Reflexión 104 – El Desprendimiento (“Letting go”) (II)

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Compendio Doctrina Social de la Iglesia N° 72

Naturaleza de la Doctrina Social

Dedicamos las dos reflexiones anteriores a considerar la virtud de la compasión como la puerta de entrada en el Reino de Dios. Decíamos que el desprendimiento, el no estar apegados a las personas, a las cosas, es necesario para ser compasivos y por lo tanto para merecer el Reino de Dios. Todo esto hace parte de nuestro estudio sobre la naturaleza de la Doctrina Social de la Iglesia.

Comentábamos que el cristianismo es la religión del amor y que la puerta de entrada al Reino de Dios es la compasión, según la enseñanza de Jesús en su descripción del Juicio Final. El mensaje es claro: la puerta de entrada en el Reino es la compasión, porque la sentencia del Señor dirá: recibid la herencia del Reino preparado para vosotros desde la creación del mundo. Porque tuve hambre, y me disteis de comer… No dice: recibe la herencia preparada para ti desde la eternidad, porque fuiste un estricto observante… o porque tuviste fe, porque creíste en mí, sino porque me diste de comer cuando tuve hambre… No basta sólo creer en Jesús, de palabra, si no se vive de acuerdo con lo que Él enseñó; y su mandamiento nuevo, el que caracteriza a sus seguidores, es el mandamiento del amor.

Continuábamos nuestra reflexión con el pensamiento de que el mandamiento del amor no debería ofrecer dificultades en su cumplimiento, porque estamos hechos para amar, como imágenes de Dios, que es Amor; pero como el amor cristiano es exigente, porque no se trata de un amor de palabra sino de verdad; – por ejemplo, el amor cristiano nos pide que perdonemos a quien nos ha ofendido y que amemos también a nuestros enemigos, – quizás por eso, – porque el amor cristiano es exigente, – faltamos mucho contra el amor. Y, podría uno pensar que si nos parece muy difícil amar a los demás con las exigencias del Evangelio, ¿por qué por lo menos no somos compasivos? ¿Qué nos impide ser compasivos? Parece que una de las causas de nuestra falta de compasión es nuestro apego a lo terrenal. No somos compasivos, cuando la compasión nos exige ceder en algo de nuestros intereses personales; cuando nos pide que salgamos de nuestra comodidad; cuando la compasión nos exige actuar.

Dedicamos por eso la reflexión anterior al desprendimiento, porque, si no nos desprendemos de muchas cosas que nos sujetan a la tierra, esos apegos se convierten en obstáculos para ser compasivos, y entonces, esos apegos se pueden convertir también en obstáculos para llegar al Reino de Dios.

Desprendernos de nuestras falsas seguridades

Una de las conclusiones en nuestra reflexión sobre el desprendimiento, como aparece en el Evangelio, fue que se trata ante todo, del desprendimiento de nuestras falsas seguridades; que si la vida es un constante dejar ir los dones que Dios nos ha dado, es también un soltarnos de las seguridades que esos dones traen consigo. Desprendernos es soltarnos de lo que estamos prendidos, es dejarlo ir

Veíamos cómo ese soltarnos nos lo pide la vida desde el momento mismo de nuestro nacimiento, cuando nos soltamos de la seguridad y el calor que el vientre de nuestra madre nos brindaba; luego, cuando éramos niños pequeños, caminábamos seguros, tomados de la mano de nuestra madre; y cuando nos sentimos grandes, con naturalidad nos soltamos para caminar solos. Más adelante, ya adultos, dejamos la seguridad del hogar paterno, y formamos nuestra propia familia. Llega también el día en que tenemos que soltarnos de los hijos grandes que se van. Finalmente, llegará un día en que tendremos que dejar ir la última seguridad que nos quede, a la cual nos aferramos: nuestra vida. La realidad es que desprendernos de todas las seguridades de nuestra vida nos permite crecer y hace que pongamos nuestra seguridad donde realmente está: solamente en Dios. Cuando lleguemos por fin, a ese puerto, donde Dios nos espera, estaremos, entonces sí, seguros para siempre.

Vimos cómo el Evangelio nos enseña la doctrina sobre el desprendimiento, y también observamos que se trata de una doctrina, con la que no están de acuerdo los valores de nuestra cultura capitalista, que se basa en la necesidad de consumo.

