestro pueblo y lo amarás como a ti mismo; pues forasteros fuisteis vosotros en la tierra de Egipto. Yo Yahvéh, vuestro Dios.

El Nº 23 del Compendio de la D.S.I., que estudiamos en la reflexión anterior, nos explica que Dios no quería que las realidades maravillosas de su amor, como se manifestaron en la liberación de Israel de la esclavitud, en la promesa de una nueva tierra, en la Alianza del Sinaí y la entrega del Decálogo, quedaran sólo para el recuerdo, como una bonita historia para transmitir a las futuras generaciones; ni quería que se redujeran a sólo teorías o leyes escritas, sino que se debían concretar en el modo de vivir de la sociedad israelita, practicando la justicia y la solidaridad.

Esta herencia la recibimos en el nuevo Pueblo de Dios. Por eso los derechos del pobre han sido una permanente preocupación de la Iglesia. Tienen, como vemos, sus raíces en la Sagrada Escritura. Dios se reveló como defensor de los pobres; por eso la Ley protegía a los pobres y a los desamparados del país, como leímos en los libros del Deuteronomio y el Levítico.

Los profetas y el Evangelio, defensores de los pobres

 

Los profetas fueron muy claros en su defensa de los pobres. En la Biblia encontramos multitud de discursos de los profetas, en los que denunciaban las injusticias que oprimían y empobrecían a los desamparados. Recordemos como ejemplo al profeta Amós, quien dice en 8,4-7: Escuchad esto los que pisoteáis al pobre y queréis suprimir a los humildes de la tierra, diciendo: ¿Cuándo pasará el novilunio para poder vender el grano y el sábado para dar salida al trigo, achicando la medida y aumentando el peso, falsificando balanzas de fraude, comprando por dinero a los débiles y al pobre por un par de sandalias, para vender hasta las ahechaduras[3] del grano? Lo ha jurado Yahvéh por el orgullo de Jacob: “Jamás he de olvidar todas sus obras”.[4] [5]

El Evangelio está lleno de ejemplos del amor misericordioso de Jesús por lo pobres. En la descripción del Juicio[6], Jesús fue categórico; nos dijo que en el Juicio Final la manera como hayamos tratado a los pobres, a los desposeídos, a los hambrientos, será definitiva en nuestro destino final, pues nos dirá: “cuanto hicisteis a estos hermanos míos, más pequeños, a mí me lo hicisteis”…”Venid, benditos de mi Padre, recibid la herencia del Reino preparado para vosotros desde la creación del mundo. Porque tuve hambre y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; era forastero y me acogisteis; estaba desnudo y me vestisteis…”. Y además dirá el Señor otras palabras terribles: “cuanto dejasteis de hacer con uno de estos más pequeños, también conmigo lo dejasteis de hacer”. Apartaos de mi, malditos, al fuego eterno preparado para el Diablo y sus ángeles. Porque tuve hambre, y no me disteis de comer…”

La Iglesia comprendió desde el comienzo, que su acción por los pobres tiene que ser prioritaria, y que el compartir los bienes con los necesitados, tiene que ser característica del cristiano. Recordemos la imagen que de las primeras comunidades cristianas, nos guardan los Hechos de los Apóstoles; nos describen comunidades regidas por el amor: Todos los creyentes vivían unidos y tenían todo en común; vendían sus posesiones y sus bienes y repartían el precio entre todos, según la necesidad de cada uno[7].

San Pablo y la ayuda a los necesitados

 

En la segunda carta a los Corintios, en los capítulos 8º y 9º, encontramos la doctrina cristiana sobre la ayuda a los necesitados, como San Pablo la explicó a esas comunidades, recién nacidas a la fe. Recordemos que la comunidad de Jerusalén pasaba entonces por momentos difíciles de pobreza y San Pablo organizó una colecta en su favor. Alaba el Apóstol el desprendimiento de los Macedonios, quienes por lo visto fueron especialmente generosos a pesar de su propia pobreza, porque de ellos dice en esa carta: “probados por muchas tribulaciones, su rebosante alegría y su extrema pobreza han desbordado en tesoros de generosidad[8] San Pablo organizó una verdadera campaña, por lo que se lee a comienzos del capítulo 9º de la segunda carta a los Corintios: y los argumentos con que los animó a la generosidad nos deben inspirar también a nosotros. Leamos algunos versículos de este capítulo 9: (…)”El que siembra escasamente, escasamente cosecha; y el que siembra a manos llenas, a manos llenas cosecha. Cada cual dé según el dictamen de su corazón, no de mala gana ni forzado, pues Dios ama al que da con alegría.[9]

 

El cuidado de los pobres esencial en la cultura cristiana

 

Como hoy se habla tanto de cultura, entendiendo por cultura los rasgos característicos de las costumbres de un pueblo o de una comunidad, podemos decir que la cultura de amor y defensa del pobre, es una cultura bíblica y parte esencial de la cultura cristiana. Es una cultura recibida en las normas ordenadas por Dios al Pueblo Escogido, reafirmada por Jesús en el Evangelio, predicada por los apóstoles y transmitida por toda la tradición y el magisterio de la Iglesia, desde los primeros años. Hace unos días oí, creo que fue en el noticiero de Radio Vaticano, que una dificultad que las organizaciones caritativas de la Iglesia han encontrado en el Oriente Medio, para ayudar a las familias azotadas por la violencia y el terrorismo, es que en el islamismo no existe esta cultura cristiana de ayudar al pobre. Es herencia cristiana, la caridad, como Jesucristo nos la enseñó, y herencia del Pueblo Judío que la recibió primeramente en el Decálogo.

¿Qué decían los Padres de la Iglesia?

 

Es importante recordar algo sobre los Padres de la Iglesia y su defensa de los pobres, desde los primeros siglos del cristianismo. Los Padres de la Iglesia descollaron por su sabiduría y su conocimiento de la Sagrada Escritura, y en consecuencia, también por haber sido defensores de los pobres y de los oprimidos. Y defensores no sólo de palabra, sino que fueron promotores de instituciones asistenciales, y llevaron a la práctica el Evangelio y la caridad que aprendieron de la primitiva Iglesia, la que aparece en los Hechos de los Apóstoles. Los Padres promovieron la creación de hospitales, de orfanatos, de hospederías para recibir a los peregrinos, y enseñaron un humanismo fundado en Cristo. Respondía así la Iglesia a las necesidades, en cuya solución la sociedad civil era insuficiente.[10]

Como ejemplos de la preocupación de los Padres de la Iglesia por los desamparados y los oprimidos, preocupación que expresaban en su predicación, leamos las palabras de algunos de ellos.

A San Cipriano, quien nació hacia el año 200, y murió mártir el año 257, le preocupaba la presencia de los pobres en la comunidad cristiana, y como solución insistía en la exigencia de la limosna, para que se alcanzara una condición de igualdad entre ricos y pobres. San Cipriano organizó la atención a los enfermos, en la peste que en su época azotó al imperio romano.

San Basilio Magno, nacido hacia el año 330, y San Gregorio Nazianceno, contemporáneo de San Basilio, consideraban en sus homilías que la condición social del pobre no es voluntad de Dios, sino fruto del pecado.

Decían estos santos Padres, que el pobre es pobre por la injusticia, por la maldad, por el egoísmo, por la ambición del hombre que quiere tener siempre más. San Basilio exhortaba a los pobres a que también ellos fueran generosos entre ellos mismos. La experiencia nos dice que los pobres son muy generosos; con frecuencia son más generosos que muchas personas pudientes. Hay ejemplos de pobres que socorren a sus hermanos con una generosidad sin límites.

Los laicos no siempre somos justos con la Iglesia como organización, porque, aunque Iglesia somos todos los bautizados, sin embargo se habla de la Iglesia como si se tratara de algo con lo que no tuviéramos que ver. Critican algunos a la Iglesia porque, dicen, no hace nada por mejorar la situación de injusticia del mundo. No es justa esa apreciación.

La Iglesia no ha logrado cambiar la situación de injusticia, es verdad. Pero no porque no haga nada al respecto. Su papel es enseñarnos el camino, lo que el Evangelio nos dice, y cuántos documentos hay de la Iglesia, documentos que son evangelización, desde los primeros siglos del cristianismo hasta nuestros días. Pero si nos ponemos la mano en el pecho, tenemos que reconocer que no conocemos bien la doctrina de la Iglesia. Sería interesante una encuesta entre los políticos católicos, sobre sus conocimientos de la Doctrina Social de la Iglesia. Yo creo que la mayoría no aprobaría la asignatura. Y es que hay una gran limitante en la difusión de la doctrina, porque a los medios de comunicación que dominan el mundo no les interesa divulgar las enseñanzas de la Iglesia. Pero la Iglesia no sólo predica, lo cual es misión suya, la Iglesia misma practica las obras demisericordia y de qué manera. A cuántos hambrientos ha calmado el hambre la caridad de los fieles católicos, a cuantos desnudos ha vestido el amor de las instituciones de la Iglesia, y a cuántos ancianos acogen los hogares fundados y sostenidos con enorme esfuerzo por comunidades religiosas. Sería interminable la enumeración de las obras de caridad de la Iglesia.

En nuestros días, la Iglesia sigue atendiendo a los pobres a través de las parroquias, de las comunidades religiosas, de los Bancos de Alimentos y de las asociaciones de laicos. Socorre a los inmigrantes, a los desplazados, a los ancianos, practicando así las obras de misericordia.[11]

 

La labor de Cáritas

 

Y la Iglesia no reduce su empeño a estas obras de misericordia, indispensables en un mundo donde tantos hermanos padecen hambre y pobreza extrema. Tiene la Iglesia una organización internacional, que además de atender a los pobres en sus necesidades materiales, trabaja por la justicia. Por ejemplo, Caritas Colombiana, así se llama esta organización, (a propósito no es caritas, sino Cáritas, palabra latina que quiere decir Caridad) -, bueno, Cáritas Colombiana, en unión de las Cáritas de la Región de América Latina y El Caribe, con los miembros del Catholic Relief Services (CRS), que es la Cáritas de la Iglesia en los EE.UU., las Cáritas europeas de Francia, España y del Consejo Episcopal Latinomericano (CELAM), participaron activamente en el Foro Social Mundial, que se realizó este año 2006 en la capital venezolana, por considerarlo un espacio propicio para la reflexión conjunta, para el debate democrático de ideas, la formulación de propuestas y la planificación de acciones orientadas a la globalización de la solidaridad. “Queremos hacer oír nuestra voz y la propuesta de que otro mundo es posible desde el Evangelio, en un espacio donde diversas organizaciones plantean ese otro mundo posible”, anunciaba Cáritas Colombiana.

El propósito de Cáritas, en ese foro celebrado en Venezuela, era sensibilizar sobre la crisis humanitaria que hay en Colombia, y sobre la necesidad de buscar una solución negociada y justa para el conflicto armado colombiano. Esa campaña está cumpliendo ya una primera fase, y en septiembre se lanzó la fase dos que se centrará, sobre todo, en el tema humanitario. Particularmente, en las situaciones de las poblaciones desplazadas, y en la urgencia de que esa crisis humanitaria, que es la tercera más importante del mundo, después de la de Sudán y El Congo, sea conocida también, como la primera crisis humanitaria del hemisferio occidental.

Desde mediados de los años 90, la Iglesia Católica ha sido uno de los actores más importantes de la búsqueda de la paz en Colombia, y en junio de 2004, el Santo Padre, Juan Pablo II, llamó a la Iglesia colombiana a trabajar con prioridad por la paz y la reconciliación. Para la Iglesia en Colombia, el desplazamiento es un problema de humanidad, un estado de emergencia social, tragedia nacional e indiferencia general.

La Conferencia Episcopal de Colombia, desde el secretariado Nacional de Pastoral Social, y su sección de Movilidad Humana, en asocio con la Consultoría para los Derechos Humanos y el Desplazamiento, presentó al país el primer informe de avance, sobre la crisis humanitaria y el desplazamiento. Ese primer resultado fu publicado y lanzado en el marco de la Asamblea Plenaria del Episcopado, para reafirmar el compromiso y la preocupación que la Iglesia mantiene permanentemente por esta situación.

El compromiso y muchos esfuerzos de la Conferencia Episcopal, se dirigen a mitigar las necesidades fundamentales de la población que atiende, y que por lo general no están satisfechas. Para ello se realiza cada año en todo el país, la Campaña de Comunicación Cristiana de Bienes, que es un compromiso y mandato evangélico que debe llevarnos a dar un nuevo impulso a esta colecta, porque el hecho de que la situación sea muy difícil, no puede frenarnos el ímpetu de hacer todos los esfuerzos posibles, para recobrar la Humanidad en nuestro país. Así piensan nuestros obispos.

El lema de la Campaña de Comunicación Cristiana debienes es: Compartir con Alegría, para ayudar a las víctimas de desastres naturales, de la violencia o del desplazamiento forzado. Recordemos que, como San Pablo decía en su colecta por los pobres de Jerusalén, Dios ama al que da con alegría. La Campaña se realiza desde 1982 y es coordinada por el Secretariado Nacional de Pastoral Social de la Conferencia Episcopal de Colombia. En época de cuaresma, desde el miércoles de ceniza hasta el domingo de Resurrección, nos invitan a ser generosos en esta colecta en todo el país.

¿Qué se hace con el dinero de esta colecta? Un punto muy importante es que con ella se contribuye a la formación de la conciencia solidaria. Además, esta colecta permite enfrentar con mayor humanidad y eficiencia, la situación de los hombres, mujeres, niños y ancianos que viven diariamente situaciones de pobreza y marginación.

También ese dinero ayuda a mantener el fondo nacional de emergencias, que está activo durante todo el año. Este fondo se alimenta de los aportes que son manifestación de nuestra solidaridad y se destina a atender las innumerables víctimas que año tras año dejan en nuestro país los desastres naturales, las víctimas de la guerra y del desplazamiento forzado.

El 80% de la colecta se destina a programas de atención en cada una de las Diócesis: comedores infantiles, ollas comunitarias, programas de capacitación para el trabajo y formación de empresas familiares, proyectos de trabajo asociado, vivienda y bancos de alimentos.

El 20% restante entra al Fondo Nacional de Emergencias, para atender situaciones imprevistas causadas por fenómenos naturales como inundaciones, terremotos, avalanchas o por acciones violentas del hombre, como es el desplazamiento forzoso.

Así vive la Iglesia la predilección del Evangelio por los pobres. Y es que la doctrina que hemos recibido desde la Biblia, no se puede quedar en teoría, hay que volverla vida. Oficialmente, la Iglesia responde por nosotros, hasta donde nuestro desprendimiento lo permite. Lo que se alcance a hacer depende de nuestra generosidad.

Para soluciones de fondo hace falta también la acción directa de los políticos y los empresarios. Infortunadamente hay muchos políticos y empresarios cristianos, que son católicos de bautizo y entierro, porque no viven su fe en la vida diaria. Si siguieran la doctrina social de la Iglesia, no habría tantos pobres ni tanta corrupción; no se aprobarían leyes injustas, ni se cerrarían puestos de trabajo, para obtener mayores ganancias, a costa del sufrimiento de tantas familias.

En los comienzos de la Iglesia, la predicación insistía en particular, en reconocer el origen común de todos los hombres, hijos del mismo Padre, y el deber de los ricos, no sólo de compartir con el pobre, sino de cambiar la condición de pobreza del pobre. Este punto es muy importante; no se puede reducir la acción, a aliviar una situación de pobreza de modo temporal, sino que tiene que haber un esfuerzo por cambiar la situación misma de pobreza.

A las dificultades de siempre, se suma otra, y es la globalización, porque lo que se haga en un solo país, se desvanece frente a las políticas económicas generales, que se preocupan solo del crecimiento económico, aunque solo favorezca a los que más tienen y siga aumentando la pobreza. Las leyes del mercado mandan, porque el hombre no les pone límites. Y habría que ponerles límites universales; no sé soluciona nada con sólo límites en un país, que pronto quedaría aislado y por lo mismo en situación desventajosa. Los pobres serían de nuevo los perdedores.

Volviendo a los Padres de la Iglesia, el P. Mifsud, en su ya citado libro Moral Social, dice que el pensamiento social de los Padres se puede resumir en esta afirmación audaz: la riqueza pertenece a los pobres, ya que el poseedor de la riqueza es tan solo un administrador que tiene el deber de compartir con el necesitado. Es decir que el derecho de los pobres pone un límite a la propiedad.

 


[1] Cfr. Reflexión 8, de marzo 23, 2006 y Ratzinger, Dios y el Mundo, Pg. 43

[2] Según algunas tradiciones judías, la Torá contiene 613 preceptos o mandamientos, aunque a los no judíos obligarían sólo los 10 mandamientos entregados a Moisés.

[3] Ahechaduras, son los residuos que quedan después de cribar y aventar el trigo y la cebada. La cascarilla.

[4] Tony Mifsud, S.J., Moral Social, CELAM, Bogotá, 1998, Pg. 157

[5]  Me llamó mucho la atención el siguiente recuerdo del historiador Eric Hosbawm, judío, exmilitante del partido comunista,en “Años Interesantes Una vida en el siglo XX”, Pg. 10, cuando estudiaba en King’s College. Dice: Irónicamente, el deán de la capilla del King´s College me hizo leer un fragmento del libro de Amós, lo más parecido a un discurso de militancia bolchevique en el Antiguo Testamento. Lástima, no cita el pasaje de Amós.

[6] Cfr. Mt 25, 31,46

[7] Hechos, 2 44s

[8] 2 Cor, 8,2

[9] Cita allí San Pablo Proverbios 22,8, según la traducción de los LXX

[10] Cfr. Doctrina Social de la Iglesia, manual abreviado BAC, 2002, Pg 19

[11] La información que sigue la he tomado de la página de internet del secretariado de Pastoral Social de la C.E.C.

Reflexión 9, Jueves 30 de marzo, 2006

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Compendio de la D.S.I. Nº 23-24

¿Por qué empezamos por Dios y el hombre?

