Reflexión 184 – Caritas in veritate N° 15-20

Caritas in veritate  N° 15-20 (Charla 22)

 

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Benedicto XVI y el pensamiento social de Pablo VI

 

 

Continuemos el estudio de la encíclica Caritas in veritate, Caridad en la verdad, de Benedicto VI. En la reflexión anterior seguimos la presentación del Santo Padre sobre la coherencia del pensamiento de Pablo VI  en el conjunto de sus documentos sociales, en particular en 4 muy importantes: la encíclica Populorum progressio, la carta apostólica Octogesima adveniens con ocasión de los ochenta años de publicación de la encíclica Rerum novarum, de León XIII, la encíclica Humanae vitae (de la vida humana) y la exhortación apostólica Evangelii nuntiandi, sobre la evangelización. A la presentación del pensamiento social de Pablo VI en los documentos que acabo de mencionar dedica Benedicto XVI el primer capítulo de Caritas in veritate, del N° 10 al 20. Allí podemos leer estas interesantes reflexiones de Benedicto XVI.

 

Como la encíclica Caritas in veritate la publicó el actual pontífice en la conmemoración de los 40 años de Populorum progressio, el Papa se refiere específicamente a esa encíclica cuyo tema central es el desarrollo de los pueblos. Estas enseñanzas nos hacen comprender por qué un tema aparentemente sólo económico como el desarrollo no es sólo técnico sino que tiene mucho qué ver con la doctrina social católica.

 

Después de ver la coherencia del pensamiento social de Pablo VI en Populorum  progressio, Octogesima adveniens y Humanae vitae,  consideramos lo que Benedicto XVI nos enseña sobre la relación de la exhortación apostólica Evangelii nuntiandi con la DSI, en particular con la concepción del desarrollo según la visión católica.

 

Evangelii nuntiandi y el desarrollo

 

En palabras de Benedicto XVI en el N° 15 de Caritas in veritate,

La Exhortación apostólica Evangelii nuntiandi guarda una relación muy estrecha con el desarrollo, en cuanto «la evangelización no sería completa si no tuviera en cuenta la interpelación recíproca que en el curso de los tiempos se establece entre el Evangelio y la vida concreta, personal y social del hombre». «Entre evangelización y promoción humana (desarrollo, liberación) existen efectivamente lazos muy fuertes»: partiendo de esta convicción, Pablo VI aclaró la relación entre el anuncio de Cristo y la promoción de la persona en la sociedad.

Según Pablo VI la evangelización no sería completa si no tuviera en cuenta el diálogo que se establece entre el Evangelio y la vida concreta, personal y social del hombre».   El  Evangelio no es un mensaje abstracto, teórico, sino que va directo a nuestra vida; el Evangelio es para vivirlo, no sólo para citarlo de memoria. Por eso la Iglesia nos puede reclamar que seamos coherentes, cuando nos decimos cristianos, pero no obramos de acuerdo con lo que para la vida nos enseña el Evangelio. Si decimos que seguimos el Evangelio, ese seguimiento se debería ver en nuestro comportamiento. Nuestra vida debería ser un Evangelio abierto.

 

Para comprender el mensaje de Evangelii nuntiandi, sobre la evangelización, debemos tener en cuenta  los documentos finales de los Sínodos de los obispos de 1971 y 1974, porque fueron la base desde la cual Pablo VI construyó esa exhortación apostólica Evangelii nuntiandi.

 

El Sínodo de 1971 estudió el tema de la justicia y su documento final expone la misión de la Iglesia y la promoción de la justicia. Nos enseña Pablo VI con el Sínodo, que la acción a favor de la justicia es parte de la evangelización. La doctrina social y su práctica no se pueden desligar de la evangelización.

 

El parecer de todos los obispos del mundo

 

 

Un año después del Sínodo de 1974, Pablo VI publicó la exhortación apostólica Evangelii nuntiandi. Recogió allí el Papa las reflexiones de los obispos, no sólo de los que participaron en el Sínodo sino de todos los obispos del mundo, porque a ellos se envío el documento conclusivo de esa reunión y ellos comunicaron a la Santa Sede sus consideraciones.

 

Según la doctrina católica expuesta en Evangelii nuntiandi, la evangelización y la promoción humana están íntimamente unidas por vínculos muy fuertes. Estos vínculos son de orden antropológico, teológico, y en particular de orden evangélico, como podemos encontrar en el N° 31 de Evangelii nuntiandi. Repasemos qué quiere decir esto de vínculos antropológico, teológico y evangélico con el desarrollo o promoción humana.

 

El desarrollo y la evangelización se enlazan por el origen, la naturaleza y el destino de la persona humana

 

 

El vínculo antropológico entre la evangelización y la promoción humana, es decir el desarrollo humano, se origina en que el ser humano que hay que salvar, el que hay que evangelizar, es un ser humano como Dios lo creó: que no es sólo un ente espiritual, sino un ser de carne y hueso, con necesidades espirituales y también materiales, que tiene necesidad de desarrollar sus capacidades intelectuales, por lo tanto de tener acceso a la educación, al trabajo, de cuidar su salud, de progresar en su vida sobrenatural, de vivir una vida digna en su trabajo, vivienda, alimentación. Por su naturaleza humana, dotado además de virtudes sobrenaturales como creado a imagen de Dios y redimido por su misericordia, está destinado a la vida eterna. Ese es el ser humano que hay que evangelizar, el que hay que salvar. Ese es el vínculo antropológico entre el desarrollo y la evangelización; se enlazan por el origen, la naturaleza y el destino de la persona humana.

 

El vínculo de orden teológico entre el desarrollo humano y la evangelización tiene su origen en el sentido de la redención

 

La persona humana no sólo fue creada por Dios y abandonada luego al azar. Como el ser humano cayó,- con arrogancia se separó de su Creador, – el Padre misericordioso le tendió la mano e ideó un plan de redención como sólo a su amor infinito se le podía ocurrir: de tal manera ama el Padre a su creatura, que entregó a su Hijo Unigénito para redimirlo y encaminarlo de nuevo a su destino. Como consecuencia de su caída, la vida del ser humano vive en situaciones de pecado, de injusticia que hay que combatir y de justicia que hay que restaurar, en palabras de Evangelii nuntiandi en el N° 31.

 

¿Por qué necesitamos ser evangelizados?

 

Son maneras profundas de explicarnos cómo Dios no puede estar ausente del mundo de la economía, del desarrollo, del Estado, por respeto al ser humano que no es un saco de materia, sino elevado por Dios a una dignidad sobrenatural. Por eso necesitamos ser evangelizados.

 

Es el amor el que hace crecer al ser humano

 

El tercer vínculo entre la evangelización y el desarrollo se origina precisamente en las enseñanzas del Evangelio. Es el mandamiento nuevo, es el amor, el que hace crecer al ser humano. Mediante la justicia y la paz el mundo puede crecer, se puede desarrollar; no por medio del odio, la violencia y la guerra, que son destrucción  de vidas y de bienes y no construcción y desarrollo.

 

El Sínodo de 1971 trató el tema de la salvación y el progreso humano, en el sentido de que todo el mensaje evangélico  va junto con el progreso del ser humano.  No debemos separar el progreso humano de la evangelización, como si no tuvieran nada qué ver.

 

No se puede pensar en un progreso humano que sea contrario al designio, al plan de Dios. El modelo perfecto de ejecución del plan de Dios se realizó en Jesucristo, Dios y hombre. En la tierra vivió como hombre: sintió hambre, sed, cansancio, trabajó para sostenerse y contribuir con su trabajo al bienestar de otros. Pensó en el hambre de los demás: por eso multiplicó los panes y los peces y preparó el pescado a los Apóstoles que regresaban luego de una dura faena de pesca, como narra San Juan en ese bello pasaje de Jesús Resucitado, a orillas del mar de Galilea (Jn 21). 

 

 

El plan de Dios realizado en Jesucristo

 

 

A Jesús lo vieron sus vecinos como un ser humano común y corriente casi toda su vida. Así quiso  que lo conocieran las personas que vivieron con él en su pueblo: simplemente como el hijo de María, como el hijo de José, como el carpintero. Por eso quedaron perplejos cuando, en el comienzo de su vida pública se presentó en la sinagoga de Nazaret, ya no más como otro de los habitantes del pueblo, sino como el Mesías anunciado (Lc 4, 16-23).

 

Terminemos este estudio de la relación de la evangelización con el desarrollo de los pueblos con la lectura de dos textos: las palabras finales del N° 15 de Caritas in veritate y del N° 31 de Evangelii nuntiandi. Así tendremos elementos suficientes para afianzar nuestro conocimiento sobre la vinculación de la DSI con la evangelización. Dice el N° 15 de Caritas in veritate:

 El testimonio de la caridad de Cristo mediante obras de justicia, paz y desarrollo forma parte de la evangelización, porque a Jesucristo, que nos ama, le interesa todo el hombre. Sobre estas importantes enseñanzas se funda el aspecto misionero de la doctrina social de la Iglesia, como un elemento esencial de evangelización. Es anuncio y testimonio de la fe. Es instrumento y fuente imprescindible para educarse en ella.

Qué bueno que se nos grabaran estas palabras sobre la DSI: que es un elemento esencial de evangelización, es anuncio y testimonio de la fe, instrumento y fuente imprescindible para educarse en ella.

 Evangelio y promoción humana

Finalmente leamos las palabras textuales de Evangelii nuntiandi (31), sobre la necesaria conexión de la evangelización con la promoción humana. Después de explicar los vínculos antropológico y teológico dice sobre evangelización y promoción humana:

 Vínculos de orden eminentemente evangélico como es el de la caridad: en efecto, ¿cómo proclamar el mandamiento nuevo sin promover, mediante la justicia y la paz, el verdadero, el auténtico crecimiento del hombre? Nos mismo lo indicamos, al recordar que no es posible aceptar “que la obra de evangelización pueda o deba olvidar las cuestiones extremadamente graves, tan agitadas hoy día, que atañen a la justicia, a la liberación, al desarrollo y a la paz en el mundo. Si esto ocurriera, sería ignorar la doctrina del Evangelio acerca del amor al prójimo que sufre o padece necesidad”[1].

Dos elementos indispensables en la evangelización

 

Digamos solamente, antes de continuar con Caritas in veritate, que dos elementos indispensables en la evangelización son el testimonio de vida y la necesidad de un anuncio explícito, claro e inequívoco de Jesucristo. Como dice Evangelii nuntiandi (21),

 

La Buena Nueva debe ser proclamada en primer lugar, mediante el testimonio (…) Este testimonio constituye ya de por sí una proclamación silenciosa, pero también muy clara y eficaz, de la Buena Nueva. Hay en ello un gesto inicial de evangelización (…)  (22) Y, sin embargo, esto sigue siendo insuficiente, pues el más hermoso testimonio se revelará a la larga impotente si no es esclarecido, justificado —lo que Pedro llamaba dar “razón de vuestra esperanza” (1 Pe 3,15),  explicitado por un anuncio claro e inequívoco del Señor Jesús. La Buena Nueva proclamada por el testimonio de vida deberá ser pues, tarde o temprano, proclamada por la palabra de vida. No hay evangelización verdadera, mientras no se anuncie el nombre, la doctrina, la vida, las promesas, el reino, el misterio de Jesús de Nazaret Hijo de Dios.

Sobre la necesidad del testimonio y de la proclamación de palabra, de la Buena Nueva, en el proceso de evangelización, nos puede ayudar recordar palabras y hechos que encontramos en el  Evangelio. Jesús decía a sus discípulos que miraran más allá de las palabras, el testimonio de su vida. Cuando le pidieron que si era el Mesías se lo dijera claramente, Él respondió: “Yo se lo  he dicho, pero ustedes no me creen. Las obras que yo hago en nombre de mi Padre dan testimonio de mí.(Jn, 10, 24s). Cuando los seguidores del Bautista le hicieron una pregunta parecida sobre su identidad, Jesús les respondió: “Regresen y digan a Juan lo que ven y oyen.” (Mt, 11,4). No sólo lo que ven o sólo lo que oyen, sino lo que ven y lo que oyen. Sus actos de amor con los pobres, con los pecadores, los enfermos. Lo que oyen: su predicación del Reino, las bienaventuranzas. Jesús quiere que miremos nuestra propia vida y seamos palabra y obra…

Sigamos con el estudio de Caritas in veritate. En los N° 16 a 20  Benedicto XVI avanza en su explicación de Populorum progressio y trata algo nuevo de sumo interés; nos dice que Pablo VI presenta el progreso, el desarrollo,  como una  vocación a la que Dios nos llama. Dice el Santo Padre que en su fuente y en su esencia, el progreso es una vocación. Es una llamada que Dios nos hace y requiere una respuesta libre y responsable. Dice también que el desarrollo humano integral, como vocación, exige que se respete la verdad, y  la visión del desarrollo como vocación, comporta que su centro sea la caridad.

 

Así termina Benedicto XVI su presentación del mensaje de Pablo VI en Populorum progressio. Leamos el N° 16 de Caritas in veritate:

16. En la Populorum progressio, Pablo VI nos ha querido decir, ante todo, que el progreso, en su fuente y en su esencia, es una vocación: «En los designios de Dios, cada hombre está llamado a promover su propio progreso, porque la vida de todo hombre es una vocación»[2]. Esto es precisamente lo que legitima la intervención de la Iglesia en la problemática del desarrollo. Si éste afectase sólo a los aspectos técnicos de la vida del hombre, y no al sentido de su caminar en la historia junto con sus otros hermanos, ni al descubrimiento de la meta de este camino, la Iglesia no tendría por qué hablar de él. Pablo VI, como ya León XIII en la Rerum novarum[3], era consciente de cumplir un deber propio de su ministerio al proyectar la luz del Evangelio sobre las cuestiones sociales de su tiempo.[4]

 

Decir que el desarrollo es vocación equivale a reconocer, por un lado, que éste nace de una llamada trascendente y, por otro, que es incapaz de darse su significado último por sí mismo. Con buenos motivos, la palabra «vocación» aparece de nuevo en otro pasaje de la Encíclica, donde se afirma: «No hay, pues, más que un humanismo verdadero que se abre al Absoluto en el reconocimiento de una vocación que da la idea verdadera de la vida humana»[5]. Esta visión del progreso es el corazón de la Populorum progressio y motiva todas las reflexiones de Pablo VI sobre la libertad, la verdad y la caridad en el desarrollo. Es también la razón principal por lo que aquella Encíclica todavía es actual en nuestros días.

 

Sobre el desarrollo humano como una vocación, Dios mediante continuaremos en el siguiente programa.

 

Fernando Díaz del Castillo Z.

 

Escríbanos a: reflexionesdsi@gmail.com


[1] Pablo VI, Discurso en la apertura de la III Asamblea General del Sínodo de los Obispos (27 setiembre 1974): AAS 66 (1974), p. 562.

[2] Populorum progressio,  15

[3] Cf. ibíd., 2: l.c., 258; León XIII, Carta enc. Rerum novarum (15 mayo 1891): Leonis XIII P.M. Acta, XI, Romae 1892, 97-144; Juan Pablo II, Carta enc. Sollicitudo rei socialis, 8: l.c., 519-520; Id., Carta enc. Centesimus annus, 5: l.c., 799.

[4] Cf. Carta enc. Populorum progressio, 2. 13: l.c., 258. 263-264.

[5] Ibíd., 42: l.c., 278.

Reflexión 183 – Caritas in veritate (21)

 Caritas in veritate  N° 15 (21)

 

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Coherencia del pensamiento de Pablo VI en el conjunto de su doctrina social

 

Estamos estudiando ahora el capítulo primero de Caritas in veritate, Caridad en la verdad, encíclica social de Benedicto XVI. Es un capítulo dedicado a recorrer el mensaje social de Pablo VI en su encíclica Populorum progressio, sobre el desarrollo de los pueblos; nos muestra el Papa Benedicto la coherencia del pensamiento de Pablo VI en el conjunto de su doctrina social; en particular la coherencia en la doctrina que se enseña en la encíclica Populorum progressio, en la carta apostólica Octogesima adveniens,  en la encíclica Humanae vitae y la exhortación apostólica Evangelii nuntiandi. A propósito de Humane vitae y Evangelii nuntiandi  advierte Benedicto XVI, – en el N° 15 de Caritas in veritate, – que aunque esos dos documentos no estén tan estrechamente relacionados con la doctrina social, son muy importantes para delinear el sentido plenamente humano del desarrollo propuesto por la Iglesia. Lo que defiende la Iglesia sobre el desarrollo es que sea plenamente humano.

En la reflexión anterior estudiamos lo que nos enseña la carta apostólica Octogesima adveniens sobre temas tan interesantes como la responsabilidad de la comunidad cristiana en la vida social y política, sobre la incompatibilidad del cristianismo con las ideologías marxista y liberal y la necesidad para el cristiano, de no caer en la trampa de las ideologías.

 

Recordamos que por ideología se entiende una manera de ver  al ser humano y a la sociedad, para sobre esa base construir un proyecto de sociedad que responda a esa visión. Una ideología construye mentalmente la clase de sociedad que desea, y por medio de la acción política se propone volver realidad esa sociedad que se tiene en mente.

 

¿Se puede hablar de una Ideología cristiana?

 

Vimos que se podría hablar de ideología cristiana, a la visión del ser humano y de la sociedad que está de acuerdo con la antropología cristiana, la que ve al ser humano como creado a imagen y semejanza de Dios y propone una sociedad regida por los planes del Creador, como se describen en la Sagrada Escritura.  

 

Nos preguntamos también, qué quería decir Pablo VI, cuando en su carta apostólica Octogesima adveniensnos previene que no caigamos en las trampas de las ideologías; decíamos que la advertencia del Santo Padre es sobre esas posturas ideológicas, que encierran al ser humano en sí mismo como autosuficiente, independiente de Dios, las ideologías que no aceptan el puesto de Dios en la sociedad, y por lo tanto niegan la trascendencia. Esas maneras de considerar al hombre y a la sociedad lejos de su relación con Dios, tienen implicaciones que los cristianos debemos tener en cuenta, para no adherir a ellas. Implicaciones que son distintas en el socialismo y en el liberalismo, pero de todas formas son inaceptables. Algunas implicaciones pueden ser comunes al pensamiento tanto del socialismo como del liberalismo, por ejemplo  su materialismo.

 

La ideología socialista

 

En el caso de la ideología socialista hay que estar atentos, en particular, a las limitaciones inadmisibles a la libertad,  a la incitación a la violencia y a la negación de Dios. Es claro cómo funciona un régimen socialista, porque tenemos ejemplos vivos en los regímenes que atacan la libertad de opinión y de información, los que persiguen a quienes se niegan a pensar como ellos y la emprenden contra la Iglesia.

 

La ideología liberal

 

En la ideología liberal se concibe una sociedad con libertad absoluta, en la cual el ser humano es el centro y el determinador último del manejo de toda actividad, empezando por la económica, que busca sobre todo el bien individual, aun a costa del perjuicio de los demás; de ahí la falta de equidad, característica del individualismo. Se predica la libertad por encima de todo. La presentación de ser adalides de la libertad es muy atractiva; sin duda esa es una trampa. Vemos en nuestra sociedad a qué extremos se llega cuando se abraza la libertad sin limitaciones.

 

Papel de la jerarquía y de los laicos en la política

 

Sobre la actividad política del cristiano, recordemos que, según las enseñanzas de Pablo VI en Octogesima adveniens, el papel de la Jerarquía en la orientación doctrinal es muy importante; las enseñanzas del magisterio, basadas en el Evangelio, proporcionan al cristiano  principios de reflexión, criterios de juicio y directrices de acción.

 

Según nos enseña  Pablo VI, para el análisis de la realidad es indispensable, además de la orientación doctrinal del magisterio, el aporte de la comunidad creyente, el aporte de los laicos. La presencia de los laicos es necesaria en la acción, de manera particular en el campo de la política. Ese no es el campo propio de la jerarquía.

 

En el ejercicio de la política, la responsabilidad del laico católico es muy grande. Con sus votos se aprueban o niegan leyes a favor o en contra de los planes de Dios para la sociedad. Allí se prueba el católico de verdad a diferencia del católico sólo de palabra.

 

 

Humanae vitae y doctrina social

Pasando a la coherencia del pensamiento social de Pablo VI y cómo se refleja en la encíclica Humanae vitae, Benedicto XVI en el N° 15 de Caritas in veritate nos enseña que la Humanae vitae no trata sólo sobre un tema de moral individual, sino que tiene que ver con la moral social. La moral individual se refiere a los deberes particulares de los individuos, mientras que la moral social tiene que ver con los compromisos que el individuo tiene con la sociedad. Puesto que vivimos con otras personas, nuestras acciones, cuando tienen que ver con los demás, no son correctas o incorrectas, buenas o malas, sólo porque individualmente consideradas así parezcan, sino que hay que tener en cuenta si afectan a la sociedad. Cuando se ejerce el deber del voto, por ej., siempre se debe decidir en conciencia y se debe tener en cuenta no sólo cómo la consecuencia del voto lo afecta a uno personalmente, sino cómo afecta mi voto a la sociedad.