Sin consumo la economía se estanca y puede colapsar

La economía capitalista que nos ha tocado vivir, y de la que se ufana casi todo el mundo, se basa en el consumo. Es el consumo lo que le permite crecer. Si no se consume, el crecimiento de la economía se estanca y finalmente podría colapsar. Por eso la publicidad se enfoca a persuadirnos de la necesidad de comprar, de repetir la compra, de comprar mucho y con frecuencia para colmar nuestras carencias. A los principios de la economía capitalista: que el consumo satisface nuestras necesidades y que nuestra seguridad la encontramos en los bienes materiales, se añade otro: el del individualismo. [1]

El capitalismo promueve y premia el esfuerzo individual, porque se considera que es el individuo el que mueve el sistema. Nos aseguran que la seguridad de cada persona depende de los recursos económicos, que de manera individual, cada uno logre acumular. Como los bienes y servicios del mundo son limitados, los seres humanos, como individuos, entran en una competencia, a veces inmisericorde, con los demás, para poseer los bienes materiales, que se supone proporcionan la necesaria seguridad. Según esa manera de enfocar la satisfacción de las necesidades, las demás personas se ven como una amenaza. Si el otro las satisface yo no podré hacerlo, porque los bienes no alcanzan para todos; o lo consigues tú o lo consigo yo.

Individualismo / Solidaridad

El individualismo debilita los lazos que nos unen y niega la importancia esencial de las relaciones interpersonales para vivir una vida feliz. Ese sentimiento individualista se manifiesta y se cultiva en la educación: al niño, algunos maestros le enseñan que su compañero de pupitre es la competencia de mañana, no el amigo, el compañero con quien se puede unir para recorrer juntos el camino, de manera que tiene que ser mejor estudiante que él, tiene que ganarle. A veces los padres de familia, sin caer en la cuenta, creyendo que hacemos el bien a nuestros hijos, seguimos ese juego y podemos formarlos, no para la colaboración y la solidaridad sino para la lucha, para salir adelante a los demás, para tener más que los otros. No caemos en la cuenta de que tener más no necesariamente significa ser más. Se puede tener más y sin embargo ser menos.

¿Y cuáles son los valores de la comunidad cristiana según la predicación de Jesús? Pues los valores cristianos auténticos están en contradicción con los valores del individualismo, del consumismo, que es la tendencia inmoderada a adquirir, a gastar o consumir bienes, no siempre necesarios[2]. Como veíamos, también los valores cristianos están en contradicción con la seguridad que nos dicen sólo encontramos en los bienes materiales.

Como hemos considerado antes, es en el desprendimiento en donde encontramos la felicidad y nuestra plenitud. Parece una paradoja, una contradicción, pero es en el desprendimiento donde mostramos que no estamos amarrados a los bienes materiales y a las falsas seguridades que nos ofrecen, un desprendimiento que nos permite amar a Dios con todo nuestro corazón, con toda el alma y con toda nuestra mente, (Mt 22,37) y a nuestro prójimo en necesidad, como a nosotros mismos. Estamos así preparados para extenderle la mano y ayudarle. Nuestra disposición será natural para acercarnos a quien nos necesite.

Hacemos prójimos a los que extendemos la mano

Caigamos en la cuenta de que nuestro prójimo no es sólo el que ya está cerca de nosotros; nuestra familia y los que conocemos en el trabajo y en el barrio. Claro, ellos son nuestros prójimos. Pero también hay otros; nosotros hacemos prójimos a los demás. Prójimos pueden ser todos a quienes, sin conocerlos, nos acercamos, y en esa forma los volvemos próximos, nuestro prójimo. Todos son nuestros hermanos aunque no los conozcamos. Cuando les extendemos la mano los acercamos a nosotros.

Es bueno que recordemos las palabras de San Juan en su primera carta, 3,17s:

Si alguno que posee bienes de la tierra, ve a su hermano padecer necesidad y le cierra su corazón, ¿cómo puede permanecer en él el amor de Dios? Hijos míos, no amemos de palabra ni de boca, sino con obras y según la verdad.

