Reflexión 9, Jueves 30 de marzo, 2006

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Compendio de la D.S.I. Nº 23-24

¿Por qué empezamos por Dios y el hombre?

Para que tengamos siempre claro el camino que vamos recorriendo y no perdamos de vista hacia donde nos dirigimos,recordemos que la Doctrina Social de la Iglesia hunde sus raíces en la Sagrada Escritura,- la Palabra de Dios,- la Tradición y el Magisterio. Tiene pues la D.S.I. un fundamento firme, inconmovible, como es la Palabra de Dios. Lo que estamos estudiando no es sociología ni economía: es moral social, es doctrina. Y la doctrina católica tiene que fundarse en la Sagrada Escritura.

Como hemos visto, la Iglesia, a lo largo del tiempo, ha ido reflexionando, a la luz del Evangelio, sobre la persona humana que vive en permanente relación con otros; que en su desarrollo ha ido conformando grupos, pueblos, naciones. Es decir, el hombre ha ido aprendiendo a vivir en sociedad, porque no fue creado para vivir solo[1], aislado, y sus necesidades se pueden atender mejor con la colaboración de los demás.

En la vida en sociedad surgen sin embargo conflictos de intereses, situaciones en que está comprometido el bien común frente al bien de individuos particulares, momentos en que hay que tomar decisiones que pueden causar dolor a otras personas, en que se pueden poner en juego la justicia y el amor que nos debemos unos a otros. En esas circunstancias se necesita la luz del Evangelio para tomar el camino acertado.

Algo que complica aún más la situación es que, como hemos repetido, la existencia humana no es ahora como salió originalmente de las manos del Creador; no somos buenos con los demás, no siempre somos justos, como deberíamos ser. El “hombre viejo”,del que habla San Pablo, el contradictorio, porque lleva el lastre del pecado, el que necesita conversión, porque no se acomoda a los planes de Dios, -ese hombre, que somos todos,- es el que maneja el mundo. Por eso anda mal…, por eso las injusticias y la falta de amor.

A lo largo de los siglos, la Iglesia ha ido reflexionando sobre la vida del hombre en sociedad, a la luz del Evangelio. Porque no es posible arreglar los problemas de la convivencia humana con sólo las respuestas de las ciencias que consideran al hombre únicamente desde el punto de vista de la biología, de la psicología, de la filosofía, de la economía. Como el ser humano tiene origen divino, esa dimensión, la divina, no se puede ignorar. Para esta situación de un mundo desarreglado, y como fruto de la meditación sobre el hombre y su vida en sociedad, a la luz del Evangelio, la D.S.I. nos ofrece principios de reflexión, es decir bases para orientarnos, criterios de juicio y directrices de acción, para que con esa luz corrijamos el rumbo con fundamento, si nos desviamos.

Recordemos que la Iglesia no puede gobernar a los pueblos; el Papa y los obispos no pueden tomarse los parlamentos ni las jefaturas de gobierno ni las cortes. Eso sería invadir un campo que no le corresponde. Ese es un papel para los laicos, cuya misión es dirigir el mundo civil, el de las leyes y los gobiernos, dirigirlo según los planes de Dios; pero el Magisterio sí tiene, no sólo el derecho, sino el deber, de guiarnos, de mostrarnos cuáles son los planes que Dios se ha propuesto para el hombre.

Y ¿de dónde puede tomar la Iglesia esos principios, criterios y directrices para orientarnos? Necesariamente de la Sagrada Escritura. Es allí donde se encuentran los planes originales, los designios de Dios sobre el hombre y el mundo. Decíamos que no hemos entendido que el verdadero progreso del mundo está en seguir los planes de Dios; que apartarnos de Él no es hacer un mundo mejor, sino al contrario, hacer las cosas al revés de lo que Dios quiere sólo trae oscuridad, más sufrimiento, destrucción, lágrimas…Y el hombre sigue empeñado en cambiar los planes hechos por el mejor diseñador posible.

