Reflexión 161 – “Sollicitudo rei socialis”: final y síntesis

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SOLIDARIDAD: NÚCLEO DEL DESARROLLO

 

En nuestro estudio del pensamiento social de Juan Pablo II sobre el desarrollo integral de los pueblos,  como lo expuso en su encíclica Sollicitudo rei socialis, vimos que el punto central de esa encíclica es la solidaridad. Para que se logre el desarrollo integral de los pueblos es necesario que todos practiquemos la solidaridad, esa virtud que se puede considerar como una actitud moral, ética, es decir estar inclinado a ser solidario desde el punto de vista puramente humano. Los creyentes además podemos considerar la solidaridad desde el punto de vista del Evangelio. La solidaridad no es sólo una actitud moral y social, ética; la solidaridad es también una virtud cristiana.[1] A la luz de la fe, – dice Juan Pablo II, –  la solidaridad tiende a superarse a sí misma, a revestir las dimensiones específicamente cristianas de la gratuidad total, el perdón y la reconciliación.

De manera que los creyentes debemos ser solidarios sin esperar recompensa y si es el caso debemos ser solidarios aun con aquellos que nos hecho algo por lo cual requieren nuestro perdón y con quienes nos debemos reconciliar. El mandato del Evangelio de amar a nuestros enemigos, a los que nos persiguen y calumnian es de verdad; no se queda en palabras.

 

 

Juan Pablo II definió la solidaridad como, la determinación firme y perseverante de comprometerse por el bien común, por el bien de todos y cada uno, porque todos somos verdaderamente responsables de todos.”

Por su parte Benedicto XVI en su reciente discurso en la FAO, la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación  (el 16 de noviembre de 2009), sintetiza lo que significa ser solidario con estas palabras, que pueden reunir el concepto puramente ético y el pensamiento cristiano de la solidaridad (fijémonos en qué forma la idea de la familia hace parte de lo que es la solidaridad):

 

 

sólo en nombre de la común pertenencia a la familia humana universal  se puede pedir a cada pueblo, y por lo tanto a cada país, ser solidario, es decir, dispuesto a hacerse cargo de responsabilidades concretas ante las necesidades de los otros, para favorecer un verdadero compartir fundado en el amor”.[2]

 

Bien común: el bien de la familia humana



Para los dos Pontífices, Juan Pablo II y Benedicto XVI,  la solidaridad implica compromiso con el bien de los demás, con el bien común, que no es otra cosa que el bien de la familia humana.

 

Que todos somos miembros de la familia humana lo podemos  aceptar los creyentes y los no creyentes; por eso existen organizaciones con fines altruistas, de las que forman parte también no creyentes que quieren ayudar a sus congéneres porque también  son seres humanos, aunque no los lleguen a considerar sus hermanos; sin embargo fundar la solidaridad en el amor, implica además un concepto cristiano: somos solidarios porque nos amamos como hermanos, como hijos del mismo Padre Celestial, y el primer mandamiento del cristiano, el mandamiento nuevo de Jesucristo es el del amor. Juan Pablo II dirigió su encíclica Sollicitudo rei socialis a todos los hombres de buena voluntad y la solidaridad es un terreno común para todos, aunque la solidaridad como virtud cristiana es más exigente, se funda en el amor.

 

 

De ahí que Juan Pablo II en el N° 40 de esta encíclica diga que, A la luz de la fe, la solidaridad tiende a superarse a sí misma, a revestir las dimensiones específicamente cristianas de la gratuidad total, el perdón y la reconciliación. Los no creyentes pueden considerar a los demás seres humanos como fundamentalmente sus iguales, y que por eso comparten sus  mismos derechos. Juan Pablo II nos explica que desde la fe, el prójimo se convierte en la imagen de Dios Padre, rescatada por la sangre de Jesucristo y puesta bajo la acción permanente del Espíritu Santo.