Para que tengamos siempre claro el camino que vamos recorriendo y no perdamos de vista hacia donde nos dirigimos,recordemos que la Doctrina Social de la Iglesia hunde sus raíces en la Sagrada Escritura,- la Palabra de Dios,- la Tradición y el Magisterio. Tiene pues la D.S.I. un fundamento firme, inconmovible, como es la Palabra de Dios. Lo que estamos estudiando no es sociología ni economía: es moral social, es doctrina. Y la doctrina católica tiene que fundarse en la Sagrada Escritura.

Como hemos visto, la Iglesia, a lo largo del tiempo, ha ido reflexionando, a la luz del Evangelio, sobre la persona humana que vive en permanente relación con otros; que en su desarrollo ha ido conformando grupos, pueblos, naciones. Es decir, el hombre ha ido aprendiendo a vivir en sociedad, porque no fue creado para vivir solo[1], aislado, y sus necesidades se pueden atender mejor con la colaboración de los demás.

En la vida en sociedad surgen sin embargo conflictos de intereses, situaciones en que está comprometido el bien común frente al bien de individuos particulares, momentos en que hay que tomar decisiones que pueden causar dolor a otras personas, en que se pueden poner en juego la justicia y el amor que nos debemos unos a otros. En esas circunstancias se necesita la luz del Evangelio para tomar el camino acertado.

Algo que complica aún más la situación es que, como hemos repetido, la existencia humana no es ahora como salió originalmente de las manos del Creador; no somos buenos con los demás, no siempre somos justos, como deberíamos ser. El “hombre viejo”,del que habla San Pablo, el contradictorio, porque lleva el lastre del pecado, el que necesita conversión, porque no se acomoda a los planes de Dios, -ese hombre, que somos todos,- es el que maneja el mundo. Por eso anda mal…, por eso las injusticias y la falta de amor.

A lo largo de los siglos, la Iglesia ha ido reflexionando sobre la vida del hombre en sociedad, a la luz del Evangelio. Porque no es posible arreglar los problemas de la convivencia humana con sólo las respuestas de las ciencias que consideran al hombre únicamente desde el punto de vista de la biología, de la psicología, de la filosofía, de la economía. Como el ser humano tiene origen divino, esa dimensión, la divina, no se puede ignorar. Para esta situación de un mundo desarreglado, y como fruto de la meditación sobre el hombre y su vida en sociedad, a la luz del Evangelio, la D.S.I. nos ofrece principios de reflexión, es decir bases para orientarnos, criterios de juicio y directrices de acción, para que con esa luz corrijamos el rumbo con fundamento, si nos desviamos.

Recordemos que la Iglesia no puede gobernar a los pueblos; el Papa y los obispos no pueden tomarse los parlamentos ni las jefaturas de gobierno ni las cortes. Eso sería invadir un campo que no le corresponde. Ese es un papel para los laicos, cuya misión es dirigir el mundo civil, el de las leyes y los gobiernos, dirigirlo según los planes de Dios; pero el Magisterio sí tiene, no sólo el derecho, sino el deber, de guiarnos, de mostrarnos cuáles son los planes que Dios se ha propuesto para el hombre.

Y ¿de dónde puede tomar la Iglesia esos principios, criterios y directrices para orientarnos? Necesariamente de la Sagrada Escritura. Es allí donde se encuentran los planes originales, los designios de Dios sobre el hombre y el mundo. Decíamos que no hemos entendido que el verdadero progreso del mundo está en seguir los planes de Dios; que apartarnos de Él no es hacer un mundo mejor, sino al contrario, hacer las cosas al revés de lo que Dios quiere sólo trae oscuridad, más sufrimiento, destrucción, lágrimas…Y el hombre sigue empeñado en cambiar los planes hechos por el mejor diseñador posible.

En la reflexión anterior propusimos la pregunta: “¿Por qué el estudio de la D.S.I. empieza por una reflexión sobre Dios y el hombre?” ¿No sería más práctico empezar con temas concretos, por ejemplo, con la doctrina de la Iglesia sobre el trabajo, sobre el salario justo, sobre la propiedad, sobre la familia o tantos otros? ¿Por qué emplear tiempo empezando, como lo hace el Compendio, con un tema como “la acción liberadora de Dios en la historia de Israel”? Es ese un tema que hemos estado estudiando…

Se podría comenzar por temas específicos como los que acabamos de enumerar, pero como se trata de una presentación completa,- en cuanto es posible,- de la D.S.I., hay que poner cimientos, no edificar en el aire. La base de la D.S.I., como hemos visto, es la dignidad de la persona humana, criada a imagen de Dios; es la relación del hombre con su Creador. Eso es lo que hemos venido haciendo: reflexionando sobre esas realidades maravillosas que nos hacen comprender el amor inefable de Dios con el hombre, sobre el cual se construye la Doctrina Social Católica.

Dios se vino a vivir con nosotros

Hemos visto que el hombre busca a Dios desde lo más hondo de su ser y que Dios no se le esconde; al contrario, toma la iniciativa de presentársele, de hacer una Alianza de amor con él, escogiendo a un Pueblo, al que hace la promesa de una tierra que hará suya, y le enseña el Decálogo, que es el camino para vivir una vida verdaderamente humana, de acuerdo con los planes divinos… Ese fue el camino que Dios escogió para meterse en la historia de la humanidad y esa estrecha relación con nosotros la culminó tomando nuestra carne y naciendo de una mujer, en la persona de Jesucristo.

En el programa pasado reflexionamos sobre la elección del Pueblo de Israel, una elección gratuita, sin merecimientos de ese pueblo. Dios lo escogió por amor, y lo liberó de la esclavitud, le propuso una Alianza que el Pueblo escogido aceptó y se comprometió a guardarla. Y recordamos que esa Alianza, que fue iniciativa de Dios, tomó forma en el Sinaí, con la entrega de los 10 Mandamientos.

El significado de los 10 Mandamientos

Una oyente me pidió que repitiera hoy por qué los 10 Mandamientos tenemos que verlos desde el punto de vista positivo, y no como una lista de prohibiciones, que es como mucha gente los ve. Es un asunto muy importante que nos conviene a todos repasar.

Veíamos que tanto el Compendio de la D.S.I. como el Catecismo, nos explican que “Las diez palabras”, como también se llama a los 10 Mandamientos en la Biblia, expresan las implicaciones de la pertenencia a Dios; pertenencia que se estableció con la Alianza. Igual a lo que sucede cuando uno hace una Alianza con alguien, por ejemplo, cuando se compromete con la esposa o el esposo en el matrimonio o con una organización con la que de veras tiene sentido de pertenencia o cuando se convierte en ciudadano de un país; esa alianza, esa pertenencia no es puramente externa, sólo para lucir un anillo, un escudo o un uniforme; esa Alianza, ese compromiso tiene consecuencias, tiene implicaciones: amor y fidelidad, seguir las leyes, las normas o reglamentos, los estatutos, la Constitución. Así, los 10 Mandamientos expresan de parte del Pueblo que los recibe, la respuesta a la iniciativa amorosa del Señor. Es reconocimiento, homenaje a Dios y culto de acción de gracias, dicen el Catecismo y el Compendio. Y continúan con esta frase, muy importante: Es cooperación con el designio que Dios se propone en la historia.[2]

Hemos hablado varias veces de los planes de Dios, del designio de Dios, del hombre y el mundo como Dios los quiso. Al aceptar el Decálogo, el Pueblo dice a su Señor, que acepta el diseño que el Creador se propuso, y que lo va a ejecutar. Eso sería vivir de acuerdo con el Decálogo.

Yo creo que no pensamos mucho en este significado de los 10 Mandamientos: si los cumplimos, hacemos posible la realización de los planes de Dios sobre nosotros. Si la humanidad siguiera el derrotero de los 10 Mandamientos, qué distinto sería el mundo: una humanidad, según los planes de Dios.

Y dice también el Compendio, que Los diez mandamientos, que constituyen un extraordinario camino de vida e indican las condiciones más seguras para una existencia liberada de la esclavitud del pecado, contienen una expresión privilegiada de la ley natural.

Nos enseñan los 10 Mandamientos, al mismo tiempo, la verdadera humanidad del hombre. Ponen de relieve los deberes esenciales y, por tanto indirectamente, los derechos fundamentales inherentes a la naturaleza de la persona humana.[3]

Los 10 Mandamientos connotan la moral humana universal. Recordados por Jesús al joven rico del Evangelio (cf Mt 19,18), los diez mandamientos “constituyen las reglas primordiales de toda vida social.”[4]> Eran palabras del Catecismo y del Compendio de la D.S.I.

El decálogo expresa los principios éticos y religiosos universales, una ética básica. Es una orientación para llevar una vida verdaderamente humana. Si alguna persona nos dice que no está de acuerdo con los 10 Mandamientos porque no le gustan las prohibiciones, le podríamos preguntar cuál de los Mandamientos que son prohibiciones se debería quitar, para que fuéramos más libres, y al mismo tiempo más humanos; cuál de los mandamientos sobra para que se respete mejor la dignidad del hombre. ¿Es que sobra alguno? ¿Sería mejor el mundo, y la vida más grata y más humana, si se aboliera alguno de los 10 Mandamientos? Empiezan por NO: NO matarás, NO cometerás adulterio, NO robarás, No darás falso testimonio contra tu prójimo, y el 10º, en la redacción de Ex 20,17: No codiciarás la casa del prójimo, ni codiciarás la mujer de tu prójimo, ni su siervo, ni su sierva, ni su buey, ni su asno, ni nada que sea de tu prójimo.

En la anterior reflexión citamos a Juan Pablo II en su encíclica El Esplendor de la Verdad, donde explica por qué la Iglesia defiende con tanta firmeza las normas éticas universales. Y nos dice que es en defensa de la verdadera libertad del hombre; que lo que se defiende, sin concesiones ni compromisos, es la dignidad personal del hombre, y debe considerarse camino y condición para la existencia misma de la libertad.

Citamos a este propósito, las palabras del predicador de la Casa Pontificia, el P. Cantalamessa y también las palabras de Benedicto XVI. El P. Cantalamessa decía que El hombre moderno no comprende los mandamientos; los toma por prohibiciones arbitrarias de Dios, por límites puestos a su libertad. Pero, –decía el Padre Cantalamessa,- los mandamientos de Dios son una manifestación de su amor y de su solicitud paterna por el hombre.«Cuida, es decir, preocúpate por, – practicar lo que te hará feliz» decía el Padre citando el Deuteronomio (Dt 6,3). Éste, -que nos haga felices,- y no otro, es el objetivo de los 10 Mandamientos. Hasta allí el predicador pontificio.

Y Benedicto XVI en su homilía del domingo 19 de marzo, nos dijo que Si se miran los 10 Mandamientos en profundidad, son el medio que el Señor nos da para defender nuestra libertad tanto de los condicionamientos internos de las pasiones como de los abusos externos de los malintencionados. Y añadió: Los «no« de los mandamientos son otros tanto «sí» al crecimiento de una auténtica libertad.

Es muy interesante esa observación; como quien dice, los 10 Mandamientos nos ayudan a defender nuestra libertad: defenderla, primero, de nosotros mismos, para que no acabemos siendo esclavos de nuestras pasiones, y además nos defienden de los abusos externos de los malintencionados. Si los Mandamientos que empiezan por un NO, no nos recordaran que no debemos hacer ciertas cosas, caeríamos más fácilmente en ellas, y acabaríamos siendo esclavos de conductas que cuesta luego mucho erradicar, para volver a sentirnos libres, y a su vez, si los demás siguen el camino de los 10 Mandamientos, respetarán a nuestro cónyuge y nuestros bienes y nuestra honra y nuestra vida. El Decálogo nos defiende de nosotros mismos y de los abusos de los demás.

Si recorremos el Decálogo, encontramos que los tres primeros Mandamientos nos recuerdan que tenemos un Padre, Dios, nuestro Creador, a quien debemos respeto y adoración, y los de la segunda tabla, desde el 4º al 10ª, nos hacen pensar en nuestra propia dignidad, en nuestra vocación a la amorosa comunión con las demás personas, y nos descubren las exigencias de la justicia, conforme a la sabiduría divina. Es el Decálogo una expresión del amor de Dios por el hombre. Dios no sólo nos creó a su imagen, sino que nos indica cómo conservar la belleza de esa imagen. Y Jesucristo nos enseñó que los mandamientos se sintetizan en amar a Dios, – los de la primera tabla,- y amar a los demás como a nosotros mismos, los de la segunda tabla. De manera que el Decálogo se sintetiza en una palabra: Amor.

¿Es negativo el 6º Mandamiento?

Uno de los mandamientos que no pocos quisieran ver desaparecer es el 6º. ¿Es posible ver también desde el lado positivo este mandamiento? Por su puesto que sí, veamos: el 6º mandamiento, que como los otros 9, tiene que ver con el amor. “No cometerás adulterio”, es la formulación que aparece en el Éxodo. Es muy claro que ese mandamiento nos defiende tanto de los condicionamientos internos de nuestras pasiones, de nuestras tendencias pecaminosas  como de los abusos externos de los malintencionados. Allí no hay duda del lado positivo. Pero este mandamiento va más allá, no se refiere sólo al respeto a nuestra mujer y a la del prójimo; tiene que ver con la sexualidad, que, como el cuerpo, es un regalo de Dios, es parte del diseño divino del hombre; el 6º mandamiento nos enseña que el ser humano no es sólo cuerpo sino también espíritu. Tenemos que aprender a llevar una vida que incluya al cuerpo y al espíritu. Sólo así funcionamos completos.

Tal vez la mejor manera de explicar lo positivo del 6º mandamiento, es tomar las palabras de Benedicto XVI en su encíclica “Dios es Amor” y también en el libro “Dios y el Mundo”. En el Nº 5 de la encíclica dice: Hoy se reprocha a veces al cristianismo del pasado (el) haber sido adversario de la corporeidad y, de hecho, siempre se han dado tendencias de este tipo. Pero el modo de exaltar el cuerpo que hoy constatamos resulta engañoso. El eros, degradado a puro «sexo», se convierte en mercancía, en simple «objeto» que se puede comprar y vender; más aún, el hombre mismo se transforma en mercancía. En realidad, éste no es propiamente el gran sí del hombre a su cuerpo. Por el contrario, de este modo considera el cuerpo y la sexualidad solamente como la parte material de su ser, para emplearla y explotarla de modo calculador…Y unas líneas más adelante sigue: nos encontramos ante una degradación del cuerpo humano, que ya no está integrado en el conjunto de la libertad de nuestra existencia, ni es expresión viva de la totalidad de nuestro ser, sino que es relegado a lo puramente biológico.

Es un gran beneficio el de este mandamiento, entonces, pues nos dice: no eres sólo materia, trátate como eres, completo. El Papa sigue allí mismo con estas palabras: La fe cristiana ha considerado siempre al hombre como uno en cuerpo y alma, en el cual el espíritu y la materia se compenetran recíprocamente, adquiriendo ambos, precisamente así, una nueva nobleza.

Ahora bien, como veíamos y repetíamos hoy, la existencia humana no es ahora como salió originalmente de las manos del Creador, por eso, el Santo Padre termina el Nº 5 de “Dios es Amor”, recordándonos que es esa la razón por la que tenemos que seguir un camino de ascesis, de renuncia, de purificación y recuperación. Sí, claro, conseguir esa elevación supone sacrificio, esfuerzo. Pero, ¿qué cosa que de veras valga la pena, se consigue sin esfuerzo?

Con razón el Santo Padre, cuando en enero de este año presentó la encíclica “Dios es amor”, que estaba por salir dijo: La palabra «amor« hoy está tan deslucida, tan ajada y se abusa tanto de ella, que casi da miedo pronunciarla con los propios labios. Y, sin embargo, es una palabra primordial, expresión de la realidad primordial; no podemos simplemente abandonarla, tenemos que retomarla, purificarla y volverle a dar su esplendor originario para que pueda iluminar nuestra vida y llevarla por la senda recta.

Decíamos que también en el libro “Dios y el Mundo”, el entonces Cardenal Ratzinger habló del 6º mandamiento. El periodista que lo entrevistaba le puso el tema, y el Cardenal lo abordó dentro de la misma orientación que luego tendría su primera encíclica, “Dios es Amor”. …”sólo en el matrimonio encuentra la sexualidad su auténtica dignidad y humanización”, dijo entonces. Y el párrafo que sigue[5] es mejor leerlo completo. Dice así:

Indudablemente el poder del instinto, sobre todo en un mundo caracterizado por el erotismo, es formidable, de manera que vincular la sexualidad a ese lugar primigenio de fidelidad y amor se torna ya casi incomprensible. La sexualidad se ha convertido hace mucho en una mercancía a gran escala que se puede comprar. Pero también es evidente que con ello se ha deshumanizado, y supone, además, abusar de la persona de la que obtengo sexo  considerándola una mera mercancía, sin respetarla como ser humano. Las personas que se convierten a sí mismas en mercancía o son obligadas a ello, quedan arruinadas… Con el paso del tiempo, el mercado de la sexualidad ha generado incluso un nuevo mercado de esclavos. Dicho de otra manera: en el momento en que no vinculo la sexualidad a una libertad autovinculante  de mutua responsabilidad, que no la enlazo con la totalidad del ser, surge, por fuerza, la lógica comercialización de la persona.

De manera que el 6º mandamiento nos protege de nosotros mismos, y de los abusos de los demás. Si se rechaza el 6º mandamiento, los resultados los estamos viendo: se convierte a las personas en mercancía, se esclavizan, se recurre al aborto, la infidelidad lleva con frecuencia a la soledad y a la destrucción de familias. La sexualidad alcanza la verdadera altura del destino humano, en el vínculo amoroso de un hombre y una mujer en el matrimonio, que implica unión y fidelidad y que abre el espacio para la familia.

Alcance social del Decálogo

Sigamos ahora nuestro estudio en el Nº 23 del Compendio de la D.S.I., que nos explica el alcance social del Decálogo. Además del compromiso del Pueblo escogido, con Dios, que le ofrece su Alianza, el compromiso se extiende también a la relación del hombre con sus semejantes. Dice así el Compendio en el Nº 23:

Del Decálogo deriva un compromiso que implica no sólo lo que se refiere a la fidelidad al único Dios verdadero, sino también las relaciones sociales dentro del pueblo de la Alianza. Estas últimas están reguladas especialmente por lo que ha sido llamado el derecho del pobre: “Si hay junto a ti algún pobre de entre tus hermanos…no endurecerás tu corazón  ni cerrarás tu mano a tu hermano pobre, sino que le abrirás tu mano  y le prestarás lo que necesite para remediar su indigencia. (Dt 15,7 y 8).