En la reflexión anterior propusimos la pregunta: “¿Por qué el estudio de la D.S.I. empieza por una reflexión sobre Dios y el hombre?” ¿No sería más práctico empezar con temas concretos, por ejemplo, con la doctrina de la Iglesia sobre el trabajo, sobre el salario justo, sobre la propiedad, sobre la familia o tantos otros? ¿Por qué emplear tiempo empezando, como lo hace el Compendio, con un tema como “la acción liberadora de Dios en la historia de Israel”? Es ese un tema que hemos estado estudiando…

Se podría comenzar por temas específicos como los que acabamos de enumerar, pero como se trata de una presentación completa,- en cuanto es posible,- de la D.S.I., hay que poner cimientos, no edificar en el aire. La base de la D.S.I., como hemos visto, es la dignidad de la persona humana, criada a imagen de Dios; es la relación del hombre con su Creador. Eso es lo que hemos venido haciendo: reflexionando sobre esas realidades maravillosas que nos hacen comprender el amor inefable de Dios con el hombre, sobre el cual se construye la Doctrina Social Católica.

Dios se vino a vivir con nosotros

Hemos visto que el hombre busca a Dios desde lo más hondo de su ser y que Dios no se le esconde; al contrario, toma la iniciativa de presentársele, de hacer una Alianza de amor con él, escogiendo a un Pueblo, al que hace la promesa de una tierra que hará suya, y le enseña el Decálogo, que es el camino para vivir una vida verdaderamente humana, de acuerdo con los planes divinos… Ese fue el camino que Dios escogió para meterse en la historia de la humanidad y esa estrecha relación con nosotros la culminó tomando nuestra carne y naciendo de una mujer, en la persona de Jesucristo.

En el programa pasado reflexionamos sobre la elección del Pueblo de Israel, una elección gratuita, sin merecimientos de ese pueblo. Dios lo escogió por amor, y lo liberó de la esclavitud, le propuso una Alianza que el Pueblo escogido aceptó y se comprometió a guardarla. Y recordamos que esa Alianza, que fue iniciativa de Dios, tomó forma en el Sinaí, con la entrega de los 10 Mandamientos.

El significado de los 10 Mandamientos

Una oyente me pidió que repitiera hoy por qué los 10 Mandamientos tenemos que verlos desde el punto de vista positivo, y no como una lista de prohibiciones, que es como mucha gente los ve. Es un asunto muy importante que nos conviene a todos repasar.

Veíamos que tanto el Compendio de la D.S.I. como el Catecismo, nos explican que “Las diez palabras”, como también se llama a los 10 Mandamientos en la Biblia, expresan las implicaciones de la pertenencia a Dios; pertenencia que se estableció con la Alianza. Igual a lo que sucede cuando uno hace una Alianza con alguien, por ejemplo, cuando se compromete con la esposa o el esposo en el matrimonio o con una organización con la que de veras tiene sentido de pertenencia o cuando se convierte en ciudadano de un país; esa alianza, esa pertenencia no es puramente externa, sólo para lucir un anillo, un escudo o un uniforme; esa Alianza, ese compromiso tiene consecuencias, tiene implicaciones: amor y fidelidad, seguir las leyes, las normas o reglamentos, los estatutos, la Constitución. Así, los 10 Mandamientos expresan de parte del Pueblo que los recibe, la respuesta a la iniciativa amorosa del Señor. Es reconocimiento, homenaje a Dios y culto de acción de gracias, dicen el Catecismo y el Compendio. Y continúan con esta frase, muy importante: Es cooperación con el designio que Dios se propone en la historia.[2]

Hemos hablado varias veces de los planes de Dios, del designio de Dios, del hombre y el mundo como Dios los quiso. Al aceptar el Decálogo, el Pueblo dice a su Señor, que acepta el diseño que el Creador se propuso, y que lo va a ejecutar. Eso sería vivir de acuerdo con el Decálogo.

Yo creo que no pensamos mucho en este significado de los 10 Mandamientos: si los cumplimos, hacemos posible la realización de los planes de Dios sobre nosotros. Si la humanidad siguiera el derrotero de los 10 Mandamientos, qué distinto sería el mundo: una humanidad, según los planes de Dios.

Y dice también el Compendio, que Los diez mandamientos, que constituyen un extraordinario camino de vida e indican las condiciones más seguras para una existencia liberada de la esclavitud del pecado, contienen una expresión privilegiada de la ley natural.

Nos enseñan los 10 Mandamientos, al mismo tiempo, la verdadera humanidad del hombre. Ponen de relieve los deberes esenciales y, por tanto indirectamente, los derechos fundamentales inherentes a la naturaleza de la persona humana.[3]

Los 10 Mandamientos connotan la moral humana universal. Recordados por Jesús al joven rico del Evangelio (cf Mt 19,18), los diez mandamientos “constituyen las reglas primordiales de toda vida social.”[4]> Eran palabras del Catecismo y del Compendio de la D.S.I.