 

 ¿Puede haber una sociedad con bases más débiles que una sociedad que no respeta la vida?

 

 

Es un contrasentido pretender que se defienden los derechos humanos, si al mismo tiempo se menosprecia la vida de los demás. Una sociedad que acepta y tolera la violación de la vida humana, sobre todo si se trata de la débil vida de un niño por nacer, el ser humano más indefenso, o  de la vida de un marginado, es una sociedad que se desmorona. ¿Puede haber una sociedad con bases más débiles que una sociedad que no respeta la vida?

 

Se dice, a veces, que se defienden los derechos humanos, mientras se pisotean los derechos de las familias. ¿Tiene eso sentido? En Argentina se pretendió defender los derechos de los homosexuales, aprobando el matrimonio de personas del mismo sexo. Esos votos fueron en detrimento de la familia según los planes de Dios, como aparecen en la Sagrada Escritura. ¿Cómo entienden su cristianismo los parlamentarios que aprobaron esa ley y la presidenta de Argentina que la promovió?

 

Para terminar el repaso de nuestra reflexión anterior voy a leer las frases del doctor Hernán Vergara Delgado, en su estudio sobre la Humanae vitae. Con esas palabras terminamos la reflexión anterior:

Defender la posibilidad de que una vida humana llegue a la existencia porque en ella se actúa el poder creador de Dios y el ejercicio de la libertad y de su amor sólo puede ser un acto de fe.

 

Defender la vida humana en cuanto es sólo posibilidad es la más sublime defensa de la vida que puede darse y, como el que puede lo más puede lo menos, es también la mayor garantía posible de que la vida sea defendida en personas ya existentes, que es la pretensión de los derechos humanos.[1]

 

Pensamiento social de Pablo XVI en Populorum progressio y la exhortación apostólica Evangelii nuntiandi

 

Leamos las palabras del Papa en el N°15 de Caritas in veritate, Caridad en la verdad:

La Exhortación apostólica Evangelii nuntiandi guarda una relación muy estrecha con el desarrollo, en cuanto «la evangelización —escribe Pablo VI— no sería completa si no tuviera en cuenta la interpelación recíproca que en el curso de los tiempos se establece entre el Evangelio y la vida concreta, personal y social del hombre»[2]. «Entre evangelización y promoción humana (desarrollo, liberación) existen efectivamente lazos muy fuertes»[3]: partiendo de esta convicción, Pablo VI aclaró la relación entre el anuncio de Cristo y la promoción de la persona en la sociedad.

El testimonio de la caridad de Cristo mediante obras de justicia, paz y desarrollo forma parte de la evangelización, porque a Jesucristo, que nos ama, le interesa todo el hombre. Sobre estas importantes enseñanzas se funda el aspecto misionero [4] de la doctrina social de la Iglesia, como un elemento esencial de evangelización[5]. Es anuncio y testimonio de la fe. Es instrumento y fuente imprescindible para educarse en ella.

Destaquemos algunas frases de Benedicto XVI sobre la estrecha relación de la exhortación apostólica Evangelii nuntiandi, de Pablo VI y el desarrollo que promueve la Iglesia:

 

Un Evangelio para la persona de carne y hueso

 

Nos dice el Papa actual, que según Pablo VI, la evangelización no sería completa si no tuviera en cuenta el diálogo que se establece entre el Evangelio y la vida concreta, personal y social del hombre».Es que el Evangelio no es un mensaje etéreo, abstracto, teórico, sino que va directo a nuestra vida; el Evangelio es para vivirlo, no sólo para citarlo de memoria. Por eso la Iglesia nos puede reclamar que seamos coherentes, cuando nos decimos cristianos, pero no obramos de acuerdo con lo que nos enseña el Evangelio. Leamos las palabras de Evangelii nuntiandi en el N° 29, donde nos enseña Pablo VI que el Evangelio es Un mensaje que afecta a toda la vida:

29. La evangelización no sería completa si no tuviera en cuenta la interpelación recíproca que en el curso de los tiempos se establece entre el Evangelio y la vida concreta, personal y social, del hombre. Precisamente por esto la evangelización lleva consigo un mensaje explícito, adaptado a las diversas situaciones y constantemente actualizado, sobre los derechos y deberes de toda persona humana, sobre la vida familiar sin la cual apenas es posible el progreso personal[6], sobre la vida comunitaria de la sociedad, sobre la vida internacional, la paz, la justicia, el desarrollo; un mensaje, especialmente vigoroso en nuestros días, sobre la liberación.

En agosto del año 2009 tratamos este tema del desarrollo integral, el progreso humano y la Exhortación apostólica Evangelii nuntiandi. Vamos a recordar lo que estudiamos entonces.[7]

 

Los sínodos de 1971 y 1974

 

 

Entre las contribuciones de Pablo VI a la DSI se cuentan los documentos finales de los Sínodos de los obispos celebrados en 1971 y 1974, cuyo sentido social salta a la vista con solo una rápida mirada a su contenido. Examinemos primero el documento del Sínodo de 1971. Los documentos de ambos sínodos, el de 1971 y de 1974 fueron base para la exhortación apostólica Evangelii nuntiandi.

En el año 1971, el Sínodo de los obispos estudió el tema de la justicia. El documento final de ese Sínodo trata sobre la misión de la Iglesia y la promoción de la justicia. Notemos que cuando se habla de la Misión de la Iglesia, hay que entender que Iglesia no es sólo la jerarquía, se refiere a la misión de la jerarquía y la misión de todos los cristianos; misión que se concreta en dar testimonio del amor y de la justicia como se encuentran en el Evangelio. 

Se ve claramente que, con Pablo VI a la cabeza, en los sínodos de los obispos después del Vaticano II, la Iglesia demostraba su firme decisión de responder a las necesidades del ser humano en el mundo moderno. La Iglesia quería y quiere, ofrecer sus aportes a la solución de los problemas sociales.

 

El Sínodo de 1971

 

 

Demos una mirada al documento del Sínodo de 1971. En la introducción se plantea como punto de partida,  el clamor de los que padecen injusticia, y nos enseña que la acción a favor de la justicia es una dimensión constitutiva de la evangelización. Esto nos ayuda a aclarar los fines de la doctrina social, que están íntimamente ligados a la salvación y por lo tanto a la evangelización. Evangelizar es proclamar la salvación. La acción a favor de la justicia es parte de la evangelización. La doctrina social y su práctica no se pueden desligar de la evangelización. Como discípulos y misioneros no podemos olvidar esa afirmación. Si trabajamos en la evangelización debemos conocer y vivir la DSI.

 

 

La Justicia y la Sociedad Mundial

  La primera parte del documento final del sínodo de los obispos de 1971 lleva como título: La Justicia y la Sociedad Mundial. Trata allí sobre la crisis de la solidaridad universal, el derecho al desarrollo, las injusticias sin voz y  la necesidad del diálogo como la mejor forma de mediación.

 

 

Anuncio del Evangelio y Misión de la Iglesia

 

 

La parte segunda del documento del Sínodo de 1971, trata sobre el anuncio del Evangelio y la Misión de la Iglesia. Nos dice allí que la situación actual del mundo nos invita a volver al mensaje evangélico para descubrir su sentido profundo y sus exigencias. Añade que la Iglesia tiene como misión dar testimonio de la experiencia de amor y justicia contenida en el Evangelio, y que, aunque la Iglesia no ofrece soluciones concretas, susmiembros nos debemos comprometer en la búsqueda del bien común, en todos los campos.

 

El Sínodo de los obispos de 1974

 

Si en el Sínodo de 1971 se había estudiado la justicia como parte de la evangelización, en este nuevo Sínodo era conveniente profundizar en la evangelización para dar luz al tema de la promoción de la justicia.[8]

  El Papa Pablo VI tomó un año, después del Sínodo de 1974, para presentar a la Iglesia el documento final de esa reunión, que recogió los frutos de la preparación del Sínodo y de las reflexiones de los obispos. Ese documento lo publicó el Santo Padre el 8 de diciembre de 1975 con el nombre de Evangelii nuntiandi.

 

 A lo largo de todo el documento se analiza la situación del mundo. Es clara allí la sensibilidad de Pablo VI ante la persona humana de nuestro tiempo y su profundidad teológica. En ese momento se presentaba confusión entre algunos católicos sobre la orientación que debía tener su actividad apostólica; algunos pretendían dirigir la evangelización a sólo un aspecto del ser humano, el de su vida terrena, su vida en la sociedad; pensaban que debían dirigir su actividad sólo a la solución de los problemas de injusticia que aquejaban y siguen ahora aquejando al mundo. Pablo VI nos enseñó enEvangelii nuntiandiqué es evangelizar, el contenido, los medios, el espíritu de la evangelización y sus destinatarios. Como vemos,Evangelii nuntiandi lo deberíamos leer, releer y meditar todos los que en alguna forma trabajamos en grupos apostólicos.

 

La salvación y la promoción humana en la evangelización

 

 Ante la pregunta sobre cómo articular en el mensaje evangelizador  la salvación y la promoción del ser humano, – es decir, el desarrollo humano, – Evangelii nuntiandienseña que lo esencial esla revelación de Dios como Padre; mediante esa revelación se nos ofrece la salvación en Cristo, de manera gratuita, como un don de la gracia y de la misericordia de Dios (EN 27). Esta salvación es trascendente, lo cual quiere decir que no se completa en este mundo sino más allá del tiempo y de la historia. Esas características de la salvación, de ser gratuita y ser trascedente, constituyen lo esencial de la salvación.

 

¿El mensaje del Evangelio, el mensaje de salvación se dirige entonces sólo a comunicarnos cuál es el camino hacia el cielo y no tiene en cuenta las necesidades del ser humano en su vida terrena?  ¿No queda lugar a la acción del hombre y a sus necesidades terrenas? ¿Es acaso el desarrollo humano ajeno a la salvación, a la evangelización? No. Leamos de nuevo  la respuesta a esta inquietud, en el N° 29 de Evangelii nuntiandi, palabras que cita Benedicto XVI en el N° 15 de Caritas in veritate:

 

La evangelización no sería completa si no tuviera en cuenta la interpelación recíproca que en el curso de los tiempos se establece entre el evangelio y la vida concreta, personal y social, del hombre.

 

De manera que entre el evangelio y la persona humana hay un diálogo, una interpelación permanente; si interrumpimos ese diálogo lo hacemos con daño para el ser humano. La Palabra, el Evangelio, nos hace preguntas todo el tiempo.Sigue asíEvangelii nuntiandi:  

 

Precisamente por eso la evangelización lleva siempre un mensaje explícito, adaptado a las diversas situaciones y constantemente actualizado, sobre los derechos y deberes de toda persona humana, sobre la vida familiar, sin la cual apenas es posible el progreso personal, sobre la vida comunitaria de la sociedad, sobre la vida internacional, la paz, la justicia, el desarrollo; un mensaje, especialmente vigoroso en nuestros días, sobre la liberación.

 

Los lazos muy fuertes que unen la evangelización y el desarrollo humano

 

De manera que la evangelización y la promoción humana están unidas por lazos muy fuertes, como dice Pablo VI en el N° 31 de Evangelii nuntiandi donde nos explica que existen lazos, vínculos, muy fuertes

 

Vínculos de orden antropológico, (es decir que se relacionan con el ser humano en cuanto a su origen, su naturaleza, su destino) porque, el hombre que hay que evangelizar no es un ser abstracto, sino un ser sujeto a los problemas sociales y económicos. Lazos de orden  teológico, ya que no se puede disociar el plan de la creación del plan de la redención, que llega hasta situaciones muy concretas de injusticia, a las que hay que combatir, y de justicia, que hay que restaurar. Vínculos de orden eminentemente evangélico, como es el de la caridad; en efecto, ¿cómo proclamar el mandamiento nuevo sin promover, mediante la justicia y la paz, el auténtico crecimiento del hombre? (EN 31)

 

El cristianismo tiene su origen divino, en Jesucristo, Dios y hombre y por eso comprende al ser humano de manera integral y la salvación también integral, de todo el hombre. Hay que salvar a todo el hombre, no a un ser humano sin carne ni piel. Esa es la antropología cristiana, – la que interpreta al ser humano completo. Vivimos aquí, en la tierra, pero nuestro destino es la eternidad, es el Reino de Dios y el camino para llegar allá es el que nos enseña el Evangelio.

 

El progreso del ser humano, creado a imagen de Dios, no es un progreso real si sólo se busca el progreso terrenal, pero tampoco se puede ignorar al ser humano que vive en la tierra y tiene  necesidades materiales.

 

El Sínodo de 1971 trató el tema de la salvación y el progreso humano, en el sentido de que todo el mensaje evangélico  va junto con el progreso del ser humano.  No debemos separar el progreso humano de la evangelización, como si no tuvieran nada qué ver.

 

Jesús, el hombre según el diseño de Dios

 

La fe cristiana exige que la sociedad se construya según el designio de Dios. ¿Y, dónde encontramos el modo de realizar ese diseño de Dios? En Jesús, el hombre perfecto, que es el camino, la verdad y la vida; y a Jesús lo encontramos en su Palabra, en el Evangelio. Allí encontramos al hombre como Dios lo quiere. Es muy bello comprender que cuando se habla del desarrollo integral, como la Iglesia lo pide, está pidiendo el desarrollo para que el ser humano llegue a ser el ser humano según los designios, el diseño de Dios. No es posible imaginar a una persona humana con un diseño mejor que el que salió de la creatividad de Dios.

 

No se puede pensar en un progreso humano que sea contrario al designio, al plan de Dios. El modelo perfecto de ejecución del plan de Dios se realizó en Jesucristo, Dios y hombre. En la tierra vivió como hombre: sintió hambre, sed, cansancio, trabajó para sostenerse y contribuir con su trabajo al bienestar de otros. Pensó en el hambre de los demás: por eso multiplicó los panes y los peces y preparó el pescado a los Apóstoles que regresaban luego de una dura faena de pesca, como narra San Juan en ese bello pasaje de Jesús Resucitado, a orillas del mar de Galilea (Jn 21). 

 

A Jesús lo vieron sus vecinos como un ser humano común y corriente casi toda su vida. Así quiso  que lo conocieran las personas que vivieron con él en su pueblo: simplemente como el hijo de María, como el hijo de José, como el carpintero. Por eso quedaron perplejos cuando, en el comienzo de su vida pública se presentó en la sinagoga de Nazaret, ya no más como otro de los habitantes del pueblo, sino como el Mesías anunciado (Lc 4, 16-23).

 

Fernando Díaz del Castillo Z.

 

Escríbanos a: reflexionesdsi@gmail.com


[1] Cf Hernán Vergara Delgado, Soberanía de la fe” (1996)  2° edición octubre 2006,  Pg 21, publicado por la Comunidad Humanae vitae, humanaevitae@cable.net.co

[2] E.N. 29: AAS 68 (1976), 25.

[3] Ibíd., 31: l.c., 26.

[4] Cf. Juan Pablo II, Carta enc. Sollicitudo rei socialis, 41: l.c., 570-572.

[5] Ibíd.; Id., Carta enc. Centesimus annus, 5. 54: l.c., 799. 859-860.

[6]Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Const. past. Gaudium et spes, 47-52: AAS 58 (1966), pp. 1067-1074; Pablo VI, Encicl. Humanae vitae: AAS 60 (1968), pp. 481-503.

[7] Cf Reflexión 148, Caritas in veritate (VII)

[8] Cf Ildefonso Camacho, S.J., Doctrina social de la Iglesia, una aproximación histórica, San Pablo, PG425ss

Reflexión 182 – Caritas in veritate (20)

 Caritas in veritate  N° 14 y 15 (20)

 

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Coherencia del pensamiento de Pablo VI en Populorum progressio y Octogesima adveniens

 

 

Hemos estado estudiando el capítulo primero de Caritas in veritate, Caridad en la verdad, la encíclica de Benedicto XVI. Dedica el Papa este capítulo a comentar el mensaje social de Pablo VI en su encíclica Populorum progressio, sobre el desarrollo de los pueblos. Nos demuestra el Papa Benedicto la coherencia del pensamiento de Pablo VI en el conjunto de su doctrina social, en particular la coherencia en la doctrina que se enseña en la encíclica Populorum progressio y en la carta apostólica Octogesima adveniens.

 

Como vimos, esta carta apostólica Octogesima adveniens, que no es una encíclica, la dirigió Pablo VI al cardenal canadiense Maurice Roy, entonces presidente de la  Comisión pontificia  Justicia y Paz y del Consejo para los Laicos. En lo que se refiere al desarrollo integral, nos podemos dar cuenta de la importancia de esa carta apostólica, con sólo ver los temas que en ella trata Pablo VI. Veamos:

 

El Papa se había ocupado del tema de la pobreza, cuatro años antes,  en Populorum progressio, en un momento en el que se hacía cada vez más grande la distancia entre los países industrializados y los así llamados países subdesarrollados; situación inaceptable, porque la disponibilidad de recursos para todos era abundante. Había entonces, como sigue habiendo ahora, un problema de inequidad en la disponibilidad de esos recursos para el desarrollo de los más débiles. Como hemos comentado en varias oportunidades, no es suficiente que la economía crezca para que automáticamente se consiga un desarrollo integral, si los bienes no se distribuyen con equidad.

 

El político cristiano frente a los problemas de justicia social

 

Pablo VI dirige su atención en Octogesima adveniens a la responsabilidad de la comunidad cristiana en la vida social y política.[1] Por esa razón, los católicos que intervienen en política deberían conocer  bien esta carta apostólica. Frente a los problemas de la pobreza, de la justicia social, ¿cuál debe ser la posición del cristiano, en particular de los que intervienen en la política?

 

Después de presentar en la carta apostólica, los  problemas sociales más apremiantes, en la segunda parte Pablo VI trata sobre las implicaciones que tienen las aspiraciones del hombre de hoy a la democracia, a la igualdad y la participación y así mismo sobre la incompatibilidad del cristianismo con las ideologías marxista y liberal y la necesidad para el cristiano, de no caer en la trampa de las ideologías.

 

Es conveniente recordar lo que se entiende por ideología. Por ideología se entiende una visión, una manera de ver la naturaleza, de ver al ser humano y a la sociedad, para sobre esa base construir un proyecto de sociedad que responda a esa visión. Una ideología construye mentalmente la clase de sociedad que se propone. Por ej., la ideología comunista ¿cómo ve al ser humano y a la sociedad?  Tenemos esa visión convertida en realidad en los países donde se impuso el comunismo: una sociedad manejada por la dictadura, con limitaciones inadmisibles a la libertad individual y colectiva, una sociedad en la que la ideología se imponía por la fuerza, en la que estaba vedada la religión, etc.

 

¿A qué trampas de las ideologías se refiere Pablo VI en su carta apostólica?

 

No todas las ideologías son malas; la sociedad se construye de acuerdo con una manera de ver el ser humano. En ese sentido se podría hablar de ideología cristiana, a la que está de acuerdo con la antropología crstiana, la que ve al ser humano como creado a imagen y semejanza de Dios y propone una sociedad regida por los planes del Creador, como se describen en la Sagrada Escritura. Sin duda cuando el Papa nos previene para no caer en las trampas de las ideologías, se refiere a esas posturas ideológicas que encierran al ser humano en sí mismo, que no aceptan el puesto de Dios en la sociedad y por lo tanto niegan la trascendencia. Esas maneras de considerar al hombre y a la sociedad lejos de su relación con Dios, tienen implicaciones que los cristianos debemos tener en cuenta para no adherir a ellas. Implicaciones que son distintas en el socialismo y en el liberalismo, pero de todas formas inaceptables. Algunas implicaciones pueden ser comunes al pensamiento tanto del socialismo como del liberalismo, por ejemplo las consecuencias de su materialismo.

 

En el caso de la ideología socialista hay que estar atentos, en particular, a las limitaciones inadmisibles a la libertad,  a la incitación a la violencia y a la negación de Dios. Es claro cómo funciona un régimen socialista, porque tenemos ejemplos vivos en los regímenes que atacan la libertad de opinión y de información, los que persiguen a quienes se niegan a pensar como ellos.