Todo esto vale también con respecto al forastero: Cuando un forastero resida junto a ti, en vuestra tierra, no le molestéis. Al forastero que reside junto a vosotros, le miraréis como a uno de vuestro pueblo y lo amarás como a ti mismo; pues forasteros fuisteis vosotros en la tierra de Egipto. Yo Yahvéh, vuestro Dios. (Lv 19,33s)

Y termina este Nº 23 del Compendio diciéndonos, que El don de la liberación y de la tierra prometida, la Alianza del Sinaí y el Decálogo, están por tanto, íntimamente unidos por una praxis (una práctica), que debe regular el desarrollo de la sociedad israelita en la justicia y la solidaridad. Nos quiere decir que esas realidades maravillosas del amor de Dios a los hombres, que se manifiestan en la liberación de Israel de la esclavitud, en la promesa de una nueva tierra, en la Alianza del Sinaí y el Decálogo, no se deben quedar en una bonita historia ni en teorías, sino que se deben concretar en un modo de vivir, en una práctica de la justicia y la solidaridad.

Los derechos del pobre, que son una permanente preocupación de la Iglesia, tienen entonces raíces bíblicas, especialmente en los profetas. Dios se revela como defensor de los pobres; y por eso en Israel la Ley protegía a los pobres y a los desamparados del país, como leímos hace un momento en el Deuteronomio y el Levítico. [6]

De ahí que la Iglesia tenga a los pobres como prioridad; sale siempre en su defensa, como estudiamos hace poco en el mensaje del Episcopado con ocasión de las pasadas elecciones.[7] Nos decían en ese documento que en un proyecto político, la disminución de la pobreza tiene que ser un aspecto prioritario; añadían que los pobres deben ser prioridad en las agendas del gobierno y de las instituciones, así como en la mente y en el corazón de todos los colombianos. Ponían de presente los obispos, que la inclusión social requiere del cumplimiento de los derechos a la alimentación, a la educación, a la salud y a la vivienda digna, y exhortaban a los gobernantes y dirigentes sociales a tomar en serio la opción por los pobres.

Esta constante defensa de los pobres era muy explícita en el Documento de Puebla.[8] En el Nº 1217 establece como uno de los criterios pastorales, la preocupación preferencial en defender y promover los derechos de los pobres, los marginados, los oprimidos.

Continuemos con el Nº 24 del Compendio de la D.S.I.

Menciona allí algunas de las Leyes de Israel, que eran orientaciones para que la vida social y económica del Pueblo escogido se inspiraran en la gratuidad, en la generosidad, y en la justicia de Dios. Entre esas leyes estaba la del año sabático, que se celebraba cada siete años y el año jubilar, cada cincuenta años. Esas leyes las encontramos en Éxodo 23, Deuteronomio 15 y Levítico 25. Veamos de qué se trata.

El año sabático se refería al perdón de las deudas.[9] Dice así el libro sagrado: Al cabo de siete años harás remisión. En esto consiste la Remisión. Todo acreedor que posea una prenda personal hará remisión de lo que haya prestado a su prójimo; no apremiará a su prójimo ni a su hermano ni a su hermana, si se invoca la remisión en honor de Yahvéh.

La ley del año sabático no sólo prescribe el perdón de las deudas, sino que ordena que se dejen reposar los campos y se prescribe una liberación general de las personas y de los bienes: cada uno puede regresar a su familia de origen y recuperar su patrimonio, si lo había perdido. Recordemos que era un pueblo en formación, en una época en que era común tener esclavos. En Éxodo 23, 10s[10] se lee: Seis años sembrarás tu tierra y recogerás su producto; el séptimo lo dejarás descansar y en barbecho[11], para que coman los pobres de tu pueblo, y lo que quede lo comerán los animales del campo. Harás lo mismo con tu viña y tu olivar.

La explicación del año del jubileo se encuentra en el capítulo 25 del Levítico. En el versículo 10se lee: Declararéis santo el año cincuenta, y proclamaréis en la tierra liberación para todos sus habitantes. Será para vosotros un jubileo; cada uno recobrará su propiedad, y cada uno regresará a su familia.

Estas medidas tenían una finalidad social: garantizar la estabilidad de una sociedad fundada sobre la familia y el patrimonio familiar.[12] Después de regalar Dios al Pueblo escogido los 10 Mandamientos, que, como vimos, expresan los principios éticos y religiosos universales, una ética básica, una orientación para llevar una vida verdaderamente humana, Dios siguió educando a su pueblo en lo social.

El Compendio de la D.S.I. nos enseña que la legislación que Dios fue dictando al Pueblo de Israel indica que el acontecimiento salvífico del éxodo y la fidelidad a la Alianza  representan no sólo el principio que sirve de fundamento a la vida social, política y económica de Israel, sino también el principio regulador de las cuestiones relativas a la pobreza económica y a la injusticia social. Se trata de un principio que se invoca, para transformar continuamente y desde dentro, la vida del pueblo de la Alianza, para que esa vida se haga conforme al designio de Dios. Dios, a través de sus enviados, los profetas, iba formando a su Pueblo. Claro que era un pueblo recalcitrante, de dura cerviz, por eso le tenían que llamar la atención cuando se apartaba del buen camino y eso era frecuente.

Continúa luego el Compendio que Para eliminar las discriminaciones y las desigualdades provocadas por la evolución socioeconómica, cada siete años la memoria del éxodo y de la Alianza se traduce en términos sociales y jurídicos, de modo que las cuestiones de la propiedad, de las deudas, de los servicios y de los bienes, adquirieran su significado más profundo.

Podemos entonces darnos cuenta, de que estas leyes del año sabático y del jubileo, tienen un carácter social: se basan en una motivación religiosa, pero se orientan hacia una distribución más justa de la riqueza y hacia la libertad como valor supremo. Este tema lo trataremos en la próxima reflexión.


[1] Cfr Gn, 2,18

[2]  Catecismo 2056ss y Compendio Nº 22, Pg. 30

[3]  Catecismo 2070

[4] Juan Pablo II, Encíclica Veritatis Splendor, 9

[5]“Dios y el Mundo”, Pg. 164

[6] Véase Tony Mifsud, S.J., Moral Social, CELAM,2ª edición, Pg. 154

 [7]Esta reflexión se hizo en el mes de marzo de 2006, recién pasadas las elecciones de Congreso en Colombia

[8]  Puebla, La evangelización en el presente y en el futuro de América Latina, III Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, Ediciones Trípode

[9] Tony Mifsud, opus cit. Pg. 156

[10] Lo mismo se lee en Lv 25,3ss

[11] Tierrade labranza que no se siembra durante un tiempo para que descanse.

[12] Biblia de Jerusalén, Lev 25, nota al pie de Pg. 133

Reflexión 8 Jueves 23 de marzo de 2006

Compendio de la D.S.I. Nº 21-22

En la reflexión anterior repasamos el Nº 20 del Compendio de la D.S.I. y alcanzamos a estudiar el Nº 21. Repasemos la sesión anterior, para continuar luego con el Nº 22.

Las maravillas de la naturaleza camino para conocer a Dios

Veíamos que el ser humano busca en lo más íntimo conocer quién es, cuál es su papel en el universo y busca también su origen y un contacto con ese Ser trascendente que lo creó. El ser humano puede acercarse al conocimiento de su Creador por las huellas que Dios dejó en la creación. Las maravillas de la naturaleza son señales, huellas de Dios. Parece que así llegó Abraham a un conocimiento inicial de Dios; por la contemplación de las estrellas. En ese conocimiento elemental de Dios, como sería el alcanzado por una intuición a través de las huellas divinas que se pueden observar en la naturaleza, nos dice el Compendio, que el hombre alcanza a captar también que él ha recibido gratuitamente su existencia; que existe, porque el Creador de todo lo que está a su alrededor le ha comunicado el ser también a él. Y alcanza a vislumbrar algo más; al sentir por experiencia que él no es el único ser sobre la tierra; que con él viven otros que igualmente han recibido el mismo don de la existencia, puede intuir que la creación que lo rodea no es un regalo para él solo, que es también de los demás. Por lo tanto, tiene que administrarla de modo responsable, teniendo en cuenta a los demás. Tiene que administrar la creación, en comunión, – de manera convivial, – es la palabra que usa el Compendio. Es decir como la persona invitada a un banquete con muchos más, convidados también, como él.

Necesitamos a la comunidad pero en la práctica la tratamos mal

 

Como complemento de esta idea inicial sobre el destino universal de los bienes, vimos otro punto que nos explica el Nº 20 del Compendio, y es que la solidaridad, la comunión en que deberíamos vivir, es algo que, en lo más íntimo, todos deseamos y esperamos de los demás, La aceptación universal de esa actitud hacia los otros, se refleja en la llamada Regla de Oro, tomada en el cristianismo del Evangelio según San Mateo 7,12 y que dice: Todo cuanto queráis que os hagan los hombres, hacédselo también vosotros a ellos. Nos dice el Compendio que es tan universal esta regla, que se encuentra en todas las culturas, aunque no se exprese exactamente con las mismas palabras. De todos modos, el sentido que se da a la frase coincide en todas. Como muestra de esta realidad leímos la formulación de la Regla de Oro, en 6 grandes religiones, distintas del cristianismo.

También reflexionábamos, que lo normal debería ser que nos tratáramos bien unos a otros, porque ese es el íntimo deseo en todo ser humano; pero hay una contradicción en la forma como nos comportamos. Por una parte buscamos la solidaridad, y estamos dispuestos a ofrecerla cuando los demás nos necesitan. Pero por otra parte, en la vida diaria buscamos sólo lo que nos conviene, sin tener cuenta si perjudicamos a los demás; y hay continuas guerras por todas partes y la pobreza no cede. Si de verdad fuéramos solidarios, no habría tantos pobres y el mundo viviría en paz.

Comentábamos que esa falta de coherencia, por la cual no vivimos según lo que decimos creer y desear, es la misma de la que habla San Pablo en Rom. 7, 15, cuando dice: Realmente, mi proceder no lo comprendo; pues no hago lo que quiero, sino que hago lo que aborrezco. Esto sucede porque el plan de Dios para el hombre se rompió con el pecado. Por eso el desequilibrio, por eso nuestra contradicción, de ahí nuestra lucha. Y por eso vino Dios en la persona de Jesucristo a recomponer el plan original. El que en nosotros obra en contradicción, es el que el Apóstol llama “el hombre viejo”.

El Cardenal Ratzinger, hoy Benedicto XVI, nos ofrece sobre esta situación de contradicción en que vivimos, una bellísima explicación que leímos en la Reflexión pasada, del libro Dios y el Mundo[1]. Dice allí el Papa que hay una perturbación en la creación. La existencia humana no es como salió realmente de las manos del Creador. Además de la tendencia…hacia Dios, la frena esa otra (tendencia), la de apartarse de Dios. En este sentido, el ser humano se siente desgarrado entre la adaptación original a la creación y su legado histórico. Eso quiere decir que a lo largo del tiempo, el hombre se ha ido apartando del plan original. Podríamos decir que la naturaleza humana tiene un peso, que le impide volar

Continúa el hoy Benedicto XVI que, Si nos examinamos con atención, también observaremos esta paradoja, esta tensión interna de nuestra existencia. Por una parte consideramos correcto lo que dicen los diez mandamientos. Es algo a lo que aspiramos y que nos gusta. Concretamente ser buenos con los demás, ser agradecidos, respetar la propiedad ajena, encontrar el gran amor en la relación entre los sexos que implicará una responsabilidad mutua que durará toda la vida, decir la verdad, no mentir…

Más adelante dice: esta paradoja muestra una cierta perturbación interna en el ser humano que, lisa y llanamente, le impide ser lo que querría ser. Hasta allí el Cardenal Ratzinger.

 

Somos obreros del Reino

 

Como ya vimos en un programa anterior, y lo encontramos en Efesios, 1, 3-23,la realización del plan de Dios será en la plenitud de los tiempos, cuando se dará la unión del mundo entero, de toda la creación, en Cristo, primogénito de toda criatura y centro de la historia. Pero eso no quiere decir que podemos sentarnos cruzados de brazos, esperando inactivos hasta cuando llegue el Reino de Dios. Ya hemos visto que de nosotros, laicos, sacerdotes y religiosos, se espera que seamos instrumentos en la construcción del Reino, que será un Reino de amor. Tenemos que construir el Reino en nosotros mismos, y facilitarlo en los demás. Los obreros que construyen tienen que trabajar, no esperar pasivamente que el Maestro de obra o el arquitecto hagan todo el trabajo.

 

Si uno cree o no en Dios se refleja necesariamente en la manera que uno escoge de vivir

 

Antes de volver sobre el Nº 21, vale la pena confirmar cómo la búsqueda incesante de Dios no es sólo de los hombres de tiempos antiguos. En nuestra época, en que parece hubiera cada vez menos creyentes, la búsqueda de Dios continúa. A veces encontramos gente que dice no creer en Dios, aunque por dentro lo esté buscando y sienta el vacío que quisiera llenar. A mí no se me olvida cómo un médico, ante la muerte de un ser querido me dijo una vez: “Lo envidio a usted que cree. Yo no creo”. Vamos a hacer un paréntesis, para comentar una noticia que la Agencia de noticias Zenit nos ofreció sobre este asunto, el lunes 20 de marzo.

Antonio Monda, un profesor de dirección de cine en la Universidad de Nueva York, crítico de cine y organizador del festival cinematográfico para el Museo de Arte Moderno de esa misma ciudad, y el Museo de Guggenheim, ha escrito un libro que tiene por título, en español: “¿Crees? Conversaciones sobre Dios y la religión”. El título original es en italiano, Tu credi? ¿Tú crees? Ese libro contiene las confesiones públicas de un grupo de personajes, sobre sus convicciones acerca de Dios y la fe.[2]

Es interesante la observación del autor de este libro, quien dice que ¿Tú crees?, es la gran pregunta,y que lo que lo desconcierta es que ya no se hable de ello. Y añade: “Me parece que fue el filósofo católico Jean Guitton quien observó que la fe es un tema del que no se habla  pero que, en realidad, está detrás de cada argumento y en el fundamento de cualquier conversación».

Y continúa la agencia de noticias con esta afirmación, digna de nuestra mayor atención: Dice: Teniendo en cuenta que cualquier opción existencial, artística o política, deriva directamente y de modo imprescindible de la respuesta que se da a la «gran pregunta», Monda ha pedido a sus interlocutores  que respondan con toda honestidad si consideran que Dios existe y cuál es su consecuente opción de vida. Es bueno tener en cuenta que, según el presupuesto del autor, si uno cree o no en Dios se refleja necesariamente en la manera que uno escoge de vivir.

Esta afirmación se relaciona con la del Compendio de la D.S.I., en el Nº 15, donde dice que, La orientación que se imprime a la existencia, a la convivencia social y a la historia, depende, en gran parte, de las respuestas dadas a los interrogantes sobre el lugar del hombre en la naturaleza y en la sociedad. Cuando estudiamos el Nº 15, proponíamos que “la doctrina cristiana, que basa la dignidad del hombre en su origen divino, por ser hijo de Dios, criado a su imagen; que enseña que el amor es el primer mandamiento y que nuestra existencia y el mundo en que vivimos tienen sentido, solo si se orientan a su último fin,  todo esto tiene que marcar nuestra conducta, nuestro estilo de vida, nuestros objetivos, nuestros deseos. No son palabras vanas. Una persona toma caminos distintos en su vida, según crea o no en Dios.

En la situación de cambios fundamentales en la sociedad, por ejemplo en la institución de la familia, con la supuesta defensa de los derechos de los homosexuales, al querer equiparar a esas parejas con las del matrimonio, es importante atender a la afirmación de este profesor de la Universidad de Nueva York. Es una afirmación que está en consonancia con la reflexión del Compendio de la D.S.I. que acabamos de examinar. Volvamos a leer lo que nos dice el autor de “¿Tú crees?: ”cualquier opción existencial, artística o política, deriva directamente y de modo imprescindible de la respuesta que se da a la «gran pregunta». La gran pregunta que él formula es: ¿Tú crees? La elección que hagamos entre las opciones de vida que se nos presenten, depende de la respuesta que demos a esa pregunta. El modo de vida que escojamos, depende de si creemos o no en Dios.

Antes de seguir a ciegas a alguien, tener encuenta qué respuesta da a la “gran pregunta”

Vayamos a la vida práctica; hoy se sigue con demasiada facilidad a personajes de la política, de la farándula, de la radio o de la TV, porque se presentan como tolerantes, defensores de la libertad, inteligentes, o simpáticos. La gente se deja cautivar por el timbre de su voz, por su apariencia física, por la habilidad para argumentar, para preguntar o responder…Qué importante es tener en cuenta, antes de seguir a ciegas a alguien, que la orientación que una persona dé a su vida artística o a su vida literaria o a sus proyectos políticos, está necesariamente influenciada por la respuesta a la gran pregunta de si cree o no en Dios.

Como la actitud de los personajes de nuestra vida pública, no sólo de la política sino también de los medios de comunicación, del arte y de la literatura, su posición como creyentes o no, se va dejando conocer cada vez con más claridad, es bastante previsible lo que podemos esperar de ellos, si en sus actividades tratan de influir en nuestra vida en sociedad. La respuesta a la pregunta de si creen o no en Dios va a marcar, no sólo sus opciones de vida privada, sino que también podemos suponer que, los no creyentes que lleguen a ocupar cargos de influencia, pretenderán construir una sociedad de acuerdo con su posición de no creyentes. No nos engañemos; el comportamiento de los intransigentes con la fe, es muy contradictorio; ellos exigen que en política no se tenga en cuenta a Dios, argumentando que vivimos en un país laico y libre, pero si llegan a gobernar, procuran imponer para todos, leyes de acuerdo con su no creencia en Dios. Lo estamos viendo en países como España. Son expertos en aplicar la ley del embudo.