Ya habíamos visto la profundidad del fundamento de la solidaridad desde la fe, como nos la explica Juan Pablo II, quien en ese mismo N° 40 de Sollicitudo rei socialis, nos dice que Más allá de los vínculos humanos y naturales, tan fuertes y profundos, a la luz de la fe se percibe un nuevo modelo de unidad del género humano, en el que, en última instancia, debe inspirarse la solidaridad.  

 

 

Modelo cristiano de solidaridad: Dios que Es Amor

 

El modelo de la solidaridad de la que nos habla el Papa, es nada menos qu el amor de la Trinidad, que en su vida íntima es Amor. El Amor define a Dios: Dios es Amor y nosotros, como creados a su imagen debemos amar como nuestro modelo, nuestro Padre y Creador. Hasta dónde llega el amor divino nos lo enseñó el Hijo con su Encarnación, muerte y resurrección. La conclusión de Juan Pablo II en el N° 33 de Sollicitudo rei socialis es en esa línea. Leámosla una vez más: el verdadero desarrollo debe fundarse en el amor a Dios y al prójimo, y favorecer las relaciones entre los individuos y las sociedades. Esta es la « civilización del amor », de la que hablaba con frecuencia el Papa Pablo VI.

En una reflexión anterior vimos que el cuidado del medio ambiente, incide también en la terrible situación de pobreza que padecen millones de hermanos nuestros. Benedicto XVI dijo en su mencionado discurso en la FAO (19-11-2009), que se debe analizar la relación entre el desarrollo y el cuidado del medio ambiente, y nos puso a todos a pensar que, no son suficientes las normas y planes de desarrollo de los Estados, sino que hace falta un cambio en nuestros estilos de vida personales y comunitarios cuando se rigen por el consumismo y  las necesidades que nos crean o nos creamos nosotros mismos. El Papa aclaró que  (…) Los deberes que tenemos con el ambiente están relacionados con los que tenemos para con la persona considerada en sí misma y en su relación con los otros. Cuidamos el ambiente por lo que es para los seres humanos.

 

 

Cuando descuidamos el medio ambiente en el trato del agua que desperdiciamos o contaminamos, por ejemplo, y en el manejo de los desperdicios, tenemos que pensar que no sólo dañamos el ambiente, sino que con ellos  perjudicamos a la sociedad. No podemos  separar los deberes con el medio ambiente de los que tenemos con las personas. Es que los seres humanos se ven afectados por la calidad de la naturaleza de donde toman el aire, el agua, los alimentos.

 

 

Medio ambiente y destino universal de los bienes

 

Cuando se habla del trato a la naturaleza no se puede ignorar la relación que estas verdades tienen con el destino universal de los bienes, con la administración de la tierra que fue entregada por Dios para uso de todos.  Cuando una comunidad descuida sus calles y sus parques se suele decir que eso sucede porque nadie los ve como propios; eso suele pasar con las propiedades públicas: son de todos y de nadie. Y sucede con los ríos y las playas. No somos solidarios, no nos comprometemos con el bien común por el bien de todos y de cada uno. No nos sentimos verdaderamente todos responsables de todos. No nos sentimos integrantes de una familia, que habitamos la misma casa.

 

 

Opción preferencial por los pobres

 

Si es verdad que Dios destinó los bienes de la tierra para todos, como buenos administradores el encargo del Creador lo debemos cumplir compartiendo lo que tenemos en solidaridad con los pobres y de manera preferencial con los que más sufren. Como vemos, la opción preferencial por los pobres, tema que se trata con frecuencia en la predicación y documentos sociales de la Iglesia, no sólo se aplica a nuestra relación personal con los necesitados, sino al trato preferencial que los pobres deben recibir de la sociedad, de los gobiernos nacionales e internacionales. Esto dice Juan Pablo II en el N° 42 de Sollicitudo rei socialis:

 

 

Entre dichos temas (se refiere Juan Pablo II a los tratados por el Concilio y las encíclicas, entre ellas la Populorum progressio), quiero señalar aquí la opción o amor preferencial por los pobres. Esta es una opción o una forma especial de primacía en el ejercicio de la caridad cristiana, de la cual da testimonio toda la tradición de la Iglesia. Se refiere a la vida de cada cristiano, en cuanto imitador de la vida de Cristo, pero se aplica igualmente a nuestras responsabilidades sociales y, consiguientemente, a nuestro modo de vivir y a las decisiones que se deben tomar coherentemente  sobre la propiedad y el uso de los bienes.