Y, ¿qué decir de nuestra seguridad? Entonces, ¿no está sólo en los bienes materiales que logremos acumular? No; si confiamos nuestra seguridad a esa clase de bienes, corremos el riesgo de que unas fuerzas, sobre las que no tenemos ni podemos tener control, nos arrebaten esa seguridad de la noche a la mañana. ¿Qué fuerzas son esas? Son tantas y tan diversas… Depende de la clase de bienes donde hayamos puesto nuestra seguridad: la ponemos en euros o en dólares cuyas tasas fluctúan y ni los sabios del Banco Central logran controlar? ¿O en acciones que suben y bajan sin que su control dependa de los genios de la bolsa? ¿En la finca raíz? Las fuerzas del mercado pueden garantizar que no nos harán una mala jugada? Ponemos tranquilos nuestra seguridad en el café, en el arroz, en otros cultivos…? Y ¿qué pensar de las fuerzas de la naturaleza? ¿El clima va a ser favorable? Y peor todavía si la seguridad se pone en negocios ilícitos.

Toda carne es hierba y todo su esplendor como flor del campo

El Apóstol Santiago en su carta, 1,9-11, aconseja la alegría, tanto al humilde cuando es elevado, como al rico cuando es humillado. La humillación es inherente a la caducidad de las riquezas. A los dos: tanto al humilde como al rico, Santiago los llama hermanos.[3]

El hermano de condición humilde gloríese en su exaltación; y el rico, en su humillación, porque pasará como la flor de hierba: sale el sol con fuerza y seca la hierba y su flor cae y se pierde su hermosa apariencia; así también el rico se marchitará en sus caminos.

Tiene allí presente el apóstol Santiago a Isaías 40,6b-8. Estas son las palabras de Isaías: Toda carne es hierba y todo su esplendor como flor del campo. La flor se marchita, se seca la hierba, en cuanto le dé el viento de Yahvéh (pues, cierto, hierba es el pueblo). La hierba se seca, la flor se marchita, mas la palabra de nuestro Dios permanece para siempre.

El amor que no cambia ni puede cambiar

Si no debemos poner nuestra seguridad en los bienes materiales, ¿dónde la podemos poner? Según el Evangelio, debemos poner nuestra seguridad en algo que no cambie, más aún, en algo que no pueda cambiar. De lo contrario no tendremos seguridad; estaríamos construyendo sobre arena. Los bienes materiales son como la arena, en cambio tendremos plena seguridad si nos fundamos en el amor infinito e incondicional de Dios. Podemos tener seguridad porque sabemos que somos amados infinitamente y sin condiciones, por Dios, con un amor que no cambia, que no puede cambiar.[4]

Volvamos una vez más a esas páginas maravillosas de la primera carta de San Juan 4,7-12, en que nos explica cuán grande es y en que consiste el amor de Dios:

7 Queridos, amémonos unos a otros, ya que el amor es de Dios, y todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios.
8 Quien no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es Amor.
9 En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene; en que Dios envió al mundo a su Hijo único para que vivamos por medio de él.
10 En esto consiste el amor: no en que nosotros / hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó y nos envió a su Hijo como propiciación por nuestros pecados.
11 Queridos, si Dios nos amó de esta manera, también nosotros debemos amarnos unos a otros.
12 A Dios nadie lo ha visto nunca. Si nos amamos unos a otros, Dios permanece en nosotros y su amor ha llegado EN nosotros a su plenitud.

Implicaciones del amor de Dios por nosotros

Todos queremos que nos amen. Deseamos que nos acepten. Por el contrario la indiferencia y peor aún, el rechazo, nos duelen. En cambio disfrutamos el ambiente en que nos sentimos entre nuestra gente. El verdadero amor es quizás la experiencia humana que nos hace sentir, como nada, la plenitud y el deseo de que esa experiencia sea para siempre. Dos enamorados no cambiarían esos momentos por nada en el mundo. Por eso, en esas circunstancias todo lo demás se nubla. Es cierto que nada se compara con la felicidad de una relación de amor, pero la esperanza de que esa experiencia dure para siempre, con mucha frecuencia falla y acaba más bien en desilusión. Si nuestra seguridad la queremos poner en otra persona, la tendremos que afincar en el amor incondicional de Dios por nosotros. ¿Y, qué implicaciones tiene ese amor de Dios?