Nos dice la noticia sobre el libro “¿Tu crees?”, que en las conversaciones con esos personajes que aceptaron responder a la pregunta sobre su creencia en Dios, los entrevistados revelaron enfoques muy diversos, que van desde la persona que mantiene un coloquio cotidiano con Dios, pasando por la perplejidad respecto a su existencia real, hasta los convencidos de su total y heladora ausencia. Son palabras del autor, como las presenta la agencia de noticias,

Monda, el autor del libro, reconoce que «ninguna respuesta le ha parecido banal. Y entre las personas que entrevistó nombra a Grace Paley, una judía que se dice atea, pero que afrontó con gran pasión el tema y que, mientras hacíamos el libro,- dice el autor, – empezó a interrogarme, con curiosidad, sobre la fe. Me ha contado también que participa y admira el Catholic-Worker-Movement (Movimiento de Trabajadores–Católicos)».

Puede haber judíos ateos

A algunos les puede parecer raro que haya judíos ateos. Los hay. No siempre hay coincidencia entre ser judío en sentido nacional y en sentido religioso.[3]

«El escritor judío Nathan Englander -sigue revelando el autor del libro- me dijo que besa la Biblia cada vez que la ve, que vive su dedicación a escribir casi como una religión y que, a su juicio, quienquiera que haya escrito la Biblia es Dios. Añade que entre judíos y cristianos hay una especie de íntima coalición  y cuando se le pregunta si existe la vida tras la muerte, responde: “Me inclinaría a pensar que no, pero si me preguntas dónde está mi abuelo, sé que está en el Paraíso”».

El autor cuenta también que «el escritor Saul Bellow dice creer  pero que no quiere molestar a Dios. Por ello confiesa que reza pero que considera la oración como una acción de gracias por la existencia».

«El poeta, dramaturgo, pintor y premio Nobel, Derek Walcott, admite creer y rezar sólo cuando está necesitado».

Las respuestas más sólidas,- según el entrevistador,- las dio el premio Nobel Elie Wiesel, quien, como creyente judío, afirma que «la ausencia programada de un Dios, o por lo menos  la ilusión  de combatir su presencia, lleva sistemáticamente al horror».

«En este sentido Wiesel asegura que “los horrores del siglo que acaba de pasar,  han sido perpetrados por una dictadura pagana como el nazismo, o atea como el comunismo”».

Wiesel confiesa que él, que es judío, debe a un católico ferviente, que se declaraba enamorado de Cristo, François Mauriac, «el haberse convertido en escritor».

El camino del sufrimiento

Es interesante confirmar que el sufrimiento muchas veces es el camino que, o lleva a la fe en Dios o la confirma. Wiesel, como el conocido Víctor Frankl, pasó por la dolorosa experiencia de los campos de concentración nazis. En Auschwitz, donde Wiesel estuvo confinado con su familia, murieron su mamá y una hermana. Él sobrevivió, lo mismo que su padre, quien murió al poco tiempo de su liberación. Después de la Guerra, Elie Wiesel estudió en París, y más tarde fue periodista. Durante una entrevista, el escritor católico François Mauriac lo persuadió de que escribiera sobre su experiencia en los campos de la muerte. El resultado fue su libro, La Nuit or Night, (La Noche), obra que se ha traducido a más de 30 lenguas. Elie Wiesel es escritor, profesor universitario, luchador por los Derechos Humanos y la paz. En 1986 le fue otorgado el Premio Nobel de la Paz.

La revelación progresiva de Dios

 

Luego de este paréntesis, sigamos con el Nº 21 del Compendio, que nos muestra cómo en respuesta a la inquietud incesante del hombre en busca de su origen y de su destino, Dios toma la iniciativa para entrar en contacto con él.

Recordábamos que Abraham probablemente llegó a un primer conocimiento de Dios por la contemplación del cielo estrellado, y luego, Dios se comunicó directamente con él, como podemos leer en el capítulo 12 del Génesis. Más tarde, con el encuentro de Dios con Moisés, empezó a ser realidadla promesa a Abraham; “de ti haré una nación grande y te bendeciré”, palabras que le había dicho el Señor, y podemos leer en Gen 12,2. El cumplimiento de la promesa se concretó con la escogencia de un Pueblo. Volvamos a leer el Nº 21 del Compendio, que dice así:

Sobre el fondo de la experiencia religiosa universal (…), se destaca la Revelación que Dios hace progresivamente de Sí mismo al pueblo de Israel. Esta Revelación responde de un modo inesperado y sorprendente a la búsqueda humana de lo divino, gracias a las acciones históricas (…), en las que se manifiesta el amor de Dios por el hombre.

Repitamos la reflexión que hace una semana hacíamos sobre esa actuación amorosa de Dios. Decíamos que es Dios mismo quien en la historia se va revelando progresivamente al hombre, con hechos concretos, a través del pueblo de Israel. Dios no se esconde del hombre; a su búsqueda incesante de lo divino, Dios responde al hombre con amor. ¿Cómo responde? Escogiendo a un pueblo afligido, para ayudarle en su aflicción, y así a través de él meterse en la historia de la humanidad y seguir con ella. Un día llegará a la acción inverosímil de encarnarse; se hará como uno de nosotros y se las “ingeniará”, en su creatividad infinita, para quedarse con nosotros hasta el fin del mundo.

¿Por qué escogió Dios al pueblo de Israel?

 

Pero no nos adelantemos, sigamos en el Antiguo Testamento. La misteriosa elección de Israel la hace Dios, no porque se trate de un pueblo poderoso y grande. Uno se puede preguntar ¿Por qué escogió Dios a ese pueblo y no a otro? Eso no estamos en capacidad de saberlo, pero Él nos revela en la Escritura, que la razón fue el amor: el Señor le dijo a Moisés: No os he elegido porque seáis un pueblo especialmente grande. O especialmente importante, ni porque tengáis esta o aquella cualidad, sino porque os amo, por libre elección.”[4]

En la reflexión anterior recordábamos cómo, para que el Pueblo supiera que Dios estaba con ellos, hizo visible su presencia en forma de una nube o de fuego, en el campamento, durante la marcha por el desierto. Los israelitas sentían así que la gloria del Señor llenaba la tienda que Él había pedido le fabricaran como su Morada. Era un Dios cercano, familiar a su Pueblo. En el capítulo 35 del libro del Éxodo, encontramos esa bella historia del amor de Dios, que hace sentir su presencia a su Pueblo. Decíamos que la luz que iluminaba la Tienda en el campamento del pueblo israelita nos recuerda a nosotros la lamparita del Sagrario, que ahora atestigua la presencia real del Señor, en los templos católicos. También nuestros templos, lo mismo que las humildes capillas están llenas de la gloria del Señor por la eucaristía que se reserva en el sagrario.

Con Israel entonces, y con todos los hombres a través del Pueblo escogido, la cercanía gratuita de Dios se manifestó en acciones: en la liberación de la esclavitud y en la promesa de una tierra que Él les donaba. Son acciones históricas, que manifestaron que Dios estaba allí, cercano, con su Pueblo. Hasta allí alcanzó nuestra reflexión anterior.

 

La Alianza fue iniciativa de Dios

Sigamos ahora con el Nº 22 del Compendio, que continúa desarrollando la idea de La Acción Liberadora de Dios en la Historia de Israel  y la cercanía gratuita de Dios. Nos explica el libro, que la acción gratuita de Dios, que fue históricamente eficaz, – como lo atestigua la liberación de la esclavitud, por ejemplo, – está constantemente acompañada por el compromiso de la Alianza. Una Alianza que fue propuesta por Dios; de manera que fue Dios, – otra vez,- quien tomó la iniciativa de convenir la Alianza, y el Pueblo de Israel la asumió, la aceptó, se comprometió a guardarla.

Y esa Alianza, iniciativa de Dios, toma forma en el Monte Sinaí, con la entrega de los 10 Mandamientos.[5] Les sugiero que lean en el Catecismo de la Iglesia Católica, desde el Nº 2056 en adelante, la explicación de lo que significa el Decálogo. Esa parte lleva el título: El Decálogo en la Sagrada Escritura. Allí nos explican el profundo amor de Dios, manifestado en ese regalo de los 10 Mandamientos. Porque estamos acostumbrados a ver los 10 Mandamientos sólo como una lista de prohibiciones, y no es eso.

Nos dice el Compendio, siguiendo al Catecismo, que “Las diez palabras”, como también se llama a los 10 Mandamientos en la Biblia, expresan las implicaciones de la pertenencia a Dios, instituida por la Alianza. Es que cuando uno declara una Alianza con alguien, cuando se compromete con la esposa o el esposo, por ejemplo o con una organización con la que de veras tiene sentido de pertenencia o cuando se convierte en ciudadano de un país, esa alianza, esa pertenencia, tiene consecuencias, tiene implicaciones: amor y fidelidad, seguir las leyes, las normas, los reglamentos, los estatutos, la Constitución. Así, los 10 Mandamientos, expresan, de parte del Pueblo que los recibe, la respuesta a la iniciativa amorosa del Señor. Es reconocimiento, homenaje a Dios y culto de acción de gracias, dicen el Catecismo y el Compendio. Y continúan con esta frase, muy importante: Es cooperación con el designio que Dios se propone en la historia.[6] Hemos hablado varias veces de los planes de Dios, del designio de Dios; del hombre como Dios lo quiso.

 

Cumplir los 10 Mandamientos es hacer posible la realización de los planes de Dios

 

Yo creo que no pensamos mucho en ese significado de los 10 Mandamientos: cumplirlos, es hacer posible la realización de los planes de Dios sobre la humanidad. Si la humanidad siguiera el derrotero de los 10 Mandamientos, qué distinto sería el mundo: una humanidad, según los planes de Dios.

Y sigue el Compendio: Los diez mandamientos, que constituyen un extraordinario camino de vida e indican las condiciones más seguras para una existencia liberada de la esclavitud del pecado, contienen una expresión privilegiada de la ley natural.

Nos enseñan al mismo tiempo la verdadera humanidad del hombre. Ponen de relieve los deberes esenciales y, por tanto indirectamente, los derechos fundamentales inherentes a la naturaleza de la persona humana.[7]

Los 10 Mandamientos connotan la moral humana universal. Recordados por Jesús al joven rico del Evangelio (cf Mt 19,18), los diez mandamientos “constituyen las reglas primordiales de toda vida social.”[8] Estas últimas palabras las toma el Compendio, de la encíclica Veritatis Splendor, El Esplendor de la Verdad, de Juan Pablo II en el Nº 97.

 

¿Qué son los 10 Mandamientos?, ¿qué significado tienen?

 

De manera que, en resumen, ¿qué son los 10 Mandamientos?, ¿qué significado tienen? Nos dice el Compendio que los 10 Mandamientos expresan las implicaciones de la pertenencia a Dios instituida por la Alianza. Expresan también, de parte del Pueblo que los recibe, la respuesta a la iniciativa amorosa del Señor. Es una respuesta que significa reconocimiento, homenaje a Dios y culto de acción de gracias. Seguir en la vida los 10 Mandamientos es cooperar con el designio – con los planes que Dios se propone en la historia. Y además: Nos enseñan la verdadera humanidad del hombre. Ponen de relieve los deberes esenciales y, por tanto indirectamente, los derechos fundamentales inherentes a la naturaleza de la persona humana.[9]

“En el centro, en el evento mismo de la Alianza están enclavadas las “Diez Palabras”, el Decálogo (…): preceptos que expresan los principios éticos y religiosos universales, una ética básica, situada bajo la voluntad de Yahvé (El Decálogo es una) instrucción: (la) orientación para llevar una vida verdaderamente humana, exigida y hecha posible por Dios”.[10]

Es muy importante que comprendamos los 10 Mandamientos desde una visión positiva, y no como si coartaran la libertad. Juan Pablo II en la citada encíclica El Esplendor de la Verdad, nos explica por qué la firmeza de la Iglesia en defender las normas morales universales. Nos dice que esa firmeza Está sólo al servicio de la verdadera libertad del hombre. Y continúa: Dado que no hay libertad fuera o contra la verdad, la defensa (…) sin concesiones o compromisos – de las exigencias absolutamente irrenunciables de la dignidad personal del hombre, debe considerarse camino y condición para la existencia misma de la libertad.

Unas líneas más abajo, dice Juan Pablo II: que estas normas universales, es decir, – El Decálogo, – constituyen el fundamento inquebrantable y la sólida garantía de una justa y pacífica convivencia humana, y por tanto de una verdadera democracia, que puede nacer y crecer solamente si se basa en la igualdad de todos sus miembros, unidos a sus derechos y deberes. Y esta frase que sigue, explica muy bien, por qué, por ejemplo, la Iglesia defiende la vida siempre, sin excepciones: Ante las normas morales que prohíben el mal intrínseco  no hay privilegios ni excepciones para nadie, son las palabras de Juan Pablo II.

Parece que ni el actual Procurador General de la Nación ni el Defensor del Pueblo de Colombia, (los que ejercían el cargo en Colombia en 2006), quienes se han manifestado partidarios del aborto, no comparten estas ideas, y por lo visto tampoco están de acuerdo con estas otras palabras, del mismo Juan Pablo II, quien nos dice que los 10 Mandamientos: protegen la inviolable dignidad personal de cada hombre, ayudan a la conservación misma del tejido social humano y a su desarrollo recto y fecundo. Y añade que En particular, los mandamientos de la segunda tabla del Decálogo…constituyen las reglas primordiales de toda vida social. “No matarás” está en la segunda tabla. Este precepto obliga a todos…En su cumplimiento la Iglesia no puede hacer concesiones.[11] Quien quiera defender al Pueblo no debería defender el aborto, yendo contra los más débiles de la humanidad. Son los que de veras no tienen voz.

 

El hombre moderno no comprende los mandamientos

 

Decíamos entonces, siguiendo el Compendio y las palabras de Juan Pablo II, que el Decálogo, entregado por Dios, también expresa, de parte del Pueblo que lo recibe, la respuesta a la iniciativa amorosa del Señor, y que: Es una respuesta que significa reconocimiento, homenaje a Dios y culto de acción de gracias, y repitamos también con el Papa y con el Compendio, que vivir de acuerdo con los 10 Mandamientos, es cooperar con el designio – con los planes- que Dios se propone en la historia.

 

Los mandamientos, si se miran en profundidad, son el medio que el Señor nos da para defender nuestra libertad


Precisamente en la Eucaristía del domingo pasado,[12] nos leyeron y comentaron la entrega del Decálogo, en Ex 20,1 a17. Hoy no me resisto a traer algo de lo que Benedicto XVI comentó al respecto, lo mismo que algunas palabras del predicador de la Casa Pontificia, el P. Cantalamessa. Empecemos por algunas palabras de este predicador, quien dijo:

El hombre moderno no comprende los mandamientos; los toma por prohibiciones arbitrarias de Dios, por límites puestos a su libertad. Pero los mandamientos de Dios son una manifestación de su amor y de su solicitud paterna por el hombre. «Cuida de practicar lo que te hará feliz»(Dt 6,3): éste y no otro, es el objetivo de los mandamientos .De manera que el objetivo de los 10 Mandamientos, dice el P. Cantalamessa, es hacernos felices. Y Benedicto XVI, también en su homilía en la Misa del 19 de marzo, dijo:

Hemos oído juntos una página famosa del Libro del Éxodo, aquella en la que el autor sagrado relata la entrega a Israel del Decálogo de parte de Dios. Un detalle impacta inmediatamente: la enunciación de los mandamientos está introducida por una significativa referencia a la liberación del pueblo de Israel. Dice el texto: «Yo soy el Señor tu Dios, que te ha sacado de Egipto, de la casa de la servidumbre» (Ex 20,2). El Decálogo, por lo tanto quiere ser una confirmación de la libertad conquistada. En efecto, los mandamientos, si se miran en profundidad, son el medio que el Señor nos da para defender nuestra libertad tanto de los condicionamientos internos de las pasiones como de los abusos externos de los malintencionados. Los «no» de los mandamientos son otros tantos «sí» al crecimiento de una auténtica libertad. Hay una segunda dimensión en el Decálogo que también hay que subrayar: mediante la Ley dada por mano de Moisés, el Señor revela que quiere cerrar con Israel un pacto de alianza. La Ley, por lo tanto, más que una imposición es un don. Más que mandar lo que el hombre debe hacer, ella quiere hacer manifiesta a todos la elección de Dios: Él está de parte del pueblo elegido; lo ha liberado de la esclavitud y lo rodea con su bondad y misericordia. El decálogo es testimonio de un amor de predilección.

 


 

[1]Ratzinger, Dios y el Mundo, Pg. 43

[2] «Tu credi? Conversazioni su Dio e la religione», editorial Fazi. Información tomada en internet, de la agencia Zenit.

[3] Cfr. Hans Küng, El Judaísmo, Pasado, Presente, Futuro, Editorial Trotta, C. Judíos, musulmanes y Futuro del Estado de Israel ,4. ¿Quién es realmente judío?, Pg. 497ss

[4]Cfr. Ratzinger, opus citatutm, Pg. 137, y Deut. 7, 7

[5]Ex 20, 1-17, 34,28, Dt 4,13, 5, 1-22 y 10,4

[6] Catecismo 2056ss y Compendio Nº 22, Pg. 30

[7]Catecismo 2070

[8]Juan Pablo II, Encíclica. Veritatis Splendor 97

[9]Catecismo 2070

[10] Hans Küng, El Judaísmo,, Pg. 55 El subrayado es mío.

[11]Veritatis Splendor 96s, citado en el Mensaje de la Conferencia Episcopal con ocasión de las Elecciones

[12] Esta reflexión se transmitió en el programa del 23 de marzo, 2006

Reflexión 7 Jueves 16 de marzo, 2006

Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia Nº 20 y 21

¿Qué es y qué no es este libro?