Pero hoy, vista la dimensión mundial que ha adquirido la cuestión social, este amor preferencial, con las decisiones que nos inspira, no puede dejar de abarcar a las inmensas muchedumbres de hambrientos, mendigos, sin techo, sin cuidados médicos y, sobre todo, sin esperanza de un futuro mejor: no se puede olvidar la existencia de esta realidad. Ignorarlo significaría parecernos al       « rico epulón » que fingía no conocer al mendigo Lázaro, postrado a su puerta (cf. Lc 16, 19-31).

 

Dar precedencia al fenómeno de la creciente pobreza

 

Nuestra vida cotidiana, así como nuestras decisiones en el campo político y económico deben estar marcadas por estas realidades. Igualmente los responsables de las Naciones y los mismos Organismos internacionales, mientras han de tener siempre presente como prioritaria en sus planes  la verdadera dimensión humana, no han de olvidar dar la precedencia al fenómeno de la creciente pobreza. Por desgracia, los pobres, lejos de disminuir, se multiplican/ no sólo en los Países menos desarrollados sino también en los más desarrollados, lo cual resulta no menos escandaloso.

 

Propiedad privada y su función social

 

Es necesario recordar una vez más aquel principio peculiar de la doctrina cristiana: los bienes de este mundo están originariamente destinados a todos. [3] El derecho a la propiedad privada es válido y necesario, pero no anula el valor de tal principio. En efecto, sobre ella grava « una hipoteca social », es decir, posee, como cualidad intrínseca, una función social fundada y justificada precisamente sobre el principio del destino universal de los bienes.

Los Pobres que carecen del bien de la libertad

En este empeño por los pobres, no ha de olvidarse aquella forma especial de pobreza  que es la privación de los derechos fundamentales de la persona, en concreto el derecho a la libertad religiosa y el derecho, también, a la iniciativa económica.

Si es verdad que son pobres los que carecen de los bienes materiales necesarios para vivir una aceptable calidad de vida, son pobres también los que carecen de derechos fundamentales: de la libertad, del derecho a la libertad religiosa y a ejercer su propia iniciativa, que es también parte de la libertad a la que todos tenemos derecho.

 

Destaquemos algunos puntos de la explicación de Juan Pablo II sobre la opción preferencial por los pobres, que acabamos de leer:

 

 

Esta es una opción o una forma especial de primacía en el ejercicio de la caridad cristiana.

En la práctica de la caridad, la preferencia por los pobres debe ocupar el primer lugar (la primacía).

 

 

Se refiere a la vida de cada cristiano, en cuanto imitador de la vida de Cristo, pero se aplica igualmente  a nuestro modo de vivir y a las decisiones que se deben tomar coherentemente sobre la propiedad y el uso de los bienes.

Al modo de vida que llevemos y a nuestras decisiones sobre nuestros bienes y el uso que les demos se invita a una vida cristiana de verdad. Nos pide coherencia en nuestra vida de cristianos en cuanto se refiere a los que poseemos. Lejos pues, del cristiano la frase: “es mi plata y hago con ella lo que quiera”.

 

 

En los Ejercicios Espirituales, San Ignacio de Loyola nos enseña que las cosas fueron creadas para el hombre y para que le ayuden en la consecución del fin para el cual fue creado. Añade enseguida que debemos usarlas cuanto nos ayuden para el fin para el que fuimos creados y debemos alejarnos de ellas cuanto nos lo impidan. [4] Si viviéramos de acuerdo con ese principio, tendríamos claro cómo debe ser el manejo de nuestros bienes, pocos o muchos.