El decálogo expresa los principios éticos y religiosos universales, una ética básica. Es una orientación para llevar una vida verdaderamente humana. Si alguna persona nos dice que no está de acuerdo con los 10 Mandamientos porque no le gustan las prohibiciones, le podríamos preguntar cuál de los Mandamientos que son prohibiciones se debería quitar, para que fuéramos más libres, y al mismo tiempo más humanos; cuál de los mandamientos sobra para que se respete mejor la dignidad del hombre. ¿Es que sobra alguno? ¿Sería mejor el mundo, y la vida más grata y más humana, si se aboliera alguno de los 10 Mandamientos? Empiezan por NO: NO matarás, NO cometerás adulterio, NO robarás, No darás falso testimonio contra tu prójimo, y el 10º, en la redacción de Ex 20,17: No codiciarás la casa del prójimo, ni codiciarás la mujer de tu prójimo, ni su siervo, ni su sierva, ni su buey, ni su asno, ni nada que sea de tu prójimo.

En la anterior reflexión citamos a Juan Pablo II en su encíclica El Esplendor de la Verdad, donde explica por qué la Iglesia defiende con tanta firmeza las normas éticas universales. Y nos dice que es en defensa de la verdadera libertad del hombre; que lo que se defiende, sin concesiones ni compromisos, es la dignidad personal del hombre, y debe considerarse camino y condición para la existencia misma de la libertad.

Citamos a este propósito, las palabras del predicador de la Casa Pontificia, el P. Cantalamessa y también las palabras de Benedicto XVI. El P. Cantalamessa decía que El hombre moderno no comprende los mandamientos; los toma por prohibiciones arbitrarias de Dios, por límites puestos a su libertad. Pero, –decía el Padre Cantalamessa,- los mandamientos de Dios son una manifestación de su amor y de su solicitud paterna por el hombre.«Cuida, es decir, preocúpate por, – practicar lo que te hará feliz» decía el Padre citando el Deuteronomio (Dt 6,3). Éste, -que nos haga felices,- y no otro, es el objetivo de los 10 Mandamientos. Hasta allí el predicador pontificio.

Y Benedicto XVI en su homilía del domingo 19 de marzo, nos dijo que Si se miran los 10 Mandamientos en profundidad, son el medio que el Señor nos da para defender nuestra libertad tanto de los condicionamientos internos de las pasiones como de los abusos externos de los malintencionados. Y añadió: Los «no« de los mandamientos son otros tanto «sí» al crecimiento de una auténtica libertad.

Es muy interesante esa observación; como quien dice, los 10 Mandamientos nos ayudan a defender nuestra libertad: defenderla, primero, de nosotros mismos, para que no acabemos siendo esclavos de nuestras pasiones, y además nos defienden de los abusos externos de los malintencionados. Si los Mandamientos que empiezan por un NO, no nos recordaran que no debemos hacer ciertas cosas, caeríamos más fácilmente en ellas, y acabaríamos siendo esclavos de conductas que cuesta luego mucho erradicar, para volver a sentirnos libres, y a su vez, si los demás siguen el camino de los 10 Mandamientos, respetarán a nuestro cónyuge y nuestros bienes y nuestra honra y nuestra vida. El Decálogo nos defiende de nosotros mismos y de los abusos de los demás.

Si recorremos el Decálogo, encontramos que los tres primeros Mandamientos nos recuerdan que tenemos un Padre, Dios, nuestro Creador, a quien debemos respeto y adoración, y los de la segunda tabla, desde el 4º al 10ª, nos hacen pensar en nuestra propia dignidad, en nuestra vocación a la amorosa comunión con las demás personas, y nos descubren las exigencias de la justicia, conforme a la sabiduría divina. Es el Decálogo una expresión del amor de Dios por el hombre. Dios no sólo nos creó a su imagen, sino que nos indica cómo conservar la belleza de esa imagen. Y Jesucristo nos enseñó que los mandamientos se sintetizan en amar a Dios, – los de la primera tabla,- y amar a los demás como a nosotros mismos, los de la segunda tabla. De manera que el Decálogo se sintetiza en una palabra: Amor.

¿Es negativo el 6º Mandamiento?