Es bueno recordar que el Compendio no es una especie de Código de Leyes. La Iglesia en diálogo con nosotros, nos expone en este libro el mensaje social que el Señor nos dejó en la Escritura, como nos lo han explicado a través del tiempo la Tradición y el Magisterio. Es Doctrina Social. Decíamos que seguir las orientaciones que la Iglesia nos ofrece en el Compendio es muy importante, porque se asegura así la comunión de la Iglesia universal en asuntos fundamentales de la fe cristiana, como es lo que la Revelación nos enseña sobre el hombre y su dignidad, y sus relaciones con los demás. El Compendio recoge de modo sintético toda la doctrina que constituye una orientación segura para nuestra conciencia, cuando tengamos que tomar decisiones que comprometan normas y principios que regulan nuestra vida social y económica. Es una gran ayuda tener un documento como éste, que nos ofrece principios firmes y claros.

De manera que si alguien nos pregunta qué es el Compendio de la D.S.I. le podemos decir que es como el Catecismo de la Doctrina Social de la iglesia; que allí encontramos: principios de reflexión, nos enseña criterios, normas de juicio, directrices para orientar nuestra acción en lo que se relaciona con nuestra vida en sociedad. Y recordemos que lo que nos proponemos en nuestro estudio de la D.S.I., es conseguir el mismo resultado que se propone el Compendio: y es que de este estudio resulte un compromiso con nuestra vocación, – como laicos o como religiosos o sacerdotes, según el estado de cada uno, – un compromiso con el llamamiento que el Señor nos ha hecho, de anunciar el Evangelio al mundo, en especial en lo social. A este respecto recordamos las palabras de Juan Pablo II en su exhortación apostólica Christifideles Laici (Los fieles laicos), quien nos aclara así nuestra vocación: En razón de la común dignidad bautismal el fiel laico es corresponsable, junto con los ministros ordenados y con los religiosos y las religiosas, de la misión de la iglesia. Sabemos bien cuál es la misión de la Iglesia: comunicar la buena nueva.

Nuestro papel particular como laicos en la misión de la Iglesia

Repasemos lo que, sobre el papel particular del laico, nos aclara el Santo Padre Juan Pablo II; dice él, que la dignidad bautismal asume en el fiel laico una modalidad que lo distingue, sin separarlo, del presbítero, del religioso y de la religiosa. Esa modalidad que marca al laico, que lo diferencia del sacerdote y del religioso, es el carácter secular que es propio y peculiar de los laicos. Recordemos lo que habíamos comentado sobre nuestra misión, como instrumentos en la construcción del Reino en el mundo, o utilizando la terminología de Juan Pablo II en Christifideles laici, nuestra misión de ser instrumentos en la obra redentora de Jesucristo, que abarca también la restauración de todo el orden temporal. Como los laicos vivimos en medio del mundo, tenemos el deber especial de influir para que el mensaje llegue al medio en que vivimos. Somos parte de esa viña a la cual nos ha llamado el Señor a trabajar.

Hemos visto que nuestra vocación como laicos, está claramente definida por Juan Pablo II: los fieles laicos,-dice el Papa en Christifideles laici,- «son llamados por Dios para contribuir, desde dentro, a modo de fermento, a la santificación del mundo mediante el ejercicio de sus propias tareas, guiados por el espíritu evangélico, y así manifiestan a Cristo ante los demás, principalmente con el testimonio de su vida y con el fulgor de su fe, esperanza y caridad».(37) De este modo, el ser y el actuar en el mundo  son para los fieles laicos  no sólo una realidad antropológica y sociológica, sino también, y específicamente, una realidad teológica y eclesial. En efecto, Dios les manifiesta su designio en su situación intramundana, y les comunica la particular vocación de «buscar el Reino de Dios  tratando las realidades temporales y ordenándolas según Dios». Por eso los fieles laicos tenemos que intervenir en política, por ejemplo, porque tenemos que ser instrumentos en la instauración del reino de Dios, ordenando las realidades temporales según los planes de Dios.

Como decíamos en un programa anterior, poco reflexionamos sobre la responsabilidad que nos cabe a los laicos en la restauración del orden temporal, es decir en la construcción del Reino. A veces pareciera que los católicos olvidáramos nuestro deber de ordenar las realidades temporales según Dios, cuando ejercemos nuestro derecho a intervenir en política o a ejercer la profesión, cualquiera ella sea o a vivir nuestra vida de familia. Nuestra tarea es ordenar, -en lo que nos toca,- esas realidades del trabajo, de la familia, de la vida en sociedad, según los planes de Dios.

Con frecuencia hacemos comentarios que indican que en lo que se refiere a ordenar las realidades temporales, todo lo esperamos de la Jerarquía. Y resulta que los obispos no están en el Congreso ni son Magistrados de las Cortes ni dirigen la nación desde el poder ejecutivo ni participan en las Juntas Directivas de las empresas ni dirigen los sindicatos. Todos esos cargos los ocupan laicos. Si los laicos no somos sal y luz y levadura, en el medio temporal en el que nos desempeñamos, cómo esperamos que las leyes y las empresas se orienten por la verdad, y sean justas, que las familias sean modelos, que la educación forme en un humanismo integral; en fin, ¿cómo esperamos que lo creado se ordene al verdadero bien del hombre?, en palabras de Juan Pablo II. (Christifideles Laici, 14) Decíamos que, ¿cómo puede el Evangelio iluminar las actividades y las instituciones humanas, si los que las dirigen o las ejecutan no llevan esa luz? Siendo prácticos, por ejemplo: con nuestro voto en las elecciones contribuimos para que nuestra sociedad sea justa o no, para que en ella se defienda a los más débiles, se respete la vida desde la concepción hasta que el Señor quiera, se respete a la familia, como célula vital de la sociedad.

Si no se siguen los designios de Dios, el resultado es la deshumanización del hombre

Como nos enseña el Compendio, la orientación que se imprima a la vida y a la sociedad, depende en gran parte, de las respuestas que se den a los interrogantes, sobre el lugar del hombre en la naturaleza y en la sociedad. Si Dios está ausente de la relación entre los hombres, en el Estado es decir, en el Congreso, en las Cortes, en el Poder Ejecutivo, esa sociedad será muy distinta a una sociedad que se oriente con base en los planes de Dios, que están en la misma moral natural.

Reflexionamos antes sobre el Nº 20 del Compendio, que pone los cimientos teológicos de todo lo que nos explicará luego. Y como son los cimientos, tienen que ser muy firmes. Por eso comienza presentándonos a Dios metido en la historia del hombre. Dios es nuestro principio y nuestro fin, la roca sobre la cual se funda nuestra fe, nuestra doctrina. No podemos prescindir de Él. Algo tan importante como la Doctrina Social, tiene que estar cimentada en Dios. Si se trata del hombre, de las relaciones entre los hombres, de la sociedad, no se puede prescindir de Dios, el Creador del hombre. Dios creó al hombre según unos planes, que si se siguen, conducen al logro de la perfección. Si no se siguen los designios de Dios, el resultado es la deshumanización del hombre. En un programa anterior comentábamos que los agnósticos tratan los problemas del hombre teniendo en cuenta a un hombre incompleto, porque sólo atienden su aspecto biológico y social, y se les olvida el trascendental, que es el que más dignifica al hombre, porque es nada menos que su procedencia divina.

Recordemos una vez más algo que decíamos en una reflexión anterior: «Para conocer al hombre, el hombre verdadero, el hombre integral, hay que conocer a Dios», decía Pablo VI, citando a Santa Catalina de Siena, que en una oración expresaba la misma idea: «En la naturaleza divina, deidad eterna, conoceré la naturaleza mía». Esta cita de Pablo VI es de su Homilía en la última sesión pública del Concilio Vaticano II, el 7 de diciembre de 1969. De manera que no es posible llegar a una comprensión completa del hombre, si no se tiene en cuenta su origen en el Creador, su origen divino y no sólo material.

Decíamos que los creyentes sabemos que Dios está presente y activo en cada momento, en todas las criaturas. De modo que una persona, de cualquier cultura, puede tener una intuición de la divinidad, a través de la creación que lo rodea. Como el ser humano es creado a imagen de Dios, tenemos una especie de conexión con lo divino, porque, como nos explica el Génesis, en la creación del hombre, Dios le insufló su espíritu; le insufló aliento de vida, dice la Escritura. El Cardenal Ratzinger, en el libro “Dios y el Mundo”, dice que: El ser humano lleva el aliento de Dios. Ha sido creado a imagen y semejanza de Dios… Es único. Está en los ojos de Dios y unido a Él de manera especial.”[1]

Si Dios está en todas partes, y el hombre está unido a Él de una manera especial,- porque lleva su aliento, su espíritu,- tiene que ser posible para cualquier persona esa intuición, ese encuentro, con un rasgo de Dios.

Para todo ser humano es posible encontrarse en alguna forma con Dios, que está en todas partes, en toda la creación. No sólo en las maravillas del paisaje aparece en alguna forma el rostro de Dios. Algunas personas alcanzan a verlo en la sonrisa de un niño, en el enfermo a quien ayudan, en el pobre que extiende la mano, en la persona que nos socorre en el momento oportuno. Al fin y al cabo toda persona es imagen de Dios.

El rasgo cracterístico de Dios es la bondad. ¿Lo pueden ver en nosotros?

Vale la pena repetir porque es muy ilustrativa, la explicación que el Cardenal Ratzinger dio al periodista alemán Peter Seewald, sobre la imagen de Dios, en una respuesta a la pregunta ¿Cómo es Dios? El hoy Papa Benedicto XVI, dijo entonces, queél respondería a esa pregunta, diciendo que uno se puede imaginar a Dios, tal como lo conocemos a través de Jesucristo. Cristo dijo una vez: “quien me ve a mí, ve al Padre”. Y explicó:

“… si después analiza la historia de Jesús, empezando por el pesebre, por su actuación pública, por sus grandes y conmovedoras palabras, hasta llegar a la última cena, a la cruz, a la resurrección y a la misión del apostolado (…) entonces uno puede atisbar el rostro de Dios. Un rostro por una parte serio y grande. Que desborda con creces nuestra medida. Pero, en última instancia, el rasgo característico de Él es la bondad; Él nos acepta y nos quiere. Hasta allí la explicación del Cardenal Ratzinger. De modo que si queremos parecernos a Dios, parecernos en algo a Jesucristo, su rasgo característico es la bondad.

El Compendio nos explica en el Nº 20, qué alcanza el hombre a captar en ese encuentro con Dios, en una auténtica experiencia religiosa. Decíamos que cuando el hombre entra en ese contacto, que puede ser fugaz, en una rápida intuición del Ser Trascendente,- de Dios,- alcanza a captar que ha recibido gratuitamente la existencia. Es decir que existe, porque ese Otro, Dios, le ha comunicado el ser. Y como experimenta que él vive con otros que también han recibido el mismo don, alcanza a ver que la creación que lo rodea, no es un don para él solo, y que por lo tanto tiene que administrarla responsablemente, teniendo en cuenta a los demás. Tiene que administrar la creación, en comunión, – de manera convivial -. Es decir como el anfitrión en un convite al que todos están invitados.

Otro punto que nos explica el Nº 20 del Compendio, es que la solidaridad, la comunión en que deberíamos vivir, es algo que todos deseamos y esperamos de los demás, en lo más íntimo, y la aceptación universal de esa actitud hacia los demás, se refleja en la llamada Regla de Oro, tomada en el cristianismo del Evangelio según San Mateo 7,12 y que dice: Todo cuanto queráis que os hagan los hombres, hacédselo también vosotros a ellos. Nos dice el Compendio que es tan universal esta regla, que se encuentra en todas las culturas, aunque no se exprese exactamente con las mismas palabras. De todos modos, el sentido que se da a la frase coincide en todas. Como prueba, leímos la formulación de la Regla de Oro, en 6 grandes religiones además del cristianismo.[2]

Finalmente, reflexionábamos con el Compendio, que lo normal, entonces, debería ser que nos tratáramos bien unos a otros. Eso es lo que está en lo íntimo de todo ser humano; pero hay una contradicción en la forma como nos comportamos. Por una parte buscamos la solidaridad, y estamos dispuestos a ofrecerla cuando los demás nos necesitan. Pero por otra parte, miramos sólo lo que nos conviene, aunque perjudique a los demás. El mundo vive en continuas guerras y la pobreza no cede en el mundo. Si de verdad fuéramos solidarios no habría tantos pobres.

Todos necesitamos sentirnos parte de algún grupo

Vivimos en permanente contradicción: a pesar de esa conducta poco coherente con lo que deseamos, es notoria la necesidad que todos sentimos de ser parte de algo mayor que nosotros. Por eso tenemos un sentido de unión desde niños: entre compañeros de curso, en el colegio y a través de toda la época de estudios, y después, con la organización de asociaciones de exalumnos, por ejemplo. Nos unimos alrededor de un equipo de fútbol, las señoras en reuniones de amigas, todos nos sentimos parte de alguna organización política, de la acción comunal o colaboramos en los grupos apostólicos, cantamos con entusiasmo el himno nacional y buscamos a nuestros compatriotas si estamos en el extranjero. Podríamos decir que nos amparamos detrás de cualquier disculpa para sentirnos parte de una comunidad, pero al mismo tiempo nos destrozamos como si fuéramos enemigos. Recordemos esta reflexión porque es fundamental.

Somos contradictorios. Decíamos que tenemos dentro ese gusano, cuya acción describió San Pablo en Rom. 7, 15, donde dice: Realmente, mi proceder no lo comprendo; pues no hago lo que quiero, sino que hago lo que aborrezco. Es que el plan de Dios para el hombre se rompió con el pecado. Por eso el desequilibrio, por eso nuestra contradicción. Y por eso vino Dios en la persona de Jesucristo a recomponer ese plan.

Estamos en un mundo en crisis, en el cual vivimos en contra de lo que el hombre íntimamente desea, que es la unidad. En lo más hondo del ser humano, parece estar muy arraigada la necesidad de unidad, de integración en todo, empezando por nosotros mismos como personas: quisiéramos que hubiera coherencia entre nuestros pensamientos, creencias y acciones; pero no actuamos conforme a lo que decimos creer; predicamos una cosa y hacemos lo contrario. De nosotros muchas veces podrían decir, lo que Jesucristo dijo de los fariseos: que los demás hagan lo que decimos que se debe hacer, pero que no obren como obramos nosotros. Quisiéramos que también entre nuestras emociones y nuestras creencias hubiera integración; y que esa unión reinara con los demás, en la familia, en el trabajo, en la lucha por lograr el bien común. Pero en la práctica podemos ser disociadores, criticones, que vemos la paja en el ojo ajeno, pero no la viga en el propio. Y si falla la integración las cosas salen mal. Parece que la integración, la unidad de todos y finalmente en Dios, es algo que tiene que darse para que haya finalmente perfección. Mientras llega ese día vivimos en la lucha.

La existencia humana no es como salió de las manos del Creador

Volvimos también al pensamiento del Cardenal Ratzinger, quien expone magistralmente esta situación de contradicción en que vivimos, y leímos unos párrafos de Dios y el Mundo (Joseph Ratzinger, Dios y el Mundo, Galaxia Gutenberg, Círculo de Lectores, Pg. 72s), el libro que hemos citado varias veces. Leamos de nuevo esas líneas porque nadie lo dice mejor que él:

La fe cristiana está convencida de que hay una perturbación en la creación, dice el Cardenal, ahora Benedicto XVI. La existencia humana no es como salió realmente de las manos del Creador. Está lastrada (es decir sobrecargada) con un factor que, además de la tendencia…hacia Dios, también dicta otra, la de apartarse de Dios. En este sentido, el ser humano se siente desgarrado entre la adaptación original a la creación y su legado histórico.

Esta posibilidad, ya existente en la esencia de lo finito, de lo creado, se ha conformado en el curso de la historia. Por una parte el ser humano ha sido creado para el amor. Está aquí para perderse a sí mismo, para darse. Pero también le es propio negarse, querer ser solamente él mismo. Esta tendencia se acrecienta hasta el punto de que – por un lado – puede amar a Dios, pero también enfadarse con él y decir: “En realidad me gustaría ser independiente, ser únicamente yo mismo.”

Continúa así el hoy Benedicto XVI: Si nos examinamos con atención, también observaremos esta paradoja, esta tensión interna de nuestra existencia. Por una parte consideramos correcto lo que dicen los diez mandamientos. Es algo a lo que aspiramos y que nos gusta. Concretamente ser buenos con los demás, ser agradecidos, respetar la propiedad ajena, encontrar el gran amor en la relación entre los sexos  que implicará una responsabilidad mutua que durará toda la vida, decir la verdad, no mentir…

Más adelante dice: esta paradoja muestra una cierta perturbación interna en el ser humano que, lisa y llanamente, le impide ser lo que querría ser. Hasta allí el Cardenal Ratzinger.

Esa desintegración que empieza en cada uno de nosotros, se refleja en las familias, en los grupos en los que trabajamos, se manifiesta en los países, basta ver la violencia entre compatriotas, -se observa en las políticas internacionales, por ejemplo: se proclaman las bondades de la globalización, de los tratados comerciales, de la integración, pero en esos procesos no se tiene en cuenta la equidad, que es tener en cuenta a los otros. Es el individualismo el que se trata de imponer. Afortunadamente, como dice Juan Pablo II en Veritatis Splendor (El Esplendor de la Verdad), las tinieblas del error o del pecado no pueden eliminar totalmente en el hombre la luz de Dios Creador. Por esto, siempre permanece en lo más profundo de su corazón la nostalgia de la verdad absoluta y la sed de alcanzar la plenitud del conocimiento.

La realización del plan de Dios con el hombre, -como ya vimos en una reflexión anterior, y lo encontramos en Efesios, 1, 3-23, – será en la plenitud de los tiempos, cuando se dará la unión del mundo entero, de toda la creación, en Cristo, primogénito de toda criatura y centro de la historia. Pero eso no quiere decir que podemos sentarnos cruzados de brazos, esperando que llegue el Reino de Dios. Ya hemos visto lo que se espera de nosotros, laicos, sacerdotes y religiosos, como instrumentos en la construcción del Reino, que será un Reino de amor.