 

En la ideología liberal podemos ver cómo conciben la sociedad: con libertad absoluta, con el ser humano como centro y determinador último del manejo de toda actividad, empezando por la económica, que busca sobre todo el bien individual aun a costa del perjuicio de los demás; de ahí la falta de equidad, característica del individualismo. Se predica la libertad por encima de todo. La presentación de ser adalides de la libertad es muy atractiva; sin duda es una trampa. Vemos en nuestra sociedad a qué extremos se llega cuando se abraza la libertad sin limitaciones…

 

 

Función del poder político y la participación de los cristianos en la política

 

 

En la tercera parte de Octogesima adveniens, Pablo VI trata sobre los cristianos ante los nuevos problemas, en particular ante el problema del desarrollo económico, las empresas multinacionales y sus peligros (OA 44). En cuanto a la política, el Papa trata sobre la función del poder político y la participación de los cristianos en la política.

 

 Pablo VI sigue la metodología VER-JUZGAR-ACTUAR, por eso, después de presentar y analizar la realidad, desde la visión cristiana,  la última parte de Octogesima adveniens se dedica a un llamamiento a la acción.

 

Se pregunta el Papa: en una sociedad pluralista, que aspira a una organización democrática, ¿cómo debe actuar el cristiano frente a las diversas corrientes ideológicas que pretenden organizar la sociedad?  A los interesados en la política,- ojalá hubiera muchos católicos que intervinieran, para bien de la sociedad, – les quisiera dejar la inquietud de prepararse. Las encíclicas sociales son documentos imprescindibles, para conocer la doctrina católica sobre la sociedad.

En Octogesima adveniens aprendemos que en el análisis de la realidad, en su juicio sobre ella y en sus decisiones para actuar, el político cristiano no puede ignorar las enseñanzas sociales de la Iglesia. Las enseñanzas del magisterio que, basadas en el Evangelio, orientan al cristiano proporcionándole principios de reflexión, criterios de juicio y directrices de acción.

 

La Jerarquía en la orientación doctrinal; los laicos en la acción política

 

Nos enseña Pablo VI que para el análisis de la realidad es indispensable, además de la orientación doctrinal del magisterio, el aporte de la comunidad creyente, el aporte de los laicos. La presencia de los laicos es necesaria en la acción, de manera particular en el campo de la política, en donde no tiene cabida la jerarquía.

 

Populorum progressio, Humanae vitae y Evangelii nuntiandi

 

 

Continuemos con el N° 15 de Caritas in veritate. Este número lo dedica Benedicto XVI a presentar la coherencia del pensamiento de Pablo VI en Populorum progressio y otros dos documentos muy importantes, además de Octogesima adveniens, que acabamos de considerar. El Santo Padre se refiere a la encíclica Humanae vitae, De la vida humana,  y a la exhortación apostólica Evangelii nuntiandi, sobre la evangelización.

 

Recordemos que la encíclica Populorum progressio fue publicada en la Pascua de 1967; el Concilio Vaticano II  había terminado menos de dos años antes, en diciembre de 1965. Leamos completo el N° 15 de Caritas in veritate:

15. Otros dos documentos de Pablo VI, aunque no tan estrechamente relacionados con la doctrina social —la Encíclica Humanae vitae, De la vida humana, del 25 de  julio de 1968, y la Exhortación apostólica Evangelii nuntiandi, del 8 de diciembre de 1975— son muy importantes para delinear el sentido plenamente humano del desarrollo propuesto por la Iglesia. Por tanto, es oportuno leer también estos textos en relación con la Populorum progressio.

La Encíclica Humanae vitae subraya el sentido unitivo y procreador a la vez de la sexualidad, poniendo así como fundamento de la sociedad la pareja de los esposos, hombre y mujer, que se acogen recíprocamente en la distinción y en la complementariedad; una pareja, pues, abierta a la vida[2].  No se trata de una moral meramente individual: la Humanae vitae señala los fuertes vínculos entre ética de la vida y ética social, inaugurando una temática del magisterio que ha ido tomando cuerpo poco a poco en varios documentos y, por último, en la Encíclica Evangelium vitae de Juan Pablo II[3]. La Iglesia propone con fuerza esta relación entre ética de la vida y ética social, consciente de que «no puede tener bases sólidas, una sociedad que —mientras afirma valores como la dignidad de la persona, la justicia y la paz— se contradice radicalmente aceptando y tolerando las más variadas formas de menosprecio y violación de la vida humana, sobre todo si es débil y marginada»[4].

 

Evangelii nuntiandi guarda una relación muy estrecha con el desarrollo. Evangelización y promoción humana

 

La Exhortación apostólica Evangelii nuntiandi guarda una relación muy estrecha con el desarrollo, en cuanto «la evangelización —escribe Pablo VI— no sería completa si no tuviera en cuenta la interpelación recíproca que en el curso de los tiempos se establece entre el Evangelio y la vida concreta, personal y social del hombre»[5]. «Entre evangelización y promoción humana (desarrollo, liberación) existen efectivamente lazos muy fuertes»[6]: partiendo de esta convicción, Pablo VI aclaró la relación entre el anuncio de Cristo y la promoción de la persona en la sociedad. El testimonio de la caridad de Cristo mediante obras de justicia, paz y desarrollo forma parte de la evangelización, porque a Jesucristo, que nos ama, le interesa todo el hombre. Sobre estas importantes enseñanzas se funda el aspecto misionero [7] de la doctrina social de la Iglesia, como un elemento esencial de evangelización[8]. Es anuncio y testimonio de la fe. Es instrumento y fuente imprescindible para educarse en ella.

Cita Benedicto XVI varios documentos de Pablo VI para comprobar la coherencia de su doctrina social: ya nos referimos a la Carta Apostólica Octogesima adveniens, en el octogésimo aniversario de la publicación de la encíclica Rerum novarum.  Como acabamos de leer, menciona también Benedicto XVI la encíclica Humanae vitae, De la vida humana, y la Exhortación apostólica Evangelii nuntiandi.

 

Nos detendremos a considerar los lazos estrechos, que según Benedicto XVI hay entre Populorum progressio y Humanae vitae; pasaremos luego a ver la relación de P.P. y Evangelii nuntiandi.

 

Afirma Benedicto XVI en el N° 15 de Caritas in veritate, sobre Humanae vitae  y Evangelii nuntiandi, que aunque estos dos documentos no estén tan estrechamente relacionados con la doctrina social, son muy importantes para delinear el sentido plenamente humano del desarrollo propuesto por la Iglesia.

 

¿Qué dice la Humanae vitae, que tenga que ver con un desarrollo plenamente humano?

 

Tengamos presente que cuando la Iglesia en su DS propone un modelo de desarrollo, no lo hace desde el punto de vista técnico. Ese es papel de los técnicos; lo que la Iglesia propone y defiende es que el desarrollo debe ser plenamente humano. Ese es el campo de la DSI, el humano. La Iglesia reclama que ella es experta en humanidad. Leamos  con atención las palabras del Papa en el N° 15:

 

La Encíclica Humanae vitae pone como fundamento de la sociedad la pareja de los esposos, hombre y mujer, que se acogen recíprocamente en la distinción y en la comple/menta/riedad; una pareja, pues, abierta a la vida[9]. En discurso  a los participantes en el Congreso Internacional con ocasión del 40 aniversario de la encíclica Humanae vitae (10 mayo 2008) dijo el Papa sobre esa encíclica, que ella subraya con fuerza, yendo con valentía contra corriente con respecto a la cultura dominante, la calidad del amor de los esposos, no manipulado por el egoísmo y abierto a la vida (…)

 

La familia, célula de comunión, porque constituye el fundamento de la sociedad

 

 

El amor de los esposos abierto a la vida, pone en perspectiva a la familia. La familia, célula de comunión, porque constituye el fundamento de la sociedad[10]tiene una misión esencial  según la doctrina de la Iglesia: está llamada a revelar al mundo el amor de Dios, a ser signo visible de la verdad, a defender los valores intrínsecos en la naturaleza humana y, por tanto, comunes a toda la humanidad, esto es, la vida, la familia y la educación. Estas palabras las dirigió Benedicto XVI a los asistentes a la Jornada internacional de la familia, el 16 de mayo de 2008. Cuando afirma la Iglesia que el desarrollo integral tiene que ser plenamente humano, dice, por lo menos de manera implícita, que cuando se planifica el desarrollo, se debe tener en cuenta a la familia. En Caritas in veritate continúa Benedicto XVI sobre la encíclica Humanae vitae, De la vida humana:

 

 No se trata de una moral meramente individual: la Humanae vitae señala los fuertes vínculos entre ética de la vida y ética social. La Iglesia propone con fuerza esta relación entre ética de la vida y ética social, consciente de que «no puede tener bases sólidas, una sociedad que —mientras afirma valores como la dignidad de la persona, la justicia y la paz— se contradice radicalmente aceptando y tolerando las más variadas formas de menosprecio y violación de la vida humana, sobre todo si es débil y marginada

 

No nos vamos a detener en el estudio de Humanae vitae, porque esa tarea rebasa el objetivo de estas reflexiones dedicadas a la DSI, pero recordemos que cuando Pablo VI presentó al mundo la encíclica De la vida humana, se suscitó una crisis en la Iglesia. Pablo VI tomó cuatro años en el estudio y elaboración de la encíclica. Sintió el Papa que era una gravísima responsabilidad suya pronunciarse sobre el control natal; confesó que había sufrido mucho espiritualmente. Dijo en su alocución semanal, una semana después de la promulgación de la encíclica: “Jamás habíamos sentido como en esa coyuntura el peso de nuestro cargo. Hemos estudiado, leído, discutido cuanto podíamos. Hemos rezado también mucho.[11]

 

Nos podemos preguntar ¿por qué incluir la encíclica Humanae vitae en el pensamiento social de Pablo VI. Atendamos las palabras de Benedicto XVI en Caritas in veritate, sobre la coherencia de las enseñanzas sociales de Pablo VI. Nos dice que la Humanae vitae no trata sólo un tema de moral individual, sino que tiene que ver con la moral social. La moral individual se refiere a los deberes particulares de los individuos, mientras que la moral social tiene que ver con los compromisos que el individuo tiene con la sociedad. Puesto que vivimos con otras personas, nuestras acciones, cuando tienen que ver con los demás, no son correctas o incorrectas, buenas o malas, sólo porque individualmente consideradas así parezcan, sino que hay que tener en cuenta si afectan a la sociedad.

 

Ética de la vida y Ética social.

 

 Habla Benedicto XVI de Ética de la vida y Ética social. Sabemos que el respeto a la vida se basa en la dignidad de la persona humana, creada a imagen y semejanza de Dios. La vida es intocable, la vida es sagrada. Es un contrasentido pretender que se defienden los derechos humanos si al mismo tiempo se menosprecia la vida de los demás. Una sociedad que acepta y tolera la violación de la vida humana, sobre todo si se trata de la débil vida de un niño por nacer, el ser humano más indefenso, o  de la vida de un marginado, es una sociedad que se desmorona. ¿Puede haber una sociedad con bases más débiles que una sociedad que no respeta la vida? Se dice, a veces, que se defienden los derechos humanos, mientras se pisotean los derechos de las familias. ¿Tiene eso sentido?

 

Antes de terminar repitamos las palabras de Benedicto XVI sobre la encíclica Humanae vitae que leímos antes: dijo el Papa, que esa encíclica subraya con fuerza, yendo con valentía contra corriente con respecto a la cultura dominante, la calidad del amor de los esposos, no manipulado por el egoísmo y abierto a la vida (…)

(…) la calidad del amor de los esposos, no manipulado por el egoísmo, abierto a la vida. Voy a terminar con unas frases del doctor Hernán Vergara Delgado en su estudio sobre la Humanae vitae:

 

Defender la posibilidad de que una vida humana llegue a la existencia porque en ella se actúa el poder creador de Dios y el ejercicio de la libertad y de su amor sólo puede ser un acto de fe.

 

Defender la vida humana en cuanto es sólo posibilidad es la más sublime defensa de la vida que puede darse y, como el que puede lo más puede lo menos, es también la mayor garantía posible de que la vida sea defendida en personas ya existentes, que es la pretensión de los derechos humanos.[12]

 

 

 

Fernando Díaz del Castillo Z.

 

 

Escríbanos a: reflexionesdsi@gmail.com


[1] Cf Ildefonso Camacho, S.J., Doctrina social de la Iglesia, una perspectiva histórica, San Pablo, capítulo 13, Pablo VI y la sociedad moderna.

[2] Cf. nn. 8-9: AAS 60 (1968), 485-487; Benedicto XVI, Discurso a los participantes en el Congreso Internacional con ocasión del 40 aniversario de la encíclica «Humanae vitae» (10 mayo 2008): L’Osservatore Romano, ed. en lengua española (16 mayo 2008), p. 8.

[3] Cf. Juan Pablo II, Carta enc. Evangelium vitae (25 marzo 1995), 93: AAS  87 (1995), 507-508.

[4] Ibíd., 101: l.c., 516-518.

[5] N. 29: AAS 68 (1976), 25.

[6] Ibíd., 31: l.c., 26.

[7] Cf. Juan Pablo II, Carta enc. Sollicitudo rei socialis, 41: l.c., 570-572.

[8] Ibíd.; Id., Carta enc. Centesimus annus, 5. 54: l.c., 799. 859-860.

[9] Cf. nn. 8-9: AAS 60 (1968), 485-487; Benedicto XVI, Discurso a los participantes en el Congreso Internacional con ocasión del 40 aniversario de la encíclica «Humanae vitae» (10 mayo 2008): L’Osservatore Romano, ed. en lengua española (16 mayo 2008), p. 8.

[10] Cf Ibid.

[11] La alocución se encuentra en “Humanae vitae un documento dramático”, en el anexo “Versión final del Capítulo Tercero del libro “Soberanía de la fe” (1996), por Hernán Vergara Delgado, 2° edición octubre 2006,  publicado por la Comunidad Humanae vitae, humanaevitae@cable.net.co

[12] Hernán Vergara Delgado, op. Cit., Pg 21

Reflexión 181 – Caritas in veritate (19)

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La luz del Evangelio ilumina al mundo en conflicto

Continuamos estudiando el capítulo primero de Caritas in veritate. Benedicto XVI dedica este capítulo al mensaje de la encíclica Populorum progressio, de Pablo VI.

Explica el Santo Padre que Populorum progressio continúa la línea del Vaticano II como se expresa en la constitución pastoral Gaudium et spes, Gozo y esperanza, que manifiesta la decisión de la Iglesia de marchar al lado de sus hijos, participando de sus penas y alegrías e infundiéndoles siempre esperanza y consuelo.

 

En el acompañamiento y servicio de la Iglesia a sus hijos, juega un papel muy importante mantener viva la doctrina; cumple así con su misión de dar a conocer el Evangelio, que es luz y esperanza. Para la solución de crisis como la que vive el mundo en nuestro tiempo, la Iglesia presta su contribución al servicio de la humanidad llevándole la luz del Evangelio. En los momentos de gozo, lo mismo que en los momentos de tristeza, no hay mejor compañía que la Palabra, que el Evangelio que ilumina, que anima y conforta.

 

Dos grandes verdades de Populorum progressio

Nos dice Benedicto XVI, que Pablo VI en su encíclica Populorum progressio, sobre el desarrollo de los pueblos, nos enseña dos grandes verdades: La primera es que toda la Iglesia, en todo su ser y obrar, cuando anuncia, celebra y actúa en la caridad, tiende a promover el desarrollo integral del hombre. La segunda verdad es que el auténtico desarrollo del hombre corresponde de manera unitaria a la totalidad de la persona en todas sus dimensiones.

Tengamos presentes esas dos verdades: cuando la Iglesia actúa en la caridad, cuando anuncia el Evangelio, lo hace en bien del ser humano: promueve el desarrollo integral de la persona humana y de todas las personas humanas. Si el desarrollo se limita sólo a una parte del ser humano, – a lo material de su ser, – o sólo a una parte de los seres humanos, – no a todos, sólo a algunos privilegiados, – no se da el auténtico desarrollo, que para calificarse de auténtico tiene que abarcar a todo el hombre y a todos los hombres.

 

 

El crecimiento económico no es necesariamente la solución de la pobreza

Esto que a los creyentes nos parece obvio, no se suele tener en cuenta cando se habla de conseguir el desarrollo de un pueblo. Se supone que el gran objetivo del desarrollo debe ser el crecimiento económico y que lo demás viene automáticamente. Vemos que eso no necesariamente sucede; que pueden presentarse índices altos de crecimiento económico en un país, en una región o en el mundo, sin que por eso disminuya la pobreza; no sólo no disminuye necesariamente la pobreza material porque se produzca un crecimiento económico, sino aún menos disminuye la que podemos llamar pobreza integral, la de la falta de alimento, de salud y de vivienda y además la falta de educación, de cultura, de libertad, en fin, la que impide condiciones de una vida integralmente digna. Es lo que sucede ahora.

No hay dos tipos de doctrina social, una preconciliar y otra postconciliar

También nos confirma Benedicto XVI en su presentación de la encíclica Populorum progressio que, cuando la DSI se pone al día para responder a las necesidades de la sociedad, no cambia en lo fundamental. En particular, no se puede afirmar, por ejemplo, que exista una doctrina social de la Iglesia antes del Vaticano II y otra después de ese concilio.[1] En el N° 12 de Caritas in veritate, Caridad en la verdad, o Amor en la verdad, dice el Papa:

 

No hay dos tipos de doctrina social, una preconciliar y otra postconciliar, diferentes entre sí, sino una única enseñanza, coherente y al mismo tiempo siempre nueva.

 

Explica el Papa que Es justo señalar las peculiaridades de una u otra Encíclica, de la enseñanza de uno u otro Pontífice, pero sin perder nunca de vista la coherencia de todo el corpus doctrinal en su conjunto.

La DSI no es un sistema cerrado, inflexible

 

 

 

Aclara el Papa que la coherencia que se afirma de la DSI no significa que se trate de un sistema cerrado, inflexible, sino que la doctrina de la Iglesia es fiel a la luz del Evangelio, una luz que no opacan ni distorsionan los problemas siempre nuevos que van surgiendo en la sociedad. El Evangelio, rectamente comprendido, es una luz poderosa que alcanza todos los rincones de la mente y la conducta de la sociedad. Todos los problemas que surgen en la sociedad encuentran una respuesta en la DSI, porque se basa en el Evangelio, en la Palabra de Dios. De ahí que podamos confiar en nuestro patrimonio doctrinal, construido sobre el fundamento transmitido por los Apóstoles a los Padres de la Iglesia y acogido y profundizado después por los grandes Doctores cristianos. Los Sumos Pontífices, en sus enseñanzas de la doctrina social, guían apostólicamente a la Iglesia y le ayudan a discernir las nuevas exigencias de la evangelización. Por estas razones, (dice Benedicto XVI en el N° 12 de Caritas in veritate), la Populorum progressio, insertada en la gran corriente de la Tradición, puede hablarnos todavía hoy a nosotros.

En los siguientes números de Caritas in veritate, (del N°13 al 15), nos muestra Benedicto XVI la coherencia de la encíclica Populorum progressio con toda la doctrina social de Pablo VI. En los siguientes números nos ampliará la explicación del desarrollo como se entiende según Pablo VI.

 

13. Además de su íntima unión con toda la doctrina social de la Iglesia, la Populorum progressio enlaza estrechamente con el conjunto de todo el magisterio de Pablo VI y, en particular, con su magisterio social. Sus enseñanzas sociales fueron de gran relevancia: reafirmó la importancia imprescindible del Evangelio para la construcción de la sociedad según libertad y justicia, en la perspectiva ideal e histórica de una civilización animada por el amor. Pablo VI entendió claramente que la cuestión social se había hecho mundial [2] y captó la relación recíproca entre el impulso hacia la unificación de la humanidad /y el ideal cristiano de una única familia de los pueblos, solidaria en la común hermandad. Indicó en el desarrollo, humana y cristianamente entendido, el corazón del mensaje social cristiano y propuso la caridad cristiana como principal fuerza al servicio del desarrollo. Movido por el deseo de hacer plenamente visible al hombre contemporáneo el amor de Cristo, Pablo VI afrontó con firmeza cuestiones éticas importantes, sin ceder a las debilidades culturales de su tiempo.

El Evangelio es imprescindible en la construcción de la sociedad en libertad y justicia

 

Pablo VI reafirmó la importancia imprescindible del Evangelio para la construcción de la sociedad según libertad y justicia. No se puede prescindir de las enseñanzas del Evangelio en la construcción de una sociedad justa. Que la cuestión social se había ya convertido en situación mundial, como lo entendió en su tiempo Pablo VI, nos indica que la cuestión social se había globalizado. ¿Y a qué se llama la cuestión social? En una pequeña cartilla llamada “Solución al Problema Social”, publicada hace muchos años, se da una respuesta sencilla y clara.

 

¿Qué se entiende por Cuestión Social?