Uno de los mandamientos que no pocos quisieran ver desaparecer es el 6º. ¿Es posible ver también desde el lado positivo este mandamiento? Por su puesto que sí, veamos: el 6º mandamiento, que como los otros 9, tiene que ver con el amor. “No cometerás adulterio”, es la formulación que aparece en el Éxodo. Es muy claro que ese mandamiento nos defiende tanto de los condicionamientos internos de nuestras pasiones, de nuestras tendencias pecaminosas  como de los abusos externos de los malintencionados. Allí no hay duda del lado positivo. Pero este mandamiento va más allá, no se refiere sólo al respeto a nuestra mujer y a la del prójimo; tiene que ver con la sexualidad, que, como el cuerpo, es un regalo de Dios, es parte del diseño divino del hombre; el 6º mandamiento nos enseña que el ser humano no es sólo cuerpo sino también espíritu. Tenemos que aprender a llevar una vida que incluya al cuerpo y al espíritu. Sólo así funcionamos completos.

Tal vez la mejor manera de explicar lo positivo del 6º mandamiento, es tomar las palabras de Benedicto XVI en su encíclica “Dios es Amor” y también en el libro “Dios y el Mundo”. En el Nº 5 de la encíclica dice: Hoy se reprocha a veces al cristianismo del pasado (el) haber sido adversario de la corporeidad y, de hecho, siempre se han dado tendencias de este tipo. Pero el modo de exaltar el cuerpo que hoy constatamos resulta engañoso. El eros, degradado a puro «sexo», se convierte en mercancía, en simple «objeto» que se puede comprar y vender; más aún, el hombre mismo se transforma en mercancía. En realidad, éste no es propiamente el gran sí del hombre a su cuerpo. Por el contrario, de este modo considera el cuerpo y la sexualidad solamente como la parte material de su ser, para emplearla y explotarla de modo calculador…Y unas líneas más adelante sigue: nos encontramos ante una degradación del cuerpo humano, que ya no está integrado en el conjunto de la libertad de nuestra existencia, ni es expresión viva de la totalidad de nuestro ser, sino que es relegado a lo puramente biológico.

Es un gran beneficio el de este mandamiento, entonces, pues nos dice: no eres sólo materia, trátate como eres, completo. El Papa sigue allí mismo con estas palabras: La fe cristiana ha considerado siempre al hombre como uno en cuerpo y alma, en el cual el espíritu y la materia se compenetran recíprocamente, adquiriendo ambos, precisamente así, una nueva nobleza.

Ahora bien, como veíamos y repetíamos hoy, la existencia humana no es ahora como salió originalmente de las manos del Creador, por eso, el Santo Padre termina el Nº 5 de “Dios es Amor”, recordándonos que es esa la razón por la que tenemos que seguir un camino de ascesis, de renuncia, de purificación y recuperación. Sí, claro, conseguir esa elevación supone sacrificio, esfuerzo. Pero, ¿qué cosa que de veras valga la pena, se consigue sin esfuerzo?

Con razón el Santo Padre, cuando en enero de este año presentó la encíclica “Dios es amor”, que estaba por salir dijo: La palabra «amor« hoy está tan deslucida, tan ajada y se abusa tanto de ella, que casi da miedo pronunciarla con los propios labios. Y, sin embargo, es una palabra primordial, expresión de la realidad primordial; no podemos simplemente abandonarla, tenemos que retomarla, purificarla y volverle a dar su esplendor originario para que pueda iluminar nuestra vida y llevarla por la senda recta.

Decíamos que también en el libro “Dios y el Mundo”, el entonces Cardenal Ratzinger habló del 6º mandamiento. El periodista que lo entrevistaba le puso el tema, y el Cardenal lo abordó dentro de la misma orientación que luego tendría su primera encíclica, “Dios es Amor”. …”sólo en el matrimonio encuentra la sexualidad su auténtica dignidad y humanización”, dijo entonces. Y el párrafo que sigue[5] es mejor leerlo completo. Dice así:

Indudablemente el poder del instinto, sobre todo en un mundo caracterizado por el erotismo, es formidable, de manera que vincular la sexualidad a ese lugar primigenio de fidelidad y amor se torna ya casi incomprensible. La sexualidad se ha convertido hace mucho en una mercancía a gran escala que se puede comprar. Pero también es evidente que con ello se ha deshumanizado, y supone, además, abusar de la persona de la que obtengo sexo  considerándola una mera mercancía, sin respetarla como ser humano. Las personas que se convierten a sí mismas en mercancía o son obligadas a ello, quedan arruinadas… Con el paso del tiempo, el mercado de la sexualidad ha generado incluso un nuevo mercado de esclavos. Dicho de otra manera: en el momento en que no vinculo la sexualidad a una libertad autovinculante  de mutua responsabilidad, que no la enlazo con la totalidad del ser, surge, por fuerza, la lógica comercialización de la persona.