La iniciativa de Dios para acercarse al hombre

Vamos a seguir ahora con el estudio del Nº 21. Vimos ya queel hombre es capaz de aproximarse a Dios; de llegar a experimentar en alguna forma la presencia de Dios, gracias a que, por ser creado, tiene una conexión especial con el Ser que lo trajo a la existencia, que insufló su espíritu. Ahora en el Nº 21, el Compendio nos muestra, cómo Dios toma la iniciativa para entrar en contacto con el hombre. Recordábamos que Abraham probablemente llegó a un primer conocimiento de Dios por la contemplación del cielo estrellado. Más adelante, Dios se comunicó con él, como podemos leer en el capítulo 12 del Génesis. Y más tarde, el encuentro de Dios con Moisés, fue empezar a hacer realidad la promesa a Abraham,“de ti haré una nación grande y te bendeciré” (Gen 12,2) escogiendo a un Pueblo para meterse en la humanidad. Leamos el Nº 21 del Compendio, que dice así:

Sobre el fondo de la experiencia religiosa universal (…), se destaca la Revelación que Dios hace progresivamente de Sí mismo al pueblo de Israel. Esta Revelación responde de un modo inesperado y sorprendente a la búsqueda humana de lo divino, gracias a las acciones históricas (…), en las que se manifiesta el amor de Dios por el hombre.

De manera que es Dios mismo quien en la historia se va revelando progresivamente al hombre, con hechos concretos, a través del pueblo de Israel. Responde así a la búsqueda incesante de lo divino, de parte del hombre. Dios no se esconde, le responde con amor, escogiendo a un pueblo afligido, para ayudarle en su aflicción y a través de él meterse en historia de la humanidad. Esa misteriosa elección no la hace Dios porque Israel sea un pueblo poderoso y grande. Uno se puede preguntar ¿Por qué escogió Dios ese pueblo y no otro? No estamos en capacidad de saberlo, pero Él nos dice en la Escritura, que la razón fue el amor: el Señor le dijo a Moisés: No os he elegido porque seáis un pueblo especialmente grande. O especialmente importante, ni porque tengáis esta o aquella cualidad, sino porque os amo, por libre elección.”[4] (Deut., 7,7)

Y en el libro del Éxodo, 3,7-8, se lee: Bien vista tengo la aflicción de mi pueblo en Egipto, y he escuchado su clamor en presencia de sus opresores; pues ya conozco sus sufrimientos. He bajado para librarle de la mano de los egipcios y para subirle de esta tierra a una tierra buena y espaciosa; a una tierra que mana leche y miel.

 Dios se acerca gratuitamente a Israel que sufre la esclavitud, porque Él lo quiere. Y, ¿cómo se hace presente Dios? Su presencia se manifiesta por la liberación de la esclavitud. Dios conduce al pueblo a la libertad. La presencia de Dios en medio de su pueblo era permanente, pero se la tenían que recordar con frecuencia a los Israelitas, porque a pesar de sentir de manera palpable que Dios estaba con ellos, que los acompañaba, que los defendía, que los socorría, se olvidaban de Él. Recordemos cómo el Señor ordenó que le fabricaran una tienda, para hacer visible su presencia a los Israelitas.

En el Libro del Éxodo, desde el capítulo 35 en adelante, está la descripción de la fabricación de la que se llama La Morada, la habitación de Dios. Y en el capítulo 40, 34ss se describe cómo Dios tomó posesión de ella: La Nube cubrió entonces la Tienda de Reunión y la gloria de Yahvéh llenó la Morada, dice. Y más adelante continúa: En todas las marchas, cuando la Nube se elevaba de encima de la Morada, los hijos de Israel levantaban el campamento. Pero si la Nube no se elevaba ellos no levantaban el campamento, en espera del día en que se elevara. Porque durante el día la Nube de Yahvéh estaba sobre la Morada y durante la noche había fuego a la vista de toda la casa de Israel. Así sucedía en todas sus marchas.

Es tan amigable la presencia de Dios en medio de su Pueblo. De manera que cuando la Nube se elevaba encima de la tienda, era la señal de que había que continuar la marcha y el Señor seguía con ellos. “Era como si el Señor les dijera: Arriba, levanten el campamento que nos vamos. La nube y el fuego indicaban que Yahvé estaba allí. Como la lamparita del Sagrario, nos recuerda que el Señor está allí realmente presente.

Esa cercanía gratuita de Dios se manifestó, entonces, en la liberación y en la promesa de una tierra que Él les donaba. Son acciones históricas, que manifiestan que Dios está allí, cercano, con su Pueblo.

 


(2)  Cf Reflexión Nº 6

[3]Ratzinger, Dios y el Mundo, Pg. 43

[4]Cita de Ratzinger, ibidem, Pg. 137 Cfr. Deut. 7, 7

Reflexión 6 Nº 20 Jueves 2 de febrero, 2006

Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia Nº 20

 

En estas Reflexiones estudiamos la Doctrina Social de la Iglesia, tomando como libro de texto Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, preparado por el Pontificio Consejo Justicia y Paz. Se ofrece allí una síntesis de las enseñanzas de la Iglesia en materia social, basadas en la Sagrada Escritura, la Tradición y el Magisterio. Es la doctrina oficial.

 

En la reflexión anterior terminamos de estudiar la Introducción del Compendio de la D.S.I., que lleva por título: Un Humanismo Integral y Solidario. Sabemos ahora qué es el Compendio, por qué fue preparado, cómo, por quién y para qué, qué contiene, qué fruto se espera que obtengamos del estudio de la D.S.I. Sobre el cómo y el para qué fue preparada esta obra, hay que destacar, que se presenta por la Iglesia en un espíritu de diálogo; que no es un código le leyes sino que el Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia nos ofrece principios de reflexión, criterios de juicio y directrices de acción, que sirvan de base para promover en nuestras actividades, un humanismo integral y solidario.

 

Bases teológicas de la D.S.I.

 

Empezamos hoy el estudio de la Primera Parte del Compendio. Como primer paso vamos a reflexionar sobre la razón por la cual el Compendio comienza por sentar unas firmes bases teológicas, que es lo que hace este primer capítulo. Veamos:

Los problemas de la convivencia humana, que son un asunto que directamente toca a la doctrina social, no se resuelven teniendo en cuenta solamente las dimensiones biológica y psicológica, del hombre. Hay que tener en cuenta también su dimensión divina. No son suficientes las ciencias como la fisiología y la química, ni tampoco bastan la filosofía ni la sociología ni la psicología ni la economía ni todas ellas sumadas, para encontrar soluciones completas, integrales, a los problemas de la convivencia humana.

Como vimos ya en el ser humano hay una dimensión que trasciende inclusive la de la razón, y es la dimensión en la que el hombre se encuentra con Dios. Creado el hombre a su imagen, y encarnado Dios en la humanidad, -en la persona de Jesucristo,- las relaciones entre los hombres, necesariamente tienen que tener en cuenta el plan de Dios, que se nos ha manifestado por medio de su Palabra, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento. No se puede prescindir de Dios. Por eso, la 1ª Parte del Compendio de la D.S.I., comienza con una cita de Juan Pablo II en la Centesimus Annus, Nº 55, que dice: La dimensión teológica se hace necesaria para interpretar y resolver los actuales problemas de la convivencia humana; y el primer capítulo del Compendio se intitula: El Designio de Amor de Dios para la Humanidad. Designio es lo mismo que propósito, plan. De manera que este primer capítulo nos habla del plan de Dios para el hombre, que, como veremos, es un plan de amor.

 

Se trata de un asunto de enorme alcance. Si alguno piensa que la Doctrina Social de la Iglesia es una cuestión política o sociológica, tiene que ir cambiando de enfoque. La D.S.I. está enmarcada en el campo de la teología moral social, y eso es distinto. Sus fundamentos, porque se trata de doctrina, hay que buscarlos en la Escritura. Por eso aclarábamos desde el principio, que la D.S.I. es la reflexión de la misma Iglesia, a través del tiempo, sobre lo que nos enseña la Palabra, acerca del hombre y de su relación con Dios y con sus hermanos. Esa reflexión de la Iglesia, sobre la doctrina que aparece en la Sagrada Escritura, se nos ha ido haciendo explícita en los escritos y predicación de los Padres y doctores de la Iglesia, en los documentos de los Concilios y de los Papas.

 

Hemos visto también, que, como nos enseña el Compendio, la orientación que se imprima a la existencia, a la convivencia social y a la historia, es decir la orientación que se imprima a la vida y a la sociedad, depende en gran parte, de las respuestas que se den a los interrogantes sobre el lugar del hombre en la naturaleza y en la sociedad. Si Dios está ausente de la relación entre los hombres, esa sociedad será muy distinta a la sociedad que se oriente con base en los planes de Dios.

Empecemos entonces el capítulo 1, que se encabeza con el título El Designio[1] de Amor de Dios para la Humanidad, y se divide en 4 partes. Vamos a ver la 1ª que se llama La acción liberadora de Dios en la historia de Israel.

Como vemos, la doctrina social se fundamenta y se enmarca desde el principio, en el amor de Dios al hombre, como lo encontramos en la Sagrada Escritura. La Iglesia nos ofrece su patrimonio invaluable, que es la Revelación, la Palabra, y en este caso, nos entrega lo que nos dice la Sagrada Escritura sobre el hombre y su relación con Dios y con sus hermanos.

 

Esta primera parte del Compendio es el fundamento de lo que seguirá más adelante. Los cimientos tienen que ser fuertes, de roca, no de arena. Tenemos que acostumbrarnos a entrar a fondo en nuestra doctrina.

Nuestro principal alimento en la vida espiritual es la doctrina. No podemos acostumbrarnos sólo a recetas sencillas. Recuerdo que un jesuita español, nos decía en el colegio,- yo era entonces un niño de primaria,- que a los bebés se empieza por darles alimentos suaves, pero que ha medida que van creciendo, hay que ir dándoles alimentos sólidos. “Tienen que aprender a comer pan con corteza”, decía él[2]; no sólo la parte blandita del pan. En la vida espiritual pasa lo mismo si queremos crecer. No nos dé miedo entrar a lo fundamental de la doctrina, porque si tenemos cimientos sólidos, no nos moverán de allí con palabras necias, ni con aparente sabiduría. No nos dé miedo, que el Espíritu Santo estará allí en nuestra ayuda. Pidámosle que nos acompañe mientras estudiamos la Doctrina Social de la Iglesia, que visite nuestras mentes y las ilumine.

Nuestro Dios es un Dios cercano

¿Cómo llegó Abraham a conocerlo?

 

Empecemos entonces a estudiar el Nº 20 del Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia. La primera parte del primer capítulo, comienza hablándonos de la cercanía de Dios. Nuestro Dios es un Dios cercano; por cierto así nos lo presenta la Escritura. Vamos a leer despacio el Nº 20 del Compendio; es muy bello, pero es denso, no desperdicia palabras. Dice así:

Cualquier experiencia religiosa auténtica, en todas las tradiciones culturales, comporta una intuición del Misterio que, no pocas veces, logra captar algún rasgo del rostro de Dios.

 

Tomemos los elementos esenciales de estas líneas. Vamos a ir despacio, paso a paso, no tenemos prisa. Nos dice el libro que, en cualquier experiencia religiosa auténtica, hay una intuición del Misterio; es decir de Dios. En una experiencia religiosa auténtica, se logra captar algún rasgo del rostro de Dios.

Experiencia religiosa auténtica: Estamos hablando en serio. No se trata de pseudo experiencias religiosas, como tantas que se presentan ahora, y que son sólo un negocio. Una experiencia religiosa auténtica es una vivencia real, no ficticia, en que en alguna forma se siente la presencia de la divinidad. Menciona el Compendio, que esto pude suceder en todas las tradiciones culturales. No sólo se habla de las experiencias religiosas en las tradiciones culturales judías y cristianas. Veíamos hace una semana, que la humanidad a través de la historia, ha expresado por medio de la filosofía, de la literatura, del arte, su preocupación por conocer a fondo quién es y su papel en el universo. Ha tratado siempre de encontrar un sentido a la existencia y al misterio que la envuelve.

 

Parece que así llegó Abraham al conocimiento de Dios. Nuestro Padre en la fe, Abraham, venía de un ambiente religioso enfermo, corrompido-, el mismo de Sodoma y Gomorra-, ambiente difícil, en palabras del Cardenal Martini[3], quien añade que según algunos rabinos, Abraham llegó al conocimiento de Dios mirando el cielo estrellado. Así vivió una profunda experiencia religiosa: comprendió claramente que no son los astros los que deben ser servidos, sino el Dueño de los astros, el que los hizo. Fue una experiencia religiosa de carácter natural, (una) intuición (…) de la trascendencia, de la causalidad, del límite de las cosas, la que lo abrió al sentimiento de Dios.[4]

En la búsqueda de su razón de ser y de su papel en el universo, el hombre es capaz de tener una intuición del Misterio, nos dice el Compendio. Misterio es aquello que no estamos en capacidad de comprender, porque es superior a nuestra inteligencia. Pero nos dicen que puede el hombre tener una intuición del Misterio…

 

Tal vez una comparación nos ayude a entender la magnitud de lo que estamos hablando: cuando uno contempla por primera vez el mar, – esa inmensidad que se pierde en el horizonte, – suele sentir no sólo admiración, sino cierto estupor y hasta miedo, ante la experiencia nueva de no alcanzar a abarcarlo todo con la vista. Con la mirada escudriña uno la lejanía; trata de encontrarle límites, pero se pierde en esa enorme distancia, y en la profundidad que desaparece, porque es insondable a la vista. Un náufrago debe sentir pánico, en alta mar. Uno, habitante de la tierra firme, desde la orilla se asombra ante tanta grandeza, y entra en él con cierta reverencia.

 

Tiene el mar en su inmensidad apenas una lejana semejanza con el Misterio que es Dios, pero en alguna forma nos ayuda a comprender lo que, de lo incomprensible, puede captar nuestra inteligencia. Las comparaciones fallan siempre por algo, no son la realidad, pero es la única manera de imaginarnos en alguna forma a Dios. De esa contemplación natural de la inmensidad del mar, en el hombre puede saltar una chispa, que le permita aproximarse al Hacedor del mar.

 

El Salmo 104, en pura poesía, describe así la acción de Dios

 

¡Yahvé, Dios mío, qué grande eres!

Vestido de esplendor y majestad,

arropado de luz como de un manto,

tú despliegas los cielos lo mismo que una tienda,

levantas sobre las aguas tus altas moradas;-

haciendo de las nubes carro tuyo, -sobre las alas del viento te deslizas,

tomas por mensajeros a los vientos, a las llamas del fuego por ministros.

Sobre sus bases asentaste la tierra, -Inconmovible para siempre jamás.

Del océano, cual vestido, la cubriste,

Sobre los montes persistían las aguas; – Al increparlas tú, emprenden la huída,

De tu trueno a la voz se precipitan,- Y saltan por las montañas, descienden por los valles, -hasta el lugar que tú les asignaste;

un término les pones que no crucen, – porque no vuelvan a cubrir la tierra.

 

En ninguna parte, si no en la Biblia, podemos encontrar descripciones más bellas de los esplendores de la creación,  un reflejo de lo que es Dios. No leímos sino 9 versículos y son 35, del Salmo 104. Leámoslo luego todo, oremos con él.

 

La intuición de Dios en una experiencia religiosa auténtica

 

Y volvamos al Compendio. Nos dice que Cualquier experiencia religiosa auténtica, en todas las tradiciones culturales, comporta una intuición del Misterio, de manera que, no pocas veces, el ser humano logra captar algún rasgo del rostro de Dios.

 

En su búsqueda del sentido de la existencia, el hombre puede llegar a tener una intuición del misterio de la divinidad, porque Dios nos dio esa capacidad de aproximarnos a Él. La intuición de la que hablamos, es como un fogonazo en medio de la noche, una iluminación repentina, instantánea, en la cual, sin necesidad de razonamiento, alcanza el ser humano a captar algún rasgo de Dios. Nos dice el Compendio que en su búsqueda del sentido de la existencia, el hombre puede llegar a tener una intuición del misterio de la divinidad.

Los creyentes sabemos que Dios está presente y activo en cada momento en todas las criaturas. De modo que no es raro que una persona, de cualquier cultura, pueda tener una intuición de la divinidad a través de la creación que lo rodea. Como el ser humano es creado a imagen de Dios, tenemos una especie de conexión con lo divino, porque, como nos explica el Génesis, en la creación del hombre, Dios le insufló su espíritu; le insufló aliento de vida, dice la Escritura. El Cardenal Ratzinger, en el libro “Dios y el Mundo”, dice que: El ser humano lleva el aliento de Dios. Ha sido creado a imagen y semejanza de Dios… Es único. Está en los ojos de Dios y unido a Él de manera especial.”[5]

Si Dios está en todas partes, y el hombre está unido a él de una manera especial, porque lleva su aliento, su espíritu, tiene que ser posible esa intuición, ese encuentro, con un rasgo de Dios. En el salmo 139, 7s se lee:

¿A dónde podré ir –¿ lejos de tu espíritu? – ¿dónde podré huir lejos de tu presencia? Si subo a las alturas allí estás, si bajo a los abismos de la muerte, allí también estás…si tomo las alas de la aurora, si voy a parar a lo último del mar, también allí tu mano meconduce, tu mano me aprehende.

Encuentro con Dios en Jesucristo y en los otros seres humanos

 

No sólo en las maravillas del paisaje aparece en alguna forma el rostro de Dios. Algunas personas alcanzan a verlo en la sonrisa de un niño, en el enfermo a quien asisten, en el pobre que extiende la mano, en la persona que nos da la mano en el momento oportuno. Al fin y al cabo toda persona es imagen de Dios.

Quizás ni es necesario decirlo, pero de todos modos aclaremos, que cuando el Compendio menciona que se logra captar algún rasgo del rostro de Dios, lo dice de una manera figurada. Dios no tiene un rostro como el nuestro. Por eso, para dársenos a conocer, se encarnó y tomó nuestra figura en Jesucristo.