La Cuestión Social es esa situación de malestar en que vive la sociedad, producida por la distribución desigual de la riqueza, la cual produce conflictos entre los capitalistas y los trabajadores.[3]Hay un pequeño número de ricos, de millonarios, y un gran número, que casi no tienen ni lo esencial para vivir.[4]

Estas son las palabras de Pablo VI en el N° 3 de Populorum progressio a las que a este respecto se refiere Benedicto XVI en Caritas in veritate:

Hoy el hecho más importante del que todos deben tomar conciencia es el de que la cuestión social ha tomado una dimensión mundial. Juan XXIII lo afirma sin ambages[5], y el Concilio se ha hecho eco de esta afirmación en su Constitución pastoral sobre la Iglesia en el mundo de hoy[6]. Esta enseñanza es grave y su aplicación urgente. Los pueblos hambrientos interpelan hoy, con acento dramático, a los pueblos opulentos. La Iglesia sufre ante esta crisis de angustia, y llama a todos, para que respondan con amor al llamamiento de sus hermanos.

Pablo VI no cedió a las debilidades culturales de su tiempo

Tengamos presente esta otra afirmación de Benedicto XVI sobre Pablo VI y su valentía al presentar al mundo la doctrina del Evangelio, sin temor a la posición del mundo que se sigue oponiendo, aún hoy, a ciertas exigencias del Evangelio: Pablo VI afrontó con firmeza cuestiones éticas importantes, sin ceder a las debilidades culturales de su tiempo. Lo mismo sucede con Benedicto XVI y sucedió con Juan Pablo II: han respondido a críticas con valentía, con firmeza y con humildad, porque, según algunos, incluyendo católicos, el Papa no acepta cambios más de acuerdo con el mundo moderno.

 

 

No pasemos por alto tampoco a afirmación de Benedicto XVI sobre la importancia del desarrollo en las enseñanzas de la doctrina social expuesta por Pablo VI y el papel de la caridad en ese mismo desarrollo, pues afirma que es el desarrollo, humana y cristianamente entendido, es decir el desarrollo integral, el corazón del mensaje social cristiano y propuso la caridad cristiana como principal fuerza al servicio del desarrollo.

La doctrina social de Populorum progressio y Octogesima adveniens

En el N° 14 de Caritas in veritate Benedicto XVI comenta la relación de la DS, como la presenta Pablo VI en Populorum progressio y en su carta apostólica Octogesima adveniens, escrita con ocasión del octogésimo aniversario de la publicación de la encíclica Rerum novarum, del Papa León XIII:

Con la Carta apostólica Octogesima adveniens, de 1971, Pablo VI trató luego el tema del sentido de la política y el peligro que representaban las visiones utópicas e ideológicas que comprometían su cualidad ética y humana. Son argumentos estrechamente unidos con el desarrollo. Lamentablemente, las ideologías negativas surgen continuamente. Pablo VI ya puso en guardia sobre la ideología tecnocrática[7], hoy particularmente arraigada, consciente del gran riesgo de confiar todo el proceso del desarrollo sólo a la técnica, porque de este modo quedaría sin orientación. En sí misma considerada, la técnica es ambivalente. Si de un lado hay actualmente quien es propenso a confiar completamente a ella el proceso de desarrollo, de otro, se advierte el surgir de ideologías que niegan in toto (completamente) la utilidad misma del desarrollo, considerándolo radicalmente antihumano y que sólo comporta degradación. Así, se acaba a veces por condenar, no sólo el modo erróneo e injusto en que los hombres orientan el progreso, sino también los descubrimientos científicos mismos que, por el contrario, son una oportunidad de crecimiento para todos si se usan bien. La idea de un mundo sin desarrollo expresa desconfianza en el hombre y en Dios. Por tanto, es un grave error despreciar las capacidades humanas de controlar las desviaciones del desarrollo o ignorar incluso que el hombre tiende constitutivamente a «ser más». Considerar ideológicamente como absoluto el progreso técnico y soñar con la utopía de una humanidad que retorna a su estado de naturaleza originario, son dos modos opuestos para eximir al progreso de su valoración moral y, por tanto, de nuestra responsabilidad.

¿Son marxismo y liberalismo compatibles con la fe católica?

 

 

Benedicto XVI no pretende hacer, en este número de Caritas in veritate, un comentario completo de esta muy importante carta apostólica Octogesima adveniens, de Pablo VI. No podemos detenernos nosotros tampoco en este momento a estudiar en toda su extensión y profundidad este documento, aunque la importancia y novedad de los temas merece estudiarla despacio. Por ejemplo, no podemos dejar de estudiar lo que Pablo VI nos enseña sobre las ideologías marxista y liberal y su compatibilidad o no con la fe católica, sin acudir a esta carta apostólica (Cf al final de esta reflexión). Igualmente es indispensable acudir a la carta apostólica Octogesima adveniens para comprender en qué se fundamenta el desarrollo integral, – de toda la persona humana y de todas las personas humanas, – y comprender bien el papel que desempeña en la orientación del desarrollo, la llamada antropología cristiana, es decir, la visión cristiana del ser humano, que se basa en lo que sobre él nos ha comunicado la Palabra de Dios.

 

La economía un instrumento y no un fin en sí misma

Para que comprendamos la importancia de la visión cristiana del ser humano, en el tema del desarrollo integral y lo que piensa la DSI sobre la relación de la economía con el hombre, repitamos una vez más que, en el manejo de la economía, lo que se propone la Iglesia, no es conseguir que la economía se maneje muy bien desde el punto de vista técnico, de acuerdo con tal o cual escuela. La Iglesia no pretende ser experta en economía ni en política pero sí en humanidad. La economía la ve la Iglesia partiendo del pensamiento cristiano: la economía debe ser un medio, un instrumento para promover al hombre y no un fin en sí misma. Esa interpretación se basa en la verdad que hemos recibido de la Sagrada Escritura sobre el hombre y su mundo.

 

 

El ser humano no se puede conocer en toda su dimensión sin acudir a la fe; no podemos comprender al ser humano, sin tener en cuenta a Jesucristo, el Hijo de Dios que se hizo carne, igual en todo a nosotros, menos en el pecado. Jesús, el hijo del hombre, el Hijo de Dios. Hombre perfecto, Hijo de Dios que se encarnó para que el ser humano pudiera en Él conocer al Padre; divino del hombre Jesús, rostro humano de Dios y rostro divino del hombre.

Este misterio de la trascendencia de la persona humana, es decir, que no es un ser solo material y transitorio, temporal, que un día, cuando muera, desaparecerá del todo, no lo comprenden los que no tienen fe. Y en consecuencia, tratan a la persona humana como si su dimensión fuera transitoria, con un horizonte estrecho, limitado por lo material y terreno.[8]

 

Coherencia del pensamiento de Pablo VI en el conjunto de su doctrina social

En este capítulo I de Caritas in veritate, Benedicto XVI nos lleva a reflexionar sobre la coherencia del pensamiento de Pablo VI en el conjunto de su doctrina social, y en particular la coherencia en la encíclica Populorum progressio y la carta apostólica Octogesima adveniens.

 

Volvamos a leer las primeras líneas del N° 14 de Caritas in veritate: Con la Carta apostólica Octogesima adveniens, de 1971, Pablo VI trató luego el tema del sentido de la política y el peligro que representaban las visiones utópicas e ideológicas que comprometían su cualidad ética y humana. Son argumentos estrechamente unidos con el desarrollo.

 

¿Por qué la orientación ideológica con que se maneje la sociedad va estrechamente unida al desarrollo? La orientación ideológica de la persona y de los movimientos políticos se basa en la concepción que se tenga de la persona humana y de la sociedad. Si quien gobierna tiene una concepción materialista del ser humano y de la sociedad, buscará un desarrollo que esté de acuerdo con sus “convicciones sobre la naturaleza, el origen y el fin del hombre y de la sociedad.”[9] Esa posición ante la realidad social implica un sistema de valores de acuerdo los cuales transmite y con los cuales vive la persona.

 

Respeto del pluralismo

Sobre el sentido de la política, Octogesima adveniens, carta que parece dirigirse especialmente a los seglares católicos, declara que los cristianos debemos respetar el pluralismo de las sociedades contemporáneas. Pablo VI afirma el derecho y el deber de los católicos, de respetar las opciones políticas de los demás católicos y el de aceptar la diversidad de decisiones políticas de los hijos de la Iglesia.

 

 

Sobre el cristiano y el valor de la acción política leamos unas líneas de la carta apostólica Octogesima adveniens, en el N° 46:

 

Este poder político, que constituye el vínculo natural y necesario para asegurar la cohesión del cuerpo social, debe tener como finalidad la realización del bien común. Respetando las legitimas libertades de las personas, de las familias y de los grupos subsidiarios, sirve para crear eficazmente y en provecho de todos las condiciones requeridas para conseguir el bien auténtico y completo de toda persona, incluido su destino espiritual. (….) Interviene siempre movido por el deseo de la justicia y la dedicación al bien común, del que tiene la responsabilidad última. No quita, pues, a la persona individual y a los cuerpos intermedios el campo de actividades y responsabilidades propias de ellos, los cuales les inducen a cooperar en la realización del bien común. En efecto, «el objeto de toda intervención en materia social es ayudar a los miembros del cuerpo social y no destruirlos ni absorberlos»

(…)

La política camino serio y difícil de servicio

La política ofrece un camino serio y difícil―aunque no el único―para cumplir el deber grave que cristianos y cristianas tienen de servir a los demás. Sin que pueda resolver ciertamente todos los problemas, se esfuerza por aportar soluciones a las relaciones de las personas entre sí. Su campo y sus fines, amplios y complejos, no son excluyentes. Una actitud invasora que tendiera a hacer de la política algo absoluto, se convertiría en un gravísimo peligro. Aun reconociendo la autonomía de la realidad política, mujeres y hombres cristianos dedicados a la acción política se esforzarán por salvaguardar la coherencia entre sus opciones y el Evangelio y por dar, dentro del legitimo pluralismo, un testimonio, personal y colectivo, de la seriedad de su fe mediante un servicio eficaz y desinteresado hacia la humanidad.

 

Sobre la ilicitud de la adhesión de los cristianos a las ideologías marxista y liberal, Pablo VI en Octogesima adveniens, N° 26, la rechaza: “a la ideología marxista por tres motivos: por su carácter ateo, por su dialéctica de la violencia y por la subordinación de la persona a la colectividad (…) A la ideología liberal se la rechaza por poner como valores supremos la libertad ilimitada y la búsqueda exclusiva del poder.”[10]

 

Fernando Díaz del Castillo Z.

Escríbanos a: reflexionesdsi@gmail.com


[1] El P. Ildefonso Camacho en su libro Doctrina social de la Iglesia, una aproximación histórica, afirma que la lectura de Octogesima adveniens produce la impresión de que Pablo VI ha introducido importantes cambios en el enfoque de la DSI (Pg 399, 401 y 405). Véase especialmente (Pg 404s) su afirmación de que Pablo VI no concibe la “enseñanza” social de la Iglesia como “doctrina” sino como un proceso de análisis, juicio y discernimiento para la acción, en el cual no toma parte sólo la jerarquía sino toda la comunidad cristiana. “La jerarquía, según él, actúa como animadora y especialmente encargada de la dimensión doctrinal.” No afirma que haya un cambio en la doctrina sino en el enfoque.

[2] Cf. Carta enc. Populorum progressio, 3: l.c., 258.

[3] Francisco Javier Mejía, S.J., Cartilla de Doctrina Social Católica, Cruzada Social,

[4] Solución al Problema Social, 2ª. Ed. IRIS, Bogotá, 1962

[5] Cf. Enc. Mater et magistra, 15 de mayo de 1961 AAS 53 (1961) 440.

[6] Gaudium et spes n. 63-72 AAS. 58 (1966) 1084-1094.

[7] Cf. Populorum progressio, 34

[8] Cf en este blog, Reflexión 120, sobre la naturaleza de la DSI de diciembre 4 de 2008

[9] Cf Ildefonso Camacho, S.J., Doctrina Social de la Iglesia, una aproximación histórica, Cap. 13, Pablo VI y la sociedad moderna: la Octogesima adveniens, Pg. 409

[10] Cf Ildefonso Camacho, opus cit., Pag 412 Recuérdese la condena al capitalismo liberal en Populorum progressio, 26

Reflexión 180 – Caritas in veritate (17)

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Populorum progressio hoy

 

Estamos estudiando el capítulo 1° de Caritas in veritate, Caridad en la verdad, de Benedicto XVI, que dedica el Papa al Mensaje de Populorum progressio, la encíclica de Pablo VI, sobre el desarrollo de los pueblos. Recordemos que Benedicto XVI preparó Caritas in veritate para conmemorar los 40 años de Populorum progressio.

Nos dice Benedicto XVI que Populorum progressio es un mensaje de caridad y de verdad. En esta carta, Pablo VI continúa la línea de la constitución pastoral Gaudium et spes, del Concilio Vaticano II, que es una declaración de solidaridad de la Iglesia con los seres humanos, en sus gozos y sus esperanzas y de manera concreta con los pobres y con todos los que sufren. Pablo VI invita de manera particular a todos los países ricos a ser solidarios con Los pueblos hambrientos interpelan hoy, con acento dramático, a los pueblos opulentos. La Iglesia sufre ante esta crisis de angustia, y llama a todos para que respondan con amor al llamamiento de sus hermanos (P.P. 3).

Populorum progressio en el contexto general de la DSI

 

Nos invita Benedicto VI a considerar  la encíclica Populorum progressio en el contexto de todo el magisterio de Pablo VI y de la Tradición de la Iglesia. Nos indica así el Santo Padre que,  cuando estudiamos las enseñanzas de la Iglesia las debemos entender sabiendo que se basan en la tradición apostólica y los demás documentos del magisterio. Esto es una invitación a no tomar sólo algunos párrafos, por ejemplo, de una encíclica, sino a tener en cuenta la totalidad de la doctrina.

 

Como Populorum progressio es una encíclica social hay que entenderla  como doctrina, que por lo tanto tiene que ver con nuestra fe y no es sólo  materia de la sociología o de la economía. Otra cosa es que en sus enseñanzas sociales los Sumos Pontífices se valgan también de argumentos de la razón y de la moral natural, como también de argumentos basados en la Sagrada Escritura. Si las encíclicas sociales no se basaran en la tradición apostólica,  sino únicamente en datos propios de la sociología y de la economía, perderían su naturaleza teológico-moral, es decir sus raíces de fe.

 

También al considerar el mensaje de Populorum progressio invita Benedicto XVI a tener en cuenta las diferencias que puedan existir en los planteamientos que sobre el desarrollo se presentan hoy y los que se hacían cuando Pablo VI promulgó la encíclica  Populorum progressio. Los cambios permanentes en el mundo y en particular en América Latina, invitan a la Iglesia a vivir al día, porque, como dijo el Papa en Aparecida, refiriéndose a Gaudium et spes

 

La Iglesia, que participa de los gozos y esperanzas, de las penas y alegrías de sus hijos, quiere caminar a su lado en este período de tantos desafíos, para infundirles siempre esperanza y consuelo.[1]

 

La DSI en otros documentos de Pablo VI y ahora se pone al día

 

En este mismo capítuo 1° de Caritas in veritate,  Benedicto XVI se detiene a explicar estos temas sobre Populorum progressio, el Concilio Vaticano II y la doctrina social de Pablo VI como se presenta en otros de sus mensajes; en Sollicitudo rei socialis, Octogesima adveniens, Humanae vitae y Evangelii nuntiandi. Sobre los cambios en el mundo, después de Populorum progressio, que tengan incidencia en el concepto de desarrollo integral, Benedicto XVI había presentado su visión en la V Conferencia Episcopal de A.L. y el Caribe, en Aparecida. Allí, en su discurso de inauguración de la Conferencia, el Santo Padre se refirió al fenómeno de la globalización con estas palabras:

En el mundo de hoy se da el fenómeno de la globalización como un entramado de relaciones a nivel planetario. Aunque en ciertos aspectos es un logro de la gran familia humana y una señal de su profunda aspiración a la unidad, sin embargo comporta también el riesgo de los grandes monopolios y de convertir el lucro en valor supremo. Como en todos los campos de la actividad humana, la globalización debe regirse también por la ética, poniendo todo al servicio de la persona humana, creada a imagen y semejanza de Dios.

 

Lo positivo y lo negativo de la globalización

 

Tengamos en cuenta esta mención de la globalización en su lado  positivo, como señal de la aspiración que la familia humana tiene de conseguir la unidad, sin olvidar los peligros a que la globalización puede conducir, como son el llegar a convertir el lucro en valor supremo y que la unidad se consiga, pero por el dominio de los grandes monopolios. Cuando el Papa nos prevenía de esos peligros de la globalización, en la Conferencia de Aparecida, todavía el mundo no se había percatado de la crisis económica mundial que empezaba a manifestarse.

Algún cambio se deberá producir en el concepto de desarrollo, desde cuando Pablo VI nos ofreció su encíclica Populorum progressio, y el mundo no ha logrado superar  las consecuencias de la crisis económica y financiera. Si se pensó que para que hubiera desarrollo era suficiente el crecimiento económico, habrá que hacer un alto y rectificar conceptos, para encontrar las causas de la crisis, que se ha manifestado con particular persistencia, en los países considerados más desarrollados. Si el capitalismo quiere seguir vivo tiene que hacer un examen de conciencia serio, porque parece enfermo.

También en su discurso de inauguración  en Aparecida, Benedicto XVI recalcó que a pesar de avances hacia la democracia, la economía liberal debe tener en cuenta la necesidad de la equidad, pues siguen aumentando los sectores sociales que se ven probados cada vez más por una enorme pobreza o incluso expoliados de los propios bienes naturales.

 

Sólo los argumentos técnicos no pueden explicar las causas de la crisis económica mundial

Para el análisis de las causas de la crisis económica mundial no son suficientes los aportes de los técnicos de la economía y de las finanzas; se requiere escuchar a otros, expertos en otros campos de la actividad humana. Las causas de la crisis se extienden más allá del manejo técnico o matemático de la actividad humana. Escuchemos las interesantes palabras de las conclusiones de la XVI Sesión Plenaria de la Academia Pontificia de Ciencias Sociales el 6 de mayo de 2010, que se reunió para estudiar desde una visión católica, integral, la crisis económica mundial.

Teólogos y moralistas, sociólogos y politólogos, abogados y economistas de todo el mundo se han reunido con el objetivo común de poner sus conocimientos al servicio de la comunidad, al servicio de la familia humana, en la búsqueda desinteresada de la verdad científica que, como tal, coincide con la verdad del hombre. Es este ambiente de diversidad científica y de compromiso con la tarea común el que confiere grandeza a nuestra misión de proporcionar, dentro de nuestras limitaciones, una contribución a la Iglesia y un servicio a la humanidad. (ZENIT.org)

El análisis de lo económico en el marco de lo ético tiene especial importancia, porque, como lo advierte Benedicto XVI en Caritas in veritate (N° 37), toda decisión económica tiene una consecuencia moral.

 En este contexto debemos comprender la contribución a la familia humana, de la encíclica Caritas in veritate, hoy, y de Populorum progressio en su momento.

Como hay personas que ignoran o rechazan que la Iglesia se pronuncie en asuntos como la crisis económica que sacude al mundo, personas que tienen una concepción unilateral de la vida y de la sociedad, que sólo aceptan ver el mundo tangible, material, y no el mucho más rico, el que comprende lo espiritual, lo trascendente, escuchemos estas otras palabras de la Academia Pontificia de Ciencias Sociales, al término de la misma sesión a que nos hemos referido:

Para desplazarse por la selva de la vida, es necesario conocer sus senderos, conocer el equipo necesario para el viaje, calcular la fuerza de la que uno dispone y entender que cualquier viajero podría ser de gran ayuda en un momento de necesidad. Es decir, que necesitamos gente de mente abierta, con la capacidad de integrarse en equipos de trabajo y con la capacidad de reflexión, apostamos por las personas que están convencidas de que el mundo es tan complejo que sólo con la cooperación de los demás vamos a lograr el fruto del trabajo y, además, que sólo con una visión de conjunto será posible encontrar una solución, a través de la interacción cooperativa de los que se comprometen en ella.

La Iglesia al servicio de la familia humana

Cuando la Iglesia interviene con su orientación sobre temas políticos o económicos, que con frecuencia son temas relacionados, lo hace en cumplimiento de su papel de servidora de la persona humana. Nos enseña Benedicto XVI en su presentación del mensaje de Populorum progressio que Pablo VI  parte precisamente de esa visión para decirnos dos grandes verdades: La primera es que toda la Iglesia, en todo su ser y obrar, cuando anuncia, celebra y actúa en la caridad, tiende a promover el desarrollo integral del hombre. La segunda verdad es que el auténtico desarrollo del hombre concierne de manera unitaria a la totalidad de la persona en todas sus dimensiones.