De manera que el 6º mandamiento nos protege de nosotros mismos, y de los abusos de los demás. Si se rechaza el 6º mandamiento, los resultados los estamos viendo: se convierte a las personas en mercancía, se esclavizan, se recurre al aborto, la infidelidad lleva con frecuencia a la soledad y a la destrucción de familias. La sexualidad alcanza la verdadera altura del destino humano, en el vínculo amoroso de un hombre y una mujer en el matrimonio, que implica unión y fidelidad y que abre el espacio para la familia.

Alcance social del Decálogo

Sigamos ahora nuestro estudio en el Nº 23 del Compendio de la D.S.I., que nos explica el alcance social del Decálogo. Además del compromiso del Pueblo escogido, con Dios, que le ofrece su Alianza, el compromiso se extiende también a la relación del hombre con sus semejantes. Dice así el Compendio en el Nº 23:

Del Decálogo deriva un compromiso que implica no sólo lo que se refiere a la fidelidad al único Dios verdadero, sino también las relaciones sociales dentro del pueblo de la Alianza. Estas últimas están reguladas especialmente por lo que ha sido llamado el derecho del pobre: “Si hay junto a ti algún pobre de entre tus hermanos…no endurecerás tu corazón  ni cerrarás tu mano a tu hermano pobre, sino que le abrirás tu mano  y le prestarás lo que necesite para remediar su indigencia. (Dt 15,7 y 8).

Todo esto vale también con respecto al forastero: Cuando un forastero resida junto a ti, en vuestra tierra, no le molestéis. Al forastero que reside junto a vosotros, le miraréis como a uno de vuestro pueblo y lo amarás como a ti mismo; pues forasteros fuisteis vosotros en la tierra de Egipto. Yo Yahvéh, vuestro Dios. (Lv 19,33s)

Y termina este Nº 23 del Compendio diciéndonos, que El don de la liberación y de la tierra prometida, la Alianza del Sinaí y el Decálogo, están por tanto, íntimamente unidos por una praxis (una práctica), que debe regular el desarrollo de la sociedad israelita en la justicia y la solidaridad. Nos quiere decir que esas realidades maravillosas del amor de Dios a los hombres, que se manifiestan en la liberación de Israel de la esclavitud, en la promesa de una nueva tierra, en la Alianza del Sinaí y el Decálogo, no se deben quedar en una bonita historia ni en teorías, sino que se deben concretar en un modo de vivir, en una práctica de la justicia y la solidaridad.

Los derechos del pobre, que son una permanente preocupación de la Iglesia, tienen entonces raíces bíblicas, especialmente en los profetas. Dios se revela como defensor de los pobres; y por eso en Israel la Ley protegía a los pobres y a los desamparados del país, como leímos hace un momento en el Deuteronomio y el Levítico. [6]

De ahí que la Iglesia tenga a los pobres como prioridad; sale siempre en su defensa, como estudiamos hace poco en el mensaje del Episcopado con ocasión de las pasadas elecciones.[7] Nos decían en ese documento que en un proyecto político, la disminución de la pobreza tiene que ser un aspecto prioritario; añadían que los pobres deben ser prioridad en las agendas del gobierno y de las instituciones, así como en la mente y en el corazón de todos los colombianos. Ponían de presente los obispos, que la inclusión social requiere del cumplimiento de los derechos a la alimentación, a la educación, a la salud y a la vivienda digna, y exhortaban a los gobernantes y dirigentes sociales a tomar en serio la opción por los pobres.

Esta constante defensa de los pobres era muy explícita en el Documento de Puebla.[8] En el Nº 1217 establece como uno de los criterios pastorales, la preocupación preferencial en defender y promover los derechos de los pobres, los marginados, los oprimidos.

Continuemos con el Nº 24 del Compendio de la D.S.I.