 

 

Aliviar la miseria no solo con lo que nos sobra…

 

El cristianismo es exigente. Juan Pablo II nos lo recuerda en el N° 31 de Sollicitudo rei socialis, cuando dice:

 

 

(…) pertenece a la enseñanza y a la praxis más antigua de la Iglesia /  la convicción de que ella misma, sus ministros y cada uno de sus miembros, están llamados a aliviar la miseria de los que sufren cerca o lejos, no sólo con lo « superfluo », sino con lo « necesario ». Ante los casos de necesidad, no se debe dar preferencia a los adornos superfluos de los templos y a los objetos preciosos del culto divino; al contrario, podría ser obligatorio enajenar estos bienes para dar pan, bebida, vestido y casa a quien carece de ello.[5] Como ya se ha dicho, se nos presenta aquí una « jerarquía de valores » —en el marco del derecho de propiedad— entre el «tener» y el « ser », sobre todo cuando el « tener » de algunos,  puede ser a expensas del  « ser » de tantos otros.

El Papa Pablo VI, en su Encíclica, sigue esta enseñanza, inspirándose en la Constitución pastoral Gaudium et spes.[6] Por mi parte, deseo insistir también sobre su gravedad y urgencia, pidiendo al Señor fuerza para todos los cristianos a fin de poder pasar fielmente a su aplicación práctica.

 

Nos amó hasta el extremo

 

Juan Pablo II es consciente del grado de dificultad que implica vivir el Evangelio hasta esos límites, por eso pide al Señor fuerza para todos los cristianos a fin de que pasemos fielmente a la práctica. La vida cristiana no es posible sin la gracia de Dios y el ejemplo que tenemos delante es inalcanzable sin una gracia especial: Jesús, nuestro modelo nos amó hasta el extremo, sin medida, sin condiciones, como lo expresa San Juan en su Evangelio, capítulo 13,1.

 

 

Sollicitudo rei socialis en síntesis

 

Empezó Juan Pablo II con el análisis de la situación del mundo, que en ese momento estaba dividido en los dos bloques oriente-occidente, en medio de la llamada guerra fría. El comunismo estaba en expansión y en occidente mandaba el capitalismo. Con el análisis de la situación del mundo, se daba el primer paso en el proceso VER-JUZGAR-ACTUAR. Por la situación como se presentaba, el análisis que de ella se hace es sobre todo social y político; la situación del mundo se agravaba por la contraposición de los dos bloques que mantenían al mundo en permanente tensión. Juan Pablo II señala la interdependencia de los pueblos como una clave para interpretar la situación. Todas las naciones están conectadas y no pueden escapar de las consecuencias negativas que sufran los miembros de cada bloque. Es claro que el destino de la humanidad es cada vez más compartido por todos. Hoy se confirma esa tendencia, con la crisis económico-financiera de la cual se contagiaron todas las naciones.

 

 

En Sollicitudo reo socialis se continuó enseguida con el segundo paso: JUZGAR. Una vez presentada la situación del mundo, que era muy oscura, se hace de ella un juicio ético y religioso, es decir teológico. Se denuncian en la encíclica, los valores imperantes en el mundo.

 

 

Los dos bloques en que estaban divididos los países, se orientaban por dos ideologías distintas, que tienen concepciones diversas de la persona humana. Esos bloques estaban organizados en distintos sistemas políticos y económicos: el sistema capitalista y el sistema comunista, derivados de esas concepciones del hombre. Dos ideologías, dos sistemas distintos que comparten algo en común: por su materialismo, comparten la subordinación del hombre al capital y sus intereses. Un sistema que se centra en el capital y el lucro de los individuos y otro, el comunista, colectivista, también materialista y ateo, en el cual no son los individuos los beneficiados por el sistema sino el Estado, así sea a costa de las personas.