Nos enseña entonces el Santo Padre que el desarrollo integral es el que comprende a la totalidad de la persona humana, en todas sus dimensiones. Cuando se piensa en el desarrollo como si consistiera sólo en el crecimiento económico, se actúa sólo para conseguir objetivos materiales, transitorios y perecederos, y las consecuencias limitantes o dañinas de ese enfoque se podrían comparar con un desarrollo de la persona humana que se dedicara exclusivamente al crecimiento de los músculos, al aumento de su fuerza, elasticidad, velocidad de respuesta a estímulos y se olvidara de su desarrollo psicológico en lo afectivo, lo intelectual y lo espiritual.

Esa comparación la podemos llevar más lejos: si se trabaja sólo en el desarrollo físico de alguien, se puede lograr una persona de gran capacidad para actividades que requieren fortaleza muscular o velocidad; pero si esa persona no ha desarrollado al mismo tiempo su personalidad psicológica, moral y espiritual ese individuo se podría dedicar a actividades delictivas, destructivas de otros y de sí mismo.

Algo así sucede cuando en la actividad económica se tiene como principal o único objetivo el lucro, el tener más y no también el llegar a ser más, sin importar el bien o el mal de los demás. En esos casos las personas se dejan arrastrar por la ambición, por la avaricia y no consideran los efectos negativos que a los demás pueden acarrear sus actividades, por ejemplo los intereses de usura que cobren, la mala calidad de los productos o servicios que ofrezcan y en los negocios internacionales, por ejemplo los efectos nocivos en terceros países por negocios como los que realizan con los activos llamados “tóxicos” o las condiciones denigrantes que pueden imponer para negociar, a países pobres. Se podría mencionar, aunque es obvio, el daño que acarrean los negocios de las armas y de narcóticos. Los que no han desarrollado un sentido ético de la vida, están dispuestos a negociar lo que sea con tal de obtener ganancias.

Entendemos ahora la necesidad de una perspectiva de la vida más allá de la terrenal, para no correr el riesgo de orientarla  sólo a tener, con perjuicio de lo que de verdad es de valor para uno mismo y para los demás.

Disponibles para bienes más altos

Fue emocionante ver a los oficiales rescatados del secuestro de las FARC, que no se dejaron doblegar después de 12 años de ultrajes, de permanecer día y noche con cadenas al cuello, los últimos 16 meses sin comunicación con el mundo exterior, obligados sólo a escuchar la voz humana de sus secuestradores. El canto de los pájaros y del agua sin duda les ayudaron a acudir a Dios, como lo hicieron al regresar y agradecerle la libertad y el don de la vida.[2] Los valores del amor a sus familias y a la patria indican sus valores humanos y espirituales. Son personas que han estado disponibles para bienes más altos,  para las iniciativas grandes y desinteresadas que la caridad universal exige. De esa clase de personas, disponibles para bienes más altos, habla Caritas in veritate en el N° 11.

Una visión real del ser humano

Nos explica Benedicto XVI, que el desarrollo integral requiere una visión trascendente de la persona, es decir una visión real del ser humano, que no va a vivir sólo una vida corta en la tierra, sino que está destinado a la eternidad. Nos dice también que este desarrollo integral no se puede dar desde fuera; comentábamos la semana pasada que esa afirmación del Papa quiere decir que, para que haya desarrollo integral es necesaria la libertad. No es posible desarrollar a nadie desde fuera, a la fuerza. Los demás pueden proporcionar los medios y ayudar a crear un clima propicio para el desarrollo, pero el desarrollo sólo se produce cuando se asume   como una vocación libre, dispuesta a asumir las responsabilidades que le corresponden en relación con los demás.

En palabras de Benedicto XVI, el desarrollo integral  también necesita a Dios. Si Dios está presente en la aventura del desarrollo, vamos a aprender a ver en los demás la imagen divina. Estos pensamientos son de Benedicto XVI en el N° 18 de la encíclica Dios es amor y con ellos nos hace comprender la profundidad del amor cristiano, que está dispuesto a ocuparnos de los demás, a tenerlos siempre en cuenta. Nos explica el Santo Padre que en nuestro encuentro íntimo con Dios aprendemos a mirar a los demás no sólo con los ojos y los sentimientos sino desde la perspectiva de Jesucristo, de manera que aprendemos que si Jesucristo ama a los demás también yo los amo y que les ayudo yo personalmente y no a través de las organizaciones encargadas de ellos. Dice textualmente:

Al verlo con los ojos de Cristo, puedo dar al otro mucho más que cosas externas necesarias: puedo ofrecerle la mirada de amor que él necesita.

 

Continuemos ahora con el N° 12 de Caritas in veritate, Caridad en la verdad

En este número, Benedicto XVI nos habla de la relación de Populorum progressio con el Concilio Vaticano II y la DSI en conjunto.

Los que deseen profundizar en el estudio de Caritas in veritate, pueden con mucho provecho leer las citas de los documentos sociales anteriores en los que Benedicto XVI apoya sus afirmaciones. Esas citas se encuentran al final de cada una de estas reflexiones.

A modo de ejemplo, casi al final de este N° 12, El Santo Padre se refiere a los documentos de la DSI que forman parte  tanto (del) carácter permanente como histórico del (…) «patrimonio» doctrinal que, con sus características específicas, forma parte de la Tradición siempre viva de la Iglesia, y cita la encíclica Laborem exercens, sobre el trabajo humano, de Juan Pablo II. Leámoslo y se nos aclara la ventaja de tener en cuenta las citas:

 

La moral social elaborada según las necesidades de las distintas épocas

 

En medio de todos estos procesos —tanto del diagnóstico de la realidad social objetiva como también de las enseñanzas de la Iglesia en el ámbito de la compleja y variada cuestión social— el problema del trabajo humano aparece naturalmente muchas veces. Es, de alguna manera, un elemento fijo tanto de la vida social como de las enseñanzas de la Iglesia. En esta enseñanza, sin embargo, la atención al problema se remonta más allá de los últimos noventa años. En efecto, la doctrina social de la Iglesia tiene su fuente en la Sagrada Escritura, comenzando por el libro del Génesis y, en particular, en el Evangelio y en los escritos apostólicos. Esa doctrina perteneció desde el principio a la enseñanza de la Iglesia misma, a su concepción del hombre y de la vida social y, especialmente, a la moral social elaborada según las necesidades de las distintas épocas. Este patrimonio tradicional ha sido después heredado y desarrollado por las enseñanzas de los Pontífices sobre la moderna «cuestión social», empezando por la Encíclica Rerum Novarum. En el contexto de esta «cuestión», la profundización del problema del trabajo ha experimentado una continua puesta al día conservando siempre aquella base cristiana de verdad que podemos llamar perenne.

 

Es muy interesante confirmar la permanencia de la doctrina social, con las necesarias actualizaciones, sin apartarse de los fundamentos en la Sagrada Escritura y la tradición.

 

Fernando Díaz del Castillo Z.

 

Escríbanos a: reflexionesdsi@gmail.com


[1] Discurso inaugural de Aparecida

[2] Me refiero a los oficiales de la Policía Nacional General Luis H. Mendieta, los coroneles Enrique Murillo y William Donato y al Sargento de Ejército de Colombia Arbey Delgado, rescatados por las Fuerzas Armadas colombianas después de 12 años secuestrados  por la guerrila de las FARC.

Reflexión 179 – Caritas in veritate (16)

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El mensaje de Populorum progressio

 

 

Estamos estudiando el primer capítulo de Caritas in veritate, después de haber considerado la Introducción, en la cual Benedicto XVI deja sentados los fundamentos de toda la encíclica, que tiene un marcado carácter  teológico, como que en ella explica el significado de la caridad, la verdad, la justicia…

 

El primer capítulo de Caritas in veritate tiene 10 números y lleva como título: El mensaje de la Populorum Progressio. Leamos de nuevo el N° 10:

 

A más de cuarenta años de su publicación, la relectura de la Populorum progressio insta a permanecer fieles a su mensaje de caridad y de verdad, considerándolo en el ámbito del magisterio específico de Pablo VI y, más en general, dentro de la tradición de la doctrina social de la Iglesia. Se han de valorar después los diversos términos en que hoy, a diferencia de entonces, se plantea el problema del desarrollo. El punto de vista correcto, por tanto, es el de la Tradición de la fe apostólica[1], patrimonio antiguo y nuevo, fuera del cual la Populorum progressio sería un documento sin raíces y las cuestiones sobre el desarrollo se reducirían únicamente a datos sociológicos.

 

Benedicto XVI califica a la encíclica Populorum progressio de la Rerum novarum de nuestro tiempo. Debemos considerarla, como debe ser, dentro de la tradición de la Iglesia y en el contexto de las enseñanzas del Concilio Vaticano II y del propio Pablo VI, sobre la preocupación de la Iglesia por la persona humana, considerada en su dimensión completa, terrena y trascendente. La actual crisis económica le preocupa a la Iglesia, no como un problema de naturaleza técnica, sino como circunstancias que afectan y acarrean sufrimiento al ser humano.

 

Populorum progressio en el contexto del Vaticano II

Dos grandes verdades nos enseña Pablo VI

 

La publicación de la Populorum progressio tuvo lugar poco después de la conclusión del Concilio Ecuménico Vaticano II. La misma Encíclica señala en los primeros párrafos su íntima relación con el Concilio.[2] Veinte años después, Juan Pablo II subrayó en la Sollicitudo rei socialis la fecunda relación de aquella Encíclica con el Concilio y, en particular, con la Constitución pastoral Gaudium et spes [3]. También yo deseo recordar aquí la importancia del Concilio Vaticano II para la Encíclica de Pablo VI y para todo el Magisterio social de los Sumos Pontífices que le han sucedido. El Concilio profundizó en lo que pertenece desde siempre a la verdad de la fe, es decir, que la Iglesia, estando al servicio de Dios, está al servicio del mundo en términos de amor y verdad. Pablo VI partía precisamente de esta visión para decirnos dos grandes verdades. La primera es que toda la Iglesia, en todo su ser y obrar, cuando anuncia, celebra y actúa en la caridad, tiende a promover el desarrollo integral del hombre. Tiene un papel público que no se agota en sus actividades de asistencia o educación, sino que manifiesta toda su propia capacidad de servicio a la promoción del hombre y la fraternidad universal / cuando puede contar con un régimen de libertad. Dicha libertad se ve impedida en muchos casos por prohibiciones y persecuciones, o también limitada cuando se reduce la presencia pública de la Iglesia solamente a sus actividades caritativas. La segunda verdad es que el auténtico desarrollo del hombre concierne de manera unitaria a la totalidad de la persona en todas sus dimensiones[4].

 

 

Gaudium et spes un Manifiesto de la Iglesia

 

 

 Tengamos presente que el II Concilio Vaticano, convocado por Juan XXIII y que continuó hasta su feliz término Pablo VI, tuvo una enorme trascendencia en la vida de la Iglesia. Podríamos decir que con este Concilio, Juan XXIII quiso poner a la Iglesia al día, frente a las necesidades de la humanidad, manifestadas en sus gozos y sus esperanzas, sus tristezas y sus angustias, como lo manifiesta desde las primeras líneas la constitución pastoral Gaudium et spes. Esta constitución fue el manifiesto de la Iglesia, de sentirse íntima y realmente solidaria con el género humano y con su historia, haciendo énfasis en su solidaridad con los pobres y todos cuantos sufren.

 

La Iglesia, estando al servicio de Dios, está al servicio del mundo en términos de amor y verdad

 

 

En ese clima del Vaticano II, recién concluido y que llenaba todavía a la Iglesia, se escribió la encíclica Populorum progressio. La Iglesia se presentó ante el mundo como servidora. Como dice ahora Benedicto XVI, El Concilio profundizó en lo que pertenece desde siempre a la verdad de la fe, es decir, que la Iglesia, estando al servicio de Dios, está al servicio del mundo en términos de amor y verdad. Como fieles católicos, seamos conscientes de que nuestro papel en el mundo es el de servidores, en amor y en verdad.

 

Clausurado el Concilio Vaticano II, Pablo VI asumió con decisión la tarea de ponerse al servicio de la humanidad de una manera concreta, solidaria con los pobres y con todos los que sufren. De esos sentimientos brotó la Populorum progressio, consciente la cabeza de la Iglesia de las exigencias del mensaje evangélico que la obliga a ponerse al servicio de los hombres para ayudarles a comprender y profundizar en toda su dimensión el grave problema de aquellos que  se afanan por escapar del hambre, de la miseria, de las enfermedades endémicas, de la ignorancia, como lo dice en la mencionada encíclica (Populorum progressio, 1).  Toda la encíclica de Pablo VI se dedica a convencer al mundo de la urgente necesidad de la solidaridad en el cambio, que él califica de decisivo, de la historia de la humanidad. Su énfasis está en la respuesta que espera de los países ricos, porque, en sus palabras:

 

Los pueblos hambrientos interpelan hoy, con acento dramático, a los pueblos opulentos. La Iglesia sufre ante esta crisis de angustia, y llama a todos para que respondan con amor al llamamiento de sus hermanos (P.P. 3).

 

El desarrollo a que aspiran los seres humanos

 

para pasar de una vida menos digna a una vida digna, lo presentó con estas palabras Pablo VI en Populorum progressio en el N° 6:

 

Verse libres de la miseria, hallar con más seguridad la propia subsistencia, la salud, una ocupación estable; participar todavía más en las responsabilidades, fuera de toda opresión y al abrigo de situaciones que ofenden su dignidad de hombres; ser más instruidos; en una palabra, hacer, conocer y tener más para ser más: tal es la aspiración de los hombres de hoy, mientras que un gran número de ellos se ven condenados a vivir en condiciones, que hacen ilusorio este legítimo deseo.

 

Ahora, en Caritas in veritate, Benedicto XVI se hace eco de las palabras de su antecesor Pablo VI al decir que la Iglesia está al servicio del mundo en términos de amor y verdad. No permitamos que se nos olvide que amar a alguien es querer su bien y trabajar eficazmente por él (Caritas in veritate, 7). Trabajar por el desarrollo es querer el bien de nuestro prójimo y trabajar por él. Claro, hay que trabajar eficazmente, de manera que el desarrollo no se quede en los países ricos y beneficie sólo a los ya que lo tienen todo.

 

En Caritas in veritate, como leímos hace un momento, el Santo Padre no deja ese cabo suelto; por eso dice que toda la Iglesia, en todo su ser y obrar, cuando anuncia, celebra y actúa en la caridad, tiende a promover el desarrollo integral del hombre. Aclara el Papa que la presencia (…) de la Iglesia en su trabajo por el desarrollo no se reduce solamente a sus actividades caritativas.  Según la DSI el auténtico desarrollo del hombre concierne de manera unitaria a la totalidad de la persona en todas sus dimensiones.

 

No sólo de pan material tiene hambre el ser humano

 

 

La segunda parte del N° 11 sigue con la explicación de lo que se entiende por desarrollo, del que acababa de decir que el auténtico desarrollo del hombre es un desarrollo de la totalidad de la persona en todas sus dimensiones. No se puede pensar entonces que se trata de un desarrollo parcial, como serían únicamente el desarrollo físico o el crecimiento económico. El desarrollo integral de la persona abarca el desarrollo físico, el económico, sí, pero además el moral, el espiritual, el intelectual.

 

 No se cumple bien la tarea cuando el esfuerzo por el desarrollo se reduce a la presencia pública de la Iglesia en sus actividades caritativas. No sólo de pan material tiene hambre el ser humano: quiere hacer, conocer y tener más  para ser más.  El escalón más alto al que aspira la persona humana es el que lo conduce a ser más, por eso el auténtico desarrollo abarca a la totalidad de la persona en todas sus dimensiones. Lo material solo no llena: puede haber personas que tienen mucho, pero son poco. Sigamos leyendo  el N° 11 de Caritas in veritate:

 

Sin la perspectiva de una vida eterna, el progreso humano en este mundo se queda sin aliento

 

Encerrado dentro de la historia, queda expuesto al riesgo de reducirse sólo al incremento del tener; así, la humanidad pierde la valentía de estar disponible para los bienes más altos, para las iniciativas grandes y desinteresadas que la caridad universal exige. El hombre no se desarrolla únicamente con sus propias fuerzas, así como no se le puede dar sin más el desarrollo desde fuera. A lo largo de la historia, se ha creído con frecuencia que la creación de instituciones bastaba para garantizar a la humanidad el ejercicio del derecho al desarrollo. Desafortunadamente, se ha depositado una confianza excesiva en dichas instituciones, casi como si ellas pudieran conseguir el objetivo deseado de manera automática. En realidad, las instituciones por sí solas no bastan, porque el desarrollo humano integral es ante todo vocación y, por tanto, comporta que se asuman libre y solidariamente responsabilidades por parte de todos. Este desarrollo exige, además, una visión trascendente de la persona, necesita a Dios: sin Él, o se niega el desarrollo, o se le deja únicamente en manos del hombre, que cede a la presunción de la auto-salvación y termina por promover un desarrollo deshumanizado. Por lo demás, sólo el encuentro con Dios permite no «ver siempre en el prójimo solamente al otro»[5], sino reconocer en él la imagen divina, llegando así a descubrir verdaderamente al otro y a madurar un amor que «es ocuparse del otro y preocuparse por el otro»[6].

 

Tomemos algunas frases que nos invitan a meditar:

 

Sin la perspectiva de una vida eterna, el progreso humano en este mundo se queda sin aliento.

 

Si el progreso que se busca sólo considera el crecimiento material, se aspira a una meta muy pequeña. No nos invita la fe a una caminata de recreo sino a una carrera de largo aliento, con la perspectiva de una meta que es la vida eterna. Si pensamos en el desarrollo integral de toda la persona, con la perspectiva de la vida eterna, tenemos que emprender una carrera de largo aliento, como la que emprendió San Pablo. Por eso al final de sus días, preso en Roma por Cristo, pudo escribir en la segunda carta a Timoteo:

 

[7]He peleado la noble pelea, he terminado la carrera, he mantenido la fe.[8]Sólo me espera la corona de la justicia, que el Señor como justo juez me entregará aquel día. Y no sólo a mí, sino a cuantos desean su manifestación.

 

 

El desarrollo entendido sólo como un crecimiento económico es limitante

 

Encerrado dentro de la historia, queda expuesto al riesgo de reducirse sólo al incremento del tener; así, la humanidad pierde la valentía de estar disponible para los bienes más altos, para las iniciativas grandes y desinteresadas que la caridad universal exige.

 

Si buscamos sólo nuestro desarrollo material corremos el riesgo de no aceptar la invitación a la carrera de gran aliento y, amarrados a lo que tenemos, no vamos a estar disponibles para los bienes más altos. Recordemos la escena del joven rico a quien Jesús invitó a seguirlo, pero como emprender ese camino suponía dejar sus bienes, sus riquezas, se marchó triste… (Mt 19, 16-22, Lc 18, 18-23, Mc 10, 17-22).  

 

Condiciones para participar en la carrera de gran aliento

 

¿Qué se necesita, entonces, para alcanzar el desarrollo integral, al que llamamos el de la carrera de gran aliento? Se requieren varias cosas. Empecemos por aclarar que el desarrollo, como lo afirma Benedicto XVI, no se puede dar sin más, desde fuera. Eso quiere decir que ni a las personas ni a los pueblos los demás nos pueden desarrollar a la fuerza. Sin libertad  no se puede producir el auténtico desarrollo. Los individuos y los pueblos, libremente, deciden su camino. Ni los padres de familia ni los maestros pueden asumir la responsabilidad de desarrollar a sus hijos o alumnos. Los demás nos pueden proporcionar los medios para progresar y pueden contribuir a crear un clima propicio para el desarrollo. Las leyes justas o injustas, por ejemplo, pueden ayudar o impedir el proceso de desarrollo.

 

Libremente aceptamos o no la vocación a la que somos llamados. Benedicto XVI, nos enseña que el desarrollo humano integral es ante todo vocación y, por tanto, comporta que se asuman libre y solidariamente responsabilidades por parte de todos.

 

 

El desarrollo integral necesita a Dios

 

 

El desarrollo integral, que tiene en cuenta al ser humano en la tierra, con perspectivas de eternidad, el desarrollo del ser humano que tiene aspiraciones que trascienden lo material, necesita algo más que un incremento de los bienes materiales; del desarrollo integral, acabamos de leer lo que nos enseña Benedicto XVI en Caridad en la verdad; ese desarrollo

 

necesita a Dios: sin Él, o se niega el desarrollo, o se lo deja únicamente en manos del hombre, que cede a la presunción de la auto-salvación y termina por promover un desarrollo deshumanizado.