Dios visible en nuestras manos y en nuestra sonrisa

El amor que Dios nos tiene se hace efectivo a través del amor que los demás nos manifiestan. Tenemos el encargo de prestar nuestras manos a Dios. Cuando extendemos nuestra mano a una persona que nos necesita, es la mano de Dios la que le llega. Cuando sonreímos a otra persona estamos sonriendo en nombre de Dios. ¿Es generosa nuestra mano? ¿Es sincera nuestra sonrisa? Porque son la mano y la sonrisa de Dios a través de nosotros.

Nuestra verdadera seguridad está en la comunidad cristiana, que hace presente a Dios en el mundo. En la mutua solidaridad entre todos nosotros, podemos encontrar seguridad. ¿Será que los necesitados pueden tener confianza en que nosotros no le vamos a fallar a Dios, que necesita que hagamos presente en ellos su amor?

Nuestra solidaridad con los demás, nos impulsa a compartir y a compartir con generosidad. Volvamos a la carta del apóstol Santiago, ahora en el capítulo 2, 14-18:

14 ¿De qué sirve, hermanos míos, que alguien diga: “Tengo fe”, si no tiene obras? ¿Acaso podrá salvarlo la fe?
15 Si un hermano o una hermana están desnudos y carecen del sustento diario, 16 y alguno de vosotros les dice: “Idos en paz, calentaos y hartaos”, pero no les dais lo necesario para el cuerpo, ¿de qué sirve?
17 Así también la fe, si no tiene obras, está realmente muerta.
18 Y al contrario, alguno podrá decir: “¿Tú tienes fe?; pues yo tengo obras. Pruébame tu fe sin obras / y yo te probaré / por las obras mi fe.

El P. McVerry que hemos venido citando en los pasados programas y en éste, presenta así su pensamiento sobre el papel de la comunidad en la práctica de la solidaridad.

Una golondrina no hace el verano

Como individuo, no puedo yo vivir la espiritualidad evangélica del desprendimiento si no es en comunidad. Claro que como individuo puedo vivir con sencillez: puedo rechazar el afán de adquirir más y más cosas, más grandes y mejores; puedo contentarme con tener satisfechas mis necesidades básicas y rechazar los valores dominantes de la sociedad de consumo. Pero vivir sencillamente, aunque esto es bueno y valioso no es suficiente, porque con mi buen comportamiento individual no desafío los valores de esta sociedad. Voy en la misma dirección de ellos, sólo que más despacio.[5]

Veamos qué quiere decir el P. McVerry, porque pareciera complicarnos la vida.

La espiritualidad del desprendimiento (‘letting go’) sólo se puede vivir en comunidad, en solidaridad con otros. Nosotros, como comunidad, podemos expresar nuestra solidaridad con los demás, compartiendo lo que tenemos y lo que somos, y en ese compartir presentamos un valor que está en contradicción con los valores que presenta nuestra cultura.

Seguramente el P. McVerry tenía presente a la primera comunidad cristiana como nos la presentan los Hechos de los Apóstoles en el capítulo 4, 32ss, donde nos dicen que La multitud de los creyentes no tenía sino un solo corazón y una sola alma. Cambiar el mundo sin duda requiere un trabajo en comunidad. Como dicen, una golondrina no hace el verano.

El desprendimiento es la clave para que construyamos un mundo justo

¿En qué forma practicamos el desprendimiento? ¿Cómo devolvemos a Dios lo que Dios nos ha dado? Dios no necesita nuestras posesiones, pero los demás sí. En este mundo, que en general es injusto, donde el 50% de la población vive con menos de 2 dólares diarios, ¿cómo podemos lograr que los que viven en pobreza extrema logren un nivel de vida que les permita vivir de manera humana y digna? El estándar de vida en el mundo occidental se ha logrado gracias al crecimiento económico, pero un crecimiento construido sobre el maltrato a los demás, el colonialismo, y unas relaciones comerciales injustas.

Las palabras del P. McVerry son aún más fuertes. El habla de un crecimiento económico construido también sobre la esclavitud. Sí, hay regiones del mundo, en particular en África, donde todavía hay esclavos. No sé si hay esclavos en América, pero sí hay mucha injusticia y maltrato. Muchos hacen su dinero maltratando, de diversas maneras, a los demás. Sigue así el pensamiento del P. McVerry. Leamos este planteamiento que nos pone a pensar:

Para que el crecimiento económico de nuestro mundo sea tal que haga posible que todo el mundo goce del estándar de vida del mundo occidental, tendríamos que destruir el planeta con la contaminación. Simplemente no es posible que los que viven en pobreza extrema eleven su estándar de vida a uno como el nuestro, sin que el occidente reduzca su propio estándar. La espiritualidad del desprendimiento es la de aquellos que luchan por construir un mundo más justo.