 

 

Como las dos ideologías incluyen su propia visión del hombre, es lógico que su concepción del desarrollo sea consecuente con lo que piensan sobre el ser humano. De ahí que la encíclica plantee la concepción cristiana del desarrollo, la del desarrollo integral, que debe ser de todo el hombre y de todos los hombres y no un desarrollo circuncrito a lo puramente material y sólo para algunos privilegiados.

 

 

En el último paso: ACTUAR, la encíclica presenta la SOLIDARIDAD, como característica esencial del desarrollo integral. Todos debemos sentirnos de la misma familia, con los mismos derechos y obligaciones, responsables del bien común.

 

Cinco propuestas

 

Termina la encíclica presentando cinco propuestas, que no son necesariamente originales, sino que más bien muestran cómo la D.S.I. acoge lo técnico y lo sociopolítico cuando se enmarca en la concepción cristiana del ser humano.  En el N° 43, las dos primeras propuestas son de carácter económico y buscan una organización económica mundial que impida la explotación de los países pobres. Se refiere a reformas en el comercio internacional, en el sistema monetario y financiero y al intercambio de tecnologías.

 

Las otras dos propuestas son de carácter político-jurídico, teniendo en cuenta la situación de los bloques que dividían al mundo. En el mismo N° 43 se refiere a la responsabilidad de los países en vías de desarrollo en el logro de su propio desarrollo, a la necesidad de educación y democratización de las instituciones políticas para conseguir una efectiva participación de todos los ciudadanos.

 

 

Aquí damos por terminado nuestro estudio de la encíclica Sollicitudo rei socialis, con la cual Juan Pablo II celebró la aparición, 20 años antes, de Populorum progressio, de Pablo VI.   En 2010 tendremos que acometer la no fácil tarea de estudiar la encíclica Caritas in veritate, con la cual Benedicto XVI se une también a la conmemoración de Populorum progressio, esta vez en su 40° aniversario.

 

 

 

Fernando Díaz del Castillo Z.

 

Escríbanos a:

reflexionesdsi@gmail.com

 


[1] Cf Ildefonso Camacho, Doctrina Social de la Iglesia, una aproximación histórica, San Pablo, 3ª ed., Pg 519 y explicación de la solidaridad como virtud cristiana en  Sollicitudo rei socialis, 40

[2] Cf  BXVI-VISITA FAO/CUMBRE ALIMENTARIA/VIS 091116 (1400)

 

 

[3] Cf. Conc. Ecum. Vatic. II, Const. past. Gaudium et spes, sobre la Iglesia en el mundo actual, 69; Pablo VI, Carta Encíc. Populorum Progressio, 22: l.c., p. 268; Congr. para la Doctrina de la Fe, Instrucción sobre libertad cristiana y liberación, Libertatis conscientia (22 de marzo de 1986), 90: AAS 79 (1987), p. 594; S. Tomás de Aquino, Summa Theol. IIa IIae, q. 66, art. 2.

[4] Ejercicios Espirituales, Principio y Fundamento, 22

[5] Cf. por ejemplo, S. Juan Crisóstomo, In Evang. S. Matthaei, hom. 50, 3-4: PG 58, 508-510; S. Ambrosio, De Officis Ministrorum, lib. II, XXVIII, 136-140: PL 16, 139-141; Possidio, Vita S. Augustini Episcopi, XXIV: PL 32, 53 s.



[6] Carta Encíc. Populorum Progressio, 23: l.c., p. 268: « ‘Si alguno tiene bienes de este mundo y, viendo a su hermano en necesidad, le cierra las entrañas, ¿cómo es posible que resida en él el amor de Dios?’ (1 Jn 3, 17). Sabido es con qué firmeza los Padres de la Iglesia han precisado cuál debe ser la actitud de los que poseen respecto a los que se encuentran en necesidad ». En el número anterior, el Papa habia citado el n. 69 de la Const. past. Gaudium et spes del Concilio Ecuménico Vaticano II.