 

 

Si nos encontramos con Dios, en Él encontramos  a nuestros hermanos

 

Nos ha dado Benedicto XVI otra lección interesante y profunda. Nos explica que si nos encontramos con Dios, en Él encontraremos también a nuestros hermanos. Volvamos a leer esas líneas:

 

sólo el encuentro con Dios permite no «ver siempre en el prójimo solamente al otro»[7], sino reconocer en él la imagen divina, llegando así a descubrir verdaderamente al otro y a madurar un amor que «es ocuparse del otro y preocuparse por el otro»[8].

 

Encontrarnos con los demás sólo como seres humanos puede ser muy agradable; es muy grato encontrar compañía, pero sólo cuando reconocemos en la otra persona la imagen divina, llegamos a descubrirla verdaderamente en toda su riqueza y podremos madurar un amor que nos lleve a ocuparnos del otro, a preocuparnos por el otro y no sólo a llenar una necesidad afectiva nuestra. En la primera encíclica de Benedicto XVI, Deus caritas est (N° 6 y 18), encontramos una profunda lección sobre el amor. En el lenguaje de Benedicto XVI  en Caritas in veritate, al reconocer en el otro la imagen de Dios, podremos amarlo, o, lo que es lo mismo: estaremos preparados para querer su bien y trabajar eficazmente por él. Recordemos que eso es amar, según la lección de Caritas in veritate. Amar a alguien es querer su bien y trabajar eficazmente por él (N°7).

 

Vayamos un momento a la encíclica Deus caritas est, Dios es amor (No la confundamos con Caritas in veritate). Allí, en los nn. 6 y 18 de Dios es amor, nos da Benedicto XVI la primera lección sobre el amor a Dios y al prójimo, sobre la necesidad que tenemos de Dios, para que podamos amar de verdad, en la verdad, a los demás.

 

En nuestro camino espiritual podemos empezar a amar con un amor imperfecto, indeterminado, egoísta, cuando frente a las demás personas primero nos buscamos a nosotros, queremos nuestro bien, quizás hasta a costa del bien de las otras personas (Deus caritas est, N° 6). Como es de esperar, en el modo de tratar sobre el amor se encuentran las encíclicas Deus caritas est y Caritas in veritate. En Caritas in veritate nos enseña Benedicto XVI que  sólo el encuentro con Dios permite no «ver siempre en el prójimo solamente al otro»[9], sino reconocer en él la imagen divina, llegando así a descubrir verdaderamente al otro y a madurar un amor que «es ocuparse del otro y preocuparse por el otro.

 

Terminemos hoy con la lectura del N° 18 de Deus caritas est, Dios es amor. Aquí nos enseña Benedicto XVI que para amar de verdad al prójimo tenemos que encontrarnos con Dios y en Él al prójimo:

 

De este modo se ve que es posible el amor al prójimo en el sentido enunciado por la Biblia, por Jesús. Consiste justamente en que, en Dios y con Dios, amo también a la persona que no me agrada o ni siquiera conozco. Esto sólo puede llevarse a cabo a partir del encuentro íntimo con Dios, un encuentro que se ha convertido en comunión de voluntad, llegando a implicar el sentimiento. Entonces aprendo a mirar a esta otra persona no ya sólo con mis ojos y sentimientos, sino desde la perspectiva de Jesucristo. Su amigo es mi amigo. Más allá de la apariencia exterior del otro / descubro su anhelo interior de un gesto de amor, de atención, que no le hago llegar solamente a través de las organizaciones encargadas de ello, y aceptándolo tal vez por exigencias políticas. Al verlo con los ojos de Cristo, puedo dar al otro mucho más que cosas externas necesarias: puedo ofrecerle la mirada de amor que él necesita. En esto se manifiesta la imprescindible interacción entre amor a Dios y amor al prójimo, de la que habla con tanta insistencia la Primera carta de Juan. Si en mi vida falta completamente el contacto con Dios, podré ver siempre en el prójimo solamente al otro, sin conseguir reconocer en él la imagen divina. Por el contrario, si en mi vida omito del todo la atención al otro, queriendo ser sólo « piadoso » y cumplir con mis « deberes religiosos », se marchita también la relación con Dios. Será únicamente una relación « correcta », pero sin amor. Sólo mi disponibilidad para ayudar al prójimo, para manifestarle amor, me hace sensible también ante Dios. Sólo el servicio al prójimo abre mis ojos a lo que Dios hace por mí y a lo mucho que me ama.

Los Santos —pensemos por ejemplo en la beata Teresa de Calcuta— han adquirido su capacidad de amar al prójimo de manera siempre renovada gracias a su encuentro con el Señor eucarístico y, viceversa, este encuentro ha adquirido realismo y profundidad precisamente en su servicio a los demás. Amor a Dios y amor al prójimo son inseparables, son un único mandamiento. Pero ambos viven del amor que viene de Dios, que nos ha amado primero. Así, pues, no se trata ya de un « mandamiento » externo que nos impone lo imposible, sino de una experiencia de amor nacida desde dentro, un amor que por su propia naturaleza ha de ser ulteriormente comunicado a otros. El amor crece a través del amor. El amor es « divino » porque proviene de Dios y a Dios nos une y, mediante este proceso unificador, nos transforma en un Nosotros, que supera nuestras divisiones y nos convierte en una sola cosa, hasta que al final Dios sea « todo para todos » (cf. 1 Co 15, 28).

 

Fernando Díaz del Castillo Z.

 

Escríbanos a: reflexionesdsi@gmail.com

 


[1] Cf. Discurso en la inauguración de la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe (13 mayo 2007): L’Osservatore Romano, ed. en lengua española (25 mayo 2007), pp. 9-11.

[2] Cf. Nn. 3-5: l.c., 258-260

[3] Cf Juan Pablo II, Carta enc. Sollicitudo Rei Socialis (30 diciembre 1987) 6-7: AAS 80 (1988), 517-519.

[4] Cf. Pablo VI, Carta enc. Populorum progressio, 14: l.c., 264

[5] Carta enc. Deus caritas est (25 diciembre 2005), 18: AAS 98 (2006), 232.

[6] Ibíd., 6: l.c., 222

[7] Carta enc. Deus caritas est (25 diciembre 2005), 18: AAS 98 (2006), 232.

[8] Ibíd., 6: l.c., 222

[9] Carta enc. Deus caritas est (25 diciembre 2005), 18: AAS 98 (2006), 232.

Reflexión 178 – Caritas in veritate (15)

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En Populorum progressio, el desarrollo de los pueblos es iluminado por el esplendor de la verdad y la luz suave de la caridad de Cristo

Vamos a continuar el estudio de Caritas in veritate. Comencemos por leer el N° 8. Estamos llegando ya al final de la introducción. El capítulo 1° será sobre el mensaje de la encíclica Populorum progressio, de Pablo V. El N° 8 nos lo anuncia ya. No nos vamos a detener mucho en explicar el contenido de estos dos últimos números de la introducción porque Benedicto XVI lo hace ampliamente más adelante. Las menciones de las ideas de Populorum progressio nos van a recordar temas que antes hemos estudiado en esta nueva encíclica social, Caritas in veritate, que es confirmación de que la renovación de la DSI es permanente; responde a las nuevas inquietudes de la sociedad, dejando intactos los fundamentos esenciales. De manera muy bella, Benedicto XVI relaciona su nueva encíclica Caritas in veritate con Populorum progressio:

Al publicar en 1967 la Encíclica Populorum progressio, mi venerado predecesor Pablo VI ha iluminado el gran tema del desarrollo de los pueblos con el esplendor de la verdad y la luz suave de la caridad de Cristo. Ha afirmado que el anuncio de Cristo es el primero y principal factor de desarrollo[1] y nos ha dejado la consigna de caminar por la vía del desarrollo con todo nuestro corazón y con toda nuestra inteligencia[2], es decir, con el ardor de la caridad y la sabiduría de la verdad. La verdad originaria del amor de Dios, que se nos ha dado gratuitamente, es lo que abre nuestra vida al don y hace posible esperar en un «desarrollo de todo el hombre y de todos los hombres»[3], en el tránsito «de condiciones menos humanas a condiciones más humanas»[4], que se obtiene venciendo las dificultades que inevitablemente se encuentran a lo largo del camino.

Repitamos solamente algunas palabras de este párrafo de Caritas in veritate, que nos podrían dar bastante materia para meditar. Menciona el Papa el desarrollo de los pueblos iluminado por el esplendor de la verdad y la luz suave de la caridad de Cristo.

Nos anima con la consigna de Caminar por la vía del desarrollo con todo nuestro corazón y con toda nuestra inteligencia, es decir, con el ardor de la caridad y la sabiduría de la verdad.

Lo que abre nuestra vida al don (al verdadero amor, que es darse), y hace posible esperar en un «desarrollo de todo el hombre y de todos los hombres»[5], en el tránsito «de condiciones menos humanas a condiciones más humanas» (…) es el amor de Dios, que se nos ha dado gratuitamente.

El amor que Dios nos ha comunicado nos enseña cómo y nos ayuda a vencer las dificultades que inevitablemente se encuentran a lo largo del camino del desarrollo.

Populorum progressio la Rerum novarum de la época contemporánea

Leamos ahora el segundo párrafo del N° 8 de Caritas in veritate:

A más de cuarenta años de la publicación de la Encíclica, deseo rendir homenaje y honrar la memoria del gran Pontífice Pablo VI, retomando sus enseñanzas sobre el desarrollo humano integral y siguiendo la ruta que han trazado, para actualizarlas en nuestros días. Este proceso de actualización comenzó con la Encíclica Sollicitudo rei socialis, con la que el Siervo de Dios Juan Pablo II quiso conmemorar la publicación de la Populorum progressio con ocasión de su vigésimo aniversario. Hasta entonces, una conmemoración similar fue dedicada sólo a la Rerum novarum. Pasados otros veinte años más, manifiesto mi convicción de que la Populorum progressio merece ser considerada como «la Rerum novarum de la época contemporánea», que ilumina el camino de la humanidad en vías de unificación.

Nos recuerda Benedicto XVI que la DSI forma un todo, un cuerpo doctrinal, y que cada enseñanza de los Sumos Pontífices en sus diversos mensajes y documentos los debemos entender como un aporte de la Iglesia en los diversos momentos de la historia humana en que se han producido. La doctrina social católica es siempre antigua como lo son sus cimientos, establecidos firmemente en la Sagrada Escritura y la Tradición, pero es a la vez doctrina siempre nueva para responder a las situaciones cambiantes que vive la humanidad. La Luz de la verdad que irradia el Evangelio nos ilumina siempre el camino.

Globalización de hecho, sin desarrollo humano

Leamos ahora el N° 9 de Caritas in veritate:

El amor en la verdad —caritas in veritate— es un gran desafío para la Iglesia en un mundo en progresiva y expansiva globalización. El riesgo de nuestro tiempo es que la interdependencia de hecho entre los hombres y los pueblos no se corresponda con la interacción ética de la conciencia y el intelecto, de la que pueda resultar un desarrollo realmente humano. Sólo con la caridad, iluminada por la luz de la razón y de la fe, es posible conseguir objetivos de desarrollo con un carácter más humano y humanizador. El compartir los bienes y recursos, de lo que proviene el auténtico desarrollo, no se asegura sólo con el progreso técnico y con meras relaciones de conveniencia, sino con la fuerza del amor que vence al mal con el bien (cf. Rm 12,21) y abre la conciencia del ser humano a relaciones recíprocas de libertad y de responsabilidad.

La globalización es un hecho a que nos han llevado los adelantos en las comunicaciones y la creciente interdependencia de todas las regiones del mundo. No es posible ahora, a ningún país, encerrarse del todo en los propios límites. Aunque algunas dictaduras pretenden impedir que la información llegue a los ciudadanos de sus pueblos, no lo logran del todo. Las comunicaciones llegan por el aire y allí no hay barreras completamente infranqueables.

La Doctrina Social de la Iglesia un desafío para los creyentes

La globalización creciente no es un reto sólo para el manejo adecuado de la economía y de los mercados ni para las culturas autóctonas, bombardeadas por infinidad de propuestas foráneas a través de los medios de comunicación. Precisamente en este mundo marcado por la interdependencia de todos, el amor en la verdad, que es el al mismo tiempo el eje y el marco de la DSI, representa un desafío para la acción de los creyentes, especialmente para los que tienen responsabilidades políticas, empresariales y de organización de los trabajadores.

Se ha pretendido independizar el manejo de los bienes creados de los planes de Dios y también de la ética. Los resultados los está padeciendo el mundo hoy. No deja de sorprender que la crisis económica y financiera haya llegado con mayor fuerza a los países considerados desarrollados. ¿Dónde han estado en el origen de esta crisis los gobernantes, empresarios y banqueros creyentes? Parece que su concepción del desarrollo no estuvo orientada por una interacción de la ética y el intelecto, de la razón y del amor. Cuando la actividad económica tiene como única motivación el tener más, su resultado no puede ser el auténtico desarrollo humano. Esa contagiosa fiebre de la codicia parece detener el desarrollo, no impulsarlo, no robustecerlo, sino debilitarlo.

El auténtico desarrollo viene de compartir los bienes y recursos

Parece contradictorio, pero acabamos de leer esta frase de Benedicto XVI: Sólo con la caridad, iluminada por la luz de la razón y de la fe, es posible conseguir objetivos de desarrollo con un carácter más humano y humanizador. Y sigue así la frase: El compartir los bienes y recursos, de lo que proviene el auténtico desarrollo(…) La fórmula cristiana para obtener el auténtico desarrollo no es el acumular, el inflar la cuenta en el Banco; es compartir los bienes y recursos. Terminemos esa frase sorprendente: no se asegura (el desarrollo) sólo con el progreso técnico y con meras relaciones de conveniencia, sino con la fuerza del amor que vence al mal con el bien (cf. Rm 12,21) y abre la conciencia del ser humano a relaciones recíprocas de libertad y de responsabilidad.

No nos dice Benedicto XVI que no se necesite el progreso técnico ni que no se necesiten las relaciones de conveniencia (pensemos en los TLC), sino que al progreso técnico en el manejo de la economía y de los mercados es necesario inyectarle dosis altas de amor y de ética. Podemos pensar entonces que, si se quiere apostar al auténtico desarrollo en un clima de libertad y de responsabilidad, no se puede hacer a un lado el Evangelio que es el gran faro que ilumina la razón y la conciencia.

La Iglesia a favor de una sociedad a medida del hombre

Leamos el último párrafo del N° 9 de Caritas in veritate, el último de la introducción:

La Iglesia no tiene soluciones técnicas que ofrecer[6] y no pretende «de ninguna manera mezclarse en la política de los Estados»[7]. No obstante, tiene una misión de verdad que cumplir en todo tiempo y circunstancia en favor de una sociedad a medida del hombre, de su dignidad y de su vocación. Sin verdad se cae en una visión empirista y escéptica de la vida, incapaz de elevarse sobre la praxis, porque no está interesada en tomar en consideración los valores —a veces ni siquiera el significado— con los cuales juzgarla y orientarla. La fidelidad al hombre exige la fidelidad a la verdad, que es la única garantía de libertad (cf. Jn 8,32) y de la posibilidad de un desarrollo humano integral. Por eso la Iglesia la busca, la anuncia incansablemente y la reconoce allí donde se manifieste. Para la Iglesia, esta misión de verdad es irrenunciable. Su doctrina social es una dimensión singular de este anuncio: está al servicio de la verdad que libera. Abierta a la verdad, de cualquier saber que provenga, la doctrina social de la Iglesia la acoge, recompone en unidad los fragmentos en que a menudo la encuentra, y se hace su portadora en la vida concreta siempre nueva de la sociedad de los hombres y los pueblos.[8]

Como con frecuencia se desconoce la importancia del papel de la Iglesia en el tema social y que el desarrollo integral sea un tema social, Benedicto XVI delimita su marco de acción:

La Iglesia no tiene soluciones técnicas que ofrecer y no pretende «de ninguna manera mezclarse en la política de los Estados».

No obstante, tiene una misión de verdad que cumplir en todo tiempo y circunstancia en favor de una sociedad a medida del hombre, de su dignidad y de su vocación.

La medida del hombre la dibujó la mano creadora de Dios

La Iglesia no pretende ofrecer soluciones técnicas; sin embargo,no puede renunciar a su misión de abogar en favor del ser humano, de una sociedad que sea a la medida del hombre, de su dignidad y de su vocación. ¡Cuánto se dice en esas breves palabras! La Iglesia tiene mucho qué decir y no la pueden callar, cuando defiende a la sociedad de los intentos de deshumanizarla, de ignorar la dignidad del ser humano, que lleva la impronta de la mano creadora de Dios.

¿Cuál es la medida del hombre, sino la que dibujó la mano creadora de Dios? Cuando se defiende el llamado libre desarrollo de la personalidad, para justificar, por ejemplo, el uso de los narcóticos, lo que se defiende es el derecho a poner el instinto por encima de la razón. No se defiende el derecho al desarrollo sino el derecho a limitarlo o peor aún, se defiende un derecho a producir el deterioro de la propia personalidad.

Volvamos a leer las últimas líneas de la introducción:

Abierta a la verdad, de cualquier saber que provenga, la doctrina social de la Iglesia la acoge, recompone en unidad los fragmentos en que a menudo la encuentra, y se hace su portadora en la vida concreta siempre nueva de la sociedad de los hombres y los pueblos.

Sí, a la Iglesia le toca con frecuencia recoger los fragmentos de la verdad y presentarla como es en su concepción original, como se reconstruye una porcelana rota. Todos los saberes: los de las ciencias humanas y los que tienen como fuente la fe, tienen que integrarse en un servicio a la verdad y para hacer posible el auténtico desarrollo humano. Eso pretende la Iglesia. Por eso le toca, por ejemplo, recoger los fragmentos del concepto original de la familia y defenderlo ante la sociedad que pretende desnaturalizarla.

Con el N° 9 termina la introducción de la encíclica Caritas in veritate. No es una introducción que se pueda leer de carrera, porque en ella Benedicto XVI pone los fundamentos teológicos de su carta donde presenta ideas profundas sobre el amor, sobre la justicia, la verdad, el bien común.

Este no es un documento económico, aunque se refiera a temas económicos en una situación mundial de crisis. Benedicto XVI trata sobre el auténtico desarrollo integral y, claro, no puede hacerlo sin tener en cuenta los puntos de vista en lo económico, lo social y lo político, pero va más lejos de lo que abarcan sólo las ciencias sociales, porque utiliza la visión cristiana del ser humano, que no sólo tiene una vocación terrena sino una vocación terrena que se orienta hacia la eternidad.

La realidad de la persona humana hay que analizarla partiendo de Dios, su origen y su destino

La realidad de la persona humana y por lo tanto de la sociedad que forma, no se puede examinar sólo desde el horizonte terrenal. Las respuestas que se busquen sobre el desarrollo integral quedarán incompletas si no se parte del origen y el destino del ser humano. La verdad sobre nosotros mismos como individuos, sobre nuestra relación con los demás y con la naturaleza no se puede encontrar si se ignora que nuestro origen está en Dios e igualmente nuestro destino. Para poder entender lo que es un auténtico desarrollo humano, necesariamente hay que partir de nuestra realidad completa. Sólo desde esa perspectiva se puede realizar un análisis integral de la economía, de los mercados, de los modelos de desarrollo, de las inquietudes de la sociedad, que conduzca a conclusiones valederas, pues todos esos asuntos afectan a la persona humana.

¿Podrán los no creyentes comprender los argumentos de la visión cristiana del hombre?

Como leemos en las primeras líneas de Caritas in veritate, esta carta encíclica está dirigida no sólo a los católicos, sino también a todos los hombres de buena voluntad; si consideramos sus contenidos teológicos, nos puede quedar la inquietud de si los no creyentes estarán en condiciones de comprenderla. Creo que es una inquietud válida, pero se me ocurren dos respuestas: por una parte, los creyentes no podemos cerrar los ojos a lo sobrenatural, que vemos con los ojos de la fe; más bien tenemos la misión de compartir con los demás ese regalo que Dios nos dio. Necesitamos la ayuda del Espíritu Santo para presentar nuestra visión sobrenatural de modo adecuado y no ahuyentar a los no creyentes. En segundo lugar, en el caso de Caritas in veritate, Benedicto XVI plantea la relación de la fe y la razón, en puntos como los N° 56,59,68,74-76. Igualmente utiliza argumentos de la ética natural que están al alcance de los no creyentes.

¿Es posible el auténtico desarrollo sin tener en cuenta al Evangelio?