Cuando el P. McVerry menciona a occidente sin duda se refiere ante todo a Europa, los Estados Unidos y Canadá, aunque en todo el mundo, también en América Latina y en países de oriente hay gente que vive como los poderosos de Europa y de los EE.UU.

¿Es necesaria una pausa de los países ricos en su crecimiento material?

Poco pensamos en este planteamiento: la vida moderna, con todos sus adelantos tecnológicos, ha traído también el deterioro del medio ambiente. Si estos adelantos materiales llegaran a todo el mundo, donde hoy no están todavía disponibles, – sin que se corrijan primero los procesos que contaminan, – nuestro planeta correría un gravísimo peligro de destrucción por la contaminación. De manera que según esto ¿hay que hacer una pausa en el progreso material, por el daño que trae consigo?

Gracias a Dios, no todo el mundo participa en la carrera desaforada por el dinero. Hoy, a muchos jóvenes les parece sin sentido la carrera por el dinero. No encuentran en eso respuestas satisfactorias a sus inquietudes. Muchos encuentran sentido y plenitud para sus vidas, no en tener más sino en el darse a los demás, en dar su tiempo, su trabajo, su energía, para hacer menos miserable y ayudar a los otros a encontrar sentido a su vida. Es en el dar, donde, tanto el que da como el que recibe encuentran sentido.

Podemos llenar el vacío creado por la cultura de nuestro mundo del consumo, si construimos un fuerte sentido de comunidad, una comunidad que confía tanto en sí misma, que es capaz de salir sin temor a encontrar y recibir al extraño, al desplazado, al inmigrante, a los marginados, con un fuerte sentido de solidaridad. Como vemos, necesitamos una comunidad muy distinta a la de la Unión Europea y países poderosos, que cierran, inclusive literalmente, con muros, la entrada a los que buscan salir de la pobreza. Europa invadió a los otros continentes, pero ahora se niegan a recibir a los que en algún momento los acogieron a ellos.

Hoy se empuja a la gente a buscar la seguridad donde no la va a encontrar. Se promueve el individualismo, el aislacionismo, (Correa, el presidente del Ecuador se ha contagiado en el caso de Colombia: arreglen sus problemas ustedes solos, dice, no nos metan a nosotros en problemas que no son nuestros). Esos países aislacionistas, para un futuro están fabricando, quizás, su propia soledad.

¿Utópico el mundo como Dios lo quiere?

¿Cómo quiere Dios que sea el mundo? La visión cristiana del mundo, que es como Dios lo quiere, es la de una comunidad, el Pueblo de Dios. Muchos pensarán que este pensamiento es completamente utópico. Se pueden reír de nosotros. Pretender un mundo solidario donde cedamos de nuestra comodidad para que otros tengan una vida digna les parecerá tonto. Dirán que es vivir en las nubes, que es un sueño imposible. Como el P. McVerry, podemos decir que sí, que eso es verdad. Que es un ideal inalcanzable, absurdo. Tan absurdo como ver a un niño en un pesebre, un niño que no puede valerse por sí mismo, completamente dependiente de sus papás, y a ese niño llamarlo Dios. Es tan absurdo como ver a un condenado a muerte en la cruz como a un criminal y a Él llamarlo Bondad Infinita.

¿Cuáles son sus reflexiones sobre la compasión como puerta de entrada en el Reino y sobre el desprendimiento? Si no es cediendo de lo que tenemos, ¿será posible que los que viven en la pobreza absoluta puedan llegar a tener una vida digna?

Escríbanos a: reflexionesdsi@gmail.com


[1] Cf Peter McVerry, opus cit. Pg. 134 La dirección donde se encuentran algunos capítulos de este libro es: http://www.jcfj.ie/jesussocialrevolutionary/index

[2] Cf DRAE

[3] Cf Carta de Santiago, traducción y comentario por José Alonso, S.J., profesor de la Universidad Pontificia de Comillas, BAC 214

[4] Cf Peter McVerry, opus cit. Pg 135

[5] Cf McVerry, opus cit., Pg 137