Es muy ilustrativa la explicación que el Cardenal Ratzinger dio al periodista alemán Peter Seewald, sobre la imagen de Dios, en una respuesta a la pregunta ¿Cómo es Dios? El hoy Papa Benedicto XVI, dijo entonces que él respondería a esa pregunta diciendo que uno se puede imaginar a Dios, tal como lo conocemos a través de Jesucristo. Cristo dijo una vez: “quien me ve a mí, ve al Padre”. Y explicó:

(…)” si después analiza la historia de Jesús, empezando por el pesebre, por su actuación pública, por sus grandes y conmovedoras palabras, hasta llegar a la última cena, a la cruz, a la resurrección y a la misión del apostolado (…) entonces uno puede atisbar el rostro de Dios. Un rostro por una parte serio y grande. Que desborda con creces nuestra medida. Pero, en última instancia, el rasgo característico de Él es la bondad; Él nos acepta y nos quiere.

Con esto podemos dejar ya la frase del Compendio sobre la posibilidad de que en todas las culturas, en una auténtica experiencia religiosa, se puede captar algún rasgo del rostro de Dios, que por lo que acabamos de leer del Cardenal Ratzinger, se caracteriza sobre todo por la bondad. Por lo visto el Santo Padre, que es un gran teólogo, tiene muy presente en todo momento que Dios es bondad, que Dios es amor.

¿Qué rasgos de Dios podemos imaginar?

Sabiendo entonces, como creyentes, que uno se puede imaginar a Dios a través de Jesucristo, ¿qué rasgos podemos captar del rostro de Dios? Bien puede ser por la contemplación de la naturaleza, o por la bondad de Dios conocida a través de la bondad de los hombres, de una Madre Teresa, por ejemplo.

De todos modos, será sólo algún rasgo, o algunos rasgos, porque a Dios no lo podemos abarcar del todo. El Compendio nos dice en el Nº 20, que Dios aparece, por una parte, como origen de lo que es, (es decir origen de todo lo que existe), también como presencia que garantiza, a los hombres, las condiciones fundamentales de vida, poniendo a su disposición los bienes necesarios; por otra parte aparece también como medida de lo que debe ser, como presencia que interpela la acción humana,- tanto en el plano personal como en el plano social,-, acerca del uso de esos mismos bienes en la relación con los demás hombres.

Es muy interesante e importante esto. Veamos: en esa intuición de Dios, el hombre puede captar que ese Ser es el origen de lo que es, es decir, que es el origen de él mismo y de todo lo que lo existe. También alcanza a ver que Dios garantiza a los hombres las condiciones fundamentales de la vida, poniendo a su disposición los bienes necesarios. De manera que al tener esa intuición de que fuimos creados por ese Ser, Dios, es posible barruntar también, que no fuimos dejados solos en medio de un desierto. Tenemos toda la creación para nuestra ayuda. Y algo más, nos es posible ver que, Él, Dios, es la medida de lo que debemos ser, tanto en el plano personal como en nuestras relaciones con los demás, acerca del uso de los bienes que pone a nuestra disposición.

Y concluye el Compendio en el mismo Nº 20: En toda experiencia religiosa, por tanto, se revelan como elementos importantes, tanto la dimensión del don y de la gratuidad, captada como algo que subyace a la experiencia que la persona humana hace de su existir junto con los demás en el mundo, como las repercusiones de esta dimensión sobre la conciencia del hombre, que se siente interpelado, – es decir requerido – a administrar convivial y responsablemente el don recibido.

Miremos esto despacio: cuando el hombre entra en ese contacto, que puede ser fugaz, en una rápida intuición del Ser Trascendente,- Dios,- alcanza a captar que ha recibido gratuitamente la existencia. Existe porque ese Otro, Dios, le ha comunicado el ser. Y como experimenta que él vive con otros, que también han recibido el mismo don, alcanza a ver que la creación que lo rodea, no es un don para él solo, y que por lo tanto tiene que administrarla responsablemente, teniendo en cuenta a los demás. Tiene que administrar la creación en comunión, – de manera convivial, – es la palabra que usa el Compendio. Es decir como en un convite al que todos están invitados.

La “Regla de Oro”

Termina el Nº 20 diciendo que hay un testimonio universal de este trato amable, de amigos, que todos esperamos de los demás, y es la aceptación general de la llamada Regla de Oro, que está formulada en el Evangelio de San Mateo, 7,12 y se aplica siempre en las relaciones humanas: Todo cuanto queráis que os hagan los hombres, hacédselo también vosotros a ellos. Esa es la formulación de la Regla de Oro en el Cristianismo.

Es tan universal esta regla, que se encuentra en todas las culturas, aunque no se exprese exactamente con las mismas palabras. De todos modos, el sentido que se da a la frase coincide en todas. Veamos algunos ejemplos: [6]

En el Confucianismo dicen: “No hagas a los demás lo que no quieres que te hagan a ti.”

En el Budismo: Busca para los demás la felicidad que deseas para ti. No hagas daño a los otros con aquello que te hace sufrir a ti.

En el Hinduismo: Todas tus obligaciones están incluidas en esto: No hagas a los demás nada que te haría sufrir a ti si te lo hicieran.

En el Judaísmo: No hagas a los demás lo que te ofende a ti.

En el Islam: Que ninguno de ustedes trate a su hermano como él mismo no quisiera ser tratado. Ninguno de ustedes es un creyente hasta cuando ame para su hermano lo que ama para sí mismo.

En el Taoismo: Mira la ganancia de tu vecino como tu propia ganancia, y la pérdida de tu vecino como tu propia pérdida.

Como vemos, lo normal debería ser que nos tratáramos bien unos a otros. Eso es lo que está en lo íntimo de todo ser humano; pero hay una contradicción en la forma como nos comportamos. Por una parte buscamos la solidaridad y estamos dispuestos a ofrecerla cuando los demás nos necesitan. Pero por otra parte, miramos sólo lo que nos conviene, aunque perjudique a los demás. El mundo vive en continuas guerras.

Es sin embargo notoria la necesidad que todos sentimos, de ser parte de algo mayor que nosotros. De allí el sentido de unión que tenemos desde niños: entre compañeros de curso, en el colegio y a través de toda la época de estudios, y después, con la organización de asociaciones de ex alumnos. Nos unimos alrededor de un equipo de fútbol, de un partido político, de la acción comunal, en los grupos apostólicos, cantamos con entusiasmo el himno nacional y buscamos a nuestros compatriotas si estamos en el extranjero. Podríamos decir que buscamos cualquier disculpa, para sentirnos parte de una comunidad, pero al mismo tiempo nos destrozamos como si fuéramos enemigos.

Somos contradictorios. Sin duda tenemos dentro ese gusano, cuya acción describió San Pablo en Rom. 7, 15, donde dice: Realmente, mi proceder no lo comprendo; pues no hago lo que quiero, sino que hago lo que aborrezco. Es que el plan de Dios para el hombre se rompió con el pecado. Por eso el desequilibrio. Y por eso vino Dios en la persona de Jesucristo a recomponer ese plan.

Estamos en un mundo en crisis, en el cual vivimos en contra de lo que el hombre íntimamente desea, que es la unidad. En lo más hondo del ser humano, parece estar muy arraigada la necesidad de unidad, de integración, en todo, empezando por nosotros mismos como personas: quisiéramos que hubiera coherencia entre nuestros pensamientos, creencias y acciones; pero no actuamos conforme a lo que decimos creer; de nosotros muchas veces podrían decir lo que Jesucristo dijo de los fariseos: que los demás hagan lo que decimos que se debe hacer, pero que no obren como obramos nosotros. Quisiéramos que también entre nuestras emociones y nuestras creencias hubiera integración; y que esa unión reinara con los demás, en la familia, en el trabajo, en la lucha por lograr el bien común. Y si falla la integración las cosas salen mal. Parece que la integración, la unidad de todos y finalmente en Dios, es algo que tiene que darse para que últimamente se llegue a la perfección. Mientras llega el día vivimos en la lucha.

El Cardenal Ratzinger expone magistralmente esta situación de contradicción en que vivimos. Voy a leer unos párrafos de Dios y el Mundo[7], que he citado ya.

La fe cristiana está convencida de que hay una perturbación en la creación, dice el Cardenal. La existencia humana no es como salió realmente de las manos del creador. Está lastrada (es decir sobrecargada) con un factor que, además de la tendencia (…) hacia Dios, también dicta otra, la de apartarse de Dios. En este sentido, el ser humano se siente desgarrado entre la adaptación original a la creación y su legado histórico.

Esta posibilidad, ya existente en la esencia de lo finito, de lo creado, se ha conformado en el curso de la historia. Por una parte el ser humano ha sido creado para el amor. Está aquí para perderse a sí mismo, para darse. Pero también le es propio negarse, querer ser solamente él mismo. Esta tendencia se acrecienta hasta el punto de que por un lado puede amar a Dios, pero también enfadarse con él y decir: “En realidad me gustaría ser independiente, ser únicamente yo mismo.”

Continúa así el hoy Benedicto XVI: Si nos examinamos con atención, también observaremos esta paradoja, esta tensión interna de nuestra existencia. Por una parte consideramos correcto lo que dicen los diez mandamientos. Es algo a lo que aspiramos y que nos gusta. Concretamente ser buenos con los demás, ser agradecidos, respetar la propiedad ajena, encontrar el gran amor en la relación entre los sexos que implicará una responsabilidad mutua que durará toda la vida, decir la verdad, no mentir…

Más adelante dice: esta paradoja muestra una cierta perturbación interna en el ser humano que, lisa y llanamente, le impide ser lo que querría ser.

Esa desintegración que empieza en cada uno de nosotros, se refleja en las familias, en los grupos en los que trabajamos, se manifiesta en los países, basta ver la violencia entre compatriotas; se observa en las políticas internacionales: se quiere globalización, tratados comerciales, integración, pero no se tiene en cuenta la equidad, que es tener en cuenta a los otros. Es el individualismo el que se trata de imponer.

El plan de Dios con el hombre, como hemos visto, y lo encontramos en Efesios, 1, 3-23, se realizará completamente en la plenitud de los tiempos, cuando se dará la unión del mundo entero, de toda la creación, en Cristo, primogénito de toda criatura y centro de la historia. Ya vimos antes lo que se espera de nosotros, laicos, sacerdotes y religiosos, como instrumentos en la construcción del Reino, que será un Reino de amor. Algunos nos acusan equivocadamente a los creyentes, de esperar pasivamente la felicidad sólo en la otra vida. Es verdad que la felicidad completa, eterna, sólo será realidad cuando vivamos la vida definitiva.

Como dice el Catecismo (1024): El cielo es el fin último y la realización de las aspiraciones más profundas del hombre, el estado supremo y definitivo de dicha. Pero mientras tanto tenemos una tarea muy importante en la tierra. El ConcilioVaticano II nos enseña en la Constitución Gaudium et spes, que Cristo Resucitado no sólo despierta el deseo del mundo futuro, sino también el propósito de hacer más humana la vida presente.[8]

Oremos con las líneas finales de la plegaria a la Virgen María, con que Juan Pablo II terminó la exhortación Christifideles laici:

Virgen Madre, guíanos y sosténnos para que vivamos siempre como auténticos hijos e hijas de la Iglesia de tu Hijo y podamos contribuir a establecer sobre la tierrala civilización de la verdad y del amor, según el deseo de Dios y para su gloria. Amén.

 

Fernando Díaz del Castillo Z.

reflexionesdsi@gmail.com


    (1) Diseño: es lo mismo que proyecto, plan, concepción 0riginal de un objeto, es decir es el pensamiento o propósito del entendimiento, según el DRAE

[2] El H. Dimas Huidobro, S.J., en el Colegio de San Francisco Javier, en Pasto

[3]  Carlo María Martini, “Vivir con la Biblia“, Planeta Testimonio, Pg. 19

[4] Ibidem

[5] Joseph Ratzinger, “Dios y el Mundo“, Galaxia Gutenmerg,  Círculo de Lectores, Pg. 72s

[6] Estas formulaciones la he tomado y traducido de Tom Morris, “If Aristotle Ran General Motors”, Henry Holt and Company, New York, Pg.146s

  [7] Ratzinger, “Dios y el Mundo“, Pg. 43

[8] “Gaudium et spes“, 38

Reflexión 5- 09-02-2006

Compendio de la D.S.I. (Nº 13-19)

Objetivos de nuestro estudio

 

Hace una semana vimos lo que se espera como fruto del estudio de la D.S.I., tal como lo propone el Compendio de la D.S.I. a todos los fieles; y le dedicamos un amplio espacio a reflexionar sobre el papel que nos corresponde a los laicos, en la evangelización de lo social. Propusimos que también nosotros asumamos como objetivo de nuestro estudio, el mismo que se propone en el Compendio de la D.S.I.

Y ¿qué es lo que propone? El Compendio dice que de nuestro estudio de la D.S.I. deberá surgir un compromiso nuevo, capaz de responder a las exigencias de nuestro tiempo, adaptado a las necesidades del hombre y a nuestros propios recursos; y sobretodo, deberá surgir el anhelo de valorar, en una nueva perspectiva, la vocación propia de nosotros como laicos. Ese es el planteamiento del Compendio.

En síntesis, el fruto de nuestro estudio debe ser entonces, un compromiso con nuestra vocación como laicos; eso significa buscar el Reino de los Cielos en el manejo de los asuntos temporales, ordenándolos según Dios; y para los sacerdotes y religiosos, un compromiso con su propio llamamiento a anunciar el Evangelio al mundo, particularmente en este caso, en cuanto se refiere a su mensaje social.

 

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 Al servicio de la verdad plena del hombre

 

Continuemos ahora con la lectura del Nº 13, que empieza el título: Al servicio de la verdad plena del hombre. De manera muy bella aclara la Iglesia, que con el Compendio de la Doctrina Social quiere llegar a nosotros en actitud de servicio:

 Este documento es un acto de servicio de la Iglesia a los hombres y mujeres de nuestro tiempo, a quienes ofrece el patrimonio de su doctrina social, según el estilo de diálogo con que Dios mismo, en su Hijo unigénito hecho hombre, “habla a los hombres como amigos, y trata con ellos”.

 

De manera que la entrega de esta obra es un acto de servicio de la Iglesia; y nos entrega ese patrimonio invaluable de su doctrina social, en actitudde diálogo. Toma esas palabras, sobre la actitud de diálogo, de la Constitución Dogmática Dei Verbum del Concilio Vaticano II en el Nº 2; este documento nos recuerda a su vez al Libro del Éxodo, y al Evangelio de San Juan y al profeta Baruc. En esos pasajes nos cuenta la Escritura, en Éxodo 33, 3,11 que Dios hablaba con Moisés cara a cara, como un hombre con su amigo, que Jesús llamó a los apóstoles sus amigos,– en Juan 15, 14s,- que el Verbo,- la Palabra,- se hizo carne, y puso su morada entre nosotros, como dice San Juan en. 1,14 de su Evangelio. Y el profeta Baruc, 3,38 habla de la ciencia, que luego en el Cap. 4 identifica como la Ley, los preceptos, la Palabra de Dios, y dice que apareció en la tierra y entre los hombres convivió. Es que, como nos enseña la primera encíclica de Benedicto XVI, tomando la frase también de San Juan, Dios es amor. Y su Palabra, su doctrina, es amor; el modo de comunicarla, es el de un diálogo entre amigos. El Verbo puso su morada entre nosotros y entró en diálogo con el hombre.

 

Este es el espíritu con que la Iglesia nos ofrece su Doctrina Social. No nos presenta un Código, un listado de normas que debemos cumplir, dictado por legisladores o jueces. La D.S.I. no es otra cosa que su reflexión sobre lo que nos enseña la Palabra acerca del hombre, y sobre su relación con Dios, con sus hermanos y con la naturaleza.

 

Papel de los no católicos y de los no creyentes

 

La Iglesia propone su Doctrina Social a cuantos hombres y mujeres de buena voluntad, están comprometidos en el servicio del bien común, eincluye allí también como destinatarios de su mensaje a los no católicos, y aun a los no creyentes. La Iglesia no hace otra cosa que comunicar el mensaje, la Buena Nueva, que es su patrimonio, a todos los hombres, según el mandato del Señor: Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes... enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado[1]. Ojalá escucharan la Palabra también los no creyentes. Dios nos habló a todos; amplió su pueblo escogido, al hacer extensivo su amor también a los gentiles. Si escuchan la palabra y la ponen por obra, se realizará en ellos el encuentro maravilloso con Jesucristo, por el milagro de la fe.

 

Cierra el Compendio la idea con estas palabras: Inspirándose en la Constitución Gaudium et Spes, también este documento coloca como eje de toda la exposición al hombre “todo entero, cuerpo y alma, corazón y conciencia, inteligencia y voluntad”. En esta tarea, no impulsa a la Iglesia ambición terrena alguna. Sólo desea una cosa: continuar, bajo la guía del Espíritu, la obra misma de Cristo, quien vino al mundo para dar testimonio de la verdad, para salvar y no para juzgar, para servir y no para ser servido (Gaudium et Spes, Nº 3). Sigamos ahora con el Nº 14 del Compendio.

Encontramos en este número una bella presentación de, cómo la doctrina de la Iglesia se orienta a la persona humana, reconociendo todo el valor que Dios ha puesto en ella. Leamos este número completo:

Con el presente documento, la Iglesia quiere ofrecer una contribución (…) a la cuestión del lugar que ocupa el hombre en la naturaleza y en la sociedad, (inquietud ésta) escrutada por las civilizaciones y culturas en las que se expresa la sabiduría de la humanidad.

Sí, la humanidad a través de la historia, como se manifiesta en la filosofía, en la literatura y en el arte, ha estado siempre preocupada por conocer más a fondo ¿quién es, para qué existe?, su papel en el universo. ¿Qué camino debe tomar en las mil encrucijadas que se le van presentando en su vida? El Compendio sigue así:

Hundiendo sus raíces en el pasado con frecuencia milenario, (…) (las civilizaciones y las culturas) se manifiestan en la religión, la filosofía y el genio poético de todo tiempo y de todo Pueblo, ofreciendo interpretaciones del universo y de la convivencia humana, tratando de dar un sentido a la existencia y al misterio que la envuelve. ¿Quién soy yo? ¿Por qué la presencia del dolor, del mal, de la muerte, a pesar de tanto progreso? ¿De qué valen tantas conquistassi su precio es, no raras veces, insoportable? ¿Qué hay después de esta vida? Estas preguntas de fondo caracterizan el recorrido de la existencia humana. A este propósito, se puede recordar la exhortación Conócete a ti mismoesculpida sobre el arquitrabe del templo de Delfos, como testimonio de la verdad fundamental según la cual el hombre, llamado a distinguirse entre todos los seres creados, se califica como hombreprecisamente en cuanto constitutivamente orientadoa conocerse a sí mismo.