En algún programa anterior decíamos:

Si leemos con atención las enseñanzas de las encíclicas Populorum progressio y Caritas in vertitate, nos deberíamos preguntar, si el auténtico desarrollo es posible sin tener en cuenta al Evangelio. Se necesitan los conocimientos económicos y la técnica, claro, pero no bastan. No es posible conseguir el desarrollo verdadero del ser humano, sin aceptar y vivir los valores del Evangelio. Me refiero al desarrollo integral, es decir al desarrollo que tiene en cuenta a toda la persona humana y a todos los seres humanos; todo el ser humano, con su vocación trascendente; porque el hombre no es sólo materia, no se desarrolla de verdad si únicamente tiene en cuenta su progreso material.

Cuando la sociedad trata de conseguir el desarrolllo guiada únicamente por la técnica, sabemos ya lo que sucede. Fracasó el marxismo antes, está fracasando el capitalismo ahora. Lo están viviendo todas las naciones. El desarrollo material solo, falla y arrastra al ser humano, porque acaba buscando únicamente su interés personal, dominado por el egoísmo. ¿No es el individualismo el culpable de la crisis, al querer la persona todo para sí, sin importarle lo que sucede a los demás o, lo que es aún peor, cuando trata de ganar a costa de las pérdidas de los otros, engañándolos, poniendo a los demás de escalón para subir, para ganar, como sucedió por ejemplo con las famosas pirámides y con los altísimos intereses y cobros de los Bancos, por los servicios financieros? (Cf Reflexión 144, julio 23, 2009)

Fernando Díaz del Castillo Z.

Escríbanos a: reflexionesdsi@gmail.com


[1] Cf. N. 16: l.c., 265

[2] Cf. Ibid., 82: l.c., 297

[3] Ibid., 42: l.c, 278

[4] Ibid., 20: l.c., 267

[5] Ibid., 42: l.c, 278

[6] Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Const. past. Gaudium et spes, sobre la Iglesia en el mundo actual, 36; Pablo VI, Carta ap. Octogesima adveniens (14 mayo 1971), 4: AAS 63 (1971), 403-404; Juan Pablo II, Carta enc. Centesimus annus (1 mayo 1991), 43: AAS 83 (1991), 847.

[7] Pablo VI, Carta enc. Populorum progressio, 13: l.c., 263-264.

[8] Cf. Consejo Pontificio de Justicia y Paz, Compendio de la doctrina social de la Iglesia, n. 76.

REFLEXIÓN 177- ACUERDO NACIONAL DE MÍNIMOS DE PAZ Y RECONCILIACIÓN (II)

Doctrina Social de la Iglesia

 

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1.     Escuche el programa especial sobre el Acuerdo Nacional por la Paz y la Reconciliación en Colombia, con la participación del P. Darío Echeverri y el Dr. Martín Nates, transmitido por Radio María de Colombia el 20 de mayo de 2010. Haga clic en uno de los dos enlaces siguientes (Media Player o Quick Time Player):

8 Mínimos Comisión Nacional Conciliación (Windows Media Player, mp3)

8 Mínimos Comisión Nacional Conciliación (Quicktime, m4a)

 

 

2.   Si usted ya escuchó el programa anterior lo invito a leer a continuación la ampliación de la explicación de los 8 mínimos para alcanzar la paz y la reconciliación.

 

 

¿Qué es la Comisión de Conciliación Nacional y en qué consiste el Acuerdo Nacional de Paz y Reconciliación?

 

En un momento en que no se veía ningún camino que llevara a la paz en Colombia, el Cardenal Pedro Rubiano Sáenz, entonces presidente de la Conferencia Episcopal de Colombia, convocó el 4 de agosto de 1995 a representantes de diversos sectores de la vida nacional: a los trabajadores, a empresarios, políticos de diversos partidos, a buscar juntos soluciones políticas al conflicto y a convertirse en una instancia que pudiera acompañar a los esfuerzos de paz , crear y facilitar vínculos de encuentro entre el Gobierno Nacional, los movimientos insurgentes y los grupos llamados de autodefensas.

 

La Comisión de Conciliación Nacional, en un trabajo constante y callado realizó foros regionales en 20 ciudades, 15 conversatorios con representantes de las centrales obreras, de los gremios económicos, de otras confesiones religiosas, de partidos políticos, de las comunidades indígenas y afrocolombianas y de los medios de comunicación. Participaron activamente más de 15.000 personas en este trabajo, y se propusieron construir entre todos unos Mínimos por la Paz y la Reconciliación, con la intención de presentarlos al país y en particular  a los candidatos a la presidencia.

 

Luego de 12 meses de trabajo, durante los cuales participaron 35 distintos sectores sociales, en 280 mesas de trabajo, sus deliberaciones fueron la base para la construcción, por consenso, de 8 mínimos de paz y reconciliación que permitan superar la confrontación armada y los conflictos sociales que vive Colombia.

 

¿Está completa la propuesta para construir la paz y la reconciliación?

 

En el proceso de sistematización de esa amplia información por regiones, participaron 15 universidades. Con toda razón, podemos pensar que las conclusiones de ese trabajo representan lo que el país siente que es necesario aplicar, para satisfacer necesidades que lo apremian y que deben hacer parte de un proceso de paz y reconciliación. Se trata de una propuesta seria, que sigue en construcción, – no está terminada,- que admite y se requiere profundizar y ampliar, pero que es un valioso aporte inicial, para hacer de Colombia la patria que soñamos.

 

La Comisión de Conciliación Nacional, encabezada por el Presidente de la Conferencia Episcopal de Colombia, la Iglesia Católica y las organizaciones que contribuyeron en la construcción del Acuerdo nacional de mínimos de Paz y Reconciliación, asumieron el compromiso de divulgar ese acuerdo ante la opinión pública y ante los candidatos a la Presidencia 2010-2014, para lograr que los mínimos concertados se conviertan en políticas públicas, que se puedan exigir a los gobernantes, que hagan de Colombia un país reconciliado, con paz y justicia social. Bien podría  este acuerdo ser parte muy importante de varios programas de gobierno.

 

Los ocho mínimos

 

 

Vayamos entonces ya a los 8 mínimos que, para lograr la paz y la reconciliación propone la Comisión de Conciliación Nacional:

 

 

El primer punto de los 8 mínimos, – no el único, – se refiere a la necesidad de una Política de reconciliación y de paz que conduzca a la negociación. Debemos tener en Colombia una Política de reconciliación y de paz que conduzca a la negociación.

Los altos índices de violencia en Colombia durante décadas, motiva a plantear la necesidad de adoptar una política de Estado que busque la reconciliación y la paz. Es decir, no es suficiente un programa o una política de un gobierno. Una política de Estado no cambia con el advenimiento de los nuevos gobiernos, cada  4 años. Hay que partir entonces, de una evaluación de las experiencias anteriores y de un análisis profundo de las causas y consecuencias de estos años de violencia, para adoptar una política de Estado.

 

Una de las primeras medidas para encaminarnos a la paz y la reconciliación debe ser la liberación inmediata de todos los secuestrados y conseguir el compromiso de la insurgencia para poner definitivamente fin al secuestro.

 

Otras  implicaciones del primer mínimo son:

 

      La generación de una cultura de paz que defienda la vida, la verdad, la solidaridad, la equidad, la tolerancia, la no discriminación y el respeto por la diferencia.

      Una cultura de paz no se crea por decreto; es necesario el compromiso activo de toda la sociedad: por ejemplo, los colegios y universidades deberán funcionar en una cultura en la cual se defienda la vida, la verdad, la solidaridad, la equidad, la tolerancia, la no discriminación y el respeto por la diferencia.

      Los medios de comunicación se deberían comprometer a promover la cultura de paz. Hoy, si los juzgamos por el amarillismo de algunos noticieros y programas de TV, pareciera que más bien fomentaran una cultura de violencia y desintegración social.

      Se necesita un proceso de formación ciudadana en el perdón y la reconciliación, un sistema de sanción moral y social contra los generadores de violencia. Una sanción social contra los medios que fomentan la violencia, podría ser, por ej., el que no los viéramos ni escucháramos, se bajaría así su índice de oyentes o televidentes y con ello sus ganancias por publicidad. Los que pagan la publicidad deberían ser los primeros en sancionar el amarillismo y la violencia de los medios.

      El retorno de los desplazados a sus lugares de origen en condiciones de seguridad, sería otra acción indispensable.

      Igualmente el cumplimiento de los compromisos del Estado para el logro de la verdad, la justicia y reparación de las víctimas.

Como podemos ver, cada uno de los mínimos propuestos abre un panorama inmenso de actividades que hay que desarrollar, en los más diversos ámbitos locales, regionales y nacionales, en los cuales todos tendríamos lugar como obreros de la paz.

 

Como no es posible agotar todo el tema de cada uno de los 8 mínimos, continuemos de manera más resumida con cada uno.

 

El segundo mínimo que propone la Comisión de Conciliación Nacional es el de Equidad en el acceso a los derechos / para garantizar una vida digna

Poder vivir una vida digna es ciertamente lo mínimo a que se puede aspirar. Es indispensable trabajar para disminuir y eliminar  los actuales niveles de pobreza y de indigencia. No es aceptable, que por lo menos la mitad de nuestros compatriotas tengan que vivir en la pobreza o la indigencia.

La superación de la pobreza y de la exclusión dependen básicamente del acceso a un empleo digno. Exigen los participantes en el proceso del Acuerdo Nacional, un salario que permita satisfacer las necesidades básicas y la urgencia de derogar las políticas de flexibilización laboral, para garantizar la estabilidad y condiciones de trabajo dignas.

 

Demandan también los participantes el acceso universal a la salud, con la consiguiente reforma de la Ley 100 y el acceso a una vivienda digna y a los servicios públicos esenciales.

 

El tercer mínimo para la paz y la reconciliación es una reforma agraria amplia e integral.

En opinión de los participantes en los foros y conversatorios por el Acuerdo Nacional, un factor que tiene gran peso en la permanencia y extensión de la violencia en Colombia, es la ausencia de una política agraria equitativa. Algunos participantes señalan la paradoja existente en Colombia, un país que posee grandes extensiones de tierra fértil y que  todavía requiera importar alimentos. Plantean por eso la necesidad de garantizar la soberanía y la seguridad alimentaria.

 

Sabemos que en Colombia hay tierra para todos. Sabemos que  en algunas regiones, criminales de la guerrilla y del narcotráfico arrebataron de manera fraudulenta sus tierras a los campesinos o los obligaron a abandonarlas, convirtiéndolos así en desplazados por la violencia. Esas tierras deben volver a sus legítimos dueños.

 

El cuarto mínimo para la paz y reconciliación es la educación con calidad y cobertura para todos.

 Una educación de calidad, que llegue a todos. Se aspira que la educación contribuya a la formación en valores y principios y a la construcción del país a partir de la educación en derechos humanos, democracia, paz, resolución de conflictos. Se plantea así mismo la necesidad de garantizar a toda la población, el acceso a educación de calidad, que es un derecho fundamental para el logro de una vida plena. No es suficiente que se ofrezcan unas horas de instrucción sin calidad.

Lograr la cobertura universal con una educación de calidad, en los niveles de educación básica, media, tecnológica y superior y teniendo además en cuenta la diversidad étnica y cultural, exige un esfuerzo que deben continuar varios gobiernos. Esperar que todo esto se consiga en un período presidencial es imposible. Por eso se necesita que estos mínimos se conviertan en políticas de Estado y no sólo en programas de un presidente.

 

En este momento, los estudiantes de los colegios públicos tienen acceso sólo a medio tiempo de estudio, pues la insuficiencia de aulas ha llevado a la solución, – a medias, – de atender a dos grupos de estudiantes que comparten las instalaciones del Colegio, media día cada grupo. Para que tengan una educación completa habría que duplicar el número de aulas y preparar otros tantos maestros.

 

 El quinto mínimo se refiere a la consolidación del Estado Social de Derecho

 

Consolidación del Estado Social de Derecho es lo mismo que consolidación de una democracia real, y  transparencia en el uso de los recursos públicos. El artículo 1° de nuestra Constitición de 1991dice:

Colombia es un Estado social de derecho, organizado en forma de República unitaria, descentralizada, con autonomía de sus entidades territoriales, democrática, participativa y pluralista, fundada en el respeto de la dignidad humana, en el trabajo y la solidaridad de las personas que la integran y en la prevalencia del interés general.   

 

Para que el país se consolide como un estado social de derecho y logremos la paz y la reconciliación, hay que trabajar en los frentes que se refieren a la atención de los derechos fundamentales de los colombianos. Es indispensable superar los altos índices de corrupción en el manejo turbio de los recursos públicos, como se manifiesta en los altos niveles de impunidad  y de  corrupción en la celebración de contratos y en el uso de los recursos públicos.

 

También se requiere mayor eficiencia en la administración de justicia y superar los métodos ilegales que se emplean para llegar a la administración pública.

 

La reforma a la justicia debe conseguir la celeridad en los procesos para evitar su caducidad, conseguir que de verdad se haga justicia a la gente y así se transmita confianza en las instituciones. Hoy se escuchan comentarios que indican la desconfianza en los jueces y la desesperanza de quienes se ven obligados a “esperar contra toda esperanza”.

 

 El sexto mínimo expresa la necesidad de Alternativas productivas sostenibles.

 

No se trata sólo del derecho y responsabilidad en el manejo de las riquezas naturales, con énfasis en la protección del agua, de los recursos minerales y del medio ambiente, sino también a invertir y promover el empleo de cobertura y calidad; que llegue a todos un trabajo de calidad. A la necesidad de ingresos y condiciones laborales dignas, justas y estables. Plantean los participantes, por un lado la necesidad de garantizar la formación humana y tecnológica, para acceder al trabajo y por otra, el que se ofrezcan incentivos al sector empresarial para que se comprometan a la creación de nuevos empleos formales y sostenibles.

Los participantes en los foros solicitan que se cumplan las normas de la OIT sobre el trabajo digno y decente, y añaden que todo trabajador del Estado debe tener un contrato laboral. Es triste, pero cuando las entidades gubernamentales deberían dar ejemplo en el cumplimiento de la ley, suelen ser las que menos cumplen las leyes laborales. Hoy, después de la ley de flexibilización laboral, las entidades del gobierno, para aparentar que tienen nóminas pequeñas, camuflan el número de empleados a su servicio, con la figura de los contratistas, mal pagados y sin ninguna estabilidad.

 

El séptimo mínimo es la Construcción de país desde la diversidad regional

 Expresaron los participantes en los foros en que participaron más de 15.000 personas de todas las regiones, que se requiere mayor análisis sobre la realidad de sus regiones, en cuanto a las expresiones de la violencia, la dinámica de las organizaciones sociales, la cultura y sus recursos naturales. Hicieron énfasis en la importancia de partir desde lo local y regional hacia lo nacional. No hay duda de que hay un clamor nacional porque se oiga la voz de las regiones y se fortalezca la descentralización política. Que no todas las decisiones que afectan a las regiones, se tomen desde un escritorio en la capital.

 

El octavo mínimo pide Participación ciudadana en la construcción de los destinos colectivos.

En la mayoría de las mesas de trabajo por el Acuerdo Nacional  hubo clara conciencia de la debilidad de las organizaciones de la sociedad civil, para avanzar de manera sostenida hacia la reconciliación y la paz. Sin embargo, expresan la necesidad de utilizar los mecanismos de participación, lograr un mayor fortalecimiento de las organizaciones sociales y la construcción de redes entre los distintos actores sociales. Los participantes destacan el papel de las veedurías ciudadanas para el seguimiento de los planes del gobierno, la fiscalización del manejo de los recursos públicos y la exigencia de los mínimos de paz y reconciliación.

 

 El  Acuerdo Nacional por la Paz y la Reconcilición en Colombia es una tarea bien hecha

 

Sin duda esas más de 15.000 personas que participaron en las mesas de trabajo, para construir el Acuerdo Nacional por la Paz y la Reconcilición en Colombia, hicieron una extraordinaria tarea, que merece todo nuestro reconocimiento. Por eso es extraño que a este documento no le hayan dado mayor divulgación los medios y que los candidatos a la presidencia de la república no le hayan prestado mayor atención.

 

Se debe quizás a que es de tal envergadura la tarea que se propone, que exigiría un compromiso que puede asustar, si se toma en serio. No basta un gobierno para llevarla a cabo y cada candidato quiere realizar su propio programa, no el que le plantean los demás. Ojalá la Comisión de Conciliación Nacional no desmaye e insista en su clamor por la paz, que es el clamor de la gente que más siente el azote de la violencia, de la pobreza y de la injusticia.

 

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Sobre las elecciones presidenciales y nuestro deber ciudadano y cristiano

 

Vamos a decidir qué colombiano queremos que rija los destinos de nuestra nación. No es cualquier momento; es un momento histórico, en el que la economía va bien, pero como dicen, el país va mal: la guerrilla arrecia sus ataques a la población civil y sigue utilizando las proscritas minas antipersona; los presidentes vecinos quieren dirigir nuestra política a control remoto, según su conveniencia ideológica, la crisis mundial de los mercados amenaza con extenderse y no cede la pobreza, contagiada por el virus del desempleo.

 

No podemos ceder a otros la decisión de marcar nuestro destino. Es nuestro deber ciudadano y cristiano votar en conciencia. No por intereses personales ni de partido, sino por el bien común. El color de la camiseta que vista el candidato no lo hace mejor ni peor.

 

Hemos aprendido en Caritas in veritate que el amor cristiano es un amor activo, no un amor sensible y pasivo. Se manifiesta en hechos de amor. Si amamos a alguien preguntémonos: ¿qué he hecho por él o por ella? No es suficiente decir: “te quiero mucho”.

 

Benedicto XVI nos dice que amar es querer el bien de  la otra persona y trabajar eficazmente por ella. Amar a Colombia es querer su bien y trabajar eficazmente por ella. ¿Cómo? Queriendo su bien y trabajando eficazmente porque nuestra patria consiga el bien para todos. Estamos frente a un deber de amor y de justicia.

 

Benedicto XVI nos propone un modo concreto de amar a la sociedad, a la patria, y consiste en cuidar a las instituciones que la conforman en lo social, en lo político,  en lo jurídico y lo cultural. Somos nosotros los que conformamos las instituciones con las personas que elegimos, para que hagan de ellas lo que la Constitución dice que deben ser y lo que Dios quiere que Colombia sea. No podemos elegir a personas que persiguen sus intereses personales, utilizando el bien común en su beneficio propio, y no les importa mancharse de corrupción e injusticia. 

 

Pidamos al Espíritu Santo que nos oriente para depositar nuestro voto con sabiduría y con amor y justicia por Colombia. Amar a Colombia es amarnos a nosotros mismos y a nuestras familias. No vamos a votar por la reina ni un personaje del Carnaval. Los creyentes tenemos que contribuir a la edificación de la ciudad de Dios, hacia la cual avanza la historia de la familia humana. Es responsabilidad de los gobernantes creyentes, dar forma de unidad y de paz a  la ciudad del hombre y hacerla anticipación de la ciudad de Dios. ¿Quién nos podrá conducir mejor por ese camino?

 

 

Fernando Díaz del Castillo Z.

 

 

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Reflexión 176 – Acuerdo Nacional por la Paz y la Reconciliación en Colombia

DOCTRINA SOCIAL DE LA IGLESIA

Programa Especial

Presentamos hoy el programa sobre el Acuerdo Nacional que la Comisión de Conciliación Nacional  propone al país para conseguir la paz y la reconciliación en Colombia, con la participación de dos miembros de la Comisión: el P. Darío Echeverri, Secretario General,  y el Dr. Martín Nates, secretario ejecutivo. El programa se transmitió por Radio María de Colombia el 20 de mayo de 2010. Haga clic en uno de los dos enlaces siguientes (Media Player o Quick Time Player):

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Reflexión 175 – Caritas in veritate (13)

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Trabajar por el bien común: exigencia de justicia y caridad

 

Estudiamos el N° 7 de la encíclica  Caritas in veritate, de Benedicto XVI. Recordemos que el Santo Padre, en la introducción, que estamos ahora estudiando, pone los fundamentos de la doctrina que tratará a lo largo de toda la encíclica. En el N° 6 nos explicó que la caridad en la verdad es el principio sobre el que gira la doctrina social de la Iglesia. Una vez más nos encontramos con la insistencia de la Iglesia en que el amor al prójimo, que Jesús proclamó como el mandamiento que debe distinguir a sus seguidores, no puede limitarse a un amor sensible y pasivo, sino que tiene que conocerse por hechos de amor. Que Amar a alguien es querer su bien y trabajar eficazmente por él, que amar es dar al otro de lo mío y que el amor va unido a la justicia, que es la medida mínima del verdadero amor, de manera que si con el amor no está presente la justicia, tampoco hay amor de verdad. Quien ama con caridad a los demás, es ante todo justo con ellos.