Menciona allí algunas de las Leyes de Israel, que eran orientaciones para que la vida social y económica del Pueblo escogido se inspiraran en la gratuidad, en la generosidad, y en la justicia de Dios. Entre esas leyes estaba la del año sabático, que se celebraba cada siete años y el año jubilar, cada cincuenta años. Esas leyes las encontramos en Éxodo 23, Deuteronomio 15 y Levítico 25. Veamos de qué se trata.

El año sabático se refería al perdón de las deudas.[9] Dice así el libro sagrado: Al cabo de siete años harás remisión. En esto consiste la Remisión. Todo acreedor que posea una prenda personal hará remisión de lo que haya prestado a su prójimo; no apremiará a su prójimo ni a su hermano ni a su hermana, si se invoca la remisión en honor de Yahvéh.

La ley del año sabático no sólo prescribe el perdón de las deudas, sino que ordena que se dejen reposar los campos y se prescribe una liberación general de las personas y de los bienes: cada uno puede regresar a su familia de origen y recuperar su patrimonio, si lo había perdido. Recordemos que era un pueblo en formación, en una época en que era común tener esclavos. En Éxodo 23, 10s[10] se lee: Seis años sembrarás tu tierra y recogerás su producto; el séptimo lo dejarás descansar y en barbecho[11], para que coman los pobres de tu pueblo, y lo que quede lo comerán los animales del campo. Harás lo mismo con tu viña y tu olivar.

La explicación del año del jubileo se encuentra en el capítulo 25 del Levítico. En el versículo 10se lee: Declararéis santo el año cincuenta, y proclamaréis en la tierra liberación para todos sus habitantes. Será para vosotros un jubileo; cada uno recobrará su propiedad, y cada uno regresará a su familia.

Estas medidas tenían una finalidad social: garantizar la estabilidad de una sociedad fundada sobre la familia y el patrimonio familiar.[12] Después de regalar Dios al Pueblo escogido los 10 Mandamientos, que, como vimos, expresan los principios éticos y religiosos universales, una ética básica, una orientación para llevar una vida verdaderamente humana, Dios siguió educando a su pueblo en lo social.

El Compendio de la D.S.I. nos enseña que la legislación que Dios fue dictando al Pueblo de Israel indica que el acontecimiento salvífico del éxodo y la fidelidad a la Alianza  representan no sólo el principio que sirve de fundamento a la vida social, política y económica de Israel, sino también el principio regulador de las cuestiones relativas a la pobreza económica y a la injusticia social. Se trata de un principio que se invoca, para transformar continuamente y desde dentro, la vida del pueblo de la Alianza, para que esa vida se haga conforme al designio de Dios. Dios, a través de sus enviados, los profetas, iba formando a su Pueblo. Claro que era un pueblo recalcitrante, de dura cerviz, por eso le tenían que llamar la atención cuando se apartaba del buen camino y eso era frecuente.

Continúa luego el Compendio que Para eliminar las discriminaciones y las desigualdades provocadas por la evolución socioeconómica, cada siete años la memoria del éxodo y de la Alianza se traduce en términos sociales y jurídicos, de modo que las cuestiones de la propiedad, de las deudas, de los servicios y de los bienes, adquirieran su significado más profundo.

Podemos entonces darnos cuenta, de que estas leyes del año sabático y del jubileo, tienen un carácter social: se basan en una motivación religiosa, pero se orientan hacia una distribución más justa de la riqueza y hacia la libertad como valor supremo. Este tema lo trataremos en la próxima reflexión.


[1] Cfr Gn, 2,18

[2]  Catecismo 2056ss y Compendio Nº 22, Pg. 30

[3]  Catecismo 2070

[4] Juan Pablo II, Encíclica Veritatis Splendor, 9

[5]“Dios y el Mundo”, Pg. 164

[6] Véase Tony Mifsud, S.J., Moral Social, CELAM,2ª edición, Pg. 154

 [7]Esta reflexión se hizo en el mes de marzo de 2006, recién pasadas las elecciones de Congreso en Colombia

[8]  Puebla, La evangelización en el presente y en el futuro de América Latina, III Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, Ediciones Trípode

[9] Tony Mifsud, opus cit. Pg. 156

[10] Lo mismo se lee en Lv 25,3ss

[11] Tierrade labranza que no se siembra durante un tiempo para que descanse.

[12] Biblia de Jerusalén, Lev 25, nota al pie de Pg. 133