 

Esas preguntas se las ha hecho siempre y se las sigue haciendo la humanidad. Y el hombre busca y busca y sigue buscando y preguntando. Es el único ser sobre la tierra capaz de reflexionar, de hacerse preguntas. Y nuestro corazón seguirá inquieto mientras no descanse en Dios, en palabras de San Agustín.

Volvamos sobre la frase que se encontraba en el arquitrabe del templo de Delfos, y que menciona el Compendio. Recordemos que el arquitrabe, es esa franja que queda encima y a lo largo de la hilera de columnas, en el frente de los edificios griegos. Delfos la ciudad de la antigua Grecia, era famosa precisamente por el templo que habían construido en honor de Apolo. Los griegos consideraban a ese templo el centro del mundo. Allí llegaba la gente en peregrinación, a preguntar a una pitonisa lo que se suponía era el mensaje del dios Apolo. Y allí, en el frente del templo, estaba grabada la frase famosa: Conócete a ti mismo.

 

Como nos dice el Compendio, esa frase nos recuerda que el hombre está orientado a conocerse a sí mismo. No es otra cosa lo que hacen las ciencias que llaman humanas, porque el centro de su estudio es el hombre: no es otra cosa lo que hace la filosofía que, con cada nueva escuela o movimiento filosófico se vuelve a plantear los problemas que siempre han preocupado al hombre pensante, y trata de encontrar una respuesta personal a sus interrogantes, porque no lo convencen las que han dado los demás.[2]

 

Podríamos decir, que siempre estamos haciéndonos preguntas sobre nosotros, sobre la existencia, sobre lo que nos rodea. Es una de las características del ser humano desde niño, que precisamente muestra su inteligencia, porque busca entenderlo todo: no sólo desbarata los juguetes, que es una manera de ir descubriendo el mundo, sino que pregunta: Papá, o mamá, ¿por qué esto, por qué aquello, hasta que llega a esa frase desconcertante: Papá, y ¿por qué por qué? Todos los niños lo dicen en algún momento.

Parece que las únicas respuestas que nos satisfacen, son aquellas a las que llegamos por nosotros mismos. Necesitamos hacernos nuestras propias preguntas, y queremos encontrar respuestas propias, porque sólo ellas llegan hasta el fondo de lo que realmente buscamos.[3]

 Los que tenemos fe, – por regalo de Dios, – no buscamos respuestas a nuestras inquietudes sólo en la filosofía, ni sólo en las ciencias. Allí no están todas las respuestas. El campo de la filosofía y de las ciencias es limitado, porque abarca sólo hasta donde la razón alcanza a entender. Por el regalo de la fe, en cambio, tenemos la experiencia del encuentro con el Ser Trascendente, Dios, con la persona de Jesucristo. Y nos sentimos amados por Él, orientados hacia Dios, como la brújula, siempre orientada hacia el Norte. Tenemos la vivencia de que por Él fuimos creados, a su imagen, nos dice la Escritura; y comprendemos que por Él seguimos existiendo, y que hacia Él vamos.

 Los que se llaman agnósticos no se atreven a negar propiamente la existencia de Dios, sino que afirman que sólo aceptan lo que pueden comprender con la razón; limitan así su propio conocimiento, porque no aceptan la dimensión de la fe. Víctor Frankl, el famoso fundador de la logoterapia, compara la dimensión trascendente, la de Dios, a la que se llega por la fe, con la superioridad del mundo intelectual del ser humano, frente al mundo del animal. Al mono, por ejemplo, le resulta totalmente imposible seguir las reflexiones del hombre (…) porque el mundo humano es inaccesible para él.[4] De manera parecida, sin fe, no se puede entrar a la dimensión de lo divino. Pero todo ser humano, así sea inconscientemente, está inquieto mientras no encuentra sentido a la vida, y un sentido que advierte que está fuera de él, que no puede encontrar simplemente en el darse gusto; que está fuera y por encima de él. Los creyentes sabemos que ese sentido que nos llena, lo encontramos sólo en Dios.

 

 A veces nos sentimos impotentes, cuando un no creyente nos plantea sus objeciones frente a Dios, frente a la religión. Es que hablamos no sólo en idiomas distintos, sino que nos situamos en dimensiones distintas, y así no podemos encontrarnos. Para pasar de la dimensión puramente racional a la dimensión de lo divino, se necesita la fe. Es imposible convencer con argumentos de fe a quien carece de ese don. Y sin la gracia de Dios, no hay cómo llegar a la fe. Lo que sucede con frecuencia, y es muy triste, es que se ponen obstáculos a la gracia; Dios trata de entrar, pero se le cierra la puerta, porque el hombre es libre, y aunque Dios esté a su puerta y llame, no se lo deja entrar…Ese es otro problema…

 

 Sigamos con Nº 15 del Compendio, que continúa por la misma línea de lo que venimos comentando

 

 La orientación que se imprime a la existencia, a la convivencia social y a la historia, depende, en gran parte, de las respuestas dadas a los interrogantes sobre el lugar del hombre en la naturaleza y en la sociedad, cuestiones a las que (…) la Doctrina social de la Iglesia trata de ofrecer su contribución.

 

Escuchando las reflexiones que hemos estado haciendo hoy, quizás alguien se pregunte: ¿eso qué tiene que ver con la D.S.I.? Bueno, en las frases anteriores, del Nº 15 del Compendio está la respuesta: La orientación que se imprime a la existencia, a la convivencia social y a la historia, depende, en gran parte, de las respuestas dadas a los interrogantes sobre el lugar del hombre en la naturaleza y en la sociedad.

 Entonces, la doctrina que nos enseña que la dignidad del hombre se origina en que somos hijos de Dios, criados a su imagen, que el amor es el primer mandamiento, que nuestra existencia y el mundo en que vivimos tienen sentido, sólo si se orientan a su último fin,  todo esto, y más, tiene que marcar nuestra conducta, nuestro estilo de vida, nuestros objetivos, nuestros deseos.

 

 Oía en esto días a un obispo, que hablaba sobre el cambio de época que nos ha tocado vivir. No es, decía él, una época de cambio, sino un cambio de época. Es decir, dejamos atrás la época que en la historia llaman la edad moderna, que comenzó después de la Edad media, el año 1500, aproximadamente. Con el siglo XXI comenzó otra época, una edad nueva, que por ahora llaman postmoderna, porque siguió a la edad moderna, que fue la era de la razón. [5]

 

 Cómo llamarán los historiadores del futuro a nuestra época no sabemos. Depende del camino que siga la humanidad. La era de la globalización, ¿quizás? ¿de la oscuridad, porque se nos fueron las luces?, ¿de la técnica, del sentimiento, de las emociones, de la violencia? ¿Quién sabe? No sabemos con seguridad el camino que va a tomar la humanidad. Lo que sí es cierto es que, como dice el Compendio, la orientación que se imprima a la existencia, a la convivencia social y a la historia, va a depender, en gran parte, de las respuestas que nuestros contemporáneos den a los interrogantes sobre el lugar del hombre en la naturaleza y en la sociedad.[6]

 

Ahora en Europa sobre todo, están ensayando su independencia de Dios. Yo creo que, como afirma el Compendio, el ser humano seguirá siempre buscando el significado profundo de su existencia. No se contenta sólo con disfrutar unos minutos hoy, porque mañana va a volver a sentir el vacío. Y como el hombre es inteligente y es libre, va a seguir buscando una verdad que lo llene, que sea capaz de ofrecerle dirección y plenitud permanentes a su vida.

Los interrogantes que se hace el hombre de hoy, no son sólo los interrogantes frívolos que le plantean algunos medios, ni sobre los temas intrascendentes de ciertos columnistas, a quienes inflan la farándula y los adoradores de lo perecedero. No, la mayoría de la gente vuela más alto, y hace preguntas que, – en palabras del Compendio, – expresan la naturaleza humana en su nivel más alto, porque involucran a la personaen una respuesta que mide la profundidad de su empeño con la propia existencia. Se trata, además, de interrogantes esencialmente religiosos. A este respecto, el Compendio cita estas palabras de Juan Pablo II:

Cuando se indaga “el porqué de las cosas” con totalidad en la búsqueda de la respuesta última y más exhaustiva, entonces la razón humana toca su culmen y se abre a la religiosidad. En efecto, la religiosidad representa la expresión más elevada de la persona humana,-sigue el Papa, – porque es el culmen de su naturaleza racional. Brota de la aspiración profunda del hombre a la verdad y está en la base de la búsqueda libre y personal que el hombre realiza sobre lo divino. [7]

 

La época que nos ha tocado vivir nos enfrenta a circunstancias que nos exigen seamos personas de convicciones, conscientes de nuestra responsabilidad ante Dios y ante la historia. Por eso el Nº 16 dice así: Los interrogantes radicales que acompañan desde el inicio el camino de los hombres, adquieren en nuestro tiempo importancia aún mayor, por la amplitud de los desafíos, la novedad de los escenarios y las opciones decisivas que las generaciones actuales están llamadas a realizar.

Y a continuación el Compendio nos habla de tres desafíos en particular: El primero de los grandes desafíos, que la humanidad enfrenta hoy, es el de la verdad misma del ser-hombre.

 

Lo que quiere decir que el primer desafío es comenzar por el principio: aceptar las implicaciones que tiene el ser humano, por el hecho de ser persona humana. Es un llamamiento a vivir de acuerdo con lo fundamental, con la ética. Por eso enseguida comenta que en las relaciones del hombre con la naturaleza y con la técnica, que son asuntos que interpelan fuertemente la responsabilidad, tanto personal como colectiva, tiene cabida la moral, pues el hombre tiene que comportarse de acuerdo con lo que es, con lo que puede hacer, y con lo que debe ser.

No por el hecho de que la ciencia y la técnica modernas hagan posible algo, quiere decir que sea lícito hacerlo. La ciencia puede conseguir resultados antes inimaginables con los procesos de clonación y el uso de embriones, por ejemplo, pero el científico tiene que preguntarse si su comportamiento está de acuerdo con lo que es y con lo que debe ser, como ser humano. Uno es responsable ante Dios, no sólo frente a sí mismo.

 

Un segundo desafío es el de la comprensión y el manejo del pluralismo y de las diferencias en todos los ámbitos. Y cita el Compendio en qué campos tenemos que ser comprensivos y saber manejar el pluralismo; como lo acaba de decir, en todos los ámbitos: en el del pensamiento, de opción moral, de cultura, de adhesión religiosa, de filosofía del desarrollo humano y social. Es un desafío el ser tolerantes, comprensivos con los que no creen o no piensan como nosotros. Debemos tener presente el punto de los falsos moralismos y aquel mandamiento del Señor: No juzguéis.

 

El tercer desafío es la globalización, que tiene un significado más amplio y más profundo que el simplemente económico, porque en la historia se ha abierto una nueva época, que atañe al destino de la humanidad, dice el Compendio.

 

Nuestra posición frente al mundo, en todos estos temas, no puede ser la misma que adopte un no creyente. No podemos separar la fe de la vida. Algunos se dicen católicos, pero no practicantes… Y no me refiero a la práctica de oír misa o de rezar el rosario. Porque algunos, cuando dicen que no son practicantes, mencionan que poco van a la iglesia o que no rezan. El vivir la fe no sólo se refiere a la vida de oración, a la vida sacramental o de prácticas devotas. Se refiere también a vivir la vida de trabajo, de familia, de actividades políticas, de negocios etc., de acuerdo con la fe. Dice el Nº 17 del Compendio:

Los discípulos de Jesucristo se saben interrogados por estas cuestiones, las llevan también dentro de su corazón y quieren comprometerse, junto con todos los hombres, en la búsqueda de la verdad y del sentido de la existencia personal y social.

 

Enseguida nos dice cómo contribuyen los discípulos de Jesucristo en la búsqueda de la verdad y del sentido de la existencia personal y social; dice que Contribuyen a esta búsqueda con su testimonio generoso del don que la humanidad ha recibido: Dios le ha dirigido su Palabra a lo largo de la historia, más aún, Él mismo ha entrado en ella para dialogar con la humanidad y para revelarle su plan de salvación, de justicia y de fraternidad. En su Hijo, Jesucristo, hecho hombre, Dios nos ha liberado del pecado y nos ha indicado el camino que debemos recorrer y la meta hacia la cual dirigirse.

 

En los números 18 y 19, los dos últimos de la introducción, el Compendio vuelve sobre la Iglesia en el mundo, con base en las enseñanzas del Vaticano II en la Gaudium et Spes y la Lumen Gentium. El Nº 18 dice:

La Iglesia camina junto a toda la humanidad por los senderos de la historia. Vive en el mundo y, sin ser del mundo (Cf Jn, 17,14-16), está llamada a servirlo siguiendo su propia e íntima vocación. Esta actitud – que se puede hallar también en el presente documento – está sostenida por la convicción profunda de que para el mundo es importante reconocer a la Iglesia como realidad y fermento de la historia, así como para la Iglesia lo es no ignorar lo mucho que ha recibido de la historia y de la evolución (histórica) del género humano.[8]

Se refiere allí a lo que dijo el Concilio Vaticano en la Constitución Gaudium et Spes, en el Nº 44: a La experiencia del pasado, el progreso científico, los tesoros escondidos en las diversas culturas, que permiten conocer más a fondo la naturaleza humana, abren nuevos caminos para la verdad y aprovechan también a la Iglesia. Y continúa el Concilio diciendo, – en ese mismo número de la Gaudium et Spes, – que desde el comienzo de la historia, la Iglesia aprendió a expresar el mensaje cristiano con los conceptos y en la lengua de cada pueblo y procuró ilustrarlo además con el saber filosófico. Procedió así a fin de adaptar el Evangelio al nivel del saber popular y a las exigencias de los sabios en cuanto era posible. Y añade que Esta adaptación de la predicación de la palabra revelada debe mantenerse como ley de toda evangelización.

 

De manera que la Iglesia se ha manifestado siempre solidaria y respetuosa de la familia humana, y se ha relacionado con ella con amor, instaurando con ella un diálogo, porque, en palabras del mismo Concilio, (G. et S. Nº 3), el género humano, admirado de sus propios descubrimientos y de su propio poder, se formula con frecuencia preguntas angustiosas sobre la evolución presente del mundo, sobre el puesto y la misión del hombre en el universo, sobre el sentido de sus esfuerzos individuales y colectivos, sobre el destino último de las cosas y de la humanidad (…) Y la Iglesia no puede dar prueba mayor de solidaridad, respeto y amor a toda la familia humana que la de dialogar con ellaacerca de todos estos problemas, aclarárselos a la luz del Evangelio y poner a disposición del género humano el poder salvador que la Iglesia,conducida por el Espíritu Santo,ha recibido de su Fundador. Y sigue una frase que condensa la misión de la Iglesia en el mundo, dice: Es la persona del hombre la que hay que salvar. Es la sociedad humana la que hay que renovar.

 

El último número de la introducción del Compendio de la D.S., el Nº 19, acaba de explicar lo que la Iglesia pretende con este documento:

La Iglesia, signo en la historia del amor de Dios por los hombres y de la vocación de todo el género humano a la unidad en la filiación del único Padre,[9] con este documento sobre su doctrina social busca también proponer a todos los hombres un humanismo a la altura del designio de amor de Dios sobre la historia, un humanismo integral y solidario, que pueda animar un nuevo orden social, económico y político, fundado sobre la dignidad y la libertad de toda persona humana, –un orden – que se actúa en la paz, la justicia, y la solidaridad. Este humanismo podrá ser realizado si cada hombre y mujer y sus comunidades saben cultivar en sí mismos las virtudes morales y sociales y difundirlas en la sociedad, “de forma que se conviertan verdaderamente en hombres nuevos y en creadores de una nueva humanidad con el auxilio necesario de la divina gracia.”[10]

 

Esa idea final, está tomada, una vez más, del Vaticano II en la constitución Gaudium et Spes, que ya entonces, hace 30 años, veía la transformación que estaba ocurriendo en el mundo. Allí la Gaudium et Spes dice que, La aceptación de las relaciones sociales y su observancia deben ser consideradas por todos como uno de los principales deberes del hombre contemporáneo. Porque cuanto más se unifica el mundo-, pensemos lo que pasa con la globalización-, tanto más los deberes del hombre rebasan los límites de los grupos particulares y se extienden al universo entero.

 

Cada día hay nuevos elementos de unión en el mundo, pero parece que sólo importaran los elementos comerciales, los que favorecen la economía, pero sin tener en cuenta la solidaridad ni la equidad. Por eso Juan Pablo II salió al paso de la globalización, cuando se entiende sólo como un proceso económico, con su exhortación a la globalización de la solidaridad. Hoy más que nunca, es indispensable la práctica de las virtudes morales y sociales.

 

 

Fernando Díaz del Castillo Z.

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[1] Mt. 28,19

(2) W. Luypen, Fenomenología existencial, Ediciones Carlos Lohlé, Pg. 10

[3] Ibidem, Pg. 14

[4] Víctor Frankl, Ante el Vacío Existencial, Herder, Barcelona, 1986, Pg.110

[5]  La Edad Antigua fue hasta el año 500, en que terminó el Imperio Romano. La Edad Media empezó en el 500 hasta el 1500 y la Moderna hasta el año 2000.

[6] Esta reflexión-, no las palabras textuales-, es de una homilía de Mons. Juan Vicente Córdoba  Villota, S.J.

[7] Juan Pablo II, Audiencia general (19 de octubre de 1983), Compendio Nota 18, Pg. 24

[8]  Gaudium et Spes, 44

[9]  Lumen Gentium, 1

[10]  G et S, 30