En el N° 7, además de explicar que la justicia es parte integrante del amor,  introduce Benedicto XVI un nuevo elemento al concepto de la caridad: introduce el bien común. Nos enseña el Santo Padre que junto al bien individual, que quien ama busca para otra persona, existe un bien colectivo, el bien que tiene que ver con la vida en sociedad y es el llamado bien común.

Como cristianos que queremos practicar la caridad, no es suficiente que trabajemos sólo por el bien particular de alguien que amamos; tenemos que trabajar por el bien común, que es  el bien de ese «todos nosotros», formado por individuos, familias y grupos intermedios que se unen en comunidad social. Trabajar por el bien común es trabajar por el bien de la sociedad. Dice el Papa que Desear el bien común y esforzarse por él es exigencia de justicia y caridad. Se trata del bien que a las personas solas, individualmente consideradas, les es muy difícil o en la práctica  imposible  alcanzar, para alcanzar el bien de todos se necesita la colaboración de todos, se requiere la unión de la comunidad.

Frente al bien común nos ganan el individualismo y la indiferencia

 

En la práctica somos muy indiferentes frente al bien común; si muchas veces ignoramos las necesidades de los individuos que tenemos cerca, mucho peores somos en cuanto al trabajo eficaz por el bien común, por el bien de la comunidad. En ocasiones especiales, como en ciertas calamidades públicas, nos manifestamos y actuamos solidarios; pero en la vida ordinaria nos ganan el individualismo o la indiferencia. Esperamos que las cosas se arreglen solas o las hagan los demás. Cuesta trabajo conseguir personas que quieran trabajar en las Juntas de Acción Comunal, por ejemplo, y a veces la gente presta el nombre para ser elegida, pero luego no encuentra tiempo para trabajar en lo que le corresponde.

 

Lo que significa llevar la cruz o el rosario al cuello

 

La fe tenemos que vivirla, no sólo por la participación en la Eucaristía los días de fiesta y por nuestras devociones particulares, sino por vivir de acuerdo con el mandamiento del amor, que es por lo que nos deberían reconocer como cristianos. Miren cómo se aman, decían de los primeros cristianos. El llevar la cruz o el rosario al cuello, pueden ser una señal de ser católico practicante; pero no necesariamente se llevan con orgullo como una pública  manifestación de fe, sino que a veces se llevan por moda, especialmente si el rosario es de oro, o hasta por agüero. La forma como se lleva el signo cristiano puede dar pistas sobre la intención de quien lo porta. Lo que no nos deja mentir es la buena acción, el practicar las obras de misericordia, por ejemplo, el perdonar, en una palabra el amar en verdad.

 

¿Amar a las instituciones que conforman la ‘polis’?

 

La encíclica Caritas in veritate presenta un aspecto del bien común en el que se piensa poco o nada y no es raro que algunos inclusive  piensen que eso nada tiene que ver con ellos. Dice el Papa en el N° 7  que debemos cuidar y utilizar las instituciones que estructuran la vida social en lo jurídico, lo político y lo cultural y configuran la sociedad  en la ‘polis’.  Cuidar de esas instituciones es una manera de practicar el amor por la comunidad, de trabajar por su bien, por el bien común. Ya veremos de qué instituciones se trata.

Cuidar de las instituciones que conforman la ‘polis’. ‘Polis’ es una palabra que se repite ahora con frecuencia y parece ser del agrado del Papa Ratzinger. ¿Por qué usar la palabra ‘polis’ y cuál es el origen de esa palabra? Dediquémosle un momento. Creo que se utiliza la palabra ‘polis’ porque engloba varios conceptos y no tenemos una palabra en nuestros idiomas que la reemplace del todo.

 

¿Qué es eso de la ‘polis’?

 

 El diccionario español de la academia dice que ‘polis’, en la antigua Grecia, era un estado autónomo constituido por una ciudad y un pequeño territorio. En esa época no se había desarrollado todavía el concepto de nación ni tampoco su realidad; no había naciones como las tenemos hoy. Un poco más adelante se desarrollaría la idea del imperio, con la experiencia de Alejandro Magno que extendió su dominio desde Grecia hasta la India y se enfrentó a otro imperio, el de Persia. Una explicación sencilla de lo que significa la palabra ‘polis’ es la que nos ofrece el Atlas de las Grandes Culturas, de Margarita Oliphant, editado por Debate y el Círculo de Lectores:

“En el siglo VIII antes de Cristo se desarrolló la ciudad-estado griega o polis: la unidad social y política que caracteriza a la sociedad griega. El terreno montañoso de Grecia y sus limitados llanos y valles fomentó la formación de múltiples estados pequeños en lugar de unos pocos de mayor tamaño. Por regla general, cada ciudad-estado se componía de un centro urbano amurallado, o ciudad, rodeado de tierras de labrantío. Aunque cada ciudad tuvo su forma  peculiar de gobierno, la participación ciudadana en los procedimientos legales y políticos engendró el sentido de comunidad. Los ciudadanos también estaban comprometidos por sus vínculos con la deidad protectora de la ciudad.”  Como ejemplos de esas ciudades-estado, de esas ‘polis’,  podemos recordar a Atenas, a Tebas y a Corinto.

 La ‘polis’ de Caritas in veritate

 

Para entender el sentido de la palabra ‘polis’ en nuestro estudio de la DSI, creo que lo esencial es saber que la ‘polis’  es una comunidad que habita en un territorio particular y tiene su propia organización social, política y religiosa. La ‘polis’ de la que habla la encíclica Caritas in veritate no se refiere sólo a una ciudad, sino que al aplicar el término a nuestra época, se refiere a la sociedad organizada política, jurídica, civil y culturalmente, es decir a un país, cualquiera él sea.

Es muy importante tener en cuenta la caridad que Benedicto XVI nos dice debemos practicar con la ‘polis’. Nos dice que debemos cuidar y utilizar las instituciones que estructuran la ‘polis’. Yo creo que es una manera nueva de presentar la intervención del cristiano en la marcha del país. Tenemos que cuidar y utilizar las instituciones jurídicas, políticas y culturales que hacen a nuestro país lo que es y queremos que sea. Y si somos creyentes, debemos querer que nuestro país sea lo que Dios quiere que sea. De ninguna otra manera nuestro país puede ser mejor.

 

¿La política no es asunto nuestro?

 

Si como católicos nos asaltan dudas sobre la conveniencia de que la Iglesia opine en materia política, aclaremos el asunto. La Iglesia no se debe inmiscuir en política partidista; la política de partido no es de su incumbencia y cuando equivocadamente, miembros del clero se han inmiscuido en política de partido, los resultados no han sido buenos para la comunidad católica. Aclaro: cuando miembros del clero, porque los laicos sí podemos participar en política. Pero opinar y orientar a la comunidad en lo que tiene incidencia en el bien común, que es bien de todos, es no sólo derecho sino obligación de la Iglesia. Los laicos sí podemos y estamos obligados a participar en la dirección del país, según nuestra  vocación y nuestras posibilidades de incidir en la pólis, como nos enseña Caritas in veritate, en el N° 7.

No cerremos puertas a Dios en el manejo del país

 

 

¿Por qué ese rechazo de algunos, a aceptar que Dios tiene que ver en la dirección de nuestra patria? Es nuestra responsabilidad, de ciudadanos creyentes, abrir campo a Dios en lo público y no cerrarle puertas. Los ciudadanos “de a pie” no tenemos la misma responsabilidad de quienes ocupan cargos públicos, pero sí tenemos responsabilidad de dejar nuestra huella, en la porción de patria en donde tengamos alguna influencia. Y la tenemos en el voto: somos los ciudadanos quienes escogemos a los gobernantes, a los legisladores y a través de ellos a los magistrados de la rama jurisdiccional. Esos gobernantes y legisladores parece que olvidaran que, La acción del hombre sobre la tierra, cuando está inspirada y sustentada por la caridad, contribuye a la edificación de esa universal ciudad de Dios hacia la cual avanza la historia de la familia humana. Es responsabilidad de los gobernantes, legisladores y magistrados creyentes dar  forma de unidad y de paz a la ciudad del hombre, y hacerla  en cierta medida una anticipación que prefigura la ciudad de Dios…

 

Actuemos en el tiempo para preparar la ciudad de Dios, el Reino, en la eternidad

 

¿Por qué no queremos entender nuestra responsabilidad como creyentes, en el manejo de la ‘polis’, en el manejo de la patria? Por eso la corrupción en el manejo de los bienes públicos, que son bien común; por eso nos aprueban leyes que atentan contra la libertad, que es un bien individual y un bien común, como en el caso de la prohibición de la objeción de conciencia a los médicos e instituciones de salud que se niegan a practicar abortos; por eso se maneja la salud como un negocio, por eso se dice que se respeta el derecho a la vida, pero sin escrúpulos se acepta el aborto y todavía hay sicarios que se encomiendan a la Virgen, antes de disparar. Dios tiene que estar en nuestra vida privada y pública, si aspiramos a que en el territorio de nuestra patria actuemos todos en el tiempo, para preparar la ciudad de Dios,- el Reino,- en la eternidad. Cuando los creyentes que tienen funciones públicas obran mal, no lo hacen porque siguen la ética natural ni la moral cristiana, sino porque son infieles a ellas.

 

 

La misión irrenuncible de la Iglesia en favor de una sociedad a la medida del hombre, de su dignidad y de su vocación

Como veremos en el N° 9 de Caritas in veritate, la Iglesia no hace política partidista; nos dice allí Benedicto XVI que,  “La Iglesia no tiene soluciones técnicas que ofrecer y no pretende ‘de ninguna manera mezclarse en la política de los Estados’. No obstante, tiene una misión de verdad que cumplir en todo tiempo y circunstancia  en favor de una sociedad a medida del hombre, de su dignidad y de su vocación”… “Para la Iglesia, esta misión de verdad es irrenunciable.

 

Lo que sobre el bien común nos enseña el Compendio de la DSI

 

Sabemos que, según nuestra  fe cristiana, el ser humano es social por naturaleza, como imagen que es de Dios UNO y TRINO. La persona humana no puede encontrar realización sólo en sí misma, es decir, prescindiendo de su ser « con » y « para » los demás y todas las organizaciones humanas, desde la familia, que es su célula vital, pasando por todos los grupos sociales intermedios, como las comunidades locales, las sociedades, las empresas, la ciudad, la región, el Estado, la comunidad de los pueblos y de las Naciones, como la OEA, UNISUR, la comunidad europea de naciones, la ONU, todas, si de verdad quieren estar al servicio del ser humano, se deben proponer como meta prioritaria el bien común, en cuanto bien de todos los hombres y de todo el hombre. Esa es su razón de ser.

 

En política tenemos la vocación de ordenar lo creado al verdadero bien del hombre

 

La concepción cristiana del ser humano, de ser sociable por naturaleza, tiene implicaciones prácticas en la búsqueda del bien común, tanto en la vida comunitaria de los pequeños grupos como la familia y los vecinos, como en la vida de las grandes comunidades: la ciudad, el país y aun el mundo globalizado. No podemos ignorar la concepción cristiana del ser humano y del mundo organizado en el cual vive, si de verdad vivimos la fe y queremos cumplir con nuestra vocación que, como nos la explican la Constitución Lumen gentium, Luz de los pueblos (N° 36) y la exhortación apostólica Christifideles laici, Los fieles laicos, de Juan Pablo II (N° 14), como cristianos tenemos la vocación de ordenar lo creado al verdadero bien del hombre.

 

No limitemos nuestra vida de fe a la vida espiritual personal

 

Si, cuando tenemos la oportunidad de contribuir eficazmente a que nuestra sociedad marche según los planes de Dios renunciamos a nuestros derechos de intervenir, estamos renunciando a una parte importante de nuestro deber. Tenemos el don de la fe, hagámosla viva en todas las circunstancias; no la limitemos a la vida espiritual personal.

Hemos integrado en nuestro estudio del bien común que Benedicto XVI asume en su encíclica Caritas in veritate, las enseñanzas de la Iglesia en los documentos sociales anteriores, como se exponen en el Compendio de la DSI, en el capítulo cuarto, que dedica a los principios de la DSI. Continuemos ahora.

El principio del bien común lo divide en 3 puntos: a) Significado y aplicaciones principales, b) La responsabilidad de todos por el bien común y c) Las tareas de la comunidad política.

 

Sólo juntos  es posible alcanzar, acrecentar y conservar el bien común

 

El Compendio presenta en el N° 164 una explicación general del bien común, del cual dice que por bien común se entiende « el conjunto de condiciones de la vida social que hacen posible a las asociaciones y a cada uno de sus miembros el logro más pleno y más fácil de la propia perfección ».[1] Aclara luego que el bien común es de todos y de cada uno, que es indivisible porque sólo juntos  es posible alcanzarlo, acrecentarlo y conservarlo.

Sobre la responsabilidad de todos por el bien común, en el N° 166 trae estas afirmaciones el Compendio de la DSI. Como veremos, nos queda más claro por qué trabajar por el logro del bien común es parte de nuestra práctica de la caridad, pues Amar a alguien es querer su bien y trabajar eficazmente por él.

 

¿A qué se extiende el bien común?

El bien común comprende exigencias íntimamente ligadas al respeto y a la promoción integral de la persona humana. Dice el Compendio:

Tales exigencias atañen, ante todo, al compromiso por la paz, a la correcta organización de los poderes del Estado, a un sólido ordenamiento jurídico, a la salvaguardia del ambiente, a la prestación de los servicios esenciales para las personas, algunos de los cuales son, al mismo tiempo, derechos del hombre: alimentación, habitación, trabajo, educación y acceso a la cultura, transporte, salud, libre circulación de las informaciones y tutela de la libertad religiosa.[2]

 

Somos corresponsables de quién llega a dirigir la polis

 

Como podemos observar de todas esas exigencias son responsables diversos organismos del Estado y los ciudadanos somos directamente responsables de quién llega a esos organismos, sea en el más alto cargo ejecutivo como es el del presidente de la república, como, también somos responsables de quiénes ocupan las sillas del Congreso de la república. ¿No tenemos responsabilidad en su escogencia? ¿No será importante que los candidatos entre quienes vamos a escoger, presenten, claramente,  los programas  en asuntos que son del bien común, como los que nombra la DSI en el N° 167 del Compendio, que acabamos de leer? ¿No es urgente que la Iglesia nos oriente en asuntos tan importantes para el bien común?

 

La búsqueda constante del bien de los demás como si fuese el bien propio

 

No es fácil alcanzar el bien común. ¿Por qué la dificultad nos lo explica el Compendio en el N° 167. Leamos:

El bien común es un deber de todos los miembros de la sociedad: ninguno está exento de colaborar, según las propias capacidades, en su consecución y desarrollo.[3] El bien común exige ser servido plenamente, no según visiones reductivas subordinadas a las ventajas que cada uno puede obtener, sino  basados en una lógica que asume en toda su amplitud la correlativa responsabilidad. El bien común corresponde a las inclinaciones más elevadas del hombre,[4] pero es un bien arduo de alcanzar, porque exige la capacidad y la búsqueda constante del bien de los demás como si fuese el bien propio.

Como nos ha explicado la Iglesia en su DS y ahora lo corrobora Benedicto XVI, el bien común es de todos. En el Compendio se afirma esto mismo, al referirse a la participación del bien común. Leamos en el mismo N° 167:

Todos tienen también derecho a gozar de las condiciones de vida social/ que resultan de la búsqueda del bien común. Sigue siendo actual la enseñanza de Pío XI: es « necesario que la partición de los bienes creados se revoque y se ajuste a las normas del bien común o de la justicia social, pues cualquier persona sensata ve cuan gravísimo trastorno acarrea consigo esta enorme diferencia actual entre unos pocos cargados de fabulosas riquezas y la incontable multitud de los necesitados ».[5]

 

Las tareas de la comunidad política en la consecución del bien común

Y ahora, en los N° 168 a 170 trata el Compendio sobre Las tareas de la comunidad política en la consecución del bien común. Dice:

168 La responsabilidad de edificar el bien común compete, además de las personas particulares, también al Estado, porque el bien común es la razón de ser de la autoridad política.[6] El Estado, en efecto, debe garantizar cohesión, unidad y organización a la sociedad civil de la que es expresión[7] de modo que se pueda lograr el bien común con la contribución de todos los ciudadanos. La persona concreta, la familia, los cuerpos intermedios / no están en condiciones de alcanzar por sí mismos su pleno desarrollo; de ahí deriva la necesidad de las instituciones políticas, cuya finalidad es hacer accesibles a las personas los bienes necesarios —materiales, culturales, morales, espirituales— para gozar de una vida auténticamente humana. El fin de la vida social es el bien común históricamente realizable.[8]

169 Para asegurar el bien común, el gobierno de cada país tiene el deber específico de armonizar con justicia los diversos intereses sectoriales.358 La correcta conciliación de los bienes particulares de grupos y de individuos es una de las funciones más delicadas del poder público. En un Estado democrático, en el que las decisiones se toman ordinariamente por mayoría entre los representantes de la voluntad popular, aquellos a quienes compete la responsabilidad de gobierno están obligados a fomentar el bien común del país, no sólo según las orientaciones de la mayoría, sino en la perspectiva del bien efectivo de todos los miembros de la comunidad civil, incluidas las minorías.

 

Dios tiene un lugar esencial en la sociedad

 

Terminemos hoy con la lectura del N° 170 del Compendio. Escuchemos por qué Dios tiene un lugar esencial en la sociedad:

170 El bien común de la sociedad no es un fin autárquico[9](es decir autosuficiente); tiene valor sólo en relación con el logro de los fines últimos de la persona y el bien común de toda la creación. Dios es el fin último de sus criaturas / y por ningún motivo puede privarse al bien común de su dimensión trascendente, que excede y, al mismo tiempo, da cumplimiento a la dimensión histórica.[10] Esta perspectiva alcanza su plenitud a la luz de la fe en la Pascua de Jesús, que ilumina en plenitud / la realización del verdadero bien común de la humanidad. Nuestra historia —el esfuerzo personal y colectivo para elevar la condición humana— comienza y culmina en Jesús: gracias a Él, por medio de Él y en vista de Él, toda realidad, incluida la sociedad humana, puede ser conducida a su Bien supremo, a su cumplimiento. Una visión puramente histórica y materialista / terminaría por transformar el bien común en un simple bienestar socioeconómico, carente de finalidad trascendente, es decir, de su más profunda razón de ser.

 

Fernando Díaz del Castillo Z.

Escríbanos a: reflexionesdsi@gmail.com


[1] Concilio Vaticano II, Const. past. Gaudium et spes, 26: AAS 58 (1966) 1046; cf. Catecismo de la Iglesia Católica, 1905-1912; Juan XXIII, Carta enc. Mater et magistra: AAS 53 (1961) 417-421; Id., Carta enc. Pacem in terris: AAS 55 (1963) 272-273; Pablo VI, Carta ap. Octogesima adveniens, 46: AAS 63 (1971) 433-435.

[2] Cf. Concilio Vaticano II, Const. past. Gaudium et spes, 26: AAS 58 (1966) 1046-1047.

[3] Cf. Juan XXIII, Carta enc. Mater et magistra: AAS 53 (1961) 417; Pablo VI, Carta ap. Octogesima adveniens, 46: AAS 63 (1971) 433-435; Catecismo de la Iglesia Católica, 1913.

[4] Santo Tomás de Aquino coloca en el nivel más alto y más específico de las « inclinationes naturales » del hombre el « conocer la verdad sobre Dios » y el « vivir en sociedad » (Summa Theologiae, I-II, q.94, a.2, Ed. Leon. 7, 170: « Secundum igitur ordinem inclinationum naturalium est ordo praeceptorum legis naturae… Tertio modo inest homini inclinatio ad bonum secundum naturam rationis, quae est sibi propria; sicut homo habet naturalem inclinationem ad hoc quod veritatem cognoscat de Deo, et ad hoc quod in societate vivat »).

[5] Pío XI, Carta enc. Quadragesimo anno: AAS 23 (1931) 197.

[6] Cf. Catecismo de la Iglesia Católica, 1910.

[7] Cf. Concilio Vaticano II, Const. past. Gaudium et spes, 74: AAS 58 (1966) 1095-1097; Juan Pablo II, Carta enc. Redemptor hominis, 17: AAS 71 (1979) 295-300.

[8] Cf. León XIII, Carta enc. Rerum novarum: Acta Leonis XIII, 11 (1892) 133-135; Pío XII, Radiomensaje por el 50º Aniversario de la « Rerum novarum »: AAS 33 (1941) 200.

[9] Autarquía significa autosuficiencia.

[10] Cf. Juan Pablo II, Carta enc. Centesimus annus, 41: AAS 83 (1991) 